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C E N T R O D E E S T U D IO S E X T R E M E Ñ O S
EXTREMADURA PO R
HLépez Prud en cio, A . C ovarsí y J. Lépez de M F u en te. P rólogo d e E„ Seg u ra
BA DAJ OZ H U P R E N T A D E L H O S P IC IO P R O V IN C IA L
La fotografía ari laguna en los el en España. De de la tarjeta p(, otros tiempos, ji foto de cartel, h;j escasa atención, investigación en resulta más grati que el repaso de hemeroteca. Esta labor incansí la que ha llevado) una nutrida coleí imágenes, a medi;
N avalm oral de la resultado de la pa y la curiosidad i investigadora, lie Arte por la Univ Madrid, cuya fani esta tierra extrer de su infancia. M í M arcos cuenta publicados en pr»; Alcántara, de la
Ars et Sapientia, Extremadura de
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Crónicas de Tru
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Ediciones Amberley SL Avda De M.inoteras 38 MarlriH
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Esta obra se ofrece gratui tamente y ha sido impresa a expensas del Comité de Ba dajoz en la E. I. A. d3 Sevüta.
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C on m otivo de la ^Semana ex trem eña » en la E. I. A. de S evilla, el Com ité de Badajoz, a instancias de su Presidente, que lo era el de la Excm a. D ip u ta ció n don V icto ria n o López Guerrero, acordó ce lebrar un ciclo de conferencias, acerca del valor h istórico de E x tremadura en la conquista y c iv i liza ción de Am érica y del estado presente de su p a trim on io artís tico y económ ico. Pa ra este objeto fu e ro n in vita dos los señores don José López P ru d en cio, don Adelardo C ova rsi y don Justo López de la Fuente. En S evilla los dias I I , 12 y 13 de M ayo, y en el salón de actos d el bello edificio de la P la za de España, celebráronse las tres con ferencias presididas p o r un V oca l de la C om isaria R egia y las auto ridades m u n icipa l y p ro vin cia l de Cdceres y Badajoz. D e la p ro v in cia pacense era ya Presidente de su Excm a. D ip u ta ció n don J a vier N a va rrete,y, A lcald e de la c a p ita l don B a ldom cro Calache. La Prensa de Andalucía, de E x tremadura y los diarios más im portantes de M a d rid , c o n este m otivo, p u blica ron reseñas de tan hermosas disertaciones y reco gieron , con elogios merecidos, la im presión tan fa vora b le que cau saron al cu lto auditorio.
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veces, c o m o , ahora, se habrán visto tres hombres tan diver sos en la acción y en el pensamiento, tan hete rogéneos en sus aplicaciones como Lope* Prudencio, Covarsí y López de la Fuente y, al mismo tiempo, tan fundidos en un ideal de amor a Extremadura. Los tres tienen tan des tacada su propia personalidad que, holgará todo preámbulo de elogios, si no fuese por el deseo de asociarme a esta empresa de cultura, con la obligación moral de contar a los lecto res algunos rasgos de los conferenciantes y de sus discursos, sujetos a esta unidad tripar tita que les da el ser de un nuevo Ser que nace con el libro. López Prudencio, historiador, literato, crí tico y periodista con ciertos ribetes de políti-
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co, ha dilapidado el caudal más fecundo de sus tesoros intelectivos, en escaramuzas de mezquinos botines, tan útiles para llevar al ánimo el reposo tranquilo que toda obra de cultura necesita. Nuestra generación extreme ña no se dará cuenta, no sabrá nunca la ínfi ma soldada ofrecida a este guerrero gana dor de los tesoros espirituales que tan pródi gas cosechas habrán de reportar a Extrema dura. Los relejes de su carromato han de ser imborrables por lo hondo de sus huellas. Hay mucha distancia entre hermanos y dis cípulos que seguimos jadeantes sus mismos pasos, y el maestro, que con clarividencia, oteó el horizonte alcanzando a descubrir, en la his toria, en el arte y en la psicología y en la raza del pueblo extremeño, un paisaje inédito, un alma nueva. Una casualidad, el caer en manos de un es critor de Madrid el «Vargueño de saudades», de López Prudencio, hizo que, cuando ya había realizado gran parte de su labor, saliera del silencioso recinto de sus campos nativos a las tardías admiraciones de la república lite raria de España. Con todo su bagaje permaneció el pensador oscurecido, incomprendido en su propia tie
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rra, hasta que el espaldarazo cortesano des pertara débiles entusiasmos entre los suyos, reconociendo, entonces, con esos regateos de méritos entre familia, los valores que realzan su meritísimo ingenio. No es este el momento más discreto para desmenuzar su compleja personalidad. Un libro se necesitaría para describir y analizar sus rasgos más acentuados. Su obra literaria—puramente estética—de poeta en prosa a lo «Azorín», a lo Gabriel Miró, a lo Valle-Inclán reflejada en «Vargueño de saudades» y «Libro de Horas», tiene un registro personal de escéptica melancolía y despego, por su fugacidad hacia la vida sen sual y terrena. La flecha que dispara su espí ritu por los espacios de la religión cristiana, se clava siempre, con certera monotonía, en el Infinito. El estilo de su prosa es pulido, macerado, como la cara transparente y azulenca de un monje, por el afán de perfección. Las imágenes tienen la olorosa fragancia de las páginas de un devocionario. Su labor de crítica literaria diseminada en la Prensa o recogida en «El genio literario de Extremadura» o en su obra premiada por la
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Academia de la Lengua «Diego Sánchez de Badajoz», tiene la solidez tradicional y el depurado gusto de los Bonilla San Martín y Menéndez Pelayo. Estudia el documento, lo analiza, rebate con claridad y abundancia de argumentos los errores de sus antecesores, compara la obra literaria con las del mismo género, nacionales y extranjeras, forma el apa rato bibliográfico, y lo que es más interesante, deduce consecuencias personales sin que asome la pedantería del investigador, ni la fria exposición de datos del archivero. Jugoso en la forma atildada, tiene su obra crítica ese grano de sal y de especias, que tan a gusto condimentan estos guisos literarios de carnes de aves muertas, desabridas de por sí, cuando 110 saben aderezarse. Los diarios de España y particularmente los de la región guardan en sus colecciones «Ensayos», artículos literarios, trabajos críti cos; soflamas políticas y otros de costumbres y tradiciones que sólo ellos demuestran la extensa y compleja labor de López Prudencio.
En este momento su obra como historiador es la que más nos interesa.
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«Extremadura y España>, libro estridente y juvenil de López Prudencio, es la bandera de combate de un agresivo extremeñismo enrai zado en su propia esencia espiritual. Es un desfile cronológico de siglos de Historia de España, para demostrar la intervención, tan decisiva, de los extremeños en los momentos culminantes de la vida nacional. No hace mucho tiempo, se publicó una segunda edición en la que el autor, ya en el medio del camino de la vida, se detiene a meditar y sonríe con delectación releyendo aquellos epítetos fulminantes, aquellas diatri bas de lanza-llamas de su mocedad. Ahora ha ido limando las agudas aristas, suavizando contornos, y sin perder su obra inicial la idea matriz que la inspirara, puede así libertarse de estridencias y gestos agresivos que descom ponen el ademán, sin realzar el valor histórico y literario de este libro. La trayectoria de su concepción histórica, respecto a la preponderancia decisiva de los extremeños en la vida española, tiene la curva inflexible de la de un proyectil. Desde sus años mozos, con ese fuego inicial que caldea el ánima de un arma de fuego, imbuido por los libros y explicaciones que oye con fina
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atención a sus profesores, entre ellos al maes tro don Federico de Castro, amamantado en las ideas dogmáticas y tradicionales del Semi nario, se disparó su apasionado entusiasmo hacia la tierra donde vió la luz, erigiéndose en campeón de Extremadura. En los comienzos de su apostolado, sus ideales, puntiagudos, chocan y rebotan en las paredes de un pozo vacío. Y apenas el eco responde a la oquedad del recinto que, poco a poco, se va poblando de sombras y fantas mas, hasta convertirse, con los años y las pre dicaciones, en un mundo nuevo de Formas que tienden hacia la realización. Un grupo, cada vez más nutrido, de amigos y de enamo rados, pregonan y defienden aquellos ideales que se han difundido ya por toda la Región.
Esta conferencia que comentamos, es la línea ideal de la misma trayectoria en su camino descendente, fuera ya de los límites regionales, de valor objetivo, de anuncio luminoso. En sus páginas—como verá el que leyere— continúa hablándonos del predominio de los extremeños en la historia de España, limitán dose a estudiar las causas de su intervención
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directa y fecunda, no sólo en la epopeya de América con los arriesgados conquistadores, sino en la obra inmortal de la colonización, en la que los franciscanos y seglares extremeños tomaron parte señaladísima y fecunda. El pensamiento moderno se ha detenido, con frecuencia, a meditar acerca de las causas que motivaron esta decisiva intervención de Extremadura en América, sin encontrar una respuesta satisfactoria. Filósofos, literatos, his toriadores y geógrafos, han buceado en este arcano, queriendo acertar con los orígenes de este suceso, y, cada cual, ha pretendido.ver en este hecho, al parecer insólito, una confirma ción a sus teorías, sin que el secreto se haya ofrecido, hasta hoy, con esa claridad co n v iiT cente de las demostraciones certeras. López Prudencio, en esta conferencia, va descartando hipótesis después de haber sido desmenuzadas por la tolvanera de su crítica. No es la situación topográfica, ni la proximi dad a Lisboa, ni los ideales religiosos, ni la pobreza que en toda España es igual, ni las ambiciones desmedidas de los hombres, el origen de este fenómeno histórico. El autor recorre toda la gama de los valo res, hastajjetenerse en el estudio de la psico-
logia del alma extremeña, que nadie como él conoce. Busca sus rasgos esenciales, en la característica peculiar de su pueblo, en los hombres que más se distinguieron por sus hazañas; en sus pensadores, tribunos, escrito res y poetas. López Prudencio, con admirable sutilidad, analiza las cualidades morales del extremeño y explica, en una síntesis perfecta, los motivos profundos y verdaderos que cul minaron en aquella hazaña.
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d e l a r d o Covarsí es el autor de la notable conferencia que lleva por título «Extremadura artística». Su personali dad de pintor, se halla tan bien destacada y difundida, que nuestras palabras apenas pue den añadir algún rasgo biográfico, al reperto rio de juicios y estudios críticos, publicados tan profusamente en diarios y revistas nacio nales y extranjeros. Muy pronto se inician sus aficiones pictóri cas. El padre lo guía en esta dirección. Reci be sus primeras lecciones del pintor Felipe
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Checa en Badajoz, donde estudia el bachille rato y marcha después a Madrid. Cursa en la corte sus enseñanzas académicas. Se afana en el Museo del Prado por conocer la técnica de los maestros españoles y copia a Velázquez, Rafael, Zurbarán y Morales. Viaja luego por Italia, Francia, Inglaterra y los Países Bajos, cuyas Pinacotecas visita con asiduidad, y des pués de recoger el fecundo bagaje de sus impresiones personales, se recluye en su pue blo natal, decidido a realizar su obra. Desde su estudio va disparando su mos quete bien pertrechado con una constancia imperturbable. «Atalayando» es el primer lienzo que con sigue llamar la atención del Jurado en esas luchas—no siempre nobles— de las Exposi ciones nacionales, donde buscan fama y mer cado los artistas. Covarsí hace objeto de sus predilecciones «tipos» de contrabandistas y escopeteros de la raya portuguesa, que habitan los suburbios de Badajoz. Hombres del pueblo, curtidos en el campo, que viven libres y montaraces bor deando la ley o cayendo en sus precipicios, ofrécense a su alma, turbada con las hazañas de los aventureros extremeños en la epopeya
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americana, como un eco y un incentivo capa ces de aprisionarlos en lienzos de amplias dimensiones. Con tales obras se crea su per sonalidad. Se explica muy bien tales preferencias. De un lado las cualidades heredadas. Sus antepa sados por línea paterna fueron hombres de temple que pelearon en el Maestrazgo por la causa carlista. Mi suegro—padre del pintor es un «carácter». Jefe de los monteros de Alpotreque, encarnizado matador de reses, en las cumbres de Extremadura, en los altos Pirineos de Aragón y en los repliegues de Sierra Morena, de un temperamento recio y una pasión cinegética asombrosa, ha infiltrado en el espíritu de su vástago esas mismas afi ciones a la vida libre, arriesgada y un poco aventurera del cazador. El pintor asistió, sien do casi un niño, a una montería en la sierra cordobesa. Por otra parte Adelardo Covarsí sintió, des de su mocedad, un apasionado amor a Extre madura. Muy joven, estudiaba ya con delecta ción la conquista de Méjico. Dirigía unas fun ciones infantiles, en su casa, con sus amiguitos y, todavía, se ríe al recordar algunos versos del truculento drama que escribiera titulado
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«Hernán Cortés». Tales arrebatos líricos y aquellos ejemplos paternales, en la quietud sosegada de su estudio, cristalizaron en estos hombres de presa, con viejas escopetas, que desfilan por sus cuadros. El pintor heredó, también, de su padre las aficiones a escribir. Durante el viaje por los Museos de Europa fué anotando impresiones, anécdotas, y, a su regreso a Extremadura, escribió su libro «Italia», que fué muy elogia do por la crítica. Es un libro dedicado a estu diar las obras pictóricas de los maestros, más afines a su temperamento, redactado en forma sencilla y clara; una guía de las escuelas pre dominantes en las colecciones italianas, muy útil para viajeros y artistas. Por aquella época siguió el pintor publi cando en la Prensa «Crónicas» de Arte. En la «Revista del Centro de Estudios» ha escrito Covarsí trabajos que merecen desta carse, por su valor literario y artístico. Ha dado a conocer obras inéditas, como el reta blo gótico de una de las capillas de la Cate dral de Badajoz, las pinturas al fresco de Mures en el ¡claustro del Convento de Santa Ana, las de la sacristía de la Iglesia Parro quial de Talavera, y, sobre todo, ha estudiado
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con el apasionamiento que pone en sus admi raciones hacia el pintor Amorales, su obra y algunos rasgos característicos de su vida, dig nos del más pulcro y concienzudo investiga dor.
A este mismo concepto de cultura, respon de la conferencia impresa en esta obra. Es un índice documentado de las riquezas artísticas que en la actualidad posee Extremadura, de inapreciable valor, especialmente p a ra el curioso viajero que quiera visitar nuestra casa. Era muy necesario llevar a cabo una esta dística así y, sobre todo, proclamarla en un centro y en un lugar de resonancia, como Sevilla en el apogeo de la Exposición IberoAmericana, porque desgraciadamente se en cuentra tan escondido el tesoro de arte de la región extremeña, tan abandonado de los Poderes públicos y de sus órganos de propa ganda, como el Patronato de Turism o—en cuanto afecta a la provincia de Badajoz— , que duerme el silencio de la muerte con grave daño de la cultura, del prestigio local y aun de los intereses económicos de Extremadura. El conocimiento de tales noticias entre los
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naturales del país, tiene, además, un carácter de enseñanza y divulgación muy necesario para el cultivo de los sentimientos y la guar da conservadora de las bellezas artísticas, que tanta honra y provecho ofrecen a los pueblos que saben defenderla y enaltecerla. Adelardo Covarsí escribe con la misma facilidad que pinta; igual sencillez de proce dimientos; parecida franqueza y realismo, sin arabescos y volutas imaginativas de atildados vocablos, antes bien, con esa llaneza, claridad y sentimiento poético, que es la nota caracte rística de su paisaje exterior e interior, de sus modalidades estéticas, vivificadas por una ínti ma emoción.
J u s t o López de la Fuente es el autor de la conferencia sobre economía extremeña, en la que desentraña y analiza con singular acierto la riqueza agropecuaria de nuestra Región. Pertenece a esa nueva juven tud, educada en una severa disciplina de cono cimientos profesionales, que no limita su
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esfuerzo al desempeño de los cargos oficiales^ sino que abarca otras materias afines, y, aun extrañas en apariencia, muy útiles para conse guir esa amplitud de horizontes culturales, tan necesarios en la vida moderna para el desen volvimiento de toda personalidad. Es ingeniero agrónomo, destacado, entre sus compañeros, por su capacidad de trabajo y su aplicación. Por ser todavía joven pudiera de cirse que no tiene historia, como las mujeres virtuosas y los hombres modestos. Sin em bargo, conocemos algunas características de sus actuaciones juveniles, y, ellas nos darán, seguramente, la norma de los méritos literarios de su conferencia, ya que su valor científico no somos nosotros los llamados a criticarlos, por nuestra falta de preparación. Uno de los rasgos más hondos y singulares de López de la Fuente, es su amor a la tierra, en el amplio concepto agrario que señalara Costa en sus obras y en su generosa y profética actuación. De estudiante en Madrid se revela este sentimiento. Durante los años de carrera, no pierde el contacto con la ciudad provinciana, en su propia tierra. Se publicaba por aquel entonces en Badajoz, una de esas Revistas juveniles tan graciosas por sus cando-
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*osas ingenuidades poéticas. De entre el fárrago de nimiedades, se destacaban, algunas prome sas de vendimia tan lozanas, como las impre siones madrileñas de Justo López de la Fuente. Entonces lo descubrimos, cuando saboreába mos, con esa indulgencia paternal de los ma yores, retazos de fina observación, inquietudes en agraz que delataban un gran temperamento de escritor. Nuestros vaticinios se confirmaron. Al tér mino de la carrera, situado ya Justo López en la ciudad, tuvo oportunidades para desarrollar sus innatas condiciones literarias. No tardó mucho tiempo en fundar una Revista de ca rácter agro-pecuario.
Extremadura, pueblo genuinamente campe sino, tiene su riqueza en los labradores y ganaderos, y aunque en los últimos tiempos ha ido imponiéndose a sí misma en las moder nas formas de cultivo, en las prácticas más eficaces para la estabulación y cuidado de la ganadería, etc., etc,, lo cierto es que no mar cha con esa velocidad característica de los pueblos ejemplares. En general todos son de por sí retardatarios. Es más lenta la infiltra
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ción de la cultura, y, sobre todo, en nuestra Región hay un problema fundamentalísimo( complicado por sus variedades locales y difícil de realizarse, que hasta que los hombres y el tiempo no aporten soluciones equitativas, es y será la causa primordial de su atraso. Nos referimos al problema de la distribu ción de esta riqueza. La propiedad de la tierra está en pocas ma nos y esas manos suelen ser de administrado res. Frente a esta riqueza acumulada y explo tada con graves deficiencias, acentuadas por arrendamientos poco humanitarios, solo existe una masa proletaria desmoralizada y muerta de hambre y fácil a las sugestiones de propa gandas libertarias. Hasta que cada extremeño tenga seguro el pan de cada día, y, el estímulo de aumentos de beneficio, no haga despertar sus energías depauperadas, sus nobles ambiciones, segui remos en este mismo estado de postración. Para escapar a este azote el hombre tiene dos caminos: el revolucionario o el de su reden ción económica mediante distribuciones más equitativas y humanas.
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López de Ja Fuente inspirado por un ideal generoso, sabía ya el terreno de secano, donde sus conocimientos tenían que operar y consi deró, como más urgente para el desarrollo de las realidades efectivas del campo extremeño, vulgarizar la ciencia agronómica, dándole al propio tiempo, ese carácter^de amenidad lite raria tan beneficiosa para los paladares inape tentes, con el propósito de conseguir que el labrador fuera descortezándose de sus prácti cas rutinarias y aceptando de buen grado todas las mejoras y ventajas de los procedi mientos modernos que proclama la ciencia agronómica. Los trabajos doctrinales y la obra de vulga rización científica de Justo López se guarda en las colecciones de su revista «Ara y Canta»,, que ya en el título—en ese juicio normativo— refleja su imaginación poética, al soñar con una Arcadia futura, donde todos los hombres, que empuñen la mancera, cantaran satisfechos de su propio bienestar. Su reputación se ha ido acentuando con los años, y, buena prueba de ello es, el estudio complejo y minucioso que Justo López ha hecho de la riqueza agropecuaria de nuestra
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»región, motivo de su documentada confe rencia. Aquellos frutos incipientes de sus años de carrera, han granado con inusitada prolificencia. Aparte del dominio que demuestra el ingeniero agrónomo en la exposición clara y ordenada del tema, lo que cautiva es la for ma, el deleite con que se oye a través de las cifras su alma poética, el interés que despierta la lectura de problemas áridos gracias al adobo literario y a las emotividades de su tempe ramento. Este es, a nuestro juicio, el rasgo más inte resante de la obra de Justo López. Por lo general el hombre de ciencia, se encastilla en sus concepciones y 110 se aparta nunca de ellas. Antes al contrario, hace alardes de su rusticidad científica mirando despectivamente las demás disciplinas. En cambio, este inge niero agrónomo ha sabido asomarse a las tapias de los huertos floridos de Fray Luis de León y de Gabriel y Galán, ya desde niño, como hacen los muchachos traviesos en sus correrías por el campo. Y si sus ojos estaban atentos a la vida orgánica de una brizna o de un escarabajo, también los elevaba al cielo y
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solía escuchar la música pitagórica del paisaje en acordes amplios con su alma de poeta.
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i publicar reunidas es tas conferencias obedece al propósito de su divulgación. Se desea con ellas despertar estí mulos en la juventud. Acicate de espuelas en los flancos de la fogosa yegua extremeña. La tradición histórica, el catálogo de su arqueolo gía y el enunciado de sus riquezas económicas, no han de ser espejo para recrearse en vano narcisismo. Sería ello como marchar hacia atrás o andar vueltos de espalda para tropezar y caerse. Alas han de ser las glorias muertas para el espíritu humano, para el hombre nuevo extremeño, de espaldas al pasado, llevándolas sobre sí, a cuestas, con toda la responsabilidad; pero conociéndolas hasta las entrañas, es decir, entrañablemente. El hombre nuevo ha de mirar de frente, en lo por venir, con los ojos muy abiertos y el oído atento a los cuatro puntos cardinales, a fin de explorar lo más lejos posi ble, para ennoblecerse en la lucha y procurar
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superarse siempre, siempre, con ese afán de superación por llegar a la Meta de nuestros ideales y ensueños, aun los que estamos ya de vaielta y sabemos que no se llega nunca. C&ttrique rJecjura.
EXTREMADURA : : ARTÍSTICA : : C O N FE R E N C IA DE DON A D E L A R D O COVARSÍ
Muy honrado por el Comité provincial de Badajoz en esta Exposición Ibero-Americana de Sevilla con el encargo de recoger en una conferencia la visión extractada de las pasadas grandezas de Extremadura, lo mismo en lo que se refiere al patrimonio monumental que de ella nos resta a los extremeños como del desenvolvimiento que éstos han tenido en el historial artístico de España, y también del que todavía siguen manteniendo, bien quisie ra no defraudar la confianza que en mí cifran
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acertando a expresar lo que mejor convenga para el cumplimiento del honorable encargo y consecución del fin extremeñista que se propone nuestro Comité provincial. Más aten to a manejar—aunque malamente—los pince les que no la pluma, con la que otros saldrían a flote en el empeño con más fortuna y me nos esfuerzo que yo, valga la mejor voluntad que pongo en la empresa para suplir la fal ta de medios expresivos y de suficiencia. Con lo dicho y con manifestar rendida grati tud a los que de mí se acordaron para tal menester, termino con este obligado preám bulo, tan necesario para mi íntima satisfacción. Abarcando en amplio vistazo retrospectivo todo lo que constituyó nuestra riqueza artís tica y arqueológica, admira hasta dónde alcan zó el despojo de que fuimos víctimas y hasta qué extremos, también, llegó en los extreme ños la indiferencia y el menosprecio por su pasado. Así Extremadura es hoy como un inmenso campo de batalla por el que yacen maltrechos y dispersos los vestigios de nues tro pretérito apogeo, los monumentos en ruina, al aire los cimientos calcinados de ciu dades que fueron y todo saqueado por la sed de codicia de las extrañas gentes.
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Acostumbrados los extremeños por el adus to carácter a callar sus necesidades amorda zando a éstas en la humana rebeldía de expansionar sus quejas, ha sido nuestra región la cenicienta nacional, sin vías férreas, sin carre teras, con extensiones enormes de terrenos en que aún se viaja como en los tiempos de los Reyes Católicos, sin puentes por los que cruzar sus ríos, y en tales circunstancias, que aún perduran, no es extraño, sino muy lógico, que hasta hace poco tiempo se desconocieran valores de arte y de arqueología que empie zan a despertar la general admiración. Un fugaz curioseo a la colección de ampliaciones fotográficas que se exhibe en el pabellón de Extremadura en este maravilloso Certamen Ibero-Americano de Sevilla, podrá hacer ver la exactitud de cuanto dejo expresado. Y conste que aquella colección, con ser numerosa, ape nas si es mínima parte de cuanto Extremadu ra puede ofrecer al anhelo y avidez universal, característica del día, que despierta la contem plación de cuanto a las actuales generaciones dejaron las que nos precedieron. Todos sabéis algo de Guadalupe. Y va como ejemplo. El monumental Santuario en que se venera la Excelsa Patrona de Extrema
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dura, la Morenita de las Villuercas, que tanta fe inspira a los nacidos en tierra extremeña, ese Monasterio cuyo conocimiento arranca a sus visitantes exclamaciones de rendida admi ración por la cantidad de arte que en él se atesora y que hoy se encuentra en felicísimo momento de resurrección, tan maravilloso mo numento no hace muchos años que yacía en completo abandono, tristemente olvidado... ¡Guadalupe! No es posible poder reflejar la grandeza del Monasterio que se alza enhiesto, con sus venerables muros patinados por los siglos, en el corazón de las bravias sierras de las Villuercas. ¡Acudid allá cuantos buscáis las emociones del arte y de la tradición, que ya no es preciso hacer testamento para internarse por los antiguos caminos pedregosos que, serpenteando por los barrancos y por las cumbres, fueron transitados por las pasadas generaciones! Ya tenemos, por fortuna, exce lentes carreteras que conducen a los rápidos automóviles en breves horas hasta el trono de la Patrona de Extremadura, la imagen cuya veneración llevaron a América los capitanes extremeños. Yo aconsejaría la visita a Guadalupe en los días tradicionales de la festividad de Nuestra
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Señora, el 8 de Septiembre. Cuantos sientan cariño por las evocaciones se emocionarán ante el espectáculo de las campesinas multitu des que de las comarcas más apartadas de Extremadura y de Castilla acuden poseídas de fe a aclamar a la Virgen de sus devociones. Es un cuadro de color de insospechada atrac ción y de recuerdo de lejanos tiempos la muchedumbre que se apretuja en aquellos días de alegría y de luz en las típicas calles y plazuelas de Guadalupe, a la sombra protec tora del Monasterio. Allí veréis los pastores de la Serena con sus bordados trajes de fies tas, los severos indumentos de los labriegos de Herrera del Duque, de Peloche y de las dos Orellanas, los pintorescos atavíos de las gentes Cáceres, de Trujillo, de Plasencia, y los no menos señoriales que lucen en las festivi dades las garridas muchachas de Guadalupe, engalanadas con trajes negros en los que po nen nota de brillantez los pañuelillos de talle de «mil colores». Y entre todos, destacando briosamente con sus trajes de belleza singular, las pueblerinas de Montehermoso y las gentiles mozas de Lagartera. Allí veréis llegar en visto sas cabalgatas a los campesinos de Navalvillar, de Peñalsordo y de Casas de Don Pedro, con
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sus caballerías enjaezadas magistralmente con albardones y jáquimas de armoniosos colori nes, tejidas de lana en los telares de la <Siberia extremeña». Y todas estas abigarradas multitudes que bu llen ruidosamente en el estruendo del repique de campanas del Monasterio, las contemplaréis bailando al son de pintorescas bandas de música delante del atrio del Santuario, discu rriendo por los tenderetes de la feria o ensi mismadas en sus oraciones bajo las majestuo sas naves ojivales del templo; y cuando es llegada la hora de sacar en procesión por el claustro mudéjar a la sagrada imagen, ya las observaréis también con los ingenuos rostros, transfigurados por la fe, prorrumpir en vivas y aclamaciones a la vista de la Virgen de Gua dalupe. Jamás se encontrarán escenas de exal tación religiosa que en nuestra época puedan evocar mejor aquella otra de la España del siglo xvi. ¡Cuadro éste que pobremente he descrito, reflejo de una visión de realidad, imponderable espectáculo que parece la obra magna de un artista! Y cuando se aparta la atención de estas escenas palpitantes que el sol enciende de luz prodigiosamente y se penetra en la paz del
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Monasterio, entonces, ¡ah!, entonces, ante tal cúmulo de riquezas— mágica revelación del pasado— , se comprende toda la grandeza de la vieja España. Porque allí están todavía, sal vadas milagrosamente y reunidas en un mu seo que no tiene igual en el mundo, las telas bordadas, que constituyen la mayor atracción de Guadalupe. Allí tenemos el frontal de la Pasión, pieza de primer orden, en la que se combinó magistralmente la labor de la indus tria monástica con el insuperable arte puesto en el empeño de reflejar las escenas de la Pa sión y Muerte de Cristo. Allí, también, el frontal gótico de Enrique II de Castilla, pas mosa obra en que las sedas y el oro rivalizan en armonía de coloración y en belleza plásti ca fulgurante. Allí, entre otros muchos impo sible de reseñar en esta sucinta visión guadalupense, el frontal de la Reina de Inglaterra, el renacentista llamado del príncipe don Feli pe, el «verde» de brocado de este color y oro, el «negro» de gótica ornamentación del siglo xvi, el llamado del duque de Alba, bella mente decorado con hojarascas, roleos y fru tas, y descollando de todos el «frontal rico», del siglo xv, cuya contemplación suspende
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por el lujo de sus bordados enriquecidos corr aljófar, perlas y piedras preciosas. Asimismo, en las severas vitrinas en que yai hoy se exhiben estas magnificencias, podemos saborear a placer el famoso terno denomi nado del «Tanto Monta», regalo de los Reyes Católicos, de brocado de oro y terciopelo verde de gran realce, excepcional obra rena centista, con medallones historiados bordados en oro y sedas matizadas; así también las nomenos renombradas casulla y dalmáticas del Condestable, del siglo xv; y el terno de la emperatriz Isabel, de extraordinaria riqueza; y la casulla «encarnada» y el «terno rico», del. Renacimiento, cuyas telas de blancura inma culada desaparecen bajo la ornamentación,, de oro, plata y sedas, de delicadas tonalida des; y el «palio de doña Juana Enríquez» y las también ricas capas; y los innumerables capillos, entre los que destacan por sus bor dados los denominados de la Anunciación y de San Jerónimo; y culminando en esta colec ción de ornamentos sagrados la manga parro quial, de universal renombre, llamada «el trapo viejo», ejemplar estupendo del siglo xvi que anduvo rodando años y años por la sacristía y que todavía, casi destrozada, cons
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tituye por sus deslumbradores bordados de realce la más admirada joya del tesoro de Guadalupe. Y queda por mencionar los vestidos de la Virgen. Es imposible a mi torpeza describir las piezas primorosas del llamado «de la C o munidad» con sus fondos bordados en plata y flores de brillantes sedas, y aquellos joyeles de cincelado oro con piedras preciosas y los festones enriquecidos con aljófar; ni sé qué decir de las prendas del vestido denominado «de la Infanta Isabel Clara Eugenia de Aus tria», cubiertas materialmente por millares de perlas; ni acertaría tampoco a expresar la belleza del vestido «de los Jerónimos», tan delicado de dibujo con sus finas guirnaldas de aljófares, perfectas grecas y el conjunto ornamentado con escuditos de cincelado oro en los que destellan entre esmaltes los clarísi mos diamantes... Cuando todo esto se ha visto una vez, y aun muchas veces, queda rebullendo en el cerebro una amalgama de quimeras tan extraordinarias como las que producen la lectura de los fantásticos cuentos orientales de «Las mil y una noches». En Guadalupe se camina de sorpresa en sorpresa. Porque os enseñarán con tales ma
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ravillas los asombrosos libros corales con sus iluminaciones, páginas magistrales que cantan las glorias de los Jerónimos artistas. Allí están, entre sus ochenta y seis grandes volúmenes, los famosísimos K iriales; allí también los códices del siglo xv, ilustrados con seducto ras miniaturas, viñetas y orlas, y entre ellos, sobresaliendo con s ís pinturas, el «Antifona rio del Prior», enriquecido con trabajos en marfil, labores góticas de plata y fantásticos esmaltes... Y se encumbrará la admiración en la portentosa sacristía con la capilla de San Jerónimo en el fondo, suficiente por sí para justificar todo viaje a Guadalupe. Allí tene mos, en tan regia estancia, los renombradísi mos lienzos de Zurbarán, en los que se des borda el genio y la sintética personalidad del maestro del mejor período de la pintura espa ñola. ¡Qué admirable «Visión del padre Orgaz», y qué pintura la de «La misa del vene rable padre Cabañuelas»! Entre aquellas telas que entonan un himno de gloria al pintor extremeño, está el «Padre fray Gonzalo de Illescas», que nos mira con viveza extraordi naria, y a su lado la «Aparición del Señor al padre Salmerón», de eminente sentido reli gioso y espiritualista, y el no menos intere
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sante lienzo que representa a «El Rey Enrique III de Castilla imponiendo la birreta episcopal al padre Yáñez». Y en el frente de esta serie de obras, aquella otra de «El padre Carrión esperando devotamente su muerte», la de «El padre Salamanca deteniendo con sus oracio nes un incendio», y la que inmortalizó a «El limosnero fray Martín de Vizcaya», repartien do el pan de la caridad, en el atrio del con vento, entre los pobres. Y en la cabecera de la sacristía, completando la concepción del gran prior Diego de Montalvo, la capilla de San Jerónimo con dos hermosos lienzos del misino artista, y en el coronamiento de un pequeño retablo la pintura conocida por «La gloria de Zurbarán», obra de primer orden representando la apoteosis del santo doctor. Solamente a grandes rasgos, por el obli gado límite de este trabajo, se puede parar la atención en las restantes piezas del conjunto histórico, arqueológico y artístico que consti tuye la atracción guadalupense. Sería difusa labor ir más allá de una simple enumeración respecto de producciones tan importantes como el gótico «Lignum-Crucis» del Rey Enrique II de Castilla; el Tríptico de los Reyes Católicos, admirable pintura flamenca; la con
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movedora de Juan de Flandes, que representa «El bautismo del Señor»; los lienzos de Lucas Jordán, que ornamentan el camarín de la Vir gen; los también interesantísimos de Carreño, y sobre todo esto, la Arqueta de los Esmaltes, de lo más excelente que se conserva en el Monasterio. ¿Y cómo no hacer también algu na referencia a la suntuosidad del templo con las rejas renacentistas, obra de religiosos reje ros; con su grandioso altar mayor ornamen tado con pinturas de Carducci y estatuas de Giraldo de Merlo, y entre cuyo conjunto res plandece el Sagrario, bufetillo de bronce damasquinado de oro y plata, suntuosa dona ción de Felipe II? ¿Cóm o pasar por alto los sepulcros de Enrique IV de Castilla y de su madre la Reina doña María, y sobre todo el enterramiento de don Alonso de Velasco y de su mujer, con las admirables estatuas orantes de Egas; y las Tribunas Reales; y la sillería del coro; y el gran facistol; y los monumen tales organos que en las festividades religio sas inundan de solemnes notas musicales las bóvedas de crucería del templo, que abre sus arcaicas y lujosas puertas de bronce repuja das, a la riente plaza del pueblo? Se explica que la contemplación de los res
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tos de tal grandeza hiciese decir a Mr. Bertaux que un viaje a Guadalupe lo compensa todo. Porque no es solamente el tesoro artís tico que allí se guarda, sino la evocadora visión del monumento, construcción vastísima de distintas épocas, con su carácter de forta leza defendida por cilindricas torres, altas y airosas, descollando gallardamente sobre ellas otras más, y entre éstas la fornida y cuadrada de las campanas, almenada a la manera de torre de homenaje de un castillo. Bajo el punto de vista arquitectónico, esto sólo lo haría interesante, pero es que dentro de tan vasto recinto hay algo más, como es el claus tro mudejar y en el centro del jardín el tem plete único y famoso, obra del ingenio de los alarifes españoles. Si en aquel rincón tan escondido de la ma dre España se conserva el espíritu de la patria en sentimientos de fe y veneración por la gloriosa Virgen, y allí están las evocaciones históricas y las emociones del arte y de lá tradición, y allí van en peregrinaciones desde el otro lado del mar los hijos de las jóvenes nr. .'iones de América, deben ir también los españoles a templar el alma en Migares tan privilegiados por la gracia de Dios... Y cuan
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do los abandonen, es seguro que al perder de vista en la primera revuelta del camino la extraña visión de la Puebla de Guadalupe, coronada por su Monasterio, se harán a sí mismos la promesa de volver. Toda la provincia de Cáceres, tan poco conocida, es cantera de esos mismos grandes valores que dan realce a Guadalupe. Asentada en eminente cima rocosa en medio de adusta campiña está 3a ciudad de Trujillo, cuna de Francisco Pizarro, con altivo castillo de vesti gios romanos y árabes, recinto amurallado defensor de 1a antigua ciudad, con la romá nica iglesia de Santa María, que atesora mag nífico retablo gótico compuesto de veinticinco tablas de buena pintura hispanoflamenca y los interesantes sepulcros de los Orellanas, de los Vargas, de los Carvajales y de aquel tan famo so coronel de los ejércitos del emperador que se llamó don Diego García de Paredes. Allí están, rebosando alcurnia, las casas señoriales de los Chaves y Orellanas, de los Bejaranos, del capitán don Gonzalo Pizarro, padre del Conquistador, de los Zárates y Zúñigas, de los Altamiranos, y también los lujosos pala cios (que tanto carácter conceden a la intere santísima plaza Mayor) de los Pizarros, des
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cendientes del gran caudillo, y de !os Vargas y Carvajales. Atrayente ciudad, cuya parte vieja apiñada en lo alto, medio destruida por los embates del tiempo y de la desidia, con serva su fornido carácter y el misterio de su intenso espíritu impera todavía en los tortuo sos callejones que delimitan los ennegrecidos muros de las casonas y de las iglesias, y a los que dan paso las almenadas puertas de San tiago, del Triunfo y de San Andrés, del me dieval recinto. Si en alas del pensamiento hemos de reco rrer la arcaica Extremadura, desde la patria de Francisco Pizarro, será cosa de caminar en dirección noroeste, salvar la cuenca del Tajo y del lado allá del impetuoso rio, encastillado en suaves pendientes de altozanos de riente campiña, en las márgenes del Jerte, nos espera la noble ciudad de Plasencia. ¡Buena suerte habría de ser llegar a ella en las últimas horas de la tarde de un día de sol, en que la luz postrera enciende en brillanteces de oro los ennoblecidos bastiones de su alcázar y las legendarias murallas que cantan en nuestros tiempos los bríos y proezas de aquellos caba lleros de Burgos y de León, que al acometer
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las y tomarlas legaron inapreciable florón a la •corona de Castilla! En Plasencia se puede contemplar el más hermoso de todos los templos de la cristiana Extremadura. Allí están para emocionarnos la vieja y la nueva Catedral con sus construc ciones románicas, bizantinas y ojivales, con la torre gótica, con la Sala Capitular de cúpula gallonada, con el suntuoso imafronte y su gran claustro ojival. Nada tampoco más suges tivo que la portada plateresca de Gil de Hontañón y aquella otra de Covarrubias, abierta a terraza dominadora de uno de los más be llos paisajes de !a región extremeña. Y en su interior, de sorprendente impresión por la magnitud de las naves, tenemos el retablo mayor* del inmortal Gregorio Hernández, con el primor de sus tallas, entre las que resalta la muy maravillosa del Calvario, y las buenas pinturas de Rizzi. Allí, también, la reja dorada de clásico dibujo de reminiscencias plateres cas; y la suntuosidad del coro, obra eminente del Maestre Rodrigo, en la que figuran en talla extraños pasajes satíricos de vivas obsce nidades junto a los esbeltos sitiales de los Reyes Católicos; y las arcaicas imágenes de piedra que resplandecen en las evocadoras
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capillas... Y distribuidas por las calles, plazas y plazuelas de la típica ciudad, viejas iglesias como la de San Martín, renombrada por su retablo mayor, con tablas del místico pintor Luis de Morales; y las de San Nicolás y Santa Ana, y la de San Pedro, y la del Salvador, y la de San Ildefonso, todas ellas con algún donaire de monta para la insaciable curiosi dad... Atractivos de Plasencia son también sus paisajes de agrestes ondulaciones pobladas de bosques de castaños, comarcas que dan cele bridad a los campos de la Vera y de Hervás. En ellos, entre Jarandilla y Cuacos, se escon de en las fragosidades de la sierra el histórico retiro del emperador Carlos I, aquel Monas terio de San Jerónimo de Yuste, del que ape nas si quedan los recuerdos de los sencillos claustros en ruinas y de su destrozada iglesia en pie, aún, la humilde vivienda del César y en un ángulo de los tapiales del santo recogi miento el granítico escudo imperial con epi gráfica inscripción. Hay que llegarse a Cáceres para admirar nos de cómo tan arquitectónica ciudad, que puede rivalizar en tal aspecto con las más des tacadas de Castilla, no es lo suficientemente
conocida. Mucho se consiguió en hacer valer sus atractivos, pero más habrá de realizarse para alcanzar en beneficio de la señorial ciu dad la justicia que merecen sus monumentos. Nada, por supuesto, tan emocionante para los espíritus escogidos, que recorrer las silencio sas calles de la ciudad por las sombras de los palacios y de las mansiones fuertes; salvar las encrucijadas y las plazoletas solitarias, en las que las viejas iglesias dejan su nota de pode rosa melancolía, y en tales lugares de evoca ción esperar a ver aparecer de un momento a otro a los antiguos habitantes sonando a hierro por el crujir de las aceradas armadu ras... Intensísima impresión produce penetrar en el recinto amurallado por el Arco de la Estrella, para llegar a la plazuela de Santa María con el gótico templo allí emplazado que se enriquece con su gran retablo mayor, de Guillén. Por aquellas rinconadas de me dieval carácter, nos salen al paso con sus insospechadas evocaciones la plateresca Casa de los Golfines y el palacio del obispo y la mansión señorial del Conde de la Torre del Mayoralgo. Y no muy lejos de la iglesia oji val de San Mateo, que guarda los sepulcros de los Ovando y de las rancias familias de los
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Sancho de Sande y de los Saavedra, Ja gótica Casa del Sol, y dando entrada al callejón de Perero, la de los Condes de los Corbos, seño reada por la fornida torre de las Cigüeñas. T odo Cáceres respira linaje y se perfuma con el rancio aroma de la arqueología y del arte. Nos lo dicen los palacios que, como nidos de águilas en los riscales de la sierra, se apretujan en lo más alto de la ciudad, ofre ciendo a nuestra contemplación las patinadas y almenadas torres y los ennegrecidos muraIlones fortificados que resistieron las embesti das del poder real. Nos lo dicen el magnífico retablo de Berruguete de la románica iglesia de Santiago, y la reja de su capilla mayor; lo .están proclamando el gótico Cristo de los Mi lagros y el pulpito de hierro de Santa María, y la cruz procesional de San Mateo, y las in numerables joyas de arte que dan prestancia a las nobles casonas cacereñas. Buena parte del patrimonio artístico, ar queológico e histórico de la nación española, ya se ve cómo radica en la provincia de Cáce res. Porque no es sólo cuanto dejo reseñado con la brevedad obligada de esta conferencia. Son también los restos romanos de Talavera la Vieja, encaramada en eminente altura sobre
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e! Tajo, humilde lugar que se vanagloria jus tamente de conservar en su parroquia intere santísimo retablo del Greco; lo son asimismo las atracciones monumentales de la Catedral de Coria, y el grandioso puente romano de Alcántara, obra arquitectónica de primera cali dad que parece debida a la madre Natura leza, y su destrozado Conventual de San Benito, y el claustro mudéjar de Abadía, y el importantísimo castillo de Belvís, que canta las fieras hazañas de los Monroy. Lo son igualmente la característica plaza mayor de Garrovillas y los vestigios romanos de Cáceres, Capera y Fuentidueñas; y los árabes de Galisteo; y los castillos de Granadilla, Jaran dina y Montánchez; y el arcaísmo de Brozas y del Arroyo del Puerco con su iglesia parro quial enriquecida por un retablo con veinte espléndidas tablas del Divino Morales; y el Cristo, magnífico, de Escurial y Valencia de Alcántara con primorosa pintura de aquel g e nio extremeño en su iglesia de la Virgen de Roque-Amador... Y si de la alta Extremadura descendemos a las fértiles tierras de Badajoz, son otras emo ciones las que nos aguardan. Asentada la más populosa ciudad de la región extremeña en
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suave colina en las márgenes del cristalino Guadiana, encerrada en el círculo de piedra de sus fortificaciones, acariciada por los res plandores de sus maravillosos crepúsculos y oreada por los aires de Portugal, no parece sino que descansa del ajetreo batallador de su pasado, rendida por los recuerdos de sus grandezas y de sus tradiciones. Será difícil que ninguna ciudad haya sido maltratada por el destino de la manera implacable que lo fué Badajoz. De la brillantez de su historia arabe apenas si quedan, dispersos, los vestigios de aquella civilización. Y de las magnificencias que desenvolvieron intensa vida en el recinto alto de la vieja ciudad, sólo restan las maravi llosas descripciones de López Prudencio. Los derrumbados muros de los palacios señoriales del castillo, las destruidas iglesias, los archi vos en que se descifraron curiosas incógnitas, el abandono de los hombres, sus ignorancias y un algo de fatalismo que persiguió con saña la vida de Badajoz, sólo pueden responder a nuestras ansiedades con el silencio de lo pa sado para siempre, de la muerte... De las lina judas familias que alojaron sus fastuosidades en las centurias del xm, del xiv y del xv en las casonas de la Corredera, de los Azogues y
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del Miradero; de las riquezas dé aquella vida, suntuosa en que rivalizaron nobles infanzonas, altísimos señores, ricos hombres y pro ceres ilustres; del esplendor y cortesanía con que supieron recibir a los monarcas castella nos y portugueses; de los tesoros artísticos que enriquecieron los ya deshechos palacios del castillo, ¿qué fué? No es parca, ciertamente, en emociones, una visita por los altos lugares en que se asentó la desaparecida ciudad. De la trágica desolación surgen todavía entre los vestigios moriscos la fortificada puerta de piedra y los arcaicos murallones de la Alcazaba; más lejos, como punto avanzado en el extremo de alme nado adarve, la torre árabe de Espantaperros; aquí las huellas de basílica cristiana arrancada de cuajo por quien estaba obligado a conser varla y de la que sólo restan los mármoles labrados de su pasado visigodo; en la cima las torres cuadradas de la que fué Santa María la Obispal; por doquier torreones medio de rruidos, reliquias mudéjares, restos de fuertes mansiones, pavimentos enlosados del antiguo Badajoz que aparecen entre las descarnaduras del terreno; huellas sinuosas que van señalan
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do entre piedras removidas la dirección de las desaparecidas rúas... Y abajo, descendiendo por la suave escar padura de la colina, la nueva y alegre ciudad con antiguo y grandioso puente sobre el Guadiana; con sus defensas de plaza fuerte abatidas muchas veces por la guerra y otras tantas levantadas; con la triunfal puerta de Palmas de patinadas y venerables piedras; con los arcaicos barrios del xvi, de callejones moriscos y plazas en que todavía se alzan gráciles casas mudéjares. Y en el corazón de la ciudad, dominando las modernas edifica ciones y los antiguos conventos e iglesias, la sencilla Catedral que aún puede mostrar de los esplendores de antaño la rica tapicería flamenca, el notable coro de Jerónimo de Valencia, los Morales que se pudieron salvar de la rapacería invasora y el retablo gótico de la capilla de Nuestra Señora de las Tribulaóiones; pero sobre todo esto y otras cosas, como joya de primer orden y única, la «laude» de bronce de Leopardi, del sepulcro del m ag nifico don Lorenzo Suárez de Figueroa. Y a manera de señera de los badajocenses leván tase sobre el burgo la almenada torre de San Juan, de góticos y renacentistas ventanales,
imponente construcción que da nota de for taleza y arcaísmo al moderno y animadoBadajoz. En breve y fácil correría en automóvil se puede llegar desde Badajoz a lugares de tan, intensa atracción turística como es Alburquerque, interesante rincón de la provincia con austeros paisajes y amenidades tan artísticas y monumentales, como son, entre otras, la. medieval villa con sus fortificadas puertas y las casas góticas y la emotiva ojival iglesia de Santa María del Mercado, de primoroso retablito, todo protegido bajo la mole del casti llo. Desde la gallarda defensa de escalonados recintos, caminos cubiertos, puentes levadi zos y formidables torres sobre las que se alza enhiesta la del homenaje; desde los altos pe ñascales donde se asienta este castillo que sugiere marciales episodios de la Edad Media y en la fantasía popular terroríficas consejas; desde tan dominadoras cumbres, ¡qué mara villosa visión la de los dilatados campos! ¡Qué lugares tan sugestivos y utilizables para la avidez turística! Allí cercanos los castillos de Mayorga, Piedrabuena y Azagala, este último a caballo en alta roca dominadora de tres ríos, desarro-
liándose a vista de pájaro los campos de Por tugal; sobre la frontera y en la lejanía, chis peantes de luz, el blanco caserío y las fortifi caciones de Badajoz; más lejos, ocultas a la Tista por los cendales brumosos del Guadia na, las campiñas de Olivenza, la ciudad de Sügerentes monumentos portugueses, y tras los remotos horizontes la caballeresca atrac ción de los castillos del feudo de los Suárez de Figueroa coronando las alturas que circun da el macizo montañoso de Monsalud. ¡Cas tillo de los Arcos y de Nogales, y el roquero eje Feria y el tan imponderablemente bello de Salvatierra! Y detrás de las escarpaduras de San Serván se presiente a Mérida. La Emérita Augusta de los romanos. La labor realizada por los arqueólogos don José Ramón Mélida y don Maximiliano Ma clas en lo que fué solar de la Mérida romana, labor tan intensa como inteligente que debe merecer la gratitud de todos los españoles, ha hecho surgir de las entrañas de la tierra los tesoros en piedra de aquella remota civiliza ción. Y a no es Mérida la que todas vimos allí hace años. A la contemplación pública no se muestran solamente, como entonces, los restos romanos del acueducto y el puente
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sobre el Guadiana, ni' los diques y cisterna del Conventual, ni el Arco de Trajano, ni la Columnata del templo de Diana, ni los frag mentos del de Marte, ni las esplendorosas aras superpuestas para elevar tan original obtlisco a una santa emeritense; ya están al des cubierto por la tenacidad y sabiduría de aque llos investigadores importantísimos mom¿mentos que dicen lo que fué la esclarecida ciudad de la Lusitania. Nada romano hay en España que pueda compararse con lo que avalora la riqueza na cional en el Museo Arqueológico de Méric|a. Entre trozos de entablamentos deliciosamente esculpidos, capiteles de elegante traza, frisos ornamentales, mosaicos y bronces de inesti mable valor, destaca la colección escultórica que viene a constituir lo esencial y valioso del Museo. ¡Estatuas aquellas de Plutón y de Ceres; la del personaje togado firmada por Ateyo Aulio; los imperiales torsos varoniles y guerreros; las de Marco Agripa y de Mercu rio; las femeniles de armoniosos ropajes y las de Venus y del Océano, entre tantísimas más; el fragmento de la estilizada Esfinge y la ca beza de Sileno, de tan poderoso carácter; y los diferentes bustos de hombre y la sorpren
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dente testa de Serapis; y los finos bronces, gráciles vasos y atractivas lucernas; y las lin das figuritas y los relieves decorativos, teso ros casi todos encontrados en las excavacio nes del incomparable teatro romano, hasta ayer cubierto de tierras y escombros y lucien do hoy, desenterrado y a la luz del día, en medio de los ubérrimos campos de labor. En aquel lugar están evocando muertos esplen dores las amplias gradas y bajo ellas las mag níficas galerías con sus bóvedas de graníticos sillares; el recinto de la orquesta dibuja su perímetro semicircular con los mármoles de su pavimento; y al fondo, como una apari ción, medio reconstruida, la gran escena, ele vando a los espacios la fulgurante blancura de su doble columnata, apoteosis de arte y de luz que triunfa con la fantasía de los capiteles, de los arquitrabes, de los frisos y de las cor nisas, todo diestramente equilibrado. ¡Qué maravilla de concepción estética, qué refina miento espiritual y qué norma más elevada del sentimiento la de aquellas gentes! Dispersos por pueblos y comarcas de la provincia de Badajoz, hallaremos incentivos espirituales de verdadera fuerza. En sus con fines con las de Ciudad Real y Toledo están
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las tierras de la llamada Siberia Extremeña pobre de comunicaciones, castigada hasta es tos momentos por el fatalismo y el abandono de los Poderes públicos. Pero en cambio de tal tristeza y como obligada compensación, ¡qué llamada a los espíritus la de sus antiguos pueblos viviendo todavía la centuria del xvi, con las festividades tradicionales, con sus po bladores ataviados con abigarrados indumen tos tejidos en sus arcaicos telares y con el poderoso aliciente de las costumbres primiti vas! ¡Pueblos aquellos del brioso carácter de Orellana la Vieja, de Siruela y de Navalvillar; de Herrera del Duque, con su pintoresca plaza Mayor; de la Pueola de Alcocer, con roquero castillo ornamentado por alarifes mudéjares; de la rudeza de Peñalsordo y de Capilla, dominada por su fortificación medie val; de Cabeza del Buey, Campanario y Castuera, con el arcaísmo de sus viviendas bla sonadas; y de Casas de Don Pedro, de ojival iglesia, sencillo estuche de su retablo, obra ésta renacentista de grandioso arte en la que graciosamente se armoniza el primor de las pinturas de influencias italianas con el magis tral aparato escultórico, que trae a la memoria el genio habilidoso y fácil de Gaspar Becerra,
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de policromía delicadísima en la finura de s u í estofados, monumento digno de una Catedral y que sorprende encontrarlo en lugar tan humilde! Caso semejante a este que acabamos de citar, lo hallamos también en Calzadilla de los Barros, pueblecito de escasos vecinos en la carretera de Badajoz a Sevilla, a pocos kiló metros de Fuente de Cantos, patria del gran pintor extremeño Francisco de Zurbarán. En su iglesia parroquial, de almenado ábside, triunfan las galanuras de un retablo gótico de lujosa ornamentación mudéjar con veintitantas tablas españolas, constituyendo un tríptico de insospechado valor. Semejante monumen to, aun habiendo sufrido el mal trato de los siglos, abandonado, Uoviéndole encima por el pésimo estado de conservación del templo, to davía se mantiene bien y son tan atractivas las pinturas e imágenes escultóricas que lo deco ran, que suspende el ánimo la contemplación de tal conjunto en la pobreza pueblerina de Calzadilla. Y como este ejemplar tan escondi do, ¡cuántos más existen desperdigados por la provincia de Badajoz! Se vienen al pensa miento seducciones arqueológicas como las de Calera de León, junto a Monesterio, pe-
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quena villa escondida en las estribaciones de Sierra Morena, con las ruinas clásicas de su Conventual de los Caballeros de Santiago y el grupo arcaico, en mármol policromado, de la Virgen con el Niño, de la iglesia parroquial. Y muy próximo, en la cúspide de elevada sierra que oculta frecuentemente las nubes, el Monasterio de Tentudía. Decae el espíritu a la vista de los desmantelados muros del his tórico edificio que los embates de los huraca nes en semejantes alturas van derrumbando poco a poco. El viento, como en los barran cos de la sierra, silba en el interior de las desnudas naves de la iglesia, produciendo desoladora impresión el abandono de las tumbas de anónimos caballeros, vistiendo to davía las pétreas armaduras en las tenebrosi dades de las capillas. Y si acaso un rayo de sol acierta a penetrar por las rotas vidrieras lo veréis refulgir y cabrillear en lucecitas de mil colores al posarse sobre los azulejos de Niculoso Pisano, que hacen florecer de orna mentaciones tnudéjares el sepulcro del funda dor, los retablos y los frontales de sus altares. ¿Cóm o no recordar con la misma emoción los románticos palacios de Almendralejo y el retablo clásico del xvn, tan de primer orden.
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de su parroquial, y la humildísima iglesia ro mánica de La Roca de la Sierra y los viejos templos de Medellín, con aquel interesantísi mo retablo moralesco de San Martín, y el no menos curioso, joyita inestimable de los con tinuadores del Divino Morales, que luce en la sencillez aldeana de Torremayor? ¿Cóm o no acordarnos del abolengo artístico de Villafranca que parece iniciarse en el lujoso pórtico ojival de su iglesia y perdura en la pujante industria de sus finos bordados, famosos en toda España y cómo no conservar en la me moria, para no olvidarlas, las emotividades gótico-mudéjares del templo de Azuaga y de los de Usagre y Hornachos, que vienen a cul minar en la majestuosa torre de La Granja? Si cuanto voy dejando expuesto tan a gran des rasgos no fuese suficiente para hacer re saltar los valores espirituales de Extremadura, todavía está Zafra, la del señorial Alcázar, la de moriscas calles con portadas góticas y ven tanales geminados, la de las antiguas plazas, lindas y evocadoras, la de iglesias y conven tos llenos de recuerdos históricos y artísticos; y a pocos kilómetros Fuente de Cantos, con la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, de monumental retablo barroco, y Llerena, la ciu
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dad de los arquitectónicos encantos, que se vanagloria de poseer el grandioso grupo es cultórico en mármol de la Santísima Trinidad, monumento medieval que constituye una de las máximas atracciones arqueológicas y artís ticas de este fastuoso Certamen Iberoamericano de Sevilla. Tampoco nos dejarán mentir las airosas, bellas y artísticas torres que coronan las iglesias de Jerez de los Caballeros; ni la rudeza arcaica de Los Valles allí cercanos, re cogidos en las hondonadas del más accidentado de los paisajes de Extremadura; ni el castillo de los Templarios, carácter y atávicas costum bres de Fregenal de la Sierra, ni Higuera la Real, que custodia todavía amorosamente en su iglesia de Santa Catalina el último de los retablos que pintó en su larga vida el genial badajocense Luis de Morales... Por último, allá en nuestros campos os aguarda la excepcional visión arqueológica de los castillos, que coronan los más culminan tes y estratégicos lugares de la provincia de Badajoz. Allí tenéis latentes los grandes y memorables hechos de la Patria en los casti llos de Alange y de Magacela; en los de Alconchel y de Burguillos; en los de Zalamea y de Hornachos, y en el de Villalba, y en el de
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Villagarcía, y en el de Medina de las Torres, y en los de Montemolín y de Almorchón, y en aquel otro tan formidable de Medellín que se mira en las ondas del Guadiana, que vió nacer la gigantesca figura de Hernán C or tés... ¡Y cuántos otros más podría citar en esta relación, que con sus bastiones y barbacanas, sus recintos de murallas y sus altas torres tan considerablemente enriquecen la brillantísima historia de la arquitectura militar de España! Es mi ferviente deseo que el anhelo de conocer tan singulares atracciones lleve a mi olvidada patria el aliento de vuestra estima ción y que ella encuentre merecida y rendida gratitud en el sencillo y noble corazón de los buenos extremeños. *** Algo estoy obligado a decir también, aun que sea brevemente, para ayudar a completar vuestro conocimiento sobre Extremadura de la actuación que sus hijos han tenido en el desenvolvimiento artístico de España. Cuando en los albores del siglo xvi flore cían con las obras de sus propios artistas los antiguos reinos españoles — algunos como Castilla, Cataluña y Valencia, con singular
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brillantez y muy pujantes Andalucía, Aragón y Portugal—, en aquellos tiempos no se ofre cía a la avidez espiritual y fervor religioso de las gentes de Extremadura otras producciones artísticas que las que llevaban a sus famosas ferias los activos mercaderes de Flandes y de Italia. La situación geográfica de Extremadura en el interior de la Península, alejada de las puertas de comunicación de España con las naciones que ya llevaban largo tiempo des arrollándose en resurgimientos artísticos de insospechado lucimiento, sin contacto fácil los extremeños con los maestros de aquellos paí ses, fué causa de que se retrasasen en la cooperación que habían de prestar al renaci miento artístico español. Con anterioridad a la centuria del xvi no conozco más antecedentes que los de tres escultores extremeños, dos nacidos en Gua dalupe y otro cerca de Trujillo. De uno de ellos, de Pedro de Guadalupe, existe la refe rencia de Cean Bermúdez, que señala traba jos suyos en la Catedral de Plasencia, y del que dice que se educó en Sevilla. Pariente de él fué Diego de Guadalupe, que, según otro testimonio de menor garantía, intervino en la
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ejecución de la custodia de! retablo mayor de la Catedral de Toledo. Es el tercero de estos artistas Angel Pizarro, escultor y platero, naci do en Val del Obispo en 1440, del que tengo noticia que trabajó activamente en el Monas terio de Guadalupe, siendo de creer que allí aprendiera los relevantes conocimientos que parece ser puso en la práctica de su pro fesión. Es de suponer que al desenvolver los reli giosos de Guadalupe con los altos vuelos que sabemos las iluminaciones, escrituras y encua dernaciones de libros (a lo que pusieron mano los Jerónimos en cuanto llegaron al Monaste rio), educaran en tales menesteres a los natu rales de Extremadura, cuyos nombres hayan podido ser perdidos o ignorados. No olvide mos que, gracias a las investigaciones del re verendo padre fray Carlos G. Villacampa, conocemos alguna cosa de aquel religioso Alonso de Cáceres, que en el siglo xvi fué «maestro de escribanos e iluminadores»; de fray Bartolomé de Medellín, tan habilidoso en las restauraciones de los libros usados, a los que aplicaba viñetas de otros más viejos,¿y también del insigne fray Bartolomé de Logro-
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sán, que tanta fama alcanzó, en el siglo x v i i en miniar imágenes de la Virgen. Badajoz en el siglo xvi, con motivo de las obras de la Catedral y aquellas otras que se realizaban por tales tiempos en los conventos que se alzaron en el solar de la ciudad, y aun fuera de él, debió tener períodos de intensas actividades artísticas. Se sabe por los recibos de trabajos realizados para la Catedral de ar tífices rejeros, entalladores y plateros; había también en Badajoz arquitectos y pintores, y aunque en menor escala sin duda que en los centros relativamente inmediatos de Evora, Guadalupe y Sevilla, hay que suponer existie ra también cierto movimiento de gran arte y de industrias ornamentales creadas en talleres regidos por maestros que darían ocupación a buen número de artistas. Por los conocidos antecedentes de ciertas vidrieras construidas en aquel siglo para las Catedrales de Lisboa y Coim bra por un tal Santos de Perea, «pintor natural de Badajoz», del que fueron también las ocho grandes vidrieras que existieron en la iglesia del Carmen, de Lisboa, se advierte que hasta esta rama de la decoración pudo tener su cultivo en Badajoz. Del primer pintor extremeño que tenemos
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noticias es Pedro de Rubiales. Se sabe que era de Badajoz, y no falta autor q u : atribuya los primeros conocimientos de Luis de Mora les a las enseñanzas de Rubiales. Su actuación en Italia la sabemos por los testimonios de Vassarini, recogidos por Cean Bermúdez, se gún los cuales colaboró eficazmente con Salviati, su maestro, en las obras para las iglesias de Sancti-Spíritus, en Sassia, y también con Gaspar Becerra, en Roma. Sin embargo, ni en Badajoz, ni en Extremadura se sabe que existan trabajos de tan excelente artista. No sucedió lo misma con Morales, que nació, vivió y murió en Badajoz, dejando en Extremadura numerosas pinturas divulgado ras de su genio. Morales, aun con la eminen te representación que ostenta en el mundo artístico al encarnar en su personalidad el católico misticismo de la pintura española en época señalada de su historia, es figura tan desdibujada en las primeras etapas de su vida de pintor, tan desconocida la huella que deja ra la labor de sus primeros años de actividad artística y tal la carencia de documentos que pudieran servir para desentrañar el movi miento inicial de aquélla, que apenas si de cuantos trabajos fueron realizados por críticos
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españoles y extranjeros en aquel sentido se han obtenido algunos destellos de claridad que iluminen las primeras actuaciones del eminentísimo pintor. Hay una inmensa incógnita que alcanza desde su nacimiento hasta la luminosa fecha de 1546, en que se conocen en Badajoz sus primeras obras de la iglesia de la Concep ción, desaparecidas durante la invasión fran cesa. Si en tal época ya rondaba cerca de los cuarenta años de edad el artista, ¿dónde están sus producciones anteriores? La misteriosa etapa por descifrar en la vida de Morales abarca un espacio de tiempo de tres lustros, aproximadamente, dentro de la cual perma nece desconocida la obra de aquel «mozal bete de faz radiante, un poco pálida de emo ción, ojos vivos y penetrantes, cabellos ne gros y copiosos que caían con desgaire sobre el ancho cuello de su jubón», admirable retra to juvenil del artista, descrito bellamente por López Prudencio en uno de sus libros, cuan do sitúa a Luis de Morales por el año 3 1 del siglo xvi en su ciudad natal, acudiendo a las esquinas y plazuelas para contemplar, embar gado el ánimo de misticismo, el brillante des file de los «-pasos» y «encuentros» en los días
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memorables de aquella Semana Santa en Badajoz. Es lamentable que no se haya estudiado más a fondo la historia artística portuguesa de los siglos xv y xvi, porque en su oscuridad está, a mi juicio, la clave del esclarecimiento de las actividades de Morales en sus primeros pasos como pintor. Si Badajoz, a juzgar por cierto curioso verso del poeta portugués G ar cía de Rosende, mantuvo las relaciones que refleja con Evora, que por otra parte es de suponer con ciudad tan próxima y a la sazón centro de cultura artística en la que actuaban eminentes pintores flamencos al amparo de la corte lusitana, no es aventurado suponer que hacia Evora y los maestros extranjeros que allí trabajaban arrastraría al joven Morales su deseo de aprender. Otro elemento documen tal que también presupone relaciones de Luis de Morales con Evora es la interesante refe rencia de haber existido en un convento de monjas de aquella ciudad una tabla debida al maestro extremeño. Berjano—a quien se debe, tal vez, el mejor estudio realizado sobre el inmortal p in to rdice que Guazanti, ocupándose de dicha obra <que representaba «El Calvario»), consigna el
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dato de que se había atribuido a Miguel An gel, pero que era de Morales. Testimonio que abre un portillo de claridad para el estu dio de la producción artística del gran pintor. ¡Cóm o no, si andarán por esos mundos atri buidas a las escuelas flamencas e italianas pin turas como de autores anónimos que salieron de los hábiles pinceles de Morales! Corres ponden, naturalmente, a la etapa en que el artista extremeño puso a prueba la ductilidad de su temperamento y espíritu asimilador de Jas tendencias y procedimientos más en boga en la primera mitad de su siglo. Fué ya después cuando Morales, de regre so de Portugal y establecido en su patria, con taller abierto en Badajoz, sacudió en su ma yor parte las extranjeras influencias. Entonces es cuando debe estudiársele, porque es a par tir de ese momento cuando el genio artístico del gran pintor alumbra el arte español de sus tiempos. Entonces es también cuando sucede que en los centros de producciones artísticas se miran con extrañeza sus maravi llosas tablas de devoción y los esplendorosos retablos, pinturas de brillante cromatismo, como de esmaltes, impregnadas de sentimieno religioso tan intenso y tan extraordinario
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que asombraron a cuantos conocieron la no vedad de aquellas maravillas del Divino Mora les, el solitario de Extremadura, el místico pintor, «el de Badajoz», como le llamaban... Solamente la pasión y la ceguera de algunos detractores de su obra pueden negarle a M o rales la gloria de ser el primero, y casi el único, de la escuela de pintura más espiritua lista que ha existido en la nación. Por eso mismo cuando muere Morales se apagan con él los destellos de un arte que.deja huella memorable a través de los siglos. De los continuadores de Morales que tra bajaron con él sólo nos quedan los nom bres de su hijo Cristóbal y de Juan Labrador. Cristóbal Morales continuó en Badajoz sos teniendo el taller de su padre con la coopera ción de otros anónimos artistas, debiendo decir de Cristóbal que no debió ser, como pintor, tan poca cosa si fué quien terminó a la muerte de su padre el retablo de Higuera ia Real. De Juan Labrador, cuyo desenvolvi miento artístico es bien conocido, puede de cirse que es gran figura en los anales artísti cos de la región extremeña. Aunque natural de Jaraicejo," pueblecito de la provincia de Cáceres, estudió y trabajó en Badajoz con
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Luis de Morales, distinguiéndose por su ex quisita sensibilidad y por la fina ejecución de los minuciosos detalles de sus obras. Sospe cho que puedan ser de Labrador, realizadas después de la muerte de Morales, las tablitas del retablo de pequeñas dimensiones de Torremayor, de tan gran sabor moralesco y tan primorosamente pintadas. Sin embargo, Labrador echó pronto por otros derroteros, en los que había de alcanzar la fama de que goza como pintor de flores y de frutas, género de naturaleza muerta que a partir de Labrador ha sido cultivado con for tuna por distintos artistas extremeños. De Labrador dijo Palomino que pintó algunos «bodegoncillos» con singular primor, y refi riéndose Cean Bermúdez a las obras que de él se conservaban por tales tiempos en el Palacio real de Madrid, expresó a su vez que eran admirables las flores y las transparencias cristalinas de las gotas de agua que hacía figu rar casi siempre sobre la delgadez de los pé talos y de las hojas. Labrador murió en Madrid, distinguido y considerado por su «eminente habilidad», en el año 1000. Otros dos artistas, también de la provincia de Cáceres, algo más modernos que Labra
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dor, sobresalieron en sus profesiones. Uno de ellos fué Antonio Pizarro, pintor, y el otro Diego de Trujillo, escultor, ambos naturales de la ciudad de este último nombre. Por las referencias que conozco, el primero floreció en Toledo con el Greco, existiendo en aque lla ciudad en distintas iglesias pinturas de su mano, debiéndose también a Pizarro las es tampas que ilustran el libro «Vida de San Ildefonso>, la obra tan conocida del doctor Salazar de Mendoza. De Antonio Pizarro se sabe que nació en 1584 y Diego de Trujillo, a su vez, en 16 15 . Este escultor se educó, vivió y murió en esta ciudad de Sevilla, en la que trabajó al lado de Martínez Montañés y parece ser que fué de los fundadores de la Academia Sevillana, en la que actuó de pro fesor de Dibujo desde 1660 a 1674. Tuvo un hijo, Francisco, sevillano, que también fué escultor. Y aparece en la historia artística de España Francisco de Zurbarán, que nace en Fuente de Cantos a poco de morir en Badajoz el viejo Morales. De Zurbarán, figura cumbre de la pintura, que desarrolló toda su actua ción como pintor en el ambiente y vida artís tica de Sevilla, no creo que sea preciso para
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el caso de este acto deciros de él lo que todos conocéis, ya que su gloria fulgurante es más sevillana que no de nosotros, los extremeños. En vuestro Museo provincial y en la Exposi ción tenéis la inestimable joya de la «Apoteo sis de Santo Tomás de Aquino», el estupen dísimo lienzo «Visita de San Bruno al Papa Urbano» y aquel otro de «El hermano Enri que Suzón», tan de primer orden, por no citaros todas sus obras que justifican la altísi ma consideración que alcanza Francisco de Zurbarán entre las grandes figuras del arte. Extremadura siente naturalmente el noble y muy legítimo orgullo de haber dado al mundo tanto a Morales como a Zurbarán, porque los dos llevarou al arte español repre sentaciones propias, personales, distintas de las que ostentaron sus contemporáneos. Y esto constituye, sin duda alguna, el mayor valor cotizable en arte... Después España se hunde en la decadencia y allá va también Extremadura con un núcleo de figuras anodi nas, como lo fueron a la sazón los artistas españoles dd siglo xvm hasta la aparición de Goya. A tal época pertenecen Lorenzo de Quirós, .nacido en Los Santos, que estudió en Sevilla,
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descollando después en Madrid al lado de Mengs, que apreciaba las buenas cualidades de su gran temperamento de pintor; y Este ban Márquez, que parece ser fué paisano de Quirós, aprendiendo también el oficio en esta ciudad con su tío Fernando Márquez Ooya, que «seguía la escuela de Murillo». Esteban Márquez fué el artista extremeño que más descolló entre sus paisanos de aquellos tiem pos, figurando obras suyas en vuestro Museo provincial, y entre ellas la muy sugestiva de «San José con el Niño Jesús», bien pintada, y tan sentida a la manera de Murillo. Villanueva, la ciudad de la Serena, aportó a este período los Mera, pintores que desen volvieron sus profesiones entre los artistas sevillanos, y a Hidalgo y González, también pintor, que tuvo su momento de auge en la corte de España. De Badajoz fueron a sTi vez los Estrada y los Mures, dos familias de pinto res que rivalizaron largo tiempo en su ciudad natal. De los Mures destacó don Alonso, al que llamaban «el Viejo» para diferenciarlo de sus hijos, a uno de los cuales, Alonso Javier, se le atribuyen las interesantes pinturas mura les que todavía se conservan en el claustro bajo del convento de Santa Ana, en Badajoz.
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Es éste el último vestigio que queda a los badajocenses de los períodos de grandes acti vidades artísticas que vivió la ciudad en los siglos xvi, xvn y xviii. *
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Volvamos la vista a los tiempos de ahora, esta época moderna en la que el arte en Es paña va tras de un anhelo dignificativo, que intenta con éxito el resurgimiento, en la pin tura, de todos los valores espirituales de las regiones. Después de Felipe Checa, José Caballero y Nicolás Mejía, que respondieron con sus res pectivas significaciones a lo que fué el arte en su tiempo, los tíos primeros personales en los temas de naturaleza muerta y el segundo gran dibujante y acuarelista, pintor de mayo res vuelos, cuyas obras constituyen atracción de interés en el Museo provincial de Badajoz, después de ellos vuelve Extremadura a tener relevante significación con Eugenio Hermoso. Porque ha p u - t o en triunfo la vida cam péenla de la región. Sus zagales y los mozos fornidos de la tierra, las costumbres pastori les, la alegría de nuestras llanuras y el perfu me de los montes bravios surgen de sus obras.
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como un canto recio con glosas de ternuras y de poesía a las campiñas extremeñas. Es la raza, fuerte de cuerpo y sana de espíritu que puebla Extremadura, la que recorre el mundo entre exclamaciones de admiración en los cuadros del genial pintor de Fregenal. Y si guiendo la luminosidad de las huellas que dejan sus pasos por el campo de la pintura vamos con él cuantos consideramos al maes tro como guía espiritual que hace vibrar nues tras almas al servicio del arte para hacer des tacar lo que de valor, de personalidad y de caracteres existe todavía en los hombres y en la actividad de la Extremadura actual. De cómo se va consiguiendo lo dice la produc ción de nuestros actuales artistas, que obtienen consideraciones y respeto en la vida artís tica española. Bien de relieve están los ele vados prestigios de Aurelio Cabrera, el maestro de escultores, y los de sus compañe ros los ilustres Pérez Comendador, Torres Isunza y Elíseo Ruiz, y la conocida e intensa modernidad del paisajista Pérez Rubio; las exquisiteces del dibujante Antonio Juez y la valiosa orientación regionalista de Juan C al dera; el originalísimo temperamento de Eulo gio Blasco y las halagüeñas promesas tan
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extremeñistas de Moreno Márquez; la labor ya producida por Antolín «Trajano», Martí nez de Pinillos, Virel, Hurtado, Varona, Zoido y Pérez Ascunce, y la que para contribuir a nuestro enaltecimiento regional vienen rea lizando con fortuna González Plaza y los Gordillo; Pedro Navia y Cardenal, Mauricio Tino co, Gabino Amaya y Blanco Pajares; y el pintor «Chano», tan especializado en las artes de la decoración; y por último, y para termi nar, no olvidemos a los jóvenes Amador y Acosta, a Juan Avalos y a Aparicio Quintana, a Saturnino Domínguez y a López Torvisco. No olvidar sus nombres, porque entre ellos existen temperamentos de tal fuerza que han de culminar pronto en triunfos resonantes para Extremadura. He d i c h o .
EXTREMADURA :: E N A M É R I C A :: C O N FE R E N C IA DE DON JO SÉ L Ó P E Z PR UD E N C IO
Nos reúne hoy en este sitio el propósito de consagrar algunos minutos de atención a Extremadura. Pero... ¿qué es Extremadura? Acaso os cause extrañeza hoy esta pregunta, sobre todo en el actual momento, y ante vos otros. Sin embargo mi atrevimiento de for mularla tiene más de un doloroso motivo. Hace ya algunos años, en el Ateneo de Ma drid, uno de los magnates de la mentalidad española, al ser invitado para autorizar, con su presencia y su intervención, un acto cultu ral en Badajoz, preguntaba con un poco de
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ironía desdeñosa:—¿A Badajoz? Pero ¿por dónde se va a Badajoz? Este suceso que, para la superficial atención de las gentes, sólo tiene el valor de una ingeniosa ocurrencia, encierra sin embargo una importancia lamentable. En ella cabalmente se funda mi atrevimiento de comenzar estas palabras con la pregunta que acabo de formular. Es que Extremadura tiene la mala suerte de inspirar escasa atención en España. A tanto llega este infortunio, que son muy pocas las veces que, al enumerar las ricas variantes étnicas, geográficas, psíquicas y aun éticas de España, se menciona esta región como uno de los elementos de la múl tiple armonía. Se pondera la jocundidad bri llante de la vida levantina, la fecunda y opu lenta acometividad y el florecimiento indus trial y mercantil de Cataluña, la reciedumbre vasca y navarra, la grave austeridad castellana, la ternura saudosa de Galicia, la ingenua tozu dez y firmeza de Aragón, la gentil y donosa apostura andaluza, pero... Extremadura, en estas enumeraciones nunca tiene un lugar. Es rarísimo que 110 se olvide su mención. Es más, tiene esta persistente preterición la efica cia de que haya hasta quien ponga en tela de juicio el hecho de que, en esa demarcación
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geográfica, se aloje una entidad étnica con suficiente consistencia sustantiva para figurar entre las demás que constituyen el organis mo nacional. ¿Os explicáis ahora el doloroso fundamento que tiene mi pregunta? Aun aquí mismo ¡y esto sí que es asombroso! en el abrazo que brinda España, con todas las inte grantes de su ser y de su vida, a sus hijas americanas, se vaciló un poco, antes de dar un puesto a la entidad más fecunda en cola boradores de la epopeya que produjo el mi lagro de la prolificencia española creando tantas naciones. No es raro, no, que cuando a tal punto ha llegado la preterición que se hace de un valor, sea éste individual o social, se dude de su existencia en la realidad objetiva de la vida. La despectiva pregunta del magnate inte lectual tiene un hondo y lamentable alcance. Los caminos que conducen a Badajoz, a Cáceres, a Trujillo, a Plasencia, a Medellín, a Mérida, a Jerez de los Caballeros, a Fregenal, y aun la inmortal Guadalupe, son tan escasa mente frecuentados, están tan olvidados y borrosos que resultan, en España, casi desco nocidos. Y sin embargo en esas ciudades, en esos parajes, tan apartados de la atención
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nacional y en la extensa zona geográfica p o r donde están esparcidos, devorando callada, resignadamente su abandono, su retiro, su aislamiento, habita una raza cuya fecundidad ha sido, en el andar de la vida nacional, tan generosa, que, suprimiendo la mención de sus intervenciones, quedaría la Historia de la nación privada de un gran número de sus más gloriosos ornamentos. Acaso pudiera argüirse todavía, sin discutir siquiera la contundencia irrebatible de este hecho, que a pesar de la aparición, en esa comarca, de tan gloriosos propulsores de la vida y la cultura española, falta, en la entidad colectiva, aquella acentuación de rasgos que acusan una homogénea y determinada fisono mía espiritual, capaz de fundamentar la consi deración de personalidad propia y distinta de las demás que integran la vida nacional. Pero es el caso que no hay nada de esto. Ocurre, por cierto, todo lo contrario. Más adelante expondremos algunas observaciones compro badoras de esta verdad. Quizás no haya en España entidad regional alguna que, con mayor crudeza y singularidad, tenga acentua dos los rasgos de su fisonamía espiritual. Ante esta categórica afirmación ocurre pre
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guntar: ¿Cuál es entonces la causa de que* siendo tan recia una personalidad colectiva, sea tan escasamente poderosa para atraer la atención? Hay quien ha creído encontrar la razón de esto en que Extremadura carece de metrópoli, de una de esas grandes urbes que atraen las miradas, como las altas colinas, al contorno del valle en que se levantan. Pero esta razón no convence. Las metrópolis sue len ser las eminencias donde los rasgos fisonómicos, que más atraen la atención, se desdi bujan, se desvanecen y se pierden. Son cen tros cosmopolitas que atraen por sí. Pero no por el carácter peculiar del país a cuya cabeza se encuentran. El que quiere conocer a fondo los contornos espirituales y típicos de una región sabe bien que no es a sus grandes urbes, a sus metrópolis, adonde debe acudir. Por tanto, lo que en esas regiones atrae la curiosidad y sostiene su continua mención, entre los elementos integrantes de la varie dad constitutiva de la nación española, 110 es el uniformismo cosmopolita de sus metrópo lis, sino la vida llana de sus humildes burgos, de sus apartadas aldeas, de su población cam pesina, adonde no ha llegado aún, o llega más tardío y debilitado, el nivel uniformador
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de las aguas unirversales, que desvanece y borra los trazos peculiares de todas las dife renciaciones provinciales, regionales y aun nacionales. Es verdad que los defensores de esta teoría, que consideran indispensable las grandes me trópolis para atraer la atención hacia el tipo genuino de los pueblos, se fundan en que esos grandes núcleos son como las ventanas, por donde las angostas limitaciones localistas, se asoman a la universalidad. Pero téngase en cuenta que esa asomada a la universalidad se hace siempre, dejando en casa, o abando nando definitivamente el indumento, y aun las líneas iniormadoras de la figura y el tipo que da a cada núcleo la reciedumbre perso nal, cuya singularidad fundamenta el atractivo de la atención hacia su peculiar y sustantivo valor. El argumento pudiera servir para los que consideran indispensable desvanecer todos los rasgos y líneas diferenciales de la fisonomía peculiar y típica de cada núcleo social huma no, si han de aspirar éstos, en su vida y en la Historia, a obtener un valor ecuménico. O lvi dan estos modernos teorizantes de la ecumene que la primera condición para alcanzar este
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ideal, es tener personal y singular reciedum bre sustantiva. Ni Aquiles ni Utises hubieran logrado las cumbres ecuménicas que disfru tan, si no estuvieran dotados de una naturaleza tan perfecta y circunscritamente helénica. Ni el Quijote ni don Juan hubieran alcanzado la universalidad de vida con que brillan, si no hubieran sido tan recia y netamente españo les. La misma Roma se hizo eternamente ecu ménica, siendo la civitas dominadora. Nada garantiza tanto la conquista de la universali dad, en el tiempo y en el espacio, como los. firmes relieves que, delineando la personali dad, vigorizan su efectiva consistencia, ase gurándole una realidad sustantiva y eterna. En cambio, si esto se pierde, cada sér, indi vidual o colectivo, se habrá disuelto, como una gota de agua en el mar universal. Pero no habrá conquistado el ecumenismo con que se sueña. Por las puertas de las grandes urbes, las personalidades provincianas, y aun las na cionales, 110 atraen la atención a su personal relieve, sino que son atraídas a la uniformidad total, desvaneciéndose en ella y desapare ciendo sus contornos para siempre. ¿Es esto preferible? La elucidación de tal probleme nos sacaría por completo del radio a que es
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obligado ajustar estas breves consideraciones. Pero quede sentado que la ausencia de gran des metrópolis, en Extremadura,'favoreciendo, como favorece siempre esta ausencia, la con servación de los rasgos típicos, más bien com plica que explica el fenómeno de esta prete rición que sufre con tanta frecuencia, en el recuento de los valores regionales que inte gran la vida española. No está, por tanto, en eso la causa del fenómeno. Se encuentra en algo más íntimo y de más determinada efi ciencia para el efecto que observamos. Cabalmente está en uno de los rasgos que más culminan en la delincación de su fisono mía peculiar. Consiste esta nota en la pertinaz negligencia que ha tenido siempre esta región para mirar hacia sí misma. Falta de ese narci sismo con que los individuos y los pueblos, se complacen en contemplarse, haciendo gala,, no sólo de sus excelencias, sino hasta de sus defectos. La.ausencia de ese narcisismo, de esa sobreestima del propio valer, engendra esta invencible desgana que, para subrayar los propios merecimientos, tienen siempre los espíritus elevados, ya sean individuales o colectivos. Extremadura, a lo largo de la vida nacional, ha venido ofreciendo a la madre
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España todos los tesoros de su poderosa cooperación, sin exigir nunca el más leve acuse de recibo. Se ha ocupado en hacer pero sin anotar lo que hace, sin preocuparse nunca de sí misma, para insinuar, no ya una ufana ostentación, pero ni siquiera el debido examen de la común fuente genitora en donde brotan tales fecundidades. Y así ha vivido siempre. ¿Qué tiene de extraño que se pre gunte por los caminos que conducen a sus ciudades? Están tan descuidados y borrosos esos caminos que apenas se advierten. Ella se ha ocupado muy poco en señalarlos. Ten dida en las vastas soledades de sus campos fecundos, su vida robusta se desliza, callada, apaciblemente, bajo la serenidad de su cielo azul, en las fértiles riberas de sus ríos tran quilos, en las faldas floridas de sus alcores suaves, en la quietud solemne de sus calladas aldeas, de sus abastecidos burgos, de sus hidalgas ciudades llenas de saudosos vestigios de antiguas opulencias, y derramando, sobre la vida nacional, las abundancias de sus teso ros materiales y espirituales, sin otra aspira ción ni deseo, que proseguir indefinidamente dilapidando sus días, con la serenidad patricia de los espíritus escogidos que, acostumbra
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dos a mirar la vida, desde las alturas ideales, nada, desde allí a bajo, miran con estimación suficiente, ni para escatimarlo ni para sub rayarlo. Para que Extremadura sacuda alguna vez, y no por cierto con grandes aparatos, ni por muclio tiempo, esa su patricia desgana de señalar los caminos ásperos y gloriosos, por donde lia intervenido en la Historia nacional y en la del mundo, se necesita que suenen aldabonazos como el de estos certámenes, en que todas las entidades regionales se apres tan a ofrecer el inventario de sus merecimien tos, de sus virtudes, de sus rasgos, de su espí ritu, aquilatando y cotizando el valor de la respectiva interveción que cada una ha tenido en el desenvolvimiento de la vida nacional. Y entonces se limita a hacer acto de presencia, más bien por evitar que su ausencia se inter prete como desvío, al no comparecer entre sus hermanas, que con pretensión alguna de obtener ningún género de preeminencias en las consideraciones. Y es de tener en cuenta que el actual, el presente, es un caso de excepcional singula ridad para Extremadura. Se trata de que Es paña, con todos sus elementos étnicos, com
parezca, abriendo sus brazos maternales a sus hijas de América. Y , al volver la vista a los días gloriosos de la germinación y gestación que dió por resultado el alumbramiento de este gran número de naciones a la Historia, se advierte que, en la cumbre de la obra, se repiten, sin cesar, nombres que hacen dirigir la vista a esa callada región cuyos caminos están, en España, tan borrosos y olvidados. El suceso obliga, en la ocasión presente, a volver la vista con insistencia y admiración al hontanar, de donde, con tanta frecuencia y abundancia, brotan las aguas que fecundan el campo de la epopeya gloriosa. Obando, Pizarro, Cortés, Valdivia, Alvarado, Soto, Vasco Núñez, ¿quién sabe cuántos más? Nombres y espíritus tan altos y tan magnos que cada uno es legión, y todavía más allá de éstos, y dominando a todos, la numerosa hueste que dió Extremadura a la obra espiritual, a la quepuso aquella empresa a cubierto de todas las contingencias del tiempo, al infundirle el alma que la hizo eterna. ¿Cóm o es esto? ¿Cuál es la causa milagrosa de esta repentina fecundi dad en esas retiradas soledades, tan calladas, tan desconocidas, que aún hoy tienen lo s
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nombres de sus ciudades un son lejano y extraño? ¡Repentina esta fecundidad de Extremadura! Precisamente es una fecundidad ésta, de abo lengo tan largo y tan glorioso, que su simple mención conjura todo peligro de quedar reducida a la categoría humilde de una mera casualidad. Las casualidades son muy raras en la historia, y jamás se repiten con tan insistente persistencia. Extremadura había colaborado siempre de un modo activo, inte resante, en la obra de España, a lo largo de toda su vida. Fueron tantas y tales estas colaboraciones que con la mención suscinta y escueta de algunas, entre las más culminan tes, llené trescientas páginas de un libro que eché a volar en mi juventud, con la preten sión de estimular a los doctos para que com pletasen la obra. La importancia de la inter vención de Extremadura en la Historia espa ñola se graduó siempre con arreglo a la congruencia que cada obra nacional tuvo con el carácter, con el modo de ser de espíritu. C om o un paréntesis de sus infortunios, ha tenido la suerte de que acaso ninguna labor de España engrane con su peculiar psicolo gía como la epopeya de América. Por eso
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su intervención en ella ha sido quizás, la más intensa; y como esta obra es la que cul mina hasta el punto de impedir para siempre que se pueda escribir la historia de la cultura humana prescindiendo de España, la colabo ración extremeña en esa obra ha obtenido un marco que la destaca con inusitado relieve sobre todas las demás que realizó. Esto es lo que hay en el suceso. Pero tén gase siempre en cuenta que la intervención de Extremadura en esas gloriosas gestas que crearon las naciones americanas, ni fué casual, ni fué la primera, ni fué la única, ni superó en intensidad a las intervenciones con que ha cooperado siempre al desenvolvimiento espa ñol. Esto es un hecho perfectamente compro bado. Pero siempre queda en pie la singula ridad, extraña para la atención superficial, de que sea un pueblo, tan de tierra adentro como Extremadura, el que dé a una empresa como ésta, tan intensa y alta cooperación. En una, comarca costanera, el fenómeno tendría explicación fácil. El continuo trato con el mar familiariza a las gentes con sus peligros, y las templa para desafiarlos; y el advenimiento continuo de noticias que ponen ante la vista los éxitos y logros alcanzados remontando
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sus inmensidades, son continuo acicate de la aventura. Pero se trata, por el contrario, de una comarca recluida en los senos interiores y silenciosos de la Península. Las noticias y los relatos de las andanzas remotas llegan allá, siempre, y mucho más en aquellos días, muy de tarde en tarde, y como un son lontano y fabuloso rodeado con el halo quimé rico, que los hace más propicios para ser saboreados como invenciones deleitosas que recreen la quietud hogareña, en los reposos de las prosaicas faenas diarias, que no para suscitar impulsos emprendedores por la tan gible realidad de los éxitos efectivos. Los aficionados a dar una explicación geo gráfica a los fenómenos históricos, fracasaron completamente ante este suceso. Por eso, en el pasado siglo, y en consonancia con la moda corriente, se acudió a la explicación económica. Se pretendió encontrar la raíz de! fenómeno en la penuria que padecía la comarca. Pero estudiando detenidamente el suceso, nos convencemos de que tal explica ción está muy lejos de satisfacer. La situación económica de Extremadura, en aquel mo mento, 110 acusa, con respecto a las demás regiones, diferencia alguna que justifique la
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que denuncia su intervención en aquel acon tecimiento. Ni un solo dato hay que autorice a asegurar tal diferencia de situación econó mica. Y además el motivo económico serviría sólo para explicar el número de los coopera dores, no la calidad y la dimensión de las intervenciones. Y éstas se hubieran limitado a la necesidad estimulante: pero ¿acaso fué nada de esto así? Cabalmente quizá no haya región alguna que, en la aportación de masa innominada y numerosa, por aquel tiempo, a las tierras desconocidas, tenga menos partici pación que Extremadura. Y sólo en la apor tación de esa masa es en lo que puede influir el estimulante económico. Pero hay además un aspecto, una zona en el panorama com plejo y magnífico de la intervención de Extre madura en aquel suceso, donde la explicación económica fracasa no menos definitivamente que la interpretación geográfica. Y esta zona es, por cierto, la más interesante; porque en ella es donde el hecho adquiere aquellas dimensiones que rebasan los límites del tiem po y pone sus eficiencias a cubierto de toda caducidad contingente. Nos referimos a la obra civilizadora, mediante la cual, España infundió su espíritu, su cultura, su fe, su alma
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a los nuevos países. Esta labor no tiene las resonancias épicas de la conquista que dilata la jurisdicción de! cetro. Pero en cambio no padece su contingencia deleznable; porque al hundir su eficacia en las cendras del espíritu, !o moldea hasta el punto de crear nuevas Espafias, de tal modo, que andando el tiempo» las guerras separatistas parecen, más bien que explosiones de rencor que separe, dolores de alumbramiento que, una vez pasados, forti fican el amor de las hijas a la madre fecunda que les dió la vida. Y en esta obra, la colabo ración de Extremadura no ha cedido en importancia a la que realizó en las demás esferas. Comenzó con aquellos frailes extre meños que, por indicación de la Reina cató lica, llevó el comendador Obando. Iban bajo la dirección fervorosa del infatigable apóstol . fray Alonso del Espinar. Ellos iniciaron silen ciosamente, amorosamente, la obra civiliza dora y la labor evangélica de piedad que trataba de poner a aquellos pueblos n u e v o s a cubierto de las demasías con que los maltra taba la conquista. Los mismos conquistadores no olvidaron nunca este aspecto de la obra. Hernán Cortés, apenas triunfa, piensa en civi lizar. Recuerda el plantel fecundo de hom-
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bres fervorosos que había cultivado en Extre madura el inolvidable Pedro de Alcántara y dirigé a Belbis su llamamiento, y apenas llega, salen de aquel florido vergel espiritual doce franciscanos acaudillados por el apostó lico fray Martín de Valencia, que emprenden entusiasmados la misión encomendada por el gran conquistador, poniendo, para aceptarla, una condición sola: la de renunciar en abso luto a la recompensa que se les ofrecía por su trabajo, cobrando el importe de los diez mos. Y cumplieron bien, por cierto, su come tido estos santos varones. Según las cartas auténticas de aquella época que, en 1843, publicó en Medina del Campo Pedro de Cas tro, en poco más de doce años cada uno de estos frailes había cristianizado más de cien mil indios, habían roto sus ídolos y habían desterrado en absoluto el bárbaro rito de ofrecer todos los años en sus templos veinte mil corazones humanos. Y junto a cada con vento, de los numerosos que fundaron, crea ban una escuela en la que todos los religiosos, instruidos ya en la lengua del país, infundían en aquellas inteligencias vírgenes las luces de la cultura. Del mismo hontanar, alumbrado por el humilde fray Pedro de Alcántara, en
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Extremadura, salió poco después otra hueste de fervorosos obreros para reforzar la de fray Martín de Valencia. El alma de esta empresa fué fray Lorenzo de Villanueva. Componían la expedición veinte franciscanos, todos extre meños y de la provincia de San Gabriel. Iba a su cabeza fray Luis de Fuensalida; y de su obra evangélica y civilizadora en Méjico no es posible hablar sin emoción, cuando se han recorrido las páginas de sus gestas gloriosas, no sólo evangelizando y civilizando a los indios, sitio defendiéndolos, a veces con peli gro de la propia vida, de las vejaciones y explotaciones de que los hacían víctimas los logreros y buscadores de fortuna. El fervor de estos santos varones era contagioso, hasta el punto de multiplicar prodigiosamente el número de sus colaboradores. Floreció entre ellos aquel canónigo de Méjico Juan Gonzá lez, de Valencia del Mombuey, que renunció a su prebenda para entregarse por completo a la colaboración de los franciscanos, en tales términos, que la noticia llegó a Felipe II y el gran Rey escribía solícitamente al virrey de Nueva España encargándole con eficacia que ayudase a aquel hombre esíorsado en su labor redentora. Hasta cabe a Extremadura
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la gloria, en este punto, de que fuese un hijo de Medina de las Torres, Francisco ae Parada, el que creó el primer centro de enseñanza gratuita que hubo en aquellas tierras, dotán dolo con una manda de setenta mil pesos. Sería inacabable la relación de cuanto, en esta esfera, hicieron los extremeños, no sólo los eclesiásticos desde sus conventos, desde las sedes episcopales que llegaron a ocupar, desde las parroquias que fundaron, siempre con su escuela aneja, sino de los hombres civiles, como Francisco de Parada y hasta los propios conquistadores, que nunca olvidaron este aspecto de su obra. ¿Cabe la explicación económica en un fenómeno que tiene relieves como éste? Pero es más. Los mismos conquistadores,, los grandes capitanes ¿cuándo ni en qué pue den sancionar el motivo económico del suce so? O no eran necesitados, como no lo era Obando, ni lo era Alvarado, ni lo era Valdi via, ni lo era en todo el rigor de la palabra el propio Cortés, o los que lo eran, como Pizarro y Vasco Núñez, ponían cuanto habian ganado a la carta de la primera aventura que surgía en su camino. Y eran siempre sus ¿ e s tas una continua fluctuación entre la opulen-
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cía y la ruina, porque era siempre para ellos el lucro económico lo secundario, lo que sólo utilizaban como instrumento y como medio para obtener cooperadores, nunca com o fin al que sacrificaran el éxito de sus hazañas. Para que un individuo, una familia, un pueblo sienta comezones, anhelos vigorosos de lanzarse a la aventura en busca de hori zontes nuevos, lo primero que se necesita es que no esté complacido con la realidad cir cundante. Sólo el desacomodamiento con esta realidad es capaz de engendrar la audacia de la aventura. ¿Es asi el alma extremeña? Vea mos. La inadaptación nace siempre de un penetrante espíritu crítico que, al analizar la tangible realidad que se encuentra al alcance de nuestras manos, descubre la formidable •distancia que la separa del ideal venturoso que es capaz de soñar el alma. Este descubri miento es siempre desconsolador para el espíritu que lo realiza. Y ese desconsuelo produce efectos que no se dejan nunca espe rar. Uno de estos efectos es la tendencia a flagelar con implacable iracundia el ambiente molesto, engendrando escepticismos y des esperanzas. Otro es el abondono a las negli-
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gencias inactivas por falta de confianza en salvar la inmensa distancia, que se ha descu bierto, entre las cenizas de la realidad tangible y las purezas doradas del ensueño. Y otro, en fin, es la sacudida vigorosa que estimula a la aventura, apenas se columbra en la lejanía, por remota que sea, la posibilidad de alcan zar un ambiente nuevo donde el ideal no se encuentre a tan larga distancia del alcance de la mano. No creo que se necesite más esfuerzo que el de inirar atentamente a la psicología del pueblo extremeño, para advertir que estas son las tres notas culminantes de su fisonomía espiritual. A lo largo de toda la producción mental de los hombres de esta raza, se ve bien claro que es siempre el espíritu crítico la nota rígida, austera, de la tendencia observadora, el rasgo predominante de todas las grandes mentali dades de Extremadura, sean las que quieran las diferencias de sus orientaciones. Son raros, rarísimos los casos de lirismo complacido y saudoso, de apacibilidad descriptiva y delei tosa, de resignada quietud contemplativa y ufana para el ambiente que se disfruta. En cambio los casos de implacabilidad irascible.
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de rigidez crítica inexorable, de anhelo inquie to y esuriento de romper moldes e irrumpiren caminos inexplorados, son tan frecuentesque desde los campos amenos de la literatura, hasta las escabrosas sendas de la filosofía, yaun las elevadas cumbres de la teología y aun» de la mística, siempre el espíritu de nuestros escritores ofrece la misma contextura. Recuér dese que son extremeños el Brócense, y T o rres Naharro, y Forner y Huerta, y Gallardo. Recuérdese que lo son también Arias Monta no, y Pedro de Valencia, y Donoso Cortés. El examen de las coincidencias temperamen tales de unos y de otros, y de otros múltiples que pudiéramos citar, nos llevaría fuera de loslímites a que debemos ajustar estas sucintas indicaciones. Pero basta citar esos nombres tan conocidos y tan encumbrados para adver tir que el . espíritu crítico, inadaptado y anhe loso de nuevos horizontes, es siempre la nota culminante y común a todos ellos. Y en cuanto a las negligencias despechadas,, por escépticas desesperanzas, de vencer la adversidad del molde molesto que oprime la vida, basta dirigir la vista al ambiente que se respira en toda Extremadura para comprobar la exactitud, de la afirmación. Cabalmente
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radica en eso la falta de narcisismo a que antes aludí. Y es evidente que a eso se debe el indisciplinado aislamiento en que se malo gran siempre las energías individuales, inca paces de unirse nunca, en esfuerzo colectivo y solidario, para lograr ventajas que tan fácil mente conquistan otras comarcas. Se p o d rá argü ir qu e fuera de esta comarGa y de esta raza, han brotado espíritus de esta índole, como un Vives, un Gracián, un Isla, un Quevedo, muchos, muchísimos más. Esta observación no debilita la firmeza de nuestra tesis. El hallazgo de espíritus tenaces, fuera de Aragón, ¿sería argumento contra la carac terística peculiar de esa raza? ¿Lo sería, contra la característica de los catalanes, el encuentro de temperamentos intensamente industriales y mercantiles, fuera de Cataluña? No ha dado Valencia más artistas, ni más eminentes a nuestra g lo ria , que otras regiones, y no por esto se puede negar a esa raza el tempera mento más artístico de todas las españolas. Los rasgos de la fisonomía de un pueblo son lo* que dominan, con uniformidad, -en su masa; se encuentren o no, en individuos aisla dos de otros pueblos. No me preguntéis a qué se deben los que
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constituyen la fisonomía espiritual de Extre madura. No es esta la ocasión de dilucidarlo. Basta saber si en ellos se encuentra el funda mento racional de su aptitud para realizar la obra que llevó a cabo en América. Sólo los inadaptados, en perenne choque con la realidad circundante, o se abandonan, en la desesperanza, a la inacción suicida, flage lando, despechados, el molde que los oprime, o se lanzan audaces a la aventura. Los adap tados, los bien hallados con el ambiente en que viven, son felices. Y los felices no son audaces. No puede sorprender que en pueblos y en individuos de esta contextura espiritual, la noticia de que, en remotas latitudes, habían aparecido mundos, donde pudieran divisarse horizontes nuevos capaces de satisfacer su anhelo de ventura, hiciera vibrar las almas arrancándoles la epopé^a. La cansa de aquel fenómeno hay que bus carla en aquellas circunstancias que, teniendo eficacia para producirlos, se ven, con más perseverante preeminencia, en Extremadura; y esto requiere penetrar en la intimidad de su psicología. Entonces se ve que las dotes indispensables para realizar aquella obra son
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las que predominan y delinean la contextura espiritual de aquella región, aunque no sean todas—no lo son tampoco ningunas en las demás—exclusivamente de ella. Por eso fué Extremadura la que tuvo en la obra una parte de tan preeminente cuantía e importancia, sin que esto excluyera la cooperación interesante de aquellos elementos de otras regiones que, en más o en menos proporción, coinciden con su temperamento. No fué el afán de mejoras y lucros econó micos. ¿Dónde se encuentra nunca, en el espí ritu extremeño, fundamento para afirmar las acometividades industriosas y lucrativas que engendran esos afanes? Cabalmente se dis tingue Extremadura por todo lo contrario. Es característico, en aquella región, el abandono apático, la negligencia engendradora de ma yores arrestos para soportar las privaciones de la mediocridad, y hasta las mortificaciones de la miseria, que para acometer, ni planear, ni emprender caminos, a cuyo lejano término, haya prosperidades gananciosas y grandes rendimientos. Tampoco es lícito hablar tra tándose de Extremadura, de apasionados arre batos, inspirados por la sugestión de los des tinos nacionales; porque en cuanto a esta
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¡seamos francos! cualquiera de vosotros, mi rando a la propia intimidad los que seáis ex tremeños, y recordando el ambiente que allí se respira los que hayais vivido algún tiempo en aquella comarca, puede decir sinceramente si es lícito defender tal tesis, en medio de las frías indiferencias y broncos subjetivismos en que allí se vive siempre. Se dirá que el espíritu religioso de aquellos tiempos tuvo una gran eficacia para romper esa indiferencia. No niego la virtud de ese sentimiento en aquella fervorosa exaltación, Pero si hubiera sido él el único móvil no se explica la superioridad que Extremadura tuvo en la obra. Porque tal sentimiento era enton ces común e igual en todas las regiones es pañolas. La razón tiene que estar en aquella condi ción de carácter que distinga a esa raza de Jas demás. Los extremeños se lanzaron a la aventura, porque columbraron en las remotas lontananzas, un mundo nuevo, quizá limpio de las impurezas que repudiaban en el viejo. Este era el lucro que buscaban. Su afán no era en efecto, desinteresado. Fué quizls y sin quizás, un espejismo engañoso, una esperanza loca; pero mientras llegó el desencanto, e!
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impulso de la esperanza realiza la epopeya cuyo fruto no suelen ser los héroes los que lo saborean. Es la posteridad quien los recoge y los disfruta. Entonces llueven sobre la me moria de los héroes los homenajes tardíos. Homenajes en que ellos quizá nunca pensa ron, porque fué otro muy diferente el objeto de su ambición. Algo que es una locura soñar que se encuentre en la vida. Un mundo limpio de miserias y de dolor. Esto buscan siempre los inadaptados. Esto buscaron los extreme ños en su aventura. Sufrieron!, con el desen canto, la pena de su extravío. Pero el fruto de su esfuerzo floreció gloriosamente para el porvenir de los hombres. He
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LA RIQUEZA AGRO-PECUARIA DE EXTREMADURA t
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C O N FE R E N C IA DE DON JU S TO L Ó P E Z DE LA FU EN TE
S eñoras
y señores :
Encontraréis, seguramente, algo extraño que sea mi humilde persona quien haya de cerrar este breve ciclo de conferencias, en el que habéis escuchado los valiosos trabajos de literato y crítico tan documentado y concien zudo como López Prudencio, y de artista de tan merecido renombre como Covarsí. Pare ce haber sido truncado lo que la costumbre suele hacer ley en casi todos los espectáculos públicos: el reservar para última hora el nú m ero más atrayente, que ha de dejar en el
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espectador el ánimo bien dispuesto para re cordar con agrado los actos a que asistiera. El Comité organizador de esta simpática Se mana extremeña ha obrado, sin embargo, con no poca lógica, pues si oportunísimo es rela tar y glosar la epopeya de nuestra acción civili zadora en el Nuevo Mundo; si importantísimo es señalar las bellezas múltiples que el trans curso de los siglos fué injertando en nuestro solar, es aún más trascendental la presenta ción de Extremadura y de sus hijos como una región y una raza en que la palabra Trabajo es símbolo vivo de su carácter, y en que la abnegación que el trabajar los campos exige es algo a que no se da importancia y para lo que jamás se pide recompensa. Bien está aquí, pues, la Agricultura respaldando con la pers pectiva sosegada de sus campos y con la vir tud austera de sus costumbres ese maravilloso cuadro en que bullen las gestas gloriosas de los civilizadores de América y en que se ele van, airosos en su frialdad de cosas muertas, esos bellos recuerdos que fueron dejando en Extremadura todas las civilizaciones pasadas. Mi único sentimiento—os lo digo sincera mente, porque sólo la voz del deber aquí me •trajo—, lo único que hay de lamentable en
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estos actos es que sea yo, totalmente abruma do por mi insignificancia, quien haya de hablaros de la riqueza agropecuaria extreme ña, grande en su actualidad e inmensa en sus posibilidades. Tremolar esta bandera, desple garla ante vuestros ojos, haceros sentir lo que cada uno de sus pliegues encierra, forzaros a mirarla como algo vuestro y a amarla de todo corazón, es empresa muy superior a mis fuer zas; y podéis estar seguros de que un solo paso que consiga dar, más que el fruto direc to de mis energías, ha de ser debido al amo roso empuje con que me socorra desde lejos nuestra región querida, y a la atracción irre sistible que ha de producir en mí el imán alentador de vuestra benevolencia. *** Más que ardua, imposible tarea sería que rer llevar ahora a términos minuciosos la variadísima gama de matices que la Agricul tura extremeña tiene, y que son la consecuen cia de la gran extensión superficial de nuestra región, de la variedad de sus accidentes topo gráficos y de la irregularidad de su clima. Sólo un maestro en el difícil arte de sintetizar y exponer, que es la Oratoria, podría daros en
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poco tiempo una visión clara y completa de lo que es en estos aspectos Extremadura. Yo tengo que limitarme, falto de aptitudes y ener gías para descorrer de un golpe el telón que vela ese escenario, a ir levantando a trechos su cortinaje para que vayáis apreciando cuán to de bello, cuánto de interesante, cuánto de admirable y cuánto de original hay en la tie rra que parcialmente recogen esos bellísimos detalles de nuestro pabellón en Sevilla y que han plasmado en deliciosos tipos, paisajes y momentos las gallardas plumas de Reyes Huertas, Chamizo y, sobre todas, la excelsa, la inconfundible, la valiente, sincera e inspi radísima, de Gabriel y Galán, extremeño neto por sus amores, aunque no por su nacimiento. %* * Entre la sierra de Gata, en que por el norte termina Extremadura, y Sierra Morena, sobre la que se asientan los últimos pueblos de la parte sur de esta región, crminan majestuosa mente de oriente a poniente dos ríos, el Tajo y el Guadiana, que entran en Portugal por una absurda frontera que hombres absurdos señalaron. Ambos ríos, cuyas cuencas dividen las sierras de Montánchez y Guadalupe, estri
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baciones de la cordillera Oretana, atraen hada sí el caudal de otros menos importantes cuyas respectivas cuencas son a su vez definidas por relieves montañosos de menor cuantía. Estas líneas generales de la orografía y la hidrografía extremeñas hacen el relieven de la región su mamente variado, lo que produce una carac terística climática multiforme, que se refleja, como es natural, en una diversidad grande de la flora y de la vegetación cultivada. Entre las nieves prolongadas de la sierra de Gata y los 42 grados a la sombra que se disfrutan en Badajoz a principios del verano, hay un esca lón térmico formidable. No hay que olvidar en este punto que nuestra región es casi la décima parte de la superficie de España, y que hay centenares de kilómetros entre los dos sitios citados; pero interesa señalar e| hecho porque es como un esquema de lo que en menor intensidad, aunque con más frecuencia, ocurre en zonas más reducidas dentro de Extremadura. La influencia de la altitud y la latitud sobre la temperatura se equipara con la que los grupos montañosos ejercen en el régimen pluviométrico de las comarcas que separan, cuando, como cas} siempre, se atraviesan a la dirección del sur?
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oeste, que suelen traer los vientos que más lluvias producen. Con todo, no suele ser ia precipitación acuosa anual menor de 350 mi límetros, registrando el Observatorio de ia Granja Agrícola de Badajoz un promedio anua! superior a los 450. Sería fácil engañarse oyendo citar estos datos si de ellos se fuese a enjuiciar directa mente sobre el clima extremeño. Las tempe raturas y las lluvias serían cosa muy aceptable en el aspecto agrícola, si su presentación viniera más ordenada. Lo malo es que llueve algunos años en pocos días de Septiembre la cuarta parte del promedio anual y otros años no viene la otoñada hasta Diciembre; lo malo es que en plena primavera, cuando las con fiadas plantas del cultivo florecieron al amor de unos días serenos y luminosos, una helada brusca ennegrece y seca a unas o hace fallaj la granazón de otras; lo malo es que en ple no mes de Junio suelen venir esos vientos ardientes y secos de Levante que llaman - sola nos», y que dejan a los trigos algunas veces con las tres cuartas partes de su peso normal. Y ni que decir tiene que los ganado?, los más de los cuales viven a expensas sólo de los pastos que el campo produce espontánea
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mente, pasan hambre y sed con frecuencia, lo que obligó en ocasiones a sacrificar las crías antes de lo normal como heroico recurso para salvar la vida de las madres. * &* Hecho este brevísimo bosquejo del clima de Extremadura, miremos a su suelo, entor nando un poco los ojos para no perdernos en el abigarrado mosaico de sus producciones, y recoger sólo los aspectos más salientes de sus zonas agrícolas. Desde luego nos sorprenderá una amplia mancha de tierras rojas, que ocupa el centro de la provincia de Badajoz. Es la rica Tierra de Barros, donde están los secanos mejor llevados de España. Estas tierras, de origen mioceno, son, por lo general, arcillo-calizas, con subsuelo calizo, cuya hidratación ha dado ese relieve de suaves ondulaciones al paisaje. Tierras ideales cuando caen en manos de labradores fuertes y laboriosos como los de Almendralejo, Villafranca, Santa Marta y tan tos otros pueblos vecinos, que saben domar y suavizar el natural rigor del terreno y tener constantemente a raya a la vegetación supérflua, base ambas cosas del cultivo racional en
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climas secos. Ni siquiera podréis distinguir de lejos en muchos sitios las lindes que separan las heredades, por esa línea de yerba que en otros lugares las señalan: porque aquí, lu chando a muerte contra la grama, convirtieron en simples surcos lo que antes eran semilleros o plantel de plantas nocivas. Mirad esos oli vos alineados, iguales, bien armados, distan ciados a veces hasta doce metros, meciendo sus haldas, que hasta el mismo suelo cuelgan, al empuje suave de la brisa mañanera; mirad esos viñedos podados en copa e injertados sobre pie americano para menos temer los ataques de la filoxera; y decidme si encontráis alguna yerba inútil, algún terrón no deshecho, alguna piedra que estorbe. Pues caminad un poco sobre esa mullida alfombra bermeja, acariciada constantemente por el típico rodo extremeño, y llegad junto al cereal ya espi gado en que 110 veréis un tallo que sobre los otros descuelle, ni una nota roja o amarilla de amapolas o jaramagos que altere el uniforme verdor opalino de los sembrados, ni una de presión acentuada en el mar ondulante de las espigas: señal todo ello de que la tierra se labró bien, se fertilizó con cuidado, se semilló ■a máquina y se tuvo bien peinada con los
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gradeos en los principios de la vegetación. Seguid un poco más a la hoja de barbechos, que luego se sembrará en el próximo otoño con las primeras aguas o antes de ellas, y veréis el prodigio de darse en pleno verano y en el secano más absoluto frutos tan acuo sos como el almibarado melón y la crujiente sandía, cuyos ejemplares con frecuencia llegan en ambas especies a pesar más de los d i.z kilos. Yo no puedo decir que en la Tierra de Barros todo sea ya perfecto; pero sí me enor gullezco, como extremeño, de poder presen tar en el corazón mismo de mi patria chica este armonioso conjunto de un suelo feraz, con una gente abnegada, curtida por el caldeo del sol ardiente y por el mimetismo del rojizo suelo: «... P orq u e sernos asina, sernos pardos, del coló de la tierra, los hijos de los m achos que otros días tru n fa ro n en Am érica.» * *•*
Pasemos ahora a otra zona de la misma provincia de Badajoz y que ocupa su parte nordeste: es la Serena, antítesis de la Tierra de Barros. Aquí, ni un pueblo, ni un árbol,
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ni uu cortijo de mediana importancia en. mu chos kilómetros a la redonda. Mirando al: norte desde las sierras de Castuera y Benquerenda se pierde la vista en la lejanía de un panorama todo desolación y silencio. Visto' más de cerca este terreno, de origen neta mente silúrico, puede apreciarse una sucesión de altibajos, de poca importancia en general, en los que a cada paso afloran estratos piza rrosos, verticales o con ligera inclinación, que por su tamaño y abundancia parecen en al gunos sitios tin ejército de hombres colocados en posturas variadísimas. Imposible aquí el cultivo cereal, dificultosa la plantación de ár boles y arbustos, desde tiempo inmemorial se vienen aprovechando estos terrenos por1 medio del pastoreo con ovejas, animales espe cialmente conformados para sacar partido de Jugares tan escabrosos, cortando casi a ras del suelo la yerba que nace entre las fisuras de las pizarras o en las porciones de un te rreno local de poca profundidad formado por la disgregación de aquéllas; yerba, eso sí, de un extraordinario poder nutritivo, no obstante su apariencia mísera, que produce esas lanas merinas de fama mundial y esos sabrosísimos quesos de los que recomienda la sabiduría
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popular que se tome «ae uno todos los días, sin pasar de uno al año>. Unicamente se ale gra este panorama cuando en invierno nacen los inquietos corderinos, que con la albura de su lana ensortijada y con su retozar incansable y con su dulce balido continuado, prestan vida nueva a esía naturaleza casi muerta, de la que es propio reflejo, con su sobriedad y sus virtudes, la tostada imagen del pastor, que es en boca de Galán: «... m elancólico Adán de un paraíso sin E va y sin manzanas.»
*** Demos ahora otro salto gigantesco de dos cientos kilómetros al noroeste, y posémonos «n ese rincón delicioso de la Vera, en plena provincia de Cáceres. Clim a fresco, tierras finas, agua abundante, gentes humildes y la boriosas. Todo se reúne allí para hacer de aquéllos campos un fértilísimo vergel. De los castañares y huertos productores de rica fruta, que cubren las sierras, se pasa insensible mente a las vegas del Jerte y del Tiétar, donde, entre robledales y alcornocales fastuosos, se prauica con todo cariño el cultivo del pi miento en regadío, en las variedades propias
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p«ra la molienda. No he de entrar en deta lles—esto es lamentable, pero es también ne cesario, si no he de molestaros en e x c e s o de cómo se efectúan todas las operaciones del cultivo, desecación y molido del pimiento, en las que sorprende, como espectáculo curioso, ver sobre el campo trabajar verdaderas ban dadas de hombres, mujeres y niños, afanosos en sus tareas, que llevan a cabo con notable perfección y desenvoltura. Lo que sí puede decirse es que el cultivo del pimiento en esta zona, previamente capacitada para el riego con embalses como el de Navabuena, de tres mi llones de metros cúbicos y con abundancia grande de pequeños molinos y secaderos, constituye uno de los aspectos más interesan tes de la Agricultura extremeña, y prueba bien a las claras cómo es susceptible nuestra región de llevar cultivos intensivos allí donde las circunstancias lo permiten. *** Si tras esto miramos a Extremadura más en conjunto, cual si pudiéramos hacer un ra pidísimo viaje sobre ella, nos sorprenderá ver la profusión con que se reparten los típicos encinares y alcornocales, agrupaciones selvá
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ticas del Quercus ilex y Q. súber, que des cuajando el monte bajo, aislando y prote giendo— «apostando»— las matas leñosas de estas ctipulíferas, el hombre fué formando en años y anos de trabajo. Hoy día los terrenos que quedan de monte bajo son escasos y casi todos ellos de mala calidad para el cultivo. Nuestros encinares, que sólo en la provincia de Badajoz ocupan cerca de medio millón de hectáreas, y nuestros alcornocales, produc tores de unos trescientos mil quintales caste llanos de corcho, son explotaciones bien apro vechadas y que encajan en las condiciones duras de nuestros secanos y en la calidad me diocre de muchos suelos. La encina, sobre todo, vive en todas partes y en todos sitios rinde productos variadísimos, aparte de los del cultivo de cereales y leguminosas a que periódicamente se someten las tierras que lo merecen. La entrada en un encinar florido, en prima vera, ofrece un panorama fantástico. Un ver dadero paisaje de égloga se despliega ante los ojos, haciendo recordar al punto el admi rable discurso de don Quijote a los cabreros y los crueles desvíos de la montaraz pastora Marcela con el enamorado Grisóstomo. Los
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amentos o espigas colgantes de flores mascu linas, con su color parduzco amarillento, for man un suave contraste y un bello conjunto con el verde claro y lustroso de los brotes que a la floración preceden. En todo tiempo —excepto en época de montanera—veremos a ovejas, cabras, cerdos, vacas y caballos apro vechando las hierbas del suelo, el fruto que dejaron los cebones, o los granos que caye ron durante la siega si el terreno estuvo sem brado; y por fin, desde fines de Septiembre — San Miguel es la fecha consagrada—hasta fines de Febrero, contemplaremos los cerdos en cebo consumiendo glotonamente y trans formando en carne y grasa deliciosas las bellotas suculentas, fruto del encinar, caídas espontáneamente del árbol si antes no las des prendieron los vareos, no pocas veces despia dados, hechos con largos látigos especiales llamados marcos, pialeros o zurriagos. Del valor de nuestros encinares podéis juzgar sa biendo que casi sin otro gasto que la guar dería del ganado—pues la poda se paga con las leñas y carbones—una hectárea de encinar,, que suele tener unos setenta árboles, puede dar sobre dos mil kilos de bellotas, que en menos de tres meses permiten engordar tres
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-cerdos a razón de cien kilos de bellota por arroba de peso repuesto. V esto sólo en el aprovechamiento del fruto de la encina; pues totalizando su utilidad de conjunto podréis inferir la importancia nacional de esta riqueza, teniendo en cuenta que sólo en la provincia de Badajoz los productos del encinado se cal culan en unos veinticinco millones de pesetas** Pero yo no sería buen extremeño—y esa es una de las pocas cosas por que siento orgullo—si no aprovechase esta ocasión pro picia que vuestra benevolencia me depara, para rendir un tributo de gratitud y admira ción a la encina, árbol tan representativo de nuestra región y tan compenetrado a su en traña y sus costumbres, que no hay persona alguna a quien sus productos 110 hayan aprove chado alguna vez. Porque ¿quién no saboreó en fresco o ‘ avellanadas* esas ricas bellotas de muchos árboles que pueden competir dig namente con la almendra, la nuez, la avellana y la castaña, y de las que dijo el gran Herrera que son «muy recio mantenimiento y de mu cha sustancia»? ¿Quién no conoce la dureza y consistencia de la madera de encina, excelente
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para aperos de labranza, y con la que fueron construidos esos severos muebles perdurables cuya contemplación evoca el recuerdo de g e neraciones que fueron fuertes y sencillas como ellos; y también esos portones robustos, casi pétreos, que chirriando se abren lentamente, pesadamente, cual queriendo poner un dique y elevar un grito de protesta frente a la bulli ciosa intensidad del vivir moderno? ¿Quién no sabe que el sabrosísimo y refrescante gaz pacho extremeño, aunque no le falten las ro dajas de huevo cocido ni el conejo o los peces asados, parece no tener todo su apetitoso sabor si no es comido con cuchara de cuerno y hecho en cazuela de palo, metamorfosis casera de algún añoso tronco, como si éste trans fundiese a la rica salsa el espíritu de la savia que a través de sus vasos circulara en otro tiempo? ¿Quién al entrar en un chozo de pas tores, situado en algún claro del encinar, no ha sufrido en su cabeza la dura caricia del ma dero de encina que hace de dintel en su an gosta puerta; y ya dentro no ha visto la torcida armazón ahumada y no se ha sentado un rato en el taburete trípode que poco tiempo antes fué la cruz de alguna encina joven, para poder saborear una grasosa tajada de la picante cal
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dereta de chivo o borrego, o un trago de leche, tibia y espesa, que en translúcida cuerna le fuera generosamente ofrecida? ¿Quién no se ha regodeado de estremozoso gusto al con templar bajo la amplia chimenea del .cortijo el chisporroteo semiluminoso del tuero, ve nero riquísimo de vivificantes calorías? ¿Quién no vió en pleno monte las carboneras semiesféricas, rodeadas de sus tiznados vigilantes, semejando raros altares de un enigmático culto? ¿Quién tras una larga y acaso estéril cacería estival no gustó acogerse a la sombra de una robusta_encina, tender el cansado y sudoroso cuerpo sobre el suelo crujiente, de parduzcas y espinosas hojas secas cubierto, y adormecerse escuchando el amoroso arrullo de la tórtola, canto sencillo y dulce, expresión suave y tiernísima de fidelidad conyugal; y al despertar de nuevo los sentidos, no se mara villó ante los prodigiosos alargamientos del cuello de alguna vaca, para alcanzar con el áspero gancho de su lengua el más bajo de los ramos de una espesa copa, o bien los vio lentos equilibrios de musculosa cabra preten diendo comer, puesta en dos patas, los más tiernos cogollos de alguna «mata lobera>; o ■la afanosa tarea de un zagal que quiere mol-
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-dear con su navajilla diversos objetos de esta compacta madera, esculpiendo en ella los sencillos conceptos que su ai te intuitivo le sugiere? ¡Ah, señores! No están los tiempos para hablar de la poesía del campo, de ese campo que, con <el la», hizo poeta a Gabriel y Galán; pero si sentimos la poesía sincera mente, y nuestra innata afición no fué profa nada por los extravagantes giros de esa otra poesía contorsionista que hoy parece estar de moda, hemos de mirar a los encinares como manantial inagotable de bellos motivos con que nuestro espíritu puede en todo momento recrearse, serenarse y fortalecerse. *** Riqueza de notoria pujanza en Extrema dura es hoy la olivarera, porque a plantacio nes de olivos se han dedicado muchas tierras arrancadas al dominio del monte bajo, y que por no ser de muy buena calidad no hacían remunerador en ellas el cultivo cereal. Gran parte de esa riqueza oculta tan cacareada que Jian descubierto los trabajos catastrales, no es más que el fruto de la labor anónima de los heroicos conquistadores extremeños de nues-tros días. Así se da el caso de que es Badajoz.
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la cuarta provincia olivarera española, pues se cultivan ya cerca de cien mil hectáreas de olivar, y teniendo gran incremento las nuevas plantaciones en Cáceres, donde la extensióntotal de olivares se acerca a cincuenta mil hectáreas. He llamado conquistas a las plantaciones de olivar, y es natural que intente justificar el aserto. Decidme si otro nombre merecen las grandiosas hazañas de los modestos colonos extremeños que a boca de azadón o cavadera, y a fuerza de energías inauditas, han desbro zado de enmarañada maleza montes extensos y despedregado terrenos escabrosísimos de sierra, para poner allí la bandera de paz del olivo, legando a la posteridad una riqueza insospechada. Porque los olivares, pese a las crisis que por deficiencias en la producción y en la organización comercial, y por una esca sez de espíritu cooperativo atraviesa hoy la industria aceitera, han de tener siempre en España el porvenir que Ies presta la excelencia del producto y la falta de competidores serios. Los olivares nuevos de Extremadura van pau latinamente cambiando la facies de muchas zonas de la región; así era corriente antes ver en ciertos terrenos montuosos que allí donde,
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a media ladera, terminaba el entinado, seguía la mancha de monte bajo que coronaba la cumbre y era sólo propia para cazadero de reses o para menguado cabreril; hoy, por el contrario, la maleza va desapareciendo, y el olivar o la viña la sustituyen: sírvame de tes tigo, por citar uno, el precioso pueblo de Fuentes de León, cuyos actuales moradores pueden enorgullecerse de la admirable labor que en tantos aspectos realizaron. Hoy tampoco se ven más que muy de tarde en tarde esos procedimientos defectuosos de extracción de aceite—como el clásico de ta lega—; sorprende encontrar, aun en pueblos modestos, excelentes instalaciones aceiteras con todos los refinamientos del maqumismo. Muchos son los aceites que sacan sólo muy pocas décimas de acidez; y el día en que el espíritu cooperativo arraigue y desaparezca totalmente el entrojado del fruto, que aun comprendiendo sus inconvenientes, todavía tienen que practicar muchos molinos maquileros, los aceites extremeños de sierra—y la llamada Siberia extremeña tiene en este aspecto un brillante porvenir—, en nada envidiarán a los mejores que puedan producirse en el mundo. * **
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Cosa análoga ocurre con los viñedos, si bien en menor escala, porque la mayor com plejidad de la moderna enología exige más atención para fabricar vino y conservarlo que para extraer aceite. Está por hacer—y yo lo reputo cosa de la mayor importancia—el es tudio completo de los vinos de Extremadura, de los cuales, fuera de ella, apenas si son co nocidos los de Almendralejo. Pero yo os ase guro que en los vinos extremeños, entre los cuales hay muchos que en todos los tipos tienen antiguo y justificado renombre, existe materia prima excelente para crear y conso lidar una industria próspera y extensa. ¡Lás tima que la suprimida Estación Enológica de Almendralejo, por causas en que no he de entrar, no haya dado apenas rendimiento, ya que fué verdaderamente «una flor muerta al nacer!» También hay bodegas excelentes en nuestra región —aunque la crianza de vino apenas si se prolonga más de un año—que saben ven cer discretamente el duro dilema que plantea la época de la vendimia, que si se anticipa obliga a hacer las fermentaciones con tempe raturas altas, y si se retrasa para esperar el tiempo fresco, impone la corrección de la
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acidez del mosto, por el excesivo azúcar alma cenado en la uva. Vaya también un recuerdo alentador a los uveros de Guareña y Villanueva de la Serena, que sobreponiéndose a la idiosincrasia perezosa de los más, van hacien do tomar vida a un interesante comercio de exportación de uva fresca a los mercados del centro y norte de España, y aun a algunos del extranjero. * *
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Pues ¿qué diremos del cultivo de plantas herbáceas de secano, en que Extremadura produce próximamente la décima parte del total de España en cereales y aún mayor pro porción en leguminosas? ¿Y qué de los alcor nocales, sostenedores de una riqueza cada vez más firme? ¿Y qué de esos pastizales de vega, de esos novilleros, como también suelen lla marse, verdaderas fabricas de ganado gordo, en que las reses vacunas pacen medio sumer gidas en un mar de yerba y casi tienen bas tante para su diario sustento, con lo que, sin moverse, alcanzan a su alrededor? ¿Y qué de esas plantaciones arbóreas, que producen las ricas frutas de la Vera, las naranjas de Hor nachos y Orellana la Sierra, los higos riquí
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simos de Miajadas y Almoharín, las ciruelas, y albaricoques de la vega de Mérida? Yo, se ñoras y señores, temo, siempre que hablo en público, ser objeto de una autosugestión y contagiar de ella a mis oyentes. Ahí va la ad vertencia para que os pongáis en guardia. Pero insisto en que yo, agrónomo y extre meño, por afición y por cariño, he encontrado siempre en mis correrías por Extremadura,, aun reconociendo que queda mucho por ha cer, una sucesión de gratas impresiones al ver las posibilidades que en orden a la produc ción agraria tiene nuestra región, y que pue den trocarse en bellas realidades tan pronto como los extremeños nos decidamos a ser dignos sucesores de aquellos antepasados nuestros, que supieron grabar en el corazón de América con letras imborrables el habla de nuestra raza, los nombres de nuestros pue blos, la honradez de nuestras costumbres y la devoción sincera a nuestra excelsa patrona la Virgen de Guadalupe. **• Con tener, como habéis visto, tantos aspec tos interesantes la Agricultura extremeña, aún es mayor su riqueza ganadera, que tiene face
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tas de un brillo extraordinario. Y de todas ellas es la cabaña merina la que destaca con más potencia y con más nítidos contornos. Se aproxima a la cifra de dos millones la de cabezas lanares que viven en la provincia de Badajoz, y son cerca de millón y medio las de la provincia cacereña. Casi exclusivamente se mantienen las ovejas de lo que el campo produce, aprovechando las yerbas de las dehe sas de pasto, las que quedan en los rastrojos de cereales y leguminosas, algo de espiga y bellota que dejaron los cerdos—que van delante de ellas en los aprovechamientos comunes— , y algo de ramón de la poda de olivos, encinas y alcornoques. La oveja da, como productos, su vellón, su cordero y su leche, de la que se hace queso, cuando fué vendido en la primavera su natural consu midor. Pero ¡qué corderos, qué quesos y qué lanas! De los primeros sólo cabe recordar con qué estima los solicitan y consumen los grandes centros urbanos de España; de los segundos, afirmar que cuando las normas de la higiene y la técnica quesera se implantan en e! trabajo, se consiguen masas de tipo tan definido y excelente que difícilmente admiten comparación con algunos otros. ¡Las exquisitas
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«tortas» del Casar son la más rotunda prueba de lo que digo! Y en cuanto a las lanas meri nas—que son las más— ¿qué he de deciros? Recordad lo que ocurriera en el último Con curso nacional de ganados hace cuatro años. En él se expusieron magníficos ejemplares merinos ingleses de las mejores cabañas de esta nación. Era de admirar en ellos la pro porción de sus formas en orden a dar la máxima amplitud a las zonas de! cuerpo pro ductoras de lana más selecta. Pero ¿qué com paración cabía entre ♦aquellas fibras relativa mente frías, aeroladas, fofas, y las merinas españolas, tan vivas, tan elásticas, tan rizadas y finísimas? ¡Y eso que por razones varias no concurrieron allí las ovejitas de la Serena, que se llevan la palma en lo que a calidad se refiere! En aquella ocasión los ingleses, siem pre prácticos, adquirieron allí mismo a buen precio excelentes moruecos españoles. El día en que se determinen y reproduzcan exclusivamente las líneas genealógicas de animales más selectos; el día en que se evite al ganado la influencia nefasta de las crudas intemperies y de la escasez nutritiva cuando no hay yerba, cosas ambas que repercuten en hacer discontinua la contextura de la fibra de
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lana,, se habrá conseguido, hacer de la cabaña: merina extremeña un conjunto de los más superiores del mundo. *** Sigue en importancia a la oveja el cerdo, cuya facultad omnívora tanto se presta a apro* vechar ia variedad de alimentos espontáneos de las dehesas. Yerba, grano de los hormi gueros, raíces carnosas, trufas, insectos y bellotas: todo lo busca, devora y asimila ese incansable ganado, que a su capricho deam bula por las grandes fincas de encinar. Qui nientas treinta y un mil cabezas viven en la provincia de Badajoz, y la mitad de esta cifra-, próximamente, en la de Gáceres—sin contar las crías que se venden al destete para Casti lla y Levante—, señalándose varias sub-razas de diferente tipo y talla, pero aún susceptLr bles de ser más fijadas y perfeccionadas; falta aquí también la organización de Registros genealógicos para servir de medios a una selección racional del ganado. Pero, aun hoy,, tiene éste una característica altamente valiosa,, una cierta compensación entre las grasas y eli magro, que unida a la alta calidad de éste por la alimentación variada y el régimen de liber-
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íad en que los animales viven y el cebo con bellota en pleno monte, hace que los produc tos del cerdo extremeño, que preparan y sazo nan de modo sin igual nuestras campesinas, no admitan parangón con los que en otros sitios se obtienen. Vaya un recuerdo cariñoso para los jamones de Montánchez y los embu tidos de Fuentes de León, y que me perdo nen omita sus nombres tantos y tantos pue blos en que se hace excelente chacina. Es muy interesante señalar los halagüeños resultados que se vienen obteniendo al cruzar la raza extremeña lampiña con el gran cerdo negro inglés, y la colorada peluda con la raza Tamword. El aumento de peso y longitud en el primer caso y la menor proporción de grasas y mayor precocidad en ambos, son cosas que parecen probadas y que pueden dar nuevas e interesantes normas para la cría del cerdo en lo sucesivo, mucho más si se consolida, como es de desear, el funciona miento del hermoso Matadero Industrial de Mérida. *** Puede presentar también Extremadura con brgullo su ganado vacuno de carne, que por
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su régimen sano de engorde, siquiera esté limitado a la época primaveral, da a aquel producto un valor que sobrepasa en mucho al de los animales cebados en encierro, y que los tablajeros rechazan o pagan mal. ¡Recor demos la odisea fúnebre de los toros gallegos que se sacrificaron en el Concurso de Gana dos del año 26, y que no encontraron en Madrid carnicero que los aceptase! Por otra parte, la leche extraordinariamente concen trada de muchas de nuestras razas vacunas, hace pensar en la posibilidad de extraer eco nómicamente su alto porcentaje de grasa, bien en forma de manteca, o bien en forma de queso. Interesante asimismo el ganado cabrío, rús tico y precoz, que aprovecha las pocas zonas en que no puede entrar otro, y convive en algunas dehesas con el lanar. Desplazada en gran parte la leche de cabra por la de vacas lecheras, queda como único recurso para aprovechar la leche sobrante, después de ven der los chivos para carne, la fabricación de quesos, que es corriente hagan los mismos pastores, utilizando el cuajo vegetal, que se obtiene de las corolas florales de algunos car dos campestres. El queso de cabra fresco, si
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un exceso de cuajo o una elevada temperatu ra de la leche al ser cuajada no le hizo correoso en demasía, constituye un verdade ro manjar, que no tiene envidia a los tipos más finos que en el mercado mundial se pre sentan. En cuanto a los solípedos, todavía necesarios para el transporte y la labor en muchos sitios, y aunque la tracción mecánica, la construcción de caminos vecinales y la carestía de los piensos, van reduciendo su número de día en día, aún existen en can tidad y en calidad importantes, siendo de notar que en el Concurso de ganados antes aludido obtuvo el campeonato de raza caba llar un ejemplar perteneciente a un ganadero de Don Benito. Mencionemos también, aunque de pasada, la importancia que en algunos sitios tiene la explotación de abejas y aves. Poco a poco las colmenas inovilistas van sustituyendo a los antiguos corchos; y en cuanto a la Avicul tura, es seguro adquirirá una extraordinaria pujanza, cuando, merced a la influencia de las buenas Granjas Avícolas que ya existen, se consiga sustituir por gallinas selectas mu chas. de las que hoy triscan por los cortijos y habitan los corrales pueblerinos, sin tener
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caracteres que merezcan conservarse. Innece sario creo hablar del interés de estas pequetías industrias zoógenas, sobre todo pensando en las ventajas que traerá para las clases mo destas el poder adquirir a precio asequible tantos huevos como volatería. * * *
Veamos ahora, brevemente, cómo se des envuelve la Agricultura extremeña en el or den social. De los propietarios de fincas rústicas exten sas—el tipo más corriente son las de doscien tas cincuenta a setecientas cincuenta hectá r e a s -h a y muchos que explotan sus propie dades por sí, y como no les suelen faltar inteligencia, afición al campo y medios eco nómicos, no es raro ver fincas de importan cia llevadas con orden y esmero por sus dueños, que las visitan casi a diario o viven en ellas largas temporadas. Otras veces, cuando los hacendados residen lejos, surge la figura del arrendatario, labra dor adinerado de los pueblos, que, bien para sí, bien para subarrendarlas en varias partes a labradores más modestos, contrata la explo tación de estas grandes fincas con sus dueños
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por períodos de cinco a diez años general mente, y pagando de ordinario en dinero la renta. En otras ocasiones, dueños o arrendatarios dan parcelas pequeñas de tierra a labradores humildes—senareros—en un sistema de apar cería que afecta formas variadas; tan pronto el colono recibe la tierra gratis o con módica renta por varios años, obligándose a plantar y sacar adelante viñas u olivos, como se par ten los granos producidos en la siembra entre ellos y el dueño, en proporción que varía con la calidad del terreno o las estipulaciones del trato. En algunas fincas de la Vera, dedicadas al cultivo del pimiento, el dueño pone el terreno, el agua, el estiércol, y anticipa el dinero que necesita el colono, a cuyo cargo corren la semilla, el trabajo, las herramientas y el ganado para las labores; y el pimentón obtenido se parte por igual entre propietario y colonos, salvo una pequeña parte que que da como maquila para el molino. El obrero agrícola extremeño es, en gene ral, laborioso, sobrio, sufrido, honrado y poco ambicioso; y cuando se pone atención e inte rés en conocer y satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, responde siempre
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positivamente como elemento de la produc ción. En años agrícolas normales todos los que en el campo extremeño trabajan sacan para cubrir sus gastos modestos; pero cuando uno o varios años malos sobrevienen, enton ces, señores, el sufrido bracero rural ve que no hay en su casa lo más necesario para vivir y se desespera y cae en las garras de la usura; y el aparcero modesto consume sus escasos ahorros y se consume de angustias y cavila ciones. No necesitan los más de nuestros pro pietarios pudientes que entonces se les recuer de lo que son obligaciones de caridad cris tiana. Pero a otros habría que decirles mu chas veces con nuestro poeta: «Señor del tío M ariano: si acude a tí, sé piadoso, que harás un hogar dichoso con seis fanegas de grano.»
*** En muchos sitios, enfocando más que nada la resolución de los problemas de la usura y el paro forzoso, han surgido Cajas Rurales y Sindicatos, de tipo mixto generalmente, que han hecho una labor muy beneficiosa. Las Cajas Rurales extremeñas sobre todo, que se
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rigen por el sistema Raiffaisen más o menos modificado, han llegado a descollar por su potencia económica sobre todas las de España. Asimismo de las doscientas cincuenta entida des agrícolas que hay en ambas provincias existen algunas de vida próspera y labor fruc tífera. Citaré sólo el Sindicato Católico Agra rio de Villanueva de la Serena, acaso el más importante de España, y alrededor del cual puede decirse gira la vida económica de la mayor parte de los labradores modestos de este hermoso pueblo. *** En cuanto a la acción protectora del Estado, bien menguada fué hasta aquí, si se tiene en cuenta la extensión superficial de Extrema dura. Aunque el escaso personal de ambas Secciones Agronómicas y de la Granja Es cuela de Agricultura de Badajoz se desviva por hacer labor útil, poco en verdad puede conseguirse. Así, salvo en la lucha contra las plagas del campo—de las que si ha sido do^ minada la terrible de la langosta, aún se ense ñorea de nuestros encinares la Tortrix viridatia—, en la sección de consultas, y en los .análisis de tierras y abonos, apenas si se ha
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hecho hasta ahora nada verdaderamente serio, pudiendo decirse que el labrador extremeño humilde vive en mantillas en lo que se refiere a sacar partido de las normas actuales de la Agronomía. Los servicios de Sanidad pecua ria, celosamente dirigidos, han conseguido reunir datos muy valiosos para el censo pe cuario, y van haciendo comprender y cumplir los reglamentos de Epizootias y Paradas par ticulares. Mencionemos, sin embargo, como ayuda del Estado, aunque vacilante e inconexa hasta aquí, la creación de las colonias agrícolas de Cañamero y Herrera del Duque—vacilante hoy día esta última por deficiencias de orga nización—; con la concesión, reintegrable a largo plazo, del ochenta por ciento del valor de las fincas adquiridas para ser parceladas por la Acción Social Agraria; los préstamos sobre cosechas a los agricultores; la subven ción y anticipo en la construcción de la red de caminos vecinales, que está transformando ambas provincias al sacar de su incomunica ción a muchos pueblos; la labor salvadora que vienen realizando en el orden higiénico y moral el Real Patronato de las Hurdes, la -Caja Extremeña de Previsión Social y los Dis-
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pensados antipalúdicos. Y en cuanto a lo que cabría hacer, la construcción de los proyec tados pantanos de Cijara y Matachel, que harían de las vegas del Guadiana unas riquí simas zonas regables, que podrían producir forrajes en cantidad capaz de hacer desapa recer las soluciones de continuidad con que hoy se presentan al mercado los ganados ex tremeños, y producirían energía eléctrica en cantidad suficiente para hacer de las com arcas. contiguas unas zonas de lo más próspero de nuestra nación. *** Señoras y señores: No tengo derecho a. abusar más de vosotros. Mas no quiero reti rarme de aquí sin que del fondo de mi cora zón salgan unas frases de cortesía que desde que empecé a hablar están bullendo a presión , en mi pecho. Y o quiero dirigir un saludo cordialísimo a las naciones americanas que han venido a Sevilla y cuyos hijos son nues tros hermanos, porque tienen nuestros mis mos apellidos, porque viven en pueblos que se llaman como los nuestros y porque sienten. en el fondo de su sér un vigor racial que manó del mismo tronco. Ellos nos han dado
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gallarda muestra de su arte y de su laboriosi dad con los magníficos pabellones que han instalado aquí: démosnos por enterados y sa tisfechos y sea este Certamen nuevo lazo de unión entre ellos y nosotros. Quiero elevar también un saludo afectuosí simo a la nación portuguesa, cuyos sufridos hijos comparten año tras año nuestras mismas tareas agrícolas y cuvo territorio visitamos muchos de nosotros, buscando en la frescura de sus playas luminosas y en la dulzura de sus deliciosos paisajes refrigerio espiritual y corporal a la violencia térmica de nuestros estíos. Otro saludo rendidísimo a Sevilla, que si era ya sitio evocador cual ninguno de bellas sugerencias, hoy, con su Exposición y su grandiosa plaza de España, tiene ya categoría de nueva maravilla del mundo. Saludos estos dos que salen unidos de mi alma de extre me 1 0 : porque como ha dicho un paisano ilustre, «el ambiente de Extremadura se forma al encontrarse y confundirse la borrachera de luz y de colores que llega de Andalucía con la brisa serena y perfumada que nos trae las remembranzas poéticas de Camoens y Oliveira Martins.» Un saludo amoroso, en fin, a la mujer ex-
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tremeña, lo mismo a las que aquí nos recreáis con vuestra presencia, que a las que desde lejos están pensando seguramente en nosotros. Vosotras, con vuestra sencillez, con vuestra belleza, con vuestras virtudes, con vuestra la boriosidad y con vuestro amor, sois la joya más preciada, la riqueza más valiosa de Extre madura y sus campos. El espíritu de E l ama vive en cada una de vosotras, lo mismo cuando ayudáis a vuestros esposos en sus tareas cor porales, que cuando les alentáis en sus vaci laciones, que cuando les consoláis en sus penas. Vosotras, madres y mujeres nuestras, todo lo sois en nuestra vida, y todo, por ello, lo merecéis. No hago yo, pues, más que lo que debo dedicando a vosotras, en prueba de admiración y gratitud sincera, mis últimas, mis más efusivas palabras de esta tarde. He
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