La lectura, un asunto de familia

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La lectura, un asunto de familia Por: Geneviève Patte 1. La experiencia de leer juntos Al tratar este tema, quisiera evocar mi experiencia como bibliotecaria para niños, que si bien empezó con el trabajo realizado en Francia, con el tiempo se ha enriquecido en constantes intercambios con otros países y otras culturas. Debo decir que la relación con América Latina ha sido especialmente rica en los últimos tiempos; he aprendido mucho de ciertas iniciativas latinoamericanas particularmente vivas y fecundas, como la de las Bibliotecas Populares, en Venezuela, y recientemente la de los espacios de lectura en México, Nicaragua o Colombia, por nombrar sólo algunos ejemplos entre muchos. En todos estos casos se trata de trabajos que promueven las lecturas compartidas en comunidades marginadas. Son experiencias que nos proponen nuevas formas de concebir las condiciones y posibilidades de una lectura interesante, que nos iluminan sobre nuestro rol de padres o bibliotecarios, cualquiera que sea el contexto en el que vivimos. Durante los últimos años, en Francia uno de los grandes progresos de las bibliotecas para niños ha sido el reconocimiento del rol esencial de los padres en el despertar a la lectura de los más pequeños. Poco a poco, las bibliotecas se han abierto a la integración de las familias en su conjunto. Hoy en ellas podemos encontrar, de forma natural y cotidiana, a los padres con sus pequeños y los hermanos mayores de estos, sus tías y tíos, abuelos y abuelas, así como a las maestras de preescolar, pasando largos y agradables momentos en compañía de los niños más pequeños. Son momentos gratos, vividos entre los libros, en los que se intercambian historias y palabras. Recibir las familias en las bibliotecas renueva su ritmo y dinámica. Les permite retomar su tarea primera, profundamente humana, de compartir la lectura. Las libera de la pesadez, frecuentemente atada a una extrema escolarización o visión utilitaria de la lectura, que las desvía del simple y profundo placer de leer. Esta apertura devuelve a la lectura su doble dimensión íntima y relacional. No se trata de una acción más: los procesos que se viven entre adultos y niños, entre padres e hijos, son fundamentales y redefinen, en su esencia, el papel de las bibliotecas en su relación con la comunidad. La experiencia que los niños y sus padres viven en estos espacios es fundamental, permite a unos y otros ser testigos, sorprendidos, de aquello que puede representar la lectura: una experiencia fuerte, íntima, susceptible de crear entre quienes la viven relaciones plenas, profundas. También descubrirán que el placer de estos encuentros, profundos o alegres, en la biblioteca, un lugar público, puede invadir la vida familiar en todo momento. Como han testimoniado muchos padres, cuando desde la más tierna edad se tejen semejantes relaciones en la intimidad familiar, pueden durar toda la vida. Encontramos el gusto de hablarnos, de conocernos; la lectura da las palabras para esto. En la alegría de estos intercambios, lo cotidiano puede vivirse mejor y el futuro se puede imaginar más libremente. Con el libro toda una cultura se pone al alcance de la mano; alrededor de la palabra dicha y recibida, una vida se abre con amplitud. Dar a todos acceso a esta cultura de lo escrito, a la riqueza de la lengua del relato, es la preocupación de grupos y personas sensibles al drama de la exclusión. Cualquiera sea el contexto social y el nivel de instrucción, tratan de mostrar que todos pueden saborear la lectura como experiencia íntima, personal, y como fuente de encuentros e intercambios, verdaderas riquezas de la vida. Cada persona tiene su lugar, su papel, en este descubrimiento. La lectura no puede convertirse en un asunto exclusivo de las instituciones y los expertos. La palabra que ella ofrece y suscita puede irrigar los actos de la vida más humilde y las experiencias más diversas. Pero para estar viva esta palabra exige ser compartida. ¿Qué significa esto? La biblioteca fuera de la biblioteca: una experiencia, una posibilidad Las lecturas compartidas se hacen de manera sencilla, sin necesidad de medios excepcionales y, por esta razón, pueden vivirse en cualquier lugar. Nos permiten salir al encuentro de diversos públicos, de gente que, por motivos diversos, no frecuenta las instituciones culturales. Nuestra primera experiencia de "biblioteca extramuros" se realizó regularmente todas las semanas, durante dieciocho años, en Clamart, hasta que el barrio, considerado muy insalubre, fue destruido. La iniciativa de la lectura comunitaria surgió porque teníamos en la biblioteca este tipo de encuentros alegres e informales en torno al libro. Sabíamos que algunos niños, o ciertas familias, no podían beneficiarse porque les resultaba difícil atreverse a penetrar en una biblioteca o en otro centro cultural; tenían el sentimiento

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