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El amor justo
El amor justo
Suele pasar los domingos en el tanatorio. No tiene familia, allí nadie pregunta y siempre hay cariño de más. Le hacen sentir parte de ellos, o de algo, el día entero. Así, aprovecha y acompaña a la viuda en su desconsuelo y está pendiente de los huérfanos y les da ánimos. Se entrega atendiendo a familiares en el sufrimiento, consolando a amigos en su dolor. Igualmente, ofrece conversación a quien ni siente ni padece, que también los hay y lo precisan. Pero, sobre todo, procura escuchar. A todo el mundo. Todo el tiempo. Y toma notas. Con disimulo. De lo que le explican y de lo que se cuentan entre ellos. No hay fallecido que no tenga alguna cuenta pendiente. Solo hay que prestar atención para captarla.
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Luego, al llegar a casa, en la misma soledad de siempre, repasa los apuntes. Compara con otros, ata cabos, investiga, sopesa, valora y, si el difunto lo merece, redacta anónimos pidiendo perdón a amoríos no resueltos, a hijos abandonados o a amigos no correspondidos. Si, por el contrario, no es digno, sin delatarse, escribe a las familias contándoles con todo lujo de detalle lo que ha averiguado, y que desconocen, sobre ese desgraciado al que tanto lloran sin merecerlo.
Miguelángel Flores Sabadell (Barcelona)
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