Por Cáceres de Trecho en Trecho (Trecho primero) de Víctor Chamorro

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VÍCTOR CHAMORRO (Editorial Quasimodo. Año 1981 Realización Gráfica. C opegraf c/ Alfonso XII, 48, Madrid)

“POR CÁCERES DE TRECHO EN TRECHO” (Trecho primero)

VÍCTOR CHAMORRO

Abril de 2009 "DÍA DEL LIBRO"


PRESENTACIÓN Hace ahora nueve años la Caja de Extremadura incorporaba al conjunto de las múltiples actividades que desarrolla su Obra Sociocultural una inicia­ tiva singular asociada a la celebración del 'Día del Libro': editar una obrita de asunto extremeño y ofrecérselo a los escolares extremeños para su lectura y consideración. Se urdía así una asociación entre juventud, libro y Extremadura que simboliza el alumbramiento de un camino -quizás el único- que deben transitar las sociedades -la nuestra, por tanto- para alcan­ zar un futuro próspero y en libertad: la senda de la ilustración, de la cul­ tura, de la educación desde sus cimientos, desde la base. Nueve años de celebraciones sucesivas que han dado lugar a otros tantos libritos que forman hoy esta preciada y apreciada colección, 'Visiones de Extremadura', con la que además vindicamos la cultura y el patrimonio propios. También de esta manera la Caja de Extremadura es fiel a su origen y naturaleza. En esta línea, ahora que corren tiempos de adversidad económi­ ca, de severas dificultades las cuales urgen a la adopción de medidas rígi­ das de control y austeridad, le ha parecido muy oportuna a nuestra Entidad crear una Fundación que, sin duda, fortalecerá a la Obra Social y, al tiem­ po, impulsará el estudio, la investigación y el análisis de nuestra realidad regional en todos los sectores a fin de ofrecer pronósticos acertados en la solución adecuada a sus problemas. Ahora, al hacer entrega a la comunidad escolar extremeña de esta publicación, 'Por Cáceres de trecho en trecho', del escritor Víctor Chamorro, deseamos se le otorgue idéntica favorable acogida que a sus predecesoras. J esú s M ed in a O c a ñ a PRESID E N T E D E LA C A JA D E EX TR E M A D U R A

Edita: Caja de Extremadura Dep. Legal: CC-459-09 Composición e impresión: Imprenta “La Victoria” C/ La Merced, 5 - PLASENCIA Portada: M.a Jesús Manzanares

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PRÓLOGO “Por Cáceres de trecho en trecho” A esta preciosa aventura literaria que hemos dado en llamar 'Fisiones de Extremadura' con la que la Caja de Extremadura desea celebrar conjunta­ mente con los jóvenes escolares de nuestra comunidad el 'Día del Libro' se suma ahora 'Por Cáceres de trecho en trecho', del acreditado escritor extre­ meño Víctor Chamorro, convirtiéndose en la novena entrega de nuestra colección. La transparencia de su título no deja lugar a dudas sobre su con­ tenido; se trata, en efecto, del relato de un viaje por distintos espacios de la geografía cacerefla -el Valle del Ambroz, Las Hurdes, La Vera, el Valle del Jerte...- cuyos lugares y poblaciones cruzó treinta años atrás el autor viajero y entregara a la imprenta en 1981 para su publicación. Un relato, habrá de añadirse, literario en el que, junto al valor documental que apor­ tan los datos y citas históricos y culturales, se privilegian en él con pecu­ liar estilo -el viajero conversa con el lector- el color, el olor y el sabor de esos ámbitos transitados, de su cielo y de su tierra, de sus hombres y de sus mujeres, de su cocina, de su bodega, de sus costumbres y hasta de sus manías. Visión de Extremadura, territorio real al fin y al cabo en el que Víctor Chamorro sitúa los asuntos de su literatura viajera: 'Las Hurdes, tie­ rra sin tierra' (1969), 'Guía secreta de Extremadura' (1976), 'Extremadura. Afán de miseria' (1979) e incluso 'Sin raíces' (1970), el viaje simbólico por la biografía del benemérito editor de 'RAYAS', el serradillano Agustín Sánchez Rodrigo. Extremadura territorio de sus afanes investigadores y divulgativos que quedaron sazonados en los siete tomos de su 'Historia de Extremadura'. Pero Extremadura también y sobre todo territorio ficcional en buena parte de su extensa producción novelística que arranca de manera brillante con 'El santo y el demonio', 'El adúltero y yo' y 'Amores de invierno' que se alzarían con el galardón de finalistas en los prestigiosos Planeta, en las ediciones consecutivas de 1963, 1964, y Blasco Ibáñez, de 1965, respectivamente. Con 'La venganza de las ratas' obtuvo en 1967 el Premio Urriza y al año siguiente el Ateneo Jovellanos de nove­

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la corta con 'El seguro'. Noveló los famosos crímenes acaecidos en Plasencia y Berzocana a finales del s. XIX en sendas novelas, 'El muerto resucitado' (1984) y 'El pasmo' (1987), a las que cronológicamente suce­ derán 'Reunión patriótica', 'El pequeño Werther', 'La hora del barquero' (Premio Café Gijón 2002), 'Guía de bastardos' y 'Los alumbrados', la últi­ ma de momento aparecida hace escasos meses. Una obra extensa, según anticipaba más arriba, presidida toda ella por una insobornable fidelidad a la estética del 'realismo crítico', de 'denuncia social' -'La literatura es un arma para crear en la sociedad una conciencia inquieta', ha proclamado con insistencia Víctor Chamorro-, pero nada exenta de preocupación formal. Las dos notas, la testimonial y la literaria, que se hallan presentes en el relato que nos ocupa y con el que confiamos se cumplan los propósitos que lo inspiran y alientan.

A Jonás Sánchez Pedrero, jo ven bibliotecario, y escritor de alcurnia, en agradecimiento a sus dos años de investigación, sobre m i obra, que anuncia un libro.

TEÓFILO GONZÁLEZ PORRAS A B R IL D E 2009

POR CACERES DE TRECHO EN TRECHO (Trecho primero)


HERVÁS A partir del siglo XIII una extensísima comarca comienza a llamarse Extremadura. El doctor Sorapán, en el siglo XVII, analizó la razón de este nombre: * Dicen algunos que... por ser de invierno frígidísim a y en el estío muy cálida: pero la experiencia nos mues­ tra lo contrario, y así no se admite esta razón. El Maestro Pedro de Medina en el libro de las grandezas de España afirma que tiene este nombre porque baja el ganado de Castilla al extremo, a Extremadura. Pero la razón que más cuadra, y que se a de tener verdade­ ra, la trae el padre Mariana en el libro 9 de la Crónica de España capítulo 2, adonde hize que el nombre de Extremadura es compuesto, del extremo, y de duro. Como si dixiessemos, los extremos, de aquella Provincia y reyno de Duero, hasta todo lo que ahora se dize Extremaduri y corrupto el vocablo Extremadura. ¡Castaños!, ya en la linde de Extremadura; escribe Luis Rosales. Acabas de llegar a Hervás, pulmón de oxígeno extre­ meño: oxígeno de su monte de castaños -uno de los más importantes de Europa- que rodea un valle verde en el que el pueblo parece dormir. Hace siglos fue más que monte selva, como nos lo recuerda Alfonso XI, en su libro de Montería, cuando afirma que Hervás era buena tierra de osos. Has llegado, así mismo, al más importante centro vera­ niego de Extremadura -cabecera natural entre Béjar y Plasencia- y rápidamente se te hará añicos la vieja realidad de las encinas polvorientas y los despellejados alcornoques como sebastianes, de la merina y el porcino. En Hervás no encon-


El progreso acabó con aquellos sacrificados neveros que partían de noche hasta la sierra y regresaban a mediodía con sus acémilas cargadas de nieve para los ponches de las tar­ des de verano. También durante un par de meses el verde se diluirá en amarillos de hierba agostada: manchones impresionistas de Manet, amarillos rojizos de Van Gogh, cobre de chopos, cere­ zos y viñedos en otoño, y un aire dorado, evocador, al que le iría perfectamente, un fondo musical de polonesa. Tres kilómetros de sinuosa carretera separan el pueblo de la general 630. Te sorprenderá un alcázar moderno que pre­ side las peligrosas curvas serpenteantes entre prados y zurci­ dos de huertos. No te arredres y entra, que es hotel conforta­ ble y de ajustado precio. Desde sus habitaciones y terrazas puedes contemplar un paisaje de viejas montañas redondeadas por cuyas faldas trepan millares de castaños tupidos. Pero más de un viajero no alertado -y sin suerte a la hora de tomar habi­ tación- puede encontrarse con la sorpresa de un espléndido amanecer con piar de pájaros en la ventana; y, al asomarse, la visión de un cementerio recoleto, soleado, capaz de inspirar

cierta intimidad si el sorprendido no es excesivamente sus­ ceptible a las cuestiones de ultratumba. Desayuna tranquilo los churros del lugar -o la excelente bollería- y visita el cementerio. No pienses que voy a ensombrecerte el viaje con ningún tipo de moralina manriqueniana. Pero merece la pena traspasar la cancela para encontrarse, a mano derecha, una diminuta obra maestra alumbrada por las faraónicas manos de un cantero que, durante años, a ratos perdidos, labró en grani­ to su inmortalidad. Se trata de un mausoleo familiar en el que la espantable calavera convive con bajo-relieves de conquista­ dores, medallones, estatua de mujer arrodillada, hornacinas, y todo un puzzle de símbolos e inscripciones en latín macarró­ nico que se refieren a ultratumba y a la Cruzada. Pastiche entre románico y surrealista nacido de la evocación de muer­ te de un hombre que tuvo la desgracia de no estar enterrado en el mausoleo que trabajó tan concienzudamente. El conjun­ to desprende sabor a obra de cantero primitivo, expresivísi­ mo, de labra tosca pero dramática. Los recuadros con los niños de primera comunión parecen haber sido extraídos de alguna pesadilla. Si piensas que llegó el momento de tomar un aperitivo -la contemplación de lo funerario suele despertar apetencias de disfrute- te encuentras en un pueblo muy apto. Elige cual­ quier camino, cualquier calle, y sin que lo pretendas llegarás a una plaza pensada para tomar el tibio sol de otoño, o la som­ bra bajo sus soportales de piedra berroqueña. Plaza para el descanso y la lectura en las terracitas adormecidas por el mur­ mullo del agua de su fuente, y sobresaltada por el incesante trasiego de vehículos. Se titula Plaza del General Franco, pero este pueblo parece como si hubiera estado de espaldas a los rectores, que así la bautizaron, y siempre la conoció con el entrañable nombre de La Corredera, pese a la bonita placa de mosaico talaverano con el rostro del Caudillo, tan jovencito y regordete. Aquí nadie anhela y reivindica -como en otros luga­ res- que los regidores de la villa caigan por fin en la cuenta de que ya periclitó la andadura histórica del franquismo. Ellos mantienen la plaza y el nombre porque sus nostalgias tendrán. Y el pueblo es comprensivo. Pero el pueblo, por algo sobera­ no, zanjó hace años el asunto de espaldas a lo oficial llaman­ do a la plaza La Corredera. Así que no preguntes por la plaza

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trarás el árbol que singulariza esta tierra, pero sí verás árboles de área climática oceánica, así como el verde gallego, o astur, que te entrará por los ojos como un manchón sin reposo: verde natural, junto a verde civilizado de parques, choperas, pinares, e hileras de árboles y rectilíneos parterres que acompañan el cemento. Un par de meses el verde se cubrirá de blanco y cre­ erás entonces encontrarte en un vallecito tirolés presidido por la mole del monte Pinajarro, cargado de hombros bajo el peso de la nieve. Monte hierático, solemne, totémico que atrajo la pluma de Madoz para definir la sierra de Pinarrajo como: asperísima y notable por su elevación, muy superior a las demás que la rodean p o r su desnudez desde los dos tercios de su altura, po r la nieve que en ella subsiste todo el año y, más principalmente, porque de sus manantiales tiene origen el río Ambroz. Sus nieves son una mina abundante que facilita grandes intereses a la población, por el mucho consumo que de ella se hace para la mayor parte de Extremadura.


del General Franco porque lo mismo te orientan -sin mala intención- al cuartel de la guardia civil. También se esforzaron los rectores por colocarle al parque apellidos ilustres; pero este pueblo tampoco entró por el aro de robarle intimidad a un sencillo y pueblerino nombre: El Parque, cargándole con las solemnes galas de apellidos franquistas. La Cruz de los Caídos -frente al hotel- es una prueba más del trabajo que le cuesta a esta comunidad marchar al compás de solemnidades patrióticas. Las letras de bronce han ido cayendo y dificultan una lectura con saltos y lagunas adi­ vinadas. Manos anónimas han retorcido flechas y yugo -tam­ bién de bronce- creando un auténtico Chillida. Y es que has llegado a Hervás, extraño mestizaje de tradición y modernidad, pueblo liberal que junto a una disco­ teca con rayos láser conserva un casino de señores; o un cine que proyecta las películas más progres, junto a otro que pro­ yecta ciclos de cine S; patronos socialistas que tienen obreros militando en UCD; universitarios que pagaron una matrícula junto a albañiles pintores y jornaleros que escriben sencillos poemas a lo Berceo; pasotas y roqueros: Macondo ácrata y extraño en el que un carnicero se anuncia con un bisonte que muge no tener miedo a ser sacrificado pues Tinín sólo vende la mejor ternera que anuncia en una pizarra, en la que puede leerse: filetes que curan el complejo de Edipo. Tómate esa copa tan dilatada. Pide el vino de pita­ rra. O un cañamero turbio, de alta graduación, vino de uva que ha madurado suficientemente en suelos pizarrosos y que ha pasado por madres óptimas. En Los Conos, barrio judío, podrás degustar excelentes caldos artesanos. Cerca de Los Conos están Las Cuevas del Calvo. Allí encontrarás un hombre -su dueño- de patriarcales barbas entrepeladas y la cabeza como una bola de billar. Por algo se dice de él que no tiene un pelo de tonto. Hombre de fácil y agradable con­ versación te contará sus andanzas y puede que te invite a que le firmes un autógrafo en el libro de reclamaciones. Su cueva es un auténtico rompecabezas en el que se mezcla una calabaza con una banderilla y ésta con una ubérrima mujer de calendario de camionero que, junto a otras, componen el particular harén de papel de este hombre soltero que un día

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dijo sólo se casaría cuando encontrara una mujer de su mismo sexo. Si tienes apetito y deseas unos excelentes pimientos rellenos con carne, o lengua estofada, o callos picantes, pre­ gunta por El Refugio en donde con un poco de suerte puedes encontrarte el rostro rabino de Pablo Castellano que cuando visita Hervás toma sus copas en lo que se llama La Sede. O a otro ilustre socialista, Gaspar Zarrias, que desde Jaén se pier­ de con frecuencia por estos bares. Has llegado al paraíso del chateo en el que es parada obligada el Mesón de la Vaca Brava, con dos enormes lumbres de suelo -de excelente tiro- buen cobijo para el frío del invier­ no. Larguísimas mesas de castaño macizo -mesas de Santa Cena- y taburetes rústicos se comparten democráticamente para consumir el vino del lugar con el chorizo, la jeta, las chu­ letas, el lomo de cerdo, o las sardinas: todo a la brasa. Pero estamos en Hervás, judíos los más, y esta conse­ ja quiere decir algo en una tierra en la que judíos, moros y cris­ tianos interpretaron papeles encontrados. Dicen que este barrio es uno de los mejor conservados de España. ¡Pues cómo estarán los otros! Pero aún mantiene rincones intactos que deberás buscar perdiéndote por calles angostas, de rollos, y algunas tan estrechas que los gordos deberán abstenerse. No es cuestión de exagerar lo que puede verificarse: busca la calle más estrecha del mundo, y tú mismo lo comprobarás. Casas de adobe y ahumadas maderas de los entrama­ dos de castaño. Conjunto Histórico-Artístico salpicado de algún chalecito que no hermana, precisamente, con el levítico ambiente, ni con el secular adobe hoy blanqueado a grandes lienzos, o recubierto de uralita. Automóviles recorriendo, asmáticamente, el laberinto de calles pensadas para vivir, para trasiego de personas y animales de trabajo, para el descanso de ancianos en las sillas de paja y madera, para el juego de los niños. Coches agrediendo la zona monumental como una bofetada de progreso incivil que aún, nadie, ha tenido la ima­ ginación de prohibir. Calles y plazas de exóticos nombres: Rabilero, Sinagoga. Dicen que aquí vivieron hombres tan pre­ potentes como los Cohén, los Aben Haxiz, los Bellida de la Rica, acostumbrados a prestar dinero a los reyes. Llegarás a pensar si tales prepotentes serían masoquistas, acaso ascetas,

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porque podrían haber vivido en casas más confortables. ¿Acaso no sería más coherente que los judíos -conversoshubiesen habitado las espaciosas casas de la parte cristiana y este barrio hubiera sido un ghetto morisco? Lo cierto es que en Hervás siguen siendo nombres corrientes Zabulón, Neftalí, Rubén, Sara, Judith, etc. Adagios, leyendas, tradiciones, hablan de una colonia que marchó de aquí con las expulsiones. El famoso rapsoda Emilio González de Hervás ha escrito un romance de cómo judíos y cristianos se hermanaron para constituir una sola comunidad, antes separada por el odio de religiones irreconci­ liables. Narra Emilio que cada comunidad vivía en un territo­ rio respetado para evitar fricciones. Pero hete aquí que un mancebo aguerrido y cristiano se enamora de la bella hija del Rabí. Amparados en las tinieblas tienen sus citas junto a una fuente llamada Chiquita. Espías del Rabí le comunican que su hija cuenta secretos de raza a un cristiano. Los jóvenes son apuñalados. El cura baja al barrio judío, increpa a los asesinos, les llama deicidas, entona el Dies irae, dies illae y ante el verbo arrebatado de aquel Castelar del pulpito, los judíos, acongojados, se convierten en masa. Indaga a las mujeres más ancianas del barrio y alguna te dirá que los rabinos tenían rabo. Piérdete en la noche por este laberinto de callejuelas aromadas por racimos de geranios y percibirás rememoranzas morunas si tienes la suerte de que la luna teja sombras y penumbras propicias para que la imagi­ nación vuele al medievo. Este barrio tiene artista propio: el joven Antonio Calzado, de aleonada cabeza y extrañas gafas con un cristal ahumado y otro blanco. Cuando la construcción -es albañil- le deja en paro, pinta al aire libre las casas y calles del barrio que le vio nacer: calles dislocadas, casas distorsionadas que pare­ cen como si intentasen arrancar a caminar. Pintura naíf de buen colorido y elemental técnica. Pero interesa tanto el hom­ bre como el artista: coincide en la cárcel -en su desmedido afán por volcar un autobús- con los últimos días de Puig Antich. Pinta en Montmartre. Torea vaquillas. Trepa cucañas. Es poeta, y brillante orador a su manera. Acrata y militante del PC con un punto de pasota. Amable él, te enseñará de buen grado el barrio y su estudio, pero si le pides precio a su obra,

puede que te mire duramente y que te suelte una retahila pare­ cida a esta: -¡Qué passa, tío, que yo creo que tes estás pasando con el rollo del arte! ¡Que yo passo de vender y estoy harto de comecocos siempre con lo mismo! Tampoco le preguntes qué supone para él la pintura, o cómo pinta, porque te dirá: -¡Yo qué sé! Tú me parece que te lo montas mal. No te asustes. Te repito que has llegado a un pueblo extraño, muy personal, en el que abundan los ramalazos artís­ ticos entre las personas convencionalmente menos llamadas. Así, Tinín, el carnicero, dejará su puntilla de sacrificio, sus herramientas de destazar, sus pesados afiladores y tomará liviana pluma para escribir una novela o unos pensamientos que reproducirá el periódico local. Puedes verle en la barra de la discoteca -con su infinito gin-tonic- filosofando sobre lo absurdo del universo o la derrota camusiana del hombre, alter­ nando metafísica con rock. Pero siguiendo con la pintura, otro artista más acadé­ mico, José Luis Acera, te enseñará su estudio. Podrás contem­ plar una notabilísima técnica -para sus años- en lo que a trata­ miento de lienzos, bordados, vainicas y calados se refiere. Y es que en el aire de Extremadura debe flotar, por fuerza, el gen de Morales, Zurbarán, Ortega y Muñoz, Jaraíz, Barjola y Juan Carrillo, que puntualmente llega de Francia para veranear en esta localidad. También veranea en Hervás Tomás Morales hijo- plumilla jovencísima y maestra que plasma rincones del barrio judío. Y los alumnos de arquitectura de un colegio inglés que, desde hace años, visitan Hervás para estudiar, sobre el terreno, su vivienda rural. Si deseas un souvenir, en el que el tratamiento del cuero trascienda la artesanía, pregunta por Félix que te ense­ ñará verdaderos prodigios del repujado. Metidos como estamos en arte puedes dirigir tus pasos al antiguo castillo templario que se transformó en la Iglesia de Santa María. Si tienes la suerte de encontrarte a un sacerdote que viste impecablemente. Saluda a don Abilio, el pico de oro de la diócesis, competente para hablar de Santo Tomás o de la catarsis freudiana. Un auténtico San Isidoro que tiene su ceno­ bio a la vera de la iglesia. Esta cuenta en su haber con un mila­


gro: la Virgen lloró. La otra parroquia de San Juan -para no ser menos (eran tiempos de emulación a causa de los diezmos y primicias)-, posee un Cristo arrodillado sobre una bola que simboliza el mundo. Su cuerpo está regado de sangre que, dicen, sudó. La iglesia tiene una bonita fachada, y el convento un excelente retablo Barroco que todavía no se han llevado los anticuarios. Si deseas comer las famosas truchas del Jerte bajo el palio de un emparrado y con fondo musical de los Tabajaras, o del rock más duro, acude al Corralito. En este mismo esta­ blecimiento puedes cambiar el aire libre por una pinacoteca, y degustar cordero en salsa rodeado de cuadros que pinta el dueño, que tampoco vende: genio y figura. Ignoro si eres turista de coche o de dedo, de maleta o de mochila. Pero es lo mismo porque Hervás te ofrece un variado abanico de alternativas: desde hoteles y fondas hasta parajes hermosos en que instalarte. Un lugar romántico depende de con quién vayas- es el pinar. Pero si prefieres un paisaje más agresivo sube al monte -un kilómetro de andadu­ ra* y busca cerca de la plaza de toros una fuente que es agua de nieve. Encontrarás mesas y bancos, así como abundantes barbacoas y leña gratuita. Eso sí, procura apagar los fuegos que aquí el monte no es de ningún conde, aunque esté ICONA por medio. Monte que ha mediatizado, en gran manera, la acti­ vidad de este pueblo repleto de talleres artesanos que fabrican el mueble castellano de influencia renacentista y en donde tra­ bajan magníficos artífices. De entre un ramillete citaremos un nombre: Eulogio Santos que siendo casi un niño estuvo a punto de ganar el campeonato de Europa de ebanistería. Te encuentras en el corazón del monte, entre la ermita del Patrono y la moderna plaza de toros alrededor de la cual giran las ferias y fiestas de agosto y septiembre. Desde que es plaza de toros democrática tiene su pequeña historia pues la fiesta brava ha servido de aglutinante y detonante para que este pueblo proteste por vía taurina sin necesidad de partidos ni centrales. Tal vez influenciada por la historia medieval de la localidad, la empresa se manifiesta siempre bastante judía. Por ello se produce un divorcio total entre ella y el pagano. En las ferias de agosto no suelen ocurrir incidentes pues el veranean­

te se impone a la población autóctona. El espectador paga mil y pico pesetas y soporta estoicamente que una nube de polvo emerja del albero -como un vaho. Cortina de humo que palia los miedos del alcalde -me refiero al torero- o la cojera inde­ corosa de los astados. Aquello parece un desfile de lazareto: toros inválidos de las cuatro patas, de la columna, toros con cuernos móviles, incluso se sospechó que salió uno con una funda de cuerno adherida con cinta aislante negra. Vacas en lugar de cabestros, toros que salen con el escroto roto, toros que salen de dos en dos, toros que parecen salir sin cuernos porque lo hacen de cuartos traseros, toros que se escapan de la plaza para morir de un tiro en lugar de un bajonazo, y la lista de sucesos se haría interminable. Anécdotas taurinas aparte, el hecho es que en septiembre la fiesta se politiza. El pueblo se reúne alrededor de la plaza y decide el boicot. Una comisión consensúa con el empresario, que clama es su ruina. Por fin se reduce el precio de la novillada y se abren las puertas de la plaza, pero el escándalo prosigue pulverizando records. Hasta cinco devoluciones de toros en una sola tarde. O puedes asis­ tir a otro tipo de boicot -muy refinado- consistente en que los piquetes dejen pasar el mínimo de espectadores que los regla­ mentos prescriben, como imprescindibles, para que no se sus­ penda el festejo. Raro es el año que no se provoca algún show de este tipo. En el último festejo la empresa huyó con sus toros, utilizando la noche, y quedando burlada la afición. A falta de espectáculo el pueblo recordó el número del último festejo en el que un joven de la localidad -entre punky y metal- salió al ruedo con gafas negras, un pendiente, y una camisa a guisa de percal. Tal vez conmovido por las manifestaciones del respetable -quizás no muy matizadas- agasajó al público y a la presidencia con sen­ dos cortes de manga a cámara lenta que transformaron el coso en circo romano. Amparado por la fuerza pública el gladiador pudo abandonar el coso pero inopinadamente reapareció para llevarse a la enfermería una cornada en la axila. Cuando el médico le pre­ vino del dolor, el esforzado tuvo tiempo para replicar: -Yo paso del dolor, tío. Así que te gusten o no los toros -es indiferente- acude a los festejos porque te depararán claves sociológicas para profundizar en la idiosincrasia de este pueblo que tiene -como se dice hoy- más de una lectura.

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Pero no te olvides que estás en Extremadura, la región de más baja renta per cápita de España: la que ofrece el índi­ ce más bajo en consumo de libros, periódicos, asistencia al cine, pero que da los máximos nacionales en salas de discote­ cas. Y parte fundamental de la alegría de este pueblo es el complejo de discoteca Las Palmeras. Si te aburre la música, la sala de vídeo te ofrece una corrida de toros, una película o un programa musical. Saldrás un poco sordo, sediento de un ape­ tecible silencio que puedes encontrar en el pub London. Comenzamos con un verso de Rosales y creemos no es mal broche concluir con un poema salido de la pluma de Unamuno que en varias ocasiones visitó esta localidad: Hervás con sus castañares recoletos en la falda de la sierra, que hace espalda de Castilla, sus telares reliquias de economía medieval que el siglo abroga, y en un rincón la sinagoga en que la grey se reunía, que hoy añora la verdura de España, la que regara con su lloro -de él no avarael Zaguán de Extremadura.

A LAS HURDES Toma la carretera en dirección a Plasencia. Pasarás por Aldeanueva del Camino pueblo que hace unos meses tuvo un enfrentamiento con su vecino La Garganta: se cortaron, res­ pectivamente, el agua y el teléfono. Dejas atrás Aldeanueva y una desviación a la izquier­ da -señalizada- te conducirá a Segura de Toro, así como a un ramillete de antiguos pueblos que coronan oteros de difícil acceso y excelente visibilidad. Pueblos de pastores y cazado­ res que conservan restos de sillares y murallas, así como muestras de la cultura del verraco: toros y cerdos en piedra, de infantil labra, para unos exvotos, mojones fronterizos para otros, o símbolos para atraer la caza, o modelos de fecundidad a juzgar por la espléndida dotación de que hacen galas algu­ nos de estos mazacotes de granito. El pueblo de Segura lleva el apellido de Toro celta que preside la plaza. Está un poco deteriorado pues alguien utilizó la dinamita para buscar en las entrañas de la piedra un supues­ to tesoro. Matías Simón, militar, poeta, ex-alcalde, consiguió colocar el verraco en donde está, con muchos quebraderos de cabeza. Otro toro, también, se los procuró ante un tribunal por haber demostrado el bovino que no era, precisamente, de pie­ dra. Matías contestó a la demanda que le interpusieron, en verso. Tal vez sea el primer caso en la historia de la jurispru­ dencia de que haya noticia. Por semejante licencia procesal el juzgador sufrió serias dudas respecto a si tal documento sería ortodoxo. Como la anécdota es insólita ofrecemos la primicia de unos fragmentos del documento procesal. AL JUZGADO: SEÑORÍA.... Siempre que me dirijo a persona importante usando la poesía,

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a mi cara exijo poner el mejor semblante. Por lo que al caso respecta mucho trabajo me cuesta teniendo el dolor delante. SEÑORÍA... De Sentencia estoy dolido; creyendo tener razón _ acudo en APELACIÓN porque en Hervás he perdido. No me duele la cuantía, con ser tanta en poca categoría; me basta comprobar que la mentira se arrastra para poderse encumbrar. SEÑORÍA... El juicio fu e aplazado por no haber prueba bastante para ser yo condenado; en segunda citación nadie más ha declarado. ¿Por qué ganó el demandante? SEÑORÍA... Yo... en mis trece, sin dudar y con brío: -Ese novillo no es mío, lo más es que se parece. Y bien mirado, es natural que así sea: Donde pasta más ganado un toro mío padrea... ¡Y no es mía su ralea!

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SEÑORÍA... Perdone la insistencia; es duro afirmar en la sentencia que es mío un animal que hube de rehusar a su presencia. Aunque mi ganado no esté custodiado por un vaquero especial, con frecuencia es vigilado. La Sentencia ha exagerado. Su denuncia es un teatro: los pelos y señales no son tales, son un simulacro. SEÑORÍA... No es la primera vez que la mentira ha triunfado; por eso acudo a otro JU EZ docto, y... experimentado. SEÑORÍA... Muy digna es la CIENCIA que adorna a la JUSTICIA; mejor es el JUEZ, de más pericia, si en su CONCIENCIA se unen a la vez, La LEY, y... la EXPERIENCIA. Decídase.... SEÑORÍA. A un lado; FALSEDAD; al otro: SINCERIDAD; en esencia

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acude mi poesía a su PRESENCIA, suplicando una SENTENCIA más HONROSA. AUNQUE SEA, en PROSA. Volviendo a la carretera general, buscando Las Hurdes, el paisaje cambia. Muy pronto te encontrarás con dos institu­ ciones extremeñas: la encina y la charca. Los ecólogos comienzan a plantearse, seriamente, si los encinares extremeños desaparecerán en breve perseguidos como están por un arboricidio programado que pretenden sus­ tituirles por un árbol venenoso que hace las delicias de la mul­ tinacional papelera: el eucalipto. No te extrañe pues que, algún día, se produzca el siguiente diálogo: -Papá ¿qué era una encina? -Era un árbol. Daba bellotas dulces para los ganados. Evitaba la erosión de la tierra. Era un termo regula­ dor de la temperatura pues debajo de una encina el ganado suelto no se escarchaba. Regeneraba el suelo con la materia orgánica de sus hojas. Era un hermoso árbol. El árbol de esta tierra. -¿Por qué ya no hay? -Porque Extremadura tiene ya más eucaliptos que Australia. Pretenden desertizarnos. Este árbol mine­ raliza la tierra y al cabo de tres cortas la deja impro­ ductiva para siempre. -¡Pues me gustaría haber visto las encinas! -Queda alguna, dicen. Al menos nos quedará el consuelo de contemplar copudas encinas en los lienzos de Juan Carrillo que, como en una premonición, sombrea sus copas con una luz nazarena. Y la charca: en la antigüedad foco palúdico y abreva­ dero de ganados trashumantes por cordeles y cañadas. Hoy, aparte de otros destinos, es criadero de tencas, pescado casi exclusivo de estas tierras, que vive en los fondos cenagosos donde se aletarga durante el invierno. En estado adulto pesa de

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un kilo a dos. Si la captura tiene los ocho años puede pesar hasta cuatro kilos. Se pesca con lombriz y anzuelo lastrado de plomo para que llegue al fondo. Se trata de una carne blanca, exquisito manjar que no te resultará difícil encontrar por tascas y tabernas pueblerinas; más sabroso que la trucha, pero cuidadito con las espinas. Riégalas, si puedes, con un blanco de Almendralejo. En la provincia de Cáceres hay más de quinientas charcas. Para proteger esta riqueza hubo abundantes ordenan­ zas entre las que espigamos una, fechada el 22 de septiembre de 1603, y redactada por el concejo trujillano: Acordó que ningunas personas de cualquier calidad o condición que sean no pesquen en los estancos, metiendo banco ni silletas ni piedras ni otra cosa para poder pescar con cañas, ni descalzos ni de otra mane­ ra sino que desde fuera del agua, so pena de trescien­ tos maravedíes repartidos por tercias partes y que se apregone. Un desvío a mano izquierda de la carretera -consulta mapa adjunto- te conducirá al pueblecito de la Abadía. El Duque de Alba, allá por el año 1557, edificó su casa contra­ tando artífices españoles e italianos. Palacio (cantado por Lope de Vega y Ponz) que se adornó con fuentes, esculturas, pensiles, recuerdos de escorias entre la maleza. Una Andrómeda -picoteada de perdigonazos erógenos- conserva intacta la espalda en la protección de su hornacina. Lope de Vega escribe: Desde la grandeza del insigne Albano, cantaré del jardín del Abadía. Famoso, donde nace y muere el día. Yace donde comienza Extremadura, al pie del monte que divide España, un hermoso jardín que en hermosura los pensiles hibleos acompaña; de las nevadas sierras de Segura el río Serradnos baja, y baña los cimientos del muro, y las almenas miran por sus cristales sus arenas. 25


El pueblecito posee un claustro cisterciense, maravilla de arcos de ladrillos descansando sobre pilares góticos que, a juzgar por su labra, parecen del siglo XV. Se trata de una de las mejores manifestaciones extremeñas del gótico mudéjar. Pregunta por el casero que te abrirá las puertas ama­ blemente. Cerca de la Abadía se encuentra Granadilla, pueblo melancólico que se visita una vez al año para cumplimientos funerarios. El progreso de los pantanos le ha transformado en isla amurallada presidida por la fortaleza y la iglesia. En tiem­ pos fue importante, se llamó Granada, y tuvo voto en Cortes. Con la conquista de la actual Granada, tomo el diminutivo. A poca distancia el arco de Cáparra, con cuatro frentes, cantado por Plinio y por Gonzalo Correas que nos cuenta su gloria pasada: Kaparra es un pedazo de kalle, de poKas Kasas zerka de Plazenzia, en el kamino de la Plata, donde se parezen grandes rruinas! rrastros de aver sido gran ziudad en tiempo de rromanos. Siguiendo el trayecto llegarás a La Granja, pueblecito de casas bajas y blancas, con un mesón sin sofisticaciones al uso. Braseros de picón para las maternales camillas faldilleras en las que matar la velada a golpe de palo. Lumbre de suelo, como una fragua, y decoración de espejos antiguos que te devuelven una imagen brumosa. Arcones con pátina, almire­ ces de madera, un gamellón con patas, candiles, bronces de Guadalupe, un toque de subdesarrollo de postguerra en la ine­ fable colección de caballitos de cartón, y una techumbre ahu­ mada de la que cuelgan frutos en secadero. Su dueña se llama María, ávida lectora, que dejará el libro para prepararte unas verdaderas migas de pastor con cho­ colate, un cordero en salsa, o lo que te apetezca: alquimia que pertenece al secreto del sumario. Se me olvidaba. El mesón se llama El Ajo Loco.

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Y Guijo de Granadilla el pueblo donde vivió y murió el más popular vate extremeño: Gabriel y Galán. Su nieto ha dicho en unas recientes declaraciones que el poeta tuvo mucho de social pero que, a su muerte, su figura fue secuestrada por la reacción más tridentina que imperaba y ha seguido impe­ rando en este país. A Las Hurdes se llega por Mohedas y Casar de Palomero. Las Hurdes continúan siendo objeto de polémica. Llégate a ellas y comprueba lo que hay. Dilucida si son, ya, un paraíso como opinan algunos, o si apenas ha cambiado nada como opinan otros. Te ofrecemos alguna información, y casa tú el rompecabezas. Según J. González el hombre puede derivar de Illas Zahúrdas, denominación que aparece en un deslinde realizado por Alfonso XI, refiriéndose a esta comarca; el cambio de la e por la a puede explicarse porque cerca de Las Hurdes habita­ ron pobladores asturianos. En estas tierras se han encontrado abundante petroglifos, así como pinturas de cérvidos -esquemáticas- que hacen pensar fue poblada por los celtas. Pregunta en la alquería de Rubiaco por Santos Iglesias, cosmopolita impenitente, que te mostrará grabados de difícil interpretación, y que anda tras la idea de crear un museo hurdano. De la época romana se han encontrado monedas de Trajano en la Batuequilla. En la época visigótica el territorio de Las Hurdes formó parte del reino alano. Leyendas hay que hablan de Don Rodrigo cruzando Las Hurdes, de paso a Portugal, rumiando la derrota de Guadalete. Hasta aquí llega­ ron los moros: Caminomorisco. También camino de pastores nómadas durante la Reconquista. Nombres de alquerías y comarcas hablan de actividades ganaderas: Rivera Oveja, Ovejuela, Las Mestas. En 1604 el fraile Gabriel de San Antonio, habló de Las Hurdes en su libro Breve y verídica relación de los sucesos del reino de Sembosa. Existen documentos que hablan de la dehesa que llaman Jurde, propiedad de los albercanos que tra­ taron siempre a los jurdanos como a esclavos, cobrándoles 7.500 maravedíes anuales por el uso de la dehesa.

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El padre Eusebio Nuremberg, en su libro Curiosa Filosofía pretendió demostrar que en Las Hurdes estuvo ubi­ cado el Paraíso Terrenal. Pero mientras el sacerdote barajaba argumentos bíblicos, otros hablaban de la existencia de un niño lobo criado entre la pizarra hurdana salpicada de hele­ chales y torviscos. Miles de tinteros han consumido estas tie­ rras con las apreciaciones más encontradas. El doctor Lesendre -quizá la persona mejor informada sobre la comarcaescribió que constituían el honor de España. Coetáneamente un médico ultraderechista, el doctor Albiñana, contó que había visto aduares de moros y jacales de indios en la selva que superaban a la vivienda hurdana: y escribió de chozos levan­ tados sobre estiércol, y de hacinamientos. Pero Unamuno dice que durmió en Las Hurdes, en diferentes lugares, y que siem­ pre encontró camas mullidas y limpias. Tales dicotomías han sido la causa de una leyenda que se inició en la obra Rebus Hispaniae, de Alonso Sánchez, en la que se narra como una pareja de amantes, emparentados con el Duque de Alba, huyeron hasta internarse en un territorio en el que seres semejantes a espectros hablaban un lenguaje no modulado. Otros cuentan que fue el propio duque quien persi­ guiendo a un jabalí traspasó unos montes y se encontró con una etnia extraña y espantable: nobles y hurdanos huyeron, aterrados, los unos de los otros. Lope de Vega se basa en la anécdota de los dos amantes y teje su comedia Las Batuecas del Duque de Alba. La leyenda se va endureciendo hasta el extremo de proclamar que los hurdanos eran cruzados de lobo, o fieros brujos, o auténticos demonios. El corto de Buñuel no arregló precisamente las cosas. Nicolás Redondo, confinado en estas tierras, opinó, en un reciente libro de Pérez Mateos, que encontró una acogida extraordinaria por parte de todo el vecindario y que la gente es maravillosa y muy humana. Pero la leyenda se mantiene y no precisamente por plu­ mas sospechosas. El Conde de Canilleros -recientemente fallecido- se preguntaba: ¿Qué misterio telúrico palpita en estas tierras? habla el conde de parajes inverosímiles más propios para ser hollados por la cabra que por el pie huma­ no. Y añade que en las hondonadas palpita la angustia de con­ siderarse sumergido en los ámbitos de un astro muerto. Evaristo López habla de quinientos kilómetros cuadra­

¿Cómo viven estos sísifos? Antonio Pintado ha escrito recientemente que paseando por los poblados observó a sim-

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dos que son patéticamente miserables, en los que se siembra sangre para cosechar nada. Porque has entrado en el imperio de la pizarra, en el clamor de piedras, en la tierra sin tierra, con un suelo, si le hay, de ocho a diez centímetros de profundo: en un mundo casi irreal donde se pierde toda idea de la medida del hombre, en palabras de Ferres. Pero otros escritores de hoy, como Leandro de la Vega, te dirán que en Las Hurdes entraron nuevos vien­ tos y hoy es un pedazo de tierra extremeña, incorporado, como cualquier otro a la plana inmensa y cordial del mapa de España. E inmediatamente José Catalán -año 78- te dirá que Las Hurdes espanto subsisten, claro que subsisten, por más que se hable de leyenda negra o de inventos de forasteros. Y, en este mismo año Copémico escribe que representa este rin­ cón el remordimiento colectivo que se perpetúa a través del tiempo. Ocupan Las Hurdes un dos por ciento de la provincia de Cáceres. Abunda la pizarra y el agua, bien administrada por la herencia árabe. El chorro de la Meancera -en Ovejuela- es una cola de caballo de 68 metros que salta por una pared lisa. Pero falta la tierra, aunque haya que repetirlo hasta la sacie­ dad. Barrenechea escribe que en esta comarca apenas hay suelo y que todo lo cubre y recubre la pizarra: Millones de horas empleadas, perdidas, en elevar muros para subir algo de tierra desde los angostos valles y rellenar los bancales -a veces para plantar un solo árbol- para labrar la perduración de la miseria. Así, por siglos, los hurdanos han plantado y labrado -sin metáforas- su subsistencia a nivel de infrahuma­ nos. Una obra titánica. Un terrible monumento a lo absurdo, porque su enormidad, su grandeza física, la escalada inverosímil de los bancales por las abruptas laderas de las montañas pizarrosas, es como una escalera a un paraíso infernal. Una grandiosidad miserable, inútil, brutal, que parece regida por los dioses que condenaron a Sísifo.


pie vista la extrema debilidad y la falta de energía de la mayo­ ría de los habitantes. Que los ha visto sentados al sol, pálidos, temblorosos, a menudo torpes en el hablar o silenciosos, con la mirada fija en el vacío, prematuramente envejecidos, cró­ nicamente enfermos. Unos opinan que este desmayo y abulia, esta indolencia del hurdano, se debe a su antiguo gen morisco. Pero otros achacan la indolencia a una alimentación basada en patatas, nabos, coles, castañas y grasas. ¿De qué vive el hur­ dano? Realiza una emigración interior y trabaja en el algodón, en la vendimia, en la aceituna. Los más osados salieron al extranjero y volvieron para invertir sus ganancias en un trocito de corral con media docena de olivos por el que pagaron cantidades astronómicas. Ocurre que en una economía de mer­ cado todo se rige por la ley de la oferta y la demanda. Y esto es tierra sin tierra. Pero tendrás que decidir Las Hurdes que deseas visitar, pues dentro de la comarca hay dos bien diferenciadas; una la oficial, las blancas Hurdes de los cinco ayuntamientos comu­ nicados entre sí por la única carretera decente de la comarca. Recorrerás cinco pueblecitos normales, dentro del común subdesarrollo extremeño, con cierto trasiego, cuya contemplación te inclinará a darle la razón a las plumas que hablaron de unas Hurdes redimidas. Son la cara lavada que ocultan las otras Hurdes: las negras de Martilandrán, El Gaseo, Fragosa, Río Malo y un larguísimo etcétera. Alquerías sembradas por acá y por allá, incrustadas en vaguadas o colgadas de los montes: Las Hurdes de poblados cavileños con tejados pizarrosos para enmascararse en el paisaje, fenómeno de increíble mimetismo en aras de una supervivencia perseguida. Alquerías con su oscuro caparazón que las otorga aspecto de quelonio prehistó­ rico. Antonio Pintado escribió recientemente: En la casa hurdana tradicional, una choza de pizarra de menos de dos metros de altura, no se diferencia la vivienda de las personas de la dependencia destinada a los animales. Todavía hoy no todos los vecinos de las alquerías han introducido en sus casas la mejora que supone construir un tabique de separación entre la cuadra y la vivienda.

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Quédate con Las Hurdes que quieras. Las primeras las visitarás en un solo día, y el viaje no te resultará muy incó­ modo. Para las segundas deberás abandonar el coche y trepar, bajar, subir y atrochar como un jabalí. Encontrarás sucesos chocantes que trascenderán la anécdota para incidir en el campo de lo solanesco, de la pintura negra de Goya: moderní­ simos cementerios que no se pueden bendecir porque se pre­ cisa del barreno para acomodar la caja en el pizarral. Huertecillos liliputienses construidos con muros de piedra en seco rellenos con tierra traída de lejos. Supersticiones extrañas que no se han erradicado aún en las más apartadas alquerías. Úna comarca en donde a los adúlteros se les señala pública­ mente uniendo ambas casas, en el anonimato de la nocturni­ dad, con un reguero de paja. Tierra sin caminos, sin agricultura, sin industrias, con una increíble repoblación forestal cuya rentabilidad es de difícil aprovechamiento a causa de caminos, que más pare­ cen veredas, cordeles o cañadas, con un liviano riego de asfalto. Pregunta en El Gaseo por el Pastor, hombre que fuma en excelentes pipas que él mismo fabrica. Te contará historias de la prehistoria hurdana. Te hablará con un acento extraño y con arcaicas palabras. José Ma Butler aporta unos datos sumi­ nistrados por Dámaso Alonso referentes al lenguaje hurdano del que existen mil quinientas palabras propias. Es un dialec­ to del antiguo reino de León, arbitrario en el uso de sufijos, que aspira la s, la j, la h, y que convierte la e y la o finales en i y en u. El pastor te dará una clase práctica del habla hurda­ na. Y con un deje de pudor, entre divertido y burlón, te recita­ rá coplillas de bodas: Esta noche te rompo el virvirichu porque Dios lo ha querío darme mucha fuerza en el bichu. Te hablará de la complicada liturgia del matrimonio ancestral, de la amplia gama de remedios mágicos para curar enfermedades, remedios que aún subsisten en las alquerías más perdidas, y de la historia hurdana:

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Dicen que aquí vino un noble con su escolta buscan­ do los jabalines y se encontró con los hombres que había y dicen que los unos y los otros se espantaron de verse. Son tiempos traseros y remotos. Unos decí­ an que eran judíos y en Fragosa que moriscos. Sólo se sabía de ellos por palabras que habló un prior que hubo en el convento Los Ángeles. Este santo atravesó los valles de Las Hurdes y empezó a bautizar al per­ sonal que se alimentaba con centeno y tenían un moli­ no, que se conserva, hecho de piedras sin coazo. Como no había horno se cocía el pan a la lumbre. Decían que los primeros eran fuertes, de mucha vida, trabajosos para el trabajo, acarreaban grandes canchaleras y como no tenían martillos las pilaban las unas con las otras y que se vestían con pieles y el cal­ zado eran chanclas, los que las tenían, pedazos de madera con un cacho piel clavó con viru, pinchos de jara. Y para llevar la comida a lo lejos tenían migueras de corcha. Trabajaban el pastoreo y también rozaban la sierra, descuajaban el monte, luego lo quemaban y la ceniza le valía de vicio y sembraban el centeno. También fu e alimento la bellota y la castaña, que se decía: Pastores que guardáis cabras y sois brutos y animales que sos coméis las bellotas y recorréis los jarales. Y también castañas, pero las castañas es dañosa y tiene un ácido que chupa los estómagos. Decían los antiguos de la Ovejuela que el Santo que jizo el convento tenía un dragón apareció a un lagarto, pero en grande, y de fe o que era le llama­ ban el pecado y que ese lagarto es el de la Virgen que nos trajón pisándole la cabeza. Predicó por Las Hurdes cosas que no se han caído en el olvido y yo respondo de aquí, del Gaseo, y de muchos sitios más. Que cualquiera que llegase, se le da de comer sin pre-

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guntarle de onde es natural ni a qué viene, ni qué demanda, ni siquiera si padece hambre. Ya luego de comido que se jiciesen las preguntas. Y esa costumbre se ha llevado siempre por estas tierras de pobreza. Y dijo que aunque fu era por fa lta de iglesia que se casa­ ran y cuando encontraran medio de casarse por igle­ sia lo jiciesen y que no le importaba a Dios viviesen juntos si adespués se casaban. Bautizó en las aguas del río Jurdano, que lo puso él ese nombre, y también les platicó el bautismo de necesidad necesaria para que se juntasen los más ancianos del pueblo y le echasen el agua como él les hubo enseñado. También se acostumbraba en la Navidad no comer por la mañana y p o r la noche hacerlo, pero sólo patatas cocidas enteras y luego estripadas en aceite crudo. Las Hurdes siempre serán. Es tierra de muje­ res finas que las prende la simiente en un verbi. Que aunque se empeñen en ir sacando a la gente, con media docena de hembras que se dejen, en dos vein­ tenas está to abarrotao. Esto de Las Hurdes es como un grano gordo y con pus a flo r de la cabeza. Y no es meterse en política si digo lo de mi sentido común. Ya hemos visto Las Hurdes de los tiempos remotos. Las Hurdes de los tiempos presentes es que aquí se han hecho mal las cosas y ha entrado un dinero que no luce. Aquí nos tenían que sacar a todos a la fuerza y yo digo que a cualquier hurdano que le digan le dan casa y tierras menos ásperas y ve un posible de otro vivir... se va a donde le llevan. Pero aquí vino el gobernador y nos certificó: Os vamos a llevar a La Fragosa. Nadie quería porque La Fragosa es la misma tierra que ésta y nosotros hemos nacido aquí y no nos vamos de aquí para ir a un sitio igual, para llegar a un sitio que es de otros y que siempre sería­ mos miraos como gente forastera y que va a quitarles lo poco que tienen. Si eliges estas Hurdes negras y malditas -es una tierra maldita, cansada, herida, que escribió el poeta hurdano

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Esteban Cortijo- te parecerá, cuando regreses a Hervás, haber­ te encontrado en uno de los círculos de Dante. Y te acompa­ ñará el increíble silencio de un paisaje que minimiza al hom­ bre, y ese silencio irá unido a la sensación de impotencia más completa que, probablemente, hayas jamás experimentado.

AL VALLE De nuevo en Hervás. Extremadura es región de extremos. A pocos kilóme­ tros de Las Hurdes, regresas a un paisaje tan feraz que no lo podrás dirigir sin que te quede la huella de un pequeño trau­ ma. El Valle del Jerte te espera: Una mancha verde en el blanco espinazo de Gredos, que así lo vio Unamuno. Toma la carretera del monte Castañar Gallego y agóta­ la hasta encontrarte con los primeros pueblecitos que acompa­ ñan el discurrir del Jerte, río que ha gozado de abundante lite­ ratura. Son veinte kilómetros de sinuosa carretera con panorá­ micas para película en cinerama; y te cedo gustoso los adjetivos. Treinta por hora puede ser una velocidad suicida. Subir y subir, coronando oteros, suaves colinas o encrespados mon­ tes que se antojan al alcance de la mano. A un lado la peña des­ camada a golpe de petardo, al otro el abismo. Se recomienda el abuso del claxon en cada curva porque nadie se ve libre de un inestable que se reafirme al volante. Caballos sueltos, semisalvajes, y chotos montaraces están acostumbrados al coche pero pueden lanzarse contra ti si subes en moto. A medida que trepas la montaña, hasta coronarla, divisarás prados, olivos gateando laderas, el pantano de Gabriel y Galán brillando como un derrame de mercurio, los antiguos castros colgados de los montes, la cinta negra de la general, sierras diluidas en una pálida calina azulada detrás de las cuales reposa el impe­ rio de la pizarra. Entre el brezo apeona la perdiz. La nieve puede que aún resista en mayo. Pierdes un monte y lo recupe­ ras más cercano después de una vuelta. El paisaje cambia y se transforma. Culminas el puerto, e inicias el descenso en pos de la tierra de la cereza cuyos árboles son ornato de un valle encajonado por el que discurre el Jerte, que en griego signifi­ ca gozoso, y no es para menos. Valle de la cereza y valle del agua:

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La cual es tan fría como nieve pues, echada en vidrio hace por de fuera paño, como lo hace el agua frígidí­ sima, arrimada a la nieve. Y, por el mes de julio y agosto, ninguno podrá sustentar la mano en ella por espacio de dos credos, en entrecomillado de fray Alonso Fernández. El Valle que nace en uno de los pasos de Castilla a Extremadura: Tomavacas: por donde vuelven a tornar las vacas de los agostaderos de las sierras a los invernaderos. Aguas trucheras. Viejas ordenanzas placentinas se preocuparon de amparar las truchas castigando a quien entivolara el agua, a quien la entorbiscase, a quien la cenagase para que el agua se tomase corruta, a quien la enriase con lino, cáñamo, esparto, o torvisco para embriagar las truchas. Prohibían pescar las truchas con artimañas de cuerdas, armadiza, redes, lumbre nocturna: Ni con otra manera desde el día de San Miguel de septiembre de cada año hasta el día de carnestolendas porque en todo este tiempo desovan y no tienen sazón, y que en el mes de mayo no se puedan pescar truchas y barbos con masa so las penas de las premáticas, y en la misma pena caiga el que llevare la masa en la bolsa o en otra parte, aunque no pesque con ella.

Amparo, talla del siglo XVII, de la escuela de Montañés. El pueblo le festeja el 16 de julio cantándole el Ramo: una rama de árbol adornada con cintas, roscas y caramelos. Al Cristo por las calles se le lanzan elogios como gran Amparo y Triunfo eterno, se te aclama en empíricas regiones, y también se le agasaja con un enorme bizcocho. Cabezuela del Valle, es la capital del valle y el jardín de los cerezos. Pero no resultó fácil hacerlo jardín, a juzgar por lo que nos cuenta Madoz: La baña, de norte a sur, el río Jerte, que pasa inme­ diato a las casas, en cuyo punto tiene un buen puente de piedra de un solo arco muy elevado. El terreno es escabroso, parte calizo y parte arsénico, con muchas y buenas canteras, todo poblado de árboles y mata baja, pero sumamente pintoresco a causa del inmenso plantío de viñas con que se hallan cubiertas las lade­ ras de las sierras que se levantan en los dos costados de la población. Estas sierras son de una altura enor­ me, de una suelo durísimo y de poca tierra vegetal, por cuya razón, para llegar a presentarla en el estado de cultivo en que se encuentra, han sido necesarios grandes esfuerzos, y sobre todo, el interés de los natu­ rales y su afición al trabajo.

Río y carretera caminan juntos, cruzan el valle y desembocan en una dilatada llanura donde Plasencia se despe­ reza. Riega huertecillos que parecen jardines, y camina tor­ turado y rumoroso, helado de tanta nieve, al encuentro de su muerte en el Alagón. Siguiendo su nacimiento se suceden pue­ blos ubicados en lugares inverosímiles. El primero lleva el nombre del río: Vale más una jerteña, con una cinta en el pelo, que toda la serranía vestida de terciopelo. Bellas jerteñas que tienen un gran sentido de la castidad que se aprecia mucho cuando bailan las jotas dando a su busto un movimiento ele­ gante, en opinión de Isabel Alia. En la localidad de Jerte se venera el Cristo del

Cabezuela es un paraíso veraniego, aún no explotado por aquellos que llevan la ecología en su cartera. ¡Mucho ojo! Calles estrechas y enrolladas, casas trepando por lo que fue monte, balcones colgantes que buscan el sol de invierno para secadero de higos y pimientos. Y entre la maravilla arquitec­ tónica de piedra y madera se van incrustando casas con pre­ tensiones, de un horterismo asustante, como si algunos enten­ diesen que arquitectura ejemplar es sinónimo de pobreza. Cabezuela del Valle -y todo el valle- es para visita en primavera, con el deshielo, pintado de rosa y blanco, paisaje japonés, orgía del cerezo en flor. Cerezas del Valle que mejo­ res no las tienen ni los Persas, castaños del Valle que en un solo árbol vimos cubrir en su cabidad a diez caballeros arma­ dos, nabos del Valle que superan a todos en sabor y calidad. Pero si este médico del siglo XVI -Luis de Toro- te

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parece un poco chauvinista, busquemos a un escritor más cer­ cano, Aldecoa que exclama: ¡Santa María qué tierra! Tres pueblos del Valle tienen como Patrón a San Sebastián y celebran su fiesta el 20 de enero. Mucha pólvora, vino, canciones, tamboril, simulacro de vacas y toros, segura­ mente obedeciendo a célticas tradiciones. En Piornal se llama la fiesta del Jarramplas, personaje vestido de blanco y adornado con cintas que es perseguido por las calles mientras canta alboradas y recoge limosnas para el patrono. Dicen que se trató de un mal sujeto al que la Iglesia regeneró. En Navaconcejo es el Taraballo, personaje vestido de blanco y que lleva en los glúteos un letrero rojo con la siguien­ te leyenda: besa. Armado de látigo, brinca y danza ante el Santo y persigue a los niños amagándoles. En Acebuche son las Carantoñas, que escenifican una leyenda según la cual Diocleciano arrojó a San Sebastián a fie­ ras hambrientas que no le atacaron. Fue soltado un toro bravo que arremetió contra las fieras. Los hombres se visten con pie­ les de cabra, o buey, cubriéndose el rostro con caretas horripi­ lantes. Siguen al santo en la procesión pretendiendo intimi­ darle con gestos y aullidos para finalmente postrarse ante la imagen. Cuando los vecinos disparan sus armas, las Carantoñas se revuelven por el suelo fingiéndose heridas. Aparece la vaca -tora- hombre con cuernos y cencerros -que ataca a las Carantoñas persiguiéndolas en su huida. Para mayor amplitud de datos me remito al libro de don Valeriano Gutiérrez Macías: Por la geografía Caeereña. Imprescindibles en estas fiestas es otra institución extremeña en trance de desaparecer: el tamborilero. Pregunta en Cabrero por uno de los mejores de España, Roque Cruz, hombre que gusta no negar la conversación a nadie. Te expli­ cará su técnica para dibujar en asta de cuerno; diseños para el traje ideal que debería vestir todo tamborilero en fiesta; su arte para guisar sustanciosas patas de cabra con arroz; te contará cómo fabrican los pastores la flauta de fresno -algunas de hasta 10.000 pesetas, según lo bien vestido que vayan- y de cómo se trabaja un tambor. Roque Cruz es uno de los últimos tamborileros de esta tierra en la que el tamboril y la flauta fue algo consustancial

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con la fiesta, el baile, el sermón y el santo por las calles, las bodas y los quintos. Con el carnaval, en suma, de un pueblo en permanente cuaresma. Él mismo dice que entre los jóvenes no hay estímulo para proseguir la tradición. El rústico tamborile­ ro que durante siglos cloroformó el subdesarrollo, va quedan­ do arrinconado y sin poder competir con los grupos musicales y las atracciones que invaden hasta el más pequeño núcleo rural en fiesta. El son del tamborilero muere devorado por los decibelios de las discotecas. El vino del lugar deja paso al cubata de garrafón. Son otros tiempos, y, Roque Cruz, institución del Valle, lo sabe.

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A LA VERA De Plasencia a La Vera se va por una carretera que bien pudie­ ra definirse como la antología de la curva: de todas las formas y tamaños, algunas mortales de necesidad si conduces con mentalidad urbana. La carretera bordea la sierra provocando estragos en estómagos delicados. Ya dijo Unamuno, y sus palabras siguen vigentes: Esta Vera de Plasencia ha estado siempre muy apartada de las grandes rutas de España. Unos dicen que su nombre proviene de Vetonia. Otros de a la Vera de su río Tiétar. Se trata de una comarca resguar­ dada por la vertiente meridional de Gredos, murallón que se abalanza en vertical desde los casi 3.000 metros de sus cum­ bres, siempre canas, hasta el regazo del jugoso valle por el que discurre, también gozoso, el Tiétar. La paradoja es deslum­ brante: Vigilados por nieves eternas, y liqúenes en las cum­ bres, crecen en el Valle frutos subtropicales, aparte de una increíble variedad de flora, hábitats y biotopos. El roble común se hermana con la higuera, el pino con el fresno, la morera con el sauce, el naranjo con el limonero. Así mismo una heterogeneidad de especies animales propias que van desde la salamandra del Almanzor o al sapo de Gredos, a la cabra montés pasando por el águila real, el buitre leonado, la nutria, el lirón careto, el quebrantahuesos, la cigüeña blanca, el zorro. Veintitrés especies de reptiles, destacando los galápa­ gos autóctonos. Ciento treinta de aves: alimoches, alcotanes, buitres negros. Más de treinta de mamíferos: gato montés, jineta, tejones y turones. Y doce especies de anfibios, con el tritón como exótico reyezuelo de esta fauna. Pero el plato fuerte es la cabra montés -unos cuatro mil ejemplares- reparti­ dos por las cumbres, y fácilmente visibles. Cabras sí, cabrones no, fue el texto de innumerables

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pintadas que pretendían concienciar sobre la depredación pro­ gramada para Gredos. Llegarán los viejos machos cabrios de eso no cabe duda, y desaparecerán las cabras salvajes a instancias de ambi­ ciones capaces de contaminar ríos, arrasar mares, y acabar con los escasos rincones en los que sobrevive la naturaleza. Estrabón afirmó que en La Vera estuvieron los Campos Elíseos, lugar de vida bienaventurada, habitación de los Dioses y descanso de varones justos. Fray Alonso Fernández afirma que Homero escribió que los Campos Elíseos, estaban en estos reinos, Rodrigo Méndez -siglo XVII- dijo que La Vera no sólo era uno de los lugares más fértiles de España sino también de todo Europa y Asia: Acompañada de muchas gargantas y arroyos de agua, que producen abundancia de regalada pesca y tru­ chas, pues, en solas las gargantas de Valverde, se cojen todos los años más de quinientas arrobas deltas.

En Jaraíz nace en el siglo XVI Gonzalo Correas, cate­ drático de la Universidad Salmantina y autor de un libro de refranes. Fue Gonzalo Correas un extraordinario lingüista que pretendió reducir el alfabeto a 25 letras y que se convirtió en un adelantado de los fonemas. Sobre el vino, dice: El tinto de Cuacos, de Jarandilla el blanco, de Pasaron el clarete, de Jaraíz de toda suerte. Respecto al vino de Pasaron insiste: soñaba yo que tenía una viña en Pasarán. Veamos otro proverbio, un poco machista: A la preñada, hasta que para, y a la parida cada día. Y lo explica así: ...en prueba de ello me dijo una honrada matrona que enviudando recién preñada tuvo recio parto p o r fa l­ tarle la junta del marido, lo cual no sucedió en otros partos antes. En Jarandilla su primitivo castillo templario se trans­ formó en la actual iglesia de Santa María de la Torre. También es tierra de buen vino:

Famosas truchas veratas de las que también habló -en 1667- Gabriel Acedo cuando escribe que en la Garganta del Jaranda se cobró una trucha de doce kilos y cuatrocientos veinte gramos, después de lo cual volvió la calma a la gargan­ ta pues nadie se atrevía a bañarse en sus aguas temiendo su monstruosidad y grandeza. Habla también Acedo de racimos de uvas que pesaban 28 libras, de granos como nueces, pues todo el diezmo de la fruta de La Vera vale muchos millares de ducados. También paraíso de la montería, según informa Alfonso XI en su libro sobre la caza. Jaraíz -nombre árabe que significa tierras labradas- es el núcleo verato más poblado y la capital del pimiento. Así mismo la comarca de La Vera es la capital del tabaco de España, pero no hay una sola fábrica que lo transforme. Te encuentras en la petaca de España y, sin embargo, en estas tie­ rras únicamente se efectúan las labores más trabajosas y menos remuneradas. Más del 70 % del tabaco nacional sale de estas tierras, y aquí sólo queda el humo sin sustancia de lo comido por lo servido.

Y no se tome como triunfalismo porque la frase es de un noble flamenco de la Corte de Carlos. Instálate en el parador de turismo, antiguo castillo res­ taurado que se comenzó a construir en el siglo XIV. Tiene puente levadizo, cubas de argamasa y cantería, almenadas torres y un patio interior que te ofrece admirables calados de vainica en la piedra. Por sus pasillos, escaleras y salones, en un apacible silencio de museo, flota el recuerdo del emperador Carlos que habitó el castillo de camino a Yuste. Comerás rodeado de antiguos tapices y bellos artesonados; y aquí pue­ des solicitar la ancestral comida extremeña de pastores, sus­

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Lo mejor del mundo, España; lo mejor de España, La Vera; lo mejor de La Vera, Jarandilla; lo mejor de Jarandilla, la bodega de Pedro Acedo de la Berrueza. A llí está lo mejor del mundo. Allí quisiera que me enterraran, para irme al cielo, porque tiene el mejor vino de la tierra.


tanciosa, concebida para estómagos aún no mordidos por la acidez o la úlcera del estrés: migas, frite, caldereta, sopas engañadas, berenjena a la extremeña, tortillas de espárragos trigueros, anguila de la tierra en salsa, y todos los productos del cerdo. Manjares que pueden regar con vino del país, o con caldos de Ahigal, Montánchez o Malpartida. No, la trucha no se ha quedado en el tintero. Merece un punto y aparte. Puedes pedir aquí las más sabrosas del orbe, a juzgar por lo que cuenta Berruezo:

En la obra de Lope, la Serrana tiene un final feliz. Vélez, la castiga a garrote. Valdivieso también la perdona. Los sucesos ocurrieron por el año 1550. Desde muy jovencita la Serrana dominaba caballos y cazaba lobos y jaba­ líes. También reducía toros en la plaza de Plasencia, atenta­ mente observada por los Reyes Católicos, como narra Vélez de Guevara. Gila:

Escupiendo espuma al cielo viene el toro, yo me arrojo, que si los cuernos le cojo, le he de hacer mandar al suelo.

Isabel:

Loca aquella labradora, Ñuño, al parecer está.

Ñuño:

Por los cuernos está ya al toro feroz, y agora le rinde como si fuera una oveja.

Femando:

/ Que osadía!

Gila:

Ya saben la fuerza mía los novillos de La Vera.

Son cuatro esas gargantas de las truchas más sabrosas del orbe y tienen muchas. Si llegas a Jarandilla el jueves anterior al de la Ascensión asistirás a la fiesta que se celebra en honor de la Virgen de Sopetrán. La imagen es conducida desde su ermita a la parroquia, acompañada de las doce danzantes de la Virgen que, vestidos de blanco y con pañuelos a la cabeza, no dan la espalda a la imagen ni un momento, danzando para ello hacía atrás. Por estas tierras de La Vera flota la leyenda de su céle­ bre serrana que guarda pocas concomitancias con la vaquera de la Finojosa, o con la serrana del camino que va a Lozoyuela, del Marqués de Santilla. Más bien hermanada con la serrana de Gadea de Riofrío, hija del Arcipreste de Hita. La de La Vera atrajo la pluma de Lope, que la llamó Leonarda. La pluma de Vélez de Guevara, que la llamó Gila. Y la pluma de Valdivieso. En romances recibe el nombre de doña María, hija natural del Duque de Béjar. Otros le llaman Isabel. Salteóme la Serrana yunto al pie de la Cabaña, la Serrana de La Vera, ojigarza, rubia y blanca, que un roble a brazos arranca, tan hermosa como fiera, viniendo de Talavera, me salteó en la montaña.

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A la moza le llegó su tiempo de amor. Burlada -dicen- por un sobrino de los Carvajales, aunque otros romances hablan de que pretendió casarse con mozos que sus padres no aprobaban, huyó a Gredos y tuvo su campo de operaciones en la Serranía de Tarmantos, y Garganta la Olla como pueblo más cercano. Alrededor de este mito se tejen las más increíbles leyendas, plato fuerte para nuestros dramaturgos del Siglo de Oro, y nuestros poetas románticos. Polifemo, a su lado, era un aprendiz, pues ella clausu­ raba de noche su cueva con una piedra de doscientas arrobas que, por última voluntad de la Serrana, dicen, se transformó en la pila bautismal de Garganta la Olla. Gran tiradora de barra, que ningún hombre la superó en tal deporte.

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Fornida, alta, rubia, con vestido campestre que descu­ bre medio muslo apretado, es todo un mito sex symbol entre campesina del terruño y valquiria. Su lascivia parece no tener freno y es preciso sonreírse del Imperio de los sentidos o de Garganta profunda. Sabía atraerse a los caminantes que se perdían o cruzaban sus parajes para atrochar. La mantis extre­ meña ofrecía un festín de perdices y conejos regados con vino. Luego venía el amor, terreno en el que se comportaba activa­ mente a juzgar por lo que nos cuentan los romances más diver­ sos: Desnudóse y desnudóme...

pues perdonar es de reyes, ¡perdón, señor, yo pequé! Esposo:

Tu esposo ofendido soy. ¡Ay, enemiga mujer! ¡Aquí de los cuadrilleros! ¡La salteada prended! Cuerda y lazos de Adán al cuello y manos poned. Ya en mis manos has caído.

Serrana:

¿Dónde puedo yo caer mejor que en manos de Dios? Si confieso que pequé caída en ellas, Señor, sé que me levantaréis.

Esposo:

Será en un palo.

Serrana:

Yo confieso que está mi remedio en él.

Esposo:

Sacadla luego al camino y en un palo la poned. Poneos con Dios bien, Serrana.

otro: Hacía que la gozase. Si no de grado por fuerza... otro: Los atrapaba en los brazos acostándose con ella. otro: Hacía que tuvieran sus gustos y sus deleites con ella. Apaciguada la calentura, los mataba. Huesos y calave­ ras se amontonaban en tétricas hoyancas cerca de la cueva. Romances dicen que encendía el fuego con los huesos. En una ocasión la presunta víctima logró escapar apro­ vechando una cabezadita de la Serrana. Contó su aventura a la justicia de Plasencia que envió a la sierra un destacamento de cuadrilleros. Prenden a la Serrana y la llevan a Plasencia en donde es ahorcada. Pero otras historias comentan que los cua­ drilleros la encontraron muerta y con los pechos amputados. Valdivieso se apiada en su obra La Serrana de Plasencia. He aquí el diálogo: Serrana:

Si sois pastor. Buen Pastor, pues como ovejuela erré, a esta ovejuela perdida a vuestro aprisco volved. Si sois rey, porque sin duda esta presencia es de un rey,

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Finalmente consigue el perdón. Si quieres conocer serranas bellísimas y dulces, que danzan en honor de la Virgen, acude a Garganta la Olla el día de la Visitación de la Virgen a Santa Isabel. Ocho danzantes llamadas las italianas y que han de ser solteras- vestidas de blanco, con zapatillas y medias blancas, adornadas de cintas, claveles en el pelo, gorrito con espejo, y castañuelas que acompañan el tamboril, danzan hacia atrás sin perder la cara de la Virgen y de Santa Isabel. Terminada la danza hay ofren­ da de canastillos con dulces. Algunos investigadores afirman que la danza es origi­ nal de Italia, exportada por los soldados de Garganta. Pero la autoridad de García Matos indica que su procedencia es gitana.

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ARQUITECTURA EJEMPLAR La comarca de La Vera merece ser visitada, primordialmente, porque es depositaría de una de las arquitecturas populares más interesantes de España, así como por ofrecer todos sus pueblos una uniformidad constructiva que les aglutina en lo que Rafael Chañes y Ximena Vicente denominan como arqui­ tectura ejemplar. La pobreza constructiva se llena de imagina­ ción que avanza en lo que con el tiempo fueron factores sico­ lógicos y sociológicos influyentes en la ordenación de volú­ menes. Casas para ser habitadas y no pretexto de emulación social o pública exteriorización de estatus. Milagro -que aún puede contemplarse con bastante pureza- de la proporción que se adapta al medio sin violentar­ le, dignificándole, arquitectura que no lesiona el paisaje: agre­ sión dolorosísima porque se hereda, y contribuye a la defor­ mación estética de las generaciones por venir. Los autores antes citados dicen en su libro Arquitectura Popular de La Vera, 1972: Estos poblados veratos están tan amarrados a la tie­ rra, tan adaptados a la topografía que, sin mimetizarse con ella, aparecen como depositados allí p o r efec­ to de una fuerza semejante a la que ha amontonado los cantos rodados en las orillas de las gargantas. Sobre todo al contemplarlos desde un alto, el mar de tejas, que producen las cubiertas de las viviendas armoniza perfectamente con las colinas y con las fo r ­ mas y colores de la vegetación. Valverde de la Vera y Cuacos dan ejemplo de ello. Los pueblos crecen cerca del agua, en las faldas de la sierra, huyendo de la llanada, que se respeta para tierra de labor, así como de las palúdicas charcas. Mediante planos inclinados -que provocan en estos pueblos ilusión de calles a punto de echarse a caminar- se

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buscó la adaptación a una topografía de falda. Casas estrechas y alargadas buscando la orientación al Mediodía. La planta baja es muro de granito de mala labra. La segunda y tercera planta se construyen con trabazón de made­ ra y relleno de los entrepaños con adobe. La cuadra ocupa el nivel inferior de la casa. Luego una planta baja o zaguán que se comunica con los dormitorios por una escalera. En un plano superior la cocina y el desván. El pavimento es de piedra y la techumbre de teja árabe a dos vertientes, de grandes aleros. Piedra, madera, adobe, teja: lo que la naturaleza ofre­ ce, y sabiamente combinado. Balcones voladizos, solanas para secaderos del pimiento y otros frutos que disputan el color a los racimos de geranios, como en el Valle. Balconadas de madera sin pintar, con el pastiche del novedoso hierro. Solanas que se acercan, de acera a acera, para conversación sosegada. Casas que son parte orgánica de unas calles que se recosen sin individualizaciones ostentosas. Pueblos pensados para que viva el hombre, en lugar de la inmobiliaria. Las dife­ rentes alturas de las casas se suceden sin estridencias, casa a casa se fragua una calle viva que traza meandros, se dilata o estrecha, ofrece rinconeras en las que la luz y la sombra com­ ponen un abanico de intensidades para que la penumbra adquiera sustantividad. De súbito un estrechamiento provoca el casi rozar de los tejados quedando la calle semicerrada, como un palio, al sol o la lluvia, para desembocar un trecho adelante con la explotación de luz de una placita. Así lo vio Unamuno en Jaraíz: La calleja se retuerce y no se ve de un extremo a otro. No es un canal de curso recto; es más bien como el curso de un río que fuera culebreando. Y se siente a la intimidad de la sombra. De una casa puede cuchichearse con los de la casa de enfrente. Diríase una sola vivienda. Y los autores antes citados escriben: Encontramos así cómo las calles es siempre una vía de convivencia entre personas y animales, y la más de las

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veces un lugar de estancia, que comienza a ser dra­ máticamente profanado por la aparición del automó­ vil. Cómo la calle alcanza todo su sentido de espacio público, de lugar para todos, que se refuerza con la protección, que ofrecen contra el sol y la lluvia los voladizos y balcones de las casas. Hemos podido reco­ rrer en día de lluvia todas las calles de Valverde de la Vera, sin necesidad de utilizar un paraguas, siempre bajo la protección amable de los volúmenes salientes de las casas. Soportales de piedra o de madera para conciliábulo de viejos, cabildeo de mujeres en sillas de pajas con labores en regazo, juegos de niños y ornato de las amplias plazas despe­ jadas; solanas comunitarias con fuentes democráticas para hombres y animales, sin árboles pues en La Vera no se preci­ sa domesticarles ni convertirles en adorno versallesco entre la piedra y el cemento. Plaza para tenderetes de comerciantes, estalaches de ferias, capea y baile, trasiego de niños y cabezudos. Plazas que, por mor del progreso, se transforman aceleradamente en aparcamientos y trasiego de coches que matan día a día el carácter de estos lugares pensados para la comunicación. Dentro de muy poco, si alguien no lo remedia, no se podrá escuchar el murmullo del agua que, en La Vera, siempre formó parte de la vida cotidiana y que, a impulsos de la herencia árabe, se utiliza no sólo como necesidad doméstica o agrícola sino como motivo estético y de relax discurriendo por ace­ quias de piedra que aún cruzan calles, como en Valverde o Villanueva. Valverde es un pueblo medieval con una bella picota barroca engalanada de cadenas. En Valverde, ¡ay Dios!, se han edificado casas de ladri­ llos y ventanales de cristal incrustadas entre el balcón corrido y el entramado de madera. Alguien contesta a la extrañeza del turista: -Pues es que mire usted: poco a poco se va adecen­ tando el pueblo. Lo que ha dado fama a este pueblo son sus Empalaos, ritual que data de tiempos inmemoriales. Un documento del

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año 1600 -libro cofradía Pasión de KPTO- especifica que el número de Hermanos Hacheros de Luz superaba la treintena, así como 145 Hermanos de Disciplina. El presidente de la cofradía ostentaba título de alcalde. Antiguamente los hombres se empalaban por promesa. Hoy ya se sabe. Jueves Santo. Un hombre se desnuda en casa y es azo­ tado. Sobre la carne tumefacta se derrama sal y vinagre. Encima de los hombros se le coloca el timón del arado y, para agudizar el peso, se cuelgan vilortas de hierro en los extremos. Una gruesa soga de esparto le trepa, vientre arriba, el pecho, los brazos y las manos hasta conseguir que timón y hombre compongan una sola pieza experta en medir bien las distancias por el laberinto de calles. La presión de la cuerda sobre el tórax dificulta la respiración, altera la circulación de la sangre, hace penoso cada movimiento, y la soga pellizca la carne amoratada.

llegué con mi boca el suelo a besar.

Sígueme y verás que esta fu e la tercera caída,

Villanueva de la Vera ofrece otra liturgia peculiar cuyo origen data de un auto inquisitorial contra algún judío de la comarca. El Pero Palo, que se celebra el sábado de Quincuagésima. El pueblo de Villanueva le condena a muerte por delito de alta traición. El sábado se coloca la aguja que sostendrá al monigote. El grupo de peropaleros atronan el aire con sus tambores. Con el resto del Pero Palo del año anterior se fabrica el nuevo, recosiendo el traje y embutiendo la paja al tiempo que los operadores recitan extrañas coplas que concluyen en un lamento acompañado por toque suave de tambor. Al monigo­ te se le une cabeza de madera que se toca con sombrero negro, y en la boca un cigarrillo. Está vestido con una sola pieza de calzón y chaqueta, al vientre se le lía una faja que oculta la mano izquierda: la derecha, libre, desaparece bajo guante blanco. El domingo, al amanecer, el Pero Palo es colocado en la aguja entre coplas y quejidos impresionantes. El martes se nombra la justicia que ha de condenarle. Un hombre ensaba­ nado y montado en burro anuncia por el pueblo que el tribunal está reunido. El jinete lleva a las espaldas un cartel con supuestos nombres de jueces. Un personaje llamado el capitán, escoltado por los vecinos, se dirige a la casa parroquial para recoger las alabar­ das y acudir a la casa del jefe de los peropaleros a por una ban­ dera, con la insignia de la media luna, para colocarla en el bal­ cón de su casa. Después de la comida comienza el ofertorio, presidido por fuerzas vivas y la asistencia de un peropalero. Otro peropalero acompaña al tribunal, que va disfrazado y que porta picas, de las que cuelgan calabazas, con las que golpean a los que se acercan a la mesa de las autoridades para ofrecer su óbolo. Otra ceremonia es airear la bandera a ritmo de tambor. Si se arruga el trapo, el abanderado recibe abucheos, pero si flamea terso hay salvas de pólvora en su honor. A son de tambor, tumbado en parihuelas, es llevado a su entierro el Pero Palo. Mientras se le decapita los vecinos discuten a veces con violencia, si debe morir o no. Personas

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¿ Qué le importan los guijarros, las espinas, el peso del timón y las vilortas la punzante caricia del esparto, las agobiantes apreturas de las sogas? De cintura hacía abajo el Empalao se cubre con enagua de mujer, contrastando la puntilla femenina con la tremenda plasticidad que ofrece el hombre de cintura arriba. Para que la penitencia quede en el anonimato, el Empalao oculta su rostro con una gasa o sudario. Por la nuca se le introducen dos espa­ das, y la cabeza va coronada de espinas. El Empalao se dispone a rezar un via crucis de esta­ ciones que recorren el pueblo. Sube, baja, se pone de rodillas, le sangran los pies, y un lazarillo con farol precede al peniten­ te y le orienta. Penitencia ancestral corrompida por un turismo de consumo, irrespetuoso, ávido de documentos gráficos para poder probar que yo estuve allí. En medio de un bullicio ensordecedor, de feria, alguien grita que viene uno. Carreras, voces, flash.


mayores, con capas negras, simulan llorar. El Pero Palo es manteado hasta que pierde la paja. La fiesta es una orgía de colorido. Niños y niñas con sus trajes regionales ponen en la plaza un diminuto y movedi­ zo manchón de amarillos, rojos, azules y blancos. Los villanovenses abren sus arcones y sus joyeros y se engalanan con antiguos y bellísimos mantones de cien colores, con faldas de paño rojo y negro bordadas, gargantillas de oro caladas, pesa­ dos sombreros de raso. Y se entonan canciones alusivas al acto: Ese que llaman Revite y p o r nombre Pero Palo ha salido en la sentencia que tiene que ser quemado a eso del tercer día. *** Por las montañas de Oviedo baja un valeroso eco, caballero en una cabra con su albardón y su freno, y por compañía trae cuatrocientos mil gallegos. *** Los unos vienen preñados, los otros vienen pariendo y otros a medio parir, y otro paridos enteros. Y les dice, hijos míos, hijos de aquí este ciruelo alzarme este jarapal veréis el misar que tengo.

Su padre es un gran judío y un gran ladrón afamado, que del primer matrimonio hizo ciento y un muchacho. Es menester castigarlo, hágase junta de buenos al casar una judía con un gran cristiano nuevo. *** En el monumento están pintados los judijuelos, con un gorro colorado y en el culo metió un dedo. *** Judíos, mi padre es Cristo, vosotros me lo matasteis. Cada día que amanece veo a quien mató a mi padre. El judío con judío y el cristiano con su igual, y el que está limpio y sin mancha sin pecado original. A pesar de quien pesare se ha de tocar el tambor, que en Llerena se ha vencido por Santa Inquisición. ***

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Amados cristianos nuevos los que sois de buena sangre, no os arriméis a los judíos porque es infame linaje. *** Si alguno de esa semilla viene con cuatro corderos, tres cintas, una bolsita, cuatro docenas de botones... ponen una tiendecilla donde su pobreza está y con ellas mantienen, gana dinero y caudal. A eso del tercer día va el alguacil y los llama y no os iréis sin que paguéis esa deuda que debéis a la justicia ordinaria. Y si no tenéis hacienda con que la deuda paguéis mando que sos lleven preso y en la cárcel moriréis. ***

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A cabóse de im prim ir este libro en los talleres de Im prenta “ La V ictoria”, de Plasencia, el día 23 de Abril de 2009, “D ía del Libro”, al cuidado de Teófilo G onzález Porras.


COLECCIÓN

“VISIONES DE EXTREMADURA” “Referencias a Extremadura del Maestro Correas y del Médico Sorapán” (2001) “En tren por Extremadura con Gregorio Marafión” (2002) “Un viaje romancesco a Yuste con Ciro Bayo” (2003) “Un viaje a Extremadura con Federico García Sánchiz” (2004) “Extremadura (Badajoz y Cáceres) de Nicolás Díaz y Pérez” (2005) “Viage a Estremadura de Francisco de Paula Mellado” (2006) “Viaje por castillos y monasterios en Extremadura con Federico Carlos Saínz de Robles” (2007) “Extremadura y los extremeños” de Eduardo Hemández-Pacheco (2008) “Por Cáceres de trecho en trecho” de Víctor Chamorro (2009)


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