Divulgaciones sociales (1930)

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PEDRO FERRER

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IDEALISMO


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PEDRO FERRER

Divulgaciones Sociales

TIPOGRAFíA FERRAGUT

ANDRAITX


EN ESTE LIBRO SE HAN RECOGIDO . ... . ALGUNOS DE LOS NUMEROSOS TRABAJOS fUBLICADOS POR PEDRO FERRER




PRÓLOGO Pedro Ferrer Pujol nació el primero de fe· brero de 1855, en Andraib·. Cursó la enseñanza primaria en su pueblo natal; el Bachillerato, en el Instituto Balear, 11 b carrera de Medicina en la Facultad de Barcelona. Desde 1879 ejercib su profesión en la misma villa, consagrándose a sus enfermos con el máximo desinterés. Hace muchos años que desempeña el cargo de Inspector de Sanidad Municipal y t:zmbien el de Sanidad Exterior. Toda su vida ha sido fervoroso propagand s ·a de las ideas democráticas, culturales 11 eíu ;ativas, ya mediante la prensa. ya con actos y organizaciones. Fundó el primer semanario que se publicó en Andraitx, y desde entonces viene colaborand J en diversos semanarios de dentro y fuera d~ la po.blación .


Presidió durante varios años el partido republicano local y , en 1885, estuvo al frente de la Alcaldía. En ocasión de sus bodas de oro con laMed{cina, sus paisanos le dedicaron un homenaje, al cual contribuyeron tambUm diversas perso nas tJ corporaciones de otras poblaciones ma· llorquinas, siendo la edición de este volumen h"!cho princip:zl ce los varios en que dicho ho menaje consistió.

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CAPÍTULO PRIMERO

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yo era muchachO, OÍa Conversaciones entre los «señores mayores», en las que aprendí que había dos clases de hombres: «los conservadores~. que acaparan las riquezas y los ho.1ores, egoístas en su respetabilidad farisaica, ene.nigos de todo progreso, y «los radicales:.., na· turalezas leales y francas, que luchan contra todas las tiranías, exploradores avanzados del progreso · en todos los terrenos. Rectifiqué este juicio, por· c¡ue no tar.dé en conv~ncerme de que los «rojos» no monopolizaban todas las virtudes cívicas y pri· vad¡¡s, y las relaciones que entablé con los temí· bies conservadores me demostraron que no eran peores que los otros. Encontré entre ellos_ almas nobilísimas, espíritus muy liberal es, accesibles a todas las ideas generales, y llegué a la e ·,ncJusión de que no se debe atribuir gran importancia a aqud!a:> dqrominaciones. UANDO


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Más tarde, ya joven, oí hablar de nuevas diferencias; me pareció dividido el mundo en dos campos: «los espiritualistas», creyentes . guardianes del idea]. paladines de la ~irtud, y los «mate _ rialistas», personas groseras, que no piensan más que en los placeres materjales; se establecía a lo más una distinción entre los materialistas de costumbres y los sabios positivistas, que in~onsecuen­ tes consigo mismos, según se decía, aliaban una vida digna a sus teorías subversivas. Oía citar con terror, mezclado, sin embargo, con un poco de respeto, los nombres de Augusto Comte, de Littré, de Stuart Mili, de Büchner, de Moleschott y de Carl Vogt. Pero aquí también hube de borrar pronto las '\ etiquetas falaces, juzgando, a los individuos sin cuidarme de esas distinciones. Por un lado, no tardé en advertir la ineficacia del espiritualismo en la mayoría de los que se titulan sus defensores; por otro lado observé que sabios positivistas, afi· liados al monismo materialista, sabían mantener enhiesta la enseña del ideal moral, ajustando a él su conducta. ¿Será cierto, en vista de ello, que no hay disputa mas vana, que esa disputa siempre renaciente entre espiritualistas y materialistas, entre dualis· tas y monistas? ¿Será cierto que esa disputa no tendrá para nosotros más importancia que el combate de los Horados y Curiacio::.?


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Decía San Pablo: «La circuncisión no es nada, la incircuncisión no es nada; guardar los manda, mientas de Dios es t•>do.:. ¿No pudiéramos igual, mente decir nosotros: «El espiritualismo no es na, da; el materialismo no es nada; vivir dignamente trabajando para la felicidad comim es todo? Poco importa que difieran nuestras opiniones sobre puntos insondables de la metafísica; que nos expliquemos con teorías dualistas o monistas los fenómenos cuya esencia ignoramos; lo impor, tante es que busquemos la felicidad en la realiza, ción de nuestro ideal. He aquí el espiritualismo eficaz que necesitamos, y que para evitar confu, siones le llamaré Idealismo. Séanos este ideal concedido como un guía desde auiba, por una Providencia que nos haya creado y vele por nosotros, o lo construyamos con las fuerzas solas del pensamiento puro; lo esencial es que le seamos fieles, esto es, que los hombres sean •ada vez menos mat<!rialistas en sus costumbres; que sean cada vez mas morales, más idealistas, más amantes y esclavos del Bien, de lo Bello y de,lo Verdadero. Los que no pueden elevarse a esta moralidad, a consecul"ncia de sus estigmas hereditarios y de las condiciones de su educación, crean la desgra, cia por sí mismos y la siembran en torno suyo. Los que tien en la suerte de estar mejor constituí· dos mentalmente, y se prenden con amor creciente


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de ese Idealismo director, y en la medida que pue· den se acercan a él, hacen la felicidad de los de· más, al mismo tiempo que la suya propia. Procuremos todos aumentar el número de los últimos. Un medio hay para ello: LA EDUCACIÓN DE SI MISMO.


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CAPÍTULO SEGUNDO

FINES SUPREMOS

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ué significa (n los u:odernos sistemas pedagógicos eso de que se ha de preparar al hombre todo entero para la vida? Pero, ¿para , que vida? ¿Para la vida de rebaño? ¿Para la lucha mezquina de intra -rebaño? ¿Para encontrar pronto un puesto, realizar bien su obra, cumplir con los deberes de la familia y descansar, aunque sea cultamente? Pues esto no es más que la consagra· ción , dice con acierto el espiritual p-ublicista B. Champsaur, del tejido adiposo, de la grasa, que lo mismo aumenta en los cuerpos que en las almas. El educador debe ser implacable para con esta organización social en que nos vemos obligados a vivir; debe poner en la cúspide de toda- historia futura la flnalidad trascendente y racional del hombre y de los pueblos; debe decir que la preparación para la lucha en la funesta y degradante vida

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de hoy es una imposición total de la miseria y del hambre; que e~o no es vivir como hombre sino vivir como rumiante; que con ese vivir de la cosa pr·áctica y del saber hacer para la cosa práctica nos hacemos cada vez mas rebaño, convirtiéndose la humanidad e~ una especie de masa parasitaria del planeta; que el derecho, la política, la econc~ mía, la medicina, la ingeniería, etc., en tanto no son más que realizaciones c-ondicionadéls en el tiempo, sólo tienen un valor de engrasaje para la máquina social, a fin de evitar rozamientos pertur· badores y repartirlos por igual entre todos; que la verdadera finalidad humana empieza cuando este trabajo inferior de engrasaje acaba; y que para cumplir esa última y como sagrada finalidad es para lo que la verdadera pedagogía prepara al hombre, el animal de las causas primeras, según frase ya muy conocida. Es tan falso el sentido que se tiene de la vida y es tan falsa la educación corriente que a tod os causa verdadero asombro ver que al guien estudJc algo que no le sirve para nada, o que no es de su oficio. ¿Qué va V. a sacar de eso? le preguntan admirados. ¿Acaso es V. médico, o abogado, o profesor de física, o ingeniero, o literato? Y temen por la razón del amigo. Para ellos no hay más que oficios, empleos, carreras, títulos y diplom as . esto es, un encasillado con orientación al tejido graso~ so . Se sabe lo que exige la función, si es que se


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sabe, y esto porque lo exige la función y por nada más. Ideal perfecto de rebaño. Otros, elevando algo más el concepto, llaman persona culta a la que a ese saber desinteresado se dedica, y creen haber concedido todo cuánto podrían conceder. Pues bien, no. Ese saber fuera del oficio, fuera de la función, es el verdadero fin humano. Se cumple la necesidad social precisamente para entrar de lleno en el cumplimiento de ese fin último supe~ rior. Mientras no se llega a él, nos convertimos en un mecanisrro que sólo se mueve para seguir mo~ viéndose. El corazón del verdadero hombre sólo se desplieg:¡ en aquella ascensión lenta y trabajosa en la que el pensamiento elige la senda preferida, s e detiene al borde del abismo que más le emo~ dona y llega a playas tan remotas que siente den~ tro de sí palpit<>r la fibra más honda de las rea~ lidades. Imaginad ahora que los que ascienden y medit m son Homero, Dante, Galileo, Miguel Angd, Newton ¿No sentís como todo se recoge· y calla? Ho~sta les estrellas suspenden s•1 incesante titilar. Ei rebaño como rebaño, ha desaparecido. Sólo qlH'J n la fuerza, la vi(!a, el pensamiento, la conci('ncia, la racionalidad. Suprim:d tsta ascensión y la historia se convierte en degrndantts disputas de patio de vecindad . ¿Dónde estaría Grecia, dónde ~:st <~ ríJ E~ipto, dónde la India? ¿Qué quedaría de las grandes naciones modernas? Tener sed de


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ciencia porque se tiene sed de verdad; tener sed de mejoramiento porque se tíene sed de perfección; tener sed de arte porque se tiene sed de belleza; esto es lo que el educador ha de hacer germinar en las almas para la nueva vida que se prepara co· mo verdadera y única redendón.


CAPÍTULO TERCERO

EDUCACION: EL BIEN Y

LA UTILIDAD

educación n<> ha de buscar solo la utili~ dad, sino que debe así mismo tender al bien. Un día el niño, hecho, mediante el trabajo, diestro de manos o ágil de cuerpo, presta un ser~ vicio a tm camarada, sacándole, p. e., una espina de un dedo o librándole de un paso difícil: si es ' ' niña compone un roto de su manga, ahorrando así a su madre el trabajo de hacerlo; otro día el niño o la niña lee en alta voz a uno de los suyos, retenido en el lecho y demasiado debil para leer por si mismo. Estos y aquellos comprenden que el trabajo permite a los sentimientos del corazón traducirse en actos; que el trabajo es una de las formas de abnegación, y, entonces, el trabajo se ennoblece a sus ojos. El educador les da a conocer poco a poco, que todo lo que de grande, de

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hermoso y de bueno se ha produddo so.b re la tie, rra, resulta del trabajo de las manos y del trabajo del pensamiento; y el niño, que amaba primero el trabajo porque era útil, llega a amarlo porque es bueno. Así, desde los primeros años, la educación autoritaria, en el sentido que dimos a esta palabra, hará trabajar al niño para darle el hábito del t abajo, y poco a poco la educación razonada le hará trabajar por placer. Felices los niños penetrados de esta verdad: Que sí la ocíosídad engendra todos los vicíos, es el trabajo su gran libertador. La obediencia, el sentimiento de la libertad y el amor al trabajo, tienen relaciones más íntimas con la disciplina que las otras cualidades morales. Los niños serán conducidos a la obediencí:i por hábito primero; por razonamiento después: al amor al trabajo, por el atractivo de las ocupaciones: pero todo<> los sentimientos que componen la sociabilidad y el compañerismo, tales como el buen humor, la complacencia, la paciencia, y aquellos otros que son de una especie más noble y más íntima todavía, como la sinceridad y la bondad. serán el resultado de una disciplina moral más delicada aún, y respecto a la cual los educadores nunca estudiarán bastante al niño, ni se estudiarán bastante a si mismos. ¿Cual es el fin a que tienden? Quieren -o deben querer- desarrollando las


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uerzas físicas del niño, abrir su espíritu a la inteligencia de la verdad, formar su corazón en el amor y en la práctica del bien; hacerle fuerte y hacerle bueno ... y bello al mismo tiempo, porque la belleza es la luz que irradian sobre el semblante las ideas rectas y los sentimientos nobles; habrán, por decirlo así, medido hasta que grado del termómetro moral se elevan o descienden los buenos y los malos sentimientos, de donde proceden .los buenos y los malos hábitos. Precisa que los educadores sepan distinguir entre Jos deberes de los pequeños y los de los grandes, entre los de los niños y los de los hombres, para no continuar pidiendo a aquéllos lo que únicamente éstos pueden dar. Precisa también que comprendan perfectamente que ciertos deberes de los niños no son más que una consecuencia de los nuestros, y que de nuestros sentimientos y de nue1otros actos depen'den, por consiguiente, sus sentimientos y sus actos propios. El amor fiiíal ha de estar inspirado por el amor y los sacrificios paternales y materiales; y de la práctica mis .na de la obediencia conseguida por el amor, nacerá poco a poco la confianza del niño. El n iño comprenderá de este modo que es por su bien por lo que se le ordena tal cosa y se le prohíbe tal otra. Y la confianza hará nacer la sinceridad, el rC'speto, la veneración-ese dulce respeto impregnado de ternura- y ese recuerdo del corazón, recuerdo exquisito entre tudos, que se llama el


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agradecimiento. Precisa, en fin, que el educador desarrolle en el niĂąo el sentimiento de la justicia, y al mismo tiempo el de su dulce hermana, de la cual no debe jamĂĄs separars :: la bo ndad.


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CAPÍTULO CUARTO

EDUCACIÓN: EL RESPETO DE SI MISMO

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un discurso pronunciado el 31 de Diciem, bre de 1893 por M. Spuller, ministro de Instrucción pública, ante los directores y directo, ras de las escuelas primarias superiores de París, se lee lo siguiente: «Un maestro no debe pensar que ha realiz ado su misión, en tanto no pueda h acerse esta justícía: Yo he dado a estos niños lo mejor de mí mismo; no les he únicamente enseña, do tal o cu <J l arte, tal o cual ciencia; sino la gran cíencic y el gran arte de vivir como hombres de bien. » Y añ adía después: «En materia de educación, los comienzos son cosa_capital.» L'l primera pregunta que debe dirigirse el educador e'i, pues, ésta: ¿Que es vivir como hombre de bien? Y su respuesta debe ser clara y definida: El hombre de bien cumple sus deberes hacia sí m ismo y h acia los demás; se respeta a sí mismo y N


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respeta a los otros; es justo y es bueno. Su ideal, en vez de limitarse a los goces materiales de la vida, se t..leva y se cierne en las alturas; tiende a la perfección, y trata de alcanzarla por el desinteré·s y por el amor. El respeto de si mismo debe, por consiguiente, ser enseñado al niño, y l1:1 base de este respeto de si mismo es la limpieza. Será, pues, preciso que el niño sea límpio, y que lo sea a toda costa. Lo que se dice y la manera cómo se dice. proceden también del respeto de si mismo, como, igualmente, los hábitos materiales, los gPstos y le s ademanes. Ahora bien, en el medio social en que viven los niñ·os, lo que se dice, la manera como se dice, las costumbres y los gestos, están, con demasiada frecuencia, muy lejos de manifestar el respeto de si misrr,os. Es necesario, por lo tanto, vigilar sus gestos, sus hábitos materiales, su vocabulario. Y esta vigilancia tendrá un doble resultct· do: conducirá al respeto de los demás al mismo tiempo que al respeto de si mismo. Estos primeros hábitos contraídos en la familia y en la escuela maternal, y cultivados después en la escuela pri' maria, son los primeros fundamentos de la edu cación del hombre de bien. El hombre de bien es justo: es, pues, de absoluta ne:cesidad que el niño viva en un medio en que se respire en cierto modo la idea de la ¡usticia, y en el que esta idea se infiltre en él por todos los


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poros. Y al mismo tiempo que el espíritu ,de justi~ cía, se infiltrará un sentimiento más exacto de la libertad. Se dice con tanta frecuencia a los niños que son libres, sin hacerles comprender las res~ trícciones que la vida en común pone a la libertad, que tienen respecto a este noble privilegio del individuo, las ideas más falsas; ideas que, desgra~ cíadamente son difíciles de desarraigar y dañan además a su desenvolvimiento como hombres de bien. Desde muy pequeño, debe saber el niño que su libertad está limitada por la de los demás; y sí se le habitúa a no hacer a los otros lo que no quisiera que le hicieran a él mismo, esta idea se implantará en su espíritu y será fecunda para más adelante. Más dificilmente llegará a la bondad, que es el coronamiento del edificio moral; la comprenderá, sin embargo, en los demas, y confortado por ella, experimentará el deseo inconsciente de esparcir a su vez el calor de su alma. En niños tan pequeños, la bondad se introducirá más bien por efusiones que por ados, y por esto precisa que el cariño forme parte de la educación, y que no olvide el educador nunca, jamás, que la ternura es una palanca de prímer orden para conseguir sus altos propósitos, que han de ser, repetimos, hacer hombres de bien .


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CAPÍTULO QUINTO

EDUCACIÓN E INSTRUCCIÓN

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UE el hombre puede ser educado sin llegar a ser siempre instruido, y que puede ser muy instruido sin haber recibido una esmerada educa, ción, es un hecho tan evidente que no necesita demostración alguna. Esto prueba que educación e instruccíbn son cosas distintas, y no, como creen muchas personas, cosas sinónimas; mas no prue· ba de ningún modo qne si buena e indispensable es la p•imera, no lo seu igualmente la segunda. Hay que instruir y hay que educar; h;,y que educar y hay que instruir. Sin educación no es po_ sible el progreso y perfeccionamiento del hombre en su totalidad; sin instrucción, especialmente técnica, no es posible el progreso y perfeccionamiento de las ciencias, de las artes y de les oficios, o sea, de la industria, el comercio y la agricultura. Lo que sucede es que no hay hoy pedagogo, soció, lo~o. filósofo ni político, que no ponga la educación antes y por encima de la instrucción.


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Conviene advertir que cuando hablamos aquí de educación no nos referimos al conjunto de aquellas cualidades exteriores que dan entrada en la buena sociedad; no nos referimos al código de la urbanidad y cortesía a veces pueril y siempre convencional, y que si bien al combatir y desterrar la grosería de las pala!lras, el abandono de la persona, la brutalid9.d de las relaciones, adquiere y reviste grandísimo valor e importancia, no pasa, sin embargo, de ser un simple barniz de la verdadera y plena educación. No, no es de esa: f"S de la educación pedagógicamente considerada de la que nos ocupamos. Pues bien; la educación en este sentido se define, diciendo, que es la serie de procedimientos que desarrolla, cultiva y dirige las facultades y capacidades físicas, morales e intelectuales del hombre. Cuando se trata de desarrollar al hombre todo entero, se trata entonces de educarlo; cuando sólo se trata de perfeccionar alguna de sus facultades, se trata únicamente de instruirlo. Formar un hábil cirujano, o un genial arquitecto, o un sabio matemático, etc., etc., no es educar, no es formar a un hombre. El ideal de toda Educación ha de ser, se ha _de procurar al menos que sea, el señalado por John Rusldn: «no sólo en hacer que el hombre proceda honradamente y que sus actos todos sean correctos, sino en que sólo con la rectitud se complazca;


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no en ser tan sólo activo y laborioso, sino en que trabajando sienta placer; no sólo en ser ilustrado, sino en que ame la ilustración y el saber; no solo en. ser puro, sino en que adore la pureza; no sólo en ser justo, sino en que siempre sienta hambre y sed de justicia.» Nuestro mal, en España, no estriba, como se piensa vulgarmente, en el número grande que tenemos de analfabetos, sino que estriba principalmente en la cifra aún más aterradora de INEDUCADOS. La instrucción es buena, es necesaria, es útil; aumenta de una manera indudable nuestra capacidad productiva; pero, ¿qué es, de que sirve si no se posee, si no se ha adquirido por medio de · procedimientos educativos, una voluntad persis · tente y serena que sepa, pueda, y quiera ;~plicarla? Hay, pues, que fundamentar bien y dejar bien sentado .que de lo que en más alto grado necesitamos, porque es de lo que más carecemos, es de Educac;ón, es de esa pedagogía vivificadora que es la única capaz de limpiar el alma de sus inclinaciones bestiales, la única que, como decía Kant, puede sola librar al hombre del salvajismo. Quien t.enga en su mano la educación, se ha dicho y con verdad, tiene el poder de cambiar el mundo. Felipe 11, dice el sabio Benot, tuvo en su mano la educación y cambió la España del siglo XVI. Felipe 111 tuvo en su mano, con la enseñanza, la industria española y arruinó a España con la


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expulsión de los moriscos. Es cosa harto sabida que el distintivo del hom~ bre es la razón dotada de fuerza y que en ella ra.. dica el principio de sus actos. Desarrollar, pues, y cultivar y dirigir la razón y lo que se denomina voluntad ha de ser el objeto principal de la educa~ ción. Luego, la cultura moral habrá de ser el fin primordial de ella, mientras que la intelectual y la física han de ser puramente su medio. Por esto se ha mirado como profundísima la definición de Maree): «La educación es el arte de dirigir la vo~ !untad y de formar sus hábitos.» Sí, no hay que dudarlo, añade el citado Benot, la educación no cumpliría su objeto creando solamente atletas o sabios: hombres buenos es lo que la sociedad ne~ cesíta, o, lo que es lo mismo, paz, orden y justicia. «Las luces del espíritu, dice el gran pensador mo· derno Herbert Spencer que por su enciclopédico saber ha sldo llamado el Aristótoles de nuestros dhs, no ejercen por si solas acción alguna sobre el corazón y la voluntad. El hombre instruido no tiene más probabílidades que el i~norante para escapar del vicio y alcanzar la virtud.» Y Federico III escribía a Bísmarck: «Yo considero que la cuestión del cuidado que hay qu~ dar a la educad( n de la juventud, está íntím tmente ligada con 'as cuestiones sociales. Es necesario evitar que a fu r. za de sólo buscar exclusivamente el desarrollo de la instrucción, no se concluya por des;::uid1r su


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misión educadora.» Y Locke, célebre filósofo y teó~ lago del siglo XVII, ya decía, después de colocar Ía educación por cima de la instrucción: «Y no es esto decir que en mi opinión no sea la instrucción un grandísimo auxilio en los espíritus bien dis~ puestos para hacerlos virtuosos y correctos; lo que quiero decir es que en los espírítus cuyas predis~ posiciones sean menos buenas, la instrucción sólo servirá para hacerlos mas necios o malvados. La instrucción es necesaria; pero poniéndola en se~ gundo término, cual sólo un medio de alcanzar otras ventajas superiores.» Establecida la primacía de la educación v esbo· zado el concepto en que debe entenderse, convit:ne ahora decir también algo acerca de lo que es o ha de ser la instrucción, ya que, aunque ocupe el segundo lugar, no deja de ser buena, útil, indtspen· sable. Por medio de la instrucdón adquirimos el SABER. Pero, ¿qué es SABER? He aquí el pro· blema. Pues bien, saber no t:s tener conocimiento de un hecho o de varios hechos. Un hon~bre que haya leído mucho, vor el mero hecho de haber leído y de recordarlo no será sabio; todo lo mis será lo que se llama un erudito. Ejemplos. Quien sepa que en la más remota antigüedad ya habí 1 'Siervos; que en Grecia y Roma no se creía que un Estado pudiera existir sin la esclavitud, que en nuestras Antillas y el Mediodía de los Estado:>


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Unidos, se ha conservado y sostenido hasta la época moderna, no sabrá, en el sentido filosófico de la palabra, nada importante acerca de la escla~ vitud; pero quien averigüe que la esclavitud no es una necesidad de las razas superiores de la especie humana, que no es un hecho congénito de la humanidad, ese será filósofo y sabio en tan impor~ tante ramo, por cuanto habrá descubierto la ley que rige todos esos hechos; ese sabrá que la escla~ vitud y las formas en que aun hoy existe, han sido y son una tremenda iniquidad que precisa borrar de todos los pueblos civilizados antes de una ge~ neración. Nadie, antes de Arquíme~es, ignoraba que una piedra introducida en a~ua perdía de su p~so (en vino, en aceite, etc. , también), pero esta~ ba reservado al sabio de geómetra de Siracusa el descubrir la fórmula «todo cuerpo sumergido en un líquido pierde de su peso lo que pesa el líquido desalojado. >) Desde la más remota anti~üedad todos los hombres han sabido que una piedra, cuando cae de poca altura, no causa los estragos que cuando cae de muy alto; pero no hubo ciencia de la caída de los graves hasta saberse que todo cuer~ po cae en el primer instante como 1, en el segundo como 3 en el tercero como 5, ... y así, sucesivamente, va aumentando de ve'o:idad según la serie de los números impares, 7, 9, 11, 13, 15, 17, 19, ... de modo que los espacios recorridos son como los cuadrados de los tiempos . Y basta de ejemplos.


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SABER no es simplemente conocer o percibir. Si lo fuese, sabios serían también los perros, los caballos, las abejas, las hormigas ... Saber es ek varse del conocimiento de los hechos a la noción de las causas; es conocer las fórmulas generales, las normas y sus leyes; no es percibir que la piedra en el agua pesa menos que en el aire, sino tener los conocimientos necesarios para hacer que láminas de hierro, o de acero o de otros materiales, desalojen miles de toneladas de agua, para formar por tal medio poderosos barcos de hélice que atraviesen el Atlántico en brevísimos días, cargados de los frutos necesarios a los dos hemisferios. Eso es saber: poseer fórmulas y leyes generales; estar familiarizado con ellas; combinarlas y reducirlas a la práctica. Venturoso el día que en tod:ts las escuelas se eduque y se instruya conforme a los principios e ideas que acabamos de bosquejar. Veremos entonces irse no solo despertando en el niño, y exci· tar su amor y entusia~mo, las ideas madres de la vida, las grandes inmortales ideas de Patria, justicia, moralidad, abnegación, sociabilidad, respeto mutuo, dignidad, tolerancia, solidaridad, benevolencia, altruismo, cooperación, caridad, sino que las veremos ir acompañadas y alumbradas de un saber sólido, positivo, verdaderamente científico. Hagamos votos pald que en la e.scuela re<:íban los niños la Educación e Instrucción en el


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sentido y concepto que van expuestos. (Mucha y buena instrucci贸n, pero ante todo y sobre todo mucha y buena educaci贸n; que ya dijo el Padre de la filosof铆a alemana moderna, Kant, que m谩s vale y se estima el hombre por lo que hace que por lo que sabe.


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CAPÍTULO SEXTO

ESCUELA PARA EMIGRANTES

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UE las escuelas de instrucción primaria, y so· bre todo las rurales, las de los pueblos y al· deas, necesitan en toda España una honda, radical y completa transformación, una verdadera reden· cibn, en todos sus puntos y extremos (maestros, enseñanzas, or~anizaciones pedagógicas, menajes, frecuentación escolar, obras auxiliares y comple~ mentarías; etc.), es cosa harto sabida y por la cual pugnan hace tiempo todos los amantes del progre· so y cultura nacional. La escuela debe ser un centro de desenvolví· miento humano que haga a los niños, y de ·os niños haga hombres, sanos y fuertes, inteligentes y buenos. cifrando sus aspiraciones supremas más que en proporcionar un saber aparatoso y estéril, en formar el carácter del educando y en iniciar en él hábitos de conducta que sirvan para la vida. Y si el fin que la escuela ha de persegu;r es un fin educativo general. integral, desinteresado , las en·


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señ11.nzas que han de servir de medio para apro~ ximarse a el. ya c;.ue su realización completa no es más que un voto piadoso, han de ser enseñanzas variadas, esenciales, generales. Tan generales, que no dejen sin despertar ni exc:tar facultad alguna del cuerpo y del espíritu; y tan prácticas y tan completas que le dispongan para todas las necesidades, para todas las situaciones y pard todas las circuns~ tandas de la vida que son comunes a todos los hombres. Sin embargo, aun siendo esto así y sin faltar a esta concepción de la escuela en lo que tiene de fundan~ en • al, no ha de olvidarse que el hombre es ante todo un ser práctico, y que la mmte de que esta dotado la ha recibido para ; daptarse, en primer termino, a la vida en este mundo, lo que quiere decir, que la escuela ha de servir para la Yida, esto es, que del: e tener siempre presente las necesidades de la localidad y las con~ díciones futuras de los niños a fin de apropiar la enseñanza a estas necesidades y condiciones espe~ ciales sin que pierda nada de su carácter general: l n una palabra, que es preciso adaptar las ense~ ñ :mzas escolares a las exigencias de la vida prácti-:a. Ahora bien ¿cual ha d e ser la vida práctica, cuah:s las con dicion es futuras de la mayoría de los · niños de f Sk pueblo? ¿No h an de ser por ventura las propias , las inherentes de la emigración? ¿Y no es, por Jo tanto, natural, ló gico y conveniente que


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a las necesidades y exigencias de esa vida hayan de ajustarse los conocimientos y la educación que reciban? La cuestión, pues, que principalmente ha de resolverse es investigar y saber qué modo y clase de instrucción y educación han de ser las más útiles y precisas a la ma5 oría de los niños de este pueblo, para que, una vez emigrados, puedan entrar con mayores probabilidades de buen éxito en la <<lucha por la existencia>>, que es en los tiem~ pos modernos de terrible y penosa concurrencia, y cuya victoria se llevan los más aptos y los más fuertes, es decir, los mejor preparados, los mejor armados. Fácil es hoy de resolver este problema. Nos lo dan ya resuelto por entero las experiencias y ob, serva dones que · de un modo claro, indubitable, ostensible, nos ofrecen los emigrantes de los diver~ sos pueblos y paises. Ellos nos enseñan y nos demuestran sencilla y palpablemente, con hechos, que los que vencen, y triunfan, y se elevan, y co.1~ quistan el ideal que se han propuesto, son los hombres . de sentido más práctico y de caráctl'r más enérgico, los de mayor y de más indomable iniciativa, los que, habitu ados a no contar más que con ellos mismos, son más capaces y aptos para dirigirse a si mismos en todas las dificultades y en todas las situaciones de la vida. ¿Y que es lo que hay que hacer para conseguir que los niños lleguen a ser hombres dotados de


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esas cualidades? Pues imitar en materia de educa~ ctón a los pueblos y países que más abundante~ mente producen hombres tales. En esos pueblos y países, los padres no consi~ deran que sus hijos les pertenecen, que son en cierto modo una cosa suya, una simple continua, ción de su personalidad, una especie de supervi, venda de ellos mismos, sino que los consideran desde el principio y siempre, como personas ma, yores, como indiviadualidad aparte; y dirigen su educación {n el sentido de las necesidades futuras, de las nuevas exigencias de la vida, no con arreglo a las condiciones del pasado, sino de la generación presente. En esos pueblos y países, los padres de, dicart un cuidado soberano no solo a la salud de sus hijos, sino a la fuerza, al completo dtsarrollo, tan completo como sea posible, de la energía física y moral; y les inician pronto en la práctica de las cosas mat~ríales; y por elevada que sea su posición sccíalles obligan apnnder un oficio material; y se apresuran a enseñarles todas las novedades útiles, y que ellos, los padres, no son los encargados de proporcionarles una posición. En esos pueblos y países, los hijos están muy convencidos de que no tienen derecho de pedir a sus padres más que la deb:d.1 y adecuada educación, una educación, esto sí, del todo viri!; y muy persuadidos, además, de que en !a vida han de ba~tarse a sí mismos; y de que en d matrimonio hay que buscar una campa,


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ñera y no..una dote; y de que el funcionario, el po~ lítico, y los que ejercen las llamadas profesiones liberales, médicos, abogados, notarios, militares, farmacéuticos, etc., no han de ser más considera~ dJs, sino tal vez menos, que el agricultor, el in~ dustrial y el comerciante. Dedúcese de lo expuesto, o al menos así lo creemos nosotros, que en los pueblos, como suce~ de en el nuestro, que suministran un gran contín~ gente de emigración, deben ser las escuelas antes y por encima de tndo, escuelas para emigrantes, o sea, escuelas que por todos los medios pcs'bles y adecuados eduquen y cultiven prácticamente la iniciativa, el valor, la voluntad, la persevenmcia, la energía, la tenacidad de sus alumnos, por ser éstas condíc'o3es las primeras y principales arma~ que serequieren para poder, bien preparados, bien entrenados, desafiar «la lucha por la vida,» struggle for lífe, tal como la imponen los momentos actuales, y afrontar sin tc:m0r y con verdadera se· renidad vencer todos los reveses y dificultades que se presenten, pues, es seguro que no han de faltar. De estas escuelas, antes que todo y por encima de todo, han de salir los alumnos orientarles y acos~ tumbrados tanto como sea dable para d esfuetzo y acción personal. self help, para marchar siempre de frente. goahead, con la mirada fija en la divisa de siempre adelante, de siempre a. r:ba, rr:ás arri · ba: Excelsior.


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CAPÍTULO SÉPTIMO

IDEALES ESCOLARES

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satisfacción produce en nuestra alma ver como la cuestión de escuelas, o sea la de instrucción y educación de los niños, ocupa y pn o:upa actualmente y de un modo serio a una buena parte 4e la juventud de este pueblo, y sobre todo a la que vive en la emigración. No sabemos de un modo fijo cual es el ideal de esa juventud en materia escolar, pero si suponemos que sus deseos y aspiraciones son que de la escuela salgan niños, y de los niños hombres, tan aptos como sea posible para remontar las dificultades de la vida en ~ener ral, pero, especialmente las propias de la del emir grante, puesto que ésta es la de la mayoría de los hijos de nuestro pueblo. Y como este ideal lo vier nen realizando desde hace muchos aftos los anglo· sajones con su caract< rístico régimen escolar, régimen que han copiado sus parientes los norteamericanos, para que se vea de un modo concreto, claro, patente, cuán bueno, sano y excelente es el NTENS!SJMA


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fruto que produce tal régimen, nada mejor que dar a conocer el siguiente verídico hecho acaecido no ha mucho tiempo en Boston. En uno de los resaurants a la moda de dícha ciudad se reunieron en alegre comida varios jó n nes de la alta sociedad, recientemente salidos de la Universidad de Harward, donde se habí1n distinguido tanto por sus exámenes clásicos como por sus ejercicios de sport. Uno de ellos emitió la opinión de que sólo eran y seguirían siendo pobres los que desconfiasen ce si mismos, y añadió que, resuelto a prescindir de la fortuna que le había dejado su padre, iba a comenzar la vida sin un dóllar, desnudo como nació, bastándose a si mismo, y comprometiéndose a volver al cabo de un año, después de haber dado la vuelta al mundo, con sus gastos cu'1iertos y un exceso de 5.000 dóllars. La apuesta se fijó en la suma de 50.000 pesetas. A la hora convenida Paul Jones (así se llamaba el atrevido jóven) se fué a los baños turcos de la Asociación atlética, se despojó de sus ropas y em¡;ezó su aventurada carrera de viajero alrededor del mundo. La dificultad era ponerse en camino. Desnudo como un gusano, Paul Jones no podía pensar en nada . Era preciso preocuparse de los medios de vestirse lo más económicamente que pudiera. Filosóficamente y como un hombre que no hubiera hecho otra cosa en su vida , Paul Jones, encerrado


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en la sala de baños, se puso a limpiar las botas de los miembros del círculo. La modesta gratíficación que éste abÓnaba por tal servicio le permitió ya, primero aten_der a su alimentación y procurarse luego la ropa más indispensable. Permaneció alli quince días, lo que era mucho dado el tiempo sólo de un año de que disponía. Una vez fuera, tenía que vivir y buscar dinero para emprender su viaje. Se había ya trazado su plan: ganar Londres y em· ba rcarse para las Indias. Se hizo pregonero, ven· dedor de periódicos, comisionista y traductor, porque Sé\bía el francés, el alemán y el italiano. Como intérprete logró un pasaje gratuito en un pa quebot americano y desembarcó en Londres ya co:1 50 dóllars en el bolsillo. Una vez lanzado no ha bía de retroceder. Algunas conferencias dadas en Londres elevaron al décuplo aquel capital; e· ertos tratos hechos con periódicos ingleses atendieron a sus gastos hasta las Indias; una pacotilla de obj etos, cuidadosamente escogidos y vendidos con suerte en Calcuta, le puso desahogadamente a flote. Hay que creer, añadía un célebre escritor y pedagogo, Demolins, que los laureles de este self made man americano (hombre que se basta a si m ismo), no dejan dormir a los ingleses, porque el Petit Journal nos refirió que dos jóvenes de la Gran Bretaña, queriendo acreditar que John Bull no era inferior a su primo Jonathan , por falta de


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energía y de aptitud para buscarse la vida, atravesaron Francia, después de haber hecl o la m'sma apuesta Ahora bien; ¿no seria meritisimo y de grandísimos provechos para nuestro pueblo que de él sa liesen los emigrantes dotados de las cualidades d! energía, de voluntad, de iniciativa que adornan a Paul Jones y a sus dos émulos de la Gran Bretañó? ¿Se cree, por ventura, que la raza anglo· sajona posee una alma, y una sangre, y unos nervios, y un cerebro, esencialmente distintos y superiores a :os nuestros? Ah, no. La superioridad está en los fines y en los métodos y procedimientos de sus enseñanzas. Si entre los anglo~ sajone~ abundan los hombres que a partir de los 20 años dejan de re· clamar la ayuda de su familia; que repugnándoles la vida de zánganos, se casan con mujeres sin do. te; que desdeñando las posiciones administrativas, prefieren las profesiones independientes; que en todas las cosas y en todos los casos cuentan más con su potencia personal, con su iniciativa privada, con su propia energía que con la ayuda y protección ajena, sólo a sus escuelas y a la particularista educación que reciben lo deben. ¡Qué grandes, qué incalculables serían los beneficios de todas clases y categorías que nuestro pueblo cosecharía si en él se llegara implantar una educación al estilo de las anglo· sajonas! Una escuela en la que se aprendiera a leer, escribir y


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contar con pr~dimientos rApidoa. aenetllo,, y atractivos; en la que se adqulrier•n co.. nodmientos de laa ciencia.s p;~atemátioas, ffaica' r naturales de un medo prictico, int1,1itivo, y no sencil1amente libresco, memorista, de puró psittacismo; en la que tomando por divisa la pro~ tunda opinión del ftlóaofo italiano Vico: «El hom.. bre no sabe más que lo que hace», se dieran experimentalmente ensdianzas agrícolas, indus.. triales y mercantiles; en la que se atendiera al fenÓmeno antes que a la ley, al efecto antes que a la causa, a la idea antes que al signo; en la que, en fin, dando siempre más importancia al desarrollo de las facultades que a la adquisición de conoci~ mientos, se desarrollarán todas ellas armónica e integralmente, pero aguardando a la edad en que aparecen. Una escuela asf, de estas condicicnes, y en la que, además, se fomentara y cultivara inten· cionalmente, como suprema fin'llidad, el espíritu emprendedor, la voluntad de un indomable querer, el deseo enérgico de bastarse a si mismo, el afán insaciable de progresar, de subir, de ascender; una escuel~, decimos, y una educación de b.l índole y de tal naturaleza, ¿quién puede dudar que realizadas serian inmensos los bienes y las utilidades que traerfan a nuestro pueblo? Que para ello se necesita gastar dinero. Claro que sí. Es, además, cosa harto sabida y probada, que no hay dinero más reproductivo, que d~ mayores y más saneados fúil~s


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intereses, morales y materiales, que los dineros destinados a instrucción y educación, siempre y cuando, por supuesto, se administren y empleen de una manera adecuada y conforme a las exigen· das de una honradez inmaculada y de una estricta moralidad.

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CAPÍTULO OCTAVO

LOS MAESTROS DE ESCUELA

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.diario .r epetimos las siguientes o parecidas palabras: la generación del pueblo español ha de ser obra de los maestros de escuela. Y los que a diario, y casi siempre en casinos, cafés y ti'bernas, repetimos estas palabras, nos que.damos ya creídos de que lo hemos dicho todo. Por esto nunca preguntamos ni por casuaU~ad ¿pero qué clase de maestro$ de escuela serán los encarga~os de redimir a España? Porque hay-aunque no queramos enterarnos- muchas clases de maes, tros de escuela, como hay también muchos siste, mas de enseñanza. No somos competentes para ocuparnos de los sisten¡as de enseñanza. Ocupémonos, por tanto, sólo de los maestros. Pues bien, hay maestros, no puede negarse, que conocen el alma de los niños, a1ma siempre transparente y blanca, porque ellos, los maestros, en sus cuerpos maduros o viejos tienen aún el alma candorosa, ingénua y aJegré. de


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aus primeros años, un alma sencilla que no co.. nompió el ambiente aocial ni doblegaron libracos ni diadplina. Mas, estos maestros con vocación y fe de apóstoles, por desgracia no abundan. Los que si abundan son Jos que no sienten amor a la misión hermosa de enseftar al que no sabe, ya sea por estar amaflados pot la escasez, ya porque enttaron ea la profesión ain con1ultu o oontrariando sus aptitudea y su temperamento. Los maestros que comprenden y aman a los niftos v cultivan lut tietnos cerebros vírgenes todavfa dé prejutdoi y preocupaciones, podrían, ayudados l'or Jos hotnbtes de buena voluntad, hacer hombres, vetdadtros hombres. En cambio, loa pt;brea maestros que no ven en su profesión más que una obligación penosa, y salen del paso ajustándose extríctamente a un progf'ama cerrado y a \'eces alrsutdt>, esounaestros no 1larán ni pue· dtn hacer hom"!et; esos maeatrt>s de escuela son, tbl darse cuenta .del mal que producen, verdugos, vérdugos incomdentes que agarrotan los cerebros, anulando la espontaneidad y la al~gría de los niftot.

En milnoa de los maestros de -escuela-¡qui~n lo 'dúdat- está ciertamente el porvenir de los pueblos. Ellos-los buenos maestros totalmente emancipados de prejuicios funestos- son los ánicos que pueden l~ar hae'e'r hombres llenos de la propia 'COfÍfranza, éapaces de bastarse a si mismos


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y sin el temor a espantajos torpes y ridículos. Los hombres de hoy somos en general las vícti~ mas de los pobres, autoritarios y rutinarios maestros de ayer-los de la letra con sangre entra- que nos arrancaron de niftos instintivas y bellas rebel~ días, suplantándolas con fingimientos y servilismos abrumadores. Y si somos nosotros las víctimas de esos maestros de ayer, ¿no es un contrasentido que de los maestros de hoy parecidos a aquellos, esperemos la regeneración de Espafta? No, no es posible que ellos puedan forjar las altivas y ricas almas que han de abrir las puertas al porvenir. Maestros que no sientan como los. niftos, no pue~ den ni siquiera intentarlo. Los buenos maestros saben que aquella historia de que el saber no ocupa lugar, está ha tiempo mandado a recoger; pues el saber no sólo ocupa lugar, sino que en los hombres que tienen una verdadera agilidad mental, el excesivo saber es el .mayor embaraz) de su acción. Saben que el saber jamás es un fin, sino un instrumento del poder en los hombres, y un medio de desarrollo del enten~ dimiento por el ejercicio cerebral en los niftos. Saben que la lectura mezclada y excesiva debilita el entt:ndimiento y acaba por constituir un hábito mecánico y por ser la más penosa de las ociosida~ des. Saben que los excesivos estudios y ensefian, zas conducen a una ind lg stión del saber, que n S t. vez ocasiona .en todos los cerebros una verdade~


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ra dispepsia, un verdadero estrago que no permite luego digerir otra cosa que superficialidades e in· sulaeces. Saben, en fin, que todos los que salen de la e~ela saturados de conocimientos, o mejor dicho, de psendo ·ciencia, salen también atacados de una fobia, de una alfabeto fobia: les repugna la lectura y no leen ni libros, ni revistas, ni siquiera periódicos. Despertar en el nifto vivas ansias de saber, ca• luroso entusiasmo por la lectura y ardiente amor por la verdad, por la belleza y por la justicia, pero sin llegar jamás a provoocar dispepsias cerebrales e indigestiones del saber, es la misión, la gran misión, la súblime misión de los maestros y de las escuelas. Los cerebros jóvenes que, cual si fueran esponjas, se han aborrotado de estudios y de pseu· dodencia, en cuanto se trata de ejercer alguna presión sobre ellos para acometer una acción, toda la sabiduría se les va a chorros y de una vez. El día que la enaei\anza se emancipe de la es• clavitud que le impone quien la paga, dejando a los maestros-la los buenos maestros! -en libertad de acción; y comprendan éstos que una buena en· seftanza no ha de ser otra cosa que instrucción so· bría, educación intensa y práctica, vid:t al aire Ji. bre, duchas frías, trabajo agrícola, largas excursio· nes a los montes cercanos,· y junto a esa austeridad física, todo el refinamiento espiritual posible, y to· dos los posibles goces del arte y de la naturaleza ,


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y alegría, y entusiasmo, y flores, y cánticos... El dfa que tal cambio se opere, si será verdad lo que habitualmente repetimos: que la regeneración del pueblo español ha de ser obra de los maestros de escuela, porque entonces forjarlm de cierto laa heroicas almas con capacidad de sacar al pueblo del estancamiento en que vegeta. Pero mientras tanto, no.


CAPÍTULO NOVENO

LA ESCUELA, LA FAMILIA Y ELPUEBLO

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o obstante estar todo el mundo de acuerdo en que la escuela es el instrument9 de eman· cipación del pueblo, y que del pueblo es la escue~ la, puesto que el es quien la paga con los impues~ tos que sobre él gravitan, y cuando no con los im~ puestos, con el sudor de su cuerpo, con su trabajo y el fruto de su trabajo, que en fin de cuentas es la fuenta de donde provienen todos los recursos, la verdad es que el pueblo, para su mal, no ha ad~ quirido todavía conciencia de la importancia y trascendencia que la escuela tiene, y que sin duda por eso no la reclama con la vehemencia que de~ hiera l:Uando carece de ella, y la reciba tan pasivamente y con tanta indiferencia cuando se la dan. El pueblo debe reclamar para sí la escuela elementál, pidiendola fervorosamente, incansablemente, como cosa de él y para él. Mientras el pue-


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blo no teJtga conci@ncia de au derecho a la eacc.Jela. y no la recl•une carno ~oea suya, poniendo de au parte an ella cuerpo y alma, esfuerzo material y eJpiritu;¡l, cordialidad y ~mor, ~l problema de la es~ cuda no podr;l re,olv~rse en au totalidad y ple· nitud. Hora es Yfl ~e que todQs l()s que ae han lanza· do a escribir en los pcri~dicos, hága.nlo bien o sólo medianamente, ttmgan por palenque la prensa de la capital, la de provincia:¡ o la de simples villas y aldeas, po.lgan su plt~ma al servicio del ma~no y fu:1damental problema de 'a escuela primaria, pa.. ra qear en los pueblos y familias conciencia de ~lla sí es que no Id tienen, o despertarla sí es que está adormec.da, y para suscitar en el Estado, más QU;:! conciencia Vt'rdadera, ardiente pasión por la ejcuela. Estemos ~.eguros que no hay patriotismo super:or a este; qu_e la escuela es lo primero; que la escuela nos abre. las puertas del éxito y de la fot tuna; que la es!.'uela es el primero de los tres básicos problemas d~ construcción de una España grande y nueva. Que la escuela elemental es una institución del Estado. Bueno. Concedido. Pero el problema de la escuela no puede resolverlo únicamente el Esta• do. Es necesario que de consuno con él, trabajen por ella las familias, los pueblos y las personas distinguidas de los pueblos. Es necesario que las familias ayuden a los maestros, y que todo5, fami-


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lías, pueblos e individuos ayuden al Estado, PO* niendo en la escuela todo su corazón y todo su espíritu. Aun cuando el estado tuviera el gesto heroico de crear cuantas escuelas fueron precisas, sin la acción íntima, directa e inmediata de las familias y de los pueblos; sin la ayuda calurosa de las per* sonas distinguidas de Jos pueblos (el médico, el cura, el farmacéutico, el abogado, el notario, el ve* terinario, el alcalde, el juez municipal, el regidor y los patriarcas de la localidad), Ia escuda no dará, no puede dar-, los frutos que debe dar, porque la escuela no la hacen sólo los edificios Además, en la escuela debe haber alegría, entusiasmo, calor y espíritu de humanidad, cosas que el Estado, OCU* pado en tantísimos menesteres y tan alejado de ellas, no puede, aunque quisiera dar. De ahí el valor de la prédica, haciendo ver a las famillas y pueblos que Ia escuela es el más podero* so instrumento de su emancipación, que no deben, no, mirarla con la indiferencia y el desdén de las colectivas, sino con el interés y el cariño de las CO* sas propias. Todo el que escriba o hable para el público. debe predicar escuela, esté donde esté- ha dicho un eximio escritor-. Y esto es lo que nosotros re* pe timos.

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CAPÍTULO DÉCIMO

PENSAM[ENTOS Y ACTOS

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s cosa innegable y fácilmente demostrable, que nuestros actos están determinados o por móviles de la sensibilidad o por motivos de la inteligencia. Tan pronto como un pensamiento o un deseo se despierta en nosotros, tiende a su~ inmediata realización, y el acto pensado o deseado se ejecutará ineludiblemente si nada se opone a este movimiento. Pues bien, ¿qué es lo que se opone y detiene o hace cambiar de dirección a tal movimiento? ¿No es, acaso, la aparición en el cam, po de la conci~ncia de una idea. de una representación mental contraria a la realización del acto pensado o deseado? Si el camino entre el pensa, miento o el deseo y el acto a que conduce se halla libre y frnnco, la transformación del pensamiento o del deseo en acto se verificará · fatalmente; pero ya no sucederá así, si surgen obstáculos constituí' dos por determinadas ideas, sea que en virtud de l ~ ·educación recibida las tengamo!l ya presentes en


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nuestra memoria, sea que nuestros semejantes con sus consejos nos las sugieran oportunamente. Un ejemplo pondrá más claramente de mani.. fiesto lo que estamos diciendo. Supongamos que tres individuos van un día muy caloroso por un camino polvoriento y orlado de viftas. Tienen ~ed y sienten el deseo de comer uvas. Uno de ellos es persona en la que el respeto de la propiedad ajena se haJia por la educación que ha recibido, tan profundamente grabado en su espf~tu, qu~ autpmát\~'qten~e influye en su con· ducta; se abst\ene ~e tocar e\ fruto te~~ador, busca al dueño para compr~r~e~o. y si no lo encue.\t~a s~ aguanta con s~ sed. Otro de lo!J tr~s indivlQuo~. ~e.nQs delicD9o en v~tud también de ~\\ ed\)caci,ó n, co~e el racimo y sin escrúpu1los va a comérselo; pero ob:5e1 vando a su más escrupuloso compat\ero de camio!), se le despierta 1~ ~dea, del respeto é!l bien. aj.cno, y ~igue entonces su ejemplo. El tercero es un pillete que no coJnprendc el estado de alma de los otros dos, y lo que hace es coger los racimos que puede e irse a comérselo en un sitio seguro y con la mas perfecta_ tranquilidad de espíritu. ¿Y por qué ha sucedido de esta an~era? Por· que en el último el camino e,.1;1trc el <J.eseo v el acto estaba llano y lfmpio de obstáculos morales; mien· tras .que en el primero, sólo al ver el fruto. s.ur·


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gió inmediatamente la idea moral y se interpuso como infranqueable barrera entre el pensamiento y el acto. En el segundo, hallábanse equilibrados los reparos y motivos de la razón con los atracti· vos del placer, con los móviles de la sensibilidad. pero sólo el contagio de un ejemplo fortuitamente presentado, bastó para vigorizar los primeros y quedaran los segundos vencidos. Ahora bien: la educación tiene o ha de ttner siempre por objeto hacer adoptar al sujeto las ¡deas que han de determíni.Jr su conducta ulterior. Si es mal dirigida, refuerza los móviles de la sen· sibilidad y hace al individuo esclavo de sus pasio· nes; orientada, en cambio, en el sentido de la éti· ca, eleva las barrt:ras morales que se interponen entre una idea malsana y el acto consecuente, impidiendo así que se haga el mal; desarrolla, en una palabra, la conciencia. El hombre no hace voluntariamente el mal, se extravía, como acer· tadamente ya pensaba Sócrates, y toda la educación tiene por fiil enseñarle el buen camino. Lo que necesitamos en esta vida, ha dicho un autor moderno de la escuela determinista, Pablo Oubtlis. no es la voluntad, que tantos pretenden poseer, no sif·ndo en realidad de verdad más que voluntariosos, esto es, esclavos de sus impulsio· nes sensib'es; lo que nos hace falta es inteligencia. €La inteligencia y la voluntad, dijo ya Spinoza, son una sola y misma cosa »


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La palabra «inteligencia» viene del verbo latino intellígere, que quiere decir comprender. Frecuentemente se ven personas muy entendidas y diestras en el terreno de las ciencias, de las artes, de la política, pero que, sin embargo, no comprenden, y son, desde el punto de vista ético, idiotas, criminales o débiles de espíritu. Les falta precisamente la inteligencia mas neceseria y más noble, la que hace que los hombres sean realmente hombres; no tienen, por desgracia, más que aquella, muy brillante para el mundo, que hace sabios, artistas, industriales, comerciantes, artesanos, estadistas ... pero también pillos, malvados, bandidos y asesinos con ingenio. Tenemos escueléls bastantes que nos enst ñan conocimientos generales y especiales y que n<;>s convierten en excelentes técnicos en todas las ramas de la actividad humana; pero nos faltan e~­ cuelas que formen hombres ante todo, qu :~ ante todo creen y despierten y levanten esa intt> ligencia moral que nos permite discernir el bien y el mal e iluminar nuestra marcha por el camino de la vídP, tan bordeado de precipicios. Para obedecer a los moti\os de la razon y luchar contra los impulsos pasionales, no só'o necesitamos tener un conjunto de puntos "de vista morales que obliguen a la balanza mf"ntal inclin3rse del lado bueno, sino que necesitamos tam-

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bién poseer un go 1pe de vista seguro, una visión


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clara de lo que es el bien y de lo que es el mal; ver el camino antes de entrar en él; y únicamente la educación en su sentido más extenso, es lo que puede damos tal clarividencia moral. Y si antes de obrar, no importa en que esfera, hay que abarcar de una ojeada las consecuencias próximas y remotas de nuestros actos, y al obrar hay que hacerlo, por decirlo asf, automáticamente, por el sólo impulso de los sentimientos éticos acumulados en el fondo de nuestra mentalidad, ¿cómo conseguirlo? Pues reflexionando siempre; reflexionando antes, en y después de la acción. Cuéntase que preguntado Franklin (otros ·dicen que Newton) como había llegado a ver tan claro en los problemas de la ciencia - física, respondió: «Pensando siempre en ellos_. » Pues l_o mismo sucede en el orden ético; no es posible aproximarnos al ideal sino pensando ·d ·mpre en él, y examinando a su fulgor todas las cosas . Hay que esforzarse, como decía una señorita, en permanecer siempre en los raíles, a menos que prefiiera una descarri· lar. Pero, ¿será esto tan difícil. que hará falta para conseguirlo una aptitud especial accesible sólo a ciertos espíritus? No. Para ese análisis psicológico poseemos todos una facultad crítica increíblemente sa~az y aguda cuando se trata de investigar la conducta del prójimo con el objeto de rebajarle, y de descubrir en sus actos lo~ móviles egoístas que


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le atribuimos. Pues apliquemos esa misma saga~ cidad y perspicacia a nosotros mismo~. Cuando se ha comprendido bien la necesidad absoluta de este cultivo del yo ético, el pensamien~ to meditativo se convirte en una necesidad, en una costumbre moral; y la reflexión se asocia er. ~ tonces tan fácilmente al acto, que las reacciones psicológicas se pres !ntan rápidas, instantáneas, produciéndose la virtud de una manera que bien puede calificarse de espontanea o automátka. Ese automatismo se comprueba ya, ba:·o mu" chos aspectos, en la mayoría de los individcos que no han experimentado más que una rudimentaria influencia moral. Muchas personas se abstienen de cometer delitos, por ejemplo, robar, no por el te~ mor de h Guardia civil, sinó porque ya es sólido y firme el sentimiento de que está mal hecho. La mayoría de nosotros somos incapaces no ya de matar, sino de faltar a sabiendas a una palab :a empeñada, y, sin embarg<', no necesitamos hacer ningún esfuerzo para combatir esos impulsos pri~ mitivos, tan poderosos en el hombre inculto. ¿Y no podría O\:urrir lo mismo, mediante un cultivo del yo moral, ccn la práctica de otras vir· tudes, como la toleranc' a, la indulgencia, la bon~ dad, étc., etc.? ¿No podrían éstas adquifir tsmbién ese carácter de automatismo psicológico? ¿Hay por ventura nada que pueda impedir para siempre ese progres0 ético, dimanando esas viitudes, igual


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que la ya adquirida del respeto al bien de otro, de bases también racionales? Ha~amos un continuo exámen de conciencia; escudriñemos en el fondo de nosotros mismos siempre, siempre, aún en medio de la agitación de nuestra vida; critiquemos sin piedad y rectifique· mos nuestros defectos; renunciemos a la obra, tan vana como indigna, de aplicar esta crítica a los demás, y volvamos esa mirada escrutadora a nosotros mismos. El descubrimiento de nuestras faltas y el vivir en un perpetuo pensamiento de desarrollo moral, es de absoluta necesidad, si que· remos que el progreso ético acompañe al progreso material y pueda de rste modo nuestro siglo lla· marse civilizado.

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t CAPÍTULO UNDÉCJMO

FUERZA Y CULTURA son Fuerza y Cultura, pero precisa también que se den, así en el individuo como en la colectividad, en una regular y equilibrada pon~ daación. Hay individuo y naciones que poseen fortaleza fisíca y económica, pero que carecen de cultura; otros y otras hay que tienen cultura, pero no tienen fortaleza.; los hay igualmente que carecen de ambas. La fortaleza sin cultura es brutalidad en el individuo, y barbarie en la comunidad; la cultura sin fortaleza es esclavitud eu el individuo. y esclavitud en la colectividad. El pueblo inculto y débil, como e'> doblemente depauperado, doblemente se hace sieno de la inteligencia y del capital. Perseguir la fortaleza sín cultura y sin prosperi dad económica, es querer engañar a los demás, siendo a los postres nosotros los únicos engañados. Perseguir la cultura por mera deletación, por se· guir la moda, por 1utína de ]a novedad, es cambiar NECESARIAS


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de traje, p(ro no de hábitos, conducto y vida, que e~ lo que:importa. El cultismo sin finalidad engendrará pedantes; pendantes y vagabundos; almas sin pizca de. SO' beranía, cual las de los atenieses de la decadencia, o de los romanos del bajo imperio. Y el militarismo hará de Espafta un pueblo estático si no se consi~ gue hacerle engranar en el mecanismo del Estado civil cual lo realmente es, como un subordinado. Parece que aquellos re~eneradores espaftoles que pretenden hacer una Espafta fuerte sólo con un ejercito numeroso y sin otra misión que la de procurar defender nuestro territorio, territorio inculto y habitado casi únicamente por hambrientos, repa, ran muy poco en eso. Realmente el pensar, el sen·· tir y el querer de nuestros hombres políticos, no es civil. ní mucho menos. Antes que civilizar el ejérci, to (civilizar en el sentido de subordinar lo militar a lo civil) se militarizan ellos. El militarismo en general no tiene derecho a ser una institución superior a las demás instituciones. Jerárquicamente y también sustantiva mente es más bien inferior. En la realidad riela vída las instituciones económicas son superiores al organismo mi, litar No hay militarismo sin dinero, sin riqueza; en C'lmbio,- abundan los ejemplos,- se pueden dar y se dan naciones ricas sin militarismo. Puede decirse que en Espafta no hay aún una opinión eronómica ni una opinión política de ca-


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rácter nacional, pt"ro existen tendencias que son al fin generadoras de opinión, más fuertes que la opinión misma. Y estas tendencias se hallan bien definidas: de una parte. los que quieren el king of spanish people, con el ideal de la fuer 1· de otra. los que aspiran a hacer país por medio de la cultura. Los forjadores de sueños. los que miran el porvenir. piden reconstitución económic y cultura. Los representantes o guardianes de la «leyenda dorada» son militaristas, y este grupo de reaccionarios, si no más numeroso, es, por lo menos. más peligruso que el otro. Los hay que quieren abrazar ambos ideales, pero como son t"scasos los recursos. al fin hay que estar con unos o con otros . Ahora bien; ¿que es más fácil, convertir la cultura en generador y regulador de fuerza física y moral, o aspirar que la fuerza brutal sea base de cultura? En la educación individual y social del pueblo español, ¿que es primero; el desarrollo mental y orgánico, o el parasitismo de fuerzas de ostentación sobre estos dos factores? El exámen de los presupuestos demurstra c¡uc el Estado español se inclina más a lo segundo que a lo primero. No nos asombra. Sobrios los españoles en las necesidades naturales del cuerpo y del espíritu, son pródigos en las su ntuarias con las que por rutina ya se han connaturalizado. Por eso gustan para cultivarse a si mismos y a la tierra que


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los sustenta, sólo la mitad de lo que a gastos mili· tares dedican. Sienten menos la necesidad de sa~ ber para vivir bien y la de vivir bien para saber, que la de parecer fuertes ante el mundo, para que no digan. Y por eso el hieratismo y el militarismo, que no son más que hipertrofias del poder oligá, quico, que supervivencias y manifestaciones del espíritu de casta aristocrática, que formas de auto· ridad y de poder falsamente interpretadas, puedan asentarse como parásitos sobre sus lomos y vivir esplendidamente a sus expensas. Mal hace el Esta· do, ya que no crea cultura, en convertir la fuerza, 11'1 fuerza que el cree insustituible, en organismo parasitario de la cultura. El problema de la fuerza, en España no puede ser otro que el de la cultura. La cultura es la que ha de servir para hacernos fuertes: puericultura, viricultura y agricultura. He aquí los tres gene· radores de nuestra fuerza social. Cultivemos la infancia, cultivemos la juventud y cultivemos la tierra. Cultura es trabajo ó resultando de trabajo; t>S trabajo cC'n finalidad propia o trascendente. Todo hombre que trabaja. cultiva algo, y además cultiva su propia personalidad Y no puede haber nunca una separacióu sustancial entre su trabajo y otro, sino especializaciones, determinadas por el hecho de la división. Ha de ser, por tanto, el trabajo del hombre corporativo y cooperativo.


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La cultura debe ser valor constante y perfec· donadora de nuestra personalidad; debe ser un viviente crecimiento mental y corporal. La planta más prech1da de la creación es el hombre, somos nosotros; y esa es la planta qut hemos de cultivar con todo esmero y perseverancia, para que sus flores y sus frutos tengan una fecundidad perdura~ ble. La cultura de nuestro mundo interior no es solamente legión de ideas, sino luz y calor, y, por consiguiente, fuerza al mismo tiempo. Si no ha de servir la cultura más que de velo a las miserias morales, o de freno imaginario a la bestia que en nosotros duerme; si no ha de dulcificar sentimien~ tos feroces y domesticar la voluntad, haciéndola racional, consistente y firme, será prenda de lujo más o menos brillante, pero no manantial, que es lo que ha de ser, que brote de las entrañas del alma, para tonificar el cuerpo en la lucha, o per· fume espiritual que del trabajo se exhale para rebustecernos en tenacidad y perseverancia para el bien. Cultura y Fuerza, si, pero fuerza nacida de la cultura, y no la que predican los sacerdotes del militarismo. La fuerza militarista nos conduce a la guerra, y la guerra, en este caso, no es para la paz, sino para los guerreros, que con su ocasión viven y medran; no es prólogo de tolerancia, de amorosa convivencia, sino motivo y razón para los que, codiciosos de condeccrac,ones e impacientes con


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su estado, quieren remover el escalafón y subir de prisa. Guerra también queremos nosotros, pero gue, rra en mi mismo, en mis interioridades, para con, quistarme, regenerarme e integrarme con mis hu' manos allegados. con los miembros primero de la comunidad española. con la europea despues, y luego coa la del mundo entero, con quienes he de colaborar en tolerancia y en amor. Guerra quere· mos, pero para domesticar nuestra fiereza secular y caprichosa; guerra a mi propia ignorancia y a la de mí pueble, porque la libertad que se gana hoy, se sepa conservarla, y si se pierde, reconquistarla mafiana; guerra laboriosa y fecunda, no guerra mortífera y cruel; guerra por la cultura, un nuevo kulturkampf, sin espíritu confesional. que acabe con la vieja concepción del Estado máquina don' de las individualidades, al engranar, se dislocan; ~uerra, en fin, para revertir mi Yo, mi hombre, nuestro hombre, a la cariñosa madre Naturaleza, que a todos nos envuelve y nutre, con ánimo de naturalizarnos en ella. y de humanizarla a la vez.


Oft

CAPÍTULO DUODÉCIMO

FILONEISMO Y MISONEISMO

Lo

que es fué establecido por Dios; luego lo que es, ha sido 1J será siempre. Así n.zo· nan muchos hombres y deducen de este razona• miento que lo que es debe ser, y que sólo locos o criminales han de ser los que intentan modificar el estado actual de cosas. Tal es el origen del miso· neismo y del conservatismo. No, dicen otros, los filoneistas. La inmovilidad, la inmutabilidad es un error, es una ilusión. El cambio, el movimiento es la egencia de la natura· leza, aunque sean muchas las cosas que parecen inmóviles. Y no sólo todo se mueve y cambia, sino que cuanto más nos elevamos en la escala de los seres, tanto más se aceleran el cambio y el movímiento. Se puede hasta afirmar que la superioridad y perfección individual y social están en rc.zón in· versa de la inmovilidad; pues, es cosa evidente que los compuestos orgánicos son más iostables que los inorgánico~, y que los gruros sociales Jo son


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más todavía que los simplemente biológicos. Lo que sucede es que nuestra vida individual es relativament_e demasiado corta, y no nos deja percibir to· das las transformaciones, particularmente las so· ciales políticas, que de un modo continuo se están sucediendo. No puede negarse, sin embargo, que la opinión pública es hoy, desgraciadamente, misoneísta en su mayoría. Sin examen serio, detenido, rechaza muchísimas veces por mala toda idea nueva, sólo por ser nueva, lo que da motivo para que se pueda tomar al misoneísmo como uno de los peo; res enemigos del género humano. Cuando la humanidad haya dado vuelta y vea que una idea es más buena y más verdadera que una idea antigua, creemos que el acrecentamiento del binenestar general se verificará en mayor escala y c"n mayorrapide7. Desde el pnnto de vista social, consideramos, por lo tanto, al filoneista como individuo superior al misoneísta. Estamos muy lejos de afirmar con lo dicho que toda idea nueva ha de ser aceptada como buena y verdadera y que toda ¡,Jea antigua haya de ser repudiada como falsa y detestable. No, no es esto. Unicamente queremos decir que el día en que los hombres no sientan desconfianza ni hostilidad res· pecto a las ideas nuevas, alcanzarían la mayor suma de bienestar posible sobre nuestro planeta; advirtiendo además, tambi~n. que la acción bienhe-


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chonr o

IDEA L ISMO

perju,Qicj.~l

t~ .~ys límit~.

del filop.eismo t,ieQe cjertl)men· porque -&ufrJr~mos igga,lmt_nt~ Ji

~arnJ?!éJ~qs ,d~Jll.a!iiadq.

De todqs mqdoeJ, lg. ven:laq es que, por regla ge· y t::{rfls~rpa!ismo pueden ser tenidos como sinónimos de estancamiento, regre· sj.ó_n y dec@pen~i~. y q-..e filoneismo puede ser to· p1apo como sinónimo de progreso, adelanto y per· feccionamiento . V~ríos ejemplos concretos, senci· llos r positivos lo demostrarán con notoria eviden· cia. Cuando toqas las marinas de guerra dotaban de hélice a su~ buques de vela, y cuando el telégr~o t>léctdco ponía en comunición todos los pueblps de la tierr11, E&pafta seguió construyendo muy tranquilamente navíos de vela. que hubo que d 2· sarmar al poco tiempo, y se dedicó a levanté r las torres ópticas, que ruinosas están ahi todavía en los picos de los montes. Más de medio siglo ha que aquel bueno y sabio D. Eduardo Benot puso de manifiesto de un modo claro e incontrovertible, fundado en larga y concienz L: da experiencia propia, los grandísimos y perjudiciales errores existentes en materia de edq· cación, t~nto en la Primera co.mo en la s ~gunda enseftbnza, al mismo tiempo que expuso las reformas urgentes, pre~isas, necesarias para corregirlos y remediarlos. Pues bien; los mismos errores y el mismo desbarajuste continuan aun, en la hora pre-

p~r~J. m4;o11-eísnJO


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sente; infeccionando y malea do toda a instruc~ ción pública. Pero, ¿a que ir presentando ejemplos de torpeza o ceguera nacional, torpeza ignorancia o ceguera incubadas prínclpalmento por el miro ,neismo y conservatismo, o aea por miedo, por el horror a lo nuevo si a manos llenas los puede fa~ cilmente hallar cualquiera en todos loa domíniol!J de la actividad humana? Siga el mundo su marcha como antes, que

no será tan mala cuando tanto tíempo cuenta. Y a la sombra embrutecedora de este lema, vamos cuminando plácidamente, sin quebraderos de ca· beza, y dejando que la desidia y pereza intelectuales vayan con su calígine de tal modo entenebree eudo nuestros entendimientos, que no nos permiten ver ni aun lo más evidente, ni aun lo que irremediablemente está pró.dmoa venir. No es, pues, extraño, sino muy natural y lógico, que la maquina vapur lltve el nombre de Watt; y lct caldera ttJbular el de Seguín; y la locomotora el ce Stephenson; y que la pila se deba a Volta; y la luz eléctrica a Davy; y el telar mecánico a Arkuvight; y que las aplicaciones de la electricidad hayan inmortalizadc- los nombres de Faraday y Am· p~re; y que Niepce y Daguerre hallaran la fotogra~ fía; y Bunsen y Kirchhoff el análisis espectral; y que el fonógrafo pertenezca a Edison, y el teléfono a Graban Bell ... No, no es e-xtráñO que entre los nombres de los grandes inventores, ni que entre


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aquellos otros que han renovado el mundo con las teorfus que hoy iluminan las ciencias, Corp~rnico, Newton, Fresnel, Grove, Joule, Berthelot, Darvín .. . no suene ningun apellido españ.ol. Casi solo los nombres de Balmes y de Ramón y Cajal en nues. tros tiempos, aunque en esferas distintas, han go. zado-de fuerza suficiente para transmontar glorio· samente afamados nuestras fronteras. ¿Y todo esto porqué? Pues porque en Españ.a ha habido y hay todavía mucha sobra de misoneísmo y mucha falta de filoneismo. Y si extendiendo la vista más allá de nuestro horizonte nacional, vemos que la anarquía política internacional, arruina y ensangrienta continuamen · te con sus guerras el suelo de nuestro continente, cuando una federación europea nqs brindaría beneficios de la paz; y que el proteccionismo arancelario y la propiedad privada de la tierra otor~an el bienestar y la riqueza a los menos, al mism J tiempo que condenan a la miseria y al sufrimiento a los más, cuando el libre cambio y la nacionalización de aquella propiedad, satisfaciendo mejor a la razón y a la justicia, a todos llevaría mayor dicha y mejoramiento; y que la intolerancia y el ex· clusivismo con sus naturales odios, rencores , soberbias, codicias y egoísmos, amargan atrozmente la vida humdna, cuando la tolerancia , la solídari· dad, el respeto mutuo y una completa iguald ad de;condkiones Ja b arfan más dulce, m ás f ·}:z, más


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alegre ... pero ¿a que continuar? Estos y otros mil males más que se pueden citar hijos son del miso· neismo. De que el espíritu misoneísta en esas ma· teria domina aun en todas partes al espíritu filo· neista. En cambio, merced a que en determinadas épo· cas el filoneismo ha triunfado del misoneísmo, de· bemos que los padres ya no gozen del bárbaro de· recho de matar a sus hijos ni nadie a los enfermos y ancianos; que no tengamos que sufrir la esclavi· tud ni la servidumbJe, ni vasallajes, ni seftores de horca y cuchillo; que al menos ante la Ley disfru· ten por igual todos los hombres de todos los dere· chos y libertades que la civilización moderna con· sideraba propios, inherentes a la persoQalidad hu· mana; que la mujer y el nifto hayan adquirido de· r ~ chos, respetos y comideraciones de que se halla· ba antes privada; que hasta en la ~uerra haya penet ·ado algo de humanidad, puesto que hoy se respeta la vida y hacienda del prisionero. ¿Por qué no hemos de ser todos filoneistas?


CAPÍTULO DÉCIMOTERCERO

¡DURUS SERMO!

e

~

la tt"adición que Ptolomeo, hijo de Lago, rey de Alejandría (320 antes de J. C.), cansado de las dificultades que el estudio de la Geo~etría le presentaba, preguntó al gran Eucli, des: -¿No hábría medio más fácil de aprender esta ciencia? -No, dijo el Maestro; no hay, ni aun para los reyes, ningún camino llano en matemáticas. Pues hoy, como en los tiempos de Ptolomco, tampoco se cogen truchas sin mojarse, o, lo que es lo mismo, tampoco es posible entender sin atender, ni atender sin esfuerzo, sin trabajo, sin penalidad más o menos grande y mas o menos sos, tenida. Ya Voltaire se burlaba con aquella sátira y gracejo que él sabía emplear, de los que pretendían quedarse enterados a la primera vez de todo cuanto 5e les explicaba , por difícil y complicado que fuese . VENTA


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Con ciencia infusa, o sea aquella, supuesta ciencia adquirida sin estudio, se puede llegar a tener 1~ ciencia del palaciego, la del vividor, la del psittacismo (del latín psittacus, loro); se puede llegar hasta a saber «que la nieve enfría porque tiene virtud refrigennt!; y que el sol calienta porque tiene virtud calefactiva; y que el vidrio es transpa· rente porque es diáfano, y que es diáfano porque es transparente.» Más aún; se puede llegar a saber «que los animales duermen porque es imposible vivir sin dormir; y que cuando el asno levanta las orejas es indicio de agua, y que lo es por la razón de que el asno es bestia muy melancólica». ¡Ah! si, muchas, muchísimas son las cosas que con ciencia infusa se pueden saber. Véase sino el cuento del inocente parvulillo que se hechó a llorar ante el cuadro de los cristianos arrojados a las fieras: -¿Por qué lloras, Serafin? ¿Te dan lástim~ los cristianos? -El que me da lástima, respondió inspirado por la ciencia. infusa, es ese pobre tigre que no tiene cristiano que comer. ¿Y no es efecto de esa misma gran ciencia la rtspuesta instantánea que según se cuenta dió también un niño al ser preguntado:-¡Niñol ¿quien sucedió a Fernando VII?-Fernando VIII. Con profundísimo garbo y salero uno de nues· tros más festivos escritores, D. Miguel Echegaray, hace que se salven de un naufragio en una isla


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desierta un gomoso y una niña de la misma sustancia, y, acosados por el hambre, ella pregunta a su compañero: -Pero, ¿usted que sabe hacer?- ¿Yo? Pues jugar al billar. ¿No es verdad, caro lector, que debe ser cosa muy útil eso de saber jugar a billat en una isla desierta? ¿Y no lo es también que esos gomosos y ~omosas de Echegaray, abundan mucho por aquí, por allí, por allá y por todas partes? ¿No es verdad que son legión los que ignoran, por ejemplo, qué es un metro cúbico, qué es el papel. qué ingredientes constituyen la tinta, qué es un lápiz, cómo se ara, cómo se hace el pan y otras mil cosas ajusdem furfuris? ¿Y no es vergoczoso y repugnante que sean tantísimos los que saben lo que todos debieran ignorar, y que ignoren lo que todos debieran saber? Y no hay que acusar en esto únícamt.nte a los de arriba, a los de enmedío ni a los de abajo. No. Aquí lo del aristócrata aquel de quien se cuenta que dijo: «La epidemia era tan general que ni aun los m-trqueses estábamos libres del contagio.» No hay, sin embargo, poesía cual la de la ciencia, ni fruiciones que igualen a las que ella proporciona. Sólo que para gozar de sus inefables encantos no existe más carr..íno que el de estudiarla, que el de aprenderla, y esto implica, naturalmente, alguna fatiga, alguna mo 1estia, al~una difi-


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cultad, algún disgusto o descontento ... iY son muchísimos ¡ay! todavía los que prefieren y hallan más cómodo ser puercos cebados que hombres sufridos, descontentos o disgustados! Por eso vemos tan poco visitados los templos de las ciencias y de las artes, y que lo sean tanto y tan asiduamente los del azar, de la prostitución, del mal pensar, del mal senür, del mal hablar y del mal querer. Por eso las innumerables maravillas modernas que por todas partes nos rodean, ni causan admiración ni despiertan siquiera deseos de conocerlas, de saberlas, de entenderlas. Por eso nada se estudia, nada se sabe, oí nada se entiende, así se trate del nuevo alumbrado eléctrico, como , del teléfono, como del fonógrafo, co~o de la transmisión de la fuerza a distancia, o de su re~ partición a domicilio... o bien, y ya en otro orden de idei<S, así se trate de la teoría de la evolución, o bien de la hipótesis de la conservación de la energía, o bien del abaratamiento del acero y las máquinas de triple expansión que, habiendo reducido el costa de los transportes, son hoy por hoy las causas principales de las crisis económicas, causas que en vano buscan donde no existen cuantos saben acaso lo que pasa en los gobiernos; pero que ignoran por completo lo que pasa en la Humanidad, como decía nuestro inolvidable sabio don Eduardo Benot. Pero, lo que dicen ellos ¿no son, por ventura,


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las teorías y las hipótesis sólo meras presunciones? ¿Y no es, en cambio, tan vieja como cierta y posi· tiva la máxima: Primo vivere, deinde philoso· phare? ¿Por qué, pues, no abstenerse religiosr, mente de aprender más de lo puramente neccs r io para los garbanzos? Quédese, por lo tanto, para los cursis y cursilones rematados, o para los esca· pados y merecedores de los manicomios, el intere· sarse por aquellos asuntos y cuestiones, o por las antiguas desidencias ya e ,ltre los dogmáticos y los .empíricos, ya entre los teóricos y observadores, y el sentir deseos de interrogar a las esfin~es cuando al frente de todos los tratados de Física, y de Ma· temática y de Filosofía ... se encuentran las ideas de Materia, de Espacio, de Tiempo, de NúmerC', de Energía, etc. ¿A que molestarse por saber lo qué es la Extensión, lo qué es la Materia, lo qLé es la Vida, lo que es el Derecho, ni si nuestra vida es un sueño ... ni por la chifladura de adorar ideales? Con saber siempre la hora que es y dónde está la mesa puesta, basta; y basta suficientemente . Bien se comprende que uno se meta a diput11d' s o a caciques, que no es menos; pero dedicarse a las ciencias o a las artes, y ser uno de sus sacer· dotes, o de sus pro)agandistas y vulgarizadores, jquiál, eso es colocarse im')ecilmente dentro de los círculos de la indiferencia y del m enosprecio. Nombres gloríosam ente inmortales de \V< tt, Fúlton , S eguin, Stephcnsoñ , A mpé re, F:íruday,


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Grove, Darwin, Berthelot, Kant, Adam, Smith ... y tantos y tantísimos otros que habéis revolucio, nado el mundo, infinitamente más que la inmensa mayoría de los famosos políticos, politicastros y politiquillos, 1cuan desconocidos y olvidados es, tais por la estulti;;ia, ignorancia e ingratitud hu' manas, mientras que los últimos, muchísimos de ellos ensoberbecídas nulidades y no pocos quizás verdaderos malvados, que no han hecho unos y otros generalm~nte más que detener, contrariar o estorbar la moderna evolución, se ven todos los días aclamados: ensalzados, festejados y vitorea, dos en pueblos, ciudades y aldeas, por ingentes muchedumbres tan insensatas o abyectas corr.o venales! ¿Durus Sermo? Si. ¡Durus Sermo!; itJero es verdad! No nos indignemos, sin embargo, por esto; que nada menos que to~'o u :1 emperador, Marco Au, relio, ya decía: «No te enfades contra un poste, porque a él nada le importa». Recordemos ademas, el siguiente epigramático diálogo:- «L:i indiferen· cía entontece- Pues yo no lo he notado en mi-¡Claro! Eft~ct:> de la indiferencia». Podrán, pues, la necedad, el cretinismo y la haraganería del munlo despreciar la ciencia y reírse de sus aman· tes y voceros; más no logrdran «que los hombres dejen de pasar, ni que la ciencia deje de crecer,., como dijo el cdebérrín10 Bácon.


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CAPÍTULO QÉCIMOCUARTO

LA MODESTIA

EL

hombre nace con sentimientos y nccesidz· des personalfsimas, egoístas, imperiosas. Pero destinado por múltiples circunstancias a vivir, desde la hora del nacimiento, en contacto con sus semejantes, debe modificar su egoísmo antisocial disciplinándose, reduciendo su personalidad en relación al medio ambiente. Esto es, rsicológicamente, a juicio del profesor y pedagogo argentino Bunge, el sentimiento de la modestia. Altruismo, carid6d, disciplina, prudencia, respeto, urbanidad, sobriedad, reserva, discreción, pudor, decoro, sencillez, naturalidad, etcétera, son derivados o copartícipes o matices de dicho fundamental sentimiento ... Se diría que el hombre es un animal sociable porque combate, en su propio interés, sus sentimientos antisocialé!. En tal sentiln'ento, se puede afirmar que la modestia es la condición de la sociabílidad. La modestia es, en el mediocre, lo que la sin-


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ceridad en el hombre de talento. Es modesto quien se contenta con la verdad común, sin enjaezada como las mulas de la feria. Es modesto quien se reduce a su esfera, sin mentir ni mentirse grande~ zas. Y así como en el hombre grande la sinceridad es la sabiduría, en el mediocre la sabiduiia es la modestia. Con la sinceridad, aquél marca los rum~ bos; con la modestia, éste los sigue. Defecto grave es, en el niño, una continua falta de respeto, para con sus superiores. Revela un f mdo de bajeza y grosería . El mejor modo de im~ ponerle el debido y r.ecesario respeto, es con el ejemplo y con la palabra. Todo hombre que lleva en sf un principio de supe ·or·da el, comienzc., en la adolescencia, por buscar sus ídolos. Como no puede hallar todavía en él esa superioridad que posee latente y en forma de vaga aspiración, diría~ se que la busca y concreta en un extremo. Los hombf(s de talento, cuando níf:o'3, encuentran ge nera'mente esvs fdol . s (n el rasado: Cé3ór Jo ha~ lla en Alejandro; Kant en Rousseau; Wagoer en Be~thoven. Los varor:es i'ustres de Plutarco atraen y fanatizan en su juventud a todo futuro Vélrón ¡lustre. El super hombre llega aun, en su inicia· ción, a identificarse, ror admiración ardiente, con este o aquel precusor, a quien imita casi sin saber· lo. Luego, más tarde, cuando ya produce por sí mismo, por sí solo , suele romper de un mazazo, dentro de su alma, los antiguo<; moddos. Parece


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que· se encarnó primero en ellos, para poderles sobrepasar i:lespués. Asf, en el educando mediocre debe exigírsele el respeto para todos; y en el superior al menos para algunos . . La petulancia, el exhibicionismo, la jactancia de prematura hombría, todo es inmodestia, y la inmodestia hace'al hombre falso e inútil. Quien de niño se toma líbertades de hombre, de hombre se tomará libertades de niño. Y no de irresponsables niños, sino de hombres responsabilísimos debe componerse toda sociedad sana y progresista. Procuren, por consiguiente, padres y maestros inculcar fuertemente en el cerebro y en el corazón de los niños el hertno ideal e intenso sent'miento al par que los hábitos sinceros de una verdadera modestia. Ella, juntamente con las otras virtudes de que ya hemos hablado, es segura madre de grandísima felicidad.


CAPÍTULO DÉCIMQQUINTO

LA VERDAD

Es

la verdad (veracidud, lealtad, d!gnidul. .. ) uno, coa10 ya tenemos dicho, de los cuatro idedles y de sus correspondientes hábitos cardína· l.:s que conviene inculcar e imprimir de un modo índd.:ble en la mente y corazón de los niños, para que, cuando ho!llbres, obren siempre imperiosa mente ínsp!rados y guiados por des. ¿Y que es la verdad sin ~) la síncerkliHJ? Y jc u<in distintas seri<m las relaciones humanas si fuéramos todos sinceros en todos nuestros acto~! <<La sinceridad es la primera de las vütudes>>- decía Chtrhuli7 -- y 1'1 . Parodi: <<El resp(tO a la verdad e> la virtud de la humanidad consciente. A medida que se h =1c.c: llHlSciente de sí misma, adquiere la sinceridad una importancia cada vez mayor». Ei n ·ño pu<!de edw:arse fácilmente y muy pronto en esta virtud. sin tomarse el trabajo de en se· ñársela; ínculcándosela con el contagio <..lcl cjen.~ plo. Debemos ser sinceros con él, no decirle naJa


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que no esté conforme con la verdad, no hacer en su presencia nada que sea contrario al principio de sinceridad. Es necesario que en todas las circuns· tancias de la vida·, hasta en los actos más íntimos, pensemos y obremos como si los demás pudieran vernos sin avergonzarnos. Pueden imaginarse situaciones dramáticas en las que una mentira puede salvar nuestra vida o la de otras personas; pero esas situaciones !Ion excep· cionoles y hasta anómalás. Cuando nos encont1 e· mos en una situación de las que no podamos salir sino por el disimulo o la mentira, cada uno es due· ñ.o de proceder con arreglo a su conciencia. Rara vez, afortunadamente, nos hallamos en la vida éln· te taJes dilemas. La vida en sociedad fomenta la falta de fran~ queza y autoriza una multitud de menudos embus· tes, con frecuencia completamente inútiles. Mas, si esas pequeñas o inocentes mentiras no perjudi· can generalmente a nadie, debilitan el espíritu de veracidad creando perniciosos hábitos mentales, difíciles de olvidar cuando luego circuostanci<Js im· ponen la franqueza. · La franqueza no es una cualidad de ostentación, una de esas semi~ virtudes mundanas que, como la cortesía, facilita las relaciones entre Jos hon brcs. Es.• por el contrario, una virtud cardinal que en· gendra otras. El que es franco no puede obrar mal sino por error, porque se exp<>ndrfa á los reproches


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ajenos y á los suyos propios ta1,1 pronto com~ reco nociera su equivocación. La franque~a engendra la lealtad en los negocios, la probidad comercial. Cierto que se perjudíCl en términos generales a quien se engaña, pero á fin de cuentas quien más se perjudica no es el engañado, sino el engañador. El hombre que acostumbra a engañar a todos, sea o no sea creído por los demás, acaba por epgañaq;e a sí rpismo. El es, sí, su primera víctima. Nunca poseerá un carácter firme, pues, dis¡mulando a los extraños djsimula a su pr:>pia conciencia sus defectos y debílüJades, que se representa hasta como méritos, por lo que no hara jam{t3 esfuerzo alguno para corregi~los. Pc~ra ser leal consigo mismo, es n~cesario ser leal con los demás. Y el de~eal corre el pdígro serio de ser el pdncipal damnificado por sus-propias mentiras. En materla amoros ~t es donde más cruelmente se muestran los efect0s de la deslealtad. El jóven educado en la veracidad no se entregará ni al libertinaje vulgar ni a bs aventuras g ·:~.lantes; le repu~nará ponerse la máscara a que obliga la vida disipada. Si éste se siente arrastrado por la impÚlsión sexual, retrocede arrepentido al representarse el estado de alma qut.> resultaría del contínuo disilUI~lo. No es el medio vulgar, no es la timidez lo que le retiene; es la imposibilidad moral de renunciar, al hacerse hombre, al ideal de franqueza que


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se había formado cu'lndo adolescente, y que la educación le había inculcado. Atraído por los encantos de una joven, aprecia· rá de una ojeada el camino qut> le traza la sinceri· -dad. No sólo evitará la seducción, sino tambi !n e¡ devaneo, que puede despertar esperanzas en la que le agrada, comprometerla, y causarla después la amargura de un desengaño. Mientras no se halle en posición de crear una familia, se guardará de t'D :ender la pasión en una mujer y sabra contener sus sentimientos propios. Y ya en el matrimonio se hallará a cubierto de las infidelidades: no por· que sea insensible a los encantos de otras mujeres, pues hay en la sensualidad atracciones que no pueden rechazarse a voluntad, sino porque ama la verdad y ama de verdad y no puede hacer sufrir a la que ama. Sí es incapa~ de disimular con un in· diferente tn las relaciones mundanas, ¿como ha de perder esta franqueza en la íntima unión del ma· t imonio? Mirada desde cualquier punto de vista es la Sinceridad, es la Verdad, columna de fuego que guía a las muchedumbres en la noche, a través del desierto, como dice Bunge, hacia la tierra prome· tida, hacia una nueva etapa del progreso. Es de absoluta necesidad inculcarla en los ideales de los niños ... ¡Porque es la más útil condición para la lucha por la vida!


CAPÍTULO DÉCIMOSEXTO

TOLERANCIA E INDULGENCIA estas, dos virtudes que exigimos enérgica~ mente a nuestros adversarios, pero que nos negamos con harta frecuencia a practicar con ellos. Ee refiere la primera a las opiniones de los demás, y la segunda a su conducta, pudiéndose asegurar, sin temor a equivocarse, que un franco y leal ejercicio de ambas facilitaría y hermosearía grandemente las relaciones entre loJ hombres. Cuanto más valdría practicarla algo todos los dfas que exclamar por Navidad: «Paz en la tierra y benevolencia entre los hombres». Se viene repitiendo esto desde hace dos mil años, sin que haya cambiado ¡ay! la situ.1ción del mundo. La falta de tolerancia y de indulgencia es la guerra perpetua entre los individuos, entre los grupos sociales, entre los pueblos; es el famoso struggle for life que Darwin observó en ks animales y que se ha adoptado como línea de conducta Ta · a la especie humana. Parece haberse hallado

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en ésta ley natural que, sin embargo, sufre nume· rosas excepciones, una como de justificación de nuestro egoísmo. La tolerancia y la indul~encia serían la paz y el progreso obtenidos por el concurso de todos; se. ría la harmonía, sustituyendo a la lucha por la vida. Con la práctica sincera de esas dos bellas vir· tudes sería posible la discusión con las personas que piensan de modo diferente que nosotros, y de la que brotaría la luz. No irritándonos las injurias de los otros, someteríamos sus ideas a la crítica benévola de nuestra razón. A veces conservaría· mos nuestras opiniones, encontrándolas fundadas; otras veces nos dejaríamos convencer, y atenuaríamos nuestras convicciones. Comprenderíamos a nuestros adversarios y expondríamos nuestros motivos sin recurrir a ese impertinente «yo sé» con el que encubrimos nuestra ignorancia, o a ese «yo creo,» al que sólo puede replicar el adversario: «Pues que le aproveche a usted » Si se practicase la tolerancia y la indulgencia, no se vería a personas inteligentes asombrarse al oír que hay algo de monstruoso en la comhínación de las palabras «guerras de religión, o en la unjón de la guillotina y del culto a la diosa Razón)). Puesto que nos entenderíamos más a menudo, habría necesariamente menos hombres de opiniones muy opuestos, y sabrían estos prescindir de


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sus discrepancias, buscando lo que pudiera unirlos, y se ayudarían mútuamente en la persecución del ideal común. ¡Como cambiaría el aspecto del mundo si esas dos virtudes que todos reconocen como excelsas y apetecibles, obtuvieran algo más que una estimación fria y platónica! No olvidemos nunca que las personas que nos hablan piensan con su cabeza y no con la nuestra; que ven las cosas bajo otro punto de vis, ta, con otros colores, y que si nosotros tuviéramos el mismo temperamento, y hubiéramos experi, mentado las mismas influencias educadoras, físicas intelectuales y morales, probablte emen pensa, riamos como ellos. Tan pronto como yo sé que mi adversario ilO puede, en el momento de exponer una opinión, te, ner otra diferente de la que resulta de su mentali, dad innata o adquirida, queda formado mi juicio, y seria una enormidad el exigirle que inmediata, mente pensara como yo. ¿Como no ser, pues, tolerante .:on él? Y lo mismo podemos decir respecto de su con, ducta. Cuando se comprende y reconoce que un ec to no es más que el término de una idea, que el motivo. que no es creado por nosotros, precede a la volícíon, todo cambia de aspecto y se esclarece; el homl?re, en el momento de obrar, no puede obedecer a otra idea que éj la que ocupa su mente en aquel instante, por mala que sea ¿Cómo


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no ser, pues, también con él indulgente? De buena gana proclamaría: «Misericordia para todos los pecados», a condición de que no se emplee como tapadera de todos los vicios. Podemos asombrarnos y entristecernos el ver rechazar opiniones que nos parecen fundadas, in· discutibles; pero no tenemos jamás el derecho de hacer a nadie ·r esponsable de su ignorancia, ni de mostrarle desprecio alguno. Si nos creemos en si· tuación de poder influir sobre ellos, acordémonos de que las moscas se cazan con miel y no con vinagre. ¿No es San Francisco de Sales quien decía : «Más vale callarse una verdad que decirla con acritud y de mal talante?» El estado de ánimo de nuestra interlocutor tie· ne sus causas profundas, ineludibles, en su pasado y presente fisiológicos y patológicos; s.i endo, por lo tanto, tan absurdo incomodarse por e'l error de los demás, como enfadarse con un negro porque es negro. La única diferencia estriba en que el negro no blanqueará a pesar de nuestra crítica , mientras que el que piet,sa equivocadamente puede cambiar de opinión. Lo que hay que hacer es presentarle la nuestra bajo una forma aceptable. Además, si es verdad que no faltan individuos sanos que piensan mltl, lo es tambíen que no faltan locos a medias; y cuando se habl a de mitades, se p uede pensar en fracciones, y en fracciones cada vez más pequefías, hasta ll egar, en buena lógica a


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la conclusión de que entre el carácter defectuoso y la enfermedad mental, no hay más diferencia de grados, pero no de esencia. Seamos, pues tole~ rantes e indulgentes con los demás y seamos al mismo tiempo severos, muy severos crm nosotros mismos. La ironía y la dialéctica acerba, que tan bien sabemos manejar contra nuestros adversarios, empleémosla t.n corregir nuestra mentalidad propía, en renovar nuestras ideas y en marchar síem~ pre adelante por el camino del perfeccionamiento mora f. «Comprenderlo todo es perdonarlo todo,» de~ da el sabio y elocuente P. Lacordaíre. No olvidemos nunca tan bellísima máxima.


CAPÍTULO DÉCIMOSÉPTIMO

SOBRE LOS CELOS

E

s diez veces preferible para una mujer un marido infiel que un marido celoso. Los . resultados de los celos del varón en la historia del matrimonio son verdaderamente increíbles. Los celos hacen del matrimonio un infierno. Con fre~ cuencía se exaltan en el hombre de una manera tal, que toca en la manía de persecución. La vida entonces de la desgraciada mujer que de ellos es víctima, se vuelve un martirio interminable. OfeiJ.~ sas constantes y perpetuas sospechas, acomp s ña~ das de insultos, de amenazas, de palabras violen~ tas y maltratos de obra, que pueden llegar hasta el homicidio, suelen ser el result:ldo de esta terri~ ble pasión. Aun en su forma más moderada y normal, los celos son ya un suplicio, pues la confianza y la inquietud envenenan el amor, h asta en sus más anodinas apariencias. Se habla de celos injustificados. Pero , ¿están , acaso , nunca realm ente justifi~


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cados? El hombre seriamente razonable que abriga dudas fundadas sobre la fidelidad de su m-ujer tiene el indiscutible dere{;ho de comprobar pruden· temente su exactitud. Si resulta que su sospecha carecía de base, ¿de qué ha servido ser celoso?; Ita hecho a su mujer inutilmente desgraciada con su manera de ser, y destruido la flor de la confianza conyugal y, por consiguiente, la intimida:d de su dicha. Si, al contrario, tenia fundamento su pre· sunción, no cabe racionalmente sino elegir estos dos cam:nos: o bien se trata de una embriaguez amorosa sugerida por otro hombre a su mujer, que en el fondo la hace ser muy desgraciada, y puede entonces reconciliarse con su marido y me· recerque éste le perdone, en cuyo caso sólo el cariño, y jamás los celos, puede curarla, o bien se ha extinguido verdaderamente en ella todo amor al esposo, o tdmbién, a veces, no se trata más que de una intrigante falsa y sin carácter. Y en esta segunda alternativa, ¿no son, por ventura, tos ce · los aún más absurdos? ¿Vale, acaso, el bol'lo d coscoJ:rón? ¿No es el divorcio fo que, en realidad de verdad, se impone y en breve plazo? No están, no, justificados nunca les celos. Los celos no son otra cosa que la brutal estupidez de una herencia atávica o un síntoma e:ie .una morbosidad. Desgraciadamente, por falta de una adecuada educación y de una viril autoedaeación, el hombre, posee muy poc()l dominio . sobre sus -sentimientos


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cuando son violentos y arraigados. El celoso por naturaleza, es decir, por herencia, en general no tiene cura, y envenena su propia existencia al mis· mo tiempo que la de su esposa. Semejantes individuos no deberían casarse jamás. Los celos desempeñan papel inmenso en los manicomios, los procesos y las novelas, pues son una de las fuentes más fecundas de las tragedias y desgracias que afligen la existencia humana. Los esfuerzos combinados y perseverantes de una educación sólida y verdadera y de aquella selec · ción racional que lleva el nombre de eugenismo, son del todo indispensables para que se llege a eliminar gradualmente tan funesta pasión del cere· bro humano. Óyese decir muchas veces de una mujer o de un hombre que son muy poco celosos, porque son demasiado indulgentes con las inclinaciones ex· tramatrimoniales de su cónyugue. Cuando seme· jante indulgencia descansa en cínica indiferencia o en el interés pecuniario, no es falta de celos, sino ausencia de sentido moral, que debe duramente vituperarse. Si proviene, por lo contrario, de un amor real y razonado, debe respetarse grandemen· te y alabarse sin reservas de ninguna especie. Los celos no son muchas veces más que una manifestación de una jactancia imbécil o de un brutal egoísmo. El egoísta quiere de una manera cándida y torpemente egoísta. Frases y hermosas


palabras no le faltan, pero cree él que le son debidas a su cára persona todos los sentimientos y todas las consideraciones, mientras que reduce a un mínimum sus deberes respecto al objeto de su amor interesado. Le endilga y se endilga a si mismo, sobre Jos deberes de la vida, sentencias y prhÍcipios que corresponden a su propia manera de sentir; exige mucho del otro y le da muy poco en cambio. El hombre ·bueno, de . sentimientos altruistas, siente las cosas de manera contrari<>: exige muy poco de los demas, pero exige, en cam· bio, mucho a sí mismo. Las naturalezas tranquilas quieren de otra ma· nera que las naturalezas vivas, impetuosas, impul· sivas, y sienten el amor de modo muy distinto. Por su parte, Jos imbéciles no aman lo mismo que las personas inteligentes, y las gentes bien edu· ca das difieren de la manera de querer de Jos pata· r.es. La voluntad desempeña también aquí gran papel. Lo mismo se encuentra ~n el amor la debí· lidad y la impulsividad que la energía y la perse· veranda. Acerca de este último punto, la mujer prueba su superioridad con la mayor constancia que consagra a ·un amor, en gener~l más medita· do. Un iimor feliz, vivifica y facilita J¡¡s ocupaciones intelectuales más intensas, mientras que los celos, con las ¡:,enas y disgustos que acarrean, ordinaria· men.t.e las diiicult¿¡n. Es más; los mismos héroes·


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de la

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r~zón,

tan prgullosos de su buen sentido, refle~vo y mesurado, los sabios, por ejemplo, :suelen ser influidos en sus opiniones científicas, con más frecuencia de lo que se cree, por sus sen· timientos afectivos. Sip que el hombre se dé cuen· ta de ellp, sus sentimientos se ínsinuan en sus opiniones, que él supone ·de índole puramente ' \ tntel~ctual, y las dirigen con mucha méifor fuerza de lo que paree:: a primera vista. Huelga decir que o.emejant~s influencias actuan principalmente so· bre los indiv4duos predispuestos a la sentimenta· lidad. En e] amor, estos individuos se asemejan a las ~~pad~s d~ dos filos; la iqtensidad de sus sen· timientos los lleva con rapidez de un extremo a otrQ, haciéndolos pasar de la dicha loca a la deses· peración Q al furor. La sítuacióq se hace más gra· ve toda,vfa cuanda semejantes tempestades estallan ~n los ínqividuos de voluntad débil e impulsiva y de escasa inteligencia. En estas circunstancias es cuando suelen formarse alianzas o matrimonios d~~iguales. sin fidelidad, que traen consigo violen· tas disput~ y aun a veces crímenes pasionales. Si entonces entran sobre todo en juego Jos celos, vese, a menudo que el homb.r;e mata a su mujer y se suicida luego. Verdad es que no siempre son los cel.os lo que ori~ína un crimen de esa naturaleza. La mera de· sesperación· puede inducir también a la ejecución de t~les actos sin que exista motivu alguno de ven·


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ganza, ni siquiera de celos. La tempestad de las pasiones estimula a los cerebros débiles a realizar golpes de efecto impulsivos, cuyos móviles son di~ ficilísimos de analizar. Solo decimos que los celos son muy amenudo causa de tales tragedias. Esto sí, despues de estas tragedias de muerte seguida de suicidio, cuando el autor sobrevive, suele oírsele exclamar: «Me encontraba en un estado de desesperación y excitación tal, que no veía otro desenlace que la muerte de ambos». Los celos no están quizás menos desarrollados en la mujer que en el hombre. Pero son generalmente menos brutales y violentos al par que más instintivos y obstinados. Trodúcense en reproches, alfilerazos e ironías, enredos, pequeñas tiranías y todo linaje de astucias, que amargan la existencia común tanto como los celos del hombae y que resultan igualmente ineficaces contra la infidelidad. En el paroxismo de la pasión, el hombre celoso, como hemos dicho mata a golpes o emplea las armas de fuego, mientras que la mujer recrimina, araña o enven·e na. Entre los salvajes, las mujeres celosas arrancan con los dientes la nariz de sus rivales; en los países civilizados, les arrojan a la cara acido sulfúrico. El fin es el mismo, afearlas. Pero, al trocar su defraudado amor en odio, mal humor o celos, y como consecuencia de ello, denigrado todo, desconfiar de cuanto existe, murmurar en teda ocasién tomar ojeriza a todo el mundo, no


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ver otra cosa que el lado malo de las gentes y no encontrar satisfacción mayor ni mayor placer que atormentar al prójimo, ¿se han hecho realmente más felices ni han llevado la verdadera felicidad a la famiJia? No, ni mucho menos. Conviene, pues, que a grito herido digamos, prediquemos y convenzamos «todos los heroes que en nombre del honor ofendido quieren otor· gar derechos a los celos y hasta colocarlos sobre un pedestal, que los celos no son más que una ruin y funesta herencia ·que nos han legado las bestias y la barberíe.


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CAPÍTULO DÉCIMOOCTAVO

EL ARTE Y Ll\ PORNOGRAFIA

E

¡::oler del arte es inmenso, pues, los senti• mimtos dirigen al hombre mucho más enér· gicamente que los motivos llamados de razón. Pero el arte debe ser sano. Sin soportar la rígi· da disciplina tle la moral, y sobre todo de una mo• ral plebeya, vulgar, ñoña, mojigta, sosa, gazmoña, h·pócrita, tiene el deber de remontar su vuelo hacía el cielo y mostrar al pueblo que le contempla el camino del Olimpo, no del Olimpo, de una supersticiosa credulidad, sino el de una humanidad mejor y más feliz. No es necesario para eso que disminuya el flujo de la savia del amor, ni la ener• gía de su perdurable tema. Ningún hombre verda· deramente moral pretenderá quitarle el condimen· to del erotismo, allí donde lo haga indispensable la exi~encia artística; mas nunca, nunca, debe el arte prostituirse al servicio de la obscenidad venal y de la degeneradon. Y la v~rdad es que con harta y lamentable L


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frecuencia, con el pabellón del arte se cubre mul~ titud de producciones humanas que están muy Jejos de merecer este honor, y que en esta esfera los asuntos eróticos desempeña papel tan podero~ so como triste. No hay medio alguno, por sucio que sea, que no se emplea en halagar la baja sensualidad del público. Canciones frívolas, novelas y representaciones teatrales lúbricas, danzas obscenas, láminas y películas pornograficas, etcetera, desprovistas de todo valor artístico, surgen a porfia, especulando con el cínico instinto erótico de las masas para sacarlas el dinero del bolsillo. Refiriéndose a estos asuntos, ha dicho el ilustrado Inspector de Primera Enseñanza de Madrid D. Luis Linares Becerra, que en el Cine hay un peligro latente, seguro, de eficacia corrosiva para el espíritu infantil. El cinematógrafo- ha manifestado-tiene la culpa de la perversión psicológica de la juventud. Frente a esas películas a base de asesinatos, tiros, expolias y venganzas, o de esas otras de asuntos inmorales, de escenas lujuriosas, de besos amorosos kilométricos, que duran más que un día de verano y que llenan las pupilas de visiones sexuales y que ejercen una influencia corrosiva en . la blanda mente de los chiquillos, el niño se intoxica atrozmente. La esponja humana va avidamente embebiendo todo ese producto exótico y tóxico, hecho de perversi~ dades y de alusiones sexuales . Y todo esto que


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muchos ven con. un e~imiento de hombros, y a veces de fatiga, oe clav.a con fuerza en la mente virgen de las criaturas. -buscando Juego el espíritu imitativo de los muchachos el medio de remedar las proezas de los personajes silenciosos de la pantalla. Cines de tal natur.aleza no pueden me· nos de ser hondamente pecaminosos, inmorales y perniciosos, por' lo que ban obrado muy cuerda· mente los departamentos que en Francia han pro• hibido la entrada en los cines a los muchachos menores de doce aftos. Sin imponer cortapisa alguna al verdaiero arte, deber de la sociedad es, por consiguiente, combatir los productos pornográficos de un ero· tismo malsano. El apetito sexual, especialmente del hombre, es por termino medio suficientemente fuerte, quizás, comparado con las necesidade3 sociales de la procreación demasiado fuerte . Re· sulta, por tanto, del todo superfluo, tratar de es· timularlo y aumentarlo artificialmente de una manera especial y por mil distintos medios. Al lado de la lucha contra la depravante in· fluencía del dinero (del mammonismo) y del alcohol, hemos de colocar la lucha contra la pomo· grafía. Hay que combatir toda estética pomográ· fica y en general toda estética de mala ley. Un sentimentalismo torpe, falso y contra naturaleza, salpimentado de erótica lascivia, tal como se os· t~nta en la pacotilla que se ofrece al pueblo con


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ef título de arte, ha de provocar en todo hombre que posea alguna dosis de sentido atltístico, que tenga alguna idea y algún sentimiento de la alta dignidad y de la honrosa· seriedad del arte, una noble y sant~J. repugnancia; repugnancia que sen· tira indudablemente todo el pueblo el. día que ten~ ga verdaderamente educado el sentimiento esté~ tico.


. CAPÍTULO DÉCIMONOVENO

GARBO Y SALERO

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aquí dos cosas que aunque procedan de una misma raíz, el humorismo, no son, como ordinariamente se cree, iguales, sino, como . vamos a ver, muy distintas. El Garbo es, se~ún ya dijo un sabio eminente al par que exquisito escritor, uña cosa mucho más· seria y trascendental de lo que gener~lmente se p ·. ensa. En él hay un fondo estético y artístico. Es, según la forma que adopte, donaire, gracia, don de gentes, traza, destreza, naturalidad, etc., etc. El hace al Individuo agraciado, simpático, intere· sante, seductor, 'l>roporcionándole de este modo una prolongada carrera de aplausos, de amor y de esmeradas atenciones. Es el buen gusto en acción. Es, en fin, una manifestación de la energía vital en el terreno humorístico que da, al que de verdad es real y puramente garboso , la perfeccibn del éxito en todos sus actos, y le ofrece al mismo tiempo su propia .utilidad y la simpatía ajena. E


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Bueno es, por consiguiente, que quién no posea esa cualidad, que es además altamente moral, sa· ludable e higiénica, la busque y adquiera, y que la cultive y fomente, si ya la tiene, ya indirectamente, por medio del entendimiento, haciendo la crítica del mal gusto, ya directamente, y es el medio más corto y mas 3egurQ, \~yendo libros y írecpentando el trato con gentes que la posean en sumo grado. Ya no puede decirse lo mismo respecto del sa· lero. El salero es el empleo del garbo con la in· tendón maligna de depdmir la dignid-ad o de excitar la concupiscencia de n~estro.s sel}lejf!ntes. Es en relación al garbo lo q9e el st;mide~nucf.o erótico a} desnudo artístico. Este detecta el .sen· timiento estético, y aquél despierta la sen&ualidad . Todas ]as Venus griegas, como dice el sabio antes aludido, juntas no bastan a lograr de nuestra con· cupiscencia lo que la sola g~rganta dd pié de unól pícara manola, diseñada por un más pícaro dibu· jante. Y si se recuerda, ya que hemos citado a Grecia, aquello de la· sal ática, se puede r(!spon· der que eh ella no hay sal ni sqlero, sino puro garbo y purísima gracia artística. Y la prueba de que la sal ática nunca fue sal sino gracia o garbo, está en que no basta llamarla sal, sino que hay que especificarla, apellidándola atica o propia de los helenos, precisamente por el buen gusto, por la ausencia de sensualismo que la carecttriza. El salero, que, según los fines, his. formas y los


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lugares, toma también Dos nombres de malicia, picardía, chispa, tilín, canela, chiste, guasa, sentido satírico, gracia erótica, etc., etc., resulta siempre, por su propia naturaleza, en detrimento de tercera persona. Y cuando se presenta en aquellas descaradas maneras llamadas pornografía y sicalipsis, y hasta en aquellas otras más atenuadas tales como el epigrama y dichos insinuantes o provocativos, y aún hasta cuando, para lograr su maligno propósito, da a tiempo esto es, con garbo o coquetería, golpes de pudor, de modestia y de caridad, y toma cierta adecentada apostura, se convierte en aire pestilente que vicia, enferma y corrompe el sentido moral, la emoción estética y la salud del cuerpo. El garbo es, al contrario, aire fresco, puro , balsámico; es aroma vigorizante ex~ halado por actividad de buena savia que entona, recrea y hasta cura o ayuda curar no pocas~r afec­ cíones, aunque revistan carácteres gravísímos. Conserve, pues, el garbo quien lo tenga, pero cuide y procure muy mucho ~de que la malignid~~ no le haga degenerar en salero. Porque si en el primer caso puede ser cau"sa y condición de no escasa felicidad, en el segu ~~o puede originar y producir horribles estragos en la reputación y en b virtud ajenas, lo que solo puede halagar cuando se tiene más vanidad que conciencia. Consid ere todo saler{stico que es punto menos que imposible dañar sin dañarse, y que una de las·


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co:;a..a. qqe más envilecen el espírituA emponzofian ·ta sapgre~ rebajan eL carácter y aislan ~ del trato de¡ m1,1ndp por la enajenación _de su_ simpatfa, ·es el abllsO que de lasaZ vaya badendo en su vida. Tod¡¡.s lasJengu.as terribles, a la larga, lo pasan mal y aepban peor. La celebtación de los primeros dí· chos Y.los triqnfos primeros de una graciosa ma· lignidad sobre excitan al principio, luego desvane· cen, más tarde er. vician ..... hasta que, por fin, el retraimiento de los mismos que primeramente aplaudieron el chiste, la canela, la gracia, la sal, van dejando solo al pobre amante y cultivador de salerismo con su lengua viperina y su gesto petu· lante, y quiera que no, vese obli~ado a volverse misántropo, ya que no se le consiente ser antropófago. Sí: en todos los casos es siempre el salero una mala cosa, porque siempre es signo de decadencia, de regresión y de perversidad, pues supone intención dañina, intención de perjudicar o de mover a pecar. ¿Y que diremos cuando la sátira y el erotismo, capitales representantes del salero en literatura, acuden, para el logro de mayor éxito, a palabras, frases e imágenes groseras, a excesos de lenguaje tan abyectos como nauseosos? Vamos. Creemos que ya es hora de que reaccionemos contra tamaños males. Creemos que del mismo modo que los que están acostumbrados a


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la limpieza y aseo del cuerpo y de Jos vestidos, sienten instintiva repugnancia··hacia las perSonas desaseadas-y mal olientes, así también deberíamos sentir y manifestar igual repugnancia- hacia toda conversación y literatura indecorosa·, · deshonesta, licenciosa y sucia. La grosería dellen-gttaje, · aun, que no llegue al deseDfreno y a la . obscenidad de un modo bruta}, es signo, tanto con eldcrito como en el hablado, de bajeza de sentimientos y de torpes o ruines pensamientos. Hay que enseñar deleitando se dice, y se repite y se clama por doquiera; ¿Y no equivale esto acaso a decir que hay que ensefí.ar con f?arbo? ¿Y hay por ventura algo que ensefie más y mejor que los públicos y altos ejemplos? ¿Y hay quien puede ofrecer ejemplos de mayor eficacia, de mayor su· gestión que el periódico, el libro y el teatro? Es,. en efecto, una verdad tan evidente que nadie osará desmentir, que el periódico, el libro y el teatro son los medios más poderosos para modifi· car hábitos y costumbres, rectificar errores e infiltrar en las conciencias y en los corazones sen ti· míentos de bondad, de belleza y de verdadera virtud. Pero para conseguir esos tan buenos y nobles resultados. precisa que se presenten engalanados siempre con las brillantes y atractivas flores de inmaculado garbo, y nunca con· ninguna dé las desgalichadas formas del salero. Siempre y cuando el periódico, el libro y ertea·


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tro se ostenten saturados de sal y pimienta, sacrí. ficando a una gracia de subido color la noción de pudor y de virtud de una mujer, buscando sólo ha, cer reir con chistes, dicharachos y retruécanos cur' sis, malsonantes y de equívoca significación, rebo· . ' santes de insulsece~ y fruslerías, y he blando en necio por aquello que se supone de que es necio el público que paga, lahl entonces en vez de ser instrumentos de cultura, de progreso, de ilustración, de perfeccionamiento, se convierten en plagas literarias que ni enseñan, ni deleitan, al menos espiritualmente, sino que depravan el gus· to artístico, pervierten el sentido estético y maltra, tan y desmoralizan todos los sentimientos. Y sí puede discutirse la falsedad o la verdad de la Mo, ral utilitaria, sólo los inmorales, e inmorales son tambien, y no otra cosa, los que ahora se llaman amorales, pueden negar la Utílídad de la M0ral. Si queremos, por consiguiente, que nuestro buen gusto y el buen gu&to de todos se depure, ele· ve y ennoblezca, pidamos y exijamos como soberana necesidad, puesto que por un sentido moral electivo y asimilador que todos, quién más quién menos poseemos, Jos buenos ejemplos se nos convierten en propia cualidad, que el periódico, el li, bro y el teatro sean ejemplares y modelos de finí~i, mo garbo y nos ofrezcan todos sus manjares bien condimentados con prístina sal ática, pero jamas con la sal, canela, tilín y malicia del salero.


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Al garbo abrรกmosle de par en par todas las puertas de nuestra alma: al salero pongรกmosle un vaUente vade retro.


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CAPÍTULO VIGESIHO

CONMOVEDOR ESPECTÁCULO las ocho de la noche y en uno de los lu~a­ res más céntricos de la Corte, calle A -:1ch' de San Bernando, un niño de seis a siete afias, con las rodillas en el suelo,los brazos rabio· samente cruzados, la cab !Zl po1tra.fa so'Jre los muslos, los píes descalzos y el cuerpeci· to cubierto de andrajos, a~onlzaba de ha m· bre, de frío y de suefio. En análogo lastimoso estado que ese nífio, en esa misna mis eria negra y desolada , hay centenares en el mismo Madrid, y millares en Espafia, y millones en el planeta. Ahora bien, ¿puede ser defendido un estddo social hum~no que hace posible tra~edias tan horripilantes? ¿No es una iniquidad monstruosa que para los humildes se llegue a un abandono tan absoluto, a un desamparo tan horrible? ¿Cabe en una moral social, por elementalísima que sea, el que en la negrura desamparada de estas tremen·

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das fio-éhe'S invémízas, se muera Ul'l bitto él'l la ~a· lle desnudo y hambrietltó. ¿Qué, que crimen hafi éó111etido estos niftoá? ¿Por qué esa cruelfsitna expiación~ ¿Hasta euando tanto dolor 'Y tanta verguenzá? ¿ftastá tuándo va a estar sin reformarse ei señtido de lá sodedád y el de la propiedad? La sociedad ni sé contilueve ni se' alartftil ni Se indigna ni se sobresalta por espect~tulólJ tañ co~ rríentes y cotidianos. ¿Pata qué? ¿No lo tiene, acaso, todo prevenido y resuelto en sus leyes? Cuando estos nifios sean hombres, y su odio y su pobreza y su desamparo choquen violentamente contra la ley, naéerá el delito, y entonces la socie~ dad, nuestra maravillosa sociedad cristiana del siglo XX, que todo lo tiene ya prevenido y resueltó, muy indignada, porque se han sublevado y revuel~ to contra ella los que ella misma cubrió injusta· mente y sin piedad dt miseria y de abandono. arrojará sobré los míseros rebeldes las~cadenas del presidio, o los fusiles de los soldados, o la soga castiza y abominable del verdugo. Nuestro tiempo es revolúcíonarió en sentitnien ~ tos y en ideas. Todos los valores s·octales :anti"guos estan como pendiendo de una revisión ur'genté e inexorable. Ya no es posible seguir deificando a la carroña. Ya no es posible tolera>r que ~los desam. parados se mueran de h linhre y de ft'io por las · e...


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lles, y que los niftos famélicos caigan llenos de abandono y de desnudez bajo el rigor de la nieve y de la helada. Ya no es posible ver impasibles que haya n~cesidad de mendigar. con la muerte pinta· da en los ojos y en los huesos' entre lujos, hartaz· . gos y ostentosas alegrías. No, no es posible contemplar indiferentes frente a los escaparates de las confiterías y de las tiendas de juguetes, a niños hambrientos, exangües, tristes, con una tristeza que taladra el corazón menos sensible. No, no es posible ver tal vergüenza, tal crueldad, tal infamia, sin gritar y sin prorrumpir en maldiciones y após· trofes. ¡Caridad, beneficencia, limosnas!. Buenas son. Alabémoslas y venerencíemoslas . Pero ¡qué escasos son los resultados que han dado como medios de contener y disminuir los males sociales! No han pasado hasta el presente de simples atenuaciones. Cualquiera que estudie los problemas politícos y sociales hoy candentes, tiene que ver que su cen· tro está en el poblema de la distribución de la ri· queza y que su solución ha de ser radical. Para cada injusticia social debe haber un remedio y el remedio no puede ser otro que la supresión de la injusticia, Honremos y glorifiquemos a los que con sus limosnas edifican iglesias, dotan hospitales y fun· · dan colegios y bibliotecas¡ pero honremos y glori· fiquemos aúu más a los que luchan por el triunfo


Ü)EALtSMO

de

aqu~)la

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Justicia que asegurando a cada cual lo esto es, el producto integro de su trabajo, haga innecesario que unos tengan que pedir limos· nas a otros. Esta ea la obra más grande y más al· ta a que debe dedicarse todo hombre de sana con· ciencia y noble corazón. ~tuyo,


CAPÍTULO VIOéSIMOPRIMERO

¡TIERRA Y LIBERTAD!

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¡Ha, sí! Es la palabra de los conjuros, pero no para molestar el oí, do con alabanzas frívolas», exclamaba con acento de entusiasta emoción el célebre economista norteamerieano Henry George. Y es verdad. Porque libertad significa justicia, y la justicia es la ley natural : la ley de la verdad , de la fraternidad y de la cooperación. Así como el sol es el origen de la vida y de la luz; y sus r~yos, no sólo atraviesan las nubes, sino que sostienen la vegetación, producen el movimiento y hacen brotar las infinitas variedades de seres y bellezas en nuestro planeta, el cual sería de otro modo una simple masa inerte y fría, así es también la libertad para el género humano. Ella es, si, para la virtud, lo que la luz para el color; y para la riqueza y el bienestar, lo que el influjo del calor para la vegefa, ción; y para la ciencia y el arte, lo que los ojos para la vista. Es el genio de la intervención y los 15ERTAr.>l


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móseulo.s de la fuerza, y el. espíritu de fnd~Een· dencia oacion.at y 4e~ patri_9tis~o. . · Donde la libe_rt?d se levanta, allí cre<;e la vÍrt':l~· aumenta la riquf'za y la dicha, -~ e~tiende el saber y el buen gusto, y la ~VeJ1c!ón J,DUltipUca los podetes qelJ;10mbre. f;n cambio, donde la libertad . decae, la virtud se marchita, ia riqueza. diSminuye, la ciencia se olvida y la invenció_Q cesa. Siempre, siempre se ha visto e~ el transcuiso de ·la bistoria, que en fuerza y valor la nación más Ubre ha sobresalido entre sus vecinas mientras que imperios grandes en las armas y en las artes, se convierten irremisiblemente, perdida la libertad, en la presa de bárbaros más libres·. Aunque sólo a intérvalos y con luz par~al ha brillado entre loa hombres el sol de la Libértad, bien puede asegurarse que, sin emba1go, a ~la se debe todo el progreso. Mas los que consideran que la Libertad. p_o r- haber abolido los privilegios hereditarios y dado el voto a les hombres tiene ya ·realizada su misión, • no han v.isto su real grandeza. Si los hombres han luchado-y sucumbido por la Lib.ertad; si en todas las edades ha tenido la. Libertad . - sus defensores y sus mártires, no ha sido, no •. por una mera idea abstracta . . No basta que los hombres_pu~dan emitir el voto; no basta , no, que sean teóric<>mente iguales ante la ley ; sino que es .precíso que .estén .. e.n tgllal· ~


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dad de condiciones respeto a los dones de la natu, raleza. Deban todos tener libertad de aprovecharse de todas las 'o portunidades naturales y de todos los medios de vivir. Ahora bien: como el consentir que un hombre pueda poseer la tierra en que otros han de vivir y de la cual han de extraer su alimento, no se hace más que convertir a éstos en esclavos de aquél, sean los que fueren los adelantos del progreso ma terial, bien puede decirse qee una injusticia es la base de nuestra organización social. Y esta injus, ticia es la alquimia sutil que, por · procedimientos multiformes, invisibles y complicados, quita el fruto de su penoso tra~ajo a las masas en todo pafs ciuilízado; sustituye la esclavitud pasada por otra más dura y despiada~a, transforma la libertad política en despotismo y trueca pronto en de· sorden y confusión las instituciones democráticas y republicanas. Es un absurdo conceder a los hombres el voto y obligatles a mendigar. Es un absurdo educar e instruir a níflos y_niftas en nuestras escuelas pú· blicas y rehusarles después el derecho al trabajo. el derecho de ganarse honradamente la vida. Es un absurdo en fin, ensalzar y reconocer los derechos inalienables del hombre paTa negarle luego el de· recho sagrado, imprescindible, a la liberalidad de la Naturaleza. Una sociedad, una civilización que tiene ésto


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por base no puede ser permanente. Las leyes eter~: nas del universo lo prohiben. Hay algo más gran.. de que la Benevolencia; hay algo más augusto que_ la Caridad; hay la Justicia que reclama inexora.. blemente la reparación de tales agravios . . Y no se atribuya, no se impute a decretos mes.. crutables de la Naturaleza la existencia de lapobreza y de la miseria, y de las penas, embrutecí~ mientos y crímenes que de elias proceden. Precir samente en los centros de nuestra civilización, }lay ahora miseria, hambre y sufrimiento bastantes para oprimir el corazón a quien no cierre sus ojos y no tenga de acero los nervios. Pues bien, supongamos que al mandato con que el universo se formó, se inflamare también ahora en el sol un poder mayor, y que el aire se impregnara de nuevas virtudes, y que el suelo adquiriese nuevo vigor, y que por ca· da brizna de yerba que ahora crece salieran dos o tres, y que la semilla que ahora produce cincuenta diera ciento o más. ¿Quedaría con ello disminuida la pobrt'za, o aliviada la necesidad? No. Cualquier beneficio que se obtuviese snría solo pasajero. Los nuevos poderes. aunque derramatlos por todo el universo únicamente podrían ser utilizados por medio de la tierra. Y siendo la tierra propiedad privada, las mismas clases que actualmente mono· polizan los dones y oportunidades de la Naturalt" za, monopolizarían también por completo los r.ue· vos dones y beneficios Es cosa bien evidentt>, que


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sólo loe prol'letarioa reaultarlan al fin y a la pos· tre loa verdaderos ganandoaos. Laa rentas aubirían. si, pero la pobreza y aua tristes y amargas conse· cumdat continuarían deatroundo las entr~as de

la humanid.ad.

Dígaae lo que se quiera, y hágase lo que se haQn, el reaultado final de la propiedad privada de la .tierra ha ele ter nccesariameate, fatalmente, la escla· vitud de Jos que no son más que trabajadores. lLtbertad, sfl pues. Pero sea nuestro grito ITie•

na y Libertad!


C.Af>ÍTULO VIOhSIMO~ EOUNDO

MALTHUSIANISMO PURO

D

que el crecimiento de la población humand ha sido enorme desde el siglo XVII, pues según estadísticas fidedignas, en el afio 1800 vivían 850 millones de hombrea sobre la tierra, mientras que actualmente somos1.800 millones. Dícese que diariamente naceu 150.000 y que mueren 100.000 habiendo, por tanto, un crecimien· to diario de 50.000 personas, lo que signffica que en un siglo volverá a duplicarse el número de se• res humanos. Dícese que ei sigue el crecimiento en las actua• les proporciones, dentro de mil afios cada hombre no dispondrá de un metro cuadrado para poner sus pies y producir su alimento, y que esta sobrepoblación no puede conducir más que a epidemias• hambres y guerras. Dfcese que si bien la agricultura ha hecho rápi· dos progresos en un sijllo, extendiendo enorme• mente el cultivo e inte11sfkando las cosechas, m fCISB


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IDEA~tS_ MO

cambio Jos técnicos no creeQ que pueda registrarse en el porvenir un aumento de producción por virtud de la utilización de tierras incultas, semejante al conseguido en el siglo pasado; y que aun en caso afumativo, el crecimiento de habitantes se desarrolla mucho más de prisa que la producción agrícola e industrial. Dícese que tal vez la Naturaleza intervendrá en el momento necesario y restablecerá el equilibrio: pero se aiiade que tal vez sea esto excesivo optimis~o, puesto que en los países civilizados el progreso de la Medicina y la Higiene disminuye la mortalidad y el peligro de grandes epidemias, de donde la guerra seria la única salvación, y enton, ces ha de pensarse si será conveniente poner coto a ta excesiva producción de unos seres que van a ser destinados inexorablemente al matadero. Pues bien. todo eso no es más que puro y pris" tino malthusianismo. Sabido es que según la famosa doctrina a que Malthus dió su nombre, la tendencia natural de la pobladón es aumentár conforme una progresión geométrica: 1, 2, 4, 8, 16, 32, &., &.; mientras que la subsistencia que se puede obtener de la tierra, bajo las circunstancias más favorables a la industria humana, no es posible hacerla aumentar más que conforme a una progresión aritmética: t, 2, 3, 4, -5, 6, &, &; de lo cual-concluye- que esta tendencia a un aumento indefinido de p~blación debe


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ser restringida por un freno moral sobre la facultad reproductiva, si no se quiere que las varias causas que aumentan la mortalidad; el vicio la miseria, las epidemias y las guerras, engendradas ineludiblf.mente por la insuficiencia de recursos alimenti· cios se encar~uen de hacerlo. No obstante haber sido t>Sa teoría poderosa y convincentemente refuta•Ja, y de haber sido "fuer· temente herida por los dardos que la controversia, el sarcasmo, el ridículo y el sentimiento contr.a ella han con mucha frecuencia lanzado, ha gozado y sigue gozando entre las clases pudientes de gran· dfsimo predicameato. Y se comprende y se explica perfectamente que así suceda. La doctrina de Malthus no amenaza ningún derecho adquirido ni combate ningún interés po· deroso; al contrario, es eminentemente lisonjera y tranquilizadora para los poseedores y monopoliza· dores de las riquezas. Proclamando el malthusia· moque la pobreza, la escasez y el hambre no son imputables a la codicia personal ni a las institucio· nes polft.icas, sociales y económicas, sino que son los resultados inevitables de leyes universales, contra las cuales el luchar sería tan insensato co· mo querer luchar contra las leyes de la gravitación universal. hace innecesaria toda reclamación de reformas y pone a cubierto de dudas y escrúpulos a todo género de egoísmo. Abronquelándose con


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la teoría malthusiana, puede la riqueza, con tran· quilísima conciencia-/oh beati qui possident!-, cerrar su bolsillo cuando la pobreza le pida una limosna, y puede, con la misma tranquilidad de conciencia, el rico cristiano arrodillarse el domingo en una silla elegante tapizada para implorar las bondades del Altísimo, sin ningún sentimiento de responsabilidad por la escuálida miseria física, mo· ral e intelectual que a pocos pasos de distancia es· tá royendo las entrafias a enormes ll!uchedumbres de seres humanos. Claro que una población üempre en crecimien· to tendra al fin que necesitar una facultad superior de la tierra para producir sustento y un espacio mayor donde poder estar; pero ni Malthus pudo demostrar, ni nadie, hasta el presente. ha podido hacerlo con hechos positivos, ni con motivo al· guno experimental, ni por analogía, que exista la menor tendencia en la población a un aumento más rápido que el auruénto de la subsistencia. La doctrina de Malthus, que atribuyendo la .escasez y miseria al menor poder productivo de la nn•uraleza y del hombre, no es en realidad sino una inculpación gratuita hecha a las leyes del Creador, es eminentemente falsa, es emlnentemen· errónea. Está por completo en desacuerdo con los hechos antiguos y mo dernos. Nr¡ y mil veces no; no la mezquindad de la na · tura!eza, sino la inj usticia de la sociedad, lu wíc.:ua


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y monstruosa desigualdad en la distribución de la riqueza entre los productores -de ella, es la causa de la pobrexa y del hambre existentes en nuestro planeta. Y esas injusticias es lo que quiere en, mendar y corrc;gir el socialismo. ¿Puede,, pues, haber obra más buena ni propósito más santo?


CAPÍTULO VIGÉSIMOTERCERO

JUVENTUD Y VANGUARDISMO en lo poco que nosotros sabemos de terminología bélka, es el núcleo avanzado de una fuerza armada que va adelante del cuerpo principal. Siendo así, hay que declarar que no son varguardistas todos los jóvenes que este modo se apellidan, ni que son jóvenes todos los que al van· guardismo pertenecen. Vanguardistas y muy vanguardistas fueron Galdós, Oiner de los Ríos, Pí y Margall, Salmerón, Pablo Iglesias, Anselmo Lorenzo, &, que murieron viejos; y nada de vanguardismo tienen muchos de los jóvenns que de vanguardismo se ufanan. Podrá llamársele, pero no es ni puede ser vanguardista la juventud ausente de todo lo que no sea algazara, bulla, rufdo, frivolidad y burradas, habiendo con ello dado motivo a que las gentes discutan mucho respecto a si la nueva generación es mejor o peor que la que la precedió, y que a propósito de tal asunt() se hayan dicho muchas

vANGUARDIA,


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cosas: buenas las unas, medianas las otras y pé,si~ mas las mas. Vanguardistas son todos lós que, viejos o jove~ nes, en letras. en las ciencias. en la pqlitica, en la sociología, se caracterb:an siempre por su temple romántico, por su desinterés, por su pasión ideal, por su culto a los grandes principios, p9r su auto· ridad y nobleza, honra de claudicaciones vergo0 ~. zantes . Pero no lo son ni pueden serlo, aunque estén en plena juventud, los de conducta sinuosa, pegadiza, irresoluta, conformista, maleable: los que care11tes de grandeza , de sinceridad y de re~ beldía, hacen gala' de insensibilidad y de excluai~ vismo , los que frugales de pensamiento, se abro· quelan férreamente tras sus inmediatas convenien~· cías y se muestran fervorosamente adoradores del Becerro .te Oro. No, no podemos tener por v;~nguardistas a una juventud en qu : todo es sensualista y espªsm.ódr co: en que no predomina el cerebro, sino la médu· la; en que no se lucha por ideas, sino por la conquista del metal; en que se estudia mucho, sí, pero sólo para especializarse en algo técnico y ganar fortuna y renombre, y se menosprecia en cambio orgullosamente y por 'completo, lo universal¡ lo abstracto, la elevación de pensamiento, la hondu~ ra del sentir. A una juventud que en vez de entre~ garse a los nobles torneos idealfstas, a lc;>s brav.os . ¡;alenques de los choques del espíritu, lo que ha•


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ce es saltar de frivolidad en frivolidad, y agitarse Y~ zigzaguear en los campos de. fut · bol, en los par· tidos de tennis, en los C'>SOS taurjnos, en las ca· rreras de caballos, en el vértigo automovilista, «:n los cabarets de tono, en el match de boxeo, en el acursilado te dansant, en la jira estrepitosa, en la gama interminable del sport moderno. Bienvenida sea y bendita sea una juventud van· guardisf.a; pero que sea como ha escrito Manuel Camacho Beneytez -una juventud vigorosa d ~ ideas tanto COmo de IDUSClllOS: de ensueños tanto como de complexiones físicas; de amor a la belle· za· tanto como de amor a los placeres; de exubt.!" rantes fantasías tanto como de corpóreas arrogan· das; de sentimentales llamaradas tanto como de frenos reflexivos; de nobles vitalismos ideológicos tanto· como de vaciedumbres plásticas; de fogosas audacias indomables tanto como de meditaciones. r~cogidas; de. arrebatadores entusiasmos tanto co· mo de fortaleza inteligente: de relampagos pasio· nales tanto como de equilibrio ponderado; de fra· gancias, delaromas, de embriagueces floridas y de arrojos, tanto como de previsión, de sensatez, de raciocinio clarividente y de prudencia. ¡Ah, sfl La juventud se abre a la vida, induda· blemente, como a una interrogación formidable y belllsima. Que esa interrogación obtenga una res· pu.e sta colmada de bríllantes realidades, de exai· tadonea viv.Js, de generosas arrogancias, de auda·


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cías intuitivas y de espirituales amplitudes, con· trarrestadoras de las actuales perspectivas. No olvide la juventud que quiera ser vanguardista aquellas palabras de Emilio Zola: «las más ardíen.. tes pasiones de la juventud -dijo-:- son o han de ser el amor a la líbertad y el odio a la fuerza que destruye los cerebros y comprime las almas.» Decía Mazzini, dirigiéndose a las clases traba· jadoras de Italia: «!Trabajadores! Vivimos en una época análoga a aquella de Cristo. Vivimos en una sociedad tan corrompida como la del Imperio Ro· mano, sintiendo en Jo íntimo de nuestras almas la necesidad de reanimarla y transformarla, y de unir a todos sus diversos miembros en una sola fé, bajo una sola ley, con un solo propósito, el libre y progresivo desenvolvimiento de todas las faculta· des de que Dios ha dado el germen a sus criaturas. Buscamos el reino de Dios sobre la tierra como está en el Cielo, en ese Cielo, en que según el Catolicismo, no hay ni ricos ni pobres, en que todos son igualmente dichosos . O, mejor aun, que la tierra sea una preparación para el Cielo y la sociedad ~¿n esfuerzo para la progresiva realización de la idea divina.» Ahora bien, nosotros no podemos comprender, - no podemos concebir, no podeo;os v~r que haya ningún género de vanguardismo en una juventud empequefiecida, desubstanciada, remisa, vulgar, inoculada de ese virus watedalista y prosaico,


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que· no rebasa la órbitá· •de lo convencional y lo doméstico, tan distint-O del ennoblecido y pon• derable materialismo filosófico. Nosotros sólo podetnos ·comprender, concebir, ver un real y verdadero · vanguardismo, en una juventud que, agigantada. engrandecida, triunfante, aprecie en todo su•valór la verdad, Ja bondad y ta belleza contenidas en las palabras de Mazzini, y las erijan en lábaro, motor y fin de·sus aspiraciones, y con· ducta. •


CAPÍTULO VIGESIMOCUARTO

LA LEYENDA NEGRA ESPA~OLA

B

sabido es que hasta aquí no se ha podi· do hablar de la conquista y colonización del Nuevo Mundo por los españoles, que no haya in· m ;diatamente surgido la tan restregada y mano• seada leyenda según la cual pocos conquistadores hubo jamás tan crueles como los españoles; ellos, -dice la leyenda-:- «desembarcados en América convenientemente provistos de armas de las que carecían los pobres indios, sembraron despiada· damente la muerte en todas cuantaa partes pusie• ron sus pies; ellos inmolaron, sin lástima alguna, millones de indígenas en su rabia sangrienta.~ Según esa tan resobada como espeluznante leyenda, que los enemigos de España han procu· rado con ahinco propalar, ya intencionada y deli· beradamente, ya por i¡porancia e lnsconciente. mente, España es un pueblo sanguinario y cruel. tan incapaz para colonizar, como para producir una cultura y contribuir a la civilización. IEN


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IDEALISMO

Pues bien; hoy se puede afirmar de un mo1lo categórico, rotu.Lldo, firmísimo, apoyados en in· vestigadores, no españoles, sino americanos. que la tal leyenda no sólo está llena de errores y false· darles, sino que la colonización de América por España es una obra que, si bien tuvo las imperfec· cioues de toda obra humana -imperfecciones desde luego atenuadas por la moral de su época- dejó registrados innumerables hechos grandiosos e insuperables. De España es-dicen esos nobles y desintere· sados investigadores americanos-la gloria de des· cub_rir y e~plorar la América, de cambiar las no· dones geográficas del mundo y de acaparar los conocimientos y los negocios por espacio de siglo y medio. Porque aunque genovés fuese el descu· bridor de Américd, sólo en calídad de español, y . por obra solamente de la fé y del dinero de españoles, y en buques y con marineros únicamente españoles, llevó a C'lbo su grandiosa obra. Y muchos años antes que la primera expedici ón de gente inglesa hubiese visto siquiera la costa donde iba a fundar colonias en el Nuevo Hundo, exploradores españoles, vestidos de malla, habían ya recorrido Héxico y Perú, se habían apoderado de sus incalculables riquezas y habían hecho de aquellos reinos partes integrantes de España. La mitad de los Estados Unidos, todo Héxico, Yucatán, la América central, Venezuela, Ecuador BoH-


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vía, Paraguay, Perú, Chile, Nueva Granada, pertenecía ya a España cuando Inglaterra adquirió unas cuantas hectáreas en la costa de América más próxima a ella. No; no hay palabras con que expresar la enorme preponderancia de España sobre todas las demás naciones en la exploración del Nuevo Mundo. Españoles fueron los primeros que vinieron y sondearon el mayor de los golfos; españoles l~s que descubrieron los dos ríos más caudalosos; españoles los que por vez primera vieron el Océano Pacifico; españoles los primeros que supieron que había dos Continentes en América, y españo· les, en fin, !os que dieron la vuelta al mundo. ¿Qtré nación puede ofrecer a la admiración de la huma· nidad un conjunto de hombres que, por sus haza· ñas, valentías y heroísmos, pueden ni siquiera compararse con Cortés, Pizarra, Jimenez de Que· saJa, Valdívía, Ponce de León, Alvaro Nuñez, Cabeza de Vaca, Balboa, El Cano y tantos otros más? Pero hizo España aún mucho más. Porque no solamente fueron los tspañoles los primeros conquistadores del Nuevo Hundo y sus primeros colonizadores, sino también sus primeros civilizado· res. Ellos construyeron las primeras ciudades y abrieron las primeras i~!esias, escuelas y universi" dts; ellos monta10n las prin~eras imprentas y pu·


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blicaron los primeros 1:fbros; ellos escribieron Jos primeros diccionarios, historias y geografías; ellos. antes de que en Nueva Inglaterra hubiese un ver·· dadero periódico habían hecho un ensayo en Mé xico; y ellos, para terminar. dotaron a los indios de una legislación incomparablemente más exten· sa:~ás comprensiva, mas sistemática y más huma· nitaria que la de la Gran Bretafta, la de las colo· nias v la de los Estados Unidos, todas juntas. Gratitud inmensa, eterna e infinita debe, pues, España a los sabios investigadores americanos de nuestro Archivo de Indias, ya que ellos son prín. cipalmente los que con sus estudios, constancia y desinterés admirables, han devuelto a nnestra amada patria el honor y la dignidad histórica que, forjando la vil leyenda negra, le habían hecho per· der sus infames calumniadores. Ellos, poniendo la verdad y la justicia por encima de todo, han demostrado y proclamado que la exploración de las Américas por los españoles, ha sido la más grande, la más larga y la más maravillosa serie de valientes proezas .que registra ld historia.


CAPÍTULO VIGÉSIMOQUINTO

EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRI~ CA Y EL DERECHO INTERNACIONAL

T

la monstruosa guerra. Y con su terminación, vino Vilson con sus esperanzado~ res puntos. Y con Vilson y sus puntos, vino la Sociedad de Naciones. Y con la Sociedad de Na, dones, la remoción y recuerdo de los nombres y de las doctrinas de aquellos ínclitos varones que en las pasadas centurias elaboraron y crearon el Derecho internacional o de gentes, palia cuya defensa y aplicación se ha, principalmente, constituí~ do la Sociedad de Naciones, y que es lo único, si se logra su firme implantación y leal acatamiento, que puede acabar de una manera sería, segura y digna con las guerras íntemacionales. Hasta no hace mucho fué Juan Hugo de Groot, llamado también y con mayor frecuencia Grotius o Grocio, . el considerado, casi exclusivamente, I!RMINó


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como padre del Derecho internacional. Empero, investigaciones y estudios más minuciosos, deteni· dos y escrupulosos, han demostrado y evidenciado en nuestros tiempos de un modo irrefutable, que es Espafía más que Holanda la cuna de la Filosofía del Derecho; que a Vitoria, a Suarez, a Domingo de Soto, a Molina y a Baltasar de Ayala, pero so· bre todo al primero, a Francisco de Vitoria, debe Europa la fundación y organización del Derec:Po de gentes; y que_el eximinio humanista, matemático, astrónomo, poeta, jurisconsulto, historiador, filó· ·· sofo, escrlturario, teólogo, polemista y hombre de acción holandés, Grocio , está lleno por completo de sustancia espafíola y vitoriana. Esto es ya ple· namente reconocido por Jos mh m os juristas ho · landeses, Jos cuales, como ha hecho hace poco el profesor Van Eysinga, que, además, de ser sabio catedrático de Derecho Internacional de la Univer· sidad de Leyden, es una de las figuras más distin· guidas de la sociedad de Naciones, confiesan y proclaman, con la más alta nobleza, la deuda in· mensa y sagrada del mundo para con el pensa· miento espafínl en materia de Derecho de gentes . Nació Francisco de Vitoria -llamado así pur haber nacido en la capital al éi vesa-en 1480. Grocío nadó en 1583. Se adelantó, consiguientemente, Vi · toria a Grocio en un siglo de tiempo solar-como dice un celetrado escritor moderno-y al mundo de entonces . y de después en muchos siglos de


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tiempo espiritual. Fué fraile domínico y enseñó Filosofía del Derecho internacional en la aulas de la Universidad salmantina. El tema de su reflexión, que él consideraba como propio de teólogos y no de jurisconsultos, era la conquista de América por los españoles. «¿Era legítima su dominación?», se preguntaba, «Sí, era legítima-cosatestábase-pero no por nin~ gún principio de autoridad emanada del Empera~ dor ni del Papa El poderío, la superioridad arma· da-decía-no da derecho al dominio, ni tampoco la supuesta verdad de una religión sobre las otras.» Y bien, ¿se podría hoy decir más de lo que decía Fnncisco de Vitoda, contra el pretendido derecho a la expansión territorial, al colonismo, al sometí· .111iento de pueblos extraños, que han invoc~o en todo tiempo las naciones de presa? Después de refutar nuestro insigne domínico los aducidos derechos del Emperador y del Papa a re;>artir y sojuzgar pueblos independientes, en nombre de la cruz y con la espada, legitima la dominación de los españoles en América . ¿En vir· tu d de que principio? En virtud de un principio qu e es la· columna vertebral de la Sociedad de N aciones; el principio de ínterdependenci'l entre tod os los pueblos de la Tierra; d principio de que ¡a suberanfa de un país no es absoluta, sino relati· va; al principio de que ninguna nación es en reali dad soberana en el sentido literal e histórico de


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este con,cepto,

p~ua hac~r

o dejar de hacer lo que

qui~r~ fe~t~~- df ~Y. teJlit?tio. Para Vitoria, el mundo del hombre es una vasta organización que c!)mprende ~odos los pueblos del l . ~· l't . .., I>!~n~t:. ~~f}Pa~ ~~~s los ~stad~~ una spciedad na~r:al y so~ i!ltt;rdep~n,di~ntes entre sf; son au· .. .... tónomos, pero 110 so~>eran!)s, no desligados anar· qitiéamente del conjunto. Para c~da grup~ nacio· _nal. pi~nsa Vitoria ~n la idea qe un contrato social eñ~re todos lo~ pueblos. Ese DetfchO natural entr~ l11s naciones establece normas de :~;elación inviola· . ,. . bles. Algunas de ellas ~on el derecho d~ cOJ¡nerciar e~' todo el mundo, de emigr~r a todo el mundo y de propagar ideas en todo, el mundo. Solamente en esos derechos, fundamenta Vitoria la conquista t de América por lo~ españoles. ¿No es cierto, que· rido lector, que la teoría es firme, la única firme aún en los problema.s contemporáne..os de relación con los pueblos de civilizaciones distintas a la europea? Otro pensamiento fecundo de Francisco de Vitoria es el de ayuda mútua entre lps Estados. Si uno viola el Dere,cho de gentes; ¿pueden los otros permanecer impasibles? No. contesta categorica· mente Vitoria. La i~justicia que se infiere a un Estado lastima en el derecho común a toda la sociedad internacional. Todos deben sumarse para repararla; no debe haber neutrales. ¿Y no es éste e~ prin~ipio del Pacto de a~uda mútua al que en ¡

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estos afias ha querido dar forma de código obliga· torio la Sociedad de Naciones? Como se ve, el gran fraile español dista mucho de ser una antigualla de la filosofía y ciencia del Derecho.:.....Se adelantó en sus doctrinas a Grocio: en otras le sobrepasó con mucho dice AdquistainY en algunas va por delante del mundo de hoy. Fué un futurista de cuerpo antero. Las teorías de nuestros teólogos y moralistas del siglo XVI fueron expuestas, al menos las más originales y eternas, con OCiSió.n del descubrímien# to y conquista de América. Tres siglos antes de que Monroe leyese su famoso Mensaje de 1823, los profesores s< lmantinos habían ya defendido la in· tangibilidad de la soberdnfa de los indios, y con esta difert>ncia para nosotros tan enaltecedora: que Monroe trabajando pro· independencia ame· ricana, l&boraba pro domo sua entanto que Vito· ría sostenía doctrina~; claramente opuestas a cuan· to implicase realizaciones imperialist&s. Como consecuencia de lo que expuesto queda, creemos que todos los que de veras anhelamos la formación de una conciencia internacional, y hacer del mundo entero una sola patria, y de toda la humanidad una sola familia, y a todos los hombres, sin distinción de razas, idiomas, castas, clases, ideas, opiniones y creencias, hermé nos, y de este modo conseguir la tan ardientemente des eada paz universal ; todos, todos los que asi pensamos,


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sentimos y amamos, si a la j~sticia queremos rendir el merecido tributo, en virtud como hemos dicho, de lo que queda expuesto, debemos colocar entre nuestros más grandes y excelsos precursores, al domínico Francisco de Vitoria, y también, en concepto de muchos doctos, al jesuíta Francisco SuareJ, nacido en Granada el año 1548,y por tanto, un siglo después, como Grocio, del indiscutible· mente portentoso y admirable Vitoria. La Sociedad de Naciones, ha dicho Camilo Barcia, cuya existencia nos parece hoy tan sor• prendente por lo novísima, no es más que una pálida naluadón de las doctrinas que en su aula de la Universidad de Salamanca enseñaba hace cuatro siglos nuestro egregio y sapientísimo teólogo internacionalista.


CAPITULO VIGESIMOSEXTO

RAMÓN LULL, COLÓN Y EL

P. PASCUAL

•N

o convendría para mayor lucimiento y eficacia de la Fiesta de la Raza, que con motivo de ella se pronunciaran algunas conferen· cías públicas y populares de divulgación histórica e intercambio comercial? Como nosotros, opi, namos que sí convendría, allá van estas líneas, deseando vivamente que puedan ellas servir de estímulo y acicate para mover plumas meior cortadas y más entendi~as que la nuestra, o len· guas de oradores más o menos elocuentes y amantes de la ilustración del vulgo y ... de los que no quieren ser vulgo. No se sabe de un modo irrefutablemente cierto si Crístobal Colón era o no genovés, gallego, ex tremtfio, catalan, &. Hasta la misma Academja no se atreve a fallar el asunto de una manera definiti· va. Pero si sabe que el gran polígrafo mallorquín

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-o catalá de Mallorca como parece ~ustaba llamarse- Raitnundo Lulio, más conocido en la inmensa mayoría de las gentes por sus romancescos amoríos y su arrepentimiento, que por su saber y labor filosófica, y de quien dijo·el Padre Feijóo que «hácenle unos santo, otros hereje; unos doctísimo, otros ignorante; unos iluminado, otros alucinado», dejó escritos mucl:os e interesantes libros y que en uno de ellos se lee el sigu:ent:! pasaje referente a la posibilidad de la existencia de antípodas y a la esfericidad de la tierra; «Cuando mi pensamiento imagina la superficie de la tierra que se halla del lado opuesto al en que estamos, parece a mi intel'gencia y a mi razón que todas las p edras y las aguas que se-encuentran sobre esta superficie deben precip.tarse en el lado, y juzgan posible que ellos caigan e imposible que no caigan. Pero a los hombres de la superficie de la tierra por de· bajo de la _en que et tamos, se les antojará lo c,:¡ntrario de esta posibilidad y de esta imposibJidad, por cuanto pensarán que nosotros, les eguas y las piedras de t ste lado tenderemos hacia aniba, pues para ellos lo alto les parecera lo bajo. a causa de que sus pies se halla· án en línea recta con los nuestros». Dedúcese evidentemente, de este p;;saje que Ramón Lull vió clara e indudable la exístmcia de los antípodas y la esfericidad de la tierra. Pero hay más. En otro de sus libros se lel est ~


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otro pasaje: ¿Por que c~_usa natural el mar de Inglaterra (por mar, de Jnglaterra entiendese el Océano Atlántico} tiene flujo_ y reflujo?• Y contesta: «Como la tierra hace un arco,_porque es esférica, el agua del mar hace igllalmente Ún arco, Cuya concavidad hállase por encima de la co!lveXidad de la tierra; de otro mo~o la superficie del a~ua y la de la tierra no harían, como hacen, una sola masa. Y la causa principal <Jel, flujo y el reftujo del mar grande o mar de Inglaterra es él ar_co del agua de la mar que al poniente se apoya sobre una tierra puesta a las costas de Inglaterra, de Francia, de Esp~fta y de todos aquellos continentes con el Africa, sobre los cuales nues~ros ojos observan el flujo y el reflujo de la~ aguas. El_arco qué forma el agua como cuerpo esférico, debe necesaria~ mente tener bases opuesta& _sobre l~s que se apoya pues de otra manera n{) podría sostenerse; y, por consiguiente, igual. que de nuestro lado se apoya sobre nuestro continente, esto es, sobre el que vemos y conocemos, a~í dellad~ opuesto del po· niente, se apoya sobre _otro continente que desde aquí no vemos ni conocemos. Empero, la verdade· ra filosofía que c<lnl,)ce y observa por las percepcío· nes la esfericidad del agua y su-flujo y reflujo me· surados, .que exigen,: naturalmente dos diques opuestos conteniendo agua tan móvil y que sean los pedestales de su arco, _deduzca de ello que ne~ cesaríamente, en .la parte que nos es occidental


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exfate, de Igual modo, un continente contra el cual choca el agua desplazada, como ella se rompe sobre nuestra parte respectivamente oriental.» Tal es la sorprendente afirmación luliana, de notaña clarividencia. Y ante ella nada extraño tie# 'nc: que el abad cisterciense P. Pascual, hijo de nuestro pueblo, escribiese en una de sus múlt~ plea y elogiadas obras «que de todos los autores antiguos anteriores a Colón y que Colón podía conocer, sólo se halla el beato Raimundo Lutio, que cerca del ~o 1287. por puro discurso filosófi· co, detenr.inó que era preciso a nuestro ocaso hu# bieae U:11 gran continente; y que por esto no se le puede negar el título de primer descubridor de esta verdad, y propiamente inventor, porque lo deter· minó en fuerza d~ su dis('urso filosófico .» Dicen ldbios historiadores que todos los filosó· fos de la antiQüedad docta comparten la idea de la esfericidad de la Tierra, como puede verse en Aris· to teles (380 afios antes de nul!stra Era) y en Stra· bón quien cita, a Posidonio, donde se hallan lt>s teorías del célebre Eratóstenes. Sin embargo de todo eso, ~yo di!'ía-escribe o• Emilia Pardo Bazlln- que Raímundo Lulio es quien realmente desc1.1brió las A111éricas. quedan· do reservado a Colón, en premio de su energ(a y constancia, e inmenso honor y fortuna de encon. trarl0-3 dos siglos despué3». (Ramón Lull nació ha· da 1235 y Cristóbal Colón hacia 1441).


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Bien podemos, pues, en virtud de todo lo que va expuesto, afirmar, siguiendo a nuestro lnaigne paisano P. Pascual y a la agregia escritora seftora Pardo Bazán, que si Colón, buscando otra cosa muy diatinta (un nuevo camino para laslndiaa Occidentales) encontró el continente nuevo, y por encontrarlo es digno de .eterno loor y vida en la memoria de los hombres, Raimnndo LuUo, por haber tenido plen1sima conciencia de que ese con.. tinente existía y haberlo dicho, aunque entonces no se divulgase, merece quizA con mayor justida el nombre de reve_lador del univer3o que suele atribuirse al marino genovés, si es que en Génova nació Cristobal Colón.


CAPÍTULO VIGESIMOSÉPTIMO

HISPANO .. AMERICANISMO

S

como somos, de los que quieren que todo el mund9 constituya una sola patria, y toda la humanidad una sola familia y que sean hermanos todos los hombres, lógico es y natural que también nos sumemos a los partidarios de una Unión Federativa integral, material y espiri· tual, científica, literaria, artística, económica, po~ lítica y social de todos los pueblos y mícleos humanos de raíz ibérica, inspirada, no en el pro~ pósito de dominar e imponernos a los demás pue~ blos, sino en el de influir con su espiritualidad en la evolución de la sociedad humana. Si, además, entran en esa Unión o Federación todos los otros pueblos pertenecientes a la llamada raza latina, mejor que mejor. Y más mejor que mejor aún, si se logra que en ella entre también Filipinas. «Así como representamos- ha dicho el gran m f'xicano José Vasconcelos, refiriéndose a su tierra- el ad ~ vertimiento del indio en la cultura europea, a tra· IENOO,


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vés de la lengua y la cultura españolas, los filipinos representan el ingreso del asiático dentro de la manera espiritual europea, a través de esa misma lengua y cultura. Nosotros somos indios de alma europea, y el filipino es asiático de alma occiden~ tal. » Para muchos, son esos ideales sólo utopías, sólo quimeras, sólo sueños. Mas, no hay ser hu~ mano capaz de probar de un modo evidente lo que el porvenir encierra. En cambio, se puede augurar y afirmar y demostrar de una manera visible y tangible y matemática, que por no ver nuestros problemas tal como son de grandes, y por no pensarlos siquiera en grande, es por la que se fracasa tan a menudo en los medios; que las épocas de decadencia coinciden siempre con un estrechamiento de criterio, con una gran timidez, con una verdadera miopía de la concepción; que pueblo que no ve más allá de sus mezquinas fronteras, es pueblo perdido, y que, en cambio. las grandes épocas van siempre acompañadas de un gran aliento espiritual y de vastos propósitos humanos. Se puede asegurar y demostrar que las grandes épocas no vienen ni pueden venir si el pensamien~ tono las concibe, y no las prepara, y no las forja primero en el concepto y después en la realidad. Porque si comenzamos conformándonos con fina~ lidades mezquinas, ¿cómo podremos aspirar a las


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grandes obras? Mientras que si vemos nuestros destinos tales como ellos son o pueden ser, en toda la infinita variedad y en toda la enorme expansión de sus potencialidades es cosa segura que, entonces, la concepción !lgrandada, estimulará, centuplicará nuestras energías. No se trata no de sueños y quimeras. La situación del mundo es muy distinta de la que ha pre· ·valecido hasta aquí. Las comunicaciones contemporáneas y el moderno concepto de la vida social, nos llevan a transformar las nacionalidades, los conceptos, el comercio, la geografía, el ideal. Y si vemos que las cosas mismas marchan, y que marchan con la velocidad que les impone el genio inventivo del hombre aplicado a la mecánica, a la química, &., ¿por qué los conceptos se han de quedar atrás? ¿Por qué no se quiere que el pensamiento adelante un poco, a fin de que las cosas vayan teniendo el molde en que vaciar sus dina· mísmos constructores? El mundo se está haciendo, se sigue haciendo. Pero el mundo tropieza y marcha al acaso, cuando le falta la orientación de la mente. A la mente toca adivinar, formular, dirigir hacia el destino. Porque unicamente la mente posee la facultad divina de la anticipación. Y toda anticipación es fecunda. Por eso tenemos una fe inquebrantable en que la aproximación, que la unión, que la federación de Espafía, Portugal, y pueblos todos de ascendencia


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ibérica, se convertirá un día en hermosa y feliz realidad. ¿Que no lo veremos nosotros? Y que importa que no lo veamos nosotros. Si nosotros lo fuésemos a ver no valdría la péna de estarlo pensando, puesto que lo veríamos. Se piensa lo que no se ve.


CAPÍTULO VIGESIMOOCTA VO

EN TORNO DE LA RAZA

D

de la Fiesta del Libro, se celebra en España la Fiesta de la Raza; Fiesta que debemos celebrar jubilosamente todos los que suspiramos por que todo el mundo se convierta en una sola patria, toda la humanidad en una sola familia y todos los hombres en verdaderos herma· nos. Dichoso el día, sí, en _que todos los hombres sin excepción alguna, griten, sientan y erijan en norma de su conducta aquella tan bella y tan sabida exclamación de Terencio: «Hombre soy, y nada de lo que es humano es ajeno a mi persona· lidad». (Horno sum et humani nihil a me alieESPUÉS

num puto).

La Fiesta de la Raza no es más que una manifestación pública y solemne de un sentimiento de hispanidad, de hispanismo, de panhispanismo, a la vez que de hispanoamericanismo, de iberoame• ricanismo, de latinoamericanismo; una manifestación de un anhelo de unión federativa material y


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espiritualmente integral, esto es, científica, litera. ría, artística, económica, política y social de todos los pueblos y núcleos humanos de raíz española y mejor de raíz ibérica, inspirada, no en el propó~ sito de dominar a los demás e imponerse a ellos, sino en el de influir con su espirituali4ad en la evolución y progreso de la sociedad humana: Ideal noble, grandioso, sublime, que sólo es un paso, una etapa, un escalón hacía a aquel otro ideal aún más noble, más grandioso, y más subli· me, consistente en que el amor. la amistad, la concordia, el olvido de lo pasado, la conciliación, la solídaridad, la cooperación y la mutualidad sean' la base y el espíritu de las relaciones entre todas las naciones del universo. ¡Utopías ilusiones, sueños ... ! ¿Si? ¡Pues soñe· mos, alma mía-como hemos dicho otras vecesya que son tan hermosos esos sueños! Pero no : no son utopías, ni ilusiones, ni sue~ ños. Vet'dad es que esos ideales se hallan todavía en estado de nebulosa; mas de ello no se sigue que sean cosa fantástica e irreal. De las nebulosas salen los mundos y no debe desalentarnos la len~ , titud con 9ue marcha la evolución cósmica; por· que el ritmo de la historia humana es más vivo. En épocas como la actual, regida por el acelera· miento de las velocidades, puede ser muy rápido ese ritmo: una generación puede presenciar gran· des transformaciones.


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Si hasta aquí han venido los ideales que ce n tanta fe y entusiasmo propugnamos, y que €:onati· tuyen consciente o inconscientemente el alma de la Fiesta de la Raza, desenvolviéndose en un ambiente de veli:idas literarias y alimentándose de figuras líricas y retóricas, no se contentan ya hoy con la oda y el brindis: sino que con insistencia piden realidades, soluciones prácticas, un cambio de r~imen, el paso a un estado positivo. Y esto ea ya algo. Indica de un modo elato que en los pueblo& de habla española o en las minorías ilus· tradaa que tienen mano en su dirección se está dibujando y concretando una voluntad de acción y de. conocimiento en aquellas zonas de relaciones internacionales donde antes no se pasaba de meras efusiones sentimentales. Creemos-se dice aquí y a allá- intereses mu· tuos: quitemos aranceles: prediquemos la eonve· niencía para las Repúblicas americanas de una alían~ bajo el arbitraje español; esforcemonos en conciliar el espíritu nacional de cada uno de los pueblos hispánicos con el espíritu de gens históri· ca, de familia o de comunidad de naciones; pro· curemos, con la modesta y perseverante labor de cada dia, que esas vagas expresiones de aproximación, estrechamiento de lazos, intercambio, tomen carne de realidad; aspiremos a un astatuto jurfdico que establezca una cuasi ciudadanía red· proca, sin alterar la nacionalidad de origen: fun-


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demos zonas francas para mercancías y productos americanos; subvencionemos a €ompaftfaa de barcos ligeros y rápidos; inténsifiqutmos el co• mercto, y hagamos que los americanos en Espafta estén como en su casa. Muy bien-siguen dicten• do- que algunos héroes de la aviación vayan y vengan a América en cuatro días; ptro stríá mtjbr que las mercanc{as fuesen 1 viniesen en quúrte, y que no encontrasen a su llegada unas tarifas pro· hibitivas y una organización eomérdal propia de los cantores del siglo ~VI, pero desconocedores de las necesidades del XX. Claro que el programa que acábamos dé b'os.. quejar demanda estudio, atención, voluntad, mo· lestias, trabajos y sacrificios: peto no es :drinos cierto que sus fórmulas y soluciones son de catác· ter práctico, positivo, . factible, ejécutable. toque si importa es tener ante todo uná padéncia, una constancia, una perseverancia y una tenacidad su· perfores a todo obstáculo y dificultad. Tanto el panhispanismo, ~omo el panibéri$mo, como el paneuropeismo, como él panhispanoamé· ricanismo, como el ideal supremo: él panhu'ma· nismo, regidos social y políticamente por las leyes de la Biología, serán sin duda cosas diffcilc!s, pero no son, no, locuras ni quiméras. Hay qu~ ver lós · grandes problemas tal como son de gr¡índeS', que sólo por no pensarlos en gtandés, se ha fracasado tan a menudo en los medios de r~ali~rlos. Y esto


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es lo que ocurre en todas las épocas de decadencia. Las épocas de decadencia coinciden siempre con un estrechamiento de criterio, con una gran timidez, con una verdadera miopía de concepción; mientras que, en cambio, las grandes épocas van acompañadas de uu gran aliento espiritual y de vastos propósitos humanos. Desdichado el pueblo que no ve más allá de sus fronteras: es pueblo perdido. Celebremos, pues, con calor y entusiasmo la hermosa y fecundante Fiesta de la Raza, y vitalicemos, llenos de fe y de optimismo, todos los ideales políticos y sociales que en su seno van engendrandose y germinando. Tengamos la plena seguridad de que un mundo nuevo palpita por encima de la presente mezquina realidad. Las comunicaciones contemporáneas y el moderno concepto de la vida social, nos lleva, por malas o buenas, a la transformación de las nacionalidades, de la geografía, del comercio, de rutinarios y caducos idealismos. Y urge mucho que pensemos en todo ello, porque cuando los sucesos ocurren sin que préviamente los hayan pensado ni siquiera algunas cabezas. no se producen más que disparates y desaciertos. ¡Cuantos traspiés ha dado la historia, si bien tarde o temprano los ha corregido de acuerdo con la inteligencia, sólo por haber sido muchas veces dirigidos los sucesos por los pies! Y si el munqo actual se está desintegrando y


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deshaciendo, al par que se está formando otro mundo; y si en este trabajo de metamórfosis, ha de ir el mundo tropezando y marchando al acaso, _si le falta la orientación de la mente, ¿por qué no se ha de querer que el pensamiento se adelante un poco, a fin de que las cosas tengan el molde en que vaciar sus dinamismos constructores? A la mente le toca adivinar, formular, dirigir el destino; porque sólo la mente posee la facultad divina de la anticipación.


CAPÍTULO VIGÉSIMONOVENO

EN TORNO DEL LIBRO

L

cultura es colectivista, es socialista, es co· munista. El pensamiento más original, el descubrimiento más personalísimo, no son más que el resultado de muchos . siglos de misteriosa elaboración colectiva. Hasta el poeta lírico, que parece damos la intimid~d de su corazón, no es sino el eco de la poesfa dispersa a través de los pueblos y de las ~eneraciones. El colectivismo afirma que la tierra y las herra· mientas de trabajo han de ser de todos. Y por su parte dice al socialismo de la cultura: La cultura y los instrumentos de progreso intelectual de todos han de ser también. Paralelamente al derecho al trabajo, al derecho a la vida, hay que defender el derecho a la instruc, ción. Hay un proletariado cultural-las masas de analfabetos- que quiere redimirse de su miseria. Por eso si todo el mundo tiene derecho al produc· to íntegro de au trabajo, como en nombre de la A


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justicia y de la equidad, sostiene el colectivismo, derecho igualmente tiene todo hombre de legar aquel grado de educación integral de que sea ca· paz, como defiende el socialismo de la cultura. Hay una división de clases más cruel adn que la de pobres y ricos, y es la división entre los ilustrados y los ignorantes. ¿No es triste, tristísimo, que los frutos del árbol de la ciencia regalen la mesa egoísta de una burguesía de intelectuales. y que, de puertas afuera, queden mlllones y millones de hermanos nuestros, esclavos de un trabajo avasallador, sin apenas participación directa en aquella alta y refinada actividad del intelectual y del buen gusto estético, en aquella actividad noble, serena, esplenderosa, que es la que verdaderamen· te da valor y sentido a la vida? Loemos, por tanto, y ensalcemos la Fiesta del Libro, pero sin perder de vista que si hay fiesta para la div·ersión de las personas, las hay también altruistas y de pedagogía social, y que esta clase pertenece la Fiesta del Libro. Y con la Fiesta del Libro, loemos y ensalcemos a la Escuela y al Maestro, pero pidiendo cada vez mejores escuelas y cada vez mejores maestros. Y con la Escuela y el Maestro, loemos y ensalcemos la creación de Bibliotecas y de Hemerotecas, pero teniendo siem· pre presente que no todos los libros, revistas y periódicos son buenos y dtiles, sino que los hay también perjudiciales e inútiles.


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Mas ¿hemos de limitarnos únicamente a tributar aplausos y proferir alabanzas? No, por cierto. Debemos, además, procurar con todo ahínco, que tanto la Fiesta del Libro como el Maestro y la Escuela y la Biblioteca y la Hemeroteca respondan perfectamente a su excelsa y efectiva finalidad, a saber: hacer hombres capaces de sentir la inquie· tud del libro. la necesidad de la amistad con los Iibr~s y la necesidad de leerlos; hombres que se· pan refugiarse en los libros y que sepan buscar en los libr()s, lo que en los libros pueda haber capaz de provocar en nuestro espíritu un estremecimien· to o una resonancia. Porque pueblo que puede vivir sin libros es púeblo seguramente muy dismí· nuído en su valor vital. ¡El Libro! No hay un espectáculo más intere· sante que el que nos ofrecen las páginas de un libro. Su fuerza, siendo tan frágiles sus hojas, es superior a la de las más potentes máquinas. For· talece las almas. En las horas amargas de la des· gracia, en los momentos desfallecientes de la me· lancolla, en los negros instantes del fracaso, un libro escogido, favorito, nos devuelve nuestro dinamismo espiritual. Los libros nos ensefian a amar lo bello inteligentemente y son-así debemos creerlo- el formidable dique que se opondrá, con su ejército de ideas,· a la guerra del porvenir. El joven que no ama a los libros, convierte en yermo su jardín interíot, se vuelve de espaldas al presente


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y al futuro ~e la. Hufuanidad y niega su coopera· ción a la obra redentora del común proQreao. No pedimos una pasión bibliófila. Pero af un deseo de sabtr; de inquirir, de analizar, compatible con los deportes. con el amor, con la aleQrfa jocunda de loa que viven la ipoca primaveral de au exiatenc:ú. ¿Y que diremos de la necesidad de bibliotecas? En Espafia se lee muy poco. El estudiante lee el libro de texto; el , profeaioaal. laa p4gúiu que ne. cesita de la obra técnica;. y sólo un grupo reducf· simo se interesa por un volúmCD. de cultura deain· terc·sada. ¿Tieqe remedio cate mal? Si. Llevar a-loa JúDi· tes de la máxima difusión el ~bro y ~1 periódko por medio de las bibUotecaa populara y Jle laa hemerotecas. Cuenta nuestro pafl coa muchas y muy famosas bibliotecas: pero escasea la biblioteca popular compuesta de. obras senl·Uias, agradables, instructivas, destinadas a elevar el nivel intelectual y moral de las clases humildes, y escasea aun más la biblioteca, del periódico. la hemeroteca. uno de los más poderosos instrumentas. dé la cul· tura moderna. Norteamérica es d país que más importancia ha dado a la institución de las bibliotecas popula· res. Las instala en las escuelas. en los parques, en las fábricas, en los edificios municipales. e.n las i~lesias, en las sociedades intructh•as, y cuando por dificultades material e~ no pueden establecerlas

,


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1 DEA -L ISM O

en alguno ele uf:9S sitios, utiliz~Jn entumes C{lmio· aes que &.OnvieJWl eJJ )Ji)))iot~n ·amP91p.~e,. No · se f011'1Da11 W:totet CQJl sólo ~,ftar a lep-, •in.o •· que. ·.ac~emú ,Prc:dsa fom..cptJr, q.Qt!lr ~1 a¡~ ~e · leer.~..dian }Of p~cla~ Jl!ll~CBAQI- y pr~Ja~ mall~labibl~ P9.PJJ~r e.a el q~ valí~ · ,eo.para la ckvaci.~n _tQ.Q@l e i_n_telec:b.lal -9el pueblo . .:La biblúltc~ p.ü~e& y he.mero,tecaa _se P!lJl ~bedlo h03 ~ú. ~J;Qn las red~~n,es ~e J&jaraada.Ae.tob.a.iP.:J?.J)f YiñR4 de ~11!.~· ~ .~brero ditpone de un tiempo de que antes no ~'J?Onía y

tp"

.bay~ •.ppr~sif..Qje~qte, ._qp~ ~~p~ción ~;p¡a ~ltedie&D~· ~jJJgy_qa I!H~de .s.! de tanto

-como·la;de J.a¡lc.~blfJl ~

J.~tll.;.bib_ijqt~sas

y.Jaaauotec.aa ••al4a qqe.,JiJl

pop_!Jlares

.el. c;:ump~!l}ie_nto

de ,;:formalidad aJe,umt. :P.u~qan tener acceso los obre· ~ roa.todqs ¡tatt.-Jéer . elJ!bro.o _el _pe~9ico q&Je de -

Abiertas las :..bibljQt~as

popul~res

y las heme· . rotetaa.a . todo el _rol,llldo, en ellas . ha de poder ..ucontrar .el "obrero. el labrador, el empleado. modo de perfeccionarse en la técni.ca de su pro_íe_,_sión teapectiva con la lectura de obras ad~<:uadas; ero eUas poder , adquirir los lei7tores un_mfnimo de necioaes:..biatóricas y sociol~gifas, _ sin las que es inútil eaperar un espíritu ciudadano alerta y cons· dente; .en ellas han de estar al alcance de todos las .granf!ea t>.br.aa del §aber_ by~_ano..!Juente _ina·


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gotable de elevados placeres cstiticoa y morales; y en ellas, finalmente se ha de hallar el mejor an• tidoto contra la baraja, el alcohol, la ftoftez y la rutina que dominan el ambiente .le nuestros pue· blos. Terminemos aftadiendo que en loa pueblos rurales el fundonamicnto de la biblioteca y de la hemeroteca 'b~ ~"'·~ónehé bajO ia direcdón y cul· dado del maeafté:>, pues ia.btbliotec:a popular ha . . . . ...... de ser et natural complemento de la escuela. ·

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CAPÍTULO TREDÉCIMO

FEDERACIÓN EUROPEA

A

L hablar de federación europea no se trata de monarquía universal ni de diminucion de la autonomía nacional, ni de centrali;ación alguna. A lo que ae aspír.1, de lo que se trata es de estable, cer en Europa lo que ya existe desde hace más de cien en la América del Norte. Se C$lüica de utopía a la federación europea. Por utopía se entiende un ideal absolutamente irrealizable. por ser contrario a la naturaleza de las cosas; y en un sentido más restringido, la rea· lización de un estado de cosas. sino imposible, por lo menos muy dificil. Suponer que todos los hombres llegarán a ser perfectos. o penscu comunicar en la hora presente con los habitantes de Marte, será utópico; pero ya nadie trata de utopía la civilización de Africa. La civilización de Africa es considerada obra dificil. pero al mismo tiempo inevitable, perteneciente al dominio de los hechos positivos. Nadie


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tiene a los hombres que trabajan en esta empresa de idealistas, de "Sofiadores, de optimistas incorre· -gibles. Ea el siglo XVI, en América del Norte des• de el Atlántico al Pacífico se extendían regiones desconocidas e impenetrables, pobladas de salva· jes. Hoy, este territorio está-ocupado por los an· glosajones, y los E~tados Unidos son uno de los mas brillantes centros de actividad económica e intelectual. Y si la civilización de Africa no es tratada de utopía, ¿porqué se ha de calificar con este nombre a la federación europea? ¿~on qué derecho se pue· de afirmar que una idea semejante jamás será de -dominio público, que jamás entrará en la concien· cía de nuestras sociedades?. ¿Qué es preciso para establecer la federación eutopea? Convencer a 367 millones de hombres de qUt. no es conforme a sus intereses el destrozarse como animales feroces por algunos miles de kil6· metros cuadrados. En realidad, bastaría convencer a un número infinitamente más pequefio; el de las clases directoras. ¿Es una tarea imposible lá de · inculcar una idea nueva a semejante númt>ro de individuos? Ciertameqte que n~_; y más si se tiene en cuenta que la federación europea, lejos de aten· tar contra lcis intereses de esas personas,) es asegu· rada , al contrario, oinmensas ventajas. Pero, se dirá, las clases superiores son ciegas, rutinarias, misoneístas: · Esto, desgraciadamente,


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es verdad; pero, ¿se puede afirmar quejamá_, com~ vrenderán IU interta?. Serfa .prtdiO para esto, que fuesen inmutables, es decir, que constituyesen una excepción única en el universo. Evidentemente, los partidarios de la federación no forman todavía mayorfa. ¿Es posible · producir una evolución mental que haga esta mayoría? Si por cierto. Prueba de ello aon laa numerosas ligas de la pu f1111dadas en estos últimos ados en Euro~ pa yen América; y estaa ligas, ¿que otra coaa son, aiuo el berm_aso preludio de la federacion? Quince o veinte millones de hombres consíen· ten ahora en servir bajo las banderas; pero las ma~ sas se instruyen inevitablemente e inevitablemente adquirirán tambten la fuerza mental que aa.e~art au victoria definitiva. Entonces, por comprender que ea contrario a sus intereses, no consentirán en hacerse soldados. y no serA posible que les obligue a ello algunos miles de aves de rapifia famélicas, a quienes la ~uerra parece ofrecer provechos inme· diatos. Entonces, esas masas. los pueblos. impon· drán la federación, como las naciones europeas imponen ahora la civilización a los salvajes africa· nos. La supresión de la anarquía internacional hoy dominante podría tener lugar, sin embargo, mucho antes del •Ha en que será impuesta por las clases populares. Bastaría que fuese querida por las clases directoras. El ¿fa que eso 0<:\lrra, la federa·


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ción europea será la cosa más fácil del mundo. Algunos ddegados se reunirlo en una capital y redactarán un pacto federal que,aer' aplicado por loa diferentes gobiernos. ¿Cuando vendrl ese dfa? No lo sabemos; sólo sabemos que cuando ese dfa llegue, ni el rayo bajará del cielo, Di nlngtln mona· truo saldrá de las olas del Océano para impedir que los hombrea pongan fin a la anarqufa. Mientras no se establezca la feder~ón europea, las catástrofes seguirán a lu cat4atrofq¡ 1• ruinas se amontonar6n sobre las ruinas: 1 los odios lntemadoh~lea multiplicare las 01atantaa, y Jos odios de clase harú correr la ungre en nuestras calles; porque no hay otra alternativa; o la federación con su bienestar, o la anarquía ac· tual con su miseria.


CAPÍTULO TREDÉCIMOPRIMERO

LOS ESTADOS UNIDOS DE EUROPA

L

idea de constituir a Europa en Estados Unidos ha conquistado, extensos y fértiles _terrenos, a, pesar de formidables obstáculos_- La Federación económica europea proyectada y pro• pugnada por los seftores Bríand y Loucheur pruebanlo de un modo innegable. Es un ideal asaz racional para no llegar a ser pronto o tarde un a realidad. «Por fin- dice el escritor alemán Tresitschkeel primero de Enero del año 1834 llegó el día afortunado que anunciaba a las poblaciones un porvenir mejor. En los caminos de Alemania, lar· gas filas de carretas, pesadamente cargadas , espe· raban en las fronteras, .Finte las oficinas de adua· nas. Una muchedumbre bulliciosa y llena de a ie grfa les rodeaba . Al sonar el último toque de campana que anunciaba el fin del año precedente, A


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las barreras fueron levantadas. Loa caballos se pusieron en marcha en medio de tu adaJDadonee de los asistentes y de los alegres fuatazoa de los carreteros. Fueron hacia adelante, penetrando en un. pafs en lo sucesivo libre de toda traba.» Ahora ·bien ¿cuando vcndr4 la milma boQ afo~unada para Europa entera? ¿La auprealón de las aduanas entre Franda y Alema~ta o a:strc Italia, Francia, Espada, Alemania•.etátcra no aerl acaso tan provcc:hoaa a ~ pafaca <:OOlO lo W entre &viera y Prusia? ¿Por qu~. puca, DO tiaac lugar? Pau Uegar a una harmoola económko polftk:a entre varias naciones, precisa una preeJdatcntc barmonfa aentimental, una tormadón soc:M1 uú.. nlme, dificil de alcanzar en un continmte . que cuenta con tantas tradiciones seculares y que eatl djvidído por tantas fronteras poUticaa y eco&r4i.. cas, como ocurre en nuestra Europa milCAaria. Dijo Macaulay en una de sua obras que ti d reconocimiento de la atracción uaivUMl perjudl• case algún intcres pecuni~rio algo conside{able. no faltarfan argumentos contra la gravitación; verdad que puede ser muy· bien aplicada al ideal de la Federación europea. El paneuropeismo tiene muchos y entusiastas defensores, pero tiene también muchos y empe· dernidos adversarios. Hállanse entre los primeros Jos socialistas; entr-e los. segundos hállanse laa da 1es conservadoras.


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Ciegas, torpemente egoístas, rutinarias, de _Qbtuso, misoqeistas, no conciben las. clases .bur~pes¡¡s, .la pQsibilidad y 1~ necesidad de un~ 4li~n.z_a, europea. Conside.. ·. de una f~deración . ran aun _ ~ _ est~ ideal como una utopía. No ven que J1l pregfupac.Wn .Pl'incipal de la inmensa mayoría c!.e \g, ~pjt_OQÚ~S de .Europa .no es romperse mú-tJ,J~mept~ l_a !:ilb~za, sino asegurarse la .mayor su_ma. <!eJt~es )llaterial.e.s y mo.rales;. no comprenden .Q:&!e~ la fe4eradón no tiene absolutamente nada q~~ ver ~o.n la vjrtud y la bondad, sino· que responc;le al pensamiento de que no es conforme a los interese& generales de la · humanidad el destrozarse como animales feroces; no adviertan que sólo hay una- alternativa: o el desconcierto;y ah'arquíá internacional, fuente de matanzas, de guerras. d ~ dolores, de odios y de · miseria; o los ·Estacos llnidos .. base de amor, de fraternidad, de toleran : cia, de <:omprensión, de riqueza y de bienestar; no obse_rvan que las tárif;¡s aduaneras; protectoras, · no son_ más•que un medio de expoliar a sus se mejantes! y que tomar el dinero de Íos pobres para darlo a los rieos es una flagrante injusticia a· que hay que .l?o~er término lo má~ pronto posible estableciendo el librecambio absoluto; en una palabra, no comprenden que la Federación europea, . que los Estados Unidos de Europa, que el Internado· nalismo, es la salud, es la paz, es la harmonía, es a dicha y es la riqueza de todas las naciones de ~sp(rit~

'


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nuestro viejo continente. ~ ¿Qu~ dicen en cambio, los sodallstas? Los socialistas encuéntransc: desde sus prindpioi en el terreno del internacionalismo. Dicen que el obrero francés, por ejempfo, es solidario con el alemán, con el inglés, con el itauan·o, con el espa,. ñol, & .. pero que todos son hostiles a loa capitalistas, sean estós cómpatriotas o extranjeros; dicen · que los intereses de los grupos europeos deben ser en lo suceSivo enteramente Solidarios; dicen · ...· · que para satisfacer necesidades nuevas son preci· sas instituciones nuevas; dicen que asf como las patrias actuales no se han organizado contra sus diferentes y respectivas provincias, sino que, solí· darízándolas las ha arrancado a un antagonismo caduco, haciéndolas disfrutar una vida más amplia y mas libre, del mismo modo la patria human~ que recJaina el estado social de la producción, del cambio Y. de la <;iencia, no se fundará ni puede fundarse a expensas de las naciones, sino en su beneficio y p~ra su superior desenvolvimiento. Dicen que no sólo no se deja de ser patriota por ser intérnacionalista, sino que no se puede ser patriota, en el verdadero sentido de la palabra, sin ser internacionalista; y dicen en fin, que los que trabajan contra el federalismo, trabajan, en defini· tiva, contra su propia patria. «La guerra..:...han dicho los conservadores-es conforme al orden de cosas establecido por Dios.»


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No-dicen los socialistas-y proclaman el arbitraje internacional, la aboüdón de loa ejircitos· penna· nentes y la libertad para cada Qrupo humano de diaponer de aus destinos polfticos. Las clases conservadoras, capitalistas, .agrarias e industriales, quieren solamente mantener las rutinas, los privilegios y las injusticias. y reclaman el der~o de expoliar a sus compatriotas por medio de leyes proteccionistas. ¿Y qué es lo que en lugar de estO, proponen los socialistas? La abo· lición completa de todas las -aduanas. afirmando que los .intereses de los pueblos son solidarios. · En resúmen, toda la obra, fines, opjeto y pro• pósitos de los socialistas van dirigidos a mejorar de un modo firme, sólido, positivo, seguro, al par que c~forme ~ la _razón, a la justicia y a la equi· dad, la sut;rte y e&t~do de las clases desheredadas. Todos Ios .hombres de corazón gen-eroso, de alma elevada y tierna, capaces de compartir los sufrí· mientos de loa pobrc:s y de los desgraciados. conmovidos por los .dolores y las privaciones de un nú~ero tan grande de hermanos nuestros, de· ben ser, por consiguiente, llevados hacía ef socia· lismo, y con él ir al _establecimiento de la concor· día internacio!lal, a l.a constitución de los Estados Unidos de Europa. Son todavía muchos, por desgracia, los que conocen mallas doctrinas socialistas y que temen sus conseéuencia,. ¿Pero no les bastará, acaso,


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con saber que son loa sociallataa loa que priDd路 palmcnte y con mayor ahinco han tomado en au. manos la defenaa de loa lntereaea del mllerable nbafto de los d~bilea y deadlchadoa, para ded.. dirae?


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CAPÍTULO

TRIGÉSIMOSEGUNDO

PODER DE LA SANCIÓN SOCIAL

HAY

muchos casos verdaderamente punibles en que no _.:s posible, ni justo, ni conveniente, que intervenga la sanción lde la ley; pero que, en cambio, puede y debe intervenir la sanción de la opinión públicn. En efecto, cuando no basta la sanción de la ley ni aquella otra que el hombre lleva consigo y que en vano trata de rehuir, sanción que un Código del anti~uo Oriente formula con estas palabras: «aunque tú dices -estoy sol~- en tu corazón reside permanentemente un espfritu supremo, ob~ servador eterno y selencioso del bien y del mal, y ese espíritu que está en tu corazón es un juez se~ vero que castiga inexorablemente:t: cuando falta, decíamos,-esa sanción, que premia con la tranqui~ lidad de la conciencia y castiga con las torturas del remordimiento, debe o debería al menos en· trar en acción la que procede de un tribunal en cierto modo invisible, y que, sin embargo está en


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todas partes, en cual somos jueces y ficales y ante d que todos compat'tceJnOS como·n:os y como testigos: el tribunal de la opinión pública. De él forman parte_todos;.y lejos de distinguir entre ignorantes y sabios: entre cultos e incultos. como se hace cuando .se trata de cuestiones científicas, reconocemos que todos Jos . hombres son aptos para juzgar sí una cosa es buena o· mala, si . es _justa o injusta, y hasta sucede a veces que los más pequeños o inferiores tienen un criterio más recto y más segur() .que Jos que ocupan una posición más ~lev~da. Y es que la conciencia social en . aTgunos asuntos de bondad o de maldad, de justf.. cía o de injusticia es el ec() de algo que está más alto, de algo que tiene cierto sello de- infabilidad, porque es d conjunto orgánico: de las revelaciones del orden moral en la conciencia humana. Lo que jmporta, esto sí, si se quiere conseguir hacer eficaces sus fallos, utilizando al efecto una serie de premios . y de recompensas que c~mien­ zan en la aprobación-y acaba en la epoteosis, y una serie de penas que principia en la censura y coó.cluye en el aislamiento, es que la sanción so.. cial sea igual, perenne, consecuente, sincera, com• prensiva, enérgica, ilustrada, justa~ uniforme, cir· cunstancias que por desgracia no reune todavía. Hoy, desdichadamente_. es débil y de~igual. Obra sólo soJ?re cit-rto número de faltas ,y extravíos de donde la tendencia lan:entable a reducir la mo·


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ral a la del Código penal. como 8i además de loa delttos en él castigados, no ·hubiera numerosas y gravisimas infracciones del orden ético; como sí en·dete.n riinadaa circunstancias no fuera la ingra, titud, la deslealtad: la traición y hasta el orguJlo y · Ja soberbia tan repugnantes y · punibles como el · robo, el homiddio, la injuria y la calumnia. aun· que no las castigue el Estado. Obra a veces bajo sólo el impulso de la preocupación o bajo el im· · perio del fanatismo, como cuando es sobrado sua· y benévola con los que rezan, aunque pequen, y sobrado dura y enérgica con los que no retan, aunque pequen, y sobrado dura y enérgica con los que no rezan, aunque no pequen. Es otras veces inconsecuente, como cuando, por ejemplo, censu, ra al joyero que vende dublé por oro, y celebra a1 que en una fería vende por cinc11enta el caballo que no vale más que veinte. Es con f. ecuencia hi· pócrita, y si no véase \o que sucede coo la castidad y el desinterés después de tanto ~labarlos: harto sabido es como juzga la opinión pública las faltas contra la honestidad, y respecto al desinterés basta recordar estas palabras de Herbert Spencer: ·«hay dos evangelios: uno, el escrito en el Nuevo Testamento. que nos manda sacrificarnos por Jos de· mis, y el cual sólo rige un dfa a la semana, los domin~os durante el sermón¡ el otro, que nos autoriza para sac,rificar a los demás, rige los seis dfas restantes. Y es, por último, muy poco unífor-

ve


...

IDJ:;ALISMO

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me al par que ·~l;lY deficiente, como se demuestra con sólo record.ar ~omo lá moralidad política ha. venido a quedar re~ucida ~ su más mínima ex~resión. . . ...... ' • . ¡Qué grandt;s. q·ué• imponderabJes beneficias recibirá la socieqp~' el día' que la sanctón so'dal sepa imponer la uen~ déf aislamiento a quieñ se haga merecedor de eÚ~I P~es -qué ¿no _.:¡e die~ . que el sistema ·celti1ar. p~r; estar· oasado en c:l a~sla'.. . . . ....... . miento. resulta duro e inhumano? Pues el penado · -· retenido en· una pti,:lj~n; está. ~epatado del.~.~~d~ . · ·. por muros d~al y ..de pi~dra, mientras· que .el qu'e ' la socieda<t ~ondénat:_a ~1- ~is~a~iento estaría ~~a­ rado de los hombres por. u'n· muro~ de lúelo, por fa' indiferencia o por el d~sprecio. Sí, repitámdsfó. mucho, muchísimo ganarán la morabiüda4 púbiiéa ,: y privada, el día .q\le la socieded. en vez. de s~( . débil y transigir ha.r to facilmente con -los malvados de todos géneros y categorías: logre impo~erles.la severa pena del aislamiento. Lo~d 8yron en una de sus I:ier;'Dosas poesfas. -La soledad aparente 1J la soledad verdadera, pone bien de manifiesto el valor de este remedio: «Re<;o'rrer los bosques . sombdos-dice-=-. subir- ·a los empinados riscos,, . . . . -. asoma:r;se a los 'precipicios y torrentes, posar la · planta donde·antes no Ja }Ja puesto el hombr~ . .. esto no es soledad, sino conversar con la Natutale· za y gozar de sus encantos. Pero en medio del ruido y del tu multo de los hombres, vivir entre

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IDEALJSMO

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debe, un freno P9életoi0 para "cbateiaef el Diál, ea UD adcate que lo PtOmue~ y lo aguijonea. ' ·· ·· · N'eteaario es el derecho positivo: p~ro nQ lo es menos qu·e la opinión pl)blica, que la aanci~n social intluya en la esJera en que a cada uno le es dado moverae llbremente, poniendo asf un freno al abuso en el ejercicio de loa .der~choa: Aplk~da 'reciamente la sanción social. el bO'mbre ~o se -ol· vidar4 que Jamás puede eximirse de ser raCional. y que au volunta~ .d• ebe un.lcamente aervir a la · ra· . - • -l . ZÓD.

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CAP1TlJLO TRIOEsiMOTERCERO'

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VIEJOS ...

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¡Ciqoa! No vns que m¡acho m4t c:vcfilo ·-JUé- él ree·· ~T. <>u el cartao.O- apoyo. ¡Torpeal 'Sé·olvidan loa ~tjoa de quef'lcroa-j4vcoca y .no pkslNu ~ítoaquc

aa•n mjoa: · . ·VieJo• eomos. bkD lo. aabemoJ, puo

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Dios de que cataamoa ea el abaurdo d~ mcicpar J

1ft calumniar a los jovcuf'l. No 11-y prueba mAa liOtoria' de caduciqad que el

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tras plantas. nada importa: nuestra alma aun pue<o de florecer. Caiga abatido nuestro tronco, perO qfle caiga oloroso como el úndalo. Conio el incllto 'Zo-·zaya. eatudiare~os stftllpre, para que nucatro ~ce· rcbro no se endurezca; lo amaremos todo para que -nuestro cora~:ón no ae petrifique; vivlrémoa coli la Juventud entusiasta y at,~tfntica en comunión espl· rit11al, para que nos perdone nuestros yertos y des·


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fallecimientos. Lejos de odiar a Jos . jove~es que re# mos saludarlos, con fervorosa unción del neófito: y queremos empaparnos en sus azu_ladas Y. esmeri, ladas neblinas; y queremos bañarnos ~n _ sus· deste· llos fulgurantes y queremos escuchar sus · aleteos trémulos y el rumor magno de la vigorosa eclosión de SUS brotes¡ y q~e~eñltls COilSaQtaf. (,;_On")O rito los alegres introito_s; y queremos embri~garnos éoti tos .• · ensueños y las románti-c as leyendas: y queremos • amarlo todo, todo. porque · solo así no seremos viejos. Y cuando la postración nos rinda y .nuestro cuerpo marque, bajo la sábana blanca, la p0str.era y fria rigidez, a~rán manos a ni~ as los balcones y ventanas para que entren por ellos rayos de soi, _y trinos de cant_oras aves, y :susurros .de ramajes~ y perfumes de brisas, y gritos jocundos de moce# dad ... porque todo esO trae como-promesa perdu, rabie el hervor-de !a~vlda que ~.e renueva. · Tril'Jte,- muy triste es ·ser>viejo, ¿quien lo d·uda? El cerebro se debilita, la imaginación se entorpece, los temblorosos labios chochean; El ancjan:o .... lo dicen los · psic~logos- se·inferiorí_u, vu.elve poco a poco a· su mentalidad infantil, et}durécense ·s us tejidos, seo embota la sensibilidad y a la in~ensibili# dad física suced~h moral. :se relaj~ y-atrofian los elementos m~sclllares y nerviosos, la piel se arru· ga, blanquea el cabello, la memOria se enmohece, .el viejo tronco, en fin, se apolilla, se inclina y se derrumba.


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Cierto es todo eso; pero también lo es que freo• ta y al mismo tiempo que ese derrumbe se levanta y se yerguen ufanos tallos vigorosos y verdegueantes. La muerte-dicen los biólogos-mal espantoso para el individuo, es para la especie -un bien. Merced a ella, la especie puede renovar&e incesantemente, reanimarse en individuos más jóvenes y más_robustos ~ue reemplazan a organismos viejos y gastados. Muchas son las censuras y recriminaciones que a los jóvenes, se han dirigido: que mientras· existan jóvenes, habrá guerras y encontrarán eco · las más exaltadas y desenfrenadas lucubraciones sociales y políticas; que el joven es naturalmente pesimista y destructor; que siente una vaga angustia·, un secreto odio frente a la vida lógica, regular, permanente y justificada; que adopta la actitud impertinente del romántico, del incomprendido, siendo él quien no comprende; que se considera digno y dueño de todo, y, por tanto, lleno de soberbia y de intransigencia; que cree que todo se le debe, a la manen de un niño mimado, y que no comprendiendo la inexorabilidad de la vida y el turno de las cosas, se revuelve contra aquella y contra todo lo constituido con pafaletas y subversiones de niño ..... No se puede negar que hay, si, jóvenes que muy b e 1 merecen tales diatribas y acusaciones; todos los que nacidos ya en el dese.n canto, hállanse vendidos de antemano a los adversarios de todo


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1

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,

progreso: todos los que, permaturamente agotados , todo lo echas;t a burlas y ~acotas, y -desacreditan todo anbelo redentor, et sic de ceterís. Mas seria formidable injusticia dirigirlas a toda la juventud. Y porque así lo ·pensamos, como el gran maes· tro arriba citado decimos: «Venid, IJegad, jóvenes que pensais sentís y amáis, a nosotros los viejos. Venid, llegad, ágiles y vigorosos, y abridnos vqestros bra~os. y dejadhos escuchar los sones armoniosos de vuestras cítaras. . ... . Venid, llegad, sf, que sobre vuestra poderosa ju· ventud y nu~strá caduca debilidad, levantarán nue· vas bellísimas y confortatívas auroras, y, en man· so vuelo. pasaran arrulladoras palomas, unas, y otras preñadas de esplendorosas promesas.


CAPÍTULO TRIGÉSIMOCUARTO

EL FEMINISMO Y LA PAZ

¿"

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que la pasada guerra fu~ la úl.t ima guerra? No; no lo ha sido y hay que prepararse para la guerra de maftana.» Estas pala· bras son de Mussoliai. Efectivamente; hay motivos para deséonfiar de la buena voluntad de los hombres a quienes la paz de la Tierra ha sido encomendada, pues mientras las palabras tranquilizadoras de la guerra fuera de la ley que acaban de pronuncir parecen ilu~ minar el pesimismo posterior a la t1ltima contienda que asoló al Mundo, vemos que junto a la publica~ ción en los diarios de las notas en favor del desar~ me que entre las grandes naciones se cruzan, apa~ recen las noticias de los preparativos para un nuevo descenso al infierno, según definición de Lord Lec, que efectúan esos mismos países. La botadura de monstruosos barcos de guerra, como el «Nelson» y el «Rodnty» en Inglaterra; el «Maga· to» y el «Mutsu» en el Japón; y el «Tenncae» y el H

REPJS


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«California» en los Estados Unidos, confirman plenamente las palabras de Mussolini. Y aí la competencia en el mar ea grande, la ri· validad por la supremacía del aire es aún mayor. No ha mucho hizo Francia un alarde de sus ade· tantos en la Aviación, efectuando vuelos sobre el Mediterráneo con el gigantesco aeroplano «Jor· man», capaz para conducir a veintidos hombres, además de dos potentes cafiones y gran cantidad de enormes bombas. Con doce aeroplanos de és· tos, p_roch.man orgullosos los franceses, puede destruirse rápidamentf' una ciudad. ¿Y que diremos de Jos progresos realizados, aeg1n se nos habla, para la guerra en tierra?. Ame· tralladoras, fusilas locas, que alcanzan el paro xismo de la locura disparando quinientas balas por minuto, cañones monstruosos que dejan chiquita a la Grosse Berthe de 1914, lanzando a treinta millas proyectiles de mil libras. Y luego la guerra química. En diversos paises se instruye ya a las tropas en el ejercicio de lanzar fuego liquido. Pero aún hay más: se va a emplear como una de ' las armas de resultados más eficaces a la par que no muy costosas, los microbios propagadores de enfermedades, epidemias más o menos mortífe· ras. Así las cosas, no se extrafte nuestro esceptícis. mo respecto a la pacificación que los hombres ncs prometen, y que volvamos los ojos a la acción que laa mujeres pueden desarrollar. ··


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No olvidamos la actitud de aquella diputada norteamericana en la memorable sesión del 2 de Abril de 1917, cuando se votaba el · est-ado de gue, rra en &u país: ·se abstuvo de votar, contestando a} . presidente de la Cámara: «iYo no puedo votar por la guerra!» y_ ~ompio en amargo llanto. La co~d~cta de la diputada por el Estado de Montana, Janett Rankin, provocó todo género de · . com_e ntarios. Los hubo malévolos y despectivos, :,Pero_también favorables. Se condenó su antipatrio, tismo, se despreció su debilidad, pero también se elogió su gran corazón. Hucho s_ign~caba ya; en aquellos momentos . . de exaltación patriótica, de t.mbriaguez de herois, mo, de locura belíca, no dejarse arraslrar por la corriente; pero semejante conducta de abstención resulta insuficiente para alcanzar·· el'ideal de una paz permanente. No basta, COillO hizo la diputada norteamericana, que las mujeres lloren mientras los hombres obran; no basta que recen y que curen l~s heridas de los soldados caídos· en el campo de batalla mieptras luchan los varones. . El ejército femenino pacifista no debe estar for, mado de esas mujeres eternamente resignadas, que entregan la vida de sus hijos para que de ellos dispongan a su antojo los hombres; ni de enferme, ras dedicadas a remendar cuerpos destrozados de soldados para que vuelvan a servir de carne de cañón; ni de hembras exaltadas, románticas, que


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pierden la cabeza ante el desfile marcial de un regimiento brillantemente unüormado, al compas de un paso doble: sino de femitústas verdad~ras, esto es, de mujeres conscientes, inflexibles cum, plidoras de un constante, obscuro y a veces hasta tedioso deber. Porque el feminismo no consis~e en copiar la actuación del hombre, incluso en los afanes béli· cos, pues sus ideales son esencialmente pacifistas. Feminismo y pacifismo van estrechamente unidos. Si el número de mujeres hubiera sido equivalente al de los hombres en el gobierno de los paÍS !S en 1914, no se · hubiera desencadenado la terrible t~mpestad que arrasó la tierra, regándola de san· gre humana. Tenemos la firme convicción que el dfa que la mujer tenga igual intervención que el hombre en la votacióh de las leyes por las que se ri~en los pueb~os, podrá decirse que las guerras han acabado para siempre. Mientras ese día llega, la mujer pu:!de r-ealizar ya muy bien una intensa labor pacifist:t en la edu· cación de sus hijos reacionando contra la inclina· ción masculina a glorificar la fuerzé!, involucrándo· la con el Derecho; inculcando al nifto la idea Je patriotismo envuelta en el sentimiento del amor y no disfrazadacon el del odio; inspirándole el verdadero concepto del heroísmo, consistente en el renunciamiento a la propia vida y no en el sacri· ficio de la del prójimo.


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Y este privilegio, esta oportunidad; para la mujer de ser ella la primera en moldear el alma del ser humano; en sembrar la semilla que dará la mies futura; en deapqtar los primeros aeuttmien~ tos; en asentar loa principios fundamenUlea. na· die ni nada podrá arrebatúseloa. Sean. puea, cate privilegio v eata oportunidad aprovechados para que regocijamos cuanto antes el fruto maQnffico de una paz perp~tua en la Tierra. Sólo en la labor pac«icadora de la majer tale· mos confianza; sólo en eaa labor femenina ~e· mos todas nuestras esperanzas para acabar C01S las guerras.


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CÁPÍTULO.TRIGÉSIMOQUINTO

.· .. . LA POLÍTICA •

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. - H :·E· · -s.'la l?olítica-,dijo Pl~tón- la cie-ncia de • · ' ' .:.gobernar a los hombres; ciencia acaso la más difícil, pero tambien la más preciosa de cuan. tas pueden ser adquiridas.» En efecto, ¡qué error ILenosprecíar la política! El menosprecio hacía la política puede solamente conducir o a suprimirla o a rebajarla. Suprimirla {5 i.nposible, porque de algún modo se han de gobernar los hombres, y quieran o no quieran, política harán, aún los mismos anarquistas, aunque sea sin saberlo, pero que es la peor manera de hacerla. Y contra la baja politiquería de charlatanes y logreros, de los inhibicionistas, de los conformistas, de los sin ideales de los dotados de gran ductilidad para poder servir a todas las causas y de gran agilidad para saltar de una acera a otra, de los que no quieren comprometerse, pero si arrimarse al sol que más calienta, y nadar y guardar la ropa, y administrarse con mucha cautc-


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la, &. , &. , el único remedio está en hacer política verdadera, política de pasión por el bien público, de cultura histórica y jurídica, de reflexión elevada y sentido práctico. No, no menospreciemos la política; no aparte· mos al pueblo de la política; al contrario, estimu· lémosle a que la conozca, a que la ame, a que la ejerza. Y no sólo importa que el pueblo intervenga en los problemas políticos, en los problemas de gobierno, sino que es preciso también que estos problemas atraigan igualmente a las personalida· des superiores. Si, hay que fomentar las vocacio· nes políticas. A la larga, la proscripción de lapo· lítica anula en la masa popul¡¡r la capacidad ciu· dadana, y, por otra parte, desvía hacia otros campos a los hombres de más sobresalientes aptitudes. El desden hacia el tipo del politicastro será un desahogo estéril si no va acompañado del respeto hacia la figura del político representante del pueblo, guía del país y educador de la nación. ¡Loar el apoliticismo! ¡Desentenderse de la más preciosa ciencia de cuantas puede el hombre adquirir! No pensaba seguramente así D. Alfouso el Sabio, cuando escribía: «Aman y codician la libertad todas las criaturas, cuarrto mas los omes que están dotados de razón.» Ni Miguel de Cer· vantes, cuando hacia decir a Don Quijote: «La libertad, Sancho, t"S uno de los dones más preciosos que nos otorgaron los cielos. Con él no puede


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compararse ninguno de los tesoros que la tierra encubre o la mar encierra. Por él se puede y debe sacrificar la vida». No los autores del Romancero, ni el padre Mariana, para quienes la monarquía popular no es sino una magistratura, y el rey, su titular, un mercenario sujeto a la soldada que le pagan los súbditos. Del pernicioso prejuicio del apolíticismo viene- como hace poco ha escrito nuestro ínclito Gabriel Alomar- la deficiente edu· cación ciudadana de nuestro país; el que en vez de verdaderos liberales, hayamos tenido sólo cortesanos disfrazados con aquel calificativo; el que el pueblo se haya acostumbrado a que la realidad política sea distinta, y aun opuesta, de la apariencia legal; el que el sentido de justicia se haya corrompido escandalosamente, y el que haya nacido una escuela de inmoralidad, defensora de los n;ayores desafueros gubernamentales. La democracia, gobierno del pueblo por el pueblo, exi~e que el pueblo entienda de política, que se interese por la política, puesto que ésta es la ciencia del gobierno. Si el ciudadano, al salir a la calle, no se ocupa en los problemas de su hogar, el hogar estará mal regido. Y si no atiende a los problemas del Estado, de la Provincia, y del Municipio, ni el Estado, ni la Provincia, ni el Municí· pio podrán estar bien gobernados . Cuando la crisis de un país sea una crisis moral, habrá que hablar de temas morales. Cuando sea económica de asun-


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tos económicos. Y cuando la crisis sea política, tan estrictamente política que se refiera a métodos de gobierno y a proyectos de Constituciones, habrá que tratar de asuntos políticos. Claro que para que el hombre se ocupe seriamente de la política, se requiere un ambiente favorable. Y la verdad es que hoy el hombre de acción siente que el ambiente de la época le impela más hacia las empresas privadas que hacia los negocios públicos. Es un fenómeno que naturalmente se irá agravando, mientras esté en entredicho la vida política. Mientras dure tan insano estado, ningún joven con talento y voluntad, ningún hombre de porvenir soñará en consagrar su mente y su vida a la ciencia política. Porque, ¿para qué?... se dira sin duda. No obstante, de nada sufre · tanto el mundo actual como de la falta de grandes hombres de Estado. Se ha dicho que si en 1914 los hubiera tenido. Europa no habría estallado la guerra. Y ahora el anhelo de páz que sienten los pueblos y la voluntad de superar las querellas sangrientas del pasado por medio de una organización jurídica internacional, esperan para que puedan ser realí· zadas, la labor de dos o tres políticos geniales que, ai frente de sus respectivos países, sepan ver por encima de los obstáculos y recelos c.lel momento la silueta ideal del porvenir. Volvamos, pues, a la política. No la abandone-


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m os por ningún motívo. Un pueblo que , ama la política, ama también la libertad y la democracia, y jamás, jamás se entregará con musulmana indolencia a la servidumbre. Jamás, jamás se dará en un pueblo políticamente bien educado, una plebe que grite ¡viva el rey absoluto! ¡vivan las cadenas! y ¡muera la libertad! Ser apolíticos es ser, conscientes o inconscientemente, partidarios del despotismo.


CAPÍTULO TRlGÉSIMOSEXTO

RAZONAMIENTOS Y NO INJURIAS

DICE

muy bien el insigne escritor D. Antonio Zozaya: ningtín hombre hay sobre la corte· za de la tierra que pueda vanagloriarse de no tener enemi~os. La vicia es lucha, y en toda lucha, hay combatientes. Un hombre sin enemigos sería un des~raciado que no hubiera dicho ni hecho en su vida estéril maldita de Dios ni del diablo la cosa. Y una vez sentado que no podemos pasar sin tener enemistades, por un razonamiento aparente· mente paradójico, pero de indeclinable conclusión, no deb,.mos sobresaltarnos por ello. Porque esos enemigos forzosamente tienen que ser o buenos o malos. Si son malos, es indudable que nosotros somos buenos, puesto que el mal es enemigo del bien; y si son buenos es evidente que no han de hacernos mal. Por consiguiente, los que nos odian tienen inexcusablemente que elegir entre ser ver· daderamente inofensivos o declarar implicitamen· te que nosotros valemos más que ellos, y, por en·


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de, que su enemistad no puede fundarse sino en motivos, o impulsos mezquinos, ruines, inconfesables. ¿Son buenos quienes n:ls declaran la guerra? Pues ya sabemos las armas que contra nosotros van a emplear: no pueden ser otras que el conse· jo, que la enseñ.anza, que el afeamiento razonable de nuestros defedos, que )a corrección más o me· nos severa de nuestras faltas. Y bien, ¿puede ni debe nada de eso aflgirnos? No. Si hemos real· mente delinquido, en nuestras manos está el re· mediar el mal, el enmendarno~. el corregir nues· tras torpezns o debilidades. Los que de ellas nos advierten, no solamente no nos perjudican, sino que les debemos profundo y cordial agradecimien· to. Es muy difícil a los hombres conocer sus pro· pios defectos. y bueno es, por lo tanto, que r.o falte quien se los haga saber o recordar. Además, los buenos, cuando se nos presentan hostiles, ten· gamos por cosa cierta que no es a nosotros a quie· nes aborrecen, sino a lo que hay en nosotros de censurable. Podemos considerarlos como biene· chores nuestros. Y respeto de los malos, ¿qué conducta, que actitud hemos de adoptar? Decididamente la si· guiente: seguir combatiendo con toda energía, sin miedo alguno, los vicios que ellos tengan pues su iracundia precisamente nos demuestra que nues· tra campafia no resulta ineficaz.


1 DE AL I ·S M O

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De antemano sabemos ya que cuando digamos, por ejemplo, que no se debe maltratar a los niños, han de sentirse malhumorados y hasta celéricos todos los padres desnaturalizados y todos los maestros que creen imposible la educación e ins, trucción sin crueldad en los procedimientos; o que cuando critiquemos la venalidad, se han de enfu, recer los venales; y que cuando censuremos la barbarie han de enfurecerse los bárbaros: Y. que cuando sea la irracionalidad el objeto de nuestras diatribas, han de darse por aludidos los rocines, que son. en mayor número de lo que parece, y ast ejusdem furfuris. Ello es inevitable. Para carecer de enemigos S~' ría menester andar cojeando, porque no se moles, taran los claudícantes; o no mirar recto, por n() herir la susceptibilidad de los que padecen de es, trabísmo; o no hablar claro, para no zaherir los tartamudos, etcétera, &. Procedamos siempre co· mo nos parezca justo, y esperemos luego a nues, tros enemigos con la sonrisa a flor de labio. Por otra parte no olvidemos que nuestros ene· migos tienen razón muchas más veces que lo que creemos, hasta cuando son muy brutos; esta· mos, por lo "mismo, obligados a examinar los car· gos que nos dirijan y a no perdonar medio alguno de corregimos. Si hemos ofendido involuntaria e inadvertidamente, debemos pedir perdón a los ofendidos, cualesquiera sean, no por ellos, sino

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por nosotros mismos y por el bien de nuestros semejantes, porque una ofensa injusta daña a todos y no únicamente a aquel a quien va dirigida; pero si quien nos increpa no dice sino necedades, lo mejor es pensar que se halla ofuscado y proceder con el como si no existiera. Más, no porque un señor iracundo tenga buenos puños y sea un pro· digio en el manejo del sable, del boxeo o de la es· taca vayamos por ello a declarar, convertidos en infelices cobardes, que dos y dos son quince, que los niños deben ser maltratados y las mujeres arrastradas de los Cl!bellos, que se debe vender la conciencia, atropellar derechos y llevar a cabo vi· llanias. Sabemos que hemos de morir, y hechos a esta idea, tanto monta morir de una pulmonía como de una coz de un asno furioso . Dejar de ex· poner nuestra opinión humilde, pero sincera, hon· rada, por temor a crearnos enemigos, equivaldría a no tomar alimento alguno por temor a una in· digestión, o a permanecer encerrados por miedo a los accidentes de la vía pública, o a no mover· nos ante la posibilidad de tropezar con algún objeto molesto. Lo que si debemos pedir a nues· tros censores es que nos envíen razonamientos y no injurias, consejos y no necios desplantes, orien· taciones y no desverguenzas. ¿Quién puede dudar de que eso sería lo mejor, para ellos, para noso· tros y para bien de todos los que nos rodean? Ha· ciéndolo así, nadie tendría necesidad de llevar en las manos el látigo duro del domesticador de fie·

ras.


CAPÍTULO TRIGÉSIMOSÉPTIMO

NUESTRO CREDO ÉTICO "POLf~ TICO ~SOCIAL

pOR

\

encima de todo, cr~emos en la Verdad, · aunque no pocas veces hayamos de preguntarnos: «¿Qué es la verdad?» Creemos en la divina verdad que se refleja parcialmente en las varias rdigiones y en las diversas fiilosofías; y ele~imos símpre la doctrina, la escuela, el partido, la confesión que en aquel momento de elegir nos parece contener un más amplio caudal de ella. Pero siempre, siempre amaremos a la verdad más que a nuestra confesión, que a nuestro partido, que a iluestra escuela y que a nuestra doctrina. Amícus Plato, sed magis amica veritas (Platón es mí ami~o. pero la verdad lo es mucho más) ya dijo Aristóteles siglos antes de Cristo. Confiamos en el ¡:-oder de la verdad. Se la puede, durante milenios, recluir en el fon.1o del pozo; mas apenas se alza sobre el brocal tras[orn a en su derredor la faz de la tierra.


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Creemos en la Razón y en el Amor, que son la luz y el calor de la llama eterna de la verdad. Creemos que cada día van abriéndose paso en el mundo un poco más de razón, frente a la ciega ignorancia y al fanatismo atávico, y un poco más de amor, frente a los feroces egoísmos y a la vio' lencia bárbara. Y creemos que así como ha sido abolida la esclavitud, irán tambien desapareciendo gradualmente la guerra, las desigualdades socia, les, la pobreza, t:l vicio el crimen, la prostitu, ción ... Creemos en la Ciencia, en la ciencia positiva, que ha permitido realizar en es'os últi~os cien años, avances mayores de los que se lograron en treinta siglos. Creemos que cuando los descubrí, mientos de 1~ ciencia repercutan, desde el campo puramente intelectual, con benéfico influjo en el orden moral, será altamente maravilloso cambio que experimentará la sociedad humana. Creemos. si, en la ciencia que ensancha cada día la zona luminosa de lo cognoscible, y -deja que más allá, ante el oscuro misterio de lo infinito y de lo abso, luto incognoscibles, ocupe su lugar el respeto y la veneración. Creemos en la Justicia y en la Libertad. Cree, mos en ellas y las amamos. Glorificamos al hom, bre que consagra su vida a servirlas. Pensamos que el último y peor de los hombres no debe jamás ser tratado injustamente, ni aún para el logro de

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los más excelsos fines, pOrCJ.ue en la persona de aquel homhre quedaría inmolada la humdnidad entera. Concebimos el progreso como un lento tránsito de la coacción a la libertad, y vemos en la his· toria de la civilización verdadera, no más que la historia de la emancipación del espíritu. Creemos en los destinos de la Humanidad, en la victoria final del Bien y en el valor y en la dignidad, nunca totalmente extinta, que late en el corazón de todo hombre . ¿Pero esa guerra europea, esa guerra que ha sido la mas san~ríenta y a la vez la mas estéril de las guerras y esa paz europea, no contradicen aca· so los grandes ideales de nuestra vida? Cierto. Se ganó la guerra en nombre de la dem-o cracia y de la libertad, y ha traído para los principios liberales y democráticos hondísima crisis .. . Hoy se aceptan en Europa romo novedades hasta cosas que los reacrionarios no se atrevían a rroponer hace cin- · cuenta años. Motivos hay, si, para melancólicamente gritar= «¿Dónde están nuestras viejas banderas, y dónde flamean las banderas nuevas?>> Perdimos a nuestros maestros y no vemos, por mucho que dirija· mos la vista en torno nuestro, que vayamos dejando discípulos. Perdimos a aquel D. Nicolás Salmerón, tan austero, tan solemne, tan gran filósofo y tan potente tribuno. Perdimos a aquel don Gumersíndo Azcárate, tan hidalgo y tan parl.-.men-


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tario a la inglesa. Perdimos a aquel D. Francisco Giner de los Ríos, todo inquietud, todo vida, todo efusión, todo gracia, todo luz todo alma y alma de la Institución Libre de Enspñanza. Perdimos a aquel D. Joaquín Costa, tan sabio polígrafo, tan entrañablemente español, tan formidable orador, tan íntegro, tap justich,:ro, tan vehemente luchador. ·Perdimos a aquel D Francisco Pi y Margall, el gran m~estro del federalismo español. y a aquel querido y respetadísimo Abuelo, a cuya memoria acaba de ofrendar el partido socialista español un hermQs~simo, imponente, grandioso homenaje, que vivieron UQ.é!. vidq tan proba, tan. recta, tan honrada, tan modesta, tan noble, tan luminosa, tan ejemplar, tan desinteresada, tan venerable, tan santa ... Y, en cambio , hoy jcuanta juventud sin ideales! ¿Es que asistimos, por ventura, a un retroceso espiritual dé la Humanidad, o es que el progreso se va hoy realizando por caminos muy distintos de los por nosotros c'Jnocidos? Sea lo que fuere, preciso es reconocer que, a pesar de todo ello, el pafs ha mejorado por dentro. No, no puede negarse que nuestro pueblo ha adquirido mayor ilustración, más bienest-ar, más higiene, mayor promedio de vida, más actividad , más humanas condiciones de trab ajo, mayor prosperidad, más riqueza, más cordura .. .. Nosotros no lo veremos. Pero tenemos la firme convicción, la firm .:! creeHCÜt de qu e el mundo no


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tardará en llevar n cabo cosas muy grandes y muy bellas. Creemos que todo aquel progreso que tan· to hemos ensalzado y esperado no dejará de realizarse; y que en el fondo, todas aquellas ideas y principios a que hemos consagrado nuestra mo· desta existencia, adquirirán mañana, por su enlace con otras ideas futuras y otros futuros principios, una nueva fecundidad. · Nada, pues, de desmayos ni pesimismos. El camino es largo y cortas las jornadas. Y no sólo ésto, sino que a veces el cc.mino se pierde en extrañls curvas ; pero sabemos, qu'e, sin embargo, sie.npre sube, que siempre va subiendo. Y por eso, apoyados en nuestro Credo, tenemos una fe apo· calfptica en una gran renovación, en una gloriosa palingenesia esp:tiiola étí<;a, política y social.


FIN


HAN CONTRIBUiDO A LA EDICIÓN DE ESTE LIBRO LAS ENTIDADES SIGUIENTES: Ayuntamiento de Andraitx'-Colegio Médico de Palma- Pósito Pescadores Andraitx- Sindica· to Agrícola de Andraitx y S'Arracó-Sociedad Unión Obrera-Sociedad oficios varios de Alaró -Agrupación socialista de Palma-Gas y Elec· tricidad de Palma-Salud y cultura de Palma-El 1." de Mayo de Panaderos La Igualdad de Palma-Ateneo de Palma-Ju· ventud socialista de Palma- Unión General de trabajadores de Baleares- Unión tranviaria de Pal· ma-Unión algodonera de Palma-Unión curtí· dores de Palma - Unión Ferroviaria Regional mallorquina-Centro Obrero de la Vileta-Sindi· · cato del Ramo Hetalúrgíco- Unión Tipográfica Balear. Y LOS SEI'J"ORES: D . H igu el Salom Pujo\- D . Ü.ibriel Terrades Ca vas- D. Miguel Pujo\ Mir- D. José Barbosa Gelabert-D. Juan Serra Bonet-D. Pedro Gon· zalez Juan-D. Pedro Gonzalez Fuster-O. Francisco Gonzalez Fuster- D. Barto!or{ie Gonzalez Fuster-O. José Gonzalez Fuster. D . Vicente Moragues Pujo!- D. Luís Alemany Pujol-D. Juan Riera Alemany-0 . José Ensefiat Alemany-D. Mateo Slmó Valent-D. Antonio Mir Virtory-Da. Magdalena A!emany Enseñat -D. Jaime Puig Barcclo-D.a Catalina Salvá Cas· tell.


D. Cristóbal Serra Carbonell - D. Gaspar Forteza Cambra--0. Juan Sastre Llobera-D. Pe· dro Alemany Colomar-D. Vicente Enseñat Moner -D. Luís Covas Alemany-D. Jorge Pujol Ale_ many-D. Sebastián Ferragut Ferrer-D. Esteban Moragues Puiol-D. Rafael Moragues Enseñat. D. Juan Moragues Enseñat-:D. Baltasar Moner Juan-D. Antonio Roca Alemany-D. Francisco Craxell Alemany-D.a Catalina Mulet Porce1D. Antonio Calafell Juan-n.a Isabel Covas Cala· fell- o.• Catalina Calafell Covas- D.a Francisca Calafell Covas-D." Isabel Calafell Cavas. D. Luís Mulet Ferra~ut- D. Rümundo DiezD. Bartolomé Alemany Esteva-D. Jai~ Covas Alem~ny-D. Sebastián ' Llobera Ferrer-D. Gui· llermo Juan-D. Juan Balaguer Valent- D. Gui· llermo Alemany tPujol-D. José Calafell JuanD. Jaime Covas Calafell. D. Antonio Hernández Ballesteros-D. Francisco M~ner Juan-D. Gabriel Juan Mir.-D . Antonio Alemany Terrades-D." Sebastiana Pujol ~ D. Jaime Tortella C\)vas-D. Rafael Cálafell Ferrer-D. Gabriel Alemany Planas-D. Baltasar Alemany Planas-D. Pedro Juan Calafell Pujo!. D. Jaime Colomar Covas-D. Jaime Alemany Enseñat-D.a Josefa Pujol Frontera-D. Vicente Flexas Juan-D. G..ibriel Alemany Roca-D. Gabriel Covas Alemany- D. Antonio Covas Alemany -D. Guillermo Moner Valent-D. Pedro A. Man· dilego Alemañy-D . Antonio Miguel Alemañy. D. P edro Porcel Alemany-D. Jorbe Jofre


Pallíser-D. Bartolomé Enseñat Enseñat-D. Jai· me Calafell Roca- D. Bernardo Jofre Roca-don Rafael Colomar-D. Pedro Juan Colomar-don Jaime Zanoguera Colomar-D. Antonio Petít-Do· ña Margarita Moner, viuda de Pujol. D. Rafael Ferrer-D.a Catalina Ferrer, viuda de Ogazón-D. Francisco Vicens Morey-D. Juan Pieras-D. Sebastíán Castell-D. Antonio Bosch Vicens-D. Juan Colomar Comas-D. Lorenzo Bosch Alemany-D. Jaime Bosch Alemany-Don Antonio Bosch Alemany. D. Rafael Ferrer Alemany- D. Jaime Ferrer Alemany-D .. Miguel Simó-D. Antonio Palliser Palliser- D. Juan Pallíser Palliser- D.a Sebastiana Palliser Pallíser-D. Jaime Flexas Pujol-D. Juan Flexas Pujol-D.a Francisca Flexas Covas-Don Sebastian Cañellas Palmer. D. Antonio Alemany Pujnl-D. Bernardo Juan Juan-D. tmtonío AJorda-D. Rafael Ramis Tugores --D. Gaspar Vidal Covas-D. Jaime Vida! Cavas-D. Gabriel Moragues Gonzalez-D. Pedro \ Moragues Gonzales- D. Vicente Moragues Gon· zalez-D. Bernardo Ferrágut Flexas. D. Matias Calafell Covas-D. Vicente Calafell Alemany"- D. José Bernat Bisañes- D. Matias Covas Coll- D. Jaime Tortella Pieras- D. Bernardo Riera Pou- D. Hatias Enseñat Ferrer- Doña Francisca Bosch Covas- La 11iña Cata.lina Enseñat Bosch-El niño Gabriel Enseñnt Bosch. D. Jaime Enseñat Ferrer-D . Andrés Obrador


Colomar-D.a Margarita Enseñat Ferrer-D. Gabriel Alemañy Ferrer-D. Jaime Alemany Enseñat -D. Matias Cañellas Alemany-D. Guíllermo Pieras Pujol-D. ·José Massot Tortella-D. Jaime Porcel Tortella-D. Francisco Bonnín Poma•. Sres. Hermanos Escuelas Cristianas-D. Guillermo Enseñat Bosch-D. Sebastian Frau Garcfa -D.a Juana M.a Alemany Ferrer, viuda de Vida! -D. Gabriel Colomar Pujoi-D . Antelmo Ferragut Masot-D. P edro J. Jofre Pujo!- D. Bernardo Colomar Enseñat- D. Gabriel Colo mar Ca\afell -D. Lamberto Juncosa. D. Baltasar Juan Bosch- D. Baltasar Bosch Enseñat-D.a Catalina Enseñilt Covas-D . Matias Castell Sim<$-D. Gaspar Enseñat Alemany-don Alejandro Jaume Roselló-D. Juan Alemany VaIent- D. Baltasar Moragues Alemany- D. Gabriel Moragues Alemany- Sres. Colomar y Sastre. Recaudación de la conferencia del Dr Samora Ribas en el Argentino-D. Pedro _ Masot Vida! -D. Pedro Masot Pujol-D . José Alemany Vida! -El niño José Alemany Bosch-D . JLJan Torres Guasp-0. Antonio Juan Ferrer - D . Mateo Pou Pujol-D. Guillermo Alemany Alemany-D. Gabriel Pujo! Mir. D. Juan Masot Juan-D. Gabriel Ballester Pujol-D. Juan Porcel Alemany-D. Jaime Salom Covas- D. Antonio Rose lió Covas- D. Esteban Moragues Bosch-D. Juan Terrasa Esteva-Don Matías Enseñat Enseñat- D. Gabriel Roselló Mír


-D. Pedro Enseñat Roselló. D. Pedro Juan Pujol Pallíser- D. Jaime Forteza Cambra- D. Jaime Terrades Homar-D. Juan Covas Cañellas-D. Antonio Masot Alemany-Don Jaime Pujol Alemany- La niña Catalina Pujol Porcel-D. Onofre Alemany Bosch-D. Bartolomé Balaguer Palliser- D. Juan Calafell. D.a Magdalena Tur Colomar- D. Jaime Man· dilego Juan-Sres. hermanos Reus-D. Guillermo Esteva Morey- D. Pedro Hasot- D. José Riera Alemany- D. Gabriel Terrades Palmer- D. Antel· mo Pujol Alemany-D. Bartolomé Matas Alemany -D. Jaime Palmer Roselló. D. Gabriel Enseñat Simó- D. Claudio Fuster -D. Jaime Covas-D. Higuel Pujol-D. Pedro J. Alemany-D. Gabriel Colomar-D. Juan Col! -D. Se hastían Palmer Palmer- D.a Francisca Salom Alemany-D. Miguel Pascual Roca. Señ0res Alemany y Porcel de Réglita-don Lorenzo Bísbal-S. C.-D . J¡¡ ime Moll-D. Antonio Fernandez Ferragut-D. Hatias Enseñat Enseñat- D. Santiago Puente D. Antonio Salvá-D. Pedro Juan Alemany -D. Antonio Flexas-D. Eduardo Mallo-D. Juan Alemany-D. Juan Ferrá -D. Guillermo Flexas -D. Sebastian Pujol-D. Jaime Alemany-Don Antonio Palmer. D. Victoriano García - D. José Catalá- Don Felipe Gonzales- D. Santiago Martín - D. Gabriel Salom-D. Jorge Porcel-D. Pedro Pujol-D. A~-


tonío C-::rdá-D. Jaime Porcel-D. Pedro Juan Barceló. -D. Antonio Bauzá-D. Gaspar Pujol-Don Matias Flexas-D. Antonio Alem<my-D. Francisco Flexas-D. Guillermo Castell-D. Juan Cas ell.



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ÍNDICE Idealismo . Fines supremos Educación: el bien y la utilidad Educación: el respeto de si mismo . Educación e Instrucción Escuela para emigrantes Ideales escolares Los maestros de escuela La escuela, la familia y el put:blo Pensamientos y actos . Fuerza y Cultura Fílonefsmo y Misoneísmo ¡Durus Sermol La Modestia La Verdad . Tolerancia e Indu1gencia Sobre los celos El prte y la pornografía Garbo y Salero Conmovedor espectáculo ¡Tierra y Libertad! .

7 11 15 19 22 30

35 41 46 49

56 62 68 74

77 81 86

93 97

104 108


Pág.!;_

Malthusianismo puro . Juventud y Vanguardismo • La leyenda negra española El descubrimiento de America ·y el derecho internacional . Ramón Llull, Colón y el P.Pascual. Hispano - Americanismo En torno de la Raza En torno del Libro Federación Europea Los Estados Unidos de Europa . Poder de la sanción social . jóVtnes y Viejos El Feminismo y la P<tz . La Política . Razonamientos y no injurias N uesrto Credo ético -político, social

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113 118 123 127 133 138 142 148 154 158 164 169 173 178 183 187



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Acab6se de imprimir este libro en la villa de Andraifx, en la TípoRrafía de Sebastíán Ferragut el dfa 31 de Julio de 1930


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