Los orígenes de Cáceres por Carlos Callejo Serrano

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LOS ORIGENES DE CACERES

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CARLOS CALLEJO SERRANO C. de la Real Academia de la Historia Cronista oficial de Cรกceres

LOS ORIGENES DE CACERES

CA C ERES


Fotografías y mapas del autor. (La viñeta que ilustra la portada está sacada de un grabado francés del s. XIX. Grab. Dutailly.)

A mis hijos cacereños Antonio María, Alfonso, Gonzalo y Guadalupe.

Edita: Institución Cultural «EL BROCENSE» de la Excma. Diputación Provincial. I. S. B. N.: 84-00-04727-3 Depósito Legal: GC-221-1980 Imprime:

e xtre n u id u ra

c .e .r., Políg. La Madrila


I N T R O D U C C I Ó N

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En 1962 salió bajo la firm a del autor de estas líneas, un libro titulado “ El origen y el nombre de Cáceres” . En sus páginas, avaladas por un prólogo del insigne maestro Antonio García Bellido, se acometía la tarea de codificar las múltiples versiones que en la bibliografía corrían sobre la estirpe de la noble ciudad, los distintos nombres que recibiera en la antigüedad, y las vicisitudes de su historia y de su prehistoria, desechando no pocas especies anti­ cuadas o faltas de fundamento, y eligiendo entre otras la línea que nos parecía más exacta tanto en el campo his­ tórico como en el lingüístico, ya que la más prim itiva ¡dea que me llevó a la confección de tal obra, fue realizar un estudio filológico del topónimo de la ciudad, pues las teo­ rías que a la sazón corrían sobre el mismo, se hacían in­ sostenibles. El estudio de esta etimología lleva primera­ mente a la época árabe, y la continuación inductiva del tra­ bajo nos hace llegar al Cáceres romano. Los materiales que fue necesario reunir para aquel análisis lingüístico eran utilizables para una corta síntesis histórica, y por otro lado muchos de los aspectos onomásticos de la cues­ tión no pueden comprenderse bien sin una explicación lo más completa posible de la situación y características de la ciudad cacereña en aquellas lejanas épocas. Aquel libro, que en realidad contenía hipótesis y apor­ taciones nuevas, en todo lo que abarcaban sus temas, se agotó bastante pronto, y por supuesto recibí de muchas personas el consejo de reeditarlo. Pero en el transcurso de los últimos años, nuevos estudios y hallazgos, nuevas hipótesis y polémicas se fueron sucediendo, sobre todo desde que en 1967 se celebró con cierta solemnidad el Bimilenario de la ciudad, haciéndolo co in cidir con un gran Congreso de Estudios Extremeños, y perpetuado incluso a nivel nacional por una emisión filatélica conmemorativa.


Habiendo transcurrido aún más años, los últimos bas­ tante fecundos para la historiografía de Cáceres, a causa de haberse instaurado la Universidad de Extremadura, las modificaciones y añadiduras a hacer sobre el prim itivo texto eran tantas, que pareció mejor refundirlo en un nuevo libro, con un nombre distinto y mejor presentación e ilus­ tración. A pesar de haber agotado la bibliografía y los datos hallados hasta la fecha, seguramente esta obra dis­ tará de ser la definitiva que merece esta antiquísima ciu­ dad. Pero las circunstancias parecen aconsejar dar ya a la estampa el fruto de todas estas refundiciones, conser­ vando por respeto a la memoria de quien lo escribió, el prólogo que para el primer libro confeccionó el profesor antecltado, catedrático que fue de la Universidad de Ma­ drid y Académico de número de la Real de la Historia. El plan de la presente obra es tan sencillo como el que llevaba la primitiva. Se exponen ante todo algunas ¡deas sobre la Prehistoria de Cáceres y de su próxima comarca; se pasa luego revista a los numerosos y nada fáciles problemas relacionados con la dominación romana, y finalmente con paralelismo al estudio de la etimología del topónimo actual, se viene a bosquejar también una visión del casi completamente ignoto Cáceres musulmán.

PROLOGO El ejemplo humano del autor de este libro, don Carlos Callejo Serrano, es uno más — pero entre muy pocos— con que a veces nos sorprende la erudición local, por lo gene­ ral carente de medios científicos bastantes y, lo que es peor, de estímulos de ambiente. El Sr. Callejo, con un tesón verdaderamente admirable, ha suplido ambas de­ ficiencias superando las muchas dificultades del aislamien­ to hasta lograr hacerse un nombre y una autoridad. El libro que el lector tiene en sus manos demuestra en su autor, a más de entendimiento agudo y penetrante y a más también de una clarividencia lógica y de un sentido critico sumamente ecuánime, el conocimiento de los más moder­ nos métodos de trabajo histórico, filológico, lingüístico y arqueológico. Con este instrumental de laboratorio ha po­ dido, no sólo penetrar en lo hondo de los problemas his­ tóricos y arqueológicos sino que también ha conseguido hacerse dueño de aquellos otros útiles auxiliares que, co­ mo el latín y el árabe, podían perm itirle beber en las fuentes más puras, es decir, en los propios documentos de donde manan. El esfuerzo de voluntad y la inteligencia que ello requiere no están al alcance de todos. Pero en cual­ quier caso demuestran el afán de perfección y el deseo de acercarse lo más posible a la verdad histórica. A ella se aproxima tanto que nos da la sensación de estar dentro de la misma y habernos conducido a llí metódicamente lle­ vándonos de la mano con una prosa lim pia, sobria y ele­ gante, de la que también puede hacer gala. Lo dicho parecería, para el que no me conociese, mero producto de la circunstancia. El autor le ha pedido un prólogo de presentación — diría algún m alicioso— y nada más lógico, natural y cortés que dibujar una bella estampa del que le ha honrado con la petición de introdu­ cir su obra. Pero la m ejor respuesta a esta suspicacia no


va a ser la mia, sino las páginas que siguen a estas del prólogo. A llí verá quien quisiere, que se trata de una labor serena, pensada, sistemática, de gran solidez de razona­ mientos y de un bien aprovechado arsenal de datos. Por sí ello no fuera bastante, ahí está el resto de la obra del Sr. Callejo, en casi una veintena de títulos, que tratan desde la prehistoria, la numismática, el arte y la historia, tanto medieval como moderna, hasta la novela, hasta el verso. Obras editadas en Cáceres por supuesto, más tam­ bién en Barcelona, Sevilla, Salamanca y Madrid. Todo lo cual es elocuente por sí mismo. Con respecto al tema principal que ahora nos atañe, Cáceres ha de agradecer al autor el haber encontrado, como si dijéramos, su partida de bautismo. Hoy día pode­ mos decir que, gracias a sus investigaciones sabemos ya cómo, desde cuando, dónde y por qué Cáceres se llama así hoy y no de otro modo. Porque Callejo, después de elim inar con argumentos incontrovertibles las etimologías propuestas desde el Renacimiento acá (algunas juiciosas, otras simplemente disparatadas) nos lleva pausadamente con sus razonamientos a la voz árabe Qázrix que demues­ tra ser una derivación de la latina Castris. Los comproban­ tes son históricam ente admisibles y lingüísticamente po­ sibles. Si Qázrix, que aparece en los textos árabes por él colacionados, no significa nada en esa lengua es porque su procedencia no es otra que un viejo preexistente topó­ nimo, como en tantos otros casos. Para llegar a esta de­ ducción y a la ecuación Qázrix = Cáceres, el autor ha tenido que estudiar todo lo que concierne a la colonia ro­ mana de Norba Cesarina y a los dos campamentos precur­ sores de Castra Caecilia y Castra Servilia, sitos en sus in­ mediaciones. Callejo, resume sus resultados con esta espe­ cie de fórmula matemática: “ El Cáceres actual es, pues, he­ redero de Norba Caesarina y de Castra Caecilia (o Servilia ). De la primera posee el recinto fuerte y la prosapia no­ ble m ilitar. De la segunda ha heredado el nom bre". Si esta conclusión pareciera poco al muy exigente, Callejo, ofrece a la avidez del descontento otro capítulo importante al retrollevar la historia de Cáceres a su prehis­ toria. Es decir, mucho más lejos. Si con su estudio histórico-etim oiógico ha descubierto — decíamos antes— la par­ tida de bautismo de Cáceres, con el prehistórico nos ha revelado la de nacimiento, colocándolo nada menos que

unos 250 siglos antes de éste en que vivimos. Al escéptico esta aseveración le hará sonreír, pero la Cueva de Maltravieso, a la que el autor dedicó ya un estudio en 1958 es, como con acierto dice Callejo, una cueva municipal, una cueva prehistórica habitada por cacereños de hace unos 25.000 años, siglo más o siglo menos. Todo ello y muchas cosas más que no podemos glosar en esta presentación por fuerza breve, es un regalo histó­ rico que Cáceres debe a la erudición, inteligencia y entu­ siasmo de Carlos Callejo, que vino de Barcelona (donde nació hace ya medio sig lo ) a Cáceres, como quien dice, predestinado para estas revelaciones. Bien merecido tiene, pues, los cargos y honores que disfruta tan constante investigador. Y sí en 1957 fue llama­ do a nuestra Real Academia de la Historia, como miembro correspondiente y en 1960 al Instituto Portugués de Ar­ queología de Lisboa, es por sus propios méritos. Y si ahora Cáceres le ha confiado el cuidado de su ciudad (una de las más bellas de España como es notorio) al conferirle un puesto destacado en su Patronato Monumental, ha sido porque sabe lo que espera de quien ya ha dado lo que no se esperaba. Antonio GARCIA Y BELLIDO Catedrático de Arqueología de la Universidad de Madrid y Académico de la Real de la Historia


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LOS ALBORES DE LA POBLACION CACEREÑA Hasta nuestros días, todo el que de una forma com­ pleta o sólo de modo resumido se veía en el caso de hablar de la Historia de Cáceres, comenzaba su disertación men­ cionando o la discutida Castra Cecilia o la famosa colonia Norba Cesarina, como cunas o fuentes de la antigua es­ tirpe de aquella ciudad. Hoy sin embargo, la historia de Cáceres y su comarca es preciso comenzarla mucho más atrás, dando un salto astronómico hacia las negruras de la Prehistoria, un salto de 20.000 años, en números redon­ dos, y el historiógrafo, si ha de ejecutar las cosas ab ovo tiene que remontarse en su prim er capítulo al pleno Paleo­ lítico Superior, a la época Auriñaciense-Perigordiense en que hay que fechar las pinturas rupestres que en 1956 tuvimos la suerte de descubrir en la Cueva de Maltravieso situada junto al casco urbano de la población actual y es­ casamente a dos kilómetros del Cáceres romano *. Tenemos, pues, ya una remotísima población de la nava cacereña en los primeros tiempos del Homo Sapiens. Nuestra ciudad, podemos decir con justicia, que es tan antigua como la más antigua del mundo. Muy pocas son las poblaciones modernas de alguna im portancia en cuyo terreno se haya encontrado un vestigio inmueble de arte 1 Tales fueron las primeras apreciaciooes de los doctos en cuanto a la antigüedad de la Cueva. Modernamente, se tiende a rebajarla al Solutrense y aún al Magdaleniense, como opina JORDA CERDA según ALVAREZ DEL VILLAR en «Extremadura», Barcelona, 1979, página 142, lo que traería la edad de las pinturas de Maltravieso, a unos 11.000 años a de C. El problema no se resolverá con visos de certeza mientras no se haga una excavación depurada y sistemática de la Cueva.


paleolítico. La Cueva de Maltravieso se descubrió casual­ mente en 1951. La boca de entrada se encuentra hoy completamente dentro del recinto urbano de Cáceres, que en los últimos veinte años ha experimentado una gran expansión. Es, pues, una cueva municipal, de fijo única en el mundo en este aspecto. Las primeras exploraciones que se hicieron en ella dieron restos humanos — entre ellos tres cráneos— , y utensilios del Eneolítico y de la Edad del Bronce. De ellos se hizo un estudio muy somero, o mejor dicho, no se hizo estudio alguno, al menos que saliera escrito. Los materiales hallados se depositaron en el Museo Provincial, donde aún continúan. La caverna cobró actualidad e importancia superla­ tiva a raíz de nuestras exploraciones de 1956 a que hemos aludido. Al año siguiente se publicó en Cáceres un dete­ nido estudio de las particularidades de la cueva en sus aspectos geológico, arqueológico, antropológico y paleon­ tológico 2. Este libro alcanzó una difusión más bien lenta, pero poco a poco empezó a interesar a los sabios de la espe­ cialidad. En 1959 la estación fue visitada por el profesor Martín Almagro director del Instituto Español de Prehis­ toria, catedrático y eminente autoridad en esta rama cien­ tífica, quien dio el más completo refrendo a nuestros des­ cubrimientos y los anunció al mundo científico con un documentado y profusamente ilustrado trabajo.3 Más tar­ de volvió sobre el asunto en el tomo primero de la His­ toria Universal editada por Espasa-Calpe con una bella fotografía en c o lo r4 y luego editó una completa guía de la cu eva 5. Entretanto, varios sabios extranjeros se habían inte­ resado vivamente por el descubrimiento. El primero fue el venerable abate Breuii, que poco antes de morir tuvo

tiempo de hablar de estas p in tu ra s6; Ali Sahly, especia­ lista en pinturas prehistóricas de m anos7, y también el malogrado abate Glory, de Estrasburgo, que hizo al-gunos calcos de aquellos, Soutou, Rolland, y otros inves­ tigadores franceses, holandeses, portugueses y de otras nacionalidades. La gran importancia de la Cueva de Maltravieso en su facies paleolítica estriba en su situación sobre el mapa de España, en el centro de una corriente migratoria que siguieron los hombres del Cuaternario desde el norte (San­ tander, Burgos, Asturias) hasta el sur de la península (Málaga, Cádiz). Por otra parte, y hasta el descubrimiento, pocos años después, de la Cueva de Moure, en Portugal, la nuestra era la única cueva con pinturas cuaternarias que existía en la parte central de la península. Hay otras singularidades de las pinturas maltravlesenses que dan a esta Cueva una gran im portancia científica. La modalidad de pintura de improntas de manos en nega­ tivo, principal tema artístico de nuestra Cueva, se encuen­ tra en pocas localidades españolas y francesas; en notable cantidad sólo hay tres: Gargas, en Francia; Castillo en Puenteviesgo (Santander) y Maltravieso en Cáceres. Pero aun dentro de esta restringida característica, nuestra gruta tiene la exclusiva particularidad de que todas las manos reproducidas llevan amputado el dedo meñique, curiosi­ dad que revela el carácter mágico de estas figuraciones del hombre primitivo. Además de ésta, sólo la cueva de Gargas y la de Tibiran, francesas ambas, presentan pin­ turas de manos con mutilaciones, pero allí éstas alcanzan a varios dedos y no están cortados a cercén, sino perdien­ do solamente algunas falanges. De todas las improntas rupestres de manos que se conocen, prehistóricas y mo-

2 C. CALLEJO. La cueva prehistórica de Maltravieso, junto a Cáce­ res. Cáceres, 1958. 3 MARTIN ALMAGRO. Las pinturas rupestres cuarternarias de la Cueva de Maltravieso en Cáceres. Madrid, 1960. 4 MARTIN ALMAGRO. Historia Universal, tomo I. Prehistoria. Espa­ sa-Calpe, Madrid, 1960, págs. 222 y 245. 5 MARTIN ALMAGRO. Cueva de Maltravieso. Cáceres. Guía del visitante. Madrid, 1969.

6 HENRI BREUIL. Découverte d'une grotte ornee paléolitique dans la province de Cáceres. Bulletin de la Societé Préhlstorlque, tomo LVII, pág. 155. París, 1960. 7 ALI SAHLY. Decouvertes de nouvelles mains mutilées dons l'art paléolithique franco-hispanique. Maltravieso, Tibiran. Travaux de l'lnstitute d’art paléolithique. Toulouse, págs. 19 y ss.

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dernas, las de Maltravieso son las únicas que presentan manos sistemáticamente sin m eñique8. Más detalles y precisiones sobre las pinturas de Maltravieso y otras características de la Cueva, pueden verse en las dos citadas obras de Martín Almagro y en varios trabajos m ío s9. Aquí ya sólo diremos que en el enorme lapso de tiempo que comprende el Paleolítico Superior, nuestra Cueva corresponde, por lo menos en algunas de sus muestras, a la modalidad de arte más antiguo, cifrán­ dose según unos, en el Auriñaciense-Perlgordiense, o se­ gún otros en el Solutrense, anteriores pues al Magdaleniense de Altamira. En 1969, al ser elegido Cáceres como lugar de clau­ sura del XI Congreso Arqueológico Nacional que había comenzado en Mérida, permitió a todos los arqueólogos españoles visitar la Cueva de Maltravieso, la cual recibió en la sesión de clausura una sanción científica excepcio­ nal, subrayada por los profesores Luis Pericot, Francisco Jorda, Antonio Beltrán, Eduardo Ripol!, etcétera. Durante la visita que hizo a la Cueva el grupo barcelonés de pre­ historiadores, comandado por el profesor don Eduardo Ripoll, fue descubierto un panel de grabados en recón­ dito lugar de la sala final, con una serie de laberínticas trazas configurando al parecer siluetas parciales de ma­ míferos 10. A dicho Congreso hube de presentar una co­ lección completa de calcos de las pinturas con una nó­ mina general y exhaustiva de las m ism as11. OTRAS CUEVAS DE CACERES— El testimonio de la habitación del hombre de las negruras de la Prehistoria en 8 Véase la Importantísima obra monoráfica A. R. VERBRUGGE. Le symbole de la main dans la Préhistorie, II edición, 1969. Compiegne, Francia, págs. 273 y ss. y 333. Suplemento 1976 passim. 9 C. CALLEJO. La Cueva prehistórica de Maltravieso..., ya citada. Osos, rinocerontes y hienas en Maltravieso. Periódico «Extremadura», 16 noviembre 1957. Un lustro de investigación arqueológico en la Alta Extremadura. «Revista de Estudios extremeños», Bcdajoz, 1962, etc. etc. 10 E. RIPOLL PERELLÓ y J. A. MOURE ROMANILLO. Grabados ru­ pestres en la Cueva de Maltravieso (Cáceres). Volumen «Homenaje a Carlos Callejo». Cáceres, 1979. págs. 567 y ss. 11 CARLOS CALLEJO. Catálogo de las pinturas de la Cueva de Maltravieso. Actas del XI Congreso Nacional de Arqueología. Zaragoza, 1970. Págs. 154 y ss.

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el lugar que después se ha llamado Cáceres, no se limita a la Cueva de Maltravieso. No lejos de ella existen otras cavernas, habitadas sin duda en épocas menos remotas, pero todavía mucho más antiguas que la primera funda­ ción que en nuestro suelo pudieran hacer los celtas o los romanos. La cueva del Conejar, situada a menos de un kilóme­ tro de Maltravieso, las de Santa Ana, y sin duda varias más hoy cegadas que se abren en el terreno llamado “ el Caierizo", al sur de Cáceres, sirvieron de morada y de necrópolis a gentes de los períodos Neolítico y Eneolítico, y más tarde de la Edad del Bronce en los dos últimos mile­ nios antes de Cristo. La citada Cueva del Conejar fue descubierta para la ciencia en 1917 12 y dio, según refiere su explorador, el profesor Del Pan, algunas muestras de cerámica incisa que la bibliografía posterior ha cifrado en el N e o lítico 13. Otros restos de la misma cueva del Conejar y de la de Maltravieso pertenecen al Eneolítico, ahora llamado Bron­ ce I, en el cual habremos de situar también los restos an­ tropológicos hallados en la segunda de las mencionadas Cuevas. Respecto a las cavernas de Santa Ana, que son dos situadas al norte de la pequeña serranía designada con este nombre, muy cerca de donde hoy existe un cam­ pamento militar, se trata de habitáculos de grandes pro­ porciones con angostas entradas. No han sido excavadas, y por llevar muchos siglos abiertas, no se pueden ver en sus paredes pinturas de ninguna clase, ¡as cuales caso de haber existido, como es muy lógico, se han borrado totalmente. Por su tamaño y estructura constituyen mag­ níficos abrigos para las gentes prehistóricas en la época de la última glaciación, y sin duda representaron, junto con la de Maltravieso y El Conejar y alguna más (Cueva de la Becerra) el primer núcleo habitado de lo que mucho

12 ISMAEL DEL PAN. Exploración de la Cueva prehistórica del Conejar (Cáceres). Boletín de la R. S. E. de Historia Natural. Tomo XVIII. Págs. 185 y ss. Madrid, 1917. 13 Por ejemplo ALBERTO DEL CASTILLO. El Neolítico y la inicia­ ción de la Edad de los Metales, en «Historia de España», de Menéndez Pidd. Tomo I, pág. 511.

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más tarde habría de llamarse Cáceres. Estas últimas cue­ vas han sido exploradas y descritas por el que suscribe 14. Del período Megalítico no estuvo tampoco ausente la zona de Cáceres, como lo demuestran algunos instru­ mentos de silex (cuchillo, puntas de flecha) del Conejar y otros de Maltravieso (raspador de cuarzo, cuenco de barro), y sobre todo la existencia de dólmenes a poca dis­ tancia del actual recinto de la capital (12 kms. al sudoeste) como por ejemplo, el de Hijadilla, que ha sido excavado por Martín Almagro y Rosa Donoso 15. Citaré también como dato del poblamiento de Cáceres en la Edad de los Metales, los enterramientos que exploré en 1956, en las minas de estaño de El Trasquilón, a diez kms. al sur de la c a p ita l16. Aparecieron en ellos esqueletos completos, a veces dos en la misma tumba, y dos vasos de cerámica, uno de los cuales se encuentra en el Museo Provincial. Todos estos vestigios, aunque no muy numerosos, son sin embargo suficientes para afirm ar de un modo irrebati­ ble que la zona de Cáceres no estuvo despoblada a lo largo de la Prehistoria. Posiblemente sería en las edades más remotas paraje agreste e inhóspito donde se refugiaran restos étnicos en retroceso ante el invasor, aprovechando además la abundancia de aguas que fluyen de la sierra de Mosca o emergen en los pozos del Calerizo. Pero en la época eneolítica es indudable que el camino sur-norte que pasa por Cáceres y une dos amplias y esenciales re­ giones de España, estaba ya desbrozado y surcado por ca­ ravanas de comerciantes en busca de estaño. Qué hombres fueran los que poblaron nuestro Calerizo en tales tiempos, no lo sabemos con exactitud, pero tenemos en el Museo Provincial restos de varios cacereños contemporáneos hallados en Maltravieso, entre ellos cua­ 14 C. CALLEJO. Las Cuevas del Calerizo de Cáceres. Actas del V Congreso de Estudios Extremeños. Badajoz, 1974. Tomo III, págs. 57 y ss. 15 MARTIN ALMAGRO. Megalitos de Extremadura en «Excavacio­ nes Arqueológicas en España. Núm. 4. Madrid, 1962. 16 C. CALLEJO. Las sepulturas eneolíticas de El Transquilón. Revis­ ta «Alcántara». Cáceres, 1956.

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tro cráneos. También conservamos una calvarla, único res­ to no destruido de las sepulturas de El Trasquilón. Estos restos antropológicos no aclaran a qué pueblo pertenecían los cacereños del Neo-eneolítico, pero sus caracteres craneológicos no difieren de los que presenta en general la población española y se integran en el es­ quema de los pueblos de raza Mediterránea con reminis­ cencias cromañoides que tan comunes son en nuestra pe­ nínsula. Hemos de atribuir a la época de las invasiones indo­ europeas que comenzaron alrededor del año 900 antes de Cristo y continuaron durante el resto de la Edad de Bronce y en la del Hierro, la costumbre de castrificar, es decir, de edificar recintos fuertes en lugares altos. La suposición no deja de tener una profunda lógica, pues España entraba en este momento en una etapa de porfiado carácter guerrero, y es en estas épocas cuando se construyen fortalezas. La época de las invasiones célti­ cas y precélticas fue en nuestro país, una primera Edad Media, dentro de la Protohistoria, un período de convulsión y reflujo bélico. Los invasores europeos no es cierto ni que llegasen a un país casi desierto ni que lo conquistasen rápidamente como a veces se lee en algunos autores modernos. En tal caso fuera inútil levantar fortificaciones ni encastillarse en lugares altos. Por el contrario, la costumbre de castrificar corres­ ponde a un período eminentemente convulsivo, que tal fue el que entre los siolos V y |i| a. de J. C. vivió nuestra pe­ nínsula. con las luchas entre los invasores europeos y los pueblos aboríqenes ibéricos y descendientes de los que lograran las culturas meqalítíca y tartesia. Los castros comenzaron construyéndose en las cimas más ahruotas e inaccesibles- ejemplos en nuestra provin­ cia pstán en las Sierras de Santa Cruz y Loqrosán; en Víllavieia o en Portezuelo. Más tarde, comenzada a crista­ lizar la situación tribal oue encontraron los romanos, se edificaron muchos castros en sitios eminentes, sí. pero no inaccesibles A e s ^ éooca corresponde el castro oue in­ dudablemente h "h o en Cáceres, acaso relacionado con las cuevas del Ca'erizo, singularmente la de Maltravieso 21


donde se han encontrado vestigios claros de! Bronce final, tales como cerámica y una hermosa cabeza de lanza de bronce, sin usar, casi como salió del taller del fundidor. ¿Cómo se llamó este primer Cáceres indígena sobre cuyos sumarios muros y rocosos cimientos, los romanos replantearon s j Norba colonial? No lo sabremos nunca. ¿Qué pueblos protohistóricos lo ocuparon? Cáceres, sin duda ya una plaza fuerte, hasta donde podía darse esta denominación en aquella época, era una atalaya de vigilancia de la ruta que conduce a! vado del Tajo, ruta que mucho tiempo después se ha llamado Camino de la Plata y que en el tiempo de que estamos hablando se debía de llamar sin duda Camino del Estaño, utilizado por los recueros de la época para llegar a las regiones del norte y noroeste de España donde abundaba este blando metal, desde los focos culturales del sur y suroeste donde se fundía para mezclarlo con el cobre meridional y obte­ ner el metal fuerte para usos bélicos o pacíficos, indispen­ sable entonces: el bronce. Nuestro remoto Cáceres fue, pues, estación de vigi­ lancia o descanso en las rutas del Imperio M eridional Megalítíco y más tarde, bastión fronterizo del imperio Tartésico. La presencia de joyas tartesias en algunos puntos de la reg:ón y singularmente el valioso y magnifico Tesoro hallado en Aliseda, a 30 kilómetros de Cáceres, al que los críticos dan hoy esta filiación, demuestran estos asertos. La vaguedad con oue se expresan los autores latinos o griegos clásicos, únicas y escasas fuentes escritas de oue disponemos, en cuanto sus descripciones se alejan del mar, nos impide determinar de una manera clara en poder de qué tribus se halló el castro cacereño en estos tiempos da la Pro‘ ohistoria. Estrabón 17 nos dice que entre el Tajo y el Guadiana se extendía una Mesopo*amia habita­ da por los célticos y los lusitanos, traídos estos últimos a este lado del Tajo por los romanos. Esta Mesoootamía (etimológicam ente “ tierra entre ríos” ) debe entenderse principalmente de la zona portuque^a del A'enteio oue es la región oue, seqún ésta y otras fuentes, habitaban los Cé'ticos (C eltici, K eltikoi). La parte 17 STRABON. Geographica, 111-1, 6.

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española entre Tajo y Guadiana era un país fronterizo que seguramente cambiaría de mano varias veces. Primitiva­ mente pertenecería a los Turdetanos-Tartesios, acaso más tarde a los Vettones y al fin, en el siglo II, época de ex­ pansión lusitana, de fijo quedó ocupada por esta gran tri­ bu I8. La derrota final de los lusitanos tras la muerte de Viriato, seguramente encerraría a los restos de la tribu en la Sierra de la Estrella y los romanos les hicieron más tarde vadear nuevamente el Tajo para evitar enquistamientos peligrosos para su política. Pero esta reinmigración debe corresponder a la propia época de Estrabón (siglo I). A mi juicio, pues, Cáceres vino definitivamente a ser terreno lusitano a principios del siglo II, con toda su zona hasta el Guadiana 19 y es por ello que los romanos consi­ deraron todo esto tierra lusitana e impusieron tal nombre a la provincia de la Ulterior con capitalidad en Mérida. Esta importante y valerosa tribu, que en Portugal ocupaba todo el centro de su actual territorio, ha sido considerada siempre como de raza ibera. Así lo estimaban Schulten 20 Bosch G im pera21 y muchos otros, pero actualmente hay una tendencia a incluirla en el área céltica. La frase de “ Extremadura céltica” parece que ha en­ contrado fortuna y predicamento hoy en día, apoyada en 18 No creemos que los Vettones ocupasen Cáceres en el período de las invasiones clásicas, ni mucho menos el territorio de Mérida como afirma Mélida (Catálogo Monumental de la provincia de Badaioz, tomo I, pág. 63), quien lo fundamenta en Joaquín Rodríguez. (La Vettonia. Bol. de la R. Sociedad Geográfica, tomo V) que a su vez se apoya en el conocido verso de Prudencio (que atribuye a San Paulino) en el Himno de Santa Eulalia Nunc locus Emérita est túmulo = clara Colonia Vettoniae.—Todo ello está en completa contradicción con Ptolomeo. No tiene el mismo valor la frase vaga de un poeta que la cita consciente de un sabio que además, está mucho más cercano a la época en cues­ tión. 19 La hipótesis que considero a Cáceres terreno lusitano tribal, viene avalada por las Tablas de Ptolomeo. Este geógrefo distingue per­ fectamente, en la Lusitania administrativa, las regiones de los Vetto­ nes, de los Célticos y de los Lusitfnos propiamente dichos: en esta última zona pone a Norba Cesarea. Véase el cap. III de esta obra y el mapa que allí se inserta. 20 ADOLFO SCHULTEN. Hispania. Barcelona, 1920. Pág. 85. 21 P. BOSCH GIMPERA. Etnología de la Península Ibérica. Barce­ lona, 1932.

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las teorías holoceltistas de algunos autores modernos. Con­ tra el tradicional esquema según el cual coexistían en España al llegar los romanos, tribus iberas, celtas y celtí­ beras en las distintas comarcas, división de que hablan todos los autores clásicos, en los últimos años se ha exten­ dido la hipótesis de que estas divisiones no eran sino entelequias puestas en circulación por los romanos y hemos de acostumbrarnos a la idea de que, a la llegada de éstos, nuestra Península estaba poblada casi exclusivamente por celtas, siendo la palabra ibero únicamente sinónimo de una característica cultural, clasicizante, en vez de una de­ nominación étnica. En mayor o menor grado han simpatizado con esta teoría varios de los maestros de nuestra Etnología, lle­ gando alguno a afirmar que la llamada “ cultura ibérica” no es más que el proceso clasicizador del Hierro Céltico. Como ocurre con ¡Frecuencia, los discípulos en esta línea suelen sobrepasar a los maestros y así se lee en algún libro de Enseñanza Media que los primeros pobladores de España son los celtas, o que palabras demostradamente ibéricas como ILI, componente de lliberri (llíberis, luego llamada Elvira) y de otros nombres de ciudades antiguas, significan en celta c iu d a d 22. Contra todo esto han reaccionado algunos ilustres autores como A. García y B e llid o 23 e incluso Martín Alma­ gro, que en un libro reciente 24 escribe estas palabras: “ Nos hemos inclinado a dar a la invasión céltica desde hace algunos años, mucho más valor en el orden racial y cul­ tural de lo oue se había supuesto. Nuestro punto de vista ha s:do luego exaqerado por algunos colegas al valorar la fuerza de la indoeuropeización de España, rozando así la debatida cuestión del origen, significación y personali­ dad de los llamados pueblos Ibéricos, a los cuales se ha querido negar casi la existencia histórica e individualidad étnica. Tal conclus;ón me parece totalmente errónea” . 22 Fascículo dedicado a Lérida. Colección «Temas españoles». Ma­ drid 1957. 23 A. GARCIA Y BELLIDO. La Península Ibérica en los comienzos de su Historia. Madrid. 1953. Pág. 50. 24 M. ALMAGRO. Orígenes y formación del pueblo hispano. Barce­ lona, 1958. Pág. 100.

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lám ina I CACERES PREHISTORICO.—Pinturas rupestres en la Cueva de Maltravieso. Paleolítico Superior


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Lámina I I I CACERES PREHISTORICO.—Edad del Bronce. Punta de lanza hallada en la Cueva de Maltravieso, 800 antes de J. C. En el Museo Arqueológico provincial


Lámina I V CACERES PREHISTORICO.— Uno de los Dólmenes de Hijadilla, en las cercanías de la capital. Monumento incompleto, pero muy interesante, del Periodo Megalitico

La hipótesis holocéltica, ha sido formulada — en par­ te como reacción a teorías anteriores excesivamente afri­ canistas— a la vista de ciertos avances de la arqueología y de la lingüística indoeuropeas, de las que ss van encon­ trando muchas huellas de la antigua Hispania, incluso en sitios tradicionalm ente considerados como iberos. Pero tiene en su contra tan graves argumentos que no creo pueda mantenerse mucho tiempo. El principal de ellos es la Antropología, que nos habla un lenguaje completamente distinto. Según el ilustre an­ tropólogo M. Fusté, director del Instituto Español de An­ tropología “ Bernardino de Sahagún” , del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la base de la población española actual estaba ya formada al principio de la Edad del Bronce, si no a n te s 25 ¿Cómo se compadece esto con la hipótesis según la actual los celtas realizaron un exter­ minio casi total de las pob!ac;ones aborígenes? Por otro lado cabe hacer la pregunta de que si en los siglos III y II a. de J. C. España estaba poblada totalmente por celtas, cómo es aue en la población actual se ven tan pocos tipos raciales con los rasgos de lo que se viene entendiendo por raza o estirpe céltica o simplemente indoeuropea. A esto contestan a'gunos autores creando un tipo de celta exclusivamente esoañol y distinto a los demás, mo­ reno, de ojos negros, de estatura mediana, estrecho de caderas, etcétera, etcétera, con lo que insensiblemente nos salimos de las características somáticas de la raza aria para abocarnos al Homo Mediterraneus. Es decir, oue. en vez de unos iberos celtas, nos encontramos con unos celtas iberos. Ex'Sten otros motivos etnográficos que rara vez se v°n mencionados a Desar de su enorme valor demostra­ tivo. Tal es el caso de la Tauromaquia, afición exclusiva­ mente de 'heros. nue se extiende por todos los territorios He bas° rac'al ibérica, incluso en el Sur de Francia, fuerte­ mente indoeurooeizadas después, mientras no tiene ninqún a rraigo en las zonas más Duramente célticas de la penín­ sula como Galicia y norte de Portugal. La Tauromaquia, 25 MIGUEL FUSTE. Raines prehistóricas del comolelo racial de la Península Ibérica. Revista «Zephyrus». Salamanca, 1956, t. II, pág. 110.


sin el menor reflejo en Africa, es al mismo tiempo una prueba de lo exagerado de las hipótesis étnicas africanis­ tas que se pusieron en boga sobre 1920 y 30 y demuestra palpablemente el enlace racial de los iberos con los pobla­ dores mediterráneos de la Grecia prehelénica. Todavía la critica histórica proporciona más argumen­ tos contra el holoceltismo: al desparramarse en el siglo V los germanos por Europa, encuentran fácil acomodo y entera fusión con los aborígenes en las zonas de Europa pobladas por auténticos celtas: Francia, Italia del Norte, Inglaterra, pero no arraigan ni se mezclan fácilmente con la población de España, prueba palpable de la gran dife­ rencia racial de esta última con los arios germánicos. Por todo lo dicho en estas modestas líneas, se esta­ blece una preferencia por los autores que se atienen al esquema tradicional, que otorga a los Lusitanos un fondo racial ibero. Damos aquí a esta palabra su más lata acep­ ción etnológica, siguiendo a don Manuel Gómez Moreno 26 en el sentido de denominar con ella a la base fundamental étnica del pueblo español, cuyas raíces se entierran en el Mesolítico, con su característico arte tan hispánico, y cuyo desarrollo lento ocupa el Neolítico y la Edad del Bronce. De todos ios nombres propuestos para designar esta base o fondo racial, ninguno es más apropiado que el de Ibero. La dificultad de cómo hay que denominar en­ tonces a la fase cultural clasicizante del Sur y del Este de la península, la da resuelta el uso común que desde tiempo inmemorial la llama Ibérica. Ibero (sustantivo y adjetivo) para lo étnico; e Ibérico (adjetivo) para lo cul­ tural. No hay impropiedad ninguna en esta sim ilitud nomi­ nal pues lo Ibérico reviste y moldea un material étnico sustancialmente Ibero, con poca adulteración. El que racialmente los Lusitanos formasen parte de este fondo racial prim itivo hispánico, no niega su profunda indoeuropeización, demostrada por su onomástica de la época romana, en la que nuestros más eminentes lingüís-

26 M. GOMEZ MORENO. Adán y la Prehistoria. Madrid, 1958.

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ta s 27 han encontrado casi exclusivamente raíces célticas o ¡lirias. La onomástica humana, es sin embargo, como dice uno de los autores c ita d o s 28 la más sensible a los cambios culturales, la que más de cerca sigue a los flujos de los pueblos, a diferencia de la toponomástica que conserva sus nombres a través de muchos siglos y vicisitudes. Por otro lado, hay que precaverse contra fenómenos como el que ocurría en el Renacimiento, en que el empa­ cho clasicista atribuía etimologías griegas y latinas a todo nombre propio aunque fuese árabe, germano o celtíbe­ r o 29. Hoy día las lenguas europeas prim itivas se conocen exhaustivamente, mientras no se sabe nada o casi nada de los lenguajes iberos. El día en que se conozcan bien éstos, acaso ss podrán explicar por ellos muchos antropónimos para los que hoy se busca y se encuentra una raíz céltica. Si bien es muy dudoso el celtismo de los Lusitanos y de los Vetones, no lo es, naturalmente, el de la tribu de los Célticos, así llamados (C e ñ id o K eltikoi) por Plinio y Estrabón. habitantes de Alentejo y Algarve, a la que hay oue considerar como enteramente Celta. Estos Celtici, pa­ ra mí, son los restos de una gran oleada celta que un tiempo dominara todo el Oeste peninsular y después fue arrinconada por los aborígenes entre el bajo Guadiana y p| mar. Ella sería responsable de la celtización que pre­ sentan en sus lenguas y costumbres los Lusitanos y los V ettones30. 27 ANTONIO TOVAR. Estudios sobre las primitivas lenguas hispá­ nicas. Buenos Aires, 1949. MANUEL PALOMAR. La onomástica personal prelatina de la antigua Lusitania. Salamanca, 1957. 28 PALOMAR. La Onomástica... Pág. 13. 29 Citemos como casos típicos en Extremadura las etimologías de Badajoz, de Pax Augusta (??) que ha dado lugar a la corruptela de llamar Pacenses a los habitantes de esta capital. O también la de Trujillo de Turris lulia o la de Ambroz en Plasencia, de Ambracia, ciudad griego. Todas ellas atribuibles a n ito res de] siglo XVII como SOLANO DE FlGUEROA y Fr. ALONSO FERNANDEZ, ávidos de antiquizar todo lo posi­ ble sus diócesis respectivas. 30 La capital de los Keltikoi parece ser Konistorgis en el Algarve, ciudad fundada por los Cuñetes o Kynetes (Celtas antiguos), según re­ fiere ESTRABON UII-2-2). Este historiador helénico dice que la región

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Tampoco es aventurado afirmar que Cáceres y su co­ marca fueron teatro de muchas acciones guerreras en tiempos de Viriato; más aún: que esta región agreste, irregular y entonces seguramente espesa de vegetación fue campo favorito a las estratagemas y jugarretas del gran caudillo. La gran calzada Norte-Sur debió existir, como camino conocido, mucho antes de los romanos, se­ gún hemos insinuado más atrás. Seguramente ese camino fue utilizado por los cartagineses en sus luchas contra los Vettones y los Vacceos. El único vado, o mejor dicho, lugar fácilmente franqueable con una barca, que presenta el Tajo en muchísimas leguas, es el lugar que llamamos Alconétar. El único puerto practicable de la cordillera Vetónica es el de Béjar. Y el mejor puerto para franquear la Oretana o sierra de San Pedro, es el de las Herrerías. El camino a que aludo, une ambos puertos pasando por el vado. En la mitad del camino desde Herrerías al Tajo, se encuentra el castro de Cáceres. Hay autores que supo­ nen que la Castra Ssrvilia que menciona Plinio, se formó con los restos del campamento de Servilio Cepión, el innoble general que hizo asesinar a Viriato. Aún no sabe­ mos. como se verá más adelante, dónde estuvo esta Cas­ tra Servilia, pero sin duda alguna estaba junto o cerca de Cáceres en donde ouizás se encerraron más de una vez los ardidos guerreros lusitanos. Llegamos, pues, ya a la romanización y con ella, desDués de este paréntesis de consideraciones pre y proto históricas, a entrar de lleno en los problemas que nos suscitan las fuentes escritas.

estaba habitada por los Keltikoi y los Lysitanoi, estableciendo, pues una distinción clara entre ambos pueblos, que demuestra que ellos mismos — única fuente de información que tenían los historiadores griegos y romanos — conocían su diferente filiación étnica. No tendría sentido decir Celtas y Lusitanos si todos fueran Celtas. Igualmente los diferencia perfectamente PLINIO, ciudad por ciudad (Naturalis Historia 111-13 y IV-111) y TOLOMEO como se verá más adelante. Véa­ se A. GARCIA Y BELLIDO España y los Españoles hace dos m il años. Buenos Aires, 1945, de donde sacamos las cictas de ESTRABON.

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LA «COLONIA NORBENSIS CAESARINA» Pacificada la Lusitania después de la muerte del es­ forzado caudillo Viriato y rotas más tarde las últimas es­ peranzas de los Hispanos al acabar las guerras sertorianas, muchos de cuyos episodios tuvieron lugar en las comarcas cacereñas, la romanización de esta parte de la Península avanza rápidamente a partir del 73 antes J. C. Pronto la geografía hispánica se llena de una suerte de ciudades privilegiadas, habitadas en su mayoría y des­ de luego gobernadas por Coloni romanos. Son las llamadas Colonias que desempeñan la parte principal en todo lo que se llama civilización y progreso; estas ciudades cons­ tituyen las cabeceras de distrito y capitales de provincias, alcanzando muchas de ellas categorías y tamaño de me­ trópoli, tales como Mérida, Tarragona, Córdoba, etc. La mayor parte de estas colonias se constituían transforman­ do o capitalizando antiguas ciudades celtibéricas, a las cuales, o se m odificaba radicalmente el nombre o se le anteponían muchos títulos honoríficos y triunfales que pro­ clamasen su condición de jalones de la cultura romana. Una de estas Colonias es la Norbensis Caesarina o Norba Cesarina, que encontramos en P lin io 31 como una de las cinco que existían en la gran provincia lusitana, al lado de Augusta Emérita (M érida), Castra Metellina (M edellín), Scaiabis Julia (Santarén) y Pax Julia (B eja), llamada Pax Augusta por Tolomeo y que los autores an­ 31 CAYO PLINIO SEGUNDO. Naturalis Historia. Libro II, Cap. 5.°

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tiguos y todavía algunos modernos se empeñan en iden­ tificar con Badajoz, sin el menor fundamento para ello. Desde los tiempos del Renacimiento había sido preo­ cupación constante de los historiadores de esta parte de la península averiguar en dónde estuvo emplazada la Co­ lonia Norbensis Caesarina que menciona Plinio como he­ mos visto. Esta población venía también citada — y éstas son las dos únicas menciones históricas clásicas— por Tolomeo (Ptolem aios) 32 bajo el nombre de Norba Kaisareia, en griego, porque en este idioma está escrita la obra ptolemaica. Según P lin io 33 a Norba Cesarina estaban sujetas (contributae), Castra Caecilia y Castra Servilia. La primera había que buscarla, según el Itinerario de Antonino, al que nos referimos detenidamente más adelante, entre el Puerto de las Herrerías y el puente romano sobre el Tajo en Alconétar, a 46 millas de Mérida, es decir, a la altura aproxi­ mada del Cáceres actual. Por lo tanto, Norba no podía estar lejos de Castra Cecilia. Los autores estaban ciertos de que Cáceres era Castra Cecilia, por las medidas del Itinerario y por la semejanza de los nombres. En cuanto a Norba, se empeñaban en buscarla por Alcántara, sin fun­ damento real o en otros lugares aun menos justificados. tPero en el siglo pasado, el famoso epigrafista alemán Emilio Hübner, expresó en un memorable artículo publi­ cado en el Boletín de la Real Academia de la H isto ria 34 que a su parecer la Colonia Norba Cesarina no podía hallarse mas que en Cáceres. También este sabio insistió en sus apreciaciones en la monumental obra Corpus Inscriptionum la tin a ru m 35 y por último en nuestra gloriosa Revista de Extremadura 36. Esta teoría que ya había sido

32 CLAUDIO TOLOMEO. Tablas geográficas. Cap. V, libro ll„ según A. GARCIA Y BELLIDO. La Península Ibérica en los comienzos de su historia. Madrid, 1953, pág. 267. 33 Nat. Hist. ya citada. 34 B.R.A.H. Tomo I, 1873. 35 C.I.L. Berlín, 1869, tomo II, pág. 81 y ss. donde dedica a este asunto un largo y denso párrafo de 3 páginas. 36 E. HÜBNER. Cáceres en tiempo de los romanos. R.E., 1899, pá­ gina 145.

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entrevista por Pedro de Ulloa y Golfín en el siglo X V II37 estaba esencialmente fundada en dos argumentos. Una ciudad romana con categoría de Colonia tenía que estar situada en o muy cerca de un camino importante y por estas zonas la única vía de tipo hoy diríamos nacional era la que enlazaba a Mérida con Astorga y ésta con Zara­ g o za 38 que pasaba por las inmediaciones del Cáceres actual. Por otro lado ni en Alcántara ni en algún otro punto de la Lusitania interior existían ruinas ni restos ar­ queológicos romanos en tal proporción (y esencialmente las m urallas) como en Cáceres. Esta especie no fue aceptada entonces por los histo­ riógrafos o eruditos nacionales o regionales, que seguían aferrados a Castra Cecilia como único origen de Cáceres, y ello a pesar de que la opinión de Hübner estaba avalada por el antedicho párrafo de Ulloa (fundado a su vez en las coordenadas de Tolomeo) y sobre todo por la lápida que se había encontrado en 1794 en la Puerta de M é rid a 39 con la inscripción COL. NORB. CAESARIN., recogida por el C IL 40, y que según el docto alemán por sí sola “ decidía la cuestión” . En 1930 ocurrió un acontecimiento importante. Al de­ rribarse una de las partes de la muralla para hacer un mercado — censurable medida que no se combatió como merecía en su tiempo— por paradoja apareció un dato que Iba a ser la segunda fe de bautismo de Cáceres: la lápida que conmemora la dedicación de la Colonia Norba Cesarina a Lucio Cornelio Balbo como p a tro n o 41. Así que­ 37 Memorial de la calidad y servicios de la Casa de D. Alvaro Francisco de Ulloa Golfín y Chaves, conocido vulgarmente por «Memo­ rial de Ulloa» y lleno de curiosas noticias sobre Cáceres. El libro está constraseñado por Josef de Pellicer, pero se atribuye, al menos en sus datos y contenido, a Pedro de Ulloa y Golfín 38 Para todo lo referente a esta vía ver. Iter ab Emérita Asturicam, de JOSE MARIA ROLDAN HERVAS. Salamanca, 1971. 39 SIMON BENITO BOXOYO. Historia de Cáceres y su patrona. Manuscrito fechado en 1794 y que se publicó en la «Biblioteca Extre­ meña», Cáceres, 1952. Se cita esta lápida en la pág. 154 de esta edi­ ción. 40 CIL. II. 693. 41 Más adelante volveremos sobre esta inscripción, de la que da­ mos una fotografía. Hoy se encuentra en el despacho de la Alcaidía de Cáceres.

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dó confirmada la teoría de la ecuación N orba=C áceres de una manera irrebatible. Ultimamente otros hallazgos ar­ queológicos a los que vamos a aludir en seguida, han re­ machado la tesis, aceptada hoy por todos los tra tad ista s42. Examinemos brevemente las otras hipótesis que se han dado para el emplazamiento de Norba Cesarina. ALCANTARA__ Como hemos insinuado, hasta entra­ do el siglo XX la mayor parte de los autores situaban a Norba en A lcá n ta ra 43 sin tener para ello fundamento más firme que el suponer que junto al famoso puente debería de haber existido una famosa ciudad. Y se echaba mano de Norba porque, por otra parte, no se sabía a dónde colocar a esta última. No existe argumento de mediana fuerza en pro de esta tesis, y en cambio salen a su paso muy graves obje­ ciones. 1.°— En Alcántara no se sabe por fuente alguna que hubiese población romana de ninguna especie, pero, de haberla, sería sin duda una de las que corresponden a los once municipios que costearon el célebre puente y cuyos nombres figuran en una de sus piedras: Igeda, Lan­ cia Oppida, Lancia Transcudana, Talor, Interannia, Colarnium, Arava o Araves, Meidúbriga, Arábriga, Pesud y Banium 44. 2 °— El puente fue construido en el siglo II por colabo­ ración o escote entre dichos once municipios. Norba Ce­ sarina se fundó en el siglo I antes de Cristo. Parece impro­ bable que la Colonia no dispusiera de un puente para 42 Ver A. GARCIA Y BELLIDO, «Las Colonias romanas de Hispania, Madrid, 1959, pág. 478. También La Península Ibérica en los comienzos de su historia, del mismo autor ya citado. P. BOSCH GIMPERA y P. AGUADO BLEYE, «La conquista de España por Roma, en «Historia de España», por MENENDEZ PIDAL, tomo II, pág. 214. 43 Por ejemplo, NICOLAS DIAZ Y PEREZ, España: sus monumen­ tos y artes, su naturaleza e historia, tomo «Extremadura», Barcelona, 1887. 44 Sobre la identificación posible de estos municipios, cfrse. el magnífico trabajo de ANTONIO BLANCO FREIJEIRO El Puente de Alcán­ tara en su contexto histórico. Medrid, 1977, pág. 36. También R. HUR­ TADO DE SAN ANTONIO, Identificación de los municipios estipendiarios que sufragaron el Puente romano de Alcántara. Rev. de Estudios Extre­ meños. Badajoz, 1976.

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franquear el Tajo durante tres siglos y que hubiese de aguardar a que once poblaciones indígenas lo sufragaran para comunicar ambas orillas del río. 3 “— No existe, que sepamos, testimonio arqueológico legítim o que confirme la especie 45. Las antiguas colonias romanas son hoy importantes poblaciones: Sevilla, Córdo­ ba, Mérida, Zaragoza, Barcelona, Ecija, etc., o por lo me­ nos han dejado notorias ruinas que ayudan a situarlas en el mapa de España: Clunia, Hasta Regia, etc. La Colonia Norbensis, importante ciudad sin duda amurallada, no pu­ do sufrir una destrucción tan matemáticamente completa, que no dejase el menor vestigio de su existencia. 4.°— Si se admite la situación de Castra Caecilia junto a Cáceres, resulta algo difícil que fuese contributa, como dice Plinio, de una ciudad situada a 60 kilómetros de dis­ tancia, siendo seguro que entre ambas habría varios pue­ blos. Casi todo esto mismo puede decirse de la atribución de Norba a Brozas, que no tiene apoyo arqueológico al­ guno. En cuanto a la hipótesis que la sitúa en Berzocana, parece la más disparatada de to d a s 46. No se ve ejemplo 45 La atribución de Norba Cesarina a Alcántara o ^ Brozas es una pura invención de los cronistas de la Orden Alcantarina, documenta­ da (?) con supercherías del tenor de ésta con que engañfron al fran­ ciscano P. Cattaneo, enviándole copia de la siguiente lápida: RESP NORBENSIS CURA ET IMPENSA AVITAE MODERATI A VITAE SUAE POSUIT Se deducía de aquí que el territorio de Brozís, junto al Campo de Alcántara, había rparecldo una inscripción alusiva a una República Nor­ bensis. Esta lápida la recogió Muratori en su Thesauro de Inscripciones y pasó por auténtica sucesivamente en la sarta de rutores de CONSTANZO, CEAN BERMUDEZ, VIU, etc., etc., hrsta que HÜBNER demos­ tró que la tal lápida se había confeccionado zurciendo pedazos de una auténtica de Caparra. Véase todo lo que a este respecto dice el P. FI­ DEL FITA en El Castro romano de Cáceres el Viejo, BRAH, t. LIX, pági­ na 467. 46 Sigue esta hipótesis MIGUEL CORTES y LOPEZ: Diccionario Geográfico A rtístico de la España antigua. Madrid, 1835, tomo I, página 207, y de aquí seguramente la tomaría MADOZ que también la incluye en su Diccionario Geográfico, del cual he sido hecha una edición con todo lo relativo a Extremadura, Biblioteca Extremeña. Cáceres, 1955.

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de que una Colonia romana fuera levantada en lugar tan agreste, inhóspito y apartado como el que ocupa este pueblo cacereno, en sitio de escasos aprovechamientos agrícolas y aislado de toda vía importante. Aparte de ello, tampoco hay restos arqueológicos con algún viso digno de tomarse en cu e n ta 47. De no admitirse la situación en Cáceres, el único lugar donde podríamos buscar a esta Colonia es Ibahernando, donde se encuentra una necrópolis romana de las más importantes de la provincia y en cuyas inmediaciones es inconcuso que debió existir no pequeña población. No conozco hasta ahora a nadie que haya defendido esta hipótesis, pero en todo caso, no es más que eso: una vaga hipótesis. Hasta el presente no se ha localizado el empla­ zamiento de la ciudad a que corresponde la necrópolis de Ibahernando; y de las muchas lápidas sepulcrales que ha suministrado ésta, ninguna es explicativa en cuanto al nombre del poblado a que sirviera, sin que sea argumento el hecho de que gran parte de los cipos o estelas que allí se han encontrado, correspondan a individuos de nomen Norbanus, pues este caso es frecuentísimo en cualquier lápida de esta parte de Extremadura. Hay que confesar que sólo Cáceres presenta argu­ mentos de fuerza para erigirse en sucesora de la Colonia Norbensis, argumentos que centuplican en valor a cual­ quier otra hipótesis aparecida hasta la fecha. Veámoslo. Razones arqueológicas. 1.a-— Las únicas murallas ro­ manas de importancia que se conservan en la provincia y sus cercanías son las de C áceres48. Estas murallas hoy no podemos determinarlas con exactitud, pues sobre su em­ plazamiento se construyeron los árabes. Pero los vestigios romanos bajo estas últimas replantean un recinto sensi­ blemente igual. Desde la torre del Postigo al torreón del ángulo nordeste que está levantando sobre varias hiladas de sillares romanos, hay 320 metros. Desde aquella misma 47 De las lápidas romanas ue hay descritas en la provincia de Cáceres, sólo una se ha hallado en Berzocana, cuando Cáceres, Trujillo, Corla, Ibahernando, etc., cuentan más de cincuenta. 48 No contando I e s de Coria, donde no hay problema de identifi­ cación.

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torre al Arco del Cristo, 260 metros. Las dimensiones co­ rresponden a una ciudad no muy grande (Norba no era capital de convento jurídico en Lusitania) pero sí de su­ ficiente estadía y noble abolengo que podía contener unos 3.000 habitantes sólo entre sus muros, sin contar arrabales. 2.a— Cáceres es el único sitio en cuyas inmediaciones se han encontrado bellas esculturas romanas, indicadoras de una floreciente ciudad. Las únicas excepciones son Talavera la Vieja, donde está aceptado por todos la ubi­ cación de Augustóbriga; Capera, cuyo nombre se ha con­ servado casi invariablemente hasta hoy, y Coria, en las mismas condiciones. 3.a— En 1794 se encontró por el cuidadoso y docto Simón Boxoyo, en el patio de una casa de la Puerta de Mérida, una lápida con la inscripción COL. NORB. CAESARIN. Esta lápida, por sí sola “ decide la cuestión” , como dice Hübner. Hoy por hoy se ignora su paradero, pero sería temerario dudar de su existencia, citándola tan res­ petables personajes como Boxoyo y Masdeu y habiéndola registrado Hübner en su C o rp us49. 4.a— Es muy conocido el pedestal de mármol que se conserva en el Museo Provincial, con inscripción que nos habla de la estatua que hubo de soportar, con efigie del emperador Septimio Severo, dedicada por los duunviros de la ciudad Julio Celso y Petronio N ig e r50. Aunque no esté expresamente dicho, hay que suponer que estos duunviros sólo podían figurar en una importante población auténticamente romana y es difícil que fuera otra que Norba. 5.a— La inscripción hallada en 1930, al derribar una parte de la muralla árabe, debajo de ésta y formando parte de una puerta romana, la cual reza así:

49 CIL, volumen II, núm. 693. 50 J. R. MELIDA. Catálogo Monumental de la Provincia de Cáce­ res. Madrid, 1924. Tomo I, pág. 73.

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L. CORNELIO BALBO IMP. C. NORB. CAESAR. PATRONO Esta inscripción, a que antes hemos aludido, es ver­ daderamente concluyente y si que decide la cuestión, unida a los vestigios antecedentemente expuestos y al que sigue a continuación 51. 6.a— En 1969 se halló, al realizar unas obras en el Pa­ lacio Cáceres-Ovando o de las Cigüeñas, que como se sabe está en la parte más alta de la acrópolis de Cáceres, una pequeña ara votiva que por su tamaño y por la inscripción que trae, carente de fórmulas de depósito, se ve que no es sepulcral. Dice a s í:52. Q. VERRV CIVS GE MELVS Q. VERRV CIVS VR BICVS O sea “ Quintus Verrucius Gemelus. Quintus Verrucivs Urbicus” . Al preparar su publicación (la lápida me fue entre­ gada gentilmente por el General Gobernador M ilitar don Antonio Galindo, ya que en dicho Palacio está instalado el Gobierno M ilitar, y actualmente tal monumento está en el Museo Provincial) me encontré con la sorpresa de no 51 Hablan de esta lápida que se encuentra hoy colocada con todos los honores en la Alcaldía de Cáceres, ANTONIO FLORIANO, Cáceres ante la Historia, Cáceres, 1931; el mismo autor, Estudios de Historia de Cáceres. Oviedo, 1957, tomo I, pág. 45. Y más tarde, A. GARCIA Y BELLIDO, Parerga de Arqueología y Epigrafía Hispano-romanas. «Archi­ vo Español de Arqueología, 1960, pág. 186. 52 C. CALLEJO, Nuevo repertorio epigráfico de la Provincia de Cá­ ceres. «Archivo Español de Arqueología», vol. 43, 1970. Números 121122, pág. 132 y ss. También C. CALLEJO, Relaciones demográficas entre Cápera y Norba Cesarina. Rev. «Alcántara», núm. 163. Cáceres, 1971, pág. 35 y ss.

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encontrar en la epigrafía española disponible, mas que un antecedente del nomen VERRVCIVS. Se trata de una estela de Cáparra, donde consta el nombre, una vez rec­ tificado por H übner53 la errónea transcripción de Ponz Q. VERRVCIO G.F. GEME L .... NORB. AN. LXII. H. S.E.S.T.T.L. “ a Quinto Verrucio Gemelo, hijo de Cayo, Norbense, de 62 años. Aquí yace. Séate la tierra leve” . Aquí yace. Séate la tierra leve” . Este Quinto Verrucio Gemelo, natural de Norba, se llama igual que el cacereño Quinto Verrucio Gemelo, a quien alude la lápida del Palacio de Ovando, junto con su pariente próximo Quinto Verrucio Urbico. El hecho de no haber más Verrucivs conocidos en toda la penínsulaH, está proclamando con un máximo de probabilidades que se trata del mismo individuo, o todo lo más de su padre o de su hijo primogénito. Lo verdaderamente importante es que Q. Verrucio Gemelo que muere en Cápera, era natural de Norba, como lo hace constar en su lápida funeraria; y que en Cáceres, en la parte más conspicua de la ciudad amurallada, aparece una pequeña lápida votiva dedicada a la memoria de dos Verrucios norbenses, que murieron en sitios más o menos lejanos de lo que debió ser su casa solariega y donde se les dedicó la pequeña ara de que hablamos, por sus parientes o descendientes. Todo ello es un argumento más que viene a remachar la identificación de Norba con el Cáceres Alto, por si fue­ ran pocos los anteriormente expuestos. El negar a estas alturas tal identificación es negar la evidencia, pues con

53 CIL, 828. 54 Por estas fechas apareció en Herguijuela un ara con la dedica­ toria a Belona, hecha por un Verrucivs. Aunque la lápida se lee mal, muy posiblemente se tr?ta del otro Verrucio de Cáceres, O. Verrucius Urbi­ cus. C. CALLEJO, «Nuevo repertorio... citado en la nota 52. Inscripción núm. 15, pág. 151.

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muchos menos argumentos arqueológicos han sido iden­ tificados numerosas ciudades romanas con otras actuales (salvo aquellas en que lo pregona su nombre haciendo innecesaria toda elucubración arqueológica). ARGUMENTO HISTORICO.— Las tablas de Tolomeo (una de las tres únicas fuentes romanas indudables que poseemos) dan para Norba Caesarea una situación que coincide exactamente con Cáceres. Véase el capítulo si­ guiente, donde se razona con varias consideraciones y un mapa la ubicación dicha. ARGUMENTO GEOLOGICO.— Indiscutibles las atribu­ ciones de dos de las lápidas antes mencionadas y casi seguras las otras, a la Colonia Norba, es verdaderamente absurdo pensar que hubiesen sido traídas a Cáceres desde Alcántara, Brozas, Ibahernando, etc. Ni los visigodos, ni mucho menos los árabes, hubiesen traído sillares de gra­ nito de tan lejanas comarcas a un sitio como Cáceres, a poca distancia del cual se encuentran enormes batolitos de esta clase de roca. Los almohades reconstruyeron las mu­ rallas echando mano de lo que tenían a pie de trabajo y completando con mampostería, tapial o ladrillo. SI estas lápidas no fueron traídas para construcción, ¿con qué objeto lo habrían sido? ¿Por amor al arte o a la cultura, en épocas bárbaras en que no existía noción de la Arqueología?... El argumento del acarreo no tiene defensa. La Colonia Norbens:s Caesarina es el actual Cáceres gótico. Esta afirmación creo que puede colocarse sin es­ crúpulo en el acervo de lo científicamente demostrado y sin posible discusión.

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LA LUSITANIA DE PTOLOMEO Como es sabido, el astrónomo griego Ptolomeo, es­ cribió hacia 150 después de J. C., unas tablas de ciuda­ des y otros accidentes geográficos del mundo entonces conocido, agregando al topónimo en cuestión las coorde­ nadas terrestres de su situación según el cómputo en uso. Estas tablas son de un valor inapreciable por constituir una de las escasas fuentes donde podemos reconstituir algo del mapa de la Espña romana, deduciendo con cierta aproxim ación el emplazamiento de bastantes localidades de aquella época. He creído conveniente ¡lustrar esta obra con un mapa de Lusitania, compuesto según las indicacio­ nes de las tablas y sacando los valores numéricos de la valiosísima obra de A. García y Bellido La península ibé­ rica en los comienzos de su Historia, ya c ita d a 5S. Este mapa tiene sólo una exactitud aproximada y no es, desde lueqo, superponible a un mapa moderno. En las tablas Tolemáicas que han llegado a nosotros — como en cualquier obra clásica parecida— hay que contar con errores, que para nosotros ahora son de dos clases: Unos de orden sistemático provenientes de lo defectuoso de los instrumentos de la época, de lo prim itivo de los méto­ dos y de las concepciones al uso. No teniendo una idea de la magnitud de la Tierra, tan precisa como la que hoy tenemos, los grados de Ptolomeo no son iguales a los de los modernos atlas. 55 Estampa 43. pág. 267, de dicho libro, sacada de las Tablas de Ptolomeo, cap. V, libro II.

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Figura V MAPA DE LA PROVINCIA DE LUSITANIA, según las coordenadas geográficas de las tablas de Ptolomeo

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Otros errores son de orden accidental, propios de las alteraciones que han sufrido las sucesivas copias en que tan remotas obras han llegado a nuestros días. Ambas clases de errores aparecen claramente en el mapa que he dibujado, reproducción gráfica de las Tablas en lo que atañe a Lusitania. A causa de los primeros, la situación de las ciudades, costas, etc., sobre el mapa, es sólo aproximada con gran tolerancia. Los segundos, en cambio, originan enormes disparates. Véase, por ejemplo, la situación absurda de Caurium al Sur del Tajo y la de Augustóbriga, en un lugar que caería en la provincia de Salamanca, cerca de Las Batuecas, mientras su ubicación geográfica real, sobre el Tajo y cerca del límite de la Ta­ rraconense, esíá ocupada por Obüa. Estos emplazamien­ tos absurdos son sin duda consecuencia de interpolacio­ nes o intercambios en las copias, a menos que el error estuviera ya en las fuentes que usó Ptolomeo, cosa poco probable, dada la escrupulosidad de este sabio, pero po­ sible al fin y al cabo. A pesar de esta falta de exactitud, las Tablas y el mapa que de ellas se saca son inestimables como auxilia­ res, pues si bien no hay certería en la situación geográfica de cada población, la posición relativa entre ellas y con respecto a los accidentes diversos es muy semejante a la auténtica, según puede comprobarse por las atribuciones que conocemos de un modo fijo. Obsérvese la gran apro­ ximación con que están señalados Emérita, Metellina, Turmogon (Túrm ulus = A lconétar), Capara y Salmantica. Pues bien, en este mapa, como está a la vista, la situación de ‘‘Norba Caesarea” , cae con rara exactitud sobre el Cáceres actual. Encuentro verdaderamente extraordinario que na­ die se haya tomado este pequeño trabajo de reconstruir el mapa de Ptolomeo, por lo que respecta a nuestra región. De haberlo hecho, no se habría tardado tantos siglos en atribuir Norba a Cáceres, ni hubiera habido que esperar a que un sabio alemán viniese a puntualizarlo. Sólo Ulloa y Golfín, erudito de espíritu crítico muy superior a su época, reivindica decididamente esta atribución y precisa­ mente fundándose en las tablas Ptolemáicas que sus su­ cesores hasta 1880, desconocieron a lo que p a re ce 56. 56 Obra ya cittadr, cap. II.

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Ya se ha dicho en el capítulo anterior que esta fuente clásica de Ptolomeo, proporciona uno de los argumentos más fuertes para la hipótesis, cada día menos discutible, de la identificación de Norba con Cáceres. Por sí mismo, evidentemente, no tiene valor conclusivo, pues podría ha­ berse venido a colocar dicha Colonia en lugar tan dispara­ tado como lo está Caurium, por causas ya explicadas. Pe­ ro unido a las poderosas deducciones de orden arqueoló­ gico e histórico que poseemos, esta ubicación cartográ­ fica adquiere visos netos de exactitud y todas las razones trabadas dan a la hipótesis una contextura verdaderamente granítica.

IV LA FUNDACION DE NORBA Establecida de un modo indestructible la ecuación N orba—Cáceres, surgen inmediatamente una serie de in­ terrogantes que pocas veces se han planteado. ¿Cuándo, cómo, por qué y por quién fue fundada sobre este solar la Colonia Norba C esarina57. Comencemos por los dos últi­ mos de estos interrogantes. La denominación ciudadana que acabamos de enun­ ciar tiene tres elementos: Colonia, Norba y Cesarina. El esencial es el segundo porque contiene el nomen, el nom­ bre auténtico de la ciudad. El tercero es un cognomen, un sobrenombre. El primero alude a una condición política de la ciudad: la de Colonia romana, que como sabemos era la más importante que en aquel tiempo podía ostentar una población provincial y que, efectivamente, sólo lleva-

57 El nombre que debe usarse y que sin duda se usó siempre para esta ciudad es el de Norba Caesarina, en castellano Cesarina; nunca el de Cesarea, ni mucho menos Cesárea. Cesarea es la versión helénica (Kaisareia) que usó Tolomeo porque escribió sus Tablas en griego. Esta palabra Cesarea para apellidar una ciudad consagrada a César o a los Césares, es esencialmente oriental y casi todas las Ce­ sáreas se encuentran en el área geográfica helénica. Cesárea es un puro adjetivo empleado para designar objetos que por lo magnificentes podían considerarse dignos de los Césares. Por ejemplo, en Botánica la seta que comían los emperadores, Amanita Caesárea. En cuanto al gentilicio Norbensis que utiliza Plinio, es un modus dicendi que podría llevarnos a conjeturar que la ciudad, primitivamente llamada Norba, al ser consagrada colonia romana, tomó el nombre honorífico de Colonia Norbensis.

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ron treinta y cuatro de las que radicaban en el suelo de Hispania. Estudiemos brevemente la onomástica de estas 34 colonias sobre un libro de García y Bellido 58. Encontramos en ellas las siguientes modalidades: Nombre indígena cambiado: 2 casos (llu rc i por Gracchurris y Salduba o Salduia por Caesaraugusta). Nombre indígena conservado con aditamentos o so­ brenombres honoríficos, 21 casos (Colonia lulia Urbs Triunphalis Tarraco = Tarragona, y lo mismo Corduba, Hispa!, Barcino, Urso, etc., etc.) Nombre helénico o helenista m odificado o traducido, 2 casos (Emporiae y Cartago Nova). Nombres latinos relativos a circunstancias de la ciu­ dad o de sus fundadores o protectores: 8 casos (Palma, Pollentia, Valentía, Emérita, Pax, Flavíóbriga, Italíca, Metellinum ). Nombre itálico transplantado a España; un solo caso: Norba. Las ciudades o colonias Valentía, Pollentia o Palma, aunque existan en otros puntos del imperio, no son trans­ plantes, sino palabras latinas que pueden aplicarse a va­ rias poblaciones con significado de "valerosa” , “ podero­ sa” , etc. ¿De dónde ha salido, pues, la palabra Norba, Con este nombre existió una ciudad itálica de los Volscos, a pocos kilóm etros de Roma. En 340 a. de C. recibe el título de Colonia y su nombre suena con frecuencia en la Repú­ blica. Al mismo tiempo y, caso raro, da lugar a un genti­ licio fam iliar: Norbanus, que por excepción no termina en -ius como la gran mayoría de los nomina latinos (Julius, Cornelius, Livius, Flavius, etc., e tc). Esta fam ilia, pues, de los Norbani fue de las que tenían en Roma derecho a acuñar moneda con sus nombres y sím b olos59. La ciudad de Norba, por vicisitudes de las guerras civiles entre Mario

58 A. GARCIA Y BELLIDO, Las Colonias romanas de Hispania, Anuario de Historia del derecho español. M rdrid, 1959. 59 Cfrse. ERNEST BABELON, Monnais de la Repúblique Romaine. Londres, 1888, tomo II, pág. 257.

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y Sila entró en decadencia y fue destruida 60. Pero persistió su nombre en la antedicha fam ilia de los Norbani que dio a Roma personajes ilustres. Algunos autores han supuesto que al ser destruida esta Norba itálica a principios del siglo I a. de C., sus habitantes vinieron a España y fundaron una segunda Nor­ ba. Esto en sana lógica es difícilm ente creible. No puede suponerse que los habitantes de una ciudad junto a Roma emigraran en masa y fueran a atravesar el Mediterráneo y luego toda la agreste e inmensa Península Ibérica para establecerse en tan lejano país. Mucho más probable y creible es que alguno de los grandes personajes o m ilita­ res llamados Norbano, con ocasión de algún hecho guerre­ ro saliente ocurrido en Lusitania, se le ocurriera apellidar Norba a alguna ciudad, en memoria de su ancestral patria destruida. Pero la Colonia Norba tiene un sobrenombre: Cesa­ rina. Sobre esto han especulado muchos autores, ya desde el Renacimiento, coincidiendo en relacionar este sobre­ nombre con César, unos, la mayoría, refiriéndose a la épo­ ca en que el gran hombre vivía y dando por descontado que fue él quien fundó la ciudad; otros suponiendo que esta última se denominó así en memoria de Julio César, des­ pués de muerto éste en el año 44. Esta palabra Cesarina ha dado lugar a las más desa­ foradas disquisiciones, suponiéndole a la colonia un de­ senvolvimiento histórico del que no tenemos la más mí­ nima huella auténtica, fundadas todas en la fantasía más o menos desbordante del autor de tu rn o 61. Incluso de este 60 A. GARCIA Y BELLIDO. Dictamen sobre la fecha fundacional de la Colonia Norbensis Cesarina. BRAH, CLIX, II, pág. 279. Madrid, 1966. 61 Se ocupa de esto, por ejemplo, el Cardenrl JUAN DE MARGARIT, Obispo de Gerona, en su obra Paralipomene non Hispaniae. Gero­ na, 1545; obra de mucho mérito, pero con fantasías y errores. También el historiador alcantarino A rirs Quintanadueñas. En general estos auto­ res del Renacimiento — que no tenían más fuentes que las que ahora existen— , incurren en un círculo vicioso al atribuir a Norba Cesarina determinadas efemérides históricas fundándose en el sobrenombre de la Colonia, y luego explicar este sobrenombre por aquellas efemérides. Tales opiniones no tienen hoy día más valor que el de simples curio­ sidades.

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mismo vocablo o más bien del de Cesarea, se ha querido inferir el propio nombre de Cáceres, componiendo una escalera Caesarea > Caesaris > Casaris > Cáceres, sin tener en cuenta que ya en el siglo III o antes, el diptongo AE se pronunciaba en España como E 62 por lo que la es­ calera lingüística se rompe por su más importante tramo. No vale la pena detenerse en tales lucubraciones. Parece lógico que al estudiar el cognomen Caesarina hagamos una comparación con otros sobrenombres y tí­ tulos honoríficos ciudadanos, como ya hicimos al hablar de Norba y valiéndonos otra vez del inapreciable trabajo de García y Bellido 63. En primer lugar hallamos un gran número de estas urbes hispánicas que llevan el sobrenombre de Julias. Por ejemplo Colonia lulia Urbs Triunphalis Tarraco, Colonia Urbs lulia Carthago Nova, C. lulia Gemella Acci, C. lulia Traducta, etc. En dos casos coexiste los sobrenombres lulia y Au­ gusta: C. lulia Augusta Dertosa (Tortosa) y C. lulia Augus­ ta llic i (E lche). Hay otras ya con el único sobrenombre de Augusta, una con el de Lépida (sólo temporalmente: Celsa). Y finalmente tres con el nombre de César: Zaragoza, Medinasidonia y Cáceres en palabras actuales. Deducir conclusiones cronológicas de unos títulos ho­ noríficos dados a determinauas ciudades, es evidentemen­ te arriesgado. Los títulos pueden haberse dado a estas ciu­ dades en cualquier momento de su historia posterior. Pero aun dentro de esta indefinición, existe razones por las cuales unos hechos son más probables que otros. Y a igualdad de condiciones, la hipótesis más probable debe ser la preferida por el historiador consecuente. Las ciudades apellidadas Julias son, con aceptable seguridad, fundaciones de César (como colonia romana

62 Lo demuestran las numerosas inscripciones lusitanas en que las palabras en genitivo o dativo — AE. están escritas, con error orto­ gráfico con una É. Por ejemplo IVLIE RVF.F. RVFINE etc., por Juliae Rufinae. Ver RICARDO HURTADO, Corpus provincial de Inscripciones La­ tinas CPIL, 299, de Ibahernando (Cáceres). Tcmbién SECVNDA ABENTINE F. por Abentinae (CPIL, 279). 63 GARCIA Y BELLIDO, Las Colonias... ya citada.

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sobre otra población ibérica generalmente) o del tiempo de César. Hay excepciones con la citada Colonia lulia Dertosa que data del tiempo de Augusto; pero esta dota­ ción se refiere sólo al título de colonia; antes del — 45 era oppidum que ya llevaba el nombre de lulia D ertosa64. Que estas urbes fueran obra personal, directa o indi­ recta, de Julio César, es fácilm ente comprensible. La pa­ labra lulia era el nombre fam iliar, el nombre de estirpe de César, y es lógico que un hombre cuya elegancia es­ piritual tiene reconocida la Historia, al fundar ciudades, las vinculase a la graideza de su fam ilia antes que a su propia persona, por cuya razón elegía para ellas el sobrenombre de Julias, con preferencias al de César (el cognómen era más personal que el nomen como es bien sabido). Por lo demás también es sabido que todos los objetos abstractos y concretos relacionados con César llevaron el calificativo de Julios, y no el de Cesarinos ni Cesáreos (Lex lulia, mes de Julio, etc.). Por otro lado no hace falta hacer notar que ninguna población pudo recibir el título de Augusta antes de que esta palabra se convir­ tiera en la denominación personal de Octaviano, cosa que ocurrió en el año — 27, en que el Senado se la otorgó. Quedan sólo dos colonias hispánicas (tres si conta­ mos a Cesaraugusta = Zaragoza) que tienen en su sobre­ nombre la raíz del cognomen del Dictador. Estas colonias son una Norba Caesarina y la otra Caesarina Augusta Asido (M edinasidonia). ¿Por qué estas dos colonias fue ron llamadas Cesarinas y no Julias? Para mí está claro: en la fecha de su fundación, la palabra César ya se había mitificado; es decir, no eran fundaciones personales del gran político, sino de personajes que actuaban en home­ naje a su nombre. Esta modalidad encaja perfectamente en la época triunviral o sea desde el 43 hasta el 32. Podría incluso, irse más lejos: los derivados cesáreos de estas colonias tanto pueden corresponder a César como a Octa­ vio. Mientras duraron las luchas civiles del Imperio (triun­ viros contra republicanos, octavianos contra antonianos) Hispania estuvo siempre incorporada al bando de Octavio

64 Ibídem, pág. 502.

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o al de Lépido, que eran prácticamente la misma cosa. Una colonia fundada en Hispania en estos años debería honoríficamente dedicada a Octavio o a Lépido. Ahora bien: desde la muerte de Julio César, su sobrino y herede­ ro tomó el nombre de Cayo Julio César Octaviano, el cual se abreviaba pura y simplemente en Caesar en un gran número de ocasiones, sobre todo m onum entalm ente65. Por tal motivo estas colonias Cesarinas pudieron estar dedica­ das a Caius Caesar, triunviro, general y político invicto, y verdadero dueño del Occidente del Imperio. Octaviano usó muchas veces el nombre de César, pero nunca el de Julio pues estaba personalmente vinculado a Julio César, pero no a la gens Julia, ya que él pertenecía a la fam ilia Octa­ via (Su nombre genuino fue el de Caius Octavius Caepias). A mayor abundamiento, dos de las tres colonias ce­ sáreas en su nombre llevan añadido a este el sobrenombre de Augustas. Una desde su deducción colonial: Cesaraugusta, y la otra, a quien P lin io 66 llama simplemente Colo­ nia Asido Caesarina, recibe al parecer más tarde el título de Augusta. Es esta última colonia tan parecida en su denomina­ ción a la nuestra, la que debemos tomar en parangón Colonia Norba Caesarina, Colonia Asido Caesarina. Por al­ guna razón estas dos Colonias, una con nombre itálico y otra con nombre indígena, recibieron el sobrenombre de Cesarinas y no el de Julias. Sin duda porque son fundacio­ nes (como ciudades romanas: ambas preexistían a la con­ quista de Roma) de la época en que el personaje más po­ deroso y árbitro del imperio en estas provincias era Cayo César; es decir, pertenecían a los años 43-27. Resumiendo lo dicho: La Colonia Norba Cesarina fue fundada por algún personaje llamado Norbanus. Y las fe­ chas que con mayor probabilidad encierran su fundación son del 43 al 27 antes de Cristo. Veamos si entre estas dos fechas algún personaje llamado Norbano pasó por nuestra tierra. No hay que bus65 Caesar divi F. C. Caesar. Véanse monedas de llerda. ANTONIO VIVES, «La Moneda hispánica. Madrid, 1916, tomo IV, pág. 43. También C. SEAR, Román Coins. Londres, 1964. Núm. 373 y ss. 66 Nat. Hist., III, 11.

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car mucho: en el año — 36 es nombrado procónsul de His­ pania Caius Norbanus Flaccus, hombre de gran prestigio en la época triunviral, cónsul de la República en el año — 38, aventajado militar, acreedor a una recompensa ho­ norífica. Al term inar su gobierno en España, Norbano Flacco obtiene la entrada triunfal en Roma, ceremonia reservada a los vencedores en guerras o grandes b a ta lla s 67 No pue­ de existir duda de que durante su gobierno en España, Norbano entabló guerras victoriosas. ¿Y en qué sitio? Pa­ cificado el Este, el Sur y el Centro de la península, sólo quedaba zonas a medio romanizar en el Oeste, Noroeste y Norte. Las campañas de Norbano tuvieron que realizar­ se en estos sitios y contra las tribus más bravas y hostiles. Excluyendo la zona Cántabra que, como es sabido, no fue dominada con fruto hasta la época de Augusto sólo que­ daban como posibles enemigos de Norbano los Lusitanos, los Vettones, los Vacceos o los Galaicos, sólo en pequeña parte sojuzgados por Junio Bruto en — 138 68. A esto he­ mos de añadir que preferentemente los Lusitanos estaban en Roma convertidos en algo legendario y todo general que pisara España, si tenía el muy humano deseo de co­ ronarse con los laureles del triunfo, buscaba a toda costa una victoria más o menos importante sobre la valerosa tribu. Recordemos que Julio César con la mira de lucrar honores en su cursus se sacó de la manga una guerra Lu­ sitana durante su pretura en 60 65 y algo parecido hizo en — 48 otro pretor, C. Casio L o n g in o 70. Una cosa análoga, pues, hubo de hacer Norbano. El que no tengamos noticia exacta de estas campañas puede ser debido a la gran can­

67 Según la inscripción del Capitolio C. NORBANVS C. F. FLACCVS PROCOS. AN DCCXIX EX HISPANIA III ID. (oc)TOBR, o sea •Cayo Norbano Flacco, hijo de Cayo, procónsul, año 717 (de la fundación de Roma = 34 a. de Ó.) el día 4 de los Idus de Octubre (12 de octubre). CIL, I, 2, pág. 50. 68 Tito LIVIO. Perioch 56. 69 Historia de España, de MENENDEZ PIDAL, tomo II, pág. 244. 70 Ibidem, pág. 251.

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tidad de libros antiguos que se han perdido 71 lo que da lugar a grandes lagunas en la Historia, las cuales a veces, va remediando la Arqueología. Cayo Norbano Flacco, pues, vencedor en España de las tribus levantiscas halla al sur del Tajo y en estratégico sitio en el milenario camino que va desde el vado principal del Guadiana al único vado del Tajo un viejo castro o po­ blación celtibérica, sobre un cerro de fácil defensa militar. A llí establece a sus soldados veteranos y a sus parientes y deu d os72, verifica un somero replanteo que ya está casi hecho por la configuración del terreno y por las murallas del c a s tro 73 y regresa luego a Roma a coronarse como triunfador. Cualquiera que fuera el objetivo de las campa­ ñas de Norbano, siendo sin duda teatro de ella el Oeste peninsular, el sitio donde está Cáceres era una favorable base de operaciones, por sus buenas comunicaciones y las feraces tierras del valle alto del Salor, muy apropiadas para ser cultivadas por veteranos y eméritos. Es en esta zona agrícola donde aparecen el mayor número de epita­ fios de Norbani. Las cosas fluyen, pues, con esta hipótesis con sorprendente naturalidad dándole un voluminoso va­ lor lógico, aunque no sea tan absoluto y taxativo como si lo leyéramos en un libro de la época. Y añadiendo a esto que no existen apreciables razones en contra, como vamos a ver en seguida, aquella hipótesis adquiere la máxima probabilidad. 71 La mayor parte de las obrós de Polibio, de Posldonio, de Pli­ nio, de Tito Livio están perdidas y sólo se conservan libros sueltos o fragmentarios o resúmenes debidos a otros autores. Por ejemplo, los de Floro referentes a T. Livio. 72 Norbano dejó en Norba sin duda próximos parientes y libertos o clientes que dieron lugar a la multitud de personas apellidadas Norbanus que aparecen en la epigrafía de estas comarcas. En el re­ pertorio CPIL de HURTADO, ya citado, se contabilizan 39 a las que hay que agregar alguna más últimamente publicada, por ejemplo en MIGUEL BELTRAN Aportaciones a la epigrafía y arqueología romana de Cáceres, Revista «Caesaraugusta», tomos 39-40, pág. 19 y ss. Zaragoza, 1976 y ello sólo de la provincia de Cáceres, donde yo tengo fichadas 44. GARCIA BELLIDO señala 52 en toda la Lusitania. 73 Los vestigios de las murallas del castro celtibérico pueden rastrearse aún bajo los sillares de la parte baja de las torres o muros de las actuales murallas de Cáceres.

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A partir de 1930, en que se descubrió la lápida votiva dedicada por la Colonia Norba a Lucio Cornelio Balbo como patrono, la opinión general se había decantado ha­ cia el criterio del profesor F lo ria n o 74 de que este general, el segundo español (el primero fue su tío L. Cornelio Bal­ bo el Mayor) que obtuvo títulos honoríficos en la metró­ poli romana, fue el verdadero fundador de Norba Cesarina. Así lo entendió el Ayuntamiento de Cáceres, que puso su nombre a una calle de la ciudad. A mí la especie no me seducía gran cosa, pues aunque indefectiblemente Balbo el Menor fue en alguna época Patrono de Norba, ello no implicaba que fuese su fundador o deductor de la Colo­ nia 75. Más atractivos tenía la hipótesis de que aquélla fuera fundada por algún Norbano y con estas palabras lo expre­ sé en la primera edición del presente libro. A fines de 1965, el abogado y epigrafista placentino Antonio Sánchez Paredes, dio en Cáceres cuatro confe­ re n cia s76 sobre problemas de Norba Cesarina. En el trans­ curso de ellas propugnó la fundación de Norba Cesarina por Cayo Norbano Flacco, invocando razones análogas a las que llevamos expuestas y proponiendo la fecha de dicha fundación en el año 34 a. de C .77. La hipótesis pa­ reció bien a la concurrencia que formábamos las personas de la ciudad más interesados en estos temas. Tanto el firmante de estas líneas como Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros e ilustre historiador de Extre­ madura acogimos la idea con interés, tanto mayor cuanto 74 ANTONIO FLORIANO, Cáceres ante la historia. Cáceres, 1930 y Estudios de Historia de Cáceres, tomo I, pág. 44 y ss. Oviedo, 1957. 75 El Deductor de una Colonia se hacía í utomáticamente su p ri­ mer patrono, pero no necesariamente el único, pudiendo tener su­ cesivamente otros. Huelga poner ejemplos. Sobre el tema de las Co­ lonias lusitanas Cfrse. JUAN SAYAS ABENGOECHEA, Algunas conside­ raciones sobre el origen de Lusitania como provincia en «Estudios de­ dicados a Carlos Callejo». Cáceres, 1979, pág. 737 y ss. 76 Recogidas en los artículos firmados por «CURIO O'XILLO» (FERNANDO BRAVO Y BRAVO) en el periódico «Extremadura», días 4, 10 y 17 Diciembre 1965 y 15 Enero 1966. 77 La especie fue ya apuntada por JOSE DE VIU, Extremadura: co­ lección de sus inscripciones y monumentos. Madrid, 1852, pág. 34, no­ ta. Pero entonces nadie paró mientes en ello por no haberse demostra­ do aún la identidad de Norba.

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que comprendimos inmediatamente que de ser cierta esta circunstancia y fecha, nos hallábamos a la sazón precisa­ mente en unos dos mil años de existencia de la Colonia. El Conde de Canilleros pronunció poco después también en Cáceres otra conferencia bajo el título de “ Cómo se hizo Cáceres” y en ella recogió la hipótesis de Sánchez Paredes e hizo verbalmente la sugerencia de que la pobla­ ción debería celebrar como se merecía tan importantísimo fasto, emplazando a las autoridades para que tomaran las medidas oportunas a tal efecto. El alcalde de la ciudad Alfonso Díaz de Bustamante, Académico correspondiente de la Real de Bellas Artes, hizo incondicionalmente suya la proposición. Se formó una Junta pro Bimilenario la cual inició inmediatamente sus tareas y fruto de las mismas fue la celebración de dicha efemérides con diversos actos en 1966 y 196778. Todo esto no se hizo sin polémicas. Antes de la con­ memoración del II Milenario, el Ayuntamiento había toma­ do el loable acuerdo de pedir a la Real Academia de la Historia, entidad la más indicada y prestigiosa para tal asesoramiento, un informe sobre el particular. La Acade­ mia designó como ponente para esta consulta al eminente historiógrafo y arqueólogo don Antonio García Bellido, catedrático de la Universidad Central, Director del Insti­ tuto Español de Arqueología del Consejo Superior de In­ vestigaciones Científicas y autor de numerosísimas obras relativas a la historia de la España Romana. El dictamen de este investigador, hoy ya fallecido, hecho suyo por la docta Corporación y publicado en su secular y prestigioso

78 Les principales fueron la celebración en Cáceres del I Congre­ so de Estudios Extremeños, la emisión por el Estado de una serie fi­ latélica con tres sellos elusivos al Bimilenario y una serie de publica­ ciones entre las que destacan el lujoso folleto editado por la Dirección General de Turismo, con magníficas fotografíes y trabajos de CARLOS CALLEJO. ANTONIO SANCHEZ PAREDES, FERNANDO BRAVO, CONDE DE CANILLEROS, VALERIANO GUTIERREZ MACIAS MARQUES DE LOZOYA y DIONISIO ACEDO, precedidos de un pregón del alcalde DIAZ DE BUSTAMANTE. En la portada del folleto se reproducían a gran escala las fotografías de dos denarios existentes en el Museo de Cá­ ceres con la inscirpción C. Norbanus, los mismos que ilustran este trabajo e inspiraron uno de los sellos conmemorativos.

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Boletín 79 fue francamente favorable a la fundación de la Colonia Norba por el procónsul Cayo Norbano entre los años — 36 y — 34 hecho que, si no se señalaba como in­ defectiblemente cierto, sí podía considerarse como de la más alta probabilidad h is tó ric a 80. Las disidencias a esta opinión que surgieron en la época de la celebración del B im ilen a rio ,81 tienen poca base en qué fundarse. Unas postulan para Norba una fun­ dación mucho más tardía; otras mucho más temprana. Los partidarios de la primera, tenazmente defendida por A. Flo­ riano, aportan la prueba arqueológica de la lápida de 1930 que dedica un homenaje de la Colonia a su patrono L Cor­ nelio Balbo y que da a éste el título de Imperator. Esto último nos explica que se trata de Cornelio Balbo el me­ nor y que la dedicación es posterior al año 19 a. de C., en el cual tal sobrenombre honorífico fue otorgado al famoso m ilitar gaditano por sus victoriosas campañas en Africa. Si la lápida fuera fundacional, Norba Cesarina habría na­ cido como colonia en una fecha comprendida entre los años 18 y 10 antes de Cristo. Pero nada indica que la piedra sea fundacional, sino solamente votiva. Se encontró formando parte de una puer­ ta de las murallas. Pero éstas datan, según los entendidos, del siglo III cuando m á s82. La piedra, de carácter votivo, pudo estar situada en algún monumento de la Colonia, quizá en el pedestal de una estatua, y al formarse las mu­ rallas, aprovechada o colocada como muestra de respeto. Los restos de murallas de nuestras ciudades romanas es­ 79 A. GARCIA Y BELLIDO, Dictamen de ia fecha fundacional de la Colonia Norbensis Caesarina. B.R.A.H., tomo CLIX, cuaderno II, pág. 279. Madrid, 1966. 80 Las vicisitudes, hipótesis v polémicas que rodeeron esta con­ memoración pueden verse con todo detalle en mi trabajo Razones his­ tóricas del Bimilenario de Cáceres. Revista “ Alcántara», núm. 149. Cá­ ceres, 1967. 81 Destaquemos a ANTONIO FLORIANO, Cáceres Colonia romana (en torno al Bimilenario de la Ciudad). (Oviedo, 1966), o bien PEDRO LUMBRERAS VALIENTE: El Bimilenario de la Colonia Norba se cumplió hace unos 40 años. Periódico «Hoy», de Badajoz, 27 mayo 1967. 82 Para RICHMOND, según ALBERTO BALIL, La defensa de Hispania en el Bajo Imperio. Rev. «Zephyrus», tomo XI, 1906, pág. 67, Las Muralles de Norba, son de la época de Aureliano.

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de la ciudad fue César cuando fue Pretor en el año 60 en España o Cuestor en el 68. En tal caso quedaría sin expli­ car por qué se le impuso el nombre de Norba. Lo único verdaderamente cierto es que Lucio Cornelio Balbo m inor fue en algún momento patrono de Norba co­ mo lo explica la tantas veces repetida lápida, lo cual no im plica que fuese su fundador. La causa de este patro­ nazgo sólo pudo ser la estrecha amistad y parentesco del general gaditano con Cayo Norbano. Efectivamente, según refiere García B e llid o 85 Balbo era yerno de Norbano, y al morir éste, sin duda el verda­ dero fundador de Norba, la ciudad se puso bajo el patro­ nato de Balbo. Cabe ahora la duda de a cuál de los varios personajes llamados Norbanos puede referirse la funda­ ción de Norba. El asunto se dificulta por la nada recomen­ dable costumbre que tenían los romanos de imponer a sus hijos primogénitos exactamente su mismo nombre. La genealogía más probable parece la que a continuación de­ lineamos:

tán llenas de lápidas, incluso funerarias, aprovechadas como material y puestas en el lienzo. Por otro lado, a menos que mediaran bastantes años desde el 19 hasta la fundación de Norba, es un contrasen­ tido que Balbo, como resultado de sus victorias en Africa, dedujera una colonia en España. Lo lógico era fundarla o haberla fundado en Africa, de cuya provincia era Pro­ cónsul. De hacerlo aquí, la fundación de Norba habría que traerla hacia los años 12 ó 10 a. de C., fecha clamorosa­ mente improbable. Después que en el año 25 Augusto hu­ biera establecido el gran complejo, como diríamos ahora, capitalicio de Augusta Emérita, con un término enorme, equivalente a dos provincias a ctu a le s83 no deja resquicio a una fundación posterior de Norba ni tampoco de Castra Metellina o Colonia Metellinensis, las cuales debieron preexistir a Mérida, quedando luego como enclaves en su término. Por lo demás, L. C. Balbo, no arraigó en tierra cace­ reña; a diferencia del gran número de Norbanos, no hay en la epigrafía cacerense ningún Balbo, y aun del gentilicio Cornelius, sólo hay tres. Menos probable aún es la suge­ rencia de F lo ria n o 84 de que Balbo fundara la Colonia con los fugitivos de la Norba itálica, destruida muchos años antes. Las mismas razones valen para la hipótesis de una fecha mucho más antigua que el año 36, apoyadas en menciones de autores de la Edad Moderna que sólo están fundadas en el sentir de sus autores, pero no en docu­ mento histórico ni arqueológico legítimo alguno. Y que sólo son fruto de la imaginación casi siempre muy desbo­ cada de estos historiógrafos del Renacimiento y del Ba­ rroco, apoyadas a veces por inscripciones evidentemente falsas, o en los no menos falsos cronicones romanos inven­ tados en los siglos XV y XVI. Basándose en el sobrenom­ bre de Caesarina, algunos han supuesto que el fundador

4 ° Caius Norbanus Flaccus y Lucius Norbanus Balbus, hijos del anterior matrimonio, que hicieron también

83 Seún los textos de FRONTINO y de HYGINO, y las inscripcio­ nes de sus términi augustales, que los cifrrn en Valdecaballeros (CIL, 656), por el Este, y en Montemolín (P. FITA BRAH, 72, pág. 152) por el Sur. El mismo Turgalium (Trujilio) era una dependencia de Mérida.. 84 Estudios de Historia de Cáceres, ya citado, pág. 47.

85 A. GARCIA Y BELLIDO, Las Colonias romanas... ya citada, pá­ gina 479, y Dictamen sobre la fecha fundacional, también cltrdo, pági­ na 279. 86 ANTONIO SANCHEZ PAREDES, en el folleto «Blmllennrlo de la fuidación romana de Cáceres». Cáceres, 1967.

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1.° Caius Norbanus Flaccus que vivió a principios del siglo I a. de C., y a quien seguramente se refieren las mo­ nedas de la fam ilia que reproducimos en este trabajo y que están datadas en el año 83 2 ° Caius Norbanus Flaccus, Cónsul en — 38, Pro­ cónsul de Hispania entre — 36 y — 34, que es el que con­ sideramos como el fundador de Norba. 3.° Caius Norbanus Flaccus, hijo del anterior, Cón­ sul en — 24 y que matrimonió con Cornelia, hija de Lucio Cornelio Balbo el menor.

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brillante carrera, alcanzando los dos el consulado, ya en la época del Imperio. Según esta genealogía, Balbo aparece más bien como consuegro que como yerno del Norbano fundador de nues­ tra ciudad. García y Bellido que en la primera de las tan­ tas veces citada obra Las Colonias romanas de Hispania menciona el primer parentesco, se decanta en su más especializado Dictamen, también citado, por el segundo. Además de parientes, Norbano y Balbo eran correligiona­ rios, pues los dos militaron activamente durante las luchas civiles triunvirales en el mismo partido, el de César y Oc­ tavio, los dos triunfadores en aquellas, !o que explica el papel principal que ambos potentados tuvieron en su épo­ c a 87. Todo esto explica la sucesión de patronatos sobre Norba 88. Para terminar este capítulo mencionamos, sólo a gui­ sa de curiosidad, la fijación de la fecha de fundación de la Colonia Norbensis Caesarina en el año 45 a. de C. hecha por el ilustre historiador y epigrafista P. Fidel Fita en 1911 89. En Trujillo, en lo alto de la iglesia de San Andrés, se encontró una lápida o pedestal que presentaba, según los que !a vieron, la siguiente inscripción: Q. CIRCINVS P. V. CSRI FIL VS y a uno de los lados otra con las letras ANNO/C. C C I/lll El Padre Fita hace de esta inscripción la presente 87 Para todo lo que se refiere a L. Cornelio Balbo el Menor, con­ súltese la reciente y muy extensa obra Los Balbos de Cádiz. Dos es­ pañoles en la Roma de César y Augusto, de JUAN FRANCISCO RO­ DRIGUEZ NEILA. Unlversidfd de Sevilla, 1973. 88 La fundación de Norba Cesarina por el procónsul Cayo Norbano Flacco, va siendo ya admitida por todos los autores. V. JULIO GON­ ZALEZ, en * Extremadura», volumen publicado por la Fundrción March. Barcelona, 1979, pág. 54. 89 Boletín de la R. Academia de la Historia, tomo LXVIII, pág. 166.

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Lámina V CACERES ROMANO.— Escultura de mármol, representando a un genio andrógino de la Abundancia, acaso como símbolo de la Colonia, que se halló en las inmediaciones de Cáceres y ha permanecido muchos siglos en distintos lugares de la Plaza Mayor


Lámina V I CACERES ROMANO.— Lápida votiva dedicada a L. Cornelio Balbo, el Menor, Patrono de la Colonia Norbenis Caesarina. Se halló en 1930 en las murallas de Cáceres y se conserva en el Ayuntamiento de la misma ciudad. Transcripción /.] COR NELIO B A L B O . I M P. C N O R B . C A E S A [R

PATRONO

»/4 Lucio Cornelio Balbo, Imperator. La Colonia Norba Cesarina a su patrono-

lámina V I I CACERES ROMANO.— Denarios de Cayo Norbano Flacco, existentes en el Museo Arqueológico de Cáceres


lectura Q (uintus) CIR (cius) CIN (i) VS/P (osuit) V (ictoriae) C (e) S (a) Rl (s) I ( u li) FIL ( lip p i) /V (otum ) S (o !v ¡t)//A N N O /C (oloniae) (Norbae Caesarinae) CCIII. Traduciendo: Quinto Circio Cinio puso a la (diosa) Victoria de César Julio Fiüpo, cumpliendo voto. Año de la Colonia Norba Cesarina 204. De aquí infiere el epigrafista que la lápida debe per­ tenecer al último año del reinado del emperador Filipo el Arabe (249 D. J. C.) y que siendo 204 el año de la Colonia que consta en la inscripción, se deduce que Norba fue fundada el 45 antes de Cristo. Conclusión excelente, su­ poniendo que la difícil interpretación sea correcta y... ol­ vidándonos de la Aritmética. Si la lápida es de 249 y lleva la fecha de la Colonia 204 lo que se deduce es que la Co­ lonia se fundó en 45 DESPUES DE CRISTO, fecha clamoro­ samente absurda para esta Colonia. Este es el peligro de las interpretaciones a fo rtio ri y precipitadas. Lo más chocante es oue Mélida 90 remacha después el clavo al hablar de Turgalium (se ha supuesto siempre que por estar T m iillo cerca de Cáceres, la Colonia a que se refiere la lápida, sería la Norbensis). Reproduce allí la inscripción de la igles'a de San Andrés, repitiendo punto por punto la interpretación y deducción de Fita y añadien­ do por su cuenta “ Respecto de la fecha cuyo cómputo hay oue hacer desde el año 45 antes de Cristo, que fue cuando Julio César, vencedor de los hijos de Pompeyo en Munda, f"n d ó dicha Colonia, es por tanto el año 204 de ella, el 249 después de Jesucristo, último del emperador Filipo, conforme lo razona y expone el Padre Fita” . El seguir ciegamente a un autor, por prestigioso oue sea sin analizar por sí mismo la cuestión, origina estas eo’ Mvocaciones oue se perpetúan de pluma a pluma. No existe, pues, tal fiiación de la fundación de la Colonia en 45 antes de Cristo, mediante un grosero error aritmético. Seguramente la lectura de la lápida es arbitraria y care­

90 gina 88. Lámina V I I I CACERES ROMANO.— Escultura femenina helenistica que se encuentra en el Palacio de Mayoralgo

Catálogo Monumental de la Provincia de Cáceres, tomo 1, pá­

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cería de valor probatorio hasta si el cómputo a que se re­ fiere Mélida resultase e xa cto 91. 91 Una tercera versión de la lápida, su interpretación y su con­ clusión cronológicamente errónea, la encontramos en CLODOALDO NARANJO, Trujillo y su tierra, Trujillo, 1922, págs. 47 y 48. Obra merito­ ria y docta, pero de escasa dimensión crítica, como se demuestra en este pasaje, aceptado por tercera vez sin réplica, y en otros muchos. Tal por ejemplo en el que recoge y adopta la desacreditada especie de Castra Julia, como nombre romano de Trujillo, identificación comple­ tamente fantástica y carente del menor fundamento serio. No existe ninguna población hispanorromana que conozcamos, con el nombre de Castra Julia y aunque existiera, no hay un adarme de rfzón ni traza para atribuirla a Trujillo, como insinuamos en otras páginas.

V

QUE SE HIZO DE NORBA CESARINA Norba es de las pocas ciudades hispanorromanas de importancia cuyo nombre no ha persistido en forma más o menos evolucionada, hasta nuestros días; tal como ha sucedido con Barcino, Tarraco, Valentía, Hispalis, Corduba, Emérita u Olisipo, que hoy se perciben a través de sus nombres actuales Barcelona, Tarragona, Valencia, Sevilla, Córdoba, Mérida o Lisboa. En el lugar donde estuvo encla­ vada Norba aparece hoy otra ciudad, Cáceres, la raíz de cuyo nombre no tiene nada que ver con el de la colonia romana. Sin perjuicio de que en otros capítulos de este libro estudiemos cuál es el origen del nombre de Cáceres, hemos de examinar brevemente las diferentes teorías que existen sobre la desaparición de! topónimo Norbense. Para Antonio Floriano, opinión inserta en sus Estudios de Historia de C áceres92 comenzada a publicar en 1957 y obra que se ve citada continuamente en este trabajo por ser lo más completo y claro y lo de mayores garantías científicas que se ha publicado hasta la fecha sobre nues­ tra ciudad 93 !a Colonia Norbensis Caesarina desapareció en el siglo III abandonada por sus moradores y ya no hay

92 Tomo I, pág. 50. 93 Desgraciadamente el ilustre profesor no tuvo tiempo de publicer sino dos tomos. El I, de Historia antigua que es el que venimos citfndo; y el II, Oviedo, 1959, que abarca solamente hasta In Recon­ quista de Cáceres en 1229.

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nada que decir de esta ciudad hasta la reconstrucción de la misma por los Almohades en el siglo XII. Sin duda la historia tradicional y oficial de España está en muchos casos tan llena de fantasías, de fábulas acepetadas como hechos, de legendarios prodigios, de etimolo­ gías infantiles que, por reacción, cualquier autor un poco escrupuloso tiende a exagerar la asepsia de sus deduccio­ nes hasta el punto de hallarse a veces sin material de es­ tudio. Tal creo que es el presente caso y por eso no com­ parto esa ¡dea de la desaparición inexplicable de Norba, de la cual, por otra parte, hay vestigios posteriores. Flo­ riano establece tal desaparición para poder justificar el hecho de que el Itinerario de Antonino 94 no menciona a la colonia al llegar al sitio donde debería estar, fijando en cambio mansión en Castra Caecilia. En la época en que se escribió el Itinerario dicho (Hacia 200, si no es posterior como quieren algunos) 95 la ciudad romana de Norba debía existir aún. Recordemos que sus murallas, según los especialistas, son obra de la época de Aureliano (270-275) en que se hicieron necesa­ rias ante las primeras invasiones de hordas germánicas que recorrían el imperio. Tenemos además, en el Museo de Cáceres un pedestal con inscripción que nos dice sir­ vió para sustentar una estatua al emperador Septimio Se­ vero por iniciativa de los duumviros Julio Celso y Petronio Niger y aunque no se nombra la ciudad donde desempeña­ ron estos cargos, debió ser una colonia romana y de no ser Norba, habría que suponerla originaria de Mérida. No se conjetura cuándo y para qué se habría de traer una lá­ pida de Mérida a Cáceres donde ciertamente no escasean las inscripciones romanas. La piedra estuvo mucho tiempo en la fachada de la Casa de G odoy96 cerca de la Iglesia de 94 Debería lim a rs e Itinerario de Caracalla. El nombre de Antoninus ha originado más de una confusión con el emperador así conmúnmente llamado, Antonino Pío (138-161). 95 MILLER, según JOSE M. ROLDAN HERVAS, Iter ab Emérita Asturicam. Salamanca, 1971, pág. 29, afirma ser por lo menos de la época de Diocleciano. 96 Según dice SIMON BENITO BOXOYO, Noticias históricas de la muy noble y leal villa de Cáceres, manuscrito de 1973, publicado por D SANCHEZ LORO, con comentarios del CONDE DE CANILLEROS, en «Biblioteca de Extremadura». Cáceres, 1952, pág. 22.

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Santiago. Hübner, al hablar de este pedestal explica que estaba en el siglo XVI en una pequeña casa a la collation de Santa María, o sea en su parroquia, según C astro97. Sin duda el esplendor de la gran urbe emeritense hu­ bo de eclipsar a las ciudades próximas, tales como Norba y Metellinum, pero no hasta el extremo de que éstas se despoblaran por abandono de sus moradores. Por esto no comparto esta idea del despoblamiento de la Colonia la cual hubo de subsistir hasta la época germánica, si bien es difícil conjeturar en qué momento desapareció. Sabe­ mos que existe una moneda acuñada en Norba Oppitania 98. Por lo menos esto indicaría la persistencia hasta el tiempo de los Suevos, porque o Norba Cesarina se identifica con Norba Oppitania o son distintas. La primera opción prueba el aserto y la segunda indica que a la población donde estuvo la ceca se le puso el cognomen de Oppitania para distinguirla de otra Norba que no podía ser sino la nues­ tra. La historia tradicional de estas com arcas99 nos cuen­ ta que Leovigildo, en sus campañas contra su hijo Herme­ negildo tomó a Cesarea y más tarde a Mérida, regresando posteriormente a Cesarea que se había sublevado y a la que arrasó por completo. Así lo refiere con todo detalle Fernández G ue rra,100 sacando al parecer la especie del texto de una moneda visigoda con la siguiente inscripción: Bl CAESAREA IV + TO LEOBELDUS que interpreta así: “ Dos veces es justo Leobeldo (Leovi­ gildo) en Cesarea” . Si no existen otras fuentes más explícitas, se necesita 97 CIL, II, 693. 98 FELIPE MATEU Y LLOP1S, La moneda española. Barcelona, 1946, pág. 78. 99 Entre otros autores PUBLIO HURTADO, Castillos, torres y ca­ sas fuerte de la provincia de Cáceres. Cáceres, 1927, pág. 68. i°° A. FERNANDEZ GUERRA. Historia de España desde la invasión de los pueblos germánicos hasta la ruina de la monarquía visigoda. Madrid, 1897, pág. 336.

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una imaginación portentosa para creer que de esta sola inscripción se deduzca la doble destrucción de Cáceres, como muy atinadamente opina F lo ria n o 101. La mención IVTO se encuentra en varias monedas visigodas y no pa­ rece referirse a ninguna destrucción y la supuesta inscrip­ ción Caesarea está donde se suele poner el nombre de la ceca de acuñación. Lo primero que habría que hacer es examinar y es­ tudiar con detalle la moneda, tarea a realizar por un es­ pecialista prestigioso. Según tuvo la am abilidad de expli­ carme D. Joaquín M. de Navascués, director que fue del Museo Arqueológico de Madrid, esta pieza se encuentra en Hispanic Society of America y de seguir a M ile s 102 lo que la leyenda dice es TO LEOBGLDVS Bl CESARCA IV, interpretando el topónimo como Cesaracosta (Zaragoza) y con mejor transcripción, aunque abreviada, del nombre de Leovigildo. De todo esto se deduce que la famosa doble destruc­ ción de Norba por Leovigildo hay que ponerle en la cuenta de las muchas fábulas que corren por nuestra historia. Norba debió ser destruida por algún ejército que pro­ viniese del Norte según puede conjeturarse de la des­ trucción total de las poblaciones de la Vía de la Plata. Salmantica apenas ha dado vestigios romanos 103. Cáparra fue destruida a conciencia, no dejando de ella piedra so­ bre piedra, con la excepción del famoso arco cuadrifronte que fue respetado por el capricho de algún jefe. Rusticiana, población de alguna importancia, ya que además del Itinerario 104 la cita Tolomeo 105 fue borrada del mapa y hoy no tenemos leve idea de dónde estuvo. En cuanto a Norba sólo quedó de ella la cimentación o poco más de sus mu­ rallas sobre la cual más tarde edificaron los Almohades las suyas, en tanto que otras poblaciones como Caurium (Coria) que estaban fuera del Camino, conservaron las suyas. La fecha de la destrucción de Norba no podemos 101 102 103 104 105

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fijarla con exactitud. Con algunas posibilidades vivía aún en los primeros tiempos de la dominación germánica y bien pudo ser el propio Leovigildo su destructor, como lo fue de toda la monarquía sueva, a la que Norba debió pertenecer. Las fuentes árabes ya no hablan para nada de esta ciudad mientras son profusamente citadas otras de menos prosapia: Alanje, Coria, Montánchez, Trujillo. En el siglo X por vez primera aparece en el mismo sitio un Qazrax, según veremos en otros capítulos de este trabajo.

A. FLORIANO. Estudios... ya citado, 1, pág. 71. The coinage of the visigoths of Spain. Nueva York, 1952. Salvo el puente sobre el Tormes, de origen romano. Más tarde ¡nos referiremos detenidamente a éste. Tablas; véase el mapa que insertamos de ellas.

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VI EL PROBLEMA DE CASTRA CECILIA Demostrado que Cáceres está edificado sobre el an­ tiguo solar de Norba Cesarina y no sobre el de Castra Cecilia como de antiguo se creyó siempre 106 queda resuel­ to un difícil problema, pero al mismo tiempo se suscita otro nuevo. ¿Dónde poner, pues, a Castra Cecilia? ¿Cómo conciliar las evidentes relaciones toponímicas que ligan a esta población con Cáceres y que, como veremos, son de naturaleza muy robusta, con lo que acabamos de decir sobre Norba? Demostrada por Hübner, como se ha dicho en capí­ tulos anteriores, en el último tercio del siglo XIX esta ubi­ cación de Norba, los historiadores nacionales y regionales hubieron de buscar sitio para Castra Cecilia y no tardaron mucho en encontrar solución. A tres kilómetros al nordes­ te de Cáceres, en el camino de Torrejón el Rubio, había una finca llamada Cáceres el Viejo donde se encontraban de vez en cuando restos romanos. El historiólogo alemán Adolfo Schulten, realizó en 1910 y más tarde de 1927 a 1930, importantes excavaciones en este lugar, descubrien­ do un campamento romano completo de los tiempos de la República. Una parte de los numerosísimos objetos ha­ llados fueron a parar ai Museo de Cáceres, donde actual­ mente se pueden ver. La opinión de los doctoc coincidió en que este campamento se databa en la época de las W6 Sobre la bibliografía de esta atribución, se habla profusamen­ te en el capítulo IX de esta obra.

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guerras sertorianas, atribuyéndose a la tropa que para sojuzgar al rebelde caudillo romano, comandaba el pro­ cónsul Quinto Cecilio Metelo, último de los grandes gene­ rales romanos así llamados. La fundación de Castra Ce­ cilia se atribuyó siempre a este último, así que no quedó, al parecer, duda de que este vicus subordinado a Norba, según Plinio, se halló en el mismo sitio que el campamento excavado por Schulten. A esto cabía añadir que la Via Lata en el trazado favorito de los historiadores antiguos, con­ torneaba la actual Cáceres por el Este y el NE., pasando muy cerca de la dehesa de Cáceres el Viejo. No había más que suponer que dicha calzada romana se prolongaba hasta esta última, saliendo desde allí en dirección al Casar de Cáceres y a Alconétar, donde se encuentran rastros fidedignos de aquélla. Esta plausible hipótesis, al lado de varios aspectos razonables, presenta algunas dificultades bastante serias. Una de ellas es la siguiente: ¿Por qué en el Itinerario Antoniniano, al describir la vía Mérida-Salamanca o Vía Lata, que, como vemos, pasaba por Norba Cesarina no se men­ ciona a ésta y en cambio se va un par de millas más allá a establecer una mansión en Castra Cecilia, o sea, Cáce­ res el viejo? La segunda dificultad deriva de las conclusiones que venimos sacando de este trabajo y que el lector verá mi­ nuciosamente explayadas más adelante. Siendo Qázrix el nombre árabe de Cáceres y siendo el equivalente lingüís­ tico latino de esta voz la palabra Castris que corresponde precisamente a la mención literal Castris C aeciiii del Iti­ nerario de Antonino, era necesario que este Castris estu­ viera junto a Cáceres, para que este último heredara el nombre de aquél. Y el campamento romano de Cáceres el Viejo, que queda a tres kilómetros largos del recinto for­ tificado, no parece el sitio más indicado para una pobla­ ción cuyas ruinas sirvieron para dar nombre a dicho re­ cinto cuando éste fue reconstituido. Hay, pues algo que no marcha bien en el engranaje de esta hipótesis y vale la pena de gastar algún tiempo y trabajo en examinarlo, ya que, en procedimiento histórico correcto, no se pueden dejar las cosas prendidas con alfi­ 66

leres, por lo menos hasta haber apurado todo lo posible los caminos que estén a nuestro alcance. En el territorio de la Colonia Norba, se encontraban dos pueblos dependientes de la misma, cuyos nombres eran, en tiempos de Plinio, Castra Caecilia y Castra Ser­ villa 107. Ambos poblados eran de origen militar, formados al calor de los campamentos por los habitantes del país que daban o intercambiaban suministros a la guarnición y a veces, por las mismas fam ilias más o menos legítimas que los legionarios formaban. Abandonados los campa­ mentos, el caserío o cañaba se iba aumentando con los restos de las edificaciones y enseres y poco a poco se formaba una aldea o villar que conservaba generalmente el nombre que había llevado el campamento. El de Castra Cecilia, se atribuye, ya lo hemos dicho, al general Cecilio Metelo y a las guerras de Sertorio (año 79 a de C.) El de Castra Servilia, unos suponen fuera establecido por el pretor Quinto Servilio Cepión, durante las guerras contra Viriato (hacia 139 a de C.) y según otros el nombre está tomado de una de las legiones del ejército de Metelo, Legio S e rv ilia .108 No falta por último quien opina que las dos menciones se refieren a la época de las Guerras Viriatinas, siendo Castra Caecilia, nombrado en honor de Quinto Cecilio Metelo Macedónico, que anduvo por Es­ paña en estas épocas 109. El complemento a la brevísima cita de Plinio 110 única geográfica que poseemos donde vengan mencionadas es­ tas dos poblaciones, es el Itinerario de la Vía Lata o de la Plata fechado en tiempos de Antonino Caracalla (196-217) y que corresponde al camino que iba de Mérida a Sala­ manca, prolongándose después hasta Zaragoza. i»7 PLINIO. Nat. Hlst. IV, 117. 108 PUBLIO HURTADO, Castillos, torres, casas fuertes de la pro­ vincia de Cáceres. Cáceres, 1927. 109 FERNANDO GARCIA MORALES, en el reciente estudio Un re­ portaje para la Historia, «Estudios dedicados a Carlos Callejo», pági­ na 323, ss. Cáceres, 1979. 110 La cita completa es como sigue: «Las colonias (de Lusitania) son: Augusta Emérita, sita junto al río Anps y la Metelinensis, la Pacensis y la Norbensis, cognomlnada Ceestrina, de la que son contrlbutas Castra Servilia y Castra Caecilia». Loe. cit.

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Reproduzco ya aquí el trozo de itinerario que nos in­ teresa, con las distancias de cada mansión a la anterior. MERIDA 2.a mansión AD SORORES .............26 millas — 3.a CASTRIS CAECILII ................... 20 4.a TU R M U LO S .................................. 20 — 5.a RUSTICIANA ............................ ... 12 — 6.a C A P A R R A ................................. ... 22 — 7.a C A E LIO N IC C O ......................... ... 22 — — 8.a AD L IP P O S ............................... ... 22 9.a SENTICE ................................... ... 15 — 10.a S A LM A N T IC E ........................... ... 24 — Desde Salmantice, el camino subía hasta Zamora, des­ viándose luego hacia Simancas, Segovia, etc., hasta Titulcia, donde tomaba la dirección natural de Zaragoza 1U. Otra mención, cuya independencia respecto de la an­ terior no ha sido puesta en claro, es el Anónimo de Ravena (Ravennas Geographus) que en la descripción de España da una serie de ciudades que evidentemente forman itinerario, de esta m anera:112 Salmantica Sentice Appos Colorium Cappara Rustiana Turmulum Castris Sorores Augusta Mérita 111 He tomado la versión del Itinerario que da GARCIA Y BELLIDO en su obra La Península Ibérica en los comienzos de su Historia; ya citada. En otras versiones se lee para la 7.a mansión Caecilio Vico y para la 10.“ Salmétice. Véanse otras versiones del Itinerario en ANTO­ NIO BLAZQUEZ, Nuevo estudio del Itinerario de Antonino. BRAH, XXI, 1892, pág. 73 y todo mejor detallado en J. M. ROLDAN Iter ab Emérita... ya citado. 112 El trozo reproducido está tomado de VIRGILIO BEJARANO (obra citada) quien anota reproducirla de la edición Ravennatis Anonymi Cosmographia de Pinder-Parphey.

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El Anónimo de Ravena está escrito en el siglo VI. Los nombres presentan algunas variaciones con respecto al Itinerario Antoniniano, que no sabemos si son descuidos de copia o se deben a que efectivamente aquéllos habían evolucionado. Nótese que Salmantica está más exactamen­ te escrito, o mejor dicho, en más evolucionada versión que en el original antoniniano. Lo mismo podríamos decir de Mérida y quizás de CASTRIS. Todavía existen vestigios de una tercera versión de algunas vías del Itinerario, entre ellas, la que nos interesa, desde Asturias a Mérida, en unas téseras de barro que aparecieron en casa de un coleccionista de Cangas de T in e o .113 De estas téseras, todas muy troceadas y a falta de fragmentos, la que se refiere a la antedicha vía en el trayecto Salamanca-Mérida, contiene las siguientes inscrip­ ciones fragmentarias: Saim ............... Sent................ A d li.................. Caec............... Capara........... Rusticiana..... Turm ulus........ Castris Cae... Ad Sorores.... Emérita...........

XI

X

Las letras y cifras que faltan corresponden a huecos en la reconstitución de la tésera. Dice el articulista que las distancias entre mansiones que figuran en estas piezas de barro, no coinciden con las del Itinerario de Antonino, del cual parecen exactamente tomadas las menciones. La distancia de Rusticiana a Turmulus, única que podemos ver en nuestra tésera, es aquí de 10 millas y de 12, según el Itinerario. Pero tampoco podemos saber si después de esta X han desaparecido dos I.

113 Véase ANTONIO BLAZOUEZ, Cuatro téseras militares. Boletín de la R. Academia de la Historia, tomo LXXVII, pág. 104

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Si estas inscripciones muebles son auténticas tendría­ mos una edición más del famoso camino y una nueva men­ ción de nuestra Castris Caecilii, aunque ignorándose la fecha a que referirla. Dos cuestiones, íntimamente ligadas una a otra, ha de proponerse quien se enfrasca en la historia del Cáceres romano. Primera: En qué sitio estaban emplazadas exacta­ mente Norba Cesarina, Castra C ecilia y Castra Servilia. Segunda: Por qué puntos pasaba, también exactamente, la Vía de la Plata. Estando aquellas poblaciones, según todas las conjeturas situadas en la Vía o próximas a ella, el pro­ blema, como se ve, es único. Los sucesivos trabajos y noticias de Viu 114, Ponz ’15, Paredes 1I6, B lázquez117, F lo ria n o "8, H übner119, S ch u lte n 120, Roldán m, han dado como consecuencia el fijar, tras algu­ nas vacilaciones y con algunas variantes, el trazado de la calzada del siguiente modo: Desde Mérida, sensiblemente por donde pasa la carretera actual (es de notar que las grandes carreteras actuales son herederas geográficas de las principales vías romanas) hasta el Puerto de las He­ rrerías, paso único, y en cuyo sitio hay vestigios de aqué­ lla. Sigue después igualmente cerca o por el mismo sitio que la carretera hasta la primera mansión Ad Sorores, que se fija en la dehesa de Santiago de Bencáliz, un kilómetro al norte de Casas de Don Antonio, en unas ruinas roma­ nas que describe V iu .122 A partir de aquí seguimos la misma dirección SurNorte hasta alcanzar el puente viejo sobre el Salor, y que según F lo ria n o,123 es romano y reedificado en el siglo

114 JOSE VIU, Extremadura. Colección de sus inscripciones y mo­ numentos. Madrid, 1852. 115 Viaje de España, 1784, ya citado. 1,6 Origen del nombre de Extremadura. Plasencia, 1886, págs. 81 a 88.

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Via Romana de Mérida a Salamanca. BRAH, tomo LXI, pág. 101. Estudios de Historia de Cáceres, tomo I, pág. 56. CIL, suplemento. Sertorius. Barcelona, 1949. Iter ab Emérita, ya citado. Ob. cit. pág. 76. Estudios... I. pág. 58.

XVIII. Franqueado este río, se sigue la carretera o un cor­ del muy cercano a ésta hasta el puerto del Trasquilón y de aquí, por una cañada que atraviesa el plano de las Ca­ mellas, se acercaba la vía al arroyo de la Rivera, por cuya margen seguía, bordeando el hoy casco viejo de Cáceres y entonces Norba Cesarina. A partir del Vadillo, dicen al­ gunos autores, no todos, la vía tomaba dirección N. E. has­ ta el emplazamiento de la dehesa de Cáceres el viejo don­ de Schulten ha excavado sistemáticamente el campamento romano. Pasado éste cambiamos bruscamente de rumbo hacia el N.O. yendo a buscar las inmediaciones del pueblo del Casar, donde se encontró la columna m iliaria L l l 124. Más tarde y por un camino que baja en dirección Norte hacia el Tajo y que aún se llama en los mapas Camino de la Plata, se llega a parajes donde la calzada romana se advierte claramente. Siguiéndola, llegamos al Almonte. Hay discusión acerca del sitio donde estuvo el puente sobre este río que se cruza un poco antes de su desembocadura en el Tajo, bajo el castillo de Alconétar y frente al gran puente derruido del mismo nombre, de fábrica asimismo romano, en este sitio estaba I atercera mansión de la Vía, denominada T urm ulos.I2S De todas estas localizaciones, hay algunas que tienen grandes visos de certidumbre: el paso por el Puerto de las Herrerías, la mansión Ad Sorores 126 el puente del Salor, la 124 Mélida. Catálogo.. Pág. 51, tomo I. 125 Toda esta parte de Alconétar, se encuentra hoy sumergida bajo el embalse de Alcántara. Los restos del Puente romano han sido trasladados a otro sitio, simulando franquear el arroyo Guadancil, afluente del Tajo. 126 La mansión Ad Sorores también ha sido objeto de muchos es­ tudios y conjeturas (Ver V. PAREDES, «Origen del nombre de £.*, pá­ gina 87, o bien R. GARCIA PLATA DE OSMA, -El Norte de Extremadu­ ra», 13 de Junio 1911) no para discriminar su ubicación, sino el sig­ nificado del topónimo. Se han buscado por allí dos ciudades, dos mon­ tañas, etc. En mi opinión los epígrafes del Itinerario que están en acusativo precedidos de AD (Ad Sorores Ad Lippos, etc.) eran meros entronques de donde partían caminos secundarlos que Iban a los pue­ blos así llamados. Si Sorores hubiera estado en la calzada, vendría este nombre en ablativo como casi todos los de las demás mansiones y diría Sororibus como más adelante dice Castris. Esto no Impide que en tal entronque hubiera algunas ventas que sirvieran de albergue o mansión y aún un poblado, formado posteriormente. El nombre Soro-

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columna del Casar y el trozo final del camino de la Plata con la mansión de Turmulus. El resto se funda sólo en conjeturas y carece de confirmación arqueológica. Cáceres y su perímetro urbano actual se encuentran asentados sobre un valle alto o nava — para emplear este castizo término ibérico— que se apoya en cuatro ondula­ ciones o colinas. La primera de ellas es la histórica acró­ polis donde estuvo emplazada la Colonia Norbensis Caesarina (consúltese el croquis) y más tarde la fortificada Hizn Qazrix. La altura máxima de esta colina es, en la pla­ za de San Mateo, de 459 metros sobre el nivel de! mar. Frente a ella, al N.O. y tras un espacio casi horizontal (Plaza Mayor y Concepción) el terreno sube suavemente hasta alcanzar la cima de un cabezo redondeado que de antiguo se llama Peñarredonda. Esto es la segunda colina, un poco más alta que Cáceres puesto que sobrepasa los 465 metros y se prolonga ligeramente hacia el Norte, for­ mando un espolón de altura análoga, que es el Paseo Alto. Finalmente, otra derivación hacia el Sur de estos leves accidentes orográficos forma el cerro de Peña Aguda, de 472 metros de elevación, con el puntiagudo peñasco que le da nombre, que pronto será cubierto por las edifi­ caciones que en esta zona van surgiendo profusamente. Rodeando la Nava en semicírculo por las partes Este, Sur y Oeste, hay tres que son grandes para llamarles ce­ rros y pequeños para serranías. La Montaña o Sierra de Mosca, por el sudeste, cuya altura máxima (Portanchito) tiene 644 metros; la llamada Sierrilia, al Oeste, con 523 metros de cota y finalmente por el Sur, el cerro de los Ro­ manos y los oteros de Santa Ana y San Benito, con alturas del orden de los 550 metros. Para entrar en esta Nava por el Sur, hay dos caminos:

res, seguramente obedecería a que originariamente habría por allí algu­ na villa propiedad de dos hermrnas (o de varias). Esto parece más natural que no suponer que por metáfora se diese este título a dos accidentes geográficos gemelos. Claro que no tenemos confirmación alguna y por tanto, cada cual puede imaginar la tesis que guste. Ver E. CERRILLO MARTIN DE CACERES, Santiago de BencáHz. Re­ vista «Alcántara», núm. 194, marzo 194, donde se hace un detallado estudio de esta mansión.

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uno el ya citado puerto del Trasquilón, por donde lo hace la actual carretera de Mérida y otro el que pasa por Aldea Moret y es el que emplea el ferrocarril. Igualmente, que­ riendo salir en dirección al Norte, hay otros dos caminos que marcan dos arroyos o riachuelos que nacen entre las sierri lias cercanas: la Rivera del Marco, más comunmente llamada Rivera a secas (a veces mal escrito Ribera), por el Este, y el arroyo de Aguas Vivas, al Oeste. De los cua­ tro caminos, los dos orientales son los elegidos por la hi­ pótesis más común para dar entrada y saüda a la Vía Ro­ mana, pero no está demostrada la im posibilidad de que lo fuera uno o los dos que discurren por el Oeste. Sentados estos pormenores históricos y geográficos, entremos en el nudo de la cuestión. Durante algún tiempo albergué el convencimiento de que en el lugar de Cáceres el Viejo 127 no había existido, jamás otra cosa que un campamento romano de efímera duración puesto aue, según decían algunos libros anti­ guos y modernos 128 las excavaciones no habían suminis­ trado dato alguno posterior a la República romana; de ser es+o cierto, era claro que los v id Castra Cecilia y Castra Servilia que perduraron por lo menos hasta el siglo III y nui7á mucho más. donde es mencionado uno de ellos en los Itinerarios, podían haberse hallado en cualquier sitio exceDto en la finca de “ Cáceres el V ieio” . Pero al reorganizar el Monetario del Museo Provincial durante el tiempo en que fui su Conservador, encontré envueltas en papeles o encerradas en cajas con la mención “ Cáceres el V iejo” grandes bronces de Augusto, de Anto-

127 Según MELIDA (Catálogo)..., tomo I, pág. 66) este campamen­ to se encuentra «en el llano, al pie y al S.E. de Cáceres». Debe decir al N.E. Esta, como casi todas Ifs cifras cardinales de Mélida en Cáce­ res, está equivocada, sin duda debido a que trabajó sobre un plano o carta de la ciudad mal orientado. Así por ejemplo, las torres Redonda y Desmochada las situó al N.O. y S.O. del recinto amurallado (página 231) cuando en realidrd están al S.O. y S.E. respectivamente. Lo curio­ so es que casi todos los autores posteriores repiten la misma equivo­ cación, mostrando haber tomado este dato de dicha fuente sin la debi­ da comprobación. 128 Singularmente después de las excavaciones de Schulten 19281930.

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nino Pío, de Fuastina II, de Decio y de Gordiano III, a más de pequeños broncas de fecha tan tardía como para llevar las efigies de Constantino II y de T e od o sio .129 No puedo certificar que estas monedas fueran entregadas al Museo por Schulten, ya que en su obra escrita tras sus excava­ ciones 130 no las cita, pero indudablemente fueron depo­ sitadas posteriormente en el Museo por Schulten o por alguien y mi predecesor M. Ortí Belmonte, las etiquetó y guardó con esta mención. Pero estas monedas demues­ tran muy a las claras que sobre el campamento abando­ nado y en sus alrededores se fue formando un poblado que duró varios s ig lo s .131 ¿Qué poblado fue? Tampoco puede haber duda de que se trata de uno de los dos qque menciona Plinio en esta comarca: Castra Cecilia o Castra Servilia, pues lo está diciendo a las claras el nombre de ambos, indicativo de su origen campamentario. Examinemos las posibilidades de las dos: A) Castra C ecilia.— Esta es la opinión que podría­ mos llamar clásica. Como acabamos de ver, los autores modernos la adoptan sin v a c ila r132 siguiendo a Schulten que, terminados sus trabajos de excavación publicó varias obras 133 en las que sostiene esta identificación sin aducir pruebas irrecusables, como advierte juiciosamente Corc h ó n .134 129 CARLOS CALLEJO, La colección monetaria del Museo de Cáceres. Cáceres, 1957. 130 ADOLF SCHULTEN, Castra Caecilia. «Erster Bericht Archaologischer Anzeiseger, 1928. 131 Es fundamental pera los problemas que plantea el Campamen­ to de Cáceres el Viejo, la obra de MIGUEL BELTRAN LLORIS, El Cam­ pamento romano de Cáceres el Viejo, revista «Numisma», números 120131. Madrid, 1973-1974. En ella se hace un estudio científico perfecto de las monedas halladas, entregadas y estudiadas por SCHULTEN has­ ta 1930. En él no figuran los bronces imperiales y el autor deduce que la verdídera Castra Caecilia estaba junto a Norba o muy cerca de ella y no en el Campamento. Opinión muy próxima a la que yo propongo en éstas y en las siguientes páginas de esta edición, que rectifica en varios asuntos, las expuestas en el primer libro, a la vista de los hallazgos y publicaciones suscitados en los 17 años transcurridos. 132 Ver FLORIANO, Estudios... op. cit. t. I, pág. 63. 133 Como Castra Caecilia, ya mencionada. 134 J. CORCHON, Veterrima ínter Norbensia. Madrid, 1954, pág. 11.

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De ser ciertas estas hipótesis, Castra Cecilia estaría, naturalmente en Cáceres el Viejo. ¿Y Castra Servilia? Po­ dría estar en el sitio de Santa Olalla, donde todos los his­ toriadores antiguos sitúan una gran cantidad de hallazgos de la época romana. O en las inmediaciones de Cáceres, en la zona del Marco o en San Blas, sitios igualmente muy fecundos en hallazgos. O finalmente, en otro sitio que no corresponda a ninguno de los citados, como por ejemplo, en Casas de Millán, donde existe otro Cáceres el Viejo y hasta una Rivera de Cáceres como la que baña la ca­ pital. 135 En todos los casos nos encontramos con inconvenien­ tes, ya insinuados más atrás. Si Servilia estaba en Santa Olalla, la Vía pasaba por junto a Norba sin nombrarla: y por otra parte nos quedamos sin saber por qué el lugar don­ de ahora está Cáceres se llamaba Castris. Si Servilia es­ taba en o junto al actual Cáceres, queda explicado el se­ gundo enigma pero se agrava el primero, pues la vía pasa­ ba por Castra Servilia y junto a Norba Cesarina, sin men­ cionar a ninguna y se iba a establecer mansión tres o cuatro kilómetros más lejos, en Cáceres el Viejo. Antes de pasar adelante, he de hacer una necesaria aclaración. El lector estará de fijo in mente pensando en este topónimo Cáceres el Viejo que venimos repitiendo y preguntándose qué relación podrá tener con el problema. Efectivamente, a cualquiera se le ocurre que este nombre geográfico es altamente explicativo — significativo, dice M é lid a 136— con respecto a que en aquel sitio hubo un viejo Cáceres. Sin embargo F lo ria n o,137 siguiendo el parecer de P. Hurtado, nos dice que este nombre no in­ terviene en la cuestión, puesto que esta finca se llama así

135 Casps de Millán es un pueblo edificado en la falda de un rito cerro, a 5o kilómetros al Norte de Cáceres. En dicho cerro h?y un castro celtibérico y a| parecer hubo un campamento romano. Han sido excavados someramente por Fray ENRIQUE ESCRIBANO y explorados por ANTONIO SANCHEZ PAREDES. Véase el trabajo de este último A campo traviesa. De paso por el Puerto de los Castaños. Periódico «Extremadura», 11 Enero 1962. Cfrse. Nota de la página siguiente. 136 Mélida. Cat. Mon. Tomo I, pág. 60. 137 Estudios... pág. 60, o mejor Gula de Cáceres, pág. 32 nota.

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por haber sido propiedad de un tal Gonzalo de Cáceres, a quien se llamó el Viejo, para distinguirlo de otro homó­ nimo suyo apodado sin duda el Mozo. El Conde de Cani­ lleros rechaza esta versión por motivos de índole genealó­ gica y a mí me parece extremadamente especiosa por otras razones y no la creeré hasta que me muestre alguien alguna prueba documental de la misma. Es por demás sospechoso y exageradamente casual que a poca distancia de Cáceres encontremos un topó­ nimo "Cáceres el V iejo” y no tenga ninguna relación con la ciudad inmediata. Además, en otro sitio de la provincia y en el término de Casas de Millán, hay un castro en otra finca que también se llama Cáceres el Viejo. ¿Debe su­ ponerse aquí otra propiedad de D. Gonzalo de Cáceres? Es más concorde a la lógica pensar que el sitio donde estuvo el campamento se llamó tradicionalm ente Castra o Castris y que este nombre, conservado por los árabes en Cazris, ha servido para denominarlo, lo mismo que a Cá­ ceres “ el Nuevo” . Dicho de otro modo que, allí hubo una Castra Cecilia o Servilia, cosa que, por lo demás, todo el mundo admite. El “ Cáceres el V iejo” de Casas de Millán, es un caso análogo. Sin duda hubo allí otra población con el nombre de Castrum o Castra y el lugar conservó, más o menos desfigurado, el nombre. El pueblo ha llamado a entrambos sitios “ El V iejo” para distinguirlos de la población de Cá­ ceres. 138 Por lo que respecta a los Cáceres del Sur, es sugestiva la teoría esta: Un Castra, Cecilia o Servilia, en el campa­ mento; otro Castra, Servilia o Cecilia, junto a las ruinas de Norba. Entrambos pasan al árabe como Qázrix = Caz­ ris = Cáceres. Uno de ellos, se reedifica; el otro se arrui­ na. El pueblo llama por el nombre antonomásico al reedi­ ficado y “ Cáceres el V iejo” al ruinoso. 138 Incluso es posible que sea precisamente aquí en el Cáceres de Casas de Millán, donde estuviera la buscada Castra Servilia. En to ­ do caso, este Cáceres fue sin duda otro Castris de paralela evolución onomástica al de nuestra capital. Esta es la opinión, para mí muy plausible, que sustenta F. GARCIA MORALES, en Un reportaje para la Historia. El otro «Cáceres el Viejo-, ■•Estudios dedicados a Carlos Callejo, pág. 323 y ss. Cáceres, 1979.

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B) La población romana que estuvo donde hoy Cá­ ceres el Viejo, era Castra Servilia. En tal caso, a Castra Cecilia hay que situarla sin más buscar, junto a Norba Cesarina, como opinaban Fernández Guerra, Vicente Pa­ redes y Publio Hurtado. Reconozco que, meditadas las co­ sas bien, esta opinión me parece más probable que la otra. Veamos primero lo que dicen los autores citados. Fernández Guerra, según H übner,139 coloca a C. Cae­ cilia “ en el extremo boreal de la misma ciudad (Cáceres) al pie y al norte del cerrillo Peñarredonda” . Paredes Guillén, que en su libro Origen del nombre de Extremadura escribió al lado de muchas puerilidades, algunas verdades lapidarias, hace entrar la calzada roma­ na en la nava de Cáceres por el Puerto del Trasquilón, pero en vez de salir por la parte de San Blas, opina que la dicha vía contorneaba Norba por el Nordeste, yendo a salir por el puertecillo de los Regajos, en dirección al Casar 14°. Sanguino Michel 141 habla de un trozo empedrado que iba del Pozo de la Nieve hasta el Arroyo de Aguas Vivas, tocando la Huerta de D. Juan, y reconocida por él y por Paredes, esta pavimentación como romana, fue causa de que este último delineara por este lugar la salida de la calzada. De todo esto se derivan tres hipótesis para situar el vicus Castra Cecilia junto a Cáceres. la primera es la que acabamos de explayar, atribuible a Fernández Guerra, Pa­ redes, Sanguino y Hurtado 142. Castra estaría, pues, hacia el Norte de Norba, donde ahora está el barrio formado por las calles Margallo y José Antonio, de cara al vallecillo del “ Río Verde” , que hoy es una calle y entonces sería un regato. Las distancias contadas a partir de Sorores y de Mérida son correctas. Se explica que este Castris aquí si­ tuado ,diera nombre a Cáceres. Pero no se explica que, después de contorneada Norba Caesarina y sus florecien­ tes arrabales junto a la Rivera, la vía estableciera su man139 BRAH, tomo I, pág. 96-1863. 140 Ob. cit. páa. 87. 141 JUAN SANGUINO MICHEL, Notas referentes a Cáceres. «Re­ vista de Extremadura», 1909, pág. 392. 142 P. HURTADO Castillos, torres..., ya citado.

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sión en el más alejado arrabal, o sea, Castra Cecilia. Hay pocos restos arqueológicos que abonen esta hipótesis, salvo el trozo empedrado dicho, que nada dice en cuanto a emplazamiento de poblaciones 143. Segunda opción. Hay que m odificar el trazado de la calzada entre el río Salor y el Casar. Saliendo del puente de dicho río, la Vía no iba por el puerto del Trasquilón, sino por Santa Olalla, como decían los escritores antiguos y parecen justificar los muchos vestigios romanos del si­ tio y el nombre de Cerro de los Romanos, que tiene una de las estribaciones de esta puequeña Sierra de Santa Ana. La Vía pasaría por las inmediaciones del actual Palacio del Trasquilón, llegaría a la zona de Aldehuela o Santa Olalla (e l Pagus Pontianus de los antiguos) y luego en­ traría en la nava de Cáceres por donde hoy lo hace el ferrocarril y orillando las lomas de Cabezarrubia y Peña Aguda, alcanzaría el valle de la Madrila y Aguas Vivas, saliendo por Regajos. Las 20 millas a partir de Sorores, o sean, los 29’560 kilómetros, se alcanzan, si no estoy equi­ vocado en las medidas que he hecho sobre mapas topo­ gráficos, por los alrededores de la Plaza de Toros. Y es por aquí, por el barrio de Berrocala donde hay que situar Castra Cecilia. En pro de la hipótesis: esto nos daría la ubicación ideal para una mansión de la calzada que deja a un kiló­ metro a su derecha la ciudad de Norba, a la cual no nece­ sita citar, prefiriéndose para fin de etapa aquel punto que, además, es un entronque de caminos, saliendo del mismo por el Sur de la Sierrilla el que se dirigiera a la Alta Lusitania a través del Puente de Alcántara. También está en pro de la consideración de que la puerta principal de Norba Cesarina no sería el Arco del Cristo, sino la que existió donde ahora Foro de los Balóos y en la que se colocó la lápida consagrando la ciudad a Cornelio Balbo, como protector. Parece más natural que es­ ta mención honorífica al patrono de la cocolía dedicada, es­ tuviera junto a la puerta principal y no en una trasera o

La zona de NORBA CAESARINA, actual Cáceres

143 En 1910, a| construir una casa en la calle de Margallo, núme­ ro 12, se encontraron dos sepulturas romanas y algunos objetos y mo­ nedes. No sabemos de otro vestigio en esta zona.

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secundaria. A esta puerta hoy inexistente, se llegaría direc­ tamente por el Oeste desde el cruce de camino donde si­ tuamos a C. Cecilia, según esta hipótesis. En contra de esta última: ausencia de confirmación arqueológica. No es argumento adverso el hallazgo de tro­ zos empedrados por la parte del Marco, etc., pues es na­ tural y lógico que antes de llegar a Castra Cecilia hubiese una bifurcación del camino pasado el Salor, que condujese directamente a la Colonia, a través de la Puerta de Mérida. Finalmente, la tercera posibilidad: la calzada entraba por San Francisco y seguía por la Rivera, saliendo por Re­ gajos o por cualquier otro sitio. Castra Cecilia está situada en la zona San Francisco-Pilares o en San Blas. En ambos sitios hay abundantísimos restos arqueológicos que no son solamente necropolitanos como se ha dicho, sino ple­ namente urbanos. Recordemos los hallazgos del Semi­ nario, con abundantes mosaicos y los encontrados en 1959 al practicar la cimentación del edificio que hoy alber­ ga la Facultad de Filosofía y Letras, entre ellos dos aras funerarias y un trozo de capitel toscano. ¿Cuál de estas hipótesis es la mejor? El lector eche una ojeada al mapa que publico y elija lo que según su criterio y conocimientos adquiridos hasta ahora crea más lógico. Mis simpatías, decididamente están con la última, es decir: el vicus o población Castra Caecilia estaba en la ladera Norte del cerro donde se asentó antiguamente Nor­ ba y más tarde el recinto amurallado de Cáceres. Lo de­ muestra el hecho de que al llegar a la Edad Media, una población llamada Qazrix existía en dicho sitio y allí se asentaron los primeros Caballeros de Santiago edificando un templo o conventual, hoy convertido en gran iglesia. Que Castra Cecilia se encontrase allí pudo obedecer a que en ese sitio y no en Cáceres el Viejo se ubicó siempre este vicus o bien a un desplazamiento urbano de la cañaba del Campamento. Estos desplazamientos son muy frecuentes. Elche no está exactamente donde la antigua llic l ni Pollensa. donde su antecesora onomástica Pollentia. La po­ blación de la cañaba sin duda indígena, se fue acercando a Norba al fundarse ésta, hasta constituir prácticamente un arrabal de ésta. No menos frecuentes son los casos de simbiosis ur80

baña en la época de las colonizaciones, mediante la cual, al lado de las ciudades-colonias griegas o romanas vivía una aldea o población indígena que se sostenía con el comercio o el servicio de la anterior. Junto a la fócense Emporion existió la ibérica Untika, cuyas monedas se mez­ clan con los dracmas de aquélla. Al lado de la opulenta Tarraco estaba Case, población cosetana y hubo una Arse ibérica cabe la samia Zakynthos. En la época árabe no se guardaba memoria de Nor­ ba 144 y en cambio existía una Castris junto a las ruinas de las murallas de aquella colonia romana. Al reedificar estas murallas los Almohades en el siglo XII la llamaron en su lenga Qazrix porque así se llamaba la aldea conti­ gua y ellos no tenían manera de recordar el antiguo nom­ bre romano del solar.

144 La explicación de que Norba no se cite en el Itinerario Antoniano y en cambio éste ponga una mansión en Castra Cecilia, un poco más al norte, podría ser la que yo indiqué hace años en le revista «El Miliario Extravagante», (núm. 11, pág. 284) y que recoge J. M. ROL­ DAN, (Iter ab Emérita..., ya citada, pág. 83). Norba ocupaba una acrópolis, en lo alto de una colina. Castra Ce­ cilia a sus pies en terreno llano. Para los viajeros que no habían de recalar en Norba, la situación de descanso preferible era Castra, don­ de se podía hacer noche sin fatigar a las cabalgaduras con la subida de la cuesta. A llí estarían los tiros de recambio y todas Iís condicio­ nes de un alojamiento cómodo, menos fáciles en la ciudad amurallada de arriba. No falten paralelos de estas irregularidades en los Itinerarios. La famosa Vía Augusta que unía Roma con Tárraco y la Bética, al llegar a la altura de Barcelona no establecía en ella mensión, sino en Arregones (en las proximidades de Sabadell), dejando a un lado a la Importante Colonia Faventia lulia Paterna Barcino. Más adelante volveremos sobre estos asuntos.

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V II

EL NOMBRE DE CACERES Siempre anduvo el pueblo español más sobrado de ingenio que de cultura, y por lo tanto, en una excelente disposición para inventar sobre la marcha todo aquello que ignoraba. Si semejante dotación es de celebrar o de lamentar, no es este sitio para discernirlo, pero es evidente que ha dado lugar a la muchedumbre de mitos, fábulas, consejas, falsas explicaciones, absurdas creencias y volu­ minosos errores de que está constelada nuestra Historia, nuestra bibliografía antigua, nuestra sabiduría popular y folklórica, etc. Todas estas anomalías, tomando origen en una época no determinada, han sobrevivido al renacimien­ to ilustrativo del siglo XVIII, a la hipercrítica escéptica del XIX e incluso han llegado a este siglo XX en que la inves­ tigación humana puede decirse que alcanzó su mayoría de edad. La cuestión de las etimologías es una de las más afectadas por esta tendencia hispánica a la inventiva y a la fantasía, sobre todo cuando se trata de palabras cuyo origen no está muy claro, de nombres o de apellidos de personas o de voces toponímicas. En estos casos y a vuel­ tas con los libros, se encuentra uno con explicaciones verdaderamente asombrosas, con asombro que no se sabe si es mayor ante el ingenio más o menos fino y general­ mente muy basto del que las puso en circulación o ante la pereza mental y la candidez de quienes las reprodujeron y divulgaron de palabra o por escrito. Así, por ejemplo, hay una versión etim ológica que razona el nombre de la capital de España, con la anécdota 83


de un niño de las parameras del Guadarrama que al ver acercarse un oso, gritó desesperadamente: ¡Madre Id! Otra, no menos peregrina, explica el de Barcelona, por las nue­ ve barcas en que llegaron los romanos a la mediterránea ciudad, la última de las cuales, barca nona, sirvió para bau­ tizarla. A quien crea que no vale la pena de citar tales nece­ dades, le diremos que en plena Edad Atómica se editan libros que afirman que el apellido Ulloa, toma su origen en en general israelita Ulias y que los que en nuestra patria se apellidan Gordo, son descendientes directos del empe­ rador de Roma Gordiano, no sabemos cuál de los tres. Son las pseudoetimologías una plaga difícil de desa­ rraigar porque todos los escritores, de cualquier índole que sean, suelen aferrarse a ellas con tesón, conserván­ dolas en sus obras aun muchos años después de demos­ trada su falsedad o aunque se conozca perfectamente de un modo histórico e indudable el origen de una población y de su nombre. Tenemos el caso de Plasencia, la bella ciudad del Jerte. Todo el mundo sabe la fecha exacta de su fundación, quiénes la realizaron y los menores detalles de este episodio. Pese a ello, se ha inventado una Ambracia y unos fabulosos viajeros griegos para patinar de anti­ güedad remota el solar, ya que no la urbe y todo ello sin más fundamento que el parecido del nombre de la ciudad helénica así denominada con el topónimo Ambroz, cuyo origen árabe está demostrado 14S. Se ha querido sacar Trujillo — para seguir con ejemplos de nuestra provincia como podríamos sacarlos de cualquiera otra— de una Turrls Julia, parte de una Castra Julia hipotéticas, o por mejor decir, completamente fantásticas 146 y ello a pesar de que por fáciles y francos caminos lingüísticos se llega al nom­ bre actual, desde el celtibérico Turgalion a mi ju icio tan honorífico o más para la ciudad vecina que su falsa fun­ dación por César. Todavía hay quien sostiene lo de Mons Anguis para Montánchez, etimología muy improbable como 145 M. ASIN PALACIOS, Contribución a la toponimia árabe de Es­ paña. Madrid-Granada, 1944, pág. 75. 146 Ver J. L. MELIDA, Catálogo Monumental de España. Provincia de Cáceres, tomo II, pág. 354.

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demostró el doctísimo historiador extremeño Matías Ramón Martínez 147 y quien se niega a apear el Celia vini como húmedo origen de Ceclavín, cuando este nombre es una conocida palabra árabe que ha pasado intacta a nuestra to p o n im ia .148 Esta clase de etimologías pueden citarse en una mo­ nografía geográfica o histórica, pero sólo a título de mera curiosidad y haciéndolo así constar. Lamentablemente, mu­ chos escritores de los pasados siglos y no pocos de éste, no lo han entendido así y han continuado dándoles alber­ gue en sus trabajos, quizá de buena fe y con la mira de procurar ennoblecer todo lo posible la prosapia de un de­ terminado pueblo y sin ver que, por el contrario, lo que ha­ cían era prestarle un flaco servicio ante los irónicos ojos del lector discreto o entendido. La población y el nombre de Cáceres, no han sido de los más desafortunados a este respecto. Como dice don Antonio Floriano, Cronista de la Ciudad 149 “ nos libramos por un venturoso acaso del fundador bíblico o mitológico que aparece como de rigor en las fundaciones de todos los pueblos” . A pesar de ello y de que ni Túbal, ni Ulises, ni Alejandro, han sido mencionados como fundadores o epónimos de Cáceres, no han faltado las fantasías y las fal­ sedades en los libros antiguos para explicar su origen y sobre todo la etimología de su nombre. Hasta el punto — y en esto Cáceres, contrariamente, ha tenido más des­ gracia que otras poblaciones españolas— de que algunas de estas falsedades han perdurado, por un fenómeno de sugestión al que tendré ocasión de referirme más adelante, hasta nuestra propia época, ocupando, o mejor dicho, usurpando un lugar en libros serios y de investigación, por otra parte meritísimos. El principal objeto de este pequeño trabajo es aclarar hasta donde sea posible la verdadera etimología del nombre y las cuestiones ligadas con el

147 Montánchez. «Revista de Extremadura», 1900, nág. 456. 148 V. A. FLORIANO, Estudios de Historia do Cáceres, tomo I, Oviedo, 1957, pág. 78, nota, y CONDE DE CANILLEROS, Extremadura. Madrid, 1961. 149 Guía histórico artística de Cáceres. II edición. Cáceres, 1952, pág. 28.

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origen de esta ciudad que todavía siguen oscuras en los textos que el lector tiene hoy a mano y a los que van a buscar sus datos los divulgadores y articulistas quienes, bebiendo en fuentes en estos aspectos confusas, contri­ buyen con sus escritos a vulgarizar y perpetuar estas con­ fusiones. Un gran paso para el esclarecimiento de la antigüe­ dad de Cáceres, se dio en 1930, cuando al realizarse un atentado artístico como lo fue el derribo de una parte de la muralla árabe, esto dio como resultado por feliz para­ doja, la confirm ación indestructible de la situación de la importante Colonia Norbensis Caesarina, una de las cinco de la Lusitana romana. Hasta entonces los textos históri­ cos ignoraban en qué punto estuvo radicada esta colonia que se venía colocando al azar en Alcántara o en otros sitios 15°. Es cierto que ya algunos autores defendían su ubicación en Cáceres, sobre todo desde que el epigrafis­ ta alemán H ü b ne r151 estableció su erudita opinión en tal sentido, dando así la razón a las sospechas de Ulloa y Golfín, único autor antiguo que conozcamos que, con no­ table clarividencia se anticipó a esta idea. El asunto quedó definitivamente confirmado al descubrirse, como hemos dicho, en 1930 y tras la muralla arábiga, sobre los restos de la romana, una lápida honorífica consagrando la Colo­ nia Norbensis a su patrono L. Cornelio Balbo. Indudable, pues, el emplazamiento de Norba en el recinto del barrio antiguo de Cáceres, quedaron no obs­ tante en pie diversos problemas, el principal de ellos la etimología del nombre de la actual población, para el cual se dieron rápidamente soluciones conformadas a los nue­ vos descubrimientos, tratándose este tema en todos los libros posteriores en la misma forma rápida hasta el día de hoy. Un tema tan importante como es la etimología del nombre de una población, no puede permanecer indefi­ nidamente en la oscuridad, sin un estudio meditado, o peor 150 Se ha hablado exhaustivamente de esto en los primeros capí­ tulos de la presente obra. 151 Situación de la antigua Norba. Boletín de la R. A. de la Histo­ ria, 1877, vol. I, pág. 88.

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aún, en una versión vaga e indocumentada con la que no parecen tener demasiada simpatía cuantos tratadistas doc­ tos (Torres Balbas, García y Bellido, etc.), se ven en el caso de hablar de nuestra ciudad. La primera cuestión a examinar por tanto en el pre­ sente trabajo se refiere al origen de la palabra Cáceres. En los capítulos que siguen se dedicará sucesivamente un corto estudio a cada una de las explicaciones que se han dado desde los más antiguos textos acerca de la génesis lingüística o fonética de este topónimo, hasta llegar a lo que yo creo el fin de esta cuestión en el momento a c tu a l.152

152 Siendo la presente obra una exposición de teorías en genere! nuevas, o por la menos presentadas en distinta forma a lo hasta ahora corriente, ha sido en ella inevitable criticar o impugnar muchas opinio­ nes ajenas. Hay que hacer constar que lo que se imugna o critica en cada caso es una cierta opinión de un cierto autor y no la obra ni mu­ cho menos la persona de éste que, como tal, merece siempre un respe­ to y en muchos casos admiración profunda y verdadera. Ello no estor­ ba en modo alguno en la discusión de los yerros en que como humano ser todo investigador puede incurrir. Espero que los muchos que sin duda contendrá este epítome, merezcan análogo juicio y trato en el que lea.

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VIII LA DIOSA CERES Desde los tiempos del Humanismo hasta entrado el siglo XIX, es decir, durante más de tres siglos, no sólo la etimología del nombre de Cáceres, sino la población mis­ ma se ha venido relacionando estrechamente con la dei­ dad romana Ceres. La costumbre, tan cara a los helenos de nacer a toda ciudad en un epónímo, vino a España a través de los estudios clásicos y nosotros, gente de tanta imaginación por lo menos como los griegos, la adoptamos con entusiasmo. En este caso, el epónimo de Cáceres ha venido a ser la fecunda hermana de Júpiter olímpico, ver­ sión latina de la gran Deméter. La especie fue, si no creada, al menos muy divulgada por la obra "De las cosas de España" compuesta por el viajero y erudito italiano Lucio Marineo S ic u lo 153 quien afirma su creencia de que el nombre de Cáceres provenía de la estatua de Ceres que se conservaba en la Plaza Ma­ yor, con más probabilidades que del de César, versión que también tenía en su época adeptos. Felipe F e rra ri,154 habla también de ambas etimologías. Juan Rodríguez de Molina, de! siglo X V III,155 es uno de los más entusiastas convencidos de la advocación de Ceres sobre Cáceres y todo y excusándose de ser aquella

153 154 155 vista de

De rebus Hispanie. Alcalá de Henares, 1536. En Lexicón geographicum. Historia descriptiva de la villa de Cáceres. Publicada en la «Re­ Extremadura», 1908, pág. 530.

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una diosa mentida, escribe su historia mitológica y abunda en la opinión de que Cáceres, antes de llamarse Castra Cecilia, debería de llevar el nombre de Casa de Ceres, “ considerado el rigor de la etim ología” . En el curioso libro “ Medicina española en proverbios” del Dr. Soropán de R ie ro s156 y en unas páginas dedicadas a Extremadura, se recoge al hablar de Cáceres, la versión corriente en la época, llamando a la villa “Assiento y casa de Ceres” , de donde quedó el nombre y “ corrupto el vocablo” , se formó el de Cáceres. Para todos estos autores, como se ve, nuestra capital estuvo consagrada a Ceres en algún tiempo de la época romana y de ahí vino su nombre actual. Dos son los m oti­ vos de esta suposición tan difundida en las épocas dichas, como carente del más mínimo fundamento serio. Uno el hecho esporádico, puramente casual de que las dos últi­ mas sílabas de la palabra Cáceres correspondan al nombre de la diosa. El otro, no menos casual fue el hallazgo en época indeterminada, pero muy antigua, por lo menos del siglo XV 157 de una bella estatua romana en las riberas del Salor, en la cual, por ciertos atributos, se quiso ver siem­ pre una representación de la deidad agrícola de que ve­ nimos hablando. Ya el avisado lector, habrá parado mien­ tes de que me refiero a la que coronó la torre del Bujaco, lugar al cual fue elevada en 1820 para bajarla, con muy buen acuerdo, en 1962, colocándola provisionalmente en el llamado desde hace poco Foro de los Balbos, aproxim a­ damente en el sitio donde estuvo desde el siglo XVI, Atrio del Corregidor. Tanto abajo como arriba, la escultura fue cuidadosa­ mente conservada por ver en ella los eruditos de estos tiempos una representación sim bólica de la villa. Así pues, de estas dos casualidades puras surgió la fabulosa etimología que traen casi todos los libros anti-

guos y que debió de estar en boga durante los siglos di­ chos. Los sabios populares, que en toda época los ha ha­ bido, explicaban cómo el nombre de Cáceres se dijo en otro tiempo Casa de Ceres, lo cual con los años y pronun­ ciado deprisa como todavía hacen no pocos naturales de las comarcas cercanas vino a quedar en Cáceres, habien­ do sincopado las sílabas intermedias la natural corrupción lingüística del tiempo. Algunas personas de mayor erudición, siempre de estos siglos XVI a XIX, rechazando la pedestre versión anterior venían a incurrir en un error del mismo calibre. Conocían la célebre Castra Caecilia o Castrum C aecilii de los libros clásicos. Esta ciudad, por una metamorfosis de difícil explicación, se convirtió más tarde en Castrum Cereris y aquí echábamos mano otra vez de la célebre co­ rrupción para seguir engullendo sílabas y sincopar todas las aue sobrasen hasta transformar este nombre en Cáce­ res. En suma, una etimología inventada de pies a cabeza, elaborada a martillazos de imaginación, como la de Turris Julia para T ru jillo y miles de otras para igual número de ciudades de España. Hay que reconocer no obstante, en obsequio a la ver­ dad, que no faltaron mentes claras que pusieran en can­ delera estas fáciles patrañas. El culto sacerdote e investi­ gador cacereño Simón Benito Boxoyo dice que esta etimo­ logía le parece más ingeniosa que genuina. (Llámanla Castra Caecilia, Castrum Cereris y Castrum Caesaris... Estas etimologías arbitrarias confunden la verdad” 158 Ya más de un siglo atrás, Pedro de Ulloa y Golfín, a quien se atribuye el conocido Memorial de U llo a ,159 prim er intento serio de Historia de Cáceres, expresa el poco cré­ dito que le merecen semejantes especies. Los historiadores modernos, desde que Hübner, jus­ tamente indignado contra estos y otros manejos lingüís­

156 Granada, 1616.— El párrafo en cuestión fue reproducido en la revista «Alcántara», de Cáceres, junio 1950. 157 La vieron, en el XVI, aparte de Siculo, muchos otros, como Gaspar de Castro, según refiere FLORIANO. (Guía histórico artística de Cáceres. Colección de estudios extremeños, núm. 10. Cáceres, 1949, pág. 90).

158 S. B. BOXOYO. Noticias históricas de la muy noble y leal villa de Cáceres, publicpción y estudio del CONDE DE CANILLEROS, en la «Biblioteca de Extremadura», Cáceres, 1952, pág. 22. 159 Memorial de la calidad y servicios de In cnsn de D. Alvaro Francisco de Ulloa Golfín y Chaves, libro contrasoñndo por J. PELLICER, que se atribuye a PEDRO DE ULLOA ya citado.

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ticos tan pueriles y traídos de los cabellos, los desacre­ d itó ... para poner en circulación otra versión no menos errónea, apenas paran mientes en esta primera etimología del nombre de Cáceres, relegándola al lugar insignificante que merece. Ello es muy justo. Si en este trabajo yo no hago lo mismo, es porque me parece bueno resaltar có­ mo una etimología falsa puede in fluir durante siglos en la vida municipal y en la arquitectura de una población. Fue precisamente a causa de ella que los ediles cacereños acordaron en 1820 colocar la bella estatua para ellos sim­ bólica de la villa en el lugar más noble de su perímetro, presidiendo su más espaciosa plaza y a una altura que a las claras quería explicar al forastero cómo en aquella diosa estaba representada la legítima alcurnia de la po­ blación y el arranque de su trayectoria histórica. Para esto, aquellos bienintencionados regidores malpararon la perspectiva de las edificaciones cacereñas, estropeando la más hermosa y soberbia de las torres árabes que las flanquean conforme se puede ver en las fotografías anti­ guas con una absurda espadaña y una escultura romana, guisando una combinación artística del peor de los gus­ tos 16°. El descenso de la estatua en 1962 no se hizo sin oposición y protestas por parte de gentes para quienes exonerar a Ceres de su elevado puesto era efectivamen­ te... quitarle algo a Cáceres. Quien así habló pensaba se­ guramente sin querer, en las dos últimas sílabas del nom­ bre. Por descontado la estatua en cuestión no pueda en forma alguna representar a Ceres. Una vez vista de cerca ha podido comprobarse que la estatua es masculina. Sin ninguna excepción, todas las representaciones clásicas de Ceres y de su equivalente y antecedente la helénica Deméter, coinciden en ofrecernos la figura de una matro­ na de amplias caderas y opulento desarrollo pectoral, que no sólo resaltan del ropaje sino que lo moldean. El lector puede comprobar esto en cualquiera de las representacio­ nes escultóricas de esta deidad que hay en el Vaticano y 160 «Feo y anacrónico pegote» lo llama FERNANDO BRAVO, Carta abierta sobre antigüedades cacereñas. Diario «Extremadura» 19 enero 1960.

Figura 111 La estatua romana supuesta de Ceres, existente en Cácorun, según un dibujo del siglo XVIII, inserto en el manuscrito de Simón Benito Boxoyo, 1794. Otros dibujos igualmsnte disparatados y seguramente de la misma mano aparecen en la obra de Claudio Constanzo, de pocos años después. Compárese este dibujo con la fotografía du la misma estatua incluida en el presente volumen. (Lámina V)

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sin ir más lejos, en Mérida. Esta particularidad anatómica la presentan todas las matronas de la estatuaria romana, sean diosas, sean simples mortales. Pero en el caso de Ceres es mucho más acentuada porque en el desarrollo uberal de una matrona, un universal convenio sim bológico nos sugiere la idea de la fecundidad pletórica — Ceres, hija de la Tierra es precisamente emblema de la fecundidad vegetal, de la generosidad con que su madre o antecesora G e a 161 responde a los afanes sudorosos del labrador. El mismo Rodríguez de Molina 162 reconoce ser atributo de Ceres esta “ perfección de la belleza” . La estatua que nos ocupa ostenta una región torácica huérfana de curvas femeninas. Las caderas y disposición del cuerpo son también masculinas y a mayor abunda­ miento la figura va vestida de hombre porque la túnica sólo le llega a los tobillos mientras que en los vestidos femeninos arrastra por el suelo. Se trata ni más ni menos de un togado parecido a los que existen en Mérida, a quien se le puso por motivos que no sabemos un rostro femenino. Es, pues una representación andrógina y repre­ senta sin duda alguna — por la cornucopia que lleva en el brazo izquierdo, al Genio de la Abundancia referido acaso a la Colonia Norba. Así lo afirman M é lid a 163 y García y Bellido y a la vista de la estatua que hoy puede contem­ plarse muy de cerca, no cabe ninguna duda al respecto. De todo esto se deduce, como término de este capí­ tulo a la más antigua de las etimologías de Cáceres dedi­ cado, que, por una de esas paradojas tan frecuentes en la historia, esta estatua nunca dio nombre a Cáceres, y en cambio Cáceres dio nombre a la estatua 1<A. 161 En la Teogonia clásica existe entre ambas el eslabón genético de Rhea o Cibeles. 162 Historia descriptiva... ya citada, pág. 343. 163 Catálogo Monumental provincia de Cáceres, tomo I, pág. 69. 164 Véaese la reproducción que insertamos de la supuesta estatua de Ceres y que viene en el libro de BOXOYO, sacada seguramente de CONSTANZO, a la que se le ha repuesto el brazo derecho roto, colo­ cándole en la mano una ge villa. La comparación de este dibujo con la estatua actual que también reproducimos, es una preciada lección para todo el que maneje libros antiguos.

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IX

CASTRA CAECILIA Ya en los siglos XVII y XVIII estaba un tanto desa­ creditada entre las personas estudiosas la etimología Ca­ sa de Ceres, pues el mismo Solano de Figueroa da como indudable origen de Cáceres a la Castra Caecilia de Plinio. Cita este autor también los nombres de Gerea, Casa de Cereris, Geriana, Castrum Caesaris, Segeda y Pago Cas­ trense, pero dando a entender su juiciosa opinión — que es de alabar— de que “ de cualquier suerte que haya sido, no es dudable que Cáceres se llamase Castra Caecilia. 165 Este criterio debía de ser general ya a fines del siglo XVIII y así lo dan como conocido Ponz 166, el citado Boxoyo o mejor diríamos actualmente Bojoyo 167, y en el siglo si­ guiente J. A. Ceán Bermúdez que dice: “ Cáceres, villa de la provincia de Extremadura, fue fundada por Quinto Cecilio Metelo quien le puso el nombre de Castra Caeci­ lia ” 168. Lo mismo dice José Víu 169 y otros muchos. La floración de embusteros cronicones del siglo XVII, se acoge por su mayor parte a esta versión. Por ejemplo. Fray Francisco Bivar, en sus comentarios al "cronicón” de Lucio Flavio Dextro, inventado por el Padre Jerónimo RoJUAN SOLANO DE FIGUEROA ALTAMIRANO. San Jonás y otros santos del obispado de Coria. Madrid, 1664, pág. 4. 166 ANTONIO PONZ. Viaje de España, tomo VIII, pág. (I!). Madrid, 1784. 167 Obra citada, cap. III. 168 Antigüedades romanas que hay en España Mmlrld, 1B3V 169 Antigüedades de Extremadura. Madrid, 1852, pá(|. 7!)

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mán de la Higuera, escribe: ‘‘Castra Caecilia vel Castra Caeciliana (? ); nunc corrupto vocablo Cazeres, inter Annas et Tagum” . 170 Constaba por los textos clásicos la existencia de Castra Caecilia en esta zona 171 y se hallaba fijada casi de un modo absoluto por el Itinerario Antoniniano, a 46 millas de Mérida (68 kilóm etros). Había también por medio cier­ ta lápida militaría con la inscripción CAST CAE XLIIII lápida que hoy no se encuentra y que hay muchas proba­ bilidades de que sea una falsificación, como demuestra con abundantes y atinadas razones Floriano m. Pero, aún prescindiendo de todo esto, apenas cabía duda de la fi­ liación de Cáceres en Castra Cecilia. Algo más oscuro se presentaba el problema de cómo lingüísticamente derivaba la voz Cáceres del nombre de aquella población o campamento de Cecilio Metelo, pues no bastaba decir simplemente como Madoz “ De su antiguo nombre Castra Caecilia vino a formarse el de Cáceres” . 173 No faltaba quien, reconociendo que había que partir indudablemente de Castra Caecilia para venir a parar en Cáceres, emprendía curiosos periplos filológicos. Sirva de ejemplo el P. Flórez en este párrafo: “ El nombre actual de Cáceres dicen algunos que pro­ viene de una estatua de la diosa Ceres, otros de Castra Caesaris que degeneró en Cáceres, todo lo cual parece invención moderna hecha por alusión y juego de los nom­ bres, pues carece de apoyo, no habiendo quien llamase al pueblo Castra Cereris ni Castra Caesaris, sino Caecilia, C elicis o Cecilis, de que pudo ir degenerando en Cacelis, Cáceles y C áceres174. Este sorites lingüístico del docto agustino no es menos “ alusión y juego de los nombres” que el que él critica. 170 Fl. Lucii Daextri Barcinonensis Cronicon. Publicado por Fr. FRANCISCO BIVAR. Lyón, 1627. 171 PUNIO. Historia Natural. Loe. cit. 172 ANTONIO C. FLORIANO. Cáceres ante la Historia. La cuestión critica de la fundación y del nombre de Cáceres. Cáceres, 1955. 173 PASCUAL MADOZ. Diccionario Geográfico. Edición referente a Extremadura. Biblioteca Extremeña. Cáceres, 1955. 174 España Sagrada, tomo XIII. Madrid, 1756, pág. 116.

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Otros más, seguramente los descendientes de los que propugnaron otrora lo de Casa de Ceres, anduvieron a vueltas con las abreviaturas y acaso a esto responda la falsificación de la lápida antes mencionada, o echaron ma­ no de la voraz carcoma de la corrupción para explicar la desaparición de tantas letras. A todo esto se opusieron al­ gunos lingüistas acaudillados por el alemán Hübner y como quiera que por esta época (postrimerías del siglo XIX ya tenía muchos adeptos la situación de Norba Caesarina en el recinto de la Cáceres actual, se identificó ésta con dicha Colonia y el problema quedó sobre la mesa, o por mejor decir, fue relegado al armario de los trastos vie­ jos 175. Nuestros historialores, con una alegría muy natural al fin y al cabo, se acogieron a la noble alcurnia de la co­ lonia romana y menospreciaron u olvidaron al pobre vicus campamentario, que quedó arrinconado como problema histórico y geográfico. Siguiendo, pues, el orden cronológico y la marcha de los tiempos, se deja también aquí esta cuestión, para en­ trar en otros temas, de momento más interesantes.

175 No faltaron autores perspicaces que defendieron esta atribu­ ción mucho fnte s que Hübner, lo que hace con excelente juicio Pedro de Ulloa Golfín, que al mismo tiempo critica las fantasías de sus con­ temporáneos con estas palabras: «Adivinando más que suponiendo cuál fue el verdadero (nombre) que tuvo Cáceres entre los antiguos. Unos la llamaron Castrum Cereris, otros Crstra Caecilia, otros Gaerea y algunos Norba Cesarea, célebre ciudad (entre las de Lusitania) en PLINIO y TOLOMEO y Colonia de Roma... Esta última se comprobará equí ser la más verosímil y cierta, si a vista de lo genealógico tuviera tanto lugar lo geográfico. Bastaría decir que a ninguna otra población de aquella comarca sino a Cáceres convienen las señas que pone TO­ LOMEO de longitud y grados a Norba Caesarea». Memorial de la cali­ dad y servicios de la casa de don Alvaro Francisco dti Ulloa y Chaves, ya citado.

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X ALCAZARES

En los últimos cincuenta años, cuantos autores han tratado de la historia de nuestra ciudad, al llegar al inevi­ table momento de hablar sobre la etimología de su nom­ bre actual han ¡do a buscarla en la palabra alcázares. En esta fácil y cómoda derivación han coincidido el vulgo y los eruditos, puesto que si bien algunos de éstos no han dejado de mencionar el nombre Cazires como el que lle­ vaba Cáceres en la época musulmana, han hecho caso omiso de él como fuente etimológica. En cualquier rama de la investigación existen casos o ejemplos de temas que por alguna razón mágica (al me­ nos tal lo parece) ningún autor se decide a examinar a fondo, limitándose a darlo por sabido y demostrado sin posible revisión. Se llega al tema, se da del mismo la ver­ sión conocida y se pasa aceleradamente a otra cosa en que a lo mejor se profundiza y escudriña obteniendo fe­ cundos resultados. Uno de estos temas sin suerte es la etimología CACERES < ALCAZARES, que, como vengo diciendo, se ha aceptado siempre sin protesta y hoy, la­ mentablemente circula por las páginas de toda obra en los tratados documentados que en las simples obras de divulgación; en los artículos periodísticos, en las reseñas turísticas y hasta en las guías de Ferias. Podríamos llenar un capítulo amontonando ejemplos de lo dicho, pero sólo citaré unos cuantos. 99


“ Rebautizada acaso con el nombre de Alcázares, por las mansiones fortificadas que tuvo” . 176 “Al apoderarse de ella los árabes, la llamaron Cazires que según ya lo observara Hübner no es otra cosa que la muy conocida palabra alcázares " 177 “ ...de la voz Alcázares derivó al romance el nombre Cáceres” . 178 “ Ellos (los árabes) la llamaron por sus palacios Alcá­ zares y luego Cazires y de aquí su nombre actual” . 179 “ La colonia Norbense dio origen al actual Cáceres, derivado de la palabra árabe AL-KA-CA-RES (fortalezas, c a s tillo s .180 No ha faltado, sin embargo, algún erudito disconforme con esta corriente general y así lo ha hecho constar más o menos veladamente, más bien más, por respeto a la autoridad de los preopinantes. Sirva de ejemplo este pá­ rrafo del historiador y costumbrista cacerense Pubio Hur­ tado: “ Al-Kazares... Sí; pudo ser; pero yo me inclino más a atribuir el origen de su nombre a la palabra Cazires que es la que repite Conde en su Historia de los árabes en España, en las pocas veces que menciona nuestra villa, ya ciudad. De Cazires a Cáceres no hay más diferencia que una I convertida en E” . 181 Podríamos añadir nosotros que también hay por medio un acento. Pero resulta bien claro el escepticismo del docto escritor ante el juego A l­ cázares > Cáceres. El “ pudo ser” es el tributo que rinde a Mélida y a Hübner, a quienes no se atreve a desmentir taxativamente. Por su parte, Antonio Floriano, en su folleto publicado

176 JOSE BLAZQUEZ MARCOS, Por la vieja Extremadura. Cáceres, 1939. 177 A. C. FLORIANO, Guia histórica y artística de Cáceres. Cáce­ res. (Estas palabras, sin embargo, fueron escritas en 1929, para la primera edición de esta guía). 178 M. A. ORTi BELMONTE, Cáceres y su provincia. Guías artísti­ cas de España. Barcelona, 1954. 179 ANTONIO AGUNDEZ FERNANDEZ, Síntesis biográfica de Cá­ ceres. Revista de Estudios Extremeños. 1958-111. 180 M. GUARDADO. Guía de la Alta Extremadura. Cáceres, 1960. 181 PUBLIO HURTADO. Castillos, torres y casas fuertes de la pro­ vincia de Cáceres, ya citado.

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hace pocos años, parcialmente dedicado, precisamente, al nombre de Cáceres, aunque menciona la etimología que yo estimo indudable, no se decide a desterrar la de Alcá­ zares, afirmando que entrambas armonizan y se comple­ mentan. 182 Como puede verse, estas obras y autores se escalo­ nan todos en los años del siglo XX y más particularmente desde 1925 hasta nuestros días. Muchos de ellos autorizan sus tesis con los nombres de Mélida y Hübner, lo que se­ ñala bien claro la dirección que debemos emprender para hallar el origen de esta etimología. Escribe Mélida 183 “ Dueños los mahometanos de Norba, mudáronle a lo que parece el nombre, dándole sin duda por sus numerosas mansiones fortificadas el de ALCAZA­ RES que luego el uso convirtió en Cáceres según conje­ tura razonablemente el profesor Hübner ( Cáceres en tiem­ po de los romanos, Revista de Extremadura, tomo I) se­ ñalando en tal m odificación de la voz la pérdida del ar­ tículo AL y el cambio de acanto “ causado tal vez por la misma omisión del a rtículo ” . Es raro que un párrafo tan ingenuo haya sido escrito por José Ramón Mélida, insigne maestro, verdadero pa­ triarca de la Arqueología española en una época en que casi sólo los extranjeros recorrían con fruto nuestra pa­ tria en busca de campos inexplorados para la investiga­ ción; persona a quien Extremadura debe estar muy agra­ decida, ya que buscó con ejemplar paciencia, los menores vestigios de su pasado y de su arte para la confección de su grandioso Catálogo, que todavía es lo más completo que puede encontrarse en arqueología extremeña; sabio además, de dimensión y gloria mundial, pues fue, con Maximiliano Macías, el descubridor del soberbio Teatro romano de Mérida, el mejor conservado del mundo mo­ derno en su género. Pero la veneración que debemos sen­ tir por los grandes talentos, no debe degenerar en fetichis­ mo hasta el punto de que sea tabú o intocable todo lo que 182 ANTONIO C. FLORIANO, Cáceres: los problemas de su recon­ quista y de su nombre. Oviedo, 1956. 183 JOSE R. MELIDA, Catálogo monumental de la provincia de Cáceres. Madrid, 1924.

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ellos hicieron o escribieron. Los sabios son en definitiva seres humanos y como tales, sujetos a errores que se pue­ den y deben analizar y rectificar. La diferencia entre un gran sabio y un mediocre investigador, estriba en que éste último yerra con frecuencia y el primero pocas veces y sus errores vienen compensados con creces por la enorme rnasa de sus aciertos No hemos de tener, pues, empacho en decir, que Mélida escribió el párrafo transcrito con sobrada superfi­ cialidad, tal vez por no ser la Historia ni la Etimología sus campos propios de acción y limitándose — acaso también por fetichism o— a reproducir las frases de Hübner, sin pararse un momento a considerarlas. Pero veamos ahora qué dice Hübner en el lugar que cita M é lid a :184 “ Cáceres, según toda probabilidad, no es otra palabra que la muy conocida arábiga de los Alcázares, sin el ar­ tículo antepuesto AL y con cambio de acento en la pro­ nunciación, causado tal vez por la misma omisión del artículo” . Este es el famoso párrafo de Emilio Hübner que con­ fundió a Mélida y con él a una auténtica cascada de auto­ res posteriores. Ante lo que antecede, cabe hacer una pregunta: ¿Co­ nocían Mélida y Hübner la lengua árabe?... Extrañísimo parece que por lo menos no conocieran algunos rudimen­ tos, sobre todo Hübner, “ maestro en idiomas latín y ará­ bigo” , como le llama G. Saavedra, según refiere Sanguino M ic h e l.185 Por extraño que parezca, en estos párrafos am­ bos sabios demostraron ignorar completamente el idoma de Averroes. La conocida palabra arábiga “ alcázares” NO ES UNA PALABRA ARABIGA, sino una voz puramente castellana, que no existe más que en nuestra lengua, plural de otro vocablo exclusivamente castellano y perfectamente sepa­ rado del árabe, por más que etimológicamente venga de allí. No se puede llamar arábigo a un vocablo porque lo 184 EMILIO HÜBNER, Cáceres en tiempo de los romanos», «Revista de Extremadura», tomo I, 1889. 185 «Revista de Extremadura», 1901, pág. 135.

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sea su etimología. De otro modo también podríamos es­ cribir “ la conocida palabra árabe aceite" o “ la conocida palabra latina espejo” , simplemente porque estas voces provengan del árabe az-zeit o del latín spaeculum. Si los árabes, al conquistar la península o cuando quiera que estuvieran en el caso de denominar el lugar donde hoy se asienta Cáceres hubieran querido aludir a los alcázares o palacios que en esta ciudad existían (des­ pués veremos que esta frase es pura ilusión) no hubieran empleado en pleno siglo VIII, o si se quiere IX o X, una palabra castellana, esto es, perteneciente a un lenguaje que, además de no ser el suyo, todavía no existía como tal. Palacio en árabe es CAZR (qasr). El plural de CAZR es CUZUR (qusur). En árabe no existe ningún plural que termine en S como ocurre en las lenguas romances y en algunas declinaciones del latín. Existe el plural regular terminado en IN (por ejemplo Muminin = Creyentes) y el llamado p lu ral tracto, mucho más frecuente, que im pli­ ca una transformación en el interior de la palabra. Este es el caso de CAZR. Si los árabes hubieran querido llamar a Cáceres por antonomasia “ Los palacios, los alcázares” , el nombre hubiera sido ALCUZUR. No creo que exista etimologista que intente siquiera explicar, cómo de esta pa­ labra puede derivarse Cáceres. 186 Todavía los párrafos de Mélida y Hübner merecen una más grave crítica. El segundo habla de un cambio de acento “ producido por la elisión del a rtículo” . ¿A qué cambio de acento se refiere? Porque en la derivación AL­ CAZARES > CACERES no hay ningún cambio de acento, que cae en ambas palabras sobre la misma vocal. Se ve claramente que Hübner, al escribir su famosa frase, estaba pensando en otra cosa que no llegó a salir de su p lu m a .187 186 También expresa su extrañeza ante la etimología corriente al­ cázares el docto arabista, arquitecto e insigne acrdémico no hace mu­ chos años fallecido, don Leopoldo Torres Balbás, en Cáceres y su cerca almohade, Revista «Al Andalus», 1948. 187 En honor a la verdad, hay que hacer constar que HÜBNER no defendió nunca de un modo taxativo esta etimología, limitándose a ex­ presar su probabilidad. En Situación de la antigua Norba, Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo I, 1877, pág. 96, dice: «Yo imagino que es arábiga la voz Cáceres, a no ser que los castellanos la forma­ sen por corrupción de Alcázares.

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En cuanto a Mélida, incurre en una autosugestión que después ha contagiado a docenas de autores posteriores. “ Por sus mansiones fortificadas, diéronle el nombre de Alcázares” . La autosugestión consiste en confundir el Cá­ ceres de hoy, el Cáceres que perdura desde el siglo XV efectivamente lleno de mansiones fortificadas, con el Cá­ ceres árabe, del que no nos consta que las poseyera.188 Sabemos, sí, que en Cáceres hubo un Alcázar o palacio m ilitar y un recinto fortificado; poco más o menos lo que poseían Mérida, Trujillo, Alcántara, Badajoz y toda pobla­ ción fronteriza de importancia. No tenemos dato alguno que certifique que en Cáceres hubiera mansiones fo rtifi­ cadas y lo más probable es que sólo existieran intramuros dependencias militares, algunas mezquitas y pocas vivien­ das de funcionarios 189; por tanto, es gratuita la suposición de que, a consecuencia de unos hipotéticos palacios, re­ cibiera la población el nombre de Alcázares. Continuemos aún estudiando esta etimología tan po­ pularizada todavía en el día de hoy y veamos adonde nos puede conducir apurando todas sus posibilidades, hasta la más remota. De ser cierta implicaría, de acuerdo con lo que dicen sus mantenedores, los siguientes hechos: 1.° En los últimos años de la dominación visigoda, Norba Cesarina fue reconstruyendo y rehizo sus fo rtifica ­ ciones de tal forma que, al ser tomada por los árabes en 713 o cuando fuera, hallaron que no era otra cosa que palacios y castillos. Proposición de la más elevada im probabilidad históri­ ca. Norba no se rehizo después de la destrucción de Leovigildo 190, a lo menos como ciudad de mediana importan­ cia, ni recompuso sus fortificaciones. Su nombre no vuelve a sonar en los reinados posteriores y la arqueología no ha hallado en el recinto de Cáceres vestigios visigodos no-

188 Ver A. FLORIANO. Estudios de Historia de Cáceres, tomo I, pág. 105. 189 FLORIANO. Estudios de Historia, tomo I, pág. 75. 190 Suponiendo dicha destrucción un hecho histórico indudable, según describe FERNANDEZ GUERRA en Historia de España, desde la penetración de los pueblos germánicos hasta la ruina de la monarquía visigoda. Madrid, 1897. Véase lo dicho en el capítulo V de esta obra.

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tables, que abundarían si fuese cierto lo que estamos ne­ gando. 191 Los árabes no hallaron aquí palacios ni fortalezas sino, seguraente, un cerro con ruinas de murallas y a los pies de este cerro o en sus proximidades, algún pequeño arrabal o caserío. Floriano ya dice192 que Mussa ben Nosseir, una vez tomada Mérida, no prosiguió hacia el Norte por no haber nada que interesara con viveza a su afán de conquistador. Sin duda, Muza partió sin pérdida de tiempo hacia Toledo, más que otra cosa, para ajustar cuentas con el valeroso Táric, de quien estaba celoso; pero también sin duda, si en Cáceres hubiera habido una plaza importante y fuerte, en ella se hubieran refugiado los fugitivos de Mé­ rida y el caudillo árabe no la hubiera dejado a sus espal­ das, exponiéndose a una probable reconquista de Mérida. 2 ° Los árabes, al ver que esta ciudad no era otra cosa que palacios y castillos, le pusieron el nombre de Alcázares. Proposición imposible. No hay que insistir mu­ cho sobre la denegación de que los dominadores sarrace­ nos impusieran, ni al principio ni al fin de su gobierno, un nombre castellano a ciudad alguna. Pero, además, los árabes, muy rara vez cambiaron el nombre en España a ninguna ciudad importante. Todo lo que hicieron fue adaptar los nombres que ya existían a su prosodia y a su p ro nunciación.193 Casi siempre, el topó­ nimo árabe de una población es un puente lingüístico en­ tre el nombre romano y el actual. Muchas veces, la modi­ ficación prosódica árabe se limita a hacer term inar los nombres de ciudades en una A. Así de lliberis o Eliberis hicieron Elbira. De Ispalis, Isbilia (el árabe carece de la letra P); de Turgalium, Torgiela. Si al llegar los árabes a Extremadura hubieran encontrado una Norba, con toda seguridad este nombre sería el propio actual de lo que llamamos Cáceres.

191 Las pocas hiladas de sillares con argamasa de la Torre del Postigo no hay certeza ninguna de que sean visigodes, y aunque lo fueran, serían por ellas solas un escaso argumento. 192 Estudios..., pág. 76. 193 DOZY. Recherches sur l'H istoire et la Litérature de l'Espagne musulmane. Leyden, 1881.

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3 ° Como alternativa a las dos anteriores. Los árabes no impusieron este nombre de Alcázares al principio sino más tarde, cuando la población fuera reconstruida en la época de los Almohades. Improbable e imposible. Una reconstrucción fastuosa de Cáceres (de la cual por otro iado no hay menor huella) no habría de ser tan instantánea que permitiera bautizar a la ciudad con un nombre que aludiera a su aspecto una vez terminada. Está probado que la verdadera reconstruc­ ción de Cáceres como plaza fuerte, lo que Floriano llama “ segunda fundación de Cáceres” , se hizo en el siglo XII. En esta época ya existían numerosas crónicas cristianas y musulmanas que mencionaban la población y en ninguna parte con el nombre de Alcázares. Y continuamos con la im posibilidad de que los árabes emplearan un nombre español para designar una ciudad por ellos reconstruida. 4.° En una época fabulosa, puesto que nadie aporta la menor prueba documental que permita fijarla, este nom­ bre Alcázares perdió el artículo Al, quedando en Cázares, del que deriva el topónimo actual. No hay, como acabo de indicar, la menor prueba de esta pérdida y en cambio, existen menciones de la ciudad en otras formas. Esto, unido a lo absurdo de las proposi­ ciones anteriores, destruye ésta. Pero además, esta pér­ dida de artículo es un hecho tan absolutamente insólito, que entre más de quinientos topónimos españoles que comienzan con tal artículo, no he encontrado uno solo que lo haya perdido ni ninguno para el que se conozcan dos formas, una con y otra sin el artículo. Alcaraz, Almansa, Alcudia, Alcira, Almodóvar, Algemesí, Almaraz y cientos más, persisten con estos nombres desde la primera vez que suenan en la Historia, tanto antes como después de la Reconquista. Los topónimos árabes que carecen de artículo (Calatrava, Requena, Ruzafa, Ceclavín) vienen así escritos desde el más remoto tiempo. Y todo esto tiene una explicación muy clara. Los ára­ bes, como muchos otros pueblos, anteponen un artículo a los topónimos antonomásicos, es decir, a aquellas loca­ lidades que han tomado el nombre de un accidente cual­ quiera u otra particularidad; el nombre común o el adje­ tivo se transforman así en nombre propio. Así entre noso­ 106

tros El Torno, El Gordo, La Roda y entre los árabes Alma­ dén (la m ina), Aljucén (el castillejo) Albaida (la blan­ c a ) . 194 En cambio los topónimos, que son ya originariamente un nombre propio, no llevan artículo: Garnatha, Ixbilia, Cauria, IVesca, se llamaban así en tiempo de los árabes sin artículo alguno, como ahora tampoco lo llevan Grana­ da, Sevilla, Coria o Huesca. Más aún: cuando al nombre antonomásico se le añade otro determinativo, es decir, cuando se pierde la antono­ masia, entonces no existe el artículo. A! Calat (Alcalá) es “ El C astillo” por antonomasia. En cambio un determina­ do castillo llamado Rabah es Calat-Rabah, (Calatrava), sin artículo. Cuando se menciona el gran puente de nuestra región sobre el Tajo, se le denomina Al Qántara (el puente, por antonomasia). En los sitios en que este puente tenía un determinativo, entonces se le denominaba sin artículo: Qantarat as-Seif (El puente de la Espada). No se conoce ni se ha conocido nunca ningún determinativo de ese mí­ tico Alcázares que obligase a quitarle el artículo. Es inútil seguir adelante, sobre todo teniendo en cuen­ ta el hecho que incesantemente vengo repitiendo en éste y en otros trabajos m ío s.195 No hay ningún libro, ningún documento de ninguna época, antes o después de la re­ conquista, en árabe, en latín o en romance, en que se nombre a nuestra ciudad bajo la palabra Alcázares ni ninguna otra que se le parezca. Esta etimología no es más que una de tantas componendas filológicas elaboradas a posteriori sobre razonamientos poco meditados. Vale exac­ tamente lo mismo que lo de Casa de Ceres o lo de Madre, Id para Madrid. Pero ha alcanzado mejor fortuna debido a la distracción de dos eminentes sabios que la han prohi­ jado, arrastrando tras sí a una enorme sarta de tratadistas.

194 M. ASIN PALACIOS. Contribución... obra ya citada. 195 Cifra histórica de las murallas de Cáceres. Periódico «Extre­ madura», 8 abril 1959. Nuevos vestigios del abolengo romano de Cáce­ res. Mismo periódico, 27 mayo 1959. «Cáceres Monumental». Madrid, 1960.

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XI

« C A Z I R E S » Espero haber demostrado que el nombre Alcázares, como topónimo de nuestra ciudad, pertenece al reino de lo mítico. Hemos también ahora de desahuciar la voz Cazires que con parecida profusión ha sido hasta la fecha adm itida como el nombre que llevaba Cáceres durante la dominación musulmana. Cazires no es un disparate como Alcázares pero es una transcripción errónea que importa rectificar. Los tratadistas han venido utilizando ambas pa­ labras hasta ahora en forma confusa, mencionándolas fre­ cuentemente las dos y sin puntualizar cuál fuese la ver­ dadera, o por lo menos la primera, si se conviene en que una de ellas procede de la otra. Así Orti Belmonte 196 es­ tampa esta frase que no es ciertamente un modelo de claridad: “ La llamaron (los árabes) Cazires y de la voz Alcázares derivó al romance el nombre Cáceres. Cazires o Kazires, como topónimo, no ha tenido nunca vivencia ni vigencia. No es más que la transcripción con­ vencional de la palabra árabe Qázrix (Q asris). Esta trans­ cripción la hizo José Antonio Conde a principios del siglo XIX 197, vocalizando por su cuenta y riesgo la grafía árabe que veía en los libros que consultara y que no sabemos

196 Cáceres y su provincia. Obra citada. 197 JOSE ANTONIO CONDE. Historia de la dominación de los ára­ bes en España. Mcdrid, 1874, pág. 255. Consúltese también la I edición de 1820.

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cuáles fueron en cada párrafo porque su libro no lleva no­ tas, sino una lista global de fuentes. Cazires podría sin grave error aceptarse como transcrip­ ción usual, pero tal como lo vemos escrito en nuestros textos trae equivocado el acento. Ha ocurrido una cosa curiosa. Hasta principios del siglo XIX era bastante arbitra­ ria en los textos la acentuación de las palabras, como pue­ de comprobar cualquiera consultando obras impresas en la época, que no faltan en ninguna biblioteca. Con muchí­ sima frecuencia se omitía el acento de las palabras esdrújulas en tanto se ponía este signo en palabras llanas y monosílabos. Conde jamas pensó en poner Cazires como transcripción de la grafía árabe, sino Cazires. El acento no se puso por puro capricho del tipógrafo. Tengo ante la vista la edición de Conde de 1874 en la que viene Cazires sin acentuar y de la que seguramente tomaron esta pala­ bra Publio Hurtado y los autores posteriores. En la misma obra están estampados muchos otros topónimos esdrúju­ los, ninguno de los cuales lleva puesto acento: Toláitola 198 Xátiva 199 1 ática 200 Brácara y Astórica 202 Mértola 203 y varios otros parecidos. A nadie le extrañará, pues, que tampoco venga acentuado Cázires. Es sorprendente que todo el mundo haya aceptado esta versión Cazires en tal forma acentuada, sin que nadie se rebelase ante el hecho casi inusitado de que un vocablo que los árabes articulaban Cazires, los cristianos pronun­ ciasen Cáceres cuando necesitaban referirse a ella y de­ nominasen definitivamente así a la ciudad al incorporarla al reino leonés y castellano. Es cierto que se dan algunos casos de cambios de acento en el transcurso de los siglos, pero son casos rarísimos que no pueden formar regla. Es, pues, prácticamente imposible que de Cazires derivase Cá­ ceres pero sobre todo, es completamente imposible que Conde, conociendo perfectamente la Geografía de Al Idrisi,

198 199 200 201 202 203

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Obra y edición citada, pág. 17. Ibídem, págs. 21 y 37. Ibid. pág. 37. Ibid. pág. 37. Ibid. pág. 38. Ibid. págs. 218 y 225.

colocase el acento prosódico en una vocal inexistente en el texto árabe (QAZRX) en lugar de acentuar la A (álif, con la vocal larga, tatha). La única opción que queda, pues, es que la palabra Cazires, si la aceptamos como transcripción del árabe, se escriba y se pronuncie resueltamente Cázires. Mi opinión particular es que se debe rechazar definitivamente este vocablo, por anticuado y convencional, utilizando, cuando queramos mencionar la ciudad musulmana Qasrix o Cazris en versión literaria usual y Qascrish en versión científica 204.

204 En un capítulo posterior, explicaré con más detalle los porme­ nores de estas grafías: Conocidas son las dificultedes tipográficas que implica la transcripción científica según las normas internacionales. La forma Qagrish que damos aquí es sólo una aproximación.

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XII HIZN QAZRIX Las murallas de Cáceres retrasaron en cuarenta años la Reconquista de Extremadura. Estas palabras acaso no suenen muy bien en nuestros oídos de cacereños y de cristianos viejos, pero los sucesos históricos hay que acep­ tarlos como son o mejor dicho, como realmente fueron, por más que a veces, esta visión auténtica choque con nuestro acostumbrado modo de sentir la Historia. General­ mente desde chicos nos enseñaron a considerar los pro­ blemas de la Reconquista de un modo unilateral y cuando alguno de estos cuadros de antiguo fijados en nuestra imaginación lo contemplamos por el reverso, quedamos un tanto sorprendidos. Las murallas de Cáceres fueron efectivamente levantadas por ingenieros o alarifes mu­ sulmanes para defender la cuenca del Guadiana de las incursiones cristianas y no es maravilla, pues, que durante mucho tiempo cumplieran eficazmente semejante objetivo. Al examinar el mapa de la Reconquista durante el primer cuarto de sigio XIII, salta a la vista que próxima­ mente lo que hoy llamamos Extremadura, era entonces una zona avanzada del Islam en tierra hispánica, lo que vale tanto como decir que por esta parte, la Reconquista no estaba tan adelantada como en otras fronteras penin­ sulares. No es justo cargar toda la culpa de este retraso sobre un rey indudablemente valiente como Alfonso IX, por más que su política fuera en muchas ocasiones bas­ tante ambigua y tortuosa. Hay que recordar que el reino de León se hallaba entonces emparedado entre dos esta­ dos jóvenes y pujantes, regidos por monarcas belicosos e 113


inquietos: Castilla y Portugal. León, de más antigua prosa­ pia, pero militarmente más débil, se veía obligado con fre­ cuencia a apoyarse en los Almohades para neutralizar aquellas influencias entre las que se asfixiaba. En esto, Alfonso IX no hizo sino seguir los pasos de su padre, Fer­ nando II. 205 Sin embargo, cuando al fin el monarca leonés comprende que es imprescindible correr sus fronteras ha­ cia el Sur porque así lo exige la misión histórica de su reino, entonces tampoco puede hacerlo, pues en todas sus campañas se da de bruces con un obstáculo, con un estorbo que neutraliza y deshace todos sus planes. Este obstáculo, que de ninguna manera puede orillar y que se le hace imposible eliminar, es la imponente fortaleza de HIZN QAZRIX, que levanta sus rojas murallas erizadas de torres en el camino del Tajo al Guadiana. Este Oppidum fortisim un, como atinadamente !e lla­ ma el Cronicón Tudense, 206 es ni más ni menos que la llave del Tajo, puesto que de él arrancan los dos caminos que conducen a los únicos puentes que lo atraviesan: Alcántara y Alconétar, es decir, el Puente Grande y el Puente Chi­ c o .207 Desde la fortaleza de Qazrix, los Almohades pueden acudir rápidamente a cualquier punto que los leoneses amaguen sobre la frontera. Al mismo tiempo esta fortaleza es asimismo la llave del Guadiana, en sentido inverso. Al­ fonso IX no puede emprender ninguna marcha hacia el Sur dejando a sus espaldas esta población m ilitar que puede albergar entre sus muros diez mil guerreros. Por eso, todos los planes de la Reconquista leonesa tienen como primera etapa táctica, la debelación de Cá­ ceres. Pero ¿cómo?... Sus murallas son altas y recias y tienen unas cuarenta torres que las defienden por todos lados. Dentro de su gran alcázar caben víveres para mu­ cho tiempo y bajo sus cimientos, un gigantesco aljibe ase­ 205 Son obras ya clásicas para estudiar cuanto se refiere a los re­ yes de León, la de Julio González Regesta de Fernando II. Madrid, 1943, y Alfonso IX. Madrid, 1944. 206 IV, 8. Escrito en 1236. 207 Alcántara significa El Puente, así dicho por antonomasia. Alco­ nétar, el Puente Pequeño, seguramente llamado por contraposición al grrnde de Alcántara, cuya altura, ya que no su longitud, es muchísimo mayor.

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gura a sus defensores contra la sed. Alfonso llega una y otra vez a los muros de Cáceres y siempre se estrella en ellos, como le ocurrió a su padre en 1184. Seguramente, esta fortaleza es una obsesión para el rey. En vano reúne aprestos militares, pide ayudas, hace predicar cruzadas. La suerte le es adversa en 1213 y en 1218. En 1221 Cáceres es una cuña musulmana en el reino leonés. Valencia de Alcántara y hasta Alburquerque, a pocas leguas de Bada­ joz, son ya cristianas. 208 La fortaleza cacereña en cambio, resiste campaña tras campaña en 1222 y luego 1223 y en 1225. Las crónicas dan diversas explicaciones para los fracasos: Unas veces es el mal tiempo: Facía tan grandes aguas que no podían y durar. 209 En otras se achaca al rey el haberse dejado comprar. Más de una vez ha de esca­ par con sus huestes, sangrientamente escarmentado. La causa de tantas dificultades es una sola. Hizn Qazrix es inexpugnable. Hemos de llegar ya a una época de plena descomposición almohade, entrado el segundo cuarto del siglo XIII, para que sea posible al tesonero rey leonés la conquisia de esta fortaleza. No ha quedado más prestigio musulmán en Al Andalus que el valiente Aben Hud, cuya corte de Murcia queda muy lejos. Caída Cáceres y como era de prever, la ocupación rápida de toda Extremadura es un hecho automático. Mérida, Montánchez, Alhange y Badajoz, pasan a poder cristiano al año siguiente. Trujillo y Santa Cruz, por la parte de la Extremadura castellana, pocos años después. ¿De dónde ha salido este Hizn Qazrix? La historia de Cáceres durante la dominación árabe, ha sido hasta ahora un perfecto misterio. Desde las últimas citas romanas de Norba Cesarina o de Castra Cecilia, hasta ¡as primeras cristianas de los anales y documentos de León y Castilla a final del siglo XII y principios del XIII, hay por lo que res­ pecta a esta población una inmensa laguna, en la cual sólo flota como dato muy dudoso, la célebre moneda de Leovigildo, conmemorativa del castigo de una ciudad lla­ mada Cesarea. Luego, como única fuente árabe en que a» J. GONZALEZ, Alfonso IX, ya citada, pág. 195. 209 Anales Toledanos, I, 9.— Saco estas notas del magnífico reper­ torio documental inserto al final del tomo I de la obra Estudios de His­ toria de Cáceres, de D. ANTONIO FLORIANO, varias veces citade.

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se menciona a Cáceres teníamos el Nubiense, es decir, la Geografía de Al Idrisi que lo intercala en un itin e ra rio 210 con aigunas explicaciones en los pueblos por donde pasa. En su “ Historia de la dominación de los árabes en Es­ paña” , José A. C onde211 mienta a Cáceres una sola vez, llamándola Cazires como se ha visto en el capítulo ante­ rior, pero la cita es ya del siglo XIII y no sabemos de qué libro árabe la sacaría, pues no lo especifica. Ninguna de las Historias y Geografías árabes clásica­ mente conocidas mencionan a la ciudad de Cáceres. En la división geográfica hecha por el emir Yusuf al Firih se relacionan las principales ciudades de la provincia de Mé­ rida, citándose estos nombres: Mérida, Beja, Brácara, Dumio, Alisbona, Portocale, Tude, Aurie, Luco, Astorica, Samora, Iria, Vética, Ossonoba, Egitania, Colimbiria, Beseo, Lamico, Caliabria, Salamaníica, Abela, Elbora, labora y Cauria, es decir, todas las poblaciones importantes del Oeste de la península, entre las cuales, como se ve, no hay ninguna que pueda referirse a C áceres.212 Antonio Floriano, en su libro antes c ita d o ,213 incorporó otra mención árabe de Cáceres, hallada en la “ Historia de los Alm ohades", de Ibn Azzala, pero también pertenece a fines del siglo XII, es decir, a una época en que ya los documentos cristianos hablaban profusamente de Cáceres, a propósito de las tentativas hechas por los reyes de León para conquistarlo. La cita, por lo tanto, no nos resuelve nada acerca de la suerte de nuestra ciudad en los quinien­ tos años que permaneció en poder de los musulmanes. Verdad es que en algunos libros antiguos se habla de un rey Zeith de Coria, apoderándose de Cáceres o un Alha al Gami como rey o taifa de esta población, pero estas menciones, sacadas de dudosas fuentes cristianas, son de escasa credibilidad según la crítica m oderna.214 210 Description de l ’Afrique el de l'Espagne, par Idrisi, Leyden, 1886. 211 Historia de la dominación... cit. pág. 255. 212 Historia de la dominación... pág. 38. 213 Cáceres: los problemas... pág. 40. 214 Véanse los libros de JULIO GONZALEZ Regesta de Fernando II y Alfonso IX y la Historia de Cáceres, de FLORIANO, todos ellos ya citados.

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Las diversas “ reconquistas” de Cáceres por Fernando II o por Alfonso IX, sobre las que tanto se ha escrito, care­ cen de fe histórica. Su único fundamento son los documen­ tos que estos reyes escribían Apud Cazeres, interpretán­ dose que en las fechas de los escritos en cuestión, Cáceres se hallaba en poder de los cristianos. Apud significa "junto a ” y cualquiera comprende que si estos reyes se hubieran encontrado dentro de la población a la hora de redactar sus providencias, las hubieran fechado “ In Cáceres” , pues sería ridículo pensar que se fueran a redactar aquellos a las afueras de Cáceres pudiendo hacerlo dentro. La men­ ción Apud Cazeres o Cáceres no significa más que una cosa: que el monarca, al datar su protocolo, tenía estable­ cido su real “frente a Cáceres” mientras estaba sitiando esta fortaleza, quando erat obsessa, como dicen otros docum entos.215 Las supuestas conquistas de Cáceres por Alfonso VII en 1143 y de Fernando II en 1184, son falsas. El primero no hizo sino pasar por sus inmediaciones y talarlas y el segundo ponerle sitio, el primero de la larga serie de in­ fructuosos cercos que convertirían a Qázrix en la pesadilla del reino de León. La única y efímera estancia cristiana en esta ciudad antes de su Reconquista definitiva fue la de los Fratres, a que me refiero más adelante. La consecuencia, pues, del largo silencio de las cró­ nicas de ambas religiones entre los siglos VIII y XII es obvia en buen raciocinio. O Cáceres no existía en este lapso, como deduce Floriano y por esto llama a la recons­ trucción almohade “ la segunda fundación de Cáceres” , 216 o lo que me parece a mí mejor, existiendo, era una pobla­ ción pequeña y de escasa importancia por lo que las geo­ grafías o Historias no la mencionan 217. Antes de redactar lo que fue antecedente de este libro, su autor se trasladó a Madrid, visitando la Escuela de Estudios árabes, donde doctos y amables arabistas le pro215 Privilegio concedido a la Iglesia de Oviedo por Fernando II, 1184. 216 Estudios... t. 1, pág. 97, ya citada. 217 Vid. GERVASIO VELO. Coria. Reconquista de la Alta Extrema­ dura. Biblioteca Extremeña, núm. 15. Cáceres, 1956.

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porcionaron una cita de Cáceres en una geografía del siglo X, escrita por Ibn Hawqal, donde dicha población se coloca a dos jornadas de Trujillo en un viaje un tanto tortuoso que va desde Badajoz hasta Talavera y Toledo, pasando por Mérida, Trujillo, Miknasa y A lb a la t.2,8 Podemos afirmar hoy ya, que no existe tal laguna en la historia de Cáceres, sino acaso un valle, una disminución de categoría, pade­ cida al ser destruida la romana Norba por los bárbaros y quedar, como resto de su grandeza, una aldea junto a las ruinas de las murallas, aldea que ya se llamaba Cáceres, en una vers;ón árabe que estudiaremos más adelante.219 En los primeros siglos de la dominación agarena, cuando las fronteras entre los estados cristianos y los árabes estaban muy al Norte, este pueblo careció de im­ portancia y no hay mención de él o hay muy pocas. Pero al final de la Alta Edad Media, el derrumbamiento del Califato seguido del aumento de poderío de los estados cristianos con los Alfonsos VI, VII y VIII, trasladan las fronteras (o las Extremaduras, como entonces se decía) al sur de la cordillera Central. Las invasiones africanas de Almorávides y Almohades proporcionan unas alternativas de inestabilidad y entonces las fortalezas de la zona del Tajo, Alcántara, Almufrag, Albalat, comienzan a sonar en las crónicas. Es entonces cuando Cáceres recobra su im­ portancia para no perderla más. Los alarifes almohades reedifican por el rápido procedimiento de completarlas a tapial, las murallas de la antigua Norba Cesarina, cuyo nombre ignoran, pero comprenden que van a dar al hasta entonces inerme Qazrix una imponente fortificación con nu­ merosas torres y alcazaba cuyos restos podemos contem­ plar todavía. No sabemos con certeza ni el nombre ni el autor ni la fecha de esta restauración de Cáceres como plaza inex218 Después de la publicación de la obra de M. TERRON ALBARRAN, El Solar de los Aftasidas. Badajoz, 1971, éste y otros itinerarios árabes antes desconocidos por la historiografía regional, han pasado f ser familiares. Véase también CARLOS CALLEJO, Apuntes sobre la situación de Miknasa, «Revista de Estudios Extremeños». Badajoz, 1972. 219 Otra mención de Cáceres referente al año 526 de la Hégira (1132 A.D.) se encuentra en el manuscrito de Ibn Kattan, que no ha podido consultarse por hallarse en El Ceiro.

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pugnable. Para Floriano 220, la realizó el califa Abdelmumen (1128-1163). Pero esto es poco probable. En opinión de Terrasse221 los cercos de Badajoz y Cáceres fueron construidos después de 1160-70. Esta es también la opinión de Torres Balbás en su obra ya cita­ d a 222 sobre las murallas de Cáceres, cuya implantación cifra en la época del califa Abu Yaqub Yusuf (1163-1184). Creo históricamente imposible que las murallas de Cáceres tal como las conocemos se construyeran antes de 1174, pues tratándose de una obra almohade, sólo pudieron realizarla estos pueblos cuando su dominio sobre esta parte de la península estuviera bien consolidado. En el período de confusión entre la caída del imperio almorávide y la consolidación en España de su sucesor el de los Almohades, surgieron, como se sabe, nuevos reinos de taifas en la España islámica, y se produjeron avances y algaradas cristianas en las zonas fronterizas. Desde 1165 el famoso guerrillero portugués Geraldo Sempavor (Sin Miedo) anduvo recorriendo todo el sur del Tajo dominando un buen número de plazas en conquistas tan fáciles, dada la desorientación de los musulmanes, como efímeras. Su conquista de Qazrix en septiembre de 1166, según explica Floriano 223 se efectuó con facilidad porque ésta era una población pequeña y entonces inerme. Por su parte Fernando II de León, no queriendo que este guerrillero, súbdito de Alfonso I de Portugal, le comiese el terreno, como vulgarmente se dice, invadió estas tierras con tropas regulares, apoderándose de Alcántara, ayudado por los caballeros catalanes a cuyo frente iba el conde de Urgel Armengol VIII, y en la fecha de 1166. Más tarde se adueñó de Alburquerque, y por último de Cáceres al pa­ recer en 1170. “ La fortaleza no resistió” dice Floriano, porque seguramente no existía aún tal fortaleza. En colaboración más o menos franca con el rey de León, se formaron por esta época unas bandas de guerre220 221 BRAH, 222 223

Estudios... tomo I, pág. 97. HENRY TERRASSE, Les forteresses de l'Espagne musulmane, CXXXIV, tomo II, 1954. Cáceres y su cerca Almohade, ver nota núm. 186. Estudios..., tomo I, pág. 117.

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ros-monjes, germen de las futuras Ordenes militares, tales como las de Trujillo, Salor y Monfragüe, 224 las cuales de­ saparecen pronto. Contrariamente, en Cáceres se formó más seriamente la orden de los Caballeros o Fratres de la Espada, bajo la advocación de Santiago, al que dedican un templo en la vertiente norte del cerro donde estuviera Norba Cesarina. Fijémonos bien en el sitio. No lo edifican intramuros, porque estos muros no existían, y el lugar donde ahora está el barrio gótico no era más que un cam­ po en ruinas. Se establecen en la aldea o población lla­ mada Qazrix por los musulmanes. Todo esto, trasladado a época romana quiere decir que la iglesia de Santiago está en Castra Cecilia pero no en Norba Cesarina. Con toda probabilidad y para que les sirviera de atalaya, edificaron la torre cilindrica que actualmente está, en la llamada calle de la Amargura, de factura y estilo netamente cris­ tianos y no árabes. Después del episodio de la toma de Badajoz por el rey portugués Alfonso Enriquez, acompañado por el gue­ rrillero Geraldo, y rescate de esta plaza a manos de Fer­ nando II de León, que la consideraba incluida en la zona de futura reconquista leonesa, y a pesar de que por el momento Fernando la restituyó a los moros, el califa Al­ mohade Abu Yacub Yusuf decidió imponer su ley de una manera seria en esta parte de la península. En el año 1174 preparó en Sevilla un fuerte ejército a cuyo frente se puso su hermano Abu Hafs Ornar, el cual se dirigió a Badajoz y luego a lo que hoy es provincia de Cáceres, apoderán­ dose de todas las plazas al sur del Tajo, debelando Cáce­ res y después Alcántara, ascendiendo después hasta Santibáñez y llegando hasta Ciudad Rodrigo, que no pudo tomar. Aquí pues, hay que poner el episodio de la toma de Cáceres por los Almohades. La valiente resistencia opuesta por los heroicos Fratres, llamó la atención de los vencedo­ res hacia la magnífica posición m ilitar de la plaza, y ha­ biendo encontrado junto a ella el replanteo de la antigua Norba, volvieron a elevar sus murallas aprovechando pri224 V. GERVASIO VELO NIETO. La Orden de Caballeros de Monsfrag. Madrid, 1950.

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Lámina l X CACERES MUSULMAN.— Torre octogonal de Hizn Qazrix; fortificación levantada por los Almohades hacia 1175


I

Lámina X I CACERES MUSULMAN.— Torres y reductos de la fortificación almohade. Torre llamada de la Yerba, en la plaza de las Piñuelas

Lámina X CACERES MUSULMAN.— Una vista del aljibe subterráneo de la antigua alcazaba, hoy bajo la «Casa de las Veletas»


Skf JUlt*

Figura IV

Lámina X I I CACERES.— Torre de la calle de la Amargura, probablemente edificada por los Caballeros de Santiago (Siglo XII)

Plano de Cáceres medieval, sacado de la obra Cáceres Monumental Madrid, 1960, del mismo autor. En él figura on negro el recinto amu­ rallado romano-árabe de Hizn Qazrix

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mero las hiladas de sillares romanos y continuando a tapial hasta coronar la fortaleza, que convirtieron en un indestructible bastión de defensa y un centro de operacio­ nes de ataque. Una vez concluida la obra, le dieron el nombre de Hizn Qazrix. Hizn Qazrix significa “ Castillo Q ázrix” . Importa insistir en que esta frase no equivale simplemente a “ Castillos, fortalezas” , como se viene repitiendo. Es la voz HIZN (Hisn) la que significa “fortaleza” y los árabes la emplea­ ban para designar las plazas fuertes, sobre todo las que ocupaban una eminencia, 225 anteponiéndola a veces a su nombre propio. Así se decía indistintamente Amposta o Hiznamposta, Medelin o Hiznmedelin, Lorca o Hizn Lorc a .226 De ia misma manera se llamaba a Cáceres Qázrix o Hizn Qázrix. Todavía quedan en España varios topónimos en que cristalizó el prefijo formando un todo único con el nombre: Iznalloz, Iznajar, Iznatoraf o bien con una varia­ ción ortográfica muy corriente en voces árabes, Aznalcóllar, Aznalfarache. ¿Por qué motivo Abu Yaqub o sus mandatarios al for­ tificar nuestra capital la llamaron Hizn Qázrix? Sólo hay una respuesta: porque la población se llamaba ya Qázrix desde antiguo. Como hemos visto, los más prim itivos documentos y cronicones latinos por la parte cristiana, denominan a Cáceres exactamente por el nombre que ahora lleva o con variantes meramente ortográficas del mismo: Cázeres, Cáqeres. 227 Esto implica una identidad lingüística con el topónimo árabe que, en efecto, es muy fácil de establecer. La letra árabe xin representa un sonido que los castellanos son reacios a pronunciar y que no existió en latín, por lo que su asimilación a una S es obvia. Qazrix, pues, con una vocalización oscura o quizás pronunciando la I como E, cosa corriente tratándose de una I breve, debió sonar in­

225 E. LEVI PROVENCAL. España Musulmana. T. V. de la Historia de España, de MENENDEZ PIDAL, pág. 37. 226 J. A. CONDE, Historia de la dominación... o Descripción de Es­ paña por el Edrisi. Trad. de A. BLAZQUEZ, 1901. 227 Por ejemplo, Tudense VII o los documentos del tiempo de Fer­ nando II y Alfonso IX, fechados apud Cazeres.

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mediatamente a los oídos de los leoneses como Cáziris, Cázires o Cázeres. Si tomamos la forma genuina de Al Idrisi QAZRS, cualquier garganta castellana que intente pronunciarla dirá automáticamente Cáceres. Lo más pro­ bable es que los mismos musulmanes contemporáneos pronunciasen de esta forma o de una muy parecida, ya que, repetimos, el topónimo actual aparece en nuestras crónicas a fines del siglo XII sustancialmente en la misma forma que a ho ra .228 Menéndez Pidal y Floriano observan que realmente como los cacereños pronuncian hoy el nombre de la ciu­ dad en Cazres. Yo digo más: en muchas zonas de la pro­ vincia, lo que se hace es expresar exactamente la versión árabe: Cazris. Quizá esto no se deba a haberse conservado en estos sitios tal dicción sino simplemente a variante dia­ lectal. Pero es una bella prueba de la identidad lingüística de ambas formas y de su posibilidad de coexistencia. Indiscutido, pues, que Cáceres, palabra latina y cas­ tellana procede directamente y sin duda posible de QAZ­ RIX, viene ahora otra cuestión. ¿Qué significado tiene en árabe esta última voz? Todos los arabistas a quienes he consultado229 dan una respuesta concorde, la misma que reduce a polvo todos los esfuerzos para dilucidar la eti­ mología de otros topónimos como Madrid y Badajoz: “ La palabra Qazrix no tiene ningún significado conocido en árabe... Debe de ser transcripción de un topónimo más antiguo” . Aquí dejamos la cuestión por ahora.

228 R. MENENDEZ PIDAL, Orígenes del Español. Madrid, 1926, pá­ gina 215. 229 D. Emilio García Gómez, D. Jaime Olíver Asín, D. Elias Teres y a los efectos D. Miguel Asín Palacios.


XIII BREVE ESTUDIO DEL TOPONIMO QAZRIX Las fuentes árabes que mencionan nuestra ciudad han sido objeto por mi parte de una búsqueda sistemática que en el momento actual aún no considero terminada. La cita básica era en nuestra bibliografía la conocida Geo­ grafía de Al Idrisi, 230 de la que se han hecho muchas tra­ ducciones. 231 En esta obra, una de cuyas ediciones árabes he tenido ante los ojos, el nombre de Cáceres viene trans­ crito de esta forma:

§

R

S

Á

0

Las letras pequeñas que colocamos debajo de cada signo árabe, responden a la transcripción en grafismos 230 tion de Leyden, 321 otra de

Abu Abdalá Mohamed al Idrisi. La obra consultada es Dcscripl ’Afrlque et de l ’Espagne, par Edrlsl. Traducción de R. DOZY. 1866. La primera española, por JOSE ANTONIO CONDE, en 1779. Hay ANTONIO BLAZQUEZ. Madrid, 1901

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del convenio internacional adoptado por las escuelas de Estudios Arabes españolas.232 Según la costumbre árabe de no escribir las vocales átonas, nos queda aquí la pala­ bra Qazrx casi im pronunciable a nuestras gargantas. Si para facilita r esta pronunciación sustituimos el xin por una S y prescindimos del particularism o de la Q, nos encon­ tramos con la palabra Cazrs, lo que, como ya hemos visto, implica una pronunciación sustancialmente idéntica a la actual. Aquí pues, es donde hay que buscar el origen del nombre Cáceres y no en ningún otro sitio. Los arabistas, al intentar una vocalización de esta palabra árabe Qazrx, suelen escribir Qáziris. Ya sabemos que Conde vocalizó Kázires. Estas formas de articulación no deben andar muy muy equivocadas cuando los cristianos dieron en llamar a nuestra población cuando necesitaban mencionarla, aun antes de su conquista, con la voz CACERES.233 La segunda cita 234 árabe es la de Az Zala 235. Se trata de un manuscrito árabe que no ha sido publicado y que no he visto, pues el único ejemplar, según me dicen, se encuentra en Inglaterra. Floriano lo menciona 236 sacando la cita de Piel 237 y es con la fe de estos dos autores que inserto aquí la versión árabe del nombre de nuestra ciudad en dicho manuscrito de esta forma Q a s r i 5 en transcripción científica. Como se ve, este autor, casi contemporáneo de Idrisi (ambos son de mediados del s¡232 Recordamos al profano que el árabe se escribe de derecha a izquierda. 233 Por ejemplo, la donación de la cldea de Villoruela a la Orden de Santiago por Fernando II en 1184, según el Tumbo Menor de León, folio 213, que cita FLORIANO en Cáceres: los problemas..., pág. 44. Las demás formas que se recogen en los documentos cristianos de la época, o son meras variantes ortográficas (Cazeres, Cazzeris) o claras equivocaciones de copistas (Canzies, Canceres, Carceres). 234 IBN SAHIB AL SALA. Historia de los Almohades, ms. 235 Ordeno estas citas, según la cronología de su aparición en la Historia regional. 236 Cáceres: los problemas..., pág. 40. 237 J. M. PIEL, Miscelania de toponimia peninsular. «Revista portu­ guesa de Filología». Val. IV (1961), pág. 212.

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glo X II), da una forma totalmente parecida a la de este último, con la única diferencia de colocar una I en la últi­ ma sílaba. En Idrisi no está, lo que no quiere decir que no la hubiera, sino que él consideraba que esta I era breve, mientras Az-Zala la escribía larga. En sustancia, ambas formas son idénticas, reduciéndose al QAZRIX que nos­ otros empleamos. Tercera cita, incierta.— En el diccionario árabe de Yaqut 238 encontramos en 1958 la palabra Qásra con la corta explicación siguiente: — “ Ciudad en tierra de cristianos” . Me inclino a creer que se trate de Cáceres, precisamente por la brevedad de la explicación que parece indicar que la población, en el momento que escribe su autor, acaba de perderse para el mundo árabe. Si hiciese mucho tiempo que este QAZRA estuviese en tierra de cris­ tianos o se tratase de otro lugar en cualquier punto de Europa, la mención no existiría 239 Este QAZRA podría, pues, ser una versión deformada de QAZRIX 240. La cuarta cita, también dudosa, la encontramos en la Enciclopedia del Islam 241 en el artículo GUADIX. Como se sabe, este nombre se origina por la palabra árabe UADI = río, y el topónimo ibérico ACCI, que llevó la población durante la época romana. En la de los árabes, se le cono­ ció indistintamente con los nombres de Rio A cci (UAD AX, pronunciado más tarde UAD IX) y Castillo A cci (QAZR AX, pronunciado más tarde QAZR IX). La primera forma prevaleció, pero ahora nos encontramos que con distinta etimología, GUADIX hubo una época en que se llamaba igual que QAZRIX. El autor de este artículo del Dicciona­ rio (C. F. Seybold) estima que la forma QAZRAX = QAZRIX, corresponde más bien a Cáceres. No sé en qué texto árabe

238 Jacut's Geografisches Wórterbüch. Edición de Wüstenfeld. Leipzig, 1866-70. 239 Yaqut nació en 1170 y probablemente escribiría hacia 1230. 240 Repito que todo esto es pura hipótesis. Nótese sin embargo que el equivalente latino de este QAZRA es precisamente CASTRA. 241 Encyclopédie de I'Islam, 1909, póg. 357.

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se apoya este autor, pero a seguirle nos encontramos con una nueva forma del nombre de Cáceres: QAZRAX, que confirma la cita sig uiente.242 Quinta cita, indudablemente. En la Geografía de Ibn Hawqal se nombra a Cáceres en el itinerario a que ya hemos aludido en el capítulo anterior. 243 La forma en que aparece trascrito el nombre es ésta

O

I

A

u , J - Ao ^ 9

O sea, Qasrás. Como se ve, es idéntica a la anterior con la diferencia de que el á lif de la última sílaba no lleva madda, El primer alif, que encontramos en Idrisi, no ha sido escrito, lo que no niega que allí hubiera al menos una vocal breve. Tenemos, pues, dos versiones del topónimo arábigo cacereño a que pueden reducirse todas las citas reseña­ das: QÁZRIX, como resumen de la primera y la segunda. QAZRAX, relacionado con las tres restantes. Quisiera tener la autoridad suficiente para poder afir­ mar que ambas formas son una misma, 244 pero es bien conocida la extrema dificultad de establecer aseveraciones tajantes en problemas de nomenclatura islámica antigua, incluso para los arabistas avezados. Me limito, pues, a expresar una certeza moral de esta identidad. Es conoci­ dísimo el descuido con que los árabes escribían las voca­ les, que en la mayoría de los casos se omitían pura y simplemente. (Véanse las monedas e inscripciones). Nada de particular tiene además que vacilasen al escribir una palabra que para ellos era exótica, pues lo que trataban de hacer era simplemente verter a su lengua y alfabeto

242 La segunda A de este QAZRAX es un alif sobremontado de un madda, modalidad frecuente entre los árebes para designar una I exó­ tica. 243 Opus geographicum auctore Ibn Haukal, 2.a ed. de I. H. Krammers: Leyden, 1938, I, 116. 244 Recordemos que Guadax se transforma en Guadix.

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un topónimo que ya existía al llegar ellos a España. En lo que se refiere a la segunda de estas formas resumidas, la de Hawqal, el a lif de la sílaba final, letra de prolonga­ ción, puede pronunciarse en muchos casos como E o como I e inversamente, los escribas musulmanes pudieron trans­ crib ir esta I, oída a los habitantes de Qázrix por un a lif en la época de Ibn H aw qal.245 Estas cinco citas del Cáceres islámico, de esa miste­ riosa y oscura plaza que sin embargo es la envidia y am­ bición de todos los reyes leoneses, es lo único que hasta la fecha (pues como este problema es para mí muy suges­ tivo, he de continuar trabajando sobre él) he logrado en la empresa. No se encuentra mención directa de Cáceres en la conocida historia Al Bayan al Mogrib de Ibn Idari, en nin­ guna de las ediciones consultadas 246. Tampoco en la Cos­ mografía de Al Qazwlni 247, ni en la de Andalucía de Al Hymiarl 248, ni en la Historia de Ibn al Játib 249, ni en la Crónica de Al Zerquechi 25°, ni en la corriente Historia de los Al­ mohades de Al M a rra q uxi251, ni en el Anónimo de Madrid y Copenhague 252, ni en el Al Mawxlya 253 se han hallado citas aprovechables que pudieran referirse a Cáceres. Naturalmente, aún no está agotada la bibliografía, pero no deja de ser extraña esta penuria de noticias de la ciudad en los libros islámicos, cuando son abundantes las de muchos otros pueblos de la provincia como Coria (Medina Cauria), T ru jillo (Turyelah o Turyiloh), Montán­ chez (M untantix) e incluso Santa Cruz de la Sierra, con su 245 La obra se escribió en 997. 246 Versión de HUICl. Tetuán, 1953, o también H istoire de l'Afrique et de l'Espagne, trad. francesa. Argel, 1901-1904. 247 El Cazwini’s Kosmographie. Gottienger, 1849. 248 Kitab ar fíaud al M itar fi Habar al Aktar, por ABDALMUVIlNIN AL HYMIARI. Leyden, 1938. 249 Historia de la España musulmana. IBN AL JATIB. Rabat, 1934. 250 Cronique des Almohades et des Hafsides par El Zerkechi. Edi­ ción E. FAGNAN. Constantina, 1896. 251 ABDEL WAHID EL MARRAQUECHI, Historia de los Almohades. Edición Dozy. Leyden, 1847. En francés de Fagnan. Argel 1893. 252 Historia de los Almohades de Ibn Basam, publicada por HUICl, «Anales del Instituto de Valencia», vol. II, 1947. 253 A l Hulal al Mawxiya. Tetuán, 1951.

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propio nombre cristiano, evidentemente anterior a la inva­ sión sarracena (Sant A kruch). De esta escasez de datos hay sin embargo explicacio­ nes plausibles. La principal es que durante mucho tiempo Qázrix fue un pueblo pequeño y no adquirió importancia hasta que los almohades, en el tercer tercio del siglo XII, reconstruyeron por completo las murallas de la antigua Norba, erizándolas de torres albarranas y poligonales y levantando el alcázar del que sólo resta hoy, como último vestigio, un aljibe. Después de su reconstrucción, Cáceres permaneció poco ya en poder de los musulmanes, unos sesenta años. La época de los Almohades es además en Al Andalus un período de vigor político pero de poca expansión literaria y después de ellos, una vez Extremadura en poder de los cristianos, ya no tenían motivo los historiadores y geógra­ fos islámicos el citar poblaciones perdidas militarmente y además el hacerlo no dejaba de ser amargo para ellos. Si a esto añadimos el inmenso número de textos musulmanes que se destruyeron durante la reconquista (todo libro árabe era irremisiblemente condenado al fuego por supo­ nerse o temerse que se trataba del Corán) nada pueden extrañar los grandes vacíos bibliográficos y documentales de esta lengua en nuestro país, que sólo desde Alfonso X comenzó a preocuparse un poco de asuntos cu lturale s.254 Así resulta que Cáceres debe al bárbaro almohade su rango y señorío político militar, pues sin ello sería hoy un pueblo secundario como Ibahernando o Talaván. Bien se merecía que alguna calle de la ciudad llevara el nom­ bre “ de los Almohades” . Ni ellos la tienen tampoco en el momento que estoy escribiendo la posee Cayo Norbano, fundador de la Colonia romana. Verdad es que a una de las torres de la fortificación, la más aparente y robusta, se la llama del Bujaco y que una especie que circula mu­ cho entre los autores quiere que esta palabra sea una co­ rrupción de Abu Jacob, nombre castellanizado del califa Abu Yaqub, en cuya época se hizo la plaza fuerte, afirman­ do que en esta torre tuvo lugar la resistencia última y de­ 254 En 1671 se quemaron fortuitamente en El Escorial 5.000 libros árabes, según refiere Conde.

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gollación final de los 'Fratres de Cáceres’ y “ desde en­ tonces” la torre se llamó de Abu-Jacob y corrom pido el nombre, Bujaco. Nosotros mostramos un absoluto es­ cepticismo ante tal etimología que creo debería relegarse al armario de las muchas fábulas en que la historia de Cá­ ceres ha venido envuelta.255 De la misma manera, Badajoz debe a los Aftasíes su capitalidad regional y su corona, y en general Extrema­ dura debe sobre todo a los árabes su personalidad como región, ya que en esta forma es la sucesora del reino de Badajoz. Si la geografía nos habla de un Reino de Extre­ madura es porque este reino es el heredero del Taifa de Badajoz, ni más ni menos que los reinos de Murcia, Va­ lencia, Granada, etc. lo son de los Taifas árabes respec­ tivos. Al dividirse en el siglo pasado la región o reino extre­ meño en dos provincias, se eligió acertadamente como ca­ pital de Extremadura la Vieja, una población que a pesar 2^5 Valdría la pena de estudiar este problema un poco más a fon­ do. Mi impresión es que esta palabra Bujaco que FLORIANO (Guía de Cáceres, pág. 91), dice que sólo corre entre los eruditos, nada raro sería que la hubieran inventado los propios eruditos y en el siglo XIX, pues en el XVIII varios tutores se refieren a ella y la llaman «Torre del Reloj». Tenemos unos cuantos hechos muy cercanos a la certeza.— 1.° En 1174 cuado los Almohades tomaron Cáceres a los Caballeros, esta torre no existía, ya que pertenece a la fortificación que los mis­ mos Almohades hicieron después. Su aspecto actual es aún más mo­ derno, pues el siglo XV experimentó una reconstrucción, forrándola de mampostería y añadiéndole almenaje y matacanes.— 2.° Es muy poco probable que el califa Abu Yaqub estuviese jamás en Cáceres, que fue debelada, como hemos dicho, por Abu H ífs Ornar. El nombre, pues, nada tiene que ver con Abu Yaqub. Yo diría que es moderno, tomado por los autores de las palabras Burraca o Burraco con que era designada una torre (según investigaciones inéditas de TOMAS PULIDO) que se encontraba en las inmediaciones de ella. Paleográficamente, la R se escribía casi como una X hasta bien entrado el siglo XIX. Por lo que, sobre mesas eruditas, la derivación Burraca ^B u rra c a ^b u ja ca ^b u ja co , no es imposible. Si el nombre fuese antiguo, no hay que olvidar que la palabra ára­ be BURCH significa precise mente Torre y que topónimos como Bujalance, Bujalaroz, Bujarrabal y otros que comienzan con las mismas sílabas que Bujaco significa «Torre de la Culebra», «Torre de la novia», etcétera (ASIN PALACIOS, Toponimia... ya citada pág. 98. Estes teorías han sido confirmadas recientemente en la extensa obra de la Dra. MARIA DEL MAR LOZANO BARTOLOZZI. El desarrollo

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de su título de villa 256 era evidentemente ia de más arro­ gancia y prosapia, ya que si aquí prefirieron afincarse las más poderosas fam ilias leonesas de la Reconquista, fue porque veían en ella una plaza inexpugnable, tanto como lo fuera en el siglo XII Hizn Qazrix 257 . Me resta sólo, al finalizar este capítulo, proclam ar con viva sinceridad hondo agradecimiento a mis mentores del Instituto de Estudios Arabes Miguel Asín, del C.S.I.C., sin los cuales yo no hubiera podido hacer cosa de provecho en tan intrincado camino (lo que no impide que si en este trabajo hubiese errores, sean ellos exclusivamente m íos). A don Jaime Oliver Asín, a don Leopoldo Torres Balbás, a don Elias Terés, a don Fernando de la Granja y sobre todo a doña Soledad Gibert, docta y especializada arabista cuya competencia corre parejas con la paciencia y amabi­ lidad con que ha acogido y guiado mis importunantes pes­ quisas. del urbanismo de Cáceres. Universidad de Extremadura, 1980, donde se dice: «Actualmente llamada (la torre) del Bujaco. Su nombre era el de Torre Nueva y luego Torre del Reloj... El nombre de «Bujaco» parece que ha sido una deformación y traslado del nombre de la «Torre de la Burraca» (páginas 68 y 69). Estas palabras, publicadas cuando el pre­ sente libro estaba ya en prensa, confirman plenamente mis teorías y echan por tierra Ir. socorrida etimología de «Abu Jacob». 256 Sólo lleva el de ciudad desde 1882. 257 He de explicar ahora, como he prometido, al profano y hacer necesaria aclaración al erudito, de por qué he elegido para el presente trabajo, como forma la más fiel por la que debemos conocer al Cáce­ res musulmán, esta palabra QÁZRIX. Respecto a la consonancia inicial, sin duda muchos lectores estarán desorientados con los tres signos K, C y Q que encuentran para un mismo sonido en los libros antiguos y modernos. En árabe hay dos le­ tras K una como muestra C o poco menos y otra más fuerte y muy gutural. Nuestros historiadores antiguos representaban a la primera por C o Qu y a la segunda por una K, lo que pera nosotros era lógico. Al adoptarse en los estudios árabes la transcripción internacional, hu­ bo que atenerse a ésta, que hacía todo lo contrario. He aquí por qué la antigua K ahora se transcribe Q, e inversamente las palabras árabes con un caf corriente se utiliza la K. Entiendo que la versión castellana usual debe acercarse lo más posible a la científica — y esto es criterio de todos— mientras no haya que echar mano de signos extraños al lector y que no poseen las im­ prentas. Por eso transcribo el sad por una Z como se ha hecho siem­ pre. En cuanto a la X, he de detenerme algo más en la explicación porque se trata de un tema muy sujeto a discusión. En otros trabajos

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míos (por ejemplo, Conductores del Mundo. Madrid, 1950, en colaborrción con J. Ganzo), he razonado los motivos de emplear la X para la transcripción del xin árfbe, pero dada la limitada difusión que les su­ pongo, he de volver sobre ello en cada nueva ocasión. El problema de la transcripción del xin y consonantes idénticas en lenguas orientales (hebreo, caldeo, egipcio, etc.), a una versión usual castellana, está aún por resolver. No hablo de la equivalencia gráfica científica que como se sabe es S con signo diacrítico superpuesto y no ofrece eludas de ninguna especie, sino de una forma u s u e I literaria de transcribir esa S con signo diacrítico, que todavía es desconocido para el vulgo y que la mayoría de las imprentas no posee. Actualmen­ te existen entre historiadores y geógrafos dos tendencirs: una que utiliza la combinación alemana SCH, sin el menor sentido en nuestra lengua y que conduce a equivocadas pronunciaciones en el profano y otra que prefiere el grupo Inglés SH, un poco menos estrambótico pa­ ra nosotros, pero con análogos inconvenientes. El problema si embargo estaba ya de antiguo resuelto por nues­ tros historiadores y írabistas por medio de la X bable si no de una forma del todo perfecta, con más lógica y más independencia que aho­ ra. Esta letra es, entre otras muchas razones que no cabe aquí des­ menuzar (lo he hecho en mi trabajo «Una encrucijada lingüística», pu­ blicado en la revista «Alcántara», núm. 126-1959) la que instintivamen­ te usa el pueblo español cuando oye pronunciar aquel sonido en un nombre exótico, árabe o no árabe: Xauen, Aixa. Sin embargo, la x bable, por motivos que nadie sabe explicar suficientemente, ha caído en de­ suso. Un autor castellano actual no tiene otro remedio, cuando se en­ cuentra ante esta consonante en onomástica histórica o geográfica, que pagar tributo al alemán o e linglés (I). Es ciertamente lastimoso que habiendo sido España el país de Eu­ ropa más arabizado y donde existieron arabistas antes que en ningún sitio, tengamos en el siglo XX que pedir prestado al inglés o a otra lengua una combinación gráfica para transcribir un sonido árabe. Como versión literaria usual no existe inconveniente en designar a| Cáceres islámico bajo la forma CAZRIS, pero dada la particularidad de este trabajo y el sistema demostrativo que estoy empleando, no era posible prescindir del Xin final, letra esencial para nuestra tesis y patente de autenticidad de su etimología. Precisamente por desconocer esta consonante se ha dado lugar a los errores etimológicos que esta obrita viene a combatir. Esta X final, por otra parte, no es distinta de la de Almorox, Gua­ dix, Torrox y otros muchos topónimos árabes que han pasado a nues­ tra lengua casi en su forma genuina, sin castellanizarse. Como escolio de esta larga nota, he de advertir que desgraciada­ mente no ha sido posible, por motivos tipográficos, que las transcrip­ ciones científicas de todas las voces árabes mencionadas salieran bien en esta edición. Una prueba más de la necesidad de un sistema transcriptivo prosódicamente castellano, que hoy no existe.

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XIV «CAESARIS» Y «CARCERES» Para algunos autores 258 el nombre actual de Cáceres puede provenir — a través del árabe, desde luego— de algún topónimo de la época romana relacionado con la palabra Caesar que, como sabemos, formaba parte del cognomen de la colonia romana establecida en el suelo de nuestra ciudad. Esta especie no es de nuevo hallazgo; por el contra­ rio, en los siglos XVI y XVII compartió con la etimología Casa o Castrum Cereris las preferencias de los escritores, según puede verse en las obras que hemos citado en el capítulo V III.259 Entre los modernos, unos suponen que de algún modo Norba Caesarina o Caesarea se había transformado en el siglo VIII en una Norba Caesaris u otra modalidad en que entrase este genitivo. Otros conjeturan que en algunas inscripciones existentes en los muros reedificados por los Almohades se podría leer la palabra Caesarin o Caesaris o los reconstructores leyeron esta última forma sobre cualqulr Inscripción, bautizando la ciudad Cázrix cuando llegó el momento de ponerle un nombre. Estas hipótesis admiten muy graves críticas, a mi ju i­ cio. Tenemos la primera A de Caesaris que no podemos 258 Por ejemplo: TORRES BALBAS, Cáceres y su cerca almohade. Ya citada. 259 «...Los árabes alteran la vocación del nombre de Caesar en C'zar o en C’azer y de aquí la pronunciación Cageres». PEDRO DE ULLOA Y GOLFIN, Memorial de Ulloa, folio 9.

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creer que se pronunciase en tan avanzada época como tal, sino como una E con el diptongo, dando Césaris de donde en modo alguno podría flu ir Cázrix. 260 Tampoco sabemos de qué manera desaparecería la segunda A. Y sobre todo, no hay vestigio de que este genitivo ni solo ni acompañado integrara ningún topónimo en el período preislámico. Nor­ ba, podría haber degenerado en Caesarea o en otra forma más barbarizada, pero con muy poca probabilidad en Caesaris. Respecto a la segunda variante de estas proposicio­ nes, la verdad es que parece bastante artificioso el que los árabes fueran a denominar un lugar o castillo leyendo su nombre en un letrero antiguo como lo haríamos hoy al deletrear el de una calle para ponerlo en nuestra agenda. Es cierto que hay o ha habido lápidas con la inscrip­ ción Caesarin pero no es fácil que su lectura diera en vez de estas letras Caesaris y esto es im prescindible para que los muslimes hicieran terminar su topónimo en un xin. Por otra parte es cosa probada que Cáceres existía mucho antes de que los Almohades reforzaran sus fortificaciones y casi seguro que no haya dejado de existir nunca. En fin. acaso fuera necesario enfrascarse en un pro­ fundo estudio de estas hipótesis si no tuviéramos cosa me­ jor que hacer. Pero disponiendo de otra en que sin es­ fuerzo alguno, con facilidad suma, hallamos la génesis exacta de Qázrix no creo valga la pena insistir sobre aque­ llas. Sólo nos detendremos un momento en la rara eti­ mología CARCERES, estudiada por el profesor portugués J. M. P ie l261 y ampliamente refutada por Floriano 262, ya que, después de lo dicho por este último, poco se puede añadir. La teoría se apoya en dos pivotes, igualmente en­ debles. Uno que la forma Carceres aparece en un cierto documento cristiano de 1222. El otro en una supuesto si­ nonimia Carcer —aljibe, que hubiese originado (¿cuándo?) el denominar a la población o a su castillo Cárceres, por

sus aljibes conocidos. Adm itiendo aquella ecuación, este hecho sólo podría haberse producido en el caso en que los aljibes preexlstieran a la ciudad o fortaleza, pues en todo topónimo derivado de un apelativo el objeto que éste designa, es precisamente causa y núcleo de la formación de un pueblo a su alrededor. Ahora bien a ¿quién se le ocurriría construir un gran aljibe aislado en lo alto de un cerro? No vale alegar que el aljibe o Carcer procedería de las ruinas de la antigua Norba pues tal construcción, que aún puede verse, es específicamente islámica. Y además, lo de siempre, ¿iban los árabes a imponer un nombre la­ tino a una ciudad por ellos reedificada? Si en algún documento antiguo se lee el nombre de la ciudad en la forma Carceres es, no ya probable, sino in­ discutiblemente seguro que se debe a error o pedantería del copista, máxime cuando hay otros documentos más antiguos con la forma correcta Cáceres. Lo mismo acaece con las variantes Canceres, Cancres, Canzies, que apare­ cen en otros. No creo cosa prudente edificar teorías eti­ mológicas sobre tan claras y esporádicas equivocacio­ nes 263.

260 El diptongo A i se pronunciaba en nuestras regiones como E, como hemos dicho en páginas etrás. (Nota número 62). 261 J. M. PIEL, Miscelania... Ya citada. V. nota, 237. 262 Cáceres: los problemas...

263 Pueden examinarse algunts de estas versiones sobre docu­ mento original en las varias reproducciones en color que trae la obra de PEDRO LUMBRERAS. La reconquista de Cáceres por Alfonso IX. Cáceres, 1956.

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C A S T R I S Hemos demostrado más atrás cómo la única etimolo­ gía posible de la palabra Cáceres se funda en la voz árabe QAZRIX con que los historiadores y geógrafos musulma­ nes conocieron a nuestra ciudad durante los siglos de su dominación. También hemos visto que el origen de esta palabra árabe hay que buscarlo en un topónimo anterior, sea latino, ibérico o visigodo, puesto que los especialistas en la lengua de Averroes no encuentran para ella ningún significado, ni siquiera ¡a contextura filológica de la misma palabra les parece genuina. Obligados, pues, a buscar un topónimo anterior a la invasión de los muslimes, hemos de convenir en que nin­ guna solución tiene tantas probabilidades o por mejor decir, tantos visos de certeza como la inducción QAZ­ RIX < CASTRIS. Esta solución venía presentida en todos los autores de los siglos XVIII y XIX, aunque no precisamente en esta forma. Convenían en que la palabra Cáceres debía de to­ mar origen en su antecesora urbana Castra Caecilia pero sin explicar cómo. El docto epigrafista alemán Emilio Hüb­ ner rechazó la versión en su famosa carta publicada en 1899 llevado por el convencimiento de que Cáceres ocu­ paba precisamente el solar de NORBA y no el de Castra Cecilia y para la cuestión etim ológica formuló, como he­ mos visto, otra hipótesis que los autores sucesivos, con esa especie de fetichism o que inspiran las proposiciones de un sabio prestigioso, sobre todo si es extranjero, no han osado remover. 139


Don Ramón Menéndez Pidal, en una de sus obras lin g ü ística s261 menciona de pasada la deducción Cáceres = Cazres<^Castris poniéndola como ejemplo de vocal átona epentética medieval y esta mención la recoge Flo­ ria n o 26' sin aceptarla de un modo franco o mejor dicho queriendo compaginarla con la etimología usual Alcázares. Descartada esta última sólo quedaba examinar (no con­ tando el form idable peso de la autoridad del venerable maestro en temas filológicos) las bases en que se podría fundamentar esta interesante hipótesis. Acaso el paso de Castris a Cáceres podría presentar alguna de las dificultades que encontraba Hübner si lo exa­ minamos en versión directa. En cambio no ofrece ninguna dificultad filológica si lo consideramos a través del árabe. Hay dos leyes muy claras y sencillas que cualquiera puede inducir mediante fórmulas empíricas que nos dan una res­ puesta inmediata. 1.a La combinación ST de los nombres latinos fre­ cuentemente la encontramos en los topónimos árabes con­ vertida en un Sad, letra que a su vez en castellano hace una zeta. He aquí algunos ejemplos: BASTI (capital de los bastetanos) = BASTA > BAZA CASTULO = CASTULONE (abl ) > CAZULONA > CAZLONA (Caserío actual cerca de Linares) ASTIGI = ASTIJA > AZIJA > ECIJA Aún podríamos añadir varios ejemplos más, como la ST de Cesaraugusta, hoy Zaragoza, pero basta con los ci­ tados. 2.a La S de muchos topónimos latinos fue recibida en árabe como un xin (sh) el cual volvió a su vez a ser una S en la onomástica romance postmusulmana. Ejemplo: Ispalis > Ixbilia > Sevilla. Si aplicamos estas dos reglas a la voz Castris tenemos directamente

264 Orígenes del Español. Estado lingüístico de la península has­ ta el siglo XI. 1.* ed., Madrid, 1926, pág. 215, o 3.a ed.. Madrid, 1950, pág. 195. 265 Cáceres: los problemas... citada, pág. 37.

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CASTRIS > CAZRIX Esta fácil derivación podría en todo caso ofrecer duda si, examinando la toponimia prearábiga del lugar, no se encontrara ninguna palabra parecida a Castris. Pero muy al contrario, al repasar el Itinerario del Ravennate encon­ tramos en el camino que va desde Mérida hacia el Norte, después del pueblo o mansión Sorores, esta palabra:

CASTRIS Y en el Itinerario de Antonino, en el mismo camino y a 46 millas de Emérita (exactamente la distancia que hay hoy de Mérida a Cáceres) hallamos la mansión CASTRIS C a e c ilii.266 La verdad es que, por mucha prudencia que queramos poner, toda la prudencia que se hace necesaria en estas delicadas cuestiones etimológ'cas, parece por este hecho quedar disipada toda d u d a .267 266 Ver el estudio de ambos itinerarios en el capítulo VI de esta obra. 267 Es de notar que la palabra árebe QAZR (pf lacio fortificado, al­ cázar) toma origen precisamente en el latín CASTRUM, siguiendo análoqa metamorfosis a la que se ha expplicado. Este hecho esporádico puramente cesual a los efectos que nos interesan, ha sido uno de los principales factores de confusión en el embrollado asunto de la e ti­ mología de Cáceres. A riesgo de parecer reiterativo juzgo necesario estampar aquí ambas transformaciones lingüísticas paralelas, pero absolutamente independientes para dejar lo más claro posible sus analogías y diferen­ cias: CASTRUM (Sitio fuerte, campamento en plural) nombre común latino pasa al árabe como QAZR (Qasr) = Palacio, alcázar, nombre común, y por otro lado CASTRIS, nombre propio que en el siglo VIII ya no es un caso gramatical de Castra sino un topónimo en nominativo del sin­ gular o si se quiere, en crso único, pasa al árabe como QÁZRIX (Qasris) = Nombre propio, topónimo árabe que no tiene significado especial alguno. Hay que señalar que la palabra Qazr (alcázar) no se escribe nunca con A lerga (áilf) como algunos autores escriben el nombre Qázrix.

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Quedan sin embargo, algunas objeciones que hacer, a mi ju icio de importancia nimia al lado de las pesadas razones lingüísticas que acabo de estampar. La primera es que el verdadero nombre de este pue­ blo o mansión era, claro está, CASTRA CAECILIA, en nominativo del plural y ocurre alegar que las menciones de los itinerarios están en ablativo porque así lo requería el caso circunstancial de lugar que ocupaban en la oración implícita. ¿Cómo los árabes tomaron la versión del abla­ tivo Castris y no del nominativo Castra, como parece na­ tural? La dificultad es más aparente que real y la respuesta la dan la totalidad de los topónimos (y aún de los apela­ tivos) que han pasado al romance del caso ablativo latino y no dei nominativo. De Tarraco = Tarracone (ablat.) > Tarragona. De Otisipo = O üsiponeyO tisbonayLisboa. De Toletum = Toieto y Toledo. De Carmo = Carmone y Carmona y cien más. ¿Por qué motivo, pues, los nombres en singular se toman del ablativo y la misma regla no puede aplicarse a un nombre plural como Castra = Castris > Qázrix? Nada tiene de extraño y sí es completamente natural que en el habla popular, al perderse las declinaciones clá­ sicas, quedaran fijadas las formas onomásticas en ablativo y esto ocurriría igualmente con Castris, convertido ya en el siglo VIII en un topónimo invariable, sobre todo teniendo en cuenta que los bárbaros, que pulularon por estas tierras durante tres siglos, eran unos detestables latinistas. Otra objeción o duda estriba en cómo hay que enten­ der el paso a la forma castellana desde la latina. La de­ rivación directa de Castris a Cazres = Cáceres no me pa­ rece probable y ello por motivos históricos más lingüísti­ cos. Castris, población pequeña, debió de permanecer completamente ignorada de los asturianos, leoneses o cas­ tellanos, hasta que los azares de la Reconquista les hi­ ciesen topar con ella, lo que podría ser a lo sumo en tiem­ pos de Alfonso VI. Hay, pues, un lapso de tres siglos por lo menos, durante los cuales no existió noticia sino de un 142

Qázrix o Qázrex musulmán. Y de este escalón no se pue­ de prescindir en el descenso e tim o ló g ico .268 Es, por el contrario, opinable la cuestión de en qué forma apareció la primera E de Cáceres. Si se trata de una vocal puramente epentética del habla leonesa como parece pensar Menéndez Pidal y confirma la forma antigua Caqres de Pedro de Alcalá 269 o bien esta E se debe a voca­ lización de la grafía árabe QAZRX que ya en el siglo XII los musulmanes pronunciasen Cácerex o Cázirex como parece deducirse de la interpretación Kazires de Conde y las de otros arabistas. Castra Caecilia, como también Castra Servilia, eran dos vicos o aldeas contributae o dependientes de la Colo­ nia Norbensis Caesarina. Lo que destruyeron los visigodos o los otros bárbaros fue esta última, en quien se centraba el odio al Imperio Romano. La ciudad fue arrasada y pro­ bablemente asesinados todos sus moradores; en cambio, las aldeas indígenas de los alrededores no sufrieron des­ trucción completa. Lo único que resulta evidente es que al llegar los árabes aquí, encontraron un lugar llamado Castris y ellos se lim itaron a acomodar este nombre a su prosodia y es­ critura bajo la forma Qázrix con más o menos ligeras va­ riaciones. Esta aldea comenzó a cobrar im portancia tan pronto los reyes cristianos trasladaron el teatro de sus correrías a la cuenca del Tajo. Como había allí restos de murallas 268 Para el mecanismo fonético ST^>Z, al pasar del árabe al espa­ ñol Cfrse. AMADO ALONSO, Estudios lingüísticos — Temas Españoles. Ed. Gredos. Madrid, 197. 3.“- ed., pág. 106 y ss., que pone varios ejem­ plos, incluso en apelativos: Mozárabe<^mosta'erab, alfóncigo<fal fostat, etc. y los mismos ejemplos que nosotros en lo tocante a topónimos, incluso Cáceres que hace venir de Castra. Nótese, sin embargo que nuestro caso no es éste, pues el Zad (sad) ya existe en la voz árabe Qazrix, como hemos visto. Por lo me­ nos aquí es el árabe quien recibe con un sad (cad según la grafía de Alonso) la combinación latina ST. Paralelo caso se da en la palabra árabe qagr que viene de castrum como acfbamos de ver. 269 PEDRO DE ALCALA. Arte para ligeramente saber la lengua aréviga enmendada y añadida y segundamente imprimida. Salamanca, 1505; seq. FLORIANO. Cáceres: los problemas..., pág. 40.

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fueron habilitadas mejor o peor en una época que no sa­ bemos, exactamente, si fue en los siglos X y XI. A me­ diados del XII los almohades terminaron la completa re­ construcción del cerco, transformándole en una form ida­ ble fortaleza. Le dieron el nombre de Hizn Qázrix 270 porque Qázrix era como desde hacía siglos se llamaba el lugar. Esta es la única conclusión lógica ante los datos que hoy tenemos a la vista en el debatido problema del origen del topónimo CACERES.271

RESUMEN Se inserta aquí la acostumbrada síntesis que suelen traer los modernos libros de investigación; un esquema de conclusiones que siempre es útil para el consultante, pues le permite, tras un rápido examen, comprobar si en una determinada obra se encuentran o no y en qué me­ dida los materiales deseados, sin necesidad de leer la to­ talidad del texto. He aquí una condensación de todo lo expuesto en las anteriores páginas: 1.° Después de los últimos estudios y descubrimien­ tos en Maltravieso, hay que adm itir para Cáceres, en su sentido de terreno poblado, la más remota antigüedad prehistórica, poseyendo abundantes ejecutorias del Paleo­ lítico. 2.° Volvemos a encontrar poblado el territorio cacereño en el Eneolítico y en la Edad del Bronce, siendo muy lógico suponer que esta población perduraría durante el período protohistórico, en forma de castro lusitano. No es probable que esta zona estuviese despoblada nunca, por su situación estratégica sobre un camino meridiano secu­ larmente usado en la Península.

270 Literalmente Fortaleza de Qázrix lo cual permite sin violencia alguna suponer que el Qázrix que dio nombre a la fortaleza podía no estar en su recinto y ubicarse solamente junto a él o cerca de él. 271 En la viñeta que ilustraba la portada de nuestro primer libro El origen y el nombre de Cáceres, editado en 1962 por la Caja de Aho­ rros y Monte de Piedad de Cáceres, podía leerse en caracteres cúticos el nombre Hizn Qazrix.

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3.° La situación de la Colonia Norbensis Caesarina en el solar del Cáceres medieval es, a la luz de los cono­ cimientos actuales, indiscutible. 4.° No se puede aún, con certeza, fija r en qué punto estuvieron radicados los dos vicus que menciona Plinio: Castra Caecilia y Castra Servilia pero, por lo menos uno 145


de ellos, estuvo muy cerca de Norba Cesarina o de sus ruinas, bajo el nombre de Castris, de tal modo que los árabes le llamaron Qázrix y al reedificar la Colonia como plaza fuerte, ésta tomó el nombre de aquélla. 5.° La voz CACERES proviene directamente y sin el menor género de dudas, del topónimo árabe Qázrix (Qásris) con que nuestra ciudad era llamada durante la domi­ nación musulmana. A esta palabra se reduce la transcrip­ ción Kazires de los libros antiguos. 6.° La etimología CACERES > ALCAZARES, es ab­ solutamente fantástica y debe eliminarse de toda obra que se escriba sobre los antecedentes de esta población. 7.° Con muy grande probabilidad, Qázrix deriva del latín Castris. Esta última forma es con la que se fijó en el período tardorromano o germánico el nombre del poblado Castra Caecilia de los Itinerarios. 8.° El Cáceres actual es, pues, heredero de Norba Caesarina y de Castra Caecilia (o S ervilia). De la primera posee el recinto fuerte y la prosapia noble y militar. De la segunda, ha heredado el nombre.

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I N D I C E

Páginas

In tro d u c c ió n ........................................................... ............... 9 P ró lo g o ....................................................................

11

I

Los albores de la población c a c e re ñ a ........

15

II

La “ Colonia Norbensis Caesarina” .........

29

III

La Lusitania de Ptolomeo ..........................

39

IV

La fundación de N o rb a ...............................

43

V

Qué se hizo de Norba Cesarina ...............

59

VI

El problema de Castra C e c ilia ...................

65

VII

El nombre de C á c e re s ................................

83

VIII

La diosa C e re s ............................................

89

IX

Castra Caecilia .............................................

95

X

A lc á z a re s .........................................................

99

XI

“ Cazires” .........................................................

109

XII

Hizn Q a z r ix ...................................................

113

XIII

Breve estudio del topónimo “ Qazrix” ...

125

XIV

“ Caesaris” y “ Cárceres” ..........................

135

XV

C a s tris ........................ ...................................

139

R e su m e n .................................................................

145


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