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Manzanas
Manzanas
Llaman a la puerta, pero hace caso omiso y sigue pelando manzanas. Pelar manzanas la relaja. Y caminar desnuda sobre las mondas que tapizan el suelo como una alfombra mullida y silenciosa, húmeda y acogedora. Saca del cesto una manzana que apenas le cabe en la mano. El tacto de su piel arrugada le produce un aleteo de libélulas viejas en el bajo vientre. Antes de darle un mordisco, le arranca con la navaja un par de manchas marrones que le recuerdan los ojos ásperos de su esposo cuando hacían el amor. Su esposo salió una mañana con el traje azul recién planchado y ya no regresó. Dijeron que había sufrido un accidente: su vehículo se precipitó al río camino del trabajo. Nunca encontraron su cuerpo. Días después le devolvieron el coche como prueba. Estaba lleno de barro y de peces muertos. Todavía lo conserva. Golpean de nuevo la puerta obstinadamente. “Vete y no vuelvas más”, grita ella por encima del hombro. Sabe que es él, el narrador. Amenaza con echarla del cuento por no ajustarse al guión. Lo que no esperaba es que los enanitos se presentaran con una orden de desahucio. Peleará. Es su historia y la contará como le dé la real gana, decide mientras pela otra manzana.
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Margarita del Brezo Ceuta