El duende Cantarín y el capitán Salomón por Simeón Simón González

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El duende Cantarín y el capitán Salomón Simeón Simón González

Ilustraciones Pablo Vázquez Rodríguez

autoedición



El duende Cantarín y el capitán Salomón SIMEON SIMON GONZALEZ


Primera edición, JUNIO 2019

© SIMEÓN SIMÓN GONZÁLEZ, 2019 ssimongonzalez@hotmail.com Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso del autor.

Ilustración y maquetación: Pablo Vázquez Impresión: Imprenta 7 Colores Depósito legal M-006515/2019

IMPRESO EN ESPAÑA


Esta obra está dedicada a mi nieto, Nico Simón González, con todo nuestro cariño para el pequeño de la familia.

A mis mujeres: Puri, Laura, Blanca, e Isabel, a Francisco Moreno Simon y a Pablo vazquez. Entre todos aportaron opiniones, correcciones, ayuda y color para que esto tuviera luz.



En un pueblo que hay entre dos montañas separadas por un río, en una casa antigua

que hay en una calle pequeña muy cerquita de ese río, se celebraba con una cena familiar un doble acontecimiento: la Nochebuena y los cumples de los pequeños de la casa. Fue una noche de brindis, felicitaciones, regalos y comentarios de todos y cada uno de los presentes de cómo se vivió aquel día de aquel mismo mes hacía tres años, catorce días y seis horas. Faltaban unos minutos para que dieran las doce, cuando los papás y la tía se abrigaban para salir de casa y seguir de celebración con otras amistades, mientras la abuela se quedaba como dueña del sofá y de la televisión con los ojos medio cerrados, y el abuelo se llevaba a los pequeños a dormir a la cama temporal preparada en la cocina de la planta alta, porque en la casa no había camas para todos y había que apañarse con lo que había. Para no pasar frío, encendieron la chimenea en la que, a través de un cristal, podían ver el fuego que, además de bonito, dejaba un calorcito muy agradable. Escucharon fuertes truenos al tiempo que se iluminaba el recinto con las ráfagas de relámpagos que se colaban a través del lucernario que tenía la cocina en el techo y comenzó a llover con fuerza mientras el viento movía la persiana de madera que había en la habitación de al lado. La curiosidad por saber cuánta agua correría por la calle hizo 5


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que el abuelo se dirigiera a la ventana acompañado de sus nietos. Con cuidado abrieron la ventana y asomaran sus cabezas viendo que iba totalmente cubierta de agua. Era un paisaje maravilloso pero peligroso, además del frío que hacía. Sus cabezas se mojaron y tuvieron que desistir de tan fantástica vista. El abuelo consiguió retirarlos con el comentario de: –Vamos a la cama, que si os constipáis vuestros padres no volverán a dejarnos dormir juntos. Volvieron al sofá cama, atizaron la lumbre y se arroparon con la manta, aunque poco rato, pues entre la ropa que se habían puesto para dormir sin pasar frío y el calor del fuego, no era muy necesaria. El sueño no hacía mella en el niño, no así en su hermana que se quedó pronto dormida. El pequeño primero pedía agua, luego quería una luz (que el abuelo solucionó con un farol antiguo que había en la casa), luego que le cantara canciones,… y cuando se terminó el repertorio musical, que le contara un cuento. El abuelo volvió a encender la luz y mandó al pequeño que cogiera uno, el que más le gustara, de todos los que había en la estantería de la habitación de la tía. Volvió con más de uno y de cuento tenían poco: uno era de bichos, otro del cuerpo humano y un tercero de misterios de la naturaleza. –¿Cuál quieres que te lea el primero? –le preguntó el abuelo al pequeño. Él miró y requetemiró y finalmente colocó primero el de la naturaleza, luego el de los bichos y el último el del cuerpo humano. El abuelo le dijo que los había seleccionado muy bien y que los tres libros estaban relacionados con la vida. –Pero… pero… abuelo, tengo una idea –comentó el pequeño– ¿y por qué no imaginamos que montamos en una nave especial mágica, con forma de estrella?. Tú serás el capitán, yo tu ayudante. A lo que el abuelo contesta: está bien, viajaremos por el espacio a lugares misteriosos y maravillosos, y descubriremos cosas sobre los sitios, los bichos y la vida. Así no hacen falta los libros y además podemos apagar la luz y pare7


cerá que estamos en el espacio… y de paso no molestaremos a tu hermana. Todo perfecto… de no ser porque el abuelo no tenía ni idea de por dónde empezar. –Pero antes de comenzar nuestro viaje, ¿qué te parece si nos ponemos un nombre como en el cuento que escribí para tu hermana? –Me parece bien. Tú serás el capitán abuelo Salomón, y yo el piloto, pero no se me ocurre ninguno para mí. Invéntate tú uno para mí, abuelo –comentó el pequeño. –A ver si te gusta este: podrías ser el duende Cantarín –dijo el abuelo. –¿Por qué el duende Cantarín? –interrumpió el pequeño a su abuelo. –Cantarín porque es el diploma que cuelga en tu habitación otorgado por tus profes del colegio, y duende porque naciste la noche mañanera de los duendes, cuando la estrella polar brilla en el cielo con más intensidad, la noche de Nochebuena –fue la razón del abuelo para el pequeño, al que no le pareció mal. –Estoy de acuerdo y listo para el viaje, capitán. ¿Cuál será nuestro primer rumbo? –Creo que empezaremos por el principio de todo. Comenzamos la cuenta para despegar. –¡A la orden capitán! Pero no olvides que tenemos que hacerlo al revés. Los dos se miraron, cerraron los ojos con fuerza y empezaron la cuenta atrás: –Tres, dos, uno… motores en marcha, abrochados los cinturones. ¡Adelante! La nave comenzó a echar fuego y cogió gran velocidad hacia el cielo. –¿Qué ves a través de la ventana? –preguntó Salomón al pequeño. –Una luz que parece una gran bola de fuego. –Pues vamos por el buen camino, estamos llegando a nuestra primera parada. –¡Jopé capitán! Seguro que allí no hay quien pueda vivir, ¿no estarás pensando en entrar en ese lugar? –contestó el niño. –No te preocupes, ahora somos invencibles y nuestra nave entrará dentro sin problemas –le dijo el abuelo acariciando su cabeza. Se metieron en la bola de fuego y aterrizaron en un lugar donde todo era redondo y de color amarillo. 8


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–Este lugar es el Sol, ¿verdad abuelo? –Así es, y este que viene a recibirnos es su cuidador. Se les acercó un personaje bajito, muy regordete, de ojos redondos y de color amarillo (como no podía ser de otra manera). Les dio la bienvenida y les comentó que no podían tocarle porque estaba hecho con el calor del sol, que sabía porque estaban allí y que muy gustoso le contaría a Cantarín como era aquello y como se había formado. Comenzaron a pasear en círculo mientras aquel señor, mirando a Cantarín, le contaba como se había formado el Sol: –Quizás te parezca un poco aburrido e imposible lo que te voy a contar ahora, porque eres muy pequeño, pero te puedo asegurar que de aburrido no tiene nada y que los imposibles no existen, todo es cuestión de tiempo, pero yo lo haré fácil y cortito. Esto que se llama Sol es una estrella–planeta. Es sin duda el padre de todos los planetas y de todas las cosas que te puedas imaginar: todo necesita del Sol para ser útil y para poder vivir, unos más que otros, no hay término medio, pero lo que sí es seguro es que sin el Sol, su energía y su calor no existiría la vida. –Pero ¿cómo se hizo el Sol? –preguntó Cantarín a su relatador. –Paciencia nieto –dijo el abuelo. –Precisamente la paciencia fue la clave para el comienzo de todo –comentó el señor bajito–. Hace muchos millones de años en el espacio todo estaba oscuro y todo daba vueltas a gran velocidad. Cuando digo todo me refiero a grandes rocas que estaban formadas por composiciones de polvo y gas. Dos de esas rocas gigantes chocaron y quedaron unidas en una súper gigante bola de fuego, el mismo que dura hasta nuestros días y seguirá por algunos millones de años más. –Entonces, ¿el Sol fue lo primero para formar el mundo? –preguntó el niño. –No sabría decirte si fue lo primero, pero si el más importante para su comienzo. Además, de ese choque también salieron los meteoritos, esos de los que tantas veces hablas a tu abuelo, las estrellas, la Luna y otros planetas más pequeños como la Tierra, que seguro que será vuestra siguiente parada con vuestra nave especial. Y aunque todo 10


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es un poco más largo y complicado de contar, yo ya he cumplido con mi parte. Ahora que ya sabes el principio del mundo, vosotros tenéis que seguir con vuestro viaje y yo con mi vigilancia para que esto siga calentando a todos y para todo. Se despidieron del señor bajito, y cuando ya estaban montados en la nave a punto de despegar el niño preguntó: –¿Cómo se llamaría ese señor, abuelo? –Se le conoce como el señor Lorenzo, y también como el cuidador del rey astro, querido nieto. Está ahí, como nos ha dicho, desde el principio, hace millones de años, haciendo siempre igual su trabajo. Y esperemos que siempre siga cuidando del Sol, de su calor y de nuestras vidas. Arrancaron motores y despegaron rumbo a su siguiente parada. Miró el pequeño por la ventana y observó cómo se les acercaba algo y golpeaba la nave haciéndola caer en un lugar verde, lleno de luz solar, con un mar, cubierto en gran parte por montañas de nieve y, un poco más lejos, otras montañas con un color oscuro en sus picos más altos. –¿Estás bien abuelo? ¿Qué ha pasado? –Estoy perfectamente. No ha pasado nada que no tuviera que pasar para llegar a este lugar. –¡Vaya! Estamos en algún lugar de la Tierra, ¿verdad abuelo? Y supongo que alguien nos va a contar cosas de ella y tú sabes dónde está quien va a ser. –Saber… lo que se dice saber no lo sé. Pero no tardaremos mucho en encontrarla. ¿Ves aquella montaña por la que sale humo? Pues creo que es al lugar que tenemos que ir. Se pusieron en camino y no tardaron en llegar a la cima, donde el humo había dejado de salir. Desde lo más alto, observaron un profundo hueco en su interior donde se podía ver algo parecido a una mezcla entre agua y fuego. –¡Pero esto es un volcán! –dijo el niño mientras observaban como del cielo bajaba una estrella a toda velocidad, aterrizaba al lado de ellos, y se convertía en un hada 12


muy guapa, con cara brillante y redonda, ojos marrones, pelo moreno y dos grandes alas trasparentes de color celeste a su espalda. –Efectivamente, Cantarín. Espero no haberos asustado –dijo el hada. –No se preocupe usted. Veníamos a buscarla y la estábamos esperando –respondió el abuelo. –Abuelo, esta señora hada con cara de madre me recuerda a alguien. Se parece a la madrina de mamá. –Yo, Cantarín, me llamo Serafina, y he sido la elegida para contarte como se formó este planeta. Pero busquemos un bonito lugar para estar tranquilos. Se sentaron bajo un gran árbol con muchas flores rosáceas tirando a blancas. –Pero… ¡tengo dudas! –dijo el pequeño–, ¿este árbol es un cerezo?, y…¡no entiendo! ¿qué hacen las hadas en la Tierra? –Comenzaré por la segunda. Las hadas somos las encargadas de cuidar de las plantas. Y si, este árbol es un cerezo y estamos aquí porque es el árbol preferido por tu abuelo. Interrumpió el abuelo a la dama: –Sí, pero no hemos venido hasta aquí para que cuentes mis preferencias. –De acuerdo Salomón –contestó la dama con una mirada que no llegaba a enfado. >>¿Recuerdas Cantarín como habéis llegado hasta aquí? –preguntó el hada al pequeño. –Sí, veníamos de visitar al astro rey y al señor Lorenzo cuando algo golpeo nuestra nave y caímos aquí –contestó el pequeño. –Bueno, pues algo muy parecido sucedió con el nacimiento de la Tierra… –y comenzó su relato–. ¿Cómo sigue el viejo Lorenzo? ¿Sabes que su trabajo y el mío son muy parecidos? Él cuida del Sol y yo ayudo a cuidar de la Tierra, que es autosuficiente, tiene de todo y todo lo da desinteresadamente. Es como un ser vivo más, se mantiene por sí misma, y eso que no te pienses que lo tiene fácil con los seres humanos. No todos colaboran a favor, también los hay en contra. 13


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>>Pero comencemos por el principio. Después del choque ese que ya sabes para la formación del Sol, uno de los que quedaron dando vueltas a su alrededor es la Tierra, ésta en la que estamos ahora. Por lo tanto la Tierra tiene los mismos años que el Sol, pero a diferencia de que aquí sí hay vida y en el Sol solo vive su cuidador. Cuando él falte, la Tierra también dejara de tenerla. -Pero…¿Por qué el Sol es una bola de fuego y la Tierra no? –preguntó el pequeño. –Bueno, la Tierra también tiene fuego. Recuerda que de las montañas sale humo. Cuando la tierra ya estaba separada del rey astro, al cabo de dar muchas vueltas a su alrededor también tenía el mismo fuego. Ese fuego actuaba como un imán gigante que atrapaba todas las rocas que pasaban a su alrededor y se fue cubriendo con varias capas. Lo primero fueron piedras que se fundieron con el calor y las convirtió en metales. A ellos se pegaron otras rocas y a esas rocas se pegó el polvo que había en el espacio hasta formar el suelo que pisamos. –Eso sería una primera parte, que se hizo en millones de años –dijo Salomón–. Ahora, sin alargarte mucho, cuéntanos un poco más de la Tierra,… porque esto es un cuento, no la historia del espacio. –Tranquilo Salomón, que ahora viene algo que le va gustar a Cantarín –le contestó el hada continuando su relato–. Cuando el fuego estuvo cubierto y la Tierra formada se produjo un vapor frío que al chocar con el calor del Sol, este lo convierte en agua en tanta cantidad que casi llegó a cubrir toda la Tierra. Y así se formaron los mares y los océanos. –Pero… ¿y las montañas? ¿cómo se hicieron? –preguntó el pequeño. –Pues cuando casi todo estaba cubierto por el agua, las partes más altas de la Tierra comenzaron a soltar el fuego que había en su interior. Y era tanto y tan caliente que ni siquiera el agua podía apagarlo, aunque en esa batalla del fuego contra el agua ganó el agua, quedando cubierta la mayor parte de la Tierra. Solo se salvaron las partes más altas, entre las que se encontraban las montañas. Luego la Tierra, los mares y los océanos se fueron moviendo de tal manera que se formaron lugares muy 15


fríos, otros muy calurosos y otros con climas muy especiales como el valle en el que nació tu abuelo. –¡Vaya lío! ¿Y dónde estaban los bichos, los árboles y las personas? –preguntó Cantarín. –Eso ya es cosa de vuestra próxima parada, ¿verdad Salomón? –dijo Serafina, el hada. –Muy bien adivinado Hada de las Flores. Vamos ayudante, tenemos que volver a la nave para nuestra siguiente parada. Despídete de nuestra relatadora. Quiso hacerlo el pequeño, pero el hada volvió a convertirse en estrella, desapareciendo a gran velocidad de nuevo hacia el cielo. –¿Por qué se ha ido sin despedirse abuelo? –A lo mejor es que no la gustan las despedidas –le contestó Salomón. El niño se llevó las manos al lado de la boca y gritó con todas sus fuerzas: “¡Muchas gracias señora hada!”, formando un eco que se repitió varias veces. Subidos en la nave, el capitán apretó un mecanismo de color azul y aparecieron unas ruedas bajo ella. –Vamos ayudante, dirígete hasta lo más profundo del mar. Vamos en busca de la vida. –¡A la orden capitán! Como si de un submarino se tratara entraron en el mar y llegaron a lo más profundo. –¿Quién vive aquí? –preguntó Cantarín. –Este es el lugar donde comenzó la vida y donde más vida hay. Para que te hagas una idea alguien dijo que había más ojos en el mar, que pelos en la tierra –dijo Salomón. –¿Pero eso puede ser posible abuelo? –Yo no lo sé, ni creo que nadie lo sepa, y tampoco hemos venido hasta aquí para averiguarlo. Recuerda que buscamos el principio de la vida y eso sí que parece que fuera en este lugar. Quizás en aquel castillo con forma de caracola viva alguien y nos 16


pueda ayudar. La caracola se abrió, dejó pasar la nave y cuando ya estaban dentro se volvió a cerrar. Dentro ya no había agua, pero todo tenia color azul marino. –Bienvenidos al reino de Neptuno –fueron las palabras de un ser raro con cuerpo de pez de cintura para abajo y de mujer de cintura para arriba, con largos cabellos azules. –¡Abuelo, estoy flipando! ¡Es una sirena! –Así es pequeño duende. Me llamo Glaucea, la hija del rey Neptuno. Él no está, ha salido a pasear con sus delfines y soy la encargada de hablarte de cómo empezó la vida. –Adelante señorita –dijo el abuelo–, pero solo la primera parte, porque el tema es largo y usted tendrá otras cosas que hacer. –¿El agua fue la madre de los bichos? –preguntó Cantarín. –Podemos decir que en el agua nació la primera semilla de la vida –comenzó Glaucea su explicación–. Todo es causa de magia, de tiempo y de misterios. La primera cosa con algo de vida, pudo ser alguna bacteria formada por alguna mezcla de sustancias químicas producida en lo más profundo de los océanos. Unas algas de color azul que producían oxigeno que dio paso a que se desarrollaran muchas plantas marinas, y que tras su descomposición dieron paso a gusanos y medusas. El niño se quedó con la boca abierta pensativo y sin saber qué decir. Fue el abuelo el que intervino para facilitar las explicaciones de la sirena. –Verás querido nieto, todo es una cadena. Sin rocas no tendríamos Sol, sin Sol no tendríamos Tierra, sin Tierra no tendríamos agua y sin agua no tendríamos vida. –¿Entonces el Sol es el padre de la vida, el agua fue la madre de todos los bichos y las plantas, y la tierra la casa de todos? –preguntó Cantarín a Glaucea. –Así es, Cantarín. Y esperemos que todos sigamos colaborando para conseguir mantener todo lo que tenemos y que dure mucho tiempo. –¿Y los dinosaurios también salieron del mar? –fue la siguiente pregunta del niño a 17


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la sirena –No vayas tan deprisa nieto, y deja que sea nuestra amiga la que termine su relato. –Bueno –continuó Glaucea–, después de los gusanos y las medusas se formaron los moluscos: animales de cuerpos blandos, como pulpos, calamares, conchas y caracoles. Luego los crustáceos: como los cangrejos y los langostinos. Después los peces, algunos con dientes y que llegaron a dominar la vida en los mares. Después fueron los anfibios: ranas, salamandras,… Estos ya tenían patas y columna vertebral, y podían vivir en el mar y en la tierra. De estos salieron los reptiles: especies con dientes y patas que se adaptaron a vivir en la tierra, donde comienzan aparecer plantas y a formarse los bosques con grandes árboles. Y hasta ahí creo que era donde tu abuelo quería que yo te contara, ¿verdad Salomón? –Así es. Muchas gracias por sus explicaciones. Ahora es el momento de continuar nuestro cuento y de que usted vuelva a sus quehaceres. Cantarín, despídete de nuestra amiga Glaucea, tenemos que volver a tierra. Pero el duende estaba tan fascinado con lo que le había contado la sirena que no le salían las palabras de agradecimiento lo suficientemente valiosas por tantas explicaciones interesantes dichas en tampoco tiempo y con tantos acontecimientos de transformaciones para el nacimiento de la vida –Gracias señora. ¡Verás cuando se lo cuente a todos mis primos! Seguro que no se lo van a creer. Montaron en la nave y salieron a tierra, encontrándose en algún lugar lleno de muchos árboles, muy diferentes y todos muy grandes. También había muchos animales, comiendo, corriendo y volando. –Abuelo, ¿dónde estamos? Este lugar es fantástico. –Así es. En la vida real ya no tenemos sitios ni animales como estos, solo parecidos. Todo ha tenido cambios. Acerquémonos a uno de esos animales. El niño se abrazó a la pierna de su abuelo con temor. –No te preocupes –le dijo Salomón–. Ninguna fiera es tan mala como la ponen si te 19


acercas con buenas intenciones. Se acercaron a un animal de pelo blanco con cuerpo y patas de caballo que en lugar de cuello tenía el tronco de un hombre, con su cabeza y brazos. El abuelo le acarició la cola, el animal giró su cabeza hacia los recién llegados y al pequeño se le abrieron los ojos muchísimo pues no terminaba de creerse lo que estaba viendo. –Abuelo, ¡es un centauro! –Así es pequeño humano, y mi nombre es Quirón. Seré el encargado de hablarte de los seres mamíferos. ¿No es así sabio Salomón? –Para eso estamos aquí y tú has sido el elegido –contestó Salomón. –Cuando los bichos, como tú los llamas, salieron del mar y se adaptaron a vivir en la tierra –comenzó Quirón su relato–, hubo cambios en el clima. Del calor se pasó al frío y desaparecieron muchas plantas y bichos que no se adaptaron. Solo sobrevivieron los más fuertes, que aguantaron hasta que todo volvió a la cálida normalidad, pero para entonces ya habían pasado unos cuantos millones de años y los bichos se habían hecho gigantes y los árboles habían formado grandes bosques. –Los bichos gigantes eran los dinosaurios, ¿verdad señor Quirón? –comentó Cantarín. –Así es pequeño. Dinosaurios hubo muchos y de muchas especies, incluso los había voladores, y todos habían salido de huevos, que era la manera de nacer que había entonces. Cortó el niño la conversación al centauro levantando la mano. –¡Ya lo sé! Eran ovíparos, me lo ha dicho mi hermana Isabel. –Seguro que tu hermana es una chica muy lista, pero sigamos. Otra vez iba a tomar la palabra el pequeño, cuando el abuelo le puso la mano en la boca. –¡Cantarín! Si sigues interrumpiendo a nuestro relatador no terminaremos nunca. Deja que termine y luego comentas. Sigue Quirón. ¿Qué pasó para que desaparecieran los gigantes dinosaurios? Apartó la mano el abuelo de la boca del niño, al que le faltó tiempo para contestar 20


al abuelo: “Fue un meteorito que chocó con la Tierra, ¿verdad señor centauro?”, y no dijo nada más. –Hay muchas teorías. Esa es una, pero no todos los bichos desaparecieron Cantarín. Hubo unos cuantos, los más pequeños, que pudieron refugiarse en los agujeros más profundos que encontraron. Fueron los más parecidos a los ratones de vuestro tiempo, que se alimentaron de las raíces de las plantas y árboles. Cuando los pequeños roedores volvieron a salir a la superficie, el clima ya era otra vez cálido y húmedo, encontrándose muchos insectos y plantas repartidos por todas partes. Pero lo más mágico y misterioso fue como algunos se habían transformado de tal manera que sus crías ya no nacían de los huevos, sino que salían del cuerpo de sus madres y se alimentaban amamantándose de su leche, y por eso se los conoce como mamíferos, dando lugar a una nueva especie de gran diversidad y muy numerosa. –O sea nosotros ¿verdad? –comentó el niño. –Nosotros y muchos más. Mamíferos hay en todos los lugares de la tierra, del mar y también que vuelan –contestó el centauro. –Ah claro, y dependiendo de donde vivan están cubiertos de pelos, de escamas o de plumas, lo que no tengo muy claro es si nosotros somos los más listos. Pero dígame señor centauro, ¿es verdad que venimos del mono y que somos los últimos que llegamos a la Tierra? –Bueno, hasta que se descubra otra cosa se puede decir que somos la última especie, y sobre de donde provienen los mamíferos ya queda contado en todo el cuento, pero seguro que tenemos cosas de los monos. Unas especies proceden de otras especies, y todas las que pasaron por el planeta tienen un hilo conductor que los estudiosos llaman evolución, pero que yo llamo magia y misterios. Porque por difícil que parezca, tenemos cosas de todos los antecesores, y lo más difícil de todo es que nunca hubo dos cosas iguales, que lo único que tienen en común todos los seres vivos es, nacer, crecer, reproducirse y morir. Lo de si los humanos son los más listos, creo que es mejor que te lo explique tu abuelo, yo ya conté mi parte. ¿Verdad Salomón? 21


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Miró el centauro a Salomón, este cogió al niño de la mano y se pusieron camino de regreso a la nave mientras le comentaba a Cantarín sobre la opinión que tenía de la inteligencia del ser humano. –Que somos los más listos, puede ser en algunas cosas, pero todavía nos queda mucho por estudiar sobre los planetas y mucho por aprender de las plantas y de los animales, ¿verdad Quirón? Volvieron la cabeza el capitán y su ayudante para despedirse del centauro, pero este ya había desaparecido. –Bueno Cantarín, parece que nuestro cuento ya llega al final. –Pero, pero, abuelo, yo no tengo sueño. Podías contarme lo de cómo me viste nacer a mí –Vale, te lo cuento. Me parece un bonito final para tu cuento. >>Era lunes, un día después de la lotería, la luna llena terminaría en apenas dos días y daría paso a la decreciente, también llamada o más conocida por menguante. El día había sido tranquilo, alternando las nubes con el sol, y mi jornada laboral estaba a punto de terminar a las 17 horas. Unos minutos antes de recoger herramientas y con comentarios alegres por las visitas y la celebración de la Navidad en familia, mi teléfono móvil interpretaba parte de la canción de San Sebastián Valeroso. Mientras lo sacaba del bolsillo, miraba a mi compañero con el comentario de: “Noticias, a ver qué pasa”. >>Miré para ver quién era el demandante de la llamada y comenté su nombre. Descolgué con prisas y pregunté por el motivo. “Tranquilo”, contestó, “Bueno, a medias. Me acaban de decir que todo está bien y que puede ser en cualquier momento: esta tarde, esta noche, mañana o cuando él quiera. A ver si con un poquito de suerte nos deja cenar en compañía de la familia de su padre al completo, pues no todos los años este fenómeno se repite”. >>Yo pregunté si los míos eran sabedores de tales noticias y la respuesta fue que ya estaban de camino y posiblemente a punto de llegar al pueblo, y que estaban al corriente de la situación. 23


>>Con la tarde vencida y la llegada de la noche, saludaban la madre y la hija al patriarca, a las sisters y sobrinos. Todo eso sin deshacer maletas, mientras yo daba calor a la casa atizando la cocina. >>A eso de las nueve más o menos otra llamada: que salen para el hospital y que puede ser cuestión de horas. Momento de incertidumbre. ¿Qué hacemos? La noche está muy oscura, el cansancio se hará fuerte. ¿Pero cómo no vamos a salir? >>Las 10:45. Yo primero con la furgoneta para repostar. No contaba con tantas prisas y lo había dejado para mañana. La primera gasolinera: cerrada. “Seguiré hasta la siguiente, tampoco estoy tan apurado”. >>El puerto oscuro, la niebla densa. No se ve ni la mediana de la carretera. En todo lo alto parada y aviso/consejo: “No os pongáis en camino”. Pero la llamada llega tarde, ya están en la carretera. Las gasolineras que me fui encontrando, todas cerradas. “No pasa nada, al fin y al cabo tampoco baja tanto la aguja indicadora y posiblemente pronto encontraré alguna que esté de guardia”, me digo a mí mismo. >>Otra parada para otra llamada: “¿Cómo vamos, mujeres?”. Contestando la copiloto: “Con sueño, pero bien”. >>Ya en Ávila, un cartel de servicio las 24 horas. “¡Qué alivio! Aquí repostaré”. Son las 11:30 y no veo a nadie ni por donde solicitar el repostaje. Toco el claxon para ver si se enciende alguna luz por alguna parte, pero no da resultado y cabreado decido salir a sabiendas de que la posibilidad de encontrar otra abierta en el camino es casi nula, pero con el consuelo de que ellas vienen detrás y podríamos apañarlo. >>Mientras, a ellas una patrulla de la Guardia Civil en control rutinario las para y les pide los papeles del coche. Un poco apresuradas e intranquilas intentan hacer breve el momento, no así los guardias que las dicen “Nosotros hasta las seis no tenemos prisa”, contestando la mayor que ellas sí tienen prisa, pues van camino de un hospital. >>Ya va quedando menos. Pasando este puerto en el que sopla el viento y arrecia la nieve quizás el camino sea mejor. >>Otra parada para otra llamada. Ésta al hospital. “¿Cómo va el tema?”. 24


Contestación: “Bien, yo creo que está esperando a sus abuelos y a su tía”. >>A poco más de treinta kilómetros para llegar a casa, se enciende el chivato de la gasolina. “Estoy salvado de esta, pues con la reserva seguro que llego”. >>A la puerta de casa, mirando al cielo tapado por las nubes, ahora a esperarlas a ellas. >>La una de la madrugada. Con bostezos salimos juntos y en un solo coche, el último tramo por delante. >>Media hora más y estamos a las puertas del hospital buscando el acceso y preguntando por su paradero. >>Saludos y recibimientos por ellos y acompañantes. Preguntas y respuestas, la más destacada que en cinco horas estará fuera. Mientras nos despojamos de chaquetas y nos acomodamos, otra buena pregunta “¿Y la chica?”. “Se quedó con la abuela, las tías y las primas”. >>Dispuestos para la espera y con miradas al aparato que dibuja las rayas pintando montes y valles, tranquilos, pues ya es la segunda vez y la primera tampoco fue hace tanto tiempo. >>Cuatro menos cuarto. Una simpática enfermera entra en la habitación y comenta: “Vamos a por él”, preguntando de seguido quién será el acompañante. ¡Sorpresa!: la naturaleza, los padres y los acompañantes presentes, por unanimidad guardaban ese privilegio para mí, siempre y cuando fuera mi voluntad. ¿Y cómo yo me iba a dejar escapar esa oportunidad? A saber cuándo tendría otra igual… >>Parturienta en camilla, y yo tras la comitiva. Al entrar al paritorio me informa el celador que tengo que esperar a que me llamen. Mientras tanto, me señala lugares donde están los gorros y patucos de plástico y me dan una bata que yo no sé si se cierra atrás o adelante, porque, las dos enfermeras que veo, una la tiene por cada lado. Yo… para atrás. Me miro al espejo de la puerta y me veo raro, pero es necesario y obligatorio el atuendo. >>Oigo como le piden a Laura que apriete y hasta puedo oírla como lo hace. Mientras 25


yo pienso para mis adentros: “A ver si sean olvidado de mí”. >>Me parece una eternidad lo que tardan en llamarme, pero al final me veo a su lado. Seguía apretando con todas sus fuerzas. Cogí su mano mientras miraba como asomabas la cabeza y la enfermera te la colocaba para que salieras. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo y mi corazón súper emocionado parecía que se salía del pecho con latidos fuertes y seguidos. Este momento desbordaba todo lo que había vivido hasta ahora. Tanto que mis ojos no pudieron contener las lágrimas al ver cómo después de tu cabeza salía todo tu cuerpo. Cortaban la comunicación interior que habías tenido con tu madre y yo me decía: “Ahora es cuando le dan el cachete en el culo para que llore”. Pero eso ya no se lleva. Te limpiaron, te frotaron el pecho y tu llanto desgarrador volvió a humedecer mis ojos. Te pusieron un gorrito, unos guantes, te envolvieron en una manta y te recibió tu madre, que ansiosa por cogerte te comía a besos mientras tu buscabas donde estaba tu comida. Quizás no porque tuvieras hambre, sino para no tenerla. Luego te pasaron a mí, que contigo en brazos hubiera salido corriendo a presentarte a los que esperaban en la habitación, pero como si me leyeran el pensamiento, después de que recibieras mi primer beso en tu frente, tuve que entregarte para que te colocaran pulseras en pies y manos con tu nombre. >>Ya tocaba presentación. Camilla, pasillo, y mientras yo me despojaba del atuendo hospitalario con muchas prisas, entraba en la habitación en la que había un gran revuelo de los que te esperaban con ganas de conocerte. Todo eran besos y sonrisas por el feliz acontecimiento que terminaba con un precioso niño de 54 centímetros, 3,700 kilos de peso y unos cuantos puntos de sutura para tu madre. >>Ahora tocaba relajarse y descansar en compañía, con todas las miradas hacia ti y el comentario de: “Es precioso”. >>Las siete y media cuando os dejábamos solos y marchábamos a casa a descansar ese día que amanecía lluvioso, con nombre de Noche y apellido de Buena. >>A media mañana llegó tu hermana, muy bien acompañada y contentísima de por fin poder ver a ese niño del que tanto hablábamos antes de que naciera. 26


>>El día transcurrió con visitas, entradas, salidas y llamadas de teléfonos, para terminar en familia con un picnic en el que no faltó de nada, preparado por tu abuela materna ayudada por tu tía, colaboradora indiscutible en estos días tan maravillosos. >>Y colorín colorado este cuento se acabado. Y ahora toca dormir, que ya sube la abuela y no es cuestión de interrumpir su descanso. Abrazó el nieto al abuelo, éste le besó en la frente y se quedaron dormidos.

FIN

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Simeón S imón González, extremeño de profesión y a buelo por d evoción nos regala a todos, pero especialmente a su nieto NICO, este su segundo cuento. Es la cuarta publicación d e quien c onfesando no haber terminado sus estudios básicos, nos h a cautivado con su n arrativa y s us historias, h aciéndonos sentir el calorcito de la lumbre junto al sofá, donde comienza este viaje que nos llevará en una nave muy especial d esde lo m ás p rofundo d el mar hasta el mismo Sol, para volver a las entrañas de la Tierra, y en el que simpáticos personajes nos cuentan en un lenguaje sencillo y d idáctico l a formación d el Universo y de la vida en nuestro planeta, al que tanto d ebemos a mar y respetar, y que en tantas ocasiones se nos olvida.

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