El origen y el nombre de Cáceres por Carlos Callejo Serrano

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CARLOS

CALLEJO

SERRANO

C . D E LA R . A C A D E M I A D E LA H I S T O R I A

EL ORI GEN Y EL NOMBRE DE C A C E R E S ( De N o r b a a Q á z r ix y a C áceres)

PRÓLOGO

DE

A N T O N IO GARCIA Y BELLIDO

O b ra C u ltu ral de la C aja d e A horros y M on te de Piedad d e C áceres CÁCERES

1962


Fotografías y mapas del autor

D ep ó sito Legal: C C. 79— Í962—N .° R.

Imp. EL N O T IC IE R O , S. L.—C áceres


A m is ñijos cacereños A ntonio María, A lfonso y Gonzalo.


Fotografías y mapas del autor

D ep ó sito Legal: C C. 79— 1962—N .° R.

Imp. EL N O T IC IE R O , S. L —Cáceres


A m is ñijos cacereños A ntonio María, A lfonso y Gonzalo.





E l ejem plo humano del cutor de este libro, don Carlos Callejo Serrano, es uno m ás— pero entre muy pocos— con que a veces nos sorprende la erudición local, por lo general carente de medios científicos bastantes y , lo que es peor, de estím ulos, de ambiente. E IS r . Callejo, con un tesón verdade­ ram ente admirable, ha suplido em bes deficiercics superando las muchas dificultades del aislamiento hasta, lograr hacerse un nombre y una autoridad. E l libro que el lector tiene en sus manos demuestra en su autor, a más de entendimiento agudo y penetrante y a más también de una clarividencia lógica y de un sentido crítico sumam ente ecuánime, el conocimiento de los más modernos métodos de trabajo histórico, filo ló ­ gico, lingüístico y arqueológico. Con este instrum ental de laboratorio ha podido, no sólo penetrar en lo hondo de los problem as históricos y arqueológicos sino que también ho, conseguido hacerse dueño de aquellos otros útiles auxiliares que, como el latín y el árabe, podían perm itirle beber en las fuentes más puras, es decir, en los propios documentos de donde manan. E l esfuerzo de voluntad y la inteligencia que ello requiere no están al alcance de todos. Pero en cualquier caso demuestran el afán de perfección y el deseo


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Prólogo

de acercarse lo más posible a la verdad histórica. A ella se aproxim a tanto que nos da la sensación de estar dentro de la m isma y habernos conducido allí metódicamente lleván­ donos de la mano con una prosa limpia, sobria y elegante• de la que también puede hacer gala. Lo dicho parecería, para el que no me conociese, mero producto de la circunstancia. El autor le ha pedido un p ró ­ logo de presentación— diría algún malicioso—y nada más lógico, natural y cortés que dibujar una bella estam pa del qu '. le ha honrado con la petición de introducir su obra. Pero la m ejor respuesta a esta suspicacia no va a ser la mía, sino las páginas que siguen a estas del prólogo. A llí verá quien quisiere, que se trata de una labor serena, pensada, sistem á­ tica, de gran solidez de razonamientos y de un bien aprove­ chado arsenal de datos. Por si ello no fuera bastante, ahí está el resto de la obra del Sr. Callejo, en casi una veintena de títulos, que tratan desde la prehistoria, la numismática, el arte y la historia, tanto m edieval como moderna, hasta la novela, hasta el verso. Obras editadas en Cáceres p o r su ­ puesto, más también en Bircelona, Sevilla, Salamanca y M adrid. Todo lo cual es elocuente por si mismo. Con respecto al tema principal que ahora nos atañe, Cáceres ha de agradecer al autor el haber encontrado, como si dijéram os, su partida di b udism o. H oy día podemos decir que, gracias a sus investigaciones sabemos y a cómo, desde, cuándo, dónde y por qué ('áceres se llam a así hoy y no de otro modo. Porque Callejo, después de eliminar con argu-


Prólogo

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m eatos incontrovertibles las etimologías propuestas desde el Renacimiento acá (algunas juiciosas, otras sim plem ente disparatadas) nos lleva pausadamente con sus razonamientos a la v o z árabe Qázrix que demuestra ser una derivación de la latina Castris. Los comprobantes son históricamente ad­ misibles y lingüísticam ente posibles. Si Q ázrix, que aparece en los textos árabes p o r él colacionados, no significa nada en esa lengua es porque su procedencia no es otra que un viejo preexistente topónimo, como en tantos otros casos. Para llegar a esta deducción y a la ecuación. Q ázrix — Cá­ ceres, el autor ha tenido que estudiar todo lo que concierne a la colonia romana de Morba Cesarina y a los dos campam en­ tos precursores de Castra Caecilia y Castra Servilla, sitos en sus inmediaciones. Callejo, resume sus resultados con esta especie de fórm u la matemática: <El Cáceres actual es, pues, heredero de Norba Caesarina y de Castra Caecilia (o S e rvi­ lla). De la prim era poses el recinto fuerte y la prosapia noble m ilitar. De la segunda h i heredado el nom bre». S i esta conclusión pareciera poco al m uy exigente, Ca­ llejo, ofrece a la avidez del descontento otro capitulo im por­ tante al retrollevar la histo ñ a de Cáceres a su prehistoria. E s decir, mucho más lejos. Si con su estudio histórico-etim o­ lógico ha descubierto—decíamos antes— la partida de bautis­ mo de Cáceres, con el prehistórico nos ha revelado la de na­ cimiento, colocándolo n 'id i menos que unos 250 siglos antes de éste en que vivim os. Al escéptico esta aseveración le hará sonreír, pero la Cueva de M altravieso, a la que el autor de-


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Prólogo

dicó y a un estudio en 1958 es, como con acierto dice Callejo, una cueva municipal, una cueva prehistórica habitada p o r cacereños de hace unos 25.000 años, siglo más o siglo menos. Todo ello y muchas cosas más que no podem os glosar en esta presentación por fu erza breve, es un regalo histórico que Cáceres debe a la erudición, inteligencia y entusiasm o de Carlos Callejo, que vino de Barcelona (donde nació hace y a medio siglo) a Cáceres, como quien dice, predestinado para estas revelaciones. Bien merecido tiene, pues, los cargos y honores que d is­ fru ta tan constante investigador. Y si en 1957 fu é llamado a nuestra Real Academia de la H istoria, como miembro co­ rrespondiente y en 1960 al Instituto Portugués de Arqueo­ logía de Lisboa, es por sus propios méritos. Y si ahora Caceres le ha confiado el cuidado de su ciudad (una de las más bellas de España como es notorio) al conferirle un puesto destacado en su Patronato M onumental, ha sido porque sabe lo que espera de quien y a ha dado lo que no se esperaba.

C a te d rá tic o de A rq u eo lo g ía de la U n iv e rsid ad d e M ad rid y A cadém ico d e la Real d e la H is to ria


PRIMERA PARTE

EL ORIGEN D E CÁCERES



I IN T R O D U C C IO N El presente trabajo estuvo primitivamente orientado a la averiguación de la verdadera etimología de la palabra Cáceres. un problema de indudable importancia bajo el sólo aspecto lingüístico y que en la bibliografía actual está sumido en sombras o resuelto provisionalmente sobre bases muy endebles. El estudio de esta etimología nos lleva primeramente a la época árabe, y la continuación inductiva del trabajo nos hace llegar al Cáceres romano. Los materiales que ha sido nece­ sario reunir para el análisis lingüístico, son utilizables para una corta síntesis histórica y por otro lado muchos de los aspec­ tos onomásticos de la cuestión no pueden comprenderse bien sin una explicación lo más completa posible de la situación y características de la ciudad cacereña en aquellas lejanas épocas. Así, pues, a la investigación etimológica del topónimo hemos hecho preceder unas consideraciones sobre el origen de Cáceres como núcleo de población humana y como plaza importante en los órdenes militar y civil, haciendo un nuevo replanteo de los diferentes problemas del Cáceres originario, a la luz de las conclusiones lingüisticas obtenidas. En algunos trabajos de divulgación he aludido más de una vez a los Tres enigmas de la historia de Cáceres. Com o ocurre en la mayor parte de las biografías de las ciudades y


16 regiones españolas, la parte enigmática de la nuestra com­ prende las épocas más remotas, de las que se poseen muy pocas referencias plenamente auténticas, o, peor aún, existen noticias por lo general fabulosas, o por lo menos muy defor­ madas por la fantasía de los autores antiguos. La parte remota de la historia de Cáceres, que es todo lo anterior a su reconquista definitiva por el reino de León, comprende tres épocas: la prehistórica, la romana y la árabe. Precisamente nuestra ciudad, dando a esta palabra su más lata acepción, adquirió en estas tres edades una importancia muy singular; en la primera, como habitación humana in d u ­ dable en términos que muy pocas poblaciones españolas pueden atestiguar; en la segunda, como importante y noble colonia romana—la Norba Cesarina conocida—y en la ter­ cera como plaza fuerte militar—la Qazris muy desconocida hasta la fecha. N o es propósito de la presente obra desarrollar una auténtica historia del Cáceres remotamente antiguo, sino preparar algunos materiales que sirvan en su día para acome­ ter este difícil trabajo y explayar el estado actual de estas cuestiones en relación con la etimología de la palabra Cáceres. En esta primera parte expondremos ante to d o algunas ideas sobre la prehistoria de Cáceres y de su próxima c o ­ marca, cosa que podríamos casi decir se hace por vez prim e­ ra y después pasaremos revista a los numerosos y nada fá­ ciles problemas relacionados con la dominación romana. En la segunda parte, dedicada plenamente a la etimología del topónimo, bosquejaremos también una visión del casi com ­ pletamente ignoto Cáceres musulmán.


II LOS ALBORES DE LA POBLACION CACEREÑA Hasta nuestros días, todo el que de una forma completa o sólo de modo resumido se veía en el caso de hablar de la Historia de Cáceres, comenzaba su disertación mencionando o la discutida Castra Cecilia o la famosa colonia Norba Cesarina, como cunas o fuentes de la antigua estirpe de aquella ciudad. Hoy sin embargo, la historia de Cáceres y su comar­ ca es preciso comenzaría mucho más atrás, dando un salto astronómico hacia las negruras de la Prehistoria, un salto de 25.000 años, en números redondos, y el historiógrafo, si ha de ejecutar las cosas ab ovo tiene que remontarse en su primer capítulo al pleno Paleolítico Superior, a la época Auriñaciense-Perigordiense en que hay que fechar las p intu­ ras rupestres que en 1956 tuvimos la suerte de descubrir en la Cueva de M altravieso situada junto al casco urbano de la población actual y escasamente a dos kilómetros del Cáceres romano. Tenemos, pues, ya una remotísima población de la nava cacereña en los primeros tiempos del Hom o Sapiens. N ues­ tra ciudad, podemos decir con justicia, que es tan antigua como la más antigua del mundo. Muy pocas son las pobla­ ciones modernas de alguna importancia en cuyo terreno se haya encontrado un vestigio inmueble de arte paleolítico. La Cueva de Maltravieso se descubrió casualmente en 2


18 1951. La boca de entrada se encuentra hoy en la misma linde del recinto edificado de la población. Es, pues, una cuev i municipal, de fijo única en el mundo en este aspecto. Las primeras exploraciones que se hicieron en ella dieron restos humanos y utensilios del Neo-eneolítico y de la Edad del Bronce. De ellos se hizo un estudio muy somero, o mejor dicho, no se hizo estudio alguno, al menos escrito. Los ma­ teriales hallados se depositaron en el Museo Provincial donde aún continúan. La Caverna cobró actualidad e importancia superlativa a raíz de nuestras exploraciones de 1956 a que hemos aludido. Al año siguiente se publicó en Cácercs un detenido estudio de las particularidades de la cueva en sus aspectos geológico, arqueológico, antropológico y paleontclógico (1). En 1959, la estación fue visitada ñor el profesor Martín Almagro, Director del Instituto Español de Prehistoria y emi­ nente autoridad en esta rama científica, quien dio el más completo refrendo a nuestros descubrimientos y los anunció al mundo de la ciencia en un documentado y profusamente ilustrado trabajo (2). Desde entonces han sido bastante n u ­ merosos los profesionales de la Prehistoria españoles y ex­ tranjeros que la han visitado. La gran importancia de la Cueva de Maltravieso en su facies paleolítica estriba en su situación sobre el mapa de España, en el centro de la corriente migratoria que siguieron los hombres del cuaternario desde el N orte hasta el Sur de la Península. Encontramos aquí el nexo de antiguo buscado entre la densa red de cavernas cantábricas con arte rupestre (1) C. C allejo La Cueva de Maltravieso, ¿unto a Cáceres. C áceres, 1958. (2) M artín Almagro. Las pinturas rupestres cuaternarias de la Cueva de Maltravieso en Cáceres. M adrid, 1960.


Lám ina I

CAC ER ES EN EL R E M O T O PALEO LITIC O . — Pinturas de manos m u­ tila d a s y series de p u nto s en la C u e v a de M a ltr a v ie s o . E p o c a A u r iñ a c ie n s e . H a c ia 25.000 a. de J. C .



19 (Santander, Asturias, Vizcaya, Burgos) y el grupo, no tan nu­ meroso de grutas subpenibéticas en la provincias de Málaga y Cádiz (Las Palomas, La Pileta, Nerja, etc.) Maltravieso es la única estación paleolítica indudable de Extremadura y del Oeste español y al mismo tiempo, la única cueva con pin­ turas cuaternarias que existe en a meseta y en la submeseta hispánica (3). Existe otra singularidad de las pinturas maltraviesenses que hacen a esta cueva, precisamente, única en el mundo. La modalidad de pintura de improntas de manos en negativo, principal tema artístico de nuestra cueva, se encuentra en pocas localidades españolas y francesas; en notable cantidad sólo hay tres: Gargas, en Francia; Castillo, en Puente Viesgo (Santander) y Maltravieso en Cáceres (4). Pero aun dentro de esta restringida característica, nuestra gruta tiene la exclusiva particularidad de fc[ue todas las manos reproducidas llevan amputado el dedo meñique, curiosidad que revela el carácter mágico de estas figuraciones del hombre primitivo. Además de ésta, sólo la cueva de Gargas y la de Tibiran, francesas ambas, presentan pinturas de manos con mutilaciones, pero allí éstas alcanzan a varios dedos y no están cortados a cercén, sino perdiendo solamente algunas falanges. De todas las improntas rupestres de manos que se conocen, prehistó­ ricas y modernas, las del Maltravieso son las únicas que pre­ sentan manos sistemáticamente sin meñique. (5) (3) M artín Almagro. Historia Universal. Espasa C alpe. M adrid, 1960. T om o 1. Pgs. 222 y 245. (4) A. V erbrugge: Le Sy.mbóle de la mains dans la Prehistoiie. París, 1958. '5 ) Alí Sahly: Découveríes de nouvelles mains mutilées dans l'art paléohthique frattco-hispaniqtte. T oulouse, 1960 D escribe m inuciosam ente las pinturas d e M altravieso.


20 Más detalles y precisiones sobre las pinturas maltraviesenses y otras características de la cueva, pueden verse en las dos citadas obras de Martín Almagro y en varios trabajos míos (6). Aquí ya sólo diremos que en el enorme lapso de tiempo que comprende el Paleolítico Superior, nuestra cueva corresponde, por lo menos en algunas de sus muestras, a la modalidad de arte más antiguo, anterior a Altamira y Nerja. Siguiendo nuestro mágico planeo por las insondables re­ giones de la Prehistoria, tenemos para Cáceres otra etapa de población menos remota, pero todavía mucho más antigua que la primera fundación que en nuestro suelo pudieran hacer los romanos. La cueva del Conejar, situada a dos kiló­ metros de Cáceres, la propia de Maltravieso y varias más, quizá hoy cegadas, que se abren en el terreno llamado <'EI Calerizo», al sur de Cáceres, sirvieron de morada y de necró­ polis a las gentes de los períodos Neolítico y más seguramen­ te Eneolítico y de la Edad del Bronce en el segundo y tercer milenio antes dé Cristo. La citada cueva del Conejar fué descubierta para la ciencia en 1917 (7) y dio, según refiere su explorador, el pro­ fesor Del Pan, algunas muestras de cerámica incisa que la bibliografía posterior ha cifrado en el Neolítico (8). Otros restos de la misma Cueva del Conejar y de la de (6) C. Callejo. La Cueva prehistórica de Maltravieso... ya citad a. Osos, rinocerontes y hienas en Maltravieso. P eriódico «Fxtrem adura», 16 N oviem ­ bre 1957. Un lustro de investigación arqueológica en la Alta Extremadura. Ba­ dajoz, 1962, etc., etc. (7) Ismael del Pan. Exploración de. la cueva prehistórica del Conejar. (Cáceres). Boletín de la R. S. E. de H istoria N atu ral. T om o XVIII. Pá­ gina 185 y ss. M adrid, 1917. (8) Por ejem plo: A. del Castillo. El 'Neolítico u la iniciación de la Edad de los Metales, en «H istoria de España», de M enéndez Pidal, 1.1. p. 511.


L á m i n a II

CACERES P R E H IS T O R IC O .— Edad d e l Bronce. Punta d e la n z a h a lla d a en la C u e v a de M a ltr a v ie s o . 800 a. de J. C. M u s e o P rovin cia l de C á c e re s .



21 Maltravieso pertenecen al Eneolítico, ahora llamado Bronce I, en el cual habremos de situar también los restos antropoló­ gicos hallados en la segunda de las mencionadas cuevas. Del período Megalítico no estuvo tampoco ausente la zona de Cáceres, como lo demuestran algunos instrumentos de sílex (cuchillo, puntas de flecha) del Conejar y otros de Maltravieso (raspador de cuarzo, cuenco de barro) y sobre todo, la existencia de dólmenes a poca distancia del actual recinto de la capital (12 kilómetros al sudoeste) como por ejemplo el de Hijadilla, que ha sido excavado por Martín Al­ magro. Su estudio no está publicado todavía al redactar estas líneas, pero ha dado una relativa abundancia de objetos de silex (9). Citaré también, como dato del poblamiento de Cáceres en la Edad de los Metales, los enterramientos que exploré en 1956, en las minas de estaño de El Trasquilón, a diez kiló­ metros al sur de la capital (10). Aparecieron en ellos esque­ letos completos, a veces dos en la misma tum ba y dos vasos de cerámica, uno de los cuales se encuentra en el Museo Provincial. T odos estos vestigios, todavía poco numerosos, son sin embargo suficientes para afirmar de un modo irrebatible que la zona de Cáceres no estuvo despoblada a lo largo de la prehistoria. Posiblemente esta comarca sería en las edades más remotas, paraje agreste e inhóspito donde se refugiaran restos etnológicos en retroceso ante el invasor. Pero en la época eneolítica, es indudable que el camino Sur-N orte que pasa por Cáceres y une dos amplias y esenciales regiones de r9) C. C allejo. Un lastro de investigación. . ya citad o . (10) C. Callejo. Las sepulturas eneolíticas de El Trasquilón. Revista «A lcántara*. C áceres, 1956.


22 España, estaba ya desbrozado y surcado por caravanas de comerciantes en busca de estaño. Qué hombres fueran los que poblaron nuestro Calerizo en tales tiempos, no lo sabemos con exactitud, pero tenemos en el Museo Provincial restos de varios cacereños contem ­ poráneos hallados en Maltravieso, entre ellos cuatro cráneos. También conservamos una calvaría, único resto no destruido de las supulturas de El Trasquilón. Estos restos antropológicos no aclaran a qué pueblo pertenecían los cacereños del Neo-eneolítico, pero sus carac­ teres craneológicos no difieren de los que presenta en general la población española y se integran en el esquema de los pueblos de raza Mediterránea con reminiscencias cromañoides que tan común es en nuestra península. Hemos de atribuir a la época de las invasiones indo­ europeas que comenzaron alrededor del año 900 antes de Cristo y continuaron durante el resto de la Edad de Bronce y en la del Hierro, la costumbre de castrificar, es decir, de edificar recintos fuertes en lugares altos. La suposición no deja de tener una profunda lógica, pues España entraba en este momento en una etapa de por­ fiado carácter guerrero, y es en estas épocas cuando se cons­ truyen fortalezas. La época de las invasiones célticas y precélticas fué en nuestro país, una primera Edad Media, dentro de la Protohistoria, un período de convulsión y reflujo bélico. Los invasores europeos no es cierto ni que llegasen a un país casi desierto ni que lo conquistasen rápidamente como a veces se lee en algunos autores modernos. En tal caso fuera inútil levantar fortificaciones ni encastillarse en lugares altos. Por el contrario, la costum bre de castrificar corresponde a un período eminentemente convulsivo, que tal fué el que


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entre los siglos I y IV vivió nuestra península, con las luchas entre los invasores europeos y los pueblos aborígenes ibé­ ricos y descendientes de los que lograran las culturas megalítica y tartesia. Los castros comenzaron construyéndose en las cimas más abruptas e inaccesibles: ejemplos en nuestra provincia están en las Sierras de Santa Cruz y Logrosán; en Villavieja o en Portezuelo. Más tarde, comenzada a cristalizar la situa­ ción tribal que encontraron los romanos, se edificaron mu­ chos castros en sitios eminentes, sí, pero no inaccesibles. A esta época corresponde el castro que indudablemente hubo en Cáceres, acaso relacionado con las cuevas del Calerizo, singularmente la de Maltravieso donde se han encontrado vestigios claros del Bronce final, tales como cerámica y una hermosa cabeza de lanza de bronce, sin usar, casi como salió del taller del fundidor. ¿Cómo se llamó este primer Cáceres indígena sobre cuyos sumarios muros y rocosos cimientos, los romanos replantearon su Norba colonial? No lo sabremos nunca. ¿Qué pueblos protohistóricos lo ocuparon? Cáceres, sin duda ya una plaza fuerte, hasta donde podía darse esta de­ nominación en aquella época, era una atalaya de vigilancia de ia ruta que conduce al vado del Tajo, ruta que mucho tiempo después se ha llamado Camino de la Plata y que en el tiempo de que estamos hablando se debía de llamar sin duda Camino del Estaño, utilizado por los recueros de la época para llegar a las regiones del norte y noroeste de Es­ paña donde abundaba este blando metal, desde los focos cul­ turales del sur y suroeste donde se fundía para mezclarlo con el cobre meridional y obtener el metal fuerte para usos b é ­ licos o pacíficos, indispensable entonces: el bronce.


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Nuestro rem oto Cáceres fué, pues, estación de vigilan­ cia o descanso en las rutas del Imperio Meridional Megalítico y más tarde, bastión fronterizo del Imperio Tartésico. La presencia de ioyas tartesias en algunos puntos de la región y singularmente el valioso y magnífico Tesoro hallado en Alise­ da, a 30 kilómetros de Cáceres, al que los críticos dan hoy esta filiación, demuestran estos asertos. La vaguedad con que se expresan los autores latinos o griegos clásicos, únicas y escasas fuentes escritas de que dis­ ponemos, en cuanto sus descripciones se alejan del mar, nos impide determinar de una manera clara en poder de qué tribus se halló el castro cacereño en estos tiempos de la Protohistoria. Estrabón (11) nos dice que entre elTajo y el Gua­ diana se extendía una M esopotamia habitada por los célticos v los lusitanos, traídos estos últimos a este lado del Tajo por los romanos. Esta Mesopotamia (etimológicamente «tierra entre ríos») debe entenderse principalmente de la zona portuguesa del Alentejo que es la región que, según ésta y otras fuentes, habitaban los Célticos (Celtici, Keltikoi). La parte española entre Tajo y Guadiana era un país fronterizo que segura­ mente cambiaría de mano varias veces. Primitivamente perte­ necería a los Turdetanos-Tartesios, acaso más tarde a los Vettones y al fin, en el siglo II, época de expansión lusitana, de fijo quedó ocupada por esti gran tribu (12). La derrota (111 S trábon. Geogi'aphica, III - I, 6. (13) No creem os que los V etto n es o cupasen C áceres en el período de las invasiones clásicas, ni m ucho m enos el territo rio de M érida com o afirma M élida (C atálogo M onum ental de la provincia de Badajoz, to m o I pág. 631, quien lo fu n d am en ta en Joaquín R odríguez. (La Vettonia. Bol. de la R S ociedad G eográfica, tom o V ) que a su vez se apoya en el c o •


L á m i n a III

CACERES EN EL N E O - E N E O L I T I C O . — Restos de los p rim e ro s c a c e re ñ o s c o n o c id o s , h a lla d o s en la C u e v a de M a ltr a v ie s o , h a c ia 1 200 o. de J C. M u s e o P ro v in cia l d e C á c e re s .



25 final de los lusitanos tras la muerte de Viriato, seguramente encerraría a los restos de la tribu en la Sierra de la Estrella y los romanos les hicieron más tarde vadear nuevamente el Tajo para evitar enquistamientos peligrosos pa^a su política. Pero esta reinmigración debe corresponder a la propia época de Estrabón (siglo I). A mi juicio, pues, Cáceres vino definitivamente a ser te­ rreno lusitano a principios del siglo II, con toda su zona hasta el Guadiana (13) y es por e!lo que los romanos conside­ raron todo esto tierra lusitana e impusieron tal nombre a la provincia de la Ulte ior con capitalidad en Mérida. Esta im­ portante y valerosa tribu, que en Portugal ocupaba to d o el centro de su actual territorio, ha sido considerada siempre como de raza ibera. Así lo estimabanSchulten (.14) BoschGimpera (15) y muchos otros, pero actualmente hay una tenden­ cia a incluirla en el área céltica. La frase de «Extremadura céltica» parece que ha encon­ trado fortuna y predicamento hoy en día, apoyada en las teorías holoceltistas de algunos autores modernos. Contra el n ocido verso de Prudencio (que atrib u v e a San P aulino) en el H im no de Santa Eulalia Nunc loáis Emérita e¡t twnulo = clara Colonia Vettoniae.-Todo ello está en com pleta co n trad icció n con Ptolom eo. N o tiene el mismo valor la frase vaga de un p o e ta que la cita consciente de un sabio que adem ás, está m ucho m is cercano a la época en cu estió n . (13) La hipótesis que considera a Cáceres te rren o lusitano tribal, viene avalada p o r las T ablas de Ptolom eo Este geógrafo d istin g u e p e rfe c ta ­ m ente, en la L usitania adm inistrativa, las regiones de los V etto n es, de los C élticos y de los L usitanos p ropiam ente dichos: en esta ú ’tim a zona p one a N orba Cesárea. V éase el cap. III de esta obra y el m apa q u e allí se inserta. (14) Adolfo Schulten. Hispania. Barcelona 1920 Pág 85. (15) P. Bosch G im pera. Etnología de la Península Ibérica, Barcelona 1932.


26 tradicional esquema según el cual coexistían en España al llegar los romanos, tribus iberas, celtas y celtíberas en las distintas comarcas, división de que hablan todos los autores clásicos, en los últimos veinte años se va extendiendo la hi­ pótesis de que estas divisiones no eran sino entelequias pues­ tas en circulación por los romanos y hemos de acostumbrar­ nos a la idea de que, a la llegada de éstos, nuestra Península estaba poblada casi exclusivamente por celtas, siendo la pa­ labra ibero únicamente sinónimo de una característica cul­ tural, clasicizante, en vez de una denominación étnica. En mayor o menor grado han simpatizado con esta teoría varios de los maestros de nuestra Etnología, llegando alguno a afirmar que la llamada «cultura ibérica» no es más que el proceso clasicizador del Hierro Céltico. Com o ocurre con frecuencia, los discípulos en esta línea suelen sobrepasar a los maestros y así se lee en algún libro de Enseñanza Media que los primeros pobladores de España son los celtas, o que palabras demostradamente ibéricas como IL1, componente de lliberii (Ih'beris, luego llamada Elvira) y de otros nombres de ciudades antiguas, significan en celta ciudad (16). Contra todo esto han reaccionado algunos ilustres a u to ­ res como A. García y Bellido (17) e incluso Martín Almagro, que en un libro reciente (18) escribe estas palabras: «Nos hemos inclinado a dar a la invasión céltica desde hace algu­ nos años, mucho más valor en el orden racial y cultural de lo (16) Fascículo ded icad o a Lérida. C olección «Temas españoles». M ad rid 1957. (17) A. G arcía y Bellido. La península Ibérica en los comienzos de su Historia. M adrid 1953. Pag. 50. (18) M. Almagro. Orígenes y. lovmación del pueblo hispano. Barcelona 1958. Pag. 100.


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que se había supuesto. Nuestro punto de vista ha sido luego exagerado por algunos colegas al valorar la fuerza de la indoeuropeización de España, rozando así la debatida cuestión del origen, significación y personalidad de los llamados pue­ blos Ibéricos, a los cuales se ha querido negar casi la exis­ tencia histórica e individualidad étnica. Tal conclusión me parece totalmente errónea». La hipótesis holocéltica, ha sido formulada—en parte como reacción a teorías anteriores excesivamente africanistas — a la vista de ciertos avances de la arqueología y de la lingüística indoeuropeas, de las que se van encontrando m u­ chas huellas de la antigua Hispania, incluso en sitios tradicio­ nalmente considerados como iberos. Pero tiene en su contra tan graves argumentos que no creo pueda mantenerse mucho tiempo. El principal de ellos es la Antropología, que nos habla un lenguaje completamente distinto. Según el ilustre antro­ pólogo M. Fusté, director del Instituto Español de Antro­ pología «Bernardino de S thagún», del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la base de la población española actual estaba ya formada al principio de la Edad del Bronce, si no antes (19) ¿Cómo se compadece esto ccn !a hipótesis según la actual los celtas realizaron un exterminio casi total de las poblaciones aborígenes? Por otro lado cabe hacer la pregunta de que si en los siglos III y II a. de J.C. España esta­ ba poblada totalmente por celtas,cómo es que en la población actual se ven tan pocos tipos raciales con los rasgos de lo que se viene entendiendo por raza o estirpe céltica o simple­ mente indoeuropea. (19) M iguel Fusté. Raíces prehistóricas del complejo racial de la Península Ibérica, Revista «Zephyrus». Salam anca 1956, t. II, pág. 110.


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A esto contestan algunos autores creando un tipo de celta exclusivamente español y distinto a los Jemás, moreno, de ojos negros, de estatura mediana, estrecho de caderas, et­ cétera, etc., con lo que insensiblemente nos salimos de las características somáticas de la raza aria para abocarnos al Homo Mediterráneas. Es decir, que, en vez de unos iberos ceitas, nos encontramos con unos celtas iberos. Pasando de Etnología a Etnografía y Psicología, obser­ vamos que los antiguos hispanos tenían unas costumbres y caracteres propios que difieren mucho de las del mundo celta extrahispánico: galos, britanes, helvecios, belgas. Sin negar !a belicosidad de éstos, no es posible compararla con la feroz bravura de los hispanos. Casos como el de Numancia o Sagunto no se ven por ningún lado en la Europa céltica. Las águilas de Roma incorporan todo este mundo céltico a sus dominios en pocas campañas, mientras que necesitaron para la total conquista de nuestra península más de dos siglos. Sólo el tomar una ciudad española, N unancia, cuesta a los romanos veinte años, mientras César pacifica toda la Galia en ocho. Existen otros motivos etnográficos que rara vez se ven mencionados a pesar de su enorme valor demostrativo. Tal es el caso de la Tauromaquia, afición exclusivamente de iberos, que se extiende por todos los territorios de base ra­ cial ibérica, incluso en el Sur de Francia y Cataluña, fuerte­ mente indoeuropeizadas después, mientras no tiene ningún arraigo en las zonas más puramente célticas de la península como Galicia y norte de Portugal. La Tauromaquia, sin el menor reflejo en Africa, es al mismo tiempo una prueba de lo exagerado de las hipótesis étnicas ..fricanistas que se pusieron en boga sobre 1920 y 30 y demuestra palpablemente ti enlace


racial de los iberos con los pobladores mediterráneos de la Grecia prehelénica. Todavía la crítica histórica proporciona más argumentos contra el holoceltismo: al desparramarse en el siglo V los ger­ manos por Europa, encuentran fácil acomodo y entera fusión con los aborígenes en las zonas de Europa pobladas por auténticos celtas: Francia, Italia del Norte, Inglatera, pero no arraigan ni se mezclan fácilmente con la población de España, prueba palpable de la gran diferencia racial de esta última con los arios germánicos. Por todo lo dicho en estas modestas líneas, se establece una preferencia por los autores que se atienen al esquema tradicional, que otorga a los Lusitanos un fondo racial ibero. Damos aquí a esta palabra su más lata acepción etnológica^ siguiendo a don Manuel Gómez M oreno(20)en el sentido de denominar con ella a la base fundamental étnica del pueblo español, cuyas raíces se entierran en el Mesolítico, con su característico arte tan hispánico, y cuyo desarrollo lento ocupa el Neolítico y la Edad del Bronce. De todos los nom­ bres propuestos para designar esta base o fondo racial, nin­ guno es más apropiado que el de Ibero. La dificultad de cómo hay que denominar entonces a la fase cultural clasicizante del Sur y del Este de la península, la da resuelta el uso común que desde tiempo inmemorial la llama Ibérica. íbero (su sta n ­ tivo y adjetivo) para lo étnico; e Ibérico (adjetivo) para lo cultural. No hay impropiedad ninguna en esta similitud no­ minal pues lo Ibérico reviste y moldea un material étnico sustancialmente Ibero, con poc'. adulteración. El que racialmente los Lusitanos formasen parte de este (20)

M . G óm ez M oreno. Adán y. la Prehistoria. M adrid, 1958.


30 fondo racial primitivo hispánico, no niega su profunda indoeuropeización, demostrada por su onomástica de la época romana, en la que nuestros más eminentes lingüistas (21) han encontrado casi exclusivamente raíces célticas o ¡lirias. La onomástica humana es, sin embargo, como dice uno de los autores citados (22) la más sensible a los cambios cul­ turales, la que más de cerca sigue a los flujos de los pueblos, a diferencia de la toponomástica que conserva sus nombres a través de muchos siglos y vicisitudes. Por otro lado, hay que precaverse contra fenómenos como el que ocurría en el Renacimiento, en que el empacho clasicista atribuía etimologías griegas y ktinas a todo nom bre propio aunque fuese árabe, germano o celtibero. (23) Hoy día las lenguas europeas primitivas se conocen exhaustivamente, mientras no se sabe nada o casi nada de los lenguajes iberos. El día en que se conozcan bien éstos, acaso se podrán ex­ plicar por ellos muchos antropónimos para los que hoy se busca y se encuentra una raíz céltica. Si bien es muy dudoso el celtismo de los Lusitanos y de los Vetones, no lo es, naturalmente, el de la tribu de los Cél­ ticos, así llamados (Celtici o Keltikoi) por Plinio y Estrabón, (21) A ntonio T ovar. Estudios sobre las primitivas lenguas hispánicas. Buenos Aires, 1949. M anuel Palomar. La onomástica personal prelalina de la antigua Lusitania. Salam anca, 1957. (22) Palom ar. La Onomástica... Pag. 13. (23) C item os com o casos típ ico s en E xtrem adura las etim ologías de Badajoz, de Pax Augusta (??) que ha d ado lugar a la co rru p tela de llamar Pacenses a los h a b itan tes d e esta capital. O tam bién la de T ru jillo de Tuvt’is lulia o la d e A m broz en Plasencia, d e Ambracia, c iu d a d griega. T o d as ellas atrib u íb les a au to res del siglo XVI! com o Solano d e Figueroa y Fr. Alonso Fernández, ávidos d e a n tiq u izar to d o lo posible sus diócesis respectivas.


31 habitantes de Alentejo y Algarve, a la que hay que considerar como enteramente Celta. Estos Celtici, para mí, son los res­ tos de uua gran oleada celta que un tiempo dominara to d o el Oeste peninsular y después fué arrinconada por los aborí­ genes entre el bajo Guadiana y el mar. .Ella sería responsable de la celtizacidn que presentan en sus lenguas y costumbres los Lusitanos y los Vetones. (24) Tam poco es aventurado afirmar que Cáceres y su co­ marca fueron teatro de muchas acciones guerreras en tiem­ pos de Viriato; más aún: que esta región agreste, irregular y entonces seguramente espesa de vegetación fué campo favo­ rito a las estratagemas y jugarretas del gran caudillo. La gran calzada Norte Sur debió existir, como camino conocido, mucho antes de los romanos, según hemos insinuado más atrás. Seguramente ese camino fué utilizado por los cartagi­ neses en sus luchas contra los Vettones y los Vacceos. El único vado, o mejor dicho, lugar fácilmente franqueable con una barca, que presenta el Tajo en muchísimas leguas, es el lugar que llamamos Alconétar. El único puerto practicable de la cordillera Vetónica es el de Béjar. Y el mejor puerto (24) La capital de los Keltikoi parece ser Konistorgis en el Algarve, ciu d ad fundada p o r los Cuñetes o Ky.netet (C elias antiguos), según refiere Estrabón (111-2 2). Este h isto riad o r helénico dice q u e la región estab a h a ­ b itad a p o r los Keltikoi y los Ly.sitan.oi, estableciendo, pues, una distin ció n clara en tre am bos pueblos, q u e dem uestra que ellos m ism os - única fu e n ­ te de inform ación q u e tenían los h istoriadores griegos y rom anos —c o n o ­ cían su diferente filiación étnica. No ten d ría sen tid o d ecir Celtas y Lusi­ tanos si to d o s fueran C eltas Igualm ente los diferencia p erfectam en te Plinio, ciu d ad p o r ciu d a d (N a tw a lis Historia 111-13 y IV -111) y T olom eo com o se verá más ad elan te. V éase A. G arcía y Bellido España y los Espa­ ñoles hace dos mil años. Buenos Aires, 1945, d e d o n d e sacam os las citas de Estrabón.


§2 para franquear la O retana o sierra de San Pedro, es el de las Herrerías. El camino a que aludo, une ambos puertos pasan­ do por el vado. En la mitad del camino desde Herrerías al Tajo, se encuentra el castro de Cáceres. Hay autores que su­ ponen que la Castra Servilla que menciona Plinio, se formó con los rescos del campamento de Servilio Cepión, el innoble general que hizo asesinar a Viriato. Aun no sabemos, como se verá más adelante, dónde estuvo esta Castra Servilia, pero sin duda alguna estaba junto o cerca de Cáceres en donde quizás se encerraron más de una vez los ardidos guerreros lusitanos. Llegamos, pues, ya a la romanización y con ella, después da este paréntesis de consideraciones pre y proto históricas, a entrar de lleno en los problemas que nos suscitan las fuen­ tes escritas.


III LA «CO LO N IA NORBENSIS CAESARINA» Pacificada la Lusitania después de la muerte del esforza­ do caudillo Viriato y rotas nías tarde las últimas esperanzas de los Hispanos al acabar las guerras sertorianas, muchos de cuyos episodios tuvieron lugar en las comarcas cacereñas, la romanización de esta parte de la Península avanza rápida­ mente a partir del 73 antes J. C. Pronto la geografía hispánica se llena de una suerte de ciudades privilegiadas, habitadas en su mayoría y desde luego gobernadas por Coloni romanos. Son las llamadas Colonias que desempeñan la parte principal en to d o lo que se llama ci­ vilización y progreso. Estas ciudades constituyen las cabece­ ras de distrito y capitales de provincias, alcanzando muchas de ellas categoría y tamaño de metrópoli, tales como Mérida, Tarragona, Córdoba, etc. La mayor parte de estas colonias se constituían transformando o capitalizando antiguas ciuda­ des celtibéricas, a las cuales, o se modificaba radicalmente el nom bre o se le anteponían muchos títulos honoríficos y triunfales que proclamasen su condición de jalones de la cul­ tura romana. Una de estas Colonias es la Norbensis Caesarina o Norba Cesarina, que encontramos en Plinio (25) como una de las cinco que existían en la gran provincia lusitana, al lado de (25)

C ayo Plinio S egundo. Natui'alis Historia. L ibro II, C ap. 5 °

i


34 Castra Metellina (Medellín), Em érita Augusta (Mérida), P ax Julia Augusta (Beja) y Scalabis Julia (Santarén). N orba es una de las colonias que se fundaron sobre una ciudad indígena preexistente, sin duda un viejo castro lusita­ no. Primeramente se establecería como Oppidum por legio­ narios pertenecientes a la Gens Norbana, antigua y noble familia de Roma que llegó a acuñar monedas, y se le daría este nombre en memoria de la ciudad italiana Norba, por lo que su fundador fué sin duda algún Norbano. apellido éste que se perpetúa y difunde mucho en la población hispanorromana de esta parte de la Península. La fecha de la fun­ dación se podría poner hacia el 50 antes de Cristo (26). Más tarde, hacia el 25 ó 20, la ciudad se pone bajo el patronato del destacado militar y potentado Lucio Cornelio Balbo, el segundo español (27) que obtuvo altos puestos en Roma. Es seguramente entonces cuando recibe el título de Colonia, a d ­ jetivando su nom bre y añadiendo un cognomen relativo a César, de quien los Balbos fueron devotos amigos (28), for(26) El co rto a rtícu lo p u b licad o en el p eriódico «Hoy» de Badajoz, p o r Pedro L um breras, en 30 de M ayo d e 1959, se im pugna la fundación d e N o rb a p o r C ornelio Balbo, su poniéndola más antigua com o c iu d ad . La o pinión parece razonable y sería necesario distin g u ir bien entre tres efe­ m érides de N orba q u e no son n ecesariam ente sim ultáneas: la fundación d e la ciudad rom ana, su elevación a C olonia y el p a tro n a to d e L. C o r­ nelio Balbo. (27) El prim ero fué su tío L. C ornelio Balbo el M ayor. (28) D on A ntonio G arcía y Bellido, desarrolla una sugestiva teoría en su obra Las Colonias romanas de Hispania, «A nuario de H isto ria del D e ­ recho español», M adrid, 1959. Pág 447 y ss., de la que tu v o la aten ció n de sum inistrarm e u n an ticip o del epígrafe «C olonia N orbensis C aesarina». Según ella, la hija de C ornelio Balbo el M enor, C ornelia, m atrim onió con C ayo N orbano Flacco, cónsul en 24 a n tes de C risto, p ro crean d o a los que tam bién fueron cónsules C. N orbano Flacco y L. N o rb an o Balbo. La


L á m i n a IV

CAC ER ES R O M A N O . — Estatua p o p u la r m e n t e lla m a d a de Ceres que c o r o n a a c t u a lm e n t e la T orre del Buja co, en la m u ra lla .


I

I

J-


35 mando, pues, el nombre completo de Colonia Norbensis Cae­ sarina. Esta larga denominación sería puramente honorífica. La ciudad se seguiría llamando como siempre Norba, con el epíteto de Cesarina o quizás más tarde Caesarea, conforme la menciona Ptolomeo (29). Lo mismo ocurría con todas las demás colonias cuyos títulos honoríficos no se usarían nor­ malmente, designándoselas con el topónim o antiguo que siempre prevalece. Por ejemplo: Colonia Julia Rómula Hlspalis (Sevilla); Colonia Julia Lirbs Triunphalis Tárraco (Ta­ rragona), etc. La excepción son las colonias fundadas ya con este título, como Emérita Augusta, César-Augusta, que care­ cen de nombre indígena o anterior. Sólo a título de curiosidad menciono aquí la fijación de la fecha de la fundación de la C olonia Norbensis Caesarina en el año 45 antes de J. C. (fecha, por otro lado, muy razo­ nable) hecha por el ilustre historiador y epigrafista, Padre Fidel Fita en 1911 (30). En Trujillo, en lo alto de la iglesia de San Andrés, se en­ contró una lápida o pedestal que presentaba, según los que la han visto, la siguiente inscripción:

ciu d ad entonces alcanzaría la categ o ría de C olonia p o r gestiones d e L u ­ cio C ornelio Balbo con su yerno el cónsul C . N o rb an o Flacco, lo que ex ­ plicaría el p atro n ato . D e to d as formas, es evidente la ab u n d an cia d e Norbanus en tre los h ab itan tes de la región, que proclam an las lápidas sepulcrales. (29) Tablas; libro II, cap. 5.°, según p u e d e verse en A. G arcía y Bellido, La Península Ibérica en los comienzos de su historia, M adrid, 1953. P á­ gina 267. (30) Boletín de la Real Academia de la Historia, to m o LXVIII pág. 166.


36 Q.

CIRCINVS P . V. C SRI FIL VS

y a uno de los lados otra con las letras ANNO /C .

CCI

/III

El Padre Fita hace de esta inscripción la presente lectura Q (uintus) CIR (cius) CIN (i) VS / P (osuit) V (ictoriae) C (e) S (a) RI (s) I (uli) FIL (lippi) / V (otum) S (olvit) // AN NO / C (oloniae) (Norbae Caesarinae) CC1II. Traduciendo: Quinto Circio Cinio puso a la (diosa) Vic­ toria de César Julio Filipo, cumpliendo voto. Año de la Co­ lonia Norba Cesarina 204. De aquí infiere el epigrafista que la lápida debe pertene­ cer al último año del reinado del emperador Filipo el Arabe (249 D. J. C.) y que siendo 204 el año de la Colonia que consta en la inscripción, se deduce que Norba fué fundada el 45 antes de Cristo. Conclusión excelente, suponiendo que la difícil interpretación sea correcta y... olvidándonos de la Arimética. Si la lápida es de 249 y lleva la fecha de la Colonia 204 lo que se deduce es que la Colonia se fundó en 45 DES­ PUES DE CRISTO, fecha clamorosamente absurda para esta Colonia. Este es el peligro de las interpretaciones a fo rtiori y precipitadas. Lo más chocante es que Mélida (31) remacha después el clavo al hablar de Turgilium (se ha supuesto siempre que (81)

Catálogo Monumental de la Provincia de Cáceres. T om o I, pág. 88.


37 po r estar Trujillo cerca de Cáceres, la Colonia a que se refi­ riese la lápida, sería la Norbensis). Reproduce allí la inscrip­ ción de la iglesia de San Andrés, repitiendo punto por punto la interpretación y deducción de Fita y añadiendo por su cuenta «Respecto de la fecha cuyo cómputo hay que hacer desde el año 45 antes de Cristo, que fué cuando Julio César, vencedor de los hijos de Pompeyo en Munda, fundó dicha Colonia, es por tanto el año 204 de ella, el 249 después de Jesucristo, último del emperador Filipo, conforme lo razona y expone el Padre Fita». El seguir ciegamente a un autor, por prestigioso que sea sin analizar por sí mismo la cuestión, origina estas equivoca­ ciones que se perpetúan de pluma a pluma. N o existe, pues, tal fijación de la fundación de la Colonia en 45 antes de Cristo, mediante un grosero error aritmético. Seguramente la lectura de la lápida es arbitraria y carecería de valor probatorio hasta si el cóm puto a que se refiere Mélida resultase exacto. (32) Para D. Antonio Floriano, opinión inserta en su H istoria de Cáceres, comenzada a publicar en 1957 y obra que se ha de ver citada constantemente en estas páginas, por ser lo más completo y claro y lo de mayores garantías científicas que se (32) U na tercera versión de la lápida, su in te rp re ta c ió n y su c o n c lu ­ sión cronológicam ente errónea, la encontram os en C lo d o ald o N aranjo. Tm iiüo y su titira, T rujillo, 1922, pág. 47 y 48. O b ra m eritoria y d o c ta, pero de escasa dim ensión crítica, com o se d em u estra en este pasaje, a c e p ­ ta d o p o r tercera vez sin réplica, y en o tro s m uchos. T al p or ejem plo en el q ue recoge y a d o p ta la d esacred itad a especie de Castra Julia, com o nom bre rom ano de T rujillo, identificación co m p letam en te fan tástica y carante del m enor fun d am en to serio. N o existe ninguna p oblación hispanorrom ana que conozcam os, con el n om bre d e C astra Julia y a u n q u e exis­ tiera, no hay un adarm e de razón ni traza para atrib u irla a T rujillo, com o insinuam os en otras páginas.


38 ha publicado hasta la fecha sobre nuestra ciudad, la Colonia Norbensis Caesarina, desapareció en el siglo III abandonada po r sus moradores y ya no hay nada que decir de esta ciudad hasta la reconstrucción de la misma por los Almo­ hades. Sin duda la Historia española, la Historia tradicional y oficial está en este caso, como en cualquier otro, tan llena de fantasías, de fábulas aceptadas como hechos, de legendarios prodigios, y de etimologías infantiles, que, por reacción, cualquier autor algo escrupuloso, tiende a exagerar la asepsia de sus deducciones hasta el punto de hallarse a veces sin ma­ terial de estudio. Creo que tal es el presente caso y por eso no comparto esa idea de la desaparición inexplicable de Norba, de la cual, po r otra parte, hay vestigios posterioresFloriano establece tal desaparición para poder razonar el hecho de que el Itinerario de Antonlno (33) no mencione a la Colonia al llegar al sitio donde naturalmente había de estar, fijando en cambio, mansión en Castra Caecilia. Y luego tam ­ bién justifica el vacío durante las épocas germánica y árabe p o r el hecho de haberse demostrado la falsedad de las fá­ bulas del rey Alhá el Gami y las numerosas reconquistas de Cáceres por los leoneses. Pero el hecho de que sobre deter­ minada época no se hayan encontrado hasta ahora más que fábulas, no prohíbe el que posteriores investigaciones arrojen hechos ciertos o por lo menos científicamente probables. En la época en que se escribió el Itinerario dicho (hacia 200, si no es posterior) la ciudad romana de Cáceres existía aún, demostrándolo el pedestal marmóreo que se conserva (33) D ebería llam arse Itinerario de C aracalla. El nom bre d e Antoniniano o de An'onino ha originado en más d e un a u to r confusión cro n o ló ­ gica pues el em perador com unm ente así llam ado esA ntoninoPío(138-161).


39 en el Museo Provincial, con inscripción que nos dice sirvió para sustentar una estatua al emperador Septimio Severo (193-211) por iniciativa de los duunviros de una ciudad que no se nombra. Esta ciudad con duunviros habría de ser una Colonia romana y de no ser N orba tendría que ser Mérida. No se comprende muy bien cuándo y por que se habría de traer este trozo de mármol desde Mérida a Cáceres, donde las lápidas romanas emergen por todas partes. Esta piedra estuvo colocada mucho tiempo en la fachada del Palacio de G odoy (34) lo que explica que pareció en sus inmedia­ ciones (35). Es sin duda alguna muy raro—más raro que la rareza que quiere explicar—el que una ciudad importante y bien fortificada se despoblase sin más ni más en pleno período de paz y prosperidad. Por ello en estas líneas establezco mi dis­ conformidad con este despoblamiento de Norba y creo que

f

(34) Véase Sim ón Benito Boxoyo, Noticias Históricas de la muy noble y leal ciudad de Cáceres, m anuscrito de 1793, p u b licad o p o r el C o n d e de C anilleros «Biblioteca de E xtrem adura» C áceres, 1952, pág. 22. (35) La inscripción de esta lápida es com o sigue: IM P. CAESAR . LV C IO SEPTIM IO . SEVERO PERTINACI . A V G . P O N T . M A X . T R IB . P O T . II IM P. III C O S . II . P R O . C O S . P .P . O P T IM O . FO RTISSIM O PR O V ID EN TISSIM O Q V E PRINC1PI EX ARG. P . X . D . IV LIO . CELSO . ET L . PETR O N IO N I G . . . IIV . D . D . A ntes de ser em po trad a, se en co n trab a, en el siglo XVI en el barrio


40 subsistió hasta la época de los bárbaros y que en ésta o más tarde fué destruida por completo. Abona esto, aunque con muchas reservas, la leyenda de una moneda, acuñada en NORBA OPP1TANIA (36). No ten­ go noticia de ninguna otra N orba española que no sea la cacerense, por lo que, pese al cognomen Oppitania, distinto a Cesarina, parece lógico suponer que tal ceca estuviera radi­ cada aquí. La palabra Oppitania podría ser una denominación comarcal. La historia tradicional de estas regiones (37) nos cuenta que Leovigildo, en sus campañas contra su hijoHermenegildo, tom ó a Cesarea y más tarde a Mérida, regresando posterior­ mente a Cesarea que se había sublevado y a la que arrasó por completo. Así lo refiere con todo detalle Fernández G ue­ rra (38) sacando al parecer la especie del texto de una m o­ neda con la siguiente inscripción: BI

CAESAREA

IV

+

TO

LEOBELDUS

que interpreta así «Dos veces es justo Leobeldo (Leovigildo) en Cesarea» (39). de Santa M aría, o sea, no lejos de la casa de G o d o y A la collacion de Santa Mafia, en una casa p eq u eñ a según re p ro d u c e H ü b n er de C astro . Cfrs. CIL, II, 693. (36) Felipe M ateu y Llopis, La moneda española. Barcelona, 1946, p á ­ gina 78. (37) Entre o tro s au to res Publio H u rta d o Castillos, torres g. Casas tuer­ tes de la provincia de Cáceres. C áceres, 1927, pág. 68. (38) A. F ernández G uerra. Historia de España desde la invasión de los pueblos germánicos hasta la ruina de la monarquía visigoda. M ad rid , 1897, pág. 336. (39,) Según A ntonio Floriano Estudios de Historia de Cáceres, O viedo, 1957. T om o I, pág. 71.


41 Si no existen otras fuentes más explícitas, apenas es dable creer que de esta sola inscripción se deduzca la doble des­ trucción de Cesarea como muy atinadamente opina Floriano (40). La mención IV TO se encuentra en varias monedas visi­ godas y no parece referirse a ninguna destrucción y la palabra Cesarea debe referirse a la ceca de acuñador;. Lo primero que habría que hacer es examinar y estudiar con todo detalle la moneda, tarea a realizar por un especia­ lista prestigioso. Según ha tenido la amabilidad de explicarme in litteris D. Joaquín M. de Navascués, Director del Museo Arqueológico Nacional, esta pieza se encuentra en la H ís­ panle Society o f America y de seguir a Miles (41) lo que la leyenda dice es T O LEOBGLDVS BI CESARCA IV inter­ pretando el topónimo como Cesaracosta (Zaragoza). De todo esto se deduce que la famosa destrucción de N orba por Leovigildo no puede seriamente inferirse de aquí, siendo pocas las probabilidades de que la moneda se refiera a nues­ tra ciudad. Mayores visos tiene de ello la mención Norba Oppitania, pero no sabemos qué moneda la trae y hasta la fecha mis arduas gestiones para averiguarlo no han dado fruto. De haber existido realmente esta ceca, yo opino que cabe dedu­ cir de ella la existencia de nuestra N orba en tiempo de los suevos. Véase el siguiente dilema: O Norba Oppitania se identifica con Norba Cesarina o no. En el primer caso se de­ muestra él aserto. En el segundo, el hecho de agregar el cognomen Oppitania, demuestra que existía otra N orba de la que era preciso distinguirla. (4 0 )

L o e , cit.

(41) The coinage o[ the visigoths oí Spain, N ueva York, 1952, cita que me d a dicho profesor.


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Norba Cesarea vivió, pues, con grande probabilidad, por lo menos hasta Leovigildo, destructor de la monarquía Sueva. Ahora bien: las fuentes árabes hasta ahora conocidas no hablan para nada de Norba ni de Cesarea ni siquiera en las Geografías e Historias donde son citados muchos pueblos de menos prosapia: Alanje, Coria,. Montánchez,Trujillo, etc., etc. Nunca más se vuelve a hablar de la Colonia y en cambio en el siglo X encontramos en el mismo sitio un Q iz r a x (42). De todo lo cual se deduce que la desaparición de N orba tuvo lugar entre Leovigildo y la época califal. La ciudad pe­ reció en las luchas entre los últimos reyes visigodos o fué destruida durante la invasión árabe (si ya no fué el propio Leovigildo su destructor en sus guerras contra los suevos o contra su hijo, camino de Mérida, como quiere Fernández Guerra). La zona entre la sierra de Gata y el Guadiana fué duran­ te varios siglos tierra de nadie, región sujeta a continua ba­ talla y algarada, pero ello no implica una total despoblación o barrido absoluto de lugares habitados. En cualquier época que fuese destruida Norba, por lo menos quedó junto a sus ruinas un pequeño poblado con el nombre de Castris o Qázrix. Lo suficiente para que cuando los Almohades levan­ tasen la poderosa fortificación que conocernos, diesen al con­ junto el nombre que se conservaba, ignorando el antiguo de Norba, que ya se había perdido desde hacía siglos. Las anteriores nociones constituyen aproximadamente todo lo que sabemos acerca de la colonia Norba Cesarina en sí misma, (43) pero falta todavía demostrar una cosa que (4 D (43)

Véase la segunda p arte de esta o b ra El nombre de Cáceres. M ás ideas sobre este tem a pued en encontrarse en las citadas


43 hemos dado por supuesta: la situación de dicha ciudad ro­ mana sobre el solar del Cáceres actual. Las conclusiones toponomásticas en que se resuelve la segunda parte de esta obra, nos llevan, como se verá en su momento, a relacionar de un modo casi indudable el nombre actual de la ciudad con la voz latina Castris. Corno esta pa­ labra es un caso gramatical ciistalizado en épocas bárbaras, del topónimo Castra, nos encontramos con que, atendiendo a la etimología, Cáceres es heredero de una población llama­ da Castra. No nos apresuremos a menospreciar la enorme fuerza que tiene un argumento toponímico, fuerza que, a veces, su­ pera a cualquier otra razón en lo que toca a identificación de ciudades antiguas. La Arqueología, por ejemplo, sólo nos en­ seña que en lo que hoy es Coria hubo una población romana, sin especificar cuál. La Historia no nos aclara el enigma, antes bien lo oscurece, colocando el antiguo Caurium en un lugar muy distinto (44). Pues bien, lo que la Arqueología no aclara y la Historia confunde, la Onomástica lo deja patente como la luz del sol. Nadie puede dudar de que Coria fué la Medina Cauria de los árabes y antes la Caurium de los romanos. Volviendo a nuestro caso, encontramos que a mayor abundamiento, una de las mejores fuentes romanas que p o ­ seemos, el Itinerario antoniniano ^más adelante lo veremos con todo detalle) nos informa que la población llamada Castra era Castra Caecilia o Caecilii, fijándola a la distancia obras de A. G arcía Bellido, Las Colonias romanas de Híspanla y A. F loriano, Estudios de Historia de Cáceres. T am bién en el in teresa n te trabajo de F er­ nando Bravo Carta abierta sobre antigüedades cacereñaí , p eriódico «Extre­ m adura», 19 Enero de 1960. (44) T ablas de Ptolom eo. V éase capítulo siguiente.


44 de 46 millas de Mérida, que viene siendo el sitio donde hoy está Cáceres. Hay pues, que descartar toda duda de que Castra Caecilia estuviera junto al Cáceres actual, población a la que legó nombre. Establecido esto, surge una interrogación vibrante. ¿Qué hacemos entonces con Norba Cesarina, que en el momento presente viene siendo atribuida por todo el mundo al recinto de Cáceres? (45) ¿Habrá que emprender una nueva peregri­ nación a través de Extremadura para encontrar el emplaza­ miento de la noble Colonia que a lo largo de los siglos ha sido situada por los historiadores en los más distintos rinco­ nes de la alta Lusitania? Como vamos a ver en seguida, tal peregrinación no es necesaria. Hasta los albores del siglo XX la mayor parte de los autores situaban a Norba en Alcántara (46) sin tener para ello fundamento más firme que el suponer que junto al famo­ so puente debería de haber existido una famosa ciudad. Y se echaba mano de N orba porque, por otra parte, no se sabía a dónde colocar a esta última. No existe argumento de mediana fuerza en pro de esta tesis y en cambio, salen a su paso muy graves objeciones. l.°—En Alcántara no se sabe por fuente alguna que hu­ biese población romana de ninguna especie; pero, de haberla, sería sin duda una de las que corresponden a los once muni­ cipios que costearon el célebre puente y cuyos nombres fi(45) Esta afirm ación no es del to d o exacta. H ay en C áceres algunos jóvenes investigadores que d u d an de la ubicación de N o rb a en C áceres o la niegan sim plem ente. Como no han p u b licad o hasta la fecha sus c o n ­ clusiones, desconozco actu alm en te el origen o fu ndam ento de las mismas. (46) Por ejem plo, N ico'ás Díaz y Pérez, España: sus monumentos t¡ artes, su naturaleza e Historia. T om o Extremadura. Barcelona, 1887.


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guran en una de sus piedras: Igeda, Lancia Oppida, Lancia Transcudana, Talor, Interannia, Colarnium, Arava o Ara ves, Meidúbriga, Atábriga, Pesur y Bania. 2.° —El puente fué construido en el siglo II por colabora­ ción o escote entre dichos once municipios. Norba Cesarina se fundó en el siglo I antes de Cristo. Parece improbable que la Colonia no dispusiera de un puente para franquear el Tajo durante tres siglos y que hubiese de aguardar a que once p o ­ blaciones indígenas lo sufragaran para comunicar ambas ori­ llas del rio. 3.°—No existe, que sepamos, testimonio arqueológico legitim o que confirme la especie (47). Las antiguas colonias romanas son hoy importantes poblaciones: Sevilla, Córdoba, Mérida, Zaragoza, Barcelona, Ecija, etc., o por lo menos han dejado notorias ruinas que ayudan a situarlas en el mapa de España: Clunia, H ista Regia, etc. La Colonia Norbensis, im­ portante ciudad sin duda amurallada, no pudo sufrir una (47) La atrib u ció n de N orba C esarina a A lcántara o a Brozas es una p u ra invención de los cronistas de la O rd en A lcantarina, d o cu m en tad a (!) con supercherías del te n o r de ésta con que engañaron al franciscano P. C attaneo, enviándole copia de la siguiente lápida: RESP NOKBENSIS CURA ET IMPENSA AVITAE MODERAT1 A VITAE S U a F PO SU IT Se deducía de aq uí que el territo rio d e Brozas, ju n to al C am po de A lcántara, había aparecido una inscripción alusiva a una Respública Ñorbensis. Esta lápida la recogió M u rato ri en su Thesaaro de Inscripciones y pasó p o r au tén tica sucesivam ente en la sarta d e au to res d e C o n stan zo , C eán Berm údez, Viu, etc , etc., h asta que H ü b n er d em o stró que la tal lápida se había confeccionado zurcien do pedazos d e una a u té n tic a d e C aparra. V éase to d o lo que a este resp ecto dice el P. Fidel Fita en El Castro romano de Cáceres el viejo. BRAH, t. LIX, pág. 467.


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destrucción tan matemáticamente completa, que no dejase el menor vestigio de su existencia. 4.°— Si se admite la situación de Castra Caecilia junto a Cáceres, resulta algo difícil que fuese contribuía, como dice Plinio, de una ciudad situada a 60 kilómetros de distancia, siendo seguro que entre ambas habría varios pueblos. Casi todo esto mismo puede decirse de la atribución de Norba a Brozas, que no tiene apoyo arqueológico alguno. En cuanto a la hipótesis que la sitúa en Berzocana, parece la más disparatada de todas (48). No se ve ejemplo de que una C o ­ lonia romana fuera levantada en lugar tan agreste, inhóspito y apartado como el que ocupa este pueblo cacereño, en sitio de escasos aprovechamientos agrícolas y aislado de toda vía importante. Aparte de ello, tam poco hay restos arqueoló­ gicos con algún viso digno de tomarse en cuenta (49). De no admitirse la situación en Cáceres, el único lugar donde podríamos buscar a esta Colonia es Ibahernando, donde se encuentra una necrópolis romana d élas más impor­ tantes de la provincia y en cuyas inmediaciones es inconcuso que debió existir no pequeña población. No conozco hasta ahora a nadie que haya defendido esta hipótesis, pero en to d o caso, no es más que eso: una vaga hipótesis. Hasta el presente no se ha localizado el emplazamiento de la ciudad a (4S) Sigue esta hipótesis M iguel C ortés y López: Diccionario Geográ­ fico Artístico de la España antigua, M adrid, 1835, to m o I, pág. 207, y de aq u í seguram ente la tom aría M adoz que tam bién la incluye en su Diccio­ nario Geográfico, del cual ha sido hecha una edición con to d o lo relativo a Extrem adura, B iblioteca extrem eña, C áceres, 1955. (49) De las lápidas rom anas que hay descritas en la provincia de C áceres, solo una se ha hallado en Berzocana, cuan d o Cáceres, T rujillo, C oria, Ibahern an d o , etc., cu en ta n más de cu aren ta.


47 que corresponde la necrópolis de Ibahernando; y de las muchas lápidas sepulcrales que ha suministrado ésta, ninguna es explicativa en cuanto al nombre del poblado a que sirviera, sin que sea argumento el hecho de que gran parte de los cipos o estelas que allí se han encontrado, correspondan a individuos de nomen Norbanus, pues este caso es frecuen tísimo en cualquier lápida de esta parte de Extremadura. Hay que confesar que solo Cáceres presenta argumentos ds fuerza para erigirse en sucesora de la Colonia Norbensis, argumentos que centuplican en valor a cualquier otra h ip ó ­ tesis aparecida hasta la fecha. Veámoslo. Razones arqueológicas. 1.a—Las únicas murallas rom a­ nas de importancia que se conservan en la provincia y sus cercanías son las de Cáceres (50). Estas murallas hoy no p o ­ demos determinarlas con exactitud, pues sobre su emplaza­ miento se construyeron las árabes. Pero los vestigios romanos b ijo estas últimas replantean un recinto sensiblemente igual. Desde la torre del Postigo al torreón del ángulo nordeste que está levantado sobre varias hiladas de sillares romanos, hay 320 metros. Desde aquella misma torre al Arco del Cris­ to, 260 metros. Las dimensiones corresponden a una ciudad no muy grande (Norba no era capital de convento jurídico en Lusitania) pero sí de suficiente estadía y noble abolengo que podía contener unos 3.000 habitantes sólo entre sus muros, sin contar arrabales. 2.a—Cáceres es el único sitio en cuyas inmediaciones se han encontrado bellas esculturas romanas, indicadoras de una floreciente ciudad. Las únicas excepciones son Talayera la (50) cación.

N o co n tan d o las de Coria, d o n d e no hay problem a d e id en tifi­


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Vieja, donde está aceptado por todos la ubicación de AuguStóbriga, Cápera, cuyo nombre se ha conservado casi invaria­ blemente hasta hoy, y Coria, en las mismas condiciones. 3.*—En 1794 se encontró por el cuidadoso y docto Simón Boxoyo, en el patio de una casa de la Puerta de Méridav una lápida con la inscripción COL.

NORB.

CAESARIN.

Esta lápida, por sí sola «decide la cuestión», como dice Hübner. Hoy por hoy se ignora su paradero, pero sería te ­ merario dudar de su existencia, citándola tan respetables per­ sonajes como Boxoyo y Masdeu y habiéndola registrado Hübner en su Corpus (51). 4.a—Es muy conocido el pedestal de mármol que se con­ serva en el Museo Provincial, con inscripción que nos habla de la estatua que hubo de soportar, con efigie del emperador Septimio Severo, dedicada por los duunviros de la ciudad Julio Celso y Petronio Niger (52) y que hemos transcrito y comentado páginas más atrás. Aunque no esté expresamente dicho, hay que suponer que estos duunviros sólo podían figurar en una importante población auténticamente romana y es difícil que fuera otra que Norba. 5.a—La inscripción hallada en 1930, al derribar una parte de la muralla árabe, debajo de ésta y formando parte de una puerta romana, la cual reza así:

(51) CIL, volum en II, núm . 693. (52) J. R. M élida. Catálogo Monumental de la Provincia de Cácerest M adrid, 1924. T om o I, pág. 73.


49 [LJ CORNELIO BALBO IMP. C. NORB. CAESAR. PATRONO es verdaderamente concluyente y ésta sí que decide la cues­ tión, sobre todo unida a los vestigios antecedentemente ex­ puestos. (53) Argumento histórico.—Las tablas de Tolomeo (una de las tres únicas fuentes romanas indudables que poseemos) dan para Norba Caesarea una situación que coincide exacta­ mente con Cáceres. Véase el capítulo siguiente, donde se razona con varias consideraciones y un mapa la ubicación dicha. Argumento geológico.—Indiscutibles las atribuciones de dos de las lápidas antes mencionadas y casi segura la otra, a la Colonia Norba, es verdaderamente absurdo pensar que hubiesen sido traídas a Cáceres desde Alcántara, Brozas, Ibahernando, etc. Ni los visigodos, ni mucho menos los árabes, hubiesen traído sillares de granito de tan lejanas comarcas a un sitio como Cáceres, a poca distancia del cual se encuentran enormes batolitos de esta clase de roca. Los almohades re­ construyeron las murallas echando mano de lo que tenían a pie de trabajo y completando con manipostería, tapial o ladrillo. Si estas lápidas no fueron traídas para construcción, ¿con (53) H ablan de esta lápida, q u e se en cu en tra hoy en el A yuntam ien­ to d e C áceres, A. Floriano: Cáceres ante la Historia, C áceres, 1931; el mism o au to r: Estudios de Historia de Cáceres, O viedo, 1957, to m o I, pág. 46. Y ú l­ tim am ente A. G arcía y Bellido: Parerga de Arqueología y Epigratía HispanoRomanas. Archivo Español de Arqueología, 1960, pág. 186.

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50 qué objeto lo habrían sido? ¿Por amor al arte o a la cultura, en épocas bárbaras en que no existía noción de la A rqueo­ logía?... El argumento del acarreo no tiene defensa. La Colonia Norbensis Caesarina es el actual Cáceres gótico. Esta afirmación creo que puede colocarse sin escrúpufo en el acervo de lo científicamente demostrado y sin po­ sible discusión. (54) (54) N o está dem ás a n o ta r que los más re'evantes histo riado res y especialistas en H istoria Clásica, colocan a N orba en C áceres sin la m enor vacilación. Cfrs. A. G arcía y Bellido Las Colonias romanas de Hispania, ya citada, pág 478 T am bién La península Ibérica en los comienzos de su Histo­ ria, del mismo a u to r e igualm ente citada. P. Bosch G im pera y P. A guado Bleye La comjuista de España por Roma en Historia de España p o r M enéndez Pidal, to m o II, pág. 2 t4 . La a trib u ció n to m ó valor científico hace ya m uchos años, a p artir de H übner, quien d ed icó a esto mismo un trabajo: Situación de la Antigua Norba. Boletín de la R. A. de la H istoria, to m o I, 1873, pág. 96; y tres p á ­ ginas en la m onum ental obra C O R PU S IN SC R IPTIO N U M LATINARVN (CIL). Berlín, 1869, to m o II, pág 81 y ss.


IV LA LUSITANIA DE P T O L O M E O Com o es sabido, el astrónomo griego Ptolomeo, escribió hacia 150 después de J. C., unas tablas de ciudades y otros accidentes geográficos del mundo entonces conocido, agre­ gando al topónimo en cuestión las coordenadas terrestres de su situación según el cóm puto entonces en uso. Estas tablas son de un valor inapreciable por constituir una de las escasas fuentes donde podemos reconstituir algo del mapa de la Es­ paña romana, deduciendo con cierta aproximación el empla­ zamiento de bastantes localidades de aquella época. He creído conveniente ilustrar esta obra con un mapa de Lusitania, compuesto según las indicaciones de las tablas y sacan­ do los valores numéricos de la valiosísima obra de A. García y Bellido La península ibérica en los comienzos de su H is­ toria, ya citada. (55) Este mapa tiene sólo una exactitud aproximada y no es, desde luego, superponible a un mapa moderno. En las tablas Tolemaicas que han llegado a nosotros—como en cualquier obra clásica parecida—hay que contar con errores, que para nosotros ahora son de dos clases: Unos de orden sistemático provenientes de lo defectuoso de los instrumentos de la (55) E stam pa 43, pág. 267 d e dicho libro, sacada de las T ablas d e Ptolom eo, cap. V, libro II.


época, de lo primitivo de los métodos y de las concepciones al uso. N o teniendo una idea de la magnitud de la Tierra, tan precisa como la que hoy tenemos, los grados de Ptolomeo no son iguales a los de los modernos atlas. Otros errores son de orden accidental, propios de las alteraciones que han sufrido las sucesivas copias en que tan remotas obras han llegado a nuestros días. Ambas clases de errores aparecen claramente en el mapa que he dibujado, reproducción gráfica de las Tablas en lo que atañe a Lusitania. A causa de los primeros, la situación de las ciudades, costas, etc., sobre el mapa, es sólo aproxi­ mada con gran tolerancia. Los segundos, en cambio, originan enormes disparates. Véase, por ejemplo, la situación absurda de Caurium. al Sur del Tajo y la de Augustóbriga, en un lugar que caería en la provincia de Sa'amanca, cerca de Las Ba­ tuecas, mientras su ubicación geográfica real, sobre el Tajo y cerca del límite de la Tarraconense, está ocupada por Obila. Estos emplazamientos absurdos son sin duda consecuencia de interpolaciones o intercambios en las copias, a menos que el error estuviera ya en las fuentes que usó Ptolomeo, cosa poco probable, dada la escrupulosidad de este sabio, pero posible al fin y al cabo. A pesar de esta falta de exactitud, las Tablas y el mapa que de ellas se saca son inestimables como auxiliares, pues Si bien no hay certería en la situación geográfica de cada p o ­ blación, la posición relativa entre ellas y con respecto a los accidentes diversos es muy semejante a la auténtica, según puede comprobarse por las atribuciones que conocemos de un modo fijo. Obsérvese la gran aproximación con que están señalados Emérita, Metellina, Turmogon (Túrmulus = Alconétar), Capara y Salmantica, Pues bien, en este mapa, como


Figura V

M A P A DE LA P R O V I N C I A DE L U S IT A N IA , según ias c o o r d e n a d a s g e o g r á f ic a s de las t a b la s de P to lo m e o.



53 está a la vista, la situación de Norba Caesarea, cae con rara exactitud sobre el Cáceres actual. Encuentro verdaderamente extraordinario que nadie se haya tomado este pequeño tra­ bajo de reconstruir el mapa de Ptolomeo, por lo que respec­ ta a nuestra región. De haberlo hecho, no se habría tardado tantos siglos en atribuir Norba a Cáceres, ni hubiera habido que esperar a que un sabio alemán viniese a puntualizarlo. Sólo Ulloa y Golfín, erudito de espíritu crítico muy superior a su época, reivindica decididamente esta atribución y preci­ samente fundándose en las tablas Ptolemáicas que sus suce­ sores hasta 1880, desconocieron a lo que parece. (56) Ya se ha dicho en el capítulo anterior que esta fuente clásica de Ptolomeo, proporciona uno de los argumentos más fuertes para la hipótesis, cada día menos discutible, de la identificación de N orba con Cáceres. Por sí mismo, evidente­ mente, no tiene valor conclusivo, pues podría haberse venido a colocar dicha Colonia en lugar tan disparatado como lo está Cauríum, por causas ya explicadas. Pero unido a las p o ­ derosas deducciones de orden arqueológico e histórico que poseemos, esta ubicación cartográfica adquiere visos netos de exactitud y todas las razones trabadas dan a la hipótesis una contextura verdaderamente granítica. (56) Memorial de la calidad y. seivicios de la casa de D. Alvaro Francisco d t Ulloa, GolUn y Chaves, libro co ntraseñado p o r Josef d e Pellicer y a tri­ buido, al m enos en sus d ato s y co n ten id o , a D . P edro d e Ulloa y G olfín.


*


V EL PROBLEMA DE CASTRA CECILIA Dem ostrado que Cáceres está edificado sobre el antiguo solar de N orba Cesarina y no sobre el de Castra Cecilia como de antiguo se creyó siempre (57), queda resuelto un difícil problema, pero al mismo tiempo se suscita otro nuevo. ¿Dónde poner, pues, a Castra Cecilia? ¿Cómo conciliar las evidentes relaciones toponímicas que ligan a esta población con Cáceres y que, como veremos, son de naturaleza muy robusta, con lo que acabamos de decir sobre Norba? Demostrada por Hübner, como se ha dicho en el capí­ tulo anterior, en el último tercio del siglo XIX esta ubicación de Norba, los historiadores nacionales y regionales hubieron de buscar sitio para Castra Cecilia y no tardaron mucho en encontrar solución. A tres kilómetros al nordeste de Cáceres, en el camino de Torrejón el Rubio, había una finca llamada Cáceres el Viejo donde se encontraban de vez en cuando restos romanos. El historiólogo alemán Adolfo Schulten, rea­ lizó en 1910 y más tarde de 1927 a 1930, importantes excava­ ciones en este lug*r, descubriendo un campamento romano completo de los tiempos de la República. Una parte de los numerosísimos objetos hallados fueron a parar al Museo de (57) Sobre la bibliografía de esta a trib u ció n , se habla pro fu sam en te en la segunda p arte de esta obra.


56 Cáceres, donde actualmente se pueden ver. La opinión de los doctos coincidió en que este campamento se databa en la época de las guerras sertorianas, atribuyéndose a la tropa que para sojuzgar al rebelde caudillo romano, comandaba el procónsul Q uinto Cecilio Metelo, último de los grandes ge­ nerales romanos así llamados. La fundación de Castra Cecilia se atribuyó siempre a este último, así que no quedó, al pare­ cer, duda de que este vicus subordinado a Norba, según Plinio, se halló en el mismo sitio que el campamento excava­ do por Schulten. A esto cabía añadir que la Vía Lata en el trazado favorito de los historiadores antiguos, contorneaba la actual Cáceres por el Este y el NE., pasando muy cerca de la dehesa de Cáceres el Viejo. No había más que suponer que dicha calzada romana se prolongaba hasta esta última, saliendo desde allí en dirección al Casar de Cáceres y a Alconétar, donde se encuentran rastros fidedignos de aquélla. Esta plausible hipótesis, al lado de varios aspectos razo­ nables, presenta algunas dificultades bastante serias. Una de ellas es la siguiente: ¿Por qué en el Itinerario Antoniniano, al describir la vía Mérida-Salamanca o Vía Lata, que, como ve­ mos, pasaba por Norba Cesarea, no se menciona a ésta y en cambio se va un par de millas más allá a establecer una man­ sión en Castra Cecilia, o sea, Cáceres el viejo? La segunda dificultad deriva de las conclusiones que v e ­ nimos sacando de este trabajo y que el lector verá minuciosam eite explayadas más adelante. Siendo Q ázríx el nombre árabe d i Cáceres y siendo el equivalente lingüístico latino de esta voz la palabra Castris que corresponde precisamente a la mención literal Castris Caecilii del Itinerario de Antonino, era necesario que este Castris estuviera junto a Cáceres, para que este último heredara el nombre de aquél. Y el campamento


57 romano de Cáceres el Viejo, que queda a tres kilómetros largos del recinto fortificado, no parece el sitio más indicado para una población cuyas ruinas sirvieron para dar nombre a dicho recinto cuando éste fué reconstituido. Hay, pues algo que no marcha bien en el engranaje de esta hipótesis y vale la pena de gastar algún tiempo y trabajo en examinarlo, ya que, en procedimiento histórico correcto, no se pueden dejar las cosas prendidas con alfileres, por lo menos hasta haber apurado todo lo posible los caminos que estén a nuestro alcance. En el territorio de la Colonia Norba, se encontraban dos pueblos dependientes de la misma, cuyos nombres eran, en tiempos de Plinio, Castra Caecilia y Castra Servilla. (58) Ambos poblados eran de origen militar, formados al calor de los campamentos por los habitantes del país que daban o in­ tercambiaban suministros a la guarnición y a veces, por las mismas familias más o menos legítimas que los legionarios formaban. Abandonados los campamentos, el caserío o ca­ ñaba se iba aumentando con los restos de las edificaciones y enseres y poco a poco se formaba una aldea o villar que con­ servaba generalmente el nombre que había llevado el cam­ pamento. El de Castra Cecilia, se atribuye, ya lo hemos dicho, al general Cecilio Metelo y a las guerras de Sertorio (año 79 a de C.) El de Castra Servilia, unos suponen fuera establecido por el pretor Quinto Servilio Cepión, durante las guerras contra Viriato (hacia 139 a de C.) y según otros el nombre está tomado de una de las legiones del ejército de Metelo, Legio Servilia. (59) (58) Plinio. Historia Natural. Libro IV, 117. (59) Publio H u rtad o . Castillos, turres y. casas fuertes de la provincia de Cáceres. C áceres, 1927, pág. 331.


58 El complemento a la brevísima cita de Plinio (60) única geográfica que poseemos donde vengan mencionadas estas dos poblaciones, es el Itinerario de la Vía Lata, fechado en tiempos de Antonino Caracalla (196-217) y que corresponde al camino que iba de Mérida a Salamanca, prolongándose después hasta Zaragoza. Reproduzco ya aquí el trozo de itinerario que nos inte­ resa, con las distancias de cada mansión a la anterio. MERIDA 2.a mansión AD SORORES 3.a CASTRIS CAECILII . . . 4.a T U R M U L U S ................. 5.a RUSTICIANA................. 6.1 CAPARRA........................ 7.a C A EL IO N IC C O ............. 8.a AD L I P P O S ................... 9.a S E N T I C E ........................ 10.a SALMANTICE .............

26 millas 20

20

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TI TI TI 15 24

— — — — -

Desde Salmantice, el camino subía hasta Zamora, des­ viándose luego hacia Simancas, Segovia, etc., hasta Titulcia, donde tomaba la dirección natural de Zaragoza. (61) (60) La cita co m pleta es com o sigue: «Las colonias (de L usitania) son: A ugusta Emérita, sita ju n to al rio Anas y la M etelinensis, la Pacensis y la N orbensis, cognom inada Caesarina, de la que son co n trib u tas C astra Servilia y C astra Caecilia*. Loe. cit. (61) H e to m ad o la versión del Itinerario que da G arcía y Bellido en su obra La península Ibérica en tos comienzos de su Historia; ya citada. En otras versiones se lee para la 7.a mansión Caecilio Vico y para la 10.a Salmatice. V éanse otras versiones del Itinerario en A ntonio Blázquez, Nuevo


59 O tra mención, cuya independencia respecto de la an­ terior no ha sido puesta en claro, es el anónimo de Ravena (Ravennas Geographus) que en la descripción de España da una serie de ciudades que evidentemente forman itinerario, de esta manera: Salmantica Sentice Appos Colorium Cappara Rustiana Turmulum Castris Sorores Augusta Mérita (62) El Anónimo de Ravena está escrito en el siglo VI. Los nombres presentan algunas variaciones con respecto al Itine­ rario Antoniniano, que no sabemos si son descuidos de copia o se deben a que efectivamente aquéllos habían evoluciona­ do. Nótese que S ü m á n tica está más exactamente escrito, o mejor dicho, en más evolucionada versión que en el original estadio del Itinerario de Anlonino, B. de la R A cacem ia de la H istoria, t. XXI, 1892, pág. 73. H ov día creen algunos que este d o cu m en to es del tiem po d e D iocleciano y adem ás no tiene carácter oficial, tratá n d o se sólo de los ap u n tes d e un viajante; esto explicaría los errores en algunas d s ta n c ia s y las v a­ riaciones de nom bres. V ide Virgilio Bejarano, Fuentes antiguas de Sala­ manca, Salam anca, 1955, pág. 110. (62) El tro zo re p ro d u cid o está tom ado de Virgilio Bejarano (obra citada) quien an o ta rep ro d u cirla de la edición Ravennalis Anony.rni Cosmographia de P in d er-P arp h ey .


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antoniniano. Lo mismo podríamos decir de Mérida y quizás de CASTRIS. Todavía existen vestigios de una tercera versión de algu­ nas vías dé! Itinerario, entre ellas, la que nos interesa, desde Asturias a Mérida, en unas téseras de barro que aparecieron en casa de un coleccionista de Cangas de Tineo. (63) De estas téseras, todas m uy troceadas y a falta de fragmentos, la que se refiere a la antedicha vía en el trayecto SalamancaMérida, contiene las siguientes inscripciones fragmentarias: Sal .. ................ XI S e n t ............... A dli............... C a e c ............... C a p a r a ........... Rusticiana . . . Turmulus . . . X Castris C a e . . . Ad Sorores .. E m é r ita ......... Las letras y cifras que faltan corresponden a huecos en la reconstitución de la tésera. Dice el articulista que las dis­ tancias entre mansiones que figuran en estas piezas de barro, no coinciden con las del Itinerario de Antonino, del cual pa­ recen exactamente tomadas las menciones. La distancia de Rusticiana a Turmulus, única que podemos ver en nuestra tésera, es aquí de 10 millas y de 12, según el Itinerario. Pero tampoco podemos saber si después de esta X han desapare­ cido dos I. (63) Véase A ntonio Blázquez Cuatro téseras militares. Boletín de la R. A cadem ia de la H istoria, tom o LXXVII, pág. 104.


61 Si estas inscripciones muebles son auténticas tendríamos una edición más del famoso camino y una nueva mención de nuestra Castris Caecilii, aunque ignorándose la fecha a que referirla. Dos cuestiones, íntimamente ligadas una a otra, ha de proponerse quien se enfrasca en la historia del Cáceres ro­ mano. Primera: En qué sitio estaban emplazadas exactamente N orba Cesarina, Castra Cecilia y Castra Servilia. Segunda: Por qué puntos pasaba, también exactamente, la Vía Lata. Estando aquellas poblaciones, según todas las conjeturas si­ tuadas en la Vía o próximas a ella, el problema, como se vé es único. Los sucesivos trabajos y noticias de Viu (64\ Ponz (65), Paredes (66), Blázquez (67), Floriano (68), Hübner (69), Schulten (70) y algunos más, han dado como consecuencia el fijar, tras algunas vacilaciones y con algunas variantes, el trazado de la Vía Lata del siguiente modo: Desde Mérida, sensible­ mente por donde pasa la carretera actual (es de notar que las grandes carreteras actuales son herederas geográficas de las principales vías romanas) hasta el Puerto de las Herrerías, paso único, y en cuyo sitio hay vestigios de la calzada. Sigue después igualmente cerca o por el mismo sitio que la carre­ tera hasta la primera mansión Ad Sorores, que se fija en la dehesa de Santiago de Bencáliz, un kilómetro al norte de (64) José Viu. Extremadura. Coleccion de sus insa'ipciones y. monumentos. M adrid, 1852. (65) Viaje de España, 1784, ya citado. (66) Ongen. del nombre de Extremadura Plasencia, 1856. Pág. 81 a 88. (67) Via Romana de Mérida a Salamanca. BRAH, t. LXI, pág. 101. (68) Estadios de Historia de Cáceres, t. I, pág. 56. (69) CIL, su plem en to . (70) Stríoritts. Barcelona, 1949.


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Casas de Don Antonio, en unas ruinas romanas que describe V iu .(71) , A partir de aquí seguimos la misma dirección Sur-Norte hasta a’canzar el puente viejo sobre el Salor, y que según Floriano, (72) es romano y reedificado en el siglo XVIII. Fran­ queado este río, se sigue la carretera o un cordel muy cer­ cano a ésta hasta el puerto del Trasquilón y de aquí, por una cañada que atraviesa el plano de las Camellas, se acercaba la vía al Arroyo de la Rivera, por cuya margen seguía, bordean­ do el hoy casco viejo de Cáceres y entonces Norba Cesarina. A partir del Vadillo, dicc-n algunos autores, no todos, la vía tomaba dirección N. E hasta el emplazamiento de la dehesa de Cáceres el viajo donde Schulten ha excavado sistemática­ mente el campamento romano. Pasado éste cambiamos brus­ camente de rumbo hacia el N. O. yendo a buscar las inme­ diaciones del pueblo del Casar, donde se encontró la co­ lumna miliaria L1I (73). Más tarde y por un camino que baja en dirección Norte hacia el Tajo y que aun se ilama en los mapas Camino de la Plata, se llega a parajes donde la calzada romana se advierte claramente. Siguiéndola, llegamos al Almonte. Hay discusión acerca del sitio donde estuvo el puen­ te sobre este río que se cruza un poco antes de su desembo­ cadura en el Tajo, bajo el castillo de Alconétar y frente al gran puente derruido del mismo nombre, de fábrica asimismo romana. En este sitio estaba la tercera mansión de la Vía, de­ nominada Turmulus. De todas estas localizaciones, hay algunas que tienen (71) (72) (73)

O b. cit. pág. 76. Estudios. .. F. pág. 58. M élida. C atálogo... Pág. 51, tom o I.


63 grandes visos de certidumbre: el paso por el Puerto de las Herrerías, la mansión Ad Zorores (74), el puente del Salor, la columna del Casar y el trozo final del camino de la Plata con la mansión de Turmulus. El resto se funda sólo en con­ jeturas y carece de confirmación arqueológica. Cáceres y su perímetro urbano actual se encuentran asentados sobre un valle alto o n a v a —para emplear este cas­ tizo término ibérico—que se apoya en cuatro ondulaciones o colinas. La primera de ellas es la histórica acrópolis donde estuvo emplazada la Colonia Norbensis Caesarina (consúltese el croquis) y más tarde la fortificada H ízn Qazrix. La altura máxima de esta colína es, en la plaza de San Mateo, de 459 metros ¿obre el nivel del mar. Frente a ella, al N. O. y tras un espacio casi horizontal (Plaza Mayor y Concepción) el te­ rreno sube suavemente hasta alcanzar la cima de un cabezo redondeado que de antiguo se llama Peñarredonda. Esta es 741 La mansión Ad Sorores tam bién ha sido o b jeto de m uchos e s ­ tudios y conjeturas (Ver V Paredes, *Origen del nombre de £.» pág. 87, o bien R. G arcía Plata de O sm a «EZ Norte de Extremadura», 13 de Junio 1911) no para discrim inar su ubicación, sino el significado del topónim o. Se han b uscado por allí dos ciudades, dos m ontañas, etc. En mi o pinión los e p í. grafes del Itin era rio q u e están en acusativo p reced id os de AD (A d Sorores A d Lippos, etc.) eran m eros en tro n q u es de d o n d e p artían cam inos se c u n ­ darios que iban a los p ueblos así llamados. Si Sorores h u biera estad o en la calzada, vendría este no m b re en ablativo com o casi to d o s los d e las dem ás m ansiones y diría Sororibus com o más ad ela n te dice Castris. Esto no im pide qu e en tal en tro n q u e hubiera algunas ventas que sirvieran de a l­ bergue o m ansión y aún un poblad o , form ado p o sterio rm en te. El n o m b re Sorores, seguram ente obedecería a que originariam ente habría p o r allí alguna villa p ro p ie d a d de dos herm anas (o de varias). Esto parece m ás n a ­ tural qu e no su p o n er q u e p o r m etáfora se diese este títu lo a dos a c c id e n ­ tes geográficos gem elos. C laro que no tenem os confirm ación alguna y p o r tan to , cada cual p u ed e im aginar la tesis que guste.


64 ia segunda colina, un poco más alta que Cáceres puesto que sobrepásalos 465 metros y se prolonga ligeramente hacia el Norte, formando un espolón de altura análoga, que es el Pa­ seo Alto. Finalmente, otra derivación hacia el Sur de estos leves accidentes orográficos forma el cerro de Peña Aguda, de 472 metros de elevación, con el puntiagudo peñasco que le da nombre, que pronto será cubierto por las edificaciones que en esta zona van surgiendo profusamente. Rodeando la Nava en semicírculo por las partes Este, Sur y Oeste, hay tres que son grandes para llamarles cerros y pequeños para serranías. La Montaña o Sierra de Mosca, por el sudeste, cuya altura máxima (Portanchito) tiene 644 metros; la llamada Sierrilla, al Oeste, con 523 metros de cota y finalmente por el Sur, el cerro de los Romanos y los oteros de Santa Ana y San Benito, con alturas del orden de los 550 metros. Para entrar en esta Nava por el Sur, hay dos caminos: uno el ya citado puerto del Trasqui'ón, por donde lo hace la actual carretera de Mérida y otro el que pasa por AldeaMoret y es el que emplea el ferrocarril. Igualmente, querien­ do salir en dirección al Norte, hay otros dos caminos que marcan dos arroyos o riachuelos que racen entre las sierrillas cercanas: la Rivera del Marco, más comunmente llamada Ri­ vera a secas (a veces mal escrito Ribera), por el Este, y el arroyo de Aguas Vivas, al Oeste. De los cuatro caminos, los dos orientales son los elegidos por la hipótesis más común para dar entrada y salida a la Vía Romana, pero no está d e ­ mostrada la imposibilidad de que lo fuera uno o los dos que discurren por el Oeste. Sentados estos pormenores históricos y geográficos, en­ tremos en el nudo de la cuestión.


65 Durante algún tiempo albergué el convencimiento de que en el lugar de Cáceres el Viejo (75) no había existido jím ás otra cosa que un campamento romano de efímera d u ­ ración, puesto que según decían algunos libros antiguos y modernos las excavaciones no habían suministrado dato al­ guno posterior a la República romana; de ser cierto esto, era claro que los vici Castra Cecilia y Castra Servilia, que p erdu­ raron por lo menos hasta el siglo II después de Cristo que es cuando menciona por lo menos uno de ellos el Itinerario, p o d í’.n haberse hallado en cualquier sitio de la comarca ex­ cepto en Cáceres el Viejo. Pero al reorganizar el Monetario del Museo Provincial de Cáceres, encontré que entre las monedas que Adolfo Schulten entregó a este establecimiento después de sus exca­ v a d o íes, junto cor. otros muchos materiales, se encontraban grandes bronces de Augusto, de Antonino Pío, de Faustina II, de Decio y de Gordiano III, a más de pequeños bronces de fecha tan tardía como para llevar las efigies de Constantino II y de Teodosio (76). El poder demostrativo de un yacimiento numismático, encontrado in situ y mediante excavaciones, es enorme y ya no puede haber duda de que sobre el campa(75) Según M élida (Catálogo. . . to m o I, pág. 66) este cam pam ento se en cu en tra «en el llano, al pie y al S.E. de C áceres». D ebe decir al N. E. Esta, com o casi to d as las citas cardinales de M élida en C áceres, está equivocada, sin d u d a d eb id o a que trab ajó sobre un plano o carta d e la c iu d ad mal orientado. Así p o r ejem plo, las to rres R edonda y D esm ochada las sitúa al N . O . y S. O . del recin to am urallado 'p á g . 331) c u an d o en realidad están al S. O . y S. E. respectivam ente. Lo curioso es que casi to d o s los autores posteriores rep iten la m ism a equivocación, m o stan d o h aber to m ad o este d a to de dicha fu en te sin la d eb id a com probación. (76) C arlos Callejo. La colección mon.tta.ria del Museo de Cáceres. C á ­ ceres, 1957.

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mentó abandonado y en sus alrededores se fué formando un poblado que perduró varios siglos. ¿Qué poblado fué? Tam poco puede haber duda de que se trata de uno de los dos que menciona P.inio en esta co­ marca: Castra Cecilia o Castra Servilla, pues lo está diciendo a las claras el nombre de ambos, indicativo de su origen campamentario. Examinemos las posibilidades de las dos: A) Castra Cecilia.—Esta es la opinión que podríamos llamar clásica. Com o acabamos de ver, los autores modernos la adoptan sin vacilar (77) siguiendo a Schulten que, termina­ dos sus trabajos de excavación publicó varias obras (78) en las que sostiene esta identificación sin aducir pruebas irrecu­ sables, como advierte juiciosamente Corchón (79). De ser ciertas estas hipótesis, Castra Cecilia estaría, na­ turalmente en Cáceres el Viejo. ¿Y Castra Servilia? Podría estar en el sitio de Santa Olalla, donde todos los historiado­ res antiguos sitúan una gran cantidad de hallazgos de la época romana. O en las inmediaciones de Cáceres, en la zona del Marco o en San Blas, sitios igualmente muy fecundos en hallazgos. O finalmente, en otro sitio que no corresponda a ninguno de los citados, como por ejemplo, en Casas de Millán (80). (77) Vide Floriano, Estudios.. . t. I, pág. 63. (78) Por ejem plo: A. Schulten, Castra Caectlia. Ersttr Bericht Arch'áolotjischer Anzeixeger, 1928. (79) J. C orchón. Veteirima inltr 'Norbensia. M adrid, 1954, pág. 11. Bi­ bliografía. (80) En C asas de Millán hay un castro celtibérico y al parecer, un cam pam ento rom ano. Han sido excavados som eram ente p o r Fray En­ rique Escribano, O . F. M. y explorados p o r A. Sánchez Paredes. Véase


67 En todos los casos nos encontramos con inconvenientes, ya insinuados más atrás. Si Servilia estaba en Santa Olalla, la Vía pasaba por junto a Norba sin nombrarla; y por otra parte nos quedamos sin saber por qué el lugar donde ahora está Cáceres se llamaba ('aslris. Si Servilia estaba en o junto al actual Cáceres, queda explicado el segundo enigma pero se agrava el primero, pues la vía pasaba por Castra Servilia y junto a Norba Cesarina, sin mencionar a ninguna y se iba a establecer mansión tres o cuatro kilómetros más lejos, en Cáceres el Viejo. Antes de pasar adelante, he de hacer una necesaria acla­ ración. El lector estará de fijo in mente pensando en este t o ­ pónimo Cáceres el Viejo que venimos repitiendo tanto y p re ­ guntándose qué relación podrá tener con el problema. Efectivamente, a cualquiera se le ocurre que este nom­ bre geográfico es altamente explicativo—significativo, dice Mélida—(81) con respecto a que en aquel sitio hubo un viejo Cáceres. Sin embargo Flcriano, (82) siguiendo el parecer de P. Hurtado, nos dice que este nombre no interviene en la cuestión, puesto que esta finca se llama así por haber sido propiedad de un tal Gonzalo de Cáceres, a quien se llamó el Viejo, para distinguirlo de otro homónimo suyo apcdado sin duda el Mozo. El Conde de Canilleros rechaza este versión por motivos de índole genealógica y a mí me parece extre­ madamente especiosa por otras razones y no la crearé hasta que me muestre alguien alguna prueba documental de la misma. Es por demás sospechoso y exageradamente casual que el trab ajo de este últim o A campo traviesa. De paso por el puerto de los Cas­ taños. Periódico «Extrem adura» 11 enero 1962. Cfr. n o ta pág. siguiente. (81) M élida. Cat. Moti T om o I, pág. 60. (82) Estudios. . . pág. 60, o m ejor Guía de Cáceres, citada, pág. 32 n o ta.


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a poca distancia de Cáceres encontremos un topónim o «Cá­ ceres el Viejo» y no tenga ninguna relación con la ciudad in­ mediata. Además, en otro sitio de ls provincia y en el término de Casas de Millán, hay un castro en otra finca que también se llama Cáceres el Viejo. ¿Debe suponerse aquí otra propie­ dad de D. Gonzalo de Cáceres? Es más concoide a la lógica pensar que el sitio donde estuvo el campamento se llamó tradicionalmente Castra o Castris y que este nombre, conser­ vado por los árabes en Cazris, ha servido para denominarlo, lo mismo que a Cáceres «el Nuevo». Dicho de otro modo que, allí hubo una Castra Cecilia o Servilia, cosa que, por lo demás, todo el mundo admite. El «Cáceres el Viejo» de Casas de Millán, es un caso análogo. Sin duda hubo allí otra población con el nombre de Castrum o Castra y el lugar conservó, más o menos desfigu­ rado, el nombre. El pueblo ha llamado a entrambos sitios «El Viejo» para distinguirlos de la población de Cáceres (83). Por lo que respecta a los Cáceres del Sur, es sugestiva la teoría esta: Un Castra, Cecilia o Servilia, en el campamento; otro Castra, Servilia o Cecilia, junto a las ruinas de Norba. Entrambos pasan al árabe como Qázrix = Cazris — Cáceres. Uno de ellos, se reedifica; el otro se arruina. El pueblo llama po r el nombre antonomásico al reedificado y «Cáceres el Viejo» al ruinoso. B) La población romana que estuvo donde hoy Cá­ ceres el Viejo, era Castra Servilia. En tal caso, a Castra C e­ cilia hay que situarla sin más buscar, junto a N orba Cesarina, (83) Incluso es posible que sea precisam ente aq u í en el Cacerts de Casas d e M illán d o n d e estuviera la buscada Castra Setvilia. En to d o caso, este C áceres fué sin d u d a o tro Castris de paralela evolución onom ástica al de nuestra capital.


69 como opinaban Fernández Guerra, Vicente Paredes y Publio Hurtado. Reconozco que, meditadas las cosas bien, esta opi­ nión me parece más probable que la otra. Veamos primero lo que dicen los autores citados. Fernández Guerra, según Hübner, (84) coloca a C. Caecilia «en el extremo boreal de la misma ciudad (Cáceres) al pie y al norte del cerrillo Peñarredonda». Paredes Guillén, que en su libro Origen del nombre de Extrem adura escribió al lado de muchas puerilidades, algu­ nas verdades lapidarias, hace entrar la calzada romana en la nava de Cáceres por el Puerto del Trasquilón, pero en vez de salir por la parte de San Blas, opina que la dicha vía con­ torneaba Norba por el Nordeste, yendo a salir por el puertecillo de los Regajos, en dirección al Casar (85). Sanguino Michel (86) habla de un trozo empedrado que iba del Pozo de la Nieve hasta el Arroyo de Aguas Vivas, tocando la H uerta de D. Juan, y reconocida por él y por Paredes, esta pavimen­ tación como romana, fué causa de que este último delineara por este lugar la salida de la calzada. De todo esto se derivan tres hipótesis para situar el vlcus Castra Cecilia junto a Cáceres. La primera es la que acabamos de explayar, atribuíble a Fernández Guerra, Paredes, Sangui­ no y H urtado (87). Castra estaría, pues, hacia el Norte o N or­ oeste de Norba, donde ahora está el barrio formado por las calles Margallo y José Antonio, de cara al vallecillo del «Río Verde», que hoy es una calle y entonces sería un regato. Las (84) BRAH, tom o I, pág. 96 - 1863. (85) O b . cit. pág. 87. (86) Juan Sanguino M ichel. Notas referentes a Cáceres. «Revista d e Ex­ trem adura», 1909, pág. 392. (87) P. H u rtad o . Castillos, torres... ob. ya citada. Pág. 66.


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distancias contadas a partir de Sorores y de Mérida son co­ rrectas. Se explica que este Castris aquí situado, diera n o m ­ bre a Cáceres. Pero no se explica que, después de contornea­ da N o rb i Caesarina y sus florecientes arrabales junto a la Rivera, la vía estableciera su mansión en el más alejado arrabal, o sea, Castra Cecilia. Hay pocos restos arqueológicos que abonen esta hipótesis, salvo el trozo empedrado dicho, que nada dice en cuanto a emplazamiento de poblaciones (88). Segunda opción. Hay que modificar el trazado de la cal­ zada entre el río Salor y el Casar. Saliendo del puente de dicho río, la Vía no iba por el puerto del Trasquilón, sino por Santa Olalla, como decían los escritores antiguos y pare­ cen justificar los muchos vestigios romanos del sitio y el nom­ bre de Cerro de los Romanos, que tiene una de las estriba­ ciones de esta pequeña Sierra de Santa Ana. La Vía pasaría por las inmediaciones del actual Palacio del Trasquilón, lle­ garía a la zona de Aldehuela o Santa Olalla (el Pagus Pontianus de los antiguos) y luego entraría en la nava de Cáceres por donde hoy lo hace el ferrocarril y orillando las lomas de Cabezarrubia y Peña Aguda, alcanzaría el valle de la Madrila y Aguas Vivas, saliendo por Regajos. Las 20 millas a partir de Sorores, o sean, los 29,560 kilómetros, se alcanzan, si no estoy equivocado en las medidas que he hecho sobre mapas to p o ­ gráficos, por los alrededores de la Plaza de Toros. Y es por aquí, por el barrio de Berrocala donde hay que situar Castra Cecilia. En pro de la hipótesis: esto nos daría la ubicación ideal para una mansión de la calzada que deja a un kilómetro a su (88) En 1910, al co n stru ir una casa en la calle de M argallo, núm . 12, se encontraron dos sepulturas rom anas y algunos objetos y m onedas. No sabem os de otro vestigio en esta zona.




?l derecha la ciudad de Norba, a la cual no necesita citar, prefi­ riéndose para fin de etapa aquel punto que, además, es un entronque de caminos, saliendo del mismo por el Sur de la Sierrilla el que se dirigiera a la Alta Lusitania a través del Puente de Alcántara. También está en pro la consideración de que la puerta principal de Norba Cesarina no sería el Arco del Cristo, sino la que existió donde ahora el mercado y en la que se colocó la lápida consagrando la ciudad a Cornelio Balbo, como p ro ­ tector. Parece más natural que esta mención honorífica al pa­ trono de la colonia dedicada, estuviera junto a la p uerta prin­ cipal y no en una trasera o secundaria. A esta puerta del M ercado hoy inexistente, se llegaría directamente por el O este desde el cruce de camino donde situamos a C. Cecilia, según esta hipótesis. En contra de esta última: ausencia de confirmación ar­ queológica. N o es argumento adverso el hallazgo de trozos empedrados por la parte del Marco, etc., pues es natural y lógico que antes de llegar a Castra Cecilia hubiese una bifur­ cación del camino pasado el Salor, que condujese directa­ mente a la Colonia, a través de la Puerta de Mérida. Finalmente, la tercera posibilidad: la calzada entraba por San Francisco y seguía por la Rivera, saliendo por Re­ gajos o por cualquier otro sitio. Castra Cecilia está situada en la zona San Francisco-Pilares o en San Blas. En ambos sitios hay abundantísimos restos arqueológicos que no son solamente necropolitanos como se ha dicho, sino plenamente urbanos. Recordemos los hallazgos del Seminario, con abun­ dantes mosaicos y los del hospital infantil que sucedieron en 1959, apareciendo entre otros restos un trozo de capitel toscano que se encuentra en el Museo Provincial.


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¿Cuál de estas tres hipótesis, más bien cuatro, es la mejor? El lector eche una ojeada al mapa que publico y elija la que según su criterio y conocimientos adquiridos hasta la fecha crea más lógica. Yo no tom o por ahora partido por ninguna de ellas, pero simpatizo, como ya he dicho, con las tres de la letra B), siendo la última la que, según los datos de toda índole que poseemos, parece más razonable. Sólo una cosa me parece indudable. Junto al Qázrix m u­ sulmán, hubo un Castris que le dió nombre. Junto a Norba estaba uno de los dos vici con el nombre de Castra. Entra muy en lo probable que el problema de Norba y Castra nos proporcione un caso de simbiosis urbana tan fre­ cuente en la época de las colonizaciones clásicas, mediante la cual, al lado de una de las ciu Jades-colonias griegas o roma­ nas, vivía una población indígena que se sostenía con el co­ mercio o con el servicio de la anterior. Junto a la fócense Em porion, existió la ibérica U ntiki, cuyas monedas se mez­ clan con los dracmas de la anterior. Al lado de la opulenta Tarraco. estaba Case, población cosetana que también acuñó monedas y hubo una Arse ibérica cabe la samia Zakynthos. pudo ocurrir que Castra Cecilia, a pesar de su nom bre ro ­ mano respondiera a un poblado lusitano construido por los indígenas con restos del antiguo campamento de Metelo y que viviera en las inmediaciones de Norba. En todo caso hay que admitir la existencia de ambas poblaciones como predecesoras del Cáceres actual. En la época árabe no se guardaba memoria de N orba y en cambio existía un Q ázrix junto a las ruinas de las m u­ rallas de aquella colonia romana. A! reedificar estas murallas los Almohades en el siglo XII, a la fortaleza recién construida llamaron Qázrix, porque no tenían manera de recordar el an­ tiguo nom bre romano del solar.


SEGUNDA PARTE

EL NOMBRE DE CÁCERES



I PRELIMINARES Siempre anduvo el pueblo español más sobrado de in­ genio que de cultura, y por lo tanto, en una excelente dispo­ sición para inventar sobre la marcha todo aquello que igno­ raba. Si semejante dotación es de celebrar o de lamentar, no es este sitio para discernirlo, pero es evidente que ha dado lugar a la muchedumbre de mitos, fábulas, consejas, falsas explicaciones, absurdas creencias y voluminosos errores de que está constelada nuestra Historia, nuestra bibliografía an­ tigua, nuestra sabiduría popular y folklórica, etc. Todas estas anomalías, tom ando origen en una época no determinada, han sobrevivido al renacimiento ilustrativo del siglo XVIII, a la hipercrítica escéptica del XIX e incluso han llegado a este siglo XX en que la investigación humana puede decirse que alcanzó su mayoría de edad. La cuestión de las etimologías es una de las más afecta­ das por esta tendencia hispánica a la inventiva y a la fantasía, sobre todo cuando se trata de palabras cuyo origen no está muy claro, de nombres o de apellidos de personas o de voces toponímicas. En estos casos y a vueltas con los libros, se en­ cuentra uno con explicaciones verdaderamente asombrosas, con asombro que no se sabe si es mayor ante el ingenio más o menos fino y generalmente muy basto del que las puso en circulación o ante la pereza mental y la candidez de quienes las reprodujeron y divulgaron de palabra o por escrito.


76 Así, por ejemplo, hay una versión etimológica que ra­ zona el nombre de la capital de España, con la anécdota de un niño de las parameras del Guadarrama que al ver acercar­ se un oso, gritó desesperadamente: ¡Madre, id! O tra, no menos peregrina, explica el de Barcelona, por las nueve bar­ cas en que llegaron los romanos a la mediterránea ciudad, la última de las cuales, barca nona, sirvió para bautizarla. A quien crea que no vale la pena de citar tales neceda­ des, le diremos que en plena Edad Atómica se editan libros que afirman que el apellido español Ulloa, toma su origen en el general israelita Ulias y que los que en nuestra patria se apellidan Gordo, son descendientes directos del emperador de Roma Gordiano, no sabemos cuál de los tres. Son las pseudoetimologías una plaga difícil de desarrai­ gar porque todos los escritores, de cualquier índole que sean, suelen aferrarse a ellas con tesón, conservándolas en sus obras aun muchos años después de demostrada su falsedad o aunque se conozca perfectamente de un modo histórico e in­ dudable el origen de una población y de su nombre. Tene­ mos el caso de Plasencia, la bella ciudad del Jerte. T o d o el mundo sabe la fecha exacta de su fundación, quiénes la reali­ zaron y los menores detalles de este episodio. Pese a ello, se ha inventado una A nbracia y unos fabulosos viajeros griegos para patinar de antigüedad remota el solar, ya que no la urbe y todo ello sin más fundamento que el parecido del nombre de la ciudad helénica así denominada con el topónimo Ambroz, cuyo origen árabe está demostrado (89). Se ha querido sacar Trujillo—para seguir con ejemplos de nuestra provincia (89) M. Asín Palacios. Contribución a la toponimia árabe de España. M adrid-G ran ad a, 1944. Pag. 75.


77 como prodríamos sacarlos de cualquiera o tra—de una Turris Julia, parte de una Castra Julia hipotéticas, o por mejor decir, completamente fantásticas (90) y ello a pesar de que por fáciles y francos caminos lingüísticos se llega al nombre actual, desde el celtibérico Turgalion, a mi juicio tan honorí­ fico o más para la ciudad vecina que su falsa fundación po r César. Todavía hay quien sostiene lo de Morís Anguis para para Montánchez, etimología muy improbable como demos­ tró el doctísimo historiador extremeño Matías Ramón M ar­ tínez, (91) y quien se niega a apear el Celia vin i como húmedo origen de Ceclavín, cuando este nombre es una c o ­ nocida palabra árabe que ha pasado intacta a nuestra to p o ­ nimia (91). Esta clase de etimologías pueden citarse en una mono­ grafía geográfica o histórica, pero sólo a título de mera cu­ riosidad y haciéndolo así constar. Lamentablemente, muchos escritores de los pasados siglos y no pocos de éste, no lo han entendido así y han continuado dándoles albergue en sus trabajos, quizá de buena fe y con la mira de procurar e nno­ blecer todo lo posible la prosapia de un determinado pueblo y sin ver que, por el contrario, lo que hacían era prestarle un flaco servicio ante los irónicos ojos del lector discreto o en­ tendido. La población y el nombre de Cáceres, no han sido de los más desafortunados a este respecto. Com o dice D. Anto-

(90) V er J. L. M élida. Catálogo Monumental de España. Provincia de Cáceres. T o m o II, pág. 354. (91) Montánchez. Revista E xtrem adura, 1900, pág. 456. (92) V. A. Floriano. Estudios de Historia de Cáceres, to m o I. O v iedo , 1957, pág. 78, n o ta, y C on d e de C anilleros, Extremadura, M adrid, 1961.


78 nio Floriano, cronista de la Ciudad, (93) «nos libramos por un venturoso acaso del fundador bíblico o mitológico que aparece como de rigor en las fundaciones de todos los pueblos». A pesar de ello y de que ni Túbal, ni U'ises, ni Alejandro, han sido mencionados como fundadores o epónimos de Cáceres, no han faltado las fantasías y las falsedades en les libros antiguos para explicar su origen y sobre todo la etimología de su nombre. Hasta el p u n to —y en esto Cáceres, contrariamente, ha tenido más desgracia que otras poblacio­ nes españolas—de que algunas de estas falsedades han per­ durado, por un fenómeno de sugestión al que tendré ocasión de referirme más adelante, hasta nuestra propia época, ocu­ pando, o mejor dicho, usurpando un lugar en libros serios y de investigación, por otra parte meritísimos. El principal o b ­ jeto de este pequeño trabajo es aclarar hasta donde sea posi­ ble la verdadera etimología del nombre y las cuestiones liga­ das con el origen de esta ciudad que todavía siguen oscuras en los textos que el lector tiene hoy a mano y a los que van a buscar sus datos los divulgadores y articulistas quienes, bebiendo en fuentes en estos aspectos confusas, contribuyen con sus escritos a vulgarizar y perpetuar estas confusiones. Un gran paso para el esclarecimiento de la antigüedad de Cáceres, se dió en 1930, cuando al realizarse un atentado artístico como lo fué el derribo de una parte de la muralla árabe, esto dió como resultado por feliz paradoja, la confir­ mación indestructible de la situación de la importante Colonia Norbensis Caesarina, una de las cinco de la Lusitania romana. Hasta entonces los textos históricos ignoraban en qué punto estuvo radicada esta Colonia que se venía colocando al azar (93) gina 28.

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Guía historico artística de Cáceres. II edición. Cáceres, 1952, p á ­


79 en Alcántara o en otros sitios (94). Es cierto que ya algunos autores defendían su ubicación en Cáceres, sobre todo desde que el epigrafista alemán Hübner (95) estableció su erudita opinión en tal sentido, dando así la razón a las sospechas de Ulloa y Golfín, único autor antiguo que conozcamos que, con notable clarividencia se anticipó a esta idea. El asunto quedó definitivamente confirmado al descubrirse como he. mDS dicho en 1930 y tras la muralla arábiga, sobre los restos de la romana, una lápida honorífica consagrando la Colonia Norbensis a su patrono L. Cornelio Balbo. Indudable, pues, el emplazamiento de Norba en el recin­ to del barrio antiguo de Cáceres, quedaron no obstante en pie diversos problemas, el principal de ellos la etimología del nombre de la actual población, para el cual se dieron rápida­ mente soluciones conformadas a los nuevos descubrimientos, tratándose este tema en todos los libros posteriores en la misma forma rápida hasta el dia de hoy. Un tema tan importante como es la etimología del nom ­ bre de una población, no puede permanecer indefinidamente en la oscuridad, sin un estudio meditado, o peor aún, en una versión vaga e indocumentada con la que no parecen tener demasiada simpatía cuantos tratadistas doctos (Torres Balbas, García y Bellido, etc.), se ven en el caso de hablar de nuestra ciudad. La primera cuestión a examinar por tanto en el presente trabajo se refiere al origen de la palabra Cáceres. En los c a ­ pítulos que siguen se dedicará sucesivamente un corto es(94) Se ha hablado exhaustivam ente d e esto en la prim era p a rte de la presen te obra. (95) Situación de la antigua 'Norba. Boletín de la R. A. de la H istoria, 1877, vol. I, pág. 88.


80 tudio a cada una de las explicaciones que se han dado desde los más antiguos textos acerca de la génesis lingüística o fo­ nética de este topónimo, hasta llegar a lo que yo creo el fin de esta cuestión en el momento actual (96). (96) Siendo la p resen te obra u n a exposición d e teorías en general nuevas, o p o r lo m enos p resen tad as en d istin ta forma a lo hasta ahora corriente, ha sido en ella inevitable criticar o im p u g n ar m uchas opiniones ajenas. Hay que hacer co n star que lo que se im pugna o critica en cada caso es una cierta opinión de un cierto a u to r y no la o b ra ni m ucho m e­ nos la persona de éste que, com o tal, m erece siem pre un resp eto y en m achos casos adm iración pro fu n d a y verdadera. Ello no esto rb a en m odo alguno en la discusión de los yerros en que com o hum ano ser to d o inves­ tig a d o r p u ed e incurrir. Espero que los m uchos que sin d u d a c o n ten d rá este epítom e, m erezcan análogo ju icio y tra to en el que lea.

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II LA DIOSA CERES Desde los tiempos del Humanismo hasta entrado el siglo XIX, es decir, durante más de tres siglos, no sólo la etimo­ logía del nombre de Cáceres, sino la población misma se ha venido relacionando estrechamente con la deidad romana Ceres. La costumbre, tan cara a los helenos de hacer nacer a toda ciudad de un epónimo, vino a España a través de los estudios clásicos y nosotros, gente de tanta imaginación por lo menos como los griegos, la adoptamos con entusiasmo. En este caso, el epónimo de Cáceres ha venido a ser la fecunda hermana de Júpiter olímpico, versión latina de la gran Deméter. La especie fué, si no creada, al menos muy divulgada por la obra «De las cosas de España» compuesta por el via­ jero y erudito italiano Lucio Marineo Siculo (97) quien afirma su creencia de que el nombre de Cáceres provenía de la es­ tatua de Ceres que se conservaba en la Plaza Mayor, con más probabilidades que del de César, versión que también tenía en su época adeptos. Felipe Ferrari, (98) habla también de ambas etimologías. Juan Rodríguez de Molina, del siglo XVIII, (99) es uno (97) De rebus Hispaniac. Alcalá de H enares, 1536. (98) En Lexicón geographicum. (99) Historia descriptiva de La villa de Cáceres. Publicada en la Revista de Extremadura, 1908, pág. 530.

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82 de los más entusiastas Convencidos de la advocación de Ceres sobre Cáceres y todo y excusándose de ser aquella una diosa mentida, escribe su historia mitológica y abunda en la opinión de que Cáceres, antes de llamarse Castra Ce­ cilia, debería de llevar el nombre de Casa de Ceres, «consi­ derado el rigor de la etimología». En el curioso libro «Med'cina española en proverbios» del Dr. Sorapán de Rieros (100) y en unas páginas dedicadas a Extremadura, se recoge al hablar de Cáceres, la versión co­ rriente en la época, llamando a la villa «Assiento y casa de Ceres», de donde quedó el nombre y «corrupto el vocablo», se formó el de Cáceres. Para todos estos autores, como se ve, nuestra capital estuvo consagrada a Ceres en algún tiempo de la época ro ­ mana y de ahí vino su nombre actúa!. Dos son los motivos de esta suposición tan difundida en las épocas dichas, como carente del más mínimo fundamento serio. Uno el hecho es­ porádico, puramente casual de que las dos últimas sílabas de la palabra Cáceres correspondan al nombre de la diosa. El otro, no menos casual fué el hallazgo en época indeterm ina­ da, pero muy antigua, por lo menos del siglo XV (101) de una bella estatua romana en las riberas del Salor, en la cual, po r ciertos atributos, se quiso ver siempre una representación de la deidad agrícola de que venimos hablando. Ya el avisado lector habrá parado mientes de que me refiero a la que co­ rona hoy la torre del Bujaco, lugar al cual fué elevada en (100) G ranada, 1616.—El párrafo en cuestión fué re p ro d u c id o en la revista Alcántara, d e C áceres, ju n io 1950. (101) La vieron, en el XVI, a p arte de Siculo, m u ch o s o tro s, com o G aspar de C astro, según refiere Floriano. (Gala histórico artística de Cáceres. C olección d e estu d io s extrem eños, núm . 10. C áceres, 1949, pág. 90).


83 1&20 desde el Atrio del Corregidor donde había permanecido desde la época de su descubrimiento. T anto abajo como arriba, la escultura fué cuidadosamente conservada por ver en ella ios eruditos de estos tiempos una representación sim­ bólica de la villa. Así pues, de estas dos casualidades puras surgió la fabulosa etimología que traen casi todos los libros antiguos y que debió de estar en boga durante los siglos dichos. Los sabios populares, que en toda época los ha habido, expli­ caban cómo el nom bre Cáceres se dijo en otro tiempo Casa de Ceres, lo cual con los años y pronunciado deprisa como todavía hacen no pocos naturales de las comarcas cercanas vino a quedar en Cáceres, habiendo sincopado las sílabas intermedias la natural corrupción lingüística del tiempo. Algunas personas de mayor erudición, siempre de estos siglos XVI a XIX, rechazando la pedestre versión anterior venían a incurrir en un error del mismo calibre. Conocían la célebre Castra Caccilia o Casírum Caecilii de los libros clásicos. Esta ciudad, por una metamorfosis de difícil expli­ cación, se convirtió más tarde en Castrum Cereris y aquí echábamos mano otra vez de la célebre corrupción para seguir engullendo sílabas y sincopar todas las que sobrasen hasta transformar este nom bre en Cáceres. En si ma, una etimología inventada de pies a cabeza, elaborada a mnrtillazos de imaginación, como la de Turris Julia para Trujillo y miles de otras para igual número de ciudades de España. Hay que reconocer no obstante, en obsequio a la verdad, que no faltaron mentes claras que pusieran en candelero estas fáciles patrañas. El culto sacerdote e investigador cacereño Simón Benito Boxoyo dice que esta etimología le parece más ingeniosa que genuina. «Llámanla Castra Caecilia, Cas-


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trum Cereris y Castrum Caesaris... Estas etimologías arbi­ trarias confunden la verdad». (102) Ya más de un siglo atrás, Pedro de Ulloa y Golfín, a quien se atribuye el conocido Memorial de U!loa, (103) pri­ mer intento serio de Historia de Cáceres, expresa el poco crédito que le merecen semejantes especies. Los historiadores modernos, desde que Hübner, justa­ mente indignado contra estos y otros manejos lingüísticos tan pueriles y traídos de los cabellos, los desacreditó... para poner en circulación otra versión no menos errónea, apenas paran mientes en esta primera etimología del nombre de Cáceres, relegándola al lugar insignificante que mcrece. Ello es muy justo. Si en este trabajo yo rio hago lo mismo, es porque me parece bueno resaltar cómo una etimología falsa puede influir durante siglos en la vida municipal y en la arquitectura de una población. Fué precisamente a causa de ella que los ediles cacereños acordaron en 1820 colocar la bella estatua para ellos simbólica de la villa en el lugar más noble de su perímetro, presidiendo su más espaciosa plaza y a una altura que a las claras quería explicar al forastero cómo en aquella diosa estaba representada la legítima alcurnia de la población y el arranque de su trayectoria histórica. Para esto, aquellos bienintencionados regidores malpararon la perspectiva de las edificaciones cacereñas, estropeando la más hermosa y soberbia de las torres árabes que las flanquean (102) S. B. Boxoyo. Noticias históricas de la muy. noble y leal villa de Cáceres, publicación y estu d io del C o n d e de C anilleros en la «Biblioteca de Extrem adura», Cáceres, 1952, pág. 22. (103) Memorial de la calidad y servicios de la casa de D. Alvaro Fran­ cisco de Ulloa Goltúi y Chaves, libro co ntrasellado p o r J. Pellicer, que se atrib u y e al citado Pedro de Ulloa.


85 con una absurda espadaña y una escultura romana, guisando una combinación artística del peor de los gustos (104). N o hace muchos años se pensó en liberar a la torre de este inoportuno aditamento, como ya se le quitó acertadamente el reloj y la idea no llegó a término por la oposición de algu­ nos para quienes exonerar a Ceres de su elevado cargo era efectivamente... quitarle algo a Cáceres. Quien así habló pensaba sin querer seguramente, en las dos últimas sílabas del nombre. (V. lámina IV) He de decir aquí, aunque ello quede fuera del esquema de este trabajo, que no estoy nada convencido de que la repetida estatua represente a Ceres, disintiendo en ello de admirados y queridos autores que así lo sostienen, y acer­ cándome a otros como Mélida, Corchón y Bravo, que lo niegan. No sé si el enigma se resolverá cuando la estatua pueda ser estudiada de cerca o no se resolverá nunca. Es muy d u ­ doso que la representación sea femenina. La cabeza, induda­ blemente, por sus rasgos dulces, lo parece, pero el cuerpo es masculino. El indumento parece una toga asimismo masculina, más que una palla femenina, que sería más corta y menos ampulosa. Sin ninguna excepción, todas las representaciones clásicas de Ceres y de su equivalente y antecedente la helénica Deméter, sean en pintura, sean en escultura, coinciden en ofrecernos la figura de una matrona de amplias caderas y opulentos pechos, que no sólo resaltan del ropaje sino que lo moldean. El lector puede comprobar este aserto en cual(104) ...«feo y anacrónico pegote», lo llam a Fernando Bravo. Carta abierta sobre antigüedades cacereñas. D iario «Extrem adura», 19 enero 1960.


86 quiera de las representaciones escultóricas de esta deidad que hay en el Vaticano y en otros sitios. Esta particularidad anatómica la presentan todas las matronas de la estatuaria romana, sean diosas, sean simples mortales. Pero en la figura­ ción de Ceres es más acentuada que en ningún otro caso, porque efectivamente, en el desarrollo ubera! de una matrona, un universal convenio simbológico nos sugiere la idea de fecundidad pletórica—ubérrima— . Ceres, hija de la Tierra, es precisamente emblema de la fecundidad vegetal, de la generosidad con que su madre o antecesora Gea (105), res­ ponde a los afanes sudorosos del labrador. El mismo Rodrí­ guez de Molina (106) reconoce ser atributo de Ceres esta «perfección de la belleza». La estatua que nos ocupa pertenece sin duda a un buen momento de arte romano; ningún escultor de esta época figuraría a la fecunda madre de Proserpina ostentando una región torácica huérfana de curvas femeninas, como cual­ quiera puede comprobar en ella. (Lámina IV). Es, pues, difícil que la escultura represente a Ceres como sería difícil que una muchacha simbolizase a Juno o un efebo gracioso a Hércules. La estatua es perfectamente andrógina, carece de sexo o si lo preferimos, tiene los dos. Puede ser un genio o una representación de una ciudad. (107) (105) En la T eogonia clásica existe e n tre am bos sím bolos el eslabón genético de Rhea o C ibeles. (106)

Historia descriptiva... ya citad a, pág. 343.

(107) A lgunos escritores antig u o s aseguran que, rem o tam en te, la m ano d erecha d e la estatu a, hoy tru n cad a, sostenía un m anojo de espigas. D el créd ito que nos pued en m erecer p u ed e darnos idea la rep ro d u cció n (?) de la estatu a que trae el libro de Boxoyo, ya c itad o y p o r o tro s co n ­ ceptos m uy m irito rio . En ella ap arece en efecto una descom unal gavilla


Figura VII. La estatu a rom ana su p u esta de C eres, existente en C á­ ceres, según un dibujo del siglo XVIII, inserto en el m anuscrito de Simón Benito Boxoyo, 1794. O íro s dibujos igualm ente d isp aratad o s y segura­ m ente de la mism a m ano aparecen en la obra d e C laudio C onstan zo , de pocos años después. C om párese este dibujo con la fotografía de la mism a estatua incluida en el presen te volum en (ngura IV).


88 De to d o esto se deduce, como término de este capítulo a la más antigua de las etimologías de Cáceres dedicado, que, por una de esas paradojas tan frecuentes en la Historia, esta estatua del Bujaco nunca dio nombre a Cáceres y en cambio, Cáceres dió nom bre a la estatua. (108) en el brazo derecho y otras espigas desparram adas p o r la frente de una figura o figurón de m ujer con v estiduras de m onja que no tien e la más lejana sem ejanza con la estatu a. Noticias históricas... ya citada, pág. 45. (108) V er en nuestras páginas la rep ro d u cció n de Boxoyo, segura­ m ente d ib u jad a p o r C onstanzo que, p o r lo menos, trae una igual (Figura VII), y una fotografía de la estatu a au tén tica. La com paración de am bas figuras es una p reciada lección para quien m aneje libros antiguos.

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111 CASTRA CAECILIA Ya en los siglos XVJI y XVI11 estaba un tanto desacredi­ tada entre las personas estudiosos la etimología Casa de Ceres, pues el mismo Solano de Figueroa da como indudable origen de Cáceres a la Castra Caecilia de Plinio. Cita este autor también los nombres de Gerea, Casa Cereris, Geriana, Castrum Caesaris, Segeda y Pago Castrense, pero dando a enten­ der su juiciosa opinión—que es de alabar—de que «de cual­ quier suerte que haya sido, no es dudable que Cáceres se llamase Castra Caecilia. (109) Este criterio debía de ser general ya a fines del siglo XVIII y así lo dan como conocido Ponz (110), el citado Boxoyo o mejor diríamos actualmente Bojoyo (111), y en el siglo siguiente J. A. Ceán Bermúdez que dice: «Cáceres, villa de la provincia de Extremadura, fué fundada por Quinto Cecilio Metelo quien le puso el nombre de Castra Caecilia» (112). Lo mismo dice José de Víu (113; y otros muchos. La floración de embusteros cronicones del sigio XVII, se (109) Juan Solano de Figueroa A ltam irano. San Jonás y. otros santos del obispado de Coria. M adrid, 1664, pág. 4. (110) A ntonio Ponz. Via{e de España. T om o VIII. Pág. 89. M ad rid 1784. (111) O b ra citada, cap. III. (112) Antigüedades romanas que hay en España. M adrid, 1832. (113) Antigüedades de Extremadura. M a d rid , 1812. Pág. 79.


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acoge por su mayor parte a esta versión. Por ejemplo. Fray Francisco Bivar, en sus comentarios al «cronicón» de Lucio Flavio Dextro, inventado po r el Padre Jerónimo Román d é la Higuera, escribe: *Castra Caecilia vel Castra Caeciliana (?); nunc corrupto vocablo Cazeres, ínter Anuas et Tagum>.( 114) Constaba p o r los textos clásicos la existencia de Castra Caecilia en esta zona (115) y se hallaba fijada casi de un m odo absoluto por el Itinerario Antoniniano, a 46 millas de Mérida (68 kilómetros). Había también por medio cierta lápida miliaria con la inscripción CA ST

CAE

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lápida que hoy no se encuentra y que hay muchas probabi­ lidades de que sea una falsificación, como demuestra con abundantes y atinadas razones Floriar.o (116). Pero, aún prescindiendo de todo esto, apenas cabía duda de la filiación de Cáceres en Castra Cecilia. Algo más oscuro se presentaba el problema de cómo lingüísticamente derivaba la vez Cáceres del nombre de aquella población o campamento de Cecilio Metelo, pues no bastaba decir simplemente como Madoz «De su antiguo nombre Castra Caecilia vino a formarse el de Cáceres . (117) No faltaba quien, reconociendo que había que partir indudablemente de Castra Caecilia para venir a parar en (114)

Fl. Lucii D aextri Barcinonensis Cronicon. Publicado p o r Fr. Fran­

cisco Bivar. L y ó n , 1627. (1 15) (116)

Plinio. Historia Natural. Loe. cit. A n to n io C . Floriano. Cáceres ante la H isteria. La cuestión crítica

de la fundación tj. del nombre de Cáceres Cáceres, 1955. (117) Pascual V 'a d o z. Diccionario Geográfico. Edición referente a Extrem adura. Biblioteca Extremeña. Cáceres, 1955.


91 Cáceres, emprendía curiosos periplos filológicos. Sirva de ejemplo el P. Flórez en este párrafo: «El nombre actual de Cáceres dicen algunos que pro­ viene de una estatua de la diosa Ceres, otrcs de Castra Caesaris que degeneró en Cáceres, todo lo cual parece in­ vención moderna hecha por alusión y juego de los nombres, pues carece de apoyo, no habiendo quien llamase al pueblo Castra Cereris ni Castra Caesaris, sino Caecilia, Ceíicis o Cecilis, de que pudo ir degenerando en Cacelis, Cáceles y Cáceres. (118). Este sorites lingüístico del docto agustino no es menos «alusión y juego de los nombres» que el que él critica. O tros más, seguramente los descendientes de los que propugnaron otrora lo de Casa de Ceres, anduvieron a vuel­ tas con las abreviaturas y acaso a esto responda la falsifica­ ción de la lápida antes mencionada o echaron mano de la voraz carcoma de la corrupción para explicar la desaparición de tantas letras. A todo esto se opusieron algunos lingüistas acaudillados por el alemán Hübner y como quiera que por esta época (postrimerías del siglo XIX) ya tenía muchos adeptos la situación de Norba Caesarina en el recinto de la Cáceres actual, se identificó ésta con dicha Colonia y el pro­ blema quedó sobre la mesa, o por mejor decir, fué relegado al armario de los trastos viejos. (119), Nuestros historiadores, (118)

España Sagrada, tom o X III, M a d rid , 1756, pág. 116.

(119)

N o faltaron autores perspicaces que defendieron esta a trib u ­

ción m u ch o antes que H ü b n e r, lo que hace con excelente ju ic io Pedro de U lloa G o lfín , que al mismo tiem po critica las fantasías de sus contem ­ poráneos con estas palabras: «A d iv in a n d o más que suponiendo cual fué el verdadero (no m b re) que tu vo Cáceres entre los antiguos. U n o s la llamaron Castrum Cereris, otros Castra Caecilia, otros Gaerea y algunos


97 con una alegría muy natural al fin y al cabo, se acogieron a la noble alcurnia de la colonia romana y menospreciaron u olvidaron al pobre vicus campamentario, que quedó arrin­ conado como problema histórico y geográfico. Siguiendo, pues, el orden cronológico y la marcha de los tiempos, se deja también aquí esta cuestión, para entrar en otros temas, de momento más interesantes. N o rb a Cesarea, célebre ciu dad (entre las de Lusitania) en Plinio y T o lo meo y C o lo n ia de Roma... Esta últim a se com probará aquí ser la más verosím il y cierta, si a vista de lo genealógico tuviera tanto lugar lo geográfico. Bastaría decir que a ninguna otra población de aquella comarca sino a Cáceres convienen las señas que pone T o lo m e o de lo n gitu d y grados a N o rb a Caesarea». Memorial de la calidad y leivicios de la casa de

don Alvaro Francisco de Ulloa Golfín y Chañes. Contraseñado p o r Josef de Peliicer, está atribuido al citado Pedro de U llo a G o lfín .


IV A L C A Z A R E S

En los últimos cincuenta años, cuantos autores han tra­ tado de la historia de nutstra ciudad, al llegar al inevitable m omento de hablar sobre la etimología de su nombre actual, han ido a buscarla en la palabra alcázares. En esta fácil y cómoda derivación han coincidido el vulgo y los eruditos, puesto que si bien algunos de éstos no han dejado de men­ cionar el nombre Cazires como el que llevaba Cáceres en la época musulmana, han hecho caso omiso de él como fuente etimológica. En cualquier rama de la investigación existen casos o ejemplos de temas que por alguna razón mágica (al menos tal lo parece) ningún autor se decide a examinar a fondo, limitándose a darlo por sabido y demostrado sin posible revisión. Se llega al tema, se da del mismo la versión conocida y se pasa aceleradamente a otra cosa en que a lo mejor se profundiza y escudriña obteniendo fecundos resultados. Uno de estos temas sin suerte es la etimología CACERES < AL­ CAZARES, que, como vengo diciendo, se ha aceptado siem­ pre sin protesta y hoy, lamentablemente circula por las páginas de toda obra que se refiera a nuestra capital, sea erudita o popular, lo mismo en los tratados documentados que en las simples obras de divulgación; en los artículos


94 periodísticos, en las reseñas turísticas y hasta en las guías de Ferias. Podríamos llenar un capítulo amontonando ejemplos de lo dicho, pero sólo citaré unes cuantos. «Rebautizada acaso con el nombre de Alcázares, por las mansiones fortificadas que tuvo». (120) «Al apoderarse de ella los árabes, la llamaron Cazires que según ya lo observara Hübner no es otra cosa que la muy conocida palabra arábiga alcázares...y (121) «...de la voz Alcázares derivó al romance el nombre Cáceres*. (122) «Ellos (los árabes) la llamaron por sus palacios Alcázares y luego Cazires y de aquí su nombre actual». (123) «La colonia Norbense dió origen al actual Cáceres, deri­ vado de la palabra árabe AL-KA-CA-RES (fortalezas, cas­ tillos. (124) No ha faltado, sin embargo, algún erudito disconforme con esta corriente general y así lo ha hecho constar más o menos veladamente, más bien más, por respeto a la autoridad de los preopinantes. Sirva de ejemplo este párrafo del histo­ riador y costumbrista cacerense Publio Hurtado: «AL-Kazares... Sí; pudo ser; pero yo me inclino más a atribuir el origen de su nombre a la palabra Cazires que es la que repite Conde (120)

José Blázquez M arcos Por la vie\a Extremadura. Cáceres, 1939.

(121)

A . C. Floriano Guia histórica y artística de Cáceres. Cáceres. (Estas palabras, sin em bargo, fueron escritas en 1929 para la

(122)

prim era edición de esta guia). M . A . O r t i Belmonte Cáceres y su provincia. G uías artísticas de

España. Barcelona, 1954. (123)

A n to n io A g ú n d e z Fernández Síntesis biogj'áfica de Cáceres. Re­

vista de Estudios Extremeños. 1958 -111. (124)

M . G u a rd a d o . Guía de la Alta Extremadura. Cáceres, 1960.


95 en su H istoria de los árabes en España, en las pocas veces que menciona nuestra villa, ya ciudad. De Cazires a Cáceres no hay más diferencia que una 1 convertida en E». (125) Po­ dríamos añadir nosotros que también hay por medio un acento. Pero resulta bien claro el escepticismo del docto escritor ante el juego Alcázares > Cáceres. El «pudo ser» es el tributo que rinde a Mélida y a Hübner, a quienes no se atreve a desmentir taxativamente. Por su parte, Antonio Floriano, en su folleto publicado hace pocos años, parcialmente dedicado, precisamente, al nombre de Cáceres, aunque menciona la etimología que yo estimo indudable, no se decide a desterrar la de Alcázares, afirmando que entrambas armonizan y se complementan. (126) Com o puede verse, estas obras y autores se escalonan todos en los años del siglo XX y más particularmente desde 1925 hasta nuestros días. Muchos de ellos autorizan sus tesis con los nombres de Mélida y Hübner, lo que señala bien claro la dirección que debemos emprender para hallar el origen de esta etimología. Escribe Mélida (127) «Dueños los mahometanos de Norba, mudáronle a lo que parece el nombre, dándole sin duda por sus numerosas mansiones fortificadas el de ALCA­ ZARES que luego el uso convirtió en Cáceres según conje­ tura razonablemente el profesor Hübner (Cáceres en tiempo de los romanos, Revista de Extremadura, tomo 1) señalando (125)

Publio H u rtad o . Castillos, torres y. casas fuertes de la provincia de

Cáceres. C áceres, 1927.

(126)

A ntonio C. Floriano. Cáceres: los problemas de su reconquista y

de su nombre. O viedo, 1956.

(127) José K. M élida. Catálogo monumental de la provincia de Cáceres. M adrid, 1924.


96 en tal modificación de la voz la pérdida del artículo AL y el cambio de acento «causado tal vez por la misma omisión del artículo». Es raro que un párrafo tan ingenuo haya sido escrito por José Ramón Mélida, insigne maestro, verdadero patriarca de la Arqueología española en una época en que casi sólo los extranjeros recorrían con fruto nuestra patria en busca de campos inexplorados para la investigación; persona a quien Extremadura debe estar muy agradecida, ya que buscó con ejemplar paciencia, los menores vestigios de su pasado y de su arte para la confección de su grandioso Catálogo, que todavía es lo más completo que puede encontrarse en arqueología extremeña; sabio además, de dimensión y gloria mundial, pues fué, con Maximiliano Macías, el descubridor del soberbio Teatro romano cíe Mérida, el mejor conservado del mundo m oderno en su género. Pero la veneración que debemos sentir por los grandes talentos, no debe degenerar en fetichismo hasta el punto de que sea tabú o intocable todo lo que ellos hicieron o escribieron. Los sabios son en definitiva seres humanos y como tales, sujetos a errores que se pueden y se deben analizar y rectificar. La diferencia entre un gran sabio y un mediocre investigador, estriba en que éste último yerra con frecuencia y el primero pocas veces y sus errores vienen compensados con creces por la enorme masa de sus aciertos. No hemos de tener, pues, empacho en decir, que Mélida escribió el párrafo transcrito con sobrada superficialidad, tal vez por no ser la Historia ni la Etimología sus campos pro­ pios de acción y limitándose—acaso también por fetichismo— a reproducir las frases de Hübner, sin pararse un momento a considerarlas.


97 Pero veamos ahora qué dice Hübner en el lugar que cita MéÜda: (128) «Cáceres, según toda probabilidad, no es otra palabra que la muy conocida arábiga de los Alcázares, sin el artículo antepuesto AL y con cambio de acento en la pronunciación, causado también por la misma omisión del artículo». Este es el famoso párrafo de Emilio Hübner que con­ fundió a Mélida y con él a una auténtica cascada de autores posteriores. Ante lo que antecede, cabe hacer una pregunta: ¿Cono­ cían Mélida y Hübner la lengua árabe?... Extrañísimo parece que por lo menos no conocieran algunos rudimentos, sobre todo Hübner, «maestro en idiomas latín y arábigo», como le llama G. Saavedra, según refiere Sanguino Michel. (129). Por extraño que parezca, en estos párrafos ambos sabios demos­ traron ignorar completamente el idioma de Averroes. La conocida palabr i arábiga «alcázares» N O ES UNA PALABRA ARABIGA, sino una voz puramente castellana, que no existe más que en nuestra lengua, plural de otro vocablo exclusivamente castellano y perfectamente separado del árabe, por más que etimológicamente venga de allí. No se puede llamar arábigo a un vocablo porque lo sea su etim o­ logía. De otro modo también podríamos escribir «la conocida palabra árabe aceite» o «la conocida palabra latina espejo*. simplemente porque estas voces provengan del árabe az-zeit o del latín spaeculum. Si los árabes, al conquistar la península o cuando quiera (1 28 ) Em ilio H ü b n e r. • Cáceres en tiempo de los romanos » . Revista de Extrem adura, tom o 1, 1889. (1 29 )

Revista de Extrem adura, 1901, pág. 135.

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que estuvieran en el caso de denominar el lugar donde hoy se asienta Cáceres hubieran querido aludir a los alcázares o palacios que en esta ciudad existían (después veremos que esta frase es pura ilusión) no hubieran empleado en pleno siglo VIH, o si se quiere IX o X, una palabra castellano, esto es, perteneciente a un lenguaje que, además de no ser el suyo, todavía no existía como tal. Palacio en árabe es CAZR (qasr). El plural de CAZR es CUZUR (qusur). En árabe no existe ningún plural que ter­ mine en S como ocurre en las lenguas romances y en algunas declinaciones del latín. Existe el plural regular terminado en IN (por ejemplo M uminin i Creyentes) y el llamado plural fracto, mucho más frecuente, que implica una transformación en el interior de la palabra. Este es el caso de CAZR. Si los árabes hubieran querido llamar a Cáceres por antonomasia «Los palacios, los alcázares», el nombre hubiera sido ALCUZUR. No creo que exista etimologista que intente siquiera explicar, cómo de esta palabra puede derivarse Cáceres. (130) Todavía los párrafos de Mélida y Hübner merecen una más grave crítica. El segundo habla de un cambio de acento «producido po r la elisión del artículo». ¿A qué cambio de acento se refiere? Porque en la derivación ALCAZARES ¡> CACERES no hay ningún cambio de acento, que cae en ambas palabras sobre la misma vocal. Se ve claramente que Hübner, al escribir su famosa frase, estaba pensando en otra cosa que no llegó a salir de su pluma. (131) (130)

T a m b ié n expresa su extrañeza ante la etim ología corriente

alcázares el docto arabista, arquitecto e insigne académ ico recientemente fallecido, don Le o po ldo T o rre s Balbás, en Cáceres y su cerca alm ohaie, Re­ vista A L A N D A L U S , 1948. (131)

l

En h o nor a la verdad, hay que hacer constar que H ü b n e r no


yy En cuanto a Mélida, incurre en una autosugestión que después ha contagiado a docenas de autores posteriores. «Por sus mansiones fortificadss, diéronle el nombre de Alcázares». La autosugestión consiste en confundir el Cáceres de hoy, el Cáceres que perdura desde el siglo XV efectiva­ mente lleno de mansiones fortificadas, con el Cáceres árabe, del que no nos consta que las poseyera. (132) Sabemos, sí, que en Cáceres hubo un Alcázar o palacio militar y un recinto fortificado; poco más o menos lo que poseían Mérida, T rujillo, Alcántara, Badajoz y toda población fronteriza de im­ portancia. No tenemos dato alguno que certifique que en Cáceres hubiera mansiones fortificadas y lo más probable es que sólo existieran intramuros dependencias militares, algu­ nas mezquitas y pocas viviendas de funcionarios (133); por tanto, es gratuita la suposición de que, a consecuencia de unos hipotéticos palacios, recibiera la población el nombre de Alcázares. Continuemos aún estudiando esta etimología tan popu­ larizada todavía en el día de hoy y veamos adonde nos puede conducir apurando todas sus posibilidades, hasta la más remota. De ser cierta implicaría, de acuerdo con lo que dicen sus mantenedores, los siguientes hechos: 1.° En los últimos años de la dominación visigoda, N orba Cesarea se fué reconstruyendo y rehizo sus fortificadefendió nunca d e un m odo taxativo esta etim ología, lim itándose a expre­ sar su probabilidad. En Situación de la antigua Norba, Boletín de la Real A cadem ia d e la H istoria, to m o I, 1877, pág. 96, dice: «Yo im agino que es arábiga la voz Cáceres, a no ser que los castellanos la form asen p o r c o rru p ­ ción d e Alcázares. (132)

V er A. Floriano. Estudios de Historia de Cáceres, to m o I, pág. 105.

(133)

Floriano. Estudios de Historia. T om o 1, pág. 75.


100 ciones de tal forma que, al ser tomada por los árabes en 713 o cuando fuera, hallaron que no era otra cosa que palacios y castillos. Proposición de la más elevada improbabilidad histórica. Norba Cesarea no se rehizo después de la destrucción de Leovigildo (134), a lo menos como ciudad de mediana im­ portancia, ni recompuso sus fortificaciones. Su nombre no vuelve a sonar en los reinados posteriores y la arqueología no ha hallado en el recinto de Cáceres vestigios visigodos notables, que abundarían si fuese cierto lo que estamos n e g a n d o .(135) Los árabes no hallaron aquí palacios ni fortalezas sino, seguramente, un cerro con ruinas de murallas y a los pies de este cerro o en sus proximidades, algún pequeño arrabal o caserío. Floriano ya dice (136) que Mussa ben Nosseir, una vez tomada Mérida, no prosiguió hacia el Norte por no haber nada que interesara con viveza a su afán de conquis­ tador. Sin duda, Muza partió sin pérdida de tiempo hacia Toledo, más que otra cosa, para ajtrstar cuentas con el vale­ roso Táric, de quien estaba celoso; pero también sin duda, si en Cáceres hubiera habido una plaza importante y fuerte, en ella se hubieran refugiado los fugitivos de Mérida y el caudillo árabe no la hubiera dejado a sus espaldas, expo­ niéndose a una probable reconquista de Mérida. (134) S u p oniendo dicha d estru cció n un hecho histórico indudable, según describe Fernández G uerra en Historia de España, desde la penetración de los pueblos germánicos hasta la m in a de la monarquía visigoda, M adrid, 1897. V éase lo d icho en la Primera Parte d e esta obra. (135) Las pocas hiladas de sillares con argam asa de la Jorre del Postigo no hay certeza ninguna de q u e sean visigodas, y a u n q u e lo fueran, serían p o r ellas solas un escaso argum ento. (136) Ibidem , pág. 76.


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2.° Los árabes, al ver que esta d u d a d no era otra cosa que palacios y castillos, le pusieron el nombre de Alcázares. Proposición imposible. No hay que insistir mucho sobre la denegación de que los dominadores sarracenos impusieran, ni al principio ni al fin de su gobierno, un nombre castellano a ciudad alguna. Pero, además, los árabes, muy rara vez cambiaron el nombre en España a ninguna ciudad importante. T o d o lo que hicieron fué adaptar los nombres que ya existían a su prosodia y a su pronunciación. (137) Casi siempre, el to p ó ­ nimo árabe de una población es un puente lingüístico entre el nombre romano y el actual. Muchas veces, la modificación prosódica árabe se limita a hacer terminar los nombres de ciudades en una A. Así de ILLberis o Eliberis hicieron Elbira. De ¡spalis, Isbilia (el árabe carece de la letra P); de Turgalium, Torgiela. Si al llegar los árabes a Extremadura hubieran en­ contrado una Norba, con toda seguridad este nombre sería el propio actual de lo que llamamos Cáceres. 3.° Com o alternativa a las dos anteriores. Los árabes no impusieron este nombre de Alcázares al principio sino más tarde, cuando la población fuera reconstruida en la época de los Almohades. Improbable e imposible. Una reconstrucción fastuosa de Cáceres (de la cual por otro lado no hay la menor huella) no habría de ser tan instantánea que permitiera bautizar a la ciudad con un nombre que aludiera a su aspecto una vez terminada. Está probado que la verdadera reconstrucción de Cáceres como plaza fuerte, lo que Floriano llama «segunda (137) D ozy. Reehci'chct sur V Hitíoú't et la Litératuj’e de i Espagne mumimarte. Leyden, 1881.


102 fundación de Cáceres», se hizo en el siglo XII. En esta época ya existían numerosas crónicas cristianas y musulmanas que mencionaban la población y en ninguna parte con el nombre de Alcázares. Y continuamos con la imposibilidad de que los árabes emplearan un nom bie español para designar una ciudad por ellos reconstruida. 4.° En una época fabulosa, puesto que nadie aporta la menor prueba documental que permita fijarla, este nombre Alcázares perdió el artículo Al, quedando en Cázares, del que deriva el topónim o actual. No hay, como acabo de indicar, la menor prueba de esta pérdida y en cambio, existen menciones de la ciudad en otras formas. Esto, unido a lo absurdo de las proposiciones ante­ riores, destruye ésta. Pero además, esta pérdida de artículo es un hecho tan absolutamente insólito, que entre más de quinientos topónimos españoles que comienzan con tal artículo, no he encontrado uno solo que lo haya perdido ni ninguno para el que se conozcan dos formas, una con y otra sin el artículo. Alcaraz, Almansa, Alcudia, Alcira, Almodóvar, Algemesí, Almaraz y cientos más, persisten con estos nom­ bres desde la primera vez que suenan en la Historia, tanto antes como después de la Reconquista. Los topónimos árabes que carecen de artículo (Calatrava, Requena, Ruzafa, Ceclavín) vienen así escritos desde el más remoto tiempo.

Y todo esto tiene una explicación muy clara. Los árabes, como muchos otros pueblos, anteponen un artículo a los topónimos antonomásicos, es decir, a aquellas localidades que han tom ado el nombre de un accidente cualquiera u otra particularidad; el nombre común o el adjetivo se trans­ forman así en nombre propio. Así entre nosotros El Torno,


103 El Gordo, La Roda y entre los árabes Almadén (la mina), Aljucén (el castillejo) Albaida (la blanca). (138) En cambio los topónimos, que son ya originariamente un nombre propio, no llevan artículo: Garnatha, Ixbilia, Cauria, Wesca, se llamaban así en tiempo de los árabes sin artículo alguno, como ahora tampoco lo llevan Granada, Sevilla, Coria o Huesca. Mas aún: cuando al nom bre antonomásico se le añade otro determinativo, es decir, cuando se pierde la antonomasia, entonces no existe el artículo. A l Calat (Alcalá) es El Castillo por antonomasia. En cambio un determinado castillo llamado Rabah es Calat-Rabah, (Calatrava), sin artículo. Cuando se menciona el gran puente de nuestra región sobre el Tajo, se le denomina AI Cántara (el puente, por antonomasia). En los sitios en que este puente tenía un determinativo, entonces se le denominaba sin artículo: Cantarat as-S eif (El puente de la Espada). No se conoce ni se ha conocido nunca ningún deter­ minativo de ese mítico Alcázares que obligase a quitarle el artículo. Es inútil seguir adelante, sobre todo teniendo en cuenta el hecho que incesantemente vengo repitiendo en éste y en otros trabajos míos. (139) No hay ningún libro, ningún docu­ mento de ninguna época, antes o después de la reconquista, en árabe, en latín o en romance, en que se nombre a nuestra ciudad bajo la palabra Alcázares ni ninguna otra que se le parezca. Esta etimología no es más que una de tantas com ­ ponendas filológicas elaboradas a posteriori sobre razonaf 138) M. Asín Palacios. Contribución... obra ya citada. (139) d iv a histórica d i las murallas de Cáceres. P eriódico «Extrem a­ dura», 8 abril 1959. Nuevos vestigios del abolengo romano de Cáceres. M ismo periódico, 27 mayo 1959. «Cáceres Monumental», M adrid, 1960.


104 mientos poco meditados. Vale exactamente lo mismo que lo de Casa de Ceres o lo de Madre, id para Madrid. Pero ha alcanzado mejor fortuna debido a la distracciĂłn de dos em nentes sabios que la han prohijado, arrastrando tras sĂ­ a una enorme sarta de tratadistas.


V C A Z I R E S Espero haber demostrado que el nombre Alcázares, como topónim o de nuestra ciudad, pertenece al reino de lo mítico. Hemos también ahora de desahuciar la voz Cazires que con parecida profusión ha sido hasta la fecha admitida como el nombre que llevaba Cáceres durante la dominación musulmana. Cazires no es un disparate como Alcázares pero es una transcripción errónea que importa rectificar. Los tra­ tadistas han venido utilizando ambas palabras hasta ahora en forma confusa, mencionándolas frecuentemente las dos y sin puntualizar cuál fuese la verdadera, o por lo menos la primera, si se conviene en que una de ellas procede de la otra. Así Orti Belmonte (140) estampa esta frase que no es ciertamente un modelo de claridad: «La llamaron (los árabes) Cazires y de la voz Alcázares derivó al romance el nom bre Cáceres. Cazires o Kazlres, como topónimo, no ha tenido nunca vivencia ni vigencia. No es más que la transcripción conven­ cional de la palabra árábe Qázrix (Qásris). Esta transcripción la hizo José Antonio Conde a principios del siglo XIX (141), vocalizando por su cuenta y riesgo la grafía árabe que veía (140) Cáceres y. su provincia. O b ra citada. (141) José A ntonio C onde. Historia de la dominación de los árabes en España. M adrid, 1874, pág. 255. C onsúltese tam b ién la I edición de 1830.


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en los libros que consultara y que no sabemos cuáles fueron en cada párrafo porque su libro no lleva notas, sino una lista global de fuentes. Cazires podría sin grave error aceptarse como transcrip­ ción usual, pero tal como lo vemos escrito en nuestros textos trae equivocado el acento. Ha ocurrido una cosa curiosa. Hasta principios del siglo XIX era bastante arbitraria en los textos la acentuación de las palabras, como puede comprobar cualquiera consultando obras impresas en la época, que no faltan en ninguna biblioteca. Con muchísima frecuencia se omitía el acento de las palabras esdrújulas en tanto se ponía este signo en palabras liaras y monosílabos. C onde jamás pensó en poner Cazires como transcripción de la grafía árabe, sino Cazires. El acento no se puso por puro capricho del tipógrafo. Tengo ante la vista la edición de C onde de 1874 en la que viene Cazires sin acentuar y de la que segu­ ramente tomaron esta palabra Publio H urtado y los autores posteriores. En la misma obra están estampados muchos otros topónimos esdrújulos, ninguno de los cuales lleva puesto acento: Toláitola (142) X á tiv a (143) Tálica (144) Ercávica (145) Brácara y Astórica (146) Mértola (147) y varios otros parecidos A nadie le extrañará, pues, que tam­ poco venga acentuado Cázires. Es sorprendente que todo el mundo haya aceptado esta versión Cazires en tal forma acentuada, sin que nadie se (142) O b ra y edición citada, pág. 17. (143) Ibidem , págs. 21 y 37. (1441 Ibid. pág. 37. (145) Ibid. pág. 37. (146) Ibid. pág. 38. (147) Ibid. págs. 218 y 225.


107 rebelase ante el hecho casi inusitado de que un vocablo que los árabes articulaban Cazires, los cristianos pronunciasen Cáceres cuando necesitaban referirse a ella y denominasen definitivamente así a la ciudad al incorporarla al reino leonés y castellano. Es cierto que se dan algunos casos de cambios de acento en el transcurso de los siglos, pero son casos rarí­ simos que no pueden formar regla. Es, pues, prácticamente imposible que de Cazires derivase Cáceres pero sobre todo, es completamente imposible que Conde, conociendo perfec­ tam ente la Geografía de A! IJrisi, colocase el acento prosó­ dico en una vocal inexistente en el texto árabe (QAZRX) en lugar de acentuar la A (áiif, con la vocal larga, fatha). La única opción que queda, pues, es que la palabra Cazires, si la aceptamos como transcripción del árabe, se escriba y se pronuncie resueltamente Cázires. Mi opinión particular es que se debe rechazar definitivamente este voca­ blo, por anticuado y convencional, utilizando, cuando que­ ramos mencionar la ciudad musulmana Qáscix o Cazrís en versión literaria usual y Qáscis en versión científica. (148) (148) En un cap ítu lo po sterio r, explicaré con más detalle los por' m enores de estas grafías.



V I HIZN

QAZRIX

Las murallas de Cáceres retrasaron en cuarenta años la Reconquista de Extremadura. Estas palabras acaso no suenen muy bien en nuestros oídos de cacereños y de cristianos viejos, pero los sacesos históricos hay que aceptarlos como son o mejor dicho, como realmente fueron, por más que a veces, esta visión auténtica choque con nuestro acostum­ brado modo de sentir la Historia. Generalmente desde chicos nos enseñaron a considerar todos los problemas de la Recon­ quista de un modo unilateral y cuando alguno de estos cuadros de antiguo fijados en nuestra imaginación lo contem ­ plamos por el reverso, quedamos un tanto sorprendidos. Las murallas de Cáceres fueron efectivamente levantadas por ingenieros o alarifes musulmanes para defender la cuenca del Guadiana de las incursiones cristianas y no es maravilla, pues, que durante mucho tiempo cumplieran eficazmente seme­ jante objetivo. Al examinar el mapa de la Reconquista durante el primer cuarto de siglo XIII, salta a la vista que próximamente lo que hoy llamamos Extremadura, era entonces una zona avanzada del Islam en tierra hispánica, lo que vale tanto como decir que por esta parte, la Reconquista no estaba tan adelantada como en otras fronteras peninsulares. No es justo cargar toda la culpa de este retraso sobre un rey indudablemente


nó valiente como Alfonso IX, por más que su política fuera en muchas ocasiones bastante ambigua y tortuosa. Hay que recordar que el reino de León se hallaba entonces empare­ dado entre dos estados jóvenes y pujantes, regidos por m o­ narcas belicosos e inquietos.- Castilla y Portugal. León, de más antigua prosapia, pero militarmente más débil, se veía obligado con frecuencia a apoyarse en los Almohades para neutralizar aquellas influencias entre las que se asfixiaba. En esto, Alfonso IX no hizo sino seguir los pasos de su padre, Fernando II. (149) Sin embargo, cuando al fin el monarca leonés comprende que es imprescindible correr sus fronteras hacia el Sur porque así lo exige la misión histórica de su reino, entonces tampoco puede hacerlo, pues en todas sus campañas se da de bruces con un obstáculo, con un estorbo que neutraliza y deshace todos sus planes. Este obstáculo, que de ninguna manera puede orillar y que le hace imposible eliminar, es la imponente fortaleza de HIZN QAZRIX, que levanta sus rojas murallas erizadas de torres en el camino del Tajo al Guadiana. Este Oppidum fortisim um , como atinadamente le llam» el Cronicón Tudense, (150) es ni más ni menos que la llave del Tajo, puesto que de él arrancan los dos caminos que conducen a los únicos puentes que lo atraviesan: Alcántara y Alconétar, es decir, el Puente Grande y el Puente Chico. (151) (149) Son obras ya clásicas para estu d ia r cuan to se refiere a los reyes de León, la de Julio G onzález Reyesta de Femando 11, M adrid, 1943, y Alfonso IX , M adrid, 1944. (150) IV, 8 Escrito en 1236. (151) Alcántara significa El Puente, así dicho p o r antonom asia. Alconiíar, el, P uente Pequeño, seguram ente llam ado p o r contraposición al g ra n ­ d e d e A lcántara, cuya altu ra, ya que no su longitud, es m uchísim o m ayor.


líl

Desde la fortaleza de Qazrix, los Almohades pueden acudir rápidamente a cualquier punto que los leoneses amaguen sobre la frontera. Al mismo tiempo esta fortaleza es asimis­ mo la llave del Guadiana, en sentido inverso. Alfonso IX no puede emprender ninguna marcha hacia el Sur dejando a sus espaldas esta población militar que puede albergar entre sus muros diez mil guerreros. Por eso, todos los planes de la Reconquista leonesa tienen como primera etapa táctica, la debelación de Cáceres. Pero ¿cómo?... Sus murallas son altas y tecias y tienen unas cuarenta torres que las defienden por todos lados. Dentro de su gran alcázar caben víveres para mucho tiempo y bajo sus cimientos, un gigantesco aljibe asegura a sus defensores contra la sed. Alfonso llega una y otra vez a los muros de Cáceres y siempre se estrella en ellos, como le ocurrió a su padre en 1184. Seguramente, esta fortaleza es una obsesión para el rey. En vano reúne aprestos militares, pide ayudas, hace predicar cruzadas. La suerte le es adversa en 1213 y en 1218. En 1221 Cáceres es una cuña musulmana en el reino leonés. Valencia de Alcántara y hasta Alburquerque, a pocas leguas de Badajoz, son ya cristianas. (152) La fortaleza cacereña en cambio, resiste campaña tras campaña en 1222 y luego 1223 y en 1225. Las crónicas dan diversas explicaciones para los fracasos: Unas veces es el mal tiempo: Facía tan grandes aguas que no podían y durar. (153) En otras se achaca al rey el haberse dejado comprar. Más de una vez ha de escapar con sus huestes, sangrientamente escarmentado. (152) J. G onzález. Altonso IX, ya citada, pág. 195. (153) Anales Toledanos, I, 9 .—Saco estas n o tas del magnífico re p e r­ to rio d o cum ental inserto al final del tom o 1 de la obra Estudios de Historia de Cáceres, d e D. A ntonio Floriano, varias veces citada.


112 La causa de tantas dificultades es una sola. Hizn Qázrix es inexpugnable. Hemos de llegar ya a una época de plena des­ composición almohade, entrado el segundo cuarto del siglo XIII, para oue sea posible al tesonero rey leonés la conquista de esta fortaleza. No ha quedado más prestigio musulmán en Al Andalus que el valiente Aben Hud, cuya corte de Murcia queda muy lejos. Caída Cáceres y como era de prever, la ocupación rápida de toda Extremadura es un hecho automático. Mérida, Montánchez, A'hange y Badajoz, pasan a poder cristiano al año siguiente. Trujillo y Santa Cruz, por la parte de la Extremadura castellana, pocos años después. ¿De dónde ha salido este H izn Qazrix? La historia de Cáceres durante la dominación árabe, ha sido hasta ahora un perfecto misterio. Desde las últimas citas romanas de Norba Cesarina o de Castra Cecilia, hasta las primeras cris­ tianas de los anales y documentos de León y Castilla a final del siglo XII y principios del XIII, hay por lo que respecta a esta población una inmensa laguna, en la cual sólo flota como dato muy dudoso, la célebre moneda de Leovigildo, conme­ morativa del castigo de una ciudad llamada Cesarea. Luego, como única fuente árabe en que se menciona a Cáceres teníamos el Nubiense, es decir, la Geografía de Al Idrisi que lo intercala en un itinerario (154) con algunas explicaciones en los pueblos por donde pasa. En su «Historia de la dominación de los árabes en Es­ paña», José A. Conde (155) mienta a Cáceres una sola vez, llamándola Cazires como se ha visto en el capítulo anterior, pero la cita es ya del siglo XIII y no sabemos de qué libro árabe la sacaría, pues no lo especifica. (154) (155)

Description de VA {fique et de l'Espagne, par. Idrisi, Leyden, 1886. Historia de la dominación... cit. pág. 255.


L á m in a V III

CA C ERES ARA BE .— T orre a lm o h o d e de H iz ti Q á zrix. S ig lo X!l.



Ninguna de las Historias y Geografías árabes clásica­ mente conocidas mencionan a la ciudad de Cáceres. En la división geográfica hecha por el emir Yusuf al Firih se rela­ cionan las principales ciudades de la provincia de Mérida, citándose estos nombres: Mérida, Beja, Brácara, Dumio, Alisbona, Portocale, Tude, Auria, Luco, Astorica, Samora, Iria, Vética, Ossonoba, Egitania, Colimbiria, Beseo, Lamico, Caliabria, Salamantica, Abela, Elbora, labora y Cauria, es decir, todas las poblaciones importantes del Oeste de la península, entre las cuales, como se ve, no hay ninguna que pueda refe­ rirse a Cáceres. (156) Antonio Floriano, en su libro antes citado, (157) incor­ poró otra mención árabe de Cáceres, hallada en la «H istoria de los Alm ohades», de Ibn Azzala, pero también pertenece a fines del siglo XII, es decir, a una época en que ya los documentos cristianos hablaban profusamente de Cáceres, a propósito de las tentativas hechas por los reyes de León para conquistarlo. La cita, por lo tanto, no nos resuelve nada acerca de la suerte de nuestra ciudad en los quinientos años que permaneció en poder de los musulmanes. Hay que hacer constar que la critica moderna (158) ha relegado a la categoría de consejas o cuentecillos los episodios del rey Zeith, de Coria, apoderár dose de Cáceres y Je Alha al Gami como rey o taifa de esta última población, que no debió de estar gobernada nunca sino por un alcaide o wali. No menos consejas o cuentecillos son las famosas recon(156) (157) (158) klionso IX

Ibidem , pág. 38. Cáceres: los problemas... pág. 40. V éanse los libros d e Julio G onzález Regesta de Fernando II y. y la Histoiia de Cáceres, de Floriano, to d o s ellos ya citados.

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114 quistas de Cáceres sobre que tanto se ha escrito y cuyo único fundamento son los documentos que Fernando II o Alfonso IX escribían Apud Cazares, interpretándose que en las fechas de los escritos en cuestión, Cáceres se hallaba en poder de los cristianos. Apud significa «junto a» y cualquiera comprende que si estos reyes se hubieran encontrado dentro de la población a la hora de redactar sus providencias, las hubieran fechado «/« Cáceres*>. pues sería ridículo pensar que se fueran a redactar aquellos a las afueras de Cáceres pudiendo hacerlo dentro. La mención Apud Cozeres o Cáceres no significa más que una cosa: que el monarca, al datar su protocolo, tenía establecido su real «frente a Cá­ ceres» mientras estaba sitiando esta fortaleza, quando erat obsessa, como dicen otros documentos. (159) Las supuestas conquistas de Cáceres por Alfonso VII en 1143 y de Fernando II en 1184, son falsas. El primero no hizo sino pasar por sus inmediaciones y talarlas y el segundo ponerle sitio, el primero de la larga serie de infructuosos cercos que convertirían a Qázrix en la pesadilla del reino de León. La única y efímera estancia cristiana en esta ciudad antes de su Reconquista definitiva fué la de los Fratres, a que me refiero más adelante. La consecuencia, pues, del largo silencio de las crónicas de ambas religiones entre los s'glos VIII y XII es obvia en buen raciocinio. O Cáceres no existía en este lapso, como deduce Floriano y por esto llama a la reconstrucción almohade «la segunda fundación de Cácerss», (160) o lo que me parece a mí mejor, existiendo, era una población pequeña y (lf>9) 1184. (160)

Privilegio co n ced id o a la Iglesia de O viedo p o r F ernando II, Estudios... t. I, pág. 97, ya citada.


115 de escasa importancia, por lo que las geografías e historias de la época no la mencionan. (161) Una serie de indagaciones hechas po r el autor de esta obra en fuentes árabes (con la valiosa colaboración de ilustres arabistas) ha confirmado esta última hipótesis con el hallazgo de una cita de Cáceres en una geografía del siglo X, escrita por Ibn Hawqal. en la que esta localidad aparece citada a dos jornadas de Trujillo en un viaje un tanto tortuoso que va desde Badajoz hasta Talavera y Toledo. Podemos afirmar hoy ya, que no existe tal laguna en la historia de Cáceres, sino acaso un valle, una disminución de categoría, padecida al ser destruida la romana N o:ba por los bárbaros y quedar, como resto de su grandeza, una aldea junto a las ruinas de las murallas, aldea que y a se Llamaba Cáceres. en una versión árabe que estudiaremos más adelante. (162) En los primeros siglos de la dominación agarena, cuando las fronteras entre los estados cristianos y los árabes estaban muy al Norte, este pueblo careció de importancia y no hay mención de él o hay muy pocas. Pero al final de la Alta Edad Media, el derrumbamiento del Califato seguido del aumento de poderío de los estados cristianos con los Alfonsos VI, Vil y VIII, trasladan las fronteras (o las E xtrem aduras, como entonces se decía) al sur de la cordillera Central. Las inva­ siones africanas de Almorávides y Almohades proporcionan unas alternativas de inestabilidad y entonces las fortalezas (161) V. G ervasio Velo. Coria: Reconquista de la Alta Exíi'emadura. Biblioteca extrem eña núm . 15. C áceres, 1956. (162) Hay tam bién otra m ención de C áceres de principios del siglo XII, y p o r tan to , antes de los A lm ohades. Se tra ta de un m anuscrito de un tal Ibn Rallan que no he p o d id o co n su ltar p or hallarse en El C airo y la cita se refiere al año 526 de la H egira = 1132 A. D.


116 de la zona del Tajo, Alcántara, Albalat, Almufrag, comienzan a sonar en las crónicas. Es entonces cuando Cáceres recobra su importancia para no perderla más. Es entonces cuando los alarifes almohades completan, reforman y perfeccionan su fortificación, sus murallas, torres y alcazaba, parte de todo lo cual podemos ver todavía. N o sabemos con certeza ni el nombre ni el autor ni la fecha de esta restauración de Cáceres como verdadera plaza fuerte inexpugnable. Para Floriano la realizó el califa Abdelmumen (1128-1163). (163) Pero esto es poco probable. En opinión de Terrasse, (164) los cercos de Badajoz y Cáceres fueron construidos después de 1160-70. Esta es también la opinión de Torres Balbás en su obra ya citada (165) sobre las murallas de Cáceres, cuya edificación cifra en la época del califa Abu Yaqub Yusuf (1163-1184). Sin duda esta hipótesis tiene más visos de certeza y lo que me parece más probable es lo siguiente: En el período de confusión que en estas comarcas p ro ­ ducen las algaradas del guerrillero portugués Geraldo Sempavor y las incursiones del rey Fernando 11 (1165-1170) una de las varias asociaciones religioso-militares que se formaban por entonces, se asentó en el pueblo de Qázrix. Aquí eleva­ ron un templo al apóstol Santiago y seguramente reedificaron algunas fortificaciones de las que queda un vestigio en la torre cilindrica de la calle de la Amargura, que a mi juicio es cristiana y no árabe como se viene diciendo de antiguo. Esta­ blecimientos parecidos a éste tuvieron lugar en este período (163) (164) CXXXIV, (165)

Estadios... t. I, pág. 97. H enry T errasse. Les forUivsses de l'Espapne musulmane. BRAH t. II, 1954. C iares y su urca Almokade. V er n o ta núm . 130.


117 en Trujillo y y en Monfragüe, (166) dando origen a efímeras órdenes militares. La de Cáceres en cambio,— Fratres de Cá­ ceres o de la Espada—dió lugar a la ínclita Orden Santiaguista, a pesar de que por el momento desapareció de la misma forma que las dos dichas. Asentado ya el poder de los Almohades en la península, el rey o califa Abu Yaqub emprendió una obra de consoli­ dación y de restauración militar, comenzando p o r expulsar a las bandas cristianas que se habían instalado en las fortalezas fronterizas. En esta campaña los Almohades encontraron muchas dificultades en recuperar Cáceres, que valientemente defendida por los heroicos Fratres. no pudo tomar hasta 1172. (167) Seguramente este hecho llamó la atención de los vencedores hacia la magnífica posición militar de Cáceres y fué entonces cuando se dió forma definitiva al sistema de fortificaciones, convirtiendo la plaza en un indestructible bastión de defensa y un centro de operaciones para el ataque, dándosele el nombre de H izn Q azrix. H izn Q azrix significa «Castillo Qázrix». Importa insistir en que esta frase no equivale simplemente a «Castillos, for­ talezas», como se viene repitiendo. Es la voz H IZN (Hisn) la que significa fortaleza y los árabes la empleaban para desig­ nar las plazas fuertes, sobre to d o las que designaban una (166)

G ervasio Velo. La orden de caballeros de Monstrag. M ad rid 1950.

(167) Esta fecha es un ta n to insegura, p u d ie n d o ser uno o d o s años más tard e. Para Floriano (Estadios... I, 127) el d eb ela d o r d e C áceres fué A bu Hafs O m ar, herm ano mellizo del califa. Este hecho, que sólo c o n o ­ cem os p o r el M artirologio de la O rd e n d e Santiago, rep resen ta la única conquista efím era de Cáceres p o r los cristianos, an tes de la definitiva p o r Alfonso IX.


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eminencia, (168) anteponiéndola a veces a su nombre propio. Así se decía indistintamente Amposta o Hiznamposta, Medelin o Hiznmedelin, Lorca o Hizn Lorca. (169) De la misma manera se llamaba a Cáceres Q ázrix o H izn Qázrix. Todavía quedan en España varios topónimos en que cristalizó el pre­ fijo formando un tono único con el nombre: Iznalloz, Iznajar, Iznatoraf o bien con una variación ortográfica muy corriente en voces árabes, Aznalcóllar, Aznalfarache. ¿Por qué motivo Abu Yaqub o sus mandatorios al for­ tificar nuestra capital la llamaron H izn Qázrix? Sólo hay una respuesta: porque la población se llamaba ya Q ázrix desde antiguo. Como hemos visto, los más primitivos documentos y cronicones latinos por la parte cristiana, denominan a Cá­ ceres exactamente por el nombre que ahora lleva o con variantes meramente ortográficas del mismo: Cázeres, Cáferes. (170) Esto implica una identidad lingüística con el topónim o árabe que, en efecto, es muy fácil de establecer. La letra árabe x in representa un sonido que los castellanos son reacios a pronunciar y que no existió en latín, por lo que su asimilación a una S es ob/ia. Qazris, pues, con una voca­ lización oscura o quizás pronunciando la I como E, cosa corriente tratándose de una I breve, debió sonar inmediata­ mente a los oídos de los leoneses como Cáziris, Cázires o Cázeres. Si tomamos la forma genuina de Al Idrisi Q A ZRS, (168) E. Lévi Provenfal. España M usulm ana. T . V. d e la H istoria de España, de M enéndez Pida), pág. 37. (169) J. A . C onde. H istoria de la dominación... o Descripción de España por el Edrtsi. T rad . de A. Blázquez, 1901. (170) Por ejem plo, Tudetise V il o los d o cu m en to s del tiem po de Fernando II y Alfonso IX, fechados apud Cázeres.


119 cualquier garganta castellana que intente pronunciarla dirá automáticamente Cáceres. Lo más probable es que los mis­ mos musulmanes contemporáneos pronunciasen de esta forma o de una muy parecida, ya que, repetimos, el topónimo actual aparece en nuestras crónicas a fines del siglo Xll sus­ tancialmente en la misma forma que ahora. (171) Menéndez Pidal y Floriano observan que realmente como los cacereños pronuncian hoy el nom bre de la ciudad es Cazres. Yo digo más: en muchas zonas de la provincia, lo que se hace es expresar exactamente la versión árabe: Cazris. Quizá esto no se deba a haberse conservado en estos sitios tal dicción sino simplemente a variante dialectal. Pero es una bella prueba de la identidad lingüística de ambas formas y de su posibilidad de coexistencia. Indiscutido, pues, que Cáceres, palabra latina y caste­ llana procede directamente y sin duda posible de QAZRIX, viene ahora otra cuestión. ¿Qué significado tiene en árabe esta última voz? T odos los arabistas a quienes he consultado (172) dan una respuesta concorde, la misma que reduce a polvo todos los esfuerzos para dilucidar la etimología de otros topónimos como M adrid y Badajoz: «La palabra Q azrix no tiene ningún significado conocido en árabe... Debe de ser transcripción de un topónim o más antiguo». Aquí dejamos la cuestión por ahora. (171) Origines del Español. M adrid, 1926, pág. 215. (172) D. Emilio G arcía G óm ez, D. Jaime O liver Asín, D. Elias Teres y a los efectos D M iguel Asín Palacios.



VII BREVE ESTUDIO DEL T O P O N IM O Q A Z R IX Las fuentes árabes que mencionan nuestra ciudad han sido objeto por mi parte de una búsqueda sistemática que en el momento actual aún no considero terminada. La cita básica era en nuestra bibliografía la conocida Geografía de AI Idrisi, (173) de la que se han hecho muchas traducciones. (174) En esta obra, una de cuyas ediciones árabes he tenido ante los ojos, el nombre de Cáceres viene transcrito de esta forma: ^

I

é

R

S *

Á

O

t

O

Las letras pequeñas que colocamos debajo de cada signo (173) A bu A bdalá M oham ed al Idrisi. La obra co n su ltad a es D ticription. dt l ’ AlriqM tt Ae V Espaym, par FAriti. T rad u cció n d e R. D o iy . Ley den, 1866. (174) La prim era española p o r José Antonio C onde en 1779. Hay o tra d* A ntonio Blázquez. M adrid, 1901.


122 árabe, responden a la transcripción en grafismos del convenio internacional adoptado por las Escuelas de estudios árabes españolas. (175) Según la costumbre árabe de no escribir las vocales átonas, nos queda aquí la palabra QAZRX, casi im­ pronunciable a nuestras gargantas. Si para facilitar esta pro­ nunciación sustituimos el X in por una S y prescindimos del particularismo de la Q, nos encontramos con la palabra CAZRS, lo que como ya hemos visto implica una pronuncia­ ción sustancialmente idéntica a la actual. Aquí, pues, es donde hay que buscar el origen del nombre Cáceres y no en ningún otro sitio. Los arabistas, al intentar una vocalización de esta palabra árabe QAZRX, suelen escribir QAZIRIS. Ya sabemos que Conde vocalizó KAZIRES. Estas formas de articulación no deben andar muy equivocadas cuando los cristianos dieron en llamar a la población que nos ocupa, cuando necesitaban mencionarla y aún antes de su conquista CACERES. (176) La segunda (177) cita árabe es la de Az-Zala, (178). Se trata de un manuscrito árabe que no ha sido publicado y que no he visto, pues el único ejemplar, según me dicen, se encuentra en Inglaterra. Floriano lo menciona (179), sacando (175) R ecordam os al profano que el árabe se escribe d e derecha a izquierda. (176) Por ejem plo, la donación de la aldea de V illoruela a la O rd en de Santiago p o r F ernando II en 1184, según el T u m b o M enor de León, folio 213, que cita Floriano en Cáceres: los problemas... pág. 44. Las dem ás form as que recogem os en los d ocu m en to s cristianos de la época, o son meras variantes ortográficas (Catetes, Caxzeris) o claras equivocaciones de copistas (Caniles, Canceres, Cárteres). (1771 Ibn Sahib al Sala. H istoria d e los Alm ohades. Ms. (178) O rd en o estas citas según la cronología de su aparición en la H istoria regional. (179) Cáceres: Los pi’oblemas... pág. 40.


123 la cita de Piel (180) y es con la fe de estos dos autores que inserto aquí la versión árabe del nombre de nuestra ciudad en dicho manuscrito de esta forma Q ásr is en transcripción científica. Como se ve, este autor, casi con­ tem poráneo de Idrisi (ambos son de mediados del siglo XII), da una forma totalmente parecida a la de este último, con la única diferencia de colocar una 1 en la última sílaba. En Idrisi no está, lo que no quiere decir que no la hubiera, sino que él consideraba que esta I era breve, mientras Az-Zala la escribía larga. En sustancia, ambas formas son idénticas, reduciéndose al QAZRIX que nosotros empleamos. Tercera cita, incierta. En el diccionario árabe de Yaqut (181) encontramos en 1958 la palabra Q ásr a con la corta explicación siguiente: — “Ciudad en tierra de cristianos». Me inclina a creer que se trate de Cáceres, pre­ cisamente la brevedad de la explicación que parece indicar que la población, en el momento que escribe su autor, acaba de perderse para el mundo árabe. Si hiciese mucho tiempo que este QAZRA estuviese en tierra de cristianos o se tratase de otro lugar en cualquier punto de Europa, la mención no existiría. (182) Este QAZRA podría, pues, ser una versión deformada de QAZRIX. (183) ((80) J. M. Piel. Miscelania d£ toponimia peninsular. Revista p o rtu ­ guesa ck' Filología. Vol. IV ('9 6 t), pág 212 (181'' Jacut’ s G eografísches W o rterb ü ch . Edición de W ü sten feld . Leipzig, 1866-70. (182) Y aqut nació en 1170 y p ro b ab lem en te escribiría hacia 1230 (183) Repito que to d o esto es p u ra hipótesis. N ótese sin em bargo que el equivalente latino de este QAZRA es precisam ente C a STRA,


124 La cuarta cita, también dudosa, la encontramos en la Enciclopedia del Islam (184) en el artículo GUAD1X. Como se sabe, este nombre se origina por la palabra árabe U A D I = río y el topónimo ibérico ACCI. que llevó la población d u ­ rante la época romana. En la de los árabes, se le conoció indistintamente con los nombres de Rio Acci (UAD AX, pro ­ nunciado más tarde UAD IX) y Castillo Acci (QAZR AX, pronunciado más tarde QAZR IX). La primera forma pre­ valeció, pero ahora nos encontramos que con distinta etimo­ logía, GUADIX hubo una época en que se llamaba igual que QAZRIX. El autor de este artículo del Diccionario (C. F. Seybold) estima que la forma QAZRAX == QAZRIX, corres­ ponde más bien a Cáceres. No sé en qué texto árabe se apoya este autor, pero a seguirle nos encontramos con una nueva forma del nombre de Cáceres: QAZRAX, que con­ firma la cita siguiente. (185) Quinta cita, indudable. En la Geografía de Ibn Hawqal se nombra a Cáceres en el itinerario a que ya hemos aludido en el capítulo anterior. (186) La forma en que aparece trans­ crito el nombre es ésta

O sea, Qasrás. Com o se ve, es idéntica a la anterior con la diferencia de que el á lif de la última sílaba no lleva madda. (184> Encyclopédie de V Islam, 1909, pág 357. (185) La segunda A de este QAZRAX es un alit so b rem o n tad o de un madda. m o dalidad frecuente en tre los árabes para designar una I exótica. (186) Opas geqgraphicum auttori Ibn Haukal, 2,* ed. d e I. H. Krammers: Leydem, 1938, I, 116.


125 El primer alif, que encontramos en Idrisi, no ha sido escrito, lo que no niega que allí hubiera al menos una vocal breve. Tenemos, pues, dos versiones del topónimo arábigo cacereño a que pueden reducirse todas las citas reseñadas: QÁZRIX, como resumen de la primera y la segunda. QAZRAX, relacionado con las tres restantes. Quisiera tener la autoridad suficiente para poder afirmar que ambas formas son una misma, pero es bien conocida la extrema dificultad de establecer aseveraciones tajantes en problemas de nomenclatura islámica antigua, incluso para los arabistas avezados. Me limito, pues, a expresar una certeza moral de esta identidad. Es conocidísimo el descuido con que los árabes escribían las vocales, que en la mayoría de los casos se omitían pura y simplemente. (Véanse las monedas e inscripciones). Nada de particular tiene además que vacilasen al escribir una palabra que para ellos era exótica, pues lo que trataban de hacer era simplemente verter a su lengua y alfabeto un topónimo que ya existía al llegar ellos a España. En lo que se refiere a la segunda de estas formas resumidas, la de Hawqal, el a lif de la sílaba final, letra de prolongación, puede pronunciarse en muchos casos como E o como I e inversamente, los escribas musulmanes pudieron transcribir esta I, oída a los habitantes de Qázrix por un a lif en la época de Ibn Hawqal. (187) Estas cinco citas del Cáceres islámico, de esa misteriosa y oscura plaza que sin embargo es la envidia y ambición de todos los reyes leoneses, es lo único que hasta la fecha (pues como este problema es para mí muy sugestivo, he de conti­ nuar trabajando sobre él) he logrado en la empresa. (187)

La obra se escribió en 997.


126

No se encuentra mención directa de Cáceres en !a cono* cida Historia Al B.iyan al Mogrib, de Ibn IJari, en ninguna de las ediciones consultadas. (188) Tam poco en la C osm o­ grafía de Al Qazwini (189) ni en la de Andalucía de Al Hyiniari (190) ni en la Historia de Ibn al Játib (191) ni en la crónica de El Zerquechi (192) ni en la corriente Historia de los Almohades de Al Marraquxi (193) ni en el Anónimo de M adrid y Copenhague (194) ni en Al M aw xiya (195) se han encontrado menciones aprovechables de ciudad que pudiera referirse a Cáceres. Naturalmente, aún no está agotada la bibliografía, pero no deja de ser extraña esta penuria de noticias de la ciudad en los libros islámicos, cuando son abundantes las de muchos otros pueblos de la provincia como Coria (Medina Cauria), Trujillo (Toryeiah o T o iy ih h ), Montárichez (M uñíantix) e in d u jo Santa Cruz de !a Sierra, con su propio nombre cris­ tiano, evidentemente anterior a la invasión sarracena (Sant Akruch). De esta escasez de datos hay sin embargo explicaciones (188) V ersión de H u id , T etu án , 1953, o tam bién Histoire de V Atrique t í de V Espagne, trad . francesa. Argel 1901-1904. (189) El C azw ini’s K osm ographie, G o ttin g en , 1849. (190) ¡Citab ar Raud al Mitar (£ Habar al Aktar, p or A bdalm um inin al H ym iari. L eyden, 1938. (191) Historia de la España mtuulmana. Ibn al Já t:.b. Rabat, 1934. (192) Cronique des Almohades et des Haisides par El Zerkechi. Edición E. Fagnan. C o n stan tin a, 1896. (193) A bdel W a h id el M arraquechi. Historia de los Almohades. Edi­ ción D ozy, L eyden, 1847. En francés de Fagnan, Argel 1893. (194) Historia de los Almohades de Ibn Basam, pub licad a p o r H uici, «Anales del In stitu to d e Valencia», vol. II, (1947). (195) A l Hulal al Mawxiya. T etu á n , 1951.


127 plausibles. La principal es que «durante mucho tiempo Qázrix fué un pueblo pequeño y no adquirió importancia hasta que los almoha des, en el tercer tercio del siglo XII, reconstruyeron por completo las murallas de la antigua Norba, erizándolas de torras a'barranas y poligonales y levantando el alcázar del que sólo resta hoy, como último vestigio, un aljibe. Después de su reconstrucción, Cáceres permaneció poco ya en poder de los musulmanes, unos sesenta años. La época de los Almohades es además en A l Andalus un período de vigor político pero de poca expansión literaria y después de ellos, una vez Extremadura en poder de los cristianos, ya no tenían motivo los historiadores y geógrafos islámicos el citar poblaciones perdidas militarmente y además el hacerlo no dejaba de ser amargo para ellos. Si a esto añadimos el in­ menso número de textos musulmanes que se destruyeron durante la reconquista (todo libro árabe era irremisiblemente condenado al fuego por suponerse o temerse que se trataba del Corán) nada pueden extrañar los grandes vacíos biblio­ gráficos y documentales de esta lengua en nuestro país, que sólo desde Alfonso X comenzó a preocuparse un poco de asuntos culturales. (196) Cáceres, pues, debe al bárbiro almokade, reconozcá­ moslo, el no ser hoy un Ibahernando o un Talaván. El terro­ rífico Abu Yaqub, tan execrado, fué el que dió a la hoy ciudad todo su rango y señorío militar y capital. Es el mismo caso de Madrid que, gracias a Felipe II, el gran rey que no tiene en la capital de España una sola estatua ni hasta hace poco llevaba su nombre ninguna calle, (honor al alcance de (196) En 1671 se quem aron fo rtu itam en te en El Escorial 5.000 libro* árabes, según refiere C onde.


12S cualquier gacetillero insignificante), es hoy algo mas que un Guadalajara. Verdad es que se dice como leyenda que el nom bre de el Bujaco, que hoy lleva la mayor de las torres de la muralla, proviene precisamente de Abu Yaqub. Esta etimología habría que probarla (197) y en todo caso, el nom­ bre ha sido impuesto, suponiendo que sea cierta la especie, de un modo popular y no precisamente por gratitud. No de otro modo Badajoz debe a los Aftasíes su capi­ talidad regional y su corona y en general Extremadura debe sobre todo a los árabes su personalidad como región, ya que en esta forma es la sucesora del reino de Badajoz. Si la geo­ grafía nos habla de un R tino de Extremadura es porque este reino es el heredero del Taifa de Badajoz, ni más ni menos que los reinos de Murcia, Valencia, Granada, etc., lo son de los taifas árabes respectivos. Al dividirse en el siglo pasado la región o reino extre­ meño en dos provincias, se eligió acertadamente como capital de Extremadura la Vieja, una población que a pesar su título de villa, (198) era evidentemente la de más arrogancia y pro ­ sapia, ya que si aquí prefirieron afincarse las más poderosas familias leonesas de la Reconquista, fué porque veían en ella una plaza inexpugnable, tanto como lo fuera en el siglo XII H izn Q ázrix. (199) (197) Para mí es del to d o gratuita. (198) Sólo lleva el d e ciu d ad d esd e 1882. (199) H e d e explicar ahora, com o he p ro m etid o al profano y hacer necesaria aclaración al eru d ito , de p o r q u é he elegido p ara el p resente trab ajo , com o forma la más fiel p o r la q u e debem os co n o cer al Cáceres m usulm án, esta palabra QÁZRIX. R especto a la consonante inicial, sin d u d a m uchos lectores estarán d esorientados con los tres signos K, C y Q que en cu en tran p ara u n m is­ m o sonido en los libros antiguos y m odernos. En árabe hay d o i letras K


F i g u r a IX

P la no d e l C á c e re s m ed ie v a l, s a c a d o de la o b r a « C á c e re s M on u m e n ta l» , M a d r i d , 1960, del mismo a u tor. En él f ig u ra en n e g r o el re c in to a m u r a lla d o á r a b e de H iz n Q á z r ix .



1 29

Me resta sólo, al finalizar este capítulo, proclamar con viva sinceridad hondo agradecimiento a mis mentores del Instituto de Estudios Arabes Miguel Asin, del C. S. I. C., sin los cuales yo no hubiera podido hacer cosa de provecho en tan intrincado camino (lo que no impide que si en este tra­ bajo hubiese errores, sean ellos exclusivamente míos). A don Jaime Oiiver Asin, a D. Leopoldo Torres Balbás, a D. Elias Terés, a D. Fernando de la Granja y sobre to d o a la señorita Soledad Gibert, docta y especializada arabista cuya compe­ tencia corre parejas con la paciencia y amabilidad con que ha acogido y guiado mis importunantes pesquisas. una com o m uestra C o poco m enos y o tra más fu erte y m uy g u tu ral. N uestros historiadores antiguos rep resen tab an a la prim era p o r C o Q u y a la segunda p o r una K, lo que para no so tro s era lógico. Al ad o p ta rse en los estu d io s árabes la transcripción internacional, h u bo q u e atenerse a ésta, que hacía to d o lo contrarío. H e aq u í p o r qué la antigua K ahora se transcribe Q , e inversam ente las palabras árabes con un cat co rrien te se utiliza la K. E ntiendo que la versión castellana usual debe acercarse lo inás p o si­ ble a la científica—y esto es criterio de to d o s—m ientras no haya que echar m ano de signos extraños al lecto r y que no poseen las im prentas. Por eso transcribo el sad p o r una Z com o se ha h echo siem pre. En cu an to a la X, he de d etenerm e algo más en la explicación p o rq u e se tra ta d e un tem a m uy sujeto a discusión. En otros trabajos míos (p o r ejem plo, Con­ ductores del Mundo, M adrid, 1950, en colaboración con J. G anzo), he razo ­ nado los m otivos de em plear la X p ara la tran scrip ció n del xin árabe, pero dad a la lim itada difusión que les supongo, he de volver sobre: ello en cada nueva ocasión. El problem a de la transcripción del xin y co n so n an tes idénticas en lenguas orientales (hebreo, caldeo, egipcio, etc.), a una versión usual cas­ tellana, está aú n p o r resolver. N o h ablo de la equivalencia gráfica cien tí­ fica que com o se sabe es S y no ofrece d u d a s d e ninguna especie, sino de una form a usual literaria d e tran scrib ir esa S con signo diacrítico, que todavía es desconocid a p ara el vulgo y q u e la m ayoría d e las im prentas no posee. A ctualm ente existen e n tre h istoriadores y geógrafos dos te n ­

9


130 dencias: una que utiliza la com binación alem ana SCH, sin el m enor senti­ do en n u estra lengua y que co n d u ce a equivocadas pronunciaciones en el profano y otra q u e prefiere el gru p o inglés SH, un poco m enos estram ­ b ó tico para nosotros p ero con análogos inconvenientes. El problem a sin em bargo estaba ya de antiguo resuelto p o r nuestros historiadores y arabistas p o r m edio de la X bable si no de una form a del to d o perfecta, con más lógica y más indep en d en cia que ahora. Esta letra es, entre otras m uchas razones que no cabe aquí d esm enuzar (lo he hecho en mi trab ajo «U na encrucijada lingüística», p ublicado en la revista «A lcántara», núm . 126-1959) la que instintivam ente usa el pueblo español cuando oye p ro n u n ciar aquel sonido en un nom bre exótico, árabe o no árabe: Xatieti, Aixa. Sin em bargo, la x bable, p o r m otivos que nadie sabe explicar suficientem ente, ha caído en desuso. Un a u to r castellano actual no tiene o tro rem edio, c u an d o se en cu en tra ante esta consonante en onom ás­ tica histórica o geográfica, que pagar trib u to al alem án o el inglés (!). D en tro de lo m odestísim o de mi esfera de trabajo, yo rep ito lo d ecla­ rado en o tras ocasiones: m ientras p o r las altas au to rid ad es en la m ateria no exista una unan im id ad clara en favor d e un signo que no rep resen te una servidum bre para n u estro glorioso idiom a, seguiré em pleando la X bable cuantas veces n ecesite tran scrib ir esta consonante en lenguaje corriente. Es ciertam en te lastim oso que hab ien do sido España el país d e Europa m ás arabizado y d o n d e existieron arabistas an tes que en ningún sitio, tengam os en el siglo XX que p ed ir p restad o al inglés o a otra lengua una com binación gráfica para tran scrib ir un sonido árabe. C om o versión literaria usual no existe inconveniente en designar al C áceres islámico bajo la forma CAZRIS, pero dada la p a rticu larid ad de este trab ajo y el sistem a dem ostrativo que estoy em pleando, no era posible prescindir del Xin final, letra esencial para nu estra tesis y p a te n te de a u te n ­ ticid ad de su etim ología. Precisam ente p o r d esconocer esta consonante se ha d ado lugar a los errores etim ológicos que esta ob rita viene a com batir. Esta X final, p o r o tra p arte, no es d istin ta de la de Almorox, G uadix, T o rro x y o tro s m uchos topónim os árabes q u e han p asado a nu estra lengua casi en su form a genuina, sin castellanizarse. C om o escolio de esta larga n ota, he de ad v ertir q u e d esgraciada­ m ente no ha sido posible, p o r m otivos tipográficos, q u e las tran scrip cio ­ nes científicas de las voces árabes m encionadas salieran bien en esta e d i­ ción. U na p rueba más de la n ecesidad de un sistem a transcriptivo p ro só ­ dicam ente castellano, que hoy no existe.


VIII CAESARIS Y CARCERES Para algunos autores (200) el nombre actual de Cáceres puede provenir—a través del árabe, desde luego—de algún topónimo de la época romana relacionado con la palabra Caesar que, como sabemos, formaba parte del cognomen de la colonia romana establecida a la sazón en el suelo de nues­ tra ciudad. Esta especie no es de nuevo hallazgo; por el contrario, en los siglos XVI y XVII compartió con la etimología Casa o Castrum Cereris las preferencias de los escritores, según puede verse en las obras que hemos citado en el capítulo II. (201) Entre los modernos, unos suponen que de algún modo N orba Caesarina o Caesarea se había transformado en el siglo VIII en una Norba Caesaris u otra modalidad en que entrase este genitivo. O tros conjeturan que en algunas ins­ cripciones existentes en los muros reedificados por los Almohades se podría leer la palabra Caesarin o Caesaris o los reconstructores leyeron esta última forma sobre cualquier (200) citada.

Por ejem plo: T o rres Balbás. Cáceres y. su cerca almoha.de. Ya

(201) «...Los árabes alteran la vocación del n om bre de C aesar en o en C ’ azer y de aq u í la pronunciación Cageres». Pedro de U lloa y Golfín Memorial de Ulloa, folio 9.

C’ zar


132

inscripción, bautizando la ciudad Cdzrix cuando llegó el mo­ mento de ponerle un nombre. Estas hipótesis admiten muy graves criticas, a mi juicio. Tenemos la primera A de Caesaris que no podemos creer que se pronunciase en tan avanzada época como tal, sino como una E con el diptongo, dando Césaris de donde en modo alguno podría fluir Cázrix. (202) Tam poco sabemos de qué manera desaparecería la segunda A. Y sobre todo, no hay vestigio de que este genitivo ni solo ni acompañado integrara ningún topónimo en el periodo preislámico. Norba, podría haber degenerado en Caesarea o en otra forma más barbarizada, pero con muy poca probabilidad en Caesaris. Respecto a la segunda variante de estas proposiciones, la verdad es que parece bastante artificioso el que los árabes fueran a denominar un lugar o castillo leyendo su nombre en un letrero antiguo como lo haríamos hoy al deletrear el de una calle para ponerlo en nuestra agenda. Es cierto que hay o ha habido lápidas con la inscripción Caesarin pero no es fácil que su lectura diera en vez de estas letras Caesaris y esto es imprescindible para que los musli­ mes hicieran terminar su topónimo en un xin . Por otra parte es cosa probada que Cáceres existía mucho antes de que los Almohades reforzaran sus fortificaciones y casi seguro que no haya dejado de existir nunca. En fin, acaso fuera necesario enfrascarse en un profundo (207) El d ip to n g o & se p ronunciaba en nuestras regiones com o E ya en la época rom ana, com o lo d em u estra n m uchas inscripciones p ro ­ vinciales en que el cu ad ratario , p oco cu lto , tran scrib ía com o oía p ro n u n ­ ciar. Ejemplo SECV N DA ABENTINE F (H übner, Rev. E xtrem adura, 1900). O tro D.M .S./IVLIE RVF1/F. RVFINE, lápida existente en el M useo de Cáceres.


133 estudio de estas hipótesis si no tuviéramos cosa mejor que hacer. Pero disponiendo de otra en que sin esfuerzo alguno, con facilidad suma, hallamos la génesis exacta de Q ázrix no creo valga la pena insistir sobre aquellas. Sólo nos detendremos un momento en la rara etimología CARCERES, estudiada por el profesor portugués J. M. Piel (203) y ampliamente refutada por Floriano (204), ya que, después de lo dicho por este último, poco se puede añadir. La teoría se apoya en dos pivotes, igualmente endebles. Uno que la forma Carceres aparece en un cierto documento cris­ tiano de 1222. El otro en una supuesta sinonimia Carcer = aljibe, que hubiese originado (¿cuándo?) el denominar a la población o a su castillo Cárceres, por sus aljibes conocidos. Admitiendo aquella ecuación, este hecho sólo podría haberse producido en el caso en que los aljibes preexistieran a la ciudad o fortaleza, pues en todo topónimo derivado de un apelativo el objeto que éste designa, es precisamente causa y núcleo de la formación de un pueblo a su alrededor. Ahora bien ¿a quién se le ocurriría construir un gran aljibe aislado en lo alto de un cerro? No vale alegar que el aljibe o Carcer procedería de las ruinas de la antigua Norba pues tal cons­ trucción, que aún p u ed: verse, es específicamente islámica. Y además, lo de siempre, ¿iban los árabes a imponer un nombre latino a una ciudad por ellos reedificada? Si en algún documento antiguo se lee el nombre de la ciudad en la forma Carceres es, no ya probable, sino indis­ cutiblemente seguro que se debe a error o pedantería del copista, máxime cuando hay otros documentos más antiguos (203) (204)

j. M. Piel. Miscelania... Ya citada. V. nota, 180. Cáurts: los prohltmas...


134 con la forma correcta Cáceres. Lo mismo acaece con las variantes Canceres, Cancres, Canzies, que aparecen en otros. No creo cosa prudente edificar teorías etimológicas sobre tan claras y esporádicas equivocaciones. (205) (205) Pueden examinarse algunas de estas versiones sobre d o c u ­ m ento original en las varias rep ro d u ccio n es en color que trae la obra de Pedro Lum breras La reconquista de Cáares por Alonso IX. C áceres, 1956.


t

IX C AST RIS Hemos demostrado más atrás cómo la única etimología posible de la palabra Cáceres se funda en la voz árabe QAZRIX con que los historiadores y geógrafos musulmanes conocieron a nuestra ciudad durante los siglos de su dom i­ nación. También hemos visto que el origen de esta palabra árabe hay que buscarlo en un topónimo anterior, sea latino, ibérico o visigodo, puesto que los especialistas en la lengua de Averroes no encuentran para ella ningún significado, ni siquiera la contextura filológica de la misma palabra les parece genuina. Obligados, pues, a buscar un topónim o anterior a la invasión de los muslimes, hemos de convenir en que ninguna solución tiene tantas probabilidades o por mejor decir, tantos visos de certeza como la derivación QAZRIX < CASTRIS. Esta solución venía presentida en todos los autores de los siglos XVIII y XIX, aunque no precisamente en esta forma. Convenían en que la palabra Cáceres debía de tomar origen en su antecesora urbana Castra Caecilia pero sin explicar cómo. El docto epigrafista a'emán Emilio Hübner rechazó la versión en su famosa c^rta publicad.! en 1899 llevado por el convencimiento de que Cáceres ocupaba precisamente el solar de NORBA y no el de Castra Cecilia y para la cuestión etimológica formuló, como hemos visto, otra hipótesis que


136 los autores sucesivos, con esa especie de fetichismo que inspiran las proposiciones de un sabio prestigioso, sobre todo si es extranjero, no han osado remover. Don Ramón Menéndez Pidal, en una de sus obras lin­ güísticas, (206) menciona de pasada la deducción Cáceres =*= Cazres ■<= Castris poniéndola como ejemplo de vocal átona epentética en el castellano medieval y esta mención la recoge Floriano (207) sin aceptarla de un modo franco o mejor dicho queriendo compaginarla con la etimología usual Alcázares. Descartada esta última sólo quedaba examinar (no contando el formidable peso de la autoridad del venerable maestro en temas filológicos) las bases en que se podría fundamentar esta interesante hipótesis. Acaso el paso de Castris a Cáceres podría presentar alguna de las dificultades que encontraba Hübner si lo exa­ minamos en versión directa. En cambio no ofrece ninguna dificultad filológica si lo consideramos a través del árabe. Hay dos leyes muy claras y sencillas que cualquiera puede inducir mediante fórmulas empíricas que nos dan una respuesta inmediata. 1.a La combinación ST de los nombres latinos frecuen­ temente la encontramos en los topónimos árabes convertida en un Zad, letra que a su vez en castellano hace una zeta. He aquí algunos ejemplos: BASTI (Capital de los bastetanos) = BASTA > BAZA CASTULO = CASTULONE (abl.) > CAZULONA > CAZLONA (Caserío actual cerca de Linares) ASTIGI = ASTIJA > AZIJA > ECIJA (206) Orígenes dsl Español. Estado lingüístico de la península hasta el siglo XI. 1.a ed., M adrid, ¡926, pág. 215, o 3.a ed , M adrid, 1950, pág. 195. (207) Cácerts: los problemas... c itad a. Pág. 37.


187 Aún podríamos añadir varios ejemplos más, como la ST de Cesaraugusta, hoy Zaragoza, pero basta con los citados. 2.a La S de muchos topónimos latinos fué recibida en árabe como un x in (s) el cual volvió a su vez a ser una S en la onomástica romance postmusulmana. Ejemplo: Ispalis > Ixbilia > Sevilla. Si aplicamos estas dos reglas a la voz Castris tenemos directamente CASTRI S > CAZRIX Esta fácil derivación podría en todo caso ofrecer duda si, examinando la toponimia prearábiga del lugar, no se en­ contrara ninguna palabra parecida a Castris. Pero muy al contrario, al repasar el Itinerario del Ravennate encontramos en el camino que va desde Mérida hacia el Norte, después del pueblo o mansión Sorores, esta palabra:

CASTRIS Y en el Itinerario de Antonino, en el mismo camino y a 46 millas de Emérita (exactamente la distancia que hay hoy de Mérida a Cáceres) hallamos la mansión CASTRIS Caecilii.

(208)

La verdad es que, por mucha prudencia que queramos poner, toda la prudencia que se hace necesaria en estas deli­ cadas cuestiones etimológicas, parece por este hecho quedar disipada toda duda. (209) (208) V er el estu d io de am bos itinerarios en el cap /tu lo V de esta obra. (209) Es de n o ta r q u e la palabra árabe Q A ZR (palacio fortificado, alcázar) tom a origen p recisam ente en el latín C A STR U M , siguiendo análoga m etam orfosis a la que se ha explicado. Este hecho esporádico


138

Quedan sin embargo, algunas objeciones que hacer, a mi juicio de importancia nimia al lado de las pesadas razones lingüísticas que acabo de estampar. La primera es que el verdadero nombre de este pueblo o mansión era, claro está, CASTRA CAECILIA, en nomina­ tivo del plural y ocurre alegar cue las menciones de los itinerarios están en ablativo porque así lo requería el caso circunstancial de lugar que ocupaban en la oración implícita. ¿Cómo los árabes tomaron la versión del ablativo Castris y no del nominativo Castra, como parece natural? La dificultad es más aparente que real y la respuesta la dan la totalidad de los topónimos (y aún de los apelativos) que han pasado al romance del caso ablativo latino y no del nominativo. De Tarraco = Tarracone íablat.) > Tarragona. De Olisipo = Olisipone > Olisbona > Lisboa. De Toletum = Toleto > Toledo. De Carmo = Carmone > Carmona y cien pu ram en te casual a los efectos que nos interesan, ha sido uno de los principales factores de confusión en el em brollado a su n to de la etim ología de Cáceres. A riesgo de p arecer reiterativo ju zg o necesario estam par aq u í am bas transform aciones lingüísticas paralelas, pero ab so lu tam en te in d ep en d ien ­ tes, para dejar lo más claro posible sus analogías y diferencias:

con

C A STR U M (Sitio fuerte, cam pam ento en plural) n om bre com ún latino pasa al árabe como Q A ZR (Q asr) = Palacio, alcázar, n om bre com ún, y p o r o tro lado CASTRIS, n om bre pro p io que en el siglo VIII ya no es un caso g ra­ m atical de Castra sino un to p ó n im o en nom inativo del singular o si se quiere, en caso único, pasa al árabe com o QÁZRIX ''Q ásris) = N om bre propio, to p ó n im o árabe que no tiene significado especial alguno. Hay que señalar qu* la palabra Qazr (alcázar) no se escribe n u n c i A larga (álif) com o algunos autores escriben el nom bre Qázrix.


13# más. ¿Por qué motivo, pues, los nombres en singular se toman del ablativo y la misma regla no puede aplicarse a un nom bre plural como Castra = Castris > Q ázr;x? Nada tiene de extraño y sí es completamente natural que en el habla popular, al perderse las declinaciones clásicas, quedaran fijadas las formas onomásticas en ablativo y esto ocurriría igualmente con Castris, convertido ya en el siglo VIH en un topónimo invariable, sobre todo teniendo en cuenta que los bárbaros, que pulularon por estas tierras durante tres siglos, eran unos detestables latinistas. O tra objeción o duda estriba en cómo hay que entender el paso a la forma castellana desde la latina. La derivación directa de Castris a Cazres — Cáceres no me parece proba­ ble y ello por motivos históricos más que lingüísticos. Castris, población pequeña, debió de permanecer completamente ignorada de los asturianos, leoneses o castellanos, hasta que los azares de la Reconquista les hiciesen topar con ella, lo que podría ser a lo sumo en tiempos de Alfonso VI. Hay, pues, un lapso de tres siglos por lo menos, durante los cuales no existió noticia sino de un Q ázrix o Q ázrex musulmán. Y de este escalón no se puede prescindir en el descenso etimológico. Es, por el contrario, opinable la cuestión de en qué forma apareció la primera E de Cáceres. Si se trata de una vocal puramente epentética del habla leonesa como parece pensar Menéndez Pidal y confirma la forma antigua Cafres de Pedro de Alcalá (210) o bien esta E se debe a vocalización (210) Pedro de Alcalá. Arte, para ligeramente saber la lengua ardviga emendada y añadida a seguidamente imprimida. Salam anca, 1505; seq. Flo­ riano. Cauris: lo« problemas..., pág. 40.


140 de la grafía árabe QAZRX que ya en el siglo XII los musul­ manes pronunciasen Cácerex o Cázirex como parece ded u ­ cirse de la interpretación K»zires de Conde y las de otros arabistas. Castra Caecilia, como también Castra Servilla, eran dos vicos o aldeas contributae o dependientes de la Colonia Norbensis Caesarina. Lo que destruyeron los visigodos o los otros bárbaros fué esta última, en quien se centraba el odio al Imperio Romano. La ciudad fué arrasada y probablemente asesinados todos sus moradores; en cambio, las aldeas indí­ genas de los alrededores no sufrieron destrucción completa. Lo único que resulta evidente es que al llegar los árabes aquí, encontraron un lugar llamado Castris y ellos se limi­ taron a acomodar este nombre a su prosodia y escritura bajo la forma Qázrix con más o menos ligeras variaciones. Esta aldea comenzó a cobrar importancia tan pronto los reyes cristianos trasladaron el teatro de sus correrías a la cuenca del Tajo. Com o había allí restos de murallas fueron habilitadas mejor o peor en una época que no sabemos, exactamente, si fué en los siglos X y XI. A mediados del XII los almohades terminaron la completa reconstrucción del eerco, transformándole en una formidable fortaleza. Le dieron el nombre de Hizn Qázrix (211) porque Qázrix era como desde hacía siglos se llamaba el lugar. Esta es la única con­ clusión lógica ante los datos que hoy tenemos a la vista en el debatido problema del origen del topónim o CACERES. (212) (311) L iteralm ente FortaUza de Q áwix lo cual perm ite sin violencia alguna supo n er que el Q ázrix que dió nom bre a la fortaleza p odía no estar en su recinto y ubicarse solam ente ju n to a él o cerca de él. (212) En la viñeta que ilustra la p o rta d a d e e ita obra p u ed e leerse en caracteres cúficos el nom bre árabe Hinx Q itrix.


RESUMEN

! B U JVI IfIBCll IL.



Se inserta aquí la acostumbrada síntesis que suelen traer los modernos libros de investigación; un esquema de conclu­ siones que siempre es útil para el consultante, pues le per­ mite, tras un rápido examen, comprobar si en una determi­ nada obra se encuentran o no y en qué medida los materiales deseados, sin necesidad de leer la totalidad del texto. He aquí una condensación de todo lo expuesto en las anteriores páginas: 1.° Después de los últimos estudios y descubrimientos en Maltravieso, hay que admitir para Cáceres, en su sentido de terreno poblado, la más remota antigüedad prehistórica, poseyendo abundantes ejecutorias del Paleolítico. 2.° Volvemos a encontrar poblado el territorio cacereño en el Neo-Eneolítico y en la Edad del Bronce, siendo muy lógico suponer que esta población perduraría durante el periodo protohistórico, en forma de castro lusitano. No es probable que esta zona estuviese despoblada nunca, por su situación estratégica sobre un camino meridiano secular­ mente usado en la Península. 3.° La situación de la Colonia Norbensis Caesarina en el solar del Cáceres medieval es, a la luz de los conocimientos actuales, indiscutible. 4.° No se puede aún, con certeza, fijar en qué punto estuvieron radicados los dos vicus que menciona Plinio: Castra Caecilia y Castra Servilla pero, por lo menos uno de ellos, estuvo muy cerca de N orba Cesarina o de sus ruinas, bajo el nombre de Castris, de tal modo que los árabes


144 le llamaron Qázrix y al reedificar la Colonia como plaza fuerte, ésta tom ó el nom bre de aquélla. 5.° La voz CACERES proviene directamente y sin el menor género de dudas, del topónimo árabe Qázrix (Qásris) con que nuestra ciudad era llamada durante la dominación musulmana. A esta palabra se reduce la transcripción Kazires de los libros antiguos. 6.® La etimología CACERES > ALCAZARES, es abso­ lutamente fantástica y debe eliminarse de toda obra que se escriba sobre los antecedentes de esta población. 7.° Con muy grande probabilidad, Qázrix deriva del latín Castris. Esta última forma es con la que se fijó en el período tardorromano o germánico el nombre del poblado Castra Caecilia de los Itinerarios. 8.° El Cáceres actual es, pues, heredero de Norba Caesarina y de Castra Caecilia (o Servilia). De la primera posee el recinto fuerte y la prosapia noble y militar. De la segunda, ha heredado el nombre.


INDICE Págink

Prólogo .................................................................................

9

Primera parte: El Origen de Cáceres I. I n tr o d u c c ió n ..................................................................... II. Los albores de la población cacereña........................ III. La «Colonia Norbensis C a c sa rin a» .......................... IV. La Lusitania de Ptolon eo ......................................... V. El problema de Castra Cecilia ...................................

15 17 33 51 54

Secunda parte: E l nombre de Cáceres I. Preliminares ................. ................................................ II. La diosa C e r e s ................................................................. III. Castra C a e c ilia ........... ................................................ IV. Alcázares......................................................................... V. C a z ir e s ............................................................................. VI. Hizn Q á z r i x ................................................................... VII. Breve estudio del topónimo Q ázrix........................ VIII. Caesaris y C arceres.................................................... IX..Castris ........................................................................... Resumen...............................................................................

75 81 89 93 105 108 121 131 135 141



FE

DE

ERRATAS

Línea

D ice

D ebe d ecir

97

6

también

tal vez

117

23

designaban

ocupaban

119

N ota

Pagina

124 Ultima 140

(ñola)

N ota

(171) Orígenes... (171) R. Menéndez Pidal. Orígenes... Leydem

Leyden

Hinz

Hizn



O b r a s del A u t o r 1.— Libros y publicaciones separadas

Literatura La estela del Albatros. Novela. Barcelona, 1943. E l Lobo Negro. Novela. Madrid, 1950. E l Ajedrez Romántico. Madrid, 1950. Hablan las Calaveras. Novela. Madrid, 1953. Rapsodia Virginal. Poemas. Madrid, 1955. La Cuarta Estrella. Novela. Col. «Nova Navis». Madrid, 1958. Abeto Azul. Novela. Madrid, 1961.

Arte, Historia y Aiqueología Conductores del Mundo. (Cronología Universal). Col. «Cri­ sol», de Editorial Aguilar. (Colaboración con J. Ganzo). Madrid, 1950. Arte Moderno $ Arte Eterno. Cuadernos «Alcántara». C á ­ ceres, 1955. Las sepulturas del Trasquilón. Revista «Alcántara». Cáceres, 1956. La colección monetaria del Museo de Cáceres. Cáceres, 1957, E l Monasterio de Guadalupe. Monografía artística. Editorial Plus Ultra. Madrid, 1958.


La Cueva Prefiistóríca de Maltravieso. Cáceres, 1958. Cáceres Monumental. Monografía artística. Madrid, 1960. Guadalupe y sus títulos de Hispanidad. Sevilla, 1961. Los torques de oro de Berzocana. Salamanca, 1961. (Col. con Antonio Blanco). Un lustro de Arqueología en la Alta Extremadura. Badajoz, 1962. Novedades y correcciones en la epigrafía cacereña. Boletín de la Real Academia de la Historia. Madrid, 1962. 2.— Algunas otras publicaciones de carácter histórico

Casonas y Remembranzas. Revista «Mundo Ilustrado». Madrid, 1952. La Orden M ilita r de Santigo nació en Cáceres. Revista «Año Santo de Santiago». Coruña, 1955. El Nuevo Mensaje de Maltravieso. Periódico «Extremadura». Cáceres, 8 Enero 1957. Osos, rinocerontes y ñienas en Maltravieso. Periódico «Extre­ madura». Cáceres, 16 Noviembre 1957. El Proceso de Hispanistación de Carlos I. Revista «Alcántara». Cáceres, 1958. ¿Quién es Cristoforo Colombo? Revista «Alcántara». Cáce­ res, 1959. Guadalupe es el nombre que une a España con América. Periódico «Hoy». Badajoz, 10 Diciembre, 1959. Nuevos vestigios del abolengo romano de Cáceres. Periódico «Extremadura. Cáceres, 27 Mayo 1959. Testigos del Cáceres Almoñade. Periódico «Hoy». Badajoz, 30 Mayo 1959. Breve Carta Artística de Extremadura. «Revista de Actua­ lidades, Artes y Letras». Barcelona, 29 Agosto 1959.


Tesoros Prehistóricos en el Museo Provincial. Periódico «Extremadura». Cáceres, 27 Mayo 1960. Cáceres y las falsas Etimologías. Revista «Alcántara». C á ­ ceres, 1960. Nuevas exploraciones y hallazgos en Maltravieso. Periódico «Extremadura». Cáceres, 4 O ctubre 1960. La Preñistoria en Extremadura. Revista «Lyceum». Cáceres, 1960. Celtas y Celtíberos en la Submeseta Extremeña. Periódico «Hoy». Badajoz, 30 Mayo 1961. La cultura de los dólmenes en Extremadura. Periódico «Extremadura». Cáceres, 27 Mayo 1961. Caparra, antecesora de Plasencia en la época remana. Pe­ riódico «Hoy». Badajoz, 9 Junio 1961. Encuentro con Guadalupe. Periódico «La Vanguardia Espa­ ñola». Barcelona, 24 Diciembre 1961. El Ara de Torremenga. Periódico «Extremadura». Cáceres, 24 Enero 1962. Una Basílica Visigoda en Ibañernando. Periódico «Hoy». Badajoz, 28 Mayo 1962.

Digitalizado por: Biblioteca Virtual Extremeña bibliotecavirtualextremena.blogspot.com



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