Historia del Culto y del Santuario de Nuestra Sra. de la Montaña por Miguel Angel Orti Belmonte

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Historia del culto y del Santuario de

Nuestra Señora de la Montaña, Pafrona de Cáceres

por

Miguel Angel Orti Belmonte C. de las Reales Academ ias de la

H istoria

y

de

Bellas

de San Fernando y Hermano de la Cofradía

A rte s


(2)


P R O L O G O

del Excm o. y Rvdmo. Dr. D. Francisco

Cavero v

Tormo, Obispo que fue de Coria

Tres m otivos van a m over m i plum a: piedad y devoción hacia la Santísima Virgen; público reconocim iento de l culto espléndido y bien sentido de Cáceres a su Patrona, la Santísim a Virgen de la M ontaña; y bien nacida am istad con el au tor de este libro, Sr. O rti Belm onte, tan benem érito d e l arte y de la h isto ria cacereña. — ooo— Soy h ijo de la Santísima Virgen de la Fuensanta, la Virgen gra­ cio sa de la huerta m urciana; y las m adres de aquella tie rra de p ri­ v ile g io nos enseñan a sus h ijos a invocarla con fe rvo r y aclamarla con frenesí. Por eso m i corazón vibra m uy hondo cuando acompaño a vuestra Virgen y presido vuestras Sabatinas. Lo que im porta me­ nos es que el camino a re co rre r sea verde o pardo, s i es el m ism o e l in te rés de la jornada y e l térm ino a que conduce. Y este es el caso. Dos ciudades genuinam ente mañanas, que veneran a sus Patronas en santuarios erigidos en las montañas de la cercanía, a los que lo s fieles acuden con emocionado fe rvo r para postrarse ante su


Virgen con la ofrenda de unos cirios o unas flores, el rezo de una plegaria y la confianza de encontrar acogida de madre. Y luego, cuan­ do la Virgen viene a la ciudad o vuelve al santuario, todos acompa­ ñándola, todos aclamándola, todos a form ar en su cortejo. Lo he vi­ vido muchas veces en M urcia, y ahora es Cáceres el marco que en­ cierra m is actividades con escenas de la m ism a vida y de los m is­ mos m atices, porque los anima el m ism o esp íritu de devoción a la Santísim a Virgen. Y esto es todo. Es que en vuestros culto s a la Santísim a Virgen de la Montaña respiro yo m i propio ambiente, pues Ella tam bién es mí madre, aunque no sea Cáceres donde se m eció mí cuna. — oo o — Como todos los valores del mundo, la devoción de Cáceres a su excelsa Patrona no es, n i puede ser, buque anclado que no avance, sino carroza espléndida de briosos corceles que marcha, marcando una técnica y perfeccionando una evolución. Es cabalmente el conte­ nido de este libro, levantado al plano elevado de lo suprasensible y encarnado al m ism o tiem po en el se n tir de un pueblo, que vibra de entusiasm o ante su Virgen. Desde Francisco de Paniagua hasta el Voto Asuncionísta, la vida de Cáceres se agita en torno de su devoción a la Virgen de la M on­ taña, que a veces inspira empresas, a veces recoge afanes, pero en unos y otras im prim e siem pre el m ism o sello, porque palpita siem ­ pre el m ism o espíritu: Cáceres por su Virgen en los tres últim os si­ glos. Inspira empresas, como la construcción de la erm ita de la M on­ taña y la coronación canónica de la imagen; y recoge afanes, como las bajadas de la imagen en horas tris te s de angustia para la ciudad, y la subida de S. M. D. A lfon so XIII al santuario para visita r a la V ir­ gen, a la que los cacereños han consagrado los amores más tiern os de sus almas. Cáceres es asi. Ciudad em inentem ente mariana, que vuelca su devoción en la Erm ita de su Patrona; y su Cofradía es el cauce que recoge los veneros abundantes de esa devoción para fe rtiliz a r con sus aguas cristalinas el e sp íritu de los cacereños. Por eso la Cofra­ día no es un organism o anquilosado, que se concrete a re p e tir pe­ riódicam ente los m ism os cultos. Es un m otor en plenitud de dinam is­ mo, que ha im pulsado poderosos avances en la piedad del pueblo cacereño y en el culto a su Patrona según el signo de cada tiempo, hasta realizar estos últim os años durante los días del Novenario algo tan humano como la llamada Limosna de la Virgen, y proyectar algo tan divino como una Casa de Ejercicios Espirituales al amparo del santuario. — oo o —

M i am istad con el Sr. O rti Belm onte no me perm ite desoír su re q u e rim ie n to para que le presentara su libro. Y conjugado con es­ tos afectos de buena amistad, hay algo de valor más transcendente. Es que O rti, además de buen amigo, es funcionario probo, in v e s ti­ gador inteligente, padre ejem plar de una fam ilia cristiana y ciudada­ no prestigioso, que sabe hacer del honor un culto. En esta época, en que ante el becerro de oro se sacrifican tantos ideales, destacar e sto s valores es hacer al propio tiem po Religión y Patria. A lguien ha dicho que el hombre debe dejar en el m undo una de tre s cosas: un hijo, un árbol o un libro. O rti deja, dando a las pala­ bras su propio valor, lo prim ero y lo últim o. Es padre de numerosa fam ilia, nimbada con la aureola del trabajo honrado; y autor fecun­ do de numerosa producción lite raria . No sé si alguna vez ro tu ró la tie rra para plantar un árbol; pero está ocupado en podar y lim p ia r un árbol de muchas ramas, que han sido fertilizad as con ¡a savia pre cio sa y pujante de la sucesión apostólica. Este valor tien e la obra que prepara de l Episcopologio Cauriense. O rti ha sabido cum ­ p lir en el mundo como bueno. — ooo— Y presentado el lib ro y el autor, doy po r cum plido m i encargo y por term inada m i tarea. t

Cáceres, 23 de ju nio de 1948.

Con ser de subido valor lo que dejó apuntado, hay todavía o tra razón para que yo escriba estas lineas. Es que bien lo m erece e l autor de este libro.

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FRANCISCO,

Obispo de Coria


Capítulo prim ero El culto

M ariánico

Panlagua.

Su vida

en

Cáceres.

erem ítica.

Francisco

La Virgen de

de la

Montaña. La prim era Capilla. El O bispo que au­ torizó el C ulto de la Virgen de la Montaña. Los orígenes

de

la

Cofradía.

Las

Ordenanzas

de

1635 y el regim en interno de la Cofradía. M uer­ te

del

Erm itaño

Francisco sepultura

de

Panlagua.

So


Aledaño rodeaba a Cáceres un cinturón de erm itas, consagra­ das unas a la Madre de Jesucristo y otras a santos de devoción po­ pular. La más antigua, que tuvo sus orígenes en el reinado de A lfo n ­ so XI, fue la de la Virgen del Salor, fundada en el 1345 por los Caba­ lleros y Escuderos de San Mateo, a servicio de Dios Padre e a lo o r e a servicio de la Virgen Santa del Salor su Madre, a quien tenem os po r Avogada e por Señora de todos nuestros fechos. La erm ita de la Virgen del Amparo, de fecha incierta, era el p ri­ m er escalón del Vía Crucis que conducía al calvario, lugar de proce­ siones y flagelaciones desde el siglo XIV. La de las Candelas, en las afueras de la Villa, pues hasta el siglo XVII eran bienes de propios de la ciudad lo que hoy ocupan estas calles, y su antigüedad la te ­ nemos que rem ontar por lo menos al reinado de Enrique IV. La erm i­ ta de la Soledad, que dio origen a la Cofradía de su nombre; la de los M ártire s, la del Santo V ito, la de San Blas, la de San Antonio Abad, la de San Jorge, el Patrón de Cácergs. seguramente—La—m á s -. antigua y en donde según la tradició n se d ijo la prim era m isa cuanc¡o~~ta-+eeonqtiista por A lfonso IX de Lá¿h. ~ La do Santa María la Vieja io nio su erm ita en los alrededores de SantiagoTlrtás- aflá deT'íácJTo de población, en la Aldehuela; Santa Eulalia, cuya erm ita estaba en el lugar Ponciano, pago que fue del Padre do la Santa, a donde la tra jo para librarla de la persecución;’ de Calpurniano, y de aquí partió la Santa en una noche lúgubre, que describe poéticam ente A u re lio Prudencio Clem ente, para ir a buscar el m a rtirio en M érida. Cercana a la misma, Santa Lucía y San Benito, que tam bién tuvo cu lto en la Plaza Mayor, en el s itio donde más tarde se levantó la erm ita de la Virgen de la Paz en el siglo XVIII. Más lejanas, la de Torreorgaz, la de la Luz en Arrovo, la de A r­ gente en Coria, la de Sopetrán en Alm oharín, la del Puerto en Plasencia, la del C a stillo en Montánchez, la de A lta Gracia en los té r­ minos de G arrovillas, Cáceres y el Casar y cuyo culto los garrovillanos habían de llevar a Am érica. Todas ellas con sus Cofradías y días de romerías y fiesta ; pero entre todas era el faro de luz del vie jo reino de Extremadura durante toda la edad media, y continúa siéndolo en nuestros días, la Virgen de Guadalupe, unida a Cáceres no sólo por los lazos de la fe, sino por el m ilagroso hallazgo de la


imagen de la Virgen de Guadalupe, pues cacereño era el pastor Gil C ordero que la encontró en la Sierra. La tradició n siguió señalando durante siglos cuál era el s itio donde se levantaba la casa del pastor en la vieja y típica calle de Caleros, donde en el siglo XVII se cons­ truyó la erm ita que se llamó desde entonces del Vaquero. Pero el santuario y la Virgen que unieran las almas de los cacereños, que fuera la luz de sus ojos al contem plar la cima de su M on­ taña, no existía. Faltaba la erm ita mariánica, próxim a a la villa, que se levantara entre peñas, riscos, castaños y pinos, que elevara la cruz de la redención muy alta, llegando casi al cielo y cuyo esquilón sonara en las concavidades de las peñas llamando a la oración. * ** Vino a llenar esta necesidad un bendito de Dios, un hombre hu­ m ilde, Francisco Paniagua, que nació en Casas de M illán, en fecha incierta, pero que debió de ser en el ú ltim o cuarto del siglo XVI. Conserva la tradición el recuerdo de que recorría la comarca con una imagen pequeñita de la Virgen implorando lim osna para elevarle una capilla. Vino a Cáceres en 1621, según nota marginal del libro prim ero de los Acuerdos de la Cofradía, donde tenía un prim o lla­ mado Jerónim o Ximénez y sus hijos. Aquí, ante la agreste Sierra de Mosca, cubierta de jaras, casta­ ños y encinas, y coronada de peñas, se despertaron sus ansias de anacoreta, de erm itaño, palabras que expresan, en su significación, separado, retirado, solitario . La fragosidad de la Sierra se prestaba para sus fines de penitencia, que iba a soportar durante años de so­ ledad, con el bálsamo de la oración, teniendo por dosel el cielo, la obra más grandiosa del Creador, y el espectáculo más soberbio que ha dado a los hombres para su contem plación. Sus pasos los guió don Sancho de Figueroa Ocano, cura de San­ ta María, que durante más de 14 años había de aconsejarle como curador de su alma. C onstruyó una cabaña, aprovechando como respaldo los peñas­ cos más elevados de las rocas. En ella se estableció — dice A. Floriano— y colocando en un saliente de las peñas la Imagen de la V ir­ gen, comenzó su vida de re tiro y oración, habitando en gran estre­ chez y sin más goce que los inefables de la soledad y de la contem ­ plación. Esta cabaña fue, no la p rim itiva capilla de la Virgen de la Mon­ taña, como han supuesto algunos autores, sino el prim itivo re tiro del erem ita, donde la sagrada imagen no recibió más culto que el de sus férvidas oraciones. El lugar de este s itio está indicado con una lá­ pida que dice:

a la Virgen de la Montaña fue prim itivam ente bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación y de M ontserrat. La imagen, como verem os, se hizo a su costa y a la del sacerdote don Sancho de Fi­ gueroa. No tenem os datos algunos que nos dem uestren por qué la im a­ gen de la Virgen de la Montaña estuvo prim itivam e nte bajo la advo­ cación de Nuestra Señora de M ontserrat, pero hay que suponer que lo fue por la com paración ideal del paisaje — entre peñas y riscos— con el del santuario de M ontserrat, que es de tajos form idables, des­ peñaderos, cavernas, frondosidades y horizontes in finito s, y por los paisajes que desde las cimas de ambos lugares se dominan, pues, aunque al de Cáceres le fa lte el mar, tien e la inmensa llanura con sus ondulaciones y la sierra de San Pedro en los confines. El santuario de M on tse rrat tuvo su origen en la vida del anaco­ reta Juan Garín, que vivía consagrado a la oración y penitencia, y al­ rededor de cuya figura te jió la poesía m edieval una leyenda trágica y religiosa que luego había de inm ortalizar en su «M onserrate» C ris­ tóbal de Viruez, poema que se leía bastante en el siglo XVII. Hubo además una relación de don Sancho, o Paniagua, con Bar­ celona, pues en las cuentas se menciona que un sastre catalán hizo un tra je para la imagen; posiblem ente Paniagua, en su vida de pere­ grino, llegó al santuario de M ontserrat, tan lleno de tradiciones y de religiosidad en aquellos siglos. **

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Entre 1621 al 1626 empezó y labró Paniagua la prim era capilla, teniendo como fondo la oquedad de la roca y como hastial el muro de cerram iento donde está la inscripción consagrada al trabajo del erem ita. Hoy form a la capilla restaurada una nave dividida en dos tram os; el prim ero es el más moderno, de unos sie te m etros y medio de lar­ go, pues la capilla fue aumentada en longitud al construirse el segun­ do piso para habitaciones del erm itaño y la pequeña hospedería que tuvo en el siglo XVI!. El segundo tram o, que es la erm ita prim itiva, tiene seis m etros y medio con una anchura de dos m etros setenta centím etros, con bóveda de medio cañón y una altura de unos dos m etros cincuenta centím etros y este segundo tram o es el que posi­ blem ente hizo Panlagua. En la puerta de entrada grabó Paniagua, en una piedra, el día de la prim era santa misa, la siguiente inscripción: ESTE CUERPO HIZO DIOS DANDO FUERZA A PANIAGUA, DON SANCHO LE HA DADO EL ALM A DANDOLE SU GRACIA DIOS

AQUI EMPLAZO SU PRIMITIVA CABAÑA EL BIENAVENTURADO ERE­ MITA FRANCISCO PANIAGUA, CUANDO

VINO

A

CACERES

A

FUNDAR EL CULTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA MONTAÑA. Estos sucesos debieron de o cu rrir hacia el año de 1621. El culto

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Don Sancho, siendo patrono de la erm ita, quitó esta inscripción, aunque por la sentencia en el pleito que sostuvo con la Cofradía, fue obligado a colocarla de nuevo en el 1648. En lugar de la piedra en que se aludía a él, mandó colocar otra piedra con la siguiente ins­ cripción:

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ESTA SANTA CASA HIZO FCO D PAN IAGUA CON SU SUDOR I TRABAXO, NATUR AL DE LAS CASAS D MILLAN. AÑO 1626. No sabemos en qué fecha, pero nunca antes de 1636, se colocó otra tercera piedra con la inscripción: NUESTRA SEÑORA DE LA MONTAÑA. Las citadas piedras se conservan, y la segunda sin haberla cam­ biado del s itio de su p rim itiva colocación, en lo que fue entrada de la prim era capilla construida por el anacoreta, y que nos indica por lo tanto el tamaño de la erm ita. El fondo de la capilla lo ocupa el p rim i­ tiv o re tiro de Paniagua: las peñas que form an una oquedad y en don­ de so ha reconstruido el lecho del erm itaño, cuatro tablas, unas pie­ les de ovejas, rosarios, medallas, y en otra más pequeña, que le ser­ vía de cocina, cuencos de madera y utensilios sem ejantes a los que le servían para hacer su hum ilde comida, comunes entre ios pasto­ res. En el centro de la nave, se ha colocado una m esita de ofrendas y una pequeña imagen, de la que según la tradició n colgaba en su pecho y con la que recorría la villa y sus alrededores pidiendo lim os­ na; la bóveda, sin encalar; y una lámpara del siglo XVIII. Todavía queda por m encionar una escalera por la que subía a la segunda ig le­ sia o capilla, que empezó a co n stru ir Paniagua, pero que no pudo ver term inada. Estos lugares prim itivo s del culto m ariánico a la Virgen de la Montaña han sido reconstruidos con acierto arqueológico y gusto ar­ tís tic o por la Cofradía en el año 1939, bajo la dirección de don A nto­ nio Floriano, y convertidos en museo, recogiéndose en él cuantas lá­ pidas y objetos hacen referencia al culto de la imagen de la Virgen de la Montaña. El día 24 marzo de 1626 el vica rio de la diócesis, don Gonzalo Bocarro de Espadero, acompañado de clérigos y m úsicos subió a la erm ita, que con su sudor y trabajo había fabricado Paniagua, y la ben­ dijo solem nem ente. Al día siguiente, 25 de marzo, titu la r de Nuestra Señora de la Encarnación, celebró la prim era santa misa don Sancho de Figueroa Ocano, para lo que había obtenido licencia del obispo de Coria, don Jerónim o Ruiz de Camargo, quien en 1628 le concedió nue­ va licencia para celebrar el santo sacrificio de la misa todos los días que tuviese devoción, sin que por ello incurriese en pena alguna. El paisaje que nos imaginamos desde la cum bre de la Montaña, variaba en algo al de hoy: las encinas, pinares y castaños llegaban hasta la misma fuente del Concejo. El Calvario, con sus cruces y una Cofradía, existía desde el siglo XIV, pero no la erm ita del C risto que hay a la subida, ni las viñas, ni las casitas que con su blancura dan una nota de luz al paisaje agreste y montaraz; el macizo de rocas era continuo, sin explanadas ni caminos ni calzadas, pues no se hizo ésta hasta últim os del siglo XVII.

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Fama de santo había adquirido Paniagua en todo el contorno y en la villa, adonde bajaba continuam ente con su pequeña imagen de la Virgen im plorando limosna para ayudarse a v iv ir y labrar la erm ita. Si había sido un acontecim iento la bendición de la erm ita entre peñas y riscos, mayor lo fue el amanecer del día 25 de marzo de 1626, fecha que en los fastos de la histo ria cacerense habría de re p e rcu tir en la form ación de su espiritualidad y de sus sentim ientos católicos. Su­ bían por la vereda de la sierra las m ujeres de la ribera y de las ca­ lles que afluyen a la fuente del Concejo: sus trajes sí que eran los típ ico s que llamamos hoy; sayas y vistosas cofias de raso y damasco cubrían sus cabezas, pero no iban solas, sino con sus m aridos y sus hijos, pues la Cofradía nació en sus orígenes, salvo algunas excep­ ciones, con gente modesta, artesanos y menestrales. Tiene esta prim era misa en la Virgen de la Montaña un sim b olis­ mo comparable con aquellas que los anacoretas de la Tebaida cele­ braban en sus desiertos, o ¡os cristianos en la catacumba, y este sim ­ bolism o alcanza tam bién a que el único en terram iento que hay en la erm ita, al pie del altar, es el de Francisco de Paniagua, como antigua­ m ente era tam bién sepulcro el altar del santo al que estaba consagra­ da la iglesia. No podía fa lta r en prim era fila Paniagua, que veía logra­ da una de ansias más vivas, y al que con gran cariño le dan el nom­ bre de venerable los viejos papeles del archivo de la Cofradía. *

** El Obispo de Coria que autorizó el culto de la Virgen de la M on­ taña a Francisco de Paniagua fue don Jerónim o Ruiz de Camargo, que nació en Burgos y estudió en Alcalá de Henares y Salamanca, donde fue becario en el Colegio Mayor del Arzobispo de Toledo. Leyó (es de cir explicó) por fray Luis de León en su cátedra de Sagradas Escri­ turas; m agistral de la Catedral de A vila; fue el que hizo las inform a­ ciones en el proceso de la beatificación de Santa Teresa de Jesús. Para solem nizar la beatificación se celebró un certam en poético en M adrid, cuyo asesor fue Lope de Vega y en donde salió premiada la poesía de Cervantes a la Santa. Felipe III lo propuso a la Santa Se­ de para el obispado de Ciudad Rodrigo consagrándolo en la iglesia de San Ginés, de M adrid, el Obispo de Badajoz don Juan Beltrán de Guevara. En M adrid presidió el capítulo que celebró la Orden de la Trinidad en el convento de Nuestra Señora de las V irtudes. En Ciudad Rodrigo dejó como recuerdo de su pontificado la verja que cierra la capilla mayor y fundó una obra pía con aniversarios por su alma. En 1621 fue propuesto para la Silla cauriense, de la que tom ó po­ sesión el 22 de mayo de 1622. El Santo C oncilio de Trento ordenó que se hiciese un Sem inario en todas las diócesis y por eso don García de Galarza fundó el Colegio de San Pedro con doce becas, pa­ ra un niño pobre de cada arciprestazgo. Camargo fue el prim ero que fundó Sem inario en Coria, cuya casa le costó 1.500 ducados. Construyó tam bién el gran muro que dio solidez a la Catedral y en donde fundó siete aniversarios, uno en el día de su fallecim ien to y seis en los días de los Doctores de la Iglesia, San G regorio, San A m brosio, San Agustín, San Jerónimo, Santo Tomás y San Buenaven­ tura.

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En Burgos, en la iglesia de San Lesmes, edificó una capilla dedi­ cada a San Jerónimo. M uy anciano fue propuesto para la iglesia de Córdoba, de la que tom ó posesión el 15 de ju nio de 1632. Con más de 80 años fue de Coria a Córdoba y sólo vivió dos meses en esta ciudad en donde repartió más de m il fanegas de trig o entre los po­ bres, fundando dos aniversarios, uno en el mes de enero y otro en octubre. M urió en el Palacio Episcopal de Córdoba el 3 de enero de 1633 a los 81 años de edad. Está enterrado en la capilla del Sagrario de la Catedral, bajo una losa sin nombre, como signo de humildad, y dejó fama de virtuoso y de p ro te cto r de los pobres. *

* * Dos son los libros m anuscritos de! siglo XVII en donde está la histo ria de la Cofradía de Nuestra Señora de la Montaña. El prim ero se titu la «Primeras cuentas, elecciones y acuerdos», y el segundo del m ism o asunto y que dan princip io en 14 de abril de 1641 y term inan en 8 de abril de 1725. La prim era página del libro, después del índice, tiene e scrito lo siguiente: Esta oración compuso a devoción de Nues­ tra Señora de M ontserrat el fundador de la Cofradía.

ORACION

El día 11 de mayo de 1635 cruzaban la vieja plaza de Santa Ma­ ría, form ando un grupo, un caballero calatravo, con su cruz roja en el pecho, ediles armados de sus espadas con empuñaduras de gavila­ nes, clérigos con su som brero de teja, un escribano y varios m enes­ trale s; todos subían a la casa del cura párroco de Santa María, don Sancho de Figueroa y Ocano, el cual tenía escritas unas ordenanzas para e rig ir la cofradía autorizada por el Obispo. Los señores eran el licenciado Alonso de M olina, párroco de San Mateo y teólogo, el de San Juan, don Francisco de Barredo, y los presbíteros Francisco M ar­ tín Clem ente, Alonso de Ojalbo, Esteban Ximenez Frutos y Diego de Ojalbo, y los nobles, los regidores perpetuos de la villa de Cáceres, don Diego Antonio de Ovando y Saavedra, del ilu stre linaje de los Ovando, y don Diego de Ulloa y Vaca de Castro, descendiente de Ulloa el Rico, el de la fundación m ilagrosa del convento de San Fran­ cisco y caballero de Calatrava, cuya orden imponía el juram ento de defender el M iste rio de la Inmaculada Concepción, y don G erónim o de Aldana y Paredes, que fue el capitán de la Compañía que Cáceres envió a la guerra de Cataluña en 1640. Los escribanos, don Luis de Alcobaza y Juan Guerra, y los me­ nestrales Juan Ojalbo Laso, Juan Serrano Ojalbo, Andrés M artín Galeano y Francisco de Salinas, todos ellos apellidos genuinam ente cacereños, de oficios caleros, labradores, m olineros y artesanos, c ris tia ­ nos vie jos y de pura sangre.

Sálvete dios Reyna de virg ina l pureza, María madre de M i señor Jexupto, vergel herm osísim o de los deleytes del parayso del cielo, rosa cándida y olorosa sin espina de original Pecado, yo te bendigo y alabo pues eres engrandecida del m ism o Dios, Hija del Padre, Madre del H ijo y esposa y tem plo del Espíritu Santo. Suplícate SS.a yo el más indigno de tus capellanes Me conzedas y alcanzes de tu Precio­ so Hijo de tal manera b ivir en esta vida, que quando de ella parta vaya a gozar de la eterna donde en Cuerpo y alma vives y rreinas por todos los siglos sin fin. Amén. A continuación aparecen cosidos los docum entos originales de la autorización del vica rio de la villa, licenciado Gonzalo Bocarro, para decir la prim era misa, su fecha 24 de marzo de 1626, y otras con fir­ maciones en 1634, 1636 y 1639, para que don Sancho de Figueroa pue­ da poner la persona que fuese de su voluntad o despedirla, en la er­ m ita de la Virgen, y la licencia ya citada del O bispo Ruiz de Camargo, para que don Sancho pudiera decir misa en la erm ita todos los días que tuviese devoción. O tro documento interesante es la petición que en 25 de enero de 1635 d irig ió don Sancho de Figueroa al O bis­ po de Coria fre y Roco de Cam pofrío, solicitando autorización para fundar cofradía, en la que dice, que para las indulgencias «que assi por su llustrísim a de el Señor Nuncio, como los perdone por V. S. concedidos a la dicha erm ita y su capilla, sean más frecuentados y aya mayor devoción, quiero señalar y por la presente señalo, dono y concedo graciosam ente a la iglesia cinco ducados cada año sobre una casa en la Calle de Villalobos». Estos cinco ducados fueron los prim eros bienes de la Cofradía de la Virgen de la Montaña.

Los regidores habían obtenido del Concejo de la ciudad que éste donara a la Cofradía que se iba a e rig ir terrenos com unales en los riscos de la sierra, en que se incluían los tajados peñascos de su cum bre como hoy se ven en su cerca. O tros devotos caballeros, don Gabriel Saavedra, don Cosme y don Rodrigo de Ovando, le habían do­ nado la heredad del Castañar con su tie rra al oriente de las ve rtie n ­ tes de la sierra. No figura entre los asistentes a dicha reunión el hu­ m ilde Francisco de Paniagua, el que tra jo la imagen según dice el ma­ nuscrito de «Algunos casos dignos de notar de lo acaecido en la no­ ble villa de Cáceres», de Bartolom é Sánchez en 1680. Empezaba la reunión. Un escribiente, bien cortada la pluma de ave y mojándola en tin te ro talaverano, empezó a e scrib ir en hermosa letra española de rasgos claros y bien señalados el acta de la reu­ nión. «En el nombre de la Santísima Trinidad y eterna unidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios en Trinidad y Trinidad en hunidad que bive y reina por todos los siglos y para su honra y gloría de la Santísim a Virgen María, hija por gracia de Dios Padre, Madre digníssim a de Dios hijo y esposa dulcíssim a del santo Espíritu, señora Nuestra, Concevida sin Mácula de pecado ora Amen. N otorio sea a todos los fieles Presentes y futuro s en todo tiem po, que en la muy noble y muy leal villa de Cáceres, Diócesis de Coria, Domingo que se juntaron, once Días del mes de Marzo año de nacim iento de nuestro Redentor Jesu C hristo 1635, en casa de Don Sancho de Figueroa, etc. C ontinuó el escribano leyendo y dijeron, que días había de por sí ca­ da uno, había considerado que un pobre y devoto hombre llamado Francisco Paniagua, no sin p a rticular noción del cielo, se había deter­ minado fabricar entre el risco alto de la sie rra llamada de Mosca, que está ju nto a la dicha villa, a la parte de oriente del s itio del invierno,

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a media legua escasa de dicha villa, una devota Ermita que había llemado y dado vocación de Nuestra Señora de M onserrat, y que res­ pecto del poco caudal y posibles del dicho Francisco Paniagua, pare­ cía casi im posible haber podido fabricar lo que había hecho con solo su trabajo, lo cual visto y la perseverancia con que el devoto Fran­ cisco Paniagua había instado e instaba en la fábrica y conservación de dicha Ermita, les había fervorizado el alma, en servicio de la San­ tísim a Virgen, de ayudar y procurar el aumento y perpetuidad de su nuevo sácelo, cifra del adm irable y venerable tem plo que está en Es­ paña, cerca de la insigne ciudad de Barcelona. Así continuó leyendo el escribano el acta escrita por el curial, y las prim eras ordenanzas de la Cofradía, que había e scrito después de largas m editaciones el bueno de Don Sancho, las cuales firm aron todos los asistentes a la reunión, después el escribano puso las palabras de rúbrica.— A n te m i.— Juan Guerra.» El escribano Juan Guerra, al estampar la frase de ritual, no pen­ saría que esta vez iban a ser eternas sus palabras: «N otorio sea a todos los fieles presentes y futuro s en todo tiem po...», pero quizá por su alma pasó un soplo de inspiración divina. Las ordenanzas fueron aprobadas el 24 de agosto de 1635 por el Obispo de Coria fre y Juan Roco de Campofrío, y en ellas se estable­ cía que se levantara pendón que cobijara a los cofrades, que había de ser de damasco partado con cruz de plata y hachas blancas como las velas que se dieran a los cofrades. El pendón precedería en las fiestas a los cofrades, como tam bién en sus entierros, los cuales de­ bían de acompañar en el en tierro a las m ujeres e hijos de los her­ manos, con sus insignias. La Cofradía se adm inistraba por un mayordomo, tre s alcaldes y dos diputados, uno de los cuales suele ser siem pre presbítero. El período del mandato era de un año, prorrogable si así lo acordaban. La reu­ nión se llamaba cabildo, el cual se había de reu nir el día de la fe s ti­ vidad de Nuestra Señora después de la misa y en la erm ita, y se nombraba la junta proponiendo los nombres de las personas la salien­ te. Los cargos se tenían que aceptar, bajo la m ulta de media arroba de cera, y, aunque pagara ésta, si era requerido nuevamente y no aceptaba el cargo se le borraba de la lista de los cofrades. La fiesta de la Virgen fue el de Nuestra Señora de la Encarna­ ción, el 25 de marzo, pero si caía en Semana Santa, o llovía, se auto­ rizaba su traslado a un domingo posterior. El mayordomo tenía tre in ­ ta días de térm in o para entregar las cuentas, bajo pena de 3 libras de cera, y si se retrasaba era conminado con censuras por el vica rio de la villa. A la tom a de cuenta asistía el rector de la Congregación de Sacerdotes y Seglares de la parroquia de San Mateo, o el párroco, y, si no iba, un hermano que fuera sacerdote. Existían otros cargos, siendo el más im portante el de escribano, más el del erm itaño y el de m uñidor (recadero). El prim er capellán lo fue don Sancho de Figueroa, al que se le ofreció como fundador, y se daba de lim osna por las misas dos reales. Por los cofrades difuntos se decían dos misas rezadas, acordándose que se aumentara el núm ero cuando lo perm i­ tieran los fondos, y si el difu nto era de la Junta se le decía una m i­ sa cantada con responso en su parroquia.

Capilla p rim itiva edificada por Francisco de Paniagua

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Para entrar en la Cofradía se pagaba una libra de cera y una li­ m osna en m etálico, que varió según la clase social y las reform as que ss hicieron en las ordenanzas. El cofrade pagaba seis reales y su m ujer tres, por el prim er hijo cuatro, y por el segundo tre s. Los que entraban sin s e rvir cargos daban doce reales, los clérigos seis; los caballeros mayorazgos veintidós y sus m ujeres seis; los que no fuesen mayorazgo doce y sus m ujeres cuatro y sus hijos once; y los que no fuesen herederos ocho, pero los que tuvieren 100.000 mara­ vedises de renta pagaban como si fueran mayorazgos. Las solteras y m onjas seis, las doncellas y casadas que no fueran sus m aridos co­ frades once; el hermano cofrade que se casare por segunda vez pa­ gaba por su nueva esposa tre s reales. Las entradas de los cofrades son los mayores ingresos. Los p ri­ m eros son los cinco ducados de renta que dio Sancho de Figueroa y Jo que rentaban siete escritu ras que había obtenido en donativos, en­ tre s los cuales estaban un ducado sobre una casa de la calle de V illa ­ lobos, dos ducados sobre una donación de María la Briona y otros con obligación de de cir misas rezadas en sufragio de sus difuntos. Los gastos prim eros que figuran son el coste del libro de cuentas, cera, velas para el altar, sedas y damasco; el estandarte, la cruz, t i­ najas para el agua, jornales para albañiles y la comida de los cofra­ des el día de la Encarnación, carbón, los gastos del día de la fie s ­ ta y las m isas de sufragio que se decían por el alma de los cofrades difu ntos, como tam bién el del enterrador y el erm itaño, cargo que su rg e cuando muere Paniagua. Suman la prim era cuenta 74.100 m aravedises de entrada y los gastos 58.070; tenía .entonces el real 34 maravedises. Las cuentas son aprobadas en la visita pastoral por el visita d o r general de la diócesis, y la prim era que aperece es 22 de feb re ro de 1639. Las ordenanzas fueron m odificadas en 23 de septiem bre de 1641, introduciéndose el de cir cuatro misas por los cofrades difu ntos en lugar de dos, y los hermanos pagaron 16 reales y sus m ujeres 8, los caballeros 28 y sus m ujeres 14. Las religiosas, solteras y viudas 9 y las señoras principales 16. También se introdujo la costum bre de dar una comida a la junta el día de la Virgen, en la erm ita. Figuran p a rti­ das de ingresos y gastos por las roscas y tortas que se hacían en la fiesta, con lo que tenem os que rem ontar esta costum bre, que aún subsiste, a los prim eros días de la fundación. A los hermanos cofra­ des enferm os se les llevaba a su casa un manto de la Virgen, llama­ do el de los enferm os y bajo el manto de la Virgen morían. Nueva­ m ente fueron reform adas las ordenanzas en 9 de abril de 1645 y co­ mo los fondos de la Cofradía aumentaban, se dijeron seis misas de sufragios por los cofrades difuntos. Los caballeros mayorazgos paga­ ron tre s ducados y sus hijos 14 reales y, si entraban en la Cofradía después de m uerto el padre, once. Los hijosdalgos 20 y sus m ujeres la m itad, y los que tuvieran 100.000 m aravedises de renta tre s duca­ dos. Los cofrades pagaban otra vez once reales y sus m ujeres la m i­ tad, los solteros y viudas de gente ciudadana doce, y lo m ism o las religiosas y clérigos. Figuran celebrándose los cabildos en la iglesia de Santa María, en el coro bajo, y en casa de los mayordomos, donde se abría el ce­ po y el archivo. Los cargos de la Cofradía los ocupaban m enestrales

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sente siem pre en las oraciones y se rezara un responso por su alma en el día de la fiesta de la Virgen, como viene haciendo la Cofradía y artesanos, no nobles, por lo que fue en el siglo XVII genuinam ente popular, y tanto es así, que desde las prim eras ordenanzas se impo­ ne a los hermanos que no han de servir cargos un tipo más alto en la limosna de entrada.

hasta el día. En la erm ita de la Virgen de la M ontaña sólo está ente­ rrado Francisco Paniagua, durm iendo el sueño de los ju sto s y espe­ rando el día del ju ic io final y de la resurrección de los m uertos.

* * * El 22 de mayo de 1636, y no el 28 como equivocadamente leyó Bojoyo, o copió, m urió Francisco de Paniagua en la casa del cura de Santa María don Sancho de Figueroa, quien con otros tre s sacerdotes llevaron a hombros su fé re tro por las cuestas de la sierra hasta la erm ita, recibiendo sagrada sepultura en la segunda grada de las dos que tenía, al pie del altar, y que corresponde hoy según m is observa­ ciones, a la parte baja del coro. Tuvo su prim era misa de sufragio co­ mo cofrade y así consta su nombre en la cuenta de gastos. Dice el acta de acuerdos del nueve de abril de 1648, que «en la Ermita de Nuestra Señora de la Encarnación de la Montaña, el Do­ mingo de Cuasimodo, siendo Mayordomo Lorenzo M artínez Gallardo y Gaspar Alvarez Valdíviesa, Francisco Lastre y Juan Blázquez, A lca l­ des, y el Licenciado G erónimo M ichel de Solís presbítero y Gabriel Hernández Diputado. Lo prim ero dixeron por quanto Francisco Pania­ gua, vecino de las Casas de M illán, fué el fundador de la erm ita y mucha parte con su sudor y trabajo, y está enterrado como tal en dicha erm ita y es ju sto acordarse de él en sufragios para siem pre jamás; acordaron y mandaron de aquí adelante, después de la misa cantada, que se dixe por la fiesta de Nuestra Señora, aviendo dicho el responso por los hermanos cofrades, se diga otro cantado en el en tierro de dicho Francisco Paniagua, y assi m ism o, que después de misa cantada que se dirá el domingo que viene 26 del presente mes, en la Iglesia de Nuestra Señora Santa María la Mayor de la Villa, por los hermanos cofrades difuntos, con su responso a que asisten por sí los O ficiales con el estandarte, insinias y blandones, con la misma asistencia se diga otra misa tegada en responso por el dicho Francisco Paniagua, la cual diga el Capellán de Nuestra Señora. Y si no pudiere, la diga el Diputado Eclesiástico y se le pague la lim os­ na acostumbrada a los dichos, o a otro cualquier clé rico que la diga. Y se prosiga lo dicho para siem pre jamás, y el gasto se ponga por carga y pase en cuenta a los Mayordomos». C onstruida la nueva y tercera erm ita en el siglo XVIII, se trasla­ daron sus restos al lugar que hoy ocupan en el suelo de la iglesia. Se levantó un acta con toda clase de te stig o s y predicó un serm ón el P. Fray Juan Muñoz, guardián del Real Convento de San Francisco de Cáceres. Acordaron poner una lápida con la siguiente inscripción: «Aquí yace Francisco Paniagua, fundador de este Santuario.» En las obras que se han efectuado recientem ente, se ha levantado un poco el nivel del suelo, pero en el enterram iento no se ha tocado, y se ha colocado encima de la laude un cristal transparente, con lo que los fieles pueden ver y leer la inscripción. A sí honró en el siglo XVII la Cofradía a su prim er erm itaño y co­ frade, el que trajo la imagen y labró su erm ita, que se le tuvie ra pre­

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Capítulo segundo La segunda capilla y obscuridad de su em pla­ zamiento. La Sagrada imagen, estudio a rtís tic o y pruebas de que es la p rim itiva y única que ha existido.

Los M ayordom os de la

Cofradía. P ri­

m er in ven ta rio de los bienes de la Cofradía, en 1642


In te rio r d e l Santuario


Paniagua empieza la construcción de la segunda capilla, de la que se conserva la licencia para pedir lim osnas con destino a las obras de la erm ita, dada por el vica rio de Cáceres, don Jerónim o de He­ rrera en 1630. En 1636 es la fecha en que muere Paniagua; el cual dice en su testam ento: «Encargo al dicho Licenciado Don Sancho de Figueroa Ocano por la grande am istad que, habernos tenido y com unicación de más de 14 años, que por la devoción que he conocido que tie n e la di­ cha Ermita, y a las cosas del culto divino y servicio de Nuestra Seño­ ra, conserve y aumente la dicha obra, gastando en su reparación y edificación los m ateriales que en ella dejo.» ¿Y cuál es la segunda capilla, o en qué s itio estuvo? me pregun­ tarán al in te ntar cam biar el orden tradicional de las capillas. A esto contestam os: La segunda capilla era un poco más del tram o que hoy ocupa el coro de la erm ita. Los docum entos que lo prueban son los de la traslación de los huesos de Francisco de Paniagua en 1785. El gobernador, provisor y vica rio de la diócesis, sed j vacante, en enero de 1785 decía: «Habiendo dexado sus cenizas o huesos en la segunda capilla, de las tre s que ha tenido la Santísima Virgen que al presente existen, y fué en la que mandó sepultar, que está debajo c¡ol choro, sin haberlos trasladado a la tercera nueva en que al pre­ sente se venera». El 20 de abril de 1785 tuvo lugar el acto de abrir la sepultura de Paniagua, y el acta de apertura dice: «con asistencia de mi el nota­ rio, pasaron debajo del coro de la iglesia de dicha Ermita, donde ex­ presó dicho mayordomo se hallaban sepultados los huesos de Fran­ cisco de Paniagua, Fyndador de este Santuario, y habiendo señalado debajo de las tre s gradas del pie de la iglesia, que antes fué el sitio que ocupó Nuestra Señora, en su segunda capilla, hallarse en dicho s itio los huesos». Son docum entos de un valor probatorio indudable, y más cuando consta que los huesos de Paniagua no tuvie ron otro traslado, y que estaban en un sepulcro de mam postería, que él en vida se había fa­ bricado y que menciona en su testam ento. Arqueológicam ente es, también, la explicación de que sea más estrecho el tram o de la nave

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de la erm ita en la parte del coro, y es que en las obras del siglo XVIII aprovecharon sus muros y hacen la am pliación en sentido de profundidad. Los libros de cuentas nos dan algunas partidas que lo confirman, y son, en prim er lugar, las de las obras de la cocina y aposentos; en 1641 estaba lo más im portante de la iglesia term inado, porque el v i­ sitad or general del obispado dice en su acta que está inform ado de que está haciéndose un aposento para estar y do rm ir los que van a novenas, y que por no haberse hecho, los que van duermen en el co­ ro, fre n te a Nuestra Señora, con gran indecencia. Hay partidas de pago de cal, ladrillos y agua para las obras de la erm ita, y en 1644 al 1645 una de 220 reales para las puertas de la iglesia, que hizo el mayordomo M iguel Moreno. Desde el 1645, f i­ guran varias partidas por la construcción de un retablo para colocar la imagen; tenem os una de 40 reales a Bartolomé Ximénez Am igo, por madera, otra de 130 reales en 18 de agosto de 1647 a Michael Godino, a cuenta de la hechura del retablo; otra de 27 reales al m is­ mo y de 14 reales a Andrés Galeano, y de 11 reales y cu a rtillo a Ma­ tías Durán, cerrajero, de llaves y otras cosas. En 1650 se dora el re­ tablo y ya term inado por Francisco Monteja, al que se le paga por su trabajo 550 reales y luego 36 reales más por tre s libros de oro para acabar el dorado. A Bartolom é O jalvo y Juan Salado 22 reales por' su trabajo de asentarlo; al herrero, Durán, 10 reales por unas grapas para el mismo. El retablo se doró con la lim osna que dio el corregi­ dor don Rodrigo de Floxes, que estando enferm o en Toledo prom e­ tió dorar el retablo, si curaba. No tenem os datos de la fecha de consagración de la «segunda iglesia», que es como la denominan los docum entos, que no estaba term inada cuando m urió el anacoreta. Como la Cofradía no nace has­ ta 1635, entre la fecha de 1630 y 1661, se hace la iglesia, que tu vo ’ coro y órgano, y el dorado del retablo en 1650. Sólo figuran después en los libros las obras de conservación de tejados, blanqueo de la iglesia y reparo de bancos. Quede, pues, sen­ tado que Paniagua empezó la iglesia, tenía m ateriales preparados, y hecha su sepultura cuando m urió. * * La fecha del tallado de la imagen de la Virgen de la Montaña hay que colocarla entre los años de 1620 al 1626, y es, a mi ju icio , talla que se hizo en un ta lle r andaluz, probablem ente sevillano, y obra de un a rtista desconocido. Está hecha en madera de nogal, de cuer­ po entero, sobre peñas term inadas en prism as; de aquí su p rim itiva advocación de M ontserrat. V iste manto que cae desde la cabeza, de color azul, y túnica que sujeta con un cinturón en rojo y oro, con cue­ llo rojo oscuro, y el niño Jesús en el brazo izquierdo, el cual m ira a la Madre con amor y ella a los devotos. Es el tip o de las imágenes humanas que se hacían en el siglo XVI, y en los talleres retrasados o más tradicionalistas en el XVII, porque en ellas se expresan y se buscan los efectos de ternura y cariño con más intensidad. Del m is­ mo tipo son las del Pilar de Zaragoza y la Madre de los Desampara­ dos de Valencia.

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La madera estaba toda cubierta de una capa yesosa, sobre la cual va la pintura del estofado de oro. Es imagen que atrae y subyu­ ga artísticam ente, por lo bien proporcionada y acabada de talla, con un bello plegado del manto, que recoge bajo los brazos abriéndolo por delante, para presentar la túnica. Sus dim ensiones son en to ta l 58 centím etros; la cabeza 10, y el rostro 8 centím etros; el niño Je­ sús 25 y la cabeza 7 centím etros. Descansa sobre una peana cuadra­ da, con esquinas matadas, de un ancho de 25 centím etros y cuatro y medio de alto; toda ella a su vez está sobre otra segunda peana que es un octógono sem iregular. Los clavos que tiene son de fundición, triangulares, de 9 m ilím etros de cabeza y 35 de largo. La prim era peana lleva, en bellas letras capitales del siglo XVII, la leyenda «NVESTRA SEÑORA DE MONSERRATE». Conserva un trozo de una cinta de plata rematada con una cres­ tería, que envolvía la peana; el punzón es del platero J. González, nombre demasiado corriente para id en tificar su procedencia, faltando además el del contraste, que nos hubiera dado el de la ciudad y por tanto el lugar del ta lle r. En el fre n te de la tira o cinta de plata hay señales de cuatro clavos, que sostuvieron una plica o cartela, y en donde pudo estar grabado el escudo de don Sancho de Figueroa Ocano, que la Cofradía le hizo qu itar en virtu d de la sentencia del p le ito que sostuvo con su patrono en 1642. Por su tamaño es imagen de oratorio y no de altar de iglesia, fre ­ cuentes en aquellas épocas en las casas andaluzas y que los im agi­ neros sevillanos hacían con profusión para colocarlas en las calles y oratorios. La belleza de su rostro, la fina expresión del sem blante, y su rictu s de dulzura, en donde huye de todo efectism o, son las prue­ bas de su procedencia, y de que no es obra de un ta lle r de escuela castellana. La imagen fue un encargo de Paniagua y Figueroa; en el prim er Inventario, del 1642, se dice: «Primeramente la imagen de Nuestra Señora, a cuya veneración y devoción di cinco ducados de renta ca­ da año, para fundar la Cofradía que le sirviese, y con las lim osnas y entradas de los cofrades fuese en aumento su Santa Casa, y a mí costa tra je un jubileo de Roma, que me costó once ducados de plata la diligencia. Para sacar la imagen del hueco de una pared donde estaba indecentem ente hice una peana a mi costa, de nogal, toda do­ rada, y dijo Paniagua, que pues la imagen era mía en su vida, y todo lo debía de ser cuando Dios le llevase, pusiese en ella m is armas, pues la pagaba; costóme ciento noventa reales. Más de cinco baras de brocatel dorado y blanco, para que se hiciese un fronta l, para no pedirlo prestado, que en la ciudad de Osuna me dieron, para que luego hiciese un ornamento». El inventario de 1650, se repite: «Más la imagen de Nuestra Se­ ñora que está en la dicha Ermita, la cual a costa mía y de Francisco Paniagua se hizo.» Estos datos docum entales nos prueban que ei crérlgo viajaba por Sevilla, lo que es un dato más, que confirm a la procedencia an­ daluza de la imagen, y que la actual es la prim itiva, la misma que en­ cargaron y pagaron Paniagua y Figueroa, y no otra segunda como su­

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puso don Publio Hurtado (encargada por Figueroa en 1641), el cual creía que la prim itiva imagen es la que está en el convento de San Pablo, en el altar del lado derecho, bajo el coro. O tro argum ento para probar que es errónea esta teoría, es que en el año de 1641, se llamaba ya de Nuestra Señora de la Montaña, y no de M ontserrat, y, en su origen, fue ésta su advocación y por ser la prim era conserva el nombre de la prim era advocación. * * * La iconografía mariana española se Inicia desde la reconquista con las imágenes de María sentada en su trono o escaño, con coro­ na, manto y el Niño Jesús en el brazo, de las que hay bellísim os ejem plares, como la de Nuestra Señora de la Vega, de Salamanca, llena de esm altes, y la de Nuestra Señora de Guadalupe. Este tip o sufre una serie de transiciones, y en el renacim iento se labran im á­ genes de v e s tir y se m utilan no pocas de las antiguas para ve stirla s con ricas telas y mantos bordados con profusión de oro. No podía li­ brarse de esta influencia del gusto de la época la Patraña de Cáce­ res, y, siendo imagen de talla, se la vis tió desde el principio, cortan­ do las peñas y clavando las ropas. El prim er inventario, del 1642, reseña entre las ropas de la ima­ gen, m antos azules y de tafetán, vestidos azules y negros para la cuaresma. Las estampas del XVIII nos la representan con tra je y man­ to de tisú bordado a la moda, m otivos vegetales, serpentinas de ra-t majes, guirnaldas, flo re s y una granada, sím bolo de la caridad. Llega el siglo XIX y el estilo isabelino se m anifiesta en sus vestidos y mantos, y otra vez los bordados de cordoncillo sobre el damasco o terciopelo, puram ente ornam entales, cuajados de oro, son los que predominan en sus vestiduras. En los libros de cuentas encontram os partidas sobre la imagen, como una de seis reales a Juan Varela, platero, de aderezar la coro­ na de la Virgen. Varela era un platero vallisoletano, que hizo alhajas para la iglesia de Santiago, entre ellas un hermoso cáliz Hay otra partida, en 1638, de «treinta reales, que se pagó a A lon­ so Ruiz, por una corona de plata para el Niño Jesús, que tiene Nues­ tra Señora en los brazos». En la cuenta de 1651 al 1653 figura el gas­ to de 294 reales que se penaron al m ism o platero Juan Varela, por hacer la corona de Nuestra Señora; se hizo, pues, una nueva, segu­ ramente m ejor que la prim era que tuvo la imagen; tenía tam bién otra corona hecha en T rujillo, que le regaló don Sancho de Figueroa. No hay, pues, documentación sobre el a rtista ni el ta lle r en don­ de se hizo la imagen, y sólo estas conjeturas probables sobre su origen. Como obra de poca im portancia para los talleres de los ima­ gineros, no ha dejado rastro de contrato en escrituras, y, no dándole im portancia a su procedencia los libros de la Cofradía om itieron es­ te dato, dando lugar a que permanezca envuelta en el m isterio la ma­ no del artista que hizo brotar de su gubia una bella imagen, con to ­ da la dulzura de las vírgenes sevillanas de Mesa y Montañés y que en Cáceres iba a tener un culto glorioso y ser la Patraña, bajo la ad­ vocación de Nuestra Señora la Virgen de la Montaña. —

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El alma de la Cofradía, desde su fundación, han sido los mayor­ domos y los curas párrocos de Santa María, a cuya ju risd icció n per­ teneció siem pre la erm ita. A sus trabajos y desvelos se debe el San­ tuario. La característica de esta Cofradía es que hasta muy mediado el siglo XIX, han sido, salvo dos veces, siem pre artesanos los mayor­ dom os; por eso son nombres del montón de vecinos de la villa, y que por honrados y buenos eran elegidos. A través de las actas se dibuja la labor de cada uno de ellos, y el por qué sus nom bram ien­ tos fueron renovados repetidas veces, ya para que term inaran una obra on el Santuario, o dieran fin a una gestión empezada. El prim e­ ro es un escribano, el cual form a las ordenanzas con don Sancho de Figueroa; luego nos encontramos con los que construyen la actual erm ita, que comprende el período de 1716 a 1721. Otra época d ifíc il es la de la guerra de sucesión, y, mayor aún, la de la invasión fra n ­ cesa, en que ocupa la mayordomía durante 15 años, M iguel de Diego Grande, y a fines del siglo pasado, el que todos los hermanos viejos recuerdan, don Santos Floriano, que construyó la actual carretera. No citam os los mayordomos del siglo actual, por estar en la m em oria de todos la gestión de su mayordomía, entre los cuales está la coro­ nación canónica de la imagen de la Virgen. Las prim eras ordenanzas, de 1635, establecían que el mayordo­ mo y la Junta fueran elegidos el día de la festividad de Nuestra Se­ ñora, después de la misa, y en la erm ita. Las de 1765, que el mayor­ domo propusiera a tre s hermanos, eligiendo al que tuvie ra más vo­ tos, pasa:i:!o a ser diputado secular el mayordomo saliente, con lo cual no se interrum pía su gestión. Las ordenanzas de 1797 disponían tam bién lo mismo, pero, en caso de empate de votos, sería decisivo el voto del mayordomo. Las de 1867 m antuvieron idéntico c rite rio y determ inaron que la elección fuera al día siguiente de la fiesta. ¡Era un trib u to de recuerdo de la Cofradía el fo rm a r la lista de todos los mayordomos, y, al intentarlo, surgió la falta de libros, pero habiéndose encontrado todos, se ha podido form ar la relación com­ pleta de los mayordomos y los años de su mandato. Los diputados, secular y eclesiástico, y los escribanos, más tarde secretarios, son tam bién elem entos im portantísim os en la h isto ria de la Cofradía, que com parten con el mayordomo la ejecución de los acuerdos y llevan las cuentas de los ingresos y gastos. 1635 1638 1641 1645 1648 1651 1653 1654 1657 1659 1662 1663 1666 1674

al al al al al al al al al al al al al al

1638, 1641, 1645, 1648, 1651, 1653, 1654, 1657, 1659, 1662, 1663, 1666, 1674, 1677,

don don don don don don don don don don don don don don

Luis de Alcobaza. Juan Serrano. M iguel Sánchez Moreno. Lorenzo M artín Galeano. Benito M artín Carrasco. Francisco M artín Berrocal A nto nio Caballero. Juan Rodríguez Salado. M artín Alonso Moreno. Benito González Ojalvo. Diego M artín Durán. Francisco Criado. Pascual López Galeano. Alonso M artín Gazapo, —

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1677 al 1678, don Francisco Bermejo. 1678 al 1682, don Francisco Sánchez Valiente. 1682 al 1687, don Francisco Ximenez. 1687 al 1691, don Diego Gil Becerra. 1691 al 1692, don Benito Paredes. 1692 al 1699, don M ateo González Picón. 1699 al 1700, don Gonzalo M artín Pulido. 1700 al 1704, don Francisco de Hierro. 1704 al 1707, don Francisco Holgado. 1707 al 1712, don Juan Domínguez Caro. 1712 al 1716, don Francisco de Hierro. 1716 al 1717, don Matías Viñas. 1717 al 1718, don Juan Paredes. 1718 al 1720, don Juan Sevillano. 1720 al 1721, don C ristóbal García Maderuelo. 1721 al 1723, don Benito Paredes. 1723 al 1724, don Francisco Ximenez de Vita. 1724 al 1725, don Gregorio Ximenez. 1725 al 1728, don Francisco G utiérrez. 1728 al 1731, don Bernardo Antonio Barroso. 1731 al 1733, don Juan de Paredes. 1733 al 1736, don Juan Sánchez. 1736 al 1739, don Marco Bolaño. 1739 al 1744, don Juan González Garrido. 1744 al 1746, don Pedro García Fuentes. 1746 al 1755, don José M s;eo Vivas. 1755 al 1757, don Pedro González Aragonés. 1757 al 1764, don Nicolás Pablo Nacarino. 1764 al 1769, don Juan Bojoyo. 1769 al 1774, don Pedro Barres Flores. 1774 al 1779, don Francisco Cambero. 1779 al 1786, don M ichael Alonso Guerra. 1786 al 1788, don Vicente Villar. 1788 al 1790, don Joaquín Acedo. 1790 al 1792, don José Rodríguez Hurtado. 1792 al 1795, don Juan Arias Barquero. 1795 al 1798, don Gabriel Francisco de León. 1798 al 1799, don Ramón Cerrudo. 1799 al 1801, don Narciso Gallardo. 1801 al 1815, don Manuel de Diego Grande. 1815 al 11 de junio de 1817, don Domingo Palomar. 24 de junio de 1817 al 2 de ju lio de 1818, don Narciso Gallardo. 2 de ju lio de 1818 al 1822, don Juan de la Paz Palomar. 1822 al 1824, don C irilo Rubio. 1824 al 1827, don Matías Palomar. 1827 al 1830, don Francisco Manzano. 1830 al 1833, don A ntonio Cano. 1833 al 1839, don José Durán Bolaños. 1839 al 1858, don M atías Palomar. 1858 al 5 de ju lio de 1858, don Benito Valhondo. 1858 al 1861, don Ignacio Hurtado.

Retablo de la Virgen, de Churriguera

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Depuesto por el ilu strísim o señor obispo, siguió actuando como amayordomo hasta 1867. Al m ism o tiem po funcionaba una Junta de Fábrica, nombrada por •el ilu strísim o señor obispo de Coria. Presidente, don Jerónim o Sande, don Bartolomé López Paredes, don Francisco de A sís Segura, se­ ñor conde de Mayoralgo, don Tomás Muñoz, don A ntonio González, don M iguel Sánchez, don M artín Alvarez, don Saturnino González y <don M iguel Sayago. 1867 al 1870, don M artín Alvarez. 1870 al 1874, don Antonio Quirós Diez. 1874 al 1877, don Julián Hurtado. 1877 al 1878, don Pedro García Becerra García Carrasco. 1878 al 1880, don A nto nio Q uirós Diez. 1880 al 1881, don Pedro García Becerra García Carrasco. 1881 al 1884, don Pedro de la Riva O liver. 1884 al 1888, don A do lfo López Montenegro. 1888 al 1892, don Francisco A gu irre M endieta. 1892 al 1896, don Tomás T rujillo Lanuza. 1896 al 1905, don Santos Floriano González. 1905 al 1909, don Rafael Carrasco Caballero. 1909 al 1915, don Ramón Jiménez Hurtado. 1915 al 1924, don Luciano Jiménez M erino. 1924 al 1928, excelentísim o señor conde de Trespalacios. 1928 al 1936, don Gonzalo Alvarez Javato. 1936 al 1940, don Santos Floriano Cumbreño. 1941 al 1967, don Julián M u rillo Iglesias. 1968, don M iguel Casero Bravo. *

* * Los bienes de la Cofradía se iban form ando con donativos de los fie le s . Pero surgió un pleito entre los cofrades y el patrono don San­ cho de Figueroa, a consecuencia del cual hizo éste un inventario de los bienes que tenía la Cofradía, en la junta que se celebró en su ca­ sa como patrono, a la que concurrieron el mayordomo, secretario, d i­ putados y alcaldes. «Y no tengo sospecha, decía Don Sancho, de te ­ mer esta súplica nada de cautela, antes pareciéndome m overles celo santo y deseo de sus creces, lo concedo de buena voluntad, propo­ niéndom e y asegurándome los del Cavildo haberlo yo de retener lo adquirido, y lo que se adquiriese en mi poder, todo el tiem po de vida que Dios fuese servido de darme y, faltando, poder ocu ltar los bie­ nes que tengo en mi poder, así los que están en mí casa puestos los cuales he llevado con ánimos de volverlo s allá cada y cuando fu e re mi voluntad, como los que tengo de nuestra señora. Escribié­ ronlo en un libro de Acuerdos y digeron lo firm ase y así lo hice, y para cum p lirlo y que en todo tiem po se sepa lo que es mío y de la cap illa, y la cofradía sepa lo que le pertenece, hago la m em oria e In­ ve n ta rio siguiente:


INVENTARIO DE LAS COSAS MIAS Y ADQUIRIDAS POR MI PERSONA Primeram ente, la Imagen de Nuestra Señora a cuya veneración y devoción di cinco ducados de renta cada año, para fundar la cofradía que le sirviese, y con las lim osnas y entradas de cofrades fuese en aumento su Santa Casa, a mi costa tra je un ju b ile o de Roma, que me costó once ducados de plata la diligencia. Para sacar la Imagen del hueco de una pared donde estaba indecentemente, hice una peana a mi costa, de nogal toda dorada, y dijo Paniagua que pues la Imagen era mía y en su vida y todo lo debía de ser cuando Dios le llevase, pusiese en ella mis armas, pues la pagaba, costóm e 190 reales. Tengo un cáliz y patena de plata, que adquirim os antes que se dixese la prim era misa en aquella Santa Casa. Más un ornam ento de tafetán doble blanco guarnecido, azul y un alba. Más un ara consagrada en una caja de madera que llevé de m i oratorio y está en el altar. Más un misal y a tril mío. Más otro ornamento de tafetán leonado, sin alba. Más una corona de mucho peso, de plata, que adquirí y pedí a Sancho Flores Melón. Más otra corona de plata, ligera, con cerco de rayos, que envié a Truxillo a que los hiciesen, y costó m is dineros. Más tengo otra corona del Niño de hechura de emperador, tam ­ bién de plata. Más de cinco varas de brocatel dorado y blanco, para que se hi­ ciese un fronta l, para no pedirlo prestado, que en la ciudad de Osuna me dieron para que luego hiciese un ornamento. Más so licité a unos apartadores me diesen una salvilla y vinageras de plata, que están en mi poder. Más so licité a los que lavan las lanas, me diesen ornam ento y un fro n ta l, es de tela, falsa de plata, sembrado de flores. Más hice a mi costa una campana «signa die» alguna, con todo gasto, pasó de 400 reales. Más tengo seis candeleras, que están en el altar, dos de ellos dio Francisco Guerra, item los tafetanes colorados que llevé de mi oratorio. Más un vestido de raso morado, guarnecido con pasamanos de plata, que fue el prim ero que di a Nuestra Señora y está clavado en la misma Imagen. Más otro vestido de lana cabellada, de flores de plata. Más otro vestid o azul de lana plata, s o lic ité la cuenta y pagué las hechuras y guarnición. Más otro vestido de tela falsa de azul, está en casa del M ayor­ domo M iguel Sánchez, para prestar a los enferm os. Más otro vestido de lana encarnada, con flores de plata, costosa­ m ente guarnecido con que entró Nuestra Señora en Cáceres cuando se traxo a la Iglesia Mayor, por los buenos tem porales; este dim os, mi hermana doña Isabel de Figueroa y yo.

Más otro vestid o de tela falsa de plata, con guarnición, y finas flo re s coloradas que yo di a Nuestra Señora, de lo que sacaran el fro n ta l y ornam ento, que sacaron los lavadores. Item dos delantares de damasco blanco, guarnición fina que yo di. Más un manto de tafetán blanco. Más dos mantos azules con punta. Más otro vestido azul, vareteado, aforrado, con tafetán pajizo. Más otro vestido negro, como hábito para la cuaresma. Más tre s rosarios de poco valor. Más tres joyas de bronce. Más tengo tres tafetanes para el cáliz. Más tre s pares de corporales míos. Más tres tablas de manteles. Más cuatro toallas. Más una mesa grande, que en mi casa servía de altar, en que se viste n los sacerdotes. Más están míos dos taburetes y un escabel de nogal. Más otra mesa que llevé de mi casa en que comer. Más tengo una toca de plata, costosam ente guarnecida. Más una gasa de seda de m atices, para cu b rir la grada. Más una cam panilla que está en el altar. Más otra que traxeron de Catalumna a Nuestra Señora, para ser señal cuando el sacerdote sale a decir misa. Más otra caja llena de flores de manos. Más tres agnus Deys pequeños guarneciditos. Más e adquirido seis escrituras, una de un ducado de rentas, que me envió Doña Leonor de Guzmán, monja de San Pablo, para que yo gastase en aquella Santa Casa en lo que yo quisiese. Dilos a Luis de Alcobaca prim ero Mayordom o, im púsolo en una casa de su sue­ gra, en la calle de Gabriel G utiérrez, con carga de una misa cada año po r la dicha religiosa. Más adquirí otra escritura de Francisco Bravo Barquero, un duca­ do de renta cada año, con cargo de otra m isa rezada cada día de la Encarnación, por un hermano suyo que fué Prior de Torrequemada. Más adquirí pleiteando otra escritura de cuatro ducados de ren­ ta de María Ximénez la Briona, con obligación de cuatro m isas reza­ das en las fiestas de Nuestra Señora, de que saqué executoria y es­ c ritu ra a su favor. Más adquirí de Juana de Figueroa V illalobos, mi parienta, un cer­ cado ju nto a Valondo con carga de una misa. Más persuadí a Diego Carrero diese una escriptura de un duca­ do de renta, con dos misas rezadas de carga. Más muchas lim osnas sueltas de valor y de im portancia que e solicitad o las cuales con las escripturas dichas y con las m ism as cargas, pudiera aver aplicado para gastos de las fábricas, lo cual no e echo, sino dadolas y entregadolas, a los Mayordomos para los au­ m entos de la Cofradía, que fundé para que Nuestra Señora fuese mexo r servida y sea nuestra intercesora. Item, tiene Nuestra Señora una salvilla y vinageras de plata pequeñitas, que Francisco de Paniagua adquirió para la Capilla de Nues­ tra Señora, de doña Luisa Flores de M ontenegro, estando en aquella Santa Casa un novenario.

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Más tengo dos ta fe to n cito s yanos blancos para el cáliz. Más im bié de M adrid dos lámparas de m etal que están pu e sta s en la capilla.

INVENTARIO DE LO QUE HA ENTREGADO LA COFRADIA DESPUES QUE LA FUNDE Prim eram ente dos lam initas, una de Santo Domingo Soriano y otra de Santa Catalina m artyr no guarnecidas. Más una Magdalena de pluma, guarnecida de madera. Más un C risto de plata, que puse en una cruz negra de peral. Más un poco de gorgerán carm esí blanco, de que ¡ce un v e s tid a a Nuestra Señora, guarnición de sevillaneta aforrado en tafetán jabellado, pagué yo todo el costo, esto me envió a casa siendo M ayordo­ mo Juan Serrano Ojalvo. Más está en mi poder una cinta morada y plata bien guarnecida. Más un m etro de madera dorada. Más una toballa de líenpo labrada de azul, esto a entrado en mi: poder siendo Mayordomo M iguel Sánchez Moreno, que al presente es_ Todas las quales cosas no faltaran por mi descuido, sino el tie m ­ po acabará alguna como lo a echo de muchas mías de mucho valor y precio. Por ante mí Juan Guerra, escribano de la Cofradía.— Don Sanchode Figueroa Ocano.— M iguel Sánchez Moreno.— Alonso Ojalvo.— Juan Serrano Ojalvo.» En los libros continúan repitiéndose los inventarios conform e ce­ sa un mayordomo y entra otro; en ellos se ve cómo las cosas fu n g ibles van desapareciendo con el uso y otras entran a reem plazarlas. A sí llegamos hasta el final del siglo XVII en que se hace un nuevo inventario, en donde verem os qué bienes m ateriales tiene la Cofradías en 1698, adquiridos por la piedad de los cofrades.

Capítulo tercero P leito entre don Sancho de Figueroa Ocano y la Cofradía. Indigno proceder de algunos cofrades. La Paulina de l Nuncio. Defensa de don Sancho\> de Figueroa. Inventario de

1698


Las persecuciones contra las personas de mayor pre stigio, sol­ vencia y moral, suelen ser fru to de un com plejo de inferioridad que fru c tific a en las mentes, transform ándose en el juego de la envidia. San Isidoro de Sevilla en sus “ Soliloquios», el prim er libro de ■mística española, dice que «la envidia pudre los sentim ientos de to ­ das las virtudes, que devora los bienes con ardor de peste, que se daña prim eram ente a sí misma, se muerde prim ero a sí, roe prim ero a su autor, come el sentido, quema el peño y devora el corazón. La en vid ia es la tiña del alma». Con estas reflexiones del santo y sabio patrón de Sevilla nos ex­ plicam os el inicuo e injusto pleito y proceso del que fue víctim a don Sancho de Figueroa, y com prenderem os la causa de su persecución. Don Sancho de Figueroa Ocano, párraco de Santa María y vica rio de la diócesis en Cáceres, fue el que protegió al anacoreta Francisco de Paniagua, se consagró al culto de la imagen que de su peculio pa­ gó, redactó sus prim eras ordenanzas y fundó la Cofradía. M uerto en su casa Paniagua, lo dejaba en su testam ento como heredero y patro­ no de la Cofradía, y él, que todo cuanto tenía lo daba para el culto de la Montaña, guardaba en su casa y parroquia los donativos recibi­ dos de ropas y alhajas. Pero se había iniciado en la Cofradía una oposición contra don Sancho, con el sistem a tan villano de las denuncias, y las autorida­ des eclesiásticas de la diócesis iban a intervenir. El día 11 de septiem bre de 1642 celebran Junta y Cabildo en la casa de don Sancho, en donde le piden que haga una m em oria «de lo que tengo en aquella Santa Casa, llevándolo de la mía y de lo que mi dilig en cia y mi solicitud tengo adquirido y me hizo heredero Francis­ co Paniagua difunto, que ambos las adquirim os para la dicha Capilla. Y no tengo sospecha ten er esta súplica nada de cautela, antes pareciéndom e m overlas celo Santo y deseo de sus creces lo concedo de buena voluntad». La Cofradía le manifestaba que todo lo tendría durante su vida. Se hizo 31 Inventario en donde por vez prim era aparece la reseña de la imagen. Ya se debía encontrar on Cáceres el p rior y canónigo de Coria, don García de Contreras, pues al día siguiente, doce de sep­ tie m b re , hace visita , y se levanta un acta que se copia íntegra en el lib ro prim ero de la Cofradía y de donde se desprende claram ente que


por ésta se había incoado p le ito contra don Sancho, discutiéndole su patronato perpetuo y la validez de la herencia esp iritu al de Paniagua. El visita d o r confirm a todas las licencias concedidas por los obis­ pos y visitadores a don Sancho, como patrono y fundador de la Co­ fradía, al que rendirán cuenta los mayordom os y oficiales; que sus mandatos se cum plieran bajo pena de excomunión mayor, pues no tienen acción para contradecir al patrono sus actos de patronato. Or­ dena que se haga un inventario, sin in clu ir lo que don Sancho tenía antes de fundar la Cofradía y se ponga otra vez el cepo, que de una piedra de cantería fina había hecho el patrono, con dos llaves, una de las cuales tendría éste, y la otra el mayordomo. Que no nombrarán erm itaño, pues este nom bram iento es de la autoridad del patrono, y que, en las elecciones de los cargos, los elegidos lo serán con el consentim iento del patrono; que cuando pida los libros de la Cofra­ día se los envíen y que no se pague cosa alguna sin su cédula o li­ branza, como lo han hecho los m ayordomos anteriores. Habiendo quitado don Sancho una piedra con letras escritas por Francisco de Paniagua, y colocado en su lugar un cuadro de San A l­ berto, que inspiraba mucha devoción, el visita d o r ordenó fuera quita­ do y colocada otra vez una piedra con las m ismas letras que había escrito Paniagua. Esta piedra es la que con o 'ra s dos, son tan cono­ cidas por los fíeles y constituyen el testim on io epigráfico de la cons­ trucción de la prim era capilla. Por últim o, ordenaba que se hiciese la habitación que en visita s anteriores se había dispuesto. La Cofradía seguía en sus trece, in­ sistie nd o en el pleito, que había pasado a Salamanca, al m ism o tie m ­ po que incoaban o tio en el Obispado de Coria. * ** La m itra de Coria se encontraba vacante por m uerte del ílustrísim o señor don Antonio González de Acevedo y presentado ya desde abril de 1642 el que lo era de Guadiz, don Juan Queipo de Llanos. Los provisores de la diócesis dieron poder al licenciado don Asensio Fernández de Pazos, como juez de la Com isión, para que in te rvin ie­ ra en el p le ito entre la Cofradía y don Sancho de Figueroa. Empieza, pues, sus notificaciones, comunicando al m ayordomo don M iguel M oreno que en los pleito s que tuvieran o intentaren con­ tra don Sancho, guardarán las reglas del derecho canónico, lo que in­ dica que habría extralim itacion es legales conónicas. Don Sancho ma­ nifiesta en su declaración que ha renunciado al patronato en el obis­ po electo de Coria, Queipo de Llanos. La Cofradía por su parte de­ pone al patronato, y el mayordomo declara que la sentencia estaba dada y no apelada, ni había pedido «reducción az a rb itrio boni viri». Se acercaba la fecha de la celebración de la fiesta de la Virgen en 1643, con lo que se plantean nuevas y serias dificultades, levan­ tándose una serie de comparecencias por el notario eclesiástico Francisco de Salazar, ante el juez Fernández. El pleito había pasado a Salamanca, a donde correspondía enton­ ces por su ju risd icció n y el doctor M artín de Bonilla, canónigo docto­ ral de la Catedral, catedrático de prima de Cánones, jubilado de la

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Universidad y juez m etropolitano en la provincia de Santiago, por el arzobispo de Santiago cardenal Spínola, sentenció en 23 de octubre de 1642 el pleito, ordenando y requiriendo, en virtu d de la Santa obe­ diencia, bajo pena de excomunión mayor y 200 ducados aplicados pa­ ra los gastos de guerra, que se cum plieran las antiguas ordenanzas, suspendiendo los mandatos nuevos hechos por los visita do res y fa­ cultando a cualquier clé rigo para absolver, levantar las penas de ex­ com unión a todas las personas que por estas causas lo estuvieran. Por intervenciones am istosas se intenta solucionar el p le ito por sentencia arbitral, nombrándose jueces al párroco de Santiago, don Jerónim o Rubio, el doctor Gonzalo C onejero y el abogado don Juan de Ojalvo, los cuales pronunciaron su laudo, el 14 de feb re ro de 1643, concebido en la form a siguiente: Que Francisco Paniagua no había poseído el patronato, y que, por lo tanto, no lo había podido here­ dar don Sancho de Figueroa; que las Ordenanzas prim itiva s aproba­ das por el obispo se guardaran, siendo nulas las hechas por el v is i­ tad or don García de Contreras; que don Sancho no podía poner las armas de los Figueroa (cinco hojas de higuera en campo de oro) en ninguna parte de la erm ita, ni en la peana de la Virgen que había re­ galado, la cual se le devolviera, pues no se le adm itía para el uso a que la destinaba; que el castañar y las tie rra s que han donado va-* rios fieles a la Virgen, se han de arrendar o labrar en beneficio de la Cofradía; que se entregue bajo conciencia todo lo que tengan los depositarios de donativos para la Virgen, como alhajas, ropas, lim os­ nas, ornam entos, etc. La piedra con un le tre ro que hizo Francisco de Paniagua y que estaba sobre la puerta de la iglesia, y se quitó colo­ cando en su lugar un cuadro de San A lb e rto , se vuelva a colocar a costa de quien la quitó, y si don Sancho reclam are el cuadro se le devuelva. Don Sancho sería capellán perpetuo de la erm ita y Cofra­ día, diciendo las misas de las festividades. Las ropas y ornam entos de la Virgen estarían en poder de don Sancho, quien vestiría a la sagrada imagen, y, si él no quisiera tener estos cuidados, se lo entregaría todo al mayordomo. La Cofradía guardaría a don Sancho todas las honras y reverencias que como sacerdote «tan bondadoso, devoto y celoso de la Virgen, Cofradía y Ermita, se le deben y siem pre se le han guardado». Se reservan la fa­ cultad de in te rp re ta r la sentencia, enmendarla o suplirla, si en la práctica resultare alguna duda u om isión, y las costas del p le ito pa­ garía cada parte las suyas. Hasta 1649 aparece la firm a de don Sancho en las cuentas y en las del 1646 hay un decreto marginal suyo, como arcipreste, aproban­ do por delegación del obispo las cuentas, lo que confirm a que siguió actuando como capellán, pero al parecer no como patrón perpetuo. M urió el día 28 de agosto de 1650. Pero esta sentencia, que parecía iba a te rm in a r el pleito, no tu ­ vo efectividad, pues el mayordomo don M iguel M oreno, se había di­ rigido, instigado al parecer por el escribano Alcobaza al nuncio, de­ nunciándole ocultaciones de lim osnas a la Virgen, lo que m otivó un enojosísim o incidente a los pocos días. * ** En derecho canónico se llama Paulina, del nombre del Papa Pau­

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lo III, a la carta o despacho do excomunión que se expide en los T ri­ bunales Pontificios para el descubrim iento de algunas cosas, que se sospecha haber sido robadas u ocultas m aliciosam ente. Tenemos que im aginarnos la im presión tan grande con que la villa se enteraría, en feb re ro de 1642, de que el nuncio de Su Santidad don Juan Jácome, había enviado por conducto del obispado de Coria una Paulina, en virtu d de denuncia del mayordomo de la Cofradía y sus cofrades, por retención de limosnas, alhajas y ornamentos dados para el culto de la Virgen de la Montaña. Se decía en la Paulina que el mayordomo había denunciado que, de siete u ocho años a esta parte, diversas personas fieles y devo­ tas de Nuestra Señora han hecho muchas limosnas, así de dinero co­ mo de joyas de oro, plata y piedras preciosas, cera, trig o , cebada y centeno, que se encuentran en poder de diversas personas, y otras han disfrutado de estos bienes, con poco tem or de Dios, y que no sabían quiénes eran. La Paulina tenía fecha 5 de noviem bre de 1643, pero las declara­ ciones no empiezan hasta febrero; en ella se ordenaba que se p u bli­ cara en la misa mayor de todas las parroquias, con el cerem onial de estos actos, tañendo las campanas, con cruz cubierta de luto, ma­ tando (apagando) las candelas, etc. El vica rio de la villa, licenciado Alonso de M olina, publicó los edictos el 18 de febrero, conminando para que en el térm ino de seis días, entregaran todo cuanto tu v ie ­ sen, bajo las penas de excomunión y privación de la misa. El prim ero que comparece a declarar es el erm itaño Juan Do­ mínguez, que llevaba cuatro años en la erm ita de la Virgen; declara que han dado varias personas limosnas, ornam entos y un jum ento, para cuya compra habían dado una limosna a don Sancho de Figue­ roa. Ana García (La Camisona) declara que en el año 1642 los sobri­ nos de don Sancho se llevaron varios cuadros de la iglesia (segura­ m ente el San A lb erto de la Sentencia) y una túnica del C risto, y enu­ meraba a continuación los donativos de don Sancho. Antonio Fernández C irujano declara que dio un candelabro gran­ de, plata y cera. Isabel M artín, viuda de Francisco de la Cruz, decla­ ra que dio una toca, con puntas de plata, que valía 10 reales, y que se la vio puesta a la imagen de la Montaña. María Sánchez, que dio un lienzo para un alba. Domingo López declara que una aldeana puso un Agnus Dei colgado del manto de Nuestra Señora, velas y una lám­ para de plata; preguntó a don Sancho quién lo había dado y dijo que él, y que todo lo que tenía en dicha erm ita y en su casa era para Nuestra Señora y su Cofradía. Elena Flores declara que doña Catali­ na C a rrillo le entregó una toalla blanca, de lienzo delgado, con unos m atices am arillos, la que dio a don Sancho. El día 2 de marzo decla­ ra el mayordomo, don M iguel Sánchez Moreno, m anifestando que la Paulina leída se había dado a petición de los cofrades hermanos y de su mayordomo, para descargo de su conciencia y para cum p lir con su obligación; que don Sancho no le ha entregado la escritura de la donación que la villa dio a la Cofradía de las tierra s, donde se fu n ­ dó dicha erm ita, ni las escrituras del castañar y sus tie rra s que die­ ron don Cosme de Ovando y don Gabriel de Saavedra, enumera do­ nativos dados a él por don Sancho, como velos, cera, relicarios, toa-

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lias, etc.; 30 reales de don Alonso de Loaisa, vecino de T rujillo, y una toalla que no sabe si está inventariada, y que Juana Hidalgo le decla­ ró que había entregado dos veces dos lim osnas considerables a don Sancho. A ésto se reducen las declaraciones del mayordomo, en lo fu n ­ dam ental; a que no le había entregado don Sancho las escrituras de las tierra s, que obraban en su poder. Siguen hasta sesenta y cinco declaraciones, todas coincidentes en lo mismo, sin que en ninguna figure una acusación concreta contra don Sancho y que, por su mo­ notonía, no tienen más valor que el número, como prueba en dere­ cho. Terminan las declaraciones con la de doña Isabel Figueroa, her­ mana de don Sancho, en que dice: «Señor Vicario, Juan de la Fuente vino a este Colegio de Niñas huérfanas y díjome me notificaba, declarase dentro de seis días ante Vuesa M erced, lo que sabía haber dado a la Cofradía de Nuestra Se­ ñora, en esto no tengo que declarar, que si mi hermano no la hubie­ ra fundado fuera señor de todo, pues a él sólo se le debe el estado en que está aquella Santa Casa y los Mayordomos no han gastado ni puesto un cuarto de la suya y mi hermano todo cuanto ha adquirido, vendiendo cuanto tenía en su casa, para las fiestas, lucim ientos y gastos, y muchas veces reñí con él por cuanto todo lo quería para allí, y hasta unas tinajas mías, que llevó a su casa, cuando fui por ellas, las había llevado a M onserrate y cada día eran tantos los gas­ tos que allí hacía que muchas veces faltaban los necesarios en su casa, no he visto sino estas ingratitudes, tan escandalosas a todos, como han tenido con quien los entró en su casa, y les ha dado e aplicado a la Cofradía lo que mi hermano dirá en su declaración, e oviera de hacer o decir lo que sé, con toda verdad, fueran m enester muchas manos de papel; dos vajillas, una de Talavera e otra de Por­ tugal, que le costaron muchos reales, se destruyeron en aquella San­ ta Casa, con reposteros, paños de pared, cuadros, relicarios e otras cosas que con ellas podrán pasar y lu cir muchos. Lo que declaro es que si mi hermano lo oviera dexado perder, a nadie se le diera nada, ni hablaran palabra porque la tienen en lucim iento, y en Cáceres le persiguen envidiosos, mi hermano lleva la m ejor parte con la pacien­ cia de que Vuestra M erced sabe, y a los que andan en esto les da­ rá Dios su m erecido. A Vuestra M erced guarde como deseo y libre de gentes semejantes.» Los papeles viejos tienen el perfum e de las cosas m uertas, que hablan al espíritu, y nos hacen evocar con su lenguaje y ortografía algo del pensamiento de las generaciones pasadas. Esto ocurre con la defensa de don Sancho de Figueroa; es la verdad desnuda, deja descarnada la persecución de que fue objeto, pero se escapa en las mallas del pleito quién era el que, en la sombra, provoca la interven­ ción eclesiástica. Am arga fue la Semana Santa de 1643 para el fun­ dador de la Cofradía, en la que, como él dice, hubo de s u frir tam bién su pasión No tenem os la sentencia de la inform ación, pero, como sigue ac­ tuando en calidad de patrono y censurando y firm ando las cuentas, ello es prueba de que triu n fa de sus enem igos. Dice así su defensa: «Señor Vicario. En 15 de este mes, vino Joan de la Fuente a es­

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ta Casa de Vuesa M erced, e me pidió licencia para notificarm e las ge­ nerales, tan excusadas cuanto a todos escandalosas, e dixele entra­ se en mi aposento. Hice se sentase en una silla e me lo leyese, que para descortesía e pesadumbre, jamás se excusa el que nace sin obligaciones, mas tienen a los de sus difu ntos; m ortifiq ué en este atrevim ien to con la m olestia que acostum bro en todas m is acciones por obrar e que a otros aconsejo, que quando los casos tienen el de­ suello que éste, el más Santo para con Dios, e los bien entendedores tuvieran disculpados, mas la paciencia es para cosas e persecucio­ nes, como esta e las que tengo padecidas en todo el Santo tiem po de la Cuaresma; pues fundada una Cofradía que me amase e defen­ diese, a quien tengo hechas tantas buenas obras, se a vue lto contra su fundador e bienhechor, pues por enriquecerla me hallo pobre, gas­ tando sin miedo todo quanto tenía, e adquirido. Si oviera de decla­ rarla, fuera m enester una resma de papel, mas dándome Dios vida pa­ ra que en los tiem pos futuro s se sepa lo que se ha hecho conm igo en los presentes, más toda Patria siem pre es ingrata, pues siendo bueno para todo e malo para ninguno, e lo que tengo he hecho en aquel sitio , he visto tan pocas dem ostraciones de sentim iento, cuan­ do en las tie rra s extrañas an llegado a se n tir mi alma de lo que se a echo conmigo. Declaro ante Dios que está presente e ante Vuesa Merced, que lo aré a la ora de mi partidg déste destierro, que todos los años que acompañó a Paniagua, no supe aberle dado más de do­ ce reales don Gonzalo de la Peña, que Dios tenga en el cielo y a mí, después que m urió, e fundé de m is dineros esta Cofradía, no e res­ a b id o más de cinquenta reales que traxo a mi casa un criado de Don Gonzalo Carvajal, que estava muy fa lto de salud, que todo savedes fuese a Nuestra Señora, le rezaba una salve. Gastóles en a b rir dos ventanas y puse cuarenta reales más, con sacar tantos de mi bol­ sa, que aunque pobre, para gastar en aquella Casa a sido muy rica, pues obré desde el principio, hasta que a salido el infierno contra mí, perm itiéndolo nuestro Señor no para mi destrución, sino para mi aprovecham iento, más de m il ducados y no paresca, a Vmd. ni al que diere, ésto mucho, que si desde el principio fuere escrito y hecho m em oria de los gastos y lucim ientos que tengo hechos en a d qu irir y atraer las gentes a devoción de aquella santa casa, avida de hallarse más de 1.500. Nadie se a ayudado a gastar ni a hacer cosa alguna, solo yo vendiendo para esto las m ejores alhajas y e scrito rio s y cua­ dros de mi casa, que uno está en poder de don Gabriel de Saavedra, o tro en el del licenciado don Diego Ojalvo. En esto tenía mucho que decir, mas el papel es poco y todo lo dejo a Dios y a la Virgen Nues­ tra Señora. Para lo cual declaro no haberme dado perlas, piedras pre­ ciosas, joyas de oro, mas que una que me costó muchos saludos y magníficas, por que viniese Palacios, sastre de Catalonia y luego avíe­ se a mi amigo M iguel Sánchez, Mayordomo que tanto deseé lo fuese, la cobrase e llevase a su poder antes, todas las riquezas, tafetanes curiosidades, reposteros de mi Casa; todo lo e puesto y gastado allí y a la Cofradía he rem itido gruesas limosnas que he juntado y adqui­ rido, no dándoseme para ella sino para lo que yo quisiere y fuese mi voluntad, y como la Cofradía es hija de mi concepto, todo se lo he aplicado, con promesas, cansancios, misas, adquirido, mi intento fué

yo por mi parte, la Cofradía por la suya y juntam ente en las creces de aquella santa casa, que si oviera aprovechado del aviso y consejo del venerable Paniagua y no la hubiese fundado, sino me fuera en quieta y pacífica posesión, mas tem eroso en Cáceres me dijesen con­ v e rtió las limosnas en mi regalos y descanso, y a mi costa quise fu n ­ dar Cofradía donde fuesen a parar y no me e librado, pues mi C ofra­ día me a levantado tantos falsos testim on io s que por no dar pena ni ofender los oydos no los refiero, conform ándom e en todo, pues nin­ gún Santo está en el cielo sin paciencia y todos fueron perseguidos. Quis justus ab in iu stis persequtionen non est passus? Cain persecutus est Abel iustum, Ismael Reprobus, lsasc Santus, Saúl pesimus, David viru m sucundun m ihi. Esau iniquus, Jacob, electum , Sathan, Job, C ristus, Judas. D. Sancho, de M iguel Sánchez y sus secuaces et verus C h risti mundus sem per persequtus est, que san­ to me dará Vmds. que de los malos aya perseguido, yo tengo presen­ te en mi mem oria los males que e com etido, con que no me parezen trabajos tantas persecuciones, sino regalos y mercedes de Dios, y considerando en su pasión, todo se hace poco y fá cil. El guarde a Vmd. y libre de envidiosos mal intencionados. Déme la Cofradía lo que es mío y he gastado y verá lo que le queda, pues hasta el oro es mío, misal y lámparas, y de la Cofradía no hay más que unas puer­ tas y la cocina y quieren lu cir y gallear con lo que es mío y e junta­ do para mi Capilla y Casa, y me pagan queriendo echarme de ella, siendo yo el que los entró. De Vuestra M erced. Don Sancho de Figue­ roa Ocano.» *

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Quedaría incom pleto este capítulo si no se hiciera referencia al inventario hecho en 1968, del que daremos, al menos, una sucinta no­ tic ia en la form a siguiente: «Inventario de los títu lo s y papeles de la Cofradía de Nuestra Se­ ñora de la Encarnación de la Montaña, que en su prim era fundación se dijo de M onserrate, que se sirve en su Ermita extram uros de esta villa , mandado hacer por el señor Licenciado don Juan Carvajal Lam­ braña, Electo Canónigo de la Santa Iglesia de Canarias, Provisor, VN cario General y V isitador General de este Obispado, estando en V isita General en esta V illa año de 1698. Ordenanzas.— Las Ordenanzas de dicha Cofradía están en libro A ntiguo de Quentas, en el principio, del que parece fueron fechas en 11 del año 1635. 1.° Censo de 11 reales de renta que Francisco Bravo Barquero, heredero del licenciado Lorenzo M artín Barquero hizo donación a la Cofradía de Nuestra Señora de la Montaña, que vendieron a Juan Ro­ dríguez Polo, Calero, y María Sánchez, su m ujer, sobre una casa de la calle de Caleros, con carga de una m isa rezada que se había de d e cir en cada año, pedir Pater Noster al pueblo por el alma de! Licen­ ciado Lorenzo M artín Barquero, otorgada en 18 de Marzo de 1638. 2.° Item un pleito que se puso entre don Sancho de Figueroa Ocano, Presbítero y Vicario Eclesiástico de esta Villa y la Cofradía de Nuestra Señora de la Montaña sobre el Patrono de la Herm ita. 3.° Unos autos fechos a pedim ento del licenciado Antonio Fer-


nández, sobre la pertenencia de los pinos que tenía en la Sierra de Mosca, y que son los títu lo s tratantes al final. 4.° Títulos de la Casa, calle de V illalobos y ornos de cozer cal, fueron dichas casas y ornos, de María Sánchez la Briona, con carga de cuatro misas rezadas en cada un año, se habían de decir en el al­ ta r de dicha erm ita en cuatro fiestas de las nueve de Nuestra Seño­ ra, y cuatro ducados de renta en las casas y ornos; quince reales y tre in ta maravedises de censo perpetuo, que se han de pagar al li­ cenciado Diego Ojalvo, esta casa tuvo tam bién otros censos. 5.° Títulos de otra casa en dicha calle de V illalobos, sobre el cual tenía la Cofradía cincuenta y cinco reales que le donó Don San­ cho de Figueroa. 6.° Título de la calle Caleros, que dejó a la Cofradía Isabel Díaz la Durana, con cargo de que se le diga una misa cantada y otra re­ zada. 7.° Título de una casa cerca de la Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, en la calle Solana, de esta Villa. 8.° Título de la casa que fue de la Sanda, calle de Caleros, que compro la Cofradía. 9.° Censo de tre in ta reales, que Juan Parama y Francisca Gu­ tiérrez, su m ujer, Juan Sánchez Chamuscado y Catalina González, su m ujer, dieron sobre un lugar y una viña. 10. Censo de once reales de renta que donó Benita González, viuda de Juan Cordero, sobre una casa en la calle de Gabriel G utié­ rrez de Prado. 11. Censo de cuarenta y cuatro reales de renta, que Juan Ro­ dríguez Sanguino impuso sobre unas viñas de catorce yuntas, con su lagar y vasijas en el pozo morisco. 12. Censo de cincuenta y cinco reales de renta, que Bernabé y Domingo Vicioso, vecinos de Ruanes, im pusieron sobre una casa con corral y una cerca en Ruanes. 13. Censo de cincuenta y cinco reales, que im pusieron María Galeano, viuda de Joseph Durán y Francisco Portillo, vecino de A lis e ­ da, sobre una casa en dicho Jugar. 14. Censo de noventa y nueve reales que el licenciado Jeróni­ mo M ichel, clérico, Presbítero, impuso sobre cuatro yuntas de viñas en este térm ino. 15. E m préstito de doscientos ducados a don Alonso de Perero, que paga el rédito de! cinco por ciento. 16. O bligación de don Alonso de Perera de cien reales de renta por los días de su vida, con obligación de decir el día de la fiesta de Nuestra Señora una misa por sus difuntos. 17. Título de la partida de renta de yerba de la dehesa C e rro Gordo, térm ino de esta V illa, que son ochenta maravedíes y medio de renta al m illar, crecientes y menguantes, con sus ybiernos veranos y agostos. 18. O bligación promesa de don Juan Francisco Roco de Godoy, por la que se com prom etió el dar a la Cofradía cien ducados de li­ mosna por cada hijo que tuvie ra y cincuenta por las hijas. 19. O tras escrituras de promesas de diferentes personas com ­ prom etiéndose a pagar dife ren te s cantidades en caso de ten er suce­ sión.»

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Capítulo cuarto Las bajadas de la Virgen de la M ontaña a Cá­ ceres, por sequía y epidemias, en e l sig lo XVII. La tercera capilla. Las colgaduras de la erm ita. La hospedería. El camarín de la Virgen


El 1641 fue un año fatídico para España. La guerra de Cataluña ensangrentaba sus campos el marqués de los Velez fracasaba ante los muros de Barcelona. La guerra con Portugal languidecía en sus fronte ras, por tener que acudir el G obierno a la sublevación de Ca­ taluña, pero Cáceres — como ciudad fronte riza— se aprestó a levan­ tar tropas para la lucha y se form aron dos compañías de cacereños al mando de don G utiérrez de Solís y de don Alvaro Baltasar de Ulloa, caballero de Alcántara, saliendo de la ciudad el 27 y el 28 de ju lio . No era sólo la guerra, sino una pertinaz sequía la que asolaba sus campos, y entonces tuvo lugar, el día 3 de mayo de 1641, la p ri­ mera bajada — desde su erm ita— de la Virgen de la M ontaña. En el lib ro de cuentas figura la siguiente partida: «Prim eramente se le hace cargo al dicho M iguel S. M oreno de sesenta y cuatro reales que se juntó de lim osna en tre s de mayo cuando bajó Nuestra Señora. Item se le hace cargo de veinte y ocho fanegas de trig o que tiene cobrado el dicho mayordomo de una me­ m oria que le dieron los labradores quando bajó Nuestra Señora, por los buenos tem porales, a diez y ocho reales.» Consta, pues, docum entalm ente que la bajada fue el 3 de mayo de 1641, que las rogativas por ¡a sequía fueron oídas y que ios labra­ dores le donaron veintio cho fanegas de trig o por !a benéfica lluvia que cayó sobre los campos. En 1651 tuvo lugar la segunda bajada de la Virgen, con m otivo de la peste que asolaba la ciudad, y se recogieron de lim osna seten­ ta reales. El año 1653 se re p itió la sequía y se celebraron procesiones de día y de noche y dice el m anuscrito de Bartolom é Sánchez, al que se­ guim os, que «las de noche fueron muy devotas y de grandes peni­ ten cias; hizo la ora la Santa Congregación del Señor San M ateo, y salieron de dicha Iglesia la diez de la noche sacando al Niño Jesús, hubo muchas penitencias, unos aspados, otros azotándose, otros con cruces y cadenas de hierro, otros con g rillo s a los peis, era Rector el Licenciado Diego Jiménez Talaván; la noche siguiente salió del Señor Santiago, con Jesús de Nazareno, Nuestra Señora de M ise ricord ia y el Santísim o C risto del M ilagro (de este nombre, por querer quem ar unos muchachos, habiendo sido te stim o n io como sé por este m ilagro


que su Divina Magestad desclavó los brazos, y yo haver conocido al­ gunos de los te stig o s m o rir arrastradam ente y ten er noticia que los demás fallecieron así). A pretaron más las penitencias y hivan mu­ chos sacerdotes, con cruces, sobrepelices y coronas de espinas en las cabezas, que llevaban cubiertas de zeniza y las caras descubier­ tas que causava gran devoción, llevaron el Santísim o C risto del M i­ lagro en una Cruz grande el cura de Santiago que era Jerónim o Iñigo, yba como los demás sacerdotes y llevaba más roquete y estola. Hubo un hombre que toda la procesión la andubo de rodilla con una cruz a cuestas y una cadena al cuerpo, y este acabó de andar las estaciones a las tre s de la mañana. Era M ayordom o de la Cofradía de la M is e ri­ cordia, Francisco M artín de Berrocal, C orregidor Don Juan de Vargas Machuca; fue Dios servido de o ir la súplica de sus siervos, porque llovió mucho, se cogió mucho pan y fue un año muy abundante de to ­ do. Este propio año se trajo al Señor San Benito y a Nuestra Señora de la Montaña.» Esta bajada la registra el libro de cuentas de la Cofradía en 1654, enumerando los donativos que se recogieron cuando salió en proce­ sión por la villa y que fueron vendidos en 470 reales. Una dama cacereña, doña Isabel G olfín, le donó una joya «pequeña de oro con rayos o puntas de piedra a modo de medallas y en vid riera s, en una parte Nuestra Señora de la Concepción y en la otra Santo Tomás de Aquino, y las piedras son verdes y blancas y falta n dos». En ju lio de 1665 pasó por la ciudad un te rcio de tropas y fueron recogidos en el Hospital de Nuestra Señora de la Piedad ve in ticin co soldados, que contagiaron de peste a la villa, m uriendo 400 personas en dicho mes y 438 soldados, que fueron enterrados en las aceras del Egido. Dice el m anuscrito: «y los vecinos, tan asustados, apelaron a la que de todos conflictos los saca, es la Virgen de la Montaña, trájose en procesión general a Santa María y estubo un novenario y fue Dios servido mediante tal interzesora de aplacar la ira, quitándose del todo dicho mal. Por una plaga de langosta bajó la Virgen en 1670 y se recogieron 72 reales en limosnas.» En 1673 tuvo lugar la sexta bajada de la Virgen, «por cuanto de esta nobilísim a Villa es tan oidosa, y por estar las tie rra s y aprove­ cham ientos comunes muy extenuados por la fa lta de tem porales y pa­ ra conseguir el buen suceso de todos ansiados». Bajó el 20 de octu­ bre y subió a su erm ita el 3 de noviem bre y se recogieron 295 reales de limosnas. En 22 de noviem bre de 1675 se bajó la Virgen por la sequía, pe­ rece r los ganados y no poder sembrar. En el año 1678, por el otoño, hubo mucha fa lta de agua y en to ­ das las iglesias se hicieron muchas rogativas y en Nuestra Señora de la Concepción llevaron a San Pedro, y las monjas hicieron 11 días a su costa celebrar misa cantada todos los 11 días, y al cuarto llovió mucho y sacaron después de este dicho tiem po a su Divina M ajestad en procesión para su casa y fue por la calle de San Pedro, Grajas y Solana y Santa Clara, calle del Horno, Corredera, y, a la entrada de su casa, llevaba 24 blandones blancos y los cuatro de dichas monjas, 6 de San Juan, y los demás de la Cofradía de Nuestra Señora; era mayordomo Francisco Sánchez. También se tra jo dicho año a Nuestra

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Señora de la Montaña a Santa María a costa de esta villa, y al Señor Nazareno, lo sacaron en procesión general de Santiago». Bajó la Virgen el 7 de noviembre. No consta el día de la subida. Recogió de lim osna 510 reales. El 28 de mayo de 1679 se tra jo a Nuestra Señora de la M ontaña a Santa María, «porque alcanzase con su Hijo Santísim o nos enviare agua; fueron por su Divina Madre, la V illa, todas las cofradías, las dos comunidades y cavildo y el obispo Don Francisco de Luna, que se halló en esta Villa. Y fueron hasta el Calvario, donde hallaron a Nues­ tra Señora, que la traían cuatro religiosos franciscanos y dicho Señor O bispo estuvo aguardando en la puente de la Fuente de Concejo, era compañía de Don Juan Roco Cam pofrío, del Orden de A lcántara y d e Don Francisco Montezuma el M ariscal, y Regidores de esta V illa, y a. 3 de Junio comenzaron las misas de Nuestra Señora de la Concep­ ción en la Iglesia, fue en sábado y llovió mucho, subieron a Nuestra* Señora de la Montaña a su Santa Casa, con todo lo arriba referido , y llegó toda la gente hasta dicha su Santa Casa, y citado Señor Obispollegó hasta la fuente y mandó dar el día que llovió a Nuestra S e ñ o rt de la M ontaña 50 fanegas de trig o y recogió 54 reales de limosna». En 1180 — llevaba tre s meses sin llover— y en 29 de marzo se acordó que se bajase la Virgen y se celebraron novenas y rogativas. Dice el M anuscrito citado que «llovió el 21 de A b ril, día de Pascua de1 Resurrección, y se rem edió el año». La villa dio 1.300 reales para cera. En 1683 no había llovido casi nada desde el otoño, los campos esta­ ban secos, los ganados perecían y las autoridades eclesiásticas pidie­ ron que se bajara la Virgen, lo que tuvo lugar en 20 de marzo, cele­ brándose un novenario y rogativas. Recogió 57 reales de limosnas. En 1689 volvióse a re p e tir la sequía y bajó la Virgen el 14 de marzo, estando en Santa María 14 días; y recogió de lim osna 62 rea­ les. En 1691 bajó el día 10 de mayo y m ientras estuvo la imagen en Santa María, llovió abundantem ente. Recogió de lim osna 413 reales y 15 fanegas de trig o y media de cebada. En 1694 bajó la Virgen en 8 de marzo. La sequía era espantosa y fue la prim era vez que subió la villa , con clero, comunidades, cofra­ días y pendones hasta la erm ita a sacar a la sagrada imagen de su 1 santa casa. Estuvo hasta el sábado 16 «y el día antes nos so co rrió con el agua y así se pone por acuerdo y lo firm o. M ateo Picón». Re­ cogió de lim osna 389 reales y tre s fanegas y media de trig o . En 1697 fue llamado el mayordomo al Concejo para que se bajarai la Virgen a Santa María, que «nos ha de socorrer como lo a echo era otras ocasiones que a venido y asim ism o doy fé de aver llovido e f m iércoles por la noche, veinte de dicho mes». Subió a su erm ita el 15 de diciem bre y recogió 201 reales de lim osna y nueve fanegas y tre s cua rtilla s de trigo . En 1698, por la necesidad tan grande que «paaecen los panes y los campos, bajó el domingo 11 de mayo, empezando a llover al ama­ necer, dejó de llover al bajarla y, después de entrar en Santa María, continuó la lluvia y lo estuvo toda la noche y parte del o tro día, de que yo el escribano de esta Cofradía doy fe de aver sucedido». Reco­ gió 109 reales y siete fanegas de trigo . En 1 de mayo de 1669, bajó la Virgen, y subió el 17, después de

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haber llovido. Recogió de lim osna 564 reales y cuatro fanegas y me­ d ia de trigo . En 1700, úitim o año del siglo, hizo la Virgen su XVII vis ita a Cá<ceres. En esta fecha era ya en el corazón de los cacereños la imagen bendita y adorada, y aunque canónicamente no había sido declarada su patrona, !o era en el amor y la gratitud por los favores recibidos -en el siglo, como San Jorge lo era tam bién en gratitud a que en un >día de su fiesta verificó A lfonso IX la reconquista. En 18 de abril bajó lia imagen y ju ntó 401 real y catorce fanegas de trigo . * ** La erm ita construida por Paniagua era pequeña ante el auge que había tom ado el culto a la Virgen en el siglo XVII. Sobre ella había surgido un segundo piso, con habitaciones para el erm itaño y hospe­ dería, pues algunas fam ilias iban de temporadas a la erm ita. La Cofradía tom ó el acuerdo, en 7 de diciem bre de 1716, de cons­ tr u ir un nuevo camarín para ¡a sagrada imagen, más capaz que el e x is te n te ; pero el proyecto se con virtió en una iglesia, tal como ha llegado hasta nosotros; pirm ero se am plió la nave, del 1720 al 1721, en que se dio por term inada; en 1724 el retablo, y en 1727 el actual cam arín; en 1754 la capilla y altar del Santo C risto de ¡a Salud, y on 1775 la de Santa Ana. Las dificultades del terreno, todo pedregoso, tra jo prim ero el alla­ nam iento, habiéndose respetado las construcciones existentes. Hoy se nos presenta como una iglesia típicam ente dieciochesca, con el sa­ bo r de las construcciones extrem eñas, en sus casas de labor; es una adaptación, del gusto de la época, a una erm ita, acogedora, popular, sin lujo; no se emplearon sillare s de piedra en sus fachadas; está hecha con cal, ladrillo y muros de mampostería. Perdida la tradición católica de la orientación, no está orientada según el rito , que tam bién se perdió en Cáceres en la construcción J e una iglesia de la im portancia de San Francisco Javier. La iglesia consta de coro alto y la nave, que fue la am pliación, y que por lo tanto está dividida en dos tram os; el camarín y las capi­ llas, que le dan im perfectam ente planta de cruz latina. La bóveda de la nave arranca sobre una gran m oldura volada, fo r­ mada por seis baquetones, con friso , debajo de la cual se ha pintado hoy en letras doradas la oración que compuso don Sancho de Figue­ roa. La bóveda está dividida en dos tram os; con aristas, muy plana, ■resultado in te rio r de la intercesión teórica de dos bóvedas de medio cañón que se cruzan. Está adornada con molduras en resalte, según el gusto Luis XV, form ando casetones cuadrados, rectángulos, con curvas y líneas retorcidas, características del decorado que viste las bóvedas, para no acusar las líneas de generación, con. hojas y rodeos, y, en los centros, un pequeño cuadro al óleo, con asuntos religiosos; todo el conjunto barroco. Recibe luz por dos ventanales, con derra­ mes en cada muro, cerrados por vidrieras. En el crucero se hace el paso de la planta cuadrada por arcos to ­ rales, con pechinas, sobre las que se apoya el anillo, en donde se lewanta una bonita cúpula de media naranja con su linterna. Los brazos

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de la cruz son las dos capillas nombradas: la de la Epístola, dedicada a Santa Ana, y la del Evangelio, al C risto de la Salud, ambas de plan­ ta cuadrada y con cúpulas idénticas a la del crucero. Con el camarín, com pletan la iglesia. Dice el P. Ortega que se construyó la iglesia sobre la base de que permanecieran intactas y adjuntas las p rim itiva s capillas, y el edi­ fic io sea rodeable en las procesiones. Aunque no hay docum ento que lo atestigüe, seguram ente que fue así, y el m aestro Juan Sevillano le dio entrada a la iglesia por el muro de poniente, para lo cual tuvo el a cierto de co n stru ir un gran pórtico lateral a todo lo largo del muro, de arcos de medio punto, abovedado con la típica bóveda extrem eña, sin cim bra, herencia bizantina que sobrevive en la región hasta nues­ tro s días, y con antepechos de celosía de ladrillos, que da vista a un m aravilloso panorama, de horizontes in finito s, en donde se destacan gran número de pueblos con la Sierra de San Pedro en el fondo. El alma se dilata ante la contem plación del horizonte, y el más incrédu­ lo ora y admira la grandeza del Creador. Es el pó rtico la adaptación de la terraza de la casa extrem eña, la solana, el narthexs de las iglesias asturianas y románicas, si quisié­ ramos buscarle un origen más remoto. La gran altura de los arcos, gallardos y esbeltos, da al pórtico, con la blancura de la cal y la re­ fracción de la iuz, un soberbio golpe de vista que subyuga y encanta. Yo encontré siem pre en esta erm ita una belleza arquitectónica de lí­ neas, y la m anifestación de una arquitectura popular extrem eña' del sig lo XVI i i , que existe en erm itas como la de Santa Eulalia, el Espíri­ tu Santo, y en las casas de los pueblos de A rroyo, Salvatierra, La Zarza, etc. *

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La prim era cuenta de la construcción de la erm ita se rinde por •el mayordomo de la Cofradía, C ristóbal García M aderuelo, de! 1720 al 1721, y en ella figuran las siguientes partidas: 10.814 A Josep Encinales por pago de peones .,.............. Por 28.300 ladrillos ........................................................ 34.629 Por 4.000 tejas ................................................................. 6.800 Cal ....................................................................................... 12.842 Jornales en cortar leña ................................................ 544 Por 94 cargas de arena ................................................ 3.782 M ateriales .......................................................................... 31.943 Cerraduras ......................................................................... 1.887 Cerones y espuertas ..................................................... 2.788 Por serrar los pinos ...................................................... 3.808 Cántaros y capachos ..................................................... 552 V idrieras ............................................................................ 3.876 Puertas, marcos y maderas ......................................... 5.746 Herrajes y clavos ............................................................ 5.270 Jornales de m aestros albañiles ............................... 95.870 Jornales de peones ....................................................... 55.241 O tras partidas en el año siguiente ....................... 49.365 Suma pues la obra de la iglesia ................ 325.757


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y, como e! real tenía 34 maravedises, im portaron las obras 9.578 rea­ les y 3 m aravedises, pero entonces el jornal eran 8 reales, con los que vivía holgadamente una fa m ilia y la cal era de los hornos propie­ dad de la Cofradía, la madera de sus pinares, la piedra de sus pedre­ ras, etc., etc. Aun así, al rendir cuenta no había fondos para pagar los gastos, por lo que el párroco de Santa María, don Juan de Mata Ribero, y el ex-mayordomo don Francisco H ierro, adelantaron 98.945 m aravedises. En estos gastos no están incluidos los de la construc­ ción del camarín ni de las capillas, obras posteriores. Terminada la obra, el Obispo de Coria, don Sancho A ntonio de Velunza, mandó reconocer la obra y encargó al párroco de Santa Ma­ ría que bendijera la erm ita, acto que tuvo lugar el 27 de noviem bre de 1721, de !a que levantó acta el notario y escribano de la Cofradía C ristóbal García, y se escribió en el libro tercero de acuerdos en la form a siguiente: «El dicho Licenciado D. Juan de Mata, entró en la Sacristía de dicha Capilla, asistido de las personas arriba referidas y salió al cuerpo de la iglesia con capa pluvial, cruz, ciriales, hisopo y agua bendita, esparciéndola por dentro y fuera, haciendo todas las cerem onias que manda el Cerem onial Romano y cantando el salm o M iserere y otros y la Letanía; y, acabado ésto, entró en dicha Sacris­ tía y salió a decir M isa que se dijo y cantó con gran solemnidad.» La sagrada imagen, que durante las obras, más de un año, había estado en Santa María, fue llevada solem nem ente en procesión el1 día 29 a su nueva capilla, que fue sábado, con gran acompañamiento. En 1753 se hizo una nueva am pliación del portal, obrando la er­ m ita, a la que se le abrió la puerta grande por donde sale la Virgen Hubo que qu itar una gran peña para corre r el p e tril del portal y hacer más arcos; toda la obra im portó 11.738 reales y la d irig ió el m aestro M iguel Domínguez. La puerta costó 727 reales con el herraje y cla­ vazón. *

* * Continuam ente estaban los obispos o sus vicarios, en las v is ita s canónicas, pidiendo que se construyera una hospedería para que pu­ dieran alojarse los peregrinos y fieles. Al fin la Cofradía acordó cons­ truirla, pero sólo hicieron unas habitaciones en el segundo y parte det te rc e r piso. Las obras se term inaron en 1763, sin que tengamos otros datos que los escuetos del coste, que im portaron 10.850 reales y el hierro para las ventanas 170 reales, siendo dirigida la obra por los alarifes Pedro Vecino y los hermanos Andrés y Felipe Gallardo. Des­ de entonces hasta nuestros días suelen ir algunas personas a la hos­ pedería, siendo atendidas por el erm itaño, pero los peregrinos que pernoctaban en gran núm ero en el siglo XVII han dejado de concurrir. La desam ortización hizo perder a la Cofradía la propiedad de la Sierra de la Mosca y, vendido en parcelas el terreno, surgieron las casitas de la Montaña, que rodeadas de viñedos, le dan el nombre de viñ?s. La filosera term in ó casi con los viñedos, juntam ente con el te ­ rreno pedregoso y la fa lta de agua. El pino y el castaño, que antes cubría la sierra, apenas existe y su lugar lo ocupa la encina y el al* comoque.

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Ha sido tradicional en las catedrales españolas, y todavía se con­ tinúa en aquéllas que las tienen, el colgar de damascos y tapices las paredes de la iglesia en las grandes fiestas religiosas. El obispo don Juan José García Alvaro, autorizó el que se com prara damasco para colgar las paredes de la erm ita. Lució por vez prim era tan a rtístico adorno en la fiesta del 1751. Ya había lucido tam bién tapices y repos­ teros en tiem pos de don Sancho de Figueroa, que había llevado los de su casa en 1641. Las partidas que se conservan de la adquisición de los damascos y tafetanes son muy curiosas: «El bramante costó a cinco reales la Vara y se gastaron 207. De tafetán 102 varas; el de color carm esí a nueve y el pajizo a 8 reales, y una pieza de cru d illo ; todo costó 1.055 reales: De seda fina 45 onzas, que im portaron 315 reales. La hechura del fleco se pagó a razón de 1 real y tre s cua rtillo s la Vara, y a 24 cuar­ tillo s si era más ancha. El damasco se e lig ió en los colores carm esí y am arillo, se tra jo de M adrid, pagándose la vara a 27 reales el carm esí y el am arillo a 24, im portando 4.582 reales y costando todo 6.764 reales.» Para que la hornacina de la Virgen no desentonara, se le hizo un cerco de plata, que puso la Cofradía. La hechura costó 497 reales. La Virgen tenía lámparas de plata desde el siglo XVII. Donó la prim era en 1651 el general don Alvaro de Vivero y la hizo el platero Juan Varela y fundieron tre s lámparas, dicen las cuentas que pesaron 208 onzas a las que se les añadió 34 onzas y once adarmes, hacién­ dole a la Virgen dos lámparas de plata po r e l platero José Luis Garrovilla s, que llevó por su trabajo 1.661 reales. Para colgarlas se en­ cargaron dos canes, que son los que se conservan y que costaron 544 reales. Los gastos to ta le s de colgar la erm ita im portaron 9.467 reales y 9 maravedises. El valor a rtís tic o de las lámparas fundidas era muy grande, superior sin duda al de las nuevas. Nos imaginamos el aspecto deslum brador que ofrecería la erm i­ ta, colgadas sus paredes con las bellas telas de damasco españolas, cuyos tela res lanzaban sus últim os destellos artísticos en el XVIII, herederos de la tradició n española del XVI, antes que se contam ina­ ra con la moda francesa. * * * Una de las dependencias de la iglesia llena de luz y de encanto y que tien e su entrada por una puerta abierta en el retablo cerca del a lta r m ayor en el lado del Evangelio, es el camarín de la Virgen, al que todos los visita ntes desean siem pre sub ir para contem plar y ado­ rar más de cerca la imagen de Nuestra Señora y besar su manto. En la sesión del 7 de diciem bre, de 1715, que celebró la Cofradía siendo mayordomo Francisco Hierro, tom aron el acuerdo de hacer un camarín a la Virgen, y que por fa lta de íondos, se vendieran los pinos y castaños del pinar que rodeaba la erm ita, para que, unido a las li­ mosnas que se pedirían, poder hacer la obra. El camarín p rim itivo , que se construyó en 1716, fue después am­ pliado, y, a mi ju icio , el segundo cuerpo fue construido entre el -1725

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al 1727, en que levantada la iglesia actual y colocado el retablo en 1724, no estaba a la altura en que tenían colocada la imagen. Por eso encuentro en el libro de cuentas los gastos de obras del camarín en estos dos períodos. Su e stilo es el barroco, pero lleno de encanto, acogedor y — nos atrevem os a decir— hasta fa m ilia r. Aunque m uchísim o más modesto, lo m ism o en sus líneas arquitectónicas que en belleza a rtística, tien e el m ism o tip o que los de su época, como por ejem plo el camarín de la Virgen de Guadalupe. Algunas de las partidas de la obra son curiosas: Tales son, por ejem plo, que 10.050 la drillo s costaron 358 reales, que el acarreo juntam ente con la cal fueron 325 reales. Que los sero­ nes, esportones, argadillos, cántaros, cribas y otros m ateriales, 133 reales. Que una puerta de pino costó 78 reales. Los jornales de los M aestros y peones im portaron 2.095 reales. Cuando la segunda obra del camarín, se hizo una suscripción a la que contribuyeron el Obispo de la Diócesis, D. Alonso Conejero y el Marqués de Torreorgaz con 500 reales cada uno; el Padre Jesuíta Javier de la Breña con 300, el Corregidor de la Villa, Don Urbano de Ahumada y Herrero con 120, y don Francisco de Quiñones con 340; figura tam bién la entrega de una joya de plata, la venta de plata vie ­ ja y de una vaca en 311 reales y unos cueros curtidos en 426. D irigió las obras el m aestro Francisco Rodríguez, vecino de A rro ­ yo del Puerco, que cobró 676 reales por su trabajo; los oficiales, 945, y los peones y picapedreros, 1.211. El herrero M iguel Sánchez Broncano labró la reja del camarín, por la que llevó 148 reales. Hay una partida, en los gastos, de 114 reales por el pago de las vid riera s de la media naranja de la cúpula y las ventanas grandes. Los últim os donativos que aparecen para los gastos del camarín son del vizcon­ de de Peña Parda que entrega en dife ren te s partidas, en nombre de su hermano el conde de la O liva y en el suyo, 1.170 reales. Don Jor­ ge de Quiñones y don García Golfín, 100 reales cada uno; doña Bea­ triz Roco y C ontreras 270 y don Francisco de Sanabria 271. Se hi­ zo tam bién una colecta en la ciudad, yendo de casa en casa y re­ caudándose 1.272 reales. Las partidas de gastos fueron sem ejantes a las obras de! prim er camarín, y sólo consignarem os que los jorna­ les de los oficiales im portaron 1.819 reales y 1.624 los de los peones. Fue pintado el camarín en 1765 por Francisco de Tuesta, pagán­ dole por su trabajo y m ateriales 1.762 reales. Las pinturas al fresco que se conservan en gran Darte son de gran belleza, dando todavía una nota de color al camarín.

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Capítulo Quinto El retablo. Las bajadas de la Virgen a Cáceres en el siglo XVIII. Inventario de l 1722. Las ca­ m areras de la Virgen


Terminada la capilla en 1721, la imagen seguía colocada en su pequeño retablo y, en 25 de abril de 1724, acordó la Cofradía hacer un retablo, sin que vuelva a tratarse más del asunto, pero en la m isma hoja del acta figura la siguiente nota: «Porque en adelante no consta en libro, cuándo ni cómo se hizo el retablo que hoy tiene la Ermita; se previene le contestaron y man­ daron hacer en Salamanca con beneplácito del Obispo Don Sancho A ntonio de Velunza; los señores Don Juan de Carvajal y Sande, Con­ de de la Enjarada; Don Fernando de Aponte, Marqués de Torreorgaz y Don García G olfín del Aguila, por haber hecho los tre s varias pro­ mesas a Nuestra Señora y las in virtie ro n en esta obra, que, con portes de su conducción, costó dieciséis m il reales.» No tenem os más datos que estos escuetos; m is gestiones para encontrar la escritura, que seguram ente hicieron siguiendo las cos­ tum bres de la época, entre los C hurriguera y los donantes, han fra ­ casado. La certeza de la procedencia y sus caracteres, son, pues, los únicos elem entos de ju icio , que puede ser rectificado el día en que se encuentre docum entación. Don José Churriguera se encontraba en la cumbre de su grande­ za como arquitecto y escultor, su ta lle r de Salamanca estaba en to ­ do su apogeo, de él había salido el retablo de San Esteban, de Sala­ manca, y había term inado el de San Salvador de Leganés, de M adrid, y el de San Basilio de la misma capital. Con José trabajaban sus her­ manos Joaquín, A lb erto, Manuel, M iguel y su sobrino Manuel de La­ rra y Churriguera. También tenía ta lle r en M adrid, en donde consta docum entalm ente que estuvo José en enero de 1725 y en 1724. Con estos datos es d ifíc il precisar quién de los artistas fue el que hizo el dibujo del retablo, que tam poco conservamos. Sólo pode­ mos suponer que José C hurriguera inte rvin iera , por la semejanza del retablo con los de San Esteban, y en especial con el de San Salva­ dor de Leganés, en donde parece están inspirados. Las manos que lo hicieron y tallaron fueron salm antinas y más fá cil es que en él tra ­ bajaran en prim er lugar Joaquín, gran figura de la arquitectura y mestro mayor de la catedral de Salamanca, A lb e rto tam bién m aestro ma­ yor y Manuel de Larra y C hurriguera su sobrino, el que debió ten er relación muy directa con la construcción del retablo — hay que supo­ nerlo— pues el conde de la Enjarada le encargó en el año 1726 la


construcción del Arco de la Estrella, obra que em bellece la entrada de Cáceres antiguo, lugar donde se levantó la puerta nueva. Por cier­ to que se provocó un pleito con este m otivo que sentenció el Conse­ jo de C astilla a favor de la construcción del arco. En la catedral de Plasencia construyeron los Churriguera, del 1724 ai 1726, el retablo del alta r de la Virgen del Tránsito; en él tra ­ bajaron Joaquín, José y A lb e rto , un retablo del que podíamos decir que es la réplica del de Cáceres, y que cronológicam ente es poste­ rior, o m ejor dicho, debieron ser construidos al m ism o tiem po y por las m ism as manos en el m ism o ta lle r salm antino: es un bello retablo barroco, como todos los que hace aquella fa m ilia de artistas. El retablo de la Virgen de la Montaña es de bellísim a concep­ ción. En él ha cristalizado todo el churriguerism o, con su fogosidad de e stilo y variedad fecunda, en que la imaginación y la fantasía re i­ nan por doquier. D ifícil es de de scrib ir una obra de naturaleza, en donde las lí­ neas arquitectónicas no existen, cubiertas por la exuberancia de los adornos que todo lo llenan. Podemos considerar el retablo dividido en tre s cuerpos, el in fe rio r, que es el equivalente al banco de !os! retablos góticos y renacim iento, que se eleva por encima de la me­ sa del altar, y a cuyos lados se abren dos puertas de doble hoja que dan paso al camarín de la Virgen, estas puertas tienen el m ism o tra ­ zado y labor que las de Leganés. El segundo cuerpo está separado del in fe rio r por una cornisa, cortada por el m anifestador sobre la que se levantan cuatro columnas sostenidas por ménsulas talladas, salo­ mónicas las centrales, y las otras dos dóricas pero cubiertos los fu s­ tes con profusión de hojas, tallos, cabecitas de ángeles, roleos, car­ teles, etc. Entre ios intercolum nios, dos hornacinas coronadas por dos angelitos tenantes que sostienen a otros, y que entre medias tie ­ nen uno el sol y otro la luna. Entre las centrales se abre un arco de medio punto, para la colocación de la imagen, rodeado de angelitos que sostienen el anagrama de la Virgen. Sobre los capiieles corintio s de las columnas, otros com puestos, llenos de guirnaldas, que hacen el papel de cornisa partida, para pasar al te rc e r cuerpo que es un medio punto, cóncavo, en donde — como m otivo central— está la imagen de la Virgen, coronada por las figuras en alto relieve del Padre, del H ijo y la Paloma del Espíritu Santo, rodeados de ángeles que señalan el mom ento solemne. Todas las figuras están m irando o indicando con las manos la coronación de la Virgen; las cabecitas de ángeles, mo­ fletudas, soplan y están en alegres m ovim ientos. Termina en un mag­ nífico escudo, coronado con el anagrama del Ave María sostenido por dos ángeles. Para el artista o artistas que tallaron el retablo, el m otivo no es o tro que la coronación, todo pende de esta escena. Queda por hablar de las imágenes de las hornacinas: la de San José y la de San Joaquín. No son dei retablo, ni figuran en los inventarios. Son del siglo XVII, estofadas de buen arte. Se desconoce el a rtista y la proceden­ cia, pero bien pudieran ser de alguna iglesia de Cáceres, que en es­ ta época sustituían sus retablos por otros de estilo churrigueresco, como San Pablo y San Mateo.

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Es, pues, el retablo de la Virgen una bella creación del chu rrigu e­ rism o, el ejem plar más valioso de este e stilo que hay en Cáceres, y donde el a rtista o artistas plasmaron con sus buriles y gubias la co­ ronación de la Virgen, derrochando figuras de ángeles, flore s, guirnal­ das, cartelas, hasta no dejar un espacio sin talla, todo policrom ado con el acierto de no em plear sólo el oro, y conocer el contraste de los rojos y azules. Ilum inado el retablo, le da a la imagen en el cama­ rín, juntam ente con la convexidad del m edio punto y las luces cente­ lleantes, el aspecto de una gruta resplandeciente, que atrae y subyu­ ga, aumentando la fe y el recogim iento en la oración. El retablo vino sin dorar y así estuvo hasta el 1746, en que la Co­ fradía acordó dorarlo encargándose del trabajo el m aestro Juan G arri­ do y continuándolo luego Francisco Zenteno. Im portó el dorado 14.000 reales. Los colores empleados son rojos, verdes, azules y oro; idén­ ticos, así como la técnica del pintado y el empleo del pan de oro a fuego, a los ángeles de cuerpo entero colocados en el m uro de ce­ rram iento de la capilla mayor de la catedral de Salamanca. Hubo suscripción para pagar los gastos del dorado, algunos do­ nativos fueron cuantiosos, y para arb itrar más ingresos se represen­ taron comedias y autos sacramentales. Im portan los ingresos de es­ tas fiestas 2.314 reales. El m aestro dorador y pintor, Zenteno, fue adm itido como herma­ no de la Cofradía, no cobrándole derechos en agradecim iento, y por­ que había hecho más trabajos que el convenido, sin cobrar nada por ello. *

** El siglo XVIII empezó mal para España y para Cáceres. Nos traía la prim era de nuestras guerras civiles, la de sucesión, y en los cam­ pos extrem eños se habían de librar batallas como la de Almaraz, don­ de por vez prim era in te rvin o en nuestra H istoria la caballería germa­ na y desempeñó la región un gran papel estratégico. Partidario Cáce­ res de Felipe V levantó su nobleza y sus m ilicia s para luchar en la guerra, pero la entrada por Alcántara y Valencia de Alcántara de las tropas del archiduque don Carlos pusieron en peligro la ciudad. La patrona no celebró su fiesta en 1706 y estuvo en el convento de Jesús durante un novenario, y en la iglesia de Santa María hasta el 1711 en que subió a su erm ita, celebrándose toros y fiesta s por la term inación de la guerra. El 18 de abril de 1700 había sido bajada pa­ ra rem ediar la sequía pertinaz que agostaba sus campos y la m ortan­ dad en la ganadería. Recogió de lim osnas 471 reales y catorce fane­ gas de trigo. He aquí la relación de las restantes bajadas a lo largo del siglo XVIII: En 1721 bajó por las obras en la erm ita y recogió 860 reales y dos maravedises. En 1734 — nuevas sequías— bajó y se recogieron 50 reales y 30 maravedises y el señor obispo don M iguel Vicente Cebrián dio 94 reales y 4 m aravedises. En 1737 se celebró un novenario en San­ ta María, lo que parece indicar que bajó la Virgen de su erm ita. En 1743 bajaron la Virgen en rogativa, pidiendo al cielo agua, re-


cogiendo de lim osna 140 reales. Bajó otra vez en 1749, celebrándose un novenario en Santa María y recogiendo en la colecta 6.940 reales, que el mayordomo no hizo figu rar en las cuentas y que originó dis­ gustos en la Cofradía, aunque rindió cuenta aparte a satisfacción de todos. El 16 de abril de 1752 bajó otra vez la Virgen a la villa en rogativa, permaneciendo en Santa María hasta el 4 de mayo y juntándose de limosna 9.044 reales; en el m ism o año volvió a bajar otra vez el 30 de noviem bre, permaneciendo hasta el 9 de enero de 1753, y re ci­ biendo de lim osnas 2.580 reales. Nueva y espantosa sequía asoló lo s campos, bajándose la Virgen el 7 de diciem bre de 1755 hasta el 6 de enero de 1756; volvió a ser bajada el 16 de abril del m ismo año hasta el 2 de mayo, recibiendo de limosnas la mesa de la Cofradía 6.291 reales. En 1757 volvió a ser bajada, recaudándose 468 reales, 9 borre­ gos, un prim al, un chivo, dos vacas y dos lechones. El histo ria dor de la Virgen, don Benito Simón Bojoyo, nos habla de que con m otivo de la guerra con Portugal, en 1762-63, entre las. tropas acantonadas en la villa y en los hospitales establecidos, en tre ellos el de la Piedad — la actual Audiencia— se desarrolló una epide­ mia de tabardillos, de la que fallecie ron 600 personas entre m ilita re s y paisanos, llegando incluso a cerrarse muchas casas por haber m uer­ to todos sus habitantes y, no siendo capaces los pavim entos de las cuatro parroquias para sepultar los cadáveres, se destinaron e rm ita s y campos santos para ello. Bajaron la Virgen el 12 de enero de 1763 y se celebraron las acostumbradas m isiones religiosas y procesión general, logrando pronto la villa ver serenada y extinguida totalm e nte la epidemia. Recogió 4.006 reales. En 1764 la sequía era pertinaz y el 17 de noviem bre bajó la V ir­ gen. «Y en vista de la secura y falta de agua, todo era confusión, te ­ mores, zozobra y congoja, no se oía entre los m ortales otra cosa si­ no que pereceríamos sin remedio.» El día 21 de noviem bre llovió. Las. palabras del acta de la Cofradía son «Agua m ilagrosa, y a sucedida que plenam ente nos socorrió y nos socorre con el rocío porque vié n­ dose invocada con fé, rogada con amor, venerada con hum ilde rendi­ m iento, ha hecho e hizo d e stila r a los cielos el alivio enviándonos el agua m ilagrosam ente como es público y notorio en esta V illa de Cá­ ceres, y así sucedió, y recogió 7.388 reales». Al año siguiente se re p itió la sequía. Nuevamente bajaron a la Virgen el 7 de mayo. Los m ism os térm inos de expresión, propios de la época, se repiten en el acta de la Cofradía: «Este suceso de dar agua m ilagrosam ente no ha sido sólo esta vez, sino m uchísimas las que ha socorrido esta tie rra en grandísim os aprietos y esto de toda clase. Jamás la han bajado y traído a esta V illa por esta y otras mu­ chas necesidades que no haya fertilizad o los campos y suspendídose todas enfermedades contagiosas, no contagiosas, como lo saben de experiencia innum erables personas, testig os que somos de esta tie ­ rra de Cáceres, y consta tam bién por las escrituras, papeles y asien­ tos que esta Cofradía tiene, y esto es para que se vea la suma de­ voción que tiene esta V illa de Cáceres y toda su comarca con esta Divina Señora. Recogió 3.602 reales.» El 3 de noviem bre de 1767, nueva bajada por epidemia y sequía:

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«apenas resolvieron esta piadosa novena de rogativas, cuando ya los C ielos dieron señas de que socorrían a los campos y satisfacían la tie rra , pues empezó su Divina Magestad a llover y estuvo lloviendo 3 días consecutivos. Recogió 3.613 reales y 24 maravedises.» El 4 de marzo de 1770 bajaron de nuevo la imagen y el día 7, al am anecer, empezó a llover m uchísim o y siguió lloviendo m uchísim os días, con grande abundancia como se vio y recogio 4.028 reales. El 29 de abril de 1773, nueva sequía y bajada: «Cuán bien paga esta Divina Señora María Santísima de la M ontaña los servicios que se le hacen, pues nos manda agua m ilagrosa en esta tan grande se­ quedad favoreciéndonos a manos llenas.» Nueva' bajada en 26 de abril de 1775. El mismo día, a media no­ che, poco más, empezó a llover «Socorriéndonos su Divina Magestad con el rocío del cielo de tal suerte que prosiguió lloviendo muchos días después, como vió y experim entó, por todo lo cual se rem edia­ ron los sembrados». Recogió 4.852 reales. El 3 de A bril de 1779 baja una vez más y al día siguiente por la mañana llovió, y continuó la lluvia suficientem ente para sazonarse las m ieses y demás fru to s . Recogió 5.385 reales. El 18 de Noviem bre de 1781, otra bajada, y lluvia el 28 y 30 de A b ril y 1-2 y 3 de Marzo. Recogió 7.392 reales. A sim ism o dice el ac­ ta, en 7 de Marzo de 1790, que bajó Nuestra Señora por igual necesi­ dad el te rce r Domingo de la Cuaresma y no llovió hasta el 25, con­ clu id a la Procesión general. Recogió 2.986 reales. En 27 de Marzo de 1791 bajó y el 1 de A b ril princip ió a llover con abundancia, de form a que se rem ediaron los campos y recogió 3.317 reales. El 8 de Marzo de 1793 acordó el Ayuntam iento se baja­ ra y en su noche se princip ió a experim entar el beneficio de la llu­ via. Durante los días de la Semana Santa, se colocó la imagen en la Sacristía de Santa María. El M artes 2 de A b ril «volvieron a con­ tin u a r las funciones y en este día se cantó Tedeum y fueron de gra­ cias, llovió muy bien por la tarde y recogió 793 reales.» En el m ismo año volvió a bajar en 13 de O ctubre, por la p e rti­ naz sequía, y desde que se tom ó el acuerdo empezaron a verse nu­ bes, pero no llovió hasta el 13 por la tarde, luego que se colocó la Im agen en Santa María, en tanta abundancia en una legua de c ircu i­ to , que crecieron los arroyos en la m ism a noche y recogió 2.585 reales. El 23 de A bril de 1794, nueva bajada. «Y en el m ism o acto de bajar princip ió a llover siendo necesario valerse del palio, y con ti­ nuó toda la noche, después llovió los días 3 y 4 de Mayo, el 4 salió en Procesión general y fué necesario desde la Plaza vo lve r a toda prisa a Santa María, y continuó la lluvia el 5, 9 y el 11, habiendo re­ m ediado enteram ente los sembrados con la lluvia y recogió 3.091 reales. La últim a bajada del siglo fue el 2 de feb re ro de 1798, a p e ti­ ció n del Ayuntam iento, por la sequía y mortandad del ganado. «Y llo­ v ió muy bien al sexto día.» Tales fueron las bajadas de la Virgen de la Montaña en el siglo XVIII, cuyas noticias están tomadas de la C ofradía con sus m ismas palabras, pues se cuidaba, sobre todo en la segunda m itad del siglo, de reseñar toda clase de detalles, para

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que quedara el testim on io h istó rico certificado de lo ocurrido en las bajadas de la Virgen. * ** En 1722 se hizo el inventario siguiente: «Primeramente, la Imagen de Nuestra Señora de la Montaña con su niño en los brazos, que dicha Imagen de Nuestra Señora tien e; su re s trillo de plata zaumado en oro, con piedras azules y encarnadas y su corona de plata, con su arco de lo m ismo, con piedras del m is­ mo género, y una corona de plata sobredorada sin piedras que tiene el niño, y un zetro sobredorado, y una luna de plata que uno y otro está en la mano y piés de dicha Imagen. JOYAS Tres Item Item Item Item Item Item driera. Item

piñas con feligrana de oro con perlas. otras tre s joyas de oro con piedras blancas. una cruz de oro con piedras verdes y su arco. una poma (manzana) de oro con rubíes y una perla. un manueco engarzado en oro con dos perlas. una campanita de plata del niño Dios. otra joya de feligrana de plata zaumada en oro con una v i­ una cadena de azófar. VESTIDOS

Item un vestid o de medio tisú blanco sin guarnición. Item otro vestido de tisú dorado sin guarnición. Item otro vestido encarnado de tela con encaje de oro ancho». (Sigue así la descripción de diecisiete vestidos más). «Item dos mantos de seda. Item otro de raso blanco guarnecido de encajes de plata falsa. Item otro de orm esí verde. Item otros dos de raso encarnado. Item dos camisas. Item dos som breros de tela. CORTINAS Item unas cortinas de tela con encaje de oro. Item otras dos de raso pajizo guarnecida con cintas verdes». (Y sigue así la descripción de nueve cortinas más.) LAZOS Item Item Item Item

sie te lazos de cinta de plata. cinco aderezos de lazos de dife ren te s géneros. seis lazos de cinta verde de oro. tre s aderezos de lazos de diferentes géneros para las cor­

CRUCES E IMAGEN DE UN NIÑO JESUS Y OTROS OBJETOS Item una cruz que está en el altar de dicha Imagen, con su crucifixo de plata y remates de dicha cruz de plata. Item un niño Jesús de talla, vestido de Peregrino, con su v e s ti­ do encarnado, contenido en los ya inventarios, con un som brero de tela dr plata o tisú con su váculo de plata, calabaza y cartera de lo mismo. Item están puestos en el Retablo de Nuestra Señora nueve re ­ licarios y entre ellos uno de plata con su Agnus. Item un huevo de la India. Item un ara. Item quatro pares de m anteles, los dos grandes para el a lta r y? los otros dos para los colaterales. Item dos cálices con sus patenas y cucharas de plata, los cá li­ ces y patenas sobredorados. Item diez purificadores. Item seis bolsas con sus corporales, una de tisú y las otras dos comunes de todos tiem pos. Item cinco tafetanes de cálices, el uno de tela blanca, dos en­ carnados y dos verdes. Item quatro am itos. Item tre s albas, nuevas las des y la otra a medio servir. Item cinco casullas, las tre s blancas, otra encarnada y otra mo­ rada. Item otra de tela con su manípulo y estola. Item seis cíngulos, los tre s de seda y los otros tres de cinta' blanca de hilo. Item dos dalm áticas de los diáconos. Item una capa de coro, toda de seda blanca, con su paño de fa ­ c isto l de la misma tela Item un a tril y dos m isales, un paño de m isal y un breviario. Item tres toallas y dos paños de manos, todo a medio servir. Item tre s pares de vinageras de plata, las unas grandes y las; otras medianas y de estos dos pares medianos las unas sin tapa. Item una cam panilla de plata y otra de metal. Item dos platos de plata y una salvilla de plata para las vinageras. Item una carta paño de pergam ino en que está la misa de Nues­ tra Señora. Item dos tafetanes, el uno azul y el otro blanco, que sirve n para belam bres. Item un ostiario de palo de rosa. Item cuatro frontales, los dos grandes, el uno de telas blancas y o tro de raso encarnado, y los demás a m edio se rvir con flo re s, pá­ jaros y de raso encarnados, con su rodapiés de lo m ism o a m ed io servir. Item unas andas de Nuestra Señora encarnadas y sobredoradas, con sus quatro horquillas. Item dos cruces que están en la sacristía. Item tre s lámparas de plata, las dos pequeñas y la otra grande. Item tre s tablas donde está el canon, evangelio de San Juan y e l o fe rto rio .

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Item ocho candeleras, los quatro de bronce y los quatro de palo grande. Item seis canutos de hierro para velas. Item un facisto l m ediano de nogal. Item dos candelabros grandes de plata. Íte m quatro pequeños de plata. Jtem una cruz de plata para el estandarte. Item dos paños de seda para el estandarte, el uno blanco con la Imagen de Nuestra Señora y el otro negro para los entierros con sus borlas de lo m ism o y la vara del estandarte». El inventario contiene, además, la reseña del menaje de cocina, sartenes, perolas, platos de Talavera y cuencos, tinajas, mesas, ban­ cos, arm arios, etcétera, y otras cosas de menos valor y un to ro eral, que había regalado don Gonzalo Carvajal, que estaba en la ganadería. * ** Se escapa sutilm en te a la investigación histó rica casi todo lo fe ­ m enino, y, por eso, la h isto ria de las cam areras de la Virgen de la Montaña está sin conocer. Sus trabajos — siem pre fue devoción— no están sujetos a preceptos en ninguna de las ordenanzas, ni acuer­ dos, ni entregas; todo se fía al sentim iento cristia no de la camarera. Cuatro nombres surgen, como el azar, en los libros y en un in­ ventario, pero estos nombres, unidos a los datos genealógicos que conozco de la nobleza cacereña, me han dado m ateria para dedicar­ le s estos renglones. M ientras vivió, vestía la sagrada imagen el propio fundador don Sancho de Figueroa, y, desde su m uerte, no sabemos quién ejerció •este oficio, que lo m ism o que hoy, es más devoción filia l que carga. En 1712 hay un acuerdo para nom brar a la camarera doña Leonor de Vera, viuda de don Joaquín de Ovando y Ulloa, bienhechora de la C ofradía. Esta señora, tan devota y generosa con el culto a la sacra­ tís im a imagen, fue hija de los marqueses de Espinardo y en ella em­ pieza una dinastía de camareras que dura más de un siglo. Dicha se­ ñora debió de servir el cargo desde últim os de siglo XVII al 1720, en que le sucede su nuera doña Isabel de Q uiñones Cáceres y Aldana, casada con don Jorge de Ovando y Vera. La Cofradía nombra, después, camarera perpetua a la marquesa de Torreorgaz, doña María Teresa Aponte y Topete, quizás como agra­ de cim ie nto a que su esposo fue uno de los que donaron el actual retab lo , en 1724. En 1764 muere la marquesa y es nombrada camarera doña Jua­ na Sánchez de Silva y Quiñones, casada con don Jorge de Quiñones, el que obró la fachada actual de la casa de las Veletas. En el inven­ ta rio que hace doña Juana en 1764, que es el ú ltim o detallado en los libros de acuerdos, figuran las siguientes ropas de la Virgen: «Un vestido de Nuestra Señora y o tro del Niño, te la blanca de >oro. O tro encarnado, tela de plata guarnecido. O tro encarnado, tela de plata antiguo guarnecido. O tro blanco, tela de oro guarnecido con punta de oro.

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Grabado de 1794


O tro de color de rosa, tela de plata guarnecido. O tro encarnado, tela de oro y fleco de plata. O tro azul, tela de plata sin guarnición. O tro tis ú de oro y galón de plata. O tro verde, te la de plata de becas sin manto. O tro azul, tela de oro y plata con punta de oro. O tro color de rosa, bordado de cachelina. O tro blanco, tela de oro, con punta de oro. O tro azul, bordado de plata con manto blanco de lana. O tro morado, tela de oro y punta de plata, sin manto. O tro color de violeta, te la de oro y punta de oro. Una delantera y beces de tela de oro, morada. Un vestido azul del Niño, bordado de plata». En el lecho de m uerte, doña Juana Sánchez de Silva entrega a su hija, doña María C asim ira Quiñones y Silva, el inventario, y esta señora, casada con don Gonzalo María de Ulloa Suárez de Lugo, pide a la Cofradía que la nombren camarera, com o así quedó acordado. Su labor durante la guerra de la Independencia es adm irable: oculta y salva ropas y alhajas, y, a su m uerte en 1815, es nombrada cama­ rera su sobrina doña María Juana de Tovar y Ovando, vizcondesa de la Torre de Albarragena. En 1830, cuando ya llevaba dos años desem­ peñando el cargo, es nombrada doña Josefa Colón y Sierra, m arque­ sa del Reino y de Camarena la Vieja. Y a p a rtir de esta fecha, y du­ rante todo el siglo XIX, los libros de acuerdos son de una concisión aterradora para la historia, no dan detalles de nada. Sólo encontra­ mos un acuerdo, en la sesión del 23 de mayo de 1868, respecto a la cam arera y es el siguiente: «Que la Camarera se sirva recoger las llaves de las puertas de c rista l que tiene dicha urna, así como tam bién todas las alhajas que considere convenientes, y que cuando para el cum plim iento de algu­ na promesa, o por devoción, algunos padres de fa m ilia quisieran cu­ b rir con el manto de Nuestra Señora a sus hijos, puedan hacerlo, con­ curriendo precisam ente el Capellán, quien para este fin recibirá la llave de la señora Camarera a la que inm ediatam ente le será devuel­ ta por el mismo.» La camarera actual, doña María López M ontenegro y Carvajal, es biznieta de doña Josefa Colón y Arce, pues la Cofradía guarda la tra ­ dición de nom brar camarera en esta fam ilia. Guardas las ropas, los adornos, las alhajas, v e s tir la sagrada ima­ gen los días de su fiesta y de bajada a la ciudad, adornar el altar y la erm ita, o la iglesia de Santa María, las mesas pe titoria s y las mesas con los regalos, tales han sido los deberes de las cam areras duran­ te siglos, pero siem pre fueron ayudadas por las hermanas de la Co­ fradía, que con gran devoción y cariño a la Virgen han hecho esta labor, sin figu rar de un modo oficial, ocultam ente, perm aneciendo en el m iste rio para la h isto ria de la Cofradía. Nada se sabe de estas señoras, como no sea por tra d ició n ; la recompensa a su piedad, la habrán tenido o la tendrán en el otro mundo.

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Capítulo sexto C onstrucción

de las

capillas de l Santo

C risto

de la Salud y de Santa Ana. Las imágenes de José Salvador Carmona. Las indulgencias

a n ti­

guas y modernas a los cofrades y a los fieles. El Breve de Pío VI. Las medallas y estampas antiguas. Las medidas de la Virgen. Un litig io con el prelado. Exvotos y promesas


La capilla del C risto se hizo de orden del obispo don Juan José García Alvaro, quien mandó en 1753 que se construyera una capilla para colocar un C risto que se encargaría en M adrid a un a rtista de fama. Aceptó los planos del m aestro Pedro Sánchez Lobato y la obra empezó en 1764, construyéndose la capilla del C risto de la Salud; im ­ portó en to ta l 23.811 reales y doce m aravedises, y los libros la deno­ minan «Capilla nueva». Hay algunas partidas curiosas en las cuen­ tas, como la de los cuadros de las paredes y bóvedas, que costaron 683 reales, otra de 170 reales a V icente Barbadillo por el cie rre de la naranja de la bóveda, 150 reales por la pintura de la capilla, 120Í por las vidrieras, y 225 por una reja de hierro.' El m aestro ta llis ta Vicente Barbadillo, vecino de Cáceres, hizo el retablo antes de llegar la imagen, por lo que la hornacina resultó algo pequeña. Llevó por su trabajo 2.609 reales; al año siguiente lo doró Joaquín Rodríguez, quien cobró por el oro y jornales y el dar azul al arco que está sobre el retablo 2.690 reales. La planta de la iglesia resultaba absurda y pensaron reform arla, haciendo otra capilla en el lado de la Epístola, con la que ya adquiría la erm ita planta de Cruz latina, dedicándola a Santa Ana. Madre de la Virgen. Hizo la obra en 1775 Francisco Lobato, m aestro alarife, que tuvo que abatir grandes peñas y abrir el camino por detrás, im portan­ do todo 6.614 reales. El retablo costó 2.850 y la subida a la e rm i­ ta 26. *

** El C risto de la Salud lo encargaron a José Salvador Carmona, que trabajaba con su tío Luis Salvador Carmona, a la sazón uno de los escultores de más nombre, y en cuyo ta lle r se trabajaba cons­ tantem ente. Calculábase en 500 imágenes las que salieron de su gu­ bia, esparcidas por todas las iglesias de España; entre ellas, la nota­ bilísim a Piedad de la catedral de Salamanca, en la que puede adm i­ rarse no sólo la perfección de su arte dieciochesco, sino tam bién la lim pieza y suavidad de los colores, vivos y brillantes, que empleaba en la policrom ía de las imágenes. En M alpartida de Cáceres hay un C risto , obra de Luis Salvador Carmona.


Su sobrino, José Salvador, es autor de dos imágenes que se en­ cuentran en M adrid, un San Francisco Javier en la iglesia de San Se­ bastián y una Inmaculada en la de San Luis Obispo. La com probación docum ental de esta imagen y de la de Santa Ana, cuyo encargo recibió después, son de gran im portancia porque avaloran su m érito a rtístico, y por ser las únicas imágenes de Cáce­ res de las que conocemos quién es su autor. Dicen las partidas de gastos del libro lo siguiente: «Item, es Datta M il e setezientos nuebe reales vellón que ymportó y valió la hechura de la Imagen Nueba de el SSmo C hristo Cruzificado de la Salud, que hizo y fabrixó en M adrid Dn Joseph Salbador, M aestro ta llis ta en que ha yncluído el valor y porte para conduzirlo a esta Villa a poder de este M aiordom o y su Cofradía de Nra Señora de la Montaña, para ponerlo y colocarlo en la Capilla Nueba que se ha construido para dicho Señor en la Herm ita e Yglesia de Nra Señora de la Montaña, consta de quenta todo y rrecibo que acompaña a esta. Item es datta m ili quatrozientos y diez rreales y 28 mrs que ha im portado la Imagen Nueba de Señora Santa Ana, para colocarla en dicha Capilla que fabricó en M adrid Dn Joseph Salbador de Carmona, aviendo para ella su perm iso, como para la obra antezedente, e* Ylmo. señor Obispo y lizencia a su Vicario para bendezir dicha Ima­ gen. Y se previene que aunque tedo el coste de ella ha sido 1712^ rreales vellón, dió limosna para este fin la Señora Doña Juana de Silba, Camarera que es actualm ente de Nra Señora de la Montaña 301 rreales y 6 mrs en que ¡-rebajados queda en la cantidad antes dicha y se expresa su ym porte. La Ymagen costó 1500 rs. El porte del cajón 200 rs. La lizencia de bendecir 12 rs. Total 1712 rs.» La fiesta religiosa para la bendición de la nueva imagen del C ris­ to se celebró el 25 de octubre de 1767 con gran solem nidad; predi­ có en ella el P. Dr. M iguel de Castro, calificador del santo oficio y le cto r del convento de San Francisco, im portando los gastos 105 rea­ les. La de la inauguración de la capilla de Santa Ana fue el 9 de abril de 1776 subiendo toda la clerecía de la ciudad, y los gastos fueron, tam bién 105 reales. A l año siguiente se doró el retablo de Santa Ana por el m aestro José Gallian, im portando el dorado 2.950 reales. En 1782 se hizo obra, construyéndose el camarín de la capilla del C risto de la Salud; im ­ portaron las obras 2.119 reales. * **

M edallas del siglo XVIII

La iglesia, desde tiem pos muy antiguos, ha in stitu id o las indul­ gencias, que son unas gracias por las cuales se concede la rem isión de la pena tem poral que se debe pagar por los pecados com etidos en esta vida o en la otra. De aquí que la Jerarquía Eclesiástica, en uso de su potestad, haya concedido tam bién indulgencias a los fieles que visite n la erm ita de la Virgen de la Montaña en determ inadas condi­ ciones.

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La Santidad de Inocencio XII, por Bula de 13 de feb re ro de 1723, concedió «in perpetuum», a todos los fieles de ambos sexos, las si­ guientes indulgencias: Indulgencia plenaria a todas las personas que ingresen en la Co­ fradía, confesando y comulgando el día de su ingreso. Idem, indul­ gencia plenaria a todos los cofrades que en artículo de m uerte, con­ fesando y comulgando, o a lo menos con trito s, invoquen el dulcísim o nom bre de Jesús con el corazón, cuando no pudiesen con la boca, o m anifiesten alguna señal de arrepentim iento. Idem, indulgencia ple­ naria a todos los cofrades que, confesados y comulgados, visite n la e rm ita de la Virgen, desde Vísperas hasta ponerse el sol el día antes de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo y pidiesen a su D ivi­ na M ajestad por la exaltación de nuestra Santa Madre la Iglesia, ex­ tirp a ció n de las herejías, conversión de los herejes e infieles, por la concordia y paz de los príncipes cristianos y por la salud del Roma­ no Pontífice. Los cofrades que, confesados y comulgados, visite n la erm ita el día del G lorioso Patriarca San José, el te rc e r día de Pascua de Resu­ rrección, el domingo de Cuasimodo, el de San Jorge Patrono de Cá­ ceres, rogando a Dios por la exaltación de nuestra Santa Madre la Iglesia, ganarán siete años y siete cuarentenas. Los cofrades que asistan a misa, oficios, juntas públicas o secretas de la Cofradía, pro­ cesiones así ordinarias como extraordinarias, que asistan a los en­ tie rro s, por en terrar los m uertos, acompañar al Santísim o Sacramen­ t o cuando lo lleven a los enferm os y, no pudiendo, al oír la campana recen de rodillas un Ave María por la salud del enferm o, por hospe­ dar pobres, peregrinos, o ayudarlos con lim osna o buenos oficios, en­ señar al ignorante los preceptos divinos y lo que se necesita para salvarse, reducir a alguno por el camino de la salvación y hacer paz y am istad con sus enem igos o ajenos, por rezar por los cofrades d i­ fun to s cinco Padrenuestros y cinco Avem arias, consolar a los a tri­ bulados y ejecutar cualquier obra esp iritu al o corporal de m ise ricor­ dia, ganarán 60 días de las penas merecidas, siem pre que tengan la bula de la Santa Cruzada. Los obispos de Coria don Joaquín López S icilia, don Blas Jacobo Beltrán, don Ramón M ontero y don Ramón Peris Mencheta concedie­ ron cuarenta días de indulgencia. Cuando don A ntonio Hurtado publi­ có sus cantos populares, dedicados a la Virgen de la Montaña, el car­ denal arzobispo de Toledo concedió 100 días de indulgencia a las per­ sonas que devotam ente reciten estos cantos, rogando a Dios con las condiciones generales im puestas en las oraciones. El cardenal arzo­ bispo de Sevilla concedió tam bién 100 días, el patriarca de las Indias 80 días y otros tantos el arzobispo de Burgos; pero las bulas de es­ to s prelados, concediendo las indulgencias citadas, no se conservan. El Nuncio A postólico en España ilu strísim o y reverendísim o mon­ señor Francisco Ragonessi, v is itó el santuario el 7 de noviem bre de 1915 y concedió con fecha 11 de febrero de 1916 siete años y siete cuarentenas a los fieles que visite n la erm ita el día de su fiesta anual con las condiciones generales para ganar las indulgencias. El ilustrísim o señor don fray Francisco Barbado Viejo, obispo que fue de Coria, concedió el 8 de diciem bre de 1942, con m otivo de las

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fiestas centenarias de la bajada de la Virgen a Cáceres, 100 días de indulgencia cada vez que se rece la oración que compuso el funda­ dor don Sancho de Figueroa Ocano, delante de la imagen de Nuestra Señora de la Montaña o de algunas de sus copias. * ** Por breve del Papa Pío VI, dado en Roma el 3 de agosto de 1784, el décim o de su pontificado, está concedido el p rivile gio de que se celebre misa votiva de Nuestra Señora en la Dom inica in A lbís, en la fiesta anual, confirmando el decreto dado por la Sagrada Congrega­ ción de Ritos del 25 de ju lio del m ismo año. En el breve concede el Santo Padre autorización para que los capellanes de la Virgen absuel­ van a los pecadores de las penas de excomunión y entredicho, aun­ que las censuras y penas fueran reservadas a otras jerarquías ecle­ siásticas. * **

tes del actual retablo. No es de mucha belleza ni perfección a rtís ti­ ca el rostro de la Virgen, pero tiene todo el grabado el sabor de lo vie jo y la em otividad de la sencillez, y una proporcionalidad neta­ m ente neoclásica. Seguramente que el a rtista se inspiró sin m odelo para grabar la estampa. La Cofradía se d irig ió al Prelado don Juan José García Alvaro, pidiéndole indulgencias para los que oraran ante las estampas de la Virgen. Con fecha 3 de ju lio de 1764 concedió a todos los fie le s que rezaren una Salve delante de la imagen en su erm ita o ante su es­ tam pa cuarenta días de indulgencia, rogando al m ism o tiem p o a Dios por la exaltación de la fe católica, paz y concordia entre los prínci­ pes cristianos, extirpación de las herejías y victorias contra los in­ fieles. El obispo de Coria don Manuel Nafría, por decreto dado en Cá­ ceres en 8 de agosto de 1843, concedió cuarenta días de indulgen­ cia a los fieles que devotam ente y de rodillas rezaren una Salve o un Ave María ante la imagen, en el santuario o ante su estampa, exten­ diendo la gracia a los bienhechores del santuario y hermanos vivos y difuntos. A Lorenzo Camacho, platero de Córdoba, fam ilia que se perpe­ túa todavía en esta ciudad en los trabajos de orfebrería, le encarga­ ron un cáliz de plata con su patena y cucharilla, por lo que llevó 350 reales y otro a Domingo Azebedes que costó 334 reales.

Desde el 1763 aparecen en ¡as cuentas partidas de ingresos por medallas de la Virgen, vendidas a los fieles. A ntes de esta fecha no hemos encontrado dato alguno, por !o que creem os que de aquí arran­ ca la acuñación de medallas de la Virgen. Se entregaba la plata a los plateros, pagando por la onza 16 reales. La Có.radía opta después por ten er moldes propios, que eran de d istin to s tamaños, con lo que obtu­ vo mayores ingresos. Entre los plateros que hacen medallas se re­ gistran los nombres de A ntonio Picó, Manuel Hervás, Antonio Rosa­ do, Domingo Azebedez y Joaquín Eleno. Sólo se conservan seis medallas del tip o dieciochesco, pero no tienen punzón de platero. Representan a la Virgen con el niño, en­ cuadrada por un círculo y por roleos o curvas caladas; otras más pe­ queñas, sin encuadrar; y una im ita la hornacina y el altar de la V ir­ gen. Suelen tener la leyenda «Nuestra Señora de la Montaña». En 1764 autorizó el O bispo de Coria que se grabara en plancha de cobre la imagen de la Virgen; éstas son las láminas más antiguas que se conservan. Después se hace otra lámina de cobre, grabada en M adrid, y que en 1770 se mandó para que la retocaran, pues es­ taba gastada. Nuevamente se volvió a grabar otra lámina de cobre en M adrid, en 1776, que costó 66 reales, y el retocar la pequeña desgastada 35, pero ninguna de éstas se ha conservado. Se im prim ía la imagen de la Virgen no sólo en papel, sino en cintas de seda blancas y azules y en tafetán, que tuvieron una gran aceptación, tanto o más que las de paped, quizá por su mayor duración. En 1794 se encarga una lámina grande de cobre a M adrid que costó 1.100 reales. Fue grabada por un gran artista, que aparece f ir ­ mando «Bern A lb istu senp M ti 1794» y que es la única que ha llega­ do a nosotros y que se ha reproducido con mucha frecuencia. El al­ ta r en que se presenta a la imagen está inspirado en el que tuvo hasta que se hizo el actual retablo en 1722, y que la Cofradía rega­ lo al conde de la Quinta de la Enjarada, que fue uno de los donan­

Cuando los sucesos pasados se enjuician serenamente, se ve có­ mo la pasión ciega a los hombres. Esto ocu rrió en 1859, entre la Co­ fradía, cuyo hermano mayor era don Ignacio Hurtado, y el obispo de Coria don Juan Nepomuceno Gómez. El Derecho Canónico da a los ordinarios toda la autoridad en m ateria de disciplina y, como lógica consecuencia, el poder deponer a una Cofradía o asociación re lig io ­ sa com o el in te rven ir y aprobar sus cuentas, las que desde su funda­

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* * * La Cofradía había adquirido una gran solvencia moral, por su rec­ titu d y honradez y que cristaliza en que se empiezan a hacer m edi­ das para líquido, vino y aceite, las cuales contrastaba la Cofradía. Todavía se conserva una medida longitudinal de palmo y pulgadas en una tira de cobre, que era la que empleaban en los contrastes. Fue ello una fuente de ingresos de gran im portancia para la Cofradía, pues figuran en las cuentas durante todo el siglo XVIII partidas de ingresos, por las medidas vendidas. En 1751 se hizo el púlpito de hierro de la iglesia, que costó 61 reales y el dorado 120. La pila del agua bendita, que se tra jo de Por­ tugal en 1792, fue reemplazada a últim os del siglo pasado por dos grandes conchas filipin as, que donaron unos devotos, y que son las que hoy existen en la erm ita. La gran campana que tenía, desapare­ ció en las guerras del siglo pasado, fundida para aprovecharse del bronce; pesaba 11 arrobas y 18 libras y costó 1.804 reales. * **


ción aparecen aprobadas por el visita do r general de la diócesis, en m ultitu d de años. La erm ita se encontraba a fa lta de hacer obras en los tejados, puertas y ventanas, y con las rentas de sus láminas Intervenidas por el Estado; por lo que acordaron hacer una suscripción entre todas las clases sociales, invitando en prim er lugar a la reina doña Isa­ bel II. Tomaron a este m ism o fin otra serie de acuerdos, como vender las alhajas viejas, que no se usaban, gestionar que se le devolvie­ ran los bienes incautados, entre los cuales estaban el im porte de las ventas realizadas en tiem pos de Godoy. La reina doña Isabel, con aquella generosidad que fue proverbial en todos los actos de su vida, donó 20.000 reales, cantidad fabulosa en aquellos tiem pos. Por un telegram a que puso el e sc rito r don A n­ ton io Hurtado tuvo la Cofradía noticias el 26 de febrero de 1859, y se reunió en junta al día siguiente, bajo la presidencia del rector de Santa María, mayordomo y cofrades, acordando darle las gracias más hum ildes a S. M. la reina por su geneiosidad y desprendim iento. A l m ism o tiem po acordaron la d istribu ción del dinero para gas­ ta rlo en la construcción de la calzada, obras, etc., y 2.500 reales en el coste de las cartas de hermanos mayores, para los reyes y sus augustos hijos. El arcipreste de la ciudad, empero, com unicó — de orden del lim o. Sr. obispo— que no se in virtie se nada del donativo sin contar previam ente con su intervención canónica, y que, en ca­ so contrario, adoptaría otras disposiciones. La Cofradía, en lugar de acatar las órdenes del prelado, nombró nada menos que cinco abo­ gados, para que irform asen sobre lo que hubiese dispuesto en las leyes civiles, canónicas y en las ordenanzas. Em itieron su dictam en y elevaron un recurso al m in istro de Gracia y Justicia. El asunto em­ pezó a apasionar a la población, interviniendo la política, por lo que el fa m ilia r del señor obispo, don Domingo A rcere dillo , publicó un fo ­ lleto titu la d o «Noticia documental de la oposición hecha en Cáceres al ejercicio legítim o de la Autoridad Episcopal», al que se respondió con otro: «Contestación que da la Cofradía de Nuestra Señora de la Montaña al fo lle to im preso a nombre de Don Domingo A rcere dillo , Presbítero, V icesecretario del Ilustrísim o señor Obispo de Coria, so­ bre la intervención en la organización in te rio r de aquella y su orden económico». A nte estos hechos, el señor obispo d ictó una providencia el 19 de enero de 1861, en la que decía que «habiendo leído un fo lle to re­ cién dado a la prensa en Cáceres por Don Ignacio Hurtado en con­ cepto de Mayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora de la M on­ taña existente en la misma villa, m ovido de graves consideraciones, en uso de sus facultades ordinarias, venía en separar al referido Don Ignacio del cargo u oficio de tal Mayordomo.» A l m ism o tiem po nombraba una junta de fábrica compuesta por don G erónimo Sande, cura ecónomo de Santa María, los presbíteros don Bartolom é López Paredes y don Francisco de A sís Segura, el conde de M ayoralgo, don Tomás Muñoz Lizaur, don Antonio Gonzá­ lez Ocampo, don Manuel Sánchez Caldera, don M artín Alvarez y don Saturnino González Celaya y capellán a don M iguel Sayago.

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La junta de fábrica empezó a actuar, pero la Cofradía siguió en sus treces, y tam bién celebraba sus justas, recurriendo al gobernador c iv il; entre otras cosas le exponía que le habían intervenido el archivo y los cepos de lim osnas, etc. Elevaron tam bién recursos al m inistrode Gracia y Justicia. M urió el señor obispo, y su sucesor, don Esteban José Pérez y M artínez Fernández, oficiaba en ju lio de 1866 que habiéndose te rm i­ nado del modo más sa tisfa cto rio las diferencias y cuestiones que existían entre la Cofradía de Nuestra Señora de la M ontaña y la au­ torid ad Episcopal, daba por concluida la m isión de la junta de fábrica, la que debía de rendirle cuentas de su gestión. Se dieron nuevas ordenanzas, que fueron aprobadas por el señor obispo y m in istro de Justicia en 1867, y, con arreglo a las m ism as, se celebró una junta de cofrades el día 8 de diciem bre de 1867, ce­ lebrándose antes una función religiosa en Santa María, en la que pre­ dicó un brilla ntísim o serm ón el obispo. El mayordomo saliente, dom Ignacio Hurtado, alegando enfermedad, no asistió y rogó que no fue­ ra elegido para ningún cargo. De la reunión, que presidió el señor obispo, salió elegido m ayordom o don M artín Alvarez, presidente que era de la Diputación Provincial. A sí term inó lo que estuvo a punto de producir un cism a en el seno de la Cofradía, como fue tam bién otro amago de cisma el plei­ to que sostuvo en el siglo XVII con su prim er patrono don Sancho de Figueroa Ocano, el fundador con Paniagua de la Cofradía. Desde entonces, la Cofradía ostenta entre sus títu lo s el de Real Cofradía de la Virgen de la Montaña, por el nom bram iento de herma­ nos mayores de la Cofradía, que hizo de los Reyes y de sus augus­ tos hijos, títu lo que ya había ostentado al final del reinado de Fer­ nando VII, pero no se conservan los docum entos que nos indiquen cuál fue la causa de esta d istinció n regia dada por el deseado. ** Desde los orígenes del culto a la Virgen, surgieron los exvotos,, que llenaban las paredes del tem plo, consagrados a perpetuar las gracias y favores recibidos; brazos, pies, corazones, de plata y cera,, m uletas, trenzas, ta b lilla s pintadas, etc., en número muy grande, tan­ tas que Daza y M alato nos dice que llenaban el tem plo, pero la Co­ fradía acordó qu itarlos como higiene, y hoy sólo se conservan algu­ nos en el camarín. Las ofrendas, sacrificios, favores recibidos, m ilagros acaecidos, todos están recatados y envueltos en m isterio, porque la fe no nece­ sita exhibición y la característica del culto a la Virgen de la M onta­ ña fue siem pre el bálsamo consolador de las penas y afliccion es hu­ manas. En los libros de cuentas figuran algunas partidas de lim osnas por beneficios y protecciones recibidas, pero sin que indiquen en qué con sistie ron y cuáles fueron. Tales como una lámpara de plata, un re­ loj de oro de repetición en 1795, etc. Nosotros, fieles al docum ento histó rico , nos abstenem os de fo rm u la r ju ic io s ni com entarios, y de conform idad con los decretos de Urbano VIII declaramos que a los


m ilagro s referidos y especialm ente en las bajadas de la Virgen por -sequías y calamidades, no prestam os ni queremos que se les dé otra fe que aquella que m erecen como hechos meram ente histó rico s y de fe humana. De sucesos curiosos tenem os uno acaecido en el siglo XVII. En ila calleja de la erm ita se encontró un niño abandonado, la Cofradía lo recogió, le puso ama y como apellido el de la Montaña, que luego ;se perpetuó en Cáceres, desapareciendo aquella denominación del si­ g lo XVII, de hijo de la tierra . Encontramos otro en el siglo XVIII, de un niño de Huertas de Anim as, arrabal de T rujillo, que, habiendo recobrado la salud por in­ tercesión de la Virgen, los padres lo pesaron y entregaron su peso en plata y en trig o como ofrenda a la Virgen. Hay tam bién una curiosa promesa de un noble m atrim onio cacereño, que, fa lto de hijos, hizo la promesa de una cuantiosa limosna por cada hijo que tuvieran y aparecen registradas las lim osnas por varios hijos que tuvieron después.


Capítulo séptimo La calzada y la carretera moderna. El tem plete. La visita de A lfo n so XIII. La fiesta de la Virgen. Dos poetas de la Virgen de la Montaña


El acceso al santuario arranca de la Fuente del Concejo, que ha conservado su nombre p rim itivo pese a las mudanzas de los siglos; rápidamente hace una curva la carretera y se llega a San M arquino, hoy hundido, donde se celebraba la fiesta del Apóstol San M arcos con el toro en la procesión, prohibido luego por la Iglesia, fiesta que tenían gran número de pueblos de la provincia, pero donde alcanzó más renom bre fue en Brozas. Siguiendo adelante se llega a la erm ita del Am paro, prim era esta­ ción obligada de 'os fieles, erm ita neoclásica de poco arte y en cuyo alta r hay una imagen de Nuestro Señor con ia cruz a cuestas. Imagen de ve stir, de rostro expresivo y doloroso, pero que desconocemos quién fue su autor. En la esquina de la erm ita estaba em potrada una piedra de cantería con la siguiente inscripción: CRISTO DESCOYUNTA DO Y CLAVADO EN LA t ESTA t MANDO HACER FRANCO JIZ Y SU MUJER JUa PEREZ-AÑO DE 1619. Hoy ha sido trasladada a la prim era capilla reconstruida de Paniagua. Ya hemos visto que el anacoreta tu ­ vo fa m ilia en Cáceres, un prim o llamado Francisco Jiménez; el cris­ tiano que pagó esta cruz pudo ser éste. Ascendiendo, con un breve zig-zag, se llega al Calvario donde se term inan las cruces de piedra del Vía-Crucis, que han ido jalonando el camino. En la explanada que se form a, se levantan las tre s cruces y en aquellos parajes se celebra la popular romería del domingo del Calvario. La explanada está lim itada al N. E. por un grupo de rocas de gran altura, en donde está la erm ita de Nuestra Señora de los Dolo­ res, que tuvo Cofradía con el títu lo de Cofradía de la Soledad y A n­ gustia de Nuestra Señora del M onte Calvario. Las constituciones más antiguas son del siglo XV, pero debió de ser aún más antigua. Se representaba la Pasión del Señor, en este lugar, el día del Viernes Santo; en el siglo XVIII tenía lugar un Vía Crucis los Viernes de Cuaresma, subiendo los fieles con un farol de aceite para alum­ brarse en la bajada; fue prohibido bajo pena de cuatro ducados de multa, ante los escándalos y obscenidades que se produjeron; volvió a restablecerse, y, a fines del siglo pasado, continuaba celebrándose solem nem ente el Vía Crucis. La erm ita es pequeña, con pórtico form ado

por tre s

arcos, y un


recinto murado con un pu lp ito derruido. La escalera está labrada en la misma roca. El día del Calvario se hacen unas roscas y tortas, de harina, acei­ te, huevos y azúcar, que es lo que ha quedado, con la romería, de las cerem onias de la Pasión y del Descendim iento en Viernes Santo, que se celebraba en la explanada. Desde aquí arrancaba la calzada para el santuario de la Virgen, en medio del monte y de los castaños, que hoy no existen. La Cofra­ día cuidó del camino y hay muchas partidas de gastos en el siglo XVII y XVIII por la conservación de la calzada. En 1795 la empedraron, costando las obras 2.437 reales y 10 m aravedises, «los m ismos que se gastaron, dice el libro de cuentas, en hacer la calzada empedrada nueva desde el Calvario hasta la erm ita de Nuestra Señora de la M on­ taña, con lim osnas que dieron muchos delectos en los dos años de esta cuenta». Se conserva un trozo todavía, que viene a te rm in a r en el pozo algibe y en donde hay una piedra de granito con la in scrip­ ción: SIENDO MAYORDOMO FRANCISCO CAMBERO, SE HIZO ESTA CALZADA A.° DE 1775. Por el viejo camino del Calvario, y por la calzada que construyó Cambero en 1775 hasta la erm ita, seguían subiendo los fieles al san­ tuario durante todo el siglo XIX, buscando auxilio en sus aflicciones; cuando fue nombrado m ayordomo, en 1896, don Santos Floriano Gon­ zález, quien desenterró los proyectos de carretera form ados en 1862 por el ingeniero don Rafael Clem ente, y otro que hizo el ingeniero don Juan Castellano Fernández. Reunida la Cofradía, bajo la presiden­ cia del párroco de Santa María, don José Roldán, acordaron que se llevara a la práctica el proyecto expuesto por el mayordomo don San­ tos Floriano. Se acordó a b rir una suscripción pública, que recogió 12.000 pesetas y se aceptó el plan de obras del arquitecto don Rufino Montano, que importaba 31.630 pesetas. No se entibió el ánimo del mayordomo por esta enorm e diferencia y, con una fe y tesón extraor­ dinario, dieron principio las obras, en las que surgieron grandes d ifi­ cultades, como rescisión del contrato con los contratistas, hundi­ m iento de la alcantarilla en el terraplén de la Fuente del Concejo a San M arquino, el dinero se term inó y no se había llegado a San Marquino. Llegaba la fiesta y el cam ino estaba intransitable, la calzada llena de calicatas profundas, terraplenes altísim os hacían im posible el trán­ sito para los fieles que subieran al santuario, don Santos Floriano arrostró todo y siguió la obra. Doña Asunción M ayoralgo y Ovando y su hermana doña M atilde, condesa de M ayoralgo, entregaron 4.000 pesetas, segundo donativo que hicieron para las obras, con lo que se pudo hacer algo transita ble el camino para la fiesta de 1897. Celebrada ésta, se encargó de las obras del segundo y te rce r trozo de la carretera el ayudante de Obras Públicas, don Andrés Suquía, quien levantó unos muros de contención e hizo lo que se llama vulgarm ente el caracol, para que pudieran llegar los coches hasta la explanada del tem plete. En enero de 1898, se derrum baron los muros de contención, lo que encareció aún más la obra, que al fin fue te r­ minada, aumentándose desde entonces la subida de los fieles, que antes sólo podían subir a pie con mucho trabajo y exposición.

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El alma de la obra había sido el mayordomo don Santos Floriano, quien puso de su peculio lo que fa ltó para te rm in a r la carretera, sin preocuparse de otra cosa que de llevarla a fe liz térm ino, con un al­ tru is m o y fe extraordinaria. Ha pasado ya m edio siglo y el histo ria dor recoge la gestión de este mayordomo, que contribuyó como nadie al m ayor esplendor del culto de la Patraña de Cáceres, y enaltece su gestión; la histo ria le hace ju sticia , pese a las incidencias y disgus­ to s que le proporcionaron algunos cofrades en su mayordomía. * * * La carretera term ina en una explanada, donde se levanta un te m ­ p le te abierto en form a de capilla, con bóveda, una gradería a su iz­ quierda para que se coloquen los fieles, y un púlpito a la derecha, y en fre nte el monumento al Sagrado Corazón de Jesús. El tem plete e xistió desde los prim eros tiem pos de la Cofradía, pera el actual fue construido en 1782; la partida de gasto dice: «Es, datta 2.275 reales vellón, los mismos que se gastaron en el taber­ náculo que se hizo fuera de la erm ita, púlpito y componer la plazuela.» A l año siguiente se encargó un azulejo a Talavera con la imagen de la Virgen, que costó 116 reales; se colocó en el tem plete y aún se conserva, resistiendo a los siglos. Es muy bello. * ** Don A lfonso XIII, después de la coronación, empezó a v is ita r to ­ das las capitales del Reino y el 25 de abril de 1905 hizo su vis ita a Cáceres en medio de un clam oroso recibim iento, Te Deum, desfiles civ il y m ilita r, comida de gala, etc. Entre todos estos festejos, con qug se aclamaba al soberano que con su juventud y don de gentes cautivaba a todas las clases socia­ les, no podía fa lta r la visita a la Virgen de la Montaña. El erudito his­ to ria d o r don M iguel Muñoz de San Pedro publicaba recientem ente, en la revista de la Virgen, una crónica rememorando la v is ita del so­ berano al santuario. Nos lim itam os, pues, a trasladar lo que él ha es­ c rito : «Al llegar la com itiva a la fuente del Concejo, el Rey bajó del coche y montó en el caballo del Jefe de la Guardia C ivil, pues de­ seaba sub ir cabalgando a la Montaña. Sin embargo, los más carac­ terizados de su séquito le hicieron d e s is tir del propósito, ocupando en el Calvario el landeau de Don Lesmes Valhondo, tirad o por un tro n co de muías de la señorita María García Becerra. En la tarde serena y luminosa de prim avera, el descendiente de cien reyes ilustres, el nieto de Isabel la Católica, de Carlos V y Fe­ lipe II se postró reverente ante la Virgen pequeña y bonita de la Montaña. El rey destinado por la providencia a consagrar la patria ai Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Angeles, oró con fe r­ vor ante la Patrona de Cáceres, y luego, subiendo al camarín, be­ só sus benditas manos. M ientras tanto, la anónima musa popular im­ provisaba y lanzaba a! vie nto coplas tan em otivas e ingenuas como ésta:

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Nuestra Patrona querida la Virgen de la Montaña, vela desde hoy vuestra vida que es la esperanza de España. Esta visita del Soberano a la Virgen cacereña, fué la gran verdad de la jornada de aquel día. Cambian los tiem pos, mudan las cosas, giran los pueblos pero la Fe permanece. Y esa Fe, ese desbordado amor de la gente de Cáceres a su dicha Patrona, lo supo captar y s e n tir A lfonso XIII, im pulsándole a llegarse hasta el bendito Santua­ rio y a ofrendar a la Madre un corazón más, un corazón de Rey, pe­ ro ante Ella, igual que todos los corazones, porque en su amor in­ menso no hay reyes ni mendigos, sino solam ente hijos. Cuando el Monarca salió de la Ermita, desde uno de los picachos de rocas que la circundan, contem pló el vasto panorama: Horizontes in finito s, llanadas inmensas, m ontes lejanos, encinas, olivares, tie ­ rras pardas, verdes besanas, quebrados rib eros... ¡Todos los rudos contrastes de la regia Extremadura se ofrecieron allí a I Rey! Por unos mom entos A lfonso XIII tuvo ante su vista al h istó rico terruñ o extrem eño, forja do r de grandes paladines de histo ria universal que pusieron en su corona los más hermosos y preciados floro ne s que ésta lució. Parece ser que el joven Monarca quedó vivam ente im ­ presionado por esta contem plación. No es extraño. Un esp íritu supe­ rio r ve desde la Montaña algo más que el grandioso paisaje, ya de por sí im presionante. Desde allí, bajo el sol cegador y e! cielo trans­ parente, sobre la reciedum bre do la tie rra , se descubre un hábito im ­ palpable e im peredero que evoca a rem otas latitudes y gestos inigua­ lados. La brisa trae de los olivares tin tin e o de esquilas, que parecen ten er un eco lejano de chocar de espadas». La Cofradía, para recordar este hecho, colocó una lápida en el muro exterior, cercana a la puerta, que conmem ora la visita Rea!. *

** La población de la v illa de Cáceres era muy reducida en el siglo XVII; quizás no llegara a los 4.000 habitantes. Fue aumentando paula­ tinam ente. En el siglo XVIII, le da Torres de V illarroel 2.000 vecinos, en el siglo XIX 17.000 habitantes y en la actualidad 46.000. Consecuencia de esto es que las fiesta s tuvieran un carácter pueblerino y típico, del que sólo nos podemos dar idea comparándo­ las hoy con las que se celebran en los pueblos de la sierra. La fiesta prim era de la Virgen fue el día de la prim era misa, en 1635, y, a pa rtir de este año, se celebró el 25 de marzo, fiesta de la Encarnación, que fue la fiesta litúrgica, porque la advocación p rim i­ tiva era Nuestra Señora de M ontserrat de la Encarnación de la Mon­ taña. El fundador de la Cofradía don Sancho de Figueroa, dice: «Co­ fradía que fundé para que se sirviese en esta villa de Cáceres, en Santa María la Mayor, y fuese a hacer y celebrar la fiesta de la En­ carnación del Señor, una vez cada año, en la Capilla y Santa Casa». La fiesta tom a desde el prim er m om ento el carácter que tien e en la actualidad: función religiosa, procesión, sermón, y comida del

Capilla del Santísimo Cristo de la Salud La imagen es obra de José Salvador Carmona

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mayordomo con el predicador, autoridades y los que componen la junta, no faltando, desde el prim er momento, las roscas y el frite . Como datos curiosos podemos apuntar que, en los tre s prim eros años, se pagaron los serm ones a 36 reales y que había órgano, pues figura el pago de organista. Se compró damasco para el estandarte y una cruz de plata que costó 581 reales, un fronta l de altar, y la vara del mayordomo. En los prim eros años, don Sancho cedió una va jilla talaverana y otra portuguesa y los reposteros de su casa, con lo que la pequeña erm ita tendría un aspecto deslum brador. C ontribuía a ello el paisaje, mucho más poblado de encinas y castaños, y la fa lta de carretera, pues sólo tenía la calzada, y no empedreda al principio; por las cur­ vas que form aba, la llamaban ya el caracol. En la prim era fiesta no se recaudaron más que 7 reales en la colecta. Entre los gastos figura en 1645 un pago de 17 y medio rea­ les por una arroba de vino que se dio a Juan Molano y compañeros danzantes por acudir dos años a la fiesta y procesión, bailando de­ lante de la Virgen. Esta costum bre se conserva en algunos pueblos de la Vera, y en Cáceres e xistió hasta el X VIII; son los bailes de los Seises de la catedral de Sevilla en el día del Corpus, ante el Santí­ sim o Sacramento. He visto partidas de pagos por los bailes del Cor­ pus, en los libros de fábrica de San Mateo, en d istintas fechas. Las roscas no faltaban, y en una sola fiesta hay una partida de cinco fanegas de trig o , y otras sin especificar cantidad, para su fa ­ bricación. La cuestión del predicador apasionó vivam ente en la fiesta, y co­ mo las comunidades de San Francisco y Santo Domingo eran las que existían en la villa, se procuraba que turnaran; dice un acuerdo de 30 de marzo de 1642 que «para mayor solem nidad y bien de las al­ mas, atento al mucho concurso de gentes que acude a devoción de Nuestra Señora a su casa de la Montaña, se predican sus m isterios el dicho día, en la tarde, después de vísperas... y al predicador se le ha de dar 16 reales». Hay otros acuerdos facultando al mayordo­ mo para que eligiera el predicador, y partida por los gastos de co­ mida, subida de agua, carbón, tinajas, etc. Han ¡do pasando los años, pero lo típ ico de la fiesta no se ha perdido; sólo la moda ha deste­ rrado los vistosos traje s de las artesanas y mozos, que ya desapa­ recieron, y que podrían dar un tono de color y belleza extraordina­ rio a la fiesta. * * * Las prim eras ordenanzas del 1635 dicen que la fiesta sea el 25 de marzo y que, acabada la fiesta, el mayordomo, alcaldes y escriba­ no se han de ju n ta r y hacer elección de oficios para el año siguiente. Sin embargo, se autoriza para que, por las lluvias o por caer en Se­ mana Santa, pueda el Cabildo trasladar la fie sta a otro dom ingo, pe­ ro que sea en el mes de marzo o abril. Reformadas las ordenanzas en 1642 repiten el m ism o artículo. Las de 1766 confirm an la fiesta el 25 de marzo, «que es de la Anun­ ciación de Nuestra Señora y Encarnación del Hijo de Dios, con m isa

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cantada, diáconos con toda solemnidad, y a la tarde vísperas, pro­ cesión con la Santísima Imagen de Nuestra Señora, conform e aquí: siendo del cargo del M ayordomo eleg ir el m ejor orador para serm ón que se ha de predicar por la tarde, y por su limosna se le darán cin­ cuenta reales. Pero si por las lluvias o vie ntos o por ve n ir el día de la Anunciación después de la Dominica inpassione, se traslade dicha festivid ad al Domingo de Quasimodo, habiéndose experimentado en este día mayor concurso y devoción, con menos quebranto de ios fie­ les». Seguía celebrándose una misa rezada por el fundador Francis­ co de Paniagua. Los m ism os preceptos reproducen las ordenanzas de 1795. En 1784, empero, hubo un cam bio por decreto de la Sagrada Congrega­ ción de Ritos, del 28 de ju lio del citado, aprobado por el Pontífice en­ tonces reinante Pío VI; se ordenó que la fiesta se celebrara el Do­ mingo in Albis, o sea el prim ero de Pascua de Resurrección. En 1832, el arzobispo-obispo de Coria, don Ramón M ontero, por un decreto, la traslada al domingo cuarto de mayo, fundándose para ello en que dicho día no estaba ocupado por ninguna fiesta en erm i­ tas y santuarios extram uros de la villa, para lo que se pondrían de acuerdo el párroco de Santa María y el mayordomo de la Real C ofra­ día de Nuestra Señora de la Montaña. Por vez prim era aparece con este títu lo de honor la Cofradía en un docum ento oficial. En 1860 se acuerda, por la Real Cofradía, celebrar otra fiesta a la Virgen, y que ésta sea el 8 de septiem bre, día en que se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe, Patrona de Extremadura, pero no llegó a arrai­ gar esta fiesta. La declaración canónica de Patrona de la ciudad, en 1906, lleva unido el cambio de la fecha de su fiesta, que se traslada al segundo domingo después de la Pascua de Resurrección, y desde entonces no ha tenido cambio de fecha. En los tiem pos prim eros del culto hubo un pulpito en la expla­ nada, pues ya en 1646 se ponía la Virgen ju nto al mismo, cuando se celebraba la procesión y predicaba el orador la palabra de Dios. En 1654 se celebra un acuerdo con el clero de Santa María y en el acuerdo se dice: »que la fiesta se celebre el 25 de Marzo según las Ordenanzas, haya M isa cantada con diáconos y por la tarde Vísperas y Procesión en torno de la Ermita; al siguiente día, en la Parroquia, M isa con diáconos y Procesión por los cofrades difuntos». La procesión ha existido desde el principio, pero la imagen era llevada a hombros sólo de sacerdotes y daba vuelta com pleta alre­ dedor de la erm ita. En el XIX, y a pa rtir de las ordenanzas de 1885, parece dibujarse ya la existencia de los hermanos de carga, si interpretam os en tal sentido la palabra para servir. *

** Hoy el día de la fiesta de la Virgen es la rom ería más típica de Cáceres. Si la Virgen ha bajado a la ciudad, se celebra en Santa Ma­ ría solem nem ente la novena, predicando un orador sagrado de los de más renombre, en cuya elección pone la Cofradía gran cuidado. La

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víspera tiene lugar «la mesa», en donde se ponen los regalos de dulces y viandas recibidos, que se pujan, y en la que se venden los típ ico s roscos, que como hemos visto se hicieron desde la prim era fiesta en 1626. El domingo, después de celebrada la msa, tie n e lugar la procesión, que recorre la ciudad con la imagen y la subida a su erm ita todo lo deprisa que se puede, para llegar a las once, hora en que debe de celebrarse la fiesta religiosa en su erm ita. Terminada ésta, todas las peñas y la explanada se llenan de m iles de personas que han acudido a la fiesta, aunque no todas pueden en tra r por insu­ ficie ncia de local en la erm ita. El frite extrem eño es el plato típ ic o de la merienda, es el borrego de la aleluya que ha vivido hasta este día, condim entado con picante y rociado con vinos del país. Se llena de puestos de todas clases la explanada de detrás de la erm ita, y los mozos y mozas hacen corros, saltando y bailando, m ientras los her­ manos de carga, en «el hoyo», reponen las fuerzas perdidas, rocian­ do abundantemente con vino el chorizo y la paella que guisan y co­ men en común. «El hoyo» es una oquedad entre dos peñas, a donde va el mayordomo y la junta de la Cofradía, a v is ita r a los hermanos de carga y beber una copa con ellos. Las peñas más inaccesibles aparecen llenas de gente, parecien­ do un horm iguero humano la sierra de la Mosca. Llegada la tarde, la Virgen es llevada al tem plete procesionalm ente, dando vuelta a la er­ m ita, y el sacerdote que ha predicado durante el novenario pronun­ cia su últim a oración sagrada, ante una inmensa m ultitu d de gente que lo escucha, sentada en el hem iciclo, o de pie en la explanada. El silencio se interrum pe de trecho en trecho por vivas a la Virgen, que contestan m iles de gargantas. El mayordomo preside la fiesta con su bastón antiguo, como antes ha presidido la comida dada al predi­ cador, .autoridades y directiva de la Cofradía, siguiendo la costum ­ bre ya tre s veces centenaria. * ** Bajo las naves góticas del tem plo de Santa María la M ayor de Cáceres, resonaron más de una vez las cantigas a la Virgen, del Rey Sabio, d irigido s los coros quizás, o ispirados, por el obispo de Coria, don Fernando Físico, que fue, una gran figura como m úsico de sus tiem pos. En ellas, y en las de Gonzalo de Berceo, tenem os el origen de los «cantos e lohores a Nuestra Señora». No podían fa lta r tam poco en el transcurso de más de tre s siglos de devoción a la Virgen de la Montaña, los cánticos y los cantores a la sagrada imagen. Don Juan Daza y M alato publicó el «Album poé­ tico», que es el p rim er cancionero dedicado a la Virgen de la M on­ taña y por donde se ve que la fe más que el astro poético b rilló en aquellos poetas de la prim era m itad del siglo XIX. Don A ntonio Hurtado dedicó a !a Virgen unos «Cantos popula­ res», que constituyen la poesía más divulgada sobre la Patrona, en el tono sublim e y sencillo de la cántiga popular, que tienen su o ri­ gen lite ra rio en las citadas de A lfon so el Sabio. Su valor lite ra rio es muy grande, pero el área de difusión de estas bellísim as coplas no ha trascendido de la región, a diferencia de las que A nto nio G rijo dedicó a las erm itas de Córdoba, escritas posteriorm ente, y que tie-

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nen toda su inspiración y modelo en las de don A ntonio Hurtado. Muy conocida es la anécdota del autor con Isabel II: Despidiéndose de ella Hurtado, cuando fue nombrado gobernador de Albacete, le preguntó: ¿Qué escribes? Señora, respondió él, he concebido unos cantos populares a la Santísima Virgen de la Montaña, venerada y amadísima con fe rv o r vehem entísim o, por ser patrona de Cáceres. Deseo conocerlos, replicó la Reina: y el poeta cacereño le recitó los cantos ya popularísim os de su cancionero. — Conmuéveme lo que me has recitado, dijo la Reina, y, puesto que tanta devoción y tan to s do­ nes reporta esa aclamada imagen, quiero que desde ahora me con­ té is hermana mayor de su Cofradía; esto dio origen al envió de 5.000 pesetas y la rebelión de algunos cofrades contra el obispo, por la aplicación de dicha cantidad, según ya hemos relatado. El poeta José María Gabriel y Galán v is itó Cáceres, invitado por un grupo de amigos, entre otros su entrañable don José Ibarrola y dedicó a la Virgen de la Montaña y a la m ujer cacereña una de sus más hermosas poesías, en la que resplandecen el sen tim ie nto re li­ gioso, el amor a la Virgen, y la adm iración a las virtud es de la mu­ je r cacereña. Son tantos los poetas que han cantado a la Virgen de la Montaña, que forzosam ente tenem os que hacer una selección de las poesías, ya que nuestro trabajo no es una recopilación de todos los cantores a la Virgen de la Montaña, lamentando no poder repro­ ducir todas. Dejando las más para el segundo tom o de esta obra, vayan — al menos— en éste, las de A ntonio Hurtado y Gabriel y Galán:

¡Sus paredes relumbran como el armiño! Canta su gloria, que guardaré tus cantos en mi memoria. — Pues bien, dice el Romero, mi voz escucha: aunque oscuro en su nombre su gloria es mucha. Unos pastores hallaron a esa Virgen entre las flo re s... Y

con blanco y sonoro, plácido acento, estos cantos de gloria soltó su aliento. Con su armonía, lloraba el niño a veces y otras reía. Pues al ten der al aire sus vagos sones, iba gozando el niño m il sensaciones ¡Canto divino! Quizás lo enseñó un Angel al peregrino.

La V irg en de ía M ontaña I A la o rilla de una fuente que baña pura las ásperas campiñas de Extremadura, está un Romero, dice a un niño que lleva por compañero: — ¿No ves la altiva sierra donde el sol arde? Pues fin de mi camino será esta tarde; que allí me espera la Virgen en quien pongo mi fé sincera... — ¿Es aquella su erm ita? pregunta el niño:

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II CANTOS DEL PEREGRINO La Virgen que yo adoro, Santa y bendita, entre breñas y riscos tien e su erm ita: Y en la alta loma, parece el casto nido de una paloma. Ornan su agreste falda, como alamares, viñedos que se ensalzan con olivares: Y, haciendo sombra, se extienden hasta el llano como una alfom bra.

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Por rem ate y adorno, de mayor brío, borda con claras perlas, su falda un río, Río de amores, que galán fecundiza fru to s y flores. Desde que apenas raya la luz del día, cantan allí las aves con melodía; y al par veloces se confunden con ellas otras m il voces. ¿Quieres que yo cuente lo que ellas dicen? Pues sabrás lo que expresan cuando bendicen A ese tesoro, que es la luz de mi vida y el bien que adoro.

III

IV LO QUE DICEN LAS FLORES • Recibe nuestra ofrenda casta paloma, que Dios para se rvirte nos da el aroma. «¡Bendita esencia, que así perfum a el vaso de tu inocencia! «A cerra r nuestras coplas con áureos broces, los serafines bajan todas las noches; «Que en los jardines tienen lechos de rosas los serafines. «Luego que asoma el alba toman el vuelo, y en ala de zafiros vuelven al cielo; «Y, a su partida, nos dejan esa esencia que da la vida.

Allá abajo hay un huerto rico en vergeles: allí brillan las rosas y los claveles; La yerbabuena, com pite allí en fragancia con la azucena.

«Y alegres van cantando por la campaña: «Perfumad a la Virgen de la Montaña. «Galanas flo re s; que por ella os traem os tantos olores.

Y al punto que el sol nace por el O riente, blanca nube de esencias llena el ambiente. Y en esa nube, e l himno de las flore s al cie lo sube.

«Y a este cántigo alegre nos despertam os, y el aroma a raudales te regalamos. «¡Bendita sea, la Virgen en quien tanto Dios se recrea!»

Oye los dulces ecos que en blando giro, llegan a los breñales como un suspiro: Ecos suaves, no entendidos del hombre ni de las aves.

Esto las flore s dicen, y agradecida, la Virgen sonriendo las da más vida: que en su mirada toman color las flores, luz la alborada.

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AI pasar de la noche la sombra oscura, cantan los pajaritos en la espesura; Y en grata salva prorrum pen cuando brilla la luz del alba. ¿Qué dicen en sus trino s, dulces o graves, saltando en la arboleda las tiern as aves? Oye, alma mía, y sabrás lo que expresan con su armonía.

VI LO QUE DICEN LAS AVES «Para ensalzar tu gloria en blandos trino s, Dios hace que cantemos, sones divinos; «Que, en raudo vuelo, a aprenderlos subimos cerca del cielo.

Esto dicen las aves con voz sumisa, y aliéntalas la Virgen con su sonrisa. Risa de amores, que da vida a las aves gozo da las flores.

VII Serpeando entre juncias a su albedrío bajan las claras ondas del manso río. Su cauce verde se extiende tanto, tanto. que al fin se pierde. Mas oye lo que dicen en blanco arrullo, esas ondas que ruedan con tal m urm ullo: Que el oleaje, es la presión sonora de su lenguaje.

VIII LO QUE DICE EL RIO

«Luego los ensayamos en la enramada: venim os a cantarlos en tu morada: «Y a nuestro acento, de gozo en la arboleda, se agita el viento.

Esencia desprendida soy del rocío; las nieves de la sierra me hicieron río: De Dios la mano, me empujó soberana del monte al llano.

«Y dicen nuestros picos con voz extraña: G loria eterna a la Virgen de la Montaña: Rosa divina, fuente de amor perenne flo r sin espina.

Y al desatar los lazos de mi corriente, esto el Señor me dijo: Desciende y baña la falda de la Virgen de la Montaña.

«M aravilla del campo, gala del cielo tú eres faro encendido siem pre en el suelo. ¡Bendita sea, la Virgen en quien tanto Dios se recrea...»

Yo cum pliendo las leyes de mi destino, bordo con plata y perlas tu pie divino. Y transparente, vengo a ser el espejo de tu alba frente.

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Y extendiéndom e luego por la llanura, esto al son de las guijas mi voz murmura: «Reina del cielo, haz que por donde pas3 florezca el suelo.» «Que eres germen de vida, flo r de las flores, manantial siem pre vivo, fuente de amores. ¡Bendita sea, la Virgen en quien tanto Dios se recrea!» Esto dice el arroyo que alegre gira y en sus aguas la Virgen tierna se mira. Con su presencia, tom an las lim pias ondas más transparencia.

IX A llá lejos, muy lejos, se m ira un monte, que es té rm in o y remate del horizonte. Franca guarida tienen allí los hombres de mala vida. Por las ásperas quiebras de su sendero, cantando alegrem ente viene un viajero. ¿Qué es lo que canta, que a las fieras y ladrones su voz espanta? Im prim e en la memoria su canturía, y entónala si al monte vas algún día: Que estas canciones ahuyentan a las fieras y a los ladrones.

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X LO QUE DICE EL VIAJERO «Virgen de la Montaña, clavel divino, desvanece las sombras de mi camino: Sé de mi huella, sol, antorcha, lucero, luna y estrella. «Cuando llevo en los labios tu santo nombre, no hay quien me cause miedo ni quien me asombre. Pues siem pre digo: ¿Quién podrá hacerme daño yendo contigo? «La casa de mis padres, ¡cómo blanquea1 vapores azulados su techo humea: A llí mi esposa, cercada de mis hijos, me aguarda ansiosa. «Llévame Virgen mía de la Montaña, al hogar sosegado de mi Cabaña: Donde me espera llena de sobresalto mi compañera.» A sí canta el viajero con alegría, y la Virgen le sirve de amparo y guía; Que es clara estrella de todo el que la invoca y espera en ella.

XI Cogidos a la esteva de los arados con que rasgan la tie rra de sus sembrados; Los labradores sueltan al aire alegres dulces clam ores

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XIII

¿Qué dicen esas frases que lleva el viento? ¿qué dicen en su canto tan soñoliento? ¡Canto de gloria! También guardarlo puedes en tu memoria.

Camino de la fuente sube una anciana; surcos de pena arrugan su fre n te cana; Y en su amargura, más que cántico un rezo, tris te murmura.

XII

¿Qué pesar es aquese que la cautiva que va llorando a mares la sierra arriba? Con ansia loca, el nombre de la Virgen su labio Invoca.

LO QUE DICEN LOS LABRADORES A prem iar m is sudores y mi fatiga, llena de granos de oro vendrá la espiga; que la cizaña sabrá apartar la Virgen de la Montaña.

Escucha, si es que puedes, su voz en calma, que sus ayes sentidos parten el alma, Tal agonía, sólo una madre tierna s e n tir podría.

«Ya vaya cuesta arriba ya cuesta abajo, siem pre me siento alegre cuando trabajo; Pues me acompaña la sombra de la Virgen de la Montaña.

XIV LO QUE DICEN LAS MADRES

«Cuando la m ies se agosta por la sequía, con agua de sus ojos me la rocía; Porque en España no hay Virgen cual la Virgen de la Montaña.

«Virgen de m is amores, ven en mi ayuda; que soy m ujer y anciana, pobre y viuda; M i bien amado se encuentra en grave riesgo de ser soldado.

«Nada im porta la pena, nada el quebranto, si la Virgen me acoge bajo su manto; Nada me daña, sí me ampara la Virgen de la Montaña.»

«Un hijo solo tengo que es mi fortuna; a tu sombra lo puse desde la cuna: Madre y señora, del peligro que corre sálvalo ahora. «M ira que es mi alegría que es mi contento: árbol que a más de sombra me da sustento. ¿Quién si se aleja, cuidará de esta madre m ísera y vieja?

Esto dicen cantando los labradores, y la Virgen los colma de m il favores; Pues con su mano, separa cuanto puede dañar al grano.

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«Virgen de la Montaña salva a tu hijo, benigna acoge el ruego con que te aflijo. Santa lum brera, líb ra le si no quieres que yo me muera.» Esto la madre reza desventurada, y la V irgen la dice con su mirada: M u je r no llores, que lib re queda el hijo de tu s amores. ¿Qué canta aquella niña que en los zarzales tie n d e como la nieve blancos cendales? Su cantinela, yo no sé lo que tiene que causa pena. Cuando hiende los aires su voz canora, pienso una vez que canta y otra que llora: Pues su sonido, tie n e las inflexiones de un alarido. M ucho, sin duda, sufre la pobre niña, pues se enjuga los ojos con su basquiña. Oye su acento, que en sus alas de seda lo lleva el viento.

XVI Procesión en e l día de la Romería

LO QUE DICEN LAS NIÑAS «Gala de la Montaña, luz de la sierra escuda tú a mi amante que va a la guerra. Por tu s dolores que guardes a la prenda de m is amores.

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(9)


«Un santo escapulario que lo ye he hecho, anoche al despedirlo colgué en su pecho, ¡sea su égida tu Imagen que en el pecho lleva prendida! «Ayer en tus altares, como el arm iño v i colgado el sudario de un pobre niño. Pues, tú, clem ente, salvaste la existencia del inocente. «Madre mía, si amparas mi dulce prenda tam bién yo en tus altares pondré mi ofrenda; Oue alegre en ellos iré a colgar la trenza de m is cabellos». Esto dice y la Virgen de la Montaña, con risa de claveles su boca baña. Risa hechicera; con que dice a la niña; sufre y espera.

XVII Por el encrespada cima de M iravete reluce de un soldado lim pio el mosquete. — ¿Qué es lo que mira, que llorando de pena reza y suspira? Es que a luz que v ie rte tib io s reflejos, aún divisa la erm ita lejos, muy lejos. ¡Ay! no se engaña; la erm ita es de la Virgen de la Montaña.

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XIX Por vez postrera acaso la ven sus ojos, por eso se prosterna con fé de hinojos. Por eso llora; por eso en son doliente suspira y ora.

XVIII LO QUE DICE EL SOLDADO «Madre mía, murmura, sé tú mi guía, que a la guerra me lleva mi estrella impía. ¡Tirana suerte! ¡Quizás jamás m is ojos vuelvan a verte! «M i destino, Señora, pongo en tus manos; ahí te dejo m is padres y m is hermanos. M ientras mi ausencia, sé tú la protectora de su existencia. «Si a tu a lta r sacrosanto con vivo anhelo va una m ujer ahogada de desconsuelo; Reina y Señora, acógela benigna que por mí llora. «Ella me dió tu Imagen santa y querida; si en alguna batalla pierdo la vida, antes que muera aún veré de tus ojos la luz postrera. Esto dice, y la Virgen en quien confía, esta dulce esperanza tierna le envía, — Véte sin miedo, que guardando tu vida desde aquí quedo.

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Cuando los blancos ecos de una campana despiertan a los niños por la mañana, fuera del lecho, rezan en cruz las manos sobre su pecho. ¿Qué dicen esos niños en son fervie nte, doblando una rodilla, baja la frente? Oyeme atento, y sabrás lo que rezan con puro acento.

XX LO QUE DICEN LOS NIÑOS «Anoche me he dorm ido con tu memoria, durante el sueño he visto tu santa gloria. ¡Divina estrella! Cuando yo exhale el alma, llévam e a ella. «A llí adornan tus sienes frescos jazmines, y bendicen tu nombre los querubines: que en blanco coro van por allí agitando sus alas de oro. «¡Los ángeles! ¡Cuál lucen sus ricas galas! ¿cuándo tendré yo, madre, tan puras alas? ¡Ay! ¡qué contento será volar, Señora, ju n to a tu asiento! «Virgen de la Montaña, mi dulce dueño, haz que todas las noches tenga ese sueño. Si en él expiro, llévam e a esa morada por que suspiro».

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Esto los niños dicen, y con encanto, la Virgen los cobija, bajo su manto: Y en su embeleso, al dorm irlo s de noche les manda un beso.

XXI LO QUE DICE EL PEREGRINO «Yo tam bién la he tomado por norte y guía, desde que de sus ojos me aparté un día. Desde que ciego por las pompas del mundo perdí el sosiego. «¡Ay! ¡Cuánto desde entonces, cuánto he llorado! el corazón de espinas llevo pasado; Y es que he perdido todo lo que en el mundo más he querido. «Desde que al cielo os fu iste is, prenda del alma, se alejó para siem pre de mí la calma, Pero paciencia me da la Santa Virgen con su asistencia. «Ella me infunde aliento, me da esperanza, y me m uestra los cielos en lontananza; Porque en el cielo es donde los que sufren hallan consuelo. «Solo voy por el mundo solo y sin tino ; mas ella me da fuerzas en mi camino; Faro de amores, va ante mí derramado sus resplandores.

«De noche cuando duermo con grato aliño los sueños me manda que manda al niño. Y en mi recreo, las prendas que he perdido juzgo que veo... «Bajan a mí del cielo llenas de olores, y me dicen riendo; calla y no llores. Sufre y espera, que la Virgen te sirve de Compañera. «Ella de blanda risa la faz bañada, te traerá por los aires a esta morada; y a nuestros brazos, llegarás cuando el a lm j rompa sus lazos. «Por eso pienso en ella cuando despierto, porque es del mar que cruzo seguro puerto. A rbol divino que cobija las penas aei peregrino...» Esto dice, y el niño que en fe se inflam a y del fuego celeste siente la llama, Con puro acento cice estas frases llenas de sentim iento.

XXII «Virgen que así consuela tantos dolores, que da voz a las aves, vida a las flore e. M úsica al río, protección al via je ro y al débil brío:

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«Virgen de cuyos ojos la dicha mana, que así protege ál pobre, y así a !a anciana; Que a sü cuidado está la niña amante y está el soldado: «Virgen que a 'os niños con embeleso, al dorm irlos de noche les manda un beso; y en tu agonía gloriosas esperanzas tiern a te envía, «¿Dónde tan Santa Virgen se asienta? ¿Dónde? ¿Dónde tien e su erm ita? ¿Dónde se esconde? ¡Será una perla! Llévame, peregrino, llévame a verla.

La V irg en de la M ontaña A m i q u e rid o a m ig o el v ir t u o s o S a ce rd o te D o n G e rm á n F ern ánd e z.

I

XX III Esto murm ura el niño, y el buen Romero le lleva de la mano muy placentero: Y andando, andando, las glorias de la Virgen le va contando.

X X IV Viajero, si a deshoras en tu camino con un niño te encuentras y un peregrino, ve en su compaña y verás a la Virgen de la Montaña. Antonio HURTADO

Era un día quejum broso de diciem bre ceniciento cuando yo subí la cuesta de la m ística mansión: el que aquella cuesta sube con angustias de sediento baja rico de frescuras el ardiente corazón. Era un día de diciem bre. La ciudad estaba m uerta sobre el árido repecho calvo y frío de erial; la ciudad estaba muda, la ciudad estaba yerta sobre el yerm o fustigado por el hálito invernal. Los palacios y las to rre s de los vie jos hombres idos en el carro de los tiem pos de las glorias y el honor, dorm itaban indolentes, indolentem ente hundidos de seniles im potencias en el lánguido sopor. Era un día de infinitas y secretas amarguras que a las almas resignadas se complacen en probar; me apretaban las entrañas m elancólicas ternuras y membranzas dolorosas de los hijos y el hogar. Me caían en la fre n te doloridos pensam ientos de esta trágica y oculta mansa pena de v iv ir; me pesaban en el alma los m ortales desalientos de las pobres almas mudas, fatigadas de sentir.

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Arrancaban de mi pecho m elancólicas piedades y santísim os desdenes de confeso pecador, la grotesca danza loca de las locas vanidades que los hombres arrastram os de la fam a en derredor.

¡Madre mía, madre mía! Cuando aquella tarde brava yo subía por la cuesta de tu m ística mansión, com o el látigo del vie nto que la cara me cruzaba flagelaba el de la pena mi sensible corazón.

Las ridiculas m iserias del orgullo pendenciero, las efím eras victo ria s de los hombres del placer, las groseras presunciones de los hombres del dinero, las grotescas arrogancias de los hombres del poder...

Y por eso te m iraba con aquella que conoces tan recóndita mirada que te sé yo d irig ir cuando inician en mi pecho sus asaltos más feroces las nostalgias tacitu rn as que me suelen a flig ir.

Todo el mundo de las grandes epilépticas demencias, todo el mundo de in fo rtu nios de la pobre humanidad, todo el mundo quejum broso de m is íntim as dolencias me pesaban en el alma con gigante gravedad.

¡Madre mía!, me contaron unos buenos caballeros, m oradores de tu hidalga y amadísima ciudad, que son tuyos sus amores, y son suyos tus veneros, copiosísim os y santos de graciosa caridad; Me contaron episodios de la bella h isto ria tuya dulcem ente convivida con tu amante pueblo fie l; me dijeron que era tuyo; me dijeron que eras suya, que te daban bellas flore s, que Ies dabas rica m ie l...

Era un día de amarguras cuando yo subí la cuesta de la alegre montañuela que veía yo a mis pies desde aquella blanca erm ita que asentaron en su cresta como nido de palomas en pim pollo de ciprés. Como sábanas inmensas de luenguísim os desiertos se extendían, dominados por los brazos de la Cruz, horizontes infinitos, infinitam ente abiertos al abrazo de los cielos y a los besos de la luz; Horizontes que pusieron en las niñas de mis ojos la visión de la desnuda muda tie rra en que nací; tie rra s verdes de las siem bras, tie rra s blancas de rastrojos, tie rra s grises de barbechos... ¡Patria mía, yo te vi! Me trajeron tu mem oria las espléndidas anchuras de las tie rra s y los cielos que se llegan a besar; las severas desnudeces de las áridas llanuras, las gigantes majestades de su grave reposar... Y una pena que atraviesa por la m édula de! alma, una pena que mi lengua nunca supo definir, me invadió para robarme la serena augusta calma que refrena, que preside los espasmos del sen tir. Pero a mí cuando la pena con su látigo me azota no me arranca ni un lam ento de grosera indignación; por la misma herida abierta que caliente sangre brota, brota el bálsamo tranq uilo de la fe del corazón.

Que el que suba aquella cuesta y en el pecho lleve agravios turbias aguas en los ojos y en los hombros dura cruz, baja alegre sin la carga, con dulzuras en los labios, con amores en el pecho y en los ojos mucha luz. ¡Madre mía, lo he gozado! Los dulcísim os instantes que m is penas me tuvieron de rodillas ante Ti vueron siglos de exquisitas dulcedum bres deleitantes que los ríos de tu s gracias derram aron sobre mí. Y el oscuro peregrino que la cuesta de tu erm ita como cuesta de un calvario rendidísim o subió con la carga de m iserias que en los hombros deposita la ceguera de una vida que entre polvo se vivió, descendió de tu montaña con los ojos empapados en aquella luz que hiende las negruras del m orir, y el esp íritu sereno de los hombres resignados que sonríen santam ante con la pena de vivir. ¡Madre mía! Si esas m ieles has tenido en tus veneros para el labio de un andante caballero de la fe, ¿qué tendrás en tu tesoro para aquellos caballeros del hidalgo pueblo noble que es alfom bra de tu pie?

II Y por eso cuando siento que rugiendo se adelanta la borrasca detonante que me quiere aniquilar, ni su rayo me acobarda, ni su e strép ito me espanta porque sé donde arriarm e, porque sé donde m irar.

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Bellísim a cacereña, hija del sol que te baña: ¡la Virgen de la Montaña, te guarde, niña trigueña!

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Te habrán dicho los espejos que son tus labios muy rojos, que son muy negros tus ojos, gue fuego son sus reflejos, que son tus trenzas dos lindas cadenas de amor ardientes, que son pe rlita s tus dientes y tus m ejillas son guindas. Te habrá dicho ese indiscreto cortesano de m ujeres todo lo hermosa que eres porque él no guarda un secreto. Y un funesto genio alado sátiro, flaco y viscoso, m urciélago tenegroso, tras los espejos posado, te habrá cantado: «¡Oh, m ujer!, ¿qué reina Venus m ejor para la corte de amor donde el rey es el placer?» Y yo, yo, que que la de esta

que te adoro tanto: te quiero más bella loca reina aquella, manera te canto:

¡Qué angelical erm itaña tuviera en ti cacereña para su herm ita risueña la Virgen de la Montaña! ¿Ves la poética erm ita que irradia blancos reflejos? Pues no la busques más lejos, que allí la belleza habita. Linda garza y ribereña: levanta el gallardo vuelo, que están más cerca del cielo posada en aquella peña. Vive tu propio vivir, deja del valle la hondura, que si alas te dió Natura, te las dió para subir. Sube a la m ística loma que no hay mansión deleitable más llena de paz amable que el nido de una paloma.

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Sube, que yo cuando subes por ese atajo risueño, gentil alondra te sueño, que va a cantar a las nubes. Sube, preciosa erm itaña, que algo que no dá Natura se lo dará a tu hermosura la Virgen de la M cntaña. Que aunque el espejo te cuente que son tus labios muy rojos, que son muy negros tus ojos que es divina tu frente, nunca, con ruda franqueza, de amigo que se delata, te dirá que él no retrata lo m ejor de la belleza. Yo puedo darte un consejo, pues digo verdad si digo que soy más honrado amigo que el sátiro y el espejo. Y sé m ejor que los dos cuáles son las más graciosas, cuáles las más bellas cosas que puso en el mundo Dios. ¿No sabes que los poetas vivim os siem pre cantando, de la belleza buscando siem pre las claves secretas? ¿Y no sabes tú paloma, que no nos placen las ílo re s ricas en vivos colores y pobres en el aroma? ¡Pues, sabe, linda erm itaña, que algo que no dá Natura se lo dará a tu herm osura la Virgen de la M ontaña! Todos los años, estrella, sé que subís a su erm ita y le hacéis una visita Tú y la prim avera bella.

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Y yo, que vivo buscando bellas cosas que cantar, tal visita al recordar, suelo decir suspirando:

¡Será un cielo aquella sierra cuando, levantando el vuelo, visite n a la del cielo las Vírgenes de la tie rra !...

José María GABRIEL Y GALAN

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TESTAMENTO DE FRANCISCO DE PANIAGUA «ln Dei nomine. Amén. Sepan quantos esta Escriptura de Testa­ mento, últim a y final voluntad vieren, que yo Francisco de Panyagua, natural de las Casas de M illán y vecino de esta v illa de Cáceres, es­ tando como estoy enferm o del cuerpo y sano de la voluntad y en mi ju icio , memoria y entendim iento, tal qual Dios Nuestro Señor fué ser­ vido de me dar y creyendo como creo en el M iste rio de la Sma. Tri­ nidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tre s personas y un solo Dios ve r­ dadero, y en los catorce artículos de la Fe y en todo aquello que tie ­ ne, cree y confiesa la Santa Madre Iglesia, y recibiendo como recibo por mi intercesora, tesorera y abogada a la gloriosa Virgen María, le pido y suplico presente mi ánima ante su precioso H ijo y le pida y ruegue me la perdone y lleve a su santo reino del Paraíso para do fué creada. Y tem iéndom e de la m uerte que es cosa natural, de que perso­ na alguna que en este mundo viva pueda escapar, para salvación de mí ánima y descargo de mi conciencia, ordeno mi testam ento en la fo r­ ma siguiente: Prim eram ente encom iendo m i ánima a Dios N uestro Señor, que la crió y redim ió con su preciosa sangre, m uerte y Pasión, y el cuerpo a la tie rra de que fué ’íorm ado. Item mando que quando Dios Nuestro Señor fuere servido de me llevar de esta presente vida, mi cuerpo sea sepultado en ias Ermitas de Nuestra Señora de M onserrate, exido de esta villa, en la sierra que dicen de Moscas, en donde tengo hecho un sepulcro. Item , mando que el día de mi entierro, siendo hora de celebrar los oficios divinos, o el siguiente, se me diga una M isa cantada, la sup lico a el Lido. Don Sancho de Figueroa Ocano, Pbro. la diga por su persona, y el oficio de cuerpo presente según confío de su am istad. Item, es mi voluntad que el dicho Don Sancho de Figueroa me ha­ ga d e cir seis misas rezadas y tre s de indulgencia el día de mí entie­ rro, y las demás que le pareciere y de lim osna me quisiere decir. Item, mando a las mandas pias, forzosas y acostumdas, a cada una, dos mrvs. como que los aparto de mi herencia. Item , declaro que luego que vine a esta vida me incliné, para ser­ vicio de Dios Nuestro Señor y su bendita madre, a el dicho s itio de Nuestra Señora de M onserrate y con mi corto y pobre trabajo he he­ cho la Iglesia, he cercado la tie rra y d is tric to que esta V illa hizo gra­ cia y donó a la Virgen Sma, un pedazo de tie rra que llaman el Casta­ ñal, de que le hicieron donación Don Pedro de Ovando Perero y doña M encía Becerra su muger, Don Gabriel de Saavedra su nieto, Don Cos­ me de Ovando y Juan Solana, vecinos de esta Villa, según de lo uno y de lo otro constará por Escritura de donación. Y por quanto deseo la conservación y aumento de las dichas Ermitas, es mi voluntad per­ manezca siem pre y haya memoria de obra tan santa, de cuya causa suplico y encargo al dicho Licenciado Don Sancho de Figueroa Ocano, por la grande am istad que habernos tenido y com unicación de más de catorce años, que por la devoción que he conocido que tien e .a la dicha Ermita, y a las cosas del culto divino y servicio de Nuestra Señora, conserve y aumente la dicha obra, gastando en su reparación y edifi­

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cación los m ateriales que en ella dejo, lo que confío hará como tan buen sacerdote, y m ientras Dios Nuestro Señor le diere vida quiero que sea M ayordomo de la dicha Ermita. Y para cu m p lir y pagar esti mi testam ento, nombro y dejo por m is testam entarios y albaceas a el dicho Don Sancho de Figueroa Ocano y a Juan González Barquero, vecinos de esta villa, a los quales y a cada uno de ellos, in solldum , doy poder cum plido para que entren en m is bienes y los vendan y rem aten en almoneda o íuera de ella, y de su producto y valor cumplan y paguen éste mi testam ento y todo lo en él contenido; in stitu yo por mi universal heredero, bienes, derechos y acciones quantos tengo y me pertenecen y me pertenecieren en qualquier manera, al dicho Don Sancho de Figueroa, Pbro., vecino de esta Villa, para que los haya y herede y haga y disponga de ellos a su voluntad, como cosa suya propia. Y por este mi testam ento, que ahora otorgo, revoco y anulo y doy por ninguno y de ningún valor ni efecto, otro cualquier testam ento o testam entos, mandas y codicilos que haya hecho y otorgado por escri­ to o de palabra antes de éste, para que no valgan ni hagan fe en ju i­ cio ni fuera de él, salvo éste que al presente hago y otorgo, el qual quiere valga por mi testam ento; y si no valiere por tal, valga por mi codicilo, o por Escritura Pública y en efecto por mi ultim a y final voluntad, y en la vía y -orm a que más y m ejor lugar haya de derecho, en cuyo testim on io le otorgo por ante el Escribano Públi­ co y testig os in fra scripto s en la dicha villa de Cáceres a 24 días del mes de Mayo de 1636 años, siendo testigos Lidos. Diego O jalvo y Andrés M artín C ordero y Juan M uriel, vecinos de la villa. Y a ruego de dicho Francisco de Paniagua, que yo el Escribano doy fe conozco, que dijo no poder firm a r por la gravedad de su enfermedad, rogó a un te stig o firm ase por él. A ruego y pedido, te stig o Licdo. Juan M uriel.— A nte mí, Juan Guerra, Escribano. Concuerda lo inserto con su original, que queda en el Registro de Escrituras y C ontratos públicos que pasaron y se otorgaron ante el citado Juan Guerra en el referido año, que guardo en mi poder y ofi­ cio a que me rem ito, y en fe de ello doy el presente que signo y fir­ mo en la villa de Cáceres en 17 días del mes de Septiem bre de 1765. Pedro Joseph de Curcios.» (Hay un signo y una rúbrica.)

ATESTADO DE DEFUNCION

"M u rió Francisco Paniagua en 28 de Agosto de 1036, en la ca­ sa de Don Sancho de Figueroa, fué sepultado en la iglesia que él m is­ m o fa b ricó con su sudor y trabajo, y le llevaron el m ism o Don San­ cho y otros tre s Sacerdotes, según asiento que he visto firm ado de Bartolomé Sánchez Rodríguez, que es la única noticia que hay del día fijo de su m uerte, porque no se halla partida de su entierro. Y para que conste lo firm o en Cáceres a 10 de A bril de 1785.— Dr. Simón Be­ n ito Bojollo, Diputado Eclesiástico de esta Cofradía.» (Sigue la firm a.)

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ACUERDO DE LA COFRADIA PARA OUE SE RECE UN RESPONSO EN EL SEPULCRO DEL FUNDADOR «En Cáceres a 9 de A b ril de 1648, estando reunidos los señores... Por cuanto Francisco Paniagua, vecino de las Casas de M illán , fué el fundador de la Erm ita y mucha parte de la casa con su sudor y traba­ jo , y está enterrado como tal en dicha Ermita y es ju sto acordar se le den sufragios para siem pre jam ás; acordaron y mandaron que de aquí adelante, después de la M isa cantada, que se diga en la fiesta de Nuestra Señora, habiendo dicho el responso por los Hermanos Cofra­ des, se diga otro cantado en el en tierro del dicho Francisco Paniagua, y además este año una M isa en !a parroquia de Santa María, ect.» ACUERDO DE LA COFRADIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA MONTAÑA PARA TRASLADAR LOS RESTOS DE FRANCISCO PANIAGUA «En la Villa de Cáceres a 12 de A b ril de 1784, convocada la Co­ fradía de Nuestra Señora de la Montaña en la sacristía parroquial de Santa María; conviene a saber: los señores M ichael Alonso Guerra, mayordomo actual; Francisco Camberos, D. Simón Benito Bojoyo, d i­ putado eclesiástico; Diego Pacheco, Agustín Galeano y A ntonio Pa­ lacios, con asistencia de D Juan Díaz M iguel, cura re cto r de dicha iglesia y por ante mí el presente Secretario de la Cofradía, se leyó un e scrito firm ado por dicho señor diputado eclesiástico, que contenía el origen del Santuario e Imagen, fundación de la Cofradía y otras n o ti­ cias que de él, más extenso constan. Y oído y entendido por los ofi­ ciales presentes, unánimes y conform es, acordaron: que declarándo­ se en el leído escrito, form ado a vista de libros y papeles que guarda en su A rchivo esta Co.radía, que el principal fundador de dicho San­ tu a rio fué el devoto Francisco de Paniagua, natural de Casas de M i­ llán, y que en él vivió muchos años, y que po r su testam ento1 otorga­ do en esta villa en 24 de Mayo de 1636, ante Juan Guerra, se mandó sep ulta r en la Ermita que él mismo fabricó, como segunda, que hoy existe debajo del Coro, y con efecto en un acuerdo celebrado por la Cofradía en 9 de A b ril de 1646, declara ésta se halla sepultado en re­ fe rid a Erm ita; y habiéndose construido la tercera en que al presente se venera la Santa Imagen, se padeció en aquel tiem po notable des­ cuido de no trasladar a ella el sepulcro y cenizas de su íundador, de­ jando con esto en la obscuridad del olvido la memoria de tan insigne bienhechor, desatendiendo lo que en dicho acuerdo se previene, de que anualm ente en día de ¡a Festividad, se cantase un Responso so­ bre la sepultura de Paniagua. Pero no pudiendo esta Cofradía perm i­ t ir que por más tiem po permanezca olvidado, o que, por e! transcur­ so de él, se llegue a borrar del io d o la buena mem oria de Paniagua, y para que no sea defraudada de los sufragios de esta Cofradía y de­ más de los fieles acordaron que ante todas cosas se ocurra por el Ma­ yordom o actual por vía de súplica en nom bre de esta Cofradía al Sr. Provisor Vicario General y Gobernador de este Obispado S. V., s o lic i­ tando el perm iso y licencia para la traslación de dichas cenizas, remo-

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viéndolas del s itio que ocuparon, en segunda referida Ermita y en la que se dejaron desde ei ^fallecimiento de dicho Fundador, para lo que se sirva su merced mandar lib ra r su despacho, a fin de que por ante Nota­ rio que haga fe, confiera com isión al Sr. Vicario, Juez Eclesiástico de esta Villa y su A rciprestazgo, en cuya virtu d se examinen seis te s ti­ gos de los tre s estados, Eclesiástico, Noble y General, sobre el con­ tenido del despacho que se libre; y evacuada la diligencia resultiva de la inform ación para la que tendrá el M ayordom o a su disposición to ­ dos los libros y papeles del A rchivo, llegado el caso de la exhumación de las cenizas, acordaron se coloquen dentro de una caja de madera, y a su tiem po entierren al lado del Evangelio, en la nueva Iglesia, po­ niendo una lápida con esta inscripción: «Aquí yace Francisco Pania­ gua, Fundador de este Santuario», cuya traslación se celebre con fu ­ nerales solemnes, convocando al pueblo para su asistencia, todo con arreglo a lo que disponga el Sr. Provisor. A sim ism o acordaron que to ­ dos los años perpetuam ente, en la Dominica In A lb is, por la tarde, acabada la Salve, después de la Procesión, siga un Responso cantado sobre el sepulcro, según está mandado, para que todos encom ienden a Dios al Fundador, cuya m em oria debe honrar en cuanto pueda esta Cofradía... A sí lo dijeron, acordaron y firm aron, los que supieron, y doy 'fé; (siguen las firm as).— Ante mí, Manuel Joseph Díaz Guerra, Secretario.» ACTA DE TRASLACION DE LOS HUESOS

ta r la antífona «Si iniquitates» y seguidam ente el Salmo «De profundis»j con lo cual por los dichos Diputado y A lcaldes de dicha Cofra­ día se tom ó de la mesa el ataúd de los huesos del referido Francisco Paniagua, y form ada la procesión fuera de la iglesia precediendo el es­ tan darte negro de la Cofradía y la cruz parroquial, siguiendo el Clero y mucha parte del pueblo con velas encendidas procesionalm ente y cerrando detrás del Preste, el caballero Regidor Don Juan Jimenez de Cenarbe, continuó la procesión dando la vuelta a la Ermita hasta lle­ g a r al Tabernáculo en que se coloca a Nuestra Señora el día de su fiesta , y delante de él sobre un bufete cubierto con bayeta negra, se depositó dicho ataúd con luces, y tomando asiento los concurrentes se dió principio al serm ón de exequias, que predicó el R. P. Fr. Juan Muñoz, Predicador General y Guardián del Real Convento de Sari Fran­ cisco de esta villa y concluido se volvió a ‘form ar la procesión co n ti­ nuando el círculo hasta volver a la Ermita, cantando el Salmo M ise re­ re, y habiendo llegado a ella y puestos los dichos huesos en el lugar que antes estaban, se entonó por el Preste la oración «Non íntres» y sig u ió el coro cantando «Libera me, Domine», y acabado siguió «In paradisum », lo m ismo que se practica en los oficios de sepultura, la que se dió a dichos huesos con su ataúd en el medio de la iglesia, des­ viándole de la peana del altar mayor cosa de una vara, cubriéndole con una lápida cuya inscripción dice así; «Aquí yace Francisco Pania­ gua, fundador de este Santuario. R. I. P. A.», y lo firm aron los concu­ rrentes.» LICENCIA PARA QUE PUEDA DECIRSE M ISA EN LA ERMITA

«Estando en la Ermita de Nuestra Señora de la Montaña, extram u­ ros de la villa de Cáceres, en 1." de Mayo de 1785 años, Don Diego José Ramos Aparicio, Cura propio de la iglesia parroquial del Señor Santiago de esta villa y Teniente de Vicario y Juez Eclesiástico de ella y su A rciprestazgo, con asistencia de Don Francisco A lfonso Adeguero, Teniente Cura de la iglesia de Santa María; Don José Nicolás González, Beneficiado propio de ella; Don Juan Bruno Grande, Don Luis Guerra Borregón, Don Luis Gonzaga M arrón, Don José Moracho, Don José García de las Rivas, Beneficiados servidores de dichas igle­ sias; M iguel Alonso Guerra, Diputado; Diego Bravo, Agustín Galeano, A ntonio Palacios, Alcaldes; y Manuel José Díaz Guerra, S ecretario de dicha Cofradía, no habiendo concurrido Don Simón Bojoyo, Pbro. Dipu­ tado Eclesiástico, por estar ausente; y estando en medio de la igle sia de las Ermitas de Nuestra Señora de la Montaña, un bu fete cu­ bierto con una bayeta negra y sobre él un ataúd forrado en lo mismo, donde se hallaban custodiados los huesos de Francisco Paniagua y al­ rededor dife ren te s luces y achas de cera. Así convocados con mucha parte del pueblo, siendo la hora de las nueve de la mañana de este día, por dichos señores Curas y Beneficiados de ro.erida iglesia de Santa María, se dió princip io a cantar el In vita to rio y prim er Noctur­ no del oficio de difuntos con rito doble, y seguidam ente se cantó !a Misa de cuerpo presente con diáconos en el a lta r mayor, donde se venera la Imagen de Nuestra Señora, en que ofrendó el Mayordom o, Diputado y Alcaldes de la Cofradía. Y concluida dicha M isa se cesó hasta la tarde, a las tre s horas de ella, en la que habiendo salido el Preste con capa pluvial negra, se principió por los Eclesiásticos a can­

«Nos el Ledo. Don García de Contreras, Prior y Canónigo en la Santa Iglesia Catedral de Coria, V isita d o r General en todo su O bis­ pado, S. V. etc. Por cuanto nos consta por inform es que nos han he­ cho la mayor parte de la gente noble e ilu stre de esta V illa de Cá­ ceres y de la mayor parte de la gente común de ella, con el cuidado, am or y vigilancia que el Ledo. Don Sancho de Figueroa Ocano, Pres­ bítero , ha acudido y acude a la conservación y reparos de la iglesia de Nuestra Señora de la Montaña y de sus cercas y tie rra s que es­ tán en la sierra que llaman de la Mosca, extram uros de la misma v i­ lla, único verdadero Patrono de la dicha iglesia por gracia y donación universal heredam iento que de ella hizo el venerable Francisco de Paniagua por una cláusula de su testam ento; y porque algunas per­

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«D. Jerónimo Ruiz de Camargo, Obispo de Coria, del Consejo de S. M .; Por la presente damos licencia al señor Don Sancho de Figue­ roa, Presbítero, vecino de esta villa de Cáceres de nuestro Obispado, para que pueda de cir M isa en la Ermita de Nuestra Señora de M on­ serra te de la dicha v illa todos los días que tuvie se devoción, sin que p o r ello incurra en pena alguna. Dado en Coria a 8 de O ctubre de 1628— El Obispo de Coria— Por mandato del Obispo mi Señor, Pedro de O cio C astillo, Secretario.» ES RECONOCIDO Y VINDICADO COMO PATRONO DE LA ERMITA DON SANCHO DE FIGUEROA


Item ; por cuanto nos consta y somos inform ados que en la di­ cha Iglesia mandó poner y puso el dicho D. Sancho, un cepo de una piedra de cantería fina, de la cual hizo gracia y donación a la Cofra­ día y de la limosna que en él se juntase, y que lo escaderaron y lo robaron, mandamos a el Mayordomo que de presente es, que luego sin dilación alguna haga hacer y haga se com pre una piedra de can­ tería que sea muy fu e rte y buena y de ella haga un cepo con dos lla­ ves, y la una de ellas tenga e! dicho Patrono y fundador y la otra el

M ayordom o, y la lim osna que en él se juntase se ponga en el lib ro con que las hacen. Item ; sopeña de excom unión, en la form a dicha al M ayordomo y O ficiales, no se entrom etan a despedir ni acoger erm itaño para dicha Santa Casa de Nuestra Señora; pues no les toca y pertenece, sino a* el dicho Don Sancho de Figueroa, como a tal único y verdadero Pa­ trono, y haber puesto y quitado dicho erm itaño desde antes de Fran­ cisco Paniagua, fundador de dicha Santa Casa, m uriera, y estar ero quieta y pacífica posesión de hacerlo así desde sus prim eros prin­ cipios. Item ; mandamos que la elección que se fuere de hacer, así de M ayordom o como de los demás O ficiales de dicha Cofradía, no se haga sin la asistencia de dicho Patrono y su aprobación, para que em todo tiem po haya buena paz y concordia. Item ; mandamos al M ayordomo y demás O ficiales que todas [as; veces que el dicho Patrono y fundador de dicha Cofradía enviase ai pe dir los libros de las cosas tocantes a ella, se los den y entreguen, y no paguen cosa alguna com o no sea con cédula o libranza suya, com o han hecho sus antecesores. Item ; por cuanto en uno de los días del mes de Julio de este presente año, fuim os al s itio y casa de Nuestra Señora de la M onta­ ña y visita m os toda su casa y heredades, de que es Patrono el dicho Don Sancho y habernos inform ado que el susodicho había quitado una piedra que había puesto el fundador Francisco Paniagua, con le­ tras escritas de su nombre encima de la puerta principal de entrada de dicha iglesia y había puesto un cuadro de San A lberto, por obscu­ recer el hecho del dicho fundador y por la vista de ojos que hicim os por ante Benito Sánchez Ruiz, Notario A po stólico público y o rd in ario de esta villa, hablamos la mucha decencia con que estaba la dicha' Casa, del buen acuerdo que tuvo de mandar por encima de ¡a dicha puerta el dicho cuadro, por ser como es tan devoto y penitente y e s ta r entre aquella montaña y piedras, en la cual mueve y provoca a los fieles que visita n aquella Santa Casa. Por tanto, mandamos, en v irtu d de santa obediencia y pena de excom unión, en el modo dicho, a to ­ das y cualesquieras personas, de cualquier estado, calidad y condi­ ción que sean, así como M ayordom os y O ficiales de dicha Cofradía, que de presente son y en el tiem po fueren, no inquieten ni perturben' ai dicho Patrono a que quite dicho cuadro, que Nos por este nuestro' mandato les ponemos perpetuo silencio; y mandamos a el dicho Pa­ trono, para que cesen los inconvenientes, haga íabrar otra piedra de­ cantería, en la cual haga poner las letras que estaban en la parte a donde se puso el cuadro, y la fije en la pared enfrente, donde está otra piedra con otras letras que dicen: «Nuestra Señora de la Mon­ taña», pcco más afuera de la entrada de la iglesia. Item ; mandamos que ¡uego, «incontinenti», haga un aposento que el Ledo. Asensio de Pazos, V isita do r que fué de este Arciprestazgo, nuestro antecesor, mandó se hiciese, por su mandato, a fo lio 34 de este libro, so las penas y censuras en él contenidas, atentos hay d i­ nero en la Cofradía de que poderlo hacer y ser indecencia el no ha­ ber adonde los fieles que fueren a aquella Santa Casa a cu m p lir sus promesas y novenas, puedan estar con comodidad.

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sonas con poco amor a Dios han pretendido in te rru m p irle y estorbarle el señorío que se le debe como a tal Patrono y el gobierno de las cosas tocantes a la dicha Santa Casa, de que en la v illa ha habido muy grande ruido, nota y escándalo, que por tiem p o pueda fa lta r la frecuentación de devoción que los vecinos de esta dicha v illa tienen con aquella Santa Casa e Imagen por ve r el aseo y adorno con que lo ha tenido el dicho Patrón. Por tanto, para que en todo tiem po vaya en más aumento y cesen los ruidos y escándalos que ha habido, man­ damos se guarden y cum plan los mandamientos siguientes: Prim eram ente; confirm am os y aprobamos y de nuevo revalidam os todas las com isiones y licencias que los señores Obispos y sus V i­ sitadores, nuestros antecesores, han concedido al dicho Don Sancho de Figueroa Ocano, Presbítero, patrono de dicha iglesia y fundador de su Cofradía, y mandamos se cumplan y guarden en todo y por todo según y como en ellos se contiene. Item ; mandamos que los O ficiales de la Cofradía que en dicha iglesia de Nuestra Señora de la Montaña in stitu yó y fundó el dicho Don Sancho, que de presente son y por el tiem po fueren, que todas las cuentas que dieren de sus m ayordomías las den a el dicho pa­ trono, y en su presencia com uniquen con él y le den cuenta de todas las cosas que hubieren de hacer, para que con su consejo sucedan y se hagan más acertadamente, lo cual cumplan so pena de excomu­ nión mayor «trina m onitione praemissa» en derecho «latae sententiae incurrenda ipso íacto», y con ap ercibim iento de lo que de otra mane­ ra se hiciere, seo nulo y de ningún valor y efecto. Item ; mandamos que el Mayordomo y O ficiales de dicha Cofradía, que de presente son y de por tiem p o fueren, so la dicha pena de ex­ com unión, como dicho es y que se procederá con todo rig or de de­ recho y nulidad, no se entrom etan directa u indirectam ente en cosa alguna que el dicho D. Sancho de Figueroa, como tal Patrono, único y verdadero, hiciese tocante a su patronazgo de dicha iglesia y tie ­ rras, pues los susodichos no tienen acción para contradecir del Pa­ trono los actos de su patronazgo. Item ; mandamos que el Mayordomo y demás O ficiales que son y por tiem po fueren, hagan M em oria e Inventario de todos los bienes y alhajas que ellos por sí o sus antecesores adquirieron o hubieran ad­ quirido, sin entrom eterse en los bienes que el Patrono adquirió an­ tes que fundase dicha Cofradía y después haya o hubiese adquirido y de aquí adelante adquiriere como tal Patrono, supuesto nos consta, como arriba dejamos dicho haya gastado no sólo los bienes que su buen celo adquirió, sino la poca renta que tiene, en ú til y aumento de aquella Santa Casa.


Y para que todo lo susodicho tenga cum plido efecto, com etem os mandamos al Ledo. Don Sancho de Figueroa Ocano, Presbítero. Pa•trono de dicha Iglesia, para que haga ejecutar y ejecute todo lo aquí [por Nos referido y declarado, y asim ism o pueda aprem iar y aprem ie a l M ayordomo o M ayordomos que de presente son o por tiem p o fueiren, a que den las cuentas de su M ayordomía y hagan pago de los alcances que se le hiciesen, librando para ello los mandam ientos con censuras necesarias, invocando, necesario siendo, el auxilio del bra­ zo secular, hasta poner eclesiástico entredicho, que para todo ello v lo anejo y dependiente, le damos plena com isión, según como lo haIbemos y tenemos, con facultad de citar, excom ulgar y absolver. Dada en Cáceres, estando en V isita, a 12 de Septiem bre de 1642. Don García de Contreras.— Ante mí, Diego Barajas, Secretario.» (Existe acuerdo de la Cofradía, fecha 23 de octubre, no conform e con el auto, y com isiona al mayordomo para que entable protesta y recurra en pleito a los Tribunales.)

esta villa de Cáceres y su A rciprestazgo, el que dadas las cuentas de la Cofradía de Nuestra Señora de la Encarnación de la Montaña por Benito M artín Carrasco. Mayordomo que de presente es de dicha Cofradía, de tres años que cumplen el día de la fiesta de la Presenta­ ción de 1651, las pueda v is ita r y mandar se cobren los alcances, que para todo y lo anejo y dependiente le damos com isión en form a, con facultad de excom ulgar y absolver, lo cual le encargamos como a bienhechor y fundador de dicha Cofradía. Dad-i en nuestras Casas Episcopales de esta villa de Cáceres a 23 de Marzo de 1651.— El O bis­ po de Coria.— Por mandato de S. S. I. el O bispo mi señor, Licenciado Dr. Juan de la Torre, Secretario.» Sigue: «Cuenta que da Benito M artín Carrasco, desde 25 de M ar­ zo de 1648, hasta el m ism o día y mes de 1651.» Y aparte: «Testimonio de la visita de Don Sancho de Figueroa», (las halló bien y aprueba, fecha 8 de marzo de 1652). PARTIDA DE DEFUNCION DE DON SANCHO DE FIGUEROA

OTROS DERECHOS QUE SE LE CONCEDEN; PROTESTA DE LA COFRADIA E INVENTARIO QUE SE DA «En ¡a v illa de Cáceres a 12 de Febrero de 1650, estando reuni­ d o s etc., el M ayordomo dió cuenta de que por Don Sancho de Fk/ueroa se han ganado unas generales, despachadas por el señor Provi­ sor de Coria, en razón de que se supiese quién robó una joya de oro en la Cofradía y así se manda con censura de excom unión que nin­ guna persona llegue ni toque a la Imagen y su a lta r sino el dicho Don Sancho de Figueroa o quien nombre, y como esto redunda en pe rju i­ cio del Mayordomo y de la misma Cofradía, etc., (acuerdan pedir que se revoque y hasta si es necesario seguir p le ito en los; Tribunales. A! día siguiente, 13 de Febrero, se celebra Cabildo General de la C ofra­ día, para tra ta r de nuevo sobre el asunto y se decide que se pida a Don Sancho inventario de lo que tiene en su poder, dejándole lo que es suyo y que lo demás lo entregue al Mayordomo).» «Inventario de los bier.es y alhajas de Nuestra Seño*a de la M on­ taña que yo Don Sancho de Figueroa Ocano, Vicario de la villa de Cá­ ceres y su A rciprestazgo, he tenido en mi poder desde el principio que se comenzó a fundar la Ermita de Nuestra Señora, los cuales en­ trego hoy día de la fecha a Benito M artín Carrasco, Mayordomo de d i­ cha Cofradía.» (En te rc e r lugar), «Más la Imagen de Nuestra Señora que está en la dicha Ermita la cual a costa mía y de Francisco de Paniagua s e hizo.» (Continúa el inventario de otros muchos objetos y alhajas que fiem os dado en el texto.)

«Enterróse en esta iglesia parroquial de Santa María la Mayor de Cáceres, Don Sancho de Figueroa Ocano, Presbítero, en 28 de A gosto de 1660; dijéronsele tre s M isas cantadas; las dos, la Parro­ quia, y la otra, el Convento de Santo Domingo; hizo testam ento ante Gonzalo de Aldana, en 6 de Julio; mandó ciento cincuenta M isas de testam ento y no más; y lo firm o.— Juan Vega.» PROYECTO DE FUNDACION DE LA COFRADIA; MEMORIAL AL SR. OBISPO «Don Sancho de Figueroa Ocano, Presbítero, Capellán de V. S.; Digo que tengo devoción a Nuestra Señora de M onserrate cuya Ermi­ ta está en la sierra que dicen de Mosca, pasado el; monte del Calva­ rio, y para que las indulgencias que así por S. S. y del Sr. Nuncio, co­ mo los perdones por V. S. concedidos a la dicha Erm ita y su Capilla sean más frecuentes y haya mayor devoción, quiero señalar y seña­ lo, dono y concedo graciosam ente a la iglesia de la dicha Ermita es­ ta Escriptura que ante V. S. traigo de renta de cinco ducados en ca­ da año, para que con este princip io com ience a haber Cofradía y her­ manos de la devoción de Nuestra Señora de M onserrate, por cuan­ to hay muchos vecinos de esta villa que quieren ser Cofrades. Por ta n to a V. S. pido y suplico se sirva de a d m itir la dicha donación y e rig ir la dicha Cofradía, dando com isión a su Vicario para que están do hechas las Ordenanzas las pueda afirm ar y comprobar, y que esta pe tició n y escriptura y todo lo demás anden cosidos en el lib ro de ia dicha Cofradía para m em oria de tan Santa obra, y pide merced y ju sticia .— Don Sancho de Figueroa.»

FACULTAD DEL SEÑOR OBISPO PARA QUE TOME LAS CUENTAS DE LA COFRADIA DON SANCHO DE FIGUEROA

DECRETO DEL SR. OBISPO PARA ERIGIR LA COFRADIA

«Nos Don Francisco Z&pata y Mendoza, por la gracia de Dios y de la S. S. A., Obispo de Coria, del Consejo de S. M..; Por la presen­ t e com etem os al Ledo. Sancho de Figueroa Ocano, nuestro V icario en

«Don Frey Juan Roco Cam pofrío, de la Orden y Caballería de A l­ cántara, por la Gracia de Dios y de la S. S. A., Obispo de Coria, del Consejo de S. M., etcétera. V isto lo pedido por Don Sancho de Figue-

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roa Ocano, Clérigo Presbítero, vecino de esta Villa, en la petición supra scrípta y la Escriptura que en ella se refiere. Por la presente, ad­ m itiendo como adm itidos, la donación que el susodicho hace a la Iglesia y Ermita de Nuestra Señora de M onserrate, de los cinco du­ cados de renta de censo contenidos en la dicha Escriptura, damos licencia para que se erija y funde la dicha Cofradía de Nuestra Se­ ñora de M onserrate, y Nos desde luego la erigim os y fundam os con la dicha renta, esperando en la devoción de los fieles y en la que los vecinos de esta villa tienen a la dicha Ermita, aumentarán la dicha renta, para que la dicha Cofradía permanezca, y mandamos que con el dinero que dieren las prim eras personas que entraren en la dicha Cofradía por Cofrades de ella, se alquilen algunos peones para que lim p ie n el cam ino que va del Calvario a la dicha Ermita de las mu­ chas piedras que tiene, pera que estando más llano y menos áspero de lo que ahora está, los que tienen devoción a Nuestra Señora se hallen obligados a frecuentarla más cada día. Y damos asim ism o li­ cencia para que se hagan las Ordenanzas que convengan y sean ne­ cesarias para la conservación de la dicha Cofradía, con tal se nos traigan, para que vistas y hallándolas bien ordenadas, las aprobemos. Dada en Cáceres a 25 de Enero de 1635. Y la dicha petición y Escríptura, con esta nuestra licencia, se ponga en el principio del li­ bro que se hiciere de la dicha Cofradía; y concedemos a las perso­ nas que entrasen por cofrades de ella, cuarenta días de indulgencia a cada uno. El Obispo de Coria.— Por mandato del Obispo mi señor, M artín de O londriz, Secretario.»

«En el nombre de !a Santísima Trinidad etc. N otorio sea a todos los fíeles presentes y futuro s en todo tiem po, que en la muy noble y muy leal villa de Cáceres, Diócesis de Coria, domingo que se cotrtarorl 11 días del mes de Marzo año de 1635, en las casas de mora­ da del devoto señor D. Sancho de Figueroa Ocano, Presbítero, se juntaron los reverendos señores que aquí se referirán, conviene a saber, el Ledo. Alonso de M olina, cura propio de la parroquial de San Juan Bautista; el dicho Licenciado Don Sancho de Figueroa Ocano, Francisco M artín Clem ente, Licenciado Alonso de Ojalvo, Licenciado Esteban Jiménez Frutos, todos Presbíteros y Don Diego A ntonio de Ovando Saavedra, Don Diego de Ulloa Vaca de Castro, del Orden y Caballería de Calatrava, Caballeros regidores perpetuos de dicha Vi­ lla y Don Jerónimo de Aldana Paredes, Ledo. Diego Ojalvo, Juan Ojal­ vo Laso, Juan Guerra, Escribano de! núm ero de la dicha villa, Luis Alcobaza Juan Serrano de Ojalvo, Andrés M artín Galeano, Francisco de Salinas, todos vecinos de la dicha villa. Y dijeron que días había, de por sí cada uno, habían considerado que un pobre y devoto hom­ bre llamado Francisco Paniagua, no sin p a rticu la r moción del cíelo, se había determ inado a fa b rica r entre el risco alto de la sie rra lla­ mada de ¡a Mosca, que está ju nto a la dicha v illa a la parte de O rien­ te del s itio del invierno, a media legua escasa de dicha villa, una de­ vota Ermita, que había Mamado y dado vocación de Nuestra Señora de M onserrat, y que respecto del poco caudal y posible del dicho

Francisco Paniagua, parecía casi im posible haber podido fa b rica r lo que había hecho con solo su trabajo, lo cual v is to y la perseverancia con que el devoto Francisco Paniagua había instado e instaba en ¡a 'fábrica y conservación de la dicha Ermita, les había fervorizado el ánimo en servicio de la Santísima Virgen de ayudar y procurar el au­ mento y perpetuidad de su nuevo Sácelo, cifra del adm irable y ve ­ nerable tem plo que está en España, cerca de la insigne ciudad de Barcelona, para que los que no puedan gozar de aquel inestim able Santuario, acudiendo a éste refresquen la m em oria del otro, y con el deseo cariñoso siem pre estén con encendidos deseos, procurando el mayor servicio de la Santísima Virgen nuestra Señora. Y atendiendo asim ism o que en esta villa se ha recibido en común y aclamado con debida expectación y aplauso el in te nto del fundador antedicho, de form a que el señor O bispo de Coria Don Jerónim o Rui? de Camargo, por persona de su servicio, aprobando el pío intento de la nueva de­ voción hizo bendecir el nuevo O ratorio, Capilla y Ermita de Nuestra Señora, el año 1626, lo cual se hizo con mucha solem nidad y música y asistencia de sacerdotes, diciéndose en él desde entonces M isas cantadas y rezadas, y habiendo grande y ordinario concurso de fieles a v is ita r la Imagen de Nuestra Señora, que está en dicha iglesia y po­ niendo y colgando en ellas m ortajas, imágenes de cera, m uletas y ci­ rios, habiendo atribuido cada uno que ha puesto su insignia a m ilagro el rem edio de la salud que en su enfermedad alcanzó, y viendo que por medio e instancia de dicho Sr. D. Sancho de Figueroa se ha ga­ nado de Su Santidad y de los Señores Obispos de Coria, perdones, indulgencias y jubileos que en dicha Erm ita ganan los fieles, y que deseando esta noble villa tam bién favorecer esta nueva planta, hizo donación de toda la cantidad de tie rra que está entre dichos riscos de la sierra en que se incluyen los tajados peñascos de su cum bre como hoy se ve con su cerca, y que otros devotos caballeros que fue­ ron Don Gabriel Saavedra, Don Cosme y Don Rodrigo de Ovando, tam bién le hicieran gracia de la heredad llamada el Castañar, con su tie rra , que está aguas ve rtie n te s de la sierra al O riente, contigua al s itio que dió la villa, y atendiendo asim ism o que los grandes Santua­ rios han tenido princip io s hum ildes, y la grandeza y ensalzamiento está en la voluntad del O m nipotente Señor que siem pre recibe las pequeñeces que sus siervos le ofrecen mirando sólo a la caridad y amor como m iró la ofrenda del inocente Abel para m agnificarla y dar m uestra de su aceptación, y suplicando a la divina M ajestad hum il­ dem ente acepte la presente y la levante y am plíe como sea más de su honra, y gloria de su santo nombre, han acordado bajo el beneplá­ c ito del lim o. Sr. O bispo D. Frey Juan Roco Cam pofrío, del Orden y Caballería de Alcántara, Obispo de Coria, fundar una cofradía en di­ cha Erm ita con el nombre y vocación que hoy tiene de Nuestra Seño­ ra de M onserrat, la cual Hermandad sea de fieles, así hom bres como m ujeres, de cualquier estado, ciencia y artes, y para ello, ante todo, dicho Sr. D. Sancho de Figueroa la dota de cinco ducados de princi­ pal en una renta de censo perpetuo que tien e sobre el suelo y pro* piedad de unas casas con sus corrales y jardines que está en esta v illa calle llamada de V illalobos, destinada en la Escriptura del censo y títu lo que entrega y donación que otorga para que esta prim era

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PRIMERAS ORDENANZAS


ofrenda, aunque pequeña, sirva como de nidal e incentivo sobre que los fieles vayan aumentando y fabricando esta nueva obra, y para que con el buen orden todo se vaya am plificando respecto que la m itad del hecho es bueno y pío principio, ordenaron e hicieron las con sti­ tuciones, reglas y ordenanzas siguientes: I.— Lo prim ero, que esta santa Cofradía levante, desde luego, pendón para que con él se honre a los cofrades el día de su en tie­ rro y con sus dos achas encendidas, el cual pendón ha de ser de da­ masco pardo, con su cruz de plata y las achas blancas, en las fe s ti­ vidades de Nuestra Señora, que ha de celebrar esta santa Cofradía, la cera y velas que han de dar encendidas a los hermanos, han de ser blancas. II.— La Cofradía ha de ten er siem pre Mayordomo, tre s Alcaldes y dos Diputados, que han de s e rvir un año, o el demás tiem po que el Cabildo le nombrase o reeligiese. Y cada año, el día de la festivid ad de Nuestra Señora, se ha de ju n ta r el Cabildo de dicha Cofradía, el cual ha de eleg ir y nom brar M ayordomo, Alcalde, y Diputados, para el año que siguiesse; han de ser éstos de los hermanos de dicha Co­ fradía, y han de aceptar los cargos y servir, pena de media arroba de cera a quien no obedeciere y cum pliere, y aunque pague la pena y si vuelto a requerir no cum pliere pague sin embargo la dicha pena y sea borrado del libro. Y desde luego para hacer un buen principio, nom­ braron por M ayordom o a Luis de Alcobaza y Alcaldes a Juan Serrano de Ojalvo, Andrés Galeano y Francisco de Salinas Jorge, y por Escri­ bano, que lo es del número de esta villa, a Juan Guerra, y por Dipu­ tado, a Francisco M artín Clem ente, Presbítero, y Juan O jalvo Laso, que estaban presentes y aceptaron. III.— Item , que el día de la festividad de dicha Cofradía sea el de Nuestra Señora de la Anunciación, que es a 25 de Marzo, y se ha de hacer y celebrar la fiesta en dicha Ermita, y habiéndose acabado la M i­ sa, el dicho Mayordomo, Alcaldes y Escribanos, se han de ju n ta r y ha­ cer elección de oficios para el año siguiente. IV.— Item, porque muchas veces el tiem po de dicha festividad suele ser tan riguroso de aguas que nadie se atreve a sub ir a dicha fiesta, o por caer en Semana Santa, en tales casos puede el Cabildo tra n s fe rir la dicha fiesta para un Domingo adelante, que sea en todo el mes de Marzo o A b ril. V.— Item , se ordena que, habiéndose fenecido el año y hecho la fiesta y elección, se tomen cuentas del Mayordom o, el cual sea o b li­ gado a darlas dentro de tre in ta días, pena de tre s libras de cera, y le compelan a ello y el Señor Vicario de esta v illa le apremie con cen­ suras. VI.— Item, se ordena que a las cuentas asista a tom arlas el Se­ ñor Rector de la Congregación de Sacerdotes y Seglares que hoy se ejerce en la parroquia de San Mateo, y si no el Sr. Cura, y si no lo fuere, nom bre el Cabildo un señor sacerdote que sea Hermano, y no habiendo sacerdote, nom bre un seglar que sea persona autorizada. VII.— Item, se ordena que por ahora se digan por los cofrades difuntos dos Misas rezadas, y, siendo Nuestro Señor servido, adelan­ te irá el Cabildo de la Cofradía aumentando las Misas. VIII.— Luego que esta Cofradía tenga caudal suficiente, como al

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Cabildo pareciere, todos los días de fiesta de Nuestra Señora se ha de de cir misa en su Ermita, por los hermanos Bienhechores. IX.— Item, que si el Mayordomo, Alcaldes, Diputados o Escriba­ no, m urieren estando sirviendo, se les diga además una M isa canta­ da con responso, el dom ingo siguiente a su m uerte, en la parroquia donde fuere enterrado, asistiendo los O ficiales de la Cofradía. X.— Item, que la Cofradía ha de te n e r obligación a en terrar y acompañar en sus en tierro s a las m ujeres o hijos de los cofrades, con sus insignias. XI.— Item , que el M ayordom o ha de te n e r m uñidor y demandador los domingos, con los cuales se concierte, por lo que pudiese con el m ayor ú til de la Cofradía. XII.— Item, por la entrada, pague cada hermano, para se rvir a la Cofradía, seis reales y una libra de cera. X III.— Item , que las m ujeres de los Cofrades paguen, para en­ tra r, tre s reales y una libra de cera. XIV.— Item, que cada uno de los cofrades pueda entrar en esta Cofradía dos hijos, uno en vida y otro en m uerte, pagando por ahora por el prim ero cuatro reales, y por el otro tre s reales y libra de cera. XV.— Item, que las personas que no pudiesen servir, paguen do­ ce reales y libra de cera, y con sus hijos en vida o m uerte se guar­ de lo dicho arriba. XVI.— Item , que los que pudieren s e rvir la Cofradía, no se les ad­ m ite por Hermanos, con la condición de que no han de servir, sino que entrar con carga de servir. XVII.— Item, que los clérigos paguen seis reales y libra de cera. XVIII.— Item, que los caballeros paguen veintid ós reales y libra de cera, siendo mayorazgo, y los que no lo fueren doce reales y libra de cera. XIX.— Item , que los hijos de estos caballeros paguen por su en­ trada, en vida de sus padres, si son inm ediatos sucesores en el Ma­ yorazgo, once reales y libra de cera y, no siéndolo, paguen en vida ocho reales y en m uerte cuatro y libra de cera. XX.— Item, que las m ujeres de los caballeros, en vida de sus ma­ ridos, paguen seis reales, y no siendo mayorazgos, cuatro y libra de cera. XXI.— Item , que las m ujeres solteras, y monjas, paguen seis rea­ les y libra de cera. XXII.— Item, que las señoras doncellas y casadas, que no fueren sus m aridos Hermanos, y las viudas, paguen once reales y libra de cera. XXIII.— Item , que si el cofrade casase segunda vez, pague por la entrada de la segunda m ujer lo que pagó por la prim era y una libra libra más de cera. XXIV.— Item, que no teniendo el cofrade que m uriera hijo ni nie­ to de hijo varón, herede en esta Cofradía nieto varón de hijo de hija, y, no habiéndole, hija. XXV.— Item, los hijosdalgos, que tengan de renta cien m il mara­ vedises o más, paguen como los caballeros mayorazgos, e igual sus m ujeres a la de éstos, y los hidalgos que no tuvieren tal renta, com o los caballeros no mayorazgos.

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XXVI.— Item, que el Cabildo de la Cofradía, según corrieron los tiem pos y el aumento de ella, puedan aum entar o m oderar estas Or­ denanzas y cada una de ellas. XXVII.— Item , acordaron se escriba en esta Cofradía por Herma­ no al lim o. Sr. D. Frey Juan Roco Cam pofrío, Obispo de Coria, y le supliquen se digne horaria, adm itiéndolo y aprobar estas Ordenanzas.» APROBACION DEL SR. OBISPO «En la V illa de Cáceres a 24 de Agosto de 1635 años, S. I. el Sr. Don Frey Juan Roco Cam pofrío, de la Orden y Caballería de A l­ cántara, por la gracia de Dios y de la S. S. A. Obispo de Coria, del Consejo de S. M. Habiendo visto las Ordenanzas, atrás escripias en cinco hojas, dijo que las aprobaba y aprobó y mandó se guarden y cumplan en todo y por todo como en ellas se contiene, so las penas que en ella se refieren y que si otras se hicieren de nuevo por los cofrades de la dicha Cofradía, de aquí adelante, se dé cuenta de ellas al Prelado para que las apruebe o la persona a quien lo som etiese; A sí lo quiso, mandó y firm ó ut supra.— El Obispo de Coria.— Por man­ dato del Obispo mi señor, Dr. M artín de Olondriz, Notario Secretario.» RECONOCIMIENTO Y PUBLICACION DE LAS INDULGENCIAS DE LA COFRADIA

da Ermita, en otros cuatro días del año, con la elección y aprobación del O rdinario; y los sesenta días de relajación siem pre que ejecuten cualquiera actos de piedad, caridad y m isericordia que contiene el Breve, cuyo trasunto se exhibió ante Nos... Y damos facultad para que se publiquen dichas Indulgencias, con tal de que no se puedan hacer ni im p rim ir sum arios ni cédulas de ellas sin perm iso de esta Superioridad, ni rep artirlo s en este modo ni otro, con pretexto de que se ganan dichas Indulgencias, por dar li­ mosna en dinero u otra especie, por estas prohibido por la Santa Se­ de... y que las personas que hubieren de ganarlas tengan la Bula de la Santa Cruzada porque de otra manera no las consiguen y así se declare, pena de excomunión mayor; en cuya virtu d la damos firm ada con nuestra firm a, sellada con el sello de nuestras armas y refrenda­ da del in fra scrito Secretarlo de S. M., Escribano de Cámara, en Ma­ drid a 3 de A bril de 1759.— Don Andrés de Zerezo y Nieva. (Hay un sello). Por mandato de S. I., José Cansino Medina. (Al pie).— S. S. I. concede licencia para que se puedan publicar las Indulgencias que se expresan, en la iglesia Ermita de la Virgen María de la Montaña que está extram uros de la v illa de Cáceres, Dió­ cesis de Coria, perpetuam ente.— Registrada.» COMISION PARA BENDECIR LA NUEVA CAPILLA Y TRASLADAR LA IMAGEN

«Nos Don Andrés de Cerezo y Nieva, Abad de San Vicente, Dig­ nidad Canónigo de la Santa Iglesia de Toledo, Com isario A postólico General de la Santa Cruzada y demás Gracias, etcétera. Por la pre­ sente y A utoridad A postólica que para ello tenem os, de que en esta parte usamos, y m ediante la usurpación que por la Bula de la Santa Cruzada y Breves especiales se halla generalm ente puesta a todas las Indulgencias, la alzamos a las tre s Plenarias, siete años y siete cuarentenas y sesenta días de relajación que la Santidad de Inocen­ cio X por su Breve particular dado en Roma a 13 de Febrero de 1722 concedió, a saber; la prim era Indulgencia en favo r de los fieles de uno y otro sexo que se alisten en la Cofradía que con la invocación de la Virgen María de la Montaña, se halla erigida y fundada en su Ermita extram uros de la villa de Cáceres, con tal que el día de su en­ trada hayan confesado y comulgado y estén verdaderam ente arrepen­ tidos. La segunda, en favo r tam bién de los cofrades de ambos sexos, ya recibidos y que en adelante se recibieren, que en el artículo de la m uerte, habiendo recibido la Sagrada Eucaristía, y cuando esto no pudiesen, a lo menos con trito s, invocasen el nombre de Jesús con el corazón, no pudiendo con la boca, o m anifiesten alguna señal de arre­ pentim iento. La tercera, en favor asim ism o de los referidos cofrades, que hechas las expresadas diligencias de confesión y com unión, v i­ sitaren la Erm ita de dicha Cofradía en el día de su fiesta principal, desde las prim eras vísperas hasta el propio día al ocaso del sol, ro­ gando allí a Dios por la paz y concordia entre los Príncipes c ris tia ­ nos, extirpación de las herejías, conversión de los infieles y por la salud del Romano Pontífice. Los siete años y siete cuarentenas, a los dichos que practicando las citadas diligencias visita ren la menciona­

«En la Ciudad de Cáceres a 21 de Noviem bre de 1721, el llustrísim o Sr. Don Sancho A ntonio de Velunza y Corcuera, Obispo de Co­ ria, dijo, que por cuanto ha mandado reconocer la obra de la Ermita de Nuestra Señora de la Montaña, que toca al te rrito rio de la Parro­ quia de Santa María, de esta villa, y que se halla estar fenecida la dicha obra y enjuta para poder trasladar la Imagen de Nuestra Seño­ ra desde la iglesia de Santa María, daba y dió com isión al Cura de dicha iglesia para que bendiga dicha Erm ita con las preces y oracio­ nes que previene el Ritual Romano, y hecho, concedía y concedió su licencia para que se lleve procesionalm ente dicha Santa Imagen de Nuestra Señora de la Montaña a su Ermita, con la decencia que se acostum bra; para lo cual se haga notar este auto a dicho Sr. Cura y O ficiales de la Cofradía de dicha Imagen; y por este auto así lo pro­ yectó y mandó S. I. y firm o y doy fe.— Sancho, Obispo de Coria.— Por mandato del O bispo mi señor, Don Francisco de la Vega, Srio.»

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ACTA DE BENDICION DE LA NUEVA ERMITA «Estando en la Ermita de Nuestra Señora de la Montaña, extra­ muros de esta v illa de Cáceres, en 27 de Noviembre de 1721, para efe cto de bendecir la Capilla nueva que se ha hecho en dicho sitio para colocación de la Imagen de Nuestra Señora de la Encarnación, los Señores D. Juan de Mata, Cura propio de Santa María, parroquial mayor de esta villa, donde está sita su Cofradía, y en virtu d del auto antecedente proveído por Ilustrísim o Sr. Don Sancho Antonio de Ve­ lunza y Corcuera, Obispo de Coria; el cual da su com isión a dicho Sr. Don Juan de Mata, para que se haga dicha bendición, quien ha­


biéndola visto y atendido, la aceptó ante mí el Notario, en todo, se­ gún en ella se contiene y en su ejecución y aun cum pliendo con asis­ tencia del Ledo. Benito de Paredes, Presbítero, Sorchantre de dicha iglesia, Alonso G utiérrez Durán, Sacristán de ella, y Fernando M eló, Sacristán del Convento de Religiosas de San Pablo, y con asistencia de mí el presente Notario y Escribano de dicha Cofradía, se hicieron las cerem onias para bendecir dicha Capilla, en la form a y manera si­ guientes: El dicho Ledo. Don Juan de Mata, entró en la S acristía de dicha Capilla asistido de las personas arriba referidas y salió al cuer­ po de la iglesia con capa pluvial, cruz, ciriales, hisopo y agua bendi­ ta, esparciéndola por dentro y fuera, haciendo todas las cerem onias que manda el Cerem onial Romano y cantando el salmo M iserere y otros y la Letanía: y acabado ésto, entró en dicha Sacristía y salió a d ecir M isa que se dijo y cantó con gran solem nidad; y para que así conste, lo pongo por fe y diligencia y lo firm ó dicho Sr. Cura, de que doy fe.— Ledo. Juan de Mata.— A nte mí, C ristóbal García, Notario.» ACUERDO PARA TRASLADAR LA IMAGEN «En la villa de Cáceres a 28 de Noviem bre de 1721, estando en la Sacristía de la iglesia de Santa María, conviene a saber: los Seño­ res D. Juan de Mata Rívero, Cura propio de dicha Iglesia; Benito Pa­ redes, M ayordom o; Juan de Paredes, Diputado Eclesiástico; Francisco G utiérrez, Alcalde vie jo; Ledo. Juan Ortega Serrano, Presbítero; Ber­ nardo Barroso y M iguel M ontero, Alcaldes de la dicha Cofradía, y así ju ntos y congregados para efecto de tra ta r y co n fe rir en orden a las cosas tocantes al bien y procomún de dicha Cofradía en la conform i­ dad que se había de llevar en procesión la Imagen de Nuestra Señora a su Ermita, atento a esta r bendecida y cu m p lir con lo por el auto de S. S. I. está mandado, dijeron que mañana sábado día 29 de este pre­ sente mes, por la tarde, se lleve dicha Imagen de Nuestra Señora con la m ism a solem nidad con que se ha llevado y traído otras veces, y que el Domingo siguiente se diga en dicha Ermita a S. M. M isa cantada con gran solemnidad por el Sr. Cura y Beneficiados de la iglesia de Santa María, con serm ón...»

SERMON DEL OBISPO DON ESTEBAN JOSE PEREZ MARTINEZ, PRONUCIADO EN LA IGLESIA DE SANTA M AR IA DE CACERES EL 8 DE DICIEMBRE DE 1867 TOTA

P U L C R A ES A M IC A M E A , ET M A C U L A N O N

E S T I N T E.

T o d a eres herm osa, am iga mía, y en tí no se e n c u e n tra !a más leve mancha. C A N T I C A C A N T I C O R U M C . 4 V. 7

A légrate, Jerusalén, alégrate: juntáos todos los que la amáis: convertid en alegría vuestro ju sto antiguo dolor, y saciáos de placer con la fecundidad de vue stro consuelo: no digáis «¡oh Sión! el Se­ ñor me ha abandonado y se ha olvidado de mí». He aquí tus hijos que vienen del Aquilón y del A ustro: los que yacían envueltos en t i­

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nieblas habitan ya en la región de la luz; serán alim entados en los cam inos y celebrarán la pascua en las llanuras; no sufrirán hambre ni sed, ni los rayos ardorosos del sol. C atólicos: ¿Por qué el mayor de todos los profetas, el nieto de Amacías, experim enta tan dulces emociones?; ¿por qué tanta ale­ gría?; ¿por qué convida a los habitadores de toda la tie rra a sentarse con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos? Escuchad. Era el mundo como un cadáver en el orden sobrenatural y en el conocim iento de la verdad; el Universo se hallaba dividido entre la im piedad y la superstición; era llegado el Im perio de las pasiones y la potestad de las tinieb las; ya se había inclinado el día, y apenas al­ gún planeta enviaba al m undo un refle jo de su luz; rebosaba la in i­ quidad, convírtíendo en hielo el fe rvo r de la caridad; ya no aparecía el Angel, no se oía la voz del Profeta; ¡qué ho rror!, paréceme ver el campo de Sennaar, cubierto de huesos áridos y carcomidos. En me­ dio de mi asombro, oigo la voz del Hijo del Hombre que me pregun­ ta: ¿putasae vive n t ossa ista?, ¿acaso tendrán vida estos huesos? ¡Ah! Tú lo sabes, Señor, y nosotros lo sabemos tam bién ya, y pode­ mos decirles: huesos áridos, oíd la palabra de Dios; llegará el mo­ m ento en que entre en vosotros el espíritu y viváis; sobre vu e stro s asquerosos esqueletos se pondrán nervios, se cubrirán de carne, se extenderá piel sobre ellos, se os dará vida y viv iré is , no en las ingra­ tas regiones del incircunciso Am oreo, sino en el monte santo de Sión, para ver las visiones de Dios y la revelación de Jesucristo, que tom ando carne humana en las entrañas de una Virgen purísima,, vendrá a librar al mundo de la esclavitud de Luzbel y a darle lib e rta d , vida, gloria e inm ortalidad. ¿Y quién es esta Virgen purísima, esta privilegiada criatura, esta M ujer venturosa, elegida en los consejos eternos para dar a luz al deseado de todas las gentes y al libertador de Israel? M iradla, ¡cuár» hermosa, vestida del sol, coronada de refulgentes estrellas, asentada sobre la luna y hecha el encanto y la adm iración de los ángeles! Es­ ta dichosa criatura engendrada en la mente de Dios antes que la tie ­ rra fuese hecha en los prim eros días, es la escogida para reparar la calam idad del linaje humano con la inocencia, santidad y p e rfe ccio­ nam iento de la ju sticia original, siendo sólo hija de Adán, en cua nto a la carne, sin que fuese com prendida en la desgracia en que aquél envolvió a todos sus descendientes con su prevaricación. Y en efecto, si los m edios están siem pre en relación con los f i­ nes, si el artífíce debe guardar proporción con su obra, habiendo sido destinada María para Madre del Verbo humanado ¡nocente, puro, im ­ pecable, santo por excelencia, forzoso era que el arca m isteriosa que había de contener la santidad misma, al Santo de los santos, fuese form ada de una madera in corrup tible, y preservada de toda mancha desde el instante m ism o de su concepción. Tal es el admirable m isterio, que im preso con caracteres indele­ bles en el corazón de todo cristiano, ha pasado de siglo en siglo y pasará hasta las últim as generaciones sin que el e rro r y la im piedad hayan podido im pedirlo, a pesar de sus desesperados esfuerzos. Tal es el gran m iste rio declarado por la Iglesia como dogma de fe , lle ­ nando de jú b ilo y de alegría a toda la cristiandad. Y ese es el m iste ­

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rio que nos reúne hoy en este augusto tem plo, a fin de celebrar la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios y Madre nuestra. Pluguiera al cielo que yo dejara satisfechos vuestros ju sto s de­ seos con aquella brillantez, con aquella elocuencia arrebatadora que m ostraron al ocuparse de tan interesante y grandioso asunto los Il­ defonsos, Anselm os, Bernardos, Efrenes, Buenaventuras y Escotos, para aum entar vuestra fe y vuestra santificación. Empero ya que esta gloria no me sea dada, im ita ré a aquella fervorosa m ujer que in te ­ rrum piendo el discurso del Salvador, bendijo el vie ntre que lo llevó y los pechos que lo lactaron, diciendo con el mayor entusiasm o que María fue bendita, bienaventurada y lib re de la mancha del pecado el p rim er instante de su ser. Tota pulcra es amica mea, et macula non e st in te. No esperéis de mí un buen ordenado discurso ni profundos y des­ lum bradores pensamientos. Las razones en que voy a estrib ar mi doc­ trin a son las m ismas de los Santos Padres, con que nos han enseña­ do que María Santísim a fue la más dichosa y fe liz de todas las cria ­ turas por el cúm ulo de gracias, prerrogativas, p rivile g io s y virtu d e s con que la enriqueció la Beatísima Trinidad, como objeto de sus com ­ placencias desde la eternidad, siendo la m ayor de todas ellas el ha­ berla preservado de la culpa original. Tota pulcra es, etcétera. He aquí la sublim e, interesante y consoladora verdad que me propongo elevar hasta el grado de una dem ostración. Señor, vos habéis dicho por vuestro profeta Isaías que la palabra que sale de vuestros divinos labios jamás volverá vacía, sino que ha­ rá todo cuanto plugo a vuestra om nipotente voluntad. Dadme, Señor, esa palabra eficaz para que pueda m over los corazones de estos vues­ tro s hijos predilectos y llevarlos hasta vos. Madre hermosa de Dios y de los hombres, Inmaculada Virgen María, alcanzadme esta gracia que tanto necesito y deseo. Yo os saludo con G abriel. AVE M ARIA Cuando llamamos bendita y bienaventurada a la Santísima Virgen María en el prim er instante de su ser, no creáis que su felicida d la hacen co n s is tir los Santos Padres de la Iglesia en la posesión de aquellos bienes de fortuna que tanto el mundo ambiciona, y tanto fa s­ cinan y deslum bran a los m iserables m ortales, no obstante de que en nobleza y hermosura ninguna m ujer pudo com p etir con María. ¿Por ventura no sube la serie de sus ascendientes a los más esclarecidos Patriarcas, contando en tre s sus progenitores a los monarcas más poderosos de Israel? Y en las prendas naturales ¿quién podrá glo­ riarse de ser tan hermosa y perfecta como esta bendita hija de Sión? Ella sem ejante a aquella encantadora imagen que el pincel delicado de un célebre a rtista de la antigüedad form ó, tom ando los rasgos lu­ m inosos esparcidos entre las más hermosas m ujeres de la Grecia, reunió haciendo re fle ja r en sola su persona todo cuanto las célebres m atronas del A ntiguo Testam ento habían ofrecido de grande, pe rfe c­ to y sorprendente en las anteriores generaciones. Hermosa y bella como Raquel y Sara, supo ju n ta r la prudencia de A biga il con la piedad y la com pasión de Esther; pura y casta como Susana, aparece entre una generación pro scripta y desgraciada como el lirio entre las espinas; como la oliva especiosa del campo; cual la

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rosa de Jerlcó, o com o el cinamomo y el bálsamo aroma; valien te e in tré pida cual otra Judit, mancha su corona de azucenas con la san­ gre de su com petidor y sus manos torneadas y llenas de ja cinto s con el prem io, no de una ciudad conquistada como Asa, sino de to ­ dos los pueblos y naciones de la tie rra . Con razón, pues, la Iglesia nuestra Madre la llama hermosa como la luna llena y clara que aso­ ma por la cima de las montañas, elegida como el sol y te m ib le cual e jé rc ito form ado en orden de batalla; Pulcra ut luna, electa ut sol, terrib ilis ut castrorum acies ordinata. Mas no son éstas las prendas que constituyen la felicida d, gran­ deza y bienaventuranza de María. A pesar de tanta hermosura y per­ fección, a no haber sido lib re del pecado original, hubiera vivido in fe­ liz desgraciada como somos todos en nuestro origen, hijos de m aldi­ ción, vástagos de un tro n co podrido, arroyuelos de un río cenagoso y envenenado, encontrando al nacer herm éticam ente cerradas las puertas de la inm ortal Sión, sin am istad con nuestro Criador, ni dere­ cho a su reino celestia l. No así María, que llena de la gracia desde el p rim e r instante de su Concepción, fo rm ó ya las delicias de la T rin i­ dad Beatísima, enriquecida con todos los dones de la ju sticia e ino­ cencia original. A sí fue, en efecto, y para convencernos más y más de esta fe li­ cidad singular de María, echemos una ojeada sobre las prim eras es­ cenas del Paraíso; fijem os la atención en Adán al sa lir de las manos om nipotentes de su Criador, antes de su caída. ¡Qué espectáculo tan agradable a los cielos y a la tie rra ofrecen nuestros prim eros padres en el estado de inocencia! Enriquecidos con los más preciosos dones naturales y sobrenaturales, eran el encanto y la adm iración aun de los m ism os ángeles. Imagen perfecta de Dios, se hallan adornados de la gracia san tifi­ cante, que los hacía hijos suyos y herederos de su reino; ¡lustrados sus entendim ientos, nada ignoraban; perfectam ente instruidos en to ­ das las ciencias naturales, desafiaban hasta los más ocultos arcanos de la naturaleza; propensa e inclinada su voluntad al bien, ningún de­ seo les dominaba, m ientras su mem oria les hacía sub ir hasta el trono de su Criador. Hermanadas así sus potencias, todas las virtud es res­ plandecían en su alma, sin que cosa alguna pudiera d ism in u ir la ju s­ tic ia original, recibiendo con ella un im perio absoluto sobre todas las criaturas, dominando a los peces, a las aves, y desde el insecto im ­ pe rcep tible hasta las fieras m onstruosas. Conocedora su razón de todo lo bueno, ju s to y honesto; sujeto a ella el apetito sensitivo, resultaba un arm onioso concierto y una rec­ titu d adm irable en todos sus deseos, pensam ientos y obras. Tal era la rica y valiosa herencia que, en el estado de la naturaleza inocente, debía Adán tra n s m itir a su posteridad; su mem oria sola nos llena de una alegría inexplicable. Mas ¡ay! que cuando contábamos con un po rven ir tan venturoso, deleitándonos en la posesión y d isfru te de tanta dicha, desaparece de nuestra vista como un sueño, com o una visión de la noche, o como la ráfaga de luz que atraviesa la inmensa bóveda celeste en la callada noche del estío abrasador. El viajero que bajando de Jerusalén a Jericó fue sorprendido por los ladrones, despojado de sus bienes, y cub ie rto de m ortales heri­

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das; Lázaro exhalando fetidez y podredum bre; el poderoso monarca que respetado de sus pueblos vive en un suntuoso palacio, cuyos m i­ radores o elevadas to rre s presentan a su vista espaciosos y platea­ dos mares, o bien jardines pintorescos llenos de las más delicadas y bellas flore s; laberintos de agua, cascadas y el sonido arm onioso de alegres pajarillos que a través de los rayos del sol que ilum inan las copas de los árboles, saltan de rama en rama festivo s y alegres; y de repente se ve desnudo, sum ido en un oscuro calabozo, cargado de cadenas y rodeado de inmundos y asquerosos animales, son im ágenes muy débiles del hombre prevaricador. ¡Ah! ¡Funesta y m isteriosa caída de Adán, qué consecuencias tan tris te s e ignom iniosas has traído a la humanidad! Al m omento de su crim en, la confusión y el espanto dejan por todas partes huellas de sus pasos sanguinarios. Negras nubes oscurecen el azul hermoso de la bóveda celeste; brama el mar y sus espumosas olas intentan asal­ tar las estrellas; el león ruge, encrespa su melena y afila sus fu e rte s garras para despedazar al hombre a quien debía servir, y el que fu e rey de la creación no encuentra en todos los ángulos de la tie rra más que peligros, asechanzas, desventuras, lágrim as y m uerte. ¿Y term inaron aquí sus desgracias? ¡Ah! ¡no! El pecado o rigin al, m onstruo horrible e implacable, no contento con arrancarle la divisa de hijo de Dios y heredero de su reino, selló además su fre n te con la marca de la esclavitud de Luzbel, su astuto tentador, y despoján­ dolo del hermoso manto de dones, gracias y p rivile gios de que goza­ ba, lo cubrió con el vestido de oprobio y de la ignominia, así como a toda su descendencia. Pecado inefable le llama San Agustín, p rin cip io de toda iniquidad lo cree David; más amargo que la m uerte lo consi­ deró Salomón; y San Pablo lo llama ley de los m iem bros que re siste a la ley del espíritu, y que nos hace entrar en el mundo como bajeles destrozados por una furio sa borrasca, cuyas em bravecidas olas arro­ jan a la playa. A este tris te y lam entable estado nos redujo la desobediencia de nuestros prim eros padres, siendo una consecuencia de él no encon­ tra rse entre todos los viviente s una criatura más desgraciada que eE hombre. El corre tras la felicida d, y huye de ella; conoce su perdi­ ción y la busca con ansia; sabe lo que le daña y no acierta a sepa­ rarse del mal. Sólo el hombre parece dotado de un exacto conoci­ m iento de sus necesidades, para ser más desgraciado, y lejos de ha­ llar en las cosas sublunares su felicidad, encuentra sólo el dolor, e l rem ordim iento y la desgracia eterna. Y si tal es la desgraciada suerte del hombre una vez perdida la ju sticia e inocencia original ¿cuánta no será la felicida d de María con­ cebida sin pecado, como en dogma de fe nos lo enseña la re ligión ? Con sólo fija r la vista en Adán pecador se comprende la herm osura, la gracia y m érito de María inmaculada desde el prim er instante de su concepción; y aun si la comparamos con Adán inocente la halla­ mos más dichosa, engrandecida y fe liz que aquél lo fue antes de su caída, pues, como dice el C risóstom o y San Agustín, la ventura de María preservada de la culpa aventaja a la del Adán inocente y a la de todos los ángeles y santos, siendo esta señora el prodigio de lo s prodigios.

En efecto, siem pre fue María un m ilagro de la gracia del A ltís i­ mo, dice San Gerónimo, «magnum revera m iraculum fu it sem per bea­ ta Virgo María». M ilagro, por ser al m ism o tiem p o Virgen y madre del Verbo, engendrado antes de los siglos. M ilagro, porque sin conocer varón llevó en su purísim o seno, alim entó y acarició aquel Señor a quien las celestiales inteligencias asisten con tem blor, cubriendo sus rostros con sus alas como los vio Isaías, por no poder re s is tir los resplandores de su M ajestad y grandeza. Pero el mayor m ilagro fue el haber sido concebida sin pecado original, como nos lo enseña la Iglesia. Sí, católicos, las demás gracias las podía haber m erecido es­ ta Señora con el ejercicio de todas las virtud es, m ayorm ente con la hum ildad, como ella m ism a dijo: «quia resp exit hum ilitatem ancillae .suae»; pero la gracia de su Concepción Inmaculada fue la obra maes­ tra del O m nipotente, un efecto de su m isericordia con el hombre, ya en su Concepción el fundam ento de la felicida d del linaje humano. Aquel Señor que dijo a M oisés «yo soy el que soy»; que suspen­ dió las aguas del Jordán para dar paso enjuto al Arca Santa y a su pueblo escogido; contuvo la impetuosa co rriente de la culpa original, dejando libre a María, para que fuera siem pre una Eva ¡nocente, sin perder la herm osura con que había salido de las manos de Dios; pa­ ra que fuera el árbol de la vida plantado en la heredad de la especie humana, garantía de una felicida d y grandeza pre fe rib les a la Divina paloma que traje se el ramo de oliva, sím bolo de la alianza entre Dios y el hom bre; para que fuese fuente sellada, el huerto cercado, cuyas aguas nada im puro pudieran contam inar, ni nadie pudiera salvar el vallado de su santidad singular y perfecciones; en fin, para que fuera el Bellocino m isterioso, que recibiera las bendiciones y el rocío del c ie lo ; la montaña santa de la que se desprendería sin humano con­ ta cto la piedra que había de d e stru ir hasta pulverizar las estatuas co­ losales de las divinidades idólatras. Ved, pues, si tengo razón en llam ar feliz, bendita y bienaventura­ da a María, cual la m ujer de que nos habla el Evangelio, estribando toda su gloria y ventura en ser concebida sin pecado original, cuya fe licid a d ha producido la de todo el linaje humano. Pero aún hay más. Tres cosas concurrieron a engrandecer y herm osear nuestra na­ turaleza: la creación de Adán, la Inmaculada Concepción de María, y la Encarnación del Verbo. Adán la honró al principio con la ju sticia origin al, cuya gloria habría comunicado a sus hijos si la hubiera con­ servado; empero humillada y degradada por su pecado horrible, bus­ caba por doquier una mano poderosa que borrase los caracteres y señales de su ignom inia y afrenta; mas ¿en dónde podrá encontrar­ la? ¿Entre los hombres?, de ningún modo, porque como dice el após­ to l, toda su especie estaba corrom pida: Omnis caro corrupta. ¿Acaso en tre los ángeles?, mucho menos, por ser de otra naturaleza; ¿en dónde, pues, estará su remedio? ¡Ah! En la bondad de su Criador, en el seno del m ism o Dios, quien con la Inmaculada Concepción de Ma­ ría, dio principio a la libertad y elevación del hombre, y cuanto más ajada se hallaba por el pecado de origen, o tro tanto más María, libre de él, nos enalteció con la hermosura, esplendor y gloria que nos ha­ bía quitado la culpa, por medio de la unión hipotástica del Verbo d i­ vino con nuestra naturaleza, verificada en su seno original. Entonces

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se colocó en la tie rra un nuevo paraíso, en el que habían de v iv ir jun­ tos un segundo Adán y otra Eva inocentes, santos, sin pecado, capa­ ces de rem ediar los males y enjugar las lágrim as arrancadas por la desobediencia del prim er Adán y de la prim era Eva; entonces se plan­ tó el árbol que había de producir el fru to de la vida; entonces de la raíz de Jesé brotó la vara, de la cual saldría la brilla nte flo r del cam­ po; entonces, en fin, se princip ió a elaborar la tela con que había de cubrirse la humanidad del m ism o Dios. ¡Oh, bondad del Señor! Reconoced, pues, católicos y muy queridos hijos, el bien que nos ha traído la Concepción Inmaculada de María, fundam ento de la salud, libertad y vida de los hombres. ¿Qué hubiera sido de nosotros si Jesucristo, hijo de María pura y sin mancha, no nos hubiera redim ido? Todos lo sabéis; y ¿qué so­ mos después de redim idos? Hijos amigos de Dios, herederos de su reino, y más felices que Adán inocente, no sólo por la esperanza de la gloria que no tuvo, sino por la gracia y la gloria que nos m ereció Jesucristo con su preciosa sangre. ¡Oh excelencia de la m isericordia divina de Dios, exclamaré con el apóstol, que es superior a toda la m alicia de la culpa! Ubi abun davit delictum , superabundabit gratia. ¡Oh fe liz culpa, diré con nuestra Santa Madre la Iglesia, que nos tra ­ jo un redentor, Dios y hom bre verdadero! A stuta y soberbia serpien­ te, que celebrabas la victo ria obtenida en el Paraíso terrenal, llevan­ do atados a tu carro vencedor, en el que ondeaba tu negro estandar­ te, al débil Adán y a todos sus descendientes, reconoce tu derrota y da honor a Dios vivo y verdadero. La hermosa y valiente Judit ha con­ culcado tu cabeza y destruido ei im perio absoluto que ejercías sobre los m ortales. Todo devoto de esta Inmaculada Reina tendrá valor pa­ ra vencerte y burlarse de tu astucia, puesto que se hallará protegido y amparado por la poderosa e incomparable María, a quien el O m ni­ potente enalteció con todas las gracias, dones, privilegios, prerroga­ tivas y virtud es, y libró de toda mancha de pecado en el prim er ins­ tante de su concepción. Tota pulchra es amica mea et macula non est in te. M is muy queridos hijos, cuán grato me fuera poder term in ar aquí mi discurso; empero mal cum pliría con los deberes que me impone mi Sagrado M in iste rio si no reprobara y deplorara nuestra ingratitud y mala correspondencia a tantos y tan exquisitos beneficios; el po­ co amor a tan tierna y cariñosa Madre, y la apatía, frialdad e in dife­ rencia en trib u ta rle el culto externo que merece de ju sticia. ¡Ay! Con cuánta razón puedo yo re p e tir aquellas palabras de !a Divina Sabi­ duría: Viae Sion lugent, quia nin sunt qui veniant ad solem nitatem . Los cam inos de Sión lloran porque no hay quien concurra a las so­ lemnidades. Para todo sobra el tiem po, para el paseo, para los espec­ táculos públicos, para las diversiones, para las tertulias, y sólo falta para acompañar al Señor y trib u ta r culto y homenaje .a la Reina de los Cielos y de los angeles. Hay intereses que in v e rtir en d isfru ta r comodidades, en aumentar las fortunas, en gozar de placeres, en pro­ porcionar diversiones, en acumular pasatiempos y hasta en sostener y fom en tar el lujo; y no nos desprendemos de ellos en obsequio de Nuestro Dios y de su Santísima Madre, a quienes debemos la exis­ tencia, la salud, ese hermoso sol que nos alumbra y vivifica, el rocío

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benéfico que fecundiza nuestros campos, y tcdo cuanto tenemos. ¡Cuán engañados vivís! Como vosotros, recorrió por largos años los intrincados laberintos terrenos uno de ios mayores genios que ha te ­ nido el cristianism o, San A gustín; como vosotros com ió el pan del d o lo r con el sudor de su frente, pero cansado de errar, lejos de la fe licid a d y lejos de Dios, volvió en sí y gustó la paz. Nosotros, en vez de c ifra r nuestra gloria y ventura en amar a nuestro Dios, hemos buscado la felicidad en los fem entidos bienes de la tie rra , o en placeres y deleites de los sentidos. ¡Insensatos! O lvidam os en don­ de está Dios, allí está la felicidad. Está en el fondo del corazón, mas nuestro corazón se ha alejado de El. Volad, volved, hijos míos, en­ trad dentro de vosotros mismos, y allí hallaréis, no lo dudéis, no, al m ism o que os ha form ado, os ha alim entado y enaltecido. ¿A dónde corré is por lugares ásperos y desiertos que cansan, y destruyen y matan? ¿a qué ese pasar, ir y ve n ir incesantem ente por esas sendas incultas y escabrosas? El descanso, la quietud, la ventura, no está donde la buscáis; buscáis la vida 'feliz; no está allí. ¿Cómo podrá ha­ llarse vida fe liz ni dónde aún vida se halla? ¿queréis encontrarla de seguro? buscadla en Dios y en su Santísima Madre. La ocasión no puede ser más oportuna. Hubo un tiem po en que ei hombre enemigo introdujo en nuestro suelo la tea de la discordia para d ism inu ir el amor, el entusiasm o, el culto y devoción que esta noble y católica villa profesara y tribu ta ra siem pre a su querida Patrona y tierna Madre la Virgen de la Montaña; empero el cielo ha oído las plegarias de sus hijos, se ha compadecido de ellos, y una aurora refulgente ha disipado las tinieblas que cubrían nuestro ho­ rizonte. La Cofradía de esta Señora, con una religiosidad, abnegación y docilidad digna del m ayor elogio, ha oído con respeto y sum isión la voz de su pastor; las cuestiones term inaron para siem pre y unas constituciones nuevas aprobadas por nuestra C atólica y Piadosa Rei­ na serán en adelante la >-egla a que debamos sujetarnos. Sólo falta que todos, absolutam ente todos, nos inscribam os como hermanos, como hijos, com súbditos y servidores de María para form ar una her­ mandad respetable, compuesta de todos los habitantes de esta po­ blación, digna de tan excelsa Reina y Señora, y de la capital de Ex­ trem adura. Construyamos en nuestro corazón un santuario puro, san­ to, y coloquém osla en él; sea éste nuestro constante pensam iento y el objeto preferente de nuestro amor; dediquém osle todas nues­ tras obras; y ocupémonos sin tregua ni descanso en fom entar su culto, su devoción y su amor. El cielo no perm ita que, por desenten­ deros y olvidar tan Sagrada obligación, oigáis de boca de vuestra Ma­ dre aquellas te rrib le s palabras que dijo Dios al pueblo antiguo; fílíos meos en utrivi et exaltavi, ipsi spreverunt me: Yo he dado vida a mis hijos los he exaltado colmándolos de dones y beneficios, más ellos, in­ gratos, me han abandonado y despreciado. No, no queridos, tal no sea jam ás; despertem os de nuestro sueño; desterrem os esa apatía, esa indiferencia, más nociva que la misma m uerte; dediquémonos a amar y s e rv ir a nuestra M adre y Patrona, y ella nos alcanzará de su d ivi­ no H ijo la paz, la tranquilidad y la ventura que pueden disfru ta rse en esta vida, y la corona de la gloría en la Jerusalén de! cielo, que a todos os deseo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


Nuestra Señora de la Montaña, con e l m anto regalado por la ciudad de Cáceres (12-X-1949)


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vaN n o as


Cáceres fue conquistada por A lfonso IX de León el día de San Jorge del año 1229, santo que desde entonces fue su Patrono. En el a lta r que tenía el Santo en su capilla del Concejo oían m isa los re­ gidores antes de en tra r en cabildo. El culto a la Virgen María de la Montaña, e xistió desde la erección de la erm ita, y el Concejo tom ó parte tam bién en las fiestas a la Virgen de la Montaña, especialm en­ te cuando sus bajadas a la ciudad; en 1688 acordaron por vez prim e­ ra declararla. Patrona de Cáceres. En 1776 nuevamente se tom ó el acuerdo en sesión celebrada el 3 de enero bajo la presidencia de! corregidor, marqués de Peja, de nom brar copatrona de la v illa a Nues­ tra Señora de ia Montaña «mediante la mucha y grande devoción que este pueblo tiene con Nuestra Señora»; se acordó que «el caballero C orregidor trate sobre este asunto con el Sr. Vicario Eclesiástico, a fin de que el citado eclesiástico vote por copatrona en esta V illa a Muestra Señora de la Montaña, y de ¡o que respondiere dicho Sr. V i­ cario dará cuenta al Ayuntam iento». Nuevamente se ocuparon del asunto y com isionaron al regidor don Pedro de Ovando y Vargas, para que escribiera sobre el asunto ai obispo. No sabemos por qué causa se retrasó este anhelo unánime. Las vicisitu d e s políticas de finales del siglo XVIII, las guerras del XIX, y las corrientes liberales, dificultaron quizá la declaración oficial del patronato. Hasta que rigiendo !a Diócesis de Coria don Ramón Peris Mencheta, recogió este unánime se n tir y se d irig ió con tal pre­ tensión al Papa reinante a la sazón, el Santo Pío X, cuyo proceso de Canonización se está incoando. El cardenal Vives y Tuto fue el rela­ to r de la Sagrada Congregación de Ritos, y los padres de la Congre­ gación, oído el inform e del padre Verde, prom otor de dicha Congre­ gación, así lo acordaron «pro gratia si Sanctissim o placuierit». El Pa­ pa ra tificó la sentencia el 2 de marzo da 1906 y se dignó, con su su­ prema autoridad, declarar y c o n s titu ir patrona principal de la ciudad de Cáceres a la Santísim a Virgen de M on tse rrat o de la Montaña, con e! títu lo de M adre de la Divina Gracia, con todos los honores y p ri­ vilegios anejos a dicho títu lo que de derecho corresponden a los pa­ tronos principales, no obstante cualquiera cosa en contrario. El 28 del mismo mes se tuvo noticia en Cáceres de la concesión Pontificia y el 1 de abril daba cuenta el obispo en una pastoral a los cacereños, y el alcalde en un bando al pueblo. En el Ayuntam iento


se celebró un acto civ il y en Santa María una fiesta religiosa con asistencia del obispo don Ramón Peris M encheta, subiendo tam bién a la erm ita gran número de fieles a dar gracias a la Patrona. El 20 de abril bajó la Virgen a la ciudad, levantándose arcos de triu n fo en el Calvario, en la fue nte del Concejo delante de la erm i­ ta de la Virgen del Vaquero y en el Ayuntam iento. El novenario fue predicado por don A ntonio M artínez y M artínez, de la parroquia de Santa Cruz, de M adrid, viniendo dos cantores de la capilla real, los señores Larrañaga y Garruchaga. El día 27 desfiló por las calles una carroza en la que una niña representaba a la Virgen María rodeándo­ la otras vestidas de ángeles. En la noche del 28 de abril tuvo lugar una solem ne velada li­ teraria en el te a tro Principal, en honor de la Santísima Virgen de la Montaña. El discurso de introducción fue pronunciado por don Santiago Gaspar, ecónomo de San Mateo. Don Lorenzo López Cruz, párroco entonces de Alcántara, leyó su magnífica poesía a la Virgen de la M ontaña en la declaración canónica de su Patronato: don Publio Hur­ tado escribió un artículo «La Patrona, su Hermana M ayor y su poe­ ta» en donde dio a conocer cómo la Reina Isabel oyó los cantos a la Virgen de don A ntonio Hurtado, y su protección ai santuario; don Luis Grande su poesía «Mi ofrenda»; don Diego María Crehuet pro­ nunció su prim er discurso en honor de la Virgen, y el presbítero don Carlos Barriga, que m urió ciego de párroco en Brozas, o tro d is­ curso sobre el amor, term inando el acto con una poesía de don Jo­ sé L. Gómez Santana, un soneto y un discurso del presbítero don Antonio M artínez y Martínez. Hizo el resumen el obispo de Coria do ctor don Ramón Peris M encheta. De la velada se publicó un fo lle ­ to con un prólogo de aquel gran periodista de entonces en Cáceres, aon Manuel Sánchez Asensio.

rae, M atris Divinarum G ratiarum M ontaña, Patronae Praecipuae Civ ita tis Cáceres». Madre de la Divina Gracia, éste es el títu lo canónico de la Pa­ trona de Cáceres, porque Ella es la mediadora de todas las gracias cerca de su Divino Hijo, y que refrenda con su generosa protec­ ción todas las oraciones y súplicas que le hace el pueblo de Cá­ ceres. * *

Esto es lo que vulgarm ente llaman los cacereños la misa de la Virgen de la Montaña. El obispo Peris M encheta, en cum plim iento del Breve Pontificio, ordenó fuera im preso el oficio en el m isal de la Diócesis, figurando «In fe sto e t octava B. M ariae V irginis, Deipa-

El quinto de los m isterios gloriosos del rosario, es la coronación de la Virgen como Madre y Señora Nuestra; la sagrada imagen no estaba coronada, aunque sí lo estaba en el pensamiento y el deseo de los hermanos de la Cofradía y en el corazón cacereño. En la A c­ ción Católica existía este anhelo, que rápidam ente recogió, hacién­ dolo suyo, el Prelado de la diócesis de Coria, doctor don Pedro Segu­ ra Sáenz, quien se d irig ió en una hermosa circu lar a los fie le s dioce­ sanos, dándoles cuenta de que ese era tam bién su ansiado deseo, el trib u ta r este supremo honor de la coronación a la venerada Patrona, señalando el 12 de octubre de 1924 como fecha para la coronación, y anunciando que estaba recibiendo joyas y aderezos para la fabrica­ ción de la corona, donativos que tenían no sólo el valor m aterial de la ofrenda, sino tam bién el valor moral de los recuerdos de fam ilia. A continuación daba cuenta del nom bram iento de una Junta para que realizara los trabajos necesarios. Junta cuya presidencia efectiva ejer­ cería él mismo. Las dotes persuasivas del prelado, el obispo m isio­ nero en los anales diocesanos de Coria, su sim patía, sus virtud es, to ­ do hacía del doctor Segura el pastor providencial que vencería cuan­ tas dificultades se encontraran para lograr en poco tiem po la realiza­ ción del ansiado deseo. Los donativos para la corona, unos hum ildes pero no por ello me­ nos valiosos, y otros ricos, afluyeron en cantidad suficiente para fun­ d irlo s en el crisol, y de la mano de un a rtista — digno heredero de los grandes orfebres de la platería española— don Félix Granda, sur­ gió la bella corona de la Virgen. El 16 de junio, el ilu strísim o señor obispo de Coria, do ctor don Pedro Segura Sáenz, se d irig ió en súplica al Santo Padre Pío XI, de fe liz memoria, para que le fuese concedida la gracia de la coronación canónica a la imagen de la Santísima Virgen de la Montaña, Patrona principal de la ciudad de Cáceres, célebre por su antigüedad, m ila­ gros y devoción popular, requisitos necesarios para obtener la con­ cesión de dicho privile gio. El 22 de ju lio la Santa Sede, siguiendo la tra m ita ció n propia en estos casos y por m ediación del Capítulo de la basílica patriarcal de Roma, a quien está encomendada la gestión de tan excelsos asuntos, accedió a la petición del prelado cauriense. En una hermosa y sentidísim a pastoral, daba cuenta el prelado, el 30 de septiem bre, de la autorización canónica para la coronación de la Pa­ trona de Cáceres. Días de emoción intensa vivió Cáceres con tan fausto m otivo. Su em inencia reverendísim a el cardenal arzobispo de Toledo, doctor Reig,

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A l día siguiente hubo un nuevo desfile de carrozas, y por la tarde se subió a la erm ita de la Virgen en solem ne procesión, pre­ sidida por las autoridades, cerrando la marcha el batallón in fa ntil de Cáceres, que figuraba siem pre en todas las fiestas de m ayor re­ lieve. La tarde fue muy fría y el viento no cesó de m olestar a los fieles. Pío VI había concedido la misa votiva a la Virgen de la M onta­ ña en la Dominica in A lb is. A l declararla Patrona de Cáceres con el títu lo de la Divina Gracia, Pío X concede el p rivile g io de que en la Dominica II, día de su fiesta, en la mesa, el oficio sea conform e al M isal y Breviario Romano del día 9 de ju lio , pro aliquibus locis. La m ism a misa y el mismo oficio en el día de la octava, a excepción de las lecciones del II nocturno, que se han de to m a r del día de la octava de la Natividad de la Virgen María, y las lecciones de! III nocturno que serán las de la fiesta de la Expectación del parto de la Virgen María, de 18 de diciem bre.


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(12-X-1924) Virgen de la Santísima canónica Coronación

el ilu s trísim o señor obispo de Badajoz, don Ramón Pérez, y el repre­ sentante de su majestad el rey don A lfonso X III, señor conde de los M oriles, fueron las ilustres personalidades oficiales que acudieron a las fiestas religiosas, al Congreso M ariánico, a los Juegos Florales, y a una Asamblea Social Femenina con que se iba a solem nizar el acon­ tecim iento. El Congreso M ariano tuvo lugar los días 3, 4 y 5 de octubre en el Palacio Episcopal, y en él tom ó parte todo el clero de la diócesis. El m úsico mayor del Regim iento de Segovia, don José M artín, compu­ so para el Congreso el poema sinfónico «La Virgen de la Montaña». El doctor Segura Sáenz d isertó sobre la coronación de las imágenes de María Santísima, que dijo estaban apoyadas por dos razones: de orden teológico una, y otra de orden histórico. El Congreso celebró sesiones privadas y públicas en las que tom aron parte el canónigo de Málaga, don Em ilio Ruiz, y el abogado cacereño, don José M urillo. La Asamblea Social Femenina celebró sus sesiones los días 6, 7 y 8, disertando entre otras las señoritas María Echarri, V ictoria Grau, Carmen Cuesta y otras propagandistas de la Acción Católica en Es­ paña, siendo las veladas nocturnas gratísim as y de transcendencia para la m ujer. Los Juegos Florales tuvie ron lugar en la noche del 11 de octubre en el Palacio Episcopal. Previamente hizo público su fallo el Jurado calificador, que otorgó la Flor Natural a la poesía lírica «La Virgen de la Montaña», original del muy ¡lustre señor m agistral de Zamora, don Francisco Romero; al tem a 2 ° «Cáceres, poesía épica», m etro libre, original de don S. Ramos Alm odóvar, de Córdoba. Se concedieron m enciones honoríficas a las poesías «Sagrario», de don Pedro Jim é­ nez de Castro; «Como nido de palomas en pim pollo de ciprés», de don M iguel Jiménez A gu irre ; «A Nuestra Señora de la Montaña», de don Roberto T. A lcover; «El poema de mis lares», de don M iguel M u­ ñoz de San Pedro, y «Nueva marcha triun fa l» , de don Enrique Montánchez. El salón de actos del Palacio presentaba un aspecto deslum bra­ dor. La entrada del em inentísim o señor cardenal primado, doctor Reig, del excelentísim o señor obispo de Coria, doctor Segura, y del repre­ sentante de su m ajestad el rey, señor conde de los M oriles, fue sa­ ludada con una atronadora salva de aplausos, oyéndose los acordes de la Marcha Real. Seguidamente es proclamada reina de la fiesta la señorita María Joaquina López-Montenegro, que entra en el salón con su corte de amor, form ada por las señoritas Joaquina M illán, M im ita M artín Lancaster, Julia Crehuet, Ramona García Becerra, Carmen Casillas, Julia Flores de Lizaur, Elia Castellano, Manuela Muñoz Ibarrola, Dolores M uro y Andrea Candela. El prelado de Coria hizo la presentación del mantenedor, el ilus­ tre m agistrado don Diego María Crehuet, que pronunció uno de sus m ejores discursos, porque en él van unidos su amor de hijo de Cáce­ res y su am or a la Virgen de la Montaña. C onstituye hoy una de las joyas oratorias de sus obras, y es el trib u to de cariño de un hijo ex­ celso de Extremadura, a la tie rra que le vio nacer y a la Virgen que meció su cuna.


El señor Crehuet: «Con la venia de vuestra em inencia: señora: No os sorprenda si al tener el honor de saludaros y ofreceros, en nombre del pueblo de Cáceres y en el mío propio, el homenaje que es debido a vuestra herm osura y gentileza sin par, mi voz tien e un trém olo m elancólico y suena velada y enronquecida, porque ello es hijo de in de scriptib le e indom inable emoción, que se agudiza y se au­ menta por las palabras elocuentes y bondadosísimas con que su ex­ celencia ilu strísim a ha hecho mi presentación. Verdad muy cie rta que vuestra belleza ju ven il y triunfadora de­ biera anular todo otro estím ulo sentim ental que no sea el conducen­ te a la adm iración, como oscurece todo otro fulg or, que ninguno com ­ parable al que irradia vuestra persona, rodeada de tan seductora cor­ te, aureolada con los esplendores de una realeza con que os ensalzó una C om isión ilu stre y que confirm a y sanciona, con sus aclam acio­ nes, este concurso im ponente, espuma, nata y flo r de nuestra amada ciudad. Pero os habla un hombre que en ella tien e la raigambre, los vínculos de sangre, patria y hogar, y ellos despiertan en su alma, des­ pués de prolongada ausencia, el eco dulcísim o de los días de su in­ fancia, el de las alegrías de su adolescencia risueña y de su prim era juventud, y el amargo, el patético recuerdo de deudos, amigos y ca­ maradas, que duermen el sueño eterno en el cem enterio de San Blas. Y al par, señora, acuden a la m em oria los de otros actos en que Cá­ ceres, siem pre generoso y pródigo hasta la bizarría, me colm ó de afectos y de inm erecidos honores. Por todo ello, el corazón, enajena­ do, sube a m is labios, empaña m is ojos la zozobra, mi garganta se en­ ronquece y mi palabra balbucea en una emoción mezclada de ternura y m elancolía, de gratitud y de amor, y la rindo a los píes de vuestra gracia soberana, tan hechicera como señoril, para que os dignéis ofrendarla a esta ciudad de m is amores, que a todos nos alberga hoy, palpitante de efusión en la expectación de ver mañana coronada, ín­ c lita y esplendorosa, a su Santísima Patrona la Virgen de la Montaña. [Aplausos). Pero no se tema que m is sentim ientos íntim os sean chorro frío que apague el ardor placentero de este acto, que es fiesta radiante, como te stim o n io de fe, patria y amor, al conjuro del sentim iento re li­ gioso, en un am biente de cultura y de poesía; tém ase más bien que la pobreza de m is medios, aun estim ulada por vuestra afectuosa in­ dulgencia, no corresponda al diapasón del fe stiva l y os suene mi pa­ labra, ayuna de efectos estéticos, como eco desmayado y pálido del que quiere y no puede... del que quiene y no puede cantar la b rilla n ­ te aria que pertenece al papel que le habéis encomendado. Pero, considerándolo bien, nada de tem ores, sursum corda, arriba los corazones, en esta hora lum inosa y rom ántica en que todo habla de belleza, de ternura y de elevación esp iritu al, al unísono con el le­ ma de este certam en en que es protagonista el pueblo entero, g lo rifi­ cando a su Virgen honrando a los poetas y ensalzando a una m ujer linda y gentil, en medio de un ram illete de herm osuras, en un solio de flores, y donde tan m aravilloso conjunto se funde en una exalta­ ción colectiva, impregnada en hondos sentires, a la manera que los aromas de la sierra se conciertan en una ráfaga heterogénea y su til que es alegría de los sentidos y alivio del pecho fatigado. (Aplausos).

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Nunca he podido oír sin indignación y pena m enospreciar y hacer objeto de burla y de m ofa la fiesta de los Juegos Florales. Aun con­ cediendo que, en efecto, a las veces sem eje un m uestrario de vanida­ des y de ridiculeces individuales y pueblerinas, y las poesías y los 1-abajos premiados no pasen de lo ramplón y m ediocre, y el local y su decorado y adornos sean pobres y de mal gusto, y, por remate y contera se adelante y gallee como m antenedor un pedante, un cursi ensartador de vaciedades y de la tigu illos; aun en tan m íseras condi­ ciones, hay dos m om entos en el espectáculo de emoción im pondera­ ble que le enaltecen, que le ennoblecen, que le dignifican a manera de un rito pomposo: uno, cuando el pueblo aclama a la reina rodeada de su corte, instante de triu n fo del eterno fem enino en sus vibracio­ nes de sublim e poder, como diría el autor de Fausto; el otro, cuando el pueblo junta sus manos, sacudido por la triada sentim ental fe, pa­ tria y amor, ocasión en que parece que va a rasgarse el velo del ar­ cano que oculta el objeto de la ciencia sociológica, que va a su rg ir el m isterioso fenóm eno interm ental, que va a hacer acto de presencia el enigm ático superorgánico de que habla Roberty. Y en ocasión tal ¿quién tan desventurado que permanezca indiferente y frío ante el volcán de cientos de corazones inflamados en estos m om entos? ¿quién tan depravado y egoísta que con alquim ia demoníaca transm u­ te y cambie en sátira y en burla la palpitación potentísim a de un al­ ma colectiva emocionada? Aquí, por dicha, todo respira entusiasm o y respira nobleza esp iritu al; no hay sino divina embriaguez en el se n tir y en la fe del acto que nos congrega; somos como lago de fondo lím ­ pido y márgenes llanas y floridas que miran cómo sus ondas se rizan y se levantan y mecen, como olas rumorosas, al im pulso de brisas de mayo, para tenderse en sábanas de nácar y plata y besar el pedestal donde triu n fa gloriosa la Patrona de la ciudad. (Grandes aplausos). Tema de este discurso debiera ser, por precepto tradicional, el trip le concepto fe, patria y amor. Dos modos hay de desenvolver esta disertación: o la glosa y paráfrasis de esos conceptos, o su acopla­ m iento y encaje en las circunstancias de lugar y de tiem po, acabando en ambos casos por cantar lo regional dentro de lo nacional, abraza­ do a la enseña común y mirando, confiado y optim ista, al porvenir. Perdonadme si no sigo esos senderos por donde sólo pueden cam i­ nar con desembarazo y sin tropezar en ripios y en tópicos manidos los talentos superiores; por desgracia, el mío no es de esa categoría, y forzosam ente, im periosam ente, ha de seguir otra vereda, que, des­ pués de todo, conduce muy cerca de ese precioso cuadro que rema­ tan como emblemas la Cruz de C risto, la bandera de la Patria y el o ri­ flama del progreso. Puesto que el acto de la coronación de la Virgen de la Montaña, por su génesis preclara; por ¡a iniciativa fe liz y vene­ rable del ilu stre sabio y querido prelado diocesano; por la concurren­ cia de las donaciones de tantos cacereños para sufragar los gastos de la joya y hasta por la psicología especia! del pueblo en este '¡.ran­ ee, unido en venturoso consorcio con sus autoridades eclesiásticas y seculares, puesto que todo esto provoca un acto de fe, de afirm ación patria local y de amor fervoroso, y estos Juegos Florales, como los demás festejos, han sido organizados en honor y gloria de María San­ tísim a, siquiera bajo la advocación de la Montaña, yo os in vito a que

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m e sigáis en unas breves y elem entales consideraciones acerca del sim bolism o de la coronación de la Virgen. Conviénem e desde luego — y sen tiré que esto os decepcione u os defraude— anticipar que no he de ocuparme detenidamente de la coronación de la Virgen de la Montaña, por una razón poderosísima, rayana en lo decisivo e inapelable. Cuanto yo siento acerca de esa excelsa Señora cúpome el honor de m anifestarlo en la velada in o lv i­ dable con que se festejó la declaración canónica de su patronato; desde entonces — y ya ha llovido, porque pronto se van a cum p lir 19 años—■ no han variado en el más leve m atiz m is sentim ientos; y aun­ que la expresión de ellos en aquella sazón fuese pobre, torpe y des­ mañada, en nada podría m ejorarla en el día de hoy, entre otros m o ti­ vos, por faltarm e el ardor y el brío juveniles que ¡ay! como las asen­ dereadas golondrinas del poeta, cuando se van no vuelven. Fuera, pues, im perdonable que a conciencia os sirviera un plato recalentado en esta solemnidad tan brillante y presidida por una reina de d is tin ­ ción y belleza que, ya lo veis, luce en medio de su corte, como astro prim o entre sus compañeras de constelación. Hablemos, pues, pero hablemos en general de la coronación de María, reina de cielos y tie ­ rra. (Aplausos). Si la corona en sentido recto o p rim itivo es ornamento, insignia o diadema y, por tanto, señal de dignidad, y la coronación, en conse­ cuencia, el acto de colocar en las sienes la corona, im plica la consa­ gración o exaltación de una persona en virtu d de una condición em i­ nente, y así, se corona a los soberanos y se corona a los héroes; se corona a los m ártires y se corona a los poetas. H istóricam ente se ha distinguido la coronación de los soberanos de la de los hombres superiores, atribuyendo a la de los prim eros el significado de consagración de su potestad augusta, y a la de los se­ gundos la exaltación del m é rito personal; pues ambas acepciones, ambos aspectos se dan en la coronación de la Virgen como vamos a com probar brevísim am ente. Dejando aparte la invocación de María como reina, en la Salve, en el himno Regina Coeli, en la Letanía Lauretana y en las cien m il oraciones que el fe rvo r popular ha dictado en deprecaciones y excla­ maciones de amor filia l, fijém onos en que la coronación de María, contenido de uno de los m isterios del rosario, la recoge y ensalza la Iglesia en la festivid ad de la Asunción. Es esta fiesta la más solem ­ ne de las que a la Madre de Dios dedica la Iglesia, y ella comprende tre s conm em oraciones adm irables: el trá n sito o m uerte de la Virgen, la resurrección de su cuerpo santo y la reunión con el alma virginal entrando triu n fa n te en la mansión de la gloria, y, propiam ente, la co­ ronación de tan alta Señora como soberana de la Creación. El padre Pedro Rivadeneyra, florón de la Compañía de Jesús co­ mo todos saben, gran escritor, recio teólogo y dulce y piadoso varón, describe con encendido color en su precioso Flos sanctorum los por­ tentosos sucesos que se conmem oraron en la fiesta de la Asunción, y concluye el relato con estas palabras respecto a la Virgen: «Fue presentada por el Hijo delante del Padre eterno y recibida como es­ posa dulcísim a y tem plo suyo y coronada de gloria y constituida en em peratriz del Universo y reina y soberana de todo lo creado.» Y más

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adelante, después de glosar y explicar el triu n fo de la Virgen en et cielo, sigue, a mi parecer casi literalm ente, unos versos de una fa­ mosa canción del Petrarca, la predilecta de crítico tan refinado y em i­ nente como lord Macaulay, la canción octava, que dice así: Vergine bella che di sol vestita, Coronata di stelle al somm o Solé Piacesti si, che'n te sua luce aseóse... Pues bien, el insigne jesuíta, como si fuera el que tradujese, y con estro poderoso, dice así: «Vestida está de sol la que v is tió a Dios de su carne; corona de doce estrellas lleva sobre su cabeza y debajo de sus pies la luna y todo lo creado.» A tan altísim o grado de exaltación de gloria como supone la co­ ronación en los cielos, llegó evidentem ente María, por el m é rito inca­ lificable de ser Madre de Dios, del Verbo humanado, Redentor y Sal­ vador del hombre; pero, como explican los doctores, para lograr mé­ rito tan excelso, m érito tan sublim e, era necesaria una gracia singu­ lar y excepcionalísima, llegando algunos a m antener que la gracia de que estaba revestida e inundada la Virgen era mayor, mucho m ayor que la de todos los ángeles y santos ju ntos, y por eso, en razón de don tan m aravilloso, pudo tom ar carne y sangre en María la persona de la Trinidad que representa la sabiduría ante la m ente humana. No es éste trance adecuado, ni yo tam poco soy apto para discu­ r rir acerca de problem a tan su til y arduo. La opinión común, siguien­ do las autorizadísim as de Andrés Cretense, San Damasceno, San Efrén, coetáneo del gran doctor San Basilio, San Pedro Damián y San Buenaventura, es que lo que radica en la V irgen María es la plenitud de la Gracia, y por eso ha dicho San Jerónim o: «A todos los santos se les dio parte, pero a María se le com unicó toda la Gracia.» De o tro lado, la Iglesia aplica a la Virgen las palabras de la Sagrada Es­ critura , que es como decir el Santo Espíritu, que rezan: «Mi asiento y reposo está en la plenitud de los santos.» Y por fin, y aunque el ar­ gum ento parezca triv ia l, no por ello deja de ser decisivo, el Arcángel, en el acto de la Anunciación, saluda a la Virgen con las palabras que repetim os a diario varias veces: Ave María, gratia plena. Pues bien, esta plenitud de Gracia es la que se ensalza en la coronación de la Virgen en los cielos y son palabras bellísim as de San Ildefonso y con­ ceptos admirables — mucho más teniendo en cuenta que se form ula­ ron en el siglo VI— que «así como lo que hizo la Virgen es imponde­ rable y lo que recibió inefable, así es incom prensible el prem io de la gloria que mereció», y el gran San Bernardo afirma que «tanta es la gloria singular de María en los cielos, cuanta fue la Gracia que sobre todos tuvo en la Tierra», y que «no hay en el cielo — fijáos en el con­ cepto— cosa que pueda igualar al trono real en que el H ijo la colocó y sublim ó a su diestra». Como se ve, María coronada, es ensalzada, es encumbrada en razón de la plenitud del don o ser divino que nos une a Dios, por lo que hay que concluir que se trata de la exaltación de un m érito em i­

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nente, preclaro, singular, tal como no lo lograron ni podían lograrle juntam ente, héroes y santos, m ártires y poetas. (Aplausos). Pero al propio tiem po que esta interpretación exaltatoria y eulogística, se da la otra, la manera dominadora e im peratoria, ya que es afirm ación confesional que, al ser la Virgen coronada en los cielos, fue revestida de potestad augusta, en cie rto sentido com parable o asim ilable a las humanas soberanías; y así ha podido e scrib ir San A n­ selm o que «al ser por Dios en el cie lo programada y sublim ada la gloria y las gracias de María, quiso que fuese dotada de poder de em peratriz y reina». Este poder, luego, lo han desenvuelto los te ó lo ­ gos, diciendo que es fuerza en Dios y por Dios, por amor y para bien de las criaturas. De donde deriva el raudal caudalosísim o de la doc­ trin a que se refiere a la eficacia de la intercesión m ediadora o media­ nera de la Virgen. En resumen: La coronación de la Virgen compendia, abarca ios dos aspectos o interpretaciones del vocablo y es la expresión de la consagración más alta, más sublim e que puede concebir la mente hu­ mana. (Aplausos). Y dejemos este estudio doctrinal del asunto, entre otros m otivos porque os podría sonar a mal serm ón teológico y aburrido de un pre­ dicador tem erario e incom petente, y vamos a la consideración histó­ rica donde se presenta un fenóm eno singular, cuya explicación intere­ santísim a voy a exponeros. Esta exaltación do María llena de gracia, que form a parte de las m editaciones del rosario como uno de sus m isterios gloriosos; que ha sido m otivo de la in stitu ció n de festivid ad tan solemne como la de la Asunción, que encierra tan numerosos elem entos piadosos y esté­ tico s; este ensalzamiento, este encum bram iento que supone el sim ­ bolism o de ser María coronada en los senos de la G loria — esto es lo singular— no ha nacido de definición dogm ática de Papa ni de Conci­ lio, aunque naturalm ente de la definición a p o ste rio ri haya recibido toda su eficacia, sino que, como tantos otros fenómenos, tantas otras m anifestaciones psíquicas, históricas, sociológicas y hasta religiosas, (y sirva de ejem plo el dogma de la Inmaculada Concepción) es hijo del pueblo, del hábito social, que en derecho engendra la costum bre; en poesía la canción, el lay, el romance; en música el aire m elódico, y en la religión el culto. Un día que no se conoce irrum pe el fe rvo r hacia la Virgen María, se la invoca, se la reverencia, se la aclama, y entonces es cuando surge el homenaje de exaltación y se la encaja: en las sienes una corona y se la llama Reina y Madre. ¿Por qué? Por amor. ¿Cómo? Con culto. A mi pobre y desautorizado parecer, hay que buscar la génesis; de la glorificación de María en la difusión de tradiciones populares, como expresión del se n tir de la masa social, recogido y dogmatizado por los Santos Padres, y devuelto al seno de la colectividad, troqu e­ lado ya en afirm ación teológica. Esta afirm ación — notadlo— no se la encuentra en el A ntig uo Testamento, m onumento h istó rico del gobier­ no directo de! pueblo hebreo por Dios y m anifestación de los pródomos y gestas anunciadores de la venida del Mesías; m onumento en­ vue lto en la alegoría, abrillantado con la m etáfora, recamado con la poesía más encendida como habla destinada a m ostrar el poder de;

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Dios creador, sus iras im ponderables, sus castigos tem erosos y sus promesas indefectibles de que el hombre había de ser redim ido m er­ ced a! divino enviado. En este libro sin precedentes, en este libro sin par, en este libro, quiero decir, en el conjunto de su estructura, no ha lugar para otra obra, y a ella se contraen y lim itan, con variedad de facetas y con m ultiplicid ad de m atices, cuantos del m ism o son m i­ nistro s y coadyuvantes: M oisés con sus relatos y cánticos; David con sus salm os; Salomón con sus proverbios; Job con sus lamentos; Je­ remías con sus trenos; Daniel con sus visiones; Ezequiel con sus ar­ pegios lírico s en parte himnos, en parte execraciones; Isaías con sus apostrofes, y por e! orden ios demás y todos vates, todos adivinos, todos profetas, nuncios de la obra sublim e que había de cum plir el Mesías, cordero en el sacrificio, magnífico en la acción y te rrib le en las ju sticia s; que había de aparecer al sonar su hora, sabio en la doc­ trin a , dulce y manso en la expresión, arrebatador en el sentim iento y avasallador e im ponente en la merced y el m ilagro. (Grandes aplau­ sos). Como veis, es in ú til buscar en el Antiguo Testam ento el germen de la glorificación de María. Mas tam poco ei Nuevo es muy explícito y abundante en textos que conduzcan a esta form a directa de exalta­ ción que supone el sim bolism o de ser la Virgen coronada en los cie­ los; y ello, por razón homologa o análoga a la que explica la ausencia del tem a en el Antiguo Testamento. El fin de la obra de aquél no es otro que histo ria r los sucesos que culm inan en la Redención, y la afirm ación de que el Redentor habrá de juzgar a todas las criaturas descendiendo del Cielo donde mora a la diestra de Dios Padre. Es de­ c ir, que se trata de la narración de los sucesos en cuyo derredor g i­ ra el llamado dogma cristológ ico, y en tal relato llena, naturalm ente; con su nombre, con sus palabras y con sus actos, todas las páginas la figura de Jesucristo, y a su lado, las demás, incluso la de su San­ tísim a Madre son accesorias y secundarias. Pero téngase en cuenta, con respecto a María, que lo fundam ental, lo esencial es ¡o que se relaciona y entronca con la divinidad de C risto: el hecho portentoso de que del seno de una m ujer, hija de Adán, haya nacido una perso­ na de la Divinidad, y de ahí el dogma m aravilloso de la Encarnación del Verbo en las entrañas de María por obra del Espíritu Santo. Dando tal dogma por sabido y por presupuesto, om ite toda refe­ rencia el Evangelio de San M arcos; lim ítase el de San Juan a las con­ sabidas palabras: «Et Verbum caro factum est et habitabit in nobis»; San Mateo le encierra en siete versículos, y es San Lucas el que de­ talla el admirable suceso; la visión del Arcángel, la confusión de la Virgen, la visita a Santa Isabel, para acabar con el M agníficat, el cán­ tic o de la Virgen, donde se leen versículos de tan peregrina herm osu­ ra, aunque tan sabidos, como aquellos que dicen: «Mi espíritu se re­ gocijó en Dios, mi salvador, porque ha mirado a la bajeza de su sierva y desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventura­ da»; cántico donde centellean los acentos lírico s de la Sulam ita, la esposa del cantar de los cantares, la del cuello de gacela, la de los ojos de paloma, la de los pechos duros, sabrosos como el vino; cán­ tic o donde palpita el nervio del canto triu n fa l de M oisés, después del paso del mar Rojo, tan valientem ente parafraseado por nuestro Fer­

nando Herrera en su magnífica oda a la batalla de Lepanto. (Aplau­ sos). Esto es lo que aparece de los Evangelios, y si ello es más que suficiente — ya lo creo— para que quede contrastado el m iste rio del dogma de la Encarnación del H ijo de Dios, con respecto a la grandeza de María no hace más que dejar abierto el campo a las deducciones y a los razonamientos teológicos, de harto poco valor ciertam ente dentro de la narración de los prodigios de la vida de C risto. A parte­ mos la vista de estos prodigios, cuya inm ensidad sublim e vela los resplandores de la gloria de María a la manera que el del sol oscure­ ce y disipa el fu lg o r de las estrellas, y enfrentém onos con una ver-; dad estupenda, capaz y bastante por sí misma para probar la d iv in i­ dad del cristianism o. Dentro de la sabia economía del catolicism o, en razón de su por­ tentosa arquitectura, una vez asentado el dogma de la Encarnación puede perfectam ente hacerse caso omiso, prescindirse de la figura de la Virgen tal como si por disposición divina hubiese m uerto inm e­ diatam ente después del parto, y no obstante y a pesar de ello, nues­ tra santa religión no necesitaría variar ni una tild e de su credo y te n ­ dría el m ism o valor teológico y científico, y tendría la propia eficacia salvadora y entrañable. Por eso, la teología protestante, aunque ha prescindido de los dogmas marianos, no ha ganado ni un adarme en el valor de su construcción, ni como ciencia ni como fe confesional, y se creía que despreocupándose de esos dogmas y negando el culto de la Virgen se desprendía de un peso m uerto, ha sufrid o el solem ­ ne y amargo desengaño (reconocido por autoridades tan poco sospe­ chosas como el nombrado Macaulay y Guizot, ya citados en in te re­ sante documento por el arzobispo de Orleans, monseñor Dupanloup) ha sufrid o digo, el desengaño de ver de década en década más pujan­ te a la Iglesia católica en la valorización de sus m isterios, entre los cuales se destaca en el lincam iento, en el perfil de la sublim idad, la figura y el culto de María, a la manera que en la grandiosidad de la catedral gótica, y en su im ponente y severa silueta, los encajes y los adornos platerescos y el cernido de la luz a través de las vid riera s pintadas matizan con rasgos y colores la augusta majestad del te m ­ plo, sin menoscabo, más bien con ganancia, de su belleza. (Aplausos). Pero, lo repito, la grandeza de María no brota de estas fuentes de que vengo ocupándome, A ntiguo y Nuevo Testamento, porque lo que de ellas mana es: del A ntiguo, el poder y el amor de Dios Padre, y del Nuevo, el podpr y el am or de Dios Hijo, la vida y m ilagros, la Pasión y m uerte de C risto, conducentes a la obra de la Redención; obra que no necesita de calificativo s, pero por darle alguno, para me­ jo r fija r mi pensam iento — aunque sea calificativo bárbaro y fa lto de rig or y de precisión teológica y hasta m aterial— podremos decir que es obra que culm ina en la hiperperfección cuando, después de pro­ nunciadas por Jesús las dulcísim as palabras «Mi paz os doy, mi paz os dejo», y de haber infundido el Espíritu Santo en los Apóstoles por m edio del m isterioso soplo, se rem onta desde el M onte de las Olivas, asciende al Cielo y ya desde entonces el Redentor, el que era dulce y manso de corazón, se reviste de los rayos de la ju sticia , y así ins­ pira al desterrado, al Aguila de Patmos, los portentos del A pocalipsis,

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para que se m edite en el día de la ira, en la hora trem enda que ha de llegar al toque de la séptim a trom peta, anuncio dei Juicio Final. (Grandes aplausos). De lo expuesto hasta aquí me pe rm ito concluir que el culto de María nace de la efusión popular, que la fuente de su glorificación se halla en la difusión de tradiciones del pueblo, pero que esta g lo rifica ­ ción, por decirlo así, no cuaja, no se esculpe, no cristaliza desde el prim er momento, siendo coetánea con el nacim iento del cristia nism o , sino que ello tiene lugar, ya verem os cuándo, después de constituida y asentada la Iglesia. Y me fundo para ello en una deducción de or­ den de filosofía de la H istoria, que se decía antes, que dentro de la lógica, de la trabazón de la te sis que mantengo, debo som eterla, y no hay que decir que con toda humildad, como cuanto he dicho, como cuanto digo queda som etido, a la autoridad eclesiástica que reveren­ cio y acato. (Aplausos). La deducción es obvia, es muy sencilla: C risto muere, C risto ha m uerto, y cuando sus divinos labios pronunciaron el Consunmaturrr est, conmoviéndose el mundo de polo a polo y quedando cuarteado el naciente im perio romano, entonces tiene que comenzar una nueva la­ bor, que hoy, a través de la perspectiva de veinte siglos, abarcamos en toda su magnitud y justam ente calificam os de m ilagrosa: la labor de difusión de la fe, la constitución de la Iglesia y la organización de su m isión docente y auxiliadora. Este era el asombroso fenóm eno que en el plano moral se ofrecía a la humanidad con fuerza expansiva arrolladora y prolífica, al par que en el plano h istó rico surgía un pro­ blema trem endo y pavoroso: el que planteaba la aparición de los bár­ baros del Norte que se asomaban a las fronte ras de la Escitia y de la Escandinavía, adustos y te rrib le s, como m ensajeros de una plaga en­ viada por la cólera celeste. Y al propio tiem po, como si quisiera ofre­ cernos una dem ostración de la verdad de aquel adagio clásico que di­ ce Quos v u lt perdere Deus prius dementat, «cuando Dios quiere per­ der a uno comienza por perturbar la razón», en el im perio romano, re­ gulador a la sazón de la vida mundial, se suceden en la potestad y en la púrpura estos extraños y sin iestro s personajes: Tiberio, un tira ­ no cruel y suspicaz; Calígula, un frené tico depravado; Claudio, un im ­ bécil de bajos instintos, y Nerón, un vesánico aquejado de m onstruosa megalomanía. Con todo, en tal sociedad, dirigida por sem ejantes rectores, lo que había de interesar del cristia nism o era precisam ente lo que al cristia nism o le im portaba que interesase: la doctrina y la vida de C ris­ to, es decir, el eco del sermón de la Montaña, el fu lg o r cabrilleante de sus parábolas, la santidad y la certeza de su enseñanza y el re­ cuerdo vivo y palpitante de su pasión y m uerte. Y aquí un parénte­ sis, brevísim o, para una observación. Notad que la figura de la V ir­ gen María se ha desvanecido, ha desaparecido de este te a tro donde se van a desenvolver las luchas por la conquista de la conciencia de la humanidad para las nuevas ideas; por tanto, de los pasos, de las huellas de la Virgen no hay para qué preocuparse. Comienza en se­ guida la obra adm irable de la propagación de la fe; los apóstoles se disem inan por los ám bitos del mundo conocido, llevando como únicas armas la palabra de C risto, y entonces principia el m ilagro de ¡a d ifu ­

sión de su doctrina, la conversión de judíos y de gentiles, porque justam ente con la eficacia y con la certeza de la enseñanza, Pedro y Pablo, Juan y Andrés, Santiago y Simón, y del propio modo los demás apóstoles, pueden añadir a los argum entos de su predicación el «Yo lo vi» que es el que da justeza cabal a un legítim o testim on io . Tam­ bién entonces, fatalm ente, inexorablem ente — claro que dentro de los estatutos providencíales, pero inexorablem ente— se cumple una ley juntam ente biológica e histórica, la ley de la reacción; y el paganis­ mo, las viejas ideas que se sentían heridas en lo más íntim o de su médula, y los intereses creados, a la sazón triun fa ntes con una inso­ lencia irre sistib le , y las pasiones y las concupiscencias, siem pre en acecho, se aprestan a reñir la trem enda y decisiva batalla a las ¡deas nuevas, que eran cáustico corrosivo dei vigente estado político-jurídico social, y entonces, y por eso, se decretan las persecuciones y los m a rtirios de los creyentes en C risto. Pero era urgente, era perento­ rio que se organizase, y se organizaba, la jerarquía y por lo menos la p rim itiva, la más esencial de las funciones conducentes al culto, a la mutua asistencia de los fieles, a la disciplina eclesiástica. Y como si todo eso fuera poco, aún había que vencer una dificulta d ardua, gra­ vísim a, capaz de disolve r a la naciente congregación, porque germ i­ naba en sus entrañas como un te rrib le , como un espantoso cáncer d e stru ctor; me refiero a la herejía. Pues bien, luchando con todo esto, que hubiera hecho naufragar y disolverse al cristia nism o a no ser de ordenación divina, la Iglesia, como in stitu ció n docente y confesante, tenía y tiene y tendrá hasta la consumación de los siglos, pero sobre todo en su nacim iento, tenía que preocuparse ante todo y sobre todas las cosas de la pureza del dogma; del dogma, porque era el legado de Jesucristo; del dogma, porque constituía íib ra de la fibra, alma del alma de la santa in s titu ­ ción; del dogma, porque le mantenía y le vigorizaba la sangre de m i­ les y m iles de m ártires, poseídos de lo que sus detractores llamaban con desprecio la insania crucis, la locura de la Cruz. Y como dentro del dogma la figura de María es de relativa im portancia, se llega a la definición dogmática en el Credo, en el sím bolo de la fe ortodoxa, tal como nosotros lo repetim os, en el C oncilio de Nicea de B itinia, p ri­ m ero general, que presidió una gloria española, el grande obispo Osio, sin que en ese credo o símbolo de la fe (en el año 325, porque el dato interesa) haya más que una alusión, que todos sabemos, con respecto a la Virgen: «Jesucristo, Hijo de Dios, fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen»; y co­ mo veis, han transcu rrid o tre s siglos y cinco lustros desde Jesucris­ to, y todavía no se colum bran los resplandores de la gloría de María. Estoy hablando, por supuesto, del fenóm eno h istó rico no del dog­ ma teológico. No quiere esto decir, en modo alguno, y sostenerlo se­ ría un trem endo dislate, que la Iglesia m ilita n te hubiese estado apar­ tada, in dife rente o distraída de la figura de la Virgen; basta para con­ vencerse de lo contrario, el pensar que el pueblo cristia no que mora­ ba en las catacumbas y se empleaba en la m editación y en la consi­ deración de los actos de la vida de C risto , no podía ni debía prescin­ d ir de la intervención que en ellos tuvo su santísim a Madre, con tan­ to mayor m otivo, cuanto que ese pueblo tributaba culto a los m árti­

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res, cuya relación hubiera llegado a lo innumerable después de las sañudas persecuciones de Decio, Diocleciano y Maximiano. Pero aparte este argum ento (aunque en mi se n tir bastaría para persuadir­ nos de que siem pre, siem pre, siem pre, en todo m om ento e xistió el culto de la Virgen, sólo que al princip io fue un culto — ¿cómo lo diría yo?— íntim o, callado, recogido, como fuego de rescoldo resguardado del huracán que bramaba fuera en derredor del dogma cristológíco), aparte, digo, este argumento, nos encontram os ahora, no con argu­ mentos, sino con hechos, hechos históricos, hechos probados que de­ muestran que a mediados del siglo IV hizo su aparición de manera fulgurante el culto a la Virgen con efusión y para consuelo de los cristianos. Me refiero a las herejías que tenían por m ateria y naturaleza los trib u to s de la Virgen. La prim era que se presenta hacia el año 363 a 365 es la herejía de los coliridianos, consistente en suponer a la V ir­ gen partícipe en la esencia divina y de ahí el que la tributasen un culto idolátrico. Diez años después, por consecuencia en el año 375, surje la herejía de los antidicom arlanitas, que es una reacción contra la anterior; éstos se proclaman adversarios, enemigos de la Virgen y la niegan todo homenaje, toda reverencia, todo culto. Después es Joviniano, corifeo que se encarga de predicar y vulgarizar la grosera negación de la perpetua virginidad de Nuestra Señora, herejía que ya refutó San Agustín y que fue anatematizada en un C o ncilio particular de M ilán. Y por últim o, una herejía que es de más cuenta, que ha ejercido verdadera e infausta influencia dentro de los desvarios del pensam iento heterodoxo o herético: me refiero a Nestorio. Nestorio, partiendo del erro r gravísim o de que en C risto había dos personas, una divina y otra humana, afirmaba que la Virgen concibió a la segun­ da, al hombre, y por consecuencia era madre del Hombre C risto , pero no era Madre de Dios. Esta herejía, como todo el mundo sabe, tuvo su condenación en el C oncilio de Efeso, tercero general, en el año 431, y no hay por qué hablar aquí de sus vicisitude s, donde culm inaré el celo, la entereza y el saber de San C irilo de Alejandría. Lo que a nosotros nos im porta recoger es esto: de la existencia de estas herejías, de la negación blasfema, sobre todo de Nestorio, se deduce con evidencia notoria, palmaria, con claridad meridiana, que si se discutía y regateaba y se blasfemaba acerca de la naturaleza y de los trib u to s de la Virgen y, sobre todo, se negaba que fuese Madre de Dios, es sencillam ente por contradecir el se n tir y la conciencia del pueblo cristiano, que como a tal Madre de Dios la veneraba, y cuya creencia, ostensible, m anifies­ ta, irradiada con amor inmenso en dos form as irrecusables ante la so­ ciología y ante la historia: la oración y el canto. Como no estamos en ningún Congreso católico apologético, no vale la pena de ahondar más en el tema, acudiendo a fuentes como las obras de los Santos Padres coetáneos, alguna tan significativa aunque, es verdad, po sterio r a este revuelo herético, como la de San Ildefonso, titulada «La Virginidad de la Madre de Dios», obra por cie rto , según tradición, premiada por la Virgen con una casulla que con sus benditas manos entregó al autor, tradició n en que se inspiró M u rillo para pintar el conocido y admirable cuadro que se conserva en el Museo del Prado.

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No hay por qué rebuscar en los him narios de los siglos V y VI y en los libros hagiográficos huellas y testim on io s que saldrían por do­ cenas y estaba por decir que surgirían por centenares; a mi parecer, queda suficientem ente dem ostrado y probado que la devoción mariana, rem itida al principio a la intim idad m ientras el cristia nism o fo r­ mulaba y troquelaba sus dogmas, resistía las persecuciones y pelea­ ba con las prim eras herejías, a mediados del siglo IV hizo su apari­ ción en form a magnífica, pujante, ardorosa, como compendio, como conjunto del afecto de los fieles para con la Madre de Dios Salvador. Y ya tenem os en el plano h istó rico la figura de la Virgen. Aparecido, irrum pido así el culto de María, la Iglesia y el pueblo lo intensifican, aclamándola con los calificativos de Reina y Madre. Por ello inm edia­ tam ente la erigen en Patrona, en tutora piadosa y eficaz; la reveren­ cian en la afirm ación de su poder y de su gloria y la invocan corona­ da como Reina de Cielos y Tierra. (Aplausos). Y así plasmada, así iconografiada la figura de la Virgen, Madre, con el Niño en los brazos, Reina, con la corona en las sienes, es co­ mo los creyentes la llevamos dibujada en nuestra fantasía, en lo más caliginoso de nuestra pobre fantasía, y grabada en lo más íntim o de nuestro fervoroso corazón; y contem plándola así es como acude a ella el navegante en los m om entos de peligro, cuando cruza los ma­ res, y así el soldado cuando se dispone a entrar en combate y ¿a qué enumerar? así todos los que estamos aquí, todos los cristia no s del orbe la invocamos en las angustias y en las congojas del dolor, en las pavuras de las trem endas celadas de la vida, en las zozobras y en las inquietudes de las trágicas esperas y en la hora fatal y tem erosa de la m uerte. (Aplausos). Un poeta, hoy injustam ente m enospreciado y olvidado, Núñez de A rce, ha sintetizado estos conceptos en esta bella estrofa: «María, que del piélago y del alma las tem pestades calma; que recoge en sus brazos y consuela al náufrago del mar y de la vida; bálsamo a toda herida, puerto a toda aflicción, M aris Stella.» Y antes, otro poeta, tam bién castellano y vallisoletano, el gran Z orrilla, en la melopea de la canturia rítm ica de sus fáciles alejandri­ nos, había cantado a la Virgen: Tú eres ¡oh María! un faro de esperanza que b rilla de la vida ju nto al revuelto mar y hacia tu luz bendita, desfallecida avanza el náufrago que anhela en el Edén tocar. Y el pueblo, tam bién el pueblo, evocando la figura de la Virgen Reina y Madre, es como la saluda en los momentos culm inantes del día cuando suena el toque del Angelus, como ha dicho otro poeta al­ tísim o, el más alto de los católicos de la moderna Italia, Alejandro Manzoni, en su him no bellísim o II nome d i María.

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Te quando sorge e quando cade il díe, E quando il solé al mezzo corso il parte, Saluta il bronzo, che le turbe pie Invita ad onorate. versos gallardam ente traducidos por otros:

Baraibar y

Zumárraga, en estos

A ti cuando el Sol nace, Cuando se oculta y yace, Cuando brilla en m itad de su carrera, Saluda la campana Invitando a las gentes placentera A orar y a honrarte con piedad cristiana. (Aplausos). Exaltación tan esplendorosa desborda los lim bos religiosos, se difunde por los ám bitos de lo bello, se convierte en tem a a rtístico, e inspira obras m aestras que son el encanto de los ojos y embeleso del espíritu. Todos lo sabéis: la coronación de la Virgen en bajo-relie­ ves y en alto-relieves, en grupos escultóricos, en tallas de retablos y sillerías de coro, en vidrieras, en mosaicos y tapices ha sido in fin i­ dad de veces reproducida, y acaso sea mayor el número de ejempla-, res en que pictóricam ente se ha representado tan precioso m isterio. Harto se comprende que la coronación de María en los senos de la G loria, como asunto para un cuadro, constituía una profusión de ele­ mentos artísticos im posibles de valorar y destacar: dibujo, luz, color, perspectiva, disposición, idealism o, todo un mundo de m otivos para estim u la r los factores técnicos, sin contar los meram ente im aginati­ vos, ni el tem peram ento individual de cada pintor, su inspiración per­ sonal y hasta el influjo del medio am biente donde la obra se produce. Por eso la relación de los cuadros que tienen por asunto la corona­ ción de la Virgen sería interm inable; sirva un botón de m uestra. Yo soy profano en el arte de la pintura e ignorante de su historia y, con todo, sin habérm elo propuesto, he visto grabados de cuadros que tie ­ nen por asunto la coronación de la Virgen pintados por el Gioto, fray Angélico, A lb e rto Durero, Rafael, B oticelli, Rubens — de éste por par­ tida doble— , Lucas delia Robba y G hirlandaio, para no cita r sino a grandes m aestros, y he contemplado los originales que se conservan en el Museo del Prado, de M adrid, los siguientes que os in vito a v is i­ tar, que no son dos ni tres, sino esta interesantísim a media docena que voy a m encionar rápidamente. Primera coronación: en un p rim itivo español del siglo XV. Segun­ da, la de Vicente Macip, un cuadro ch iq u itito que fue atribuido hasta hace poco a su hijo Juan de Juanes. Tercera, preciosa, al m ism o tie m ­ po coronación y asunción, es un cuadro de autor desconocido, perte­ neciente a la escuela italiana, que figura entre los legados por don Pablo Bosch, en la parte baja del Museo, pasada la rotonda. Cuarta coronación: la del Greco, en el m ism o lugar y de la m ism a proceden­ cia. Quinta, la de Velázquez. Y sexta la de Bayeu, si bien a mi incom ­ petente ju cio éste, más que cuadro de la coronación de la Virgen, es

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de los llamados apoteósicos o de gloria triu n fa n te , y efectivam ente, la Virgen en este lienzo es una figura secundaria y aparece, no coro­ nada, sino circundada, que es cosa distinta, y sobre todo si es por las sim bólicas estrellas, y sedente a los pies entre Dios Padre y Dios Hijo. Y si en estas m anifestaciones a rtísticas el tema de la coronación de la Virgen produce emoción intensa, es positivam ente más alta y poderosa en la interpretación lite raria , como para concluir vamos a ver por medio de un ejem plo. No se necesita mucha erudición para hallar en m ísticos y profa­ nos, en poetas, en oradores y en prosistas, trozos que tienen por asunto la coronación de María, tratada con imágenes y conceptos ex­ quisitos, m ediante palabras elocuentes, m usicales e inflamadas, se­ gún la naturaleza de la obra, el tono en que se desarrolla y el estro que la dicta; pero por la singular maestría con que el tem a se desen­ vuelve, y ser en uno de esos monum entos que constituyen m otivo de legítim o orgullo para todo un pueblo, m onumento levantado por el nu­ men genial de un artista, inspirado en estupenda síntesis por la fe, la ciencia y la belleza, vamos brevísim am ente a considerar el tem a de la coronación de la Virgen el la «Divina Comedia», el poema sagrado en que han puesto manos C ielo y Tierra. Es en el canto XXIII del Paraíso, y como sin jactancia ni presun­ ción de mi parte ni agravio para nadie, supongo que para muchos de vosotros es ignorado y otros lo tienen olvidado en estos instantes, conceptúo de esencia el evocar su argum ento o m ateria, y Dios y los manes del poeta me perdonen los destrozos que mi pobre exposición va a producir en poesía tan espléndida. Es en el Canto XXIII del Pa­ raíso. Dante, guiado por Beatriz, ha recorrido sucesivam ente las esfe­ ras paradisíacas de la Luna, M ercurio, Venus... en una palabra, la de los planetas, y llega a la esfera de las estrellas fijas o de los A pósto­ les. Adentrados en esta morada, Beatriz quédase enajenada, suspen­ sa, en estática expectación; Dante, viéndola así, experim enta una incertidum bre que compara a la de quien teniendo un bien anhela otro y esperándolo se satisface, cuando surge un nacer como de aurora, de m em ento en m omento más intenso y creciente hasta hacerse ce­ gador: es la aparición, el descenso m aravilloso desde el cielo cris ta ­ lino de C risto y María con las legiones triu n fa n te s de la Corte celes­ tia l, santas y santos y todas las jerarquías angélicas, form ando un cortejo inmenso, innumerable, a manera de vía láctea, pero im ponde­ rablem ente más sublim e que el que en form a de camino traza la ne­ bulosa singular que asombra en medio de las grandezas del Cielo. La luz de C risto ciega a! poeta; pero C risto vuelve a ascender al cielo crista lin o y entonces Dante puede hacerse cargo de lo que le rodea. A excitación de Beatriz repara en la figura de la Virgen, cuando de lo alto desciende en form a de llama el Arcángel Gabriel, hácese círculo a guisa de diadema y corona a María Santísima, quedando en derre­ dor suyo y prorrum piendo en una melodía tal — dice el poeta— que la más dulce a oídos humanos parecería ronco frago r de nube trona­ dora, comparada — son sus palabras— con el son de la lira que coro­ naba el bello zafiro que em bellecía el esplendoroso cielo. Y su canto era éste: «Yo soy amor angélico, que gira en torno del em beleso altí-

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simo, nacido del seno donde halló albergue nuestro anhelado bien; y seguiré girando, Reina del Cielo, m ientras unida a tu Hijo acrecientes el fu lg o r de la suprema esfera donde moras.» Y term ina: « C o s í la circulata melodía Si sigillava, e tu tti gli a ltri lumi Faceam sonar lo nome di María.»

de la ciudad

— Y al concluir el canto, todas las demás lum breras repitieron aclamándole, el nombre de María— .» Tal es, toscam ente parafraseado y traducido, el episodio de la co­ ronación de la Virgen en la «Divina Comedia». Como habréis ad verti­ do, todo en tal pasaje es tan profundo como bellísim o, siendo lo más adm irable que el tem a lite ra rio se transfunde en el más alto sentido m ístico y teológico, como si quisiera preludiar aquella tiern a y fervo­ rosa plegaria que pone en labios de San Bernardo al comienzo del Canto XXXIII, que empieza así...

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El alcalde

de Cáceres

leyendo

el Voto

Notad cómo todo este episodio está saturado de efusión, de te r­ nura y de sublim idad, y envuelto en ráfagas de la poesía más irradian­ te y encendida. Para que se destaque la gloria de María, es necesa­ rio que cese la presencia de C risto, porque su luz, efluvio de la Tri­ nidad, esencia m isteriosa de poder, sabiduría y amor, im pide toda otra exaltación o m agnificencia. Dante representa esto de modo sobe­ ranamente poético y fe liz por medio de la velatura de aquella mani­ festación, efecto de la luz cegadora que irradia C risto. Por eso, para que surja el tema de la coronación de la Virgen, C risto enseguida vuelve a ascender al cielo cristalino y entonces se destaca la figura de la Virgen como una aparición, como una teofanía, valiéndom e del concepto in sustituible del poema, como la rosa del bel giardino, la es­ tre lla triunfadora, lo m ism o en el Valle terrenal que en el Paraíso Ce­ leste, y es entonces el m om ento sublim e cuando Gabriel, aquel ar­ cángel, aquel bienaventurado, aquel dichoso enviado que había anun­ ciado a la Virgen el m iste rio de la Encarnación y la había saludado como la llena de gracia, es quien la corona con guirnalda rabiosa, y el em píreo se inunda de la melodía santa sin comparación para ei oído de los hombres. A su compás, y son, que hiciera aparecer agrias y desacordes a las arpas de Jerusalén y las cítaras de Sión, y las li­ ras de Delfos y C orinto y los sistro s y flautas de las fiestas de Pazos e Idalia, el Arcángel gira reverente y entona el himno en loor de la Virgen, y los cielos se estrem ecen al cantar su gloria cuando santos y santas, potestades y querubes, virtudes y dominaciones, tronos y serafines, a guisa de coro armonioso en prefagio o trisa g io resonan­ te repiten aclamándolo, el nombre de María. (Grandes aplausos). A tal sublim idad ha llegado como tema lite ra rio la coronación de la Virgen, hiriendo el numen del príncipe de los poetas, del coloso que se llamó Dante A lig u ie ri.

(13)

(12-X-1946)

Asuncionista

«Vergini Madre, Figia del tuo Figlio, Um ile ed alta piu che creatura, Termine fisso d'eterno consiglio...»


Quede sentada, y esto es lo que con stituye la tesis de este dis­ curso, que la coronación de la Virgen en el orden teológico es un dogma subiim e, Meno de profundidad, donde se anhela el fe rvo r del creye nte; que en el orden h istó rico es la expresión del amor del pue­ blo, amor que se encarga de m anifestar el dogma, envolviéndolo en una atm ósfera de confianza y de intim idad, m ientras ese pueblo de­ rramaba su sangre a raudales por confesar m antener la verdad predi­ cada de C risto y de su Iglesia; y que en el orden o aspecto a rtístico, la coronación de la Virgen es un tem a bellísim o, apto para m over e inflam ar buriles, pinceles y plumas de artistas egregios, que han po­ blado el Universo de m onum entos y producciones im perecederos. ¡Loor y gloria, pues, a María coronada, Reina de Cielos y Tierra! (G ran­ des aplausos). Y para concluir, apartada ya nuestra consideración del suceso que em belleció más los cielos, según hermosa frase de San Lorenzo Justiniano, posemos la mirada en la tie rra . Y aquí entra para mí lo más grave: voy a hablar de Cáceres y quisiera que mi palabra fuese eco fiel, diáfana expresión de m is sentim ientos; que mi pensam iento penetrase como flecha inflamada, ilum inadora, en el problema del en­ grandecim iento de esta ciudad; que mi fantasía supiera pintar con trozos de iris y rosicler el cuadro de su vida y que todo ello fuera consecuencia que naciese en los que me hacéis el honor de escu­ charm e el anhelo férvid o de levantar y sacudir el ánimo descaecido y am odorrado de este querido pueblo. (Aplausos). ¡Cáceres! Ciudad franca y noble, que se asienta en una colina, como si quisiera ponerse de puntillas para m ira r más de cerca a su Patrona que se alberga en lo alto de la Montaña. ¡Cáceres! Ciudad sem brada de to rre s a guisa de antenas para recoger los ecos y la ti­ dos del alma nacional e incorporarlos a su resurgim iento; y que tie n ­ de con gracia su chal verde desde el M arco a Guadiloba. ¡Cáceres! Ciudad blanqueada y risueña, de auroras nacaradas que parecen des­ prenderse desde el santuario de su Virgen; de sol centelleante como las pupilas de las cacereñas cuando la pasión las arranca de su ho­ nesto y piadoso continente; de crepúsculos berm ejos que dan m a ti­ ces aureorrojizos a sus alardes vetustos, a sus campanarios enhies­ tos y a los palacios de granito y berroqueña, afirm ados por la cal po derosa de su ejido. Cáceres; ¡M i Cáceres! Ciudad poética, de am bien­ te medieval en el sector izquierdo trazado por el eje de San A ntonio a San Blas, donde se asientan las plazuelas como decoración para el ensueño, las callejas solitaria s y torcidas, los rincones m elancólicos y rom ánticos que evocan la memoria de árabes caballerescos y de moras enamoradas, de paladines y trovadores cristianos y de ricas hembras altivas, y donde diríase que duermen los ecos de serenatas de guzlas y laudes, y del choque de espadas y cim itarras; ¡M i Cáce­ res! Pueblo noble y generoso, de m ujeres recatadas y bellas como vio leta s, de paso airoso y elegante, que ríen con los ojos, incendian con la sonrisa y subyugan si conquistadas y celosas lloran, y que go­ zan de gracia salpim entada para triu n fa r en dares y tom ares, y lan­ ces de amores discretos; este Cáceres, en fin, tan noble, tan bueno, tan abnegado, que jamás experim entó la envidia ni mendigó plañidero, ni amenazó por despecho, se presenta como dorm ido entre el fe rvo r

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que ferm enta en el ám bito nacional. Yerra quien lo dispute pueblo m uerto, pues hasta el más leve im pulso generoso para conm overlo y ag itarlo; y siendo su fibra recia, sana y bien templada, tien e su ma­ yor enemigo en la m odestia de sus hijos, si bien ellos son lo sufi­ cientem ente altivos para no pedir y harto sencillos para resignarse con su tranquila m ediocridad. Cáceres, pues, duerme. Séale p e rm iti­ do a un cacereño que le ama con amor filia l dar un aldabonazo en su puerta, para que sacuda la soñera y esté prevenido para re c ib ir nue­ vos im pulsos e incorporarse al progreso y no a sem ejarse a las vírge­ nes necias de la parábola evangélica. Satisfechos, ufanos, orgullosos podemos y debemos estar de nuestra actuación para con nuestra Santísima Patrona, porque al coro­ narla vamos a ofrecerla el homenaje más delicado y tiene de nues­ tro s corazones; pero ¿podemos experim entar la propia satisfacción de nosotros m ismos en otros aspectos de la vida local? Cáceres sin agua o con pocas aguas potables, pagando vergonzoso y te rrib le t r i­ buto al m onstruo de la tifoid ea , sin elem entos para defenderse de sus veranos tó rrid o s y secos, sufre sed. ¡Cáceres sin com unicaciones fáciles y económicas, con sus partidos más populosos y las regiones más feraces de su provincia, no goza de abundancia ni baratura; Cá­ ceres sin iniciativas para crear industrias y para fom entar y engran­ decer su com ercio, para estim u la r las in stitu cio nes docentes y cu ltu ­ rales e in te nsificar aún más de lo que se intensifican las sociales y de previsión, no solam ente no puede estar en todo m om ento satisfe­ cho de sí mismo, sino que ha de haber ocasiones en que sufra la to r­ tura del rem ordim iento, al contem plar el cuadro de su vida y compa­ rar las posibilidades con los efectos logrados. (Aplausos).

Hay una Providencia para los pueblos, como la hay para los indi­ viduos, y aquella Providencia se la atrae y vincula por m edio del tra ­ bajo. Haga el de los hijos de Cáceres que el suyo traiga esa Provi­ dencia entre sus muros, y así resurja pujante, poderoso y bizarro. Y ahora «¡soñemos, alma, soñem os!» que dijo Segismundo de Calde­ rón; soñemos con ese Cáceres de vida industriosa y próspera, para después personificar la ciudad en una estatua de belleza m órbida y serena, que triu n fe , que domine desde lo alto de una to rre cual otra Bujaca, y llegue el día en que una m ujer hermosa como la que presi­ de estas fiesta s en medio de corte tan seductora y gentil, la corone con guirnalda de encina y purpurinas rosas, en el sim bolism o de exal­ ta rla como madre dulce y bendita, de cuyo seno, venturoso y fecun­ do, salgan generaciones de hombres buenos. Decid conmigo: ¡Viva Cáceres! (Grandes vivas y prolongados aplausos).

Si yo fuera más de lo que soy, si valiera más de lo que valgo, si cupiera pensar lo inverosím il, en una racha de insolente fortuna que me elevara a puesto desde donde pudiese ayudar, estim u la r y s e rv ir a este noble, sufrid o y generoso pueblo, mi pueblo de mi alma, en­ tonces cabría que yo ahora aquí me presentara como te rrib le flagela­ dor de desidia, de inercias y pasividades colectivas que tienen a Cá­ ceres sum ido en la modorra. Siendo quien soy, valiendo tan poco, y sin esperanzas, ni deseo, de que una ventolera del loco azar me en­ cum bre, mí voz ha de ser de la dulce súplica y mi requerim iento amo­ roso y sentido. Yo os conjuro a que confiéis en vosotros m ism os y solam ente esperéis prim icias y fru to s de vuestra labor, y para hacer­ la amable y para em bellecerla, penséis de continuo en Cáceres en­ grandecido por el trabajo de sus hijos, «¡Por Cáceres!» diga el obrera después de term inada su faena, dando un golpe más con la herra­ m ienta de su oficio. «¡Por Cáceres!», el industrial y el com erciante aportando al acervo común unos céntim os de su ganancia. ¿Por Cáce­ res, el intelectual y el hombre de carrera, dedicando a diario una cuar­ tilla escrita, unas palabras de divulgación de ideas aparte de su ta­ rea profesional? «¡Por Cáceres!» En fin , todos, absolutam ente todos sus hijos, en la obra de ciudadanía y de asistencia pública, seguros de que, si algo se pierde, no toda la sim iente la han de devorar las aves del cielo, ni caer entre las piedras y zarzas, ni esterelizarse en los bordes del camino. (Aplausos).

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Capítulo segundo La coronación de la sagrada

imagen

el 12 de

octubre de 1924. D escripción de la corona. En­ tronización

de l

Sagrado

Corazón de

Jesús en

las casas y en las corporaciones. El m onum ento al Sagrado Corazón. Bajada de la Virgen por la sequía de 1941 y celebración del te rce r cente­ nario de su prim era bajada. Certam en lite ra rio . D iscurso del lim o. Sr. D. A nto nio Floriano y de l abogado don José M u rillo . El voto asuncionista de los

párrocos

de

Cáceres

C atólica

y

de la

Acción:


El 12 de octubre de 1924, día del Pilar, fue llevada procesional­ m ente desde Santa María la sagrada imagen de la Virgen de la Mon­ taña, a la Plaza Mayor, acompañada de los príncipes de la Iglesia, clero, autoridades y de un inmenso público, y depositada en un altar levantado en el centro de la Plaza. El cardenal Reig tom ó en sus ma­ nos la corona depositada en la bandeja y la m ostró al pueblo, en alto los brazos; la ovación estalló clamorosa, sucediéndose los vivas y aplausos. Su em inencia se adelantó, subió un peldaño del trono y co­ locó sobre la cabecita de la Virgen la corona de Reina de la ciudad. La ovación brotó en el corazón del pueblo y fue un homenaje de fe, una exaltación triu n fa l y magnífica de devoción, de respeto, de vasallaje de un pueblo bondadoso y creyente. La voz del cardenal se levantó entonces como un to rre n te cantando las glorias de la Virgen, la labor del prelado, la fe del pueblo de Cáceres y las virtu d e s heroicas de nuestro Ejército. Al día siguiente la Imagen fue subida a su erm ita acompañada, podemos decir sin exageración, de la ciudad entera. El orfebre de la corona, don Félix Granda, es e scrito r como lo fue Antonio de A rfe, y describió la corona con un sen tim ie nto de am or purísim o a la Virgen, como sacerdote que es, y decía; Hacemos una corona para colocarla sobre su cabeza, una aureola que la c ir­ cunda, unos zarcillos que descienden desde la corona y recuadran el óvalo de su cara, un collar para su cuello, un cetro para su manto y una corona para su Santísim o Hijo. La aureola, en el reverso, lleva grabados los detalles de personas y fechas relacionados con la coronación En el anverso, unas palabras de los libros Santos nos hacen más in te lig ib le su sim bolism o. «Veni de Líbano sponsa mea, veni de Líbano coronaberis. Et sicu t diss vorni circundabant eam flores rosarunt et lilia combalium.» «Ave María gratia plena, Dominus Tecum», se lee alrededor de la paloma con que cima la corona, y estos te xto s se glosan en el len­ guaje mudo de la decoración ornamental, con el lenguaje de los me­ tale s y de las piedras preciosas. Todos los te xto s están tomados del «CANTAR DE LOS CANTA­ RES», palabra con que la Iglesia viste sus him nos, los versículos y lecciones del O ficio Divino.


«En tu cuello collares de perlas» «Cadenillas de oro haremos para ti» «M i nardo dio su olor» «Huerto cerrado; fuente sellada» «Tus renuevos son vergeles de granadas con frutas de los manzanos» «Caña arom ática y cinam omo con todos ios árboles del Líbano» «M irra y áloe con todos los prim eros perfum es» «Fuente de huerto; pozo de aguas vivas que corren con el ímpetu del [Líbano». Une las im periales de la corona (que en su centro tiene cruces de rubíes), una azucena cuajada de diamantes, sobre la que se desta­ ca una paloma dentro de un nim bo; de éste irradian ráfagas de luz y fuego; sie te llamas matizadas de rubíes representan la plenitud de los dones del Espíritu Santo; los resplandores atraviesan la azucena. «Spritus sanctus superveniet in te, e t virtu s A ltis im i obum brabít tibi.» Como queremos cum p lir el encargo que nos hicieron, de expre­ sar a la Virgen María, con estas joyas que se le ofrecen, el se n tir de su pueblo, su fe, caridad y amor, y dejar a las generaciones futura s un te stim o n io vivo del se n tir de la presente, es por lo que, tom ando del sim bolism o todas aquellas imágenes, todas aquellas claves m iste­ riosas con que hablo siem pre y especialm ente por el lenguaje herál­ dico, escribim os esto con el metal y las piedras preciosas. Explicaremos algunos de estos significados, aunque todos los co­ nocen, para mayor claridad. El oro en heráldica es sím bolo: de los astros, el sol; de los ele­ m entos, el fuego; de los días de la semana, el dom ingo; de las flo re s, el girasol; de los cuadrúpedos, el león; de los peces, el delfín; de las virtudes, la benignidad, la ju sticia , la clem encia; de las cualidades, la nobleza, la riqueza, la generosidad, esplendor, soberanía, pureza, alegría, prosperidad y poder. Dicen los antiguos que los que m uestran este metal en sus ar­ mas están obligados a amparar a los pobres. La plata o platino, por su color blanco, representan: de los as­ tros, la luna; de los elem entos, el agua; de los días de la semana, eí lunes; de los árboles, la palma; de las flores, la azucena; de los cua­ drúpedos, el arm iño; de las aves, la paloma; de las virtudes, la hu­ mildad, inocencia, felicidad, pureza, templanza, verdad; de cualidades, hermosura, franqueza, limpieza. Los que ostentan estos colores están obligados a ser defensores de las doncellas, huérfanas, etc... El brillante es sím bolo de fe, de luz, por su sim plicidad de com­ posición, por su transparencia, por su pureza, su dulzura, significafortaleza, templanza. E! rubí es sím bolo de caridad, valentía, nobleza, m agnanim idad, generosidad; en heráldica, los que m uestran en sus escudos el color rojo están obligados a socorrer a los que están oprim idos por la ju sticia. El zafiro, por su color azul, significa el cielo, que es la cosa más sublim e de todo lo creado; de los elem entos representa el aire; de las flores la violeta; de virtudes, la ju s tic ia ; hermosura, alabanza, dul­ zura, nobleza.

La esmeralda, con su color verde, siem pre fue y es en O riente como color sagrado; de los elem entos, representa el mar; de los ár­ boles, el laurel; de las flores, la siem previva; de las virtud es, la es­ peranza, honra, abundancia, amistad. Los que m uestran este color de­ ben proteger a los paisanos y labradores, a los huérfanos y oprim idos. La perla es el sím bolo de lo precioso, de lo escogido. En el lenguaje sim bólico de las flores cuentan del lirio , que tiene la propiedad generosa que, cuando alguna espina lo pincha, corres­ ponde a esta ingra titu d con frangancias exquisitas, de manera que cuantas más y m ayores sean las heridas, tanto mayor es el amor con que corresponde; por eso, es sím bolo de un amor generoso que paga los agravios con beneficios. La rosa significa ánim o entre abatim iento; la azucena, pureza y virginidad. A los tiem pos pre shistó ricos se rem onta el origen de la corona; en sus principios eran las coronas de verdura y eran privativas de los dioses. Isis y Ceres, de espigas; Pomona, de fru to s; los dioses lares, de m irto y romero; Flora y las musas, de flore s; coronas radiantes, a Júpiter, Juno, Hércules, lo mismo que a los príncipes que colocaban entre los dioses. Coronas en form a de vendas (llamadas de diadema) cón la que ceñían sus cabezas los sacerdotes Iraces; a ésta se añadió más ta r­ de, hojas, flores y joyas. También se hicieron de oro y piedras pre­ ciosas. Homero habló de las coronas de los reyes y las compara al cielo por su form a redondo y por el em inente lugar en que se colocan. A l­ rededor de la m itra que ostentaba el sumo sacerdote de los judíos, llevaba una corona; en la parte de la fre n te ostentaba grabado en plancha de oro la frase Sanctum Dominum. David ganó una del rey Melchón, toda enriquecida de piedras preciosas. Salomón usó una de oro con piedras preciosas. El cristianism o, para exteriorizar su culto, para propaganda de sus ¡deas, para v e s tir a éstas de form as visible s, aceptó del pasado to ­ dos aquellos sím bolos que el paganismo no había contam inado, y por eso vem os em plear el uso de imágenes, coronar la de C risto , su Ma­ dre y sus santos, cu b rir de flore s sus altares, herm osear con todo el esplendor del arte y la riqueza sus iglesias donde resuenan los ins­ trum entos y las voces de sus cantos, los ilum ina con esplendor, y el humo del incienso invade sus bóvedas en sus solemnidades. La corona indica dignidad, poder, soberanía, autoridad, im perio, en el e stilo de las Sagradas Escrituras; en el lenguaje figurado, en los m onumentos p rim itivo s, es emblema tam bién de victo ria y re­ compensa.

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*

** El prelado, incansable en sus actividades pastorales, quiso con­ sagrar la ciudad al Sagrado Corazón de Jesús y levantar una estatua en los riscos de la Montaña, para que desde allí bendijera a Cáceres.


El diario «Extremadura», del 31 de octubre de 1926, publicaba el pro­ grama de las fiestas religiosas y literarias que se iban a celebrar con m otivo de la inauguración del monumento al Sagrado Corazón, e rig i­ do ya en la cumbre de la Montaña, al lado del Santuario y mirando a la ciudad. En la parroquia de Santa María se celebró un solemne novenario, del 5 al 13 de dicho mes, en que predicó el prelado, llenándose la iglesia de fíeles. Los párrocos de la capital entronizaron el Sagrado Corazón en m ultitu d de casas, tanto de las hum ildes como de las pu­ dientes, en Centros oficiales, Ayuntam ientos y Corporaciones, enfer­ vorizando a la ciudad, que podemos decir que durante las fiestas res­ piraba un am biente cristia no saturado de caridad y de paz. Celebróse un homenaje de gratitud a la Santísima Virgen, por su protección, al extender el reino del Sagrado Corazón en la diócesis. Hubo una velada lite ra ria y conferencias en el Palacio Episcopal, en los días 8, 9, 10 y 11 de noviem bre, y un certam en poético en el que resultaron premiados don Lorenzo López Cruz, don Pedro Sán­ chez Ocaña y el padre Francisco García, m isionero del Corazón de María. Los Sindicatos Católicos Agrícolas, celebraron tam bién fiestas religiosas y veladas, proclamando Patrona a la Virgen de Guadalupe. El 13 de noviembre llegó a la ciudad el Nuncio de Su Santidad en España, excelentísim o y reverendísim o señor don Federico Tedeschini, esperando su llegada las autoridades y un inmenso gentío; su pa­ so por la ciudad fue una marcha triu n fa l, revistó la Compañía del Re­ gim iento de Segovia que le rindió honores, y celebróse una función eucarística en Santa María con su asistencia; a continuación una re­ cepción de autoridades y pueblo en el Palacio Episcopal, y term inó el día con una velada lite raria en la que hablaron don Tomás M urillo, don José M urillo , don Santiago Gaspar y la señorita María Valdés. El día 14 por la mañana fue bendecida la imagen del Sagrado Co­ razón, que había de ser entronizado en la D iputación Provincial, por el Nuncio A postólico, asistido por los obispos de Plasencia y au xiliar de Toledo y del obispo de Coria, electo ya arzobispo de Burgos. El doctor Segura d irig ió la palabra a la m uchedumbre, diciendo que el Nuncio de Su Santidad actuaba en calidad de notario mayor, y que era necesario hacerle saber que espontánea y librem ente el pueblo de Cáceres y la provincia estaba consagrada al reinado de Jesús. Pue­ blo de Cáceres: Alcaldes de la provincia de Cáceres: ¿Queréis por Rey a C risto? Un s i salió de todos los corazones que resonó en la hermosa plaza de Santa María, estallando a continuación una estruen­ dosa ovación. El presidente de la Diputación recibió la sagrada ima­ gen del Corazón de Jesús, bendita de manos de! Nuncio, siendo lleva­ da a la Diputación procesionalm ente, y teniendo lugar a continuación un acto solem ne en el salón de la Diputación. A las cinco de la tarde de! m ism o día 14 tuvo lugar un acto emo­ tivo, la colocación de una imagen de la Virgen de la M ontaña sobre el nicho sepulcral de doña María del Anio, madre de don Diego María Crehuet del Alm o. A continuación se d irig ió el Nuncio al Santuario de la Montaña, donde bendijo la estatua del Sagrado Corazón, con asistencia de los prelados, autoridades y una inmensa m uchedumbre. Por la noche se celebró una velada lite ra ria en el Palacio Episcopal,

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pronunciando discursos entre otros el obispo de Coria electo arzobis­ po de Burgos, y don Diego María Crehuet, que habló con una elocuen­ cia belleza y erudición m ariánica extraordinaria El emplazam iento de la imagen del Sagrado Corazón está fre n te al tem plete donde se coloca la imagen de la Virgen en el día de su fiesta. De plinto le sirve un colosal peñasco, que m ide unos cuatro m etros de altura; sobre la roca viva está emplazado el pedestal de piedra berroqueña que mide ocho m etros y sin enlucir. La estatua es obra de don Félix Granda y mide 5 ’60 m etros, es de granito fino y aparece en actitud amorosa, abiertos los brazos y con la mano dere­ cha en actitud de bendecir. Está tallada a grandes planos, como ima­ gen colocada en alto y para contem plarse en altura. En el pedestal se colocó en m árm ol la siguiente inscripción en el año 1930: POR INICIATIVA Y COSTEADO POR EL EXCMO. SR. D. PEDRO SEGURA SAENZ-OBISPO DE CORIA, SE ERI­ GIO ESTE MONUMENTO QUE BENDIJO E INAUGURO EN UNION DEL DOCTOR SEGURA EL EXCELENTISIMO SR. FEDERICO TEDESCHINI, NUNCIO APOSTOLICO DE S. S. EN ESPAÑA EL XIV DE NOVIEMBRE DE MCMXXVI. Después de haber entronizado el Sagrado Corazón de Jesús en la D iputación Provincial, en el A yuntam iento de la capital y en casi la totalidad de la diócesis. Cáceres XIV-XI-MCMXXX. «Extremadura» publicó un número extraordinario dedicado a la consagración de la provincia al Sagrado Corazón de Jesús, encabe­ zando el número un trabajo del cardenal Reig, arzobispo de Toledo unas cua rtilla s del Nuncio y artículos de los obispos de Coria y Bada­ joz, y de los señores don M. Siurot, don Tomás M urillo, don José M u­ rillo , don Juan Rosado, don M iguel Muñoz de San Pedro, de las auto­ ridades, y dos bellísim as poesías, una de don Carlos Lago M aslloren y otra de don Lorenzo López Cruz. * * * El 3 de mayo de 1641 bajó por vez prim era la imagen de la V ir­ gen de la Montaña desde su erm ita a la v illa de Cáceres. Para con­ m em orar el te rce r centenario de su bajada, uniéndola tam bién al XVIII aniversario de su coronación, e im petrar la benéfica lluvia para los campos en aquel año de tan pertinaz sequía, se acordó bajar so­ lem nem ente la sagrada imagen a la ciudad en octubre de 1941. El modesto histo ria dor de la Virgen que ha rem ovido los viejos y am ari­ llos papeles de la C o'radía, intentando sacar todas las notas de algún valor histórico, deja la pluma para histo ria r estas fiestas centenarias de 1941 y sigue la crónica de «El Santuario de la Montaña», revísta que empezó a publicarse por la Cofradía en este m ism o año, y que recoge todos los actos, fiestas y homenajes que desde esta fecha se han celebrado en hom enaje a la Excelsa Patrona de Cáceres. Dice así el núm ero 9 y 10 del «Santuario»:

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«Fue bajada el 12 de octubre, dedicado a fe ste ja r a Nuestra Se­ ñora del Pilar, aniversario además de la canónica coronación de la imagen de Nuestra Señora de la Montaña. Cáceres en pleno salió a re cib ir a su Patrona. Muchos acompañaron a la imagen desde la Montaña. El reverendísim o prelado doctor don fra y Francisco Barba­ do Viejo, revestido de pontifical, el clero, las autoridades todas y lerarquías, con inmensa m uchedumbre del pueblo, esperaron su lle­ gada junto a la Cruz de los Caídos, donde se cantó una Salve y se organizó la procesión hasta el tem plo de Santa María. Escoltaban ¡a sagrada imagen desde el santuario la Guardia C ivil, soldados del Regim iento de A rgel y la centuria de honor del Frente de Juventudes; precedida de la gloriosa bandera que el Regimiento Argel depositó a sus plantas al regreso triu n fa l de la Cruzada, en la que so coronó de gloria — llevada en hombros, alternativam ente, por oficiales del Regimiento, jerarquías de Falange y hermanos de la Co­ fradía— ; formada doble presidencia, la del reverendísim o prelado, acompañado de los muy ilu stre s canónigos residentes en Cáceres y del clero de la ciudad, y la de las autoridades, form ada por el exce­ lentísim o señor vicesecretario general del M ovim iento — que acompa­ ñó a la Virgen desde el santuario— por los excelentísim os señores gobernadores civil y m ilita r y demás autoridades y jerarquías pro vin­ ciales y locales y por toda la oficialidad del Regimiento, se form ó una procesión espléndida a la que se unió el pueblo con devoción y reco­ gim iento extraordinarios. A la llegada de la Santísima Virgen al tem plo parroquial, fue re­ cibida por el prelado desde el púlpito con emocionada exposición, ex­ presando los sentim ientos del pueblo de Cáceres para con su Madre, y cuáles sin duda eran los de la Santísima Virgen para con sus hijos. Si la oración del cristiano — decía— nunca es monólogo, sino colo­ quio o diálogo, a! tiem po que nos disponemos a m anifestar durante varias semanas a la Santísima Virgen nuestro amor, gratitud, confian­ za, y cantamos sus alabanzas y pedimos su protección, sepamos tam ­ bién escuchar lo que ella, sin duda, nos dice a todos; al pueblo fiel en sus diversas categorías sociales, a las autoridades y a Ips sacer­ dotes. Santidad y pureza de costum bres, y, sobre todo, amor de caridad, que es fraternidad cristiana y mutua ayuda de los que ju ntos se d iri­ gen al cie lo... pide a todos la Santísima Virgen. Preocupación por el bien común, sin afección de personas; res­ peto a la persona humana, por su dignidad de hijo de Dios y via jero para el cielo; consideración a los principios de ju sticia eterna, que nos enseñó Jesucristo, y que están por encima de los de la ju sticia humana, que son mudables... pide la Santísima Virgen a todos los constituidos en autoridad. Y al prelado y sacerdotes, celo por la gloria de Dios, anhelo del bien de las almas; desprendim ientos de las cosas terrenas, y fo rta le ­ za y perseverancia para propagar y d ifu n d ir la salvadora doctrina de Jesucristo y el sentido cristia no de la vida. Honda im presión causaron las sentidas palabras del prelado, que contribuyeron a hacer más sólida y eficaz la devoción que Cáceres tiene a su Patrona.

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Al día siguiente, comenzó el novenario en la iglesia de Santa Ma­ ría predicando el muy ¡lustre señor don Em ilio Enciso, canónigo de Vitoria. Terminado el novenario, se celebraron tridu os en las cuatro parroquias de la capital, llevando en procesión a la Patrona; y Rosario de la Aurora, en el traslado de la Virgen de parroquia a parroquia. Se celebró un certam en lite ra rio entre la juventud católica, obte­ niendo en el tem a 1.° Medalla de Oro de Nuestra Señora de la M on­ taña, la joven de Acción C atólica cacereña, señorita Ventura Durán Andrada, por su poesía «Baja ya, Madre mía». El prem io al 2.° tema, don A ntonio Agúndez Fernández, por su artículo «Cáceres a los pies de su Patrona», y el prem io al te rce r tema, el padre franciscano fray A nto n io ;C o rre d o r, por su «Oda a la Santísima Virgen de la Montaña». Los trabajos premiados fueron leídos por los autores en la velada que se qejebró el día 7 de noviem bre en el Gran Teatro, en donde el ca­ ted rá tico don Antonio Floriano h isto rió el origen del culto y de la er­ m ita ,,'/ el abogado del Estado don José M urillo , cantó la devoción que Cáceres ha tenido siem pre a su Patrona. Transcribim os a continua­ ción los discursos pronunciados:

DISCURSO BE DON ANTONIO C. FLORIANO A títu lo del más m odesto obrero de nuestra historia loca!, vengo en el día de hoy a tom ar parte en esta velada. Se me ha pedido que en ella os haga un bosquejo de la histo ria de la Virgen de la M onta­ ña, y he de confesaros sinceram ente que con ello se me pone en uno de los más graves apuros de rni vida, porque la Virgen de la M on­ taña no es, no puede ser más para mí un hecho de esencia, de expo­ sición y de críticas h is tó rita s . Es algo más intenso, más íntim o y pro­ fundo, porque es un sentim iento y los sentim ientos no tienen historia ni aún se les puede analizar sin corre r el peligro de de stru irlo s y de ahogarlos en el fondo de la conciencia que los siente. Sí, soy cacereño, in útil es de cirlo en medio de vosotros que me conocéis tan bien, pero lejos de aquí, en el am biente donde actual­ m ente desarrollo mis actividades, soy algo más que eso, pues me lla­ man el cacereño, como si lo fuera por excelencia, y esta expresión y este títu lo embebe en sí todo lo que de intensidad significa amor a la Virgen de la Montaña, y con este amor no es posible adentrarse de una manera objetiva en el campo de la investigación histó rica pa­ ra buscar una verdad y asentarla científicam ente con los testim on io s de la tradició n del docum ento y del monumento. No puedo, pues, haceros una historia de la Virgen de la M onta­ ña; pero como Ella en su excelsitud de inm ensidad resume la to ta li­ dad de los impulsos esp iritu ale s de nuestro pueblo en sus anhelos sobrenaturales, voy a exponer ante vosotros, en breve recorrido his­ tórico , la trayecto ria seguida por estos impulsos hasta cristalizar en la explosión magnífica que personifica nuestra devoción por la Virgen de la Montaña. Prestadme para ello, además de vuestra benevolencia, la atención cariñosa de que en todas ocasiones me habéis hecho objeto. Cáceres fue durante mucho tiem po un rincón com pletam ente ig-

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Voto

Asuncionista

de

la ciudad

ante

la Patrona

norado, perdido en uno de esos fin is terrae a los que llegaba tardía­ m ente el fu lg o r de la civiliza ción nacida en el lejano O riente y madu­ rada en el hogar fecundo de los pueblos clásicos; vive así siguiendo las incidencias naturales de todas las culturas históricas hasta la con­ quista romana, en cuyo tiem po comienza a darnos las prim eras seña­ les de su existencia histórica. Pero al extenderse la facunda sem illa del Evangelio, este ser de Cáceres alcanza intensa vivificació n y nuestro pueblo refleja con evidencia el eco de la Buena Nueva. Una vieja tradición, cuyo fundam ento h istó rico se desconoce, d i­ ce que un santo cenobita, San Jonás, predica el cristia nism o en el oc­ cidente peninsular de los confines de la Lusitania. Ello fue al fin del siglo I y comienzos del II de nuestra Era. El esp íritu religioso, c ris tia ­ no y católico de Cáceres crece a p a rtir de entonces en magnífica flo ­ ración, y en los comienzos del siglo IV un nuevo hogar de fe se abre en la falda occidental del cerro de los Romanos; en el Pago Paciano, donde una fam ilia seguidora de Jesucristo vivía retirada viviendo en in tim o culto, escondida de las persecuciones, en cuya fa m ilia nació y se talló el alma de fuego de la V irgen Eulalia abrasando su corazór> en el amor de Dios como más tarde se habría de abrasar su cuerpo en el hornito de su m artirio. De allí irradiaron copiosas corrientes de espiritualidad hasta que, creado el m onasticism o, los discípulos del gran Benito de Nursia vie­ nen por nuestras tie rra s y no lejos de Pago Paciano, donde floreciera Eulalia, al otro lado del cerro de los Romanos, elevan el prim er m o­ nasterio que hubo en nuestras regiones occidentales, cual fue el mo­ nasterio llamado de San Benito, que actualm ente es una modesta er­ m ita, y no lejos de él una capilla para Santa Lucía, a donde los mon­ jes acudían para im plorar a esta santa la conservación de su vista, necesaria para los trabajos monacales entre' los cuales destacaba co­ mo es sabido el de la copia e ilum inación de m anuscritos, obras de arte y de paciencia que llenan de adm iración a los siglos. En esta época, Cáceres recibe su m a rtirio colectivo en aras de la fe e impulsada por esa espiritualidad cristiana que es su cara cte rísti­ ca principal. El fu ro r de la herejía arriana se había desatado en los alcázares reales; Leovigildo persigue a los católicos y su hijo Herme­ negildo levanta la bandera de Santa Rebelión C atólica en Sevilla. Es­ paña entera se divide entre católicos y arríanos y Cáceres, sin dudar­ lo un solo momento, abraza la bandera católica del príncipe rebelado. Leovigildo vence la rebelión, s itia a Cáceres, la tom a al asalto y la arrasa hasta casi el arranque de sus muros, degollando sin piedad a muchos de sus habitantes que de este modo dieron su sangre por la fe. Pero ésta no se extinguió, porque la promesa de eternidad tenía que cum plirse, y al ven ir la invasión árabe un grupo muy restringido de cristianos cacerenses permanece en ella, como uno de tantos nú­ cleos de mozárabes que fueron no sólo ejem plo de fortaleza y de con­ vicción religiosa, sino que tam bién instrum ento providencial para la perpetuación de la cultura. Y este núcleo de cristianos se agrupa en íntim a comunidad y vuelve su mirada hacia la Virgen para hacerla su protectora; en torno a un pequeño recinto, la finiestra de Sancta M a­ ría, situada donde actualm ente se encuentra nuestra Iglesia del m is­

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m o títu lo que por ello tien e la categoría de iglesia principal y en la que continuaron practicando el culto cristiano, rodeados de la h o s tili­ dad de los infieles que de nuestro Cazires habían hecho nido de las bandas guerreras que en algazaras continuas recorrían el Interland, la tie rra de nadie extendida entre el Tajo y la Sierra de San Pedro. Relata a continuación el señor Floriano, las sucesivas reconquis­ tas de Cáceres hechas por Fernando II, hasta llegar a la de finitiva de A lfonso IX en 1229, en el que aparece el patronazgo de San Jorge re­ pitiendo las palabras del Fuero que lo ju stifica. Pero ya Cáceres cristiana — continúa— la llamada providencial tiene un portavoz de más excelsa categoría. E¡ nombre de nuestra ciudad es pronunciado por divinos labios que lo sublim an y uno de nuestros pastores trashum antes, Gil Cordero, cacerense, nacido en la calle de los Caleros, en la collación de Santiago, pierde su vaca en los fragores de las Viliuercas ju nto al río Guadalupe, y al hallarla m uerta, cuando trata de desollarla, la vaca resucita y la Virgen Santí­ sim a le aparece diciéndole: Non hayas miedo, ca_ yo so la Madre de Dios, tom a tu vaca y vuélvela al hato y ve a Cáceres y di a los c lé ri­ gos que vengan a este lugar donde hallarán una imagen mía. ¡Cuánta dulzura debió alcanzar el nombre de Cáceres al ser pro­ nunciado por los divinos labios de la Virgen! Más adelante hay un episodio, mal conocido, referente a otros dos pastores cacereños, Pedro y Diego, cuyos apellidos se ignoran, a quienes en la montaña de la Llébana se les aparece la Virgen enco­ mendándoles mandato análogo, y esta fe así impulsada transcu rre to ­ do el siglo XV y una buena parte del XVI, hasta que al final de éste, un varón de fe, nacido por estas tierra s, en el pueblecito de Casas de M illán, con la idea incrustada en el alma de elevar un tem plo a la Madre de Dios bajo la advocación de M ontserrat, se lanza por el mundo como uno de tantos clásicos santeros de la tie rra , con una pe­ queña cap illita colgada al pecho, y dentro de ella la virgenclta, pidien­ do limosna, esperando la señal providencial que le indicase el lugar donde elevar el santuario por él soñado. Y fue aquí en nuestro Cáceres, en las fragosidades de la Sierra de la Mosca, escarbando en las fragosidades de la sierra, donde se construye una cabaña y en ella coloca su imagen haciendo una vida heroica de m ortificación y de penitencia. Pronto fue conocida su gran virtu d por don Santos de Figueroa Ocano, vica rio de la v illa ; acudió con su ayuda y su consuelo, mer­ ced a los cuales Francisco de Paniagua pudo seguir en sus trabajos, construyendo más abajo de su choza de anacoreta, «con su sudor y trabaxo», la prim er capilla en la que nuestra Virgen recibió culto pú­ blico a p a rtir del año 1626. En ella, como imagen, la que él llevó col­ gada al cuello durante sus andanzas de santero; pero más adelante, como aún tenía que llevar consigo la p rim itiva imagen cuando descen­ día al pueblo para requerir las limosnas de los devotos, hizo cons­ tru ir otra imagen de la Virgen para qua no faltase la efigie de la Se­ ñora de la iglesia p rim itiva y esta imagen es la que actualm ente se encuentra, sin que sepamos por qué, en el convento de San Pablo. Yo os in vito a que vayáis a contem plarla: Vale la pena. Es una imagen de ve stir, de rostro sonriente, con el niño en los brazos ten-

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DISCURSO BE DON JOSE MURILLO diendo los suyos hacia su Madre bendita, m ientras Ella nos señala al H ijo con un gesto expresivo. La estim o como una de las figuras más bellas de nuestra iconografía mariana. Corre el tiem po, el culto se intensifica, crece el amor de Cáceres por su Virgen y ya es insuficiente la ca p illita m odesta de Paniagua para re cib ir devotos y rom eros. Se piensa en algo más grande, en cum p lir el sueño del inocente santero, y don Sancho de Figueroa en­ carga, no sabemos a qué artífice, la imagen actual que en el prim er te rcio del siglo XVIII, ya m uerto Paniagua, se asienta en su gran igle­ sia, construida entre 1710 y 1721 entre las más elevadas crestas de la sierra, desde la que nuestra Virgen lanza los efluvios de su amor y de su protección a todo el pueblo de Cáceres. Y esta es toda la historia. Nuestra Virgen, morena y sonriente, nos manda la gracia de su amor y de su protección considerándonos como sus hijos más ama­ dos. Esa sonrisa de la Virgen de la Montaña es el poema de Cáceres. Excelentísim o y reverendísim o señor — term ina el orador d iri­ giéndose al prelado— . Recuerdo un episodio ocurrido a raíz de nues­ tra guerra de liberación, cuando el pueblo agradecido acompañaba en­ tre clam ores y vítores a nuestra Virgen en procesión realizada en to r­ no a la erm ita. Yo tenía el honor de acompañar en aquella ocasión a su excelencia, y comentábamos el fe rvo r netam ente popular que el paso de la Virgen provocaba; entonces nos vim os sorprendidos por un g rito que salía entre las peñas, donde un grupo de gente del pue­ blo presenciaba el paso de la procesión. — ¡Señor obispo — decía aquella voz— la Virgen se va «riyendo»! Y era verdad. La Virgen sonreía entonces más acentuadamente, sonreía a sus hijos bien amados, y esa sonrisa es la que Cáceres no debe olvidar y debe por el contrario esforzarse para no perder lo que ella significa de amor y de ternura celestiales, por m erecerla siem pre. El discurso del señor Floriano fue coronado por una cálida y en­ cendida ovación del público. A continuación ocupó la tribuna el abogado del Estado, don José M u rillo Iglesias. La elocuencia florida y portentosa de este distinguido cacereño, una de las más legítim as glorias de nuestra juventud y del Foro ex­ trem eño, te jió la corona lite ra ria de m aravillosa pedrería con que la Virgen María recibe de cada generación el diezmo u ofrenda que la ciudad le rinde en las etapas gigantes que jalonan su sentidísim a historia. Y anoche, hueí, el verbo cacereña, dejó res, el trib u to hora histórica

como hace años la lengua ilu stre de Diego María Crefácil de José M urillo, cum bre máxima de la oratoria a los pies de la Virgen Patrona, en nombre de Cáce­ de alabanza, de amor y de indeclinable fidelidad en la del te rce r centenario.

«Dice que siente la responsabilidad de ocupar la tribuna en un ac­ to tan magnífico, y de tal transcendencia, de que los oyentes han de esperar cálidas oraciones que recojan los fervorosos sentim ientos de cuantos nacieron en esta ciudad, para con su Excesa Patrona la V ir­ gen de la Montaña, porque para tales sentim ientos carece el vocabu­ lario de palabras adecuadas, y el pensam iento de ideas exactas y pro­ porcionadas, hasta el punto de que la fe y la devoción de Cáceres só­ lo puede expresarse de un modo, sin palabras, sin retóricas, sino ele­ vando los ojos tem blorosos a su imagen y diciéndole con trém ulos de veneración filia l en la voz las palabras bellísim as de la Salutación an­ gélica. Y ese discurso, tan breve como elocuente, lo ha pronunciado Cáceres con elocuencia arrebatadora en estas fiestas m em orables del te rc e r centenario. Expresa a continuación, recordando palabras de un m aestro del periodism o católico, que España, gracias a su Inquisición, ha m ante­ nido la integridad del dogma a través de muchas generaciones y has­ ta nuestros días. Porque si la herejía protestante negó el culto a la Virgen, y priva al jardín del cristia nism o de la más bella y delicada de sus flores, y m ientras Europa en el centro se consumía en la ho­ guera herética y en los aledaños se ilum inaba, dram ática y tris te , con las llamaradas de sectas, conjuras político-religiosas, España, proyec­ tando las cristalinas aguas de su Inquisición sobre la pira, se con vir­ tió providencialm ente en la estufa que habría de conservar perenne la delicada flo r de nuestra fe y de nuestro dogma contra los gélidos vie ntos de la indiferencia y los tó rrid o s aires de las hogueras he réti­ cas y revolucionarias. Y así, España se transfo rm ó en un inm enso tem plo votivo consa­ grado a la devoción de María cuyas cuatro columnas se elevan sobre ¡os cuatro pilares de nuestra nacionalidad y de nuestra fe: Covadonga, M ontserrat, Sierra Nevada y Guadalupe. Y en ese tem plo, la V ir­ gen no quiso hacerse representar por imágenes, sino que eligió un Pilar en Zaragoza para que en él quedara prisionero de nuestra devo­ ción el hálito y la fragancia de su persona hecha carne en la más in­ sólita de las apariciones. Y desde que ese tem plo se elevó bajo el cielo español, nuostra Patria se consagró al culto a la Virgen con una devoción m eridional, cálida como nuestro clim a y nítidam ente pura como nuestro cielo. Y adelantándose al C oncilio Vaticano, jura defender con su sangre el m iste rio de la Concepción, y brinda al mundo cristiano, cuando pide un sa lte rio de oraciones para !a Virgen, a Santo Domingo de Guzmán para que le depare el Rosario, y un día de G loria — el de Lepanto— para conm em orarla; y cuando la iconografía mariana necesita de pale­ tas y de cinceles le brinda a M u rillo y a la Roidana para que pasmen al mundo con las m aravillas de sus Inmaculadas y de sus Macarenas, que tan sólo pudieron concebirse en nuestra patria, porque en ella, como en ningún otro sitio , se captó la belleza de la Pura Sulam ita del Can­ ta r de los Cantares. La devoción española a la Virgen es el afecto y la entrega a la Madre. Y así como no se concibe ser humano sin madre que le die­

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ra el ser, no existe pueblo español sin el patronazgo de la Virgen en m iles de diversas advocaciones, y cuyo amor y cuya fe han levanta­ do la erm ita de la Patrona como tronco solariego de toda la fam ilia ciudadana, desde la que preside sus destinos una V irgencita que a ca­ da uno de ellos se le antoja ¡a más bella, amante y m ilagrosa de to ­ das las madres. La h isto ria de la Virgen de la Montaña y de Cáceres, y la devo­ ción popular a nuestra Patrona, sigue esa tra ye cto ria de relaciones fi­ liales. Cáceres, en su juventud, oyó el clarinazo bélico de la Patria y luchó con la morisma, más tarde se hizo alarife y poeta, construyendo la más bella ciudad medioeval de España y escribiendo los más épi­ cos romances de amor y de guerra; por últim o em igró a Am érica pa­ ra conquistarla y evangelizarla. Pero cuando el to rre n te de su sangre se c o n virtió en remanso, y sus nervios vacilaron, volvió al lar, y sin­ tió la necesidad del hogar y del regazo m aterno. M iró en derredor: como cinturón de la antañona ciudad, la pelada meseta extremeña, salpicada de viñedos y olivares; y como pavés sobre sus tierra s par­ das la serranía de la Mosca, como si la providencia hubiese creado aquel lugar como trono agreste, pero m ayestático y bellísim o, para quien por conjuro del amor y de la gracia hubiera de ser Reina de esta palada meseta y de esta ciudad, grave y estirada, como una gran señora venida a menos. Es entonces, año 1622, cuando Cáceres construye su casa solariega en la Sierra de la Mosca, colocando so­ bre su trono a su Madre, la Virgen de la Montaña. Y en aquel instante comienza el coloquio de Cáceres con su V ir­ gen. Las plantas desnudas y sangrantes de los cacereños abrieron el camino que triscaba hacia la erm ita. Y cuando hay que pedir por el novio que lucha en tie rra de m orería; por el hijo abrasado en fiebre en la cuna dorada; por la resolución de los problem as d ifíc ile s que conturban el ánimo del hombre, los cacereños suben a la M ontaña a pedir a su Virgen lo que la Madre sabe dar: consuelo, esperanza y protección. Para que la devoción sea perCectamente filia l, la Virgen, de vez en cuando, abandona su casa y se dirige a la de sus hijos. A trás que­ dan los días tris te s de la Pasión, y los alegres e Infantiles de la Pas­ cua. Cáceres recibe ese día con alborozo y despuebla sus calles para presenciar, desde las breñas de la sierra, cómo su Virgen desciende pausada y solemne a la ciudad. El sol reverbera en las piedras secu­ lares del Arco del C risto cuando la Patrona penetra por ellas. La ca­ lle de Caleros rebosa gente; el tipism o cacereño cuelga sus rejas y balcones con pañuelos alfombrados, entre macetones de albahaca y hierbabuena; en cada puerta tiem b la la luz de una vela y el gram ófo­ no oculto hace oír las notas solem nes del Him no... y la calle de Ca­ leros — artesanos, m enestrales y lavanderas— se arrodilla a su paso y tiende a su Virgen la alfom bra de sus lágrim as, de sus víto res y de sus plegarias, que Ella pisa como una Reina y agradece y sonríe co­ mo una Madre. C ubierta de flore s y rodeada de todo Cáceres, penetra en la ig le­ sia de Santa María radiante de luces y exhornada de flore s, y se arre­ llana en el vie jo sillón de madera tallada, que es el altar mayor. Y allí permanece durante nueve días, en la vis ita más íntim a y plena

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de coloquio que puede producir devoción alguna. Los cacereños acu­ den diariam ente a visita rla y le hablan sin cerem onias de oración religiosa, como a las madres. Y Ella, tam bién, les habla de los tie m ­ pos lejanos, de cuando subían a su erm ita, en los años in fa ntiles, preocupados por sus exámenes; cuando, radiantes de gozo, le presen­ taban a su esposa; cuando, triste s, le decían que tenían el h ijito en­ ferm o, para que no se olvidase de él. En las horas extraordinarias de gravedad y de peligro, la Virgen cum ple con su obligación maternal de acompañar, tam bién, a sus hi­ jos. Con este m otivo, el orador recuerda dos fechas m emorables pa­ ra nuestra devoción: abril de 1931, y ju lio de 1937, describiendo la procesión silenciosa, tris te , pero solemne, que se hizo con la Virgen por las calles de la ciudad, perfumadas de jazm ines y lim oneros ea» flo r, en aquel abril de 1931, cuando Ella, tocando los corazones de to ­ dos los cacereños, confirm ó su títu lo de Reina y Madre de Cáceres y do sus habitantes. Y se refiere tam bién al momento en que los paja­ rracos mecánicos, hendiendo ios aires sobre la ciudad, abrasada con los rayos del sol canicular, lanzaron sus crim inales engendros sobre la iglesia de Santa María. La Virgen, asustada y dolorida, lloró con lá­ grim as amargas y silenciosas; pero más que nada, por las penas de las madres de aquí, pues que Ella s in tió en aquellos instantes un im­ petuoso a'án de sus hijos más queridos y providencialm ente se v a lió de aquella coyuntura para llevarse las almas más puras, acrecentando! su guardia con vírgenes y ángeles, que eran más de Ella que de nos^ otros mismos Así, dice el orador, que interpreta el patronazgo de la Virgen dela Montaña; con este paralelo de la relación y del amor de la m adre y del hijo. Agrega que, aunque cacereño, se siente tam bién de Alcántara, por razones de afinidad y de afecto. Y por ello, quiere aprovechar la oca­ sión para recordar que San Pedro de A lcántara, el más recio exponen­ te de las virtudes raciales de nuestra tie rra , se halla casi olvidado de los extrem eños. Alcántara piensa ren dir un homenaje, siguiendo et> bellísim o ejem plo que acaba de dar Cáceres, al Patrón de ia Diócesis. La idea debemos hacerla provincial, pues que las generaciones veni­ deras no deben olvidar a quién, con su austeridad y su ardor, debe ser el faro lum inoso que las guíe por el cam ino de la perfección y del bien. Y term ina diciendo que hace tre s siglos la Virgen bajó por vez prim era a la ciudad. Desde entonces nos han enseñado que Ella es la' M adre de todos los cacereños. Nosotros se lo enseñaremos tam bién a nuestros hijos, y les acompañaremos por el camino pedregoso de la montaña, abierto po r las plantas sangrantes y desnudas de nues­ tros abuelos. Que m ientras un cacereño aliente, la Virgen de la M on­ taña siga siendo la Reina y la Madre de esta ciudad, re lica rio del vie ­ jo y recio corazón de Extremadura.» Una salva atronadora de aplausos fue el prem io y homenaje de: identificación y adm iración para el elocuentísim o disertante. El acto term in ó cantando el coro de Juventud Femenina el him no del Centenario, original del arcipreste señor López Cruz. * * *

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cristiana a la vida de los pueblos, y finalm ente por el mayordomo de la Co.radía de la Santísima Virgen de la Montaña, que con tan to des­ heló y acierto atiende a todo lo que redunda en honor a la Patrona. Repartida a todos los presentes la fórm ula de la petición y pro mesa, el reverendo señor arcipreste, de rodillas junto al prelado, pro­ nuncia dicha fórm ula, que las autoridades y público siguen con re­ cogim iento y emoción religiosa.

A l día siguiente, la Juventud Femenina de A cció n Católica de Pía esencia vine en peregrinación a postrarse a los pies de la sagrada ima­ gen. La Com isión organizadora de ¡as Fiestas Centenarias acuerda que, antes de sub ir la imagen a su erm ita, se organicen rogativas pidiendo las lluvias. Era un viernes, día de sol canicular y cielo sin celage, co­ m o los anteriores, como desde hacía largos meses. Amanece el nuevo día nublado y. por la tarde, caen las prim eras agotas de agua que durante largos días sucesivos se convierten en llu­ via suave y abundante. La C om isión había mandado im p rim ir unas oc­ ta v illa s para repartirlas, pero ya no tienen objeto, porque la Santísi­ m a Virgen se ha adelantado a las rogativas, y del corazón de todos los cacereños no brota más que un sentim iento ju biloso , el de la gra­ titud . Cuando después do la benéfica lluvia se tra ta de subir a la mon­ taña a la Santísima Virgen, surge la idea de organizar de nuevo so­ le m ne s cultos para pedir al Señor que acrezca aún más ante ios hi­ jo s la gloria de la Madre; que la veamos pronto proclamada, por la in fa lib ilida d del Romano Pontífice, Mediadora Universal de todas las gracias, juntam ente con la definición de su Asunción en cuerpo y al­ ma a los cielos. El prelado de la Diócesis, hijo de Santo Domingo el íundador del rosario, accge con gozo y entusiasm o esta m anifestación de fe y de­ voción a la Santísima Virgen y al Vicario de Jesucristo, y autoriza y colabora a organizar el acto solem nísim o por el cual la ciudad de Cá­ ceres elevará, por mediación suya al Romano Pontífice, su fe rvie n te petición y se com prom ete a d ifu n d ir y defender la Asunción de ¡a Santísima Virgen al Cielo y su M ediación Universal como dispensa­ dora de todas las gracias. Ya los jóvenes de Acción C atólica habían hecho !a misma p e ti­ c ió n y promesa. Pero el acto de ahora reviste solem nidad inusitada. Escógese para ello el momento del pontifical qu3 el día de la despe­ dida habrá de celebrar el prelado con la presencia de las autoridades y jerarquías. Por la mañana, los tem plos de Cáceres rebosan de fie­ les, que se acercan a re c ib ir la sagrada com unión, para m ejor pre­ parar sus corazones y ofrendarlos a María M ediadora. Especialmente ei tem plo de Santa María, com pletam ente lleno de jóvenes y hombres de Acción Católica, que participan litúrgicam ente en la misa dialo­ gada. Cáceres no recuerda haber presenciado acto de piedad tan hon­ da y tan sentida. Terminado el solemne pontifical, los cuatro párrocos de la capi­ ta l, juntam ente con los presidentes de las juntas y centros parro­ quiales de Acción Católica y el m ayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora de la Montaña, don Julián M uriilo, se acercan al altar. El pre­ lado da muestras de profunda emoción. M anifiesta la satisfacción con que recibe los votos de Cáceres a los pies de su Patrona; aplaude la ¡dea de representar a la ciudad — en acto de exquisita religiosi•dad— por sus párrocos, verdaderos padres de todos los cacereños, pues nadie hay que no esté bautizado ni vinculado a una de sus fe ­ ligresías, y por los presidentes de Acción Católica, en quienes pone todas sus esperanzas en orden a in fu nd ir nuevamente espiritualidad

«Excmo. y Rvdmo. Sr.: Nuestra muy amada Ciudad de Cáceres, congregada en estos mo­ mentos en este Templo grandioso consagrado a la Asunción de la Santísima Virgen, al te rm in a r con esta solemne misa de Pontifical los extraordinarios cultos celebrados en honor de su Excelsa y Venerada Patrona la Virgen de la Montaña, con m otivo del Tercer Centenario de su prim era bajada para v is ita i a sus hijos, quiere aprovechar la magnífica ocasión que se le presenta, para dar elocuente testim onio, ente la A utoridad de su venerable Prelado, de sus arraigados sen ti­ m ientos religiosos y de su firm e y profunda fé católica. Una prueba ostensible de su catolicism o es su devoción fe rvo ­ rosa a la Santísima Virgen, cuyas glorias canta constantem ente, no sólo en esta Iglesia, em inentem ente mariana, sino en todas las de ia Ciudad. Para mayor gloria, pues, de esta Excelsa Reina de los Cie­ los, nuestra Ciudad, representada en sus 'feligresías por sus cuatro Párrocos, por los Presidentes de las Juntas y Centros Parroquiales de Acción Católica, y por cuantos con nosotros tienen el honor de a s is tir y presenciar este acto, que sin duda será h istó rico y de re­ cuerdo perdurable, pone en vuestras manos, Reverendísimo Señor, la petición de que es dignéis elevar al Sumo Pontífice nuestra fe rvie n ­ te súplica, que se une a las de los demás fieles diocesanos y a las de todos los buenos C atólicos españoles, para que sea pronto un he­ cho la definición dogm ática del M iste rio de la Asunción de la Santí­ sima Virgen al Cielo, y de su M ediación Universal como dispensado­ ra de todas las gracias. A 1a vez, prom etem os bajo juram ento ob li­ garnos a trabajar con cuantos medios estén a nuestro alcance por d ifu n d ir entre los fieles la devoción a estos Santos M iste rio s, y ex­ plicarles el contenido doctrinal de los m ism os, en conform idad con la cana doctrina de la Iglesia, valiéndonos para ello de modo especial de la Acción Católica de nuestras Parroquias; y a m u ltip lica r nues­ tro s piadosos afanes para conseguir, por medio de sacrificios y ora­ ciones, la proclam ación solemne por Nuestra Santa Madre la Igle­ sia de estos dogmas tan honrosos para el pueblo cristiano, que siem ­ pre ha tenido en tan dulces m isterios una fé inquebrantable y los ha celebrado piadosamente en los días consagrados por ia misma Igle­ sia a su solem ne conm em oración. A sí lo prom etem os; así Dios nos ayude y estos Santos Evan­ gelios.» El prelado contestó: «Si así lo hacéis, que Dios os lo prem ie; y si no, que os lo perdone.» A continuación se O.'reció a elevar al Santo Padre esta petición de Cáceres, juntam ente con la de la Juventud Femenina Diocesana de A cción C atólica, uniendo él, gozosísimo, ia suya.

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La Cofradía repartió cuantiosas limonas entre los pobres de las cuatro parroquias, celebró todos los días funciones religiosas duran­ te la estancia de la Virgen en Santa María, con guardia de honor per­ manente durante el día y la noche por los cofrades, y un besamanto en las parroquias de la capital. El 23 de noviem bre, que amaneció despejado y claro, después de un solem ne Tedeum en acción de gracias y en la plaza de! Gene­ ra! Mola, fue colocada la sagrada imagen en el atrio de! Ayuntamien­ to, en donde el pueblo entero, con una sola voz y un solo corazón, cantó la Salve de despedida a su Virgen, organizándose seguidamente la procesión que con toda solemnidad la subió a su erm ita.

Capítulo tercero El voto asuncionista de la ciudad. Fiestas re li­ giosas. Juegos Florales. D iscurso del mantene­ dor, don José M urillo . Procesión con las im á­ genes de la Virgen por la ciudad. El juram ento de l voto asuncionista en 12 de octubre de 1946

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En el mes de ju lio de 1946, quedó constituida una Junta general: organizadora del voto asuncionista, en Cáceres, bajo la presidencia honoraria del excelentísim o y reverendísim o señor obispo de la dió­ cesis, doctor don Francisco Cavero y Tormo, y efectiva del muy ilus­ tre señor secretario de Cámara, don Rafael Valencia Pastor. En ella form aban parte el excelentísim o Ayuntam iento, los cuatro párrocos, Acción Católica, Propagandistas de San Pablo (de quienes partió la sugerencia de la plegaria nacional), Cofradía de la Virgen de la M on­ taña, asociaciones religiosas y m iem bros destacados del catolicism o local. Bajo el signo de la mayor gloría de Dios y de la Bienaventurada Virgen María, quedó puesta en marcha la máquina organizadora, pre­ via distribu ción por secciones de las diversas fases y solem nidades en que iban a c o n sistir los actos y cerem onias del programa oficial de fiestas del voto asuncionista y m ediacionista de la ciudad de Cá­ ceres. El 6 de octubre dieron principio las jornadas de esta fiesta del vo to asuncionista, con la peregrinación al h istó rico Santuario de Nues­ tra Señora de Guadalupe. Tomaron parte en ella doscientos cincuen­ ta peregrinos procedentes de Cáceres y pueblos de la provincia, pre­ sididos por el reverendísim o prelado de la diócesis. Se celebró un quinario en la iglesia de Santa María, en el que predicó el señor obispo. En el Gran Teatro fue desarrollado en las noches del 8 y 9 de octubre un programa de cantos, m úsica y poesía, y representado el auto sacram ental, del que fundadamente se cree que fue autor el glorioso Príncipe de los Ingenios Españoles, M iguel de Cervantes Saavedra, titu la d o «La Virgen de Guadalupe», versión poética de la aparición de la Patrona C elestial de Extremadura en ple­ na época de persecución mora. La velada tuvo el rango de aconteci­ m iento a rtístico, por la actuación del coro de la Sección Femenina de F. E. T. y de distinguidas señoritas ataviadas con tra je s regionales, quienes interpretaron cuadros plásticos. * ** El vé rtice de las fiestas asuncionistas, y gema im perial en la co­ rona m ariánica que Cáceres tejía a su Patrona en estas fiestas, fue­ ron los Juegos Florales que en la noche del día 10 de octubre tuvie-


ron lugar en el Gran Teatro, suntuosam ente adornado de tapices y re­ posteros, damascos, guirnaldas y plantas, lleno de selectísim o públi­ co, con todo el elem ento oficial en palcos y plateas. Fiesta de gran gala, magna y elegantísim a, en la cual el talento, la belleza y el buen gusto se hicieron escabel e incensario al nom bre y gloria de la V ir­ gen, REINA, EJE Y CENTRO de toda la cerem onia. Juegos Florales és­ tos en los que salió proclamada reina por el poeta premiado la Virgen Santísim a de la Montaña, cuya imagen lindísim a, pero cubierta al principio, presidía el trono. El jurado calificador leyó el veredicto, pro­ clamando poeta prem iado con la Flor Natural, a don Juan Luis Corde­ ro, ilu stre vate extremeño. La corte de amor y honor, integrada por distinguidas y bellísim as señoritas elegantemente ataviadas con traje s de sociedad, pertene­ ciente a la Juventud de Acción C atólica, entró en la sala de brazos del poeta mantenedor, autoridades civile s y m ilita re s y m iem bros del Jurado, y entre ovaciones delirantes del público, subieron los escalo­ nes del estrado las señoritas Carmen Sánchez A m arilla, Inés García A ng elita Borrega, María Tornos, Am paro Zaldívar Muñoz, Sagrario Fernández Sánchez, María Lourdes Rodríguez Carrasco, Pilar Sánchez Peña, M atilde Acedo Fernández, María Dolores M artín Jabato, M erce­ des Torres de Castro y Tarsila Leal Osuna. El poeta proclama reina a la Virgen en el m iste rio de la Asun­ ción. A la sublim e invocación, la corte queda en pie, y el cuadro de la Virgen de la Montaña, cubierto de rico damasco, es destapado, m ien­ tras el grupo de gentiles damas hacen graciosas y severas reveren­ cias y la Banda M unicipal ejecuta solem nem ente el himno nacional. Fue un m omento cargado de alta emoción, que d ifícilm e n te borrará el tiem po de las pupilas que ávidamente lo recogieron. Se leyó a continuación el acta de los trabajos prem iados, cuyos autores subieron a recoger los prem ios. Fueron los siguientes: Men­ ción de honor, a la poesía «Dignare me laudare te, Virgo Sacrata», de la señorita Ventura Durán Andrada. «La A sunción y M ediación de la Virgen en la teología-, prem iado el reverendo párroco don Santiago Gaspa G il, y accésit la señorita Isabel A lia, don Urbano Sánchez Yusta y don Saturnino Jiménez Hernández. «La Asunción y M ediación de M aría en el arte y lite ra tu ra regional», prem iado don M iguel O rti Belmonte. «¿a Asunción y M ediación de la Virgen en el M onasterio de Guadalupe», premiado don Vicente O rti Alcántara. -La Asunción y M e­ diación de la Virgen en el alma popular», prem iado don Tomás M ar­ tín G il; accésit don Isidro Navarro Manzanares, don José Ignacio Ro­ m ero Carvajal y don A ntonio Callejo Sal. «Influencia del arte mariano en los m onum entos y con stru ccio­ nes urbanas de Cáceres y la provincia», premiado don Diego A vila Talavera; accésit la señorita María de la Concepción Díaz López. «La advocación de M aría en e l corazón y en los labios de l campe­ sino cacereño», premiado don Tomás M artín G il; accésit don Manuel Fernández Rodríguez y don Gabriel Fernández González. «La devoción de la Virgen en el comercio», premiado don Francis­ co M ontes Bravo; accésit don Leandro Pérez M ontero. «El culto mariá n ico en Cáceres y la Virgen de la Montaña», premiado don M iguel Angel O rti; accésit don Antonio Agúndez Fernández.

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«La coronación de la Virgen M aría como Reina y Señora Nues­ tra», poesía premiada de don A ntonio López M artínez, y accésit don José Canal Rosado, don Lucas Lozano Azulaz y don Antonio Callejo Sal. «La Virgen M aría bajo la advocación de Purísima Concepción, Pa­ trona d e l Arm a de In fa n te ría », prem iado don A ntolín G utiérrez Cuña­ do, y accésit don A ntonio Callejo Sal. «Eía, ergo, advocata nostra», prem iado don José Díaz Pérez. Hecho silencio, el m antenedor de las fiestas, don José M u rillo Iglesias, se inclina reverentem ente saludando a la Virgen y, con una elocuencia grandiosa, tom a la palabra y pronuncia la m aravillosa ora­ ción siguiente, que es una síntesis de la hora larga que estuvo ha­ blando y cantando las glorias de María. Comienza diciendo que se le ha colocado en un singular aprieto, porque si bien para cantar la belleza de la m ujer, ensalzar la natura­ leza, o g lo rifica r la virtud , la palabra humana posee m atices encendi­ dos y suficientes cuando los mueve el colorism o de una imaginación poderosa, ello sucede en los clásicos Juegos Florales, en los que a «na bella m ujer se la coloca en el trono para personificar en ella la belleza, el amor y la virtud . Pero hoy no es una m ujer, sino la prim e­ ra y más excelsa de todas. No personifica la belleza, el amor y la v ir ­ tud, sino que es la V irtud, la Belleza y el A m or mismo. Es, nada más, y nada menos, que la Virgen de la Montaña. Rin­ diendo, pues, culto a la tradición, habría de comenzar m is palabras cantando sus bellezas y sus virtudes. Vano empeño, porque cuando la em oción es superior a la palabra, la enmudece, y cuando los s e n ti­ m ientos exceden de la inspiración, la callan. La belleza de la Virgencita pequeña, con su gesto de Madre, su sencillez de flo re cilla silve s­ tr e de estas tie rra s anchas y pardas, sólo se puede cantar paradógicam ente con un silencio y con una mirada. Ella sabe que ese silencio es el cé n it de todas las elocuencias, porque en él van amor y g ra ti­ tud, recuerdos de la niñez y agradecim ientos in fin ito s de la edad ma­ dura, que no hay nada más expresivo en el mundo de los hombres que una mirada cuando la rubrica la lágrim a emocionada que tiem b la en los ojos, porque la mueve la reverencia in finita a la Madre, que por ser la nuestra, es para nuestros ojos la más bella, y para nues­ tro s corazones la más pura por la suprema razón de que la amamos sobre todas las cosas creadas. La celebración de esta fiesta no es ni irreverente ni injustificada. Los Juegos Florales en su iniciación, en la Provenza del m edievo, coincidentes en mayo con el azahar de los naranjos y la exaltación de una imaginación m eridional, no tenían por única razón de ser el g lo rific a r la belleza y el am or humano. Se organizaban en loor de la Virgen, fuente eterna de inspiración, y paradigma perenne de lo bello y de ío perfecto. Clem encia Isaura, la gentil dama tolosana que prendía la vio leta de oro en el engolado jubón del agraciado juglar, fue no más que un m ito fabuloso y encantador. La prim era reina de las fiestas del Gay Saber, si por reina se entiende el ser, el m ito o la idea en cuyo holo­ causto se encienden los cirio s de la inspiración humana, fue la Virgen María y para Ella la prim era poesía premiada con la vio leta de oro, debida a la pluma del m aestro Arnaldo Vidal.

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Lápida conmemorativa del Voto Asuncionista

En el mundo de entonces, en el mediodía europeo cuna de la ci­ vilización, los rom ánticos juglares, acompañados de su rutilan te laúd, cantaban más que decían odas enfáticas, fabulosos romances e id íli­ cas sirventinas que escuchaban la bella castellana, la gentil burgale­ sa y la rubicunda campesina, como gayo homenaje a la fuente eterna de la inspiración humana, la belleza de la mujer. Pero la poesía, aumentando su esplendor, necesitó un día la gran Señora a quien rendir el de finitivo homenaje de su inspiración. Ni la castellana rubia, ni la burgalesa ceñida de sedas y terciopelos, ni la campesina bella y prim itiva, podían encarnar dignam ente aquel Ser de belleza suprema y de v irtu d in finita ; y, elevando sus ojos al cielo, en­ tre celajes irisados de luz y arm iños recamados de gemas, divisó aquel Ser, y proclamándolo Reina, pulsó el laúd de sus sentim ientos filíales para re cita r en su honor los versos rotundos de una oda. A sí nacieron los Juegos Florales en la ciudad de Tolosa, entre castella­ nas, caballeros y juglares. Han transcurrido los siglos desde entonces. Pero el alma es in­ m utable, y la poesía no perece. Cuando un pueblo se conmueve en lo íntim o de su ser por la idea de lo bello y de lo perfecto, como hace seis siglos, eleva sus ojos al Cielo, proclama reina de sus justas lite ­ rarias a la Virgen y recita los candenciosos ritm os de una poesía en su honor. He aquí la razón de ser de esta fiesta. Cáceres, conmovido por la belleza del voto asuncionista, hierve de inspiración, y como un ju g la r del medievo, canta y rima en honor de la que, por antonoma­ sia, es su Virgen y la Reina de sus pensam ientos. Y por ello celebra estos Juegos Florales, ennoblecidos por la singular m ajestad de su Reina; ornados con la delicada belleza, transparente como el cristal, de las encantadoras damas de su corte de amor; y prestigiados con la lira de un vate inspiradísim o, que para serlo aún más, nació en los recovecos de su antigua ciudad. Tan sólo empaña la fiesta la figura del mantenedor, muy distante de aquellos ilustres oradores que lo fueron en fiestas pretéritas. Mas, evocando la bellísim a poesía del ¡lustre lite ra to cacereño don Luis Grande Baudesson, sobre el pobre saltibam qui que en la porfía de cáli­ dos homenajes a la Virgen — porque no sabía hacer otra cosa— le rin ­ dió el de las más inverosím iles piruetas de su repertorio, dice, que ha­ biéndole indicado que había llegado su turno, de homenaje a la celes­ tia l Señora, viene a ofrece rle lo único que, modestamente, puede ha­ cer, con la confianza de que ella se lo disculpa, y el auditorio lo ab­ suelve con su afecto y benevolencia. La Asunción de la Virgen, dice, ha sido desde los prim eros tiem ­ pos una de las creencias más queridas y arraigadas. Veinte siglos de cristia nism o la proclaman con absoluta unanimidad; los poetas la cantaron con la más elevada inspiración; los pintores la llevaron a sus lienzos con los más gayos colores de sus paletas y los más con­ sumados aciertos de sus pinceles; los teólogos la han justificado y de scrito con las más arrebatadas y sinceras de sus construcciones lógicas y patrísticas. Mas a la Humanidad no le basta con la creencia, ni al católico con que la proposición contraria sea nefanda y blasfema. Reclaman de consumo la definición dogmática del m isterio, para que quede pre­

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sa en el alma de nuestros hijos como una de las verdades más be­ llas y transcendentes de nuestra santa religión, fórm ula de finitiva pa­ ra la salvación de un mundo dolorido y deshecho por los odios, las aberraciones y los errores de quienes la olvidaron. El C ielo asum ió a María por una lógica acción de gravedad. Por la m isma ley por la que la tie rra atrae y recoge a los cuerpos sus­ pendidos en el aire. Y por ello, ¡o que se creó para el Cielo, a él tu ­ vo que regresar, sopeña de conculcar las supremas leyes de la Crea­ ción. Surgió en la tie rra , porque aquí estaba su m isión, sorprendente y transcendental. Pero no era de la tie rra , por la misma razón por la que el Sol, aunque nos alumbra, no es nuestro; y el rayo, aunque nos ciega, no nos pertenece; y la rosa, aunque nos embriaga, no la fo rja ­ mos nosotros, pese a nuestra orgullosa sabiduría. Que las grandes m aravillas de la Creación, aunque sirvan y pasmen a los hombres, su A u to r las reserva para sí por el im p rescrip tible derecho de haberlas creado para su exclusivo regalo. Tres razones poderosas, que son tre s páginas de la vida excep­ cional de la Virgen, lo confirm an. V einticinco de marzo. Plenitud de prim avera palestiniana en un hogar hum ilde de Nazaret. Una M ujer, síntesis de belleza y de v ir­ tud, ora fervorosam ente reclinada en la augusta soledad de su apo­ sento. Una tradición nos revela cómo fue creada. Cuando el Supremo Hacedor decidió que surgiese en la tie rra , presentóse ante El la Na­ turaleza a ofrece r sus servicios para m odelar tan singular criatura. Y plasm ó el más perfecto de los seres, pues la blancura del alabastro la robó para asignar a su tez, la brillantez del ébano para te ñ ir sus cabellos, la mirada inocente de la gacela para ilum inar sus ojos, y la esbeltez y la armonía de líneas de la Sulamita del Cantar de los Can­ tares para m odelar su im par figura. Y cuando la naturaleza la contem ­ plaba con el m ism o asombro que M iguel Angel a su M oisés, surgió la Gracia, para animar la bella escultura, y abriendo su manto peregri­ no, derram ó sobre Ella rosas de honestidad, pensam ientos de sabidu­ ría, y lirio s de sacrificios. Y perfumada de tal suerte con todas las virtudes, bella cual ningún otro ser, surgió en tie rra la M ujer que en­ carnaría el Verbo y que arrancaría al m ism o Dios la sim bólica excla­ mación del Cantar de los Cantares: «Eres toda hermosa, amada mía, y no hay mancha alguna en Ti»... Sumida en graves m editaciones, la deslum bró con un halo de luz irre s is tib le el Arcángel Gabriel, y la saludó con las más bellas pala­ bras que oídos humanos escucharon. La salutación angélica, la exaltación de la virginidad, la m isión sorprendente de una criatura buscada entre las infinitas arenas de la Humanidad toda, revelan que su destino había de ser tan sorprenden­ te como su principio, y como su M aternidad; y que el fin de tan sin guiar perfección fatalm e nte habría de ser d is tin to al del resto de los seres humanos, que, m oldeados con frágil y grosera arcilla, se ven obligados a ren dir el d e fin itivo trib u to a la m ateria inerte de donde les extrajo la Suprema bondad de su Hacedor. Su m aternidad divina es, pues, la prim era e in con tro vertible ra­ zón que ju stifica su Asunción gloriosa a los Cielos. Viernes de Pasión en Jerusalén. La ciudad amada, pero versá til,

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desleal y traidora, presencia sobrecogida la marcha a través de la vía del dolor. Se estigm atiza para siem pre aquella raza m aldita, que ai cabo de veinte siglos navega clandestinam ente por el mar latino en busca del hogar que destruyó su propio crim en y para cuya re­ construcción no hay grandes suficientes en el mundo que oponer a la irrevocable m aldición del ju sto sacrificado. Es la hora sexta; el Sol se recusa como testig o, y pudorosam ente se esconde; el velo del tem plo se agita y se rasga con desespera­ ción; las piedras se conmueven en sus cim ientos y las montañas ru­ gen y crepitan como queriendo hundir ai mundo en el insondable abis­ mo de su espantosa vergüenza y responsabilidad. Comienza la ago­ nía. M iradas y rictus de pasión y abatim ientos. Poco antes de la ho­ ra nona, el testam ento nuncupativo de hombre de Dios, ante los cin­ co te stig o s rituales de la Ley, que fueron las cinco partes del mundo. M ujer: He ahí tu hijo. Fórmula concisa y m tunda por la que se in stitu ye el albaceazgo universal para el más exacto cum plim iento de la definitiva voluntad del Hombre Dios. He ahí los que sufren, los que lloran, los que necesitan de mi. He ahí la humanidad convulsa, agitada, vesánica. ¡Cuida tú de ellos! Salva al niño que perece, alivia al que te llora sus penas, intuye y cuía al que busca camino de salvación eterna. ¿Mas cómo? Como los que sufren se figuran a tan singular albacea: en cuerpo y alma, a la diestra del Hijo, para d irig irle una entrañable mirada de amor, al m ism o tiem po que le dice que una madre bañada en lágrimas le pidió la vida de su hijo, y que ella, la prim era de todas, accedió a conso­ larla, intercediendo para que el m ilagro se la restituya. Como la vemos nosotros, cuando tem blam os de unción ante !c>. Virgen de la Montaña. No como símbolo del cuerpo angélico que fue, sino como personificación del cuerpo angélico que es, porque María subió con él a los cielos, sin duda para no d e stru ir la prueba eterna de que nuestra Patrona es la más fiel y exacta de sus reproduccio­ nes. Luego si María tiene una tarea eterna, ilim itada en el tiem po, que cum plir, tuvo que subir a los cielos, pues allí está su embajada hasta la misma consumación de los siglos. ¡Qué sola quedó María, cuando Arim atea y Nicodemus deposita­ ron el Cuerpo amado en la pétrea sepultura! ¡Qué te rrib le la orfandad del ta llo que sobrevive a la flor, y de la Madre que despide al Hijo, conculcando, con su corazón roto en pedazos, las lógicas leyes de la Naturaleza y del tiem po! Ya en el Cenáculo, se con virtió en imagen viviente, y se dibujó en su rostro la inm arcesible sonrisa, la misma con que la Virgen de Guadalupe perfum a los campos extremeños, y la del Pilar la ribera del Ebro, y la de Covadonga las ingentes montañas, en las que unos españoles se juram entaron para reconquistar un Reino y engarzarlo a su corona. La Virgen desfallecía, y desfallecía de amor. Mas un día, cuando el Sol declinaba en el horizonte, apretado de olivos, de Jerusalén, con el M onte Calvario emergiendo en sus ojos como símbolo de su de sti­ no, esos ojos se cerraron con la serenidad del sueño. Era el Tránsito. María, cum plida su m isión, abandonaba la tie rra con la misma delica­

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deza y suavidad con que en los sueños se emprenden y se culminan las empresas fabulosas de las que somos protagonistas. El alma em ergió del cuerpo dorm ido, con el aleteo de una impo­ luta paloma lanzada al azul. Sonaron delicadas músicas celestiales; la im precisa luz del ocaso se hizo rutilante y cegadora; m illares de alas se agitaron portando tropeles de ángeles alborozados y, entre ellos, descendió el propio C risto, con irre s is tib le vehemencia para transp ortar Ei m ismo tan m aravilloso portento al Paraíso. Se alejan las m elodías; retorna la indecisa luz del ocaso; en la tie rra se perci­ be un penetrante perfum e de nardos y de azucenas. El alma de la V ir­ gen llegó a los Cielos. Cierra la noche; oscuridad, silencio, soledad absoluta en la tierra . Son las tre s lágrimas del llanto universal por el más te rrib le de los abandonos. ¡Plañideras de Jerusalén, de Nazaret y de Betania! No gastéis in útilm e nte vuestras lágrim as m ercenarias en llorar ante aquel cuer­ po serenam ente dormido, y del que la inspiración humana obtiene afanosa la m ascarilla que servirá para perpetuarlo en la ingravidez del m árm ol, o en los lienzos de Rafael, el Pinturichio, o Bartolom é Esteban M urillo . Esperad tre s días y comprobad entonces que en su sepulcro tan sólo restan unos lienzos perfum ados, cual si fueran péta­ los de rosas de Alejandría. La piedra giró gozosa y abrió de par en par lo que sería celda eterna. Una nube blanca, de arm iños cosidos con hilos de azul, se desgajó del firm am ento para envolver amorosa el M onte de las O li­ vas; despertaron las estrellas de su sueño diurno, y tachonaron la bó­ veda celeste de luces in finita s; el Sol quiso ser com patible con la Lu­ na y, aquél en O riente, y ésta en el cuadrante opuesto, fueron te s ti­ gos, mudos, pero irrecusables, del m aravilloso portento. G iró la pie­ dra, y el ruido de sus goznes despertó el sueño sereno de la celes­ tia l Señora. Descendieron de la nube blanca decenas de ángeles, pletó rico s de alborozo, la incorporaron con sus propias manos, la eleva­ ron con el im pulso de sus alas erectiles, la colocaron como en un trono, en el seno de la nube blanca, rodeada de arm iños y cimentada en azur, y empujándola m aterialm ente con la vehemencia de sus vue­ los, ascendieron todos en pos de las estrellas rutilantes, gozosas de s e rv ir de hitos para el más sorprendente de los viajes. M ientras, unos ángeles cantaban y cantaban el más ju biloso de los Hosannas, otros volaban alrededor tocando transparentes violines de crista l, y flautas, y cam panillas de plata y oro, y los más veloces remontaban sus vuelos para dejar caer las más perfumadas y policrom as f lo ­ tes de los jardines celestiales. Y subieron, y subieron, y subieron. Más allá del Sol, de la Luna y de las estrellas. Las puertas del Cielo de pronto se abren, la nube se detiene, los ángeles descienden a su Señora y la colocan, cerem oniosos, en lo que habría de ser su Trono d e finitivo, para con ello hacer realidad la pro fé tica visión del salm is­ ta: Veo a Tu derecha ¡oh Príncipe mío!, a la reina vestida de oro y en­ riquecida de m aravillosa variedad... Y allí la dejaron hasta la consumación de los siglos. Las flores celestia les que perfum aron su Asunción a través de los aires, fueron otras tantas Vírgenes. Imágenes veraces de Ella, que se dispersaron por las cinco partes del mundo para perpetuar su devoción, recordán­

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dola a los hombres afligidos, porque una nube blanca de arm iños co­ sidos con hilo de azul, se la arrebató, porque la tie rra no era digna de conservar tan singular portento, ni los hom bres de m ontar guardia eterna a quien, en el Paraíso mismo, había sido proclamada ya indis­ c u tib le soberana de los Cielos. Estas tre s razones, poderosas e incontrovertibles, su m aternidad Divina, su albaceazgo universal, y su trá n sito sereno, abonan el dog­ ma por el que una humanidad — que tan hondamente lo necesita— se m anifiesta con unanimidad im presionante. Y ju nto al dogma de su Asunción, el de su M ediación universal. La M ediación de María es de una singular evidencia. ¿Quién no puede atestiguarlo? Su bondad in finita fue siem pre la causa única de que nuestras súplicas se atendiesen. Es tan poderosa aquella M e­ diación, que Ella c o n virtió a Jesús en mero instrum ento del prim er m ilagro de su vida humana, como poéticam ente lo revela una b e llísi­ ma poesía del siglo XIII, del libro de los Tres Reyes de O riente. Era el Hijo no más que un angelote, y la Madre lo bañaba, allá en Nazaret, en un tosco recipiente de pedernal. Se acercó otra madre, tris te y llorosa, portando en sus brazos una pobre cria tu rilla estigm atizad? con las pústulas de la lepra. Contem pló con asombrada envidia aquel prim or, que se esponjaba en el agua tibia, que salpicaba sus rizados cabellos rubios con in finita s y delicadas perlas. Comprendió al punto la elocuencia de aquella mirada de María; llegaron a su corazón las lágrim as silenciosas; y, después de envolver al Hijo en un lienzo de lim o, tom ó en sus manos a la pobre c ria tu rilla enferm a y la sum ergió en el agua tibia, perfumada aún por las carnes puras del Niño Dios. Instantes de ansiedad. Palpitaba el corazón de María con ritm o s de poesía y melodías de plegaria. Lo suspendió unos segundos, y lo ele­ vó, leve y sencillam ente, al regazo de la madre, que al punto Inte­ rrum pió el llanto, pasmada al ver que aquellas amadas carnecitas eran ya tan lim pias, tan puras y tan rosadas como las del propio an­ gelote rubio que, por m ediación de la Virgen, obró el m ilagro, el pri­ m ero de los que se obligaría a realizar siem pre que Ella intercediese con su entrañable cariño maternal. El m ilagro se obrará siem pre, cuando la súplica llegue, con el salvaconducto de la fe, al corazón de María. Es la más bella y consola­ dora esperanza que nos resta a los hombres; no creem os en noso­ tro s porque nos acom etemos con furia satánica, y removemos la tie ­ rra con máquinas del infierno para después sem brarla de sepulturas; no tenem os fe en los postulados de la tie rra , porque muchos de ellos van y vienen como las hojas caducas empujadas por los versá tile s huracanes del otoño, más creemos ciegam ente en la bondad inagota­ ble de una Madre universal, que puede interceder porque el m ilagro se haga, se esfumen los odios y las guerras se destierren. Pedimos la definición dogmática de la Asunción de la Virgen, y de su M ediación universal, como una irrem ediable necesidad. Que si todos los caminos se cierran para que la humanidad se salve, que al menos se haga evidencia la esperanza inextinguible de que María re­ side en los Cielos, y de que, en un m omento dado, podrá tom ar en sus manos a este mundo cubierto de lepra para sum ergirle en las aguas perfumadas de una doctrina de paz y amor, que lo purifiquen

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para siem pre, como hizo allá en Nazaret con la pobre cria tu rilla lazarina, cuando una madre se lo suplicó con la plegaria irre s is tib le de una mirada, con la rúbrica de unas plegarias pletóricas de fe en su providencial e ¡lim itado poderío. *

* *

En la noche del 11 de octubre, tuvo lugar una procesión de im á genes de la Virgen, desfilando por las calles de Cáceres imágenes d e : gran belleza a rtística, de las cuales algunas no se recordaba que hu­ bieran salido jamás de sus iglesias o erm itas. Detrás de los estandar­ tes parroquiales iba la imagen de Nuestra Señora del Pilar, y a con ti­ nuación la de Nuestra Señora de la Paz, la de la M isericordia, dell Perpetuo Socorro, de los Dolores, del Sagrado Corazón de Jesús, del/ Corazón de María, la M ilagrosa, la Soledad, la del Carmen, Inmacula­ da Concepción y la del Vaquero. Cerraba la marcha, presidiendo la procesión, su excelencia el obispo de la diócesis, acompañado de las autoridades. Todas las imágenes iban ilum inadas y adornadas con flo­ res; ofrecían un golpe de vista m agnífico. Las imágenes fueron situa­ das en la explanada de los soportales del Ayuntam iento, que lucía es­ pléndida ilum inación. Cantada la Salve popular con verdadera fe y pie­ dad por la inmensa muchadumbre, se disolvió la com itiva, regresando' las imágenes a sus respectivas parroquias e iglesias. El día 12 de octubre tuvo lugar en el Santuario de la Montaña el acto del juram ento del voto asuncionista por la ciudad de Cáceres. Por la mañana se celebró solemne fie sta religiosa, en la que celebrósolem nísim a m isa de medio pontifical el excelentísim o señor obispo* de la diócesis, con asistencia de las autoridades, Cofradía y fieles. A las cuatro de la tarde fue sacada procesionalm ente la imagen de la* Patrona y colocada en el tem plete de la explanada de la erm ita. Lucía la Virgen el rico manto verde y era conducida por los hermanos de' carga de la Cofradía. La muchedum bre cubría el trayecto y daba en­ cendidos víto res a la Reina de Cáceres. Formaron en filas m iles de cacereños, asociaciones religiosas, clero y representaciones de diver­ sos organism os. El excelentísim o y reverendísim o señor obispo, doc­ to r Cavero y Tormo, revestido, form aba la presidencia eclesiástica,, acompañado del cle ro parroquial, secre ta rio de Cámara señor Valen­ cia Pastor, y arcipreste señor Serradilla Vega. La presidencia c iv il quedó integrada por el excelentísim o señor gobernador c iv il, don Luis Julve Ceperuelo, representante del excelentísim o señor gobernador m ilita r de la plaza y provincia y del Regim iento de A rgel, alcalde de la ciudad en funciones don Fernando Bravo, delegado de Hacienda se­ ñor Veiga, y presidente de la excelentísim a Diputación Provincial se­ ñor Rodríguez A ria s. El A yuntam iento en pleno, bajo mazas, concu­ rría a la cerem onia para depositar los anhelos del pueblo a las plan­ tas de la Patrona. En el lugar indicado habían sido instalados m icró­ fonos y altavoces para que toda la m uchedumbre congregada pudiera oír perfectam ente a los oradores. Colocada la Virgen en el altar, el alcalde accidental, don Fernando Bravo, leyó solem nem ente la fó rm u ­ la del voto asuncionista y m ediacionista en nombre de la ciudad, cuyo te x to es como sigue:

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\ «fReina y Señora Madre de Dios y de ios hom bres y Patrona nuestra bajo la advocación de la Montaña! «A tu santuario, luz de nuestras almas, centro de nuestros cora­ zones, consuelo de nuestras tristezas y lugar de expansión de nues­ tro s más férvidos amores, viene en este dia la ciudad de Cáceres. re­ presentada por su alcalde y presidida por el prelado de la diócesis, acompañada de todas sus autoridades, no con el velo de luto que po­ ne en sus ojos el dolor, sino con la alegría más intensa del alma, pa­ ra sum arse al p leb iscito de amor mariano de la cristiandad entera ■que está dando testim on io de Vuestra universal devoción. «Somos españoles, extrem eños y cacereños, y, como tales, nos consideram os obligados a esta Pentecostés mariana, que ardiente­ m ente desea venga la definición dogmática sobre los m isterios de Vuestra Asunción y Mediación. «Tú nos engendraste en la fe del Pilar, dando protección y alien­ to a nuestro glorioso Apóstol Santiago, cuando vacilaba ante la ce­ rrazón de los que tenía que con vertir, por estar obstinados en el error. «Tú nos alentaste en Covadonga, para la gloriosa Reconquista, que, como dem uestran los tem plos a Ti levantados, fue obra casi ex­ clusiva de tu protección. Tú diste v ig ^ r y fortaleza a nuestros con­ quistadores extrem eños, para que llevasen tu devoción a Am érica, po­ niendo el nom bre de tus m isterios a las islas descubiertas, erigiendo santuarios a tu imagen, que como el de Guadalupe de M éjico qu isis­ te honrar con tu aparición. Tú velas desde esta erm ita los destinos de esta ciudad, para que a torren tes desciendan tus gracias y tus fa ­ vores, para que por el demonio cuya cabeza aplastaron tus plantas no seam os arrastrados al abismo de perdición. «No necesita la definición de estos m isterios el pueblo español, para profesar en ellos su fe; porque, estando tan claram ente conte­ nidos en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, la luz de sus teó­ logos, que tan lum inosam ente brillaron en Nicea y en Trento, ha des­ cen dido al pueblo fiel, como la luz del sol a los rincones más ocultos y el agua de las montañas a los valles, de tal modo que son popula­ re s las verdades católicas, como lo demuestran los A uto Sacramenta­ le s, que en los atrios de los tem plos y en las plazas saboreaban nu estros labriegos. Por eso, nos anticipam os en el de la Inmaculada Concepción a la definición dogmática, como ahora en el de la Asun­ c ió n y M ediación. «Pero nuestra devoción y am or marianos no se contentan con p ro fe sa rlo s; queremos y ansiamos fervorosam ente que toda rodilla s e doble y toda lengua confiese vuestra Asunción gloriosa y vuestra eficaz M ediación. «Y, por eso, ahora, más que nunca, cuando la jauría internacio­ nal neopagana y réproba pretende acorralar a nuestra Patria, por ser portaestandarte de C risto y encarnación viva de la amorosa doctrina social del pontificado, ahora, Virgen María, con toda la gratitud que debemos a vuestra imagen de la Montaña, congregado todo el pueblo de Cáceres, en presencia del venerado y dignísim o prelado de la dió­ cesis. JURAMOS SOLEMNEMENTE DEFENDER LOS MISTERIOS DE VUESTRA ASUNCION EN CUERPO GLORIOSO A LOS CIELOS; Y DE

VUESTRA UNIVERSAL MEDIACION. CON TU VALIMIENTO PROMETE­ MOS SER FIELES A ESTE VOTO Y JURAMENTO. Amén.» A continuación, y en medio de im presionante silencio, el secreta­ rio de Cámara de! Obispado, muy ilu stre señor don Rafael Valencia, preguntó al pueblo si creía en la Asunción de la Virgen al C ielo y en su eterna M ediación entre Dios y los hombres. M iles de voces empa­ padas de santa emoción contestaron con un SI unánime que rodó por el aire hasta perderse en la altura. La voz colectiva de la ciudad se clavaba en el Cielo. El ilu stre y venerable prelado, don Francisco Cavero Tormo, alma de los culto s y solemnidades asuncionistas, revestido de capa mag­ na, se d irig ió a los diocesanos con palabras fluidas y apostólicas, lle­ nas de la emoción de la hora. Puntualiza la grandeza espiritual del m om ento que vive la ciudad de Cáceres y a cuánto se com prom ete en el orden religioso con el voto que hoy form ula. Da gracias a las autoridades todas, que subrayan con su presencia la índole oficial que tie n e el voto ofrecido. Da gracias a cuantos han contribuido a plas­ m ar en realidades gloriosas los anhelos del cato licism o cacereño, que hoy vibra de alegría y santo orgullo, al elevar hasta su Virgen un juram ento de fe y amor que le hacen digno de su antepasado. El venerable pastor term in ó dando a todos su bendición y pidien­ do para la ciudad las del Cielo y la de la Virgen, a cuya gloria y reve­ rencia iban dedicados todos los latidos de Cáceres en las jornadas d e l voto asuncionista. Entre incesantes vítores y aclamaciones, la Virgen regresó al santuario, escoltada del pueblo que acababa de subrayar con amor fideíco y filia l el juram ento de su corregidor. Las fiesta s del voto asuncionista tenían m aravilloso epílogo en los vivas cacereños a su benditísim a Patrona. La víspera de la grandiosa jornada, la alcaldía presidencial del ex­ ce le n tísim o Ayuntam iento d irig ió al vecindario el llam am iento que re­ cogem os a continuación, expresivo de la fe oficial de nuestro Conce­ jo y de la identificación absoluta que ha tenido con el pueblo en las diversas fases de las fiestas votivas asuncionistas. Dice así: «Cáceres se dispone a form ular públicam ente el voto asuncionis­ ta a las plantas de la Virgen. «Una vez más en nuestra gloriosa historia, caminan ju ntos pueblo y autoridades, bajo un m ism o se n tir religioso y con una misma fe tra ­ dicional, aprendida de nuestros mayores, en páginas de inm archita­ bles grandezas. «Interpretando la voluntad de la población, que m ira como prim e­ ra entre sus glorias las glorias de María de la Montaña, el próxim o sábado, en el santuario cacereño de la C elestial Patrona, se celebra­ rán los actos religiosos del voto asuncionista, en los que espero esté presente todo el vecindario, protagonista siem pre de los momentos más nobles en la vida pública de la capital. «Asim ism o, os invita para que adornéis fachadas y balcones e ilu ­ m inéis vuestras casas en estos días, haciendo acto de presencia en la procesión de mañana.— Vuestro alcalde, MANUEL GARCIA TOME. 'Cáceres,, 10 de octubre de 1946.»

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Capítulo cuarto Bodas de Plata de la

coronación

canónica.

La

novena. Los Juegos Florales. D iscurso de l man­ tenedor. Fiesta y procesión de l

12 de

de 1949. O fre cim ie nto de l m anto de

la

octubre ciudad.

La ofrenda que hacen las m adres de sus hijos. El manto de los enferm os. Janua Coeli. Regina Pacis


En el seno de la Cofradía existía el deseo de conm em orar solem ­ nem ente las Bodas de Plata de la coronación canónica de la imagen de la Virgen de la Montaña. En agosto de 1948 tuvo lugar la prim era reunión, presidida por el alcalde señor Elviro Meseguer, y se acordó en principio que las fiestas fueran sem ejantes a las celebradas cuan­ do la coronación. El pueblo de Cáceres quería sum arse con algo que perpetuara las fiestas y surgió la idea de que fuera un manto de va­ lo r a rtístico la ofrenda de la ciudad a su Patrona y adquirido por sus­ cripción popular. El alcalde llevó al m unicipio una m oción en este sen­ tid o y a la que con tribu iría el Ayuntam iento como in té rpre te del sen­ t ir popular. Se inició la suscripción para el manto, y la convocatoria de unos Juegos Florales; hízose con la debida antelación y la máxima p u blici­ dad en la prensa y radio para que acudieran el mayor núm ero de es­ crito re s al certamen. El 2 de octubre de 1949, fue sacada la sagrada imagen de su er­ m ita a hombros del clero de la ciudad y bajada por los hermanos de carga y confrades. En Fuente Concejo, como es costumbre, esperaban las autoridades provinciales, representaciones oficiales, un piquete del Regim iento de Argel con música y la Banda M unicipal. Un enorme gentío, que se había congregado en dicho paraje, re­ cibió a la Patrona con aplausos y vítores. Llevaba la Virgen el rico bastón ofrendado recientem ente por el general Rosaleny. Organizada la procesión, recorrió su camino tradicional por la calle de Caleros, profusam ente ilum inada y adornada con colchas y colgaduras, llegan­ do a las ocho y media a la Plaza del General Mola donde tuvo un re­ cib im ie nto apoteósico. A nte el Ayuntam iento profusam ente iluminado,, y sobre un alta r p o rtá til, fue colocada la imagen, entonándose la Sal­ ve por la muchedumbre. Organizada nuevamente la procesión, fue lle­ vada a la iglesia de Santa María, donde el vica rio capitular (Sede va­ cante) doctor don A ntonio Conde Basanta habló, pidiendo a la Virgen que derramara sobre todos sus gracias y dones. La novena a la Virgen empezó al día siguiente, y los fieles, que no cabían en el tem plo, llenaron la am plia plaza de Santa M aría todos los días para oír la palabra del P. Eduardo Rodríguez, S. I., tan per­ suasiva y convincente y tan estim ado en Cáceres, y la del P. David de la Calzada, capuchino, cuya oratoria fue muy im presionante para


lo s fieles. Durante los días de estancia de la Virgen, el tem plo se v io lleno de fieles a todas las horas y se celebró la vela nocturna diaria­ m ente por los cofrades. Las fiestas religiosas de la mañana, con la sagrada misa, fueron dedicadas por corporaciones y fieles, y la saba­ tina por el Tercio de Fronteras y Comandancia de la G. C. Rural. En la noche del 5 se representó por el cuadro a rtístico de Educa­ ción y Descanso, en la plaza de Santa María, el auto sacramental «Virgen de la Montaña», inspirado en la famosa poesía de A ntonio Hurtado y escenificado por don M iguel Muñoz de San Pedro, que fue muy aplaudido. El día 7 tuvo lugar en el Gran Teatro una velada en honor de la Virgen de la Montaña, representándose otra vez el auto sacramental y siendo estrenada la obra «M ilagro de Navidad», de don M iguel M u­ ñoz, inspirada en Carlos Dickens, que obtuvo un clam oroso éxito ba­ jo las direcciones de don M iguel G uijarro y don José Canal, respecti­ vamente, y con admirable decoración y vestuario. El autor y los in té r­ pretes, jóvenes de Acción Católica y Educación y Descanso, fueron muy aplaudidos. El día 11, a las ocho de la noche, tuvieron lugar los Juegos Flora­ les en el Gran Teatro, com pletam ente lleno de público. El escenario, lujosam ente convertido en estrado real; y el Teatro, colgado de repos­ teros y guirnaldas. El obispo de Plasencia, excelentísim o señor doctor don Juan Pedro Zarranz y Pueyo, fue saludado por una salva de aplau­ sos al entrar acompañado del muy ilu stre señor don Rafael Valencia Pastor, arcediano de Coria y secretario del Obispado. En el escenario, las autoridades civile s y m ilitares y el presidente de la Com isión or­ ganizadora don Elias Serradilla Vega, párroco de Santa María, quien d irig ió la palabra explicando la significación del acto. El secretario, P. José Luis Cotallo, dio lectura al acta del Jurado C alificador de los Juegos Florales, que por unanimidad había adjudi­ cado los siguientes prem ios: TEMA 1.° FLOR NATURAL. Premio de cinco m il pesetas del exce­ lentísim o Ayuntam iento, a la poesía «Poema teologal y cardinal de la Virgen de la Montaña», lema «Aldebarán», original de don José A n to ­ nio Ochaita, de Madrid. Premio extraordinario de dos m il pesetas, del excelentísim o se­ ñor gobernador civil, a la poesía «La Virgen de la M ontaña», lema ^Será aquella sierra un cielo», original del muy ilu stre señor don Francisco Romero López, de Zamora. Premio de m il pesetas, de la Real Cofradía de Nuestra Señora de la Montaña, a la poesía «A la Virgen de la M ontaña», lema «Dichosa aquella fe que a vos me tira», original de don Lorenzo Guardiola Tomás, de Jum illa (M urcia). TEMA 4.» PROTECCION M ARIANA AL EJERCITO ESPAÑOL. Pre­ m io de dos m il pesetas, del excelentísim o señor gobernador m ilita r, a la poesía «Epinicio», lema «Santa María», original de don Ignacio Sardá M artín, de Zamora. TEMA 5.° MEDIO DE INTENSIFICAR LA DE LA MONTAÑA DENTRO DE LA CIUDAD PROVINCIA. Premio de dos m il pesetas, de ció n Provincial, al trabajo «Más vale que a

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DEVOCION A LA VIRGEN Y DE EXTENDERLA A LA la excelentísim a Diputa­ escuras», original de don

José Canal Rosado, de Cáceres, y mención de honor al trabajo «Tu H onorificentia Pópuli Nostri», original de don Elias Serradilla Vega. TEMA 6 .° LA DEVOCION A LA VIRGEN DE LA MONTAÑA, C A M I­ NO DE PERFECCION CRISTIANA. Premio de m il pesetas, del ilu strísimo Colegio de Abogados, al trabajo «Antífona», de don Francisco M ontes Bravo, de Sevilla. M ención de honor a los trabajos «M ater M isericordias», original de don Isaías Lucero Fernández, de Cáceres, y «Ascenderá a las cum bres más elevadas», de don C rescendo Ru­ bio Sáez, de Cáceres. TEMA 7.° SIMBOLISMO Y SIGNIFICACION ESPIRITUAL DEL M A N ­ TO DE LA VIRGEN. Premio de m il pesetas, de la Cámara de Comer­ cio, a la poesía «Tu Manto», lema «Sub umbra alarum tuarum , p ro te­ ge nos», original de don M iguel G uijarro Ríos, de Cáceres. Mención de honor a los poemas «M anto de esperanza», lema «Guárdame bajo la som bra de tus alas», original de la señorita Ventura Durán Andrada, de Cáceres, y «Sim bolism o y significación e sp iritu al del m anto de la Virgen», lema «Cúbrenos con tu manto», original de don José Vigara Campos. TEMA 8 .° LOS POBRES EN EL CORAZON DE LA VIRGEN MARIA. Premio de m il pesetas, de la Delegación Provincial de Sindicatos, al trabajo «Ftesaca», de don Domingo M anfredi Cano, de Huelva. Men­ ciones de honor a los trabajos «Virgo Singularis», de don Carlos Ca­ llejo Serrano, de Cáceres, y «España por María», de doña Isabel A lia Zamorano, de Jerte. TEMA 9.° CARACTERISTICAS Y MATICES DE LA DEVOCION CACEREÑA A LA VIRGEN DE LA MONTAÑA. Premio de m il pesetas, de la Cámara Sindical Agraria, al trabajo «Estela M a tu tin a », original de don Vicente Albarrán M urillo . M ención de honor al trabajo «Tú, el ho­ nor de nuestro pueblo», de don Diego A vila Talavera, de Cáceres. TEMA 10° LA VIRGEN DE LA MONTAÑA EN EL HOGAR DE LA FAM ILIA Y LA OFRENDA QUE LE HACEN LAS MADRES DE SUS HI­ JOS. Premio de dos m il pesetas, de la Real Cofradía de la Virgen de la Montaña, al trabajo «Madre», de don José Vigara Campos. M ención de honor al trabajo «Y florecerá su fam ilia com o olivar cuajado de promesas», de don Crescencio Rubio Sáez. Terminada la lectura del fa llo del Jurado, las autoridades bajaron del estrado para llevar a la C orte de Am or, form ada por bellas y dis­ tinguidas señoritas de Cáceres, T ru jillo y Badajoz. En medio de aplau­ sos y de un general homenaje de simpatía, pasaron al escenario las señoritas Pili Tornos, del brazo del marqués de la Encomienda; Am ­ paro Ñuño, de don Manuel Flores de Lizaur; V icto ria Fernández, de don Pedro Romero; María Fernández Jiménez M ontes, de don Tomás M u rillo ; Pepita M urillo , de don A do lfo M ontenegro; M aría M ercedes Pérez, del teniente coronel señor López G il; Carmen Silos, del dele­ gado de Hacienda señor N ieto; Antonia Nogales, del alcalde señor Elvira M eseguer; Carmen Bardají, del gobernador m ilita r, señor Prie­ to ; y V isita Muñoz, del gobernador civ il señor Rueda. La reina, señori­ ta Blanca Muñoz de San Pedro, precedida de los maceros, penetró en el Teatro del brazo del poeta laureado a los acordes de la Marcha Real. Lucía un m agnífico tra je de raso blanco con manto de fo rro azul y armiño, con diadema y collar de brillantes. Sostienen el manto

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regio tre s m onísim os pajes, las niñas Lolita Sánchez García, Conchi­ ta Sánchez Llórente y Pili M u rillo Durán. La reina saluda a sus damas que le contestan reverentem ente y el poeta señor Ochaita sube al trono y recibe de manos de la reina preciosa flo r natural y el prim er prem io de la fiesta; se inclina y besa su mano y deshoja la flo r sobre la reina, estallando una salva atronadora de aplausos. A continuación fueron subiendo los señores premiados. Don Igna­ cio Sardá, de Zamora; don Isaías Lucero, de Cáceres; don M iguel G uijarro, de Cáceres; don José Vigara, de Cáceres; don Crescencio Rubio, de Cáceres; doña Isabel Alia, de Jerte; don Carlos Callejo, de Cáceres, y don Diego A vila, de Cáceres, que besando la mano de la reina recogían el prem io. Los restantes señores prem iados no com­ parecieron. El poeta señor Ochaita recitó a continuación la poesía premiada «Poema teologal y cardinal de la Virgen de la Montaña», que arrancó grandes aplausos en sus estrofas v irile s , cantando a la Virgen María, a Cáceres y a sus glorias. Terminada la recitación, leyó la ofrenda a la reina, que gustó extraordinariam ente por el juego de palabras en la versificación. El señor G uijarro leyó el prem io extraordinario del tema prim ero «Será aquella sierra un cielo», original del muy ilu stre señor don Francisco Romero López, m agistral de Zamora. El señor Sardá M artín dio lectura a su com posición «Epinicio», premiada, que es un bello canto a la protección mariana del Ejército español. El señor Elvira M eseguer, alcalde de Cáceres y mantenedor de los juegos florales, pronunció a continuación un magnífico discurso, en donde canta las glorias de la Virgen evocando su culto en la His­ to ria y su protección a España en los m om entos más crítícos y de­ cisivos de su vida, como pueblo y como Estado. Fue interrum pido repetidas veces por la concurrencia que le aplaudió con cariño y a'e cto extraordinario.

DISCURSO DEL MANTENEDOR No esperéis, Señora, !a brillante oración, que rim ando con vues­ tra gracia y hermosura, sirviera para cantar en tono exacto, toda la belleza y transcendencia del acto que celebram os. No lo esperéis de mí, porque ello, ya d ifíc il para quien poseyera en grado sumo ei don de la elocuencia, resulta im posible para quien, como yo, sólo puede poner en juego lo m ejor de su voluntad, consciente de fa lta rle cuan­ to es im prescindible para cubrir, siquiera fuera modestam ente, el honroso com etido que unos amigos generosos y respetables se s ir­ vieron confiarme. Yo no puedo in te n ta r que sean mis palabras refle jo pálido — real es im posible— de tanta gracia, de tanta armonía, de tan m aravillosa y sugestiva espectacularidad. Todo es im presionante y magnífico. Vos, bella en vuestra juventud, representando el triu n fo de un eterno sen­ tim ie n to poético, que perdura y vive para ilusión y gozo, para hacer posible que afloren, siquiera unos instantes, sobre el tropel de sen­ tim ie n to s tristem en te m aterializados, aquellos más dulces, más altos,

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más espirituales, más humanos, que nos transportan al campo de lo ideal en alas de ilusionada fantasía y que nos hacen congregarnos aquí, para rendir homenaje, como hombres, a vuestra Femenina Ma­ jestad. Y ju nto a Vos, esta corte donde se conjuga, en sin igual dis­ puta, todo el encanto y toda la gracia que pudo im aginarse; donde sale a la luz el caudal inagotable de belleza, atesorado tal vez ava­ ram ente, si queréis, de generación en generación, dentro de nuestra ciudad, guardado con te m o r y guardado con desvelo, en ansias per­ manentes de conservarlo intacto, para que cuando Cáceres se v is ­ ta de gala, luzca resplandeciente y prim orosa la m ejor de sus joyas: ¡La m ujer cacereña! Y aún no era suficiente quedarnos dentro de nuestro marco ciu­ dadano en el entusiasm o y el gozo de esta conm em oración, y las vo­ ces de jú b ilo transcendieron de nuestros propios lím ites y fueron es­ parciéndose por los campos de nuestra geografía regional y, al reso­ nar en los lejanos horizontes, nos traje ron singulares embajadas. Y así, entre esta corte que os rodea, vive ju n io a nosotros la emoción del instante esa provincia hermana, inmensa y fecunda, dulce en Id mansedumbre de sus valles tranquilos y recia y fu e rte en la re c ie ­ dum bre de sus tierra s bravas, ocusando su m aterial presencia con esas embajadoras de sin igual hermosura, que ocupan el puesto des­ tacado que les corresponde en este m aravilloso conjunto que nos es dable contem plar. Y tam bién, en acto de solidaridad que nos hermana y unifica, T ru jillo , esa ciudad que rezuma nobleza e hidalguía, que tiene una h isto ria tan densa, tan apretada y tan cubierta de hechos y de hom­ bres, que apenas puede im aginarse y jamás podrá com prenderse y la lleva tan dentro de sí, que no sabe airearla y le rinde culto y t r i­ buto en la devolución de su silencio, de su paz, de su austero tra ­ bajo, de su vida saturada de esencias puras de aquella realidad que fu e y que aún vive bajo el signo de lo eternam ente perdurable, en las piedras doradas de sus palacios y sus tem plos en los vie jos es­ cudos de sus casas señoriales. T rujillo, que a fuerza de m editar en tanta grandeza y de ensim ism arse en tanta gloria, se diría que tiene un mundo alumbrado por el esfuerzo de sus hijos, en el que sabe v i­ v ir sin contam inaciones de exóticas ideas y sin impurezas de extra­ vagante modernidad, ha sentido tam bién la vibración em otiva que nosotros sentim os y desde lo alto de su C astillo, donde es vigía y faro y baluarte la Virgen de la V ictoria, donde se perciben todos los sen tim ie ntos em ocionales y donde se acusan todas las sacudidas de los corazones de la comarca, ha dirig id o la vista a ese pico elevado de nuestra montaña, en el que se asienta en posición perm anente de consuelo, de ayuda, de sedante y de madre, nuestra Virgen pequeñita e inmensa, y ha visto que todos, en el más im prsionante es­ pectáculo, se congregaban a su alrededor, ansiosos de rendirle el t r i­ buto de sus amores encendidos, y T ru jillo tam bién quiso hacerle su ofrenda y fue la más delicada, como correspondía a su porte de au­ té n tico señorío; y así, entre el ram illete de gracias Insuperables que se nos o're ce a la vista, tenem os la más bella flo r de su juventud, trasplantada para que luzca en toda la realidad de sus resplandores, en este m aravilloso conjunto, que asombra por su perfección, entu-

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siasma por su calidad y emocione! con sólo contem plarlo, ante el te ­ mor de no ser bastantes nuestros ojos para captar íntegros todos sus m atices. Pero si me fa lta imaginación y voz y facultades, si no es bas­ tante todo el esfuerzo que pudiera hacer para alcanzar el tono pre­ ciso en el canto que ofrendara rendido a esta Reina que nos preside y a esta corte que la rodea, decidme qué puedo intentar, cuando co­ mo tem a obligado por la conm em oración que celebramos, tengo ■for­ zosamente que d irig ir m is pobres palabras hacia quien es Reina su­ prema de cuanto se conoce o se concibe, hacia la Santísima Virgen, que así se nos ofrece, bien sea como Reina de la Pureza, en el ine­ fable dogma de su Concepción Inmaculada, o como Reina de la Dul­ zura en el trá n sito m aravilloso y magnífico de la Anunciación, ante la presencia del arcángel, portador de la más extraordinaria embaja­ da que los siglos pudieron conocer, o como Reina de la obediencia y de la humildad, acudiendo al tem plo para cu b rir el rito de su p u rifi­ cación, de la que por esencia estaba dispensada, o como Reina de todas las bondades, cuando junto a su Hijo, nuestro Redentor, pide por nosotros y s o licita sus m ilagros, llegando al más sublim e de los reinados que puede darse, cual es el del dolor, y así la vem os en el duro camino del Calvario, ascendiendo dolorosam ente al lugar del más extraordinario sacrificio, para v iv ir aquellas horas de angustia sobrehumana, en que todos los confines del mundo se envolvieron en tinieb las y todos los corazones tem blaron angustiados y todos los seres percibieron la trem enda responsabilidad del crim en m onstruo­ so que la Humanidad consumaba, inmolando sobre la Cruz, desde en­ tonces bendita, a quien naciendo para redim irnos, marcaba con su m uerte el cam ino de nuestras vidas. Reina sí del dolor, do lo r del Hijo m artirizado, pero dolor más grande aún, por fundirse en el m is­ mo toda la ingratitud, toda la incom prensión, toda la deslealtad, to ­ da la perfidia del género humano, y por uno de esos m isterios ina­ sequibles a nuestro entendim iento, por una de esas sublim es m uta­ ciones que ciegan la im aginación cuando se intentan desentrañar y sólo con el corazón pueden ser concebidas — válgame la frase— cuando la Humanidad le ai rebata al Ser más querido, se vuelve ha­ cia esa misma humanidad, en figura de Reina de la Divina Gracia, para ser intercesora en todos los bienes, en todos los dones, en to­ dos los beneficios, en todas las ayudas y en todos los consuelos, que habríamos de re cib ir de Dios en nuestra permanente necesidad de su am paro... Y es entonces cuando el mundo, sobrecogido por sus propios actos, vuelve los ojos hacia alguien que pudiera repre­ sentar un punto de apoyo para súplicas y oraciones, para im petrar gracias y para pedir perdón, y es entonces cuando la figura de María se agiganta hasta más allá del in fin ito y cuando se nos m uestra co­ mo Mediadora Universal, como protectora decidida y constante de esta Humanidad doliente, como vehículo a través del que nos llega cuanto de Dios recibim os. Este pudiera ser, si yo acertara a plantearlo, el tema de las bre­ ves palabras con las que voy a m olestar vuestra atención, apenas unos m inutos. Y yo os confieso, señores, que a no contar de ante­ mano con vuestra benevolencia, jamás hubiera aceptado el h o n ro si-

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s im o encargo que tuvieron la dignación de confiarm e, que no tengo ae mi propia suficiencia tan errado ju ic io que vaya a presum ir de com ­ petente para desempeñarlo con acierto, cuando oradores más elo­ cuentes vacilarían de seguro ante lo solemne de la ocasión y la gran­ deza del asunto. María, Mediadora Universal. Tema am bicioso que atrae y suges­ tiona, porque tiene el b rillo deslum brante de las realidades que no adm iten disputas y ofrece ocasión para re n d ir trib u to devotísim o a esa sin par figura de nuestra >'e, que llena por entero ia vida de los que vivim os por bendita gracia bajo la bóveda de la Iglesia de C ris ­ to y com ulgamos en la única creencia verdadera. Por eso, yo quise que esta noche, cuando llegamos aquí satura­ dos de entusiasm o religioso, cuando venim os después de tantas ho­ ras de callada m editación, junto a la imagen tan querida de nuestra V irgen de la Montaña, o de tantos Instantes de entusiasm o en cán­ tic o s de gloria y alabanza, fuera este acto tam bién un exponente más de nuestras emociones, de nuestra fe, de nuestro amor hacia la Ma­ dre Divina que nos une y nos guía y nos consuela, y proclamáramos una vez más, con el orgullo inmenso de poderlo sen tir, la entrega perm anente y absoluta de todos los corazones cacereños al amor, a ¡a devoción, al culto bendito de la Virgen querida; y quiso Dios que fuese yo, el últim o de todos sus hijos, en la inm erecida posición que ocupo como alcalde de la ciudad, quien pusiera a sus pies esos co­ razones encendidos de adoración constante, y quien, como portador de todos los deseos, de todas las ansias y de todos los anhelos, suplicase para Cáceres su dulce mirada y un puesto de refugio bajo e' manto tu te la r de su divina protección. Mas como dije que intentaría hablaros de la figura de María co­ mo mediadora universal, tengo que ser consecuente con mis propios com prom isos y tengo que ofrecerm e ante vosotros, entrando con los mayores tem ores y con la más grande vacilación en el campo para mi ignorado por el que discurren santos y sabios, doctores y te ó lo ­ gos de la Iglesia, y en el que se marcan los jalones de dogmas y princip io s por la in alible autoridad de los Santos Padres, que desde Roma guían la nave de nuestra doctrina, con pulso firm e y la mente clara, llevándola a través de las más duras tem pestades, en medio de un mundo em bravecido por teorías disolventes y envenenado por apetitos que dan patente de ju sticia a los crím enes más m onstruo­ sos y que? visten con el ropaje de aparente norm alidad a ¡as más te rrib le s aberraciones. Ahora bien, antes de hablar de la m ediación de la Virgen, es preciso de cir unas palabras sobre la m ediación de Jesucristo, que es el punto de partida, y con la que se halla necesariam ente entre­ lazada aquélla. Los teólogos se hacen eco del común se n tir y lo ilustran con profundas y luminosas explicaciones. D istinguen dos clases de me­ diación: la ontológica y la m oral, o sea, la m ediación en cuanto al ser y en cuanto a la operación. Jesucristo, nos dicen, es el m edisdor, el único mediador ontológicam ente en su m ism o ser. Junta e i su persona dos extrem os al parecer incom patibles; colma distancias inconm ensurables, simas sin fondo, tiende un puente entre la c ria ­

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tura y el Creador. Es el verdadero hombre y Dios verdadero; lazo ontológico entre Dios y el hombre. Según frase vigorosa de un au­ to r moderno, Jesucristo es el «nudo de lo increado y creado, la re­ gión común en que nosotros nos encontram os con Dios». La m ediación de Jesucristo es tam bién moral. El, nos dice San Pablo, se dio a sí m ism o como rescate por nosotros los pecadores. Y, sin embargo, María es tam bién nuestra mediadora y en el sen tim ie nto de todo cristia no está firm e e in de stru ctible esta idea y sabemos que Ella nos ayuda y nos protege y recibe nuestras sú­ plicas que hace llegar hasta su hijo con el valim ie nto extraordina­ rio de prestarle su intercesión; que sobre cuantos santos llenan y form an la corte celestial, María sobresale y reluce, con el b rillo y la im portancia que le ofrece y le presta haber llevado en su seno al Verbo Humanado; que nadie puede desconocer cuáles son los d o ­ nes de ‘a Santísima Virgen; porque im posible resulta a d m itir que ha­ ya un solo ser que acudiera a ella im petrando su ayuda y no re c i­ biera de sus manos bienhechoras aquello que pidió con la ie nece­ saria para ser concedido; que es verdad arraigada en nosotros y fue llegándonos a través de todas las generaciones, desde los tiem pos prim eros de nuestra era cristiana, y tiene la firm eza de las grandes verdades, y, a pesar de ello, no faltaron inteligencias deformadas o corazones ciegos, que pusieran en duda lo que es tan evidente; y fue preciso que doctas autoridades de nuestra Iglesia salieran al pa­ so de la ofensiva que se intentaba contra uno de los más firm es p i­ lares de nuestra íe . A sí pudo llegarnos un estudio sistem atizado de la doctrina de la m ediación universal de María, y así pudieron seña­ larse tre s períodos en su desenvolvim iento, que se enmarcan, des­ de los tiem pos apostólicos hasta San Bernardo, desde éste hasta mediados del siglo XVII, y desde esos tiem pos hasta nuestros días. Poco dibujada encontram os en los prim eros tiem pos de la Igle­ sia la figura de la Virgen, y en verdad que no se cuenta con te s ti­ monio exp lícito acerca de su mediación, lo que bien se ju s tific a con sólo pensar unos instantes sobre el estado de nuestra religión en aquella época, en que se Imponían prudentes reservas para hacer uso de aquellas verdades, que entraban por muchos, en las prerro­ gativas de la excelsa Madre de Dios. Eran tiem pos de recias persecuciones, de injurias viles de pa­ ganos y judíos, cuando se odiaba y perseguía con encarnizam iento a los fieles, se abominaba de su doctrina y, ridiculizando sus rito s y cerem onias, se Ies obligaba a recluirse en las Catacumbas, donde a decir de ilu stre e scrito r religioso, quedaron testim on io s im borra­ bles de las tre s venas fecundas de savia vivificadora que animaban *os pechos de aquellos prim eros cristia no s y que eran te robusta, caridad ardiente y esperanza inquebrantable. Sin embargo, en las copas de v id rio llamadas de «fondo de oro», que se encontraron en las Catacumbas, aparece la figura de María como «orante», es de­ cir, como medianera Y aparece, diríam os, en función oficial: se en­ cuentra entre Pedro y Pablo... ruega por la Iglesia de su Hijo. Y en los m ism os escritos de ¡os padres saltan chispas luminosas que, de vez en vez, ilum inan la embelesadora figura de aquella M ujer, de la que siem pre se dijo que aparecía revestida de sol, calzada de lu ­ na y coronada por doce estrellas. — 238 —

Pero no podía m antenerse por mucho tiem po este estado de' silencio en torno a la figura de la Virgen, y más aún, con re s p e c to 1 a su prerrogativa de mediación, y fue en el siglo IV de nuestra Era, cuando se nos da el p rim er te stim o n io exp lícito y cuando el recurso a María, mediadora universal, brota lleno de vida, entusiasta, expan­ sivo, sincero y generoso, rebosante de am or y de esperanza, y si­ gue su cauce, sin contención posible, a través de los siglos. Ese testim on io explícito, a que acabo de referirm e, se inicia en el año 373 con San Efren, predestinado por ¡a Iglesia para enseñar a los m ortales que María ha sido in stitu id a por Dios universal media­ nera de la Gracia, cuando, lleno de ardiente entusiasm o, exclam a en sus plegarias, en sus him nos y en sus oraciones: «por Ti hemos si­ do reconciliados con C risto Nuestro Señori tu dulcísim o Hijo, Tú, eres la única Abogada y ayudadora de los pecadores y desampara­ dos. Tú la consolación del Mundo, el refugio de los huérfanos, la re­ dención y libertad de los cautivos. Tú la alegría de los enferm os, ei consuelo de los tris te s y la salud de todos. A tu amparo nos aco­ gemos, oh Santa Madre de Dios, guárdanos y protégenos bajo las alas de tu piedad y m isericordia»; y, siguiendo este camino tan cer­ teram ente trazado, algún tiem po después, San Germán, obispo de Constantinopla, en su oración novena, exclama dirigiéndose a la V ir­ gen: «Ningún beneficio se concede que no venga por tus manos. Ninguna gracia, ninguna m isericordia será obtehida si no eres tú; la dispensadora»; y, en este m ism o siglo, San Juan Damasceno, con su ascinadora elocuencia, le dice «Salve Tú, llena de gracia, que nos. has sido dada por refugio, y ante el Hijo, Dios tuyo y nuestro, fu is ­ te constituida interm ediaria para nosotros, criaturas de barro delez­ nable»; y, por últim o, cerrando el período prim ero en la hisoria d e la m ediación universal de María, otro fe rvie n te cantor de esta pre­ rrogativa, Juan Eucatiense, en su «Sermón de la M uerte de la V ir­ gen», nos ofrece m uestras m aravillosas de su devoción mariana. cuando afirm a: «Por María vivim os, nos movemos y somos, por ellaadquirim os una esperanza más cie rta al pasar de esta vida a la ete r­ nidad y una firm e confianza de que nos acompañará su auxilio hastadespués de la muerte». Estos son algunos de los testim on io s que se nos ofrecen en: aquellos tiem pos, tan distantes hoy, pero en los que flore cía con es­ plendor magnífico la adoración a la V irg e n ... Y yo quisiera, señores, rio m olestar la atención que tan benévolamente me dispensáis, con citas y detalles que pudieran ser interpretados como alardes de eru­ dición y conocim iento, que estoy muy lejos de poseer. Por ello, en este elem ental y som ero recorrido a través de los tiem pos y la H is­ toria , sólo habré de fijarm e en figuras señeras y extraordinarias, que se ofrecen con la im posición de sus grandes m éritos, y a las que tengo que acudir si quiero ser fiel en el desarrollo del tem a que pro­ puse. Y surge entre esas figuras destacadas, como lum brera de la Iglesia Católica, San Bernardo, cuya vida de asombrosa actividad es­ tá íntim am ente relacionada con todos los acontecim ientos de aque­ lla época, y cuya personalidad la describen diciendo «que su sabi­ duría y santidad son las de un Padre de la Iglesia; su celo por la salvación de las almas, el de un apóstol; su intrepidez en acom eter

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las m últiple s empresas que le íueroon encomendadas, las de un gue­ rre ro ; su constancia en proseguirlas y llevarlas a fe liz térm ino, b de un m á rtir; su clarividencia en d iscern ir la verdad del error, 'a v irtu d del vicio, la de un vidente». Pues esta singular figura vive inílam ada de amor hacia M aría y, ensalzando sus gracias, nos deja ¡para te stim o n io im perecedero aquellas palabras de sus sermones idonde puede leerse: «A todos abre los senos de su in finita misetricord ia, para que de su plenitud reciban todos: el cautivo, reden­ c ió n ; salud el enferm o; consuelo el tris te ; el delincuente indulgen­ c ia ; el ju sto gracia; el Angel alegría y, finalm ente, la Trinidad re­ cib a gloria, la persona del Hijo la sustancia de su Carne Humana, para que nadie quede privado de los rayos de su caridad...» Y, siguiendo el camino trazado, fieles y firm es en su puesto de defensa de tan excelsa prerrogativa de la Virgen, vemos a Pedro de C e lis en el siglo XII, y en el XIII a los dos grandes doctores Santo Tomás de Aquino y A lb e rto Magno, y en la siguiente centuria a -Juan Taulero, y en el XV a Juan Gerson y San Bernardino de Sena y a Santiago Pérez de Valencia, llegando al XVI con Santo Tomás de Villanueva y Salmerón y el Beato Orozco y Blas Viega, ofreciéndo­ menos en la prim era m itad del siglo siguiente las prim icias de los •escritos de nuestros prosistas, que alcanzaron todavía la edad de ■oro del habla castellana, de los que señalamos a los padres Sigueniza y Rivadeneira, Alvaradc y Fonseca, con los que se cierra el se­ gundo período que se marcó en principio, cuando fu e dividida en tre s épocas la H istoria de la doctrina de la m ediación universal de María. Mas esta general ¡dea, que afloja en el tiem po que indicamos y que discurre sin alteración ni dudas durante varios siglos, suscita luchas y controversias en la segunda m itad del siglo XVII y en to ­ do el XVIII, en que los seguidores de Cornelio Janssen se lanzan contra tas prerrogativas de la Virgen y le niegan, entre ellas, la de m ediación. Por eso, no sólo tropezamos con expositores pacíficos (podríam os decir) de la doctrina, sino que se nos ofrecen ardorosos com b atie ntes, que salen al campo de la lucha provocada para cla­ mar alto y firm e el pabellón de nuestra fe y pata proclamar a todos ios vientos las virtudes y gracias de María; Bourdaluer y Grignon de M on fo rt ocupan puestos destacados en esa contienda. Y, más tarde , cuando los triste m e n te célebres M uratoris, a semejanza de los jenssenistas, intentaron despojar a María de la excelsa pre rrog ati­ va de medianera universal, se alza la voz de San A lfonso María Ligorio, a quien tan justam ente se califica de doctor mariano por exce­ le n cia , y fija, tal vez para siem pre, la verdad indiscutible de que cuanto de Dios nos llega, por su Divina Madre lo recibim os. Des­ pués, sólo paz se respira en el desarrollo de la doctrina a que veni­ mos refiriéndonos, la que se afianza y refuerza en C oncilios y Asam ­ bleas, y a la que prestan todo el calor de su in fa lib le autoridad los Romanos Pontífices. Benedicto XIV llama a María «Río C elestial por e' que fluyen las corriente s de todas las gracias»; Pío IX en su Bu­ la «Inefabilis», la dice «Refugio segurísim o de todos los que están en peligro»; León XIII afirma que, «así como nadie puede sub ir al ;Padre si no es por Jesucristo, de la misma suerte nadie puede a ce r­

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carse a Jesucristo si no es per su Madre»; y Pío X en su Encíclica «Ad diem ¡llum», recoge y sintetiza toda esta doctrina; y Benedicto XV no se conform a con conCesarla, sino que, dando una prueba ma­ yor de su eficiencia, in stitu ye la fiesta de «Nuestra Señora M edia­ nera de todas las Gracias». Y aún podíamos señalar mayores detalles y precisar más nom­ bres esclarecidos, que en el seno de nuestra Iglesia no cesan un solo día en su labor exaltadora de virtud es y excelencias, de glorias y alabanzas a la Virgen, y aún podíamos calar más hondo en el es­ tud io de esta singular prerrogativa, porque precisam ente son tiem pos en que todos los pasos se dirigen a ofrecerla como dogma de fe y a declararla como principio evidente dentro de nuestra dictrina . Pero ni es ocasión, ni siquiera sería oportuno, ni mucho menos necesario, para quedar sentado que de María recibim os gracia, ayuda, consue­ lo, que Ella nos protege y que por Ella nos llega cuanto Dios nos otorga. Para precisar esto, para proclam arlo como verdad in d iscu ti­ ble, nos sobran todas las teorías y hasta todas las opiniones de sa­ bios y santos, nos sobran todos los estudios de filosófica investiga­ ció n y todos los razonamientos y todos los silogism os y todas las ideas, por claras y lógicas y brillantes que pudieran ofrecerse. Hu­ biera existido el silencio más absoluto en torno a esta prerrogativa de lá Virgen, no se hubieran alzado las voces de San Efrén y Santo Tomás, de San Bernardo y San Ligorio, nada hubiera dicho León XIII ni Benedicto XV, y, a pesar de ello, nosotros, españoles, llevaríamos en lo más pro.undo de nuestras conciencias y de nuestros corazo­ nes arraigada con la firm eza de lo evidente la idea perenne de que toda la gracia y todos los favores y todos los beneficios y todos los rem edios y todas las ayudas tas recibim os por María. No necesitam os más que asomarnos a nuestra H istoria, no pre­ cisam os más que m irar hacia dentro, hacia nosotros m ism os, hacia lo que somos como nación, hacia lo que somos como pueblo, a lo que representam os como cultura, a lo que significam os como com u­ nidad, para ver dibujada la figura de la Virgen en todos los instantes de nuestra vida nacional y en todos los rincones de esta bendita tie ­ rra, que Ella m ismo eligió con singular de le ite para vivifica rla con su gracia. Y si esto se dudare, yo os conjuro a que m editéis unos se­ gundos, a que intentéis arrancar, separar los dos conceptos que real­ mente form an uno solo: María y España... ¿veis lo que sucede?... Yo me atrevo a d e cirlo ... Suprim ida la figura de la Virgen, no nos re­ conoceríamos los españoles. Nos parecería que habíamos cambiado de arriba abajo nuestro origen, nuestra H isto ria y nuestra vida nacio­ nal; que éramos unos huérfanos de patria, inm igrantes, tris te s y de­ sorganizados en nuestro propio te rrito rio ... Pero ¿es que puede con­ cebirse Aragón sin el Pilar? ¿Cataluña sin M ontserrat? ¿Valencia sin los Desamparados? ¿Toledo sin el Sagrario? ¿Asturias sin Covadonga? ¿M urcia sin la Fuensanta? ¿Andalucía sin el Rocío y la M acare­ na y las A ngustias de Granada? ¿Extremadura sin Guadalupe? ¿Cá­ ceres sin la Montaña?... ¿Españoles, si fin, sin el santuario y la ima­ gen de la Virgen, en una de sus m últiple s advocaciones?... ¡Im posi­ b le !... ¡Seríamos moradores de la tie rra que se llamó España, pero no seríam os españoles! Tendríamos que abandonar nuestro antiguo

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lenguaje, tendríam os que d e stru ir nuestras obras lite raria s, tendría­ mos que derribar nuestros gloriosos m onum entos, tendríam os que quedar reducidos a ser cualquier cosa, porque no podríamos ser es­ pañoles. Y es que España es la nación em inentem ente mariana, en la cual, los hechos más gloriosos, las empresas más heroicas, lo más grande y hermoso de su H istoria, todo, se ha acom etido y realizado bajo la inspiración y los auspicios de María. Santiago el Mayor da principio a su predicación en nuestra Pa­ tria ilum inado y fortale cid o por la Reina de los Angeles, que se dig­ na aparecérsele en carne m ortal y nos deja su bendita imagen a o ri­ llas del Ebro, en la antigua Caesar Augusta; los dispersos de Guadalete, refúgianse en Covadonga y enprenden, al g rito de María, la glo­ riosa reconquista de la Patria; Jaime I de Aragón hace huir las hues­ tes agarenas ante los estandartes de la Virgen y, en unión de San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort, lleva a cabo el pensa­ m iento más hermoso, la empresa más generosa, la obra más simpá­ tica de aquellos tiem pos, fundando la Orden de Redención de Cauti­ vos con el títu lo de Nuestra Señora de la M erced; Fernando el San­ to marcha a la conquista de Córdoba y Sevilla llevando una imagen de la Virgen en el arzón de la silla de su caballo; A lfonso el Sabio le dedica sentidos versos en el más hermoso lenguaje que pudo exis­ tir ; Hernando del Pulgar corona una lucha de siete siglos con el épi­ co triu n fo del Ave María en la Vega de Granada; Colón pone el nom­ bre de Santa María a la carabela con que se lanza al mar tenebroso, llevando en el alma un mundo moral más grande que el mundo fís i­ co con que va a ensanchar los dom inios de C astilla; Pizarro funda, bajo su advocación, la magnífica ciudad de Lima; Elcano, después de haber dado el prim ero la vuelta al mundo, corre al tem plo a cum plir el voto que hiciera a Nuestra Señora de la V ictoria; don Juan de Aus­ tria trem ola en Lepanto el estandarte de María y, m ientras la c ris ­ tiandad la invoca dirigiéndole las preces del santo rosario, obtiene al decir de Cervantes «la más alta victoria que vieron los siglos pasa­ dos y que esperan ver los venideros»; Felipe IV jura en el acto de su coronación, juntam ente con todos los diputados de su Reino, la de­ fensa del M iste rio de su Concepción Inmaculada, mandando que así lo hagan los graduados de las Universidades; y Carlos III, no contento con in s titu ir bajo sus auspicios la Real y distinguida Orden que lleva su nombre, consigue que Su Santidad el Papa ponga de una manera especial a España y a sus Indias bajo la protección y amparo de Ma­ ría, en su Concepción sin Mancha, y ordena que tan solem ne patro­ nato se consigne en las leyes fundam entales de la monarquía espa­ ñola. Y es, señores, que desde Covadonga hasta Sevilla, desde Sevi­ lla hasta Granada, desde Granada hasta Lepanto, desde Lepanto has­ ta Zaragoza, desde Zaragoza hasta Toledo y Brúñete y Teruel y Santa María de la Cabeza y tantos lugares más de nuestra últim a Cruzada, no hay una sola hazaña en que no se vea la intervención de la Virgen, que parece com placerse en tom ar siem pre una parte muy principal en las proezas de los españoles... Y son tan numerosos estos acon­ tecim ien to s, que esmaltan por entero nuestra Historia. María se apa­ rece en Toledo durante la dom inación visigoda, ofrendando a San II-

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defonso, en prem io a su santidad, una casulla; María aplaca por su m ilagro la rebelión de los m oriscos toledanos en 1085, reinando A l­ fonso VI, y queda constituida en m em oria la fiesta de Nuestra Seño­ ra de la Paz; María hace posible el triu n fo de las Navas de Tolosa y A lfon so VIII levanta el tem plo de Nuestra Señora de la V ictoria; Ma­ ría abre las puertas de Sevilla a su conquistador San Fernando y na­ ce la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, María contiene el ím petu sarraceno en la batalla del Salado y A lfonso XI le rinde devo­ ta gratitud, postrándose a sus pies en Guadalupe; María surge sobre las m urallas de T rujillo, haciendo posible su d ifíc il conquista, y ocu­ pa para siem pre un lugar en el escudo de la ciudad; María alienta a los esforzados defensores de Zaragoza y ofrece el triu n fo de la bata­ lla de Bailén en la fiesta de la Virgen del Carm en... Y, por últim o, cuando todos nuestros más caros valores fueron subestim ados y las hogueras de los tem plos ponían trágicas lum inarias en las noches sin fe, y se profanaron los Sagrarios y se escarnecieron imágenes benditas, y fue un crim en defender a la Patria y un honor ofenderla; cuando vientos del Este empujaron sobre España los nuevos jinete s del Apocalipsis, que la recorrieron sembrando el luto, las tinieb las y la desolación; cuando desde las cum bres del Poder se decretaba el crim en y la sangre fecunda de los m ártire s conmocionó lo más pro­ fundo de nuestros sentim ientos y abrió de nuevo el sepulcro del Cid, y brotó a torren tes el patriotism o, y salieron al vie nto las benditas banderas y cruzaron los aires las bravas canciones de guerras y amores; cuando desde las playas africanas se da princip io a la nue­ va reconquista, surge otra vez la mano de María, que en aquel 6 de agosto de im borrable mem oria — fecha en que se la venera en su ad­ vocación de Virgen de A frica — , lleva a puerto seguro cruzando un mar surcado por la escuadra de la tra ició n y el odio, a las prim eras tropas que ponían pie en la Península, y que iban a ser esforzada vanguardia en la lucha de la fe contra la impiedad, de la verdad con­ tra el error, del honor contra el crim en, de la luz contra la sombra de España, en toda su plenitud de valores eternos, contra las hordas de la nueva barbarle, que asolaban las tie rra s de la Patria. Pero es, señores, que a más de españoles somos extrem eños, Nacimos por gracia de Dios en esta tie rra sin fronte ras — porque Ex­ trem adura no tien e lím ites y si se le marcaran los desbordaría en su plena y absoluta concepción de universalidad— y tenem os aún más próxim a, más inm ediata y casi con el calor de lo fa m ilia r, la H istoria de nuestra región y la fase más gloriosa de la H istoria de España, recogida entre los pliegues del manto de nuestra Virgen de Guadalu­ pe, de ese manto que, con ser tan chiquito, cobijó un mundo sin con­ fines y abrigó esperanzas sin lím ites y cubrió empresas inigualables... Porque decir Guadalupes es abrir cauce a todas las glorias de nues­ tro m ejor tiem po, es asomarse a todos los horizontes de grandezas y clavar sobre los m ism os los sím bolos de la fe y m arcar en todas las latitudes los signos indelebles del se n tir humano de la raza es­ pañola. Se abrieron los mares rasgados por las quillas de las carabelas y alum braron un mundo de ensueño en su m aravillosa aparición. Fue obra de la Virgen de Guadalupe, y en su santuario se firm aron, por

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Ia m ajestad de nuestros católicos monarcas, las cédulas que hacían posible la gloriosa aventura... Y después de este momento, se abrió aún más el manto de la Virgen Morena y se tendió como velo pro te c­ to r de todas las hazañas y de todas las glorias y heroísm os, que du­ rante siglos asombraron al mundo. Todo se hizo por su bendita Gra­ cia, y a sus plantas se postraron esforzados capitanes y gloriosos marinos, y hasta el propio Colón tuvo que rendirle devota gratitud y fue hasta su trono y cristia nó ante Ella al mundo descubierto, que no otra cosa pudo significar el hecho de que en Guadalupe recibieran las aguas del bautismo los prim eros indios que llegaron a España... Por eso yo afirmaba que no necesitábamos de ideas y teorías, de opi­ niones y de razonamientos, para estar seguros de la verdad propues­ ta. Si como españoles tenem os tantos y tantos hechos de la historia Patria, en ios que la figura de María aparece m ediadora y expande la gloria que Dios nos depara, como extrem eños tenem os las grandezas del bendito santuario, que irradió luz, valor, ciencia, fe, gloria, heroís­ mo; que vino a ser, en los m ejores tiem pos de nuestra H istoria, el faro deslum brante que señaló los rumbos de gloriosos destinos y llenó los confines de tierra s y de mares con la grandeza inmensa de la verdad de C risto , cuando nuestros guerreros y nuestros monjes fue­ ron sembrando fe en las tie rra s fecundas de aquellas latitudes, que se engarzaban en la corona de C astilla y que para siem pre quedaron prendidas del corazón de España, y para siem pre fueron dom inios ideales de la Reina Morena, que tuvo que llam arse, para abarcarlo todo, Nuestra Señora de Guadalupe, Virgen de la Hispanidad. Ya term ino, señores, y son muy pocas las palabras que voy a pronunciar en este momento d ifíc il para mí, en el que tengo que an­ ticiparm e a pediros que renovéis la benevolencia de que vengo gozan­ do, porque no estoy seguro de que consiga dom inar m is emociones y no se truequen mis palabras en muda adoración, y no se cierre mi garganta a todo intento de sonoridad, y no se ahoguen m is ideas en el fe rvo r más grande que yo jamás sintiera, y no se nublen m is ojos y no pierda el dom inio de todo mi ser, como suele ocu rrir cuando se siente de verdad y todo nos empuja hacia el silencio, que es el gozo sublim e de lo amado. Q uisiera hablaros de nuestra Virgen de la M ontaña... Q uisiera que fuesen mis palabras to rre n te desbordado de entusiasm o y a m o r y que mi fantasía te jie ra ideas brillantes que ofrendar a la Reina de nuestras devociones, y que acudiese a mí la inspiración magnífica de gloriosos poetas, para fo rm a r un canto que exaltara su gloria y que llevase dentro todos los latidos de los corazones cacereños y toda la emoción que nos cala tan hondo cuando alzamos los ojos a la ima­ gen bendita... Q uisiera yo expresar con m is palabras todo lo que sentim os, y darle el tono firm e de lo que es verdadero, y llenar este instante de la emoción augusta que Ella misma nos presta, y habla­ ros de favores y m ilagros, de dones recibidos y de ayudas logradas, de lágrim as de madres que enjugaron las manos de Su Divina Gra­ cia y de angustias de hombres que calmaron los ojos de Su M ise ri­ cordia... Pero ello es im posible y sería vano em peño... Cantar a nuestra Virgen sólo puede intentarse con palabras exactas de san­ tas oraciones, y apenas si se logra en el rincón de paz que form a el

santuario, o en la ruta de amor y penitencia de su camino, donde to ­ dos los días ponemos lo m ejor de nuestras plegarias y donde des­ granamos las angustias de nuestros sufrim iento s, o las notas ale­ gres de nuestros gozos... Es Madre, y llena por entero su figura nues­ tra vida de hijos; es Reina, y nos preside en sublim e reinado de su Gracia Divina, porque tal es su títu lo , y la otorga a raudales sobre esta su ciudad que se ofrece a los pies en un beso constante a su manto de Gloria, porque el manto de la Virgen de la M ontaña es to ­ da la sierra y lo tiende hasta Cáceres y está bordado de olivos y de flore s, como ofrenda de la Naturaleza a la Madre de Dios, y llega hasta el lugar en que las viejas to rre s de nuestras glorias pre té rita s se inclinan a besarlo, porque un beso es el contacto que al m o rir de la tarde provoca el sol, proyectando las sombras de nuestros monu­ m entos sobre la falda de la sie rra ... Y en ese beso, que jamás fin a li­ za, está entero el amor y la entrega y la fe da cuantos nos gozamos en tenerla por Madre, en adorarla por Reina, en rendirle homenaje com o Señora, en m irarla como indudable ayuda, en quererla como compendio pleno de adoración y gozo, de esperanza y consuelo, en una ofrenda tal, que supera lo imaginable, para llegar a esos grados de lo sublim e, que escapan a toda posible ponderación... Y es que si María puede ser concebida como Medianera universal, María, como Virgen de la Montaña, es el sumo com pendio de esa prerrogativa y es el punto ideal, lum inoso, donde van todas nuestras miradas y don­ de se dirigen todas nuestras voces, cuando las levantamos para can­ ta r su gloria, como en estas fechas, que tan bien recogiera una ad­ m ira ble estrofa de la poesía premiada y que yo me perm ito arreba­ ta r, para poner, con ella, fin a m is palabras:

¡VEINTICINCO AÑOS JUSTOS! Aún e l recuerdo esplende como centella errante en noche de pasión... es un dije de fuego que Cáceres se prende a una altura constante: ¡la de su corazón!... * ** En la mañana del día 12 celebró la Cofradía la com unión general y, a las diez, solemne misa de pontifical que ofició el excelentísim o y reverendísim o señor obispo de Salamanca, doctor fray Francisco Barbado Viejo, asistido por el muy ilu stre señor don Rafael Valencia Pastor, diáconos de honor don Elias Serradilla y don Santiago Gaspar, y de diáconos don Lorenzo Pascual Manzano y don José Luis Cotallo. El excelentísim o señor don Juan Pedro Zarranz y Pueyo, obispo de Plasencia, ocupó la sagrada cátedra; su oración fue b rilla n te y pro­ funda, cantando las glorias de María y el amor que le profesan los cacereños. Terminada la misa de pontifical, se organizó la procesión por la D irectiva de la Cofradía y su m ayordomo, don Julián M urillo, y com isiones civiles y m ilitares.

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La presidencia eclesiástica estaba form ada por el señor obispo de Salamanca, fray Francisco Barbado, y los presbíteros Rebollo y Colaüo. La segunda presidencia form ada por el señor obispo de Plasencia. doctor Zarranz, el ilustrísim o señor vica rio capitular (Sede va­ cante), don A ntonio Conde Basanta y el arcediano muy ilu stre señor don Rafael Valencia Pastor. La presidencia de las autoridades quedó integrada por el gobernador civil señor Rueda y el gobernador m ili­ ta r general Prieto, presidente de la Audiencia señor González Barbillo, fiscal señor Cobelas, presidente de la D iputación Provincial se­ ñor Grande Baudesson, delegado de Hacienda señor Nieto, y del Tra­ bajo señor Benavides. Cierra la procesión un piquete del Regim iento de Argel con banda y música. Delante, un grupo de niños y niñas con trajes blancos de prim era comunión. Y ju nto a la imagen de la V ir­ gen, el Ayuntam iento en pleno, bajo mazas, con el alcalde señor Elviro M eseguer, que lleva en una bandeja la toca y mandil de la V ir­ gen, del nuevo manto, llevado por los concejales. La Plaza está rebosante de público. A duras penas consigue la fuerza armada abrir calle a la procesión, que llega al A yuntam iento en medio de aplausos, colocándose la imagen en el altar que hay levan­ tado en la meseta de ¡a escalinata, cobijado bajo un a rtístico dosel de flores. El d ire cto r espiritual de la Cofradía, doctor don Elias Serradilla, dirige la palabra al pueblo, y el alcalde ofrece el manto de la ciudad con las siguientes palabras: «Señora: Ei pueblo que vive a Vuestras plantas, que os rinde ado­ ración y que os tiene por Madre, os hace hoy, en fecha tan solemne, la ofrenda de este manto. Pobre presente para Vuestra grandeza; pe­ ro es que está tejido. Señora, con todos los fervore s y toda la ilu ­ sión de los hijos de Cáceres, y tiene el sim bolism o de renovar en es­ ta fecha aquella ofrenda que se os hiciera veinticin co años antes, cuando soüre la Augusta M ajestad de Vuestras sienes fue puesta la corona que engarzaba, como deslum bradora pedrería, todos los amores de los corazones cacereños. Renovamos, Señora, nuestra entrega ab­ soluta y nuestra fe constante, renovamos tam bién la súplica de que nos dispenséis los favores de Vuestra gracia, y os pedimos que, al igual que siem pre, sigáis teniendo bajo Vuestra Divina protección a esta ciudad que os ama sobre todas las cosas, y que quiere v iv ir eternam ente cubierta por el manto glorioso de su Virgen de la Mon­ taña.» *

* *

A continuación el señor obispo de Salamanca, con cetro y bácu­ lo, bendice el manto. Las bandas del Regim iento y la M unicipal ento­ nan la Marcha Real, m ientras estallan ios aplausos y los cohetes atruenan el espacio. Los prelados de Salamanca y Plasencia, ayuda­ dos por la camarera doña María López-Montenegro y alcalde señor El­ vira, colocan el manto a la Virgen, y el señor obispo de Salamanca da la bendición al pueblo. Por la inmensa muchedum bre se canta la Salve y se entonan los m otetes de la Virgen:

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Reina de la Montaña Virgen Bendita que velas por tus hijos desde tu erm ita. Flor de las flores a o frece rte venim os nuestros amores. ¡Paloma blanca y pura! ¡M adre tan buena! ¡Oh celestial Patrona de gracia llena! Aquí dejamos el corazón en prueba de que te amamos. Es Cáceres tu pueblo, sobre él dominas, la M ontaña es tu trono, Virgen Divina. Tus bendiciones tengan santificados los corazones. La Virgen que yo adora, santa y bendita, entre peñas y riscos tien e su erm ita. Y en la alta loma parece el casto nido de una paloma. La imagen de la Virgen, en brazos de los hermanos de carga, da la vuelta a la Plaza seguida de la com itiva y, entre víto res y aplau­ sos, es llevada a la parroquia de Santa María. El manto que la ciudad ofrenda a su Patrona, como recuerdo de las Bodas de Plata de su coronación, es una obra de arte, hecho por los tallere s Santa Rufina y Heras, de M adrid, de estilo Renacimiento, de tisú plata fina, bordado a mano con oro fino en alto relieve. Tiene tre s medallones bordados en sedas de colores, representando la Tri­ nidad, la Asunción y la Huida a Egipto. Ei manto está bordeado de un fleco de canutillo de oro; el delantal y el tra je del Niño Jesús le ha­ cen juego. Un manto más entre tantos valiosos que tiene la imagen, entre los que descuella el regalado por Isabel II. La suscripción que encabezó el Ayuntam iento con 5.000 pesetas para costear el manto se cubrió con exceso, pero la nota sim pática y consoladora fue la aportación de la clase pobre y hum ilde; no quedando una casa cace­ reña que no llevara su donativo. A las cinco de la tarde se organizó nuevam ente la procesión con el m ism o cerem onial que por la mañana, con la sola variación dé ocu-

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par un puesto en la presidencia el alcalde señor Elviro. El largo itin e ­ rario que recorrió la imagen fue una continua salva de aplausos y aclamaciones de la inmensa muchedumbre que se agolpaba en la ca­ rrera. La Virgen hizo estación en diversos altares colocados en las calles, y en la Fuente del Concejo fue despedida por las autoridades y pueblo, ejecutándose la Marcha Real. Siguiendo una vieja tradición, la sagrada imagen fue vuelta dos veces de cara a la ciudad, una en la misma Fuente y la otra en la cuesta poco antes de San M arquino. Hasta la erm ita fue acompañada por m ultitu d de fieles. *

** En la ley mosaica estaba prescrita la presentación en el tem plo de los niños, y la Virgen María fue presentada a los tres años, según la promesa hecha por sus padres, con gran acompañamiento de jóve­ nes hebreas provistas de antorchas encendidas y de los prim ates de Jerusalén. El niño o niña que presentaban tenía que hacer una ofren­ da para pertenecer a la Iglesia, y ofrendaban en holocausto un corde­ ro de un año, un tie rn o pichón o to rto lilla , en compensación del peca­ do. Se solía aprovechar la misma fiesta de la Purificación de la Ma­ dre para hacer la presentación del hijo, pero en la Virgen M aría fue distinta. Este cum plim iento del requisito legal dio lugar a la fiesta conm em orativa de la Presentación de Nuestra Señora, que desde muy antiguo era el 21 de noviembre. En 1371 se celebraba solem ne­ m ente esta fiesta en la corte de los Papas de Aviñón. Sixto V ordenó en 1585 que se celebrara en toda la cristiandad. La Virgen María cum ple con la Purificación, no obstante su v irg i­ nidad, y Dios le prem ia su sum isión a la ley revelándole la dignidad excelsa de su Hijo. Después de su holocausto, tiene lugar la presen­ tación de Jesús en el tem plo, la ofrenda del Niño Jesús, que antes que H ijo de María es Hijo de Dios. Cuando el recién nacido llegaba a los tre s días, se presentaba el sacerdote en la casa y pedía que le presentaran al niño. El padre lo exponía y decía: «He aquí el prim ogénito que ha dado a luz mi espo­ sa.» ¿Prefieres entregar al prim ogénito o rescatarlo por la suma de cinco sid o s? , inquiría el sacerdote. El siclo de plata valía cuatro dragmas, y el de oro cinco áureos. La ley ordenaba que estas cantidades fueran para los levitas. Toman­ do el dinero, el sacerdote dejaba al niño y exclamaba: «Ahí te queda, a cambio de lo que das; penetra, pues, tu hijo en la vida por la |ey, la Chuppa y las buenas obras.» Y bendecía a la criatura con estas pa­ labras: «¡Que el Eterno te haga prosperar como a Efraín y a Mana­ ses! ¡Que su rostro te ilum ine y otorgue la paz! ¡Que El te guarde y jonceda largos años de vid a!»... José ha adquirido las palomas y la moneda judaica para el rescate del Niño Jesús; se ha celebrado la ce­ rem onia de la Purificación de María, cuando dos ancianos, inspirados por el A ltísim o, se acercan a venerar al Niño: son Simeón y Ana. Si­ meón coge al Divino Infante y, estrechándole entre los brazos excla­ ma: *jA ho ra, Señor, puedes ya enviar a tu siervo en paz, según tu pa­ labra. Porque m is ojos han visto tu salud. Que tú has preparado a fa­ vor de todos los hombres. Luz para esclarecer las naciones. Y gloria de Israel tu pueblo.»

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Excmo. y fívdmo. Dr. Fr. Francisco Barbado Viejo, O. P.

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Ana, hija de Samuel, de la trib u de Aser, hace eco al canto de Simeón repitiendo en medio de su jú bilo: -¡G lo ria a Dios! ¡G loria a Dios!» * ** Camino del Santuario de la Virgen de la Montaña — antes una calzada pedregosa, desde principios del siglo una carretera— han ido desde el siglo XVII las fam ilias cacereñas a ofrendar sus hijos, des­ pués de cristianizados, a su Patrona. Es un acto de piedad y devoción que nace desde los orígenes del culto, cuando Francisco de Paniagua tra jo la imagen de Sevilla y con su sudor y trabajo levantó la prim era erm ita. El capellán, cuando se le llama, reza unas preces. Las madres de­ jan a los niños un m omento sobre el altar y suben al camarín para ponerlos bajo el m anto de la Virgen, a fin de que los cobije durante su vida y sea la estrella que los guíe en este mundo; al m ism o tie m ­ po, elevan al A ltísim o sus más férvidas oraciones. Hay un acuerdo de la Cofradía en el siglo XVIII, de que cuando suban las madres al camarín esté la camarera, pero, como nunca se ha llevado libro de presentaciones, desconocemos el número de los m iles de niños presentados. La presentación de la Virgen en el tem plo y la ofrenda del Niño Dios en la Purificación, son tip o de esta ofrenda de los hijos por sus madres a la Virgen, y en estas dos fiestas hay que buscar el antece­ dente h istó rico de esta costum bre tan religiosa del alma cacereña hacia su Patrona la Virgen de la Montaña. *

** En el corazón del pueblo está hondamente arraigado el culto de la Virgen de la Montaña, y en la fam ilia cacereña es el culto que más amorosam ente se guarda y practica. Podrá el cacereño ser más o me­ nos cristia no y práctico, pero el amor a su Virgen existe en todos. La fiesta de la Virgen es de la ciudad entera, es para todos fiesta de v i­ da, de alegría, de auxilio, es un verdadero culto de amor. Podemos d e cir que las palabras de León XIII en su in fa lib le m agisterio tienen perfecto cum plim iento en la fa m ilia cacereña. La piedad santa hacia María, mimada casi con la prim era leche, fue creciendo vivaz con los años y arraigando en el alma fuertem ente, pues tanto más excelsa aparecía la mente, cuanto era más digna de honor y de amor. La V ir­ gen, Madre de Dios, es Madre nuestra, Corredentora y Abogada del género humano, Reina y Señora de todas las criaturas. En el corazón del pueblo está a flo r de labio la invocación a la Virgen de la M onta­ ña, para que movida por nuestros ruegos interceda cerca de Dios a fin de que se digne concedernos los dones que le pedimos. El pueblo no es teólogo, pero practica el culto de invocación a María y tiene su nom bre siem pre en la boca. ¡Virgen Santísima de la M ontaña! ¡Viva la Virgen! se oye continuam ente en las bajadas y subidas de la V ir­ gen, cuando la sagrada imagen cruza las calles más típicas de la ciu-

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dad, Caleros, Concejo, Santiago, que engalanan las puertas, cuelgan ventanas y balcones con colchas y flores, levantan altares para que — aunque sea un m omento— la imagen se detenga delante de la casa. El culto a la Virgen María, bajo la advocación de la Montaña, re­ porta grandes beneficios espirituales, y tem porales a los cristia no s y a los cacereños, ya que Ella es Madre de absoluta perfección. El o fi­ cio parvo de la Virgen canta «María, Madre de Gracia, Madre dulce de Clem encia, defiéndenos del enemigo y recíbenos en la hora de la muerte», pues bien, en la hora de la m uerte no hay hogar cacereño en que no se invoque el dulce nombre de la Virgen de la Montaña, La fam ilia es el eje, el fundam ento de la sociedad. D estruid la fa­ m ilia y el mundo se vendrá abajo, desaparecerán los estados, los pueblos, la civiliza ción y hasta el cristia nism o padecerá un decai­ m iento en la fe. El más firm e baluarte de la fa m ilia es la m ujer, y la m ujer cacereña tien e a gala el culto a la Virgen de la M ontaña que ha sido la salvaguardia de la fam ilia, que se ha conservado por ella más pura y lim pia que en las grandes ciudades. León XIII, el gran Pontífice, decía en 14 de ju nio de 1892 en su carta «Neminem fug it»: «En José tienen realm ente los padres de fa­ m ilia una norma preclarísim a de vigilancia y de paternal providencia; en María, Madre de Dios, se ha dado a las madres el más insigne m odelo de amor, de honestidad, de sum isión de espíritu, de fe per­ fecta; y en Jesús, que les estaba som etido, hallan los hijos de fam i­ lia un ejem plar divino de obediencia a quien adm irar, venerar e im itar.» Este culto a la Virgen en la fam ilia cacereña le ha reportado ho­ nestidad a la m ujer, respeto y cariño de los hijos a los padres, resig­ nación en las calamidades y enfermedades, y esa virtud que existe en el seno de la fa m ilia cacereña, se ha traducido en una m oral elevada.

nos lo pagará con creces intercediendo por todos los pecadores y auxiliándonos en el mom ento de nuestra m uerte, amparados bajo la techum bre protectora de su m ilagroso manto.

«Janua Caeli, Regina Pacis». Con estas invocaciones de la leta­ nía del rosario term inam os las páginas de esta histo ria de la Virgen de la Montaña, desde los orígenes de su culto hasta nuestros días. Pero en ella queda por histo ria r lo más d ifíc il, lo que nunca se podrá e sc rib ir por el historiador, los m ilagros, la paz que la Patrona de Cá­ ceres ha llevado al alma y a los corazones de sus hijos durante ge­ neraciones y generaciones, porque el amor es siem pre recatado y na­ die hace ostentación de las gracias recibidas, pero son tantas y tan­ tas las que los cacereños y la ciudad de Cáceres por m ediación de su Patrona la Virgen de la Montaña han recibido de su Divino Hijo, en el transcurso de los siglos, que se necesitarían muchas páginas para acabar de e scrib ir la H isto ria de la Virgen de la Montaña. Hoy, com o siem pre, es la Virgen la que abre las puertas del Cielo, la Janua Caeli, la Regina Pacis, la que lleva la paz al alma. Pidamos que la lleve tam bién al mundo, loco de sangre, de vesania, y de dolor, en que vivim os.

Las sabatinas, día de indulgencia, que en su erm ita se celebran, son un acercam iento continuo del pueblo, en todas las clases socia­ les, a la Virgen de la Montaña. A tendiendo al «ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ho­ ra de nuestra muerte», Ella ha ayudado a bien m o rir a generaciones y generaciones de cacereños. Desde el siglo XVII, poco después de creada la Cofradía y el culto a la Virgen, existía el m anto de los en­ ferm os; se enviaba a los cofrades el manto para extenderlo sobre el lecho y que m urieran bajo su amparo. La higiene hizo reducir esta práctica, que ha vue lto en estos úl­ tim os años. ¡Cuántos consuelos ha llevado el manto de los enferm os a las casas, y con qué fe han m uerto sus cofrades invocando el sa­ grado nombre de la Virgen de la Montaña! Los franciscanos cantan todos los días en la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén un antiquísim o himno que term ina; «Oh D ios, que por la resurrección de Vuestro Hijo Nuestro Señor Jesucristo os habéis dignado regocijar al mundo, haced que por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, su Santa Madre, lleguemos a ser p a rti­ cipantes de los goces de la eterna vida.» Con parecida plegaria qui­ siéram os cerrar tam bién nosotros estas líneas: Que el culto a esta Patrona bendita sea cada vez mayor, con más fe que nunca, que Ella

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Excmo. y Rvdmo. Dr. D. Francisco Cavero y Tormo


ApĂŠndices


EL AYUNTAMIENTO ACUERDA TRATAR CON EL VICARIO SOBRE LA DECLARACION DE COPATRONA DE LA VIRGEN DE LA MONTAÑA «Año de 1776, a 3 de enero, reunidos el Corregidor marqués de Pejas, A lférez M ayor don Pedro Manuel de Ovando y Maraber, el procurador don Luis Marín, el diputado común don Joaquín de la Cruz Valiente y los regidores don Alvaro M. de Ulloa, don Francisco Tope­ te, don Pedro Ovando y Sotom ayor y don Pedro Matías G olfín, conde de Torre-Arias, tom aron el siguiente acuerdo: En este A yuntam iento, habiéndose tratado sobre eleg ir y nom­ brar por Copatrona sim ul con San Jorge, de esta villa, a Nuestra Seño­ ra de !a Montaña, mediante la mucha y grande devoción que este pue­ blo tiene con Nuestra Señora, se acordó que el caballero corregidor tra te sobre este asunto con el señor vica rio eclesiástico, a fin de que el citado eclesiástico vote por Copatrona en esta villa a Nuestra Se­ ñora de la Montaña, y de lo que respondiere dicho señor vicario, da­ rá cuenta el Ayuntam iento.»

ACUERDA TRATAR DEL MISMO ASUNTO CON EL SEÑOR OBISPO «Año de 1776, a 19 de enero etc. En este Ayuntam iento el señor corre gid or que lo preside, señor marqués de Pejas, dio cuenta de lo que ha adelantado sobre el voto que se piensa hacer de Copatrona con San Jorge a Nuestra Señora de la Montaña, y en vista de lo ex­ puesto por el señor corregidor, se acordó dar com isión al señor don Pedro de Ovando y Vargas, para que escriba al ilu strísim o señor obis­ po de este Obispado sobre el dicho copatronato, y de las resultas de dicho ilu strísim o señor, dará cuenta a este Ayuntam iento.»


DECRETO PONTIFICIO APROBANDO EL PATRO­ NATO DE LA VIRGEN DE LA MONTAÑA SOBRE LA CIUDAD DE CACERES CAURIENSIS Beatissim an V irginem Deiparam Divinae Gratiae M atrem sub vulgari titu lo «M onserrate» vel «de la Montaña» a prim ordiis saeculi XVII, tan to p ie ta tls studio In dies adaucto C h ristifid e le s C iv ita tis «Cá­ ceres» prosequuntur intra fines Caurlensis Dioceseos, u t ipsam Dei­ param a Divina G ratia quam suam opiferam beneficentisim am saepius experti sunt, atque idcirco ab antiquis tem poribus uti Patronam venerantur. C lerus ac M unicipes praeeunte Reverendísim o don Raymundo Peris et Mencheta, Epicospo Cauriensi, tamquam praecipuam suam apud Deum patronam rite e le g e rin t ac peractae electio nis supremam sanctissim i Domini Nostri Pií Papae X approbationem e t declarationem supplicibus omnium v o tis im ploraverint. Ouare ad ju ris tram item , quun Exmus. et Rvmus. Dominus Cardinalis Josephus Calasanctius Vives e t Tuto, Relator, in O rdin ariis Sacrorum Rituum Congregationis C o m itiis, subsignata die ad Vaticanum habitis ejusm odi electio nis confirm ationem proposuerit; Emmi. e t Rmi. Patres sacris tuendis Ritibus praepositi, re m ature perpensa, auditoque R. P. D. Alexandro Verde, Sanctae Fidei Promotore, rescribendum censuerunt. = Pro gratia, si Sanctissim o placuerit. Die 20 Februarii, 1906. Demum hisce ómnibus Sanctissim o Domino Nostro Pió Papa Dé­ cim o per infra scriptu m Cardinalem Sacrorum Rituum C ongregationi Pro-Praefectum relatis, Sanctitas sua sententiam Sacri ejusdem Cons ilii ratam habens, Beatam V irginem M ariam Divinae G ratiae, vulgo «M onserrate» seu «de la Montaña» appellatam, Patronam principalem c iv ita tis «Cáceres» Suprema A u cto rita te Sua declarare ac constituere dignata est, ómnibus h o no rificen tiis et p rivile g iis ipsi Deiparae, sub enuntiato titu lo atrib utis, quae praecipuis locorum Patronis de jure com petunt. C o ntrariis non obstantibus quibuscumque. Die 2 M artii anno eodem. A. Card. Tripepi, Pro-Praef. t D. Panici, Arch. Laod. S. C.

Congregación de Ritos, propusiese en la sesión que ésta celebró en el Vaticano el día 20 de febrero de 1906, la confirm ación de dicha elección, los em inentísim os y reverendísim os PP. de la Congregación de Ritos, oído el inform e del R. P. D. A lejandro Verde, prom otor de dicha Congregación, así lo acordaron Pro gratia s i S a n d ísim o pla­ cuerit. Por fin, inform ado el Pontífice Pío X de todos estos trá m ite s por el in fra scrip to cardenal pro-prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, Su Santidad, ratificando la sentencia de la Sagrada Congrega­ ción, se dignó, con su suprem a autoridad, declarar y c o n s titu ir Pa­ trona principal de la ciudad de Cáceres, a la Santísima Virgen de M onserrate o de la Montaña, con el títu lo de la Divina Gracia, con todos los honores y p rivile g io s anejos a dicho títu lo , que de derecho corresponden a los patronos principales de los lugares; no obstante cualquiera cosa en contrario. Día 2 de marzo de dicho año. A. C. Tripepi, pro-prefecto.— D. Pa­ nici, Arzob. de Laodicea, Secrt. de la Sagr. Congr. de Ritos.

COMUNICACION OFICIAL A LA CIUDAD DE CACERES DEL PATRONATO

Los habitantes de la ciudad de Cáceres, diócesis de Coria, tu vie ­ ron gran devoción, desde los comienzos del siglo XVII, a la Santísima Virgen M adre de Dios y de la Divina Gracia, bajo la advocación vulga r de M on tse rrat o de la Montaña; y, habiendo obtenido mediante su in­ tercesión m u ltitu d de gracias, desde tiem pos antiguos, la veneraron como Patrona; por lo cual el clero y el m unicipio de la ciudad, p re sid i­ dos por el reverendísim o don Ramón Peris M encheta, obispo de Co­ ria, eligiéronla por Patrona principal cerca de Dios, y elevaron preces a Su Santidad Pío X, Pontífice reinante, para que concediese su su­ prema aprobación y declaración. Por lo que, como el em inentísim o señor cardenal José de Calasant Vives y Tutó, re lator de la Sagrada

«Nos el do cto r don Ramón Peris M encheta, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, obispo de Coria, Caballero Gran Cruz de Isabel la C atólica y de Carlos III, etc., etc. A l excelentísim o Ayuntam iento de la ciudad de Cáceres como digna representación de la m ism a, al cle ro y fieles, salud en Jesu­ c ris to Señor Nuestro: Desde los prim eros años del siglo XVII viene siendo venerada en su ere m itorio , situado en las afueras de la ciudad de Cáceres, y en la cum bre de la m ontaña que la domina, una imagen de la Virgen Santísim a, prim eram ente con el títu lo de M on tse rrat y po steriorm en­ te «de la Montaña». La devoción de los piadosos cacereños a la Ma­ dre de Dios, con ese títu lo , y la g ra titu d a los innum erables benefi­ cios que la atribuyen, se han perpetuado en el santuario que desde todos los puntos de la ciudad pueden ver todos sus hijos, como colo­ cado por Dios entre el cielo y la tie rra para que recibiendo la Purísi­ ma Señora las súplicas de todos, las presente en el Trono de su Hi­ jo y recabe del Dios de las m isericordias el consuelo en las trib u la ­ ciones, la conform idad en los in fo rtu nios y las gracias que hacen a los santos. Voto unánime de los siglos y de todos los vecinos de Cáceres es el patronato de la Excelsa Señora sobre la ciudad, y como Patrona popular ha sido siem pre venerada. Presentando este títu lo , obtienen prim eram ente de nuestros predecesores se la hiciera fiesta solemne en la Anunciación de Nuestra Señora y Encarnación del H ijo de Dios el 25 de marzo. Después, a fin de e vita r que no se la obsequiase en dicho día por c o in cid ir algunos años con los de la Semana Santa, fue trasladada su fiesta a la Dominica in A lb is en que se viene celebran­ do hasta la presente. Pero la fe, religiosidad, devoción y entusiasm o por su patronato,

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Secret.

TRADUCCION DEL DECRETO


no estaban satisfechos, necesitaban el sello del Vicario de Jesucristo, y que el patronato de la Virgen de la Montaña tuviera los derechos que como canónico le corresponden, y además la prim acía de los pa­ tronatos, para que jamás pudiera desprenderse de la fre n te purísim a de la Virgen de la Montaña esta preciosa corona. Y al efecto: Q ueriendo Nos perpetuar la tradició n mariana de Cá­ ceres, jamán interrum pida, y haciéndonos eco de los deseos de tre s siglos y de las aspiraciones de nuestros amadísimos hijos de la ciu­ dad, convocamos una reunión en octubre de 1905 en nuestro Palacio Episcopal de la misma, a la que concurrieron representantes de las dignas autoridades locales, celoso clero, Cofradía y demás corpora­ ciones religiosas, y les dijim o s que hora era ya de llevar a la p rá cti­ ca los deseos de centenares de años y que reviviera la petición que el Concejo en 1668 hizo en favor de la Virgen de la Montaña. Inú til es digamos con cuánto entusiasm o fue acogida la idea. In­ m ediatam ente elevamos a la Santidad de Pío X las preces que llevan la fecha de la festivid ad del preclarísim o extrem eño San Pedro de Alcántara, 19 de octubre. Y éstas, inform adas favorablem ente por el cardenal Vives y Tuto, español, en 20 de feb re ro últim o, han sido despachadas favorablem ente por el Romano Pontífice, según los do­ cum entos que hemos recibido. Sea dada gloria a Dios, que se ha dignado favorecernos con es­ te p rivile g io mariano, y sea esta fecha en que lo comunicam os a nuestra amada ciudad de Cáceres abundantísima en beneficios espi­ rituales y m ateriales, que al m ism o tiem po que nos anticipen muchos gozos venideros sean al presente de prosperidad para todos los hi­ jo s de la Virgen de la Montaña. Dado en Cáceres en nuestro Palacio Episcopal a 1.° de abril del año de gracia de 1906.— RAMON, OBISPO DE CORIA.— Por mandato de S. E. I. el obispo, mi señor, doctor José Fogués Cogollos, canónigo secretario.»

MENSAJE DEL SEÑOR OBISPO A SU SANTIDAD EL OBISPO DE CORIA Em inentísim o y reverendísim o señor cardenal M erry del Val, se­ cretario de Estado de Su Santidad. Em inentísim o y reverendísim o señor: Honrosísim o es para el que suscribe rogar a V. E. eleve al trono de S. S., nuestro am antísim o Padre Pío X, el tie rn o homenaje de g ra titu d y el te stim o n io de firm e adhesión a las enseñanzas Pontificias, de la capital de provincia, Cá­ ceres, en mi diócesis de Coria, cual me lo rogó el alcalde en nombre de la ciudad, cuando reunida la Corporación M unicipal, y ante nume­ roso concurso, puse en conocim iento el prim ero de los corrientes que nuestro Santísim o Padre, atendiendo las preces y votos unáni­ mes de la población, había confirm ado el patronato de la Virgen San­ tísim a con el conocido títu lo de «la Montaña». Y al cum plir, em inentísim o señor, en esta m anifestación de ar­ diente fe, piedad mariana y filia l sum isión de la porción escogida de

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diocesanos de Cáceres, im p loro para los m ism os una bendición espe­ cial para el día 29 de los corrientes, fecha señalada para las fie sta s religiosas con que se celebrará la proclam ación canónica del d ich o patronato mariano. Recibid, em inentísim o señor, la consideración más atenta, etcé­ tera.— El obispo de Coria, 9 de abril de 1906.

CONTESTACION DEL EMINENTISIMO CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO DE SU SANTIDAD llu s trís im o y reverendísim o señor m onseñor Ramón Peris y Mencheta, obispo de Coria, en España. llu strísim o y reverendísim o señor: El Santo Padre agradece la ex­ presión de filia l reconocim iento de la ciudad de Cáceres, tan noble­ mente interpretada por V. S. I. Y, para dar una prueba de su augusto beneplácito, que sirva para excita r más y más la piedad de esos fie ­ les hacia la Santísima Virgen, ha acordado conceder con toda la ex­ pansión de su corazón la apostólica bendición a cuantos tom en pa rte en las solem nes fiestas religiosas que están anunciadas para el 29 de los corrientes, con objeto de celebrar la proclam ación canónica del patronato mariano. Con los sentim ientos de la más distinguida estim a, me re p ito de V. S. I. servidor, cardenal M e rry del Val.— Roma, 14 de a b ril de 1906.

PROCLAMA DEL ALCALDE «Cacereños: La declaración canónica de nuestra Patrona, la San­ tísim a Virgen de la Montaña, llena de gozo el alma de todo buen cacereño y nos obliga a dem ostraciones no menos fervorosas p o r m ás hum ildes. Mañana dom ingo celebra la Iglesia acontecim iento ta n fa u s to con un solem ne Te Deum, y vuestra autoridad local os ruega que, en señal de jú bilo, colguéis vuestros balcones, rindiendo ese pequeño trib u to a la Virgen de la Montaña, a quien Cáceres reverencia y de quien ha recibido beneficios innum erables. Así lo espera de los sentim ientos religioso s de este vecindario, vuestro alcalde, Juan Muñoz F. de Soria.— Cáceres, 31 de marzo de 1906.»

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Aspecto de la Plaza Mayor en las Bodas de Plata de la coronaciรณn


Poesías


A LA VIRGEN DE LA MONTAÑA EN LA DECLARACION CANONICA DE SU PATRONATO p o r D . L o re n z o L ó p e z Ci

Virgen pura, dulce m iel de m is amores, iris bello que mantiene mi esperanza, cuando en medio de las olas sin bonanza, voy cruzando de la vida el tris te mar; da dulzura a mi boca de tu boca, da sonrisas de tus labios a m is labios: tus dulzuras y sonrisas los agravios me harán pronto de los hombres olvidar. Da a mi voz un suave acento m elodioso; y en torren tes de m elifica armonía se desate mi garganta, dulce y pía, pregonando las grandezas de tu amor; de tu amor ardiente y puro, como el beso que las auras dan amantes a las flore s; de tu amor, herm oso rey de los amores, que disipa las negruras del dolor. De los fieles m oradores de tu pueblo llega el eco de las voces a mi oído, llega el himno más sonoro y más sentido que en el fuego sacrosanto me hace arder. Y al sen tirlo s m is entrañas se enardecen, y mi pecho se d e rrite y se quebranta. ¡Quién pudiera en tus altares, M adre Santa, las más puras oblaciones ofrecer!


¡Quién pudiera no perder de sus miradas la visión encantadora de tu erm ita, donde habita tu Realeza, donde habita, con envidia de las rosas del abril,

Como sé que con palabras Tú me hablaste, que mi lengua no conoce; pero el alma las oyó como preludios de la calma que en mi esp íritu empezaba a resurgir;

esa Rosa que admiramos en la altura refrescada por un nimbo de albas nubes, apostada sobre trono de querubes y arrullada por el céfiro s u til!

con palabras, que energías y dulzuras a mi pecho pusllám ine llevaron; con palabras que al m omento disiparon las tristezas y congojas del viv ir.

La blancura de tu casa, siendo niño, desde lejos exaltó mi fantasía; y a mis ojos inocentes parecía bello cuadro de la m ística Sión, que tocando el lim pio azul del firm am ento, me indicaba las regiones de la vida; de la vida que llevaba yo esculpida en el fondo de mi tiern o corazón. Y por eso ni el b u llicio de los hombres, ni el trabajo sin cesar en los talleres, ni esa vida de quietud y de placeres que rodaba ante mi vista en la ciudad, me llegaron tanto al alma, como aquella gran visión de tu precioso Santuario. Donde tienes colocado tu Sagrario, como trono de tu excelsa caridad. Yo gusté tus cariñosas dulcedum bres cuando, en medio de este mundo m iserable, me quemaba las entrañas, implacable, sed de amores que en mi esp íritu sentí. Anhelante de las frescas aguas puras que brotaban cristalina s de tu fuente, a besarlas en mi edad adolescente presuroso como el ciervo yo subí. Jadeante, con el peso de las penas, con el fuego del rubor en las m ejillas, con las ansias de mi pecho, m is rodillas a tu vista dulce y célica doblar. Yo no sé lo que dijo mi ardim iento; pero en esa mi batalla recia y dura, Madre mía, si mi lengua estuvo muda, con el alma Tú bien sabes que te hablé.

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Cuando luego la mansión de los m ortales contem plé desde la altura de tu sierra, ¡qué pequeñas las grandezas de la tie rra ! ¡qué mezquino parecióm e su valor! Un am biente saturado de valores, de m iseria rodeaba a las criaturas, y ese am biente no llegaba a tus alturas: a tu lado respiraba yo m ejor: como siem pre yo respiro, si mi alma brisas puras de la vida necesita, de las dulces auras frescas de tu erm ita impregnada del aroma de tu altar. Que no en vano serás siem pre Virgen bella. Iris dulce que alim enta mi esperanza, cuando en medio de las olas sin bonanza cruzo tris te de la vida el tu rb io mar. Y por eso si el Pontífice Supremo con su voz autoritaria que pregona de tu s hijos cacereños la Patrona, por Patrona yo te quiero a Ti tener. Dime, Madre, m ientras mando cariñoso a tus fieles, nobles hijos, mis albricias: ¿Qué haré yo para que pueda las delicias de tu augusto patronato m erecer? Da consuelos o congojas a mi pecho, da a mi boca dulce m iel o amargas hieles, si en tus gozos o en tus penas más crueles fie l amante quieres siem pre ve r en mí. Yo enmudezco, si Tú quieres que enmudezca y si quieres que te cante, Tú me inspiras; y haz que salten los pedazos de mi vida si no suena, Madre mía, para Ti. Cáceres y a b ril de 1906.

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EN LA DECLARACION CANONICA DE LA SANTISIMA VIRGEN DE LA MONTAÑA, COMO PATRONA DE CACERES p o r D . A n t o n io M a r tíi

Señora: Si del alma los amores cuando ¡nocentes son te satisfacen: si de las puras y lozanas flores los lím pidos colores son ofrendas y regalos que te placen; si el despertar alegre de la aurora, si el silencio profundo de la noche, y el cantar del labriego y el perfum e de flo r que abre su broche, y el del ave canora los trin o s m elodiosos, y del to rre n te el m urm urar que ciego desciende por barrancos escabrosos, y arrastra hasta el abismo los restos de los árboles, lo m ism o que el huracán bravio, la leve paja; y la preñada nube, que desgaja del trueno al estampido la cresta de su nido el águila coloca, y la hiedra adherida a eterna roca, y todo cuanto existe de belleza en la naturaleza... Si todo te trib u ta un homenaje, si todo es pedestal de tu grandeza, si el cielo con sus tin ta s y celaje, y la tie rra fecunda con largueza te rinde vasallaje; si aceptas su belleza y melodías ¿no has de aceptar las alabanzas mías?


Si agradeces, Señora, que las flores te ofrezcan sus prim ores, cuando natura del sopor despierta de la noche sin luz, muda y desierta; si agradeces de castos ruiseñores la delicada oferta que te hacen con sus cantos seductores en las selvas som brías... ¿no has de aceptar las alabanzas mías? Si del pueblo de Cáceres el g rito que alegre repercute en la Montaña: si el ¡viva! que m il veces ya repito uniéndome al fe liz pueblo de España; si del alma extrem eña agradeces, Señora, los amores, ya que eres Tú, la imagen con quien sueño, y el consuelo de todos sus dolores, y el m otivo de tantas alegrías si aun cuando muy pequeño yo tam bién tengo el alma de extrem eño, ¿no has de aceptar las alabanzas mías? Cual s¡ fuera una sola la aspiración de la creación eterna, se escucha por doquiera un him no consagrado a tu belleza: y el niño que te reza dichoso de su madre en el regazo; y el anciano que acaso en breve plazo irá a v iv ir por siem pre en ultratum ba, y el huracán que zumba conmoviendo arboledas seculares; y los hirvientes mares, y los mansos riachuelos reflejando en sus aguas argentinas las delicadas tin ta s de los cielos; y las viejas encinas que se quiebran atónicas al peso del vendaval furioso; y el aura que saluda con su beso a la flo r prim orosa; y la gracia sin par de la azucena, y el color encendido de la rosa, flo r prim orosa y de delicias llena; todo, María, todo, cada cosa a su modo, te alaba y te bendice en estos días, ¿y han de fa lta r las alabanzas mías?

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No, Reina excelsa. Si Cáceres ante tu altar se arrodilla; si el sol que en el cielo brilla te llena de resplandor; si los astros te coronan, si la luna a tus pies gira, y si el m ism o Dios te m ira como centro de su amor; yo que me llamo hijo tuyo yo que nací para amarte, y que no sé ya qué darte porque te di el corazón; que cuando duermo te sueño, que al despertarm e te adm iro, que sólo a quererte aspiro, que eres toda mi ilusión. Yo que a tu ciudad envidio, yo que a Cáceres me agrego, y que estoy dispuesto luego a dar por ello mi ser. Yo que te rm in a r no puedo, Señora, mi hum ilde canto, porque el sentim iento es tanto que me obliga a enmudecer. Yo que no siendo poeta mal puedo de cirte nada, sino que el alma abrasada tengo ya de tanto am ar..., dejo de e scrib ir y arrojo la pluma con que escribía, porque es m ejor, Madre mía, ve rte ... se n tir... y llorar. Cáceres, 28 de a b ril de 1906.

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MI ORACION p o r D. J o sé -L u is Górt.ez Santana

A LA VIRGEN DE LA MONTAÑA p o r D . L u ís G ra n d e B a u d e sso r*

Virgen nuestra Soberana, escucha el fervie nte ruego que en esta fiesta solemne te dirige un cacereño. No so licito tu gracia, tus favores no pretendo para alcanzar beneficios que me sirvan de provecho; para mí, nada te pido; yo, Virgen mía, no quiero milagrosas protecciones si dejara de ser bueno; deja que Dios me castigue si yo castigo merezco. Pero por Dios, por tu Hijo, yo que tam bién hijos tengo y gozo sus alegrías y sus dolores padezco, te pido, Virgen Santísima, que los protejas a ellos, que hagas de madre amorosa, ya que a su madre perdieron, que los ampare tu manto y fe lice s y buenos por tu protección divina sepan llevar el sendero que les dé paz en la tie rra y que les conduzca al Cielo. Cáceres, 27 a b ril 1906. — 276 —

Dicen que te cante, V irgencita mía, Virgen de mi pueblo, pero no me dicen cómo he de valerm e para que sin alas me rem onte al cielo. Yo que sé quererte con el alma entera, yo que de ti, Virgen, tengo el pecho lleno, yo que me confundo cuando busco ansioso cuál de estos dos nombres aprendí prim ero, si el tuyo que en Salves me enseñó mi m adre o el suyo tan santo que de ti lo hicieron; yo que aunque me aleje de tu blanca erm ita siem pre estoy contigo pues te llevo dentro, nada sé de cirte cuando todos hablan ahora que me piden que te traiga versos. Como las tristezas cuando hieren hondo, como los dolores cuando son intensos, mi cariño, Virgen, siem pre fue callado, nunca palabrero, cual si sospechara que al sa lir al aire y rozar el suelo fuese a profanarle cualesquier impío, fuesen a robarle de avaricias ciegos los que se refugian tras tu relicario manantial eterno donde bebe Cáceres esta fe divina que a tu gloria sube con amor de rezos Tú lo sabes, Virgen. Cuando me pidieron que te amase en público, y lo hiciera en versos, mi p rim er im pulso, todo avergonzado, fue s a lir huyendo.


Yo no tengo notas en m i bronca lira ¡yo no sé hacer eso! Mas arrepentido, porque no creyeran que si no te ofrezco m is toscos cantares, m is pobres conceptos, es que no me hum illo, o te quiero poco, o que no te quiero; aunque no traen música, con m is coplas, Virgen, con m is coplas vengo. ¿Cómo he de ensalzarte si tu nom bre es todo? ¿Qué voy a decirte siendo tan pequeño? Yo estoy en el trance angustioso y tris te del ju g la r del cuento. Era un saltim banqui que te amaba mucho y haciendo piruetas cruzaba los pueblos. Un día aquel hombre llamó en un convento y en él para siem pre quedóse de lego: Erase tu fiesta, Virgen adorada, y los religiosos con amor inmenso a tus pies llegaron y en tu a lta r pusieron discursos, coronas, poesías, inciensos... Sólo el saltim banqui nada te llevaba aunque su cariño le abrasaba el pecho, y anegado en llanto, con angustia horrible a tu altar se acerca ruboroso y trém ulo y fre n te a tu imagen, cuando queda solo, con los pies por alto, la cabeza al suelo, cual si fuera un loco realizó aquel hombre todo su programa de titirite ro , todas las piruetas de su rep ertorio... ¡y ese fue su obsequio! No tenía otra cosa que llevar de ofrenda, y tu Santa Efigie, que lo estaba viendo, alargó la mano, le tom ó el pañuelo, y reconocida enjugó la frente del ju g la r del cuento. Ese soy yo ahora, V irgencita mía, Virgen de mi pueblo. Tengo de tu imagen la pupila llena, donde van m is ojos tu grandeza veo, sé que eres la Virgen que se apiada amante del que está sufriendo;

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sé que por la cuesta de tu santuario andan la plegaria y el m ilagro a un tiem po; sé que con tu manto la ciudad se cubre; ¡sé cuanto te debo!; mas in útil todo, nada sé decirte, sólo esta «pirueta» que rim ó mi esfuerzo es lo que te traig o, pero tú que m iras cómo tengo el alma, para mi consuelo, di a los que me escuchan que si soy tan pobre, es cuando lo digo, ¡no cuando lo siento!

Cáceres y mayo 1906.

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(12-X-1949) a la Stma. Virgen

AVE MARIA

manto

p o r A n t o n io C . F lo ria n o

E! Dr. Barbado

Viejo

colocando

el nuevo

Ave María, Bella más bella que la luz del día, Sol de los soles, estrella de los mares, La que ama mi alma Como dice el cantar de los cantares. Eres la esbelta palma, La rosa de Sarón Que augusta flore ció en mi corazón. Ave María, Madre del Salvador y Madre mía, Los ángeles te cantan y su canto Con un mágico encanto Inunda el cielo santo De raudales de luz y de armonía. Ave María, Musa de mi Poesía, Yo no sabré cantarte Pues sólo sabe amarte M i pobre corazón ¡Oh Madre mía!

Cáceres y mayo 1916.

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POESIA PREMIADA CON LA FLOR NATURAL EN LOS JUEGOS FLORALES DE LA CORONACION 1924 p o r el M . I. Sr. D . Fra ncisco R o m e ro , M a g istra l de la S. I. C . de Z a m o ra

Pastor, si de la saña del lobo huyendo, en ascender se empeña tu oveja a la Montaña, no la debes silbar desde la peña, que hay m ejor que la tuya otra cabaña oculta en esta sierra cacereña. Aquel que ves altísim o techado es del Palacio Real donde Ella mora sin dejar nunca el pastoril cayado aunque tien e atavíos de señora... ¿Temes porque esa oveja te ha dejado? ¡No conoces Pastor a la Pastora! Vino por esa sierra por culpa de un amante traidorzuelo que abriéndole sus brazos en la tie rra dejó en su corazón ansias de Cielo; y Ella, al ver que el pastor desaparecía, la rústica montaña recorría, y al m irar en el valle sus ovejas de este modo decía, mezclando con sus lágrimas sus quejas: «Decidme, los pastores ¿no habéis visto al A m or de los Amores? Tiene negro el cabello como el zumo agridulce de la endrina,


fu e rte el erguido cuello como el eterno tronco de la encina; cuando pone sus pies en los abrojos los lim pia con la sangre de sus venas, y cuando pone en el erial sus ojos con un solo beso de sus labios rojos los cubre de azucenas. En su fre n te inm ortal como en los Cielos la luz de los crepúsculos se irisa, y suenan a rodar de regatuelos las cascadas alegres de su risa; lleva en su blanco manto aroma de cam pestres tom illares, su voz parece el canto del cantor del Cantar de los Cantares... Decidme los pastores, ¿no habéis v is to al Am or de los Amores? Una noche... la Luna se miraba, la brisa susurraba, la tó rto la dormía, y El a mi lado en el jardín soñaba diciéndom e al oído: Esposa mía. Son para mí tus pechos tan dulces como el vino, eres como la flo r de los helechos que perfum a en los áridos repechos al cansado via jero en su camino. Corderuelos gemelos son tus dientes, tus labios rojos de coral y grana; en tu lim pio crista l buscan las fuentes retrata rte a la luz de la mañana. Los celajes espesos de la noche te envuelven en mis brazos... ¡a panales de m iel saben tus besos! ¡son cadenas de amores tus brazos! A sí me repetía cien veces al oído: Esposa mía cuán sola me hallé sobre la arena... se fueron las estrellas una a una, turbó la noche su quietud serena, ¡¡me lo llevó la Luna siem pre envidiosa de la dicha ajena!! Decidme los pastores ¿no habéis visto al Am or de los Amores?

¡Ay pobre pastorcilla! ¡Ay tris te duelo! ¡ay ave descuidada a quien h irió en el vuelo tu m ism o amor con flecha envenenada! Como deja la brisa en los desiertos retazo de cendales en la palma Tú vas dejando en tus amores m uertos retazos de tu carne y de tu alma. Mas un día... Pastor, deja el rebaño en el valle feraz, y ahora que baña con su fu lg o r extraño el Padre Sol la faz de la Montaña; en las orillas del undoso río que a ti te habla de paz y a mí de gloria, a la sombra del álamo sombrío oye el final de la amorosa historia. Un día... Era la hora en que a la noche té trica la aurora la sepulta en la luz de la mañana, y escuchó estrem ecida la Pastora una voz sobrehumana: «Ven, dulce Esposa mía, que ya pasó la noche y vino el día! Ven, que la prim avera viene envuelta en su luz por los alcores y va a a b rir el invierno en la pradera un sepulcro de flores! Tú que radiante asomas cuando con verm e sueñas, tú que has puesto tu nido en estas breñas com o ponen el suyo las palomas en los ocultos huecos de las peñas; ven, serás coronada como Reina y Señora, y no habrá en esta sierra una majada que no rija su cetro de Pastora!» Radiante salió el S ol... la serranía despertaba a los ósculos del día; los lim pios arroyuelos gemían sus m urm ullos, las tó rto la s en celos rim aban sus arrullos, estallaban las luces en los C ielos que besaban m im osos los capullos, m ientras los recentales triscando juguetones robaban sin piedad a los rosales los tesoros en flo r de sus botones.

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El Amado entre tanto a la Amada vestía un refulgente manto que espejaba la luz su pedrería; en la sien no manchada una corona de oro le ponía y en la mano una flo r recién cortada diciéndole otra vez: «Esposa mía, yo te daré un Palacio por cabaña, ovejas tendrás m il, Pastora bella, ¡eres Reina inm ortal de la M ontaña! jtu trono éste será, tu Corte aquélla!» ...Y elevándose al Cielo, en la partida bendijo a la Montaña consagrada y tendió sobre Cáceres dormida el soberano manto de su Am ada... La ciudad despertó, la lum bre pura le h irió del Sol, y la ciudad decía: ¡VIRGEN DE LA MONTAÑA, Reina mía! y poniendo sus ojos en la altura ¡VIRGEN DE LA MONTAÑA! repetía... Ya lo sabes, Pastor, si de la saña del lobo huyendo, en ascender se empeña tu oveja a la Montaña, no la debes silb a r desde la peña, que hay m ejor que la tuya otra cabaña, oculta en esta sierra cacereña.

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BAJA YA LA MADRE MIA p o r V e n tu r a D u rá n A n d r a d a »

Virgen de la Montaña, idolatrada Madre de amor, de m ísticos encantos, Reina de este solar de mis m ayores: m i voz se alce entre tantos acentos de entusiásticos ardores. Sólo busco, Señora, dulce Amada, que no fa lte en tu honor la ofrenda mía,, mi verso, mi oración, ni mi alegría, m is lágrim as, mi amor, mi vida entera... ¡Si yo tuvie ra más, aún más te d ie ra ...! Bien sabes, Tú, celeste anhelo mío que soy tuya por siem pre. Tu esclava quiero ser, para ello fío más que en m is fuerzas en tu amor y gracia; Rosa de Jericó, Flor de la acacia. Y m ientras busco, errante peregrina, la estrella donde pones tu pie bello, quiero ser un ju g la r de tu ternura, ¡que me embriaga tu amor, Virgen divina*! Cantar quiero con férvida locura tu pureza, tu amor, tus perfecciones. ¡Oh Madre! Si profano con canciones de amores pasajeros esta lira que pusiste en m is manos para que hiciera coro con sus sones a las que sin cesar tañen dulcísim os los ve in ticu a tro ancianos, rómpemela. No quiero que sea sino tuya, como es tuyo mi corazón, mi vida, mi esperanza.


Hermosa flo r, capullo placentero nacido en verde sierra cacereña, blanco lirio entre espinas, ¡no me alcanza la voz a b e nd ecirte...! ¿Cómo nació la flo r entre la peña? ¿Por qué qu isiste estar en esa altura tan agreste, tan sola y empinada? ¡Ay! Déjame de cirte que más cerca te quiere mi ternura para brindarte a solas mi tonada. ¿No te gusta v iv ir entre tus hijos? ¿No tienes siem pre fijo s en ellos esos ojos que embelesan a los ángeles todos? ¿Por qué, pues, te escondiste allá tan lejos si perdidos están sin tus reflejos? ¡Ay dulcísim a Madre! No los lodos del valle son tu propia residencia: la pureza en esencia entre el m ortal rebaño, sola eres Tú, lirio de los campos que en la heredad dom inical prefieres esconder tu morada entre los campos de las almas sin mancha. ¡Cuánto m i alma se ensancha m irándote en lo alto, casi junto al cielo! Sí, mi vida. Desde ahí el conjunto de tu s corderos custodiar bien puedes con mirada cernida de luz y de em belesos m aternales: con rientes cristales de labios virginales que entreabiertos parecen una aurora: con ese amor que llora cuando sales en busca del cordero que ingrato se alejó de tu sendero... Pero el cariño es tanto que aunque sabe es m ejor tu enhiesta cima, se resuelve y se anima a rom per el encanto de tu morada sola y recogida. Pero, ¿cómo? ¿abatida ha de estar nuestra Reina? Y si el viento, que peina las encinas en flo r de esa tu erm ita nos pregunta: ¿dó habita la paloma que estar aquí solía? ¿qué se ha de decir? ¿La algarabía de un falso amor al valle la ha traído, paloma sin su nido?

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Sin nido no, que están aquí amorosos corazones sinceros que la sirven de trono cuidadosos. Corazones tan fieros defensores de-] lu stre de su gloria que, porque no la escoria del valle con su planta tenga que hollar, de vuelo se levantan al cielo, form ándole escabel dulce y caliente. ¿Qué linda traza habrá que amor no invente? Puedes, Madre, dejar esa morada que, por la bajada, no te sea dolor, tus hijos todos han hallado los modos de aunar tu honor y su cariño ardiente. Montaña sean sus pechos de amor, de caridad y de pureza; no mezquinos y estrechos tugurios de ruindades y pecados que no sirvan de trono a tu realeza. En tus alas llevados se han crecido y llenado de m il bienes. ¡Deja, Madre, tus solios estrellados! Baja pronto, Señora, ¡aquí nos tien es!


LA CANCION DEL POETA ODA A LA SANTISIM A VIRGEN DE LA MONTAÑA p o r Fray A n t o n io C o r r e d o r , O . F.

Con el pecho palpitante, Con anhelos en el alma, Con los ojos avizores, Con el fuego del amor en las entrañas, En Ti puesto el pensamiento Y en los labios la plegaria, Voy subiendo, Madre mía, voy subiendo. El declive encantador de tu Montaña, Jardín fresco y sonriente Impregnado de rum ores y fragancia, Atalaya gigantesca Por las nubes coronada. M irador del ancho cielo y trono augusto De la nivea pureza de tus plantas ... Virgencita, V irg en cita... Soy un bardo que recorro los lugares de mi Patria Con el arpa entre las manos Entonando m is patéticas romanzas, A m is prójim os pidiendo una lim osna, Mendigando el galardón de una mirada Que disipe las negruras de m is cuitas, Los oscuros nubarrones que me invaden de nostalgias.. Y Tú que eres luz del mundo, M anantial inagotable de prodigios y de gracias, Tú que eres, M adre mía, A rco iris de esperanzas, A rbol santo que defiende al peregrino Con sus ramas, ¿No has de ser la curandera prodigiosa De las llagas


Que las zarzas del sendero Han abierto lacerantes, en m is plantas? A Ti acudo, como el niño Que a los brazos de su madre se adelanta; Con el ím petu angustioso Con que el ciervo que en sed arde corre al agua; Con el ansia con que el tris te marinero Hacia el puerto se dirige que divisa en lontananza... Y has de ser Tú mi alegría, Has de ser mi luna blanca, E strellita de mis sueños Y mi senda perfumada, M i socorro y mi defensa, Y mi dicha y bienandanza... V irgencita, V irgencita La de labios encendidos como grana, La de férvidos amores, La de rítm icas palabras, La de cándidas sonrisas, La de célicas m iradas... V irgencita que me inspiras, V irgencita que me cantas, V irgencita que me escuchas, En tu trono de oro y nácar... Soy un bardo de ese pueblo Que cobijas con el m anto de sus gracias, De ese pueblo que en Ti espera, De ese pueblo que te ama Porque fu is te le nitivo en sus angustias Cuando el té tric o fantasm a De la guerra, de la peste y de las hambres Recorría sus moradas: Porque fu is te suave bálsamo en sus penas, Porque fu is te y eres, Madre, en tu Montaña Bienhechor fanal inm enso que ilum ina La ceguera tenebrosa de las alm as... Voy subiendo. Madre mía, La pendiente forestal de tu Montaña Con los ojos avizores Oteando el esplendente panorama, Y sintiendo ya en mi pecho las ternuras, Que a las almas Tú regalas, Y sintiendo el gozo íntim o De saber que en esta cita Tú me aguardas, Tú, m i bien, mi amor, mi vida, Tú, mi Reina idolatrada, Tú, mi luz, mi ser, mi amparo, Tú, mi amada, La que ahuyentas mis tem ores, La que inspiras m is tonadas, La que alegras m is ensueños de poeta,

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La que tem plas los bordones de mi alma, La que vie rte s en mi m ente Los fecundos ideales que la exaltan, La que oye m is gem idos, la que amante me socorres, Y solícita me llamas Cuando al borde del abismo tenebroso M i ilusión se ha detenido fascinada. C am inito de tu erm ita, Peregrino de una gesta legendaria, Llevo lumbre en los ojos, Llevo fuego en las entrañas, Ansias llevo de ascender hasta tu altura Y escuchar blandos susurros de las auras Y el arpegio de pintadas avecillas A spirando de las flore s la fragancia, Percibiendo ese concierto de licioso Que natura te regala Porque eres Tú su Reina, Porque eres Tú de Cades gentil palma, El Decoro del Sarón y del Carmelo, La Pastora de estos valles y m ontañas... ¡Madre, M ad re!... ya me acerco A l remanso de m is ansias... Ya penetro por las puertas De tu alcázar, R elicario valioso Donde guarda Este pueblo que te adora El Tesoro de la fe más acendrada... Ya contem plo la belleza deslum brante De tu faz que me arrebata, Sol fulgente en una noche de pavores, Suave aurora boreal que el alma espanta... Madre mía, Madre mía, escucha el himno De las cuerdas de mi arpa, Dulce cántico fervie nte Que es canción y que es plegaria, Que al pasar por el tam iz del sentim iento Se convierte en un raudal de ardientes lágrim as... Pero calla en tu presencia el torpe labio Y tan sólo el corazón es el que habla... Tiéndeme desde ese Trono de querubes, El fulg or de tus miradas Que ya sueño, Madre mía, Que he volado del Edén a la M orada...


A LA ASUNCION Y MEDIACION DE LA VIRGEN POESIA PREMIADA CON LA FLOR NATURAL p o r D . Juan L u is C o rd e ro

¡M aría! Aquí me tienes sin velos en el alma, rem iso y tem bloroso como cuando en mi infancia me llevaba mi madre ju n to a tu casta e fig ie para rendirte ofrendas o m usitar plegarias o para suplicarte ¡Divina Intercesora! que se me perdonaran aquellos pecadillos, aquellas inquietudes im precisas y ávidas que al corre r de los años fueron com o aves locas, como potros salvajes con sed de lontananzas. ¡M aría! Tú lo viste . Del camino las zarzas me hirieron. Las jaurías feroces me ladraban. M e azotaban con fu ria som bríos vendavales. M e negaban sustento y abrigo las posadas. Me acosaba con crueles anatemas y estigm as la turba farisaica; m ientras que yo, sonámbulo, ajeno a las diatribas y estático, soñaba que en mi lóbrega noche se encendía en el cie lo el fu lg o r del sublim e Sermón de la M ontaña.


¡M aría! Tú lo sabes. Con devoción callada te busqué en las hum ildes erm itas aldeanas y desdeñé el b u llic io ... ¿Qué valen? ¿Qué le im porta? ¿Qué sabe de m is sueños el aluvión que pasa? Y ante el helado olvido y ante la injuria torpe opuse yo la impávida mudez de m is silencios; sin rencor, sin envidia, sin dolor ni jactancia. Yo hice de esos silencios ara de sacrificio y sobre el ara puse mi corazón en llamas. Pero un pregón resuena en que a cantarte llaman a los vates cantores de la progenie hispánica. Y es mi pueblo, es mi gente la que e! pregón publica. ¡Sería un desertor si yo no la escuchara! ¡M aría! A mi manera yo hago coplas galanas y siem pre van m is coplas por la em oción ungidas donde el Am or me llama. ¡Aquí estoy, Madre mía, con los brazos abiertos y mi vie jo laúd cargado de asonancias! ¡Asunción! ¡N ativitas! Con sutileza sabia más razona la austera Teología Sagrada tu Tránsito glorioso, dulce Madre de C risto , al subir a los Cielos indemne en cuerpo y alma. Y dicen que es m isterio. ¡Perdón, sabios doctores! Si a mí me nacen alas — siendo un pobre gusano que es polvo de la tie rra — cuando mi verso mana... ELLA que es la poesía, la luz, lo azul, lo ingrávido... ¿Cómo no iba a elevarse por su propia sustancia? Ella no tuvo nunca de la apariencia humana sino lo que es divino; La línea estatuaria, la inocencia tranquila, la pureza inocente, el candor inefable, la belleza sin mácula. Ella no tuvo nunca de la humana flaqueza sino lo que la ensalza:

Su ternura de madre, su angustia al ve r al H ijo víctim a de la infamia, el estupor que causan la perfidia y el crim en en quien llevó a la víctim a m etida en sus entrañas. Ella siem pre fue efluvio, lum inar de alborada, resplandor, ritm o, euritm ia, m elodía y fragancia. Imaginad un claro día de prim avera en que una leve brisa mueve un bosque de acacias m ientras fluyen las fuentes, pían las avecillas y su perfum e escancian cantuesos y to m illo s y esas flo re s anónimas que la pradera esmaltan. Imaginad lo etéreo, lo s u til, lo suave... y aún no tendréis ¡dea de su pureza alada. Códices de Bizancio y m isales de Italia, desde hace quince siglos interpretan y exaltan el inefable Tránsito — pausatio, mors, do rm itio — con lo que hay de vidente en la m iopía humana. Y manos como lirio s, férvidas y amorosas, sobre telas preciadas bordaron y tejieron la ingenua m aravilla de unas figuras cándidas que a través de los tiem pos y las generaciones son el mudo lenguaje con que la fe nos habla. Fue C aciatore en Génova y M arocheti en Francia quienes lo cincelaron en esculturas magnas. Rafael, Juan de Juanes, Rubens, Tiziano, el G reco... Peruginio en Florencia y el gran Corregio en Parma en lienzos inm ortales y en cúpulas eternas su Tránsito señalan. Y en una m iniatura dejó A lb e rto Durero la im pronta soberana de un deliquio de a rtis ta que lucubra y que sueña con la suprema gloria que la Asunción entraña. M úsicos y poetas con fe rvo r le consagran m ieles áureas del verso, suspiros del pentágram a...

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í n los sonoros ám bitos de los tem plos del orbe la grave voz del órgano desde entonces se alza con estrem ecedores clam ores sobrehumanos que su triu n fo proclam an... Y en villa s y lugares lindo s coros ingenuos de vírgenes humanas alzan sus claras voces y enajenadas dicen: .¡Dios te salve, María, llena eres de Gracia! ELLA se alzó a los C ielos •dulcemente ayudada por el Supremo Impulso de Aquel que en todo manda, no porque no llevase lo que eleva en sí misma sino porque Dios m ism o dispuso que se alzara m ajestuosam ente con la cohorte angélica cual Reina soberana Em peratriz Divina que en palanquín radiante • de nubes como gasas, sobre las potestades y sobre los dom inios y sobre las estrella s ascendía hasta el Trono donde su hijo esperaba. Era s u til perfum e y se fue a otras m oradas... Era luz y elevóse hacia la luz más alta. Era arpegio sublim e, sinfonía gloriosa, y se alzó a las regiones do los ángeles cantan, con la misma envoltura que sublim ó en la tie rra , para ser Abogada de la grey alevosa que los siete puñales -sañuda le clavara... * * *

¡Tu M ediación, María! Los siglos la proclaman por la comba del Globo con voces que no engañan, porque son voz de siglos, clam or de m ultitu de s lo que vibra en la excelsa tradición mariana. ¡Ve cóm o lo pregonan con víto res gozosos desde Lourdes a Fátima; Desde el Pilar a A lm onte, en M on tse rrat la celta y en Begoña la vasca! ¡Oye cómo la Salve que entonan en Am érica resuena en Guadalupe y late en la Montaña!

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Desde los valles hondos hasta las cumbres altas, por todo el ancho mundo blanquean tus moradas y en la gama diversa de las advocaciones Virgen de los Remedios con frecuencia te llaman y otras veces te dicen Virgen de los M ilagro s... y cuentan y no acaban el mal desvanecido, el riesgo superado o la m erced lograda; que para todos eres ¡Mediadora Divina! estela de consuelo, vive ro de alegría, m anantial de esperanza. A Ti la niña ingenua sus quim eras declara, Tú de las blancas novias calmas las dulces ansias, Tú de las santas madres las plegarias escuchas, Tú hasta el pastor conduces la oveja descarriada, por Ti la lluvia próvida fe rtiliz a las siem bras y en la cruel batalla a Ti torna los ojos el noble soldadito que la m uerte acorrala, añorando el risueño santuario y la imagen que evoca los más puros recuerdos de su infancia. ¡Oh, qué dolor, María, las demencias bastardas que la ambición enciende y el orgullo desata! ¡Oh, la presuntuosa locura del pigmeo que con sus a rtilu g io s destructores se ufana sin ve r que solam ente lo que elevó destruye, que lo de Dios no acaba, que cada prim avera alumbra nuevas flores hasta en las ruinas áridas que con Dios no hay quien pueda y que tan solo triun fa , más tarde o más tem prano, lo que Dios decreta! Tú lo ves desde el C ielo ¡Oh inefable Abogada! y sin duda confías que la piedad renazca, que triu n fe la Doctrina cordial de Jesucristo, que culm ine el ejem plo fe liz de las parábolas que el sañudo enemigo se convierta en herm ano...! ¡Oh, sueño de bonanza que sin duda acaricias en el candor seráfico de tu ternura santa!

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¡Quizá por no arrancarte de ese dichoso ensueño aún no blandió el Arcángel la flam ígera espada! ¡Oh excelsa intercesora! D irige la mirada de tus ojos divinos hacia la grey humana. No ceses en tus ruegos ni en tu m isericordia, no nos niegues tu amparo, dulcísim a Abogada, pide por los que sienten hambre y sed de ju sticia. Haz que deshechos caigan los dogales que aprietan al que entre argollas gim e; rem edia a los que sufren y protege a mi Patria. Y sea para todos la Paz y el Pan bendito. ¡Salve, Virgen María, toda llena de Gracia!

SOLA ESTA LA CABAÑA DE LA PASTORA p o r D . José V ig a ra C a m p o s

Hasta la empinada loma de la sierra cacereña donde de casta paloma — posado sobre una peña— tie n e su blanco nido la plácida Pastora, — la Señora Celeste, Purísima Señora— subió Cáceres un día a suplicar m ercedes a la Virgen María. Inocente estaba el cielo vestid o de azul en calma; lim pio como el lim pio anhelo que el pueblo llevó en su alma. Y en torno de la erm ita do habita la Pastora — Reina del Valle, Dulcísim a Señora— de amor y de pleitesía elevó sus plegarias a la Virgen María. El pueblo puesto de hinojos hum ilde dijo su cuita m irando a los dulces ojos de la amada V irgencita; requiriendo de amores a la Casta Señora que es de estos valles dulcísim a Pastora, — ayuda, consuelo y guía— Reina de la M ontaña: a la Virgen María.

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Sonó m úsica pausada de celeste cantinela; to m ó amante su m irada la Madre, y curó la pena.


Y entrando en la cabaña de la Dulce Pastora, — Luz del rebaño, Purísima Señora— cuando agonizaba el día tom ó la grey en hom bros a la Virgen María. Gozosa bajó el sendero que une la sierra y el llano; dorm ido quedó el otero que toca el risco mariano. Y un trono de luces colocó a la Pastora, m ientras de hinojos, hora tras hora, en perenne letanía la ciudad dice laudes a la Virgen María. Los ojos m iran al Cielo buscando la ansiada nube; rom pe en súplica el anhelo que hum ilde hasta el cielo sube. En su trono de Reina la plácida Pastora — de la cum bre y el llano Dulcísim a Señora— torna amante su mirada hacia la ciudad creyente que subió hasta los riscos de la sierra empinada, en rom ería de amores, procesión reverente, y ahora en guardia, noche y día, canta laudes devotas a su Santa María. Sola está la cabaña de la Pastora y dorm ido el otero, do está la erm ita. No charlan los pastores con la Señora que escuchaba en la noche su amarga cuita. De la sierra en la loma se ha secado el rom ero que regalaba aromas a la altura y al llano; al filo de las tardes está m ustio el sendero que conduce del fondo hasta el risco mariano. Subió Cáceres un día y hacia el valle se tra jo a su Virgen María.

JARRON DE FLORES, INCENSARIO DE AMORES p o r D . L o re n z o L ó p e z C r u z

Estas HOJAS pregonarán tus Real Patrona, tú tienen fragancia

cada mes loores. lo ves, las flores.

Lo más fino y escogido de nuestro jardín va en ellas. Llevan, tú lo has advertido, fragancias de flores bellas, que al ascender por las lomas hacia tu trono em inente, van de m ísticos aromas embalsamando el am biente; aroma que recogemos como preciado tesoro que cada mes te ofrecem os en dulce unísono coro, que no es bien que, disipados, el vie nto los desparrame, y se pierdan, no gustados, por un corazón que te ame.

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Aún flotan, reverdecidos, perfum ando estas regiones, aromas de tiem pos ¡dos de antiguas generaciones.


¡Tal dom inio del espacio conquistaban en sus vuelos mensajes que a tu palacio mandaron nuestros abuelos! Si m iram os al O riente con ansiedad de venturas el saludo se presiente de las edades futuras. Lo m ism o que ayer, mañana serás tú la dulce aurora de la fa m ilia cristiana que bajo tu cielo mora. A sí los tiem pos pasados, presentes y venideros prestarán hechos colmados, elocuentes y sinceros,

POESIA PREMIADA CON LA FLOR NATURAL EN LAS BODAS DE PLATA DE LA CORONACION LEMA: ALDEBARAN

que irán tejiendo la historia y haciendo de este PAPEL, de nuestro amor y tu gloria cinem atógrafo fiel, jarrón de lozanas flores, más vivas en tu presencia, incensario en que de amores se quema una rica esencia. La presente poesía fue compuesta por el autor durante la en fer­ medad que le condujo al sepulcro. A l valor intrínseco que tiene, desde el punto de vista lite rario , une tam bién el valor sim bólico de ofrenda postuma que la musa de López Cruz, sacerdote, poeta y cacereño, dedica a la Virgen S antísi­ m a desde el lecho del dolor. El corazón del apóstol y la rima del extrem eño quedaron unidos en una sola emoción, para lograr el linaje de la estrofa transcrita , que cub re de honor el recuerdo y nombre de Lorenzo López Cruz, cantor d e la Virgen cacereña.

A u t o r : José A n t o n io O c h a ita

GEOLOGIA ...Una Geología mariana, abre el cuadrante por esta vieja Hispania de sollozos y arena, y no queda un picacho donde Gabriel no cante el bíblico saludo del ¡¡AVE GRATIA PLENA!!... Aránzazu en Vasconia, clava su verde cuña: Covadonga, se ahonda visigótica y pía: M onserrate, levanta su sierra en Cataluña p o r dar solio a una Virgen con piedra y letanía... El Puig, pone en M allorca medieval elegancia: A ndújar, heroísmos con charoles explica, y en Salamanca, el dolm o de la Peña de Francia es como una nevada paloma dom inica... ¡Toda Hispania es un códice de tin te s a p ostólicos...! ...La Virgen en su Silla, m agnifica la unción, lo m ism o que en el tríp tic o de los Reyes Católicos que pintara la mano de A ntonio del Rincón... Pero faltaba una advocación madura que fuese altura y riesgo: cim iento y espadaña... ...Cáceres fue profeta por toda Extremadura y advocó la voz nueva... ¡¡VIRGEN DE LA M O NTAÑA!!


HISTORIA

TEOLOGIA Teólogo es el pueblo que, si define, acierta... ...La Montaña es el hito que el viento no combate; almena encandilada que se recorta alerta: pecho de plenitudes que amamanta y que la te ...

Estas Extremaduras, fueron plinto señero para alzar una Hispania que al mundo preocupe: ¡por algo vino a Yuste, señor Carlos prim ero: por algo Zurbarán pintara en G uadalupe!...

...La Montaña, no oscila con los sucios vaivenes del cam ino — funám bulo que busca la fortuna— y ve que si el sol nace, le arrebola las sienes, y siente que a sus plantas tiene un gajo de luna.

C astilla, era un m ar m uerto sin ribera y sin dique, donde, igual que un espectro, cada chopo se afila... ...Las coplas que trovara señor Jorge Manrique más que verso, sonaron a eterno dies illa.

La Montaña, es el eje de todo itin era rio: señala el fin de ruta con su cima de albor... ¡¡Si la riega la sangre puede ser un C alvario!! ¡¡Si la empapa la G loria puede ser un Taborü...

Andalucía, verde de olivos en sus riscos, con su luna coránica triste m e n te se ahoga... ...Todas las celosías tienen guiños m oriscos, y huele el aire espeso a guzla y sinagoga.

Un arco de m etáforas en la Biblia se abarca sombreando a la Virgen que su entraña dispuso: Paloma: Espejo: Torre: Ciprés: Columna y A rca... ...Quedaba una, ¡M ONTAÑA!, sin litu rgia y sin uso... ¡Teólogo es el pu eb lo!... En tu médula escarbo, Cáceres inaudito, bañado en tu sangría, que diste nueva antífona para el O ficio Parvo y diciendo Montaña, d ijis te TEOLOGIA...

ANTIFONA ¡¡Virgen de la M on ta ña !!... Pastoral dulce cromo de una Biblia extrem eña de rosados p e rfile s... Tú no hueles, Señora, a extraño cinamomo, que Tus Angeles vuelan a un son de tam bo rile s... ...Están la cotovía y la alondra a Tu alcance, espejos de Tu risa parten Guadiana y Tajo: los niños de la sierra Te cantan en romance y por Ti, quema hogueras el color del refajo... ...Sabe a las abuelas y pusieran colgado de

pan de fa m ilia Tu casta romería; te m iran con sus ojos de llanto, su antiguo «pañuelo de sandía» Tus hombros por ofrece rte m anto...

Vigilan en Tu M onte, ju nto al arroyo terso, el lucero y la oveja, dándote centinela... Tu profeta más grande nos habló siem pre en verso... ¡Y fue José María, Tu m aestro de escuela!... ...La Antífona en el aire, ensanchando las ondas de ¡Montaña, sí; Montaña de con que Cáceres vivo sube

va quemando sus preces, su luz de verdad... puras sencilleces, a la ete rn id ad!...

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Levante, que a la gracia de las aguas se asoma, delira paganías en un forzado e xilio ... Tiene toda su carne indolencias de Roma, y olvida el Evangelio por glosar a V irg ilio ... ¿Quién salvará a la Hispania? ¿Quién hará las suturas de pasado y futuro, en singladura extraña?... ¡¡La voz de Dios, llenaba las dos Extrem aduras!! Lo m ism o que en el Génesis, bajó de la M ontaña...

VOZ Y d ijo ... ¡Esta es mi M ADRE!... Como en aquel m om ento de la tarde del Viernes, con cruces y sayones, ¡os la doy a vosotros en vivo Testamento por que sea MONTAÑA de vuestras redenciones...! ¡N ecesitáis M O N TAÑ A!... Si no no son codicladeros homenajes ni ¡Yo os quiero regalar la Madre de por que surja la raza de cristianos

surge la arista, lauros... Conquista cen tauro s!...

El c irio de la fe, se consume m archito mirando al ventanal o alumbrando el retab lo ... ¡Una expansión de A m or y de Fe necesito, y a ti te doy ¡oh Cáceres! la espada de San Pablo!... ¡Sube hasta la M ontaña del amor de mi Madre, que la ladera es suave, porque no desconfíes, y yo haré que tu vista, desde el vé rtice , encuadre la conquista dorada de los C otopaxies!...

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¡Era la voz de D io s!... El aire la renueva como un himno gigante, por páramos y alcores, y en torno a la Montaña, se apretaba la leva de santos, de virreyes y de C onquistadores!...

RESPUESTA Respondieron los hombres a la Augusta demanda... De Alcántara a T rujillo, la inquietud se adivina... Lucieron los M aestres monacal hopalanda y la voz de Guadiana cantó el ¡SALVE REGINA!

Y cuando sus palacios levantan los G olfines por dar a los linajes prim or de arquitectura, ¡VIRGEN DE LA M O NTAÑA!, ya tien es cam arines antes de que tuvieras la actual nom enclatura... Y si en Cáceres alzan el Arco de la Estrella — hebilla cuasi gótica por su cintura huraña— la Estrella de aquel arco — ¡dogm atizadlo!— es ELLA... ¡La Estrella m atutina que luce en la M O NTAÑA!...

ANIVERSARIO

Se armaron las galeras en Huelva y Barrameda con grum etes de vientos saltando en todas partes, e iba Nuestra SEÑORA dibujada en la seda con que el viento peinaba los gayos estandartes.

El Vicario de C risto con sintaxis armónica lanzó al mundo el latín p o ntificio del Breve, y subió hasta Tus sienes la corona canónica como a m onte de rosas una luna de nieve...

¡Extremadura rompe las caóticas brumas sacando mundos nuevos de los arcanos g rise s!... ...Y cada galeón, fue MONTAÑA de espuma donde va la SEÑORA bautizando países...

Los escudos cargados con sinoples y gules — que el llanto de los tiem pos apacigua y escalda... te ofrecieron la plata de los vie jos Perules, y por cada linaje flore ció una esm eralda...

¡Oh, qué lum bre ecuménica la gran conquista baña ilum inando el mundo de Cuzco a Veracruz!... ¡Un corazón de Madre se quema en la M ontaña e Hispania se invulnera m etiéndose en la luz!...

Ovandos Lizaures y recobraron y hallaron,

...El salmo del O ficio m ultiplica sus cantos y al eco del latín, pare mundos España... ...¡ECHO SUS FUNDAMENTOS SOBRE LOS MONTES SANTOS! ¡Y le llamo a María, VIRGEN DE LA MONTAÑA!

¡Y hasta las viejas Torres que nunca se domeñan, — Espaderos, Bujaco, Cigüeñas y Postigo,— levantan sus muñones hasta el cielo, y se empeñan en cortar las estrellas para cum p lir c o n tig o !...

PROSAPIA ¡No; no decid vosotros, los graves eruditos, que advocación tan alta pudiera ser m oderna!... ¡Los m isterios de Dios por siem pre están escritos, y la Fe y la Belleza tienen prosapia eterna!

y M onroyes, Solís y Benavente, Saavedras, Ulloas y Pereros, el vuelo para nim bar Tu fre n te en Tus pulsos, sus tim bres verdaderos...

¡VEINTICINCO AÑOS JUSTOS! Aún el recuerdo esplende como centella errante en noche de pasión... Es un dije de fuego que Cáceres se prende a una altura constante: ¡la de su corazón!

OREMUS

Yo sé que otras imágenes viajaron en las olas... GUADALUPE, BUEN AIRE, MERCEDES y LUJAN, y sé, que las inmensas pujanzas españolas levantaron basílicas del Chaco a M ichoacán...

¡Virgen de la M O NTAÑA!, que apacientas el hato señorial de estas tie rra s con encinas y olivos, ¡ordena a Tus arcángeles que toquen a rebato convocando en Tu falda, los m uertos y los v iv o s !...

¡Pero escucha el rum or de tu sangre, si accedes, y deja hablar al ansia que en tu in te rio r araña! ¡La Virgen a quien reza García de Paredes es — ¡anterior al Dogma!— VIRGEN DE LA MONTAÑA ..

Dígnate recontar, otra vez, nuestra hijuela para que la heredad jamás se m albarate... O ración en la boca; en el borceguí, espuela: en la paz paloma, y el hierro en el com bate...

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Conserva nuestras piedras m ilenarias ¡lesas: defiende los rebaños contra colm illos crudos: crece la levadura dentro de las artesas: da prim ogenitura a todos los escudos... Pon almas en los claustros: pon besos en la cuna, dale una canción nueva para cada zanfona... ¡haz, SEÑORA, que todo se renueve en la luna de castísim a gracia que nace en Tu corona!... ¡Que la savia de Cáceres encuentre nuevo efluvio en esa prim avera que Tu mirada entraña, y que si sobreviene el autumnal diluvio se salve a Ti subido, VIRGEN DE LA MONTAÑA!

TEMA !.° — PREMIO EXTRAORDINARIO LEMA: «SERA AQUELLA SIERRA UN CIELO...» A u t o r : D r . D . Fra ncisco R o n r López, M a g istra l de Z a m o ra

I Fue en esta serranía tan henchida de olor, fue en los risueños albores de aquel día, cuando los cacereños vieron trocarse en realidad sus sueños. Yo sorprendí a deshora bajo el dosel de las encinas viejas a la bella Pastora que en torno a sus ovejas, empapaba en sus lágrim as sus quejas. ¿A dónde has ido Amado? ¿En qué gruta del m onte te escondiste? ¿Por qué así me has dejado en la soledad tris te que tu sonrisa de placer no viste? ¿Por qué no me provoca esa mirada que da vida y mata? ¡Bésame con tu boca que me enciende y me ata como cinta partida de escarlata! Yo quiero de un cabello colgarme en tu cabeza nazarena y abrazarme a tu cuello firm e como una almena de aquella Torre de David serena.


¡Levántate y despierta, ya ves que de rocío coronado llamo, hermana, a tu puerta: en mi cabello helado la escarcha de la noche se ha cuajado!

Descórrem e los velos de tu s dientes blanquísim os, ¡guales, como los corderuelos que roban los corales del Beter y el Sanir en los zarzales.

¡Qué hermosa, Amada mía, tu negra cabellera entre las lanas de la oveja de cría! ¡cómo al d o rm ir las sanas con tu boca de aroma de manzanas!

¿Dónde está tu rebaño, Pastor? ¿dónde tu sueño a mediodía? No prolongues mi daño: vuélvem e mi alegría al te rm in a r la noche, con el día. ¡Oh, pastor traicionero! ¡Oh, placer! ¡Oh, dolor! ¡Oh, vida!

¡Oh, m uerte!

Si vienes, de am or muero, me matas con perderte, ¡si he de m o rir por fin, que muera al verte! M iren la Pastorcica cómo besa una a una sus ovejas, y m ientras llena de do lo r suplica ¡hace llo ra r la Sierra con sus quejas!

II Pero el Amado vino: yo le he v is to sa lta r como gacela los riscos del camino, llegando con cautela a la Amada fe liz que duerm e y vela. «Ven del Líbano, Esposa: ven de la cum bre excelsa del Amana, ya flore ció la rosa, ya anuncia esta mañana el ruiseñor la prim avera ufana. ¡Qué suaves tu s caricias! ¡Oué llenos de dulzura tus amores! En tus castas delicias tus labios como flore s saben a leche y m iel em briagadores. Eres huerto cerrado, eres nardo, y alheña, y siem previva: eres bosque aromado, y fue nte de agua viva para mi alma de tu am or cautiva.

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Son cientos las pastoras, son cientos de mi casa las doncellas: todas cautivadoras: mas Tú eras entre ellas la escogida, la bella entre las bellas. Ven allá en la llanura hay un pueblo dorm ido que el sol baña, ¡sé su Reina en la altura! ¡clava aquí tu cabaña! ¡y la VIRGEN serás de la MONTAÑA! M iren la Pastorcica que a su Pastor encuentra y a deshora trueca en manto de Reina su pellica y su cayado en cetro de Señora!

III Brilló sobre la cumbre un nuevo sol que sobre el sol triunfaba y al fuego de su lumbre Cáceres despertaba y el coro de los ángeles cantaba: «¿Quién es Esta que sube reclinada en el hombro de su Amado como fragante nube que se escapa del prado del incienso, m irra y áloe perfumado?» ¡Salid las cacereñas con vuestras finas manos de palomas, volad sobre las peñas, y volcad los aromas sobre la erm ita, reina de las lomas!


¡Salid los hombres buenos de Cáceres leal, y a vuestra Amada llevadla en triu n fo ufanos por aquesta cañada donde besa la cum bre a la llamada! La hizo el Rey su lite ra de cedro y de ciprés, de oro su asiento, de plata su cimera, de seda su ornamento blanda y s u til como delgado viento. Venid a ver la Esposa que de pastora en Reina se trocara con la corona hermosa con que la coronara un fausto día la ciudad preclara. Llevadle las doncellas Jos fru to s del granado y los cantuesos, y las prietas estrellas de los racimos gruesos que sepan a la m iel de vuestros besos. Y tú lleva los dones, Cáceres inm ortal, de tu grandeza, a lto s los corazones y erguida la cabeza: «¡VIRGEN DE LA M ONTAÑA!» clama y reza M iren la Pastorcica que encontrando en el monte su tesoro supo en la red de su corona rica poner preso al A m or en hilos de oro.

IV ¡¡CACEREÑOS, con fe y con hidalguía subid a la Montaña de María y su Palacio sepultad en flo re s!! ¡¡Hoy tenéis que pagar día por día >C1NC0 LUSTROS de gracia y de favo re s!!

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Tema I — Segundo premio extraordinario LEMA: «A LA VIRGEN DE LA MONTAÑA» LEMA: «DICHOSA AQUELLA FE QUE A VOS ME TIRA» (G u tié r re z de C e ttin a )

Salutación a la Reina

Yo, Señora, quisiera tener la galanura y aquel decir donoso del A rcip re ste de Hita que ensalzó a las m ujeres y cantó su hermosura y, a la par que mezclaba la hiel y la dulzura, supo loar los dones de la Virgen bendita. Llego de luengas tie rra s y a Ti rindo el saludo del trovero cansado de las noches en vela. Yo sé del cierzo helado y el cam ino desnudo: del verano que agosta: del agua que consuela: de la nieve en los hom bros y del invierno crudo. M i alma cruzó los mares sin dejar blanca estela. Traigo intensos aromas a tu Corte de ensueño: tiern as evocaciones de m em orias perdidas y el color m arfileño de aquellas m ustias flores que en el campo extrem eño se agostaron de afanes y ansias indefinidas. Q uisiera que mi lira se quebrase en suspiros, quisiera que en tus ojos mi lucero brillara y que hubiese en mi canto diamantes y zafiros, para hacer la diadema con que siem pre soñara. Le pediré a las rosas pétalos como fuego, le pediré a las fuentes el más blando m urm ullo, y a las aves su arrullo, y su venda al amor, doliente y ciego.


Le pediré a Barceo la inspiración y el arte, y a fray Luis la serena cadencia castellana, y a A lfonso X la gracia inim itab le y llana por que haya en m is estrofas una pequeña parte de fragancia serrana. Y pondré el ram illete en tus gráciles manos para que Tú los lleves en ofrenda piadosa al vie jo santuario que, de tiem pos lejanos, cobija entre sus m uros la Virgen m ilagrosa.

Invocación a la Virgen ¡Virgen de la M ontaña...! La que bebe la lum bre de las amanecidas desde el más alto trono; la que sobre los riscos que dominan la cumbre pone un hálito hum ilde de paz y mansedumbre allí donde habla el vie nto de frío y abandono. ¡Virgen de la M ontaña...! La que lleva el rocío en los largos cabellos de fragancia exquisita: la que guarda en los ojos todo el sol del estío y en la fre n te la estrella más azul e infinita. La que tiene las manos aromadas de cielo, la que m ira los valles desde su alcor serrano y ve cruzar las águilas en m ajestuoso vuelo, hacia el confín rem oto del campo castellano. Virgen de la M ontaña... Lirio de Extremadura, señora de espumosos to rre n te s en la sierra, que encarnas el silencio y el aire de la altura nube blanca y eterna que escapa de la tie rra . Tú sabes de la escarcha que invade los oteros: tú sabes de la luna brillando en el lentisco: de la oración que dicen gañanes y cabreros: del fuego de las noches muy cerca del aprisco, y de las granizadas en lomas y senderos. Tú viste la algazara de alegres romerías, sabes de los disantos con mozos reñidores, de campanas en fiestas, santos y letanías, y del bu llicio sano de blancas alquerías, al aire las m onteras y las coplas de amores. Tú sorprendiste el llanto de aquellos pecadores que im ploraron tu gracia. Tú desde la montaña te coronas de flores y has sido dulce guía de los desventurados que en Ti cobraron nervio y ayuda en su desgracia al se n tir la ternura de tu s ojos amados. Dile al órgano antiguo que brote ya el sonoro to rre n te de armonía... Dile a las catedrales que se vistan de oro... Dile a los campanarios que repiquen a coro que amanece en la cum bre, Señora, vue stro día...

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Y amanece con trin o s de ruiseñor amante, vib ra el arpa divina de la naturaleza y el campo exhala aroma de un olo r penetrante, y se viste la aurora de una su til belleza. Es la creación que reza p o r Ti, dulce Señora de l pueblo valeroso que se lanzó a los mares tras la ruta im posible y fue como Pizarro, heroico y victorioso, a crear una historia de epopeya increíble. D ile al mármol que deje su página más blanca para esculpir los hechos fam osos e inm ortales... D ile al agua del río, si alguna vez se estanca, que hay en el mar tesoro de perlas y corales... D ile a la añosa encina que de verdores nuevos se corone y el mensaje de luz y vida entone... Stella m atutina, que con rara belleza peregrina, a l cacereño corazón te asomas en tre un claro revuelo de palomas con la piedad que todo lo ilum ina. Lim pio espejo y fontana de la doncella hermosa que en Ti se m ira, m ientras la mañana se engalana con tra je de oro y rosa. A lta columna de la fe más pura: p ila r robusto de la Extremadura: de liq u io celestia l: sol esplendente que a sus hijos infundes la ternura y el celo diligente. ¿Quién, sino Tú, conoce los arrobos de l pecho s o lita rio ...? ¿Y el peligro del monte con sus lobos que acechan al cordero tem era rio ...? ¿Quién, sino Tú, sabe poner un freno y esclavizar a la pasión salvaje? Por eso estás tan alta, en el sereno c a n til en donde muere el oleaje... ¿Quién, sino Tú, oh m ística azucena, a las almas perdidas, hace gem ir con laxitud y pena a los pies de tu trono arrepentidas? ¡Que no im ploren en vano gracias y m isericordia lo s que besan tu mano, deseosos de paz y de concordia!

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¡Que no los dejes Ir solos al llano! ¡Que no se alejen entre sombra y duelo! ¡M uéstrales a los hom bres tus entrañas... acércalos al cielo cuando suban sedientos, las m ontañas...! Alzalos junto a Ti, nube tras nube, estrella tras estrella, flotando con las alas de un querube, a donde Dios dejó su eterna huella. ¡Oh, Virgen, la más bella del hispano solar!, si, penitente, mi corazón te entrego, m ira que ya las luces del O riente en Ti son nieve y en mi pecho fuego. Yo, Señora, te ruego, que desde el pedestal donde te elevas, disipes la torm enta, el rayo alejes, y otras mañanas de am biciones nuevas en nuestras manos pecadoras dejes. Que resucite el mar de la bonanza, que se borre por siem pre de la tie rra el fantasm a fatíd ico de guerra y resurja el color de la esperanza. Acepta la canción que así suspira: cobíjanos a todos con tu manto y esta oración que m usitó mi lira ¡transform a con tu gracia en bello canto!

DESCRIPCION DE LOS MANTOS QUE POSEE LA SANTISIMA VIRGEN DE LA MONTAÑA

Número

1

Lorenzo GUARDIOLA TOMAS Jum illa (M urcia).

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De raso fondo de de flores dil de la m ajestad

blanco, recubierto totalm e nte de encaje de malla e hilos de oro y plata con aplicaciones bordadas en seda de color. La malla del man­ Virgen es de fondo de seda. Donación de su la reina doña Isabel II.

Número

De color azul fuerte, de gros, con aplicaciones de ca­ pullos de rosa en este m ism o color, orlado con p u ntilla de oro. Fue confeccionado y donado por la madre de la actual camarera doña María Josefa Carvajal y Arce y por la excelentísim a señora condesa de Trespalaciosdoña Dolores Carvajal y Arce.

Número

De raso azul pálido, con rem ates tejido s en hilo de pla­ ta, encajes anchos tam bién de hilo de plata. Donación,; de doña M anuela Arce y Colón.

Número

De tercio pe lo color m arfil bordado en fe lp illa con sedas de colores e hilos de oro. En el delantal lleva el em ble­ ma de la Virgen María en gran realce con corona real sobre fondo de terciopelo. En su in te rio r contiene la inscripción siguiente: «Lo regaló doña María Josefa A r­ ce y lo bordaron sus hijas las señoritas doña Josefa y doña Dolores Carvajal y Arce.»

Número

De damasco morado te jid o con flores y guirnaldas hilo de oro, donado por doña Ana Carvajal y Arce.

Número

6.

de

De raso, fondo blanco, bordado en hilos de oro con flo ­ res de lis. Donación de la fa m ilia Carvajal y Arce.


Número

7.

De gros, fondo blanco, estampado con guirnaldas y mo­ tiv o s de flore s y fru ta s confeccionado con el vestido de tornaboda de doña Carmen Carvajal Garrido.

Número 17.

De brocado blanco, con encaje alrededor de plata. Está confeccionado con el que fue traje de boda de doña Beatriz Higuera Cotrina, condesa de Canilleros.

Núm ero

8.

De raso azul pálido, bordado en realce con canutillo de oro y plata y pedrería de distin to s colores entre las que figuran algunas perlas. Hecho y donado por la ex­ celentísim a señora marquesa de Camarena doña Adela Carvajal y López Montenegro.

Núm ero 18.

Confeccionado con un pañolón de manila color salmón pálido y donado por doña P rim itiva González Polo.

Núm ero 19.

De gros, rojo-ladrillo, encajes blanco. Donado por la ex­ celentísim a señora vizcondesa de la Torre de Albarrajena.

Núm ero 20.

De tisú de plata, te jid o con seda rosa, donación de los antepasados de los actuales condes de Santa Olalla.

Núm ero 21.

De raso azul, bordado con aplicaciones negras de te r­ ciopelo, hilo de plata, avalorios y pedrerías, encajes de hilo de plata. Donado, según inscripción im presa en su in te rio r: «En m em oria de los hermanos de la Cofradía de la Santísima Virgen de la Montaña, Elía y Juan Caste­ llano Vinuesa, víctim as de lá guerra el 25-7-1937 y el 84-1939.»

Núm ero 22.

De raso blanco, bordado al realce en plata procedente del tra je de boda de doña Asunción M illán Petit.

Núm ero 23.

De damasco verde muy pálido, te jid o con sedas de co­ lores e hilos de plata. C ontiene inscripción in te rio r que dice: «Regalo de don Fernando Vega y señora en agra­ decim iento por los muchos favores y beneficios que de la Santísima Virgen han recibido. Cáceres, 20 de junio de 1943.»

Núm ero 24.

De brocado de seda, te jid o en colores plata y otro con castillos y tam bores. Contiene la siguiente inscripción en su in te rio r: «Regalo de don Fernando Vega y señora con m otivo del nom bram iento de hermano de honor de la Cofradía, de don Fernando.» Fondo color vio leta muy pálido.

Núm ero 25.

De raso gris perla, bordado en sedas de colores e hilo de plata. Donación del presidente de la Audiencia Te­ rrito ria l de La Coruña, don Luis Rubio Usera, costeándo­ lo con el im porte de la prim era paga que percibió como juez de Primera Instancia e Instrucción en el Juzgado de Cáceres.

N úm ero 26.

De raso co lo r rosa, con encaje sobrepuesto de hilo de plata. Contiene la siguiente inscripción: «Donado por doña Am alia Pérez el 26 de abril de 1946 a la Santísima Virgen.»

Número

9.

De tercio pe lo rojo, bordado al realce en oro, escudo de armas de los Trejo, guirnaldas de flores y hojas, todo en oro. En su in te rio r contiene la siguiente inscripción: «Donado a Nuestra Señora por la excelentísim a señora doña Petra Fernández Trejo, año 1902.»

Núm ero 10.

De raso verde, bordado al realce con hilo de plata, ra­ mas de hojas y fru to s y gran cenefa con áncoras y sal­ vavidas. Contiene la siguiente inscripción en su in te rio r: «Donado a la Santísima Virgen de la Montaña, Nuestra Patrona, por la excelentísim a señora doña Petra Fer­ nández Trejo, año 1912.»

Número 11.

De seda color rosa, bordado al realce en seda e hilo de oro. Donado por doña Julia García Pelayo.

;Número 12.

De seda blanca, con adornos de avalorios y encaje con perlas. Confeccionado con el tra je de boda de doña So­ ledad García Pelayo.

Núm ero 13.

De damasco color rojo-ladrillo, bordado en seda azul e hilo de plata y oro con granadas. Es de dife ren te te jid o el delantal del m ism o; y, el de la Virgen, tiene dos tira s de encaje de oro y plata. Regalo de doña Pilar López M ontenegro y Carvajal.

Número 14.

Núm ero 15.

Núm ero 16.

De tisú liso de oro bordado al realce con hilos de sedas de colores y canutillo de oro con perlas y pedrería. En su in te rio r lleva la inscripción siguiente: «Don Juan Luis M ontero de Espinosa y Dolores García Becerra, su m ujer, ofrecen a la Santísima Virgen de la Montaña en acción de gracia, este manto en el año 1925.» Con este manto regalaron una toca para la Santísima Virgen y un cuello para el Niño, de encaje auténtico. De damasco am arillo, te jid o con seda blanca, form ando adornos de espigas y flores. Donación de los excelentí­ sim os señores condes de Santa Olalla. De brocado, con fondo blanco en oro y seda am arilla. Donación de doña Tarsila Torres de Castro y Hurtado.

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Número 27.

Azul de cordoncillo de seda con encajes y tira s de hilo de plata. Procede del donativo recibido de un devoto de Casar de Cáceres, cuyo nombre se desconoce.

Número 28.

De damasco azul con encaje de plata, regalado por una señora del Casar de Cáceres.

Número 40.

De damasco blanco, te jid o con sedas de colores e h ilo s de oro y plata. Tema: «A rbolitos y ramos de flore s, pá­ jaros y rosas.» El delantal de la Virgen es de te jid o di­ ferente.

Número 41.

De tisú de plata, te jid o con sedas de colores e hilo de oro adornados con entredós de hilo de oro con flo re cítas de cintas de sedas y pe rlita s en el centro. A este manto se le conoce vulgarm ente por «El de las perlitas.»

Número 42.

De raso blanco bordado con láminas m etálicas de plata y morado, lentejuelas y flecos de plata.

Número 43.

De tis ú de plata, te jid o en sedas de colores e hilo de oro form ando franjas. El mandil de la Virgen tien e un en­ caje ancho de hilo de oro con aplicaciones y flo re cita s de tela. El m andil del niño es de brocado de oro y plata.

Número 44.

De tis ú de plata sobre fondo morado y encajes de hilo' de oro.

Número 45.

De damasco blanco, te jid o con sedas de color e hilos de oro y plata form ando franja, encaje de hilo de oro y plata con aplicaciones de alam bres recubierto de sedas, guirnaldas de flore citas de sedas. Es el llamado vulgar­ mente «de los som brerillos».

Número 46.

De damasco, canutillos, color rosa para del manto exterior.

Número 47.

De damasco antiguo, color azul claro, para colocar como el a n terio r debajo de los demás mantos.

Número 48.

M anto azul pálido estampado con encajes de plata.

MANTOS DE PROCEDENCIA DESCONOCIDA Número 29.

De damasco, fondo rosa, tejido con hilo de seda de dos tonos e hilo de plata con aplicaciones de encajes e hilo de plata. Contiene una inscripción in te rio r en los si­ guientes térm in os: «Este manto llevaba puesto la Santí­ sima Virgen de la Montaña en la fiesta que en su honor se celebraba en la iglesia de Santa María, de Cáceres, el viernes 23 de ju lio de 1937 en el m omento que fue bombardeada la ciudad por la aviación roja.»

Número 30.

De color verde te jid o con oro.

Número 31.

De brocado de seda, te jid o sobre fondo blanco con se­ das de colores hilo de oro y plata. Tema: «Flores y frutas.»

Número 32.

De brocado, fondo azul, te jid o con sedas de colores e hilo de oro y plata. Tema: «Flores y frutas.»

Número 33.

De brocado, fondo rosa, te jid o de seda de colores y plata. Tema: «Granadas.»

Número 34.

De satén de seda te jid o con negro. C olor gris.

Número 35.

De damasco, te jid o fondo rosa con adornos de hilos de plata y seda rosa. El delantal de este m anto es de otro te jid o tam bién de rosa intenso, tejido s con encajes de oro y plata.

Número 36.

oro

ramos de rosas en oro y

De damasco verde, te jid o en sedas del m ism o color e hilo de oro y plata, encajes de hilo de oro, siendo el mandil de la Virgen de te jid o diferente, damasco verde pálido te jid o en seda verde y azul plata.

Número 37.

De damasco blanco con encajes de plata.

Número 38.

De raso rojo, con aplicaciones de encaje de tu l bordado con láminas de hilo de plata.

Número 39.

De damasco plata.

azul, te jid o

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con seda

blanca. Encaje

flores

colocar

debajo

blancas y con;

* **

Número 49.

M anto ofrecido por la ciudad de Cáceres en las Bodas de Plata de la coronación de la Santísima Virgen ( 12 -X1949), y cuya descripción aparece en las páginas 247-248 de esta obra.

de

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Modo y tiempo de celebrarla En cualquier tiem po del año se podrá celebrar; pero el más pro­ pio será principiarla el sábado anterior al dom ingo de Pascuilla o Cua­ sim odo para te rm in a r el dom ingo II después de Pascua, en el que se celebra la fiesta anual según rescripto de Su Santidad Pío X, fecha 2 de marzo de 1906, en que fue proclamada canónicamente Patraña de Cáceres. Para im petrar de esta Divina Señora el rem edio de la necesidad que se le pida, ha de procurar cada uno confesar y com ulgar en uno de los nueve días; y, en todos y cada uno, e je rcita r una obra de ca ri­ dad, según sea su devoción, en honra y gloria de esta Soberana Rei^ na, procurando alentar su fe con la confianza de conseguir, si convie­ ne, el favo r que se le pide en este santo ejercicio. Con la mayor de­ voción principiará, puesto de rodillas ante la Santísima imagen, o su retrato, en la form a siguiente: Por la señal, etc.

SALUTACION Oración que compuso el fundador de la Cofradía don Sancho de Figueroa Salúdote Reina de virg ina l pureza, María, Madre de mi Señor Je­ sucristo, vergel herm osísim o de los de le ites del Paraíso del Cielo, rosa cándida y olorosa sin espina de original pecado; yo te bendigo y alabo, pues eres engrandecida del m ism o Dios, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa y Templo del Espíritu Santo; suplicóte yo, el más indigno de todos tus devotos, me concedas y alcances de tu precioso Hijo, de tal manera v iv ir en esta vida que cuando de ella parta, vaya a gozar de la eterna, donde en cuerpo y alma vives y reinas por to ­ dos los siglos sin fin. Amén. Récense tre s A v e m a ria s a la S a n tísim a V irg e n . (I00 días de ind ulgencias).


Acto de contrición

Oración a Nuestra Señora

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y Re­ dentor mío, en quien creo, en quien espero y a quien amo sobre to ­ das las cosas: a mí me pesa de todo corazón haberos ofendido, y propongo firm em ente con vuestra gracia la enmienda de mi vida y es­ pero de vuestra infinita m isericordia el perdón de mis culpas, por los ruegos e intercesión de Vuestra Santísima Madre y Señora nuestra, en cuyo patrocinio confío que me habéis de dar la perseverancia fi­ nal en vuestra am istad y gracia para acabar en ella mi vida. Amén.

Piadosísima Virgen María de la Montaña, Remedio de todos lo a necesitados, que con la debida disposición os buscan en sus afliccio­ nes: no desatendáis, Señora, las súplicas con que hum ildem ente im ­ ploro vuestra clem encia; inclinad a m is ruegos, M adre mía, vuestras m isericordiosas piedades y m aternal corazón, para que yo consiga lo que deseo y pido, si me conviene, para vuestra m ayor gloria, la de vuestro Hijo Santísim o y provecho de mi alma. Amén.

Deprecación para todos los días Soberana Señora, Virgen María, Emperatriz de Cielos y Tierra, Reina de ángeles y hombres, Madre de vuestros devotos, Consuelo de afligidos y Abogada de pecadores. Yo, el mayor de todos, pero hijo vuestro aunque indigno y colocado por vuestra amorosa piedad bajo el amparo y tutela de vuestra m ilagrosa imagen de la Montaña, que con el más reverente culto y reconocido afecto, venero en mi cora­ zón gozoso de m erecer la singular dicha de apellidarm e hijo de tal Madre. Yo os saludo, Virgen Pirísima, como escogida entre todas las m ujeres para hija del Eterno Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Yo os suplico hum ildem ente con todo mi corazón, con­ fiado en la Protección de vuestra bendita sombra y Singular Custodia, y en los anchurosísim os senos de Vuestra M isericordia, que os dig­ néis m irarm e con ojos piadosos: pues jamás se ha oído que persona alguna haya sido desamparada en sus aflicciones, siem pre que se ha­ ya refugiado a vuestro amparo, con la disposición debida, y pedido vuestra intercesión con vue stro Hijo Jesús. Con esta misma confian­ za me encomiendo a Vos, Reina Soberana, y os suplico me concedáis esta gracia, y la que especialm ente ruego en esta novena, siendo pa­ ra mayor gloria vuestra y bien de mi alma. Amén. R écense tre s A v e m a ria s G lo ria d a s en re ve re n c ia de la E n ca rna ción del D iv in o V e rb o .

Oración Dulcísim a Virgen M aría de la M ontaña, Patrona y Abogada mía, cuyos m isericordiosos ojos nunca cesan de m irar mis necesidades, para acudir prontam ente con el rem edio, pues como Depositaría de los in fin ito s Tesoros de la Providencia, me dispensáis copiosam ente cuantos favores me convienen, a cuyo debido agradecim iento me ob li­ gáis tantas veces, cuantas son las que m is m iserias resuenan en vuestros oídos, buscando a livio para m is necesidades, siendo vue stro maternal amor tan eficaz, que sois Vos más pronta en rem ediarlas, que mi tibieza puede ser en proponerlas. Suplícoos, Madre amorosa, que, pues habéis declarado el especial amor que os merezco, hagáis sepa yo corresponder debidam ente a tantos beneficios, y que me con­ cedáis de vuestro preciosísim o H ijo un au xilio eficaz para sa lir de las culpas, por medio de una verdadera con trició n y arrepentim iento de todas ellas mediante una buena confesión, y me conservéis en la Di­ vina Gracia, para que siendo mi vida santa ante vuestros Divinos ojos, después de ella logre una dichosa m uerte, para llegar a trib u ta ro s eternas alabanzas en la fe licid a d de la Gloria. Amén.

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A q u í, co n to d a d e v o c ió n y confianza, ha rá cada u n o la sú p lica a M a ría Sa n tísim a y des­ pués las sig u ie n te s o ra cio n e s y antífona.

ORACIONES a Dios Padre que se varían todos los días Para el día primero Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy infinitas gracias por el singu­ lar p rivile g io que concedisteis a María Santísim a, preservándola de l común trib u to de la culpa original en el prim er instante de su Con­ cepción Purísima y preparándola, con tal especial beneficio y favor,, para Madre y digna habitación de Vuestro Unigénito Hijo. Y os supli­ co que por los dones, excelencias y prerrogativas con que os dignáste is engrandecer a esta Soberana Señora desde su p rim itivo Ser, me concedáis el favo r de una gran pureza de conciencia, para que, libre de toda mancha de pecado, pueda con lim pio corazón alabar a esta gran Señora, sirviéndola dignam ente en esta vida y, después de ella,, m erecer verla por eternidades en la Gloria. Amén.

Día segundo Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy infinitas gracias por la espe­ cial gloria que concedisteis a María Santísima, en su gloriosa N a tivi­ dad, siendo desde aquel princip io de su vida más elevada en la gracia que los Serafines más altos y que los mayores santos, en el colmode su Santidad: Yo os sup lico por el Soberano M is te rio de la N a tivi­ dad de esta Gran Señora, me concedáis que mi alma sea colmada de los auxilios de vuestra Divina Gracia, para que, vencidos los obstácu­ los que puedan im pedir m i fe licid a d esp iritu al, renazca con vida d$ nuevo e sp íritu a vuestra am istad, logrando po r la intercesión de esta Señora el aumento en todas las virtudes, y po r ellas una dichosa vida y una preciosa m uerte, para alabarla después por eternidades en la Gloria. Amén.

(22) — 329 —


Día tercero Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy in finita s gracias por la adm i­ rable excelencia que concedisteis a María Santísim a en su Dulcísim o Nombre; el cual fue determ inado en vuestra m ente Divina ante todos los siglos, y bajado del C ielo para que así se llamase la que había de ser M adre del Verbo Divino. Y os suplico por el suavísim o Nombre de M ARIA, me concedáis que yo merezca el Patrocinio de este mara­ villo so y magnífico nom bre; pues habéis ofrecido a todos los que le invocaren con afecto devoto, copiosísim as gracias, y a los que le pro­ nunciaren con reverencia, el rem edio de sus necesidades, defensa contra el Infierno, y luz que los encamine a la Vida Eterna. Haced, Señor, que por su invocación, logre una tranquilidad grande de esp íri­ tu en esta vida, y después de ella vaya a alabar tan Santo Nombre perpetuam ente en la Gloria. Amén.

Día cuarto Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy in finita s gracias por los sin­ gulares favores que h iciste is a María Santísim a, disponiendo que se os presentase en vue stro Templo la que había de ser el verdadero tem plo del Verbo Humanado, dotándola de todas las gracias y v irtu ­ des, a medida del alto fin a que la destinaba vuestra Sabiduría Eter­ na: Yo os suplico que por su gloriosa Presentación en el Templo me concedáis que yo practique el ejercicio de todas las virtud es, y, ador­ nado de tan santas perfecciones, merezca ser presentado en el Sagra­ do y Triunfante Templo de la Gloria, en donde os engrandezca, g lo ri­ fique y alabe en compañía de esta Señora, por toda una eternidad. Amén.

Día sexto Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy in finita s gracias por el especia lísim o favor que hiciste is a María Santísim a, por medio de vuestro Soberano Embajador el Arcángel San G abriel, anunciándola ser la ele­ gida en vuestra M ente Divina desde la Eternidad para Madre del me­ jo r Hijo, y bendita entre todas las m ujeres de! mundo. Y os suplico, que por esta dichosa Embajada y por la Encarnación de vue stro D ivi­ no Hijo, bajo cuyo títu lo venero esta Soberana imagen de la MONTA­ NA, me concedáis, que así como esta hum ilde Señora se os ofreció como esclava para que en todo se cum pliese vuestra Divina Palabra y la llamasen todas las generaciones Bienaventurada, así yo tam bién me hum ille y resigne con las altas disposiciones de Vuestra in finita Providencia, deseando se ejecute en mí Vuestra Divina Voluntad, pa­ ra que cum pliéndola perfectam ente en esta vida, logre el fru to de la Redención, por el cual merezca veros en la Eterna. Amén.

Día séptimo Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy in finita s gracias por la mu­ cha humildad que m anifestó María Santísim a en su m isteriosa Purifificación, pues ocultando esta Señora su gloria, no quiso parecer lo que era y la elevaba, sino lo que no era y la abatía, porque siendo M adre de Dios, en este m isterio, parece que lo es de un puro hom­ bre; y siendo Purísima, no desdeñó, para darnos ejem plo, las aparien­ cias de impura y de pecadora, caminando al Templo a purificarse. Y os suplico por este Soberano M isterio, y por la presentación y oferta que esta gloriosa Señora os hizo en el Templo, de su Precioso Hijo y Vuestro, me concedáis una profunda humildad, para que yo parezca lo que soy, esto es: pecador; una gran pureza de conciencia, y una perfecta observancia de la Divina Ley y sus Preceptos, para que ven­ ciendo mis pasiones, merezca el suspirado descanso de la Gloria. Amén.

Día quinto

Día octavo

Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy in finita s gracias por el espe­ cial favo r que dispensásteis a María Santísim a, dándola por Compañe­ ro y Esposo al Bienaventurado Patriarca Señor SAN JOSE, eligiéndole entre todos los ju sto s para m erecer tan alto empleo, como fia rle la custodia y guarda de vuestra Esposa. Y os suplico que por sus Des­ posorios Santísim os me concedáis el Patrocinio y amparo de esta Se­ ñora y de su C astísim o Esposo, para que siguiendo en todas mis obras las divinas inspiraciones y obrando conform e a vuestra Santísi­ ma voluntad, merezca ser uno de los elegidos y predestinados para el Cielo, en donde en compañía de estos dos fe licísim o s Esposos, y de vuestro Hijo Jesús, goce yo de las delicias que tenéis preparadas a los ju sto s en la Eterna Bienaventuranza. Amén.

Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy in finita s gracias por la pleni­ tud de santidad que concedisteis a María Santísim a en su gloriosa Asunción a los Cielos, siendo su gloria proporcionada a su gracia y a su dignidad; pues así como por ser M adre de JESUS excede a cuan­ tas dignidades puedan ten er las criaturas, así tam bién esta Señora, sola, tiene más gloria que todos los santos juntos. Yo os suplico por este Gozoso M iste rio de la Asunción, me concedáis que pues fue co­ locada en el Cielo para ser Abogada de los hombres, sea tam bién el colm o de mi confianza, para que por sus manos piadosas sean pre­ sentadas mis súplicas a su Divino Hijo, y por tan Benigna Mediadora, alcance una perfecta posesión de todas las virtud es, y el lleno de to ­ dos los favores y beneficios espirituales, para que enriquecido con este tesoro de gracias, sea después de esta vida recibido con toda alegría en los Cielos, en donde para siem pre os alabe. Amén.

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Día noveno Dios Eterno y Señor mío: Yo os doy infinitas gracias por la in mensa gloria que concedisteis a María Santísima después de su Asunción gloriosa, coronándola en el Cielo por Em peratriz y Reina de Angeles y hombres, y de todas las criaturas, y que, como tal, la re­ conociesen y prestasen su obediencia. Y os suplico que por la coro­ nación de esta Señora, me concedáis que yo sepa valerm e de su pon­ derosa intercesión, interponiéndola con eficacia en la Divina presen­ cia, para que, Ella mediante, consiga aplacar vuestra Divina Justicia, alcanzando el perdón de todos m is pecados, una perfecta con trició n de todos ellos, y la perseverancia final en vuestra Gracia, hasta el fin de mi vida, para que, después de ella, sea colocado en la Celes­ tial Patria de la Gloria, en donde os alabe en compañía de María San­ tísim a y de todos los Justos y Bienaventurados, por los siglos de los siglos. Amén.

Oración por la Patria Señor de nuestros padres, ten piedad de tu pueblo, porque nues­ tro s enem igos se han juram entado para perder y exterm inar tu here­ dad. No desatiendas nuestra católica Nación consagrada al Corazón Santísim o de tu Divino Hijo, puesta bajo la protección de su Madre María Inmaculada, de su castísim o Esposo San José y del A póstol Santiago. M uéstrate propicio, no por nuestros m éritos, que nada valen, si­ no por la Sangre preciosísim a de tu divino Hijo Nuestro Señor Jesu­ cristo. No perm itas que las almas por las que tanto padeció le sean arrebatadas, presas de enseñanzas destructoras. Ataja el to rre n te de males que nos amenaza; óyenos, Señor; apláquese tu enojo; míranos compasivo por el Corazón de Jesús a quien estamos consagrados. Que sólo El reine sobre nosotros. Vela por nuestros gobernantes, nuestros prelados, nuestro Ejército, nuestro Pueblo. No tardes ya más, Señor; convierte nuestras lágrim as en alegría, para que la vida que nos conservas la empleemos en alabar tu Santo nombre. No desoigas a los que en tan gran número recurren a Ti; te lo pedimos por los m éritos in fin ito s de Jesucristo, por los de su Madre Inmaculada y por los de tantos m ártires que dieron su vida por la fe. Amén.

Oración por la ciudad ¡Oh dulcísim a Reina de la Montaña. Patrona de nuestra ciudad y Soberana Excelsa de todo nuestro pueblo! Nuestros padres y m ayores pusieron siem pre en Vos sus espe­ ranzas y jamás se oyó decir que fueran abandonados de Vos. A Vos

— 332 —

acudieron en sus necesidades y siem pre hallaron el rem edio. Vos enviá ste is la lluvia benéfica a sus campos agostados por la pertinaz se­ quía; h iciste is cesar las epidemias que diezmaban los hogares y lle­ naban de luto a las fam ilias; alejásteis las tem ibles plagas, que ame­ nazaban con el hambre y la m iseria; apagásteis Is discordias y fu is ­ te is el lazo de unión, de fe y de caridad entre todos vuestros hijos. Y ya que sois la Patrona de nuestra ciudad, que desde rem otos tie m ­ pos venís presidiendo la vida de nuestro pueblo, siendo la personifi­ cación de todas sus glorias cívicas, la cifra de sus más bellos recuer­ dos, el sím bolo más expresivo de su historia, la más rica herencia de su pasado y la más brillante antorcha de su porvenir, mostrad que so is siem pre su Patrona, patrocinando, protegiendo, fom entando y santificando sus intereses morales y m ateriales, cívicos y religiosos, a fin de que esta ciudad, tan católica y tan mariana hasta el presen­ te, siga siendo en el porvenir el pueblo de la Virgen de la Montaña y Vos seáis la Virgen del pueblo cacereño, cuyos hijos todos fijen en Vos por vez prim era sus ojos al nacer y por vez postrera antes de m orir. Sea vuestra vis ita a Cáceres lazo dulcísim o de unión que estre­ che más y más los corazones de todos sus hijos, y haced que del uno al otro extrem o de la ciudad, resuene siem pre esta fervorosa aclam ación: Bendita y alabada sea la Virgen de la Montaña, a quien sea dada gloria, honor y bendición po r lo s siglos de lo s siglos. Amén.

HIMNO a la Virgen de la Montaña

Estrella de los mares cuyos reflejos en m is ojos de niño resplandecieron. ¿Te acuerdas, Madre, a tus pies cuantas veces recé la Salve?

Del mundo en los peligros ¡ay! no me dejes y a recoger mi alma ven a mi m uerte. Que sólo quiero asido de tu manto volar al cielo.

— 333 —


Reina de la Montaña, Virgen bendita que velas por tus hijos desde tu erm ita. Flor de las flores a ofrece rte venim os nuestros amores. Paloma blanca y pura ¡Madre tan buena! ¡oh! celestial Patrona de gracia llena. Aquí dejamos el corazón en prueba de que te amamos. Es sábado, Señora, día de audiencia, derrama los tesoros de tu clem encia. Te lo pedimos los cacereños todos que a Ti venim os. Tú quieres a tus hijos purificados libres de las cadenas de los pecados. Madre querida, manantial de aguas puras ¡danos la vida! Es Cáceres tu pueblo, sobre él dominas, la Montaña es tu trono, Virgen divina. Tus bendiciones tengan santificados los corazones. La Virgen que yo adoro, santa y bendita, entre peñas y riscos tien e su erm ita, y en la alta loma parece el casto nido de una paloma.


INDICE Páginas

PROLOGO del Excmo. y Rvdmo. Dr. D. Francisco Cavero y Tormo, obispo que fue de Coria ..............................................

11

CAPITULO I El culto m ariánico en Cáceres. Francisco de Paniagua. Su vida eram ítica. La Virgen de la Montaña. La prim era ca­ pilla. El obispo que autorizó el culto de la Virgen de la Montaña. Los orígenes de la Cofradía. Las Ordenanzas de 1635 y el régim en interno de la Cofradía. M uerte del erm itaño Francisco de Paniagua. Su sepultura ................

15

CAPITULO II La segunda capilla y oscuridad de su em plazam iento. La sagrada imagen, estudio a rtístico y pruebas de que es la prim era y única que ha existido. Los mayordomos de la Cofradía. Prim er inventario de los bienes de la Co­ fradía en 1642 ............................................................ ................

31

CAPITULO III Pleito entre don Sancho de Figueroa Ocano y la Cofradía. Indigno proceder de algunos cofrades. La paulina del Nuncio. Defensa de don Sancho de Figueroa. Inventario de 1698 ............................................................................................

47


Páginas CAPITULO III

CAPITULO IV Las bajadas de la Virgen de la Montaña a Cáceres, por se­ quía y epidemias, en el siglo XVII. La tercera capilla. Las colgaduras de la erm ita. La hospedería. El camarín de la Virgen ...................................................................................

El voto asuncionista de la ciudad. Fiestas religiosas. Jue­ gos Florales. D iscurso del m antenedor don José M u ri­ llo. Procesión con las imágenes de la Virgen por la ciudad. El juram ento del voto asuncionista en 12 de octubre de 1946 .............................................................................

CAPITULO V

CAPITULO IV

El retablo. Las bajadas de la Virgen a Cáceres en el siglo XVIII. Inventario de 1722. Las camareras de la V irgen...

CAPITULO VI C onstrucción de las capillas del Santo C risto de la Salud y de Santa Ana. Las imágenes de José Salvador Carmo­ na. Las indulgencias antiguas y modernas a los cofra­ des y a los fieles. El breve de Pío VI. Las medallas y estampas antiguas. Las medidas de la Virgen. Un lit i­ gio con el prelado. Exvotos y promesas ............................

Bodas de Plata de la coronación canónica. La novena. Los Juegos Florales. D iscurso del mantenedor don Francis­ co Elvira. Fiesta y procesión del 12 de octubre de 1949. O fre cim ie nto del manto de la ciudad. La ofrenda que hacen las madres de sus hijos. El m anto de los enfer­ mos. Janua Coeli. Regina Pacis ..............................................

211

227

APENDICE DOCUMENTAL Testam ento de Francisco Paniagua ................................................ Atestado de defunción .......................................................................

135 136

Acuerdo de la Cofradía para que se rece un responso en el sepulcro del fundador .................................................................

139

CAPITULO VII

Acuerdo de la Cofradía de Nuestra Señora de la Montaña para trasladar los restos de Francisco Paniagua .........

139

La calzada y la carretera moderna. El tem plete. La visita de A lfon so X III. La fiesta de la Virgen. Dos poetas de la Virgen de la Montaña .................................................................

Acta de traslación de los huesos ...................................................

140

Licencia para que pueda decirse misa en la erm ita ............... Es reconocido y vindicado como patrono de la erm ita don Sancho de F ig u e ro a ......................................................................

141

SEGUNDA PARTE CAPITULO I La Virgen de la Montaña es declarada Patrona de Cáceres. La m isa de la Virgen. Las fiestas de la coronación. D iscurso del m antenedor don Diego María Crehuet en los Juegos Florales de 1924 .................................................... CAPITULO II La coronación de la sagrada imagen el 12 de octubre de 1924. Descripción de la corona. Entronización del Sa­ grado Corazón de Jesús en las casas y corporaciones. El m onum ento al Sagrado Corazón. Bajada de la Virgen por la sequía de 1941 y celebración del te rce r cente­ nario de su prim era bajada. Certamen lite ra rio . Discur­ sos de ilu strísim o señor don A ntonio Floriano y del abogado don José M u rillo . El voto asuncionista de los párrocos de Cáceres y de la Acción C atólica ................

O tros derechos que se le conceden; protesta de la C ofra­ día e inventario que se da ....................................................

141 144

Facultad del señor obispo para que tom e las cuentas de la Cofradía don Sancho de Figueroa .........................................

144

Partida de defunción de don Sancho de Figueroa ................

145

Proyecto de fundación de la Cofradía; m em orial del señor obispo ...............................................................................................

145

Decreto del señor obispo para e rig ir la Cofradía .....................

145

Primeras O rd e n a n za s...........................................................................

146

Aprobación del señor obispo ............................................................

150

Reconocimiento y publicación de las indulgencias de la Cofradía ...........................................................................................

150

Com isión para bendecir la nueva capilla y trasladar la im a g e n ..............................................................................................

151

Acta de bendición de la nueva erm ita ........................................

151

Acuerdo para trasladar la im a g e n ...................................................

152

Sermón del obispo don Esteban José Pérez Martínez, pro­ nunciado en la iglesia de Santa María de Cáceres el 8 de diciem bre de 1867 .................................................................

152


Páginas APENDICE Documento sobre el patronato de la Virgen

........................

257

A la Virgen de la Montaña en la declaración canónica de su patronato, por don Lorenzo López Cruz (abril 1906) ...

269

En la declaración canónica de la Santísima Virgen de la Montaña como Patrona de Cáceres, por don A ntonio M artínez (28-IV-1906) ..................................................................

273

M i oración, por don José-Luis Gómez Santana [27-IV-1906)

276

A la Virgen de la Montaña, por don Luis Grande Baudesson (mayo 1906) ...................................................................................

277

Ave María, por don A ntonio C. Floriano (mayo 1916) .........

280

POESIAS

Poesía premiada con la Flor Natural en los Juegos Florales de la coronación (1924), por el M. I. Sr. D. Francisco Romero, m agistral de la S. I. C. de Zamora ......................

Páginas 283

Baja ya la Madre mía, por Ventura Durán Andrada (octubre 1941) .................................................................................................

287

La canción del poeta. Oda a la Santísima Virgen de la Mon­ taña, por Fr. A ntonio Corredor, O. F. M. (octubre 1941)

291

A la Asunción y M ediación de la Virgen. Poesía premiada con la Flor Natural (octubre 1946), por don Juan Luis Cordero ............................................................................................

295

Sola está la cabaña de la Pastora, por don José Vigara Campos ............................................................................................ Jarrón de flore s, incensario de amores, por don Lorenzo López Cruz ..................................................................................... Poesía premiada con la Flor Natural en las Bodas de Plata de la coronación (octubre 1949), por don José Antonio O chaita ............................................................................................

Indice de grabados

301

I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX. X. XI. XII.

Stma. Virgen de la Montaña, Patrona de Cáceres ... Capilla p rim itiva edificada por Francisco de Paniagua In te rio r del Santuario ............................................................. Retablo de la Virgen, de Churriguera ............................ Oración com puesta por don Sancho de Figueroa ......... Capilla lateral del Stmo. C risto de la Salud ................ Grabado de 1794 ........................................................................ Medallas del siglo XVIII .......................................................... Capilla de Santa Ana ............................................................. Capilla del Stmo. C risto de la Salud.................................. Procesión en el día de la romería ................................... Exteriores del S a n tu a rio ...........................................................

9

25 33

41 57 73 81 89 97

105 121 137

303

SEGUNDA PARTE 305

Tema 1.° Premio extraordinario: Será aquella sierra un cielo, por el M. I. Sr. D. Francisco Romero, m agistral de la S. I. C. de Zamora .....................................................................

311

II.

Tema 1.° Segundo prem io extraordinario: A la Virgen de la Montaña, por don Lorenzo Guardiola Tomás .................

315

III.

Descripción de los mantos que posee la Santísim a Virgen de la Montaña ..............................................................................

319

Novena a la Virgen de la Montaña ...............................................

325

IV. V. VI. VII. VIII. IX.

I.

X.

Nuestra Señora de la Montaña, con el manto regalado por la ciudad de Cáceres (12-X-1949) .............................. Coronación canónica de la Santísima Virgen (12-X1924)............................................................................................... El alcalde de Cáceres leyendo el voto asuncionista de la ciudad (12-X-19 4 6 )........................................................... Voto asuncionista de la ciudad ante la Patrona ......... Lápida conm em orativa del voto asuncionista ................ Emmo. y Rvdmo. Dr. D. Pedro Segura Sáenz ................ Excmo. y Rvdmo. Dr. D. Francisco Barbado Viejo, O. P. Excmo. y Rvdmo. Dr. D. Francisco Cavero y Tormo ... Aspecto de la Plaza M ayor en las Bodas de Plata de la coronación .............................................................................. El Dr. Barbado Viejo colocando el nuevo manto a la Santísima Virgen (12-X-1949) ................................................

152 169 185 201 217 233 249 255 265 281


Se term inó de

reim prim ir este

volum en en abril de 1973 en los talleres gráficos de EDITORIAL EX­ TREMADURA CACERES


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49 49 52 55 61 93 107 113 123 123 126 135 136 146 148 151 151 171 187 188 197 239 251 280 309 314 320 329

6 8 5 11 33 33 47 11 2 30 43 31 24 20 24 9 36 40 51 2 18 5 35 2 40 5 28 30

devora los bienes peño 1642 Isasc peis dorado que es de la broces lo ye por el derramado acostumdas intrascriptos enero de 1635 Andrés Galeano estas proyectó quiene fervor hasta Sr. Federico mediadora aparecía la mente por Antonio en la paz paloma llamada con encaje de oro Yo

209

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devora todos los bienes pecho 1643 Isaac pies dorarlo que es el de la broches yo le por la derramando acostumbradas infrascriptos enero de 1635 años Andrés Martín Galeano estar proveyó quiere hervor basta Sr. don Federico medianera aparecía a la mente por D. Antonio en la paz la paloma llanada con encaje de hilo de oro Y Se term inó de reim prim ir este

Falta la línea, que debe decir: He aquí la fórmula:

volum en en ab ril de 1973 en ios talleres gráficos de EDITORIAL EX­ TREMADURA CACERES


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