La lectura, un asunto de familia Por: Geneviève Patte 1. La experiencia de leer juntos Al tratar este tema, quisiera evocar mi experiencia como bibliotecaria para niños, que si bien empezó con el trabajo realizado en Francia, con el tiempo se ha enriquecido en constantes intercambios con otros países y otras culturas. Debo decir que la relación con América Latina ha sido especialmente rica en los últimos tiempos; he aprendido mucho de ciertas iniciativas latinoamericanas particularmente vivas y fecundas, como la de las Bibliotecas Populares, en Venezuela, y recientemente la de los espacios de lectura en México, Nicaragua o Colombia, por nombrar sólo algunos ejemplos entre muchos. En todos estos casos se trata de trabajos que promueven las lecturas compartidas en comunidades marginadas. Son experiencias que nos proponen nuevas formas de concebir las condiciones y posibilidades de una lectura interesante, que nos iluminan sobre nuestro rol de padres o bibliotecarios, cualquiera que sea el contexto en el que vivimos. Durante los últimos años, en Francia uno de los grandes progresos de las bibliotecas para niños ha sido el reconocimiento del rol esencial de los padres en el despertar a la lectura de los más pequeños. Poco a poco, las bibliotecas se han abierto a la integración de las familias en su conjunto. Hoy en ellas podemos encontrar, de forma natural y cotidiana, a los padres con sus pequeños y los hermanos mayores de estos, sus tías y tíos, abuelos y abuelas, así como a las maestras de preescolar, pasando largos y agradables momentos en compañía de los niños más pequeños. Son momentos gratos, vividos entre los libros, en los que se intercambian historias y palabras. Recibir las familias en las bibliotecas renueva su ritmo y dinámica. Les permite retomar su tarea primera, profundamente humana, de compartir la lectura. Las libera de la pesadez, frecuentemente atada a una extrema escolarización o visión utilitaria de la lectura, que las desvía del simple y profundo placer de leer. Esta apertura devuelve a la lectura su doble dimensión íntima y relacional. No se trata de una acción más: los procesos que se viven entre adultos y niños, entre padres e hijos, son fundamentales y redefinen, en su esencia, el papel de las bibliotecas en su relación con la comunidad. La experiencia que los niños y sus padres viven en estos espacios es fundamental, permite a unos y otros ser testigos, sorprendidos, de aquello que puede representar la lectura: una experiencia fuerte, íntima, susceptible de crear entre quienes la viven relaciones plenas, profundas. También descubrirán que el placer de estos encuentros, profundos o alegres, en la biblioteca, un lugar público, puede invadir la vida familiar en todo momento. Como han testimoniado muchos padres, cuando desde la más tierna edad se tejen semejantes relaciones en la intimidad familiar, pueden durar toda la vida. Encontramos el gusto de hablarnos, de conocernos; la lectura da las palabras para esto. En la alegría de estos intercambios, lo cotidiano puede vivirse mejor y el futuro se puede imaginar más libremente. Con el libro toda una cultura se pone al alcance de la mano; alrededor de la palabra dicha y recibida, una vida se abre con amplitud. Dar a todos acceso a esta cultura de lo escrito, a la riqueza de la lengua del relato, es la preocupación de grupos y personas sensibles al drama de la exclusión. Cualquiera sea el contexto social y el nivel de instrucción, tratan de mostrar que todos pueden saborear la lectura como experiencia íntima, personal, y como fuente de encuentros e intercambios, verdaderas riquezas de la vida. Cada persona tiene su lugar, su papel, en este descubrimiento. La lectura no puede convertirse en un asunto exclusivo de las instituciones y los expertos. La palabra que ella ofrece y suscita puede irrigar los actos de la vida más humilde y las experiencias más diversas. Pero para estar viva esta palabra exige ser compartida. ¿Qué significa esto? La biblioteca fuera de la biblioteca: una experiencia, una posibilidad Las lecturas compartidas se hacen de manera sencilla, sin necesidad de medios excepcionales y, por esta razón, pueden vivirse en cualquier lugar. Nos permiten salir al encuentro de diversos públicos, de gente que, por motivos diversos, no frecuenta las instituciones culturales. Nuestra primera experiencia de "biblioteca extramuros" se realizó regularmente todas las semanas, durante dieciocho años, en Clamart, hasta que el barrio, considerado muy insalubre, fue destruido. La iniciativa de la lectura comunitaria surgió porque teníamos en la biblioteca este tipo de encuentros alegres e informales en torno al libro. Sabíamos que algunos niños, o ciertas familias, no podían beneficiarse porque les resultaba difícil atreverse a penetrar en una biblioteca o en otro centro cultural; tenían el sentimiento
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de que “no era para ellos”; temían ser expulsados, pues se trataba de un barrio “difícil” y sus habitantes estaban conscientes de la prevención que pesaba sobre ellos. La opción de salir a la calle se imponía y fue una feliz idea. Nos bastaban pocas cosas: partíamos con dos canastos de panadero y en lugar de medialunas llevábamos libros. Elegíamos los más lindos, los preferidos de los niños en la biblioteca; libros y álbumes que a nosotros mismos nos gustaba leer y contar. Tan pronto la "biblioteca" se instalaba en la calle, los niños acudían, impacientes por visitar o descubrir los mundos que les ofrecían aquellos libros. Desde la planta alta de sus casas, los padres y familiares veían con admiración cómo sus hijos se apasionaban por la lectura al punto de dejar sus juegos para unirse a nosotros: entonces, modificaban el juicio sobre sus propios hijos y sobre la lectura, cobraban mayor confianza, se sentían más seguros y orgullosos de las posibilidades de sus hijos. Los libros y la lectura, lejanos y ajenos a su vida cotidiana, representaban, en cierta medida, la posibilidad de un futuro mejor para ellos. Como se trataba de una extensión de la biblioteca, los niños podían pedir prestados los libros que habían descubierto y apreciado. Por mil motivos, el préstamo es un gesto importante para establecer una relación de confianza con estos niños. Quienes se beneficiaban de él podían prolongar en sus casas el placer de la lectura vivido en la biblioteca o en la calle, ya fuera leyendo en la soledad del cuarto o en un rincón de la casa, o compartiendo la lectura con sus familias. Así, el libro tenía la posibilidad de encontrar, aquí también, un lugar en la cotidianidad del hogar. La calidad de las lecturas, más que la cantidad Las circunstancias –debíamos cargar los canastos– impusieron otra riqueza a esta pequeña experiencia: estábamos obligados a proponer un número reducido de libros, a elegir los mejores. Hoy en nuestros países ricos, aunque no solamente en ellos, los niños corren el peligro de ahogarse o de desanimarse ante una oferta de libros demasiado grande. Una pequeña cantidad de obras diversas, escogidas por su calidad, facilitaba el encuentro de verdaderas e interesantes experiencias literarias. Incluso en la biblioteca considerábamos necesario el cumplimiento de esta etapa antes de abordar vastas y numerosas colecciones. Cada biblioteca, grande o pequeña, pública o escolar, debería construir un pequeño fondo de libros, siempre disponibles; que los bibliotecarios conozcan bien. Libros escogidos para proponer su lectura porque nos han conmovido, porque nos han asombrado, porque sabemos que son excelentes, porque gracias a la experiencia de leer con los niños y escucharlos sabemos que a los niños les gusta leerlos y releerlos; porque disfrutamos dándolos a conocer, porque pensamos que son como tesoros que pueden abrir caminos a una cultura común. Hemos ido aprendiendo en varios años de trabajo que observar a los niños, escucharlos, conocerlos y tener la experiencia de leer con ellos nos permite tener mejores criterios en la elección de los libros que les destinamos. Este es también uno de los ejes del trabajo de la red latinoamericana de fomento a la lectura Leamos de la Mano de Papá y Mamá. Su forma de acercarse a los niños, de observar, sin prejuicios, su actitud frente a este o aquel libro y especialmente la costumbre de reflexionar en grupo a partir de estas observaciones es, sin duda, aquello que permite el acercamiento más justo para elegir libros de calidad, es decir aquellos que les dan a los niños la posibilidad de vivir una rica experiencia, al tiempo que suscitan un interés real en padres y adultos. Leer con los niños ¿De qué se trata exactamente? Hay que ver las escenas familiares que se viven todos los días en ciertas bibliotecas, a la salida de las clases o durante las vacaciones. Pequeños grupos se forman aquí y allá espontáneamente; aquí dos, allá tres niños miran juntos un libro de imágenes o una historieta; más allá el bibliotecario o un padre de familia, sentado en medio de un grupo de niños, lee el libro que ha elegido. Pero lo más habitual es que sean los mismos niños quienes eligen sus lecturas: "Léeme este, por favor". La lectura comienza con uno o dos niños y rápidamente se acercan otros, interesados. Los encuentros se improvisan y los niños acuden, guiados por el placer de escuchar una historia, de descubrir un mundo de imágenes y de palabras. Las pequeñas cabezas se inclinan para no perder ningún detalle de las imágenes que forman parte del relato. Los niños señalan con el dedo fragmentos que habrían podido pasar desapercibidos y que para ellos significan algo interesante, pues leen a la vez con los ojos y las orejas. Las palabras surgen espontáneamente, muchas veces en relación con sus experiencias: "Es como yo" o "Mi abuela tiene un gato como este...". A veces no hay palabras y la emoción se lee en sus caras. La lectura es una experiencia en la que los niños participan activamente, incluso si no lo notamos o si no se traduce en palabras.
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Son momentos preciosos que vale la pena compartir. En los barrios donde trabajamos estos encuentros son escasos, porque la vida de las familias que viven allí es difícil, agotadora, y para muchos padres la lectura está asociada al recuerdo de fracasos dolorosos, a la limitación o a la incapacidad. Descubrirla o redescubrirla, compartiendo la lectura con sus hijos en relaciones agradables, emotivas y lúdicas, susceptibles de generar nuevos tipos de relaciones dentro de la familia o de la biblioteca puede ser, en un sentido más amplio, un camino de integración social. Todo esto se propone justamente ahí, en contextos a veces difíciles, donde se viven desgarramientos, desplazamientos, opresiones, exclusiones, incomprensiones, soledades. Nadie puede ignorar que el libro y la lectura, propuestos en estos términos, pueden ocupar un lugar fundamental, único: una palabra libre surge, la escuchamos, se tejen lazos, se dibujan intereses comunes. La lectura, una experiencia que se vive plenamente En nuestra biblioteca estos encuentros siempre tuvieron un lugar importante. Procuramos vivir la lectura con confianza y en la intimidad. Los niños intuyen que la lectura es una experiencia verdadera, con todo aquello que supone de aventuras, pruebas y obstáculos, de sorpresas e incluso de desafíos. Presienten que es necesario vivirla con seguridad, abandonándose a ella en cuerpo y alma. Estar muy cerca de la fuente de la historia, poder tocar al que está contando, poder ver y tocar el libro, son elementos que construyen la intimidad de la experiencia de la lectura y proporcionan la seguridad necesaria para dejarse invadir por el relato, las palabras, las imágenes y la música de la voz. Música que envuelve y nos lleva lejos. "Me gusta la voz de los grandes", nos decía una niña pequeñita, que se había unido a un grupo de “grandes” para escuchar una historia seguramente muy difícil para su edad... Poco importaba, el placer estaba presente, podía compartir este momento con otros y soñar, tomando pedacitos para hacer una historia a su manera. Ella se dejó llevar por la música de la voz y de las palabras. En esta relación, nosotros, los adultos, nos convertimos en atentos y sutiles intérpretes de una lengua a otra, de lo escrito a lo oral. Nos convertimos en músicos que descifran las notas para producir ritmos y melodías, con sensibilidad, en una experiencia única. Para los niños es maravilloso el descubrimiento de nuevas palabras, de la belleza, de las múltiples posibilidades de la lengua y del misterio de ciertas palabras que suenan bien. Muchas veces nos sorprendemos al escuchar en sus bocas una expresión poco habitual y perfectamente apropiada para la situación. Recuerdo que una mañana una niña pequeñita nos anunció su deseo de realizar "un paseo matinal", expresión elegante y poética que utilizaba con gran placer y que seguramente le daba un sabor particular a su proyecto. Más tarde, constaté que esa expresión estaba en un libro que habíamos leído recientemente. Es evidente que estas lecturas compartidas se viven mejor en pequeños grupos o incluso cara a cara, como en familia. En el caso contrario, cuando el niño siente que lo que está pasando no lo atañe directamente, su frustración y aburrimiento pueden ser grandes, llevándolo al desinterés frente a la lectura. En la biblioteca promovemos las relaciones persona a persona, olvidamos el orden de las filas, evitamos, en lo posible, los grandes grupos y no buscamos que haya niños juiciosamente sentados en sus sillas, como en el colegio. El adulto que lee el cuento a un pequeño grupo se sienta en medio de ellos, a veces en el piso: ¡sentarse a su nivel representa todo un símbolo! Hemos aprendido que, para poder vivir plenamente estos encuentros, debemos deshacernos de nuestro traje de pedagogos y educadores, debemos escapar a la tentación de controlar, explicar, hacer preguntas, de trazar el "buen" camino. Esta actitud de “educador” es, en efecto, pesada para el niño. Además de complicar sus relaciones con el adulto, le da a la experiencia de leer una connotación de tarea disimulada, de obligación contraria al placer y a la emoción que la lectura puede ofrecer. Una experiencia insustituible Estos momentos son muy valiosos en un mundo en el que el niño se siente, con frecuencia, perdido en medio de grandes grupos. Al comentar su experiencia como maestra de preescolar, en los inicios de su carrera, la lingüista francesa Laurence Lentin llamaba nuestra atención sobre el sufrimiento de estos pequeños que, recién salidos del seno familiar, se encuentran perdidos en una clase, ¡un grupo muy grande para ellos! Con frecuencia, en los preescolares el número de niños es tal que a la maestra le es imposible, en el transcurso del día, atender a cada uno en particular, así la palabra dirigida al grupo se convierte en un fondo sonoro y, poco a poco, el niño se acostumbra a no sentirse directa y personalmente implicado en lo que pasa a su alrededor. Por eso nos parece tan importante que en las bibliotecas haya un “cara a cara” alrededor de una historia, de un libro.
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Frente a las numerosas “animaciones” devoradoras de tiempo y energía de nuestras sociedades de consumo, algunas bibliotecas prefieren la simplicidad de la atención y recepción; prefieren el acto habitual de la lectura y la calidad de las relaciones que esta puede tejer. En este espacio comunitario –y sin que importe su tamaño– se esfuerzan por crear, para todos, una atmósfera familiar: espacios íntimos, donde uno pueda sentirse cómodo, libre; donde uno pueda tomarse su tiempo para saborear con tranquilidad el placer de una lectura compartida; un placer que lamentablemente, lo sabemos, hoy está reservado a muy pocas familias. La lectura como experiencia cultural concierne al "ahora", al momento. Buscamos construir junto al niño una experiencia de lectura, una experiencia cultural, una experiencia de vida... No es una inversión que deba traducirse en conocimiento acumulado o en mejores notas en el colegio. Si vamos a considerar un “después”, éste será, en todo caso, el de descubrir nuevas formas de estar juntos, el de construir mejores y más profundas relaciones humanas, avanzando en el conocimiento de uno mismo, de los demás y del mundo que nos rodea. En este sentido afirmamos que no se trata de lecciones disfrazadas, no hay previas repentinas, no hay comprobaciones de lectura o, ¡peor!, la obligación de hacer un resumen. Esto sería arruinar el gusto del momento compartido. Se vive una experiencia común en la diferencia, en un verdadero encuentro inmediato, a la mano; encuentro a la vez profundo y discreto, pues se vive alrededor de la historia de “otro” con el cual me identifico, en su realidad y sus deseos profundos. El libro: lugar de encuentro, placer compartido "Es como yo, pero no soy yo", me decía un niño a quien le leía el cuento de un osito que inventa toda clase de pretextos para posponer el momento de ir a la cama, de la soledad de la noche. Su comentario representa la definición perfecta del acto de lectura, en este caso, ¡en boca de un niño de cinco años! En las lecturas compartidas el niño encuentra un lugar que le permite expresarse, un lugar donde es reconocido, escuchado con atención e interés. ¡Qué importante y necesario es esto para un pequeño! El niño expresa esa necesidad cuando, de un momento a otro, nos propone la lectura de un libro que le gusta tanto que quiere leerlo y volver a leerlo: "¡Otra vez! ¡Otra vez!". Para el niño es necesario leer y volver a leer; para él no se trata de acumular libros leídos: leer es una experiencia que le gusta disfrutar y volver a sentir para hacerla suya, porque de manera inconsciente se encuentra en ella y por lo tanto tiene necesidad de esa historia. Por medio del libro encuentra una forma de expresar aquello que conforma su vida. Para los niños es doloroso no ser reconocidos en la intensidad de sus sentimientos, de sus alegrías, de sus desilusiones y tristezas. Sentimientos que frecuentemente el adulto olvida y tiende a subestimar. Es doloroso oír decir, frente al niño que vive la tristeza de haber perdido su osito o su muñeca: "no llores, no importa, te compramos otro". Para él es tan gratificante como necesario ver su universo reconocido, sus sentimientos valorados en su justa medida. Qué alegría para los niños ver que los adultos son capaces de reconocer, a través de estas historias, la profundidad de sus sentimientos, la intensidad de sus emociones, hasta el punto de que esos adultos, tan ocupados, abandonan, por el tiempo de una historia, sus numerosas ocupaciones, percibidas como “verdaderamente serias”. Dejar por un momento sus “importantes” obligaciones –en la biblioteca, la labor administrativa, o en la casa, sus oficios y labores– significa para el adulto un regalo para su propio placer y, de ningún modo, simplemente un esfuerzo que hace en favor del niño. Durante el tiempo de una historia compartida, el peso de las obligaciones y las preocupaciones se hace más liviano y llevadero para los padres. Ese tiempo es un oasis que se abre ante el lector adulto: descubre con perplejidad y asombro un mundo visto con nuevos ojos, gracias al niño y al poeta que habita en cada uno de nosotros. Ante un bello libro el adulto mismo se siente conmovido. Leyendo, encuentra sus antiguas emociones y se maravilla al ver tanta inteligencia y tanta sensibilidad en el niño que tiene al frente. Qué importante es, para el niño, percibir esta admiración por parte del adulto, este placer absolutamente gratuito de estar juntos; es una incitación a crecer, a conocer, a probar la alegría de existir. Leer juntos es una fuente fresca a la cual cada uno puede venir a saciar su sed. Así, el libro se convierte en un lugar de reconocimiento propio y mutuo. La historia compartida, el libro apreciado en conjunto, vivido plena y profundamente, teje relaciones especialmente fuertes, sobre todo entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Esta experiencia permite entrar de lleno en un mundo de relaciones basadas en algo tan precioso como una emoción estética: “¡Nunca había visto algo tan bonito!”, me decía un niño gitano frente a un libro de origen japonés, y lo repetía como para llenar con palabras lo indescriptible de su emoción, al tiempo que golpeaba el libro con su mano.
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Una cultura familiar En nuestras sociedades agitadas y extremadamente ocupadas, leer a los pequeños una historia antes de dormir se practica cada vez más. Los padres, menos disponibles que en el pasado, aprecian especialmente estos breves momentos de intensa relación con sus hijos. Las historias queridas, descubiertas y apreciadas en conjunto, introducen personajes que se convierten en puntos de referencia, que crean una cultura en común, primero en la familia, pero a veces también en otros lugares. Así, en Francia, el elefante Babar y sus compañeros Celeste y Arthur se introducen de manera natural y alegre para referirse a eventos familiares. Igual podemos decir de Sapo y Sepo , quienes también han llegado a constituir un lugar de referencia. Puedo imaginar que en Colombia pasa algo similar con los personajes creados por Ivar Da Coll, entre ellos el Chigüiro. Se experimenta con ellos el placer de alusiones comunes, de chistes familiares; es el placer de la apropiación de lo real, del juego con la realidad cotidiana, que adquiere un sabor diferente y nuevo. Así, en la cultura familiar objetos como el bolso lleno de soluciones de Mamá Mumín , la famosa lista de Sapo y Sepo o el armario de cocina de Burningham adquieren una importancia particular para los “iniciados”. La vida se vuelve interesante, digna de ser contada. Ciertos libros de imágenes o álbumes, obras maestras de simplicidad, producidos por artistas que han guardado en ellos parte de su infancia, les recuerdan a los adultos que ellos también pueden contar de esta manera una historia, o eventos de la vida familiar y divertirse con sus hijos. En la noche, a la hora de ir a dormir, evocar eventos del día bajo la forma de una historia –“contar como en un libro”– asegura y tranquiliza. Gracias a este juego, tanto para el niño como para el adulto resulta extraordinario tomar cierta distancia de lo cotidiano y darle un sabor particular, lleno de humor y complicidad. En general, podemos decir que los mejores libros para niños nos enseñan cómo dirigirnos a nuestros niños. Este arte de vivir mejor juntos se descubre desde la más tierna edad, pero ni se detiene cuando los niños crecen, ni se limita a los más pequeños; por el contrario, puede empezar en cualquier momento y extenderse por toda la vida. Recuerdo una mamá que devolvía a la biblioteca un libro que su hija había pedido prestado y aclaraba “mi hija insistió en que leyera este libro, pues le gustó mucho”. La joven lectora tenía doce años, ¡era casi una adolescente! Como lo había leído, la mamá nos comentó que efectivamente le había interesado mucho. A raíz de esto pensé que en esa familia se empezaban a vivir nuevos intercambios; que con el libro, con la historia que habían disfrutado, encontraron un nuevo espacio para compartir. El libro, puerto de seguridad y espacio de libertad De pequeños los niños tienen una intuición inmediata de aquello que constituye el carácter único del libro. Constatamos que aprecian en los libros, por ejemplo, su carácter inmutable. Sabemos que para el adulto que le lee a un niño es imposible cambiar una sola palabra del texto. Desde muy pequeños los niños comprenden que los caracteres tipográficos no cambian, que “en este libro” siempre tienen la seguridad de encontrar la misma historia, mientras que alrededor de ellos todo pasa rápidamente. Frente a esto, nos corresponde elegir con cuidado libros en los que el texto pueda ser leído tal cual, sin necesidad de modificación, evitar un lenguaje inútilmente sofisticado o, al contrario, pobre o aburridor. Si a los niños les gusta tanto leer y releer mil veces un mismo libro es porque, entre otros motivos, ese libro les da la posibilidad de integrar completamente una experiencia, con la seguridad de volver a encontrar siempre el mismo texto, con el sentimiento de sentirse inteligentes porque pueden anticiparse a la historia y, sobre todo, porque ésta se les presenta con una riqueza tan grande que las lecturas repetidas no llegan a agotarla. Los niños reconocen y disfrutan el carácter doble de la experiencia de la lectura y de la relectura: por un lado, el carácter único e inmutable, por el otro, las posibilidades infinitas de lectura que constituye, en un mismo movimiento, punto de referencia y espacio de creación y libertad. La relectura es propia de los verdaderos lectores en todas las edades. Los adultos, como los pequeños, eligen ciertos libros que a sus ojos resultan inagotables; libros hacia los cuales sienten la necesidad de volver repetidas veces. Al igual que estos adultos cultivados, lectores experimentados, los pequeños saben leer entre líneas, ver más allá de las apariencias, ver más allá de lo visible, interpretar en función de sus deseos, de sus sueños. Los niños tienen su propia interpretación y es importante respetarla, ellos son capaces de reconocer sus sentimientos, de identificarse en una simple mancha o en un osito de peluche . El valor de una obra literaria, como el de cualquier obra de arte, es el de permitir moverse en ella con toda comodidad, sin caminos obligados, sin lecturas “de una sola vía”. Y esto debemos repetírnoslo constantemente, pues, como ya mencioné, para nosotros los adultos, la tentación de imponer nuestra manera de leer es tan grande que debemos hacer un
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gran esfuerzo para controlarla. Espontáneamente queremos imponer la manera de entender, queremos controlar si el niño sigue los rieles que quisiéramos que tomara; siendo claro, por el contrario, que una de las primeras cualidades del lector es, justamente, la libertad de interpretar, de tomar caminos transversales, de escaparse de la formalidad. Es cierto que la lectura dirigida puede justificarse en el escenario de los ejercicios escolares, pero esta no debería transformarse en la única vía; es esencial que, fuera de este contexto preciso, los niños puedan leer y comprender a su manera. Es sólo en esta participación personal de la historia, leída o escuchada, que ellos se vuelven verdaderos lectores. Sería necesario hacer un elogio de la ambigüedad, expresión característica del arte, que frecuentemente nos empeñamos en evitar a los niños, cegados por nuestra preocupación de racionalidad extrema, de realismo empobrecedor. Esta voluntad de no dejar nada a la sombra, de querer simplificar todo en el camino de los niños, traduce una falta de confianza en su inteligencia. Además, ciertos álbumes producidos por grandes artistas, como Maurice Sendak, no revelan sus sentidos de manera inmediata a los adultos y frecuentemente estos se sienten tentados a rechazarlos, mientras que los niños se mueven con una libertad envidiable en sus universos ambiguos. Por esta razón, es recomendable que observemos sin prejuicios la recepción que los niños dan a los libros que nos desconciertan. Leer en familia, leer con los niños es fundamentalmente una labor modesta, una labor de hormiga, una labor a largo plazo, difícil –o imposible– de evaluar y de cuantificar. Este trabajo cotidiano, discreto y sutil junto a los niños nos enseña mucho de ellos, así como de nuestro papel como bibliotecarios, padres o familiares, de los procesos de aprendizaje y de socialización, de las relaciones familiares y sociales que la lectura pone en juego... Sin embargo, esto no es todo, pues al lado de esta dimensión íntima e interpersonal de la lectura, existe una social y cultural que compromete el acto aparentemente simple de leer juntos. 2. La lectura como acción cultural: el libro, la familia, la comunidad. Ampliar el horizonte de reflexión Es muy interesante descubrir el interés en nuestro trabajo de personas venidas de otros horizontes, su mirada nos permite avanzar tanto en las reflexiones como en las prácticas. En mi experiencia como bibliotecaria francesa, han sido psiquiatras infantiles, psicoanalistas o militantes sociales, quienes han proporcionado una nueva dimensión a nuestro trabajo. Todos ellos confluyeron en una preocupación común que los acercaba a nuestra labor: la de promover el acceso de poblaciones marginales a la lectura y a la cultura escrita. Por sus convicciones y utopías, nos invitaron a tener más ambiciones, más libertad, y a dar nuevos sentidos a la manera de vivir nuestro oficio de bibliotecarios. Tomamos mayor conciencia de las apuestas en juego en los actos de lectura, así como del lugar que podían ocupar las bibliotecas en la vida de los niños y sus familias. Tanto para nuestros interlocutores psicoanalistas como para los militantes sociales, el encuentro con la lectura era, ante todo y en primer lugar, un encuentro cultural. Unos y otros reconocían en este espacio particular que es la biblioteca –desconocido en toda su dimensión por muchos, incluidos ciertos bibliotecarios– un espacio público donde lo privado tiene una importancia primordial; donde la iniciativa personal y la elección de estar juntos, de compartir son totalmente respetadas. En esta medida, coincidíamos en pensar que la actividad realizada en las bibliotecas y desde las bibliotecas era, ante todo, de orden cultural, incluso si era evidente que por medio de la lectura y de los encuentros propuestos, se constataban evidentes beneficios psicológicos y claras transformaciones sociales. Esta prioridad dada a la cultura es relativamente nueva cuando se trata de luchar contra las exclusiones, la segregación y la marginalidad; nos abre las puertas para una nueva reflexión tanto de la dimensión social de la lectura, como de la dimensión cultural de las formas de exclusión y marginalidad en nuestras sociedades. En esta nueva relación de significados nuestro trabajo adquiere toda su dimensión. Con el libro, el niño nace a la palabra Con frecuencia cito el libro de Margaret Clarke Young fluent readers , donde la investigadora anglosajona, en lugar de estudiar los fracasos, se concentra en el estudio de aquellos niños que manifiestan un interés espontáneo por la lectura, al punto de aprender, en ocasiones, a leer solos. Contrario a lo que solemos pensar, esto ocurre en todos los medios sociales. Margaret Clarke constata que el gusto por el libro, por la lectura, por el relato, nace en familias donde se experimenta
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el placer de hablar, de contar– historias y también eventos de todos los días–, en contextos donde el niño es reconocido y tomado en cuenta en la complejidad de su vida, y no sólo por las buenas notas que pueda tener en el colegio o por su buena conducta. La importancia que ella le otorga al relato, al placer de contar y de contarse, coincide con la percepción del psicoanalista francés René Diatkine . Diatkine dice que en la vida manejamos dos tipos de lenguaje: el lenguaje utilitario , que acompaña los hechos cotidianos –como un simple comentario o una orden–, de forma puntual, sin inicio ni final, con palabras imposibles de entender fuera de su contexto, y el lenguaje del relato, que se utiliza para contar eventos con un inicio, un desarrollo y un final, con una estructura que ordena el acto de la palabra y le permite la construcción de sentidos; es el lenguaje de la literatura, que, en un juego con el tiempo y el espacio, nos permite la distancia necesaria para el desarrollo de una vida cultural. En esta medida, la aprehensión y el desarrollo del lenguaje del relato desempeñan un papel importante en la dinámica de relación e integración social; consecuentemente, su carencia puede estar en el centro de algunas de las múltiples y diversas formas de exclusión que conocen nuestras sociedades modernas. En este mismo sentido, para los militantes sociales convertidos en bibliotecarios o para los bibliotecarios comprometidos con una labor social, la liberación de la palabra constituye un acto fundamental en la lucha contra la marginalidad. En comunidades sin voz y en nombre de las cuales procuramos hablar, la liberación de una palabra profundamente personal, en el contexto de lecturas compartidas, puede convertirse en un elemento de transformación social. Estos militantes bibliotecarios saben que para escuchar es necesario ser escuchados primero. Saben la importancia que puede tener, para aquellos a quienes no permitimos ningún espacio de decisión o posibilidad de ejercer una responsabilidad, la sencilla acción de elegir sus lecturas. El descubrimiento de la cultura del “otro” les da una nueva mirada sobre la cultura propia, les permite abrirse al “otro” para encontrarse mejor. Frecuentemente en comunidades marginales nos enfrentamos a altos grados de analfabetismo, ¿cómo darle un lugar a la lectura en estos contextos? La experiencia de lectura en familia nos revela fenómenos bien interesantes. Como señala Evelio Cabrejo Parra, psicolingüista colombiano residente en París, frecuentemente los hijos impulsan a sus padres, analfabetos o con dificultades de acceso a la lectura y la escritura, a un acercamiento común a este mundo. En el ambiente creado por la lectura compartida se genera un movimiento general que compromete a niños y adultos. Es claro que en estos padres el deseo de aprender pone en evidencia la conciencia de una carencia vivida cotidianamente: vivir en medio de la hegemónica cultura de lo escrito les recuerda a cada instante que ellos ¡están fuera! Para estos adultos descubrir la lectura junto a sus hijos puede significar la posibilidad de una original integración familiar y social. Integración que pasa por la lectura pero que va más allá, creando en estas comunidades relatos comunes, experiencias literarias y afectivas compartidas. Experiencias que pueden representar la base de nuevas relaciones que les permitirán, en otros ámbitos –más allá de los momentos de lectura– la creación de nuevos vínculos interpersonales y colectivos. Dimensión social del libro, la lectura y la biblioteca Explorar y disfrutar el socializador lenguaje del relato, experimentar el ejercicio de pequeñas pero decisivas libertades, encontrar una puerta de acceso, para niños y adultos, al mundo de lo escrito, son sólo algunos ejemplos de las nuevas perspectivas que podemos construir en un trabajo interdisciplinario. Compartir experiencias y puntos de vista nos permite, a los bibliotecarios, tomar mayor conciencia de la importancia que la biblioteca puede adquirir en la vida de las comunidades. Nos lleva a considerar nuestra labor bajo una nueva óptica, a la vez compleja, sencilla y profundamente interesante, tanto para nosotros como para nuestros interlocutores. En mi caso, el hecho de arriesgarme a salir de la biblioteca para proponer momentos de lectura, libros de calidad, encontró un eco fundamental en el entonces naciente movimiento de René Diatkine (ACCES) por varias razones: por el simple hecho de ir al encuentro de los niños y familiares en sus contextos cotidianos, por la simplicidad y la riqueza de estos encuentros informales que pueden vivirse en cualquier lugar, por la grata sorpresa para los niños y sus familias de encontrar, en su camino y especialmente para ellos, aquello que normalmente se propone en lugares designados como cultos o educativos, por el placer de una lectura elegida, libre y desligada del control pedagógico, por el placer de ser escuchado con real interés, por la importancia dada a los padres y familiares, por el cuidado puesto en la calidad de los libros, por la relación permanente con las bibliotecas cercanas. Esta vía de trabajo que comenzó hace ya casi veinte años, hoy tiene una cierta expansión en el mundo de las bibliotecas francesas. Canastos de libros cuidadosamente
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seleccionados están presentes allí donde en principio uno no los esperaría; para muestra un botón: los encontramos en los Centros de Protección Maternal e Infantil, frecuentados en su mayoría por familias con dificultades económicas, familias que tienen que someterse a los controles obligatorios de salud de los bebés. En estos centros, el personal de la salud y las madres que los visitan cada vez se vuelven más sensibles a la riqueza de los encuentros que viven los pequeños con los libros. Leamos de la Mano de Papá y Mamá, una experiencia latinoamericana El Cerlalc desarrolla experiencias similares con el proyecto Leamos de la Mano de Papá y Mamá, una red latinoamericana de fomento de la lectura en poblaciones marginales y excluidas, que busca, por una parte, generar procesos familiares y comunitarios de lectura, y por otra, aprender de ellos por medio de la reflexión sobre el trabajo realizado. En todos los casos, los miembros de Leamos... intentan salir de los lugares convencionales de lectura o abrirlos a nuevas experiencias. Sacar los libros de las bibliotecas implica un cambio y mucha creatividad en la manera de llegar a la gente y relacionarse con ella. Pero además, es evidente que, al entrar en contextos sociales y culturales diversos, los procesos deben ser necesariamente originales. Así, uno de los aspectos más interesantes de las reflexiones que compartimos en esta red, a lo largo del año, es justamente la búsqueda de alternativas propias de trabajo frente a las recetas y las formas aprendidas. En varios países de América Latina hemos podido reflexionar juntos sobre la creación de formas de trabajo a partir de la idiosincrasia y experiencia de cada comunidad, tomando en cuenta, cada vez, las costumbres, la cultura y las diferentes configuraciones grupales y familiares, tan variadas, en América Latina. Se trabaja en barrios populares, en hospitales, en parques, en comunidades indígenas. Se intenta leer la realidad, partir de la propia cultura, para enriquecerla con los relatos que proponen los libros y el mundo del escrito. La proximidad con poblaciones que muy a menudo son desconocidas y marginadas nos suministra una percepción nueva de la que pretendemos aprender y que nos gusta compartir. Los miembros de la red anotan escrupulosamente sus observaciones sobre los niños, sus formas de recibir las lecturas y las relaciones que así se generan. Sin excepción y frente a todo tipo de público, es interesante observar que los libros de gran calidad son los que gozan de mayor y mejor acogida, los que permiten encuentros más enriquecedores. Constatación simple y casi evidente, pero que nos obliga a manifestar un celo permanente en la elección de los libros que proponemos y a ser más exigentes con nuestro trabajo. En Leamos... se realiza un importante trabajo de sensibilización, especialmente del personal de instituciones infantiles, como los hospitales para niños, al tiempo que se trabaja con padres e hijos en estos lugares. Esta irrupción de la lectura en espacios no convencionales es vital, como lo prueba la fecunda acción de Leamos... en varios países. Sin embargo, sabemos que es limitada si no se articula con una sólida relación con las bibliotecas, ya sean públicas o escolares, grandes o pequeñas. Macro vs. micro Para los niños que descubren la lectura en espacios no convencionales y, en ocasiones, pasajeros, es necesario tener la posibilidad de acceder a un lugar en el cual estén seguros de encontrar otras obras que respondan a su naciente curiosidad literaria. Las pequeñas bibliotecas de barrio son más apropiadas para favorecer en la población estas prácticas de lectura compartida. Pero sabemos que en Occidente la tendencia actual es la construcción de grandes bibliotecas que puedan reunir un máximo de documentos, escritos y audiovisuales, en línea, para responder a la diversidad de intereses de sus lectores. Siempre defenderemos el valor y la importancia de las pequeñas bibliotecas de barrio, si nos lo preguntan, pero esto no quiere decir que no existan en las grandes estructuras posibilidades de un trabajo como el que venimos planteando. A propósito de esto es convincente la experiencia de “Lire a Paris”, proyecto iniciado por ACCES: las bibliotecas para niños de París –grandes y pequeñas– hoy se apoyan de manera importante en el trabajo de personas o de equipos –como el de Leamos...– que realizan su trabajo en forma independiente pero articulada a las bibliotecas. En este intercambio todos resultan beneficiados: en primer lugar los lectores, para quienes la oferta se amplía y encuentran nuevas formas y propuestas de lectura; en segundo lugar, los bibliotecarios, que aprenden mucho de las observaciones y reflexiones de los jóvenes militantes de la lectura, y estos últimos, que, a su vez, pueden apoyarse en el conocimiento de las colecciones de los bibliotecarios para elaborar propuestas de lectura. Esta es la posibilidad de cooperación que hemos encontrado en París: sin duda, en cada contexto, y de acuerdo a las posibilidades de cada lugar, surgirán nuevas propuestas, ya que lo más importante de esta apertura de las bibliotecas es la idea de unir esfuerzos en torno a un interés común: la
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lectura. Aunando fuerzas podemos comenzar a establecer serios y sólidos vínculos con nuestro público, ir a buscarlo, seducirlo con los libros y con las diversas posibilidades que ofrecen los libros como catalizadores de relaciones humanas; en este caso, de relaciones intergeneracionales, de relaciones intrafamiliares. Es claro que los niños y sus familias encuentran su lugar en las bibliotecas cuando estas se toman el trabajo de establecer una relación con ellos. Como por un justo retorno de las cosas, la presencia de las familias en las bibliotecas enriquece considerablemente la reflexión de todos. Lo que habitualmente se vive en la esfera de lo privado es puesto en la plaza pública. Estas actividades nos revelan a todos la doble dimensión personal y social de aquello que se puede vivir gracias al libro: las posibilidades afectivas y relacionales de las lecturas compartidas por niños y adultos. Así la lectura encuentra su verdadero sentido al tiempo que la biblioteca conoce una dinámica renovada, marcada por nuevos ejes de interés en el trabajo: la preocupación por un real acercamiento a los lectores – aconsejarlos en sus lecturas, tomarse el tiempo de escucharlos– la organización de encuentros simples y estimulantes que les den su lugar como actores, que les permitan asociarse y comprometerse en la vida de la biblioteca. Avanzar en este sentido debería representar el centro de nuestras actividades, debería constituir la primera de las “animaciones”. De otra manera, limitaríamos nuestro rol al de simples distribuidores. Por eso decimos que las bibliotecas deben estar dispuestas a entablar nuevas cooperaciones, a compartir experiencias y conocimientos, a proponer nuevos tipos de relación con sus lectores, a acercarse más a ellos. Esto supone, de nuestra parte, un compromiso personal, no podemos contentarnos con una labor de vigilantes. Una parte importante de nuestro compromiso como bibliotecarios estriba en la responsabilidad que asumimos, con conocimiento de causa, frente a los criterios de adquisición de libros; pero si, por desgracia, esta libertad de elección no nos es dada, tenemos siempre la responsabilidad de decidir cuáles poner de relieve, cuáles proponer y promover entre los jóvenes lectores y sus familias. Igualmente fecundo resulta el simple gesto de compartir con ellos nuestras lecturas preferidas, esperando que ellos, a su vez, expresen sus gustos y áreas de interés. El libro en todos los ambientes... pero en contacto con la biblioteca Gracias a iniciativas como la de Leamos..., en Latinoamérica, o la del movimiento ACCES, en Francia, los bibliotecarios se han visto obligados a repensar su oficio. La interacción con quienes realizan un trabajo de campo no sólo ha contribuido a establecer un puente de comunicación para mayor provecho de la población, que no vendría espontáneamente a la biblioteca, sino que ha promovido un interesante intercambio con padres de familia, trabajadores sociales y personal de instituciones infantiles, sin olvidar, por supuesto, a otros bibliotecarios. De esta manera se van creando redes que abren posibilidades múltiples de comunicación e interacción. Podríamos decir que se da un “contagio” de la emoción de la lectura, que nos puede llevar a lugares inesperados. Vemos, por ejemplo, que el trabajo de lectura en hospitales ha llevado a un interés y compromiso por parte del personal médico y en ocasiones de las instituciones médicas mismas; quizás las experiencias de lectura en sus salas de espera le cambian la cara y el ritmo a su trabajo, posiblemente les permiten tener una mirada más personalizada de los numerosos “pacientes” que reciben día a día. En un hospital bogotano, en cuyas salas de espera se realizaron lecturas, los médicos expresaron haber sentido un cambio en la actitud de niños y padres: todos estaban mucho más tranquilos y en la consulta las relaciones eran mas fluidas, menos tensas. Sin la idea de sacar las bibliotecas de sus locales, encerrados en sí mismos, probablemente no habríamos pensado en lo importante que puede ser la lectura en un hospital. Uno no puede sino apreciar y admirar la labor realizada por estas iniciativas informales, que llenan nuestro camino de posibilidades infinitamente creativas y novedosas. Sin embargo, no debemos olvidar el necesario nexo de estas formas de trabajo con las bibliotecas de barrio o escolares, grandes o pequeñas; ya que son éstas las que van a asegurar la continuidad en el trabajo realizado. Son ellas las que permiten ir más allá de una conmovedora experiencia puntual, y responder, cotidianamente y de por vida, a las necesidades culturales del público sensibilizado a la lectura. Sabemos que no podemos actuar solos. La reflexión permanente sobre lo cotidiano, la confrontación exigente y en confianza con otros profesionales cercanos a los niños y sus familias nos enseña mucho sobre las conductas por seguir. Nos ayudan a eliminar prácticas esclerosadas, jamás puestas en cuestión, que no significan nada para los niños y les hacen creer que la lectura no les concierne; situación de la que se desprende el rechazo de la lectura al final de la escolarización. Tomarse el trabajo de escuchar a estos niños y jóvenes es el mejor medio de evitar caer en la trampa común de tener en cuenta únicamente las solicitudes escolares. Todos sufrimos al ver las bibliotecas invadidas
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por escolares que no vienen sino a “copiar una tarea”, a seleccionar pedazos de información que realizan en un simple “cortar y pegar”, sin que esto les interese realmente y, en ocasiones, sin ni siquiera entender lo que están haciendo. Es triste y desafortunado que muchas bibliotecas públicas se limiten a cumplir una función meramente escolar y sean incapaces de abrir otros espacios para lecturas que den respuesta a las curiosidades personales de los niños y jóvenes. Para esto, experiencias como las de las pequeñas “bibliotecas populares”, en Venezuela o las acciones de Leamos de la Mano de Papá y Mamá deberían ser más conocidas. Una parte importante de las experiencias y reflexiones evocadas en este artículo pone el acento en la primera infancia y en el papel de las lecturas en familia a esta edad. Sin embargo, la biblioteca es para todos y según las edades la relación con la familia cambia: en general a los niños grandes les gusta que se respete su necesidad de autonomía, aprecian que se tenga en cuenta la diversidad de sus intereses, particularmente numerosos a su edad. Por su lado, los adolescentes frecuentemente organizan su vida social fuera del cuadro familiar, prefieren relacionarse entre ellos; en esta edad de confrontación experimentan un gusto especial por las discusiones y estas podrían desarrollarse eventualmente en las bibliotecas, o en colaboración con ellas, si están dispuestas a escucharlos. Sin importar la edad, todos esperan que la biblioteca sea un lugar de encuentro, bajo las formas más variadas. Quisieran encontrar personas listas a establecer un diálogo, a encontrarse alrededor de obras de calidad susceptibles de entusiasmarlos, obras que difícilmente niños y jóvenes encontrarían solos. Todos experimentan la necesidad de una vida auténticamente relacional, que les permita encontrar su lugar al lado de aquellos con quienes viven. Para terminar, sólo diré que no debemos olvidar el carácter único de las bibliotecas: nuestra principal preocupación es la de crear las condiciones necesarias para que cada niño pueda encontrar su camino como lector, según su personalidad y sus intereses. Camino en el que cada paso es un ahora, un momento presente, para disfrutar en todas sus dimensiones. Nos corresponde a nosotros acompañar a ese joven lector; estar atentos para preparar esos encuentros sabrosos que pueden volver la vida más interesante y más digna de ser vivida. La biblioteca debe proponerse y promoverse como lugar de encuentros, donde hay niños, jóvenes y adultos que viven, cada uno a su manera, pasiones, entusiasmos, curiosidades, instantes que pueden disfrutar en soledad y recogimiento, o compartiendo con otros. En cualquiera de los casos hay experiencias para compartir, hay relaciones a construir, hay vida por vivir.
El presente artículo se tomó de la revista Nuevas Hojas de Lectura Nº2 (Bogotá: Fundalectura, 2004) y se reproduce con autorización de su autora.
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