José María García Plata
Campanas de Media Noche garciplat@yahoo.es
Diseño de portada: José María García Plata © José María García Plata, 2006. ISBN: 84-611-2580-0 Depósito legal:1394/2006 Fotografía de portada: Charo Sánchez
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Agradecimientos a mis primos CrispĂn y Antolina por su colaboraciĂłn para que esta obra vea la luz. Igualmente para su nuera Charo por la foto de portada.
EL AUTOR.
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CAMPANAS DE MEDIA NOCHE I Desde la sierra de Béjar tocada con capa blanca baja un viento perfumado de tomillo y de retama, que embriaga los encinares de la Extremadura alta. También cristalino y fresco de tierras de Salamanca viene saltando entre peñas de granito y de pizarra, Alagón serpenteando, buscando la vega baja. El viento llega cantando, el río vertiendo lágrimas. Los campos de Extremadura al viento y al río abrazan y con ambos se confunden, y con ellos se entrelazan. De uno toman aliento, del otro beben el agua. ¡En el llano y en la vega se ve crecer la esperanza! Las encinas robustecen, los olivos dan sus savias. Los hombres sudan los campos y las mujeres, su casa. Los niños sueñan ser hombres, las niñas quieren ser damas. los pueblos adormecidos de la llanura encantada comienzan a despertar de la oscuridad al alba, y empiezan a ser hermanos y olvidan las dos Españas, y juntos se fortalecen, y Extremadura se ensalza al ver que todos sus hijos cual viento y río derraman por los cerros extremeños la linfa de sus entrañas. Viento y río bajan juntos de tierras de Salamanca,
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¡con los campos se han fundido y ven crecer la esperanza! II Todo es vida y armonía, no se atisba la desgracia. Pero el viento se enmudece mientras el río derrama desbordado por la orilla la tristeza anticipada. Son rumores silenciados por los aires y las aguas, rumores que van sumiendo a la Extremadura alta en tristes anocheceres y nuevas desesperanzas. III Allí, justo a pie de monte de cantuesos y de jaras, donde gruñe el jabalí y el lobo cría su camada, encaramada en un cerro, de murallas rodeada, altiva como estaría cualquier ciudad en España, la villa de Granadilla, antiguamente Granada, eleva mirada al cielo, luego se observa en el agua de Alagón que la bordea con apéndices de plata. Después ojea los llanos desde posición tan alta. Se ve bella, se ve libre, se ve moruna y honrada. Sabe que si fuera hembra sería eterna enamorada. Villa con grandes historias de feudales y mesnadas, de moros y de doncellas, ducado de los de Alba. Fue el bombón de Extremadura, de la Extremadura alta, bañada por Alagón y el viento de las montañas
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IV Mediados del siglo veinte, las aves alegres cantan y se tapizan de flores las tierras de la comarca. El olivo reverdece, la encina cambia de cara y un sopor de bienestar anuncia la estación cálida. Granadilla bulle y ríe intramuros de muralla. Se hacen fiestas, romerías, la gente disfruta y baila. Los campos se están poniendo de una belleza que encanta y pronostican cosechas de aceitunas y cebada. ¡El viento trae rumores, el río sigue con lágrimas! Está en proyecto un pantano que anegará sus entrañas. Un velo de sinsabores va cubriendo cada casa. Los rostros tornan sombríos, de otra cosa no se habla. Entre dientes se murmura no sin cierta desconfianza, si no podrían construir el dique en otras estancias. Río abajo a cinco leguas, donde la vega se ensancha, existe un estrechamiento entre dos rocas basálticas. ¡Si en aquel punto quisieran levantar la gran muralla, el agua formara embalse en tierras deshabitadas! Cubriría grandes riberos de canchales y carrascas, tierras de escaso valor, de piedra, matojo y jara. De nada servía pensar, la suerte ya estaba echada. Los decretos del poder suplían la democracia.
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V La construcción dio comienzo a muy poquita distancia. Unos desmontan la tierra, otros encauzan las aguas, otros encofran el muro o manejan grandes máquinas que levantan polvaredas al discurrir de sus zarpas. Zapadores e ingenieros, ajenos a la desgracia, trazan rayas sobre planos para luego ejecutarlas. Acero, cemento y piedra van fraguando buena masa. El dique apunta a los cielos, ¡Granadilla, desolada! El poder obsesionado con las obras iniciadas de planes de regadíos, ignora a la gente honrada de esta laboriosa villa, y no escucha sus palabras. Ustedes no se preocupen, no se preocupen por nada. Tendrán nueva casa y tierras en zonas colonizadas, aumentarán sus ingresos, verán crecidas sus arcas. ¡No se da cuenta el poder que lo que enriquece el alma tiene más alto valor que todo el oro de España! ¿Qué sabe de regadíos gente de tierra secana? ¿Por qué trastocar su vida de esta manera tan parca? Cetrinos aceituneros, segadores de guadaña, gente que labra la tierra o que en la huerta trabaja quiere seguir arañando de su suelo las entrañas, y aquí morir con los suyos,
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ajenos a la diáspora. Las raíces son profundas, cuesta trabajo arrancarlas. La tierra llama a sus hombres, pues son de su misma pasta. No les hables de otros predios, tampoco de nuevas casas, que su identidad la tienen aquí, en su pequeña patria. VI El pueblo sigue su lucha mientras las obras avanzan. Los campos de Granadilla, campos de paz y labranza que antaño rebosarían alegría en sus besanas, están sintiendo el dolor de su gente desolada. Las canciones de otros tiempos cercanos, ya no se cantan, se han convertido en pesares, ¡no puede el pueblo cantarlas! Olivares de ladera, huertas de la vega baja, vetustos troncos de encina, paredes de la muralla, gritan a los cuatro puntos con el alma desgarrada, que no quieren sucumbir bajo las gélidas aguas. Alagón, perpetua arteria, espejo en que se miraban las niñas granadilleras desde épocas pasadas, no quiere que su corriente se corte de forma drástica, sino, seguir rumbo al Tajo transportando la esperanza. Pero por mucho que el campo o el río vertiesen lágrimas de nada ya serviría, pues la suerte estaba echada. VII Se cerraron las compuertas
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de la obra terminada, las aguas retrocedieron cubriendo la vega baja. Desaparecían las huertas, los olivos se secaban encharcados por los troncos, soleados por sus ramas. Los huertos de la ladera soportando iban la carga, medio hundidos, medio libres, según aquello avanzaba. Quien no conocía la mar, contra la mar blasfemaba. ¡Qué tristeza contenida en la villa amurallada! Cada nuevo amanecer la gente vuelve la cara, y ve perdida su hacienda, y ven que los campos cambian, y cada día el nivel de aquella charca estancada, va alcanzando nuevas cotas, cubriendo mayores áreas. Granadilla en alto cerro mirando a la sierra opaca, se ve triste, se ve sola entre sus altas murallas. Una nube de amargura por los aires se traslada. La gente llora en silencio envueltos en la desgracia. VIII Casa y tierras, el poder, poco a poco les expropiaba. Como parias se sentían dentro de su propia patria. Hasta el viejo municipio de un plumazo segregaban. La mitad fue para Mohedas, la otra mitad, para Zarza. Sobraba Alcalde y Concejo, allí, ya todo sobraba. Y así, pues, la humilde gente, sin huerta, olivos ni casa,
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fue juntando sus enseres, lo único que les quedaba, y organizándose un poco en previsión de su marcha. En poco tiempo la villa vio su población menguada. ¡Era grande el movimiento de despedidas y lágrimas! En un Castúo profundo, de esos que a la tierra amarran, entre lágrima y suspiro y voces entrecortadas, se oye a dos hombres del pueblo comentar estas palabras: Ayel se marcho tiu Pedru, hoy se jue tía Trinitaria, mañana se va Narcisu y quidá, p´al otru, Plácida. Pues dicin que los sus hijus se juerun la otra semana p´ahí, pa la Bazagona, ondi los cuatru trabajan, y que les va bastanti bien, gracias a Dios y a Santana. Pues que Dios del cielu quiera que a todus mu bien mos vaya, que mos vayamus despaciu acostumbrandu a la carga. ¿Pa ondi te vas tú, Ciprianu? Me marchu a Vegalabarca, mos dierun allí la tierra, paeci que un tantu guapa. Ya estuvierun los mis hijus el otru día a visitalla, y un poquinu agraecíus vinierun p´aquí, pa casa. Y a ti, ¿Pa ondi te ha tocau? Dispués de Vegalabarca, en una finquina que hay que Saltaleju se llama. Me ha dichu quien ya la vio que aquella tierra es bien maja, y las casas son mu cómodas, pues toas son de planta baja.
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Hombri, en algu hemus ganau: dispués de tanta desgracia al menus en la vejé no subiremus de planta comu aquí jacin los viejus pa dil del patiu a la sala, que mia que es sufrimientu en edad tan avanzada. Ciertu es esu, amigu míu, que bien duras son las casas cuandu tienin escaleras empinás de patiu a sala, y no quea más remediu que subillas y vajallas cuasi que todus los días de la nochi a la mañana. ¿Pa ondi se irán los demás? Creu que p´a esas vegas anchas ondi se junta el nuestru ríu con el Jerti, cuandu baja, y forman entre los dos una zona transformada de encinas a regadíus, con el agua aquí embalsada. Hay que vel con el progresu qué bien mos jacin la cama: Jundin los nuestrus olivus pa regal otras instancias, dejan sin vida a esti pueblu pa alumbral parquis y plazas de pueblus desconocíus por esus llanus de España. Esu dicin compañeru. La litricidad arranca de debaju del pantanu por gordus cablis de alta que zumban comu los diablus llevándusi la sustancia, p´a que los ricus, de nochi, puedan vel en las sus casas. Pues asina está la cosa pol penosa que se jaga: con los suoris de algunus otrus llenan las sus panzas,
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mientras los pobris de siempri, sin derechu casi a nada, entramus por ondi quierin sin rechistar la palabra. Si te paeci, rechista, verás que prontinu callas con dos mirás que te jechin de arriba, con mala cara. Tenían razón los hombres, su suerte ya estaba echada. Otros pensaban por ellos desde sombrías estancias. IX En unos años la gente, la poca que ya quedaba, cerró sus pobres hogares y fue emprendiendo la marcha. La villa quedó vacía, ¡ya no habitaba ni un alma! Los últimos que salieron un atardecer en calma vieron cerrar tras de sí las puertas de la muralla con unas verjas de hierro que al moverlas chirriaban. ¡Era llanto sobrehumano!, no es que estuvieran pesadas, eran lamentos que el cielo por los aires derramaba, y las verjas, el testigo del éxodo y de las lágrimas de aquellas pobres criaturas, que atrás dejaban su patria. X Con el transcurrir del tiempo las casas se derrumbaban, y lo que antaño fue villa de feudales y mesnadas, y también fue cabecera de aquella extensa comarca, y fuera pueblo con vida, pueblo que lucha y trabaja, hoy solamente es olvido, ruinas, silencio, zarzas...
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donde habitan las serpientes, las lechuzas y las águilas. ¡Qué pena da visitar la villa de las murallas! ¡Cuántos recuerdos hundidos! ¡Cuántas lágrimas lloradas por aquellos campesinos que obligados por las aguas se exiliaron a otros pueblos, dejando atrás sus moradas! XI Con los años, el progreso de las zonas más pobladas, fue absorbiendo al campesino hacia la ciudad dorada. La industria dejó a los campos sin brazos que trabajaran. Se abandonaron los pueblos de las vegas transformadas, y aquellos hombres que antaño dejaron atrás sus casas, emigraron nuevamente a zonas más alejadas. Y así anduvieron errantes cual beduinos sin jaimas, sintiendo más el dolor del desarraigo en su alma. Pero los hombres que quieren de corazón a su patria, por muy lejanos que estén en el tiempo o la distancia, cual madre siguen sintiéndola, cual madre siguen amándola, y cada día la añoran, y cada noche la abrazan, y cuentan a sus menores vivencias allí pasadas, de juegos, de pubertades, y juventudes lejanas. ¡Señor que todo lo ves! ¡Señor que todo lo alcanzas!, da bienestar a estos hombres y pan que llevar a casa. Que donde quiera que estén
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o donde quiera que vayan, sigan sintiéndose hermanos e hijos de la misma raza. XII Pasado ya medio siglo del éxodo a la diáspora, el día de todos los Santos, fecha para ellos sagrada, siguen viniendo a la villa de todas partes de España aquellos que se marcharon en fechas tan desdichadas. Junto a sus hijos y nietos visitan sus antiguas casas. Vienen a honrar a los suyos, a rememorar su marcha. Escuchan sagrada misa en la iglesia venerada, donde al Altísimo elevan sus más profundas plegarias. Después recorren las calles de la villa derrumbada, se dicen y cuentan cosas que conmueven las entrañas. Se multiplican los besos, se les acumulan las lágrimas y una carga de recuerdos les invade la garganta. Es un día que los une, los hermana y los abraza, y los transporta en el tiempo a otras vivencias pasadas. Aquel que se marchó mozo y disfrutó en estas plazas, al nieto le cuenta ahora, al joven que le acompaña: Entre esas cuatru paredis que ves ahí derrumbadas, estaba la mi casina, y allí estaba la mi cuadra, y tres callis más abaju, a mu poquina distancia, la casina de tu agüela. ¡Mia que cerquina estaban!
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Por esa calli corriendu subiamus hasta la plaza, que entoncis, nada de cochis, que se jacía todu a pata. Lo mesmu puedu decilti de los juegus de petanca, o del marru, o los bolichis, que era a lo que se jugaba duranti tos los inviernus al sol de las resolanas, porque luegu, en primavera, cuasi que nada, de nada. Estaba el campu esperandu para que a él te dedicaras y te dejaras de juegus propius de tiempus de holganza. Asina que figurate tú, comu era nuestra crianza, dendi chiquinus al campu y el juegu, cuandu vagara. No eran los tiempus de ahora que cuasi nadie trabaja hasta bien entraus en añus. Entoncis sí se curraba. El nieto escuchaba absorto al abuelo, que le hablaba, y a ratos se vio extasiado en las pacíficas plazas sin coches, humos ni ruidos, y vio rodar la petanca, y la fragancia del campo parecía que le embriagaba. ¿Dónde estaban los olivos aquellos que me contabas que daban las aceitunas como ciruelas de guapas? Tiendi la vista derecha de aquí a la Peña de Francia, luegu, de Sotuserranu, otra que hasta Mohedas vaya. Justamenti ondi se crucin las rayas imaginarias, en el jondón del pantanu la nuestra jacienda estaba.
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El joven tendió la vista hacia la Peña de Francia, luego, de Sotoserrano, otra a Mohedas marcaba, y justamente en el punto de intersección de miradas, fuera tal vez programado por un capricho del alma, creyó observar cómo el viento en la superficie del agua mecía con suavidad de los olivos, las ramas. Volvió la cara hacia el viejo que junto a la tapia estaba, y aquí, sí vio claramente sin espejismos de nada, cómo el hombre arrodillado lloraba sobre la tapia, una mano en una piedra, la otra mano en la cara. —¡Abuelo, vamos, ya es tarde, la carretera es muy larga! Los dos hombres se encaminan Sin comentar más palabras por la calle principal hacia la puerta de entrada. La oscura noche surgía desde las profundas aguas. La gente se despedía, se cerraba la muralla. ¡La villa volvió al silencio sepulcral que la habitaba! XIII Se dice aquí, en estas tierras, se cuenta por la comarca, que en fechas de plenilunio, las noches de luna clara se multiplica la villa por las aguas reflejada, y que hay vida, se oyen voces de niños y de muchachas. Que a eso de la media noche se oyen doblar las campanas por aquellos que se fueron para siempre a la diáspora.
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XIV Descendientes de los hombres que formaron esta raza y que lo perdieron todo bajo las garras del agua, seguid viniendo a la villa, seguid honrando su casta, ¡que hay nuevos amaneceres que ven crecer la esperanza! Os lo pide quien también en una fecha lejana se ausentó de este terruño de nuestra Extremadura alta, y errante, cual beduino, sin tierra, casa ni jaima, fue nómada por esos pueblos, por esos pueblos de España. ***
© José María García Plata
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