Literatura un espacio en el que todos podemos reconocernos

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CONFERENCIA MAGISTRAL 4:

La literatura: Un espacio en el que todos podemos reconocernos / master conference 4:

Literature: A space in which all of us can be recognized

YOLANDA REYES Escritora y educadora nacida en Bucaramanga, Colombia, en 1959. Fue una de las fundadoras de Espantapájaros (Bogotá,) un proyecto pionero en el fomento de la lectura desde la primera infancia. Es autora de numerosos ensayos que recogen su trabajo de investigación en torno a la formación de lectores y ha asesorado a diversas organizaciones nacionales e internacionales en el diseño de programas y lineamientos sobre políticas de infancia, lectura y literatura. Desde hace más de diez años es columnista habitual del diario El Tiempo de Bogotá y obtuvo Mención Especial en el Premio Simón Bolívar de Periodismo por su columna “El ADN de Colombia”. Dirige la colección “Nidos para la Lectura” de Alfaguara, que ha rescatado, editado y divulgado un conjunto de obras destacadas de la literatura infantil, y dicta el curso “Escribir para niños” en el Máster a Distancia en Libros y Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona y el Banco del Libro de Venezuela. Entre sus obras literarias figuran: El terror de Sexto B, Alfaguara (1994). Premio Noveles Talentos de Fundalectura, seleccionado en la Lista de Honor The White Ravens, de la Biblioteca de la Juventud de Munich, y en “Los mejores libros para niños” del Banco del Libro de Venezuela. Los años terribles, Norma, 2000. Beca de Creación Literaria del Ministerio de Cultura de Colombia y finalista en el Premio Norma-Fundalectura. Una cama para tres. Alfaguara, 2004, Lista de Honor The White Ravens, de la Biblioteca de la Juventud de Munich.

COLOMBIA / COLOMBIA Yolanda Reyes is a writer and educator born in Bucaramanga, Colombia, in 1959. Professionally, among multiple and important responsibilities, she has devoted herself to the development of different activities around the promotion of reading and literature, of which we can highlight: One of the founders of Espantapájaros (Bogota, a pioneer project in the promotion of reading from early childhood. Author of numerous essays that gather her research work about the formation of readers. Adviser of various national and international organizations programs in the design of policies and guidelines on childhood, reading and literature. For more than ten years now, a regular columnist for the newspaper “El Tiempo” of Bogotá. Obtained a “Special Mention” in the Simon Bolivar Journalism Award for her column “The DNA of Colombia”. Director of Alfaguara’s “Nests of Reading” (Nidos para la Lectura), a collection that has rescued, edited an published an ensamble of outstanding works of literature for young people. Teacher of the course “Writing for Children” as parte of the Master in Distance in Books and Literature at the Autonomous University of Barcelona and the Book Bank of Venezuela. We can highlight part of her most outstanding literaty work: “El terror de Sexto B” (Sixth Grade B terror), Alfaguara, 1994; “Premio Noveles Talentos de Fundalectura”, selected in the Honor List

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YOLANDA REYES Pasajera en tránsito, Alfaguara, 2006. Seleccionada por la revista Arcadia de Colombia como uno deLos diez mejores libros del año 2007 en la categoría de ficción. Otros de sus títulos más conocidos sonLos agujeros negros, El libro que canta, Cucú, Ernestina la gallina, Mi mascotay el ensayo La Casa imaginaria: lectura y literatura en la primera infancia.

COLOMBIA / COLOMBIA “The White Ravens” of the Youth Library in Munich, as well as in “Los mejores libros para niños” (The Best Books for Children) of the Banco del Libro (Book Bank) of Venezuela. “Los años terribles” (The terrible years), Norma, 2000: Literary creation scholarship from the Ministry of Culture of Colombia, and a finalist in the Norma-Fundalectura Award. “Una cama para tres” (One bed for three), Alfaguara, 2004: selected in the Honor List “The White Ravens” of the Youth Library in Munich. “Pasajera en tránsito” (Passenger in transit), Alfaguara, 2006. Selected by Arcadia magazine in Colombia as one of the ten best fiction books of 2007. Finally, to complete Yolanda´s productive literary work, we can mention some other of her best known titles: “Los agujeros negros” (The black holes), “El libro que canta” (The book that sings), “Cucú”, “Ernestina la gallina” 8hen Ernestina), “Mi mascot” (My pet), and the “La Casa imaginaria: lectura y literatura en la primera infancia” (The Imaginary House: reading and literature in early childhood).

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CONFERENCIA MAGISTRAL 4: Literatura: un espacio en el que todos podemos reconocernos.

MASTER CONFERENCE 4: Literature: A space in which all of us can be recognized

La luz de la oscuridad I. “Yo le he perdido el miedo al dolor de los niños”, me sorprendí mientras me oía decir la frase, frente a un grupo de líderes comunitarios, en una biblioteca. Habíamos llegado a uno de esos pueblos de tierra caliente colombiana que quizás algunos de ustedes podrían asociar con el mítico “Macondo” de García Márquez y que conocemos como pueblos del Caribe, pese a que muchos no tienen vista al mar. La gente de ese pueblo intentaba retomar la vida que se le había roto en antes y después, por causa de una masacre paramilitar, en febrero de 2000, cuando unos hombres armados sacaron a la gente de sus actividades cotidianas, literalmente de su vida cotidiana, y fueron matando, reunidos en la plaza o por las veredas y los caminos de acceso, a muchos hombres y mujeres, a quienes habían estigmatizado como colaboradores de la guerrilla.

The Light of Darkness I. “I have lost the children’s fear of pain,” I was surprised when I heard myself saying the phrase, in front of a group of community leaders at a library. We had arrived to one of those villages of Colombian warm earth, that perhaps some of you can associate with the mythical “Macondo” of Garcia Marquez and with towns near the Caribbean Sea, even though they may not have views of the ocean. The people of this town were trying to resume the life that had been taken from them before and after a paramilitary massacre in February, 2000, when some armed men forced the people away from their daily activities, quite literally from their everyday life and they were killed, rounded up in the plaza, or from the surrounding pathways and roads. Many men and women had been stigmatized as collaborators with the guerillas.

Yo conocía la historia antes de ir, la había leído en la prensa en su momento, como supe de otras masacres que ocurrieron en las últimas décadas en mi país y que convirtieron a la población civil inerme en objetivo de guerra, pero una cosa es conocer la historia filtrada por los diarios o asordinada por los noticieros, desde un apartamento en una zona residencial de Bogotá, y otra escuchar a las víctimas, repitiendo ese ritual tan necesario y sanador, de comenzar de nuevo a contar lo que vivieron, aun sin entenderlo. De modo que ahí estábamos, asistiendo a uno de los ritos más antiguos de la humanidad: el de ensartar palabras, unas al lado de las otras, para rebobinar los hechos una y otra vez, –otra vez más, como piden los niños– y no solo para contar la historia frente a nosotros, los forasteros, sino para volvérsela a contar entre ellos mismos: a sí mismos. Siguiendo jerarquías implícitas, quizás rezagos de un mundo patriarcal, habían hablado los varones

I knew the story before going to the town, and had read the news reports about the massacre, just as I had heard of other massacres that occurred during the past decades in my country and transformed a defenseless civil population when it came to war. One thing is to know history from an apartment in a residential zone of Bogata, that has been filtered by the newspapers or diminished by news stations, and another is to hear the victims repeating the necessary and healing ritual that begins by them telling what happened even though they still do not understand why. There we were attending one of the most ancient rights of humanity; that of spitting out the words, from one side or the other to rewind the facts over and over, and over again just like children – and not only to tell the story face to face with us, the outsiders, but to return and tell it among themselves; to themselves. Following implicit hierarchies, perhaps remainders of a patriarchal world, the men spoke at the beginning; first the leaders with more experience, afterwards the younger men, until finally it was

1 Ponencia magistral leída en el 34 Congreso Internacional de Ibby. “Que todos signifique todos”. Ciudad de México, viernes 12 de septiembre de 2014.

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al comienzo: primero los líderes con mayor trayectoria, luego otros más jóvenes, hasta que por fin les había llegado el turno a las mujeres. Una de ellas contó que había subido a sus hijos en su burro, con un televisor recién comprado, para que huyeran por el monte y se salvaran –viejos gestos que la literatura ha convertido en símbolos: el burro, los tesoros y, sobre todo, el instinto de poner a salvo a los niños–, y agregó que todavía, después de tantos años, había muchos detalles acerca de dónde estuvieron sus hijos durante esos días terribles y qué comieron y por qué caminos se abrieron paso que no se habían contado. Si bien todos los testimonios eran sobrecogedores, noté, entre los de los hombres y los de las mujeres, una diferencia de matices: los hombres tendían más a relatar hechos, en tanto que las mujeres se detenían más en las sensaciones, las emociones y las palabras que aún no se habían dicho. Enmarcada por la singularidad y por el color de cada voz, la memoria que a veces suele pensarse como una sola, aquí se revelaba en toda su polifonía: muchas memorias, fragmentos de memorias, con timbres, tonos y también cuerpos diferentes, y noté cómo aquella discontinuidad entre los hechos que nos motiva a contar una y otra vez para buscar hilos que den unidad temporal y espacial a la brutalidad de los eventos, tenía también variaciones de género. Todo relato, toda memoria, lo sabemos, es una búsqueda de sentido, una interpretación, y como yo había sido convocada a ese encuentro por escribir para los niños, por intentar dar palabra a Los agujeros negros, que es el título del libro que iba a leer en esa biblioteca, quise indagar sobre lo que sabían los niños.

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the women’s turn. One of them told how she had placed her children on a donkey, with a recently purchased television set and fled to the mountains and were saved – old gestures that literature had converted into symbols; the donkey, the treasures, and above all the instinct to save the children. She added that even now after many years there were many details about where her children were during those terrible days, what they ate, and why back streets that they had not counted on were opened to allow them through. All of the testimonies were frightening, but I noted a difference between the men and the women. The men tended to tell about facts, while the women focused more on sensations, emotions, and the words that had not yet been spoken. Framed by a uniqueness and by the color of each voice, the memory that sometimes tends to think as one, here was revealed by all of its many sounds, many memories, fragments of memories, with bells, noises and different bodies; I noted how a lack of continuity among the facts motivated us to tell it over and over again, to search for threads that provided temporary unity and space to the brutality of the events. There were also variations. Each story, every memory, we know was a search for sense, an interpretation. I had been asked to attend this encounter to write for the children, to try to give words to The Black Holes, the title of the book I was going to read at the library. I wanted to investigate about what the children knew. — The children? - They asked me with surprise.

–¿Los niños? –me preguntaron sorprendidos.

— Yes, how do you speak to the children about this? – I insisted, but because of the strange looks on their faces, I changed my question. You have spoken to the children about this, haven’t you?

–Sí, ¿cómo hablan de esto con los niños?, – insistí, pero al ver sus caras de extrañeza, corregí la pregunta–: ¿Ustedes hablan de esto con los niños? Me dieron respuestas del tipo “ellos eran muy

They gave me answers like “they were very young, and don’t remember, or they don’t understand, or they were born after the massacre”. Or they would say: “Of course they have heard us talk about that, but directly as you say, or talk with them, or for them,

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chiquitos, o no se acuerdan, o no entienden o nacieron después de la masacre”. O “claro que nos han oído hablar de eso, pero directamente así, lo que se dice hablar con ellos, para ellos, no. Como estamos hablando aquí, no.” Era un pueblo pequeño y los niños mayores y los adolescentes que aún no se habían acostado, revoloteaban por ahí. Habían pasado trece años desde entonces y los adultos no dejaban de hablar de la masacre, no podían dejar de hablar de la masacre, pero creían que los niños no oían. –Los niños tienen orejas –les solté-, como suelo decirles a los padres de los más chiquitos cuando dicen que no saben cómo manejarlos, con sus hijos ahí, oyéndolos hablar. – ¿Cuántos años tenías tú en febrero de 2000? –le pregunté a uno de los líderes más jóvenes. –Once –me contestó. Sentí que la voz le salía en un registro distinto al que le había escuchado en su primer relato y pensé en la lucidez, la sensibilidad de los once años: esa edad en la que tenemos la sintaxis adulta y las preguntas, todas, y está por comenzar la revolución hormonal de la adolescencia. Los hice pensar en cómo eran ellos a los once años, y creo que entendimos desde el fondo de cada infancia que a esa edad se sabe casi todo. Fue en ese momento cuando salió la frase: Yo le he perdido el miedo al dolor de los niños. Sonaba fuerte. Y no era cierta, por supuesto. Se me vino a la cabeza una frase de Toni Morrison: “En algunas sociedades hay gente cuyo trabajo es recordar”. Y se me ocurrió que mi trabajo, (nuestro trabajo) estaba anclado sobre eso: recordar y dar palabras. Acompañar a los niños una y mil veces a donde viven los monstruos y a mirarlos fijamente a los ojos amarillos, sin pestañear una sola vez, como hace Max, el rey de todos los monstruos. Al otro día, inspirada en su truco mágico, les leí

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no. “Just as we are talking here, no.” It was a small town and the older children and the adolescents had not yet gone to bed and were running around. Thirteen years had passed and the adults had not stopped talking about the massacre, they could not stop talking about the massacre, but they thought that the children did not hear. —The children have ears – I blurted out – just as parents declare when they state that they do not know how to handle the smallest ones, while the children stand there listening to them speak. — How old were you in February, 2000? I asked one of the younger leaders. — Eleven- he answered me. I felt that his voice sounded different from when I first heard him speak of his experiences. I thought of the clarity, the sensitivity of being eleven years old: an age when we have the sentence structure of adults and all of the questions, all of them, and the revolution of adolescence is just beginning. I asked them to think back when they were eleven years old and how they were, and I think that we understood that from the outset of each childhood that at that age one knows about most everything. It was at that moment when the phrase was spoken – I have lost the child’s fear of pain. It sounded strong. Of course it was not true. I recalled a phrase by Toni Morrison: “In some societies there are people whose work is to remember”. It occurred to me that my work, (our work) was anchored in this: remember and give words. Accompany the children a thousand and one times to where the monsters live and stare at their yellow eyes, without blinking once, like Max the King of the Monsters. On another day, inspired by his magic tricks, I read stories to those adult leaders, mostly men that had witnessed killing and dying and had run from their village, and later in an act of bravery decided to return to this ghost town

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cuentos a esos líderes adultos, varones en su mayoría, que habían visto matar y morir y habían huido de su pueblo y que luego, en un acto de valentía, habían decidido regresar a ese lugar poblado de fantasmas, para afrontar las tareas de reconstrucción material y simbólica de su tierra arrasada, pero que tenían tanto miedo de hablar con sus niños. Sentada en círculo, mirando fijamente a los ojos brillantes de mi audiencia, me sentí como aquella bibliotecaria del libro de Margaret Mahy, o como la misma Scherezada, tan poco provista para resolver asuntos prácticos, tan vulnerable para correr o hacer tareas de coordinación o fuerza, tan inferior a todos ellos en afrontar tragedias, pero “tan Scherezada”, tratando de buscar palabras para hablar de cosas indecibles; tratando de abrir esos caminos hacia el alma de los niños que han transitado los artistas y que nos llevan de regreso al alma de nuestra propia infancia. Leímos El árbol rojo de Shan Tan y fue conmovedor que un libro sobre un árbol venido de tan lejos nos estuviera dando sombra y albergue en ese pueblo. Lo leímos a dos voces: una niña del pueblo de nueve años, que al parecer lo había leído muchas veces porque se lo sabía casi de memoria, y yo. En una niña están todas las niñas. Pensé en Ana2, en Bogotá. II. Yo no le había perdido el miedo al dolor de los niños. La mamá de Ana se estaba muriendo. Ana era una de las lectoras de la biblioteca de Espantapájaros y tenía tres años. Por esos días, hablábamos mucho con su padre en el jardín, mientras ella jugaba con otros niños. Se alejaba correteando y regresaba, para tocarlo y cerciorarse de que seguía estando ahí, con esa forma de gravitar alrededor de las conversaciones adultas tan típica de los niños cuando quieren pero temen escuchar lo que decimos. Hablábamos de cómo evolucionaba la madre: si mejoraba o empeoraba, lo cual sucedía intermitentemente, y buscábamos también formas de ayudar a la familia a manejar

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to confront the tasks of reconstruction, both material and symbolic in their ravaged land. However, they were fearful to talk about it with their children. Seated in a circle, staring at the shining eyes of my audience, I felt like that librarian in the book by Margaret Mahy, or like Scherezada, so unprepared to solve practical matters, so vulnerable when it came to running, or performing tasks of coordination and strength, so inferior to all of them when it came to confronting tragedies, but “so Scherezada”, trying to find words to speak about the unspeakable; trying to open pathways to the souls of the children where artists had traveled and return to the soul of our own childhood. We read “The Red Tree” by Shan Tan and it was moving to note that a book about a faraway tree was providing us with shade and shelter in that village. I, along with a little nine year old girl from the village who had apparently read the story many times because she had it practically memorized, read the story twice. Within a little girl are all little girls. I thought of Ana when I returned to Bogotá. II. I have not lost the child’s fear of pain. Ana’s mother was dying. Ana was a reader at the library of “Scarecrows” and was three years old. During those days I conversed a lot with her father in the yard, while she played with other children. She would run away and return in order to be in contact with what was happening, getting close to adult conversation so typical of children when they are afraid to hear what we really say. We talked often about how her mother was getting along, if she was improving or getting worse, and looked for ways to help the family handle the situation during those final days in which the prognosis was negative, though hope was still not lost. One day Ana’s mother was taken to the emergency room, and after a series of complications, she never went home. She had left her house, just like every other day when her illness began, and maybe

2 El nombre de Ana es ficticio. La niña es real.

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esos últimos días en los que, pese a todo, no había muerto la esperanza. La madre de Ana se había ido un día a las urgencias del hospital y, entre una complicación y otra, no había regresado. Había salido de la casa, como otros días cuando empezó su enfermedad, y quizás porque pensó que iba a volver o porque no se estaba sintiendo bien y no quería angustiar a Ana, se fue sin despedirse. Ahora, después de varios meses de estar en el hospital, era importante que se vieran. De todo eso hablábamos en el jardín y hablábamos también con Ana, abrazándola y consolándola cuando se ponía triste, e intentando dar palabras al hecho inexplicable de que su madre, para quien ella era lo más importante, se hubiera ido así, sin decir nada. ¿Cómo se puede explicar eso? Aunque mi formación se apoyaba en diversas disciplinas y saberes relacionados con la infancia, yo había tenido un entrenamiento adicional, que voy a llamar “autodidacta”, para hablar con los niños de cosas difíciles y gran parte de ese entrenamiento se lo debía a la literatura que había sido un refugio para lidiar con todo aquello que no me era permitido decir en la vida cotidiana. No fui víctima de alguna censura en particular o de una disciplina férrea, sino, más bien, de esa mezcla de buenas intenciones, instintos domesticadores y, sobre todo, de pánico al dolor de la infancia, que parece regular las relaciones de los adultos con los niños: esa necesidad que entendemos cuando tenemos hijos, y nos duelen sus dolores y sus fracasos más insignificantes, de saberlos felices, saludables, exitosos y sonrientes, aunque sabemos que todo eso, junto, y siempre, es imposible. En ese marco, sé que ustedes lo entienden, no resultaba fácil hablar con niños en un país como Colombia donde vivimos décadas particularmente difíciles, y yo me había ido especializando de forma abrupta en explicar lo inexplicable: en dar palabras. Alguien tenía que hablar con los niños cuando los adultos abrumados

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because she thought that she would be returning home, or perhaps because she did not feel well and did not want to worry Ana, she left without saying goodbye. Now, after several months in the hospital, it was important to see her. We talked about all of this in the yard and also hugged Ana as we spoke to and consoled her when she was saddened; and trying to find words to explain why her mother, who was the most important person in her life left without saying farewell. How can this be explained? Even though my education is sustained by a diversity of disciplines and knowledge related to children, I have had additional training that I call “self-teaching”, that helps when having to speak with children about difficult subjects. A great part of this training is owed to the literature that has been a shelter to assist in handling matters that one is not able to express in daily life. I was not a victim of some type of censorship or being silenced, rather I experienced a mixture of good intentions, domestic instincts, and above all panic of childhood pain that appears to regulate the relationships between adults and children. This is a necessity that we understand when we have children, their pain and insignificant failures hurt us, while we want them to be happy, healthy, and successful with a smile on their faces, even though we know that all of that at the same time is impossible. I know that you understand that framework. It is not easy to talk with children in a country like Colombia, where we lived particularly trying decades, and where I have specialized in an abrupt manner to explain the unexplainable: by giving words. Someone had to talk to the children when the adults were overcome by the pain of not knowing how to confront their losses; and not only to read and write for them, but for other reasons I have discovered over time that have helped develop an intuition about accompanying them in their grief. If stories went from our libraries to the children’s homes in peaceful times, it is of greater urgency that

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de dolor no sabían cómo enfrentar sus pérdidas, y no solo por el hecho de escribir y de leer para ellos, sino por otras razones que he venido descubriendo con el tiempo, había desarrollado una intuición para acompañarlos en sus duelos. Si los cuentos iban de nuestra biblioteca a las casas de los niños en tiempos cotidianos, con mayor razón tenían que hacerlo en tiempos de guerra. En Espantapájaros podían hallarse libros para ayudar a conversar en momentos difíciles y la literatura nos había envuelto y contenido, nos había hecho conmovernos y llorar, pero también reírnos y jugar. Porque siempre, con los niños, incluso en circunstancias muy difíciles, hay espacio para la risa, para el humor, para el disparate. Ese había sido un aprendizaje, llamémoslo colateral, que le debo también a la literatura para niños: ese viaje al corazón de la infancia que uno hace cuando descubre a Pippa Mediaslargas, a Max, a Matida. O mucho, mucho antes… En una niña están todas las niñas. Mi mamá había perdido a su padre a la edad de Ana y mi suegra había perdido a su madre a la edad de Ana, (los tres años pueden ser una época difícil de la vida), y al recordar que mi mamá parecía disfrutar leyéndonos un libro tan triste como Sin familia de Hector Malot caí en la cuenta de que era de ella de quien había aprendido esas primeras lecciones literarias relacionadas con el tema de este congreso. La literatura, ese lugar donde se iban muriendo, uno por uno, los personajes de Sin familia, ese lugar donde ella y nosotros podíamos fracasar, morirnos y enfermarnos; ese lugar donde ella no tenía miedo de llorar delante de nosotros y tampoco tenía miedo de nuestras lágrimas, de nuestro dolor, de nuestro miedo, al punto de que incluso parecía propiciarlo, quizás para poder hablar de lo que no hablábamos en otras horas, en horas domésticas, en donde todo tenía que marchar bien: la casa, el colegio, las vacaciones, la familia… La literatura, ese lugar donde cabían los que se sienten excluidos o, más bien, los sentimientos excluidos; ese ir y volver, del mundo real, con sus apremios, al mundo imaginario con

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they go to the homes in time of war. At “Scarecrows” books may be found to help one converse in difficult times, and literature has surrounded us with content that has helped to move us and weep, but also help us to laugh and to play. With children, even in challenging circumstances, there is always room for laughter and humor. This has been a learning experience, call it collateral that I owe it to children’s literature: this trip to the heart of childhood that one takes when discovering Pippa Longstockings, Max, Matilda. Or long, long before… In one little girl are all little girls. My mother lost her father at Ana’s age and my mother-in-law lost her mother at Ana’s age, (three years old can be a very strenuous time in life). I remember that my mother seemed to enjoy reading us a sad book titled “Without Family” by Hector Malot; it was she who had learned these first literary lessons related to the theme of this convention. In literature, “Without Family”, the place where one by one the characters were dying, this place where she, and we can fail, die and get sick; a place where she did not fear crying in front of us, and also did not fear our tears, our pain, our fear of fear. At one point it seemed that she encouraged it so that maybe she would be able to talk to us about what we had not conversed about at other times at home where everything had to go well: the house, school, vacations, the family… Literature, a place where those who feel excluded, or feel that their sentiments are excluded can come and go to and from the real world, with its urgencies, to an imaginary world of dreams and nightmares, playing and gravitating between two worlds, just as Ana did to assure that her father was still with her. For a time after Ana’s mother died I helped the family by explaining it with simple words, with the most terrible words. —But, I want my mother to come back – she said many times in those days. At times sad, sometimes furious, occasionally almost in whispers, breathless, like surrendering with just a thread of a voice. —She is not coming back, my dear. – There was

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sus sueños y sus pesadillas, jugando y gravitando alrededor, entre dos mundos, como hacía Ana, para cerciorarse de que su padre seguía ahí. Un tiempo después la madre de Ana se murió y tuve que ayudar a su familia a decírselo con las palabras más sencillas. Con las palabras más terribles. –Pero yo quiero que vuelva mi mamá –dijo esos días, muchas veces. A veces triste, a veces furiosa, a veces casi en susurros, casi sin aliento, como dándose por vencida, con un hilo de voz. –No va a volver, mi amor –. No había otra forma de decirlo. Así es la muerte. Nunca más. Cuando estamos tan tristes, no hay cuento que valga. Solo las lágrimas y solo los abrazos. Entonces Ana se cansaba de llorar, de cierta forma se le olvidaba, y se iba a jugar. El dolor de los niños parece una tormenta que inunda esos cuerpos tan pequeños, pero pasa de repente y, de repente, tienen hambre o quieren jugar. Luego, cuando se acuerdan, vuelve la tristeza. Y se transforma en rabia, y se portan mal, pero luego se ríen. Y se duermen, pero se despiertan muchas veces. Un movimiento de vaivén, entre la pulsión de crecer, que es tan arrolladora, y el ensimismamiento de la pérdida. Entre la memoria del dolor, pero también la desmemoria, porque los niños son ingratos por naturaleza. No son como nosotros que miramos para atrás, que albergamos la nostalgia. Ellos van hacia delante. Necesitan olvidar para recomponerse y avanzar. Sin embargo, paradójicamente, al mismo tiempo, necesitan que alguien reordene el mundo con palabras: ese mundo que se desordenó y del que hubo que salir huyendo. En ese tiempo leímos muchos libros con Ana. Algunos, recomendados por nosotros, eran esos libros sobre duelo que los que estamos en este congreso conocemos y otros, los que ella seguía eligiendo, eran de temas y géneros diversos, sin aparente relación con la muerte de su madre.

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no other way to say it. That is the way death is. Never again. When we are very sad, no story is good enough. Only tears and hugs. When, Ana was tired of crying, in a certain way she just forgot, and went out to play. The pain of a child is like a storm that floods their little bodies, but it passes quickly, and just as quickly they are hungry or want to play. Later on, when they remember, the sadness returns. Sadness is transformed into fury, and they misbehave, but then they laugh and they sleep, but awaken many times, they rock back and forth with a coming and going movement that is overwhelming and daydream about the loss within them. Children live between the memory of pain, as well as the erasing of memory because they are unappreciative by nature. They are not like us who look at the past with nostalgia. They go forward. They need to forget in order to get themselves back on track and move on. However, paradoxically at the same time they need someone to reorder the world with words; this distressed world that was necessary escape from. During this time we read many books with Ana. Some, recommended by us, were those books about grief that those of us here at this convention are familiar with, and those that she chose were a diverse collection of themes and genres, without any apparent relationship to the death of her mother. Several times, to my great surprise, she chose A Bed For Three, a book that I wrote and was illustrated by Ivar De Coll. In the story, Andres, the protagonist, after many nights of having nightmares, is able to convince his parents to let him sleep in the big bed, in middle of the two with the dragon that pursued him also in the family bed. “If three fit in the bed, why not four?” is the final line of the book and there were Ana’s eyes, lost in front of this family portrait when, in those days I would have liked to have been able to censor myself or disappear. A little boy slept peacefully in that big bed, between his mother and father. Ana looked again, and again, and again, lost in that illustration, asking for the words that would remind her that mothers exist,

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Varias veces, ante mi estupefacción, escogió Una cama para tres, un libro escrito por mí e ilustrado por Ivar Da Coll, en el que Andrés, el protagonista, después de muchas noches de pesadilla, logra que sus padres lo reciban para dormir en la cama grande, en medio de los dos, con un dragón que lo persigue y que también encuentra puesto en la cama familiar. “Si caben tres en la cama, caben cuatro, ¿por qué no?”, es la frase final del libro y ahí estaban los ojos de Ana, perdidos frente a esa estampa familiar que, en esos días, me habría gustado censurar o desaparecer. Un niño que dormía apaciblemente en esa cama grande, en medio de los padres, otra vez, otra vez, otra vez, miraba Ana, perdida en esa ilustración, pidiendo esas palabras que le recordaban que las mamás existían, que había niños que sí tenían mamá, que sí podían dormir con el papá y la mamá, en una cama, en una casa… ¿Por qué precisamente quería un libro que nombraba lo que ella no tenía, un libro que nombraba su pérdida tan reciente? Hace unos meses hablé sobre esa elección de Ana en un coloquio en Buenos Aires y Mónica Weiss, mi amiga ilustradora, me habló de la necesidad que tenemos, después de una pérdida o de un accidente, de devolver el tiempo, con la ilusión de llegar justo a tiempo para evitar la tragedia. Merodeamos por ese lugar, intacto unos segundos antes, cargando esas preguntas tan inoportunas: ¿Qué tal que hubiéramos hecho esto o lo otro, que tal si hubiéramos pasado mejor por la otra esquina?, pensamos muchas veces y nos culpamos por no haber tenido la lucidez de saber, de presentir, de agarrar el objeto en el aire…a la mamá en el momento antes de irse, para cambiar el rumbo. Quizás por eso tenemos la pulsión de volver otra vez a ese instante donde estaba lo que aún no se había roto, a ese instante anterior, por si pudiera evitarse la ruptura, por si pudiera no haber ocurrido. En el caso de Ana, parecía reparador revisitar ese momento, en esa habitación, en esa cama, quizás la víspera, en la que todavía estaban todos juntos para habitar ese tiempo que ya no estaba, que no volvería nunca más, como en El

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that there are children who have mothers and can sleep with mother and father in a bed, in a house… Why would I want a book that brought attention to what she did not have, a book that reminded her of her recent loss? A few months ago I spoke about this choice of Ana’s at a gathering in Buenos Aires. My illustrator friend, Monica Weiss spoke to me about the necessity that we have after a loss or an accident to go back in time with the illusion of arriving just in time to avoid the tragedy. We walk around the area that is intact for a few seconds before, asking inappropriate questions like: What if we had done this or that, or what if we had taken a different route? Many times we think about things and blame ourselves because we did not have the awareness or wisdom, to predict, or grab the object in the air… The mother in that moment just before leaving, change the course. Maybe it is for this reason that we have the desire to return an instant before, in order to prevent the rupture, and assure that it does not happen. In Ana’s case it seemed helpful to revisit that moment, in that room, in that bed, maybe just before it happened when everyone was still together to live that moment that was no longer there, that would never return, as in The Raven by Edgar Allan Poe. Never more... Is it possible that the illusion of the word has been neither here nor there since the beginning of time, when children have asked the same thing over and over in a hope of bringing back their mother’s voice, a voice that no longer exists? III. Ana María Matute says that writers are joined by a common thread: the evil in the world. I ask myself if what happens is the result of our perseverance with words. Could it be a variation on the idea of Toni Morrison about the use of memory in certain people in certain professions? We are the writers and in a way, we are the readers too, who serve as

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Cuervo de Edgar Allan Poe. Nunca más… ¿Acaso no tiene que ver con eso la ilusión de la palabra, desde el comienzo de los tiempos, desde que los niños piden una y otra y otra vez el mismo relato para volver a traer la voz de la mamá, la voz que ya no está? III. Dice Ana María Matute que a los escritores los une un nexo común: el malestar en el mundo. Yo me pregunto si, más bien, lo que ocurre es que dejamos constancia con palabras. ¿Será una variación a la idea de Toni Morrison sobre el oficio de la memoria que le corresponde a cierta gente, en ciertas profesiones? ¿Seremos los escritores y también, de cierta forma, los lectores, quienes oficiamos como notarios, como escribanos de ese malestar, de esa extrañeza, que empezamos a sentir desde la infancia? ¿Será el recuerdo de ese malestar el que ha dejado a la infancia sepultada, encerrada, sin válvulas para comunicarse con eso llamado vida adulta, como si aprisionarla entre los muros de un lugar común (el supuesto “paraíso de la infancia”) o subvalorarla pudieran ser mecanismos de protección para no mirar cómo éramos entonces, cuando teníamos tiempo de saber y de jugar y de temer, cuando no estábamos tan ocupados en nuestra vida adulta? “Uno escribe siempre contra la muerte, dice la autora Rosa Montero en su libro La loca de la casa… Los narradores somos personas más obsesionadas por la muerte que la mayoría; creo que percibimos el paso del tiempo con mayor sensibilidad o virulencia. A lo largo de los años he ido descubriendo por medio de la lectura de biografías y por conversaciones con otros autores que un elevado número de novelistas ha tenido una experiencia muy temprana de decadencia. (Ella menciona a Nabokov, Conrad, Vargas Llosa, Kipling y nosotros podríamos evocar a muchos más)… Pongamos que a los seis o diez o doce

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representatives who write about evil or that strange occurrence that we began to feel since childhood. Could it be the memory of that evil that left our childhood buried, locked up, with no outlets to communicate with that known as adult life. Like being held between the walls of a common place (supposedly “the paradise of childhood”) or to underestimate it can be a mechanism of protection in order to not look back at how we were before, when we had time to know, to play, and to fear, when we are not so busy in our adult lives. “One always writes against death, says author Rosa Montero in her book “The Lunatic Of The House…” Narrators are people who are more obsessed with death than the majority of persons; I believe we perceive the passage of time with more sensitivity or irony. Over the years I have discovered through the reading of bibliographies and through conversations with other authors that numerous novelists had a corrupting experience at an early age. (She mentioned Nabokov, Conrad, Vargas Llosa, Kipling, and we could name many more)… Let’s say that at six, ten or twelve years of age a child sees his/her world fall apart or disappear forever in a violent way. This violence can be exterior and objective: a parent who dies, a war, something destroyed. Other times it is a subjective brutality that only the authors perceive and are not willing to talk about; for this reason, the fact that there is no proof of this private catastrophe does not mean it never existed. (I also have my personal pain that I don’t talk about).” And you? Ana Maria Matute has a book called The Silly Children, a series of stories about kids that don’t fit in, just as there have always been in every generation. At one time they were called stupid or “the town fool” and now they are called fatso, nerd, foreigner, loser or we give them scientific labels like children with attention deficit disorder and we tranquilize them with medications similar to Ritalin.

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años han visto cómo el mundo de su infancia se desbarataba y desaparecía para siempre de una manera violenta. Esa violencia puede ser exterior y objetivable: un progenitor que muere, una guerra, una ruina. Otras veces es una brutalidad subjetiva que solo perciben los autores y de la que no están dispuestos a hablar; por eso, el hecho de que no haya constancia de esa catástrofe privada no quiere decir que no haya existido. (Yo también tengo mi duelo personal y no lo cuento)”. ¿Y ustedes? Ana María Matute tiene un libro llamado Los niños tontos, una serie de relatos sobre niños que no encajan, como ha habido siempre, en todas las épocas, aunque en su tiempo se llamaran tontos o “la boba del pueblo” y ahora se llamen gordos, nerdos, inmigrantes, perdedores o les demos nombres científicos como niños con déficit de atención y los tranquilicemos con drogas como la Ritalina. En el prólogo de ese libro leo: “Muchas veces he dicho que si yo escribo es porque no sé hablar… acaso tenga parte en ello el hecho de que fui una niña tartamuda: pero muy tartamuda… Como no podía expresarme igual a las otras niñas, como me sentía aislada del mundo que me rodeaba… mi infancia transcurrió, en su mayor parte, sumida en el desamor y en la soledad. .. la soledad de una niña cuyas palabras siempre hacen reír a sus compañeros en clase. Incluso a sus profesores y hasta a sus propios hermanos. Risas y burlas, que los años disculpan, pero que no pueden olvidarse… A mí me gustaba estudiar, y lo hacía, pero no podía recitar mis lecciones o responder las preguntas en mi clase. Y acabé siendo la última, con las represiones y amenazas que se suponen, y acabaron por arrinconarme y aislarme definitivamente…Así pues, ya que la vida o el mundo me resultaban ajenos, me rechazaban, por así decirlo, hube de inventarme el mundo y la vida… Después de preguntarme: ¿quién inventó mi vida?, decidí inventarla yo; y enseguida comencé a escribir. Y a descubrir que la soledad

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In the prologue of this book I read: “Many times I have said that if I write, it is because I don’t know how to speak… perhaps part of the reason is the fact that I was a little girl who stuttered: but stuttered seriously… I could not express myself like the other girls, because I felt Isolated from the world that surrounded me…the majority of my childhood passed submerged in a feeling of being unloved and alone…The loneliness of a little girl whose words always caused her classmates, her teachers and even her own brothers to laugh. Laughter and sarcasm, that the passage of the years excuses, but cannot be forgotten…I liked to study, and I did it, but I could not recite my lessons or respond to questions in class. I always finished last, treated with cruelty and threats that resulted in permanently cornering and isolating me…Because of this life the world seemed to be separated from me, they rejected me, one might say that I had to invent my own world and life…Afterward I asked myself: who invented my life? I decided that I invented it; and then I began to write. I discovered that loneliness could be something truly beautiful, even though one is ignored. Soon, loneliness changed its shape, it converted into something else. It grew like the shadow of a bird grows on a wall. It flies away and becomes something fascinating: something similar to the revealing of another face of this life that rejects us. This is how I learned to see the light of darkness. I wanted (the opposite of the other children) to be punished in the dark room, so I could see the splendor of apparently nothing. I remember one day when I broke apart a piece of sugar and a blue spark shined in the dark. I cannot explain where that blue spark took me. I believe that even today I can, at times, see the light in the darkness, or better put, the light of darkness. This is what I do when I write.” While I write groping, I look back and recall that old copy of Without Family and think that literature has dared to take me to the very bottom of pain when

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podía ser verdaderamente algo hermoso, aunque ignorado. Y de pronto, la soledad cambió su figura, se convirtió en otra cosa. Creció como la sombra de un pájaro crece en la pared, emprende el vuelo y se convierte en algo fascinante: algo parecido a la revelación de la otra cara de esa vida que nos rechaza. Así aprendí a ver el fulgor de oscuridad. Yo quería (al revés de los otros niños) ser castigada en el cuarto oscuro, para ver ese resplandor de la nada aparente. Y recuerdo que un día, al partir entre mis dedos un terrón de azúcar, brotó en la oscuridad una chispita azul. No podría explicar hasta dónde me llevó esa chispita azul. Pero creo que todavía hoy puedo, a veces, ver luz en la oscuridad o, mejor dicho, la luz de la oscuridad. Eso es lo que hago cuando escribo.” Mientras escribo a tientas, vuelvo a evocar aquel viejo ejemplar de Sin familia y pienso que la literatura se atrevió a llevarme hasta el fondo del dolor cuando nada terrible me había pasado. Y me devuelvo más atrás para evocar, con El patito feo, mi sensación de no pertenecer a ninguna familia, y vuelvo a escuchar la voz de mi tía leyéndonos los cuentos de Óscar Wilde y pienso en la sensibilidad de ese hombre que fue perseguido por su homosexualidad, inventando historias cada noche para sus hijos Cyril y Vivian y diciéndoles que las cosas bellas siempre hacen llorar. Y me pregunto dónde pude haber aprendido más sobre la condición humana, más del dolor y de la maldad y de la culpa y la exclusión, y también de la belleza y la emoción y de la risa y del amor que en la literatura. Mientras los discursos de la vida cotidiana insistían en educarnos, normalizarnos, moralizarnos, domesticarnos, mientras me enseñaban a no ser tan débil ni tan tímida ni ser tan torpe ni ser tan vulnerable, mientras intentaba defenderme con la voz a punto de quebrarse, argumentar sin tener que levantarme de la mesa familiar hecha un mar de lágrimas y participar en clase sin ponerme colorada como un tomate, mientras me decían “eso no es nada” cuando tanto me dolía, la literatura mostraba otros caminos: lo que no se podía controlar, lo que no se decía en las visitas,

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nothing terrible has happened to me. I look back even farther and remember The Ugly Duckling and my sensation of not belonging to any family, and I can hear my aunt’s voice reading us the stories of Oscar Wilde, and I think about that man who was persecuted for his homosexuality, inventing stories each night for his children Cyril and Vivian and telling them that beautiful things always bring tears. I ask where I might have learned more about the human condition, more about pain, evil, guilt and exclusion. Where did I learn of beauty and emotions, laughter and the love that exists in literature? The conversations of daily life insist on educating, normalizing, moralizing, and domesticating us. I am teaching myself to not be so weak, shy, clumsy and vulnerable while defending myself with a voice on the border of breaking. To argue without having to get up from the family table wrapped in a sea of tears, or participate in class without blushing red like a tomato, while being told “that’s not anything” when it hurt me so much, literature revealed other pathways: that which could not be controlled, what one should not say while visiting, what did hurt. If I cite those old stories that I read when I was a little girl it is a reaction against a common place that affirms that contemporary children’s literature is discovering how to approach difficult subjects, because it has always been that way. Laughter, the beautiful and good, but along with tears, the bad and evil: everything together. For this reason it casts a spell upon us, it fascinates us. Beyond this initial scenario of competition that is school, and also this “cage of childhood”, as Graciela Montes called the playpen where the littlest ones were confined and where, despite their terrible defenselessness, the vulnerable ones seemed to be cornered, weak, sick, old, losers, crybabies – and worse yet if they were males they were called “girls” – the poor athletes, the fearful, those who had nightmares, in short, the different ones. Returning to Ana, in literature, bed and dragon come together as do memory and loss. Before the impossibility to confront what cannot

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lo que sí dolía. Y si cito estas viejas historias que leí cuando era niña es para reaccionar contra un lugar común que afirma que la literatura contemporánea para niños está descubriendo cómo abordar temas difíciles, porque de eso se ha tratado siempre. También de la risa y de lo bello y de lo bueno, pero unido a las lágrimas, a lo más esperpéntico y a la maldad: todo junto. Por eso nos hechiza, por eso nos fascina. Más allá de ese escenario iniciático de la competencia que es la escuela y también de ese “corral de la infancia”, como llamaba Graciela Montes a esa campana en donde suele confinarse a los más pequeños y donde, a pesar de su terrible indefensión, no parecen tener cabida los vulnerables, los débiles, los enfermos, los ancianos, los perdedores, los que lloran –y peor si son hombres, porque se les dice “niñas” –, los malos deportistas, los miedosos, los que tienen pesadillas, en suma, los distintos, la literatura parece a la vez cama y dragón, memoria y pérdida, para volver a Ana. Frente a la imposibilidad de hacerle frente a lo que no se puede controlar, a lo que no es homogéneo ni predecible, a lo que implica una respuesta inédita, que no ha sido ensayada ni probada previamente, la literatura puede ayudar a lidiar con tantas emociones que pugnan en nosotros desde el comienzo de la vida y de las que poco suele hablarse con los niños, con la ilusión adulta según la cual no existe aquello que no se nombra. En ese sentido, tiene razón Rosa Montero cuando afirma que “tal vez, en realidad, todos los escritores escribamos para cauterizar con nuestras palabras los impensables e insoportables silencios de la infancia”. Parecerían una paradoja esos silencios, en medio del bullicio y del flujo incesante de la vida cotidiana, con tantas entretenciones que no invitan a la reflexión ni a la elección sino a la participación inmediata, pero creo que todos conocemos esa mezcla de silencios y bullicio donde transcurren las vidas de los niños. (¡Basta pensar en un domingo en un centro comercial!)… Justamente

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be controlled, to what is not homogeneous nor predictable, to what implies an unedited response that has not been previously practiced or tested, literature can help manage so many emotions that wrestle within us since the beginning of life, and that we don’t discuss very much with the children, with the adult illusion of what we don’t talk about does not exist. In this sense Rosa Montero is right when she affirms that “maybe, in reality all of us writers write to close the wounds of the unthinkable and intolerable silences of childhood with our words.” These silences appear to be a paradox amid the noise and unstoppable flow of daily life, with so many distractions that do not invite reflection or choice, but an immediate participation. I believe that all of us know this mixture of silences and noises where the lives of children take place. (It is enough, to imagine a Sunday at a shopping mall!)…Justifiably for this reason, the children, and us too, the not so children, need to find a remote place to speak a different language, different from the language of uniformity. If fifty years ago we were confronted by sexual taboos, today suffering, sickness, death, and even obesity seem to be taboos that conspire against the mandate of collective happiness. Just as older people tend to scold, this way of life is also a response of childhood. To continue talking about little girls, many of them today that are six or seven years old celebrate their birthdays at a spa, getting mud masks and slices of cucumber to cover their eyes. They abandon their childhood to fight everything that is personal, remarkable, hereditary, the imperfections of their bodies: this shapeless and playful body that is the territory of childhood. In Mexico City, at the Children’s And Adolescents International Book Fair last year, I spoke about the male children from my country who had been victims of illegal recruitment with an average age of eleven years old, once again, eleven years old! Today I want to talk from the little girl’s viewpoint, because young girls also live difficult lives, and I’m not only referring to those of Nigeria or Gaza, or so many other girls of war. I’m afraid that the girl’s bodies are one of the properties where the

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por eso, los niños y nosotros también, los no tan niños, necesitamos encontrar un lugar apartado en donde sea posible hablar lenguas distintas a la lengua de la uniformidad. Si hace unos cincuenta años nos enfrentábamos al tabú del sexo, hoy el sufrimiento, la enfermedad, la muerte y hasta la gordura parecen también tabúes que conspiran contra ese mandato de la felicidad colectiva. Y así como reniega de los viejos, esta cultura también reniega de la infancia. Para seguir hablando de las niñas, muchas de las que hoy tienen seis o siete años celebran su cumpleaños en un lugar llamado Spa, con mascarillas y rodajas de pepino que les cubren los ojos y destierran sus infancias para luchar con todo lo que tiene de personal, de singular, de hereditario, de imperfecto el propio cuerpo: ese cuerpo desaliñado y juguetón que es territorio de la infancia. En esta misma ciudad de México, en la FILIJ3 , hablaba el año pasado de los niños varones de mi país que han sido víctimas del reclutamiento ilegal a una edad promedio de 11 años –de nuevo, esa edad: ¡los once años! –, y hoy quiero hablar desde las niñas porque las niñas también viven tiempos difíciles y no solo me refiero a las de Nigeria o Gaza o a tantas niñas de la guerra. Los cuerpos de las niñas, temo que en todos los países, son uno de los terrenos donde más proscrita está la diferencia. IV. Lo cierto es que la infancia no es precisamente, o solamente, un paraíso y algo de eso que no solemos hablar ni reconocer en los niños parece ocultarse o revelarse, o las dos cosas a la vez, en la literatura. Como afirma el filósofo inglés Michael Oakshott al referirse a la cultura, podríamos también decir que la literatura permite“escuchar esa conversación en la que los seres humanos buscan eternamente comprenderse a sí mismos”, esa “invitación a estar interesados en lo que aún no se comprendió”. Ese mundo, no de hechos, sino de significados compartidos que se interpretan entre sí, va configurando otra dimensión, más allá de lo fáctico, otra capa de vida que podríamos llamar simbólica. Por eso, en situaciones difíciles como

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difference is most reduced in importance. lV. The truth is that childhood is not precisely, or at least entirely, a paradise, and a part of that, which we are not used to talking about or recognizing with children, seems to be hidden, or revealed, or both at the same time, within literature. As it has been stated by the English philosopher Michael Oakeshott when referring to culture, we can also say literature allows us to “listen to the conversation in which human beings forever seek to understand themselves” , that “invitation to be concerned […] with understanding what is not yet understood” . That world, not made of facts, rather of shared meanings that interpret themselves, organizes another dimension, beyond what is factual, another layer of life that we could call symbolic. Thus, on difficult situations, like the ones faced after a catastrophe –internal or external–, symbolic memory becomes very important. In The relevance of the beautiful, Gadamer reminds us the meaning of the word symbol: “Originally, ‘symbol’ was a technical term in Greek for a token of remembrance. The host presented his guest with the so-called tessera hospitalis by breaking some object in two. He kept one half for himself and gave the other half to his guest. If in thirty or fifty years, a descendant of the guest should even enter his house, the two pieces could be fitted together again to form a whole in an act of recognition” The symbol then was a sort of passport, a little piece of board that was stored and joined, years later, with the other piece, to reencounter an old acquaintance. Once again, the history of words turns out to be more eloquent than a hermeneutical treatise. The following quote is also by Gadamer. “For our experience of the symbolic in general, the particular represents itself as a fragment of being that promises to complete and make whole whatever corresponds to it. Or, indeed, the symbol

3 Secretos que no sabemos que saben. Conferencia inaugural leída por la autora en el Seminario de Promotores de Lectura de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, FILIJ, en noviembre de 2013 en la Ciudad de México.

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las que se afrontan después de una catástrofe –exterior o interior–, la memoria simbólica cobra tanta importancia. En La actualidad de lo bello, Gadamer nos recuerda el significado de la palabra símbolo: “En principio, símbolo era una palabra técnica de la lengua griega y significa «tablilla de recuerdo». El anfitrión le regalaba a su huésped la llamada tessera hospitalis; rompía una tablilla en dos, conservando una mitad para sí y regalándole la otra al huésped para que, si al cabo de treinta o cincuenta años volvía a la casa un descendiente de ese huésped, pudieran reconocerse mutuamente juntando los dos pedazos”. El símbolo era, pues, una especie de pasaporte, un pedazo de tablita que se guardaba y que se juntaba, tiempos después, con el otro pedazo, para reencontrarse con un antiguo conocido. Una vez más, la historia de las palabras resulta más elocuente que un tratado de hermenéutica. “El símbolo, la experiencia de lo simbólico – sigo citando a Gadamer– quiere decir que este individual, este particular, se representa como un fragmento de Ser que promete complementar en un todo íntegro al que se corresponda con él; o, también, quiere decir que existe el otro fragmento, siempre buscado, que complementará en un todo nuestro propio fragmento vital… La experiencia de lo bello y, en particular, de lo bello en el arte, es la evocación de un orden íntegro posible, dondequiera que éste se encuentre”. Esa evocación de un orden íntegro posible en el que parecemos reconocernos podría ayudarme a juntar tantas piedritas sueltas que he ido dejando en el camino: los libros de esa biblioteca que leímos con los líderes en busca de rutas que nos conectaran con la infancia… los ojos de Ana mirando la estampa de una pérdida, revisitando el reino perdido para siempre y reencontrado en las palabras…Las niñas que hemos sido, en distintos tiempos, todas: las lectoras, las escritoras, las

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is that other fragment that has always been sought in order to complete and make whole our own fragmentary life… The experience of the beautiful, and particularly, the beautiful in art, is the invocation of a potentially whole and holy order of things, wherever it may be found”. That evocation of a potentially whole order in which we appear to recognize ourselves could help me gather so many loose pebbles that I have been leaving behind on the road: the books in that library that we read with the leaders looking for routes that connected us with childhood… Ana’s eyes looking at the stamp of a loss, revisiting the kingdom forever lost and found again in words… The girls we have been, all of us, in different times: the readers, the writers, the storytellers: the Scherezades who invoke death by weaving stories. And, in that continuum of language, writing as the labor of wandering through life picking up pebbles and cutting them to turn them into symbols, so that when a reader puts them together with his own, he will feel that somebody recognizes him and calls him by his name. Those cultural lessons are not evident and still need to be taught, in a profound sense that transcends didactics. It would be necessary to teach, for example, and I believe that is the reason that gathers us here at this congress, that books were once the voices and stories of people, and that the experience of belonging to a human family is also reflected in a horizon of common consciousness that is represented through language. That there is a different tongue for using all the brain faculties, and all the voice registers, or better said, to give a voice to “the accumulation of unrecorded life” , as Virginia Woolf once said. In that possibility of accessing a sensitive knowledge, in that lingua franca that talks to us about ourselves and unites us all, with the human roots we share, there is a promise to be built from bibliodiversity, a polyphony. Or, to say it with the words of writer Alessandro Baricco, “We are all a

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contadoras: las Scherezadas que conjuramos la muerte hilando historias. Y, en ese continumm del lenguaje, la escritura como el trabajo de ir por la vida recogiendo y labrando piedritas para volverlas símbolos, para que cuando un lector las junte con las suyas sienta que alguien lo reconoce y lo llama por su nombre.

few pages of a book, but of a book that no one has ever written and that we search for in vain in the bookshelves of our mind”.

Esas lecciones culturales no son evidentes y necesitan aún ser enseñadas, en un sentido profundo que trasciende lo didáctico. Habría que enseñar, por ejemplo, y creo que esa es la razón que nos convoca aquí en este congreso, que los libros antes fueron voces de gente, historias de la gente, y que la experiencia de pertenecer a una familia humana también se refleja en un horizonte de conciencia común representado en el lenguaje. Que hay una lengua distinta para usar todas las facultades del cerebro y todos los registros de la voz, o mejor, para dar voz, a “esa acumulación de vidas sin contar” como decía Virginia Woolf.

Yolanda Reyes Mexico City, Friday, September 12, 2014.

Perhaps because deep inside, we are all only boys and girls, we need to read ourselves, wrap ourselves, to find shelter in words.

En esa posibilidad de acceder a un conocimiento sensible, en esa lengua franca que nos habla de nosotros mismos y que nos hermana a todos, con las raíces humanas que compartimos, hay una promesa para construir, desde la bibliodiversidad, una polifonía. O para decirlo con las palabras del escritor Alessandro Baricco, “Todos somos una página de un libro, pero de un libro que nadie ha escrito nunca y que en vano buscamos en las estanterías de nuestra mente”. Quizás por eso, porque en el fondo todos somos niños únicos, niñas únicas, necesitamos leernos, envolvernos, albergarnos en palabras. Yolanda Reyes Ciudad de México, viernes 12 de septiembre de 2014.

Bibliografía

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Baricco, Alessandro. Mr. Gwyn. Barcelona, Anagrama, 2012 Gadamer, Hans George. La actualidad de lo bello. Barcelona, Paidós, 1991 Matute, Ana María. Los niños tontos. Valencia, Mediavaca, 2000. Montero, Rosa. La loca de la casa. Bogotá, Alfaguara, 2003. (p, 13, 14, 15) Oakeshott, Michael. La voz del aprendizaje liberal. Buenos Aires, Katz editores, 2009

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