El solar de los aftásidas por Manuel Terrón Albarrán

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MANUEL TERRÓN ALBARRÁN

EL S O L A R DE LOS

AFTÁSIDAS A P O R T A C IÓ N TE M Á TIC A AL ESTUDIO DEL REINO MORO DE BADAJOZ. SIGLO XI

CENTRO

DE ESTUDIOS EXTREMEÑOS

INSTITUCIÓN -PEDRO DE VA LEN C IA .

BADAJOZ 19 7 1


EL S O L A R DE LOS

AFTÁSIDAS A P O R T A C IÓ N T E M Á T IC A AL ESTU D IO DEL REINO MORO DE BADAJOZ. SIGLO XI

CENTRO DE ESTUDIOS EXTREMEÑOS INSTITUCIÓN «PEDRO DE VALENCIA» BADAJOZ


EDICIÓN PROPIEDAD DE LA INSTI­ TUCIÓN .PEDRO DE V A L E N C IA » , A D S C R IT A AL PATRONATO -JOSE MARIA QUADRADO».

Pepósjto Legal-BA-186-197!

imprenta provincial-PIaza 4© Min^yo, 2-Badajoz


En memoria de 'Untar al-Mutawakkil, el último aftásida, que reinó en un Badajoz de granados y palmeras, con torres de cigüeñas y vergeles orlando al Guadiana; en una corte donde se rendía culto al amor y a la guerra, cantábase a la espada y se hacían versos al rocío de las flores. EL AUTOR.


A D V E R T E N C I A PR E L IM I N A R

Años después de que Mañas Martínez y Martínez 'publi­ case su Historia del reino moro de Badajoz (1-A), el insigne maestro de arabistas españoles D. Julián Ribera, le hacía objeto de una cruel y descarada invectiva: denunciaba defec­ tos increíbles — confundir nada menos que la Historia Abbadidarum, de Dozy, con la de un autor árabe llamado ’Abbad— y anotaba que la lectura de la introducción del libro bastaba para convencerse de que al autor no sólo le faltaba la prepara­ ción, sino que ni siquiera poseía al tiem po de com poner la obra de la sinceridad o la modestia indispensables al verdadero historiador; hablaba — entonces— de obras árabes que era im­ posible conocerlas (2-A). Mucho antes, Seybolds había echado las campanas a volar, en elogio del historiador extrem eño (3-A) por su hallazgo del topónimo Sagrajas, relacionado con la célebre batalla entre almorávides y cristianos, alegando su contribución aunque no supiera árabe, y hoy, es justo decirlo, en la última edición de la Encyclopédie de 1’ Islam (4-A) se cita su obra en la correspondiente bibliografía. Todo esto viene a cuento de que el arabista Ribera, en la ocasión mentada, pedía a los extrem eños que si querían saber cosas de su tierra (l-A) M ATIAS RAMON M ARTIN EZ Y M ARTINEZ, Historia del reino moro de Badajoz; Badajoz, 1904. (2-A) JULIAN RIBERA Y TARRAGO, Disertaciones y opúscu­ los; Madrid, 1928. Vid: el pseudoarabista, págs. 489-492. (3-A) C. F. SEYBOLDS, “DIe geographísche Lage von ZallakaSacralias (1086) und Alarcos (1195)”, en Revue Hispanique; París, 1906, pág. 647. (4-A) Encyclopédie de l’Islam; Leyde-París, 1960, T. I, pág. 1125.


se impusieran en la lengua y en la ciencia islámica y estudia­ sen, única manera — según él— de saber los fastos de la civi­ lización árabe en estas tierras: hasta que una cosa parecida se logre — decía— vale más no ilusionarse con la creencia de que ya tienen (los extrem eñ os) hecha la historia árabe de su provincia. El buen sentido del lector habrá adivinado el móvil de este breve proem io, en el que el autor d'el libro desea basar la razón que justifique su actitud de padre de estas páginas: en prevención de otra invectiva como la que se llevó el ilustre es­ critor jerezano, hace m uchos años fallecido. Ha de quedar todo claro y sin escrúpulos. Confieso que no estoy impuesto ni en la lengua ni en la ciencia islámica, pero creo honestam ente que es posible aproximarse y que es lícito exponerse, sobre todo cuando se hacen las cosas con amor, y de entrada, se perfilan sin ambages los propósitos. Aunque el título principal tiene un sentido em inentem ente literario, quien decide es el subtí­ tulo: aportación temática al estudio del reino m oro de Badajoz. Es la auténtica expresión de lo que quise hacer modestamente. Si algo se aportase de veras — aunque fuera una sola página— el autor quedaría satisfecho. Por eso juzgo necesarias unas breves explicaciones sobre las partes que esta intentada apor­ tación comprende. En la primera parte, y tras un encuadre general con el que se desea únicam ente situar, en el conglomerado geopolítico del siglo xi, al reino aftasí, se ofrecen unas ligeras notas de cronología política. Sucinta alusión a los elem entos étnicos que albergaba el solar badajocense, con un recuerdo toponím i­ co, para entrar en lo que llamo valor y estética de la toponi­ mia. Mi propósito fué, únicam ente y sin m ayores pretensiones, la de posibilitar una panorámica de los onomásticos árabes o arabizados que esmaltan nuestra geografía: su valor ideológi­ co, su belleza fonética y las ataduras y conexiones a la tierra o al hom bre m erecen un tiempo para recreo y solaz espiritual. Traté de com plem entar esta parte con un ensayo de mapa toponím ico y un apéndice final, sobre el cual quiero hacer al­ guna aclaración. Ese apéndice, com o en nota inicial se repite, es, ni más ni menos, que un índice indicativo, por demás ni com pleto, ni perfecto. H e recogido cuantos topónimos creí

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oportunos o m e fu é posible gracias a repertorios establecidos, y en algunas ocasiones fiché aquellos que por conocimiento de campo o en las hojas geográficas ev contraba, en los que parecen vislumbrarse formas árabes o arabizadas. Se trata pues, en todo caso, de una proposición, y en tal aspecto, sólo como resum en de un panorama, sobre el cual es preciso reali­ zar una prospección a fondo y especializada, que queda fuera del alcance del libro y del propósito de su autor.

su ste la en

En la parte segunda he estudiado la evolución política de las fronteras, con detenim iento especial en la batalla de Sagrajas, fasto decisivo en la biografía histórica del reino aftásida. Con esta parte se pretende el encuadre geopolítico que las vicisitudes fronterizas hizo tan cambiante.

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Laudes badajocenses título la tercera parte, y en ella he recogido de los geógrafos consultados aquellas referencias de cuanto podía tener, gozar y servir la geografía aftásida. Ríos, montes, comarcas, fauna, minerales, agricultura, etc., a través de las citas anotadas, agregando lo que m e pareció oportuno para com pletar sus antecedentes históricos o biográficos. Mi propósito fué, aunque su redacción supone no poca insistencia de la parte quinta, ofrecer ese panorama feliz del reino aftásida, que reflejado en la literatura geográfica reviste un auténtico sentido de loa gratísima. En la parte cuarta se han estudiado los caminos del reino, sugiriendo las direcciones, accidentes y valores miliarios, al compararlos con los trazados de las calzadas romanas. Sola­ m ente m e he detenido, de manera independiente, en tres itine­ rarios, creo que quizá los más com pletos referentes al al-Andalus: los de Istajrí, Ibn Hauqal e Idrisi, fundamentalmente examinados en sus pasos por la geografía badajocense. Creo que estos itinerarios son los más idóneos para formarse una idea del panorama viario aftásida. La parte quinta — que, repito, debe complem entarse con la tercera— pretende dibujar el esquema de lo que era el reino de Badajoz, a través, de sus castillos y ciudades. Debo hacer una importante aclaración, porque ella supone la base y m oti­ vación de esta parte, y en definitiva de todo el libro. Mi idea era estructurar esta panorámica a base de la morfología del castillo o la ciudad -—y por tanto de su alfoz— con las refe-


rendas de los geógrafos musulmanes, aun a sabiendas que esta utilización de fuentes no es ni puede ser completa. Otras ciudades y castillos esmaltaban la geografía badajocense y no fueron citados por los geógrafos, aunque sí referenciados — y en algunos casos con citas interesantísimas— por los eronistas históricos o los autores literarios. Una labor completa señ a sin duda recoger esa nómina de castillos y ciudades, con la aportación, exhaustiva de las referencias de todos los geógrafos y cronistas; de esa manera, el cuadro aftásida que­ daría perfectam ente determinado en su conjunto. Aunque los geógrafos árabes se repitieron muchísimo, y hay entre ellos, como indicó Lévi-Provengal (5-A), una relación marcadísima de interdependencia, la realidad es que siempre, aún en el plagio, se encuentra alguna nota cambiante o sugeridora que autoriza a la anotación de la cita. No todos los geógrafos uti­ licé, pero creo que con los consultados basta para hacerse una idea general del panorama aftásida. En referencias simple­ m ente viarias, o en textos descriptivos, la relación es suficiente para lo que me había propuesto com o m otivo fundamental: quede pues concreta la cuestión. A l tratar de un castillo o ciudad se copian las noticias de estas fuentes, completándose con alguna nota histórica o de otra índole indicativa, a fin de perfilar, aunque m uy escuetam ente, la personalidad de cada una en el marco general del libro. Parte de este trabajo lo presenté en 1968 — Diciem bre— com o comunicación al II Congreso de Estudios Extrem eños, celebrado en Badajoz, en la Ponencia dirigida por el profesor Oliver Asín que llevaba por tema “A spectos de la historia ára­ be de Badajoz” . La Excma. Diputación Provincial, copatrocinadora de tan magno acontecim iento cultural, emprendió desde entonces la tarea de publicar todo lo presentado al Congreso, según se determinó en la Conclusión 1.a de las que en el Pleno se aprobaron.

ter bre así cid. un Es:

*

* * *

Comprenderá el lector — si es especializado— la dificultad de confección en una imprenta provincial que carece de carac----------------(5-A) E. LÉVI-PROVENQAL, T. X V III, págs. 55-56.

da¡ I

en Al-Andalus;

Madrid-Granada,

*m

r-z-s sin


teres árabes y de signos de transliteración, para copiar los nom­ bres — salvo los de transcripción tradicional que he respetado, así com o algunos de los procedentes de traducciones reprodu­ cidas según su texto— y los topónimos. A n te ello he seguido un sistema similar al de la Historia de España de la Editorial Espasa-Calpe (6-A), con algunas más dificultades, como es la imposibilidad de evitar confusionismo en el apóstrofo que se­ ñala el alif medial o final y la consonante ’ayn. Por ello, y por las im perfecciones que puedan haberse deslizado debo solicitar la indulgencia del lector especialista. *

*

*

La bibliografía se indica a pie de página, en la primera cita, con la ficha correspondiente. Luego — aunque cada parte arranca con numeración inicial— se hace bajo formas abrevia­ das, que el buen criterio del lector sabrá interpretar. * * *

Aunque en el ánimo del autor estaba que ninguna errata se deslizase, por causa también de lo indicado respecto a los medios materiales con que se contaba en la imprenta, flore­ cieron irremisiblemente. Por ello y al principio se da una rela­ ción de correcciones, adiciones y de las erratas más notables advertidas. Pido para las demás disculpas al lector apelando a su benevolencia. M AN U EL TERRÓN ALB AR R Á N

Badajoz, estío de 1971.

(6-A) HISTORIA DE ESPAÑA, dirigida por Ramón Ménéndez Pidal, T. IV, España musxdmana, por E. Lévi-Provengal. Nota del tra­ ductor E. G. G., pág. X X X I X : ’ (alif) medial o final, b-t-th-ch-h-j-d-dhr-z-s-sh-s-d-t-z-’ -g-f-q-k-l-m-n-h-w-y. Consonantes dobles, y las vocales sin discriminación.



ÍNDICE Págs. D edicatoria A dvertencia

preliminar

I ndice Correcciones,

adiciones y erratas

P R IM E R A P A R T E Capítulo I.— L as

taifas del siglo xi

Floración de los pequeños r e in o s ......................................................... “Taifas” musulmanas y “Taifas” cristianas. Cuadro político

3

de la España del siglo x i .....................................................................

12

Capítulo II.— Los

aftásidas.

El

reino de

B adajoz

I.— Sobre su origen y n o m b r e ............................................................... Breve cronología política .................................................................. II.— El.reino badajocense..................................................................... Los mozárabes ...................................................................................... L os beréberes y su huella ... . . ...................................................... III.— Valor y estética de la toponimia ..............................................

27 31 37 40 43 51

SE G U N D A P A R TE Capítulo III.— L a

frontera

del

N orte. V icisitudes

bélicas.

L as

dos embestidas cristianas.

E l Duero, vector g eop olítico.................................................................... Tres siglos de duelo con las a r m a s .......................................... . ... Primera embestida contra los aftásidas, 1055-1064. Conquistas de Viseo, Lam ego y Coimbra. La frontera en el Mondego. Segunda embestida: Coria (1079). La frontera en el Tajo ...

89 93 101 122

Capítulo IV .— Sagrajas (1 0 8 6 ).....................................................................

131

Las fuentes historiográficas: documentos contemporáneos y textos posteriores ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

136


Págs. El lupar de la batalla: Sagrajas o Azagala. Crítica geográfica. Alfonso y Yusuf al encuentro. Los Itinerarios militares ... 187 La batalla................................................................................................. ..... 224 C a p ít u l o tales

V.— L a y

q u e r e l l a f r o n t e r iz a e n e l

e n s a n c h a m ie n t o d e l r e i n o

Ql Ca

S u r . L in d e r o s o r i e n ­

................................................................. ...... 251

Crónica de una discordia política: ’abbadldas contra aftásidas. 259 Badajoz y T oled o..................................................................................... ..... 268 TERCERA PARTE Capítulo V I.— L audes

badajocenses

Montes, ríos, comarcas ............................................................................ .....277 Elogio de la c a m p iñ a ................................................................................ .....297 La c a z a .............................................................................................................. .....310 E l mar y el á m b a r ...................................................................................... .....317 M inerales: cristal de roca y piedra ju d a ic a ......................................322 Metales preciosos: el o r o .......................................................................... .....325 CUAR TA PARTE Capítulo V II.— Los

caminos del r e in o ........................................................ .....331

Magnitudes v ia r ia s ....................................................................................... .....344 Esquema miliario. Replanteo sobre vías r o m a n a s ..................... .....347 Gibraleón como vértice radial eq u id ista n te .................................348 Beja como rumbo principal N. W .-S. E ............................................... 358 Caminos desde Badajoz e Id a n h a ................................................... ..... 366 Otras referencias geog rá fica s ............................................................... 369 Capítulo V III.— Los

grandes itinerarios

Esquema viarlo de a l-I s ta jr í.................................................................... ..... 373 El primer tramo. Hipótesis sobre Miknasa y N a fz a ......... ..... 375 El trayecto occid en ta l ................................................................................ 396 E l periplo de Ibn H a u q a l.......................................................................... ..... 404 Via litoral del Sur. Camino septentrional hasta Santarem...... 406

El camino nuevo Santarem-Avis. Precisiones sobre el topó­ nimo. Ruta hasta Badajoz: vados gu ad ian eros ............... ..... 414 Los caminos del sharif a l-Id r isi.............................................................. ..... 425

Trayecto suroccidental hacia Badajoz y Mérida. El camino a Coria por Alcántara; ramal a C oim bra ........................... ..... 427 Posición cisfluvial de Medellín y caminos hacia el Norte, Trujillo, Cáceres y al-B alat ......................................................... ..... 439 Grandes rutas, la “ chadda” . El camino de Córdoba a Bada­ joz por Mérida; cruce del Matachel y estudio topográfi­ co a través de los cazaderos del siglo x iv del “Libro de la Montería” ............................................................................................447 Trayectos desde Lisboa y Santarem ... ... ... ,.. ,,, ,.. ... 461

C aí


ig í.

t'OK'-

Q U IN T A P A R T E 187 224

Capítulo IX .— G eografía

de los castillo s ............................................. ..... 467

Castillos sobre el Guadiana 251 259

268

277 297 310 317 322 325

331 344 347 348 358 366 369

El castillo de A randa..................................................................... ..... 480 El castillo de M u ru sh ...................................................................... ..... 481 El castillo de Puerto P e ñ a ................................................................ 483 El castillo de L a r e s ................................................................................ 484 El castillo de Magacela, Umm Gazala.......................................... 490 Umm Cha ’ jar, Mojafar, Castilnovo ( Castillo de la Enco­ mienda) ......................................................................................... ..... 491 El castillo de Medellín ...................................................................... 494 El castillo de A la n g e........................................................................... 496 El castillo de Lobón ..................................................................... ..... 498 El castillo de Abtir ....................................................................... ..... 499 El fuerte de Jurum enha................................................................. ..... 501 Castillos entre el Tajo y Guadiana

El El El El El El El El El

castillo de Santa C r u z................................................................ ..... 503 castillo de L ogrosá n ................................................................ ..... 505 castillo de Alcántara................................................................ ..... 506 castillo de A rron ch es...................................................................... 511 castillo de M on sa n to................................................................ ..... 512 castillo de M ontalvao...................................................................... 512 castillo de Baytara L u sh sh a .................................................... ..... 513 castillo de Palm ela........................................................................... 515 castillo de Almada ........................................................................... 516

Otros castillos 373 375 396 404 406 414 425 427 439

447 461

El castillo de Azuaga ...................................................................... ..... 517 Los dos castillos de Laqant (Fuente de C a n tos).........................518 El castillo de Chinchín ......................................................................521 El castillo de Montemor-o-Velho ................................................ .....522 El castillo de Lanchash .....................................................................524 Otras referencias ......................................................................................... ..... 526 Capítulo X .— L as

ciudades

................................................................................. 529

A l-B a la t ....................................................................................................................537 Alcacer do S a l ................................................................................................. ..... 539 Beja ..................................................................................................................... ..... 544 Cáceres .................................................................................................................... 552 C o im b r a ................................................................................................................... 557 C o r ia .................................................................................................................... .....561 E l v a s ......................................................................................................................... 564 Evora ....................................................................................................................... 566 E x ita n ia ...................................................................................................................571


Págs.

Jerez de los Caballeros ...................... ... ..................................... Lisboa ......................................................................................................... Mérida ........................................................................................................ M iknasa...................................................................................................... Santarem: ................................................................................................... Sintra .......................................................................................................... Trujíllo ....................................................................................................... Otras ciudades ........................................................................................

572 573 590 603 604 611 613 616

C a p í t u l o X I . — B a t a l y a w s , c a p it a l d e l r e in o

Simples notas sobre el nombre y fundación............................... Cronología de las murallas. La ciudadela fortificada.............. Referencias geográficas ........................................................................ El Badajoz del último aftásida...........................................................

619 629 643 647

APENDICE.............................................................................................................................

655

C olofón


Págs.

572 573 590

603 604 611 613 616

CORRECCIONES, ADICIONES Y ERRATAS MAS IMPORTANTES ADVERTIDAS

619 629 643 647 655

Página

6, línea 6, dice Ibn al-Hakan; léase Ibn al-Hakam. 9, 20, dice al-Hakan; léase al-Hakam. 13, 14, dice las cuestión; léase la cuestión. 18, nota 32, línea 2, dice Kitab al-Muchíb; léase Kitab alMu ’ chib. 19, línea 5, dice Gahwar; léase Chahwar. 23, 8-9, dice Alfajería; léase Aljafería. 8 , dice Atlr; léase Athir. 31. 31, 18, dice Asis; léase ’Aziz. 33, 2, dice Asis; léase ’Aziz. 35, nota 103, dice Siyara; léase Siyyara’. 40-41, nota 106, añádase: Recientemente Hernández Jiménez (en Al-Andalus, T. X X X II, págs. 356-359) interpretan­ do noticias de Ibn Hayyan, confirmadas por pasajes de Ibn ’ldhari, así como otras razones históricas, cree que no pudo haber obispado en tiempos visigodos, pero que nada se opone a que se creara en tiempos de los Banu Marwan. 43, 23, dice Jacubí; léase Ya ’ qubi. 47, nota 138, línea 4, dice identifica a la jineta; lea y añá­ dase: parece identificar a la jineta dada la prime­ ra documentación que cita, 49, línea 22, dice Gazula; léase Qazula. 64, 18-19, dice Portacarreros; léase Portocarreros. 64, nota 193, dice Horacio Mata; léase Horacio Mota. 66, nota 199; 74, nota 244; 78, nota 262; 197, nota 186; 202, nota 210, dice dictionaires; léase dlctionnaires. 67, línea 16, dice maraja\ léase maracha. 71, 18, dice Ensara; léase Enxara. 73, 28-29, dice ashyrgara; léase ashirgara. 73, nota 241, 1948, es 1951.


Página

78, línea 18, 79, 5, 79, 6, 79, 7, 96, 24.

112,

115, 124, 134, 174, 213, 220, 232, 247, 253, 255, 273, 309, 315, 324, 339, 341, 363, 400, 428, 462, 488,

527, 533, 539,

625, 626, 648,

dice H a ; léase ha’. dice haraysh; léase harayith. dice al-harsha\ léase al-hartha. dice al-mahrash; léase al-mahrath. Suprímase el párrafo completo que empieza en punto seguido a la llamada de la nota 22, y ter­ mina en el punto de la página siguiente, 97 (por error al corregir no se suprimió, repitiéndose el concepto corregido en el siguiente). nota 68, añádase: Vid. sobre la ballesta y el arco árabe M. REINAUD, De l’art militaire chez les arabes au moyen-áge -, París, 1848, págs. 17-30. línea 6, dice reino toledano; léase reino valenciano. nota 112, dice Siyara’ ; léase Siyyara’. línea 12, dice Al-Hulal al-Mawsiyya; léase Al-Hulal alMawshiyya. nota 161, dice Raw; léase Rawd. 237, dice Kitab nuzzhat al-musthaq; léase Kitab nuzhat al-mushtaq. línea 21, dice Puerto del Aguila; léase Puerto del Agua. 12, dice qaws bunduk; léase qaws bunduq. 26, dice cistiana; léase cristiana. 11, dice Oceiras; léase Oeiras. nota 333; 263, nota 353, dice nuzzhat; léase nuzhat. línea 28, dice al-Mu ’ m un; léase al-Ma ’ mun. 15, dice Ibn Said; léase Ibn S a ’ id. 14, dice ’Abd al-Aziz; léase ’Abd al-’Aziz. 5, dice jachar al-yahudi; léase hachar al-yahudi. 4, dice abcisa; léase abscisa. nota 22, dice Ibid.; léase Vid. supra. págs. 27, dice mustaq; léase mushtaq. nota 150, dice Ibid.; léase Vid. supra. 227, dice Ibid.; léase Vid. supra. 309, dice Ibid.; léase Vid. supra. línea 17, añádase: incluso a la sierra de Lares, donde se asienta el castillo, en un documento de 1262 se le llama de Llares (Bullarium Ordinis Militiae de Alcántara, pág. 106). línea 23, dice Ruuya; léase Ruwya. 8, dice será solamente; léase sería entonces. 22, después de la llamada a la nota, añádase: hoy todavía un pueblo de la zona, junto a Romangordo, se sigue llamando en algunos repertorios, Higuera de Albalat. nota 535, línea 7, dice de Ibn Abdun par Ibn Badrum\ léase d’Ibn Abdoun par Ibn Badroun. 537, línea 2, 139-149, es 139-140. líneas 20 y 22, dice Kitab al-’agami; léase Kitab al-agani.


PRIMERA PARTE


CAPITULO I

LAS TAIFAS DEL SIGLO XI FLORACION DE LOS PEQUEÑOS REINOS (*)

Cuando, sobre la ruina política del Califato, se fragmenta la unidad territorial de los Omeyas, los muluk al-tawa ’ if no nacen a la Historia por floración espontánea. La independencia de las regiones o ciudades, no fué un producto instantáneo de golpe militar o catástrofe cortesana. Desde la liquidación del hijo de Almanzor, Sanchol, en 1009, junto a la munya de Guadalmellato, donde con setenta mujeres de su harén albergaría las últimas jornadas (1), la hegemonía del Califato iba a zan­ cadas de su propia existencia, caminando indeclinablemente a un ocaso definitivo. (*) Ya en prensa este libro llega a mis manos el último volumen aparecido de la revista Al-Andalus, correspondiente a 1966, Fases. 1 y 2. En él se incluye un breve pero enjundioso trabajo del DR. HUSSAIN MONES, titulado “Consideraciones sobre la época de los reyes de Taifas” (páginas 305-328), en el que analiza la caída del califato cordobés y la crisis de la España musulmana. Para el Dr. Monés, la causa principal radicaba en la división profunda y hostil de los ban­ dos militares, que para nosotros, como se verá en estas páginas, hay que extender a la etnia disociadora de la sociedad andaluza. Analiza muy bien el Dr. Monés la relación existente entre los reyes de Taifas y Almanzor; aquéllos eran auténticos discípulos, pero la realidad es que el signo de su conducta política y vital, como hemos de ver, ca­ reció de las fuerzas personales que caracterizaron al gran caudillo musulmán. (1) LÉVI-PROVENQAL, “España Musulmana” , en Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal, Madrid, 1957. T. IV, pá­ gina 462.


4

EL SOLAR DE LOS AFTÁSIDAS

Pero si desde 1009 a 1031, en que Hisham III entierra para siempre la gloriosa tradición omeya, se suceden cronológica­ mente hechos continuos que precipitan el final, no son ellos precisamente los causantes de la desgracia completa. Móviles internos, con muchos casos de oscura a veces, exaltada otras, intransigente pervivencia, presionarían insistentemente hasta precipitar el final. Una vez más, en esos momentos decisivos, la sedición cordobesa tuvo por causa la ruptura con el elemen­ to beréber, a través de un acto político que históricamente — como ocurre siempre con los grandes acontecimientos— carece de importancia. En efecto, la disposición de Sanchol, anómalo sucesor de Hisham II, no tenía más trascendencia que la de un puro acto cortesan o: imponer a los dignatarios en las audiencias la obligación de comparecer con turbantes berébe­ res. Al fin y al cabo, se trataba de una concesión más de San­ chol a los elementos que constituían su brazo fuerte en el trono cordobés. Sin embargo, fué la chispa que encendió la sedición, y que a través de un latente estado de guerra conti­ nua, llevaría al caos al, en otro tiempo, pujante poderío califal. Como decimos, las causas eran más hondas. Hay que ras­ trear en el com plejo y variado cuadro social de la España musulmana, para ver com o en su turbio fondo estaba el germen de la disociación. Varios elementos de muy diverso matiz inte­ graban este cuadro. Los beréberes marroquíes, chebalíes y rifeños, habían protagonizado los mayores aludes migratorios de entrada, regreso y viceversa, imponiendo siempre con su pre­ sencia, el estilo de su ruda aspereza mauritana. Eran, sin duda, los elementos que más fuertemente se hispanizaron, asimilando en gran proporción el viejo fermento peninsular. En pocas ge­ neraciones perdieron su lengua tribal, puramente dialectal, para trocarla por nuestro romance (2). En el reparto de la tierra, tras la conquista, llevaron la peor parte, pues pueblo duro, de vida nómada y pastoril, ocupó las zonas montaño­ sas del Norte peninsular y Andalucía, quizá movido — como (2)

LÉVI-PROVENQ'AL, Historia', ob. cit. T. V, pág. 96.


LAS TAIFAS DEL SIGLO X I

tierra para "onológica) son ellos a. Móviles ada otras, ?nte hasta decisivos, el elemenricamente nientos— Sanchol, encia que ios en las 3 berébe: de San[’te en el endió la ra conti0 califal. que rasEspaña germen tiz intees y ri­ p ios de su pre1 duda, nlando cas geílectal, de la pueblo ntaño-com o

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ha dicho el profesor Valdeavellano (3)— por sus hábitos ances­ trales, incapaz de utilizar económicamente las llanuras por medio de los sistemas de grandes cultivos y de la técnica agrí­ cola, bastante adelantada de los hispanogodos. Independientes, belicosos, fueron los prologuistas del 741 apenas treinta años de la entrada de Musa y Tariq, y luego seguirían protagoni­ zando sucesivas revoluciones. Su aluvión demográfico se re­ crudeció a finales del siglo x, con los nuevos contingentes con ­ tratados por Almanzor, quien no vaciló en abrirles las puertas de su ejército, como a los únicos combatientes en quien confiar plenamente su ofensiva fulgurante sobre los reinos cristianos. Sin embargo esta política fué pagada a precio demasiado caro. El caudillo amirida recluta a estos feroces cabileños — en opi­ nión de Dozy (4)— apoyado en dos motivos bien distintos: uno patriótico, otro personal. El primero, buscando la eficacia bélica ante la inminente campaña contra los cristianos; el se­ gundo, basado en su falta de confianza para los combatientes demasiado hispanizados en esta época. Almanzor cambia total­ mente el sistema militar existente, anulando las viejas milicias. Ello es muy efectivo para su causa personal, pero los bravos africanos reclutados van a ser luego los principales luchadores, los sedicentes más tenaces, cuya conducta se acusará notable­ mente en el conflicto final que acarrea la ruina del Califato. Y como la gran clase que los árabes representaban había sido liquidada por Almanzor al destruir los últimos retazos que les quedaban de su solidaridad racial, veremos que al surgir las taifas — como muy bien anota Levi-Provengal (5)— no se lu­ chará por una causa árabe, pues habrá una taifa andaluza, o beréber, o eslava, pero no taifa árabeLos árabes que en la conquista militar entraron en España, y que luego fueron el tronco de los linajes aristocráticos del al-Andalus, con ser pocos numéricamente venían disgregados (3) LUIS GARCIA DE VALDEAVELLANO, Historia de España, Madrid, 1968. T. I. pág. 390. (4) R. DOZY, Histoire des musulmans d’Espagne, Ed. rev. por Léví-Provengal, Leyde, 1932. T. II, pág. 228. (5) L i:V I-PROVENC AL, Historia', ob. cit, T. V, pág. 99,


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en muy varias procedencias de clanes y grupos. Los que antes de pasar a la península, corrieron en raudos aluviones el Norte mauritano procedentes del Hichaz y sin alguna idea de susten­ tación política, que aflora solamente a raíz de la fundación de Kairwan. no suüeraban, al decir de Margais (6), los 20.000 combatientes. El historiador Ibn al-Hakan (7) refiere este escaso número pasado a la tierra española. Su actitud política y económica fué contraria a la de los beréberes, pues lejos de servir a la tierra se convierten en auténticos rentistas de las propiedades, procedentes del botín de la ocupación. Pero sociológicamente, la minoría árabe se transforma al paso del tiempo en ese producto preponderante de la alta jerarquía hispanomusulmana. Perdido el sentimien­ to de su origen oriental son absorbidos, transustanciados, por el brío vital de la nueva patria, estremecida de ocultas y mile­ narias sugestiones. Llegados a España sin hembras, toman in­ mediatamente como concubinas a las españolas o se casan con ellas, y la sangre — como ha señalado Péres (8)— se diluye ampliamente en la población autóctona: la religión, y en cierta medida la lengua, les hacen parecer árabes; en realidad ellos son ya españoles (9). Precisamente en el árabe andaluz arraigará profundamente el sentimiento de una patria que adorará siempre, aunque como anota Lévi-Provengal (10) no sepa defenderla frente a dueños africanos o al empuje inconte­ nible de la reconquista cristiana. El al-Andalus, como tendre­ mos ocasión de ver más adelante, será exaltado apasionada­ mente por poetas, cronistas, geógrafos, hasta considerarlo com o un paraíso en la tierra. (6) G. MARCAIS, en Encyclopedie de L ’Islam, Leyde, 1960. T. I, página 548. (7) IBN ’ABD AL-HAKAM , Futuh Ifriqiya Wa-l-Andalus, Con­ quista del Africa del Norte y de España, trad. de Elíseo Vidal Beltrán. Valencia, 1966. pág. 44. (8) HENRI PÉRES, La poesie andalouse en arabe classique au xi siécle. París, 1953. págs. 253-254. (9) Ibid., pág. 254. (10) LÉVI-PROVENCAL, Historia-, ob. cit. V, pág. 105.

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Al grupo de estos árabes hay que añadir un núcleo hispá­ nico de gran trascendencia sociológica, y que ha de ir unido a los destinos políticos de esta facción peninsular. Nos referi­ mos a los muladíes, aquellos hispanogodos que al advenir la oleada agarena, abrazaron la religión mahometana, en la mayor parte de los casos por conveniencias económicas, com o era la elusión de las presiones tributarias impuestas a los vencidos para mantener con ello el edificio musulmán. Su islamización fué completa, y al paso del tiempo eran indistinguibles de los musulmanes (11), pero la médula celtibérica, con su agrio y pujante estilo, les afloró en muchas ocasiones, y de los mula­ díes salieron los cabecillas independientes fomentando la rebe­ lión. Era el viejo carácter hispano, insolente y levantisco, que alzado en banderías independientes carcomía el débil edificio califal, casi sin fuerzas para oponerse, com o en el caso de Ibn Marwan, fundador de Badajoz. También los mozárabes, cristianos que se mantuvieron al margen de la religión mahometana, y que conservaron las viejas tradiciones visigodas y la lengua, agrupados en comuni­ dades cuyos focos se centraban en las principales ciudades, fueron colaboradores de este interno juego de fuerzas en el que estaba la génesis de la disociación. Son muchas las ocasio­ nes en que los mozárabes protagonizan estos levantamientos (12) o se alian con los cabecillas, com o en el alzamiento de ’Umar ben Hafsun, o del mismo Marwan. En las grandes cam ­ pañas cristianas de la mitad del siglo xi, veremos a los mozára­ bes actuar intensamente en favor de los conquistadores, cuya “ liberación” de tierras musulmanas incorporaba ciudades y campos a sus antiguos reinos. Un trasiego intenso de mozára­ bes se registra hacia el Norte, a partir principalmente de la mitad del siglo ix, después de los sangrientos sucesos de Cór­ doba, que coronaron con la palma de martirio a varios ilustres

iue au (11) LUIS GARCIA DE VALDEAVELLANO, Historia de las ins­ tituciones españolas. Madrid, 1968, pág. 642. (12) LÉVI-PROVENQAL, Historia; ob. cit V, pág. 119,


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cordobeses; este trasiego “ mozarabizó” , al decir de Levi-Provengal con singulares matices la España cristiana (13). Los judíos, muchos de los cuales pasaron con las huestes de los musulmanes en la conquista, integran, com o elemento, el cuadro étnico, multicolor y disolvente, de la sociedad hispáni­ ca en estos siglos. Los judíos se situaron siempre en una línea de congratulación hacia el peder califal, consagrando su acti­ vidad al servicio de los musulmanes (14), aunque en otras ocasiones, como en la persecución a los mozárabes cordobeses, ün judío, Paulo, alcanzase el martirio, y otros de la grey ju ­ daica se confabulasen en contra, al lado de los mahometanos (15). Sin embargo, los judíos, estaban, más que otra cosa, llama­ dos a ser agentes de enlace en la política y el comercio (16). Estas facciones, en sorda pugna a veces, o en abierta dis­ cordia exteriorizada, fueran de tipo racial o político, dieron con su conducta reiterada en el tiempo, al traste con el Califato cordobés. Al par que sus gérmenes de disolución se incremen­ taban, en idéntica proporción carcomían la estructura del po­ der califal, acreciendo la fragilidad de su precaria fábrica, tan fulgurantemente elevada por Almanzor- Por eso hemos anotado en principio, que la aparición de las taifas no fué por floración espontánea, sino que el ánimo de rebelión, de independencia del poder, y de mando propio se venía urdiendo a través de esta querella de clanes y posturas políticas. No en balde y con su ojo clínico característico, Am érico Castro (17) ha definido estos clanes con sus posturas bien diferenciadas para haber hecho cada uno por su cuenta una historia peninsular diferen­ te, a las otras. En el amplio teatro de la dominación musulmana de Es­ paña no es éste de las taifas del siglo xi el único natalicio de (13) LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. clt. T. Y, pág. 120. (14) JOSE AMADOR DE LOS RIOS, Historia social, política y re­ ligiosa de los judíos de España y Portugal. Madrid, 1960, pág. 73. (15) Ibid., pág. 79. (16) LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. clt. V, pág. 129. (17) AMERICO CASTRO, La realidad histórica de España. Mé­ xico, 1966, pág. 28,


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reyezuelos independientes. Más tarde los almorávides soporta­ rían a las llamadas “ segundas taifas” que se ubicaron casi sobre las mismas ciudades en que se habían instalado las pri­ meras, aunque su significación política y social no tenía en manera alguna el carácter de aquéllas. Y nuevas banderías a principios del siglo xm se erigirán, a las que se conoce por “ terceras taifas” . Pues bien, desde el principio de la conquista musulmana, apenas iniciada su consolidación, ya comenzamos a asistir en el suelo del al-Andalus al espectáculo de las insu­ rrecciones. Pronto florece el fermento vivísim o de la indepen­ dencia, y las sublevaciones son ahogadas en sangre casi siem­ pre, com o la de Mérida en 855. Otras se solapan para rebrotar de nuevo. Desde la instauración del Califato marwaní en 766 por ’Abd-al-Rahman I se suceden casi continuamente; no hay más que examinar las páginas del Ajbar Machmu ’ a (18) para darse cuenta de la colección de jefes y caciques soliviantados que acaban en el sacrificio inmediato. La relación de la cróni­ ca es a veces agobiante. Es en el tiempo del sucesor da Hisham, en el reinado de al-Hakan I, cuando se inicia materialmente el prólogo de las grandes revoluciones. En los veintiséis años de su gobierno se registran dos violentas insurrecciones, una en Mérida — la gran ciudad siempre rebelde al yugo musulmán— y simultánea­ mente en Córdoba, capitaneada por muladíes, que dió lugar a trágicas jornadas. En el siguiente, el de Abd-al-Rahm an II, se contempla la lucha fratricida entre los clanes árabes de Murcia y el levantamiento de Toledo, en 834. El siglo ix se ve afectado por la independencia de Aragón con los Banu-Qasi, muladíes de la frontera superior; por la rebelión de Ibn Marwan, el bravo muladí que se alza en Mérida, y que guerrea incansable contra el emir hasta obtener su objetivo que trae la fundación de Badajoz; por el gallardo alzamiento de ’Umar ben Hafsun, que agrupa en sus banderas a mozárabes y muladíes. El pano­ rama de la última década del siglo ix no podía ser más desola(18) AJBAR MACHMU ’ A, Crónica anónima del siglo xi, edición y trad. esp. de Emilio Lafuente y Alcántara, Madrid, 1867,


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dor para el emir ’Abd Allah, que soportaba a las occidentales tierras del Al-Garb en manos de su aliado de Badajoz, a Hafsun, varias provincias en manos beréberes, y Mértola, Mur­ cia, Lorca y otras muchas ciudades, en poder de señores alza­ dos contra su autoridad. Si en el 891, con la rota da Poley, pudo respirar un poco, el contrataque de Hafsun se lo arrebataría inmediatamente. No es hasta pocos años antes de su muerte, cuando todo este cua­ dro rebelde tiende a amortiguarse, dejando algo de calma a esta fatigosa lucha de casi dos siglos. Pero cuando en realidad puede hablarse de una auténtica tregua en la turbulenta escena a que asistimos en los siglos contemplados, es en la restauración del poder y de las institu­ ciones llevada a cabo en el reinado de ’Abd-al-Rahman III. Un fuerte sentido del poder personal, un omnipotente caudillaje se encarna en Almanzor, a raíz de la pacificación del al-Anda­ lus y de la instauración del Califato omeya. Una política a ultranza unitaria, la brillante y deslumbradora fachada indi­ vidual del mando de Almanzor — a quien yo gusto en llamar el Godoy de la corte omeya— , sus espectaculares campañas contra los cristianos, velaron totalmente los pequeños brotes de intrigas o discordias internas. Desaparecido el dictador amirida, volverá el anterior cuadro, ya para liquidar el trono i ?finitivamente. Como se ve, la querella interna — ora política, racial o so­ cial— de las distintas facciones o castas, y un sentimiento pro­ fundo de desavenencia con la autoridad imperante, permanece latente a lo largo de casi tres siglos. El río revuelto de tantos años ha de desembocar sobre un estuario conocido y previsto. Era naturalmente histórico que cuando las circunstancias fue­ ran propicias llegase la discordia a su máxima tensión, y el reino estallase en pedazos; y dada su cualidad, cada pedazo adquiriese — por más o menos tiempo— la ansiada autoridad independiente. No resulta desconcertante que la taifa de Ba­ dajoz fuese hija de una indócil contumacia que

duras penas



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a Hisham III, que se entrega en manos de un valido ineficaz. En 1031 se urde el último com p lot: es asesinado el valido Hakam, y el Califa huye. Surgen banderas independientes. Cór­ doba se constituye en República municipal. Los muluk al-tawa ’ if desahogados de toda posible presión militar desde Córdoba, se ordenan independientes, y van a es­ cribir, hasta su inmersión en el Imperio almorávide, una de las más interesantes páginas de la crónica peninsular

“T A IF A S” MUSULMANAS Y “T A IF A S” CRISTIANAS. CUADRO POLITICO DE LA ESPAÑA DEL SIGLO XI

El suelo peninsular, en 1031, es un variado mosaico canto­ nal, escindido en dos porciones — cristiana y árabe— que se reparten desigualmente la hegemonía de la territorialidad his­ pana. Si hay, en efecto, una línea fronteriza de dos mundos diferentes — religión, cultura, conducta vital— , hay también, dentro de cada una, com o ente geopolítico individualizado, una fragmentaria síntesis descompuesta en fronteras plurales. El Califato islámico se desguaza en su unidad, y surgen política­ mente las “ taifas” , pero ese fenómeno estaba ya ocurriendo, en una sucesión fluctuante y caprichosa, en el Norte cristiano. ¿Es que no eran, o no tenían carácter de “ taifas” los múltiples fragmentos de la unidad cristiana disgregada en los varios rei­ nos que la componían? Américo Castro, enjuiciando el canto­ nalismo cristiano, ha pedido afirmar cóm o los diferentes reinos eran auténtico “ taifas” (20), con la diferencia del tiempo, pues mientras unos nacen de una disgregada unidad, otros padecen este fenómeno sin unidad integradora. En ambos bandos ocurren parecidas cosas. Veremos a las “ taifas” muslimes en lucha continua, en conflictos hegemónicos, engulléndose unas a otras. Y ese es el mismo espectáculo en el que se han venido sumiendo los reinos cristianos, que en este tiempo, ofrecen a la historia una crónica parecida: luchas (20)

AMERICO CASTRO, ob, cit., pág. 180.



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la cultura estaba referida a escasos conocimientos, en parte ar­ caicos, y la biblioteca monacal más abundante no sobrepasaba de doscientos volúmenes (23). El ajedrez de contrastes, no se reduce solamente a ese cuadro: veremos más adelante cuán esenciales eran las diferencias en la “cultura” que es el cultivo de la tierra — medios, técnicas, producciones— ; cuán diferen­ tes también resultan en el contraste de las economías de uno y otro bando. Hasta en el régimen dietético se manifiesta la superioridad árabe, con el cristiano del Norte en pugna. Hacia 1031 las “ taifas” cristianas se reparten un territorio sensiblemente menor que el que ocupan las musulmanas; sola­ mente poseen casi la tercera parte de la tierra hispánica. Al Oeste, el reino de León, con Vermudo III, desposeído provisio­ nalmente por Sancho de Navarra, hasta 1035 en el que el leonés ocupa la vieja ciudad romana, capital del reino. A l cen­ tro, con Sancho el Mayor, quizá el primer monarca español de cuño europeísta, bajo cuyo protectorado se encontraba el condado de Castilla, que en 1032 aparece com o reino por vo­ luntad de Sancho, al entregarlo a su hijo Fernando. Al Este, los condados de Sobrarbe y Ribagorza, desde 1019 en manos del navarro; el de Aragón, que pasaba en 1035, con título de reino, a manos de Ramiro, hijo de Sancho. Y de ahí al Medi­ terráneo, se ensamblaban, indecisos, los condados catalanes de Pallars, Urgel, y los que en manos de Berenguer Ramón per­ filaban la vieja Marca Hispánica. Pero el cetro leonés, en las jóvenes manos de Vermudo, iba a durar poco tiem po: le acechaba el anhelo absorbente de Na­ varra, de inaugurar en tierras del Esla una dinastía de nuevo cuño (24). En Tamarón, muere gallardamente a lomos de su corcel de batalla, el intrépido Vermudo, y con Fernando, el vencedor, se estructura una nueva visión feudal de la Monar­ quía, y cobra la guerra hacia el moro, un auténtico sentido de conquista del Sur. Fernando atacó al-Andalus por los tres (23) M ENENDEZ PIDAL, La España del Cid. T. I, pág. 83. (24) A. BALLESTEROS BERETTA, Historia de España y su influencia en la historia universal. Barcelona, 1918-1941. T. II, pág. 314.


puntos cardinales de su geografía: al Oeste — Coimbra, el Duero— , por el Norte — Toledo— y por el Sur — Valencia y el Mediterráneo— . En 1035, primeros momentos del naciente reino aftásida, los estados cristianos conforman un macizo rectangular, en el que, resueltas las querellas interiores, se produce, con la eufo­ ria geográfica de la unidad — Castilla, León y Galicia— y el valimiento de una ideología de nuevo signo, la iniciativa bélica dinámica e inconteniblemente. Se trata de una guerra abierta, de una ofensiva panorámica, sin tregua ni cuartel. Disipados en eufemismos literarios y empeñados en inútiles discordias fronterizas, los reyezuelos musulmanes verán venir sobre ellos, com o en una cruzada universal, las oleadas cristianas, dispuestas a adueñarse de las codiciadas plazas y campos moros. La conquista de la meridionalidad hispana se estig­ ma con un signo que perdurará en los siguientes siglos, hasta el final del xv, y que será caracterizado por los españoles con una simbología nacional. Des antónimas posturas: el Norte contra el Sur, la espada contra el verso, el pastor contra el hortelano, los Evangelios contra el Korán, el Cristo contra Mahoma. En el mismo tiempo, las “ taifas” musulmanas se reparten e'. mejor pedazo del solar hispano, casi las tres cuartas partes de su contenido territorial; eran los países mimados por la :remenda geología española — los ricos valles fluviales, los se­ canos calientes, los alcores poblados de olivos— que les venían ;;or derechos de conquista, de la misma manera que a los visigodos les había venido la totalidad nacional tras el trallazo bárbaro a la mortecina y exangüe cultura hispanorromana. En las “ taifas” árabes, sobre el juego de reyertas y ambiciones, predomina el afán intelectual y el regusto de los placeres ma­ teriales, y es precisamente ese denominador común el que les hace perder la iniciativa. La lucha contra el infiel — el cristia­ no— se aguanta a la defensiva y se soporta com o un gravamen, que en efecto tiene caracteres físicos: las parias, cada vez mayores y agobiantes. Al ímpetu anterior de los ejércitos de Córdoba, a las cabalgadas de Almanzor, sucede ahora esta pasi­


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vidad sin fuerza, que ha de sufrir, irremisiblemente, la ampu­ tación sistemática de las plazas codiciadasY lejos de creerse que en el espíritu del al-Andalus, la par­ celación del Califato y la pérdida de la unidad, que mantenían el poder, los triunfos históricos, llevaría consigo la quiebra de la ilusión, el desvanecimiento de los vencidos anhelos, incluso los más primitivos instintos nacionalistas, produce por el contra­ rio — al margen de las avaricias o las apetencias personales de los reyezuelos— una eutaxia de bienestar, alivio y regocijo. El Shaqundí (25) nos relata: “ Cuando después de fragmentado este Imperio, se alzaron los Reyes de Taifas y se dividieron el territorio, los más ilustres súbditos estuvieron unánimes en reputar favorable tal división pues ellos animaron el mercado de las ciencias y rivalizaron en recompensar a poetas y prosis­ tas. No había para ellos vanagloria mayor que el que dijese: el sabio Fulano vive en la corte del Rey Zutano, o el poeta Tal está al servicio del Rey Cual. No hubo entre ellos, ninguno que no gastara su riqueza en prodigalidades y de quien las alaban­ zas no despertaran memorias que ya no volverán a dormir a lo largo del tiempo. Ya habrás oído hablar de los reyes eslavos y amiríes Muchahid, Mundhir y Jayran, y habrás oído hablar también de los Reyes árabes Banu ’Abbad, Banu Sumadih, Banu al-Aftas, Banu di-l-Nun y Banu Hud. En honor de cada uno de ellos se han eternizado tantas alabanzas que si se alabase con ellas a la noche sería más clara que la aurora” . Mezclando la vehemencia de su canto por las excelencias intelectuales de los muluk al-taioa ’ if, con ciertas dosis de ironía, el Shaqundí nos proporciona una imagen m uy real de lo que ocurría con los poetas: “ (éstos) no cesaron de balancearse entre ellos (los reyes) como se balancean los céfiros en los jardines, y de en­ trar a saco en sus tesoros con la vehemencia de ataque de al-Barrad, hasta el punto de que uno de sus poetas al ver que los reyes rivalizaban en atraerse sus alabanzas, llegó a jurar que no alabaría a ninguno de ellos en una qasida por menos de cien dinares. El propio al-Mu ’ tadid Ibn ’ Abbad quiso obli(25)

AL-SHAQUNDI, Risala; ob. cit., pág. 47.




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garle a que le alabase en una qasida y él a pesar de la célebré impetuosidad del rey y de su severidad extremada se negó a ello hasta que le diese lo que había estipulado en su jura­ mento” (26). Empero, los monarcas “ taifas” , en el fondo, se sentían in­ capaces para desatarse del cordón umbilical del Califato, aun­ que éste, en su encarnación personal, había terminado para siempre. Imitarían ellos, en todo lo posible, su im agen: poder, ademanes protocolarios, fastuosidad cortesana, pero nunca se creyeron vicarios, jalifas, en sus pequeños reinos. Nunca utili­ zaron el título de malik, sino que, en todo caso, tomaron el de hachib, que aunque en tiempos califales sinonimizaba al de gentilhombre o encargado de palacio, en esta época, alude más al señorío independiente (27), incluso, en contraposición al de malik, queriendo notificarse como representanción del verda­ dero jalifa (28). En las epigrafías sepulcrales encontradas del reino de Badajoz, la del emancipador Sabur, le denomina hachib (29), en tanto que en la de Ibn al-Aftas, primer sobe­ rano, figura con su lakab de al-Mansur. Todo ello indica, que, en el fondo, los “ taifas” musulmanes eran unos “ segundones de la nobleza” , a vía de paradigma, pero supieron llenar su espacio histórico de rico y ejemplar contenido. Políticamente beréberes, eslavas, o propiamente árabeandaluzas, fueron las facciones que se prorratearon la hegemo­ nía del al-Andalus: sobre Oriente predominaron los eslavos, ¡os beréberes hacia el Centro y Sur, y al Norte y Oeste las andaluzas. Así Córdoba, Sevilla con los minúsculos estados periféricos que se anexiona, Zaragoza, Tudela, Lérida y Albarracín, y, el de Badajoz, eran árabes o beréberes muy hispani­ zados (30); eslavos estaban en Murcia, Tortosa, Almería y •26'

AL-SHAQUNDI, Risala; ob. clt., págs. 48-49. E. LÉVI-PROVENCAL, Inscriptions árabes d’Espagne, Leyfc-Paris. 1931, pág. 54. 1$ D. SOURDEL, en Encyclopedie de L ’Islam, T. III, pág. 48. 129 LÉVI-PROVENCAL, Inscriptions; ob. clt., pág. 54. ■3 VALDEAVELLANO, Historia; ob. cit. T. II, pág. 263. Tam.urz PRIETO VIVES, ob. cit., pág. 22.


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Denia, y berberiscas, propiamente dichas eran los ziríes de Granada, birzalidas de Carmona, yeforenitas de Ronda, dammaritas de Arcos y Morón, entre otras. El reino de Sevilla logró dar en el ensanchamiento de sus dominios a los dos mares meridionales, engulléndose a los rei­ nos de su alrededor (31). A partir de 1023, se independiza en una asamblea democrática, en la que se elige al .cadí Muhammad b. Isma ’ il, que “ se asustó de la independencia y temió las consecuencias de ser solo” (32). Esto, que acredita la cer­ teza de nuestros anteriores juicios, le hizo en principio buscar colaboradores, aunque con el tiempo acabó por emanciparse. Su ejército tuvo cierto carácter nacionalista (33) en el que se excluyó a los beréberes, por quien el propio Muhammad, como luego Mu ’ tadid, sentían cierta alergia: no en balde, era presa de sus temores, la leyenda, que aumentada por las visio­ nes de sus astrólogos, predecía su final a manos de gentes foráneas al al-Andalus (34): su predicción fué cierta, cayeron a manos de los almorávides. Con este ejército com bate al rey de Eadajoz, por la posesión de Beja, con la ayuda de los bir­ zalidas de Carmona. En 1042 le sucede ’Abbad b. Muhammad al-Mu ’ tadid, y a éste, en 1069, su hijo al-Mu ’ tamid, el célebre poeta, bravo guerreador en Sagrajas. Las anexiones territoriales a costa de sus débiles vecinos se suceden ininterrumpidamente en la historia “ taifa” de Se­ villa. El reino se engrandece hasta llegar a ser, quizá, el pri­ mero, en este sentido, dentro del vario conglomerado de los muluk al-tawa ’ if- Véase: en 1044 se incorpora el pequeño señorío de Mértola; en 1052, los de Huelva y Saltes, en manos bakritas, y el de Santa María del Algarve, en poder de los Banu Harun; en 1053, el de Niebla, de los Banu Yahya; en 1058, (31) PRIETO VIVES, ob. cit, págs. 69 y ss. (32) ABU M UHAMMAD 'ABD AL-W A H ID AL-MARRAKUSHI, Kitab al-Muchib fi Taljis Ajbar al-Magrib. Lo admirable en el resumen de las noticias del Magrib. Colección de crónicas árabes de la Recon­ quista; trad. de Ambrosio Huici Miranda. Tetuán, 1955. T. IV, pág. 75. (33) PRIETO VIVES, ob. cit., pág. 70. (34) DOZY, Histoire; ob. cit, T. III, pág. 50.


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el de Algeciras, de los Banu Hammud; en 1059, el de Ronda, de los Banu Ifran; en 1063, el de Silves, de los Banu Muzain; en 1066, el de Morón, de los Banu Dammar; en 1067, el de Carmona, de los Banu Birzal; en 1068, el de Arcos, de los Banu Hizrun; en 1070, el de Córdoba, regido por los Gahwar; en 1077, una zona importante al norte de Sierra Morena, com­ prendiendo porciones de las actuales provincias de Ciudad Real y Cuenca, perteneciente al reino de Toledo, débilmente defendido por Al-Qadir, y finalmente, en 1079, al-Mu ’ tamid gobierna el reino de Murcia. En treinta y cinco años, los sevi­ llanos se habían incorporado doce reinos, gobernado sobre otro, y anexionado pedazos de otro: es el fenómeno territo­ rial más importante, en este orden, que se registra en toda la cronología “ taifa” . La “ taifa” de Toledo era sin duda la de mayor extensión territorial, y ocupando el corazón peninsular, con la antigua capital visigoda por eje y núcleo, se repartía con la de Badajoz, más de la mitad del al-Andalus. Estrechas vinculaciones le unen, no sólo con los acontecimientos que en este siglo cam­ bian la fisonomía de la Reconquista, sino también con el de Badajoz, que en determinados momentos llegó a constituir lo que pudiéramos llamar reino de Badajoz-Toledo. Supone mu­ cho, que Alfonso V I compartiera su destierro en la gran ciu­ dad, codeándose con al-Ma ’ mun, pues no en balde cruzaría, en agraz, por su mente, los posteriores sucesos de Zamora con ¿u hermano Sancho, y la ulterior conquista de la ciudad. Con ello el reino de Toledo se encadena en su fluir histórico a su­ cesos de irreversibles coyunturas. P e la tribu beréber de Hawwara — procedentes de la gran rama Albutr o de la Baranis, que en ello nunca estuvieron de acuerdo cronistas y geográfos— , solariega de las costas tri; c l::anas, se nutrieron los batallones de Tariq que tomaron la península. Siguiendo lo que luego fué normativa general de la c onducta beréber en el asentamiento hispánico, se instala-

r:n los Hawwara en las zonas más agrestes y montuosas de


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nuestra geografía (35), y este determinismo geológico debió influir en el ya antiguo carácter levantisco, indómito, de franca rebeldía, del que dieron buenas muestras desde los primeros tiempos de su fijación en la península. Flanqueados principal­ mente hacia el Este, de ellos los Banu Di ’ n-nujn buscaron y permanecieron sobre los alfoces de Santaver; los Banu Razin tomaron el llano anfiteatro de las agrias crestas turolenses, que quedaron bautizadas con su nombre hasta nuestros días: Albarracín; y otros, de la familia, com o los Maslata, se corrie­ ron aún más al Mediterráneo, donde dejaron su huella en la actual Mislata, en los alrededores de Valencia (36). De la familia rebelde de Santaver, procedía Isma ’ il, a quien en el 1043 sucedió Yahya b. Isma ’ il al-Ma ’ mun, que reinó treinta y dos años sobre el gran reino toledano. Buen guerrero al-Ma ’ mun, tomó Valencia y Córdoba, aunque fué tributario de Fernando I, com o también lo era el rey de Bada­ joz. Arrigo de Alfonso VI, lo recibió en el destierro después del desastre de Golpejera, y es en la imperial ciudad donde A lfon­ so, bajo la hospitalidad del toledano, ventea, con olfato inqui­ sidor, la tragedia de Zamora, que haría cambiar el curso de la historia. Es allí, donde, entre perseguir a los jabalíes por las silvestre riberas del Tajuña, o guerrear junto a los moros de al-Ma ’ mun (37), entre las fiestas regias de su protector, admi­ radas en todo el al-Andalus, Alfonso husmea también su gran objetivo, que, de igual modo, doblará el curso de la historia medieval, porque si en sus manos no hubiere sido Toledo, tampoco acaeciese Sagrajas, portón por el que se colaron los almorávides. La conquista de la capital visigoda maduraba en la mente de Alfonso, com o cuenta la Crónica General: “ El (35) LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. cit. IV, pág. 52 y V, página 191. (36) C. E. DUBLER, “über berbersiedlungen auf der Iberischen Halbinsel”, en Románica Helvética, Band, 20, 1943, rec. Oliver Asín, en Al-Andalus, T. VIII, 1943, pág. 265. (37) M ENENDEZ PIDAL, La España del Cid, ob. cit, T. I , pá­ gina 177.


LAS TAIFAS DEL SIGLO X I

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rey don Alffonso ueyendo el bien et la onrra daquel rey Almemon et de como era sennor de grand caualleria de moros et :de la mas noble cibdad que en tiempo de los godos fue, comengo a auer grand pesar en su coragon et de cuedar como la podrie sacar de poder de los m oros” (38). En el Toledo sarraceno, en cuyas estrechas y gusaneantes callejas hormi­ gueaba una población dispar, la cristiandad perseveraba y florecía, con metropolitano, clerecía, parroquias y templos 1 39), y ello, entre almimbares y jutbas, confortaría, acreciendo, los ánimos del gran rey. En 1075 sucede a al-Ma ’ mun su hijo Yahya b. Isma ’ il b. Yahya al-Qadir, en cuyo cetro el reino toledano declina irremisiblemente (40). Presionado tributariamente por A lfon­ so VI, se equivoca con sus colaboradores, a los que asesina, y huye. Córdoba y amplias zonas del Sur le son arrebatadas por el sevillano. El reino queda vacante, y se ofrece y lo toma el rey de Badajoz ’Umar al-Mutawakkil, y en manos de este príncipe esclarecido, aunque por poco tiempo, Badajoz y To­ ledo se juntan en la misma corona. La posterior salida del aftásida pone en peligro a Toledo, que en 1085 cae definitiva­ mente en las manos codiciadoras de Alfonso VI. En Málaga, prepondera la familia hammudita que maneja casi medio siglo la península, y gobierna además Ceuta y Algeciras. Los hammudíes eran isidritas (41), descendientes ::or tanto del fundador de Fez. En 1016 ’A lí Ibn Hammud, que había obtenido el mando de Ceuta en el amplio reparto ::e los feudos de Sulayman al-Musta ’ in, en unión del grupo rebelde eslavo se adueñó de Málaga, y luego se hizo de Córdoba, apoyado por los beréberes que le proclamaron califa,

<38) Primera Crónica General de España, Edic. Menéndez Pidal, Madrid, 1955, T. II, pág. 503. '39) F. JAVIER SIMONET, Historia de los mozárabes de España, Madrid, 1897, pág. 668. 140) PRIETO VIVES, Los reyes de taifas', ob. cit, pág. 54. (41) AMBROSIO HTJICI, en Encyclopedie de L ’Islam, T. III, pá­ gina 150.


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con lo que vino a ser el primero — después de la restauración omeya— no marwanida, del al-Andalus (42). El juego de ’Alí con los dos bandos, produjo una inmediata escisión que des­ embocó en su asesinato en 1035. La muerte de los hijos de ’Alí alimenta unos años turbulentos en los que la dinastía fran­ quea su decadencia. Hasta 1043 el reino hammudí quedaba netamente dividido en dos facciones independientes: por un lado Málaga y Ceuta, que gobierna Idris II, hijo de Yahya y nieto de ’A lí Ibn Hammud, y por el otro Algeciras, a las órdenes de Muhammad. Idris II fué depuesto, pero rehabi­ litado por la intervención armada de los beréberes, aunque por poco tiempo. La expansión de Sevilla había liquidado a Alge­ ciras, y Málaga en 1057, tras su ocupación por el granadino Badis, pasa al reino de Granada. El reino taifa de Zaragoza atravesó por dos etapas, en las que, en una de ellas, se acrece su interés por la estancia del Cid y la colaboración del mismo. Desde 1017 a 1039 el reino está en poder de Tuchibitas, y desde éste a 1110 en que es to­ mado por los almorávides, en manos de los hudides. Constitu­ yendo las altas tierras zaragozanas la frontera superior del Califato, siempre tuvo por privilegio un espíritu indomable de independencia (43), y ahora, más que nunca, ese espíritu fecundaba en un reino de gran extensión territorial. Los Banu Tuchib, a cuyo tronco aristocrático pretenderán unirse familias beréberes, como los reyes de Badajoz, pertenecían a una pre­ potente familia árabe instalada en España desde la conquista (44). Reinan en la capital del Ebro con al-Mundir b. Yahya, a quien sucede Yahya b. al-Mundir al-M uzaffar— 1023 a 1029— y a éste el llamado Mu ’ izz ad-Dawla, asesinado en 1039, y cuya muerte provoca un motín en la ciudad (45) que es cal­ mado por Sulayman b. Muhammad b. Hud al-Musta ’ in, go­ bernador de Lérida, ocasión que aprovecha para fundar la (42) (43) (44) (45)

HUICI, en Encyclopedie de L ’Islcim, T. III, pág. 150. PRIETO VIVES, Los reyes de taifas; ob. cit, pág. 43. LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. cit, T. IV, pág. 211. PRIETO VIVES, Los reyes de taifas; ob. cit, pág. 45.


nueva dinastía en la región zaragozana. Los Banu Hud. des:endían de Hud, uno de los cinco profetas koránicos (40), y su familia se habría establecido desde los primeros momentos en la península. De los cinco que gobernaron el reino zarago­ zano, el de más interés hispánico es sin duda el tercero, Yusuf b . Ahmad al-Mu ’ tamin que solamente estuvo en el poder cuatro años y que hospedó al Cid en sus dominios. Su antecesor al-Muqtadir, constructor de la hermosa Alfaería zaragozana, había acogido al héroe castellano, muriendo poco después, en 1081. Mu ’ tamin, rey asceta, que mientras : :-ntemplaba sus inmensos tesoros recitaba máximas de pobreza 1 47), aliado con el Campeador, guerrea contra su hermano er. Lérida, continuando brillantes campañas, que llevan a una exaltación del Cid en Zaragoza, a quien se puede considerar : mo un auténtico conquistador de este reino, en el que convive (48). Sucede a al-Mu ’ tamin en 1085. Yusuf al-Musta ’ in. que traba con el héroe gran confianza y le acompaña en '.a expedición de Valencia; pero el cambio de rumbo impuesto por la victoria almorávide en Zallaqa priva al zaragozano de la presencia del Cid y su reino camina hacia el final, en cuya lucha impotente contra el exterior y sus propios súbditos, el sucesor ’lmad ad-Dawla fracasa definitivamente. Los beréberes sinhacha que acaudillaba Zawi b- Ziri, habían ■ornado la mejor parte — la parte del león (49)— en el reparto oue Sulayman al-Musta ’ in había hecho de sus dominios una vez afincado en la borrascosa Córdoba de los primeros años ¿el siglo xi. Les había correspondido toda la rica comarca de Elvira, con la espléndida vega del Genil, núcleo del naciente reino de Granada. Zawi llegó a la península hacia 1003 (50), (46) D. M. DUNLOP y A. J. W ENSINCK, en Encyclopedie de L'lslam, T. III, págs. 556 y 561. (47) M ENENDEZ PIDAL, La España del Cid, T. I, pág. 284. (48) Ibid, págs. 288-289. (49) LÉVI-PROVENQAL, Historia; ob. cit. T. IV, pág. 474. • 50) HADY ROGER IDRIS, “Les Zírides d’Espagne”, en al-Andas. volumen X X IX , 1964, pág. 46,


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y su actividad en favor de la causa beréber había sido ince­ sante. contribuyendo a la elevación al trono de Sulayman, esforzado paladín de la causa africana en la península. La kura de Elvira, comprendería poco más o menos lo que hoy es provincia de Granada (51), y este territorio formó la taifa granadina de los ziríes, capaz de sobreponerse al tiempo para ser el último reducto musulmán de España; de Elvira pasó la capitalidad a Granada, entonces conocida por “Granada de los judíos” (52), debido a la abundancia de ellos en el pequeño burgo de Darro que hermosearon los ziríes hasta hacer de ella la más hermosa perla del rico collar agareno- Hacia 1020 Zaw i se retira a Túnez, ignorándose la fecha de su muerte, acaecida de peste, según Ibn Hayyan (53). Su sobrino Habus b. Maksan b. Ziri se hace cargo en ese año del pequeño reino taifa, que lo gobierna hasta su muerte en 1038, dejando un principado floreciente y bien administrado, gracias a la colaboración del judío Samuel ha-Levi (54). Le sustituye Badis, que se anexiona parte de los estados de Zuhair y se ve obligado a luchar con el rey de Sevilla con suerte cambiante, pues si en princi­ pio logra vencerle en Ecija, el ilustre al-Mu ’ tadid se apoderó de territorios vecinos de gran valor. Al morir Badis sus dos hijos Tamin y ’Abd Allah gobernarían Málaga y Granada; es ’Abd Allah b. Buluggin b. Badis b. Habus b. Maksan b. Ziri el último rey ziri de Granada que combate bravamente en Sagrajas, una de las figuras interesantes de las taifas musulmanas. A pesar de su intervención bélica era por naturaleza cobarde, mal jinete, alejado de las mujeres pero entregado al placer, hasta abando­ nar prácticamente sus asuntos de gobierno, pero por el contra­ rio, buen poeta, calígrafo, versado en ciencias y en retórica, y pleno de goces espirituales: guardaba en un cofre un Corán escrito por su mano (55). Un poeta, viéndole cuidar de las for­ tificaciones de Granada, le compara a un gusano de seda (51) (52) (53) (54) (55)

HUICI. en Eneyclopedie de L ’Islam, T. I, pág. 1.036. Ibid, pág. 1.035. H. R. IDRIS, Les Zirides; ob. cit, pág. 57. Ibid.. pág. 64. Ibid, págs. 97-98,


tejiendo su capullo (56); y él mismo confiesa, cuando la campa­ ña de Aledo, su estado de inquietud y melancolía (57) que es, según Péres, el secreto del alma árabe andaluza (58). Su reina­ do estuvo lleno de turbias horas, de guerras y sobresaltos; la presión de Alfonso VI le hizo participar en la angustiosa lla­ mada a los almorávides, que acabaron por ser sus verdugos. Asediado después de Zallaqa, en 1090, no siguió la desgracia de al-Mutawakkil, sino que se le envió al destierro al sur de Marruecos, en Agmat (59). Allí escribió su al-Tibyan ’ an al­ lí adita al-kaina bi-dawlat Bani Ziri fi Garnata, conocida por sus memorias autobiográficas (60) que tan buena fuente son para la historia de este período. Las taifas eslavas estaban situadas preferentemente en las comarcas levantinas, siendo uno de los principales cabecillas el eunuco Jayran, que junto con otros oficiales com o Zuhayr o Muchahid, eran protegidos del hijo de Almanzor, que con ellos formaba el cuadro de administración del Califato (61). Jayran toma parte en los decisivos acontecimientos finales de Córdoba, en pro de una restauración hishamita. Desde 1012 a 1028 tuvo en su poder Almería y Murcia, y a su muerte le sustituye Zuhayr, hombre diestro y guerrero, que toma por visir a un desvergonzado y astuto individuo llamado Ahmad b. A bbas que le incita a la guerra con Granada, terminando en un descalabro que le cuesta la vida y al visir la cabeza, que le (56) PÉRES, La poesie andalouse, ob. cit, pág. 246. (57) Con el título Les “Mémoires” de ’Abd Allah, dernier roi Ziride de Granade, el profesor LÉVI-PROVENCAL, descubridor de los manuscritos, ha dado el texto árabe y la traducción de la obra del rey ziri titulada al-Tibyan ’ an al-hadita al-kaina bi-dawlat Bani Ziri fi Garnata. Los fragmentos aparecieron en Al-Andalus, vols. III, 1935, págs. 233-344; IV, 1935, págs. 29-143, y VI, 1941, págs. 1-65. La cita a que se refiere la nota se encuentra en el vol. IV, pág. 85. (58) PÉRES, La poesie andalouse; ob. cit, pág. 462. (59) LÉVI-PROVENCAL, en Eneyclopedie de L ’Islam, T. I, pá­ gina 45. (60) Vid. supra. nota 57. (61) LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. cit. T. IV, pág. 441.


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corta Badis (62). Muehahid, de origen cristiano y hombre vir­ tuoso (63), gobernó en Denia y ocupó las Baleares, incorpora­ das a su reino. Mubarak y Muzaffar, probablemente negros (64), se instalaron en Valencia hasta 1021, aunque el reino llegó a ser casi solamente la ciudad (65); más tarde se incor­ poró a Toledo, de donde volvió a separarse, hasta que fué ocupada por el Cid, y posteriormente pasó a los almorávides. A grandes rasgos esta era la situación política de las taifas del siglo xi.

(62) DOZY, Histoire\ ob. cit. Vid. Ap. II, Fragments d’une chronique des Muluk al-Tawa ’ if, en T. III, pág. 218. (63) PRIETO VIVES, ob. cit. pág. 34, (64) Ibid., pág. 39. (65) Ibid, pág. 40,




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ilustre profesor español Oliver Asín (69) mantuvo la identifi­ cación apuntada, cuya auténtica acepción había sido errada por Dozy. El profesor Oliver sostiene que el apelativo “ chato” podría ser rastreado toponímicamente a través de sinónimos que superviviesen en lugares badajocenses, señalando los de “ isla del R om o” en el río Guadiana, cercano a Badajoz (70), y el apellido Romo, conocido en la ciudad. Otros topónimos más son fáciles de situar, entre los que señalamos la “ Dehesa

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del R om o” (71), y en la ciudad un inmueble urbano desapa­ recido, que se conoció por “ la casa de la Rom a” , desde el siglo xvi (72). En cuanto al apellido Romo, según Argote de (69) El profesor OLIVER ASIN en su ponencia “Algunos aspectos de la historia árabe de Badajoz”, en el II Congreso de Estudios Ex­ tremeños, celebrado en Badajoz en Diciembre de 1968. (70) La “ Isla del Romo” se encuentra al N. E. de Badajoz, a pocos kilómetros, formada por dos brazos divagantes del Guadiana, en la desembocadura del afluente Guerrero. Fué, hasta la desamortización, de los bienes de propios de la ciudad, y en 1839 se la describía así: “Esta finca no tiene arbolado; siempre se ha arrendado a puro pasto hasta hace dos o tres años, que se dividió en suertes de a tres fanegas, para distribuirlas a los labradores cangueros de esta ciudad; linda con la charca de Aguas Frías, Isla Valdía, Guadiana y Prado Ruano; cons­ ta de treinta y cinco suertes a tres fanegas, que hacen un total de ciento cinco fanegas, y además el sobrante a pastos.” Vid. LINO DUARTE, Guerra de Extremadura y sitios de Badajoz, 1945, Ap. C, página 147. (71) La Dehesa del Romo se encuentra en el término de Badajoz, junto a la antigua Dehesa de Los Arcos, que fué aldea antigua y titu­ lar del condado de los Suárez de Figueroa, en donde se ubica el castillo de Los Arcos, vinculado estrechamente a esta familia. Se llama también Valle del Romo, y pertenecía hasta la desamortización al convento de Santa Ana, de esta ciudad. Vid. ibid. not. supra. Ap. J. página 216. (72) En el expediente de pruebas para el ingreso en la Orden de Santiago, del gran conquistador y descubridor extremeño Hernando de Soto, de 1538, declararon a favor del mismo los vecinos de Bada­ joz, Alvaro Romo y Hernando Romo el viejo, y Alonso Romo, bachi­ ller de leyes (exp. publicado en El adelantado Hernando de Soto, por ANTONIO DEL SOLAR Y TABOADA Y JOSE DE RUJULA, Badajoz, 1929, págs. 123-155). Indudablemente de alguna viuda o de alguna mujer con este apellido, procedería la denominación de esta casa, que estuvo situada en la Plaza de San José, y junto a los mu­ ros del castillo, aunque su exacto emplazamiento es hoy dudoso.

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Molina (73) aparece ya con linaje en personas que lo llevan en la batalla de las Navas de Tolosa, y en un alférez de D. Juan Manuel que combate en el Salado, en 1347; otras familias se instalan en Málaga y Guadalajara, y una rama pasa a Méjico. Un Ibn al-Aftas, aparece en Toledo en el siglo x i i ; se trata de un judío, Isahc Ibn al-Aftas, que figura en una escritura de compraventa de unas viñas en términos de aquella ciudad (74). Ibn al-Aftas era, a pesar de sus vehementes deseos de oscurecerlo, de origen beréber, pero su familia, eso sí, estaba fuertemente hispanizada, pues no en balde figura com o una de las primeras que aparecen en la invasión de Tariq en el siglo viii ; largos años de permanencia en el solar español les ha­ bían impreso este carácter. Pertenecían a la tribu Miknasa, que junto con las Matgara, Madyuna y Hawwara, había sido reclutada, según Ibn Jaldun (75), por el caudillo Tariq al iniciar la conquista de la península. Su emplazamiento en el Xorte de Africa ha sido determinado por el profesor Colín, según el cual (76), la tribu Miknasa dominaba las zonas ale­ dañas al río Muluya, que nace en las montañas Maritsan, en el Gran Atlas, y con un curso tortuoso y encajonado de casi seiscientos kilómetros desemboca en la gran bahía medite­ rránea; a su izquierda se dilata el abrupto territorio del Riff. Los Miknasa se distribuyen por el país hispánico, situán­ dose preferentemente en la región de Fahs al-Ballut, en los actuales Pedroches cordobeses. Según Ibn al-Jatib, había sido Ibn al-Aftas, quien escogió la región como dom icilio (77). (73)

ALBERTO

Y ARTURO

GARCIA CARRAFA, Diccionario

heráldico y general de apellidos españoles y americanos, Madrid, 1958. T. L X X V III, págs. 47-56. (74) F. PONS BOIGUES, Apuntes sobre las escrituras mozárabes toledanas que se conservan en el Archivo Histórico Nacional, Madrid, 1897, Doc. 26. (75) LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. cit, T. IV, pág. 52. (76) G. S. COLIN, en Eneyclopedie de L'Islam, T. I, pág. 1.390. (77) IBN AL-JATIB, A ’ mal al-A’ lam, en W IL H E M HOENERBACH, Islamiche geschichte Spaniens, Zurich, 1970, pág. 360; sobre el Fahs al Ballut, vid. Parte III.


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Miknasa produce topónimos en sitios muy distantes de la zona, como Mequinenza (78), o en sitios de gran influencia d>e los mismos, como la Miknasa extremeña, que se estu­ diará en su lugar oportuno. Tribu levantisca, com o todas las beréberes, participa en varios levantamientos contra el poder de Córdoba, a raíz del alzamiento general del Norte de Africa, que tuvo carácter religioso, y cuya respuesta se acusa inmediatamente en el país hispánico. La insurrec­ ción de Shaqya ’Abd al-Wahid, en pleno poderío de ’Abd al-Rahman, nos permite conocer cuán adeptos por lazos triba­ les resultan los beréberes situados entre Tajo y Guadiana, en su mayoría Miknasa. Shaqya, maestro de escuela, que se mueve por estas tierras, con su cerebro turbado por el fervor místico o alanceado de ciertas ambiciones (79), levanta bandera en estos territorios, en los que sostiene un duelo encarnizado con el Califa. Mérida, Coria y Medellín, ciudades donde preponderan ios Miknasa, se unen al rebelde místico, en cuyos recintos forti­ ficados resisten las embestidas del ejército califal al que entre­ tiene en varias escaramuzas por las zonas montañosas que marginan el Tajo, o los tramos oretanos del Guadiana, en los confines de la actual provincia de Badajoz. Shaqya al fin hubo de refugiarse en estos parajes; el Ajbar Machmu ’ a (80) refiere que a esta campaña se llamó “ la de la vuelta” y que Shaqya “ huyó hacia el país agreste” . Ibn al-Aftas era, pues, oriundo de Fahs al-Ballut. Aunque según hemos anotado, su origen era netamente beréber, el alcoholismo del poder y la erección dinástica, le hicieron pre­ gonar, de lo que también se vanagloriaron sus sucesores, una genealogía árabe de la que por completo carecían; se habían arabizado, desde luego, e incluso, como opina Dozy (81), den­ tro del conglomerado beréber del siglo, gozaban de una posi­ ción muy aislada. Estos versos de Ibn Saraf al-Qairawani (78) Cercana (79) (80) (81)

En Zaragoza, junto al río Ebro, en la confluencia del Segre. a la ciudad, más al Sur, se encuentra la Sierra de Mequinenza. LÉVI-PROVENCAL, Historia', ob. cit. T. IV, pág. 74. AJBAR M A C H M U ’ A ; ob. cit, pág. 99 trad. y 107 text. DOZY, Histoire; T. III, pág. 3.


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destinados a al-Muzaffar (82), indican cóm o en efecto los aftá-idas se gloriaban de su linaje, al cual alababan los poetas: Oh, Rey, que tú solo has dado a los Tuchibitas más gloria que los Nazaritas desean a los Qahtanitas. Sin tí, los Ma ’ adidas no tendrían adquirida la alta nobleza, aunque por ellos se han hecho ilustres Abu Darr y Gifar.

Pero su genealogía Tuchibí era falsa y no pasó inadvertida a historiadores com o Ibn al-Atir, ni a Ibn Hayyan, el cual siempre tuvo esta atribución por singular y extraña (83).

BREVE CRONOLOGIA POLITICA

No tiene lugar en este libro una historia política de los aftásidas que quedará para ocasión propicia, a fin de ser tratada con la extensión y profundidad que se merece; pero no obsta, que en esta primera parte, se haga una referen­ cia a su cronología, imprescindible para enmarcar panorámica­ mente el contenido de este libro. Sobre si el eunuco Sabur, a su muerte, dejó a Ibn al-Aftas el cuidado de sus dos hijos menores ’A bd al-Malik y ’Abd alAsis hasta la mayoría de éstos, le nombró heredero o por el contrario, Ibn al-Aftas, dueño de una situación ventajosa tomó las riendas del incipiente reino, consolidándolo en sus manos. (82) PÉRES, La poesie andalouse; ob. cit., pág. 91. (83) El error de Hooguliet, en su Specimen, ob. cit., pág. 19, de creer a los aftásidas como originarios de la tribu Tuchib, al igual que las familias que se irrogaron el poder en la Marca Superior, que apa­ recen en el tablero político de la España musulmana desde los prime­ ros tiempos de la conquista, fué repetido por M. RAMON M ARTINEZ en su Historia del reino de Badajoz durante la dominación musul­ mana, Badajoz, 1904, pág. 100. No hay tal genealogía en los aftásidas r.i existe relación tribal con estos Tuchibies que estudió DOZY, vid. RECHERHES; ob. cit., 3.a edic. 1881, T. I, págs 217 ss. Vid. HADY, ROGER IDRIS, “Les aftasides de Badajoz”, en al-Andalus, Vol. X X X , Ic-oo, págs. 277-290; PÉRES, La poesie andalouse; ob. cit., pág. 91, y PRIETO VIVES, Los reyes de taifas; ob. cit., págs. 43 y 65.


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es asunto en el que no tenemos propósito de polemizar. En ello los historiadores opinan de manera contradictoria y algunos incluso alegan que la ambición ciega del aftásida, le movió a ponerse al frente de sus tropas desde Mérida y hacerse procla mar rey en Badajoz (84). Pero lo que no deja lugar a dudas, es que Ibn al-Aftas, siendo los hijos de Sabur menores de edad, de una forma o de otra, instauró la dinastía aftásida, y se adjudicó el lakab de al-Mansur (85). Sabur, soldado valiente, pero con escasas dotes políticas y no muy abiertas luces mentales (86), tenía por ministro a Ibn al-Aftas, al que trece años de independencia en los países de la Marca del Guadiana, le hicieron hábil en el manejo del poder. Sabur se tituló, a partir del colapso omeya, como hachib, en el sentido que este vocablo engendraba (87), y así figura en su epitafio sepulcral conservado en Badajoz (88). Murió el 9 de Noviembre de 1022, tiempo en el que comenzó su reinado Abu Muhammad ’Abd Allah b. Muhammad b. Maslama, nues­ tro Ibn al-Aftas, que imperó sobre Badajoz veintitrés años. De su reinado, y en actividades bélicas, hay que destacar la lucha tenaz sostenida con el reino de Sevilla, en la frontera del Sur, que se estudia en su correspondiente capítulo: sublevada Beja, se mantiene un gran duelo por la ciudad, cuya frontera queda muy indecisa. Los ejércitos de Banu ’Abbad llegaron a efectuar incursiones hasta Evora, en el corazón del reino badajocense, y llenaron varios años de querella armada incesante. Hubo también Ibn al-Aftas de hacer frente a la sublevación de (84) M. R. M ARTINEZ, Historia del reino de Badajoz; ob. cit., pá­ gina 99. (85) ROGER IDRIS, Les aftasides; ob. cit., pág. 278; LÉVIPROVENQAL, en Eneyclopedie de L ’Islam ; T. I. pág. 249. (86) MOHAMED ABDULLA ENAN, The Petty Kingdoms, El Cairo, 1960, pág. 80. (87) Vid., supra, pág. 17. (88) En el Museo Arqueológico Provincial; la traducción del profesor Le vi-Pro ven gal (Inscriptions; ob. cit. pág. 54), es: Voici le tombeau de Sabur le hachib — qu’Allah luí fasse miséricorde!— Et il est décédé la veille du jeudi, dix nuits s’étant écoulées de sa’ban de l’année 413 -Et il témoignait qu’il n’y a d’autre Dieu qu’Allah.


Esta lápida de mármol, conservada hoy en el Museo Arqueológico de Badajoz, contiene el epitafio de Sabur; que en la desmembración del Califato omeya se alzó independiente en la capital del Guadiana. Su muerte, datada en la inscripción en el 413 de la Hégira (1022) abre el poder a los aftásidas.

Lápida funeraria de al-Mansur, instaurador de la dinastía aftásida en Badajoz, que se conserva en el Museo Arqueológico de la capital. Su muerte aparece fechada en el 437 de la Hégira (1045). (Texto en las páginas 32 y 33). i.Fotografías .- del autor.)



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Con el título de al-Muzaffar Sayf ad-Dawla Abu Bakr b. alAftas, según le llama Ibn Zaydun (95), asume el gobierno de Badajoz, a la muerte de su padre, el segundo de la dinastía. Quizá el príncipe más esclarecido de ellos, menos poeta que su hijo, pero más versado e intelectual que todos. La corte de Badajoz alcanzó con él su más alto nivel cultural, cuyo eco ha de reflejarse extensamente en cronistas y poetas. Pero la m o­ neda no tenía sólo esta cara brillante; la otra era la guerra implacable que al-Muzaffar sostendrá principalmente con los cristianos. Empero, no turba la querella armada el floreci­ miento literario, ni impide, antes al contrario exalta, la imagi­ nación inspirada de los poetas badajocenses. A dos enemigos poderosos tiene que hacer frente el aftásida. Uno el sevillano al-Mu ’ tadid, que le bate en los terrenos más interiores de sus fronteras, y el otro, con el que la lucha se hace ineficaz, Fernando I, que le arrebata en brillantes cam­ pañas las zonas septentrionales del reino, desde 1055, apenas cesadas las hostilidades con el sevillano. Los historiadores árabes — Ibn Hayyan e Ibn Bassam— hicieron de él extensos elogios (96). Su espléndida biblioteca de palacio los mereció, y sobre todo su obra “Al-M uzaffariyya” que Pons (97), y otros, como recientemente Idris (98) la tienen por desaparecida, aunque el primero advierte con nota de Co­ dera que una parte se encontraba en Fez. Parece que unos frag­ mentos de esta obra han llegado a la actualidad o han sido co ­ nocidos por el profesor cairota Enan (99). ’Abd al-Wahid, más tardíamente, decía que era el más aficionado de los hombres a “ todas las ciencias de la literatura, sobre todo a la gramática” . Al-Muzaffar dejó al morir dos hijos, Yahya, que volvió a (95) ROGER IDRIS, Les aftasides; ob. cit., pág. 280, not. 12. (96) FRANCISCO PONS BOIGUES, Ensayo bio-bibliográfieo sobre los historiadores y geógrafos arábigo-españoles, Madrid, 1898, pág. 140. biog. 107. (97) Ibid., ob. cit., pág. 141. (88) ROGER IDRIS, Les aftasides', ob. cit., pág. 280. (99) ABDULLA ENAN, The P etty, ob. cit., pág. 86.


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titularse al-Mansur, y ’Umar, que utilizó el lakab de al-Mutawakkil. No parece probable que el sucesor en el reino de Badajoz fuera solamente Yahya, sino que como cree Idris al interpretar un pasaje de Ibn al-Jatib (100), resultasen los dos hermanos herederos territoriales del gran Muzaffar. Tampoco es descartable la idea, de que ’Umar, por entonces gobernador de Evora, se alzase contra su hermano en el poder (101), cosa que era muy frecuente en los reinos cristianos. Dividido el reino, el poder de cada uno alcanzaría a determinadas ciuda­ des de influencia, y no cabe pensar en una auténtica división geopolítica al estilo de como creen algunos historiadores (102), y como en los reinos cristianos había ocurrido con el testa­ mento de Fernando I. Pero es históricamente cierto que entre los dos herma­ nos se encendió una guerra que dejaría, con los desastres fronterizos del exterior, extenuado el reino aftásida para algunos años- Cada bando encontró sus correspondientes ayu­ das de fuera: los toledanos apoyaron a Yahya, y los sevi­ llanos a ’Umar. La muerte súbita de Yahya marcó el final de esta querella fratricida. La fecha del óbito es dudosa, debién­ dose aceptar como menos polémica la de 1072, pues la de 1067 dada por Dozy debe ser rechazada; Muzaffar murió en 1068, y el óbito de Fernando I ocurrió tres años antes (103); tam(100) IBN AL-JATIB, A ’ m al; ob. cit., pág. 362, dice: “Después de la muerte de al-Muzaffar, sus hijos ’Umar y Yahya se hicieron cargo de la regencia” ; ROGER IDRIS, Les aftasides; ob. cit., pági­ na 285. (101) ABDULLA ENAN, The P e tty ; ob. cit., págs. 86-87; LÉVIPROVENCAL, en Eneyclopedie de L ’Islam, T. I., pág. 250. (102) M. R. M ARTINEZ, Historia del reino; ob. cit., pág. 126. (103) IBN AL-ABBAR, Ai-Hulla al-Siyara, trad. portuguesa de fragmentos de la edic. de Hussain Mones, 1964, por el Dr. Martín Velho, en A cidade de Evora, Boletim da Comissáo Municipal de Turismo, 1965-67, núms. 48-50, págs. 93-100. Según el cronista árabe Muzaffar muere en el 460 H, es decir, el 1068. La muerte de Fernan­ do I está datada por IBN AL-JATIB, A ’ mal, en HONERBACH, ob. cit., pág. 362, en el año 458 H, cuya fecha 25 muharram corresponde a 1065; la de 1067 de Yahya, vid. DOZY Histoire; ob. cit., T. III, pág. 239; Cfr. IDRIS, Les aftasides; ob. cit. pág. 284, nota 29, en cuanto a las razones numismáticas que pueden manejarse.


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bién es recusable la de 1081 (104), a sólo cinco años de Zallaqa, teniendo en cuenta los sucesos por los que atraviesa el reinado de ’Umar. A la muerte pues, de Yahya, ’Umar se hace cargo del reino, restablece la autoridad entre sus súbdi­ tos y perfecciona la unidad política, territorialmente diezmada por los ataques cristianos y las escaramuzas del Sur. ’Umar al-Mutawakkil fué el último aftásida. Con él terminó el reino de Badajoz, que en setenta y tres años había convo­ cado a la ciudad a una auténtica fiesta de poesía y cultura, que culminó en sus años postreros. Porque ’Umar, que hubo de guerrear contra la avalancha indomable de los leoneses, entregó, en contraste, a su corte, al placer desbordado de los poetas. En la historia de Badajoz, en los luengos años de su discurrir histórico, desde los aftásidas, no se registra un siglo en el que haya habido mayor número de poetas o mayor calidad en sus producciones, ni más amantes del placer cor­ tesano pleno de ocios espirituales. Badajoz, corte de poetas, es, en ese tiempo, ejemplo inimitable. Dos decenios duró el reinado de ’Umar, en los que hubo de hacer frente a pruebas irremediablemente trágicas. La pér­ dida de Coria en 1079 representa de una manera vivísima y formal que los ejércitos de Alfonso VI están decididos a una ofensiva, cuya iniciativa resulta incontenible; en 1085 cayó Toledo, prólogo del trágico porvenir que espera a las “ taifas” musulmanas. Sea que el badajocense pidió ayuda al caudillo almorávide, sea que lo hiciera de manera más formal el sevi­ llano al-Mu ’ tamid, el resultado fué que las huestes de Yusuf b. Tashufín pasaron el Estrecho, decididos a resolver la situa­ ción, pero también con las miras en la invasión del al-Andalus por su cuenta. Zallaqa en 1086 representa la respuesta musul­ mana a las audacias de los cristianos; Alfonso, quedará fre­ nado en su iniciativa, pero Zallaqa es el golpe definitivo de ’ Umar, que no va a terminar en manos leonesas, sino a las (104) M. R. M ARTINEZ, Historia del reino; ob. cit., pág. 140; la fecha de 1072 ha sido dada por ABDULLA ENAN, The P etty; ob. cit., página 87.


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Centinelas del Guadiana, las torres de la Alcazaba badajocense, en pie, aguan­ tando el paso de los siglos, evocan el reino moro de los aftásidas. Las que se con­ servan actualmente son obra almohade, construidas por el Califa Abu Ya'qub Yusuf hacia 1169, pero fueron montadas sobre las que en 1030 había reedificado al-Mansur Ibn al Aftas. En la fotografía superior se aprecia el boquete, donde es­ taba una bellísima puerta de acceso, lamentablemente demolida a principios de siglo para facilitar el paso a una carretera de servicio. (Fotografías: del autor.)


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propias manos de sus aliados, que en las de Sir Bakr dejará su vida en 1095, junto a sus hijos Fads y ’Abbas, camino de Sevilla, que era el del destierro. ’Umar. acaso, en ese momento, pareció a la bíblica Lot, mirando al fondo a su Badajoz amado, que se hundía como su vida, con sus fiestas, sus goces y sus versos, sus placeres amables y rientes de la campiña feliz; ya para no volver más que por las evocadoras sendas de la nostalgia.

II EL REINO BADAJOCENSE Sobre un extenso territorio, cuya evolución fronteriza ocupa una parte de este libro, gobernaron los príncipes aftá­ sidas. Se dilataba el reino por el Norte hasta las márgenes del Duero, y por el Sur, hasta la taifa de Sevilla, cuando ésta ensanchó sus dominios a costa de sus débiles vecinos. La costa atlántica era la frontera del Oeste, y hacia la altura apro­ ximada del cabo de Sines, la línea meridional divisoria, flan­ queaba el alfoz de Beja —ciudad de larga polémica— , y donde el río Ardila confluye al Guadiana, avanzaba por los flancos septentrionales de la compleja serranía de Aroche, penetrando en Sierra Morena, junto a Cazalla, relativamente cerca de Córdoba. Por el Este, y hacia el Sur, bajaba la raya fronteriza desde las altas tierras transdurienses, vacías y des­ pobladas, marginando la taifa de Toledo, y casi partiendo en dos a las actuales provincias de Badajoz y Cáceres. El curso del Guadiana quedaba fracturado algo más allá de Mérida, y hacia el Sureste, el territorio mordía los picos de Fahs al Ballut. En 1081, el último aftásida, reina provisional­ mente en Toledo, pero es después de la caída de la imperial ciudad, en 1085, cuando los cristianos se quedan con más de la mitad de la taifa toledana, y el Sur de la misma, desde el Tajo, queda incluido en los dominios de Badajoz y Sevilla. El reino aftásida se expande así hacia el Este, alcanzando


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las anchas tierras de La Serena badajocense, la montuosa comarca de Cijara y los macizos oretanos de Almadén. Así pues, resulta, que el reino aftásida comprendía, dentro de la actual extensión de la nación portuguesa, casi un setenta por ciento de su total, que junto a las mitades aproximadas de las dos provincias extremeñas hispánicas, y retazos de Ciudad Real, Córdoba y Huelva, sumaban una extensión de casi 90.000 kilómetros cuadrados. Algo más que la superficie lusi­ tana actual. De la actual Portugal comprendía la casi totalidad de las Beiras, la Litoral. Alta y Baja, excepto la Trasmontana unida al reino de León; Estremadura, el Ribatejo y casi todo el Alemtejo, ya que partes del Bajo quedaban unidos a Sevilla. De la actual España, se encerraban en sus fronteras la mitad de Cáceres, casi las tres cuartas partes de Badajoz, y según se ha dicho, terrenos de las otras provincias colindantes. Pero no debe interpretarse esta extensión superficial, bajo el poder de una familia, surgida de un fenómeno de carácter emancipatorio, con criterios políticos modernos; se llegaría a una concepción inadecuada, cuya naturaleza política no es discutible en estas páginas. Ciertamente que en el Califato había una idea nacional territorial que fecundaba el celo re­ ligioso con vivísimas vehemencias, pero la conducta seguida por las diversas taifas las configuraba, en este sentido, con cierto carácter secundario, supeditado, de energías sin futuro y sin ambición. Colocados fatalmente entre el Califato fraca­ sado y la dinámica naciente de los cristianos, entre éstos y el nuevo virus africanista de los enfervorizados almorá­ vides, los reinos de taifas hay que situarlos históricamente com o islotes de interregnos, com o una holganza o pausa elásti­ ca a períodos de presión medular. Sus querellas fronterizas no pasan de ser, aunque incansables y obstinadas, conflictos per­ sonales entre vecinos; la guerra no tenía para ellos el sentido de cruzada nacional como en Almanzor. y cuando necesitan un poder que haga frente a los cristianos, acuden a los almo­ rávides. Su conducta áulica no pasa de un discreto sentido Qortesano, que se esfuma en la embriaguez de la poesía y la


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fiesta. Ya vimos que no se atrevieron a titularse Califas, a pe­ sar de su independencia, y de que Córdoba no volvería a resucitar. Sin embargo, hay que aceptar com o hecho físico, com o ente histórico, la realidad de los reinos taifas, y su perseverancia, a trancas y barrancas, a mordiscos cada vez más dañinos de sus fronteras. Hay pues, un conjunto geopolítico, en el que pulula una demografía variada, en el que las lindes se defien­ den con más o menos eficacia, en el que tiene lugar una animada vida mercantil y social, y en el que las ciudades y focos de población personalizan su papel en el teatro histórico que les tocó vivir. En territorio tan dilatado, que hasta el siglo pasado tuvo extensiones despobladas casi completamente, y aún hoy, la demografía en algunas partes es muy escasa, las zonas vacías eran amplias y afectaban a varios espacios geográficos. Los aledaños al Duero, sobre todo hacia el Este de Lamego, eran tierras m uy desocupadas, como consecuencia de los constantes conflictos bélicos: tierra de frontera, tierra que había sufrid* las aceifas, las razzias incesantes. Lo mismo, o casi lo mismo, ocurría con el Sur, en donde la ciudad de Beja había quedado durante un tiempo arrasada. Otras comarcas “los grandes es­ pacios vacíos” de la crónica (105). aparecían sin vida humana, debido a la escasez de núcleos urbanos y a la selvatiquez de sus zonas montuosas. Así estaban, por ejemplo, las largas tie­ rras de la Serena extremeña actual, de la Siberia y lugares limítrofes oretanos; sólo alguna que otra pequeña villa, y los castillos roqueros emplazados estratégicamente, al­ bergaban al guerrero. La vida bullía en las poblaciones situadas preferentemente en zonas ricas de com ercio o agri­ cultura, y sus nombres y características las hemos de ver referenciadas abundantemente en las fuentes geográficas que (105) IBN AL-QUTIYYA, Iftihah ta ’ rij al-Andalus, Historia de la conquista de España, edic. y trad. de Julián Ribera. Colección de obras arábigas de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1926, T. II, pá­ gina text. 89, trad. 74.


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hemos utilizado: Santarem, Coimbra, Evora, Lisboa, Coria, Mérida, Badajoz, capital aftásida. Las ricas y prósperas comar­ cas, alabadas continuamente, ocupaban, com o hoy, preferen­ temente las vegas fluviales del Tajo y Guadiana: Balata, en la plana de Santarem; la vega del Mondego, en Coimbra; los secanos de Badajoz. La actividad mercantil se centraba en los núcleos urbanos más importantes, y junto a los puertos de mar, donde la actividad constructora de navios en Alcacer do Sal, por ejemplo, tenía cierta importancia. Todo ello será la atención de este libro, como tema fundamental. De manera parecida, y en líneas generales, a la variada etnia común del al-Andalus el reino badajocense albergaba en sus fronteras una heterogénea población. Mozárabes, muladíes, judíos, árabes y sobre todo, predominando, beréberes, com po­ nían su cuadro social, latente sobre el viejo solar turdulo-céltico, que había seguido los pasos de la romanización y la in­ tensa etapa visigoda.

LOS MOZARABES

Los mozárabes, siguiendo la pauta de su configuración so­ cial de agregarse en focos comunitarios, estaban situados en núcleos urbanos importantes, más densos en ciertos sitios que en otros. A l amparo de la tolerancia de los reyes de taifas, época de verdadera liberación para ellos, después de las tribulaciones pasadas y las que les vendrían con los almo­ rávides y almohades, los mozárabes se mantenían perse­ verantes en todo el reino badajocense. Los había formando importante comunidad en Mérida, con Obispado en Badajoz posiblemente (106), en Evora, Beja, y sobre todo en el Norte, (106) Sobre la probabilidad del obispado mozárabe en Badajoz, véanse TIRSO LOZANO RUBIO, De Historia de Badajoz, Apéndices a la Historia del Dr. Mateos, Badajoz, 1930, págs. 347-390; RODRIGO DOSMA, Discursos patrios; ob. cit., págs. 120-128; VICENTE BA­ RRANTES, Aparato bibliográfico; ob. cit., págs. 173 y ss. y Catálogo razonado y critico de los libros, memorias y papeles que tratan de las


La Serena, mostrándose en la desnuda y apasionante geología de sus calveros y hondonadas, sin árbol ni sombra, en los confines orientales del reino badajocense. Por estas tierras vacías, a las que se refirió la crónica del Ajbar Machmu'a, en el siglo x, deambuló Ibn Marwan, fundador de Badajoz, después de la aciaga batalla de Alange. (Fotografía: del autor.)


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junto a las fronteras cristianas. La Beira estaba prácticamente mozarabizada (107), y la extensa colección de documentos mozárabes en esta zona, revela la importancia demográfica de su expansión. Tanta, que veremos su estrecha colaboración con Fernando I en las conquistas de las principales ciudades del Norte aftásida. El conde Sisnando. que tan gran papel desempeña en ellas, mozárabe e hijo de mozárabe, influencia toda la comarca, y después de la conquista se le llama a estos territorios los reinos del Andaluz (108). Se dice de este mozarabismo que influencia de vivo color arábigo los documentos provincias de Extremadura, Madrid, 1865, págs. 40-41; J. SOLANO DE FIGUEROA. Historia eclesiástica de la ciudad y Obispado de Badajoz, Badajoz, 1930, I part. T. II. págs. 229-238; M. R. M ARTINEZ, Historia del reino, ob. cit., págs. 77 y s s .; J. LOPEZ PRUDENCIO, Extrema­ dura y España, Badajoz, 1929, nota G. pág. 300; F. J. SIMONET, Historia de los mozárabes de España, Madrid, 1897-1903, Apéndice V, en el que reproduce el Código conciliar con las Divisiones eclesiásti­ cas de España, y H. FLOREZ, España sagrada, Madrid, 1905, T. XIV, páginas 251-257. Que el clima de las cortes de taifas era propicio a los mozárabes no cabe duda— según Simonet— y que por tanto, a pesar de la negación rotunda de López Prudencio, de considerar absurdo que un muladí como Marwan pudiera incluso permitir el obispado, cosa que en parte aceptan Martínez y Lozano Rubio, era posible, parece evidente. Los argumentos enumerados por los defensores del obispado mozárabe en Badajoz son, la citación del mismo en el documento conciliar dado por Simonet, en el tan discutido epitafio de Daniel, en el monumento lapidario que vió Dosma, en cuyos versos acrósticos figura el nombre del Obispo y cuya autenticidad ha sido discutida, y en la lápida con­ memorativa de 1149 de la consagración de la iglesia de San Isidoro, de León, en donde figura un Raimundo, Obispo pacense (?). De ser cierto este obispado según la opinión del padre Fita — Lozano, 375— desaparecería por la acción de los faquíes almorávides hacia media­ dos del siglo x i i , datación que pudiera confrontarse con el mártir a que alude la lápida del año 1145 encontrada en Badajoz y reproducida por Lévi-Provencal, Inscriptions, ob. cit., pág. 56. Interpretando el texto de Dosma, Lozano, pág. 361, trata de situar una catedral mo­ zárabe aproximadamente donde hoy se ubica la actual. (107) J. LEITE DE VASCONCELLOS, Etnografía portuguesa, Lis­ boa, 1958. T. IV, págs. 283 y ss. (108) Ibid., ob. cit., pág. 290.


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que se extienden en el territorio (109). Los lugares referenciados en los instrumentos escritos desde el siglo x, alusivos a a la región, atestiguan la convivencia de estos elementos den­ tro del dominio musulmán. Así, por ejemplo, se encuentra una serie de donaciones al Monasterio de Lorváo desde el 943 en adelante, al que se le agregan las villas de Tentugal, Cendelgas y Oleastrelo, y buena parte de inmuebles situados junto al castillo de Lamego; en 1016 su abad adquiere propiedades territoriales a un moro llamado “ Mohomat Ibn Abderahm en” (110). El cenobio de Vacariga se enriquece en 1036 con mu­ chas aldeas y una casa en el castillo de Penacova, donadas por una Natalia y su hija Palmella (111), y al realizarse la con­ quista del rey Fernando, los monjes de este monasterio se ven obligados a realizar un inventario de sus bienes, en el que se descubre la cantidad de poblaciones que alcanzaban (112). Ello hace pensar a Herculano, que si sólo uno de estos monas­ terios tenía tal número de propiedades, los demás que existie­ ran, llenarían indudablemente de elementos mozárabes toda la región (113). La onomástica mozárabe distribuida por el reino badajo­ cense nos permitiría situar focos donde éstos dejaron rastro. Sería preciso planificar toda la extensa gama de vocablos pro­ cedentes de ellos, para posibilizar el sustrato mozárabe que en las regiones que se estudian es de la mayor importancia y tiene más extensión que la que pudiera aparentar en una simple ojeada. El dialecto mozárabe sufrió grandes transformaciones como consecuencia de la avanzada cristiana, pues los recon­ quistadores adaptaban fonéticamente a su lengua la toponimia mozárabe existente y el uso de aquella tenía, como en toda la (109) LUIS GONZAGA DE AZEVEDO, Historia de Portugal, 1940, T. III, págs. 18 y ss. (110) LEITE DE VASCONCELLOS, Etnología, ob. cit., pág. 286. (111) Ibid , ob. cit., pág. 287. (112) A. HERCULANO, Historia de Portugal, Lisboa, 9.a edición, Tomo VI. pág. 307. (113) Ibid-, ob. cit., pág. 308,


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extensión cristiana, adaptaciones locales que prestan su in­ flujo. En ese lenguaje de reconquista, que llena de topónimos los terrenos que las armas adquieren, y que ocasiona una riquísima y específica gama de Norte a Sur, hay, como anota el insigne maestro Menéndez Pidal, más que una lengua pri­ mitiva, una lengua emigrada, llevada por los caballeros que toman parte en la acción bélica y repobladora (114). Algunos topónimos nos permiten conocer lugares específicos, fuera de los focos importantes donde éstos se centralizaron; así en el actual Alemtejo encontramos en Alcagovas un Monte Moncarve (115), y por un documento de 1262 (116) sabemos que la actual villa de Vila Boim, cercana a Elvas, se llamó Fonte de Mozarabe “Villa Voyn in termino de Elvis, que antea de Mozarave vocabatur” , cuyo topónimo se repite en un monte vecino llamado Mogarava; Mongarvía, Monzaravía o Mongervía existen en la zona de Lisboa, en Sintra y en Alenquer (117).

LOS BEREBERES Y SU H U ELLA

Pero el elemento cortical preponderante, era naturalmen­ te el árabe, más exactamente el beréber, que en esta época estaba fuertemente hispanizado. Ya aludimos al principio que los mayores contingentes que habían engrosado tanto los efec­ tivos militares, como los aludes migratorios, eran beréberes. Arabes que habían formado en las filas de Tariq se insta­ laron en Beja, según cuenta el Jacubí (118), pero también en esta ciudad, que desde el principio se hallaba constituida (114) R. M ENENDEZ PIDAL, Orígenes del español, Madrid, 1968, 6.a edic., págs. 435-436. (115) LEITE DE VASCONCELLOS, Etnografía; ob. cit. T. IV, página 281. (116) Ibid., ob. cit., pág. 281. (117) Ibid., ob. cit., pág. 282. (118) Cit. JOSE ALEM A N Y BOLUPER. “La Geografía de la penín­ sula ibérica en los escritores árabes”, Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 1919, T. IX, pág. 118.


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en distrito militarizado, estaban los chunds egipcios que en el siglo viii se habían rebelado proclamando la soberanía de los ’Abbasidas (119). Tribus de los dos grandes grupos que integran la gran familia beréber, los al-Butr y los Baranis, se instalan en los territorios que más adelante serán del reino aftásida. Los pri­ meros, habitualmente nómadas, camelleros, pasan desde su tierra de origen libio a las regiones del Oeste marroquí, y luego a España (120); los segundos, sedentarios y montañeses, asen­ tados principalmente sobre las Kabilias y Constantina — la actual Argelia— toman en España con preferencia, las tierras duras de la serranía. Los Miknasa, del grupo al-Butr, de cuyo tronco descienden los aftásidas, los hemos ya citado sobre los actuales Pedroches, en el Fahs al-Ballut (121). Baranis hay en las intrincadas sierras oretanas de Almadén, donde quedan su nombre en los montes que rodean la ciudad (122), y de este grupo, elementos de las tribus Kutama y Masmuda aparecen en el corazón de Badajoz, donde en el siglo ix, el masmudí Ibn Takit expulsa de Mérida a los Kutama (123). Pero la tribu más extensa territorialmente, y que durante dos siglos aguanta los embates de los cristianos, es la de Nafza, también de los al-Butr, perteneciente al extenso grupo — Ibn Hauqal cita más de cincuenta familias (124)— de los Zanatas, guerreros indómitos, de los que el poeta Ibn Darrag dijo “ tienen por fuego un sable y por víctimas los cráneos de aquellos que les com baten” (125). Estos berberiscos ocupan la amplia comarca badajocense entre Tajo y Guadiana, al Este de (119) A L HIM YARI, Kitab ar-Rawd al-Mi’ tar, trad. de María Pilar Maestro González, Valencia, 1963, pág. 78; DOZY, Histoire, ob. cit., T. I, pág. 169. (120) G. S. COLIN, en Encyclopédie de l’Islam, T. I., pág. 1.390. (121) Nota, supra, pág. 1.068 y Parte III. (122) Vid. infra. Parte III. (123) DOZY, Histoire; ob. cit., T. II, pág. 56 (124) IBN HAUQAL, Kitab surat al-Ard, Configuration de la terre, trad. de J. H. Kramer y G. Wiet, París, 1964, T. I, pág. 103. (125) Cit. PÉRES, La poesie andalouse; ob. cit., pág. 352.


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Mérida, y principalmente en los alrededores de Trujillo, sobre las estribaciones montañosas de las ásperas Villuercas, que por Logrosán, enlazan a los campos graníticos trujillanos y a las altas sierras de Santa Cruz y Montánchez. La ciudad de Nafza, fortificada, perteneciente a la tribu, se encontraba en esta re­ gión y junto al Guadiana, quizá no m uy alejada de Mérida. La citaron los geógrafos Istajrí, com o ciudad beréber del al-Anda­ lus (126), e Ibn Hauqal la consideró como plaza de defensa en la Marca inferior junto a Mérida, que con Guadalajara y T o­ ledo, frente a las dos ciudades gallegas de Zamora y León, defienden los dominios musulmanes (127). Aparece frecuen­ temente en las Crónicas cristianas durante las campañas de Alfonso III el Magno (128), de donde se colige la importancia que com o castillo o plaza fuerte tenía para los combatientes. El castillo de Umm Cha ’ far, hoy conocido por Castilnovo o La Encomienda, a orillas del Guadiana (129) perteneció a un cabecilla de los Nafza, llamado Zu ’ al ben Furaniq, que combatió contra Alfonso III al aliarse con el sublevado Ibn al Quitt, predicador de un movimiento político-religioso que hizo innumerables adeptos entre estos beréberes (130); los Banu Furaniq eran los capitostes principales de los Nafza. Estas tribus beréberes han dejado huella en las comarcas que constituyeron el solar de los aftásidas en los onomásticos que actualmente perduran, si bien algunas de ellas vinieron más tarde bajo las banderas almorávides y almohades. Pero sobre el tablero físico de nuestro suelo, hoy fragmentado en provincias españolas y distritos portugueses, quedan arraiga­ dos estos nombres sonoros, evocando el paso de los guerre­ ros islámicos, y dando a nuestros burgos un acento de mar­ ciales resonancias. Los Zanata dejaron su apellido en el topónimo La Gineta, nombre de una dehesa junto a la ciudad de Badajoz, según (126) (127) (128) (129) (130)

Cit. ALEM A N Y BOLUFER, La Geografía; ob. cit., pág. 124. IBN HAUQAL, Kitab surat; ob. cit., pág. 110. Vid. infra. Parte II. Vid. infra. Parte V. LÉVI-PROVENZAL, Historia; ob. cit., T. IV, págs. 242-243.


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propuso Dubler (131) que revisó la mayoría de estos nombres berberiscos. Tenemos que añadir otro igual en Cáceres, y otro en tierras portuguesas, distrito de Castelo Branco. Por su parte, el profesor Oliver Asín duda de esta relación, debido a la vigencia de la voz ginete dentro del vocabulario hispá­ nico (132). Desde luego esta voz tiene su ascendencia en la tribu beréber, pues sus miembros eran ágiles caballistas que peleaban con lanzas cortas y cuyos escuadrones figuran reclu­ tados en los ejércitos que combaten en la península, de los que más tarde se ha derivado el estilo ecuestre de la gineta — “ caballero a la gineta”— y otras modalidades que encontra­ mos reflejadas abundantemente en la literatura. Asín Palacios deriva resueltamente jinete de Zanata o Zeneta (133), y Macha­ do, al analizar la palabra portuguesa, dando como cierta su génesis de la tribu berberisca, estima que no procede directa­ mente del árabe, sino de una palabra hispanizada muy afín al catalán (134). Pero en el lenguaje popular de la región se asimila la deno­ minación al animal carnívoro, de la familia de los vivérridos que en nuestro lenguaje se llama gineta, y cuya anfibología es innecesario recalcar: la gineta, por lugar donde éste abun­ de, o por simple juego metafórico (135), ya que precisamente el lugar designado se caracteriza por tener un suelo con zonas agrias de matorral junto al llano plácido y adehesado, y por otra parte, como en casi todo el encinar de la región, existen ginetas. Sin embargo, aunque gineta, animal, también procede (131) DUBLER, Über berbersiedlugen; ob. cit., pág. 264. (132) Ibid. not. supra. Comentario de Oliver Asín. (133) MIGUEL ASIN PALACIOS, “Enmiendas a las etimologías árabes del Diccionario de la Real Academia Española”, en Al-Andalus, 1944, T. IX, fase. I, pág. 32. (134) JOSE PEDRO MACHADO, Influencia arábica no vocabula­ rio portugués; Lisboa, 1961; T. II, págs. 114-117. (135) Recuérdese por ejemplo en el Romancero gitano, de Gar­ cía Lorca: “el monte, gato garduño / eriza sus breñas agrias”.


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del árabe, en este caso de charnayt, según Dozy (136) y DozyEngelmann (137)— resultando insostenible la cita de Corominas del texto de Mármol en su Descripción general de Africa (138)— , hemos de admitir com o más evidente la derivación de Zanata (o Zeneta) que la de charnayt, nombre del animal, y con el cual se confunde anfibológicamente en una homofonía casi perfecta. Los Zuwaga han dejado su huella en el nombre claro de la ciudad de la provincia de Badajoz, Azuaga, que ya señaló Asín (139) y anota Dubler (140). Zuwaga = Azuaga no admite

(136) DOZY, Suplément aux dictionnaires arabes; Leyde-París, 1967, T. I, pág. 189. (137) DOZY-ENGELMANN, Glossaire des mots espagnols et portugais dérivés de l’arabe; Reimpr. de la 2.a edíc. 1869, Amsterdam, 1965, págs. 276-277. (138) En el Diccionario crítico etimológico de la lengua castella­ na, Madrid, 1954-57, T. II. (Véase también M ARTIN ALONSO, Enci­ clopedia del idioma, Madrid, 1958, T. II), su autor, JUAN COROMINAS, identifica a la jineta como el mamífero llamado “gato de algalia” que en Berbería se domestica y es descrito por LUIS DEL MARMOL CARVAJAL en su Descripción general de Africa (1573-1599), edic. facs. Madrid, 1953, T. I, fol. 26-27, col. 2-1. El “gato de ialgalia” descrito por Mármol es sin duda un vivérrido del género Civettictis, la Civettictis civetta (Schreber), en tanto que la gineta, .aunque vivérrida también, es la Genetta genetta (L.) — cfr. PIERRE P. GRASSÉ, Traite de Zoologie; París, 1955, T. X V II, fase. I, páginas 253-255— . Mármol Carvajal, al tratar de este animal, advierte que el capítulo trata de los que no viven en Europa, y aunque la gineta es domesticada en el Norte de Africa y exhala el olor característico a .almizcle propio del género, es la civetta africana, conocida pre­ cisamente por “gato de algalia” la identificada por Mármol, pues hoy se sigue utilizando como productora de la algalia mediante su reduc­ ción en jaula, extrayéndose la secreción de las glándulas perineales por proceso que no tiene dificultad y al cual colabora el propio ani­ mal una vez acostumbrado, apoyando la bolsa anal contra los barrotes de la jaula; Mármol lo cuenta diciendo que los árabes, para sacar la algalia, hacen que sude el animal, para lo cual le obligan a estar constantemente moviéndose dentro de la jaula (cfr. G. SCORTECCI, Los animales; Barcelona, 1960, pág. 496). (139) MIGUEL ASIN PALACIOS, Contribución a la toponimia árabe de España; Madrid, 1944, vid. Azuaga. (140) DUBLER, Über berbersiedlugen; ob. cit., pág. 265.


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dudas, pero resulta atrayente que Mármol y Carvajal al refe­ rirse a esta tribu escriba “ los Azuagos” (141) De la tribu Magila vino Maguilla, pueblo también de Ba­ dajoz, pero Oliver Asín contradice a Dubler (142) por enten­ der que el topónimo no responde fonéticamente a la voz árabe. De Kutama se producen varios topónimos dentro de las actuales tierras portuguesas — Cotimos— y Alcoutim, lugar re­ petido en las freguesías de Cumeada y Serta, en el concelho de este mismo nombre, en Castelo Branco (Beira Baixa), que Oliver Asín no cree relacionados (143). Se cita como deri­ vado el español Cotanes (144), pueblo de la provincia de Za­ mora, fronterizo a la de Valladolid, que puede relacionarse al portugués Cotáes, lugar de la freguesía de S. Pedro do Sul, concelho del mismo nombre, en Viseo (Beira Alta) y por eso lo incluyo en el mapa, así com o Coutim Afonso — nombre compuesto— en el que falta el artículo árabe; es un lugar de Sintra, en la provincia de Extremadura portuguesa. Azinhaga, repetido simplemente y en ocasiones compuesto, dando a entender su etapa de formación posterior (145) se encuentra dentro del territorio estudiado — y así se incluye en el mapa— en el A lto Alentejo portugués, concelho de Portalegre seis veces y en cuatro freguesías distintas. Procede de la tribu Sinhacha (146). Los Birzal, Banu Birzal, que reinan en el pequeño señorío de Carmona desde bien temprano tiempo del hundimiento del Califato — 1013— hasta que en 1067 son engullidos por el expansionista taifa de Sevilla, pertenecen a la gran rama Zanata (141) MARMOL CARVAJAL, Descripción general de Africa', ob. cit., fol. 33. (142) DUBLER, ob. cit., pág. 265. (143) OLIVER ASIN, ob. cit., supra., pág. 264. (144) HERM ANN LAUTENSACH, Über die topographischen namen arabischen ursprung in Spanien und Portugal (Arabische züge im Geographischem bild iberischen halbinsel; 1), en “Die Erde”, Ber­ lín, 1954; fase. III y IV, pág. 224. (145) Cfr. JUAN VERNET GINES, “Toponimia arábiga” , en Enci­ clopedia Lingüística Hispánica, 1960, T. I, págs. 568-569. (146) LAUTENSACH, Über die topographischen; ob. cit., pág. 224.


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y al grupo Dammar; son perseguidos por los Fatimidas y se refugian en las fuertes montañas de Salat, de donde pasan a España hacia el último cuarto de la centuria protegidos por al-Hakam II (147). Parece, según Ibn Jaldun, que la extinción de la tribu en las montañas se produce después de la caída de Carmona (148). De estos Birzal deduce Dubler (149) el topó­ nimo Baragal que Oliver Asín (150) cree que es un resultado de simple homofonía. Birzal = Baragal lo encontramos en tie­ rras portuguesas en tres localidades, una en Castelo Branco — Beira Baixa— concelho de Proenga-a-Nova, y otras dos en la freguesía, del mismo nombre también, en el concelho de Celórico da Beira — Beira Alta— . Benagazel o Benagazil y más exactamente Monte de Benagazil, se encuentra en la toponimia portuguesa en el concelho de Alcacer do Sal, en Setúbal — Baixo Alentejo— , y también Gazel, simplemente, en Miranda do Corvo, Coimbra — Beira Litoral—•. Benegazil es propuesto com o nombre de familia, en los que como suele acontecer casi siempre, comienzan con Ben, o Bini (151). Machado (152) relaciona Benegazil como el Benaguacil español — en Valencia— , que para Asín Palacios procede de Ibn al-Wazir, nombre propio de per­ sona (153). Pero también la tribu de los Gazula, emparenta­ dos con los Sinhacha, nómadas del Anti-Atlas que al decai­ miento almorávide se unen a los almohades (154), ha producido en España claramente apellidos — Gazul— y en plural y com ­ puesto figura hoy com o ciudad, Alcalá de los Gazules (155), (147) HADY ROGER IDRIS, “Les birzalídes de Carmona”, en AlAndalus, 1965, T. X X X , fase. 1, pág. 50. (148) IBN JALDUN, cit. Roger Idris, supra. ibid. not. 6. (149) DUBLER, ob. cit., pág. 264. (150) OLIVER ASIN, ibid. 264. (151) LAUTENSACH, Über die topographischen; ob. cit. pág. 223. (152) MACHADO, Influencia arábica', ob. cit., T. II, pág. 25. (153) ASIN PALACIOS, Contribución a la toponimia árabe', ob. cit. vid. Benaguacil. (154) G. S. COLIN, en Encyclopedie de l’Islam; ob. cit. T. II, página 540. (155) ASIN PALACIOS, Contribución a la toponimia árabe', ob. cit. vid. Gazules (Alcalá de)


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de los que podríamos derivar el Benagazel o Benagazil con cierta probabilidad. Por otra parte Machado — admitido por M. L. W agner— relaciona Gazil con el árabe gazi, que en su acepción de conquistador, triunfante, se aplica a las persona­ lidades eminentes del Islam, en la guerra contra el cris­ tiano (156). La cábila de los Burnus, en plural Baranis, que son Masmudas, y tronco étnico beréber, produce en España típicamente los topónimos Albornos — en Avila— y Albornoz — en Córdoba y Sevilla— estudiados por Asín (157). En Portugal, de análogo parecido aparece Albornoas — en Beja— , y Bornes y Borno — en Tras-os-Montes y Algarve— , dándose como derivados el onomástico Pernes — sustitución de la ba árabe por la p latina— , afluente del Tajo (158). Aparece también un monte Pernes en el distrito de Santarem, que figura en el siglo xii citado en el Relatorio de la conquista de la ciudad por A lfon­ so E nriquez: “ tendo chegado na madrugada de sexta feira a Ebraz, situado num monte denominado P ernes...” (159). Pero Pernes queda muy alejado de la posibilidad de entroncarlo a Burnus, com o también Bornos — en España, Cádiz— que indudablemente se corresponde con el Borno lusitano, pues en la tesis de Menéndez Pidal, es la base “ borm ” indoeuropea —-hermana del alemán “ warm ” , latín “ form us” , caliente— influida por el ligur “ born” del onomatopéyico “ borb” la que produce el Bornos gaditano, que no en balde está situado junto a famosas aguas termales, cuya relación con el signifi­ cado de la raíz no puede ser más claro (160). (156) MACHADO, Influencia arábica; ob. cit. T. II, págs. 106-107. (157) ASIN PALACIOS, Contribución a la toponimia árabe; ob. cit. vid. Albornos y Albornoz. (158) LAUTENSACH, Über die topographischen; ob. cit., página 224; DUBLER-OLIVER ASIN, ob. cit., pág. 265. (159) Fontes medievais da Historia de Portugal, Selecgao e notas de Alfredo Pimenta, Lisboa, 1948, T. I, Anais e Crónicas, pág. 100. (160) R. M ENENDEZ PIDAL, Toponimia prerrománica hispana, Madrid, 1952, págs. 96-98; OLIVER ASIN, supra. not. 158.


Los

Á F T Í s iD A á . EL REINÓ DE BADAJOZ

De la tribu Miknasa, a la que ya nos referimos, proceden nombres de ciudades como Mekinez, en el propio Magrib, fun­ dada en el siglo x, cuyo onomástico pasa a España (161). Finalmente, de la cábila de Gumara, berberiscos rifeños, cu­ yos dominios se extienden por la gran bahía del Mediterráneo, en la comba que se inicia en la vieja ciudad de Ceuta, asomán­ dose al litoral por abrupta costa conocida entre los marroquíes por la “ costa de hierro” (162), he identificado un topónimo de sorprendente e idéntica textura, en tierras cacereñas, co­ marca jurdana: el pico Gomara, sobre la alta sierra — 1.170 metros— cuyas barrancas bajan al río Arrago, en el término de Descargamaría.

III VALOR Y ESTETICA DE LA TOPONIMIA Por el viejo solar de los aftásidas, al correr de los siglos, florecieron sobre las cimas, los ríos, los montes, las villas, los recónditos lugares aldeanos, nombres que tienen, sutilmente cosida o vivamente expresada, la huella poética del Islam. Perviviendo a las centurias, al dinamismo de la biología foné­ tica, que sólo afectó en algunos casos a su arquitectura exte­ rior, sobre las capas estratificadas de los diversos aluviones idiomáticos, algunos, como fósiles venerables, adobados de años, otros, transidos de genesíaca frescura, decenas de topó­ nimos arabizan la heterogénea geografía aftasí. Se modela así, con el juego misterioso y fecundo del verbo, su irrenunciable morfología, su plasticidad onomástica, viva y evocadora. He redactado un mapa — que en manera alguna tiene carác­ ter definitivo— en intento de ofrecer un esquema planificado (161) Vid. Parte V. Miknasa y supra pág. 30. (162) J. GOMEZ DE ARTECHE Y F. COELLO, Descripción y mapas de Marruecos; Madrid, 1859, pág. 44,

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de la toponimia arábiga, o de vocablos arabizados, exis­ tente en los amplios territorios que fueron un día el reino de Badajoz. Su razón en estas páginas no precisa apenas justificación: se trata de fijar, panorámicamente, su arabización, que toponímicamente, es un medio de indudable eficacia. Si el motivo de este libro reside en pasear por sus páginas la fisonomía de las ciudades y los campos aftásidas a través de las referencias, que principalmente sobre ellos nos dieron los geógrafos, no es obvia su inclusión, cuando la riqueza de los nombres prendidos a la corteza física del terri­ torio, revela la honda y riquísima raíz de sus vinculaciones. Cierto que algunos nacerían al contacto de las primeras olea­ das de guerreros al tiempo de la invasión, que otros tomarían cuerpo en largo§ años de colonización y estancia, que muchos se formaron posteriormente por la herencia secular de la cul­ tura arábiga, irradiada luminosamente en nuestro suelo, y que hay ejemplos múltiples de hibridaciones, de topónimos com ­ puestos, o derivados de apelativos comunes, pero todo ello, en relación a nuestro trabajo, no es más que el exponente vivísi­ mo de un fecundo connubio, esencial, medular, presidido por la gracia de una euritmia palpitante. Sin embargo, su provisionalidad, sí necesita de una, aun­ que breve, aclaración. No cabe en estas páginas un estudio filológico, un análisis de las estructuras del vocablo, de su de­ rivación, sometido éste a leyes ya establecidas. Ni tampoco, porque se rebasaría el contenido propuesto, de su constatación en la documentación disponible, cuanto más antigua más apa­ sionante y llena de interés. En alguna ocasión en el texto correspondiente, propongo la raíz arábiga del topónimo, su po­ sible encadenamiento y su resultado etimológico, pero esto lo hago porque se trata de voces que incorporo a las listas de las ya estudiadas por diversos arabistas. Incluso así, se trata de una aportación interina, que necesita, en su día de un análisis más intenso y definitivo. Hay muchos topónimos oscuros, mu­ chísimos dudosos, y ello explica el carácter que la contribución de estas páginas tiene. Nuestro mapa está compuesto, pues, por aquéllos cuyo


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X1S-

;ino :nas araable sus idas jilos o la errirnes. alea­ rían chos culque ;om ), en vísipor aun;udio x de­ poco, ición apatexto a po;to lo le las ta de álisis , inu­ nción cuyo

resultado nos es ya conocido, por haberse estudiado por diver­ sos expertos en la materia, o poraue sea propuesto. siempre con la limitación apuntada, v por los oue sin haberse estudia­ do. denuncien su for^ a arabizada o su evidente analogía, que en otra ocasión será preciso esclarecer. Asimismo por aquellos derivados, diminutivos o aumentativos, de formas conocidas, oue oor razón de espacio y en algunos casos, no pe incluyen en el mapa, aunque sí en la relación correspondiente. Para todo ello, me he valido, principalmente, de los siguientes ma­ teriales: la nómina, quizá la más espléndida aportación espa­ ñola. dada por Asín Palacios (163), quien para confeccionarla utilizó los términos geográficos de Madoz (164); los oue nos facilitan los diversos trabaios del profesor Oliver Asín (165): los relacionados en los valiosos estudios de Lautensach. que para Portugal y España utilizó diversos materiales, entre ellos los de Asín, o totalmente inéditos, como los de H oofner (166) V los dados en su trabaio dedicado solamente a Portugal (167): la lista, para Portugal, de David Lopes (168). así como los es­ tudiados por Quedes Real (169); también para Portugal los extraídos del amplio estudio de los vocablos portugueses de (163) ASIN PALACIOS, Contribución a la toponimia árabe, ob. cit. (164) PASCUAL MADOZ, Diccionario Geográfico, Histórico y Es­ tadístico, Madrid, 1848-50. (165) En particular he utilizado: “El árabe “March” en el voca­ bulario romance y en la toponimia de España”, en Boletín de la Real Academia Española; T. X X IV , Mayo-Agosto 1945, Madrid, págs. 152176; “Alijar, Alijares”, en Al-Andalus, T. VII, 1942, págs. 153-164; Historia del nombre “Madrid", Madrid, 1959; el ya citado en la nota 36, y otros que se anotarán. (166) LUATENSACH, über die topographischen Ñam en: ob. cit. (167) LAUTENSACH, “Die portugíesischen Ortsnamen (Eine Sprachlich-Geographísche Zusammenfassung)” , en Volkstum und Kultur der romanen, Hamburg, 1933, T. VI, págs. 136-165. (168) DAVID LOPES, Nomes árabes de térras portuguesas, Colectánea organizada por J. P. Machado, Lisboa, 1968. (169) MARIO GUEDES REAL, “Toponimia árabe de Estremadura”, en Boletim da Junta da provincia da Estremadura; Ts. VI y X, 1944-45, págs. 137-154 y 289-304,


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raíz árabe, de Machado (170), el cual proporcionó un extenso inventario toponímico, aunque muchas de sus etimologías son propuestas con cierta probabilidad, y los de Joaquim da Silveira (171). Otras fuentes bibliográficas se citan en su m o­ mento (172), debiéndose tener en cuenta que la limitación física a que se contrae nuestro estudio, elimina otras impor­ tantes, al no contenerse en ellas material para ser utilizado dentro de dichos límites. En cuanto a los topónimos aportados que no se recogen en las nóminas de los autores que se citan, mis auxiliares princi­ pales han sido las hojas del Instituto Geográfico y Catastral, a escala 1:50000 (173) exploradas sistemáticamente las que comprenden las actuales provincias de Badajoz y Cáceres. Estas hojas proporcionan evidente material, y sólo presentan el inconveniente de las deformaciones en algunos nombres, mal transcritos o equivocados (174) que es preciso comprobar bien en documentaciones correspondientes o con trabajos de campo. Para Portugal he utilizado fundamentalmente las hojas de la Carta Corográfica, del Instituto Geográfico e Cadastral, (170) JOSE PEDRO MACHADO, Influencia arábica... ob. cit. (171) JOAQUIM DA SILVEIRA, “Toponimia portuguesa”, en Re­ vista Lusitana, Arquivo de Estudos Filológicos e Etnográficos relati­ vos a Portugal, Lisboa. He podido consultar los siguientes: X X IV , 1921, págs. 189-226; X X X III, 1935, págs. 233-268; X X X V , 1937, págs. 50-138, y X X X V III, 194C-43, págs. 269-302. (172) Entre ella los trabajos de F E L IX HERNANDEZ JIMENEZ, en sus “Estudios de Geografía Histórica Española”, publicados en AlAndalus, que se citarán. (173) Las de la Edición Militar tienen la ventaja de su mayor comodidad, si para sistematizar topónimos y efectuar controles, se toma como ayuda el cuadriculado de la proyección Lambert, regla­ mentaria en su publicación. (174) Es muy de tener en cuenta esta circunstancia por lo fácil que es llegar a errores considerables. Entre los casos que pudiera citar para comprobarlo, recuerdo este ejemplo como más anecdótico: en la hoja 897, correspondiente a Monesterio, al titular un accidente orográfico cuyas curvas de nivel presentan un dibujo inconfundible­ mente “vulvar” se escribe “La Kika de la Vieja” , en vez de “La Críca de la Vieja” que es lo correcto, y cuya diferencia es notable.


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a escala 1:100000, resultando sumamente interesante las pu­ blicadas en negro, cuyas ediciones datan entre 1862 y 1904, pues ellas recogen nombres casi perdidos y complementan las aún no publicadas en color, pudiendo completarse también con las de escala 1:50000, aunque éstas, en ocasiones, se en­ cuentran demasiado vacías de nomenclatura. El mapa de hidrónimos. complemento del anterior, y sepa­ rado de éste debido a la importancia que para la toponimia árabe representan los cursos fluviales., lo he redactado toman­ do como base el efectuado por Lautensach (175), añadiendo a los ríos principales aquellos afluentes que considero como árabes o arabizados, o dando otros ejemplos que también lo son. De esta manera, el mapa general queda incrementado con este específico de los ríos. En beneficio de una sistematización alfabética, con el re­ sultado etimológico y algunas aclaraciones convenientes, que aquí dificultarían el desarrollo del texto y cuyo inventario re­ basaría su propósito, he preferido disponer este repertorio toponímico en un apéndice, al final del libro. En él puede localizarse cualquier nombre incluido o no. en este caso por razones ya comentadas, en la distribución del mapa, con una información sucinta, quedando reservado este texto para con­ siderar el nivel ideológico que las agrupaciones de topónimos sobre el terreno nos sugiere, y la sintomatología, que los focos más o menos numerosos de ellos, representa en la honda vincu­ lación y colonización arábiga de nuestro solar. Una configuración del reino aftásida. muy indicativa y sa­ tisfactoria, nos la facilita la simple ojeada del mapa toponím i­ co. Panorámica y fácilmente pueden determinarse los espacios geográficos donde las agrupaciones de nombres se hacen más intensas, debido exclusivamente a su cantidad, y donde se dis­ persan, en razón a su exiguo número. El resultado es deducible y simplista ya que la agrupación denota de manera absoluta la presencia del factor hum ano: allí donde éste, por razones (175) fig. 5,

LAUTENSACH, Über dlie topographischen Ñamen; ob. qít.,


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económicas o político-demográficas se congrega, permane­ ciendo un determinado tiempo — nacimiento o consolidación de núcleos urbanos o rurales, y éstos del más vario signo, colonizaciones agrícolas, cuencas mineras— el número de to­ pónimos se intensifica. La población estante crea el paisaje, siguiendo una ley geográfica irreversible, y ese horizonte pai­ sajístico tendrá un color predominante según el modelo de su colonización, o mejor dicho, según la cantidad y calidad con que el fenotipo presione sobre el medio topográfico. Pero el paisaje toponímico obedece a un régimen tectónico, y el pre­ dominio de un estrato sobre otro — en nuestros terrenos la capa árabe aventaja a la germánica y pervive con intensidad— condiciona, define su contorno. El Occidente peninsular hospe­ da en su viva y pluriforme geografía un paisaje toponímico, esencialmente arábigo, que lo configura de manera diversa, pero genial, frente a los creados por otras culturas. Así vemos com o los nombres, arracimados en avisperos, se enjambran al núcleo matriz, apareciendo en los lugares donde el medio presta sus ventajas: muy densa la acumulación junto a Lisboa, en el valle del Tajo, Santarem, junto a Coimbra, Evora. depresión del Sado. Badajoz en parte. La planificación de la densidad de topónimos — luego veremos a qué conse­ cuencias nos llevan los cálculos numéricos de Lautensach— expresada gráficamente y en manera m uy similar a las esta­ dísticas demográficas — al fin y al cabo se trata de una ex­ presión estadística— nos revela el grado de expansión y la localización específica de una cultura. En el presente caso nos permite determinar los focos de expansión y predominio vital de la colonización árabe, e incluso lo que es más importante, su estilo y su signo. Empero, esta concentración toponímica en determinados puntos, nos descubre un tema sugestivo, vinculado a nuestro propósito principal, en cuanto a la configuración geopolítica del reino badajocense. En efecto, los geógrafos árabes, cuya literatura examinaremos, dedican sus elogios, centran su aten­ ción preferente sobre las ciudades, precisamente en aquellas




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donde se apiñan, donde son más densos, los topónimos relacio­ nados. Sus alabanzas, sus, a veces, hiperbólicas loas, no se contraen ya sólo a ellas, sino que se dirigen a sus alfoces, a sus campos, a sus productos, y esos campos son precisamente en donde confluye el mayor número de topónimos. Casi todos esos autores coinciden más o menos en sus ditirambos — re­ cuérdese lo que dijim os de la interdependencia de esta litera­ tura en nuestros preliminares— y conociesen — casos de Ibn Hauqal. Idrisi, probablemente al-Razi— o no — al-Himyari, por ejemplo— aquellos lugares, se identifican en sus descrip­ ciones. Por otra parte, y con ello volvem os al principio, la principal literatura a examinar procede de los siglos x al xn en su primera mitad, pues que la posterior tiene por fuentes a aquélla; sus referencias, por tanto, pueden relacionarse con logro temático al siglo de los aftásidas. Hay, pues, una relación estrechísima entre las citas geo­ gráficas de aquellos tiempos con la densidad toponímica que hoy perdura y que, sin ser definitiva en cuanto al número, contemplamos en el mapa. Esos ubérrimos campos de Santa­ rem, que en textos de al-Razi, Idrisi y al-Himyari, veremos ensalzados jubilosamente; esa plana fluvial del Tajo que ellos llamarán Batata — hoy Valada— que baja río abajo en aludes de tierra fecunda, y esos alrededores de Lisboa, para los que todos tendrán iguales alabanzas, están hoy repletos de una toponimia viva y evocadora. De la misma manera hablaríamos de Coimbra, de su hermosa vega que baña el Mondego, enal­ tecidas ardientemente por los geógrafos, y hoy circunvalada de topónimos elocuentes; y también, y en idéntica forma, nuestra constatación alcanza a la feliz comarca de Evora. los alfoces de Beja o Badajoz. Sirve de complemento, que alguna vez será utilizado, el testimonio de los poetas, que en sus elo­ gios, dejaron ver las excelencias de estos lugares, donde en el siglo xi la vida bullía pletórica y activa. Los textos geográficos nos permitirán reconstruir, configurar mejor dicho, en la ma­ nera en que ellos pueden ser interpretados, cóm o era el reino de los aftásidas, pero también esta panorámica de nombres árabes, prendidos telúricamente a su solar, nos permite valorar


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su aspecto. La relación apuntada, tanto más sugestiva cuanto de visión plástica depende, es un incentivo para su éxito. Este modo espectral que acabamos de proponer se asemeja a la reducción numérica de porcentajes, que Lautensach (176) obtuvo con evidentes y atractivos resultados; al contemplar los resultados gráficos de sus cálculos, obtenemos una imagen panorámica del Occidente peninsular del mismo carácter. Ob­ tuvo el profesor alemán, a base de utilizar un número de topónimos árabes de nóminas dadas para cada provincia espa­ ñola o distrito portugués, el valor sobre cifras absolutas en los distintos departamentos, por cada 1.000 kilómetros cuadra­ dos y por cada 100.000 habitantes (177). Ya de por sí, el primer espect.ro calculado por porciones territoriales revela los focos de intensidad de zonas más arabizadas, teniendo en cuenta, según la observación de Vernet (178), que las consecuencias (176) Ibid., págs. 230 y ss. y cuadro de la pág. 232. (177) Solamente damos a continuación los resultados y valores que se expresan para las provincias españolas y distritos portugueses que más nos interesan: NO M BRES

ARABES

NOMBRES GERMANICOS A. 100

PROVINCIAS O DISTRITOS PORTUGUESES

Badajoz.................................. C áceres.................................. A v e iro .................................... B e ja ......................................... Castelo Branco...................... C o im b ra ................................ Evora....................................... G u a rd a ................................... Leiría....................................... L isb o a ..................................... S etú b a l.................................. Portalegre ............................... Santarem................................ V ise u ......................................

Cifra d 'so 'u ta A

50 54 19 111 22 24 51 24 30 51 44 21 51 20

Por 1.000 Km 2

2,3 2,7 6,9 10,8 3,3 6,1 6,9 4,4 8,7 18.5 8,6 3,4 7,6 4,0

Por 100.000 b.

C ifra absuluta G

1 6,1 9,9 0 145 4,0 38,7 14 2 6.9 40 5,b 28 23,2 27 7,9 7,7 21 11.7 | 38 13,6 10,7 14 12 11,3 173 4,1

Por 1.000 Km 2

0,05 0 52,4 1,4 0,3 10,1 3,8 4,9 6,1

Por 100.000 h.

A+ G

0,1 0 30.4 4,9 0,6 9,0 12,7 8,9 5.4

98 100 12 89 92 38 65 47 59

4,8

5,0

72

2,3 1,8 34,5

7,1 2,7 35,6

60 81 10,4

(178) JUAN VERNET GINES, “Toponimia arábiga”, en Enciclo­ pedia Lingüística Hispánica, T. I, Madrid, 1960, pág. 565.


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a sacar serán válidas en tanto se delimiten sobre la esfera de un país, pues las fuentes para formar las listas toponímicas obedecen a distintos métodos. Por el mismo sistema efectuó los cálculos numéricos sobre nombres germánicos, pudiéndose ver entonces, que éstos oscurecen con su mayor densidad los distritos situados al Norte del Tajo, más extensamente desde los de Castelo Branco y Santarem hacia arriba, en sentido casi inverso a lo que poco más o menos sucede con los que ocupan los nombres árabes o arabizados. Mediante el empleo de la co­ rrespondiente fórmula (179) pudo obtener una relación con la que en el mapa se comprueba el predominio de toponimia ará­ biga cuando su presión con la germánica ha sido mayor, y por razón lógica, territorios desprovistos de nombres germánicos — casos de Badajoz, Cáceres. Huelva o Silves con valor 0— suben al 100 en la toponimia arábiga. (Véanse los mapas re­ producidos.) Para Portugal, Lautensach (180) determinó sobre mapas — nos interesan sobremanera los tres primeros, véanse en la lámina— los topónimos vigentes derivados de onomásticos la­ tinos, provenientes de los dueños de “villas” de la colonización romana (181), así como los derivados del latín o de la antigua lingüística portuguesa (182). Se comprueba cómo el mayor nú(179) La fórmula se contiene en la pág. 238, y es n = 4~X7T en que A representa la cifra de nombres árabes y G la de los ger­ mánicos. (180) LAUTENSACH, Die portugiesischen Ortsnamen; ob. cit. (181) El nombre del dueño, pudo ser colocado— dice Lautensach— en forma de adjetivo detrás de la palabra “villa” o “fundis”. Estos adjetivos terminados en — iana, y — ana, — iaunus, y — anus, se han conservado en nombres de lugares terminando en — lhá, — nhá, — á, — lháo, • — nháo, — áo, como sigue: (Villa) Cornelia = Correlhá; Cordiniana = Cordinha; Campania = Campanha; Aurentana = Ourenta; Samaritana = Samarda; Antiana = Arca; en consonancia (Fundus) Aurelianus = Orelháo; Valerianus = Vairáo; Emilianus = Milháo (,í>ágs. 145-146). (182) Son varios ejemplos los que se citan, de los cuales termi­ nados en — ó, — 6, — ós y — os derivados de la sílaba latina diminutiva


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mero de ellos, muy arracimados, pertenecen al Norte lusitano, con mayor densidad cuanto que se pasa la línea del Duero hacia el Norte. También fija los nombres árabes o arabizados — mapa 3, grupo B2— que aparecen, siguiendo la temática de los anteriores cálculos, agrupados sobre la orla cantábrica, principalmente entre Duero y Tajo. Al compararlos, se evi­ dencia que el vacío arábigo existente en las regiones de Minho y Tras-os-Montes, y en menor proporción en las Beiras transdurienses, se llena perfectamente con la nomenclatura de ori­ gen latino, señal inequívoca que ésta prevalece sobre el estrato árabe, en tanto que hacia el Sur dicho estrato borró total­ mente los vestigios de aquélla. Las deducciones son claras, y la pervivencia o desaparición de los topónimos, en líneas generales y en intensidad, está fundamentalmente condicionada a la permanencia temporal del pueblo sobre el medio, comportamiento que encaja al con­ templar cronológicamente cóm o las comarcas situadas al Norte del Duero estuvieron relativamente corto tiempo en poder m u­ sulmán, mientras que en las tierras meridionales y occidenta­ les de la península cubrió varios siglos de mantenimiento y el sustrato antiguo quedó prácticamente borrado. El hecho de que los nombres latinos de propietarios de villas perviviesen sobre la etapa visigoda no fué ni más ni menos que por el res­ peto institucional de los nuevos amos hacia las formas de la colonización romana. En efecto, los suevos, que no quedan sumergidos en el estado nacional de Leovigildo hasta el 583, mantienen el viejo sistema ibérico de las “ villas” , y los visi­ godos, que a partir del “ foedus” del 418 entre Walia y el em­ perador Honorio advienen a las tierras romanas, y que con Alarico II entran en el reparto hispánico, mantendrán ese — iolu, — iola, como Palatiolu = Pag, pequeña casa señorial, Morariola = Moreiró, pequeña morera; en ■ — edo, que provienen de etum, como Fraxinetum = Freixedo; en — ede, que se deriva de eti, como Cantineti = Canthanéde, cantera; Murtereti = Murtóde, mirto; los que proceden de santos, como Sanctus Julianus = Santulháo, Sancto Felice = Sanfins, y otros muchos ejemplos.


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sistema juridico-agrario, en el que los grandes latifundios serán administrados por los “ villici” (183). Pero si esta conclusión, relacionada al tiempo de perma­ nencia, es de carácter general, puesto que queda determinada por el mayor espacio de presión cultural, y su consideración simplista viene impuesta por el factor histórico-cronológico, no impide el que se vea excepcionada por otras causas, que en determinadas comarcas, concretamente en las provincias ex­ tremeñas, resulta de gran trascendencia. Los territorios hasta el Mondego, son anexionados al mundo cristiano hacia la mi­ tad del siglo xi, en que Fernando I el Magno se los arrebata al aftásida Muzaffar (184); allí no pondrán más las plantas los musulmanes. Hasta casi un siglo después— 1147— no son conquistadas Lisboa y Santarem; unos años más tarde— 1162— cae Beja, y en 1165 es retomada Evora. Pero es casi un siglo después cuando Alfonso IX se apodera de Badajoz — 1230— después de haberlo hecho de Cáceres y la Transierra, a sólo dieciocho años vista de ser incorporada casi toda Andalucía — Córdoba, 1236; Murcia, 1244; Sevilla, 1248— a la corona castellana de Fernando III. Siguiendo la conclusión apuntada, la pervivencia toponímica sobre los terrenos meridionales his­ pánicos debería haber sido mayor. Sin embargo no fué así. Nótese el gran vacío que tienen las provincias de Badajoz y Cáceres, comparados con la riqueza de los distritos de Lisboa y Santarem, y en general del Oeste portugués. La razón está en la mecánica de la conquista. Entre la repoblación de los primeros tiempos de la Recon­ quista y la que se realiza con la intervención concejil desde el siglo xi, hay notables diferencias; y entre éstas y la que se lleva posteriormente con la intervención de las Ordenes Milita­ res y la nobleza, aquéllas resultan agudísimas; a la ordenada (183) Historia 157-158; n e s; ob. (184)

V id .: M ANUEL TORRES LOPEZ, “España visigoda”, en de España, de Menéndez Pidal, ob. cit. T. III, págs. 144-147 y LUIS GARCIA DE VALDEAVELLANO, Curso de Institucio­ cit., pág. 174. Vid, Parte II.


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intervención real sucede el desbarajuste de los freires, a la pacífica donación posesoria, la rapiña y la ambición dominical. La “ pressura” com o forma alodial de propiedad — discútase como se quiera entre los historiadores su sustantividad jurí­ dica— caracterizó los primeros asentamientos territoriales, y en la medida económica de los “ pressores” — mayores extensio­ nes los poderosos, minifundios los débiles— se estructuraron las parcelas inmuebles: así nacieron las pequeñas propieda­ des con que se configuraron Castilla o las comarcas gallegas. Las “ pressuras” evidenciaron el primer derecho territorial de los terrenos conquistados, a los que aplicando el derecho roma­ no resultaban no tener dueño (185). Pues bien, esas “pressuras” crearon, naturalmente, una nueva toponimia, porque los nue­ vos amos impusieron sus nombres germánicos a los fundos que ocupaban, simbolizando una nueva fundación (186). Estos nombres, llamados típicamente “ nombres de pressura” , alcan­ zan una decisiva magnitud en las comarcas desde el Norte del Mondego hacia arriba, que son repobladas por los monarcas asturiano-leoneses, y puede comprobarse por los datos de Lau­ tensach (187) expresados gráficamente en el mapa — ver el 2, grupo B1 b— cómo ésta se fija arracimada en el N. W . portu­ gués. Pero también, y esto es importante, el N. W . portugués así pressurizado, establece aunque grandes propiedades, pe­ queñas parcelaciones. Los ricachones de entonces — al decir de Orlando Ribeiro (188)— poseían dispersas muchas pequeñas (185) GARCIA DE VALD EAVELLANO, Curso de Instituciones, ob. cit., pág. 241, y “ Pressura”, en Diccionario de Historia de España; ob. cit., T. II, págs. 904-905; FRAY JUSTO PEREZ DE URBEL, “Es­ paña cristiana”, en Historia, dirigida por Menéndez Pidal, T. VI, pá­ ginas 77-82, y “Reconquista y repoblación de Castilla y León durante los siglos ix y x ”, en La reconquista española y la repoblación del país; Zaragoza, 1951, págs. 132-134; ARMANDO CASTRO, en Diccio­ nario de Historia de Portugal, Lisboa, 1968, T. III, págs. 485-486. (186) . LAUTENSACH, Die portugiesischen Ortsnamen, ob. cit., página 152; ORLANDO RIBEIRO, “ Portugal”, en Geografía de España y Portugal, de Manuel de Terán, Barcelona, 1955, T. V, pág. 80. (187) Ibid., LAUTENSACH, 152. (188) Ibid., RIBEIRO, 80.


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fincas, “ cortinhas” (quintas muradas), y quiñones en “ villas” pertenecientes a varios dueños: la propiedad estaba apretada, rodeada de muros, eran frecuentes los enclaves y los árboles pertenecían a dueños diferentes. Este minifundismo sirvió, no cabe duda, para conservar viejos nombres, y su morfología, pese a los grandes dominios posteriores, ha caracterizado y configura la forma de propiedad en Portugal. A partir del siglo xi, y a raíz de las campañas de Fernan­ do I contra los aftásidas, la repoblación sufre un cambio radi­ cal, pues ésta se lleva a cabo por los Concejos a quienes se les entregan enormes alfoces junto a los núcleos urbanos, que la actividad municipal se encarga de repoblar; es la época de las “ pueblas” , cuyo matiz jurídico define el asentamiento y que llena de topónimos nuevos la geografía que las armas adquieren (189). La hagiotoponimia, al abrigo del carácter re­ ligioso de la conquista, llena de nombres de santos nuevos lugares, siendo las zonas portuguesas de Estremadura, el Alentejo, y más bien los territorios del Sur, los más afectados, aunque su etapa intensa tiene lugar más tarde, cuando las armas sobrepasan la línea del Tajo. Naturalmente que este sistema tendía a borrar muchos de los nombres árabes existen­ tes, favorecido por la extensión de los territorios y por la viru­ lencia del credo, que rebosaba en las armas de los vencedores. Pero indudablemente, la fase más intensa de destoponimización ocurre principalmente a partir de la segunda mitad del siglo xii y es relativamente intensa en las grandes con­ quistas territoriales de la primera mitad del xm. Ya no son ni las "pressuras” privadas, ni la actividad de los Concejos, las que predominan en los asentamientos, son las Ordenes Milita­ res, cuyas milicias avanzan en primera línea, y los nobles que participan en la guerra, quienes se han de llevar las enormes extensiones tomadas a los moros. Los monarcas despachan a manos llenas predios extensos, (189) FRANCISCO MARSA, “Toponimia de reconquista” , en Enci­ clopedia Lingüística, ota. cit., T. I, pág. 643; M ENENDEZ PIDAL, Repoblación y tradición en la cuenca del Duero, ibid, págs. X X X IX X X II.


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y esto produce un retraimiento de los “ populatores” a cumplir su tarea para no caer y ser absorbidos por las Ordenes que imperan sobre ellos; es el caso de Cáceres, en que los pobla­ dores se negaron ante el temor de perderse en manos de los santiaguistas (190). Una nueva toponimia reemplaza a la ante­ rior, y es preciso convencer a los repobladores a través de un nominalismo atrayente, afable y seductor, que dé la impresión de ciudad y sea del agrado de los que llegan (191); es el caso de Plasencia: ut Deo placeat. et hominibus (192). La marcha leonesa sobre la Transierra y los grandes espa­ cios badajocenses, tiene una significación definitiva. Casi todo su solar quedó en manos de las Ordenes; la de Santiago ocupó casi la mitad de lo que hoy es provincia, asentada en las más rica comarcas (193). Una escasa demografía impidió una re­ población efectiva, y surgida ésta a final del reinado de A l­ fonso IX fué el comienzo de su olvido en provecho de las más agraciadas que Castilla incorporaba a la Corona (194). El latifundismo se extendió, y los grandes estados territoriales — Portacarreros y Sotomayor tendrían otro gran pedazo de su sue­ lo— transferidos de unas manos a otras, configuraron la propiedad territorial de Extremadura, que perviviendo secu­ larmente hasta tiempos contemporáneos, colocarían a la región ante el más grave problema de su historia, frente al conjunto peninsular. Este sistema de latifundios perjudicó notablemente la con­ servación de la rica toponimia árabe que durante cinco siglos (190) JULIO GONZALEZ, Alfonso I X ; Madrid, 1944, T. I, pág. 269. (191) JULIO GONZALEZ, “Reconquista y repoblación de Castilla, León, Extremadura y Andalucía (siglos xi al xm)”, en La Reconquista española y la repoblación del país; ob. cit., págs. 193-194. (192) En el Privilegio otorgado por Alfonso VIII, al fundar sobre un antiguo lugar la ciudad de Plasencia, se expresa que se edifica la ciudad a la cual le impone el nombre de Plasencia, para que natural­ mente agrade (plazca) a Dios y a los hombres. Esta frase del funda­ dor formó la leyenda del blasón de la ciudad. (193) Vid.: HORACIO M ATA AREVALO, “La Orden de Santiago en tierras de Extremadura” ; Badajoz, 1962 (separata de la Revista de Estudios Extremeños). (194) JULIO GONZALEZ, Alfonso I X ; ob. cit., pág. 267.


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llenó sus campos y sus villas. Los grandes terrenos, en los que la población se retrae y aleja, la falta de contacto del hombre y la desaparición de pequeños núcleos rurales, son causas suficientes para ello. Sirva de ejemplo que en las comarcas centrales de Portugal, y en su orla atlántica, aunque los latifundios prosperaron en manos de las Ordenes Militares asentadas ampliamente — Hospitalarios en la Beira, Avís sobre el Alemtejo, Santiago sobre el Algarve— , o en poderes monásti­ cos, como los cistercienses de Alcobaga, cuyos “ cotos” ocupaban importantes terrenos en Leiría, no por ello se perdió su rico acervo de nombres árabes. Pero no hay que olvidar que en Portugal se conservaron casi íntegros los centros administrativos árabes después de la Reconquista, como Estremadura, Santarem, Obidos, Torres Vedras, Alenquer, Lisboa y Sintra, fundándose tan sólo uno nuevo, Torres Novas, y la continuidad de la población se mantuvo (195). Las mismas grandes concesiones territoriales se fragmentaron, com o ocurrió con los “cotos” de Alcobaga, y con múltiples Concejos que ocupaban espacios de gran magnitud, sobre Jodo en el Alemtejo. De los datos consignados sobre el valor numérico de los topónimos, distribuidos en provincias y distritos, deduce Lautensach (196) conclusiones en cuanto al aumento de la densidad, basado en el período de dom inio islámico hacia el Sur, lo cual ha quedado ya suficientemente analizado. Otra, sin embargo, de gran interés, es que las fuertes aglomeraciones de topónimos árabes en el Sur — según puede comprobarse evi­ dentemente en nuestro mapa— se concentran sobre todo en zonas con abundantes manantiales, o en las faldas de las mon­ tañas correspondientes; y asimismo, en las cercanías de las grandes ciudades, rodeadas de zonas de cultivos de hortalizas y frutales. Representa este fenómeno, sin duda, la relación entre la toponimia y el estilo y el signo de la cultura árabe, a la que antes nos hemos referido. Más adelante (197) veremos (195) -(196) (197)

ORLANDO RIBEIRO, Portugal', ob. cit., pág. 88. LAUTENSACH, Über die topographiseken; ob. eit. pág. 236. Vid. Parte III.


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la diferencia entre el sistema de cultivos de los árabes y los cristianos, entre el regusto de una cultura eminentemente hor­ telana del musulmán, y la del secano cerealista de los reinos del Norte, y el sentimiento por la Naturaleza que caracteriza fundamentalmente a los primeros. La idiosincrasia musulmana aflora así, evidente y vital, conectada a una singular geografía toponímica que define sus rasgos temperamentales y su per­ sonalidad. Pero el mapa nos instruye además con una relevante y su­ geridora enseñanza: aquella que se deduce al contemplar la ideología del topónimo. A veces, una comunidad de éstos agru­ pada en un determinado paraje geográfico, descubre el carác­ ter físico del mismo, su morfología, sus peculiaridades. Otras, aunque individualmente colocado en la comarca, su repetición insistente, nos enseña una determinada manera de configurar­ se el lugar donde se ubica. Y otras, naturalmente la de mayor extensión, y por tanto la que más ejemplos produce, alude a la significación específica del vocablo relacionado al lugar donde se instala, que en la mayoría de las ocasiones, debido al singular contenido de la expresión árabe, es ciertamente per­ suasivo y bello. Así, por ejemplo, en el distrito de Santarem, en la ancha y dilatada cuenca del Tajo, donde se encuentra la llanura de Valaaa configurando el enorme lecho del río, encajado en una depresión terciaria de margas y capas calizas, que festonean bancos calcáreos, y cuyos aludes se resuelven en los clásicos ■‘m uchóes” del delta interior del río, la toponimia presenta ejemplos claros de esta morfología. Encontramos el término “ Valada” procedente de la Balata con que los árabes desig­ naron estos campos, com o la llanura que en realidad son (198). Pero en dicho lugar encontramos el vocablo “Alqueidáo” de al-Kadhdhan, que significando piedra calcárea, en una acepción restringida de piedra porosa, caliza (199), corresponde a la (198) Vid. Parte III. (199) DAVID LOPES, Nom.es árabes', pág. 167; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, pág. 278; DOZY, Supplement aux Dictionaires, T. II, pág. 450.


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geología que acabamos de ver. Y cerca está “Alfazema” , del árabe al-juzama, alhucema (200), planta conocidísima de las labiadas, muy propia de terrenos calizos. Y en este lugar “ Azam buja” , onomástico muy general en Portugal, del árabe az-zambuch (201), el acebuche u olivo silvestre, del que proceden muchos derivados toponímicos que se estudiarán, y que cuadra a la comarca estudiada. Al lado también “ Tufeira” , que aunque los etimólogos la hacen proceder gene­ ralmente del griego o latín “ tofus” en significación de piedra débil, también en este caso calcárea — coincidente pues con la zona— , y aunque el latín “ tufa” designa al manantial que brota exuberante, yo creo que podría venir del árabe tufuh = superabundante, ubérrimo, que cuadra por cierto a este terreno, al que los geógrafos refirieron unánimes ala­ banzas a su fecundidad. También encontramos el topónimo “ Maracha” = maraia (202) en su acepción de terreno anega­ dizo, pantanoso, que designa muy bien a los residuos aluviales que el Tajo deposita en la comarca. La ciudad de Santarem está colocada sobre altos y duros barrancos, alzados como un espléndido balcón a la llanura donde corre el Tajo, que lame, lento y poderoso, los contra­ fuertes de la ciudad. Asomados a este hermoso mirador, nunca lo encontraríamos mejor descrito que en las propias palabras del invicto fundador de Portugal, Alfonso Enriquez, que en (200) DOZY-ENGELMANN, Glossaire; ob. cit. pág. 139; J. P. MA­ CHADO, Influencia arábica; pág. 190. (201) Se trata de un nombre beréber; DOZY-ENGELMANN, Glo­ ssaire, pág. 32; ISIDRO DE LAS CAG IG A S,‘Algunas notas para esta­ blecer las etimologías orientales de lugares geográficos de Cáceres. I, Aceuche”, en Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 1915, págs. 298-301; DAVID LOPES, Nom.es árabes, página 38; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. II, pág. 334. En cuanto al español “acebuche” en sus formas Azauchal, etc., vid. ASIN, Contri­ bución a la toponimia, pág. 79; Vid. también F. J. SIMONET, Glo­ sario de voces ibéricas y latinas usadas entre los mozárabes, Madrid, 1888, reimp. Amsterdam, 1967, págs. 621-622. (202) J. P. MACHADO, Influencia arábica; T. II, pág. 168.


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la relación de la conquista de esta perla ribatejana a la moris­ ma, en 1147, decía: ...“ como poderei descrever esta beleza, que nem a vista dos homens se cansa quando véem do lado oriental urna planicie imensa, de incomparável fertilidade, e com cuase cento e sessenta estádios de extensáo. Para o occidente e para o sul a vista perde-se completamente na extensáo” (203). Santa­ rem, sobre una atalaya de barrancos tallados a tajo, responde con su toponimia a la hechura marcial y aguerrida de su efigie. Son nombres que estaban vigentes en el siglo x i i , documenta­ dos en el relatorio citado y en la Crónica de Alfonso Enriquez (204) y que hoy viven frescos y llenos de evocación. “A lplan” era la parte occidental, tratándose de un vocablo híbrido forma­ do por el artículo árabe y la voz “ plan” de “ planu” , latino (205), que significa llano. Los documentos citados aclaran “ porque pa­ recía plana para construgao de una trincheira em volta da cidade” , aunque no por eso deja de tener subida, pues en boca del Rey se dice a los su yos: “ tomemos a direita a ver si poderemos subir por Alplan” (206j. “Alhafa” , actualmente “ Alafa” , en la parte oriental: “ o lugar é táo íngreme que na lingua árabe lhe aao o nombre Alhafa, que quer dizer medo, porque dali eran a arados os condenados á morte, para que com os ossos e todo o corpo despedagados, caíssem á margen do T ejo” (207). No es miedo lo que significa, aunque lo manifieste, metafórica­ mente, el cronista: Alafa = al-.aja, es precipicio (208), com o en efecto resulta en la topografía, este hondo y áspero ba­ rranco, que margina el río. “Alhanse” , hoy barrio de “A l­ fanje” , que para el cronista “ quer dizer cobra” (209), y en (203) Fontes rnedievais da Historia de Portugal; ob. cit., pági­ nas 96-97. (204) Crónicas dos sete primeiros reis de Portugal, Edigao crítica de Canos da buva Tauroca, Lisboa, 1952, T. I, págs. 55-57. Uüó) DAVID LOPES, Nomes árabes; págs. 92 y 114. (206) Fontes rnedievais; T. I, págs. 95 y 105. (207) Fontes rnedievais; T. 1, págs. 95-96. (208) DAVID LOPES, Nomes árabes, pág. 114, J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, pág. 86. (209) Fontes rnedievais; T. I, pág. 96.


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Santarem, sobre el Tajo, la bien plantada. En este antiguo dibujo de Orme, se expresa el aguerrido talante de la fortaleza ribatejana, mostrando los barrancos en donde tomó asiento, y en los que florece un ramo de nombres islámicos, plenos de belleza, recordadores de su áspera y brava geología.


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efecto procede del árabe al-hanash (al-hansh), que significa culebra (210) — igual oue nuestro Alanje, según se verá— , y aue alude hiperbólicamente, sin duda, a este fragoso precipicio ryjp se arrumba sobre el Tajo. “ Tamarmá” o “ Atamarmá” — hoy calcada de Atamarmá— aue en la crónica es “ urna fonte em árabe denominada Atumarmal. por causa do amargo das suas aguas” (211) y que se ha hecho proceder del árabe t a l’ a - calqada, subida, y ma’- l m a literalmente agua de agua, aue sería madre del agua, es decir calcada de la madre del agua (212); pero yo creo más correcto utilizar de ta l’ a, la acepción de ladera, o corriente torrencial, torrente, seguido de aerua. en voz reiterada, pues esto cuadra mucho mejor a la to­ pografía del lugar, de profundo barranco pletórico de vegeta­ ción por donde serpentea la carretera de ese nombre, aue con la estrada N. 114 enlaza el puente del Tajo con la parte alta rl° la ciudad, teniendo sobre su costado izquierdo la preciosa “ Fonte das Figueiras” — ver la lámina correspondiente (213)— adosada a la muralla y cuyo monumento data del siglo x t v (214). “ Alcudia” es un topónimo que ignoro si pervive en la actualidad, pero tanto en la Crónica com o en el relatorio se alude así: “ ...subiu com os por Alcudia e corajosamente escalou a casa de um oleiro junto das murallas” (215). Alcudia = al-kudya significa la colina, el otero (216), y por su cercanía, v el detalle de subir que se cita, indica que se trata de un acci­ dente geográfico más del sistema donde se enclava la ciudad. Alplan. Alafa, Alfanje, Atamarmá, Alcudia, geología de v o­ cablos que definen el aguerrido talante de Santarem, sobre el Tajo, la bien plantada. (210) Vid. Parte V, lo que decimos sobre Alanje; DAVID LOPES, Nomes árabes, pág. 115; ASIN, Contribución a la toponimia, pág. 45. (211) Fontes rnedievais; T. I, págs. 103-104. (212) DAVID LOPES, Nomes árabes, pág. 173; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. II, pág. 249. Í213) En la Parte V. (214) GUSTAVO DE MATOS SEQUEIRA, Inventário artístico de Portugal, distrito de Santarem, Lisboa, 1949, pág. 73. (215) Fontes rnedievais \ T. I, pág. 104. (?16) ASIN, Contribución a la toponimia, pág. 56,


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La jovial campiña cistagana. festiva de cimas, de alcores. bullic'Ofn de huertos, donde el agua tiene su escasez necesaria, y las calidas escarian las quebradas o la hum edad torna el suelo blando v oscuro, exhibe una variada toponimia islámica que cuadra a su variopinto mensaje. Lisboa, pletórica de auras — del Taio. del mar— y jubilosos arrabales, goza de un circuito lingüístico aue siluetea su varia compostura. El agua, ya difí­ cil para Olissipo. cuando solamente eran sus siete colinas roma­ nas. alum brada de los pozos que alimentaba subálveamente el padre Tajo! que oreó las rimas de Gil Vicente en su “ Ñau de Am ores” (217). y la oración apologética de Luis Marinho de Azevedo (218). creó iunto a Lisboa una rica serie de topónimos evocadores. Ellos indican la presencia del hombre para buscar este elemento vital, pues dadas las características geológicas de la comarca, tenía vanas dificultades. A sí: “ Borratem” — en el mismo centro de la ciudad— del árabe bir at-tin, pozo de la higuera (219), el cual existió hasta 1922; “ Barcarena” , proce­ dente de bir y otro elemento (220), también pozo; “ Laiáo” ,d e nl-a’ yun. las fuentes (221); “ Barata” , también de bir at-tin, como “ Porratem ” . pozo de la higuera (222); “ A lfovar” , de alfuwara, también fuente, en el sentido más bien de caño (223); (217) GIL VICENTE, Ñau de amores, en Obras completas; Lis­ boa, 1953, T. IV, en pág. 60, se cita al “chafariz d’El Reí”, del que ha­ blamos en el texto. (218) Vid. LUIS DE CHAVES. Lisboa ñas auras do povo e da historia', Lisboa, 1961, T. II, pág. 112, donde se cita a Marinho de Azevedo. En este capítulo se contiene un detallado estudio del agua en Lisboa. (219) GUEDES REAL, Toponimia árabe da Extremadura: T. I. pág. 148: DAVID LOPES. Nomes árabes, págs. 171-172; J. P. MACHA­ DO, Influencia arábica, T. II, págs. 31-32. (220) GUEDES REAL, Toponimia árabe, II, pág. 297; J. P. MA­ CHADO, Influencia arábica, T. II, pág. 18. (221) ,T. DA SILVEIRA, Toponimia portuguesa, X X X V , págs. 7677; .1. P. MACHADO, Influencia arábica, T. II, pág. 143. (222) GUEDES REAL, Toponimia árabe, II, págs. 301-302; J. P. MA­ CHADO, Influencia arábica, T. II, pág. 201. (223) J. DA SILVEIRA, Toponimia portuguesa, X X IV , pág. 92; ,T. P. MACHADO, Inflxiencia arábica, T. I, pág. 201,


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EL TAJO A LOS PIES DE SANTAREM el balcón de Santarem se domina un espléndido panorama, donde el horizonte se i .yre en una vega feliz y multicolor alabada por poetas y geógrafos árabes. El río Tajo, se

■ :mba junto a los recios escarpes de la ciudad, derramando s.us aluviones en la lanura; así configura la plana horizontal de V alad a-la Balata de los árabes-rica y ubérrima, que en la fotografía inferior puede contemplarse, extendida desde la margen derecha del gran río. (Fotografías: del autor.)


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“ Chafariz” , de sahrich, fuente, bebedero (224) — hay varios en Lisboa, algunos com o el Chafariz del Rey, junto al puerto, de una arquitectura bellísima— ; “Alfam a” , de al-hamma, fuente termal (225), y que designa hoy al pintoresco barrio lisboeta. Comarca de m ovido relieve, pródigo de alcores, desde los que se divisan casi siempre el océano, o los esteros del Tajo, estas alturas habrían de dejar su huella toponímica, y así tam­ bién sus suelos de caí, duros, secos, o bajos y húmedos, en donde prosperan los huertos, en los que la típica etnografía de los “ saloios” pone su atractivo y su color. A sí: “A lgés” , de al-chiss, yeso, piedra calcárea (226), o también de al-chiz’, en el sentido de valle que desvía un obstáculo (227); “Albarraque” , de al-burraqa, plural de al-burqa, suelo duro y árido (228); “ Alm orquim ” , de ál-murqyy, sitio elevado (229); “Algober” , de al-gubar, tierra seca, polvo (230); “ Massamá” , de masama, sitio elevado, altura (231); “ M ocifal” , de masfal, que está bajo, situado en sitio bajo (232); “ Turcifal” , que proviene de tiras safal, tierra arcillosa, que está en bajo (233); “ Ensa(224) DOZY-ENGELMANN, Glossaire, pág. 358; DAVID LOPES, Nomes árabes, pág. 50; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. II, páginas 63-64. (225) DAVID LOPES, Nomes árabes, págs. 31, 117 y 188; GUE­ DES REAL, Toponimia árabe, I, pág. 148; J. P. MACHADO, Influen­ cia arábica, T. I, págs. 178-179. (226) DAVID LOPES, Nomes árabes, pág. 163; J. DA SILVEIRA, Toponimia', X X IV , pág. 217; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, págs. 211-212. (227) GUEDES REAL, Toponimia árabe, I, págs. 149-150. (228) El significado que aceptamos es el dado por GUEDES REAL, Toponimia árabe, II, pág. 300, que parece más probable que el que propone J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, pág. 117, al dar dos acepciones, una de al-barraq = brillante, resplandeciente, y otra de al-barrak, molinero. (229) J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, pág. 266. (230) Ibid., pág. 213. (231) GUEDES REAL, Toponimia; II, pág. 300. (232) Ibid., pág. 299. (233) Ibid., pág. 300.


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ra” , de ash-sha ’ ra’, tierra pobre, improductiva (234). Y otros también, de accidente del terreno, com o “ Algueiráo” , de al-gar, gruta, caverna (235), o “ Mafra” , de mahfara, de igual signi­ ficación (236). Por todo el país portugués abundan topónimos sueltos, que se repiten innumerablemente, señalando la presencia del ele­ mento físico que les dió origen, lo cual nos permite detectar in­ dudablemente su morfología. Así, por ejemplo, del olivo silves­ tre, del acebuche, ya referido del árabe az-zambuch — que en España, según veremos dará múltiples formas, Azauchal, Aceuchal, Azauchosa, etc.— se derivan infinidad de nombres de localidades y villas, caseríos y m ontes: Azambuja, Azambujeira, Zambujo, Zambuja, Zam bujinho... (237). “ Arrifana” , de ar-rihana, planta mirtácea, murta (238), está representada también ampliamente, nominando villas, freguesías o fincas. “ Arrifes” , de ar-rif, ladera, flanco de montaña (239), también muy diseminado en la toponimia portuguesa, del cual hay un ejemplo en Badajoz, en una dehesa junto a Olivenza. (234) GU.EDES REAL, Toponimia; II, pág. 300; en árabe designa fundamentalmente el monte bajo, de donde viene el vocablo “jara” (vid. LEVI-PROVENCAL, Historia; ob. cit., T. V, pág. 169, y ASIN, Contribución a la toponimia, pág. 114) que aquí se utiliza metafórica­ mente, por tierra pobre, que así es el terreno de maleza y arbustos. (235) DAVID LOPES, Nomes árabes, pág. 164; GUEDES REAL, Toponimia, II, págs. 299-300; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, pág. 214. (236) GUEDES REAL, Toponimia; II, pág. 299. (237) Como onomástico urbano, las varias formas de Azambuja, como Azambujal, y Azambujeira, aparecen en mayor cantidad en Leiría donde también se da Azabucho — como el Acebuche hispánico— ; Zambujal aparece quince veces, en general distribuido con más intensidad hacia el Oeste; formas variantes más destacadas son Zambujais y Zambujeiráo. (238) Ar-raihan, que en castellano es arrayán, vid. DOZY-ENGELMANN, Glossaire\ ob. cit., pág. 199. Como onomástico aparece veintiuna vez distribuido por el país portugués, más sus variantes, como Arrifaninha — dos veces— ; DAVID LOPES, Nomes árabes, págs. 64 y 128; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, pág. 321. (239) DAVID LOPES, Nomes árabes, pág. 37; J. P. MACHADO, Influencia arábica, T. I, págs. 321-322.


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Otros nombres aislados y únicos conservan su textura árabe íntegra, com o por ejemplo “ R as” , de ra ’ s, cabeza, que titula un pequeño otero — en castellano existen cabezo y ca­ beza, com o designación del accidente topográfico— situado en el distrito de Viseo, que en efecto, por su poca altura y su forma es una pequeña cabeza; “ Garim” , de garin, barro, alu­ vial, que se encuentra en el estuario del Sado, en Alcacer do Sal, señalando un casal, en zona m uy localizada al borde de las “ marinhas” o salinas que allí abundan. En los terrenos extremeños que forman parte del reino aftásida, si no agrupaciones tan intensas de nombres árabes com o encontramos en las zonas portuguesas, hallamos no obs­ tante topónimos aferrados en sus enclaves, de fuerte y bello contenido. Examinarlos todos sería dilatar en exceso estas pá­ ginas, cuando ya para ello hemos dispuesto un apéndice alfa­ bético; pero nos detendremos en algunos casos expresivos. En la región montañosa oriental de Badajoz, el topónimo “ Cijara” , apellida a una dehesa, una sierra y un desfiladero hondo, llamado “ Portillo de Cijara” , donde ahora se ubica la monumental presa de su nombre que cierra el paso del Gua­ diana. Cuando Asín publicó su inventario toponím ico (240) incluyó la voz “ A cijarra” en el listín final de nombres arábi­ gos no descifrados, y la forma del vocablo le vino a través del Madoz, quien en razón indudablemente a la forma de redac­ ción de su Diccionario basado en noticias de corresponsales de muy diversa preparación, deturpó el nombre añadiendo que de aquel despoblado sólo quedaba una dehesa llamada “Cijarra” . No obstante en el Bayan, de Ibn ’ldhari (241), se lee ashyr gara, texto del manuscrito G. S. Colín (B) anotado por Dozy, com o variante del nombre que aparece en el texto de ashbaraguzza, que es compatible con Esparragosa (de Lares) (242), donde fué a refugiarse Ibn Marwan, fundador (240) ASIN, Contribución a la toponimia', pág. 147. (241) IBN ’IDHARI A L M ARRAKUSHI, Kitab al-Bayan al-Mugrib; Edic. Text. árab. G. S. Colin-E. Lévi-Provencal, Leiden, 1948, T. II, página 105. (242) Vid. LÉVI-PROVENQAL, Historia', ob. cit. T. IV, pág. 253, nota 37.


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de Badajoz, huyendo de al-Mundhir en el año 884. Hago este comentario porque de Esparragosa a Cijara hay apro­ ximadamente cincuenta kilómetros, distancia que no es larga, s.i pensamos que Ibn Marwan iba acosado por los omeyas desde el mismo Badajoz, y desde la capital a Esparragosa hay casi ciento setenta kilómetros. En este caso tendríamos datado el nombre hacia el siglo x, época de las fuentes utiliza­ das por el cronista árabe. En documentación cristiana del siglo xm , que anotaremos en el apéndice, se lee “ A cijara” . La ana­ logía de ambos vocablos es evidente. El topónim o Cijara, creo procede del árabe shichar — re­ cuérdese que la shin, sh, tiene pronunciación de ch francesa, y la chim, ch, de j francesa; reconstrúyase oralmente el v o­ cablo y se verá su homofonía, cuya ecuación se perfecciona teniendo en cuenta que la shin pasa al castellano com o c frecuentemente y la chim como j (243)— que significa tranca, cerrojo: ¿y qué es Cijara, sino un colosal cerrojo de los m on­ tes, que con su pestillo — el hondo y estrecho congosto— de gigantescas rocas, cierra el paso al Guadiana, al que los inge­ nieros echaron la llave definitiva de la presa, com o hace millones de años se la había echado la geología, hasta que logró quebrar el paredón y salirse a los plácidos llanos bada­ jocenses? También se dice shichar a la higuera, entre los árabes espa­ ñoles: “ la higuera grande, en arávigo acijara quibira” , dice Hernando de Baeza; mas com o la shin seguida de la chim es difícil de articular en nuestra península, se pronunciaba con sin, s, que es sichar (cijar, escribe Dozy) llamando — en Pedro de Alcalá— así a la higuera grande, simplemente (244). El pico más alto de la orografía de Badajoz es Tudía, la Sierra de Tudía, al Sur, en las estribaciones de Sierra Morena. Allí se alza el monasterio que en el siglo xm mandase edificar el Maestre de la Orden de Santiago Pelay Pérez Correa, donde (243) DOZY-ENGELMANN, Glossaire, págs. 16-18. (244) Cits. de Hernando de Baeza y P. de Alcalá. DOZY, Supplement aux Dictionaires; T. I, pág. 728; la denominación higuera quibira quie­ re decir higuera grande; quibira procede, como se ve, de kabir, gran­ de, de ahí Guadalquivir, río grande.


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tiene su sepulcro (245). Una piadosa tradición, muy popular entre los extremeños, achaca el nombre de Tudía o Tentudía al milagro legendario que ocurrió con el Maestre, peleando a la morisma, cuando se dirigía a prestar ayuda a Fernando III el panto, r-^npeñado en las conauistas de Córdoba y Sevilla; Tudía o Tentudía serían las palabras del Maestre invocando a la Madre de Dios, para que parase el sol y diese tiempo a termi­ nar la batalla. Pero “ Tudía” y no “ Tentudía” , y más bien como sierra, pues pocos años después de la muerte del Maestre, en el Libro de la Montería de Alfonso X I se nombra ya “Val de la Madera, cabo Sancta María de Tudía” , y así también en docu­ mentos posteriores referentes al monasterio, donde siempre se dice “ Sancta María de Tudía” (246), debiendo resaltarse que el nombre de Val de la Madera, se conserva hoy exacta­ mente designando la sierra, que es el final — cabo— de Santa María de Tudía. Pues bien, Tudía es árabe, proviene de tutiya, con que se designa al mineral de cobre, sulfato, y que en cas­ tellano produce luego “ atutía” del mismo at-tutiya, referente a los residuos de las chimeneas u hollín (247). Esta zona de Tudía es mineralógica y ya los geógrafos — en al-Razi, por ejemplo (248')— se citaba a Firris, hoy Constantina, como región donde abundaba el hierro. El X IV Maestre de San­ tiago mandó construir el monasterio sobre la sierra de su nom ­ bre. añadiéndole el de Santa María, en cuyo honor lo levantó. “ Miravete” es una sierra y puerto de Cáceres, de perfiles y situación muy conocidos, en cuya altura estuvo situado un cas(245) JOSE R. MÉLIDA, Catálogo monumental de España, pro­ vincia de Badajoz, Madrid, 1926, T. II, pág. 414; CONSUELO GUTIE­ RREZ DEL ARROYO, en Diccionario de Historia de España; ob. cít. T. II, pág. 807. (246) Libro de la Montería de Alfonso X I, edic. JOSE GUTIE­ RREZ DE LA VEGA, en Biblioteca Venatoria Española, Madrid, 1877, T. III, pág. 313. Bullarium equestris Ordinis Militiae Sancti Jacobi, Madrid, 1719, págs. 490-491, 493 y 619. (247) DOZY-ENGELMANN, Glossaire, pág. 217; LAUTENSACH, Über die topogrophischen, pág. 255. (248) “La description de la Espagne dAhmad al-Razi”, versión c|e Lévi-Provencal, en Al-Andalu§, V, X V III, 1953, fase. I, pág. 83.


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tillo del mismo nombre, que perteneció a la señorial casa de Zúñiga. y que en el siglo pasado lo reconstruyeron los napo­ leónicos com o punto de defensa, donde descansaron después de duras jornadas bélicas los expedicionarios del mariscal Víctor (249), es también topónimo árabe. “ Miravet” , al Norte de Tortosa, junto a la Sierra de Caball, castillo ocupado por el Cid en 1091. citado así en el texto del Kitab al-iktifa según la grafía dada por Dozy (250), cuyo sufijo -it — indí­ gena— da luego — com o dice Oliver Asín— la forma -ete (251), caso de los topónimos de tiempo musulmán, se co­ rresponde con el nuestro y con otros repartidos por España — Murcia, Teruel— . Miravete tiene su origen en rabita — de donde Arrábida, Rápita, Rábida también (252)— que es convento militar, originando murabitin — de donde los almorávides— ascendientes de Miravet, Miravete (253). Siguiendo la cordillera de Miravete, a pocos kilómetros, allí donde su largo costillar hocica sobre un imponente desfilade­ ro por el que pasa el Tajo, llamado “ Salto del Gitano” , está la cumbre de Monfragüe, también Alm ofragüe o Montfragüe, (2491 PUBLIO HURTADO, Castillos, torres y casas fuertes de la provincia de Cáceres, Cáceres, 1927, págs. 161-162; GERVASIO VELO Y NIETO, Castillos de Extremadura, Madrid. 1968. págs. 668-669. (250) DOZY. Recherches sur l’histoire et la littérature de l’Espagne pendant le m oyen age, edic. de 1881, tercera edic., Amsterdan, 1965. T. II. págs. X X II-X X III, nota 2. (251) JAIME OLIVER ASIN, Historia del nombre “Madrid” , Ma­ drid. 1959. págs. 47 y ss. (252) Vid. Parte III, sobre Arrábida; Cfr. OLIVER ASIN “Origen árabe de “Rebato”, “Arrobda” y sus homónimos. Contribución al estudio de la historia medieval de la táctica militar y de su léxico peninsular” , Boletín de la Real Academia de la Lengua, T. XV, 1928, cuadernos L X X III, págs. 346-395, y L X X IV , págs. 496-543; LAUTEN­ SACH, über die topographischen, ob. cit., pág. 226; LEOPOLDO TORRES BALBAS, “Rabítas hispanomusulmanas”, en Al-Andalus, T X III, 1948, págs. 475-491. (253) Como “Miravet” aparece en la documentación del siglo x m : en 1218 el Concejo de Plasencia dió el castillo de “Miravet” pera la repoblación iniciada en Cáceres por Alfonso IX, vid. JULIO GONZA­ LEZ, Alfonso I X ; ob. cit., T. I, págs. 269-270,


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que designa a la sierra de las Corchuelas, y al imponente cas­ tillo, que al borde del precipicio, se alza vigía del hondo paso. El castillo fué la entraña de una Orden Militar puramente ex­ tremeña, la de los Caballeros de Monfrag (254). Por algunos se dice que Monfragüe — en sus diversas variantes com o vocablo— tiene una sola matriz, y que ésta es la de “ Mons fragorum ” con que los antiguos (?) le designaron (255), pero la reali­ dad es que la etimología de Asín (256) aparece tan clara que no admite dudas: “ Alm ofragüe” , de al-mufarrag, el v a c ío : y vacío es lo que hay en el enorme abismo que se dilata a los bélicos pies de la fortaleza. Creo que probablemente los cris­ tianos de la nominación árabe, por cambios fonéticos, deriva­ rían el que aparece en la Crónica Latina y otros documentos, cuyo vocablo no encuentro citado, por cierto, en la Crónica de Ibn Sahib al-Sala, tan buen redactor de los sucesos ocurridos en Badajoz en 1169, en que Giraldo Simpavor tuvo que devol­ ver la fortaleza a cam bio de su rescate, después del malaventu­ rado percance de Alfonso Enríquez ante los muros de la alcazaba badajocense (257). No obstante Menéndez Pidal creyó al leer “ M ontfrag” , que se trataba de un cultismo con pérdida de la -o final, pero entiende — propuesto por R. Lapesa— que su evidente etimología es “ Monte frago” (258). Por citar algún orónimo más, aunque todos están llenos de interés, pero su inclusión desvirtuaría el alcance de estas pági­ nas, para lo que está el apéndice, nos referimos a “Jálama” , 1£ sierra intrincada de Gata, que también se podría relacionar (254) Vid. GERVASIO VELO Y NIETO, La Orden de los Caballe­ ros de Monfrag-, Madrid, 1950. (255) Así lo dice, sin aportar dato bibliográfico alguno, VELO Y NIETO, en Castillos de Extremadura', ob. cit., págs. 349-350. (256) ASIN, Contribución a la toponimia', ob. cit., pág. 69. (257) Se lee “Monsfragüe”, cit. en JULIO GONZALEZ, Regesta de Fernando II, Madrid, 1943, pág. 81, not. 99; IBN SAHIB AL-SALA, Al-Mann Bil-lmama, trad. de Ambrosio Huici, Valencia, 1969, páginas 137-138 y 143-145; vid. AMBROSIO HUICI M IRANDA, Historia politina del Imperio Almohade, Tetuán, 1956, T. I, págs. 232-233 y 237-238. (258) M ENENDEZ PIDAL, Orígenes del español; ob. cit. págs. 82 y 175.


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con el árabe gatta — con la correspondiente pérdida, fenómeno frecuentísimo, de una de las consonantes dobles— en su acepción de gollete, cierre, estrangulamiento, congosto, que es en definitiva lo que representa esta intrincada serranía hurdana en el camino natural desde la meseta a las tierras meridionales. Esta comarca de Gata ofrece un singular in­ terés lingüístico, conservando viejos nombres (259), y en cuyo dialecto gallego-portugués se mezclan leonesismos que recientemente se ha pretendido, son residuos de la repoblablación del territorio por Alfonso IX a principios del siglo xm . Menéndez Pidal cree en la existencia, aunque muy escasa en aquella época, de antiguos elementos sucedidos ininterrum­ pidamente, de origen céltico-romano (260). La propia “Jálama” en su forma Sálama, también así conocida, y Xálima, sirvió de cognombre céltico en época romana (261). Pero “Jálama” , “ Sá­ lama” , aparece en el idioma árabe con las siguientes form as: chalama, significando acción de cortar, rapar, o cizalla; halama (con Ha, h, aspirada sorda) en su acepción de quimera, sueño; y salama (con Sin, s sorda) en el sentido de seguridad, de lu­ gar estable, alejado de peligros. Incluso existen también las voces salima, salvia, que en el Vocabulario granadino de A l­ calá se dice “ salvia yerva conocida” (262), labiada frecuente en nuestras tierras; y halma, que es otra planta de las labiadas, llamada esperilla o hierba de las siete sangrías, que aparece ampliamente en la región extremeña (263). (259) Cfr. sobre varia nomenclatura de instrumentos y usos W IL H E IM BIERHENKE, Landliche gewerbe der Sierra de Gata, Sach-und worttkundliche unterrsuchungen, Hamburg, 1932. (260) R. M ENENDEZ PIDAL, “Repoblación y tradición en la cuenca del Duero”, en Enciclopedia Lingüística Hispánica ', ob. cit. T. I, páginas L-LII. (261) Ibid. (262) En Pedro de Alcalá, cit. de DOZY, Supplement aux Dictionaires ; ob. cit., T. I, pág. 678. (263) La esperilla, en su forma “Lithospermun fruticosum”, pre­ fiere los terrenos calizos, en tanto que la “frostatum” se adapta me,,or al sílice, más propio en la región de Gata. 'Sobre estas labiadas en nuestra región, aunque localizadas en la cuencax del Guadiana, puedé


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Siendo Extremadura región de abolengo rural, cuyas vegas y campos se cultivaron desde los asentamientos romanos, es lógico que aparezcan nombres alusivos a su laboreo, cuya to­ ponimia ha sido bastante analizada: “Jaraíz” y “Jaraicejo” — éste dim inutivo— de haraysh, campos labrados (264); “ Alarza” , d e—ahhtírsha, campo cultivado (265); “ Almaraz” , de al-mahrash, el labrantío (266); “ Marchagaz” , procedente de march, prado (267). Asimismo, también tierra la nuestra de en­ cinar y dehesa, el milenario árbol, símbolo de la raza, dejó sus huellas: “Alburquerque” , de abu al-qurq, país de alcornoques y no del incierto Albacuercus — encina blanca— como local­ mente se ha venido sosteniendo, ni creo que de Albur, de buri, relacionado con la ciudad egipcia Bura, nominando al pez melacopterigio así conocido, o de alboroc — correctamente al-barquq— designando al albaricoque y de aquél “Alcornoque” , “A lcornocal” , “A lcornoquejo” , todos de al-qurq, la encina (268). verse SALVADOR RIVAS GODAY, Vegetación y florula de la cuenca extremeña del Guadiana, Madrid, 1964, pág. 702; sobre el “lithospermun” en general cfr. H. COSTE, Flore descriptive de la France, de la Corsé et de contrées limitrophes, París, 1903, T. I, págs. 587 y ss. (264) ASIN, Contribución a la toponimia ', pág. 114. (265) Ibid., pág. 45. (266) ASIN, Contribución a la toponimia ', pág. 67. Aunque al pa­ recer ei nombre de la pequeña villa cacereña proviene de su poblador, un Blanco Gómez de Almaraz que en el siglo xiv obtuvo real privile­ gio para ello (vid. GERVASIO VELO, Castillos de Extremadura, ob. cit. pág. 654) la realidad del nombre árabe es indiscutible. (267) JAIME OLIVER ASIN, El árabe “March" en el vocabulario romance; ob. cit., pág. 166. (268) Albacuercus tiene base en el escudo de armas de la villa; vid. LINO DUARTE, en su Historia de Alburquerque, Badajoz, 1929, que afirma que Alburquerque es una corrupción o variación de Albacuerqus, nombre latino que hubieron de dárselo los romanos — página 2o— , io que no obsta al autor para reconocer que en dicho lugar no se encontraron jamás restos de la dominación romana — pág. 26— ; el primer documento escrito del que tenemos noticia sobre Álburquerque data de 1166, por ei que Fernando II da a la nija de Pedro Peiáez, entre otros castillos el de Alburquerque, vid. JULIO GONZALEZ, Hegesta de Fernando II, ob. cit., pág. 391; ASIN, Contribución a la toponimia, pág. 51; en cuanto a la derivación de Albur o Albaricoque, cfr. GRACE DE JESUS ALVAREZ, Topónimos en apellidos hispanos, Valencia, 1968, pág. 64.


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El monte espeso, los oquedales, que aquí se llaman mohedas, de mu ’ ay da (269), monte con jarales, proporciona nombres de villas — “ Mohedas”— o de dehesas o fincas — “ La Moheda”— y compuestos como “ Mohedas de Santa Leocadia” , ambas en la sierra de San Pedro, entre Badajoz y Cáceres, en un bello paisaje de encinar y monte bajo. La toponimia mozárabe es frecuente, y en algunos casos muy abundante en distritos portugueses del centro y hacia el Sur, donde los casos se prodigan. Son sus caracteres la inclusión del artículo árabe, que arrastró al mozárabe, junto con el nom­ bre latino que los mozárabes conservaron y que sufrió las naturales transformaciones; la pérdida de la -o final tan carac­ terística; la terminación en -ique com o residuo de la pro­ nunciación de la c en k, que tantos ejemplos proporciona en Portugal (270). Así, “A lconchel” , de “conchel” , y éste de “concilium ” que dió concejo, y no, según creo, com o por otra parte se ha relacionado, de una variación dialectal de “ halconería” por lugar donde se guardan los halcones (271); “ Pinhel” , de “ pinellu” , diminutivo de pino (272), y todos los del mismo tipo Souzel” , “Alportel” , etc. “Alpotreque” , titulando a una conoci­ da sierra de Badajoz, célebre escenario de monterías en el siglo xix, y a un castillo medieval, hoy totalmente arruinado (273), se incluye en el apéndice de Asín (274) com o probablemente árabe, (269) ASIN, Contribución a la toponimia; pág. 123. (270) Cfr. M ANUEL SANCHIS GUARNER, “El mozárabe penin­ sular”, en Enciclopedia Lingüística Española, ob. cit., págs. 293-342; M ENENDEZ PIDAL, Orígenes del español, 6.a edic., Madrid, 196' y también la Introducción “Estudio sobre el dialecto hispano-mozárabe”, de FRANCISCO JAVIER SIMONET, en su Glosario de voces ibéricas y latinas usadas entre los mozárabes; ob. cit. (271) M ENENDEZ PIDAL, Orígenes del español; ob. cit., pág. 181, nota 1; GRACE DE JESUS ALVAREZ, Toponimos en apellidos; ob. cit. pág. 68. (2<2) SANCHIS GUARNER, El mozárabe peninsular; ob. cit., pá­ gina 311. (273) PUBLIO HURTADO, Castillos, torres y casas fuertes; ©b. cit., pág. 254. (274) ASIN, Contribución a la toponimia ; pág. 143. -


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sdas, de res de teda”— ibas en n bello os muy el Sur, clusión :1 nom:rió las caraca proona en e “cona parte rnería” el” , de no tipo conocisl siglo 273), se árabe,

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no descifrado, pero yo creo que podría ser mozárabe. En la documentación del siglo xm aparece escrito “ A lpotrec” (275), y en la forma “ Alpotrel” se conserva hoy en el nombre de un río, no muy lejano al lugar, en el término de Valencia de A l­ cántara. Ese “ potrel” podría venir indudablemente de “ pulletru” , que siempre, com o ha mostrado Menéndez Pidal, supone la metátesis de la t, y así “ pulltero” de donde viene “ poltro, poltranga” y que ya en el siglo x pierde la 1 implosiva por precederle vocal velar, quedando en “ potro" (276), que nos po­ dría conducir al topónimo “ Alpotrel” , y quizá a “ Alpotrec” . Como la documentación más antigua que conozco da “ A lpo­ trec” , resulta fácil deducir, en etapa de formación posterior, el actual “Alpotreque” debido a una paragoge muy frecuente, y también el diminutivo “Alpotrequillo” que aparece dentro del mencionado enclave geográfico. Sin documentación anterior, hasta ahora, de “ Alpotrel” , para derivarlo de “A lpotrec” habría que explicar el paso de su velar oclusiva final a la alveolar del anterior, teniendo en cuenta la distancia de los puntos de ar­ ticulación fónica, lo cual está fuera de mi alcance. De otro modo debería especularse con que “ Alpotrel” fuese matriz y respondiese, com o más seguro, en su estructura, a la formación de los topónimos mozárabes anteriormente señalados, quizá con el mismo elemento descrito. La hidroniijiia del territorio aftásida presenta vistosos nombres, y se distribuye con bastante extensión tanto en los afluentes del Tajo com o del Guadiana, en menor densidad en el Duero, y en no pocos casos en riachuelos de sus cuen­ cas, plenos de atractivo e interés. Con frecuencia los árabes conservaron el nombre antiguo, adaptado a su lengua, antepo­ niéndole el vocablo wadi, río. En la nuestra se hizo Guad o Guadi, y en la portuguesa produjo O d i: Guadiana, Odiana. En (275) “á sierra traviessa e dessi al arroyo de Alpotrec”, en el Fuero de las Leyes de Alfonso IX a Cáceres, según Ulloa y Golfín; publica el documento M ARTINEZ, Historia del reino moro; ob. cit., Ap. X X V I, pág. 385. (276) M ENENDEZ PIDAL, Orígenes del español; ob. cit. pág. 317.


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otros se apellidó antroponímicamente, o se denominó con un apelativo común que en la mayoría de los casos ha llegado hasta nosotros; también hubo los típicos casos de hibridación al anteponer el artículo árabe a la palabra que ya existía. En el Guadiana, aparecen afluentes con onomásticos com o “ Benazaire” , en la comarca oriental, junto a Cijara, que pro­ viene de Ibn al-Zayd, nombre propio de persona (277). Po­ demos establecer la evolución del nombre a partir del siglo xiv, porque en el Libro de la Montería se dice “la Foz et la cabeza de Abenzayde es todo un m onte” (278). Por tanto, A ben (Ibn) Zayde, corrupto actualmente en Benazaire. La Foz es indudablemente el lugar conocido por “ la Pretura” , enorme desfiladero de la dehesa de Las Navas, de Herrera del Duque, por cuyo congosto pasa el río; y junto a él, en medio del llano — la Nava— existe un alto cerro aislado que aún recibe el nombre de “ Cabezo” , “el Cabezo” . Otro onomástico sugestivo es un pequeño arroyo de la margen derecha del Guadiana, situado en tierras portuguesas de Monsaraz, llamado “ Basso” o “ Bago” , y cuya ascendencia do­ cumental data por lo menos del siglo x v i: es el nombre perpetuado del famoso alarife Ahmad Ibn Baso, que sirvió al califa almohade Abu Ya ’ qub Yusuf. Este Baso fué el construc­ tor de la actual alcazaba de Badajoz; sus obras eran famosas, pues también hizo el amurallamiento de Sevilla. Debemos la identificación al ilustre investigador portugués y amigo doctor Pires Gongalves (279). Otros llevan prefijados el wadi, como “ Guadarranque (277) ASIN, Contribución a la toponimia, pág. 139; se cita Asín la nota de Madoz en cuanto al lugar “Valdemoro”, porque dice, allí habitó el moro viejo de la escritura de 1483. En efecto, el Bena­ zaire, nace en la dehesa de Las Navas, en el llamado Puerto del Lobo, donde está el “quinto” (parte) de Valdemoros, por cuya vega pasa el río. (278) Libro de la Montería; ob. cit., pág. 275. (279) JOSE PIRES GONCALVES, “Valor da prospecgao toponími­ ca no levantamento histórico de uma regiáo portuguesa do Guadiana incluida no reino moro de Badajoz”, en Revista de Portugal, T. X X X III, Lisboa, 1968, pág. 99.


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su análogo “ Guarraque” ; “ Guadelamar” , “ Guadalefra” , “ Guadalupejo” . El Alcarrache, que en documentación del siglo xm — en 1277 con m otivo de la concordia de la Orden del Temple con el Concejo de Badajoz— aparece com o Guadilcarrache — “ E dende por Guadilcarrache ayuso fasta Momtpolín” (280)— y también — en 1253, en un privilegio de Alfonso X, delimitando el Concejo de Sevilla— com o Guadalcarranque — “ e cuerno corre Guadalcarranque e ouemo deja el agua del Guadalcarranque” (281) perdió el vmdi y su forma ac­ tual puede provenir del árabe qarah que com o término espe­ cífico aplicado al agua significa limpia, cristalina, en el sentido indudable de río de aguas claras, transparentes. El paso de la consonante final ha’ (aspirada) a ch, pronunciada com o c, se da en palabras catalanas com o “almatrach” , según Dozy-Engelmann (282), a las que en castellano se añaden las vocales e y también o, pasando la c a q, y así de al-matrah se derivan “ almatrach” y “almadraque” (283). Pienso que podría haber sido wadi al-qarah = guadi al-carache, o caraque — con el re­ fuerzo de la r a rr— . Pero com o en la documentación anotada se nombra también por Guadalcarranque — análogo creo a Guadarranque y Guarraque que aparecen en más de una oca­ sión com o afluentes del Guadiana— y encontramos Carranque como topónimo en la provincia de Toledo, villa junto a Illescas, estudiado com o aj>ellido toponím ico vasco (284) com o pro­ cedente de la locución vizcaína “ arro” , de “ ar” , zarza, cam ­ brón (285) bien podría tratarse de un topónimo arabizado mediante el ivadi, en el que se respetó un viejo nombre de (280) El documento en ESTEBAN RODRIGUEZ AM AYA, “La tie­ rra en Badajoz desde 1230 a 1500”, en Revista de Estudios Extreme­ ños, 1951, fase. 3-4, pág. 404. (281) Ibid., págs. 402-403. (282) DOZY-ENGELMANN, Glossaire des m ots; ob. cit., pág. 14. (283) Ibid., págs. 151-152. (284) GRACE DE .JESUS ALVAREZ, Topónimos en apellidos', ob. cit., pág. 182. (285) Cfr. RESURRECCION M ARIA DE AZKUE, Diccionario vasco-español-francés, reimp. edic. fes. de 1905-1906, Bilbao, 1969, pág. 54.


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EL SOLÁR DE

los

a f t á s id a s

ascendencia vasca emigrado a nuestro solar. El Zújar, quizá uno de los más importantes tributarios, tiene un vocablo en árabe de similar estructura: zuhar (no se olvide para su co ­ rrecta homofonía la aspiración de la consonante ha’), que en árabe es gemido, lamento, es decir, metafóricamente, sitio — o río— triste, desolador. Otra hipótesis es la de Adrados (286) que no estima com o probable la etimología árabe del topónimo, para el cual y aun con los problemas fonéticos que plantea resultaría corresponderse Zújar con la Solia romana del valle de los Pedroches. Para su deducción cree Adrados que habría que partir de un Soliara inicial que perdería la a final, la Z se explicaría por influencia árabe al trascribir la s romana o prerromana, y el grupo li latino daría en mozárabe 1 lateral pasando a j por la castellanización del topónim o después de la Reconquista; la m ayor dificultad sería la conversión de la o en u que para dicho autor hay que explicar también por influencia árabe. Todo este resultado fonético provocaría la ecuación Solia = Zújar (287). En el Guadiana, al igual que en el Tajo, muchos afluentes llevan el nombre de la población por la que pasan cerca, o viceversa que el núcleo urbano toma el onomástico fluvial existente; la ascendencia árabe o mozárabe se conserva: Alconchel, Zafra, Abenojar, en el Guadiana, entre otros; Alm oster, Algodor, Guadarrama y otros en el Tajo. En éste encon­ tramos antropónimos como “ Alm anzor” , nombre del famoso caudillo musulmán, o “ Maimón” , nombre de persona, como en (286) FRANCISCO R. ADRADOS, “Solía, Contosolia y el nombre del Zújar”, en Revista de Filología Española, 1965, T. X L V III, págs. 171-176. (287) Parece que la razón por la que el autor no considera la voz Zújar de ascendencia árabe es por no haber sido incluida por Asín Palacios en su inventario toponímico (ASIN, Contribución a la topo­ nimia; ob. cit.), como en efecto ocurre, pero esto no es razón sufi­ ciente. Lautensach sí incluye dicho hidrónimo en su lista de toponimia arábiga aunque no lo explica (LAUTENSACH, Über die topographis­ chen; ob. cit., pág. 240 y LAUTENSACH, Geografía de España y Por­ tugal, Barcelona, 1967, vid. Atlas temático).


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el badajocense Maimona (Los Santos de). Entre sus afluentes de nombre más expresivo, encontramos al “ Zézere” , quizá el mayor afluente del gran río, que corre encajado en meandros sobre las duras pizarras de Castelo Branco y Leiría, y que desde el siglo xn aparece en documentación com o “ Ozezar” , llevando la vocal principiadora de Odi, y la raíz arábica zez, que significa cigarra (288). Un río al Duero de singular etimología es el “ Cabrum” , que parece proceder del árabe qabr, en nominativo qabrun, signi­ ficando sepultura: en nuestro país se encuentran lugares así nombrados que se debe en la mayoría de los casos a estar situadcs los topónimos en zonas arqueológicas donde se encuen­ tran sarcófagos o cistas funerarias. La m final que sustituye a la consonante nun — com o en el caso anterior de Garim (289)— es típico en la lengua portuguesa, la cual detesta la n casi siempre, convirtiendo el sonido final de dichas palabras o en áo o en m (290). Aunque también no debemos olvidar que en el país lusitano existe un término popular idéntico, “ cabrum ” , recogido por Leite de Vasconcellos (291) y referido al ganado cabrío, el cual aparece datado desde el siglo xm y que sin duda pudo originar el topónimo.

(288) CHADO, (289) (290) 21- 22. (291) pág. 485,

DAVID LOPES, Nomes árabes; ob. clt., pág. 175; J. P. MA­ Influencia arábica, T. II, pág. 264. Vid. supra, pág. 73. DOZY-ENGELMANN, Glossaire des m ots; ob. cit., páginas LEITE DE VASCONCELLOS, Etnografía;

ob. cit., T. V,


SEGUNDA PARTE


C A PITU LO I I I

LA FRONTERA DEL NORTE, VICISITU D ES BELICAS LAS D O S EM BESTIDAS CRISTIANAS E L DUERO, VECTOR GEOPOLITICO

E l curso fluvial del Duero, desde que, abandonadas las vie­ ja s tierras vacceas, se inflexiona en la m eseta leonesa para in­ tern arse en las actuales regiones lusitanas, resulta ser, con las tierras hacia el Sur, y desde la aventura de Alfonso I, a m e­ diados del siglo v i i i , hasta 1057, una zona polémica, un perm a­ nente teatro de operaciones, donde se cruzan, victoriosas o desgraciadas, las incursiones de m usulm anes y cristianos. E ste flanco occidental del río hispano, encajado en el antiguo solar del condado portucalense, discurriendo por com pacta y brava orografía, que escinde la cabeza septentrional de la B eira con los rebordes m eridionales de Tras-os-M ontes y la com arca altoduriense, figura en la dinám ica histórica penin­ sular como un eje constante y conocido, un vector geográfico que contem pla m uchos avatares, repetidos en distintas cen­ turias. E n cajad a la faja duriense en el tém pano cortical que Hernández Pacheco denominó como el “escudo hespérico” (1), notablem ente diferenciado en su constitución geológica y en su morfología con las zonas externas a él, se comporta, en ge­ neral y topográficam ente, como una penillanura en la que el río se encierra en un cauce de fuertes pendientes m arginales, (1) EDUARDO HERNANDEZ PACHECO, Fisiografía del solar fiispano; Madrid, 1955, T. I, págs. 78 y ss.


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basculando hacia el A tlántico, sobre altitudes que oscilan desde los 700 m etros en la zona fronteriza de “Los A rribes” hasta el nivel oceánico, en poco menos de cien kilóm etros de reco­ rrido. Son precisam ente “Los A rribes”, en cuyas profundas hoces se han ubicado imponentes saltos de agua (2), quienes desvían el curso fluvial hacia el S. W . para enderezarlo defi­ nitivam ente al mar. Por la m argen derecha del río, bajan hacia el Su r las ali­ neaciones montañosas desprendidas del colosal macizo galaicoduriense y las m ontañas de León, por cuyas vallonadas rinden tributo al Duero, entre otros, los afluentes Sabor, Tua y Támega. E n tre estos dos últim os se perfila la Sierra de Maráo, presidiendo los frontones del llamado “pais do vinho”, con su capitalidad en Y ila Real. E n la margen izquierda se alzan los macizos de La Lapa y Montemuro, éste con casi 1.400 m etros de altitud, definiendo una auténtica subregión etnográfica, tierra de serranos por donde trashum an los ganados en busca de los “lam eiros”, tan característicos de una zona geográfica muy determ inada (3). E l Coa, Paiva, Távora y Balsem áo ofrecen sus aguas al Duero discurriendo hacia el Norte. A una y otra margen, el paisaje se m antiene sin ligeras va­ riantes (4), distinguiéndose dentro del conjunto los terrenos conocidos por “Terra fría ” y “Terra qu en te”. E n la “Terra fría ”, de clim a fuerte, crecen robles, pinos y castaños, en altitudes próxim as a los mil m etros y con una orografía dispuesta en gargantas y valles profundos. Las amplias vallonadas que al­ canzan al Duero form an la “T erra qu en te”, a veces modelada en hondos barrancos que ofrecen abrigos naturales; casi des­ aparece la vegetación silvestre para dar paso a las plantas cultivadas, entre las que sobresalen las vides plantadas en (2) Los de Aldeadávila y Saucelles en la provincia de Salamanca, junto a la frontera con Portugal, provincia de Tras-os-Montes. (3) L E IT E DE VASCONCELLOS, Etnografía', ob. clt., T. III, pá­ gina 256. (4) ORLANDO RIBEIR O , Portugal, ob. clt., pág. 240,

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enorm es rampas de bancales, productoras de los vinos de Oporto, en una región antropógena que ha sido calificada como “la obra hum ana más adm irable que puede verse en P ortu g al” ( 5 ) y cuyas laderas, hasta el siglo x v i i aparecían revestidas de m atorral. E s en el ancho campo de la m argen izquierda, donde ciu­ dades v iejas — Viseo, Lamego, Coimbra— castillos y recintos fortificados, serán discutidos por las arm as durante tres siglos desde el eje estratégico del Duero. Porque resulta este eje, en efecto, como una línea m ilitar de prim er orden que juega un papel trascendental en la azarosa crónica castrense que vive la tierra hispana en los siglos medios. Apenas se estudie su situación física, sus caracteres morfológicos y paisajísticos, aparecerá su destacado valor estratégico (6). E l flanco fluvial duriense se nos presenta como un gran alam bor del baluarte cantábrico, definiendo con precisión histórica divisiones de perseverante personalidad. No en balde separa poblaciones prerrom anas; se perfila como frontera provincial rom ana de la C iterior y U lterior desde la división de A g rip a; delimita en las invasiones bárbaras al reino suevo del visigodo, y va a ser, en definitiva, con la alternativa de las arm as, la frontera de los reinos cristianos y el califato omeya, m anteniendo, hasta su derrum bam iento en 1057, los territorios septentrio­ nales del reino árabe de Badajoz. Jalonadas sus m árgenes en puntos vitales por recintos fortificados y castillos de singular valor, de los que se hablará más adelante, la línea del Duero, será sin duda la de mayor pe­ ligrosidad, la de mayor presión m edular para el m antenim iento del reino aftásida. Las cuñas de penetración de las mesnadas astures, leonesas o castellanas son avasalladoram ente fronta­ les; la línea frontera a la com arca se fractura en cada avan­ zada, que alcanza siem pre la plaza de m ás interés bélico. A (5) ORLANDO R IBEIR O , Porugal; ob. cit., pág. 241. Cfr. HERMANN LAUTENSACH, Geografía de España y Portugal, Barcelona, 1967, págs. 540-543. (6) JO SE DIAZ DE VILLEGAS, (geografía militar de España, Madrid, 1940, pág. 397.


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veces estas cuñas ofensivas se realizan en gran profundidad, llegando los atacantes a lugares m uy alejados de su retaguar­ dia, que ocasionan a veces situaciones de gran peligro, cuando no se convierten en graves descalabros, o a la inversa en un regreso triunfal. R esu ltan, en este sentido, mucho más arries­ gadas las operaciones de los m usulmanes, cuyas aceifas o alga­ ras les llevan a veces desde Córdoba al corazón de los reinos cristianos. Galicia es recorrida en varias ocasiones, siendo la incursión más deslum brante la realizada en el 987 por A knanzor, cuyas tropas arrasaron Santiago de Com postela; los expe­ dicionarios asturianos en el 882 bajaron con Alfonso I I hasta Sierra Morena, y Ordoño II, en el 914, puso sus plantas en el castillo de A lan je; Alfonso V I guerrea en 1086 ju nto al mismo Badajoz, con sus espaldas desguarnecidas, lo que le vale el de­ sastre de Sagrajas, y poco antes había m etido su caballo en aguas de Tarifa. Si la toma de una plaza vital es en el arte m ilitar lo que en definitiva condiciona una ofensiva en cualquier tiempo, en los siglos medievales resulta meta definitiva. Y así la ocupación de una ciudad o de un punto fortificado estratégico m arca sin duda la incorporación de su com arca, definiendo una nueva línea fronteriza, tan de signo precario cuanto dure la posesión. L as conquistas de Coimbra en 1064, o de Coria, en 1079, lleva­ ron a una expansión de la dem arcación frontera señalando los derrumbes sucesivos del reino aftásida. Los confines durienses se perfilan movedizos y a trozos, y desde el siglo xi, van siendo para los reinos cristianos una trin ­ chera que jalon a de N orte a Su r una serie de etapas sucesivas y decisivas. L a conquista se realiza bascularm ente. L a disposi­ ción tabular de la m eseta norma, en visión acertada de Díaz de Villegas (7), el sentido de nuestra historia. Las incursiones, de Norte a Sur o viceversa, se realizan sobre escalones que responden al sentido tectónico de nuestro suelo, al que com­ plementa la disposición vertical de los cam inos — calzadas (7) JO SE DIAZ DE VILLEGAS, Geografía militar de España', ob. cit., pág. 397,


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rom anas, itinerarios árabes— por donde avanzan o retroce­ den las mesnadas. Tam bién para el reino aftásida la ampu­ tación de sus territorios tendrá un análogo sentido. L a línea fluvial del Duero y las tierras hacia el Sur, por su virtud estra­ tégica serán siem pre un teatro perm anente en la querella cristiano-m usulm ana.

TR E S SIGLOS DE DUELO CON LAS ARMAS

Casi tres siglos ha de durar el duelo entre m usulmanes y cristianos desde el e je del Duero, hasta que la línea aparezca con cierto aspecto de frontera política separando el reino aftásida de Badajoz del de León. Los largos años de querella bélica entre Islam y Cristiandad se nos aparecen, sobre las tierras transdurienses, como un gigantesco m ovim iento tentacular, en el que los puntos que deciden las arm as, retraen o alargan, como los apéndices de un molusco, los terrenos sobre los que inciden las incursiones ventajosas para unos y sinies­ tras para otros. A partir de 1057 los flancos fronterizos irán decisivam ente avanzando hacia el Sur con plena incorporación a los dominios cristianos y m erm a del territorio aftásida. Un período político anterior, con cierto carácter de estabiliza­ ción, al que siguen las actividades propias de su signo como la repoblación demográfica, la tarea reconstructiva y la es­ tructuración de la propiedad territorial, es el que lleva con éxito el más egregio de los m onarcas asturianos, cu al es A l­ fonso I I I , pero su labor, disminuida por una serie de discordias internas, quedará finida ante el aprovecham iento de estas c ir­ cunstancias por los adversarios omeyas, y más tarde volverán las líneas a sus antiguos fueros, cuando Alm anzor pasee otra vez por España el ímpetu guerrero de los prim eros invasores. La frontera aftásida durará poco en el tiempo, porque corto fué el período badajocí, pero la m argen del Duero tendrá cierto carácter de disección política, porque los sucesivos derrum bes no p erfilarán el tono provisional del asalto, la in ­ cursión, la razzia pasajera, sino que serán auténticas expan­


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siones cristianas cuyas arm as han de irse situando en estri­ bos de auténtica conquista territorial. Todo hasta que después de 1086 retrocedan en parte los reinos cristianos ante el nuevo rumbo del al-Andalus bajo la égida almorávide, que trueca las estructuras históricas a las que hubieran desembo­ cado los siglos anteriores. La oportunidad de la iniciativa cristiana la tiene en sus manos Alfonso I, quien en el 750 no duda en aprovechar la ola de ham bre que asóla a la España musulmana y la gran discordia civil, que desde el Norte de A frica salta a la P enín ­ sula. En un espectacular ataque de profundidad, las vanguar­ dias asturianas llegan hasta Coria y al Guadiana, por Mérida, que son ya plazas consideradas por los historiadores como fron­ terizas o con tal carácter (8). Ciudades im portantes caen en sus manos, de las que algunas de ellas serán en los siglos sucesivos testigos perm anentes de la gran discordia h isp án ica: Oporto, Anegia, Braga, Viseo, Carbonaria, Abeiga, Alensaco, ubicadas en los campos durienses o próxim os a ellos, son pun­ tos vitalm ente discutidos. La falta de hombres y de elem entos impidió que Alfonso I m antuviese los territorios ganados en su paseo victorioso (9). E s entonces cuando el m onarca asturiano emplea una fór­ m ula que en el lenguaje bélico se ha llamado la táctica de tierra calcin ad a: quemó, arrasó, mató, dejando entre moros y cristianos un auténtico desierto. Con vivo lenguaje se expresa el Cronicón A lbeld en se: “cam pos quos dicunt Gotticos, usque ad flum en Dorium erem avit” (10); la Crónica de Alfonso I II, d ice: "om nes quoque A rabes gladio interficien s” (11). E sta ancha faja desierta desde entonces form ará (8) DOZY, Histoire; ob. cit. T. II, pág. 131; GARCIA DE VALDE AVELLANO, Historia', ob. cit., pág. 377. (9) PEREZ DE URBEL, en Historia, de Menéndez Pidal; ob. cit. T. IV, pág. 35. (10) CRONICON A LBELD EN SE, en España sagrada, de Flórez; Madrid, 1816, T. X III, pág. 485. (11) CRONICA DE ALFONSO III, Edic. de Zacarías García Villada; Madrid, 1918, pág. 116.


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:entre los m ontañeses del Norte y los m usulmanes del Sur una barrera natural sin dueños efectivos (12), en la que hay que buscar el origen de “las M arcas” posteriores y cuyos espacios vacíos serán el teatro de una lucha interm inable (13). Contra la incursión de los generales de Hisham en el 794, en la que ’Abd-al-M alik penetra en Oviedo sufriendo la derrota de Lodos, notablem ente exagerada por la Crónica de Alfonso I I I (14), y la del 795, en la que los m usulm a­ nes vuelven a entrar en la regia ciudad, reacciona Alfonso el Casto que avanza hasta Lisboa y la hace presa del saqueo, después de asaltarla. Nuevas y hondas correrías de este tipo registra la prim era mitad del siglo ix, que desde el 837 deja­ ron a la región castellana totalm ente quebrantada, provocando el retroceso de la ocupación de las tierras tomadas (15). H acia el 856 Ordoño I alcanza Coria, plaza fuerte que ha de ju g ar un papel decisivo en el replegam iento fronterizo pos­ terior. L a actividad siguiente a la cam paña es im portantísim a, ya que los grandes espacios sin nadie empiezan a poblarse, y la presencia del factor humano induce a la perm anencia de la discordia en estas tierras. Con foram ontanos y andaluces, pues así debe interpretarse la cita de la Crónica de Alfonso I I I (16), acom ete Ordoño esta tarea, que bien pronto, desgraciadam ente, se verá turbada por nuevas expediciones musulmanas que a partir del 864 acom ete el em ir Muhammad. Pero es, de todos los m onarcas asturianos, el último, el egregio Alfonso I I I el Magno, quien realiza las más atrevidas expediciones hacia el país musulmán. Gracias a él, la zona po­ lém ica, el desierto que crease su antecesor, precariam ente (12) DOZY, H isto ire ; ob. cit., pág. 131. (13) LÉVI-PROVENQAL, “Historia", en Historia, de Menéndez Pidal; ob. cit., T. IV, pág. 44. (14) Crónica de Alfonso III; ob. cit., pág. 121. (15) PEREZ DE URBEL, La reconquista española y la repobla­ ción del país; ob. cit., pág. 135. (16) “...muris circumdedit, portas in altítudinem poyuit, populo partim ex Spania aduenientibus impleuit”, Crónica de Alfonso 111; ob. cit. pág. 127; vid. PEREZ DE URBEL, La reconquista: ob. cit., pág. 157, e Historia, ob. cit., T. VI, pág. 72.


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poblado después, adquiere m ayor estabilidad y culm ina una ingente labor repobladora. E n el verano del 870 lanza hacia el Sur un poderoso ejército, que avanza sin resistencia hasta Cáceres, lo que prueba que aquel largo y dilatado territorio estaba casi vacío o con gentes ansiosas de paz (17). Desde Cá­ ceres guerrea incesante entre el T ajo y Guadiana, combatiendo duram ente a los beréberes de las tribus de Nafza en los campos de T ru jillo. Pelea a las puertas de Mérida ju n to a un núcleo urbano de difícil localización, que ha sido contradictoriam ente in terp retad o : A ntena, A ntenea. E l Cronicón de Sampiro alude de este m odo: “Lenzam urbem iste cepit, atque cives illius captis plurim is igne tu rre consum ptis Altezam pace adquisiu u it” (18). E l Chronicon Lusitano refiere: “cepit namque castrum quod dicitur Nezam ; Anteneam vero pacem adquisiv it” (19). Lévi-Provengal interpretó esta cam paña como des­ arrollada en las m esetas de Castilla al hacer coincidir las dos localidades con las actuales de Deza y A tienza, lo que tam bién había hecho el P. Florez (20), pero indudablem ente se trata de una ciudad o fuerte ju n to a Mérida que en la grafía árabe de Ibn a l-Ja tib estudiada por Cotarelo, resulta leerse Antaniya (21), y que induce a este historiador a situ arla así. Lenzan es una corrupción de Nafza. F ra y Ju sto Pérez de U rbel trata de identificar Antaniya con la actual Idanha a Nova, de Portugal (22). De todos modos la cam paña se desarrolló en tierras extrem eñas y es más probable que fuese dentro de la región em eritense, cerca del Guadiana, donde (17) ARMANDO COTARELO VALLEDOR, Alfonso III el Magno, último rey de Asturias; Madrid, 1933, pág. 152. (18) CRONICA DE SAMPIRO, edic. de FRAY JUSTO PEREZ DE URBEL, Sampiro; su crónica y la Monarquía leonesa en el si­ glo x ; Madrid, 1952, pág. 278. (19) CHRONICON LUSITANUM (también “Chronica gottorum”), en España sagrada, T. XIV, pág. 403. (20) LÉVI-PROVENCAL, H istoria ; ob. cit„ T. IV, pág. 207; Cf. PEREZ DE U RBEL, Sam piro ; ob. cit., pág. 357, n. 12. (21) COTARELO VALLEDOR, Alfonso III; ob. cit., pág. 153. (22) PEREZ DE URBEL, Sampiro; ob. cit., págs. 361-362, n. 18.


LA FRONTERA DEL NORTE, VICISITUDES BELICAS

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18.

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vamos a ver más tarde al mismo Alfonso I I I combatiendo nuevam ente. De todos modos parece más probable que la cam paña se desarrollase en e l corazón de las tierras ex­ trem eñas, por la región em eritense, en los espacios entre el T ajo y Guadiana, cerca de éste; así parece más correcta la interpretación lógica de las operaciones según se desprende de los textos. Las dos plazas fortificadas — Nafza y A ntena— se encontraban indudablem ente en esta zona em erito-tru jillana (23). E n el 874, tras poderosa ofensiva, penetra el rey Magno sobre la antigua Lusitania, y de Norte a Sur caen en sus m a­ nos las ciudades de Viseo, Lam ego y Coimbra, vértices estra­ tégicos cuya suerte siguen uno la del otro, según verem os en las cam pañas desarrolladas m ás tarde. Toda la región queda prácticam ente arrasada (24). Ibn Marwan, fundador de Bada­ joz y rebelde al poder musulmán, aprovecha el apoyo asturia­ no m anteniendo en jaque a Muhammad, que le derrota en Monsalud, y es cuando los ejércitos cordobeses avanzan otra vez hacia el Norte, internándose profundam ente para vivir la cruenta y desastrosa jornada de Polvararia (25). Más tarde Alfonso I I I se lanza a otra aventura en la que (23) En la pág. 45 —supra— hemos indicado que Nafza se encon­ traría junto al Guadiana y no lejos, quizá, de Mérida, porque difícil resulta situar este núcleo defensivo, del que veremos en la Parte IV su correlación víaria en los itinerarios árabes. Cuando estas páginas se estaban confeccionando —entre los primeros pliegos a estos hubo una interrupción temporal por dificultades en la imprenta— he co­ nocido el trabajo de F E L IX HERNANDEZ JIM EN EZ, “Los caminos de Córdoba hacia el Noroeste en época musulmana” que parcialmente se publica en el último volumen de Al-Andalus, T. X X X II, fase. 1, correspondiente a 1967 —págs. 37-123— que establece un posible em­ plazamiento de Nafza junto al Tajo, dentro de la actual provincia toledana, al Este de Puente del Arzobispo. En cuanto a Antena, Co­ dera (FRANCISCO CODERA, “Los Benimeruán en Mérida y Bada­ joz”, en Estudios críticos de historia árabe española, Madrid, 1917, pág. 42) sostiene que estaba en las partes de Mérida. (24) COTARELO VALLEDOR, Alfonso III; ob. cit., pág. 193. (25) Cronicón Albeldense, pág. 456; Sampiro, págs. 282-283.


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vuelve a com batir en territorios extrem eños. Alude a la cam ­ paña con todo detalle el Cronicón A lbeldense (26). E l Magno pasa nuevam ente el Tajo, asalta otra vez el castillo de Nafza, baja por Mérida, cruza el Guadiana y traba batalla en una zona m ontañosa y agreste, en donde ningún m onarca cristiano había osado co m b a tir: “quod nullus ante eum Principeps adire ten tav it”. E stos escabrosos m ontes que el cronista llam a “Oxiíeru m ”, “ad Oxiferum montem pervenit”, son probablem ente los ram ales de sierras que al Sur de M érida se extienden desde Oliva a Hornachos, que siglos más tarde están poblados de osos, según el testim onio del Libro de la Montería (27), pues la alusión del cronista parece más dirigida hacia una denom i­ nación genérica que a un topónimo traducible del vocablo que algunos historiadores han querido interpretar. Cotarelo, en su m agnífico estudio sobre el rey Magno, entiende que Alfonso I I I encontró a los partidarios de Ibn M arwan en Sierra Morena, en un m onte poblado de cedros, al derivar “oxiferium ” de la raíz oxys = cedro, que aparece en V itrubio usado como “oxycedros", que a mi ju icio es un indudable error. Mélida rela­ ciona el m onte Oxífero con un “salu tífero” — evidente error— que sitúa en la Sierra de Monsalud, al Su r de Badajoz, ju n to a B arcarrota y Nogales (28). E l o -j; griego que como prefijo ha alim entado num erosos vocablos, significa agudo, agrio, y en su form a fem enina o?u<p se refiere a árbol de hojas puntiagudas. P ero oxys no es cedro, pues éste en griego es /.cofyo;, con lo que el vocablo vitrubiano “oxycedros” sería en todo caso cedro de hojas agudas. Y en efecto, el “oxycedrus” se conserva en la sistem ática moderna para designar (26) Albendense, pág. 456. (27) Libro de la Montería; ob. cit., T. III, págs. 302-306. (28; COTARELO VALLEDOR, Alfonso 111; ob. cit., pág. 271; J. R. MELIDA, Catálogo Monumental; ob. cit., pág. 69. Sitúa el ilus­ tre arqueólogo en dicho monte una citanía que describe con el texto del Marqués de Monsalud, como existente en dicha sierra (vid. MAR­ QUES DE MONSALUD, “Citanías extremeñas”, en Revista de Ex­ tremadura, 1901, T. III, pág. 13).


LA FRONTERA ÓEL NORTÉ, VICISITUDES BÉLICAS

2amigno afza, una iano dire Oxiente ssde ; de >ues >mique L SU

III ;na, i la >xyslar— nto fijo rio, ja s es ría

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Cierta especie del género Ju níperu s, concretam ente el “Ju niperus oxycedrus” (29), a cuya especie pertenecen el enebro y la sabina. E l enebro, por razones xerofíticas, tiene las hojas más puntiagudas y espinosas que la sabina, que arraiga sobre las costas de Levante, dando antiguos topónimos analizados por Schulten (30), el cabo Sabinal, por ejem plo, y cuyas hojas toman la humedad, siendo por ello menos punzantes, más blandas. E l enebro, que en la región extrem eña existe, aunque no abunda, está citado en la España antigua. Plinio lo nombra en tierras vacceas y en la costa levantina, donde en Sagunto, Aníbal, después de la destrucción de Ja ciudad, respetó el m ile­ nario templo de Diana por, al parecer, estar construido con maderas de enebro (31). E l oxycedrus, es, pues, un cedro de hojas puntiagudas, espinosas, definido por su pre­ fijo, pero el "oxiferu m ” del cronista nada tiene que ver con él, salvo en la concurrencia del prefijo. Ahora bien, el “feru m ” latino y e] ¡p'/¡po? griego tienen evidente analogía; el prim e­ ro significa selvático, agreste, que en definitiva pertenece al reino de las fieras, y el segundo es concretam ente fiera. E l tan discutido m onje o abad que redactó la crónica utilizó a mi ju icio este vocablo compuesto para referirse a m ontes agrios, de íieras, terrenos inexplorados por su selvatiquez y despobla­ ción, donde los beréberes levantiscos, partidarios de Ibn Marwan, buenos m ontañeses por origen, buscarían asilo en terrenos donde hacer difícil la refriega. Siendo así resultaría muy co­ rrecta la frase posterior del cronista, de que en aquel lugar ningún príncipe cristiano había llegado hasta entonces, no por la distancia de sus reinos o sus bases, que otros hubo que re­ basaron la línea del Guadiana llegando hasta tierras de Cór­ doba, sino por lo inaccesible de un terreno en el que nunca se había combatido. Todavía Alfonso I I I tiene que volver sobre Coimbra para

íl; uscto lR-

Cx-

(29) G IU SEPPE COLA, Tratado de botánica; Barcelona, 1952, pá­ gina 876. (30) ADOLF SCHULTEN, Geografía y etnografía antiguas de la península ibérica; Madrid, 1963. T. II. págs. 370-371. (31) Ibid.


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librarla del intrépido Marwan, que la asedia. Ocurre esto casi a final del siglo ix. L a centuria del x tiene las m ismas características que las anteriores. Iniciada en los reinos cristianos la etapa de predo­ minio leonés, Ordoño I I al com enzar el siglo se adentra hasta Evora, que la asalta en un golpe decisivo, aprovechándose de la altura de los m ontones de basura formados extram uros por los m usulmanes, que arrojaban allí los desperdicios. Ordoño, dándose cuenta de ello, logró tras un insistente asaeteo retroceder a los defensores de la plaza, y subiendo varios de sus hom bres a dichos montones, que eran m ás altos que la propia m uralla, logró derribar un remiendo hecho a los muros, quedando el boquete al descubierto, por donde pu­ dieron entrar sus tropas y ocupar ¡la ciudad. E l cronista anónimo árabe de ’A bd-al-Rahm an I I I cuenta con prolijos detalles esta estratagem a que le valió la plaza al intrépido rey leonés (32). Ordoño “vir bellicosus” según le llam a el Silense (33) había, incluso antes de reinar, acometido grandes campa­ ñas contra los m usulmanes, llegando en una ocasión a la propia Sevilla, donde com batió en barrios de la ciudad. Al año siguiente de Evora, vuelve a pasear sus ejércitos por la com arca extrem eña, peleando en el castillo de A lan je, cuya región cruza en varias direcciones. E stas expediciones y las que le siguen sin interrupción en los siguientes años, traen como consecuencia la grave reacción de Sim ancas, quizá la de­ rrota más im portante del siglo, donde ’A bd-al-Rahm an es des­ trozado por las huestes de Ram iro II. Hacia m itad del siglo se recrudecen las razzias por los dos bandos, siendo duras e im placables las de los m usulm anes, que hostilizaban ince­ santes las fronteras, llevando a la capital cordobesa ingentes m ontones de objetos y cabezas cristian as (34). E n el 956 (32) Una crónica anónima de ’Abd al-Rahman III al Nasir, edi­ ción de Lévi-Provencal y García Gómez; Madrid-Granada, 1950, págs. 108-112. (33) Historia silense, edic. de Pérez de Urbel y Atilano González Ruiz-Zorrilla; Madrid, 1959, pág. 163. (34) LÉVI-PROVENQ'AL, H istoria; ob. cit., T. IV, pág. 298.


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se hacen paces entre Ordoño y ’A bd-al-Rahm an, y pocos años más tarde vemos ocupar las sillas episcopales de Viseo, Lamego y Coimbra con Vermudo II, sobre el que se ciernen inciertos presagios. Almanzor va a iniciar sus cam pañas ful­ gurantes que eclipsan y repliegan a las huestes cristian as E n el 987 entra en Coimbra y la arrasa totalm ente. Más tarde avanza victorioso hacia el Norte por Coria y Viseo, logrando en trar en Santiago y hace llegar a sus soldados hasta el océano. L a pesadilla del caudillo m usulm án no acabará más que con su muerte, que como es natural, se rodeó con la 'tardía leyenda de una derrota. Después de él, y pocos años más tarde, estalla la guerra civil que da paso a las taifas. Si sobre un mapa trazásemos las flechas representando la agobiante lista de ataques y contraataques que presiden estos casi tres siglos de duelo armado, todo él presentaría un aglo­ merado confuso y difícil. Las fronteras del Islam con la Cris­ tiandad no eran más que un campo m altrecho, un teatro de operaciones cruentas, pasadas y repasadas por los beligerantes infinidad de veces. Para el reino de Badajoz, instalado form al­ m ente a partir de 1022, la frontera tendrá un decisivo matiz político, porque en sus flancos, que retroceden ante el em puje de los ejércitos cristianos no volverán más los guerreros de A llah a poner sus plantas, ultrapasándolos, hasta que el signo almorávide irrum pa con nuevo estilo sobre el suelo de la España medieval.

PRIM ERA EM BESTIDA CONTRA LOS AFTASIDAS, 1055-1064. CONQUISTAS DE LAMEGO, VISEO Y COIMBRA, LA FRON­ TERA EN E L MONDEGO

Unidos en Fernando I los reinos de León y Castilla, des­ pués del desastre de Vermudo en los valles palentinos de Tam arón, y victorioso aquél en A tapuerca — 1054— , se con­ suma en sus reinos el ensancham iento territorial por el E ste. Todo es motivo para em prender inm ediatam ente una serie de cam pañas m ilitares, que coronará el éxito, y que tienen por objetivo inmediato llevar las fronteras a puntos que provisio­


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nalm ente y tiempos atrás habían logrado Alfonso I I I y Ram iro II (35). E l texto del Silevse así nos lo da a entender (361 E l reinn affásida de Badaioz se encuentra en manos de Muhammad al-M uzaffar, el príncipe erudito, que acababa — 1051— de hacer paces con el rey de Sevilla al-Mu ’ tadid, paz ansiada aue se logra gracias a los buenos oficios del cadí de Córdoba (37). La guerra con los sevillanos ha sido dura y enoiosa. y los años de lucha pesan sobre los bada­ jocenses: el luto y la tragedia — al decir de los cronistas árabes (38'— se ciernen sobre la bella capital del Guadiana. Pero sobre al-M uzaffar gravitaba una amenaza mayor, la ava­ lancha cristiana, aue. im placable y arrolladora, rompía la fron­ tera septentrional en un asalto incontenible. Los ejércitos cristianos encontraban débil resistencia y el aftásida hizo poco por sus territorios lim ítrofes, pues bien sabía que era en vano todo intento de contener la ofensiva (39). Del lado cristiano e sta b a n — al decir de Dozy (40)— el espíritu m arcial y el entu ­ siasmo religioso, ese entusiasm o que del lado musulmán había presidido las cabalgadas de Almanzor, y que ahora, en el reino badajocense, exangüe y dado a la m olicie del placer, faltaba casi por completo. Comenzaron las operaciones en 1055 sobre las altas tierras durienses, sobre ese trozo que durante tres siglos hemos visto hollado por el duelo interm inable de las armas. Un documento algo posterior — de 1081— llama a estos espacios “intér Durium et M ondecum” (41), y van a ser en definitiva el teatro (35) SANCHEZ CANDEIRA, en Diccionario Historia de España; ob. cit., T. I., pág. 117. (36) Historia silense, pág. 188. (37) IDRIS. Les aftasides; ob. cit., pág. 283. (38) IBN ’IDHARI en el Bayan, ob. cit., T. III, pág. 235; vid. AB,-DULLA ENAN, The p etty kingdoms, ob. cit., pág. 84, y DOZY, Histoire, ob. cit., T. III, pág. 52. (39) ABDULLA ENAN, supra 38, pág. 84. (40) DOZY, Histoire; ob. cit., T. III, pág. 74. (41) L E IT E DE VASCONCELLOS, Etnografía; ob. cit. T. III, página 224,


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de la lucha. Lam ego y Viseo, para abrir el paso hacia Coimbra, espolean el joven y belicoso ardor del primogénito del gran Rancho de Navarra. Aunoue estos territorios fronterizos estaban en parte des­ guarnecidos. o por lo menos en una situación en la aue al-Mu­ zaffar se sentía con c :erta im potencia, v ñor otro lado, había allí im portantes comunidades de mozárabes aue hemos de ver pr^stan^o sus anovos a los con a instadores cristianos, no por ello d e ^ b a n de nresentar al enemigo un cinturón de fortalezas v ciudades am uralladas aue habría que ir tomando en la cam ­ paña aue se emprendía. E l Silense s° preocuna únicam ente de relac; onar las rr,ás im noHantes aue caen pn manos d Q F e r ­ nando. pues sesrún su prop;a exnr^s’ón. resultaría pesadísirro enum erar ñor escrito, una a una. las aldeas y num erosas for­ talezas bárbaras arrasadas ñor el invicto rev : “Sed quoniam fastidiosum videbatur villulas et crebra barbarorum casteUa, a Fernando inuictissim o rege depopulata, stillo sinaxim enu­ m erare. nomina principalium ciutatum . eclesiis ouarum olim pastores prefuerant. quas u iriliter nu<?nañdo a sacrilegis manibus extorsit exnrim ere cu rau i” (42). E l cronista nos revela los nombres de Viseo. Lam ego, el castillo de San Ju sto . Taronca. Coimbra. la ciudad am urallada de Sena y demás forta­ lezas circunvecinas "cum alliis cireum iacentibus castellis” (43\ E l Chronicon de D. Pelayo habla de las mismas y otras mu­ chas ciudades: “alias m ultas civ itates” (44). Las Anuales Portugalenses V eteres se refieren a Penalva, Trananea, San M artín de Mouros y otras (45). L a P rim era Crónica General habla además de Gouveia, ju n to a Sena, “et Gouvea que son en Portogal, et otros castiellos que son y en derredor” (46). Todo viene a indicar que la com arca beirana aparecía nutrida de (42) Historia silense, pág. 189. (43) Ibid. (44) CHRONICON DE D. PELAYO, en España sagrada; ob. cit. tomo XIV, Madrid, 1905, pág. 471. (45) Vid. PEREZ DE U RBEL, Silense, not. 205, pág. 188. (46) Primera Crónica General de E spa ñ a: ob. cit., T. II, pág. 486,


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núcleos fortificados que em peñarían a Fernando I en una guerra de larga duración. Em pero no respondían los lím ites del aftásida a una infle­ xible rava suieta a las m árgenes del Duero, porque aunque el río puede configurarse como línea extrem a, una región su­ jeta a los avatares de varios siglos de guerra, lógicam ente presentaría una serie de puntos culm inantes de influen­ cia. E staban muy cerca las cam pañas de Alfonso V. que en 1028 había m uerto de un saetazo ju n to a los muros de Viseo, cuidad que pretendía incorporar a sus dominios leoneses; de ellas quedaban restos que ya los m usulmanes no habían po­ dido recunerar. y esto sucedía poco después de que el primer aftásida se asentase sobre el principado de Sabur. Por otra parte la región estaba muy mozarabizada y núcleos de cris­ tianos vivían y laboraban en posesiones monacales convivien­ do con los moros. E n 1020 el cadí sevillano Abu-l-Qasim Muhammad había vivaqueado la región tomando los castillos de Alafoens. iunto a Viseo, donde consiguió incorporar a su e jér­ cito trescientos de sus defensores cristianos, meta de su ex­ cursión; en este tiempo las dos plazas fuertes beiranas no estaban sometidas a los leoneses ni sobre ellas, al parecer, ejercían mandato los m usulmanes, a la sazón independientes con Sabur (47). La docum entación estudiada por Herculano (48) evidencia la gran amplitud de focos territoriales cristianos en la zona. Así, ju n to a la propia Coimbra, en la parte occidental de la sierra de Busaco< estaba el célebre M onasterio de Lorváo, cuya ayuda a Fernando I verem os después, el cual se había ido en­ riqueciendo con donaciones circu nv ecin as; en 1016 incluso con una heredad en Vilela solam ente a cinco o seis kilóm etros (47) DOZY, H istoire; ob. cit., T. III, págs. 8-9; vid. Apéndice I, sobre este topónimo. (48) ALEXANDRE HERCULANO, Historia de P ortugal; ob. cit., T. IV, págs. 301-312,


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de Coimbra (49). Muy cercano a éste, y más al Norte, encon­ tram os el de Vacariga, que se une en 1019 al de Sever, situado en las m árgenes del Vouga. E l de Vacariga, desde 1006, apa­ rece enriquecido de donaciones, llegándose en 1036 a recibir nada menos que varios inm uebles en el propio castillo m usul­ mán de Penacova (50), tam bién cerca de Coimbra, a pocos kilóm etros al E ste. E n el inventario efectuado por los m onjes en 1064 al que hemos en otras páginas aludido figuran más de veinte poblaciones entre el Vouga y el Mondego pertenecientes a Vacariga (51). Ju n to al Vouga, un mozárabe, Gonzalo Ibn Egas, reúne im portantes propiedades de tierras labrantías y bienes inm uebles que se relacionan en un inventario de 1050 (52), las cuales indudablem ente se laboran por una población cristiana im portante, asentada sobre esos territorios a la som­ bra de los m onasterios citados. E n opinión de Herculano, hacia los años de 1019 el dominio leonés se había dilatado desde el Paiva al Sur hasta M ontemor-o-Velho, incluyendo toda la faja litoral, aunque en 1034 dicha plaza vuelve a manos cristianas por obra del Conde Gonsalo Trastam ires (53). Hay que conve­ nir pues, que en los prelim inares de la cam paña de Fernando I, la ancha faja occidental desde el Duero y el P aiva hasta casi Coimbra, tenía puntos ya incorporados a los dominaos leone­ ses, y zonas unidas a los im portantes enclaves cristianos que orlaban a Coimbra. L a frontera, en esta zona, no quedaba lim itada por el Duero, sino,qu e con estos enclaves había que considerarla penetrante en una cuña de bastante extensión que bajando del Duero se internaba al Sur, flanqueando las plazas im portantes que serán objeto de la ofensiva cristiana. Sin em ­ bargo Fernando I no se apoya en estos flancos; avanza, deci­ dido, frontalm ente, hacia los puntos de su objetivo m ilitar. Su (49) Doc. cit. por L E IT E , E tnografía; pág. 286. T. IV, en que el moro Mohomat Ibn Abderrahmen vende al abad de Lorvao, Dulcidlo, una quinta que poseía en la población de Vilela. Vid. supra, pág. 42. (50) Vid. supra, pág. 42. (51) Ibid. (52) HERCULANO, Historia; ob. cit. T. VI, pág. 303. (53) Chronicon Lusitano, pág. 404,


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m archa parece adaptarse al embudo geológico cuyo term inal es Coimbra, pues analizando los m ovim ientos de la campaña, se aprecia como los cristianos aprovechan los flancos que occiden­ talm ente delim itan las sierras de M ontemuro, G ralheira y Caramulo. ju n to a Viseo, y orientalm ente por las suaves estribacio­ nes de las de La Lapa. Al Sur. se m argina este embudo con la Sierra de la E strella, quedando encerrado el valle del Mondego en un apéndice natural que conduce a Coimbra. E n 1055, Fernando I vivaquea toda la región al Norte de V iseo; más tarde inicia su ofensiva form alm ente. E l Sítem e nos informa que al térm ino del invierno y prim avera, al rom­ per el verano y posibilitarse el traslado de las tropas por la abundancia de víveres, se pone en m archa y se dirige desde los Campos Góticos a Portugal, cuva mayor parte está domi­ nada por bárbaros ahitos de impiedad procedentes de las pro­ vincias de Lu sitania y B ética (54). La cam paña se inicia, pues, en verano, pero Lam ego no cae en su poder hasta Noviembre de ese año. L a cam paña dura los años 1057 y 1058, y en cuanto a] orden de la misma difieren el Silense y los Chronicones L u ­ sitano y de D. Pelayo. Según el primero, la plaza que con su conquista inicia los hechos de arm as es Sena, pues según el texto, con “todas las tropas dispuestas a la prim era embestida se apodera de la ciudad am urallada de S en a”, para luego s e ­ g u ir: “conseguido el triunfo de Sena se da prisa en rendir la ciudad de V iseo”, y más ad elan te: “apresuradam ente levanta el cam pam ento de allí y se dirige a la ciudad lam ec°n se” (55). Si el orden del Silense fuese cierto, Fernando habría efectuado un m ovim iento de retroceso, bajando primero hasta las faldas de la Sierra de la E strella, para subir hacia Viseo y posterior­ m ente a Lamego. más al Norte. Sería una operación de resaca, no muy probable en la dinám ica bélica de aquellos tiempos. Por su parte, tanto el Lusitano como el de D. Pelayo nos dan una versión con orden mucho más lógico, pues nos dicen que el rey cristiano com batiendo gana Lam ego, Viseo, Coimbra, (54) (§5)

Silense, pág. 188. IbicL pág. 19Q,


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Sena y otras m uchas ciudades (56). Indudablem ente el Magno, se va apoderando en una operación lógica y acondicionada al dispositivo estratégico del terreno, de las plazias de Norte a Sur. y es después de Coimbra cuando limpia la región con la conquista de Sena, al E ste de la ciudad, y Gouveia, más al E ste aún. según la inform ación de la Crónica General (57). Lam eeo. vieja ciudad episcopal desde el Concilio Lucense. en el siglo vi, según las razones de Flórez (58). está situada a orillas del Balsem áo. sobre la margen izquierda, río que rin ­ de tributo al Duero, y que al llegar a la ciudad, viene apre­ tado por las cotas de la Sierra do Poio, que form a como una barrera franqueante del valle, por occidente. Sobre un vértice de casi 600 m etros de altitud se halla el castillo en ruinas, cuya torre medieval del hom enaje ha sido restaurada (59). E n el siglo xvi se dice aún “tem hum mui fermoso caste11o con mui forte torre de m enagen” (60). L a ciudad antigua, en el barrio más alto, en el mismo Relatorio de R u i Fernandes. es el enclave del soberbio castillo “onde está a fortaleza, em que moram 50 vizinhos: é muito forte, tem alguns edificios dentro, a saber: uma mui grande cisterna de abóboda de m uita água, e um poco m uito alto, que cham an o poco de engenho e tem para uma parte um fermoso castelo, em que o In fante D. Fernando tem seu alcaid e... As mais coisas de le sao feitas de mouros, e teem alguns nomes arábicos, como é uma igreja nesta cidade, a que cham an Alm acave, que é nome 056) La alteración en el orden que se expone, es decir, la toma de Viseo antes que Lamego, ya de por sí difícil de determinar, cree Ballesteros Beretta que se explicaría por el ánimo de Fernando I de vengar la muerte de su suegro Alfonso V, encontrando, como luego sucedió, al moro que le mató con una saeta (vid. BALLESTERO S BERETTA , Historia de España, ob. cit., T. II, pág. 222). (57) Crónica General, pág. 486. (58) FLOREZ, España sagrada; ob. cit. T. XIV, pág. 156. (59) JOAO DE ALMEIDA. Roteiro dos monumentos militares portugueses; Lisboa, 1945, T. I, págs. 528-529. (60) Doc. cit. por J^EITE, Etnografía; T. III, pág. 687.


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arábico, e há m uitos edificios antigos, em quintas de redor, m o u risco s...” (61). Con razón Mario Saa ha dicho que Lam ego era el centinela de los vados del Duero (62), río difícil de cruzar sin el auxilio de puentes, por sus especiales características físicas. E ra por el tram o del Norte lam ecense donde se encontraba el vado clá­ sico para ven ir desde los reinos cristianos, en la zona fluvial comprendida entre Caldas de Moledo y Regua, o más am plia­ m ente desde Porto del R ei hasta los frontones del río Varosa (63). Unidos estos puntos por el nudo de cam inos romanos y viejas vías que enlazaban los pasos del Sur (64), era lógico que una vez más el cam ino de los atacantes incidiera sobre la vieja urbe lam ecense, pieza clave en la ofensiva del rey cristiano. Las tropas de Fernando sitiaron la plaza, y según el Si­ lense (65), con gran esfuerzo trataron de abrir una brecha al muro de la ciudadela. Aunque la plaza parecía inexpugnable — sigue el cronista— por su situación difícilm ente accesible, fué conquistada en corto tiempo. Las huestes cristianas se va­ lían de torres y otras m áquinas que colocaban delante de las m urallas, y gracias a las cuales pudieron acom eter a la ciudad. E l 27 de Noviem bre de 1057, se liberó. Los m oros lam ecenses fueron en parte m uertos, y otros esclavizados con férreas ca­ denas, empleándose en construcciones eclesiásticas, “pora la­ brar et refazer las eglesias que los moros desbarataran”, dice la Crónica General (66). (61) Cit. en MARIO SAA, As grandes vías da Lusitania; Lisboa, 1959, T. IT, pág. 353. (62) Ibid., pág. 335. (63) Ibid. (64) Vid. Parte IV. (65) “...murum magno conamine írrumpere nititur, que quamuis dificúltate loci inexpugnabílís videretur, oppositis tamen turribus et diuersorum generum machinis, eam breui expugnauit; expugnatamque suis legibus subdidit. Lameccenses quoque Mauri, partim gladiis obtruncati, partim uero ob diuersa ecclesiarum opera ansis ferreis sunt constricti...” Historia silense, pág. 190, (66) Crónica General, pág_. 48§,


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E s lógico suponer que el rey cristiano se lanzase sobre las fortalezas cercanas a Lam ego para luego continuar la cam ­ paña hacia el Sur, que es el orden del Lusitano y de D. Pelayo, y que aceptamos como más posible. Pero entraba el invierno, época en el medievo no propicia para los hechos de arm as, y al pasar la prim avera siguiente cae Viseo, con lo cual hemos de concluir que las plazas de la región, en una guerra que dura hasta 1064, irían siendo asaltadas en tal tiempo, com ple­ tándose la obra de limpieza de la región beirana. Viseo, v ieja encrucijada de cam inos rom anos por donde azacanearon las legiones de Decio Bruto en el 137 a. C. esta­ bleciendo el cam pam ento conocido por “cava de V iriato ” a corta distancia de ella (67), se alza sobre un cerro dominador, prácticam ente a caballo de las cuencas del Vouga y el Mondego, sobre la m argen del río Inha, aunque encerrado por las alturas vecinas que la circundan, como los vértices de Crasto al N. W ., que enlazando con Luzín, Popelina, M ontaría y Queimadas en cotas de 600 a 650 m etros de altitud le rodean como un anfiteatro hacia el E ste. Al Su r las altu ras decrecen formando mesas que se abarrancan hasta las m árgenes del Dáo. E sta situación estratégica en el camino natural de Coim­ bra acrece su im portancia m ilitar, de obligado descanso a los ejércitos que bajan desde el Norte (68). Sobre los cim ientos de un antiguo cam pam ento se levan­ taría la fortaleza que en el siglo x i guardaba los pasos de la com arca. Del castillo medieval de D. Henrique, se conservan dos torres, y la fortificación se asentó sobre los cim ientos de la antigua m uralla (69). E s mucho más tarde, en la época de Alfonso V, cuando se hacen las m urallas de las que m ayores vestigios se conservan. No obstante la ciudad sólo debió tener (67) BOSCH GUIMPERA Y AGUADO B LE Y E, “La conquista de España por Roma”, en Historia de España, de Menéndez Pidal, ob. cit. T. II, pág. 155; sobre la “cava de Viriato” vid. ALMEIDA, Rote ir o ; ob. cit. T. I, pág. 503. (68) JO SE GOMEZ DE ARTECHE, Geografía histórico militar de España y Portugal; Madrid, 1859, T. II, pág. 239. (69) ALMEIDA, Roteiro; ob. cit., pág. 497.


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acorazada la zona de resistencia del castillo, quedando sin protección los arrabales y caserío circundante, pues muy pos­ teriorm ente en la Crónica de D. Joño I de Fernáo Lopes se dice que “ a gidade nao tem outra gerqua né fortaleza (salvo a S é e j” (70), y tam bién en la Crónica de D. F ernando, del mismo autor, al relatarse la entrada de En riqu e I I de Casti­ lla en territorios portugueses y la toma de esta ciudad cuenta que “lhe foi bem ligeira daver, come lugar sem nenhum m a gerca” (71). E l 23 de Ju lio de 1058 las tropas leonesas de Fernando I lograron entrar en la ciudad, fuertem ente defendida. E l Silen­ se nos cuenta que dentro de sus muros había unos escuadro­ nes de tortísim os arqueros cuya impetuosidad no podían vencer los aguerridos hombres del Magno. Las flechas dispa­ radas por esios hom bres atravesaban los escudos y las corazas de triple m alla que tenían los cristianos, viéndose obligados a superponer a los escudos tablas u otros obstáculos suficien­ tem ente resistentes para evitarlo (72). Quizá el Silense exage­ rase literariam ente el pasaje. Los escudos de los cristianos eran frecuentem ente de gruesos cueros, y un poeta árabe, de modo inverso, escribía que ante ellos se rebotaban las lanzas de puro acero ; otro com paraba los escudos cristianos con las tortugas sobre la piel del río (73). Acampados en los alrededores de la ciudad, que ofrece con­ diciones topográficas muy idóneas para ello, las avanzadas de Fernando exploraron todas las entradas posibles, y después de ello el rey ordenó que una selección de sus vanguardias (70) FERNAO LOPES, Crónica de D. Joáo I, edíc. de Lopes de Álmelda y Magalhaes Bastos; Porto, 1949, T. II, pág. 43. (71) FERNAO LOPES, Crónica de Don Fernando; Porto, 1966, página 187. (72) ...“Erat namque ín eadem ciuitate sagitariorum manus fortissima, cuius impetum si aliquando muros dimicandi causa properauissent, nisi clipeis tabulas superponerent uel aliqua fortiora obstacula ferre non vallebant, quin sagitta singularem clipeum et trilicem loricam per transir et”... Silense, pág. 189. (73) P E R E S, La poesie andalouse\ ob. cit., pág. 354.


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ocupasen las puertas de las m urallas en compañía de honde­ ros de las Baleares, que iban en su ejército (74). Los honderos de las Baleares eran famosos desde los tiempos romanos, y ha­ bían formado parte de los cuadros de su ejército ; los carta­ gineses tam bién los em plearon contra los romanos. Aníbal, en una inscripción en el templo de Ju n o , en Crotó, durante la cam paña de Italia en el siglo m a. C., cuya lápida vió Polibio quien la describe, se refiere a las huestes que incorporó de la península y que Asdrúbal tam bién sostenía en ella, citándolos tam bién (75). P arece que los griegos derivaron el nom bre de B alear por ser sus habitantes buenos tiradores y expertos en esta clase de neurobolia (76). Después de algunos días de violenta lucha, según el relato del Silense, las tropas de Fernando entraron en la ciudad, donde encontraron al arquero que en 1028 había dado m uerte a su suegro Alfonso V, al que m artirizó ; “aduxieronle ant el rey don Fernando, et mandol sacar los ojos et cortar los pies et las manos. E t si mas de pena le mando fazer, non lo dize la estoria” (77). F ra y Prudencio de Sandoval explica que el m artirio con­ sistió en co rtar al m usulm án los m iem bros con los que había m aniobrado el arm a, y anota que el soldado era un ballestero al que segaron un pie, pues con él arm aba la ballesta “porque las ballestas de aquel tiempo arm ábanse con un ingenio que llam aban A rm atoste, estribando el pie en el arco ”, lo cual resulta arqueológico, pues ya en este siglo se empleaba la ballesta — quws bunduq— y un procedim iento prim itivo era (74) ... “Explora tis igitur ómnibus ciuitatis ingressibus, positis castris, rex deiectos milites et cum hiis balearios ad Vísensium ciuitatem cursu tendere et portas obsidere iubet...” Silense, pág.189. (75) EM ILIO HÜBNER, La arqueología en España; Barcelona, 1888, pág. 89; MANUEL MARIN Y PEÑA, Instituciones militares romanas, Madrid, 1956, pág. 44. i76) ADOLFO SCHULTEN, Estrabon, Geografía de Iberia, Bar­ celona, 1952, pág. 268; Schulten combate esta teoría, aduciendo que se trata de una etimología absurda. (77) Crónica General, pág, 486.


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cargarlas a fuerza de pie, lo que está atestiguado posterior­ m ente por unas bellas m iniaturas de un códice escurialense de las Cantigas del R ey Sabio (78). E n tre la conquista de Lam ego y Viseo y en el largo tiempo que media desde la toma de esta últim a ciudad, hasta el asalto de Coimbra, hay que situar las acciones bélicas en las que F e r­ nando I se apodera de una serie de plazas y castillos de la re­ gión beirana, que tienden a lim piar la com arca de enemigos. Son varios, según ya relacionam os, los que refieren los cronis­ tas, pero muchos más que se citan genéricam ente y otros que no se cuentan y que estaban en pie, cuyos vestigios subsisten aún, cayeron en poder de los cristianos¿ incorporando estos altos territorios a la corona leonesa. Según el Silense, después de Lam ego caen San Ju sto y Taroca, coincidiendo la Crónica General en Taroca y citando (78) No hay que confundir la “ballista” romana con este tipo de ballesta, que era también conocida como arma de caza por los galoromanos, como lo atestigua con todo detalle un cipo funerario del siglo m encontrado en Solignac (cfr. PIERRE-LOUIS DUCHARTRE, Histoire des armes de chasse et de leurs emplois, París, 1955, página 108). Y anotamos esto, porque se duda si en el siglo xi los musulma­ nes conocían dicha arma, ballesta manual que aunque pesada no entra desde luego hasta el siglo xii en que se emplea en Francia con fines bélicos, pero ya en aquel tiempo el qaws b'unduq había sido alu­ dido por el poeta Ibn Rashiq (cfr. PER E S, La yoesie andalouse; ob. cit., pág. 352). Que el pie debía ser utilizado para poder armar la ba­ llesta demuestra que se trata de un sistema natural y primitivo, (cfr. DUQUE DE ALMAZAN, Historia de la montería en España, Madrid, 1934, pág. 190; pueden verse la s excepcionales descripciones de la ballesta venatoria en los clásicos de la montería española, re­ sultando magistrales las de ALONSO MARTINEZ DE ESPINAR, Arte de Ballestería y Montería, 1644, edic. de 1946), y lo acreditan unas bellísimas miniaturas de las Cantigas del Rey Sabio de un có­ dice escurialense (vid. DUQUE DE ALMAZAN, ob. cit., que las re­ produce). Lo único que puede resultar anacrónico en el relato de Sandoval es la alusión al “armatoste”, pues éste fué un ingenio que como el “cranequín” y la “gafa” nacieron precisamente para evitar el enorme esfuerzo a desarrollar para cargarlas, y para lo que se precisaba la ayuda del pie; FRAY PRUDENCIO SANDOVAL, His­ toria de los reyes de Castilla y de León, Madrid, 1792, pág. 14.


LAMEGO El c a stillo d e L a m eg o , c u y a i m p o n e n t e torre m e d i e v a l h a s id o o b j e t o d e a d e c u a d a s r e s ta u r a c io n e s , se alza a ori llas del B a l s e m á o , ju n t o a los p a s o s del D u e r o , e n el e j e d e c a m i n o s i m p r e s c i n d i b l e s e n las a c c i o n e s g u e ­ rr era s del m e d i e v o . La c o n q u i s t a d e la c i u d a d en 1 0 5 7 po r F e r n a n d o I, a b r e la b r e c h a c o n la q u e se i n i c i a el d e s m o r o n a m i e n t o del r e in o aft ás ida; tras d e

e lla c a e V i s e o , g ran n ú m e r o d e fo r ta lezas y al fin, e n

1064,

C o i m b r a , b a s t i ó n c a p i ta l e n los d o m i n io s b a d a j o c e n s e s del siglo x i . El D u e r o q u e d ó r e b a s a d o , y la fr o n t e ra se perfiló s o b r e el M o n d e g o , c o n

lo c u a l q u e d a b a

a b i e rt o el p o rt ó n m u l t i s e c u l a r q u e h a ría p o s i b l e u n a

n u e v a f a s e e n la c o n q u i s t a d e las tie rr as m e r i d io n a l e s . (Fotografía: c o rte s í a del Dr. D a C o s t a Moráis).


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tam bién San M artín. Este, dice la Crónica General, “yace so­ bre el río M alua; et m aguer que era muy fuerte, prisol” (79). Tam bién San Ju sto , según el Silense, se encuentra sobre este rio “castrum Santi Iusti, super flum en Malva situm ” (80). San M artín de Mouros, que así le denomina ya el Chronicon L usi­ tano, “Sant M artín de m auris” (81), se encuentra al occidente de Lam ego, a unos siete kilóm etros en línea recta, sobre la vertiente con traria de la Sierra do Poio, que con sus cotas de Lobos — 1.096 m etros— , Redonda — 1.071— y F on te da Mesa — 1.124— perfila su costillar divisorio, separando también las cuencas hidrográficas de los ríos que vierten al Balsem éo hacia Lam ego, o al San M artín, hacia ésta. La Sierra do Poio afila su proa, en duras barrancadas hasta el Duero, configu­ rando un gran recodo, en cuyas cabeceras de arco se abren los vados que daban acceso a las com arcas del Sur, perfilán­ dose orográficam ente como una m uralla separadora de las dos plazas fortificadas. E l castillo, totalm ente en ruinas, se ubica en el lugar llamado genéricam ente “castelo” ju n to a la actual población de San M artín, en el sopié del mismo m onte en la m argen derecha del río (82). Mucho más al Oeste, cerca de Cinfaes y al Noroeste de la gran Sierra de Montemuro, ju n to al Duero, se encuentra Travanca, en la m argen derecha dél Paiva, donde existen las ru i­ nas del antiguo castillo, que creo hay que identificar con el que se cita en las crónicas, aunque existan otras Travancas, como Travanca del Mondego, y Travanca ju n to a Coimbra. Tarouca está al Sur de Lam ego, entre ésta y Viseo, ence­ rrada en un gran valle del río del mismo nombre, prote­ gidas sus espaldas hacia el S. W. por la Sierra de Santa Elena, y por el Norte con el castillo de Dalvares. Ningún vestigio queda del fuerte castillo que tomaron los leoneses de F ern an ­ do, más que el emplazamiento sobre un cabezo de nombre árabe llamado Alcácim a, a 502 m etros de altitud, donde hoy se (79) (80) (81) (82)

Crónica General, pág. 486. Silense, pág. 190. Chronicon Lusitano, pág. 404. ALMEIDA, Roteiro; ob. cit., pág. 555.


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levanta la capilla llamada de N uestra Señora de los Prazeres (83). Al E ste de Viseo, y donde el río Dáo se angosta entre barrancas, encuéntrase la v ieja ciudad de Castelo de Penalva, de cuyo castillo apenas si quedan vestigios. E n el tiempo de estas acciones guerreras y antes de la con­ quista de Coimbra, y con toda probabilidad antes de 1063, puesto que en este año el rey Magno viene a Mérida para desde allí gestionar con el rey moro de Sevilla la devolución del cuerpo de San Isidoro, que se recibe en León a finales del año (84), hay que situar una audaz escaram uza que el leonés lanza sobre al-M uzaffar y que atenta no ya sobre la m altrecha zona septentrional que tiene casi despejada, sino sobre el corazón del reino aftásida, en el mismo Santarem . E l conoci­ m iento de esta hazaña no nos viene de fuente cristiana, sino árab e: es Ibn ’ld h ari el inform ador (85). Fernando envía una división de su ejército compuesta por más de diez mil lucha­ dores de caballería y con ellos más de veinte mil hombres — si hemos de creer el texto literal del Bayan— contra Santarem , “que era la llave de la tie rra ”. Muzaffar, que ha permanecido casi con las manos cruzadas ante la guerra im placable a sus lejanos dominios del Norte, no puede en esta ocasión que­ dar inactivo, y resueltam ente, desde Badajoz tom a con su ejército el cam ino de la bella ciudad del T ajo, llegando a ella antes que las m esnadas cristian as. L a entrevista se cele­ bró en el mismo T ajo y ju n to a una de sus m árgenes, dentro del agua, ya que al-M uzaffar se em barcó en un bote y se acer­ có a la orilla contraria, donde el capitán de los cristian os le aguardaba a caballo, que espoleó dentro de la corriente, hasta aproxim arse a la em barcación del rey de Badajoz. A sí se en­ tabló en tre ambos el diálogo, en el que el leonés exigió un fuerte tributo al musulmán, quien en todo momento se negó, (83) ALMEIDA, Roteiro ; ob. cit., pág. 586. (84) Crónica General, pág. 491; Silense, págs. 199-203; España sagrada, T. IX , tercera edic., 1860, págs. 406-412, Actas de la traslación de San Isidoro; MENENDEZ PIDAL, La España del Cid, T. I, pá­ ginas 136-139. (85) IBN ’IDHARI, B a y a n ; ob. cit., T. III, pág. 238.


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pero ante la amenaza contraria tuvo que ceder en favor de la paz, comprometiéndose al pago de cinco mil dinares cada año. Sobre el ánimo de Fernando I gravitaba la idea de liberar definitivam ente de manos m usulm anas todos los territorios por los que su ejército se paseaba triunfal, para saltar luego, como lo hizo, sobre los campos del reino toledano. Pero al lado de la idea su ánimo se engrandecía con el tesón, una de sus principales cualidades. P or eso el Silense nos dice que du­ rante toda su vida tuvo arraigado el lema de no rendirse a la empresa una vez emprendida, de llevar hasta el fin lo que se hubiese propuesto. De ese tesón nacía, según el cronista, el miedo que atem orizaba los corazones de los bárbaros “como si estuviesen viendo serpientes” (86). E n sus manos la com arca de Viseo y Lamego, la palanca bélica estaba tendida hacia Coimbra, fruto excelente de su larga cam paña m ilitar. Aparece entonces en escena un in­ trépido mozárabe, el conde Sisnando Davidiz, que se convierte en consejero del rey, a propósito de la conquista de la ciudad. Podría pensarse que Coimbra no fuese en tal caso, el objetivo m ilitar de la campaña, sino un suceso aislado que se convierte así, por interm edio de este personaje, que hábil conocedor de los m usulmanes y perito en la com arca, propone al m onarca la acción guerrera, que incorporará a su corona toda la gran región de la Beira. Menéndez Pidal ha recordado varios do­ cum entos (87) en los que aparece clara la acción como un consejo del conde. Así en 1064, que Fernando toma Coimbra se escribe: “ ...cu m consilio domni Sisnandi co n su lis...”, y en 1085 “ ...có n su l domnus Sisnandus ad laudabilissim un F redenandum regem, et consiliatus est illi ut obsideret ciuitatem quandam nom ine C o lim b rian ...”. Tenía sobrados motivos el conde mozárabe para acon sejar la empresa, y no faltaban razones a Fernando para tom arla. Ibn Bassam hizo un des(86) Historia silense; pág. 189. (87) R. MENENDEZ PIDAL Y E. CxARCIA GOMEZ, “E l conde mozárabe Sisnando Davidiz y la política de Alfonso VI con los taifas”, en Al-Andalus, 1947, T. X II, págs. 35-36.


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carado retrato del conde, que García Gómez ha evidencia­ do al trazar su p e rfil: “Se trataba de uno de los m ozárabes de Ibn ’Abbad, hom bre que había sacado chispas de la brasa de la inteligencia y que iba m uy lejos entre la osadía y la mala intención. Había servido de em bajador entre al-Mu ’ tadid y el tirano Fernando, y con este motivo ajustó y rompió pactos, elevándose a condición por ello; pero desde luego te­ niendo miedo de Mu ’ tadid, su bajeza de alm a le hizo pasarse al m iserable campo (cristiano). Establecido en Galicia, había adquirido gran experiencia de caminos y fronteras y acabado de dominar los secretos de la política y del gobierno. Term i­ nar con los reyes de Taifas en la península era su proyecto, y su pensam iento más frecu en te” (88). E stas últim as palabras de Ibn Bassam son bastante reveladoras de lo que se cocía en la corte del M agn o: la acción de Coimbra sería el broche de oro a la brillante cam paña emprendida nueve años antes, y la idea de Fernando se robustecía con el ánim o del conde, prác­ tico en la m ateria. Con las llaves de los castillos y fortalezas cercanas a Coim­ bra en sus manos, Fernando tenía a su alcance la pieza codi­ ciada. Su situación estratégica le perm itiría asentar sus soldados en las riberas del Mondego, creando una nueva frontera ante los m uslimes. Coimbra está situada donde el río se dobla en un meandro agudo, desde el cual se abre en abanico la hermosa vega de casi treinta kilóm etros de longitud, que term ina en el estuario de Figueira da Foz, en el A tlántico. Hacia el Su r­ este se halla protegida por los recios contrafuertes de la Sierra de Lousa, encadenados al alto y alargado macizo de la E stre lla ; de sus hondonadas nacen los tributarios del Mon­ dego por su m argen izquierda, el Alva, el Arouce y el Corvo. Por el Noreste, la Sierra de Busaco, perpendicular a la de Lousa, es un baluarte natural que protege los accesos de la bella ciudad. Decíamos anteriorm ente, dada la topografía de la región, que las tropas leonesas b ajarían siguiendo el (88) IBN BASSAM, en su Dhajira, cit. y trad. de García Gómez en El conde mozárabe Sisnando ; ob. cit., pág. 29.


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embudo natural que conduce a Coimbra, pero hay que te­ ner en cuenta que desde Penacova, las m árgenes del Mondego son intransitables para los ejércitos debido a las angosturas en que el río se encaja, por lo que es necesario flanquear la Sierra de Busaco, que hacia el Oeste, se dispone en una fácil m eseta, facilitando el acceso a la ciudad (89), E ste valor es­ tratégico de la Sierra de Busaco, fué siem pre advertido, y muchos siglos después, en el pasado, lord W ellington, al dar el parte de la batalla ocurrida en estas tierras, lo anotaba con precisión, diciendo entre otras co sas: “Todos los cam i­ nos a Coimbra desde la parte oriental pasan por una u otra de estas sierras. Son muy difíciles para el paso de un ejército, por ser muy montuosos los aproches a la cima de las sierras por am bas o rillas” (90). Sandoval apuntaba en el siglo xvm que el M onasterio de Lorváo, m alquistado por cristianos en pleno país musulmán, ju n to a esta sierra, “está fundado a dos leguas de Coimbra, en un valle profundísimo entre breñas y montes sobrem anera espesos, media legua del río Mondego que corre por Coimbra con gran copia de agua” (91), cuya cita define geográficam ente el paisaje de la cercanía conim bricense. F uertem ente cercada, con m urallas inexpugnables, y puer­ tas bien defendidas que en número de tres refirieron los geó­ grafos, y cuya disposición estudiam os en su lugar, acce­ dían a ellas viejas calzadas m ilitares y caminos, que más ade­ lante citarem os. Por dónde vendría Fernando I con sus huestes no se puede determ inar concretam ente, pero hay que tener presente que sus conquistas seguían las rutas naturales de Norte a Sur, barriendo las fortalezas dispuestas sobre esos ejes. L a presencia de los m onjes de Lorváo, que prestaron eficaz auxilio a los ejércitos del Magno, sería un acicate para (89) JO SE GOMEZ DE ARTECHE, Geografía histórico-militar; ob. cit., T. II, pág. 240. (90) LORD WELLINGTON, en parte de batalla, cit. de GOMEZ DE ARTECHE, ob. cit., not. supra 89. (91) FRA Y PRUDENCIO DE SANDOVAL, Historia de los r e y e s ; Ob. cit., pág. 44,


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la aproxim ación del rey cristiano. Tanto que en Un documento m encionado y glosado por Sandoval (92) se da a entender que fueron precisam ente los m onjes de Lorváo los instigadores acerca de D. Fernando, y los que en definitiva le propusieron la toma de la ciudad, quienes para llegar a él hubieron ante los m usulm anes de u tilizar una añagaza, haciéndoles creer que iban de caza, y así pudieron penetrar en el país cristia­ no. E n En ero de 1064, Fernando estaba ante Coimbra, la codiciada ciudad, que durante sesenta años estuvo en poder musulmán, y que Alm anzor arrasó en el año 987; según el Conim bricense (93) quedó desierta y abandonada durante siete años. C ronistas e historiadores, árabes y cristianos, nos han le­ gado el relato de la conquista de Coimbra. Ibn ’ldh ari, en el Bayan, nos cuenta cómo la fuerza de Fernando iba en aum en­ to, m ientras que los m usulmanes, a causa de los tributos dis­ m inuían en poder. Fernando se d irije a Coimbra, que había sido conquistada por Almanzor. L a caída de la ciudad se debe a la traición de Randuh, a la sazón su qa ’ id, quien se puso de acuerdo con Fernando para asegurar su vida y la de su gente, y cuando los defensores, al llegar la madrugada, se disponían a la lucha, los cristianos les indicaron la in u tili­ dad de la pelea ya que su je fe estaba con ellos en el campa­ mento. E sto lo desconocía el pueblo, pero a pesar de ello los defensores aguantaron los em bates, hasta que faltos de ali­ mentos, fueron asaltados por la fuerza. Los cristianos m ata­ ban a los hom bres y violaban a las m ujeres. R anduh vino hacia su amo, quien le insultó por su m al obrar y le decapitó (94). Ibn al-Jatib , en el A ’ mal, nos ofrece una versión sim i­ la r; el largo asedio y la traición del esclavo u oficial de (92) ob. cít., (93) 1799, T. (94)

FRA Y PRUDENCIO DE SANDOVAL, Historia de los r e y e s ; págs. 37-38. CRONICON CONIMBRICENSE, en España sagrada, Madrid, X X III, págs. 330 y 337. IBN ’IDHARI, Kitqb al Bayan ■ ob. cit., T. III, págs. 238-239,


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Muzaffar puesto en secreto de acuerdo con los enem igos; la actuación de los cristianos reduciendo con la espada a los hombres y destinando a las m ujeres y niños a la esclavitud; la com parecencia del traidor ante su soberano aftásida cre­ yéndose que éste le p ro teg ería: “Pero la espada del verdugo le esperó aquí, por orden de su soberano” (95). Los historiadores cristianos nos refieren cómo Fernando se dirige a Santiago de Com póstela para im petrar el auxilio del M atamoros en su cam paña contra Coimbra, y allí está tres días en oración. Luego emprende m archa a la ciudad del Mondego, la cerca y dispone de todo su aparato bélico de máquinas, y torres de m adera “circum quaque m achinas et castra lignea elev avit” (96). Pero el cerco se dilata días y días, y empiezan a faltar víveres y avituallam iento en el eiército cristiano. Entonces intervienen, según Xim énez de Rada, que reproduce la Crónica General, los m onjes del m onasterio de Lorváo, quienes tenían almacenado suficiente trigo, m ijo y legumbres, que los moros no sabían, y son ellos los que piden al R ey cristiano que tom e de todo y que no deje el cerco de la ciu d ad : “erant autem sub Arabum potestare monachi religiosi in loco arcto, qui Loruarum adhuc hodie apellantur. Hi laboribus manuum insistentes, thesauros frum enti, hordei, et m ilii, et stilignis, ignorantibus Arabibus, conservarant, haec omnia propiuo victui subtrahentes. Verum quia protracta obsidio victualibus indigebat, de recessu ab ómnibus tractabatur. Sed audientes m onachi, occurrunt, et quae á Iongis tem poribus conservatur, R egi et obsidioni liberaliter obtulerunt. E t hic victualibus exercitus confortatus, longanim is est effectus, et cibis refocillati, im pugnationi urbis de die in diem virilius instituteru nt, doñee obsesi, fame e pugna coacti, (95) IBN AL-JATIB, A ’ mal; ob. cit. en HONERBACH, páginas 361-362. (96) XIM ENEZ DE RADA, De Rebus Hispaniae, LIb. VI, pág. 125, reimp. facs. de edic. 1793, Valencia, 1968; vid. también la toma de Coimbra en Historia silense, ob. cit., págs. 191-193, y Primera Crónica General, ob. cit., T. II, págs. 486-488.


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elangudis animis m arcu erunt” (97). E l R ey toma los víveres, los agradece y reanim a a sus desfallecidas trop as; el cer­ co prosperaba de día en día, en tanto que los defensores m enguaban com batidos por el ham bre y el asedio. Con los castillos de madera, golpe tras golpe a la m uralla, logran que­ brantarla y romper el muro. Los moros más notables, dándo­ se cuenta de la gravedad, piden que cese la resistencia y al fin capitulan. Salen los moros de la fortaleza, se hincan de hinojos ante el Rey, pidiéndole merced, dándole la villa y las riquezas que allí tenían alm acenadas. E l R ey los dejó otor­ gándoles su piedad, pero ante la resistencia de algunos defen­ sores que no aceptaron el pacto, las tropas del Magno asaltan definitivam ente la ciudad. Ocurría esto el 9 de Ju lio ; el 11 entraba Fernando I con sus huestes y su corte en Coimbra (98). Según el Com plutense fueron reducidos a cautividad 5.050 sarracenos (99). E l R ey Magno entregó el gobierno de Coimbra al conde mozárabe Sisnando, que tan buenos servicios le prestó en la cam paña y en la toma de la ciudad. Coimbra fué el centro de un im portante condado que tenía por lím ites el Duero, desde Lam ego al mar, y por el Sur. la línea del Mondego (100). E l noble conde se dedicó a una intensa tarea repobladora, y es cuando estos territorios tomaron el nom bre de los “reinos del A ndaluz” (101). Tentugal, Penela, Canthanede, Arouca y otras villas fueron pobladas, sin olvidarse por ello la actividad reconquistadora, en la que Sisnando siguió empeñado. Al m orir Fernando I, estrechó sus vínculos con Alfonso V I par(97) XIM ENEZ DE RADA. De Rebus Hispaniae, ota. cit., pági­ nas 125-126; Primera Crónica General, ob. cit., pág. 487. (98) MENENDEZ PIDAL. La España del C id; ob. cit. T. I, pág. 146. (99) CRONICA COMPLUTENSE, en España sagrada; Madrid, 1799, T. X X III, págs. 317-318. (100) L E IT E DE VASCONCELLOS, Etnografía portuguesa; ob, cit., T. IV, pág. 289. (101) Vid. supra. pág. 41 y nqt, 108,.


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ticipando en la toma de Toledo (102). Murió el intrépido mozárabe en 1091, y está enterrado en un túmulo en la Sé V elha de Coimbra, en el que en letra gótica del siglo xv se alaban las hermosas cualidades que en vida tuvo, y lo poco que de ellas quedaron en las cenizas de su enterram iento. Pero la actividad bélica de Fernando I por las tierras aftásidas no term inaron con la conquista de Coimbra. Ibn al-Jatib nos dice que siguió el furor del cristiano por las com arcas dél Oeste, y si Dios Poderoso no hubiese puesto final a su vida, el tirano hubiera ahogado al sufrido pueblo bajo la carga de las contribuciones im puestas (103). Desde Coimbra sus ejércitos se dirigen a las zonas orientales que m arginan las sierras de Lousa y E strella, siguiendo la calzada rom ana que desde Conim briga se enlazaba, por el sopié de las m ontañas, hasta Guarda. Los castillos de Seia y Gouveia caen en sus manos. Seia — Sena— se encu entra situada en el pico de un pequeño cerro en la m argen derecha de la rivera de su nom bre y su fuerte castillo sirvió de asilo a los guerreros que haeían in cu r­ siones a tierras m oras y se dedicaban al bandolerism o y al pi­ llaje (104). P arece que la fortaleza que tomó Fernando quedaría arrasada, porque luego en 1140 se hizo una nueva cerca am u­ rallada que volvió a reconstruirse en el siglo xvi por el R ey don Manuel (105). A unos veinte kilóm etros más hacia el N oreste se encuentra Gouveia, sobre una cota de 693 metros, protegidas sus espaldas por los altos hombros de la Sierra de la E strella, y a ocho kilóm etros del curso del Mondego. De su fortaleza hace ya años que no quedan restos (106); después de conquistada por el Magno volvió a poder de los moros, y á (102) MENENDEZ PIDAL, E l conde mozárabe Sisnando Davi­ diz; ob. cit., págs. 38 y ss .; La España del Cid; ob. cit., T. I, páginas 305-308. (103) IBN AL-JATIB, A ’ vial; ob. cit., en HONERBACH, pá­ gina 362. (104) HERCULANO, Historia de Portugal; ob. cit., T. II, pági­ nas 140-141. (105) ALMEIDA, Roteíro; ob, cit., T. I, pág. 332. (106) Ibid., pág. 242.


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finales del siglo x i i el R ey D. Sancho I reedificó o t r a v e z castillo (107). Los territorios septentrionales de M uzaffar quedaron en manos de Fernando, una vez que éste ultimó las conquistas desde Coimbra y limpió la región. La frontera cristiana se perfiló por el M ondego: “Expulsa itaque de Portugale Maurorem rabie, omnes vltra fluium Mondego qui vtranque a Gallecia separat prouinciam , Fernandos rex iré cogit”, dice el Silense (108). el

SEGUNDA EM BESTID A : CORIA (1079). LA FRONTERA EN E L TAJO

E n 1079 Alfonso V I estaba pletórico de poder. Quedaban lejanos ya los oscuros episodios que tiñeron con sangre los muros de Zamora, y tam bién en el olvido, la fem entida ce­ lada que U rraca, hom bruna y sin escrúpulos, había tendido a García para m andarle a los calabozos del castillo de Luna y apropiarse de su reino. E l asesinato de Peñalén, aca­ baba de poner en sus m anos las altas tierras riojanas de Sancho de N avarra. Alfonso V I podía titu larse “Im perator totius H ispaniae”, pero en aquellos años, una vez más — tan­ tas ocurrirían luego por nuestro discu rrir histórico en discor­ dias civiles, disfrazadas con el signo político de cada t ie m p o triunfó el señoritism o neogótico sobre el anhelo telúrico, social y dem ocrático, del bombrón que habían parido las glebas castellanas. León, Galicia, Castilla y la R io ja en sus manos, alejada la sombra enhiesta del Cid, Alfonso V I apa­ recía omnipotente, y su presencia tem ible, se agigantaba ante los cada vez más oprimidos reyes de taifas. La política del leonés frente a éstos ha sido bien estudiada, pues no en balde, cronistas árabes o cristianos dejaron para ello suficiente m aterial. E ra clara su p o stu ra: soñaba con (107) ALMEIDA, Roteiro; ob. cit., T. I, pág. 243(108) Historia silense', pág. 193,


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Toledo, capital visigoda, donde resurgiría cancillerescam ente el im perialismo que palpitaba en sus manos, con Córdoba, con los reinos del Sur. Su idea, concebida ya sin vacilaciones, era, definitivam ente, liquidar las taifas árabes con la fuerza de las arm as y con la no menos insostenible política de las pa­ rias. Ibn Bassam escribía: “comenzó a colm arles (a los reyes de taifas) de falsas acusaciones e inm erecidos reproches, y principió a ingeniárselas y a buscar pretextos para arrebatar­ les su autoridad y acabar con ellos, por parecerle que ya estaban desbordados y sujetos todos a su cetro” (109). Alfonso pone en práctica su plan que lleva avasalladoram ente. Cada vez exige más, sus razzias fronterizas castigan duram ente los costados de Badajoz y Toledo, y sus mesnadas realizan incu r­ siones aventuradas dentro de los reinos árabes. Después de la caída de Toledo — anota Menéndez Pidal— ningún rey se atrevía ya a resistir, se reía de todos: “ ¿Cómo voy a dejar en paz a estos livianos hom bres, que cada uno toma el título califal más altisonante de sus príncipes de Oriente, y uno se llama Motámid, otro M otawakil, otro Mostaín, otro A lam ín... y ninguno es capaz de desenvainar la espada para defender­ s e ? ”, decía a un em bajador judío (110). Después de la m uerte de Fernando I, y acabada hacia 1072 la querella fratricida entre ’U m ar al-M utawakkil y Yahya, el reino aftásida de Badajoz disfrutaba de paz. a la sombra del R ey poeta. Sus campos y ciudades gozaban del bienestar y la seguridad más que en ninguno de los otros reinos de taifas, a pesar de las graves crisis recién pasadas (111), pero era una paz efím era y sólo dió lugar a pocos momentos de respiro. La presión bélica de los cristianos se dejaba sentir, y A lfon­ so V I aceleraba la R econquista con nuevo y urgente impulso. Ibn al-Abbar nos cuenta cómo por estos años se acentuaba la acción devastadora del tirano Alfonso, que se lanzaba por (109) IBN BASSAM, en su Dhajlra, cit. García Gómez en El conde Sisnando; ob. cit., pág. 31. (110) MENENDEZ PIDAL, La España del C id; ob. cit. T. I, pá­ gina 319. (111) ENAN, The P etty; ob. cit., pág. 88.


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las regiones occidentales — esto es, las del reino de ’Um ar— no contentándose solam ente con los tributos m onetarios (112). E l autor <¿el Al-Hulal al-Mawshiyya, aun con lo poco con­ vincentes que en cuanto a veracidad se estim an los escritos de que hace m ención, nos da una versión reveladora de la conducta de Alfonso V I con el reino de al-M utawakkil. R e fi­ riendo la em bajada que llegó al caudillo alm orávide en 1081 de los reves de taifas en demanda de auxilio, cuenta cómo Alfonso había escrito al aftásida una carta “amenazándole con truenos y rayos” y exigiéndole los tributos. Al-M utaw ak­ kil podía aún insolentarse con el cristiano, y según el autor árabe le contestó en estos térm in os: “Nos ha llegado el es­ crito del jefe de los cristianos, contrario a los decretos y juicios del A ltísim o y Todopoderoso, el cual truena y relam paguea y ju n ta y luego dispersa y nos intim ida con sus soldados numerosos y su situación dom inante. Si supiera que Dios dispone de soldados con los cuales hace triu nfar a la palabra del Islam y hace brillar la religión de nuestra profeta Muham m ad; poderosos contra los infieles hacen la guerra santa en el cam ino de Dios y no tem en; se conocen por su piedad y se hum illan con el arrepentim iento. Si brilla del lado de los cristianos el relámpago es por perm isión de Dios, para que conozca a los creyentes y para que Dios distinga a los m alva­ dos de los buenos y conozca a los impíos. L a perturbación que tú llevas a los asuntos debilitados de los m usulmanes es por las culpas que han cometido y por su desgraciada desunión, y si se uniese nuestra palabra con los demás reyes (musulmanes), sabrías qué daño te haríam os gus­ tar, como los que trabaron tus padres de los nuestros. No dejaremos de hacerles saborear en la m uerte los golpes de los torm entos, como lo verás y lo oirás. E n cuanto al pago del dinero, nos lo guardam os; en el pasado, Alm anzor imponía una contribución a tu antepasado y éste le regalaba su h ija con tesoros que le enviaba cada (112) IBN AL-ABBAR, A l Hulla al-Siyara’, en fragm. trad. Martín Velho; ob. cit., pág. 94,


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año. E n cuanto a nosotros, si han disminuido nuestras defen­ sas y nos faltan los socorros de las criaturas, no hay entre nosotros y tú un mar, que atravesem os, ni un obstáculo que venzamos, sino las espadas que probarán su filo en los cuellos de tu pueblo y el verdugo que verás en tus días y en tus noches. E n Dios y en sus ángeles señalados confiamos contra ti y buscamos au xilio; sólo a Dios buscamos y E l es nuestro único refugio. No nos espera más que una de dos cosas bu enas: o la victoria sobre vosotros, ¡y qué m ayor gracia y d o n !, o el m artirio en el cam ino de Dios, y con él, ¡qué paraíso! E n Dios está la com pensación de lo que has arruinado y el pre­ cipicio que corta lo que has avanzado y que te espera de lo que has preparado” (113). Coria era sin duda la llave del reino de al-M utaw akkil por el flanco Nordeste de su reino. Desde la fijación de la fron­ tera en 1064, una cuña de inverso sentido se enquistaba en los dominios leoneses siguiendo el curso del río Alagón, que­ dando a la fortaleza cau rien se a las m ismas puertas de la frontera, que era, por tanto, zona de razzias y combates. A bierto el paso de Coria, fácil sería ya a los ejércitos de A l­ fonso V I penetrar en el corazón aftásida siguiendo la ruta de las calzadas o los cam inos que bajaban del Norte. E ra el río Tajo, sin duda, la trinchera hasta entonces in ­ franqueable que dentro de los dominios toledanos y aftásidas guarecía los reinos de posibles ataques decisivos; flanquear­ la supondría la apertura de la España m eridional. E n tre el Mondego y el T ajo se ensam blaban castillos y fortalezas suficientes para aguantar las em bestidas, pero era indudable­ m ente el cordón fortificado de las m árgenes del gran río, el que aseguraba en cierta m anera la tranquilidad de la corte. Los geógrafos árabes citan determ inadas fortalezas que m ar­ ginaban el río o defendían sus aledaños y que más adelante (113) Al-Hulal al-Mawshiyya, trad. de A. Huici, Colección de Crónicas Arabes de la Reconquista, Tetuán, 1952, T. I, págs, 47-48.


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estudiarem os (114), pero otras existían formando un cinturón protector de las tierras centrales. Una ojeada topográfica nos revela el interés m ilitar de la línea fluvial del Tajo, que si para la mitad del suelo peninsular tuvo siem pre decisiva im ­ portancia (115), no la tenía menos en el siglo xi para el reino badajocense. E l gran m urallón carpetovetónico con sus fuer­ tes ram ales de Sierra de Gata, la E strella y Lousa, hasta Coimbra, perfilaban geológicam ente la frontera de Fernando 1, y para ambos bandos era una auténtica barrera natural de­ fensiva. Hacia el Sur se abrían las penillanuras de la Transierra extrem eña y la Beira B a ja , para aún descender en la gran depresión del T ajo por el R ibatejo. Sobre este típico y uniform e relieve, el T ajo corre encajonado en abruptos con­ gostos, flanqueado por fragosas y ásperas escarpas, que lo configuran como la zarpa de un im ponente re v e llín : todo el río es un intrépido adarve que apeó la orografía genial de la meseta. De Coria al Suroeste, siguiendo el curso del Alagón, esta­ ban las fortalezas de Ceclavín y Godos (116), pero era un poco más allá de la confluencia con el T ajo, donde la línea quedaba guarnecida por el castillo y plaza fuerte de A lcántara (117) defendiendo los pasos viarios que habían trazado los romanos, y que eran trasiego de las tierras cacereñas a las com arcas beiranas de Id an h a; a retaguardia de esta línea quedaba el im ponente hocico de Al-M ufrag (118) avanzando el espolón de la cordillera que viene siguiendo los talones del T ajo extrem eño. Más al Oeste se encontraba el cas­ tillo de Montalváo, citado en el siglo x por el Ahm ad al-Razi (119) cerca del río Sever, donde éste form a actualm ente (114) Vid. Parte V. (115) Cfr. GOMEZ DE ARTECHE, Geografía histórico-militar; ob. cit., T. II, págs. 269 y ss. (116) Vid. GERVASIO VELO, Coria, Reconquista de la Alta Ex­ tremadura, Cáceres, 1956, págs. 7 y ss. (117) Vid. Parte V, Alcántara. (118) Vid. supra. págs. 76 y 77, y notas correspondientes. (119) Ahmad al-Razi; ob. cit., pág. 90.


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linde con España, y del que restan apenas despojos h ara­ pientos. Hacia arriba y en la alta linea con Coria, aunque a cierta distancia del Tajo, el im ponente castillo de Mon­ santo, tam bién citado por Ahmad al-Razi (120), situado en altos riscos dominadores, muy cerca del río P on sul; un adagio popular aún d ice: “Monsanto, Monsanto, orejas de mulo, el que te ganare, ganar puede el mundo” ; no sé de donde provendrá lo de “orejas de m ulo”, pero hasta que sea explicado, creo que ha de referirse a las enormes lapas graníticas, empinadas y airosas, donde se asientan los muros del castillo. Correlativo al mismo, en tierra española, se encuentran los restos del form idable castillo de Trevejo, que en docum entación del siglo x n se señala geográficam ente constituyendo un auténtico núcleo d efen siv o : “el mi cas­ tillo de Trevejo, el cual está entre M onsanto y entre A l­ cán tara y C oria” (121). Siguiendo el Tajo, ya donde éste empieza a salirse de las abruptas barrancadas, el castillo de Almourol, en una isla del río, defendía los pasos de A brantes, y la fortaleza de Santarem más abajo cerraba los caminos de las fértiles vegas aftásidas. Pero el cerro jo principal de los aftásidas era indudable­ m ente Coria, cuya situación sobre la antigua calzada de la Dalm acia, rodeada de otras fortalezas de menos im portancia repartidas p or las agrias tierras hurdanas, perm itía la segu­ ridad de la capital del reino. Si no hubiese ocurrido el desas­ tre de Zallaqa, es muy posible que Alfonso V I, después de adueñarse de la plaza de Toledo, hubiese invadido sin obs­ táculos el reino de al-M utawakkil. Coria, que tenía un cintu ­ rón de fuertes muros romanos, cuyos restos aún se conservan, alzaba sus gallardos torreones como un centinela del feliz Badajoz aftásida (122). Su pérdida resultó insoportable para el rey moro, quien ya no vaciló en participar en la urgente llamada a los almorávides. (120) (121) Castillos (122)

Ahmad al-Razi; ob. cit., pág. 89. Carta de donación de Alfonso IX cit. GERVASIO VELO, de Extremadura-, ob. cit,., pág. 568. Vid. Parte V, Coria,


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La plaza fuerte fué tomada por los ejércitos de Alfonso V I en 1079, según el Chronicon Lusitano en Septiem bre (123). E n Ju lio de este año hubo un eclipse de sol del que dan cuenta historiadores m usulmanes y cristianos. Ibn Abi Z ar’ (124) nos cuenta que fué tan grande como no se había visto otro igual. E l Cronicón Com plutense se expresa en parecidos térm inos, diciendo que la oscuridad reinó durante dos h o ra s : “E ra I C X V II mense Ju lio die obscuratus est S o l: perm ansit ipsa obscuritas duabus h oris: appauerunt Stellae in Cáelo quasi media n octe” ; y análogam ente los Annales Toledanos II (125). Xim enez de Rada alude en versos, que can tan alabanzas por los triunfos, a las plazas que cayeron con la toma de Toledo (126), cuyo texto siguió la Prim era Crónica General al pie de la letra (127). De todas ellas la más occidental es precisam ente Coria, y ello indica a todas luces que el ataque de Alfonso era frontal, y que en él se abrigaba el decidido propósito de liquidar a Toledo, m eta de sus sueños desde que desterrado vivió en la im perial ciudad. Ahora bien, Coria fué ocupada antes que Toledo y que las plazas a éste circunvecinas, quedando evidenciada con ello la im portancia estratégica que como palanca de ataque tenía la fortaleza extrem eña. . Un argum ento sim ilar y respecto a la pérdida que para al-M utaw akkil suponía, nos lo testim oniaría la carta que este rey dirigió, si en efecto fuese verdadera, al em ir de los alm o­ rávides im petrando su auxilio armado. Sería un testim onio precioso, no sólo por ser contem poráneo, sino además por estar redactada por quien soportó la pérdida. No obstante, aunque dicha ca rta no se escribiese por ’Um ar, ciertam ente que el cron ista árabe del Al-Hulal al-Mawshiyya, que la (123) Chronicon L usitano ; ob. cit., pág. 405. (124) IBN A BI ZAR’ R awd Al-Qirtas, trad. de Ambrosio Huici, Valencia, 1964, T. I, págs. 328-329. (125) Cronicón Com plutense; ob. cit., pág. 317; ANNALES TO­ LEDANOS II, en España sagrada, ob. cit., T. X X III, pág. 404. (126) XIM ENEZ DE RADA, De Rebus Hispaniae', ob. cit., pá­ gina 136. (127) Primera Crónica General', ob. cit., pág. 539.


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Insertó en su texto, tuvo de haber fuentes geográficas e h is­ tóricas para relacionar el episodio, que, aunque fuesen las co­ nocidas, revela no obstante el interés que Coria tenía para los musulmanes y el peligro que suponía la presencia de A lfon­ so V I en ella. E l profesor Huici ha negado de plano, con su agudo aná­ lisis, la autenticidad de la carta, atribuyéndola exclusiva* m ente al afán de los cronistas árabes de exaltar el patriotism o m usulmán (128). E l autor de Al-Hulal es sin duda el inventor del mayor número de m isivas de este tipo. A nota Huici que el falsario de la carta no dudó en atribu ir lo ocurrido en la toma de esta plaza en 1142 por Alfonso V II, en cuyo tiempo los habitantes de Coria im ploraron el socorro de Tashufin b. Alí. E l primero que la utilizó fué Conde, pero su traducción carece de valor; en reciente obra de un historia­ dor extrem eño se toma precisam ente dicha traducción (129). Dozy la incluyó en la prim era edición de sus “R ech erch es", pero la retiró en la siguiente dada cuenta de su carácter, y su versión francesa fué utilizada por Prieto Vives (130). P arte de su texto lo daremos más adelante (131), pero sír­ vanos, a pesar de considerar la inexactitud de la misma, para al menos, calibrar que la pérdida de Coria representó para al-M utaw akkil un duro golpe, que debió acusarse con inten­ sidad. Con Coria en sus manos, hacia 1081 la conquista de Toledo va a en trar en su fase decisiva, porque ya entonces y secreta­ m ente el partido m udéjar había decidido entregar la ciudad im perial. Pero una capitulación honrosa exigía que el cerco (128) HUICI, en trad. de Al-Hulal al-Mawshiyya; olí. cit., pá­ ginas 18, not. 1 y 49, not. 1. (129) Vid. PRIETO VIVES, Los reyes de taifas; ob. cit., pág. 67, nota 3; inserta la versión de Conde, GERVASIO VELO, Castillos de Extremadura; ob. cit., pág. 203. (130) PRIETO VIVES, Los reyes de taifas; ob. cit. Apéndice texto árabe pág. 87, trad. págs. 90-91. (131) Vid. Parte V, Coria.


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se prolongase, y en 1085, definitivam ente, los ejércitos de Alfonso V I entraban en la antigua capital visigoda (132). E l reino aftásida de ’U m ar al-M utawakkil había sufrido una irrem ediable pérdida, y el porvenir de las taifas se teñía de sombríos y am argos presagios. La nueva frontera sign ifi­ caba un peligro con stan te y amenazador. E l T ajo no era ya infranqueable, y geopolíticam ente suponía la divisoria de lí­ m ites distintos y una nueva m anera de concebirse la dinám i­ ca de la expansión cristiana hacia el Sur. E n un cuarto de siglo dos cursos fluviales, los del Mondego y el T ajo, ordena­ ban con urgencia nuevos rumbos para la historia, esa historia española pautada tantas veces por decisivos caudales o pun­ tuales cum bres, que una vez más acudían a la cita. Pero la aprem iante am enaza del Norte, quedaría, al año siguiente, alejada por la intervención arm ada de los almorávides.

(132) MENENDEZ PIDAL, La España del Cid,, ob. c it, T. 1, págs. 303-306.


CAPITULO XI

BATa LYAWS,

c a p it a l d e l r e in o

Simples notas sobre el nombre y fundación A la arqueología literaria y erudita es asignable aquella vieja discusión iniciada en el siglo xvi, mantenida en el x v i i y fosilizada hasta nuestro tiempo, sobre el onomástico, y sobre la entidad histórica que fuese Badajoz. Eludimos en estas páginas cualquier intento de crónica de las posturas que egregios varones, sesudos eclesiásticos carga­ dos de latines, mantuvieron en el palenque de una crítica letrada. Es de sobra conocida. Pero no debemos dejar de re­ cordar a dos de los principales cabecillas de aquella discusión. Gaspar Barreiros, en el levítico silencio manuelino de una Evora universitaria y castrense, llena de nostalgias musulma­ nas, montó su Chorografía “ escrita en lengua que todos los que saben leer por ventura querrán leer” , azacaneando viejos textos ptolemaicos, usando a Plinio, y de su tiempo al in­ signe Nebrija y al no menos André de Resende, que tanto legado dejó en la historiografía portuguesa. Para Barreiros la cuestión no tenía dudas: Pax Julia — Beja— y Pax Augus­ ta — Badajoz— eran compatibles histórica y nominalmente, nunca eclesiásticamente. La metamorfosis de Pax Augusta a Badajoz fué explicada ingeniosamente mediante un artifi­ cio fonético de imposible viabilidad: Pax Augusta pasó a ser Badajoz por una serie de sucesivos cambios injustificados. En el Badajoz del siglo xvi, el canónigo Rodrigo Dosma, car­


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gado de latines, en una ciudad recóndita y levítica, atibo­ rrado de textos y menciones eruditas, en sus Discursos pa­ trios de la ciudad de Badajoz buscó una fabulosa ascendencia para la capital y dedujo su nombre con las más sutiles sig­ nificaciones. En Portugal el ya mencionado Resende com ­ batió la posibilidad de las dos ciudades y trató de aclarar definitivamente que la Pax era una sola ciudad que radicaba en Beja, convento jurídico y a quien sólo competía el uso del gentilicio pacense. Más tarde Caetano de Silva, a quien ya hemos citado (513) en su Historia das antiguidades da Cidade de Beja dejaba m uy resuelta la cuestión. Hasta nues­ tros días repito, la teoría de Dosma ha tenido continuadores, quedando aún com o corruptela una posición en la que ningu­ na cuestión concluyente o nueva se aportó; como en el siglo xm hiciera el primer Obispo de Badajoz, se sigue por iner­ cia casi irrenunciable utilizando un gentilicio que a los bada­ jocenses no nos corresponde. El canónigo y correspondiente Lozano Rubio, hace casi medio siglo resumió lo que hasta entonces se había escrito en este sentido (514). En ese tiempo, y desde que Martínez y Mar­ tínez publicó su Historia del reino moro, la principal cuestión estribaba en la consideración, deducida por Saavedra, autor de la conjetura, de que del apellido “ Battalus” de la inscrip­ ción de Astorga, en forma adjetivada pudo surgir la de “ Batalius” , y este vocablo pasar a la lengua árabe mediante la transcripción fonética con que su morfología es conocida. Martínez intentó explicar el apellido “ Battalus” , eximiéndole de estirpe latina y proponiendo su derivación del griego fiá-.za/jjz, que pudo introducirse en el latín, y en ese caso al­ gún sujeto apellidado “ Battalus” poblaría el lugar donde se asienta Badajoz quedando su nombre prendido junto a la piel del Guadiana; luego afloraría a la lengua árabe cuando el (513) Vid. supra. pág. 544. (514) LOZANO RUBIO, Be Historia de Badajoz; ob. cit., Apén­ dice, E, págs. 209-253.


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intrépido Ibn Marwan en el siglo ix, plantó aquí sus rea­ les (515). Ciertamente el griego ¡Bár-c¡/.o; se usa com o adjetivo, sinó nimo de afeminado (516); cuenta Plutarco en Las vidas para­ lelas, refiriéndose a Demóstenes, que a éste le vino el injurioso apodo de Bátalo que com o burla le pusieron, debido a su con­ textura enfermiza, y acfera el biógrafo que Bátalo era un flau­ tista afeminado y que incluso en Atenas, se llamaba así a partes inhonestas del -cuerpo (517). Así pues existe esa forma en griego que se adjetiva en apodo, y existe desde luego el onomástico “ Battalus” , epigráficamente testimoniado en Es­ paña, según la inscripción reproducida por Hübner y hallada en Astorga (518). Ahora bien, “ Battalus” está relacionado con “ Baticus” , con “Bataesina” — inscripciones 5.646 y 3.284 en Hübner— los que, como ha mostrado María Lourdes Albertos, deben tener todos el mismo radical “ Batia” , que es un antropónimo de Lusitania (519). Parece incuestionable la conexión antroponímica del vocablo, que en la. Hispania latina llenó de nom ­ bres su geografía, perdurando en muchos lugares hasta nuestros días. Así com o el nombre de Badajoz ofrece formas cambiantes en toda la documentación cristiana disponible, desde los siglos xi al xiv principalmente — documentos de Bularios, privilegios, anales y crónicas— , en la árabe, salvo excepciones, se man­ tiene casi igual. La deformación del nombre en esa docum en­ tación es palpable, y se acusan las diferencias de los documen­ tos portugueses, pero los propios castellanos también dan (515) Vid. M ARTINEZ Y M ARTINEZ, Historia del reino m oro; ob. cit., págs. 22 y ss. y 80. (516) Vid. DER KLEIN E PAULY, Lexicón der Antike; ob. cit., T. I, pág. 839. (517) PLUTARCO, Las vidas paralelas. Trad. de Sanz Romanillos, Biblioteca Clásica, T. X X IV , pág. 372. (518) HÜBNER, Corpus Inscriptionum; ob. cit., T. II, inscrip­ ción 2.650. (519) M ARIA LOURDES ALBERTOS, La onomástica primitiva ide Hispania; ob. cit., pág. 51,


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infinidad de variedades, que proliferan en el siglo xm, hecho que ya señaló Fernández Guerra (520). En la grafía árabe es casi siempre Batalyaws, com o se lee en Ibn ’ldhari, por ejem­ plo (521) y su estructura consonántica resulta exactamente igual a la única epigráfica que se conserva, la del epitafio del faqih Abu-l-Qasim Jalaf, asesinado en la capital en 1161 (522) y en los demás cronistas o geógrafos árabes. En el texto de Ibn al-Qutiyya la ta’ se suple por la za’ (523) y en el de al-Muqaddasi, la consonante última sin, se sustituye por la tha!, leyéndose Batalyuth, que com o advierte el traductor Pellat no es la forma habitual (524). Es pues com o hemos de aceptar histórica y definitiva­ mente el onomástico de la capital aftásida, com o Batalyaws; en su estructura arábiga y de manera indiscutible, com o ha señalado Seybolds (525). Pero la mutación Pax Augusta-Badajoz, montada por Barreiros, repetimos, no dejó de tener ilustres partidarios en nuestro tiempo. En 1920, Meyer-Lübke volvía a replantear este problema, teniendo por posible la me­ tamorfosis subsiguiente y progresiva; poco después Américo Castro, seguido de Zauner, advertía definitivamente la impo­ sibilidad de la transformación: Bathalios — dice— nada tiene que ver con Pacem Augusti, su primer elemento bath con ta’ (520) Vid. M ARTINEZ, Historia del reino moro; ob. cit., pág. 80. Badalios, la Crónica silense, la de Alfonso V I I ; Badalioth, el Cronicón Compostelano; Badalocio, los Complutenses; Vadalozum, Lucas de Tu-y; Badajoz, el Burgense; Vadalloz, Privilegio de Alfonso X sobre deslinde; Badalhouse, el Conimbricense quinto; Badajos, el Poema de Alfonso X I, entre otros. (521) IBN ’IDHARI, Kitab al-Bayan; cb. cit., T. II, pág. 102 texto árabe. (522) Vid. LÉVI-PROVENCAL, Inscriptions arabes d’Espagne; ■ob. cit., pág. 59. (523) IBN AL-QUTIYYA, Iftihah ta ’ rij al-Andalus; ob. cit., texto árabe, pág. 90. (524) AL-MUQADDASI, Kitab ah ’ san at-taqasim, pág. 41, vid. nota pág. 95. (525) SEYBOLDS, HUICI, en Encyclopédie de l’Islam; T. I, pá­ gina 1.124.


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velar, no puede salir de Pacem, y olios, segundo elemento, nada tiene que ver con Augusti (526). Y es incuestionable que admitida la forma árabe Batal­ yaws, su paso a Badajoz es perfectamente claro y responde a las leyes más rigurosas de la fon ética: la ta’, oclusiva sorda, velarizada, se convierte en d, en la mayoría de los casos, y la sin final pasa a z, como hemos de ver en los casos hipocorísticos (527). De Batalyaws vino Badajoz, aunque en la docu­ mentación medieval adoptase vacilantes y corrompidas grafías. Batalyaws = Badajoz es una ecuación que no debe admitir dudas. Ya de antemano hemos de significar que, según hemos de ver en seguida, aunque Batalyaws aparece como escueta fun­ dación árabe, el contexto de las crónicas nos permite vislum­ brar que antes, y sobre el histórico cerro de la Muela, había un núcleo urbano, aunque de poca entidad y con escasa po­ tencia defensiva. No se puede arrinconar el hecho de los tes­ timonios romanos aparecidos, de los hallazgos arqueológicos todos ellos de tiempos m uy anteriores, o de las bellas piezas visigodas encontradas. El poblamiento romano de la vieja cuenca del Anas no pudo en manera alguna olvidar la situa­ ción privilegiada de esta roca calcárea que lame divagante el viejo río, junto a una fecunda, ubérrima, vega milenaria. Aquí existió algo, y algo que tuvo nombre. Que los árabes lo cono­ cían es evidente, pues así lo revela sobre todo la actitud de Ibn Marwan en el siglo ix, y todo evidencia que un viejo nombre, muy probablemente fué adaptado a la lengua del Islam. Un problema de gran trascendencia surge en el sufijo oz, de que está afecto el vocablo, sufijo que atrajo siempre la atención del investigador. Para la relación de los patroními(526) W . MEYER-LÜBKE, en Einfürung in das Studium der romanischen Sprachwissenchaft; 1920, pág. 59. Cit. CASTRO, “Acerca del nombre de Badajoz”, en Revista de Filología Española, 1925, T. X II, páginas 76-77. (527) STEIGER, “Arabismos”, en Enciclopedia Lingüística; T. II, página 115. DOZY-ENGELMANN, Glossaire; ob. clt., pág, 19,


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eos en óz, se formularon infinidad de teorías en las que se ubicaron muchos y variados orígenes: se atribuyó al vasco, basado en que los apellidos usaban la terminación adverbial en ez, oz, al gótico, al latino mediante la transformación del genitivo en terminación castellana, al celta por el sufijo icus, al ibero, al indoeuropeo iqus, al prerromano y al árabe (528). De todas ellas la árabe propuesta por García Gómez fué suge­ ridora (529). Resume el hecho de que los patronímicos hispá­ nicos en z no afloran escriturariamente hasta el siglo ix, cuando la dominación islámica está ya bien prendida en nues­ tro suelo, y estos no existen en Europa. A poyo incuestionable de ello lo representan las series hispánicas en iz, az, oz, en los que siempre la sin final da z, recordando similarmente el caso de Batalyaws, Batalyus, Badajoz. Claro que hay serios incon­ venientes, pues en la lengua árabe se trata de hipocorísticos y en castellano de patronímicos, pero para el ilustre catedrá­ tico la proposición resultó tentadora. Por otra parte Menéndez Pidal ha demostrado la existen­ cia de un substrato mediterráneo occidental, en el que hay que implicar y reconocer la presencia del sufijo oz — o con las demás vocales con final en z— y entre cuyos ejemplos se en­ cuentra el nombre de Badajoz (530). El ilustre maestro apunta que se ha querido ver en este nombre una deturpación de un vocablo árabe, en el que ninguna estructura arábiga se puede vislumbrar. Con ello se muestra un repertorio de topónimos de la misma estructura repartidos por España e Italia. Cabe pues una pequeña geografía del nombre Badajoz, o sus análo­ gos, dispersa y separada en sus puntos por muchos centenares de kilómetros. Se señalan: un hidrónimo igual, afluente del Duero, en Valladolid — en los indicadores de Obras Públicas que señalan al río y en algunos atlas he visto escrito Bajoz— (528) Véase un resumen de ello en GONZALO DIEZ MELCON, Apellidos castellano-leoneses; Granada, 1957, págs. 128-136. (529) GARCIA GOMEZ, “Hipocorísticos árabes y patronímicos hispanos”, en Arábica; París, 1954, págs. 129-135. (530) M ENENDEZ PIDAL, Toponimia prerromana; ob. cit., pági­ nas 102-103.


MURALLAS DE BADAJOZ En la fotografía superior se muestra uno de los lienzos del recinto almohade del lado del poniente, en donde estaba situada una de las puertas de acceso a la Alcazaba, demolida a principios de siglo, y por la que trepa la carretera actual hacia la meseta de la fortaleza. En la inferior, un aspecto de los muros del N. W. que flanquean, sobre una escarpa, el río Guadiana, y a los que se suelda, contigua a la torre que aparece a la derecha, la fortificación abaluartada moderna que tenía Badajoz. (Fotografías: del autor).


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y un topónim o Badayoz — recuérdese la forma Vadalloz, del privilegio de Alfonso X, a que antes aludimos— en la provin­ cia de Alava. Fuera de las fronteras hispanas señálanse Badaiuz, en Udine, territorio véneto-iliro; Badalasco — en Bres­ ca— , Badalauco — Cúneo— y en el distrito toscano de Siena. En Portugal, Badalinho, y en el Sur de Francia, Badaillac, en Cantal (531). Es sugestivo comparar las formas extrapeninsulares con aquellas que nos ofrecen los deformados textos me­ dievales hispánicos de que se ha hecho mención. Aún podemos agregar un orónimo com o Badaya, tam­ bién en tierras alavesas, que da lugar a apellido (532). Este último ha sido explicado com o vasco formado por el elemento ia, junco, com o sierra de juncos (533). Y otro en la misma zona, Badaguas. La dispersión geográfica de formas análogas a Badajoz, presupone pues la muy segura probabilidad de un nombre pre­ rromano que no tuvo una alteración acusada, y del que no tenemos ni la más remota noticia literaria o epigráfica. Un nombre que para Martínez — defensor de la posibilidad del antropónimo latino— estaba en el uso de los mozárabes cuya lengua aparecía plagada de voces hispanas y bizantinas (534). Pero no podemos olvidar que la primera referencia es árabe y q u e ^ metamorfosis de esa estructura a nuestro idioma está justificada (535). \TENDEZ PIDAL, Toponimia prerromana',

ob. cit., pá-

(532) Vid. GRACE DE JESUS C. ALVAREZ, Topónimos en ape­ llidos hispanos; ob. cit., pág. 123. (533) NARBARTE, Apellidos vascos; ob. cit., pág. 88. (534) M ARTINEZ, Historia del reino m oro; ob. cit., pág. 21. (535) Sólo como sugerencia hemos de recordar algunos elementos de palabras arábigas que tienen cierto parecido con los elementos del onomástico árabe de Badajoz, como por ejemplo batal, atleta; batali, heroico. Vid. DOZY, Supplément aux dictionnaires; ob. cit., T. I, pági­ na 95, aunque el mismo Dozy da para batal otros significados, hacién­ dolo sinónimo de pereza, calma — vid. “Glossaire”, en Comentaire historique sur le poeme de Ibn ’Abdun par Ibn Badrum; Leyde, 1846, página 82, remitiéndose a un anterior comentario en la Historia Abbadidarum, T. I, pág. 5— . También bat aparece como elemento en el


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La existencia pues, probable, de un topónimo anterior al siglo ix, y los hechos históricos que se producen en ese tiempo revelan, com o indicamos, la también presencia de un núcleo urbano, con testimonios arqueológicos — mudos y enigmáticos, cuya incógnita sólo es del patrimonio del arte— que no pode­ mos arrinconar. Y es por tanto hacia el siglo ix, cuando debemos referirnos históricamente a la ciudad; recientemente Hernández Jimé­ nez, en acertadas notas de este período, ha retrotraído al año 834 la primera fecha en que el nombre de Eadajoz debe ser datado (536). En este año ’A bd al-Rahman II reduce a la ciudad de Mérida y los revoltosos Sulayman b. Martin y Mahmmud b. ’Abd Chabbar ante la presión del Emir hubieron de buscar asilo en Badajoz (537). Treinta y cuatro años más tarde ’Abd al-Rahman ben Marwan ben Yunus al-Chilliqi, el intrépido muladí, se desata de la autoridad de Muhammad I, y es ya cuando en la historia se inicia el auténtico prólogo de la capitalidad badajocense. Tras una serie de incidencias y percances, tras la vuelta del confinamiento a que Ibn Marwan fué sometido en Córdoba y la derrota sufrida en el castillo de Alange, el indómito ca­ becilla se instala en Badajoz y aunque luego tenga que aban­ donar la plaza, es en la fecha del 875 cuando debemos hablar, de una manera formal, del nacimiento de Badajoz com o pieza clave geopolítica, com o plaza en la que se inauguran las pri­ meras almenas beligerantes. A partir de entonces, Badajoz tomará caracteres de burgo perseverante; es una plaza fuerte nombre de una estrella de la constelación, Bat al-chuza’ — que traduci­ mos por Betelgeuze— Vid. JOAQUIN GARCIA CAMPOS, De toponimia arábigo-estelar; Madrid, 1953, pág. 50. En cuanto al nombre ya caste­ llanizado Badajoz hay mucho parecido en su segundo elemento con Guadajoz, aunque éste proviene de ashshwsh en su acepción de turbio — vid. Asín, Toponimia; ob. clt., pág. 109— . Repetimos que ninguna co­ nexión se pretende, sino solamente recordar estos elementos análogos. (536) H ERNANDEZ JIMENEZ, Los caminos de Córdoba hacia Noroeste', ob. cit., págs. 58 y 61-62. (537) Cfr. LÉVI-PROVENCAL, Historia', ob. cit., T. IV, páginas 139-149.


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que se abre a la historia para m uchos siglos, y que desde en­ tonces contará con esa expresión castrense que los hombres llenarán de cicatrices. Ibn Marwan se planta sobre esta es­ carpa caliza, señora del Guadiana, y escribe al año siguiente las primeras páginas del primer asedio que sufre la plaza, inaugurando en la historia una serie ininterrumpida y heroica. Dos cronistas árabes nos dan la referencia de lo sucedido con Ibn Marwan y de su establecimiento en Badajoz. Podría­ mos decir que son los dos textos fundacionales que tenemos de la capital aftásida. Ibn al-Qutiyya e Ibn ’ ldhari son los dos historiadores a que nos referimos. El primero, com o se sabe, escribe en el siglo x — murió en el 977— y la noticia por tanto tiene un siglo de distancia. El segundo pertenece al siglo xm. Otros textos geográficos, entre ambos, que analizaremos más adelante, nos dan noticia de Badajoz, pero lo importante por ahora es fijar sobre los expresados, aquellos detalles que evi­ dencian la existencia anterior de núcleo habitado, y por tanto conectan a lo que sobre las cuestiones del onomástico acaba­ mos de decir. El texto de Ibn al-Qutiyya nos provee de detalles de sumo interés. No vamos a descubrir gran cosa, pues que es conocido el pasaje desde que el arabista Ribera lo tradujo, y asimismo fué utilizado por Codera en su espléndido estudio sobre Ibn Marwan. La posición del caudillo rebelde y fundador frente al Emir es esta: “ ...m i deseo es que se me deje libre Albashranal (lectura de Codera) Baslnarnal (de Ribera) para restau­ rarla, fortificarla y poblarla: conservaré la invocación a nom­ bre del Emir, pero no se adherirá a mí tributo ni obediencia alguna ni prohibición; este Albashranal estaba frente a Bada­ joz y entre ambos estaba el río; fuele concedido el construir (restaurar o fortificar) a Badajoz al otro lado del río para que fuese del partido del Islam, com o se había convenido con él; hízose así, pero luego deseando Hashim tomar venganza de él, dijo al Emir Muhammad: ciertamente Ibn Marwan se ha rebelado contra nosotros, pues él y sus soldados se trasladan de un lugar a otro y ya tiene una capital (Madina) rodeada


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de casas, alcázares y jardines...” (538). N o hacen falta com en­ tarios a un texto donde todo queda explicado; Ibn Marwan quiere fortificarse al otro lado del río, en un lugar que tenía al parecer defensas. Ya Martínez y Martínez indicó que este Albashranal o Basharnal debía estar sobre el alto cabezo, hermano de donde se asienta Badajoz, llamado desde textos documentales antiguos cerro de Orinaza y donde se ubicó uno de los fortines de la muralla Vauban, el fuerte de San Cristóbal, lleno de hazañas bélicas (539), y cree que el nom­ bre de Baxarnal o Bajarnal pudo haber degenerado en Orina­ za: parece esta metamorfosis difícil, pero no cabe duda que el único homónimo geológico que tiene el cerro actual de la Alcazaba es desde luego el de San Cristóbal. Recientemente Hernández Jiménez no duda en aceptar la identificación de Martínez (540). Ahora el texto parece evidente, el Basharnal estaba frente a Badajoz y entre los dos estaba el río, luego Ba­ dajoz existía. Y le fué concedido fortificarlo, para que en este lado estuviera en el partido del Islam; se comprende, porque un rebelde era, conociendo la topografía del lugar, mucho más fuerte teniendo al río por delante. Le fué concedido fortificar a Badajoz, que es el acto inaugural de nuestro burgo castren­ se, y lo rodeó de casas, alcázares y jardines, lo cual indica claramente la ejecución de unas obras inherentes a todo fun­ dador urbano. La misma expresión “ya tiene una ciudad — madina— ” revela carácter independiente com o entidad geopolí­ tica, que Badajoz adquirió inmediatamente y que presupone que no la tenía anteriormente. El texto de Ibn ’ldhari proclama la misma cuestión: “ ...en el año 261 (874) Ibn Marwan al-Chilliqi huyó con los hom­ bres de Mérida concentrándose en el castillo de Alange que fué conquistado por el príncipe Muhammad teniéndole a aquél (538)

IBN AL-QUTIYYA, pág. 19 texto árabe, 90 trad. CODERA,

Los Benimerwan de Mérida; ob. cit., pág. 37. (539) M ARTINEZ Y M ARTINEZ, Historia del reino moro; ob. cit., pág. 69. (540) H ERNANDEZ JIMENEZ, Los caminos de Córdoba hacia Noroeste; ob. cit., pág. 59.


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en asedio durante tres meses y obligándole a com er la gana­ dería, dejándole sin agua. Atacáronle con la catapulta hasta que se rindió y pidió por la seguridad de su vida, expuso su cansancio y mal estado hasta que le autorizó el príncipe Mu­ hammad a marcharse a Badajoz para vivir allí. Era un pueblo donde vivió en soledad” (541). A l referirse a los sucesos del año siguiente el cronista, entre otras cosas, d ice: “ ...F u é Ibn Marwan quien construyó el campamento de Badajoz donde tuvo su residencia y donde estaba la gente de M érida...” (542). También el pasaje parece de interpretación clara; Badajoz era una villa, el texto dice escuetamente qarya, que no es alque­ ría, sino villa, aunque el vocablo haya dado com o topónimo español alquería, de al-qarya. Existía, y en él Ibn Marwan construyó el castillo de Badajoz. Un nombre antiguo, muy probablemente prerromano, es­ taba prendido al alinde del milenario y pastueño río Guadiana, un nombre que apellidaba a un pequeño núcleo, cuyos restos arqueológicos denuncian su existencia antes del siglo ix, que se ha perdido sabe Dios en qué página remota e ignorada, en qué inscripción oculta a los ojos de la historia. Cuando Ibn Marwan concibe la idea de que su independencia podía cua­ jar, com o en efecto sucedió, en esa remota aldea, cerca de Mérida, junto a un río de evidentes ventajas, pidió venirse aquí, y ese núcleo era Batalyaws, porque así parece ser cono­ cido, y ese conocimiento denuncia que el onomástico árabe llevaba por lo menos desde tiempo posterior al siglo v i i i sien­ do posiblemente utilizado por los hombres del Islam. Batalyaws es nuestro título glorioso, prendido telúrica­ mente a las fibras existenciales de nuestra historia. Batalyaws, es decir, Badajoz: he aquí un nombre preciso, sonoro, impe­ rativo; semeja una campana para ser tañida en la marcialidad del romancero, parece un grito para regir una batalla. Cronología de las murallas. La cindadela fortificada La Crónica anónima de A bd al-Rahman I I I al-Nasir nos ilustra con una preciosa referencia de las obras hechas en (541) (542)

IBN ’IDHARI, Kitab Bayan; ob. cit., pág. 102 texto árabe. Ibid.


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Badajoz ei año 913, a raíz de la brillante campaña de Ordoño II contra Evora, que sirve a nuestro juicio para recompo­ ner un poco la cronología de las murallas de Badajoz, y en parte aclarar algunos puntos que aparentemente estaban algo confusos. Hacía un año escaso de la entronización de ’A bd alRahman, por lo que la situación del al-Andalus era la misma que en años anteriores, plagada de disidencias y pequeños régulos a los que iría dominando sucesivamente el nuevo y flamante om eya; esta situación favorece el ímpetu guerrero de Ordoño, el cual antes de ser ungido rey de León — lo fué al año siguiente— emprende esta campaña de la que da cumplida cuenta el Silense (543). Ya hemos dicho en otro lugar el ardid de que se vale el intrépido leonés para la toma de la ciudad alemtejana (544), pero interesa recalcar, pues ello justifica el temor de los musulmanes de Badajoz, la impetuosidad de la razzia cristiana por estas tierras, que tiene una nueva versión en el año siguiente. Badajoz, gobernado por ’Abd Allah ibn Muhammad, nieto del fundador, se resiente de la campaña y sobre su fortificación se realizan obras importantes. Dice el cronista: “ ...E l resto $e los habitantes del Algarve y de otras regiones se afligieron sobremanera por esta calami­ dad de Evora, y concibieron tan grande temor del enemigo, que se consagraron a reparar sus murallas y fortificar sus cas­ tillos. Los que lo tomaron más a pecho fueron los habitantes de la ciudad de Badajoz, cuya muralla de adobe y tapial, era la misma de tiempos de ’Abd al-Rahman ibn Marwan al-Chilliqi. En efecto escribieron a su emir ’Abd Allah ibn Mu­ hammad ibn 'Abd al-Rahman, comunicándole la decisión que habían tomado de fortificar la plaza, y el príncipe no sólo les animó en su decisión, sino que tomó personalmente a su car­ go, en compañía de sus consejeros, el vigilar la obra y reunió a los obreros necesarios para la edificación de la nueva mu­ ralla. La hicieron de un ancho de diez palmos en un solo ta­

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Historia silense; ob. cit., pág. 154. Vid. supra. pág. 100.


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pial y los trabajos se continuaron ininterrumpidamente, hasta dejarla concluida en este mismo año” (545). Lo primero que resalta de este texto es que, cronológica­ mente, se nos datan dos fechas de gran interés: la recons­ trucción del año de la crónica, y que las murallas que en este año de 913 existían eran las mismas que había levantado casi medio siglo antes Ibn Marwan. La noticia de Ibn ’ldhari de que antes hicimos mención nos revela bien claramente que el año 875 se instala Ibn Marwan en Badajoz y es ese año in­ dudablemente cuando la fortifica, aunque no debió darle tiempo a consolidar la muralla, ya que al siguiente acude en nuevo son de guerra uno de los generales del emir para someterle; es al referir este suceso cuando Ibn ’ ldhari nos informa que Ibn Marwan construyó el campamento de Bada­ joz (546). Pero el jefe omeya destruye las casas de Badajoz, al decir del cronista, y vienen años de azares y aventuras para el bravo muladí, del cual se pierde un poco el rastro (547). En el 884, según Ibn Jaldun, tiene lugar un fuerte en­ cuentro con Ibn Marwan, ya regresado de su estancia con los cristianos, en el castillo de Montemolín — munt mulin— con las tropas omeyas, y al parecer se concierta la paz (548). En ese mismo año pone Ibn al-Athir la fuga del caudillo desde Badajoz hacia Asbharraguza — Esparragosa— (549) y el in­ cendio de Badajoz por al-Mundhir (550). A l año siguiente y en aquel lugar, según Ibn ’ldhari, es combatido nuevamente (551). A partir de entonces parece que las cosas tienden a sosegarse, (545) Una crónica anónima de ’Abd al-Rahman I I I ; ob. cit., pá­ ginas 46-47 texto árabe, 112-113 trad. (546) IBN ’IDHARI, Kitab Bayan; ob. cit., pág. 102 texto árabe. Vid. CODERA, Los Benimerwan en Mérida y Badajoz; ob. cit., pági­ nas 32-33, y DOZY, Histoire; ob. cit., T. II, pág. 8. (547) Vid. LÉVI-PROVENQAL, Historia; ob. cit., T. IV, páginas 194-195. (548) CODERA, Los Benimerwan en Mérida; ob. cit., pág. 46. (549) Vid. supra. págs. 73-74 lo que dijimos acerca de este topóni­ mo leyendo Cijara en el texto. (550) CODERA, Los Benimerwan en Mérida; ob. cit., pág. 47. (551) IBN ’IDHARI, Kitab Bayan; ob, cit., pág. 105 texto árabe.


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pues según Ibn Hayyan en el 889 Ibn Marwan pide la confir­ mación de su gobierno al Emir, que le fué concedida, y real­ mente ya las cosas se presentaban de otro modo para el poder omeya que ve;a con impotencia la cada vez más indepen­ diente actitud de los rebeldes andaluces (552). Como se ve, en estos catorce años de intensa crónica bélica la ciudadela de Badajoz pasó por varias incidencias, pero es preciso recoger com o más sustanciosa la fecha de 875-876 en que tiene lugar la erección de la fortaleza, aunque de manera precaria naturalmente. Debe datarse pues en este tiempo la primera referencia histórica acerca del recinto amurallado. Otra fecha, quizá de restauración, debe consignarse en el año 884, en el cual Ibn Marwan vuelve a encontrarse en estos parajes, pero no debía estar muy seguro cuando lo vemos com ­ batiendo y defendiéndose en otros castillos y como las refe­ rencias son que el general omeya incendia Badajoz, hay que pensar que en ese tiempo debieron quedar los muros muy maltrechos. Hacia el 889 hay ya que pensar en una labor de más eficacia constructiva, aunque nos faltan las noticias sufi­ cientes para una afirmación segura. Al guiarnos del cronista de ’Abd al-Rahman hemos de sig­ nificar que la muralla en ese año de 913 era de adobe y tapial y la misma que en principio había sido levantada, que induda­ blemente al sufrir los avatares de los catorce años aludidos sería parcheada conform e a las necesidades del momento. Y esto parece coincidir con la referencia que al-Bakrí proporcio­ na al siglo siguiente al decir que “ al principio las murallas de Badajoz habían sido levantadas com o tapias” , en el texto de este autor identificado en el Kitab ar-Rawd al-Mi ’ tar (553). Primer hito cronológico y arqueológico queda pues fijado, así com o el segundo, es decir, este del 913. La obra, según el texto, se hace de un ancho de diez palmos y un solo tapial. Era este el material preferido por los árabes — de tradición aglabita— que presidió las construcciones militares o eivi(552) CODERA, Los Benimerwan en Mérida; ob. cit., pág. 48. LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. cit., T. IV, pág. 196. (553) AL-HIM YARI, Kitab ar-Rawd al-Mi’ tar; ob. cit., pág. 98.


En esta fotografía, obtenida desde un globo militar en 1914, puede apreciarse el valor defensivo del Cerro de Orinaza, donde se ubica el Fuerte de San Cristóbal perteneciente a la muralla Vauban que envolvía a la ciudad, frente al de la Muela, asiento de la Alcazaba árabe de Badajoz. Entre los dos, por el boquete geológico, pasa el Guadiana acreciendo las condiciones estratégicas. En ese cerro quiso fortificarse Ibn Marwan en el siglo ix, pero el Emir musulmán sólo le permitió hacerlo en la orilla izquierda donde estaba un pequeño núcleo urbano, Batalyaws. Indudablemente en ese cerro estaba el Albashranal, al que se refirió Ibn al-Qutiyya en su crónica. Hoy el his­ tórico cabezo, aunque el fortín se ha mantenido en pie, aparece muy desfigurado en su morfología por varias consecuencias entre las que destaca la población de eucaliptus, árboles foráneos a su piel que borraron su dignidad plástica. (Foto: archivo del autor.)


También fué obtenida esta fotografía en 1914, desde el globo militar. En ella se alcanza toda la ancha vega del Guadiana, al que se suelda el Gévora, a los pies de la alcazaba musulmana, al fondo de la fotografía. En primeros planos, y desde la derecha, arriba, se sigue el imponente contorno Vauban; en primer lugar el baluarte de San Pedro, luego el de la Trinidad y finalmente el de las Lágrimas. Algunos retazos conservados de esta espléndida obra de defensa, donde los hijos de Badajoz escribieron sus más gloriosas páginas, sirven para calibrar el ertot ¡cometido en las sucesivas demoliciones y edificaciones parásitas efectuadas a partir de 1940, principalmente. (Foto: archivo del autor.)


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les; el adobe — tabiya— , mezcla de tierra y cal, se apisona entre dos tableros móviles de canto, enluciéndose después, per­ filándose las juntas, donde quedan los huecos de los palos que sirvieron para sujetar dichos tableros (554). Un solo ta­ pial, es decir, con un solo molde que en árabe es luh, según emplea el texto de la crónica, y que es, en definitiva, el enco­ frado que alberga la mezcla aún blanda, el luh al-tabiya, el vaso o molde donde se bate la tapia (555), que actualmente en Marruecos no suele tener una altura superior a setenta centímetros. El palmo andaluz ordinario — shibr— solía tener 23 centímetros (556), por lo que el ancho de los muros bada­ jocenses debieron contar, según lo dicho por el cronista, de dos metros y algunos centímetros más, con un solo molde en cuanto a su altura. Alude la crónica a que los badajocenses contaron con el permiso del emir, de su em ir ’A bd Allah, y que éste no solo tomó a cargo la obra, sino que dispuso de los obreros necesa­ rios, y com o este emir era precisamente el nieto de Ibn Mar­ wan, com o aclara bien el traductor García Gómez (557), no puede ser confundido con el emir omeya ’Abd Allah, abuelo de ’Abd al-Rahman III, cuestión que traigo por la aparente coincidencia de este relato con la noticia de al-Bakrí. En efecto, en la referencia de este geógrafo — que completa se dará más adelante— se nos dice que Ibn Marwan construyó Badajoz con la autorización del emir ’Abd Allah, que puso a su disposición albañiles y capitales (558), y hasta ahora se ha venido interpretando com o efectiva esta colaboración del emir omeya, que de entrada siempre parecerá dudosa, ya que el desgraciado ’Abd Allah hubo de sufrir a la fuerza, y en un (554) Cfr. MARCAIS, Manuel d’art musulmán; ob. cit., T. I, pá­ gina 58. (555) Vid. LÉVI-PROVENCAL, Inscriptions arabes d’Espagne; ob. cit., págs. 101-102. DOZY, Supplément aux dictionnaires; ob. cit., T. II, pág. 556. (556) LÉVI-PROVENCAL, Historia', ob. cit., T. V, pág. 139. (557) Vid. Crónica anónima de ’Abd al-Rahman I I I ; ob. cit., nota 43, pág. 112. (558) AL-HIM YARI, Kitab ar-Rawd al-Mi’ tar; ob. cit., pág. 98.


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les; el adobe — tabiya— , mezcla de tierra y cal, se apisona entre dos tableros móviles de canto, enluciéndose después, per­ filándose las juntas, donde quedan los huecos de los palos que sirvieron para sujetar dichos tableros (554). Un solo ta­ pial, es decir, con un solo molde que en árabe es luh, según emplea el texto de la crónica, y que es, en definitiva, el enco­ frado que alberga la mezcla aún blanda, el luh al-tabiya, el vaso o molde donde se bate la tapia (555), que actualmente en Marruecos no suele tener una altura superior a setenta centímetros. El palmo andaluz ordinario — shibr— solía tener 23 centímetros (556), por lo que el ancho de los muros bada­ jocenses debieron contar, según lo dicho por el cronista, de dos 'metros y algunos centímetros más, con un solo molde en cuanto a su altura. Alude la crónica a que los badajocenses contaron con el permiso del emir, de su em ir ’A bd Allah, y que éste no solo tomó a cargo la obra, sino que dispuso de los obreros necesa­ rios, y com o este emir era precisamente el nieto de Ibn Mar­ wan, com o aclara bien el traductor García Gómez (557), no puede ser confundido con el emir omeya ’Abd Allah, abuelo de ’Abd al-Rahman III, cuestión que traigo por la aparente coincidencia de este relato con la noticia de al-Bakrí. En efecto, en la referencia de este geógrafo -—que completa se dará más adelante— se nos dice que Ibn Marwan construyó Badajoz con la autorización del emir ’Abd Allah, que puso a su disposición albañiles y capitales (558), y hasta ahora se ha venido interpretando com o efectiva esta colaboración del emir omeya, que de entrada siempre parecerá dudosa, ya que el desgraciado ’Abd Allah hubo de sufrir a la fuerza, y en un (554) Cfr. MARCAIS, Manuel d’art musulmán; ob. cit., T. I, pá­ gina 58. (555) Vid. LÉVI-PROVENCAL, Inscriptions arabes d’Espagne; ob. cit., págs. 101-102. DOZY, Supplément aux dictionnaires; ob. cit., T. II, pág. 556. (556) LÉVI-PROVENCAL, Historia; ob. cit., T. V, pág. 139. (557) Vid. Crónica anónima de ’Abd al-Rahman I I I ; ob. cit., nota 43, pág. 112. (558) AL-HIM YARI, Kitab ar-Rawd al-Mi’ tar; ob. cit., pág. 98.


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estado de verdadera impotencia, la rebeldía del muladí emeritense; no se com padece mucho que el propio emir ayudase, en estas circunstancias, a su propio súbdito rebelado, a cons­ truir precisamente la ciudad en la que iba a mantener su in­ dependencia. Y no cabe tampoco duda en que el texto de la crónica aludiera al omeya, puesto que éste había muerto en el 912 y el texto recalca bien el posesivo de que los badajo­ censes se dirigieron a su emir, en esta época totalmente inde­ pendiente del poder de Córdoba. Como el Bakrí escribe hacia mediados del siglo xi propiamente parece que su texto funda­ cional de Badajoz tuviese aquel origen y que el emir a que se refiera sea el de la Crónica, que indudablemente prestaría la colaboración para él tan necesaria. Además el año 888 fué el de la proclamación de ’Abd Allah, y en ese mismo año da Ibn Hayyan la noticia de que pidió al emir Ibn Marwan su con­ firmación en el nombramiento de gobernador de Badajoz, y al siguiente en que vuelve a sus andadas y realiza una incur­ sión a Córdoba, dándose este año como la fecha de su m uer­ te (559); esto no cuadra muy bien a las posibilidades de colaboración, y mucho menos si la cita del Bakrí se refiere a la fundación propiamente dicha que hay que situar en el 875, en el reinado de Muhammad I. Después de esta fecha de obras del 913 no volvem os a tener más noticias de las murallas badajocenses hasta la nue­ va reconstrucción de 1030, en pleno período aftásida, reinando el primer soberano al-Mansur. Esta noticia procede del Bakrí, cuando en el mismo pasaje a que hemos hecho referencia dice que “ después en el año 421 (1030) fueron reconstruidas tal com o son hoy en día, con cal viva y piedra de cantería” (560). Hacía ya cien años que la plaza había sufrido el fuerte ataque de ’Abd al-Rahman III quien la incorporó definiti­ vamente al nuevo estado cordobés, y es de creer que du­ rante largo tiempo no hubiese m ucha necesidad de perfeccio­ nar o consolidar el sistema defensivo, porque las campañas (559) 48 y 52. (560)

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de Almanzor habían alejado mucho el peligro de los incursio­ nes cristianas. Pero ya en este tiempo de 1030 las cosas ha­ bían cambiado, pues hacia algo después de 1023 se había encendido la guerra entre los príncipes de Badajoz y Se­ villa (561). La reconstrucción de este año debe mantenerse durante el período aftásida, pues al-Bakrí muere en Córdoba en 1094 — año en que termina el período badajocense— y se dice en su texto que son tal com o hoy en día, aunque naturalmente la obra se escribiera unos años antes, quizá hacia 1067. Pero de cualquier forma esta reconstrucción de 1030 es la que hay que tomar como la que representa la fortificación durante el tiempo taifa. La obra tenía más signo de perdurabilidad, se emplea la argamasa y la piedra de cantería; era natural, pues ya Badajoz se sostenía com o un auténtico reino y al monarca no le faltarían medios ni alarifes para una obra de más solidez. Argamasa a base de cal viva y la piedra para los chaflanes y esquinales, pues indudablemente se seguiría el ejemplo de las alcazabas de Almería y Málaga; la primera era obra de Jay­ ran, precisamente por esos años de 1030 y la segunda, que aunque ya tenía precedentes, se reconstruyó pocos años des­ pués bajo el poder del granadino Badis. En una y otra se emplearon argamasa y mampostería en hiladas estrechas con impostas corridas de ladrillo, a base de torres sobresalientes para la defensa de las líneas de los adarves (562). Hay que pensar que sobre estos moldes se inspiraría la reconstrucción y que su recinto sería poco más o menos el actual, en cuanto planta, y sobre él se levantase la almohade que ha llegado a nosotros. Los restos subsistentes de aquella muralla aftásida, si pue­ den definitivamente datarse, son según Torres Balbás, un pequeño residuo de torre de mampostería en el flanco septen­ trional de la cerca (563). En este flanco se abre un angosto (561) Vid. supra. págs. 260 y ss. (562) Cfr. GOMEZ MORENO, “Arte español hasta los almohades”, en Ars Hispaniae', T. I II, págs. 244 y 266. (563) TORRES BALEAS, La alcazaba almohade de Badajoz; ob, cit., pág. 174,


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pasadizo de 1,10 metros de ancho cubierto con bóveda de me­ dio cañón, con jambas de sillarejo granítico y arco de entrada y de ladrillos el resto, lo cual hizo pensar al ilustre arquitecto que fuese resto de obra anterior aprovechada. Desde 1030 ya no se tienen noticias hasta después de me­ diado el siglo x i i en que se construye la alcazaba que ha lle­ gado hasta nosotros. La alcazaba almohade de Badajoz, conservado íntegra­ mente su recinto, fué objeto de un estudio muy completo por parte de Torres Balbás y hoy está en vías de restauración y conservación; su destino parece haber tenido 'mejor fortuna que las otras murallas badajocenses, que daban a la heroica plaza fronteriza un empaque indivisible y severo del que po­ cas ciudades podían disfrutar. En ellas se habían escrito las páginas más gloriosas de los hijos de la ciudad, las páginas de los asedios, porque Badajoz tuvo como constante histórica ese destino de ser siempre baluarte, plaza de armas, atalaya de la gran tierra interior (564). Con toda probabilidad la línea del (564) Cualquiera que haya conocido el Badajoz murado e imponen­ te de 1940, si tiene buen sentido, comprenderá, ahora en 1971, el inútil sacrificio de un conjunto monumental único, entonces perfectamente intacto. Los boquetes practicados antes de ese tiempo para facilitar el acceso vlario, jamás perjudicaron al conjunto, y prueba de ello es que la solución urbanística dada posteriormente — como en el caso de la “Brecha de Trinidad”— ha sido totalmente satisfactoria. Lo demás, el derribo completo de muros y baluartes, las edificaciones parásitas y la falta de espacio de protección, no tiene justificación alguna, y el tiempo servirá para calibrar los errores cometidos en estos treinta años. Cualquier culpa que quiera echarse sobre los regidores de antes de 1940 es inocua, porque en ese año el recinto estaba en absolutas vías de ser salvado; achacar al informe del arqueólogo Mélida la jus­ tificación del despojo es y será inadmisible, porque ese informe de 1933 publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia nú­ mero CII, págs. 279-282, sólo aprobaba, el que entregadas por el -Mi nisterio de la Guerra los terrenos y murallas para el Ayuntamiento, podían practicarse apertura de portillos y algunos derribos parciales, siempre que se buscasen soluciones adecuadas para que se destruyese lo menos posible y con la vigilancia de la Comisión de Monumentos,


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recinto debió seguir la casi totalidad de contorno aftásida, si bien acondicionado su sistema defensivo de puertas y torres albarranas al estilo almohade, que com o indica Torres Balbás, parecen inaugurar un sistema de fortificación que luego se difunde por las comarcas extremeña y toledana (565). Sería ocioso en estas páginas describir la alcazaba, que aunque no perteneciente al reino aftásida puede resumir la idea del Badajoz asentado sobre la colina al alinde del Gua­ diana, cuando lo que arquitectónicamente y por ahora haya que anotar fué ya dicho por el ilustre arquitecto aludido. Sólo nos interesa, dada la cronología que sobre la fortificación de Badajoz hemos asignado, precisar algún dato sobre la obra que se conserva. Indudablemente desde la reconstrucción de 1030 en período aftasí, si la fortificación no fué remozada, debió sufrir lo suficiente, dados los sucesos ininterrumpidos por los que pasa la ciudad desde su inmersión en el imperio almorávide, y aún más en los años de mediado el siglo x i i , por lo que en parte se justifica su adaptación y erección defi­ nitiva en tiempo almohade. La actividad constructiva del califa Abu Ya ’ qub Yusuf, de la que da cumplida cuenta el historiador Ibn Sahib al-Sala, debió ser incentivo para em­ prenderse las de Cáceres y las de otras grandes ciudades espa­ ñolas, principalmente las de Sevilla de las que por ese cronista estamos perfectamente enterados. Torres Balbás supone que las obras de Badajoz debieron ser levantadas después de 1169, cuando la ciudad estaba amenazada por leoneses y portugue­ ses y el califa almohade llegaba a Sevilla donde permaneció La Comisión, que al parecer no tuvo nunca eficacia administrativa, no debió — a juzgar por los hechos— de vigilar las obras sucesivas. Soy testigo del último pugilato entre la Dirección General de Bellas Artes y el Ayuntamiento de Badajoz, tratando la primera de buscar soluciones a los derribos practicados y evitar más ruina. Ojalá, que al menos, y desde ahora, se conserven definitivamente los últimos restos de un glorioso monumento cuyas cicatrices no se podrán ya restañar. (565) TORRES BALBAS, La alcazaba almohade de Badajoz', ob. cit., pág. 198. El primer estudio de este arquitecto sobre la alcazaba data de 1938, publicado en la Revista del Centro de Estudios Extreme­ ños, T. X II, págs. 235-277, que luego fué depurado en lo que a la bi­ bliografía utilizada se refiere.


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un año y emprendió las grandes obras en aquella ciudad; que la construcción fué ordenada por este caudillo lo deduce de la afirmación del cronista Ibn Sahib al-Sala (566). En efecto el cronista, en el elogio que hace de Abu Ya ’ qub Yusuf nos dice que “ él fué el que defendió a Badajoz de los infieles y construyó en ella su alcazaba elevada y fuerte, y condujo a ella el agua del río, y le cortó al enemigo la esperanza de apo­ derarse de ella, al proveerla de armas, municiones y hombres escogidos” (567). En este relato seguido por Torres Balbás, el cronista no dió fecha alguna. Pero en un pasaje posterior, alu­ diendo concretamente al año 1169, refiriéndose a Badajoz y al gobernador Abu Yahya dice: “ ...le mandó el poder excelso excavar un pozo, dentro de la alcazaba de la ciudad de Bada­ joz, al cual condujese el agua del río, previniéndole para lo que se temía de ataques y asedios. Fué a ella con una tropa famosa y numerosa de almohades y de soldados andaluces, y se instaló en ella y consoló a sus habitantes de su tristeza ante­ rior y la tranquilizó, y se esforzó en excavar el pozo con mine­ ros y trabajadores para ello, y es el conocido entre el pueblo por la Quracha, condujo el agua a él, y se fortificó la alcazaba y se confirm aron en ella las almas y la seguridad” (568). Por tanto de este pasaje se desprenden dos cosas im portantes: que la “ coracha” — que en la crónica aparece con su auténtico nom­ bre árabe— se hace en 1169, debiéndose terminar ese mismo año, dado el tenor del texto, y que además se fortificó la alca­ zaba. Esto último presupone que ya entonces estaba erigida, y que lo que se hizo ese año fueron obras complementarias, alguna tan necesaria com o el aprovisionamiento de agua, y

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(566) El ilustre investigador Torres Balbás utilizó como fuente los fragmentos de Ibn Sahib al-Sala traducidos por Melchor M. Antuña en Sevilla y sus monumentos árabes, 1930, en uno de los cuales léese la noticia, pero en otros lugares de la crónica — hoy traducida íntegra al castellano por Huici— se hacen otras alusiones referentes a las obras, como se verá. (567) IBN SAHIB AL-SALA, Al-Mann bil-lmama\ ob. cít., pá­ gina 66. (568) Ibid., pág. 149.

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otras que completarían la fortificación. Hay pues que datar la fecha de construcción de la alcazaba en tiempo anterior a 1169, y este año, com o tope de las obras tan necesarias que faltaban. No otra cosa se desprende además de la alusión de que entonces se confirm aron en ella las almas y la seguridad. Datadas pues las corachas, aunque m uy sucintamente algo diremos de ellas por su interés. Se sitúan en el flanco septen­ trional de la muralla, cara al Guadiana, y actualmente se con­ servan los muros de arranque hacia el río, ya que sus cuerpos finales desaparecieron definitivamente por las obras de cons­ trucción de la carretera que circunvala a la ciudad; estos mu­ ros flanqueantes guardaban un pequeño recinto por el que se aprovisionaba el agua. En Badajoz son dobles como en M ontemor-o-Novo y en Coimbra, según ha demostrado Ricard (569), sólo que en nuestra plaza tienden a diverger un poco quedando una torre en el centro; ejemplos de corachas sen­ cillas existen entre otros en Toledo, en que del flanco mu­ rado parte un bastión saledizo que protegen torres unidas hasta llegar a la que toma el agua del río, según el plano que reproduce Ricard (570). Por la descripción de Ibn Sahib alSala entendemos que la coracha de Badajoz fué excavada, es decir, se haría un pozo — el empleo de mineros, com o dice, lo da a entender— que al nivel del río Guadiana, daría inme­ diatamente la vena de agua, y éste debía quedar encerrado por el sistema de la doble muralla protectora. El cronista em­ plea la palabra Quracha y no otra cosa debemos entender. En un trabajo posterior al citado, Ricard aportó nuevas notas, y entre ellas la confirm ación por Lévi-Provengal de que la pala­ bra qawracha era de uso com ún en el árabe hispánico (571). Ya apuntamos la alusión de Barreiros sobre el castillo de Medellín (572), y tal com o describe los restos arqueológicos en el (569) 150-151 y (570) (571) 454.

(572)

ROBERT RICARD, Couraca et coracha',

ob. cit., páginas

156. Ibid., pág. 159.

Id., Compléments sur la couraco-coracha; ob. cit. págs. 452Vid. supra. págs. 441-442 y 495.


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siglo xvi no cabe duda que nos hallamos ante un ejemplo claro de coracha: “ ...quedó Medellín fuera de la Lusitania de lo que es testimonio una coraza antiquísima de romanos que está en la parte de la Bética, por dentro de la cual iban abajo a sacar agua del r ío ...” (573). Naturalmente que Barrei­ ros pudo confundir la identidad arqueológica de lo que vió, pero es innegable que el sistema descrito respondía perfecta­ mente a la misión de las corachas, tal como así eran, y cuya voz tomaba en aquel tiempo esa forma. Hubo en Badajoz una calle llamada Coraxa, y dió nombre a una familia Coraja por vivir en tal sitio; la calle porque indudablemente tendría su final en esta parte de la fortificación. Tengo identificado dos casos toponímicos en tierras extremeñas con este voca­ blo (574). Muy probablemente la alcazaba badajocense fuese dirigida o tendría intervención el famoso alarife, jefe de arquitectos y personal del califa Abu Ya ’ qub, Ahmad Ibn Baso, del que proporciona varias noticias Ibn Sahib al-Sala dando a enten­ der que las obras que se realizaban en tal tiempo siempre te­ nían a éste por supervisor (575). Huici anota que Baso es ape­ llido de origen español (576). Su nombre quedó prendido toponímicamente en estos lugares del Guadiana, si el hidrónimo Bago puede conectarse con él (577). Las parcas alusiones geográficas que más adelante vere­ mos nos revelan que Badajoz era una gran ciudad, tal com o correspondía a una cabeza de reino. El núcleo fundamental lo constituía el fuerte castillo, pero la población se extendía por fuera. El arrabal arruinado a que se refiere el Idrisi es(573) GASPAR BARREIROS, “Corografía de algunos lugares”, en Viajes de extranjeros por España y Portugal; ob. cit., T. I, pá­ gina 951. (574) LOZANO RUBIO, De historia de Badajoz; ob. cit., pági­ nas 272-273. Vid. TORRES BALBAS, La alcazaba almohade de Bada­ joz; ob. cit., pág. 190. Vid. Apéndice. (575) IBN SAHIB AL-SALA, Al-Mann bil-Imama; ob. cit., pá­ ginas 50, 195 y 197. (576) HUICI, en trad. Al-Mann bil-Imama; nota 1, pág. 50. (577) Vid. supra. pág. 82 y nota 279.


El testuz septentrional de las murallas árabes de Badajoz, avanza sobre el alambor natural que el «cerro de la Muela» aúpa sobre el Guadiana. Los tersos y geomé­ tricos perfiles de las torres saledizas, dan un aspecto de severa cuadratura militar, muy propia a la apologética almohade. En la fotografía inferior se aprecia el torreón con un angosto pasadizo, único resto probable de la muralla aftásida; asi­ mismo pueden observarse los arranques de las «corachas», mutiladas infausta­ mente para las obras de la carretera de circunvalación de la ciudad, que pasa junto a ellas. (Fotografías: del autor.)


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taba a oriente, por tanto hay que suponerlo desgajándose del núcleo fortificado hacia S. S. E., por la zona aledaña a la hoy llamada Torre de Espantaperros hacia el baluarte de San Pedro de la fortificación Vauban, con toda probabilidad. Como la noticia de Idrisi es de primeros del siglo xn, y su refe­ rencia de que ya en otro tiempo poseía este arrabal despo­ blado a causa de las revoluciones, éstas no son otras que las que siguieron indudablemente a la caída del reino y al asalto de los almorávides en 1094. Dentro del recinto — e in­ dependiente de la relación que hemos apuntado entre la cita del Bakrí y la de la Crónica de ’A bd al-Rahman— según el texto del siglo xi, el fundador, al parecer, erigió más de una mezquita. Los antecedentes histórico-literarios con que con ­ tamos, y los suponibles arqueológicos, denuncian efectivamen­ te el lugar donde la mezquita se encontraba, sin que ello auto­ rice, así lo creemos, a cuál mezquita, si a la fundacional o a alguna nueva erigida en período aftasí se refiere — no se olvi­ den las obras en la fortificación de 1030— . Si alguna vez el viejo edificio del Hospital Militar enclavado en el corazón his­ tórico de los aftasíes desaparece (578) revelará o completará la información. Por Dosma sabemos desde luego que en su tiempo — siglo xvi— existían restos de la mezquita en lo que fué Santa María del Castillo, y en el siglo xix, Martínez habla de restos de pared de la primitiva iglesia; y también habla Mar­ tínez de unas ruinas de pequeña mezquita, sin duda dice que panteón de los reyes moros, que se conservaba en pie en el siglo xix, según testimonio de personas que lo recordaban (579). Pero sin duda el m ejor antecedente con que podemos (578) Del entusiasmo y celo del ilustre arquitecto conservador de Bellas Artes D. José Menéndez Pidal esperamos en estos tiempos la redención definitiva de la alcazaba. Quién sabe qué ignoradas cosas se guardan aún, con ser tanto lo desaparecido, bajo el suelo y la planta de los edificios, que algún día puedan aclararnos lo que hoy todavía resulta sólo conjetura. (579) Vid. DOSMA, Discursos patrios; ob. cit., pág. 67. MARTI­ NEZ Y M ARTINEZ, Historia del reino m oro ; ob. cit., págs. 109 y 111. TORRES BALBAS, La alcazaba almohade de Badajoz; ob. cit., pá­ ginas 191-193.


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contar fué un plano fechable hacia la primera mitad del si­ glo xix que hallado en la Comandancia de Ingenieros y utili­ zado por Torres Balbás (580) permite ver la planta del oratorio musulmán convertido en iglesia, ya que sobre ella, repetimos, se instaló el primer templo cristiano al ser definitivamente recuperada la plaza en 1230 por Alfonso IX. Se puede en ese plano detectar sobre el actual ángulo N. W . del edificio del Hospital Militar el encaje de la planta de la iglesia y el apro­ vechamiento de las naves de la mezquita, que quedaron natu­ ralmente atravesadas al disponer el ábside cristiano a oriente, mientras el muro de quibla musulmán quedaba perfilado ha­ cia S. E. Estaban así, opuestos, el ábside cristiano con el sanctasantorum árabe, pues sobre este muro de quibla quedaría instalado el mihrab — hacia el centro del muro— el que no es ni más ni menos que una versión del ábside cristiano, un áb­ side atrofiado (581). Por la cita del Bakrí sabemos que el fundador se reservó en el interior de la mezquita el emplazamiento de una maqsura, sin más detalles; com o se sabe la maqsura generalmente, construida de madera, rodeaba al mihrab y en ella el sobe­ rano hacía la oración; ya poco antes de esta noticia del Bakrí aparece una maqsura en Córdoba construida en la Mez­ quita por ’Abd al-Rahman II (582). El hallazgo de una inscripción en el último cuarto del siglo pasado, del primer monarca aftasí, donde hoy está el pabellón de autopsias del Hospital Militar, y la posibilidad de que otras aparecieran sobre sitios aproximados — la de Sabur, por ejem­ plo— hicieron pensar a Saavedra en la posibilidad de que allí (580) TORRES BALBAS, “La mezquita de la alcazaba de Bada­ joz”, en Al-Andalus; 1943, T. V III, págs. 466-470. (581) Vid. LUCIEN GOLVIN, Essai sur l’Architecture religieuse musulmane;, París, 1970, T. I, pág. 114, y CRESW ELL, Early y Muslim Architecture; 2.a edic., Oxford, 1969, T. I, pág. 148, que lo relacio­ na con el haikal copto. (582) Vid. MARCAIS, L ’Architecture musulmane de l’Occident; ob. cit., pág. 138. CRESW ELL, Early Muslim Architecture; ob. cit., 2.a edic., T. I, págs. 42 y ss.


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estuviera un enterramiento de los monarcas aftasíes, al estilo, supone Torres Balbás, de los que contaban los alcázares de Córdoba y Sevilla (583). Este sería una rawda, como se cono­ ce el lugar de estos enterramientos en el mundo árabe, y que Alcalá en el siglo xvi traducía con cierto gracejo por “ sepul­ tura rica” (584). Los testimonios arqueológicos, aparte de los restos monu­ mentales citados — lápidas, capiteles, etc.— son exiguos, para lo que fué el Batalyaws musulmán. El cerro de la Muela, sobre el que se asienta la fortificación, es sin duda el docu­ mento medular, la piedra lírica de Badajoz, donde quedó pren­ dida, ocultamente remota, la historia de nuestro pasado más esplendoroso. Sobre la ciudad agarena se alzó el Badajoz gó­ tico, que luego se derramó por la ladera siguiendo el dictado genético de una topografía decisiva. Ese viejo Badajoz podrá ser documentalmente m ejor conocido, pero las referencias con que contamos del musulmán no nos autorizan a redactar nin­ gún plano, que mientras excavaciones no den más luz, sería siempre aventurado. Referencias geográficas Las primeras referencias geográficas que aparecen de Ba­ dajoz pertenecen al siglo x, precisamente también cuando, en la crónica de Ibn al-Qutiyya brota la primera cita histórica de la plaza. Son al-Razi e Ibn Hauqal quienes en este siglo nos proporcionan noticias en sus obras, además de al-Muqaddasi. Al-Razi hace tres citas geográficas de Badajoz. Una refe­ rida al río Guadiana que ya fué analizada (585) y otras dos (583) Vid. TORRES BALBAS, La alcazaba almohade de Badajoz; ob. cit., págs. 195-198, cit. de Saavedra en dichas páginas. Indudable­ mente este lugar se trataría del referido por Martínez, vid. supra. nota 579. (584) Vid. DOZY, Supplément aux dictionnaires; ob. cit., T. I, página 570. (585) Vid. supra. págs. 287-288.


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concretamente a la ciudad y su alfoz. A l referirse a Mérida deja un pequeño texto: es una bella y gran ciudad, con habi­ tantes hábiles. Sobre su territorio se encuentran Elvas, Amaya y Coria. En la más extensa dice: El distrito de Mérida linda con el de Badajoz. Badajoz se encuentra al Oeste de Córdoba. La ciudad de Badajoz tiene bajo su dependencia un vasto territorio entre los más favorables de España al cultivo de cereales; en él se encuentran también m uchos viñedos. Es igualmente la m ejor región para la ganadería, la caza y la pesca. Se encuentra sobre el río Guadiana que abunda en ex ­ celentes peces (586). Ibn Hauqal, que indudablemente en su periplo viajero de España pasó por la ciudad, nos da solamente dos referencias sin texto explicativo. En una se limita a reseñarlo en el mapa del Magrib y en la otra com o punto caminero desde Elvas, con paso del río, que ya se estudió en su lugar (587). Al-Muqaddasi sólo da una referencia en cuanto a ser una de las regiones de al-Andalus, con la particularidad de su grafía anteriormente analizada (588). La cita del Bakrí en el siglo xi es importante, pero ella la conocem os a través del texto de al-Himyari que más adelante reproducimos. Idrisi, que también probablemente pasó por ella en su ju­ ventud, no obstante también fué parco en sus alusiones. Hizo varias, pues com o punto caminero sirvió en sus itinerarios (589). Como ciudad fué incluida en el iqlim de al-Qasr (Alca­ cer do Sal) y aparte de alguna anotación referida al Guadiana que ya en otras páginas analizamos, concretamente de la ciu­ dad dice: Badajoz es una ciudad memorable situada en un llano y rodeada de fuertes murallas. Poseía en otro tiempo hacia oriente un arrabal más grande que la propia ciudad, (586) Ahmad al-Razi; ob. cit., págs. 86-87. (587) IBN HAUQAL, Kitab surat; ob. cit., págs. 62 y 115. Vid. mapa, el número 265 de identificación. Vid. supra. págs. 420-424. (588) AL-MUQADDASI, Kitab a h ’ san at-taqasim; ob. cit., pá­ gina 41. Vid. supra. pág. 622. (589) Vid. supra. págs. 427-432, 447451.


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pero ha quedado despoblado como consecuencia de las revo­ luciones. Esta ciudad está construida sobre las orillas del lana, gm n ñ o que se conoce también por el nom bre del río subterráneo, porque aparte de tener gran caudal para nave­ gar, se m ete en seguida bajo tierra, hasta el punto de que no se vu elven a encontrar sus aguas; continúa en seguida su marcha hacia Mértola y desemboca en el mar no lejos de la isla de Saltes (590). Yaqut en su Mu ’ cham al-Buldan nos, lega : Badajoz es una gran ciudad de al-Andalus, dependiente de la provincia de Mérida. Está situada a la orilla del Guadiana, al Oeste de Cór­ doba. Es una provincia amplia con muchos lugares que se mencionan en su lugar correspondiente. A Badajoz se le atri­ buyen muchos grandes sabios, entre los que mencionaremos a Muhammad Ibn ’Abd Allah Ibn Muhammad Ibn al-Sa ’ id al-Batalyawsi, lingüista conocido por sus múltiples obras y por su poesía. Murió en el año 521. A bu al-Walid Hisham Ibn Hacháh al-Batalyawsi fu é un gran jurista que murió en el año 385 (591). A l-’Umari — plagiario de Idrisi— nos ofrece referencias muy similares. Incluye a Badajoz en la provincia de al-Qasr y de la ciudad d ice: Badajoz situada en un llano y provista de murallas casi inexpugnables, está regada por el gran río llamado lana y todavía el río subterráneo que continúa su curso hasta Mértola y tiene su desembocadura cerca de la isla de Saltis (592). Al-Watwat, com o el anterior del siglo xiv, aunque redac­ tada su obra más tempranamente, solamente anota: Badajoz, ciudad moderna cuya fundación se remonta a ’Abd al-Rahman b. Marwan Chilliqi (593). Abu-l-Fida’ d ice: Badajoz es capital de un reino que está en la parte septentrional y occidental del reino de Córdoba. (590) AL-IDRISI, Kitab nuzhat; ob. cit., págs. 175 y 181 texto árabe y 211 y 219-220 trad. (591) YAQUT, M u ’ cham al-Buldan; ob. cit., edic. Sassi, T. II, páginas 217. (592) AL-’UMARI, Masalik al-Absar; ob. cit., págs. 14 y 87. (593) A L -W A T W A T , Manaich al-fikar; ob. cit., pág. 65,


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Entre ambas ciudades hay siete días. Badajoz se encuentra en el occidente £on una inclinación hacia el Sur del reino de Toledo, y es ciudad grande y está situada en la parte del río en un explanada cubierta de verdor, en la que edificó su señor el resignado Ben Ornar Abenalaftax, el Mabani el Grande. Badajoz es de origen islamita y en ella hay una dedicatoria a A ben al-Kallas que dice: “Badajoz no olvides lo que sin obs­ táculo llegó a tí de lejos — el río— que Dios tuvo en cuenta su importancia y su dificultad, y como para El todo es hace­ dero, practicó generosam ente una salida a las aguas del río como te rasga un vestido” . De las jurisdicciones de Badajoz, famosa es la ciudad de Evora (594). También hace otra alu­ sión al reino de Badajoz al tratar de Lisboa, de que ya hemos dejado referencia anterior. Importante resulta el texto de al-Himyari, que aunque es­ crito anteriormente, hemos dejado para el final, donde se recoge la alusión de al-Bakrí en cuya obra se basó el compilador del Rawd al-Mi ’ tar. Alude com o ya hemos dicho a la fundación y su texto es el siguiente: En al-Andalus forma parte del dis­ trito de Mérida. Entre estas dos ciudades la distancia es de cuarenta millas. Badajoz es de construcción moderna: fué construida por ’Abd al-Rahman b. Marwan, motejado el Chilliqi (el gallego) con la autorización del emir ’Abd Allah, que puso a su disposición, con este objeto, cierto número de alba­ ñiles y capitales; ’Abd al-Rahman com enzó por la construcción de la mezquita mayor, construida en ladrillos, con hormigón de cal, a excepción del minarete, que fu é especialmente cons­ truido en piedra. Se le reservó en el interior de la mezquita el emplazamiento de una maqsura. Construyó también una mezquita particular en el interior de lá ciudadela. También edificó las termas que se encuentran cerca de la puerta de la ciudad. Conservó los albañiles puestos a su disposición hasta el momento en que fueron construidas cierto número de m ez­ quitas. Al principio las murallas de Badajoz habían sido le­ vantadas como tapias. Después en el año 421 (1030), fueron reconstruidas tal como son hoy día, con cal viva y piedra de (594)

ABU-L-FIDA’, Taqwim; ob, cit., pág, 93.


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cantería. Badajoz es una gran ciudad situada en una llanura. Poseía en su parte oriental un gran arrabal, más importante que el mismo centro de la ciudad, pero quedó desierto por los disturbios (del siglo xi). Se encuentra a orillas de un gran río que se llama al-Gawr (el río subterráneo) pues aunque en al­ gunos sitios es bastante caudaloso, como para perm itir el paso de los barcos, se pierde en seguida bajo tierra, hasta el punto que no se descubre ya ni una gota de agua. D espués de esto el río continúa su curso hasta la fortaleza de Mértola, y va a dar al mar, no lejos de la isla de Saltes (595). Hay otras alu­ siones en el compilador como la del cristal de roca (596) y las demás referidas a distancias entre ciudades, en que se repiten las dadas por otros geógrafos y que ya dejamos estudiadas en el tema de los caminos. El Badajoz del último aftásida Si arqueológicamente no es posible reconstruir aquel Ba­ talyaws de los aftásidas, las referencias geográficas o litera­ rias parecen revelar una ciudad bella, grande, rodeada de ubérrimo alfoz junto a la vega del río. Un Badajoz que si había sido ilustre en tiempos del gran Muzaffar, bravo guerrero, se tornó en los de ’Umar al-Mutawakkil, palenque esclarecido de poetas, áulica y regalada corte de fiesta y regocijo. Como una tormenta tronaba la amenaza cristiana por las fronteras, aquellas lindes vacilantes y despedazadas; pero Batalyaws, a pesar de todo, pasó a la crónica como un auténtico modelo de taifa. ’Umar, bajo los cielos limpios de Badajoz, junto a las palmeras y al agua rumorosa del jardín, en el olor juncal del Guadiana, se rodeó de poetas, efebos y cantoras. Literariamente la corte no podía ser más completa (597). (595) AL-HIM YARI, Kitab ar-Rawd al-Mi’ tar; ob. cit., páginas 98-99. (596) Vid. supra. pág. 323. (597) Vid. A. R. NIKL, Hispano-Arabic Poetry, and its relations with the oíd provencal troubadors; Baltimore, 1946, reimp. 1970, pá­ ginas 171-180,


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Estaban los tres hermanos al-Qabturnuh, prácticamente una dinastía de versos: Abu Bakr ’Abd al-’Aziz, quizá el mejor, que se jactaba por ser el más alto poeta del occidente islámico, secretario del rey, enormemente rico (598). El pidió a ’Umar el regalo de un halcón, con versos que pasaron a todas las an­ tologías: acaso quería uno de los que anidan en las guájaras de Santarem y cruzan asaeteando los aíres otoñales de nues­ tro encinar; lo hizo juglarescamente com o en la miniatura de una capitular (599). Su hermano Abu-l-Hassan Muhammad b. Sa ’ id se perdió en los textos, pero estuvo, com o los otros, en Sagrajas, y allí, tal como también hizo el rey sevillano alMu ’ tamid, cantó con voz apasionada, escribió versos en el fragor polvoriento del combate: se acordaba de Sulayma, y creyendo ver en las lanzas la esbeltez de su talle, se abrazó a ellas (600). Finalmente el otro, Abu Muhammad Talha, menos conocido, en el que un fondo petrarquista se adivinaba en sus poemas. Ibn ’Abdun era de todos, el excelso, insuperado vate, teífico y magistral. Estaba dotado de una memoria impresionante; Dozy recuerda que se sabía de memoria el Kitab al-’agamí, el inmenso tesoro de tradiciones, cantos y poemas de los anti­ guos árabes (601), y sobre ello el cronista del Kitab al-M u’ chib apasionado admirador de Ibn ’Abdun cuenta la anécdota ocu­ rrida con ’Abd al-Malik b. Zuhr — el famoso Avenzoar— , en que su hijo ordenaba al amanuense escribir el Kitab al-’agami y llegó a la puerta groseramente y mal vestido Ibn ’Abdun con un turbante muy mal colocado; después de un saludo y unas palabras, com o aquél le preguntara sobre el Kitab, éste le recitó sin perder una letra de cuanto decía: avisado Ibn Zuhr del hombre portentoso “ se levantó de pronto tal com o estaba envuelto en una túnica, sin camisa y salió con la ca(598) H. MONES, en Encyclopédie de l’Islam; T. III, pág. 837. (599) Vid. supra. pág. 315. (600) Vid. poema en NIKL, Hispano-Arabio P oetry, ob. cit., pá­ gina 175. Vid. versión española en García Gómez, Poemas arábigoandaluces; ob. cit., pág. 82. (601) DOZY, Commentaire historique sur le poéme d’Ibn ’Abdun par Ibn Badrum; ob. cit., Introd. pág. 2,


Centinelas del Guadiana, las torres de la Alcazaba badajocense, en pie, aguan­ tando el paso de los siglos, evocan el reino moro de los aftásidas. Las que se con­ servan actualmente son obms almohade, construidas por el Califa Abu Ya'qub Yusuf hacia 1169, pero fueron montadas sobre las que en 1030 había reedificado al-Mansur Ibn al Aftas. En la fotografía superior se aprecia el boquete, donde es­ taba una bellísima puerta de acceso, lamentablemente demolida a principios de siglo para facilitar el paso a una carretera de servicio. (Fotografías: del autor.)


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beza descubierta y los pies descalzos... hasta que alcanzó al hombre y lo abrazó y se puso a besar su cabeza y sus manos” ; Ibn Zuhr d ijo: “ este es el literato de al-Andalus y su imán y señor en la literatura... ¿qué es su memoria al lado de su inteligencia y de su gran talento?” (602). Acompañaba a ’Umar en sus viajes y participó del regalo palaciego y de los saraos badajocenses. Su poema máximo, al que luego nos re­ feriremos, fué la qasida en la que lloró la muerte del rey, y que le hizo ser considerado entre los árabes com o un clásico de sus letras. Ibn Chaj, el que cantó la despedida de la amada viendo los escorpiones de los aladares reptar por sus mejillas que no las dañaban y en cambio picaban el triste corazón enamorado; también era hombre de mucha memoria y reci­ taba largas retahilas de versos, pero no satisfecho con al-Mutawakkil pasó a la corte sevillana de al-Muta ’ mid (603). Ibn Quzman, a quien se llama al-Akbar, el grande, para distin­ guirlo del famoso zejelista, compartió la secretaría de al-Mutawakkil y era hombre de distinguida prosa. Fué perseguido, después del final del reino, por su crítica constante y dura (604). Y al lado de éstos, que eran com o las principales estre­ llas de la constelación, había innúmeros versificadores, gente que vivía en el ambiente de un Badajoz inigualable. ’Umar había creado una munya junto al río Guadiana, hermoso vergel, de aguas rientes y abundosas florestas, a la que se conocía con el nombre de al-Badi’ , que significa en árabe la espléndida, la soberbia. Aunque no es posible decidir sobre el sitio de su emplazamiento, las descripciones que de ella conocem os nos hacen conjeturar que en efecto estaba junto al Guadiana, quizá en esa orla frutal que rodeaba a la fortificación, y que daba el empaque de ciudad com o la descri­ bió al-Razi. En un pasaje de al-Maqqari en que se habla de los hermanos Qabturnuh, fieles amigos, terribles si se agrupan, claros com o el cristal, dice que “ la munya llamada al-Badi’ (602) ’ABD AL-W AH ID AL-M ARRAKUSHI, Kitab al-Mu’ chib\ ob. clt., págs. 71-72. (603) NIKL, Hispano-Arabio P oetry; ob. cit., pág. 179. (604) COLIN, en Encyclopédie de l’Islam ; T. III, pág. 873,


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era un lugar donde al-Mutawakkil pasaba muchos ratos por­ que le gustaban sus admirables características, para escoger sus más bellas flores donde se olvidaba de sus preocupaciones. Se contentaba sólo con citar su nombre y cualquier oportuni­ dad que se le brindaba la aprovecha para pasar sus mejores momentos a la orilla del río donde no guardaba secreto al­ guno, y con él estaban los hermanos (al-Qabturnuh) que bus­ caban todos los medios de diversión hasta la madrugada” . En un fragmento posterior y recogiendo una noticia de al-Fath Ibn Jaqan alude a “ que los ministros Banu Qabturnuh salieron a la munya conocida por al-Badi’ que es un jardín de verde hierba lleno de flores por el que corre un río cristalino, y al que se unen las más bellas y variadas características; el trigo, abre la superficie de la tierra y cubre la vista dejando atónitos los ojos. Al-Mutawakkil lo consideraba com o el m ejor lugar para diversiones y fiestas y para lugar de placeres, y allí pa­ saban las noches contemplando el brillo del fuego deseando en él la eternidad, y cantaba el gallo la llegada del nuevo d ía ...” (605) En las páginas del Nafh at-tib reúne al-Maqqari de al-Fath y otros autores, alusiones y versos del rey poeta, de sus acompañantes y ministros, que revelan el ambiente que rodeaba la corte aftásida y el primer plano que ocupaba la poesía (606). Los placeres se desbordaban con el vino, la embriaguez presidía las veladas, y cuenta los amores del rey con un efebo de nombre al-Jatara que estaba con él (607). Ibn al-Abbar refiere en el Hulla al-Siyyara’ un viaje del rey a Santarem acompañado de Ibn ’Abdun donde son re­ cibidos por Ibn Muqana, el viejo poeta nostálgico de Alcabideche, junto a Sintra, donde se retira para vivir la paz de la campiña cistagana, a la que canta en bellas estrofas (608). Ibn Muqana hace descabalgar a al-Mutawakkil y al poeta y les (605) AL-MAQQARI, Nafh at-tib; ob. cit., T. I, págs. 421-422. (606) Ibid., T. I, 441, II, 303-307 entre otras. (607) Ibid. T. II, págs. 306-307. (608) En esta población tiene Ibn Muqana un recordatorio en un monumento, un molino con una leyenda inscrita. Nota de Martín Velho, A cidade de Evora, núms. 48-50, en la trad. de Ibn al-Abbar, página 97,


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convida a su mesa y a pasar una velada (609). Al-Maqqari refiere de este viaje a Santarem memorando de la ciudad su valentía y su inexpugnabilidad, rodeada del río Tajo, con pal­ meras com o novias felices creciendo hacia el cielo, y cuenta el paso por Elvas, “ precioso sitio famoso por sus aguas y palme­ ras altas, donde se ven jardines y bellos lugares” (610). Al-Fath al-Jaqan cuenta en sus Qala ’ id este viaje hablando de la ciudad de Santarem que es la parte más sobresaliente de la tierra de los musulmanes, de ásperos lugares para ascender a ella, ro­ deada por el río com o el brazalete rodea el brazo de la mujer, alzada sobre campos notables por sus arboledas; alude al paso por Elvas, en la que resplandecen sus espaciosos lugares plantados de árboles y donde a cualquier sitio que se mira se contempla un huerto o vergel magníficos. Relata la anécdota ocurrida en casa de Ibn Muqana, el vino que Ibn ’Abdun entrega con flores al rey y los versos en que éste los toma, y así pasaron la noche, dice al-Fath, no observando otro fulgor que el de la copa y las flores. Ibn Zarkun estaba presente y contó la orgía, en la que también estaban los Qabturnuh (611). También Ibn al-Abbar cuenta la sequía padecida en el rei­ no y cómo vino la lluvia abundante que hizo a Badajoz, en aquel tiempo “ una ciudad feliz y atrayente” (612). Al-Maqqari recoge este suceso y las oraciones que hace al-Mutawakkil; cómo viene la lluvia y los versos de Abu Yusuf (613). Al-Fath dice que Ibn ’Abdun le contó esta tragedia, que pinta con ne­ gros colores, y escribe que al-Mutawakkil dejó de beber y di­ vertirse y se despojó de sus espléndidas vestiduras, testigos de soberbia y vanidad, y se adornó de modestia, y con más frecuencia se postró ante Dios y con el cuerpo inclinado hizo preces, hasta que el aire se cubrió de nubes y la lluvia se des­ parramó, las nubes dejaron caer agua, cantaron las palomas, (609) IBN AL-ABBAR, Al-Hulla al-Siyyara’ ; ob. cit., trad. pág. 97. (610) AL-MAQQARI, Nafh at-tib; T. I, pág. 440. (611) AL-FATH AL-JAQAN, en Specimen, de Hooguliet, pági­ nas 86-90. (612) IBN AL-ABBAR, Al-Hulla al-Siyyara’ ; ob. cit., pág. 97. (613) AL-MAQQARI, Nafh at-tib; ob. cit., T. I, págs. 439-440.


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las flores se solazaron y resplandecieron tanto las colinas com o los valles (614). Creo que esta corta relación sirve para hacerse una idea de cuál era el ambiente en la corte de al-Mutawakkil, y el cua­ dro que ofrecería la ciudad aftásida. Muchos son los poemas que pueden recordarse de los que constantemente acompaña­ ban al aftásida, que evidencian una auténtica postura, especialísima y original, en el corto espacio histórico que a Bada­ joz tocó ser en el siglo xi. La fiesta y el verso eran un modo de vivir, se cantaba al amor y a la guerra, y por ello se escri­ ben versos mientras truenan los tambores en Sagrajas, mien­ tras se liba el vino, cuando se exalta a la amada; el contorno se impregna, y es por ello también por qué surge la munya y por qué las ciudades son alabadas por sus ricos alrededores llenos de palmeras y huertos, com o desde Badajoz a Elvas y Santarem. ’Abd al-Wahid recuerda en el Kitab M u ’ chib que “ los días de los Banu-l-Aftas en el Oeste del Andalus fueron de fiestas y ferias, y eran refugio de la gente de letras que les consagró composiciones, en que exaltaron sus gestas y que perpetua­ ron a través de las edades su mem oria” ; Ibn al-Jatib, re­ coge los versos de al-Fath en los Qala’ id en honor de al-Mu­ tawakkil (615): El dominó las rutas de la caballería y de los soldados, él situó estandartes y banderas, él mandó el transcurso del tiempo, y el tiempo le obedeció, viendo las esperanzas rodear y parar por su qa ’ ba, destacó la pureza de su lengua, ofreció al peregrino hospitalidad en su casa, hizo poemas con sonrisas de filas de perlas y prosa que abanicaba como suave brisa, vivió días bellos como fiestas y noches en alegre compañía de los invitados. (614) AL-FATH AL-JAQAN, en Specimen, de Hooguliet; ob. cit., páginas 79-81. (615) ’ABD AL-W AH ID AL-MARRAKUSHI, Kitab M u ’ chib\ ob. cit., pág. 69. IBN AL-JATIB, A ’ mal al-A ’ lam; ob. cit., en Hoenerbach, pág. 363. AL-FATH AL-JAQAN, Qala ’ id, en Specimen, de H o q guliet, ob. cit., pág. 58,


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Pero los años fueron cortos. Alfonso VI, duro, implacable, se acercaba com o una tromba. Llegaron los almorávides, y con Sagrajas, a pesar del triunfo musulmán, se abría el último capítulo de Badajoz. Porque el caudillo almorávide, como re­ lata el cronista ’Abd al-Wahid al-Marrakushi, se llenó de am­ bición por la Península y de afán por poseerla. El final de al-Mutawakkil se avecinaba. En vano intentó el auxilio del propio Alfonso VI, a quien ofreció Santa­ rem, cosa que según Ibn al-Jatib le desprestigió (616) y pro­ vocó la ira del pueblo. El Chronicon Lusitano referencia la ocupación de Lisboa, Santarem y Sintra por el rey cristiano (617). Las tropas almorávides de Abu Bakr llegaron a Bada­ joz, que abrió sus puertas. Ibn al-Abbar dice que fué asaltada. ’Umar fué hecho prisionero en unión de sus hijos al-Fadl y al-’Abbas y sus bienes y tesoros confiscados (618). En compañía de sus dos hijos fué puesto camino de Sevilla y “ a poca distancia de B adajoz— cuenta Ibn al-Jatib— se dió la orden de bajar del caballo y prepararse para recibir la muerte. Al-Mutawakkil suplicó poder dejar la preferencia a sus hijos con el objeto de ahorrarles el dolor de la pérdida de su padre, a cuyo ruego se accedió. Sobre todos ellos, maniata­ dos, vino la espada del verdugo” (619). Ibn al-Abbar dice que “ lo asesinaron a lanzadas hasta que el último suspiro puso el sol de su vida” (620). Al-Fath al-Jaqan cuenta en sombríos y amargos párrafos el espectáculo del sacrificio: “ La tierra quedó regada con la sangre de ellos; nunca ya más se escucharon sus honorables (616) IBN AL-JATIB, A ’ mal al-A ’ lam, en Hoenerbach; ob. cit., página 364. (617) CHRONICON LUSITANO, en España sagrada; T. X IV , pá­ gina 406. (618) Parece difícil señalar definitivamente las fechas de la en­ trada de los almorávides en Badajoz y del suplicio del rey aftásida. Pueden datarse como más seguras las de mediados o finales de 1094 para la conquista de la ciudad, y la de 1095 para la muerte de alMutawakkil. Vid. IDRIS, Les aftasides; ob. cit., nota 53, pág. 289. (619) IBN AL-JATIB, A ’ mal al-A ’ lam, en Hoenerbach; ob. cit., página 364. (620) IBN AL-ABBAR, Al-Hulla al-Siyyara’ ; ob. cit., pág. 96.


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nombres en las tribunas sagradas y las horas matutinas de su reino se convirtieron en largos anocheceres. Ya en lugar de tronos se recostaban en la tierra; teñidos estaban de sangre; antes hubiesen sido frotados con fragante perfum e” (621). El poema máximo hecho en honor de al-Mutawakkil co­ rrespondió a Ibn ’Abdun, el poeta con quien había disfrutado de los goces vitales. Fué la qasida conocida con el nombre de al-Bassama, que valió la reputación de que goza su autor. Difícil de entender, exigió el comentario de Ibn Badrun (622) y ha sido disparmente discutida y analizada; ’A bd al-Wahid al-Marrakushi dijo de ella que era “ perla virgen, que es supe­ rior a la poesía, y es mayor que la magia. Actúa sobre las inteligencias com o el vin o; desdeña el ser ensalzada y rehúsa al ser comparada” (623). Con ’Umar al-Mutawakkil murió el Badajoz de los aftási­ das. J3e él nos queda su fragancia remota, una sutil nostalgia prendida a un cielo de cigüeñas y palmeras, donde los muros conjuran el recuerdo y la melancolía. Es el Badajoz oculto en trasfondo de nuestra sensibilidad, que siempre nos acompaña. En su honor valgan aquellos versos que le dedicó un poeta aftasí, Abu ’A m r Ibn al-Fallas: Badajoz, no te olvidaré nunca, cualquiera que sea la ausencia que me tenga alejado de tí. Qué hermosos son los grandes árboles que te rodean! El valle de tu bello río abre su camino como si hendiera una túnica recamada.

(621) AL-FATH AL-JAQAN, en Specimen; ob. cit., págs. 60 y siguientes. (622) Vid. nota, supra. 535. (623) A B D AL-W A H ID AL-MARRAKUSHI, Kitab M u ’ chib; ob. cit., pág. 69. Sobre la qasida vid. PONS BOIGUES, Ensayo bio-bibliográfico sobre los historiadores y geógrafos árabes; ob. cit., págs. 190198. NIKL, Der Aftasiden von Badajoz; ob. cit., todo el trabajo, e Hispano-Arabic P oetry; ob. cít., pág. 176-178 y Encyclopédie de l’Islam ; T. III, pág. 702.




ÍNDICE TOPONÍM ICO

(*)

ABDEGAS (Santarem).— Como ha mostrado por documento de 1183 Machado (I, 26) es el primitivo nombre de Ourém — vid.— , quien estima en este topónimo la presencia de ’Abd más un elemento románico. ABENOJAR (Ciudad Real).— Hidrónimo y topónimo. En el apéndice de Asín, sin explicar. ABOADELA (Viseo).— Antropónimo, de Abu ’Abd Allah según Macha­ do (I, 30). ABUL (Setúbal).— Parece este topónimo representar el elemento Abu, padre, con un larri al que precederla un alif con wasla, en cuyo caso derivaría de un nombre de persona que perdió su segundo elemento. En España existen topónimos que tienen en su primer elemento el vocablo Abu. (*) Como ya se indicó en la advertencia preliminar y en las pági­ nas textuales (vid. págs. 51-55) este apéndice tiene marcado carácter indicativo. Repito que se trata de ofrecer un panorama general de la toponimia árabe o arabizada del solar aftasí, un espectro que sitúe al lector en lo que es y representa la arabización de este amplio territorio occidental. Insisto en que no es ni completo, ni perfecto, porque para ello se precisa una investigación profunda, sistemática, que no perte­ nece al criterio ni a la concepción de este libro. Esta lista toponímica ha sido confeccionada utilizándose varios repertorios conocidos, que tuvieron por base a otros estudios específicos sobre el tema. Asimismo se sugieren topónimos rastreados en hojas geográficas y trabajos de campo, cuyo diagnóstico definitivo debe ser objeto de estudios poste­ riores. Como se trata de un índice, la redacción de las fichas se hace muy resumida, y por ello las citas refieren una bibliografía relacio­ nada ya en el texto, y que el lector detectará sin dificultad. El índice complementa el proyecto de mapa toponímico y de hidrónimos con el propósito de que el panorama que pueda imaginarse el lector sea tan suficientemente amplio como el autor ha intentado. Se han incluido hidrónimos pertenecientes a los ríos Tajo y Guadiana, aunque no es­ tén dentro del mapa.


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ACAFA (Castelo Branco).— Machado (I, 35-36) propone principalmen­ te la raíz s. f. h dando as-safha en el sentido de planicie. ACAFARGE (Coimbra).— Topónimo oscuro, Machado (I, 36) propone hipótesis dudosa. ACAFAR IA (Coimbra).— Vid. Agafa, pues creo que hay que relacio­ narlo con este topónimo. ACAFORA (Lisboa).— Para Machado (I, 38) es una forma dudosa, sig­ nificando el horno, como Alcochete. ACEITUNA (Cáceres).— Asín (42), el olivar, az-zaytun. ACEITUNILLA (Cáceres).— Asín (42), diminutivo de aceituna. ACEÑA (Cáceres).— Asín (42) la noria, as-saniya, vid. Azenha. AD A N A IA (Lisboa).— Propuesto por Machado (I, 59) en forma du­ dosa. AD AR IA (Lisboa).— Machado lo hace sinónimo de Albarraque, con una hipótesis dudosa (I, 59) significando brillante. ADELA (Coimbra).— De ’Abd Allah, Abdalla y por asimilación de b por d Adella y Adela. Explicado por Lopes (53) y Machado (I, 61, y 23-24). Asimismo Silveira (X X X III, 233-235). ADEM IA (Coimbra).— Según Silveira (X X X V , 97) proviene del árabe vulgar ad-damana, tierra de labor. ADICA (Beja, Setúbal, Viseo y algunos otros).— Cfr. págs. 327-328 sobre las minas de Adiga. Parece que su genealogía no tiene duda (Machado, I, 64-65. Lopes, 161). Dis en árabe junco, Vid. Idrisi, “Ki­ tab nuzhat”, Glossaire, pág. 303, y en Dozy-Engelmann, “Glossaire”, pág. 97, que derivan de ésta la palabra española Aldiza (Cfr. Corominas, “Diccionario”, I, 105). Así al-disa, ad-disa y por consiguiente adisa, es decir, adiga. A L A F A (Santarem).— Vid. pág. 68. ALAFOENS, ALAFOES, LAFOES (Viseo).— Cfr. págs. 104, 262 y 264, sobre sucesos históricos de estos castillos. Su etimología no tiene eludas, pues del dual y plural de aj, es decir, al-aj, los dos herma­ nos, derivó el nombre tal como se le conoce (Machado, Lopes).

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ALANGE (Badajoz).— Vid. pág. 496. ALANJON (Badajoz).— Este topónimo situado muy cerca de Alange, es un aumentativo del mismo, con aspecto peyorativo. Su topogra­ fía es muy sugerente, pues tiene la misma morfología que Alange, pero con menos entidad y altura que el otro lugar. No cabe duda que se trata de un topónimo nacido del otro. ALARES (Castelo Branco).— Todo es duda en Machado (I, pág. 92).

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A L A R IX E (Setúbal).— Machado (I, 96) da como cierta la derivación de al-’arish, que significa parra, emparrado, y así parece por la identidad. Recuérdese nuestro topónimo histórico analizado del castillo de Lares — hisn al-Arish— , sólo que difieren en la primera consonante. Vid. pág. 485.

AL

AI


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A LAR ZA (Cáceres).— Asm (45), campo cultivado, al-hartha. Vid. pá­ gina 79. AL AV IR (Cáceres).— Propuesto por Asín sin estudiar. Hidrónimo. A L A X A (Badajoz).— Así se nombra en las Ordenanzas de D. Beltrán de la Cueva a un lugar de Alburquerque (Vid. “Historia de Albur­ querque”, Duarte, 365). En tal caso el topónimo será Alaja. A L B A LA (Cáceres y Badajoz).— En la primera como villa y en la se­ gunda apellidando a una finca próxima a la capital. Según Asin (46), Albalá es la cloaca. De baila ’ a. AL-BALAT (Cáceres).— Vid. págs. 331-332 y 537. ALBAÑALES, LOS (Badajoz).— Plural de Albañal, y éste de baila' a, es la misma que albalá, la cloaca. (Vid. cambios en Corominas, I, 82). ALBARDO (Evora, Guarda y otros distritos).— Machado duda si ten­ drá alguna relación con albarda (I, 112). También hemos visto la forma Albardáo. ALBARRAGENA (Cáceres y Badajoz).— Propuesto por Asín sin des­ cifrar. Creo que el nombre señalado en 1258, en el deslinde de Badajoz, confirmado por Privilegio de Sancho IV en 1285 (Vid. Solano de Figueroa, I, 39),.de “gímalos dal Varragena” es el topó­ nimo en cuestión “dal Varragena” luego Albarragena. En el si­ glo xvi como hito caminero se le llama en Vílluga — vid. texto nues­ tro, pág. 216— “Venta Barachina”, tomando este lugar su nombre del río, que además es topónimo llamado Dehesa de la Torre Alba­ rragena. En algún documento he visto Torre Agena. Quizá sólo de árabe tenga el artículo. ALBARRANAS (Cáceres).— Asín (47), torres exentas al muro. En Ba­ dajoz ejemplo típico de la fortaleza almohade, la conocida por Espantaperros. Proviene del hispano-árabe barraní, forastero, de­ rivado de barr, campo, tierra firme (Corominas, I, 84). ALBARRAQUE (Lisboa).— Vid. pág. 71.

ange, >ograange, duda 92). -ación por la lo del •imera

ALBARREGAS (Badajoz).— Hidrónimo. Propuesto por Asín, sin des­ cifrar. No sé si tendrá alguna conexión con Albarragena, y si en uno u otro podría entrar el elemento barr, campo, país abierto, o barraq, brillante, suavizada la última consonante. ALBARROL (Castelo Branco, Coimbra, Leiría).— Lopes (166) da como híbrido del bajo latín “barriolum” y el artículo árabe (Machado, I, 117). ALBERCHE (Madrid).— Hidrónimo. Propuesto por Asín sin estudiar. En Portugal existe Alperche. Dice Machado (I, 274) que podría ser mozárabe, referente a albérchigo, cuya etimología es persicum (Corominas, I, 86), y que barch, al-barch seria una forma vulgar en árabe. ALBOJA (Evora).— Se sugiere como vocablo árabe o arabizado.


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ALBORCA (Evora).— Dudosa etimología para Machado (I, 120), tierra de suelo duro. ALBORITEL (Santarem).— Es un claro ejemplo de topónimos moz­ árabes (Menéndez Pidal, “Orígenes” , 180). ALBORNOAS (Beja).— Vid. pág. 50. ALBU ERA (Cáceres y Badajoz).— Asín (50), diminutivo de bahr, buhayra; vid. Albufeira. Es también hidrónimo. ALBU FEIRA (Evora, Portalegre, Setúbal y otros).— Corresponde a nuestro castellano Albúera y es acepción de lago, estanque, muy conocida. Diminutivo de bahr, mar, como se sabe. ALBU HERA (Cáceres).—Vid. Albuera. ALBUJAR (Badajoz).— En Alonso (I, 217) Albuhar es uno de los nom­ bres que antiguamente se daban al albayalde. Puede en Extrema­ dura por aspiración de la h, dar Albujar, por sitio o tierra blanca. ALBURQUERQUE (Badajoz).— Vid. pág. 79. ALBURREL (Cáceres).— Hidrónimo. Híbrido sin duda, con el pareci­ do a las formas mozárabes. En el “Libro de la Montería” existe el topónimo en este sitio Mestas de Alburre (III, 297). ALCABIDECHE (Lisboa).— Forma híbrida con artículo árabe que Lo­ pes (118) considera análoga a Alcabideque, aunque no Machado (I, 124). El poeta Ibn Muqana era de allí y compuso bellos versos a su tierra de al-Qabdaq, onomástico árabe del lugar según aparece en algunos de sus versos (Peres, 200 y 239). ALCABIDEQUE (Coimbra).— Vid. Alcabideche. ALCABRICHEL (Lisboa).— Híbrido, sin explicar su segundo elemen­ to. Lopes (118). Como otros ejemplos en Menéndez Pidal (“Oríge­ nes”, 180, nota 2). Hidrónimo. ALCACER (Setúbal).— Vid. pág. 540. ALCACOVAS (Evora).— De al-qasaba indudablemente. Es también hidrónimo. ALCACHOFAL (Badajoz).— Es frecuente, lugar o dehesa donde abun­ dan alcachofas. En árabe al-jurshuf. AL C A FA XE (Viseo).— De dudosa etimología (Machado, I, 133), pero al parecer árabe. ALCAFOCES (Coimbra).— Machado (I, 133) cree debe ser relacionado con Alcafaxe, vid., aunque también, como aquél, es dudosa su ex­ plicación. ALCAFURADO (Portalegre).— Se sugiere por su primer elemento. ALCAIDE (Coimbra).— Como se sabe del árabe al-qa’ id, palabra que penetró en nuestro léxico y muy frecuente. ALCAINQA (Lisboa).— Igual que Alcains. Guedes Real (II, 301). ALCAINS (Castelo Branco).— Lopes (30) lo relaciona con Alcañiz en España, y en efecto, este último ha sido propuesto por Asín (“To­ ponimia”, 52) con la misma etimología. De al-kanays, las iglesias.


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ALCALA (Evora).— Igual que nuestro Alcalá (Asín, 51), de al-qal’ a, el castillo (Lopes, 30). ALCALAMONQUE (Coimbra).— Parece que un elemento puede co­ nectarse con Alcalá. ALCALFE (Cáceres).— Hidrónimo. (Mapa de Lautensach). ALCAMBAR (Lisboa).— Machado (I, 145) sugiere con mucha reserva la procedencia de al-qanbar, la alondra. Pero debe leerse qunbur, plural qanabir. ALCAM IN (Portalegre).— Dudosa etimología para Machado (I, 147). Hidrónimo. ALCAM IRA (Santarem).— Se sugiere como forma árabe o arabizada. ALCANEDE (Santarem, Evora).— Propuesto como arábigo sin expli­ car /Machado, I, 149). ALCANENA (Santarem).— No explicado por Machado (I, 149) que lo propone. Creo que hay que emparentarlo con los topónimos espa­ ñoles como Canena, en Jaén, procedente de la tribu Kinana, esta­ blecida en al-Andalus (Vernet, “Enciclopedia Lingüística”, I, 573), y con Benicanena (Asín, “Toponimia”, 88) del mismo origen. ALCANHOES (Santarem).— Machado (I, 149) lo propone sin estudiar. ALCANICA (Lisboa).— Igual que Alcains. ALCANTARA (Cáceres, Lisboa).— En Lisboa como barrio urbano e hidrónimo. Vid. pág. 509. ALCAÑIZO (Toledo).— Hidrónimo. Creo debe relacionarse con Alcañiz estudiado por Asín (62), las iglesias, igual que Alcains por­ tugués. ALCARAVICA (Evora).— Propuesto por Machado dudosamente (I, 152). Hidrónimo. ALCARIA (Leiría, Evora, Santarem, Portalegre y muchos más).— Es un topónimo distribuido por Portugal proveniente de al-qarya, villa, pequeña ciudad. ALCARJEJ.0 (Cáceres).— Hidrónimo. (En el mapa de Lautensach). Es diminutivo. ALCARRACHE (Badajoz).— Vid. págs. 83-84. ALCARRAQUE (Coimbra).— Creo que guarda analogía con nuestro Alcarrache, que tiene otras formas muy similares. ALCARRIA (Coimbra).— Igual que Alcaria. ALCAZABA (Badajoz).— Hidrónimo. Asín (53), la fortaleza, al-qasaba. ALCAZABILLA (Badajoz).— Hidrónimo, diminutivo de Alcazaba, del que es afluente. ALCOBACA (Leiría).— No ha sido explicado. Es también hidrónimo. ALCOBACINHA (Santarem).— Diminutivo portugués de Alcobaga. ALCOBAZA (Badajoz).— Es idéntico al portugués Alcobaga. ALCOBE (Viseo).— De al-qubba, cúpula (Machado I, 163) y debe rela­ cionarse con el castellano Alcoba, que aparece en varias provin­ cias (Asín, 53),


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ALCOBELA (Lisboa).— Según Machado (I, 163) debe relacionarse con Alcobe. ALCOBERTAS (Santarem).— Hidrónimo y topónimo. ALCOBILLA (Ciudad Real).— Diminutivo de Alcoba. Hidrónimo. ALCOCER, PUEBLA DE (Badajoz).— Vid. pág. 474. ALCOCHETE (Setúbal).— Lopes (162) lo derivó de kushat, horno. ALCOENTRE (Lisboa).— Diminutivo de qantara, puente (Lopes, 30). Por tanto se corresponde con nuestro Aiconétar, de al-qunciytar, el puentecillo. ALCOFRA (Viseo).— No lo encuentro relacionado, pero creo que pue­ de tener conexión con vocablo árabe. Hidrónimo también. ALCOLENA (Lisboa).— Guedes Real (I, 148) lo relaciona con Alcolea, lo cual es indudable. ALCOLLARIN (Cáceres).— Propuesto por Asín sin descifrar. Es tam­ bién hidrónimo. ALCOMBRAL (Lisboa).— Debe ser híbrido, propuesto por Machado (I, 165). ALCONCHEL Badajoz).— Es también hidrónimo. Vid. pág. 80. ALCONETAR (Cáceres).— Asín (54), el puentecillo, de al-qunaytar. Diminutivo de Qantara. ALCORNEO (Badajoz).— Hidrónimo. Propuesto por Asín sin des­ cifrar. ALCORNOCAL (Badajoz).— Vid. pág. 79. ALCORNOQUE (Badajoz).— Vid. pág. 79. ALCORNOQUEJO (Badajoz).— Vid. pág. 79. ALCOROCHEL (Santarem).— Propuesto como híbrido (Machado, I, 170). ALCOROVISCA (Evora).— No estudiado (Machado, I, 170-171). Hidró­ nimo. ALCÓRREGO (Evora).— Híbrido según Machado (I, 171). Hidrónimo. ALCOUTIM (Castelo Branco).— Vid. pág. 48. ALCOVA (Viseo'.— Igual que Alcobe. Es un monte relacionado ya en el siglo xi (Vid. Leite de Vasconcelos, “Etnografía”, T. III, pág. 263). ALCOZAREJO (Badajoz).— Asín (55), diminutivo de Alcozar, la tierra roturada. ALCUDIA (Santarem, Ciudad Real).— Vid. texto, pág. 69. En Ciudad Real es hidrónimo y topónimo. ALCUESCAR (Cáceres).— Propuesto por Asín, sin descifrar. ALD E IA.— Existen en los diccionarios corográficos portugueses más de 400 lugares con el nombre de “aldeia”, a los que hay que aña­ dir casi medio centenar de freguesías, y la toponimia rural tiene infinidad de casos, por lo cual no relacionamos ningún distrito específico. Corresponde al castellano aldea, y proviene como se sabe de al-day’ a,


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ALDOVARA (Cáceres).— Hidrónimo. Asín (56), la que da muchas vueltas. Dawwar indica en árabe rapidez en constancia en el mo­ vimiento, rotación. ALDOVARETA (Cáceres).— Hidrónimo. Asín (57), diminutivo de Aldovara. ALDOVARILLA (Cáceres).— Diminutivo de Aldovara. A L F A FA R (Coimbra).— De ál-faj’ar, registrado por Dozy-Engelmann (100) como Alfahar, alfarero. Lopes (162) relaciona con este voca­ blo. el topónimo. ALFAIATES (Guarda y otros distritos).— Topónimo y también como hidrónimo. El sastre en árabe al-jayyat, dló en castellano alfayate, y en portugués alfaiate. ALFAJOR (Badajoz).— De hashw, relleno, refiriéndose al dulce relle­ no de almendras muy conocido en Andalucía, en Castilla alujur (vid. Corominas, I, 110). ALFANDEGA (Bejá).— Según Machado de funduq, fonda, hospede­ ría (179). ALFANJE (Santarem).— Vid. págs. 68-69. ALF AM A (Lisboa).— Vid. texto, págs. 71 y 587-588 sobre la puerta his­ tórica de la muralla mora de Lisboa a que se refiere al-Himyari. A L F A N ZILA (Setúbal).— Hidrónimo. (Mapa de Lautensach). ALFANZIRAO (Portalegre).— Silveira (X X X V , pág. 88) deriva este topónimo del dual janzir, que significa en árabe jabalí. Más bien al jabalí se le llama jinzir barrí. ALFAQUIQUES (Lisboa).— Barrio de Lisboa. ALFARDAGAO (Evora).— No sé las relaciones que pudiera guardar este topónimo con Alfarda, que en castellano tiene dos acepciones, del árabe farda, imposición, y también paño que cubría el pecho de las mujeres (Vid. Corominas, I, 112). Ya Dozy-Engelmann dieron (108-109) también de al-farda, término usado en carpintería, que corresponde a los maderos pares. ALFARELOS (Coimbra).— Si se puede relacionar con alfareros como opina Machado (I, 188), provendría de alfar, que como se sabe es árabe de al-fajjar. ALFARIAS (Evora).— En árabe al-fara’ se llama al burro salvaje, al onagro. Machado duda de la relación (I, 188) que pueda tener el vocablo con este nombre documentado desde primeros del si­ glo xm. En Portugal por otra parte el adjetivo alfario se aplica al caballo muy brincador, que levanta mucho las manos al marchar. ALFARROBA (Evora, Lisboa, Setúbal y otros muchos distritos).— Co­ rresponde al castellano algarroba, que como se sabe procede de al-jarruba, que tiene el mismo sentido. ALFARROBEIRA (Setúbal, Evora).— El árbol que produce la algarro­ ba y por tanto igual a Algarroba,


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A L F A V A L (Evora).— Alfavaca, que es la Albahaca castellana, darla afavacal, sin duda. Pero Machado (I, 190) cree que alfava es una reducción de alfavaca, por tanto alfaval sería sitio de alfavas. No lo registra, no obstante, como topónimo, pero creo debe proponer­ se. Albahaca deriva de habaq. A L F AZEM A (Santarem).— Vid. pág. 67. ALFEBRE (Coimbra, Setúbal).— Hidrónimo. Se sugiere en este apén­ dice como árabe o arabízado. ALFEIRAO (Portalegre).— Creo que debe ser relacionado con alfeire. que proviene de aí-hair, que en su más exacto sentido, como mos­ traron Dozy-Engelmann (111), es cerca para ganado. ALFEIROES (Evora).— Creo que hay que relacionarlo con alfeire. Vid. Alfeiráo. ALFEITE (Setúbal).— Híbrido según Lopes (162); de filictu, vendrá feito y el actual feto, nombre de una planta criptógama. ALFEIZERAO (Leiría).— Sin duda como afirmó Lopes (163), del ára­ be jaizuran, caña de bambú. Igualmente Guedes Real (II, 294). ALFELOAS (Aveiro).— Ya fué registrado por Dozy-Engelmann (112) procedente de al-halawa, que es dulce de azúcar, y cuya palabra se usa en portugués. ALFERR ARA (Setúbal).— Machado da hipótesis muy dudosas (I, 194). ALFERRAREDE (Santarem).— Según Machado (I, 194), que no lo propone como topónimo, no deja de ser un derivado de Alferrara. ALFERR AZ (Setúbal).— Quizá pueda emparentarse con Alferrarede; se propone. ALFOFA (Lisboa).— Vid. pág. 584. ALFORFA (Guarda).— Hidrónimo. Para Machado tiene varias formas esta palabra. Dozy-Engelmann (138) la registra como alholba. En portugués actual alforba. En castellano alholva (Corominas, I, 127). Proviene de hulba, que designa a la planta. Machado no lo registra como topónimo. ALFORGEME (Santarem).— Se propone. ALFORNEL (Lisboa).— Forma mozárabe clara precedida del artículo árabe, estudiada por Silveira (X X X V III, 280), de hornos. ALFOVAR (Lisboa, Coimbra).— Vid. pág. 70. A LFR IVID A (Coimbra).— Se sugiere por su primer elemento. ALFUNDAO (Beja).— Híbrido según Machado (I, 203). ALFUNGERA (Lisboa).— Según Guedes Real (I, 145) debe relacionarse al vocablo hachar, piedra, teniendo en cuenta la naturaleza donde el topónimo se fija. ALFUR (Coimbra).— Según Silveira (X X X V , 84) representa al árabe al-ful, en plural colectivo, significando habas, campo de habas. ALFUSQUEIRO (Viseo).— Hidrónimo. (En el mapa de Lautensach), ALGABA (Castelo Branco).— Dudoso para Machado (I, 203),


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ALGALE (Badajoz, Setúbal).— En Portugal, vid. Saa, T. V, págs. 145146. Así parece conocerse el castillo que había en Los Argallanes, sierra de Badajoz. ALGAR (Coimbra).— Se trata de un arabismo intacto, de al-gar, la gruta, la caverna. ALGARBES, LOS (Badajoz).— De al-garb, el occidente. ALGARVIAS (Setúbal).— Creo que debe relacionarse con Algraveos, vid. También en portugués se dice algarvíos, a los de Algarve, por tanto podría relacionarse con esta región, procedente como se sabe de al-garb, el Oeste. ALGE (Leiría).— Hidrónimo. Creo que igual que Alges. ALGERI (Aveiro).— Lautensach. De Alger, indudablemente. ALGES (Lisboa).— Vid. pág. 71. ALGOBER (Lisboa).— Vid. pág. 71. ALGODRES, FORNOS DE (Guarda).— Lopes (164) relaciona este to­ pónimo con Algodor — en el distrito de Beja— el cual procede de al-gudur, plural de gadir, que significa pequeño estanque. En Cas­ tilla existe también Algodor, que más tarde Asín (62) estudió dan­ do la misma genealogía, y también Algodre, pero éste lo dedujo de kudra, que es fango, aguas sucias. ALGUEIRAO (Lisboa).— Lopes (164) lo derivó del plural de al-gar, la cueva, la gruta. En este sentido lo comparó a Trafalgar — en Es­ paña— como cabo, punta de la cueva. Posteriormente Asín (137) estimó cabo o punta brillante. ALGUEIREIRAS (Portalegre).— Creo debe relacionarse con Algueiráo. Vid. ALGODOR (Cáceres).— Hidrónimo. Asín (62), los estanques. Vid. Algodres. ALGRAVEOS (Evora).— Creo que este topónimo procede de algravia, también algaravia, de al-arabiya, lengua de los árabes. ALGUSSA (Coimbra).— Se sugiere en este repertorio. Sin estudiar. ALJIBE, SIERRA DEL (Badajoz, Cáceres).— Asín (62), de pozo, chubb es pozo o cisterna. En Cáceres, hidrónimo. A L IA (Cáceres).— Asín (64), alta, ’aliy, es alto, elevado y también augusto, excelente. ALIJA (Cáceres).— Propuesto por Asín sin descifrar. ALIJAR (Cáceres).— Aunque Asín (64) propuso derivarlo, estudiando de al-hachar, la piedra. Oliver Asín (“Al-Andalus, VII, 1942, pági­ nas 153-163) estableció su descendencia de al-dishar, ad-dishar, en su sentido de tierras propiedad de pastos. ALJAFAM IN (Lisboa).— Propuesto por Machado sin estudiar (I, 220). ALJERIZ (Aveiro).— Se refirió Lopes (144), pero Machado (I, 225) cree que debe proponerse como árabe, aunque de etimología muy dudosa. Creo que es el mismo topónimo que Algeri. ALJIDA (Setúbal).— Se sugiere.


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ALJOZAR (Badajoz).— Existe Aljezar, de al-chiss, yeso, aljez. ALJUBARROTA (Leiría).— No se ha dado aún (Machado I, 229), una explicación satisfactoria de este topónimo, cuya morfología en do­ cumentos desde el siglo xn aparece claramente distinto. AL.TUCEN (Badajoz).— Topónimo e hidrónimo. Asín (65), el castille­ jo. Es diminutivo de hisn, castillo, husayn, al-husayn. ALM ACAL (Viseo).— En portugués el vocablo macal significa el cho­ rro líquido que escurre del queso y que proviene sin duda del árabe mazz en el sentido de líquido, ácido. Por tanto al-macal pa­ rece que es una palabra cuya etimología no tiene duda. ALM ACAVE (Viseo).— Según Lopes (164) de al-maqbara, cementerio. ALM ACEDA (Coimbra).— Se sugiere. ALMA DA.— Vid. pág. 516. ALM AD AFE (Evora).— Machado lo relaciona (I, 232) a lecho de río. Es un hidrónimo desde luego. ALM ADEN.— Vid. pág. 516. ALMADENEJOS (Ciudad Real).— Diminutivo de Almadén. Estudiado por Asín. A L M AFR E XE (Coimbra).— Silveira (X X X V III, 269) da una etimología dudosa, sitio por donde se sale. ALMAGIDE (Setúbal).— De al-maschid, la mezquita, deduce este to­ pónimo Lopes (76) con las naturales transformaciones fonéticas. ALM AGRA (Lisboa, Badajoz).— Machado (I, 236) relaciona este topó­ nimo con el común Almagre, que como se sabe procede de al-mapra, barro rojo. En Badajoz, hidrónimo. ALM AGREIRA (Leiría).— Como el Almagrera castellano. Vid. Alma­ gra, derivado del mismo. ALM AGRERA (Badajoz).— Hidrónimo. Lo mismo que Almagra, de­ rivado. ALM ALAGUEZ (Coimbra).— Machado lo supone antropónimo, pero dudoso (I, 237). ALM ANCOR (Evora, Aveiro).— Hidrónimo y topónimo de origen an­ tropónimo. Propuesto por Machado (I, 240). ALM AN SA (Cáceres).— Al igual que el topónimo Almansa — Albace­ te— analizado por Asín, al-mansaf, la mitad del camino (66). ALM AR AZ (Cáceres).— Vid. pág. 79. ALM ARAZ (Lisboa, Setúbal).— Lopes (165) se refirió al resultado eti­ mológico de parra, trepadora, pero el topónimo coincide plenamen­ te con el Almaraz extremeño, que tiene otro tratamiento. Vid. Al­ maraz. ALMARGEM (Lisboa, Evora y otros muchos).— Muy estudiado. Ya Lopes (33, 165) refiere su identidad a los topónimos españoles. De march, prado. Vid. pág. 79 y nota 267. ALM ASSINHA (Viseo).— Es un diminutivo, que se propone,


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ALM EDINA (Viseo, Coimbra).— Hidrónimo (primer distrito) y topó­ nimo. Muy conocido y extendido, de al-madina, la ciudad. ALMEGUE (Castelo Branco, Coimbra, Santarem).— Para Lopes, aun­ que dudoso, cree que proviene de al-maqta’, con pérdida de la ta’ final y sonorización del qaf (165), que significa el vado de un río. ALM EID A (Guarda).— Igual que en España — Zamora— , al-maida, la meseta, el otero (Lopes, 33; Asín, 68). ALM EID IN H A (Guarda).— Diminutivo de Almeída. ALM EIRIM (Santarem).— Dudosa, pero Machado propone (I, 248). ALM ERINES, LOS (Badajoz).— Creo que habría que relacionarlo con merinas, de Marín, Benimerin, que como se sabe ha sido muy discutido. La tesis de Klein (La Mesta, 16-18) ha sido con carácter provisional aceptada por Corominas (III, 353). ALMOCAJEME (Lisboa).— Según Silveira (X X X V , 69-70) de achamiya, extranjero, conformación como mozárabe y el artículo deter­ minado. ALMODAFA (Viseo).— Se dieron explicaciones no satisfactorias. Ma­ chado (I, 261) hace proposiciones muy dudosas. Parece metátesis del siguiente. ALM OFADA (Santarem).— De al-mujadda, que significa cojín, almo­ hada. Vid. Machado (I, 262). ALM OFALA (Viseo, Lisboa y otros).— Se presenta en esta forma y compuesto en otras muchas. Lopes (166) explica proveniente de al-mahala, campo, campamento. En castellano almofalla en el mis­ mo sentido (Dozy-Engelmann, 172) y corresponde al vocablo mejala usado en Marruecos para designar fuerzas militares (Coromlnas, I, 155). ALM OFEIRA (Portalegre).— Juzga Machado (I, 264) que es tina pro­ nunciación de Albufeira. ALMOFRAGÜE, CASTILLO DE (Cáceres).— Vid. págs. 76-77. ALMOGRAVE (Lisboa).— Silveira (X X X V III, 271) estima que este nombre reproduce el antiguo portugués almogaver. Corresponde a almogavar, de mugawir, soldado. ALM OHARIN (Cáceres).— Propuesto por Asín sin descifrar. ALMOHARINEJO (Badajoz).— Propuesto por Asín sin descifrar. Di­ minutivo de Almoharín. ALMOJARDA (Portalegre).— Se sugiere. ALMONDA (Santarem).— Hidrónimo. (Mapa de Lautensach). ALMONTE (Cáceres).— Hidrónimo. Estudiado por Asín (70). El mon­ te, forma híbrida. ALMORCHON (Badajoz).— Incluido por Asín sin estudiar. Es topóninimo, nombrando al castillo de su nombre, e hidrónimo. ALMORCHONES, LOS (Badajoz).— Plural de Almorchón, ALMORQUIM (Lisboa).— Vid. pág. 71.


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ALMOSTER (Santarem, Lisboa, Leiría).— Corresponde a nuestro Almonaster, híbrido, del artículo y monasterio. También hidrónimo.

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ALMOTAO (Coimbra).— Se sugiere. ALMOTRETE (Badajoz).— Creo que es una forma híbrida. Sin es­ tudiar. ALMOUROL (Santarem).— Para Lopes (166) híbrido del artículo y co­ mún latino moru, morera. ALM OXARIFE (Evora).— De al-mushrif, el cobrador de impuestos. Vid. Dozy-Engelmann (179). ALM UINH A (Lisboa, Evora y algunos otros).— Corresponde a nues­ tra Almunia, que procede como se sabe de al-munya, vergel o sitio de recreo. ALMURO (Portalegre).— Hidrónimo. Indudablemente híbrido (Macha­ do, I, 271). Vid. pág. 482. ALPALHAO (Portalegre, Santarem).— Híbrido para Machado (I, 272), que no lo explica. AL P A R R A X E N A (Badajoz).— Creo que es una variante de Albarra­ gena, sólo que la consonante p sustituye a la ba’. ALPEDREDE (Portalegre).— Hidrónimo y topónimo. Para Machado híbrido (I, 273). Creo que debemos corresponderlo cor, el castellano Alpedrete, híbrido del romance pedrete y el artículo árabe (Asín, 73). ALPEDRIN HA (Coimbra).— Es igual que el cacereño Alpedriñas. Vid. ALPEDRIÑAS (Cáceres).— Es un diminutivo híbrido formado por el artículo y romance piedra. Como el portugués Alpedrede y Alpe­ drete castellano. ALPEDRIZ (Leiría).— Creo que es un híbrido como Alpedrede, Alpe­ driñas. Vid. ALPEIDAO (Lisboa).— Así se llama un “cachopo”, rocas que emergen en el río, del Tajo, de color blanco. Lopes (166-167) lo cree deriva­ do de al-bayda’, la blanca, al igual que nuestro Albelda, con la transformación de la ba’ en p. ALPENA (Lisboa, Setúbal).— Guedes (I, 51) lo da como híbrido. El se­ gundo elemento peña, roca. Machado (I, 274) propone lo mismo dudosamente. ALPERTUCHE (Setúbal).— Orónimo. Híbrido para Machado (I, 276), sin explicar el segundo elemento. ALPIARCA (Santarem).— Híbrido en Machado (I, 276) sin explicar y muy dudoso el segundo elemento. Es también hidrónimo. ALPLAN (Santarem).— Vid. pág. 68. ALPOLENTIM (Lisboa).— Híbrido para Machado (I, 277), que ve en polentim derivado de polentinu, sopas de harina de cebada. ALPORAO (Santarem).— Lopes (91-93) lo explica como híbrido, sien­ do el segundo elemento transformación de planum, plan, pram,

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ALPORCHB (Lisboa). Según Guedes Real (I, 147) relacionado con alburch, la torre, igual que Alvorge. ALPOTREL (Cáceres).— Vid. pág. 81. ALPOTREQUE (Badajoz, Cáceres).— Vid. págs. 80-81. ALPOTREQUILLO (Cáceres).— Vid. pág. 81. ALPREADE (Castelo Branco).— Hidrónimo. (Mapa de Lautensach). ALQUEIDAO (Coimbra, Viseu, Santarem, Lisboa, apareciendo repe­ tido en otros y en formas compuestas).— Vid. págs. 66-67. ALQUERUBIM (Aveiro).— Lopes (28) considera este topónimo, y así es indudablemente, trasplante del onomástico de la ciudad tune­ cina de Kairwan. La más antigua documentación pertenece al año 959, alcaroubim (Vid. Machado, I, 280). No obstante el mismo Lo­ pes en nota manuscrita lo tiene por incierto. ALQUEVA (Evora).— Vid. Alqueive. ALQUEIVE (Viseo, Coimbra).— Dozy-Engelmann (184-185) la derivan de al-qawa, tierra desierta. Machado (I, 279-280) la detesta basado en la morfología del vocablo documentada como mínimo en el si­ glo xiv, pero no propone otra. Vid. Castro, “Adiciones hispánicas al diccionario de Meyer-Lübke”, Revista Filología, 1918, T. V, pág. 39; alkir, media ochava de trigo, portugués antiguo, alqueive. ALQUEVE (Coimbra).— Creo que debe relacionarse con alqueive. ALROTE (Guarda).— Se sugiere por su primer elemento. ALVACAR (Beja).— Hidrónimo. Lopes (105) no lo explica. No sé si cabría relacionarlo con al-baqar, de buey, boyero, como nuestro to­ pónimo histórico, referido al castillo cordobés del Vacar. ALVACAREJO (Beja).— Hidrónimo. Diminutivo de Alvacar. ALVA IAD E (Castelo Branco).— Tiene la misma raíz que nuestro Al­ belda, al-bayda’ (Vid. Machado, I, 284). ALVA IA ZE R E (Leiría).— Según Lopes (168) viene de halconero, es decir, de halcón, bazi. Corresponde al granadino Albaicín, al-bayyazin (Asín, 46). ALVA LA D E (Evora, Setúbal).— Según Lopes (168-169 y 181-184) pro­ viene de al-balat, procedente del latín palatium en forma arabízada. Ha sido discutida esta hipótesis. También cree lo mismo Guedes Real (I, 147). ALVALADE (Badajoz).— Debe corresponderse con Alvalade portu­ gués. Este topónimo desaparecido daba nombre a una aldea del Obispado de Badajoz, cuya documentación se remonta al año 1255 (Solano, “Historia Eclesiástica”, I, 202). Era lugar cerca de Telena, por lo que cabe la duda si se correspondería con Albalá que en otro lugar hemos referenciado. Vid. Albalá. ALVAQUEIRA (Viseo).— Se sugiere por el primer elemento. ALVERCA (Lisboa y otros).— De al-birka, estanque, piscina, como ya mostró Dozy-Engelmann (71). Corresponde en España a Alberca, toponímicamente repartido.


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A L V IE L A (Santarem).— Hidrónimo. No sé si pudiera relacionarse el diminutivo portugués de vía, como segundo elemento al que pre­ cede el artículo árabe. ALYORAO (Santarem).— Para Lopes es un dual procedente de al-bir, el pozo (172). ALYORGE (Leiría).— Según Lopes (26, 35) de al-burch, la torre. Co­ rresponde en España a muchos topónimos derivados del vocablo, Borox, Bujalaro, etc. ALVORRIOL (Santarem).— Quizá como una forma de Alvor, aunque difícil, Alvor fué tratado por Lopes (169-172) desechando al-burch y más bien conectando con al-bir, los pozos (Vid. Silveira, X X X V III, 272-275). AMBROZ (Cáceres).— Asín (75), nombre de persona ’Amrus. Vid. pá­ gina 624 sobre la consonante final. ARABES, LOS (Badajoz).— Es claro este nombre referido al pueblo colonizador. No he tocado documentación referente a la fecha de aparición del topónimo. ARABIAS (Portalegre, Setúbal).— De arábigo indudablemente, ’arabi. ARAGEM E (Cáceres).— Propuesto por Asín sin estudiar. ARRABAL (Leiría).— Vid. Arrabalde. ARRABALDE (Portalegre, Viseo, Evora y muchos distritos más). Aparece muy frecuente en la toponimia portuguesa tanto simple como en formas compuestas. De ar-rabad, arrabal. AR RABIDA (Setúbal).— Vid. pág. 281. ARRACAIO (Guarda, Aveiro).— Cree Machado (I, 315) que tiene que ver con ar-ra ’ s, la cabeza, el cerro. ARRACARIO (Lisboa, Castelo Branco).— Este vocablo denomina algu­ nas calles de Sintra, Castelo Branco y Castelo de Vide, y Lopes (169) lo emparenta con ar-ra ’ s, cabeza. Vid. Arragaio. AR R A YA N AL (Badajoz).— Hidrónimo. Asín (77), lugar en que hay arrayanes. Sobre arrayán vid. pág. 72 y nota 238. ARRECES (Santarem).— Para Machado es renacionable con ar-ra ’ s, cabeza. ARRECIFE, EL (Badajoz).— De ar-rasif, la calzada. Se encuentra este topónimo cerca de las calzadas romanas a que nos hemos referido (Vid. págs. 381 y ss.). AR R IF A N A (Santarem, Lisboa y otros muchos distritos).— Vid. pá­ gina 72. En nota 238 ya indicamos lo repartido que está el topóni­ mo por el país portugués. ARRIFE (S) (Badajoz, Santarem, Evora y otros muchos distritos). Vid. pág. 72. En Badajoz aparece en plural Los Arrifes, y en los distritos portugueses en singular y plural. ARRUDA, DOS VINHOS (Lisboa).— Según Lopes (26, 92) es forma híbrida, artículo más ruta. En 1172 se documenta como “arruta” (Machado, I, 323). Guedes Real (II, 294) estima la misma hipótesis

latino-árabe arruda.


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A R ZILA (Coimbra).— Para Lopes (173-174) es trasplante de la ciudad del Norte de Marruecos junto a Tánger, conquistada por los por­ tugueses en 1471. Falta, según Machado (I, 325), documentación de la villa portuguesa anterior a esta fecha. ASSECA (Lisboa);— Hidrónimo. Híbrido según Lopes del artículo árabe y de sicca latino, en acepción de villa. ASSUMAR (Portalegre).— As-sumar, junco, lugar donde hay juncos (Lopes, 161. Machado, I, 57. Cfr. Dozy, “Supplément”, I, 682). ASFAM IL (Lisboa).— Hipótesis dudosa en Machado (I, 326). ASSACAIAS (Santarem).— En Lopes (37) tiene significación de ace­ quia, de as-saqiya (Dozy-Engelmann, 34; Corominas, I, 21). ATAFONA (Lisboa, Evora y otros distritos).— Corresponde al caste­ llano atahona, molino y proviene de at-tahuna (Dozy-Engelmann, 208). A T A L A IA (Santarem, Castelo Branco y muchos otros distritos). Muy_ extendido toponímicamente en Portugal, en forma simple y compuesta. Corresponde al castellano atalaya. Vid. A T A L A Y A (Badajoz y Cáceres).— Extendido no sólo como onomásti­ co de pueblos, sino también citando heredades y accidentes geo­ gráficos. De tali’ a, plural talayi’, centinela (Vid. Corominas, I, 312 y Dozy-Engelmann, 209-210). Vid. la forma portuguesa atalaia. ATAM ARM A (Santarem).— Vid. pág. 69. ATARFALILLO (Badajoz).— Asín (77), diminutivo de atarfal. Atarfe, de at-tarfa, arbusto muy común en la provincia, junto a las már­ genes de los ríos; el atarfal, los atarfales. ATARJA (Badajoz).— Vid. págs. 524-525. AV IZ (Evora).— Vid. págs. 415-418. A ZA B AL (Cáceres).— Asín (78), la espiga. De sabal, espiga de los ce­ reales. as-sabal. AZABUXO (Leiría).— Machado cree que puede relacionarse con Azambujo (I, 333). AZAGALA (Badajoz).— Vid. cap. IV, págs. 195-209. AZAMBUJA (Santarem, Lisboa, Evora).— Aparece frecuentemente en la toponimia rural portuguesa. Vid. pág. 67. Es hidrónimo. AZAMBUJEIRA (Santarem).— Vid. Azambuja. Muy extendido. AZARUJA (Evora).— Machado propone raíz dudosa relacionada con cepa de viña, sarmiento (I, 335). En España, Logroño, se da la for­ ma Azarulla, estudiada por Asín, az-za’ rura, el acerolo (79). AZAUCHAL (Badajoz).— De acebuche, Asín (79). Vid. pág. 72. AZAUCHOSA (Badajoz).— Asín (79), adjetivo derivado de acebuche. AZEITAO (Lisboa, Leiría, Setúbal).— De az-zaytun, el olivar (Lo­ pes, 38). AZEITE1R A (Guarda, Evora).— Hay otros topónimos semejantes como Aceiteiros, Azelteras, etc., distribuidos por Portugal. Todos de azzait, el aceite.


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AZE N H A (Lisboa, Evora, Viseo y muchos distritos más).— Topónimo muy corriente y distribuido por Portugal. De as-saniya, molino. AZIN H AG A (Lisboa, Santarem, Setúbal, Evora, Beja, Portalegre y Castelo Branco).— Vid. pág. 48. Se propone su genealogía en el árabe az-zinaíqa, significando calle estrecha (Machado, I, 339). AZOIA (Lisboa, Leiría).— De az-zawiya, ermita, capilla donde se entierra un santón (Lopes, 38). Corresponde toponímicamente a los espa­ ñoles Zubia (Granada) y otros (Asín, “Toponimia”, 144). AZOREJO, GARGANTA DEL (Badajoz).— Puede compararse con Azorejo — Toledo— según Asín, anteriormente determinado por DozyEngelmann (228) de azor y éste de sur, muro, es decir, as-sur. Se trata de un diminutivo. El azor referido al pájaro depredador pro­ viene del latín acceptor (Corominas, I, 351). No sabemos si del co­ mún azor derivó azorejo. AZOVEL (Evora).— Hidrónimo. En el mapa de Lautensach. AZUAGA (Badajoz).— Vid. págs. 47-48. Solamente hemos de añadir como nota bibliográfica, después de señalada la obra de Asín Pala­ cios, donde se incluye la procedencia del nombre — vid. nota 139, páginas cit.— la identificación del onomástico extremeño con la tribu beréber propuesta ya en 1916 por D. Eduardo Saavedra en “Los almorávides”, Boletín de la R. A. de la Historia, T. L X IX , Ma­ drid, 1916, pág. 223. AZUCHALEJO (Badajoz).— Hidrónimo. Diminutivo de Aceuchal. AZUQUEN (Cáceres).— Sugiero este topónimo en el que podría tomar parte el vocablo al-suq, es decir, as-suq, el zoco, pues la sin se con­ vierte siempre en z, como en la palabra anotada. BACAR (Viseo).— No explicado y dudoso (Machado, II, 9). BANATICA (Setúbal).— Machado (II, 17) sugiere hipótesis dudosas. BARACAL (Castelo Branco, Guarda).— Vid. páginas 48-49. Hidrónimo. Machado estudió sólo la forma Barago, según él (II, 17) de maras, cuerda, cordel, vocablo que documenta desde 1114 en que se habla de “baraza”. Creo que en esta forma antigua hay que buscar el en­ tronque de este hidrónimo. BARATA (Lisboa).— Guedes Real (II, 301) lo considera igual que Borratem. Vid. BARCARENA (Lisboa).— Vid. pág. 70. BARDOCA (Badajoz).— Por el parecido de la palabra bardaqush, que en árabe designa a la mejorana, sugiero esa hipótesis etimológica que indudablemente cuenta con varias dificultades. La palabra al­ moraduj que designa a la mejorana proviene de mardaqush, como en árabe también se llama a esta planta. Y esta derivación sí es co­ rrecta (Corominas, I, 158).

BASSO, BA£0 (Evora).—Vid. pág. 82. Hidrónimo.


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BAZAGONA (Cáceres).— En árabe la palabra bazaga tiene sentido de abrir hacia fuera, y se aplica al amanecer, entre otras acepciones. Sugiero el que pudiera implicarse — sin afirmar nada, pues no co­ nozco si el topónimo ha sido estudiado— esta palabra como inte­ grante del topónimo extremeño. BE LA ZAIM A (Viseo, Aveiro).— No explicado y propuesto por Macha­ do (II, 22). Nos parece que en su composición entran elementos de nombre personal. BEM BEZAR (Badajoz).— Hidrónimo. Propuesto por Asín sin estudiar. BENAGAZIL (Setúbal).— Vid. págs. 49-50. BENALIJA (Sevilla).— Hidrónimo. Asín lo registra como Benalijar, y lo propone como apodo Ibn al-hachar, el de las piedras. Debido a que lo encontramos sin la r final, quizá por defecto fonético, se nos ocurre pensar si el Alija y Gualija no debieran ser emparentados. BENAMORIQUE (Evora).— Lopes (148, nota 4) trata de él como híbri­ do, y en efecto debe serlo del Ben y de Mauricus, de Maurus. BENAVIDES (Badajoz).— Del nombre propio Ibn ’Abidis. En León re­ gistra otro topónimo igual Asín (86). BENAZAIRE (Badajoz).— Vid. pág. 82. BENCAFETE (Evora).— Se propone pues su primer elemento aparece claro. BENCANTA (Coimbra).— Creo que debe ser relacionado por su pri­ mer elemento, como otros muchos topónimos del mismo tipo. Bencatel, por ejemplo. BENCATEL (Evora).— Híbrido según Machado, pues el primer elemen­ to frecuente (II, 26). Para Guedes (II, 296) es hijo del asesino. BELCOUCE (Coimbra).— Vid. pág. 561. BENDAFE (Coimbra).— Sugiero proponerlo en este apéndice, por el primer elemento. BE N FAYAN (Cáceres).— Asín (86), como nombre de persona Ibn Hayyan. BENFICA (Lisboa, Santarem).— Lopes (146) sólo lo estudió por su ter­ minación. Machado dudosamente propone su derivación con el primer elemento Ben y fíca, de fiq, persona de elevada estatura, hijo de persona alta (II, 26). BOBADELA (Lisboa).— Según Machado (II, 30) antropónimo igual que Aboadela. Vid. Guedes (II, 295) en el mismo sentido. BORDONHOS (Viseo).— De Ibn Ordoño, sin duda. BORNES (Santarem).— Vid. pág. 50. Aunque en ella no se relacionó este topónimo en el distrito de Santarem por omisión. BORRATEM (Lisboa).— Vid. pág. 70. BUCELAS (Lisboa).— No explicado. Lopes cree que tendrá relación con Mausil, pequeño burgo al que se refirió Ibn al-Abbar.


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BUEY, CABEZA DEL (Badajoz).— Hernández Jiménez (“Al-Andalus”, X X V III, 1963, págs. 349-380) propuso el genérico buey como defor­ mación de buwayb, diminutivo de bab, puerta. Indudablemente la geofísica de la ciudad extremeña hace honor a ser en efecto un portillo, una pequeña puerta, cabeza del portillo de la serranía que lo circunda y que abre paso de la gran llanada de la Serena a la orografía de Ciudad Real. BUJALEN (Badajoz).— Creo que puede formarse con un primer ele­ mento de torre burch, al igual que otros topónimos españoles — Bujalaro, Bujabarral— y ’ayn, de fuente, como Guadalen. Situado junto a Hornachos en la falda de la sierra. BULLAQUE (Ciudad Real).— Hidrónimo. Asín (98) como propio de persona, Abu-l-Hakam. BULLAQUEJO (Ciudad Real).— Diminutivo de Bullaque. Asín (98). CABRUM (Viseo).— Vid. pág. 85. CACÉM (Lisboa, Setúbal).— Aparece simple y en algunos distritos como compuesto — Santiago do Cacem— y es antropónímo, de Qasim (Machado II, 39). Por tanto se relaciona al levantino Benicasim (Asín, 88). Guedes Real (II, 295) estima que un nombre muy vulgar en el idioma árabe que significa repartidor, el que divide. CADIMA (Coimbra).— Este precioso topónimo es un arabismo intac­ to, de Qadima, antigua. Según Machado es una palabra que conti­ núa usándose en Portugal en uso regional. En Aveiro la expresión “térras cadimas” quiere decir tierras públicas. CAHICES, LOS (Badajoz).— De qafiz, medida para cereales. Aparece este topónimo sobre el alfoz de Usagre, y aunque es vocablo que aparece en muchos fueros — Sepúlveda, Soria, etc.— no dejamos de consignar su utilización en el fuero de Usagre — siglo xm— como medida agraria de extensión. “Kafices de sembradura”, se dice (“Fuero de Usagre”, edic. de Ureña, Madrid, 1907, vid. glosarlo). CALATRAVEJA (Badajoz).— Asín (100) diminutivo de Calatrava, y éste en Ciudad Real de qal ’ at rabah, castillo de Rabah. CANECAS (Lisboa).— Creo que hay que relacionarlo con Alcanica. Vid. CARAVA, LA (Badajoz).— Del árabe qaraba, raíz q-r-b, conversación, reunión (Corominas I, 662). CARNAXIDE (Lisboa).— No aceptada por Lopes (28) la proposición de algunos autores. No explicada. Guedes (I, 150) da una hipótesis basado en vocablo compuesto que vendría a significar “émulo del diablo” o “igual a Satanás”. CARNIDE (Lisboa).— Dudosa y discutida etimología, Igual que Carnaxide. CARRICHE (Lisboa).— Guedes Real (I, 150) da una acepción de cas­ cajo, derivada del árabe. CECLAVIN (Cáceres).— De saqlab, esclavo, Asín (102). Algunos histo­ riadores, a los que siguieron escritores locales, pretenden ver en Ceclavín la romana Cellaviníaria.

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CIJARA (Badajoz).— Vid. págs. 73-74. CORAJAS, LAS (Cáceres).— Vid. Coraxas. CORAXAS, LAS (Cáceres).— Este topónimo como en su otra forma, también en Cáceres, coraja, representa, a mi juicio, en fiel tras­ plante el vocablo coracha, portugués couraga, que designa una de las partes de la fortificación muy utilizada por los árabes, cuyos ejemplos hemos estudiado y aludido en el texto — página 640— . Es también hidrónimo. COTAES (Viseo).— Vid. pág. 48. COUTIM AFONSO (Lisboa).— Vid. pág. 48. CHAFARIZ (Lisboa).— Vid. págs. 70-71. En castellano el descendiente del vocablo árabe es “zafariche” en empleo regional. Vid. Coromi­ nas, “Diccionario”, IV, 791, la anotación citando a Covarrubías so­ bre “Jaraiz” y “Jaraicejo”. También en castellano se dice chafariz — Corominas— por préstamo del portugués. EN TRIN (Badajoz).— Transcribimos este nombre tal como figura en la actual onomástica, pero su auténtica forma es Altrin, y por suce­ sivas deformaciones se ha convertido en el Entrín que conocemos. En^dócumento de 1269 se llama Altrin (Vid. Santos Coco, “Revista de Estudios Extremeños”, 1935, págs. 89-90), nombre que perdura; (los Altrines, en Sánchez de Badajoz (Recopilación en metro, In­ troito de pescadores). En ese caso Altrin puede ser una forma arabizada. E N XA R A (Leiría, Lisboa).— Vid. págs. 71-72. ENXARRIQUE (Castelo Branco).— Hidrónimo. En grafía de 1194 uti­ lizada por Silveira (X X X V III, 290) se habla de “portum de Exarec ubi Liquariz ingreditur Tagu”, es decir, el puerto de Exarec, Enxarrique, donde el río Lucriz desagua en el Tajo. Dozy-Engel­ mann (355) dió xariko, del árabe sharik, asociado, y Silveira toma esta acepción, que estaba representada en el antiguo vocabulario hispánico por axanique, colono, aparcero. F A T E LA (Evora).— Silveira (X X X III, 235) lo derivó de Fath Allah, victoria de Dios, y no cabe duda de su perfecto encadenamiento. F A T E LA (Cáceres).— Creo que igual que el hidrónimo portugués. Vid. Fatela. F ATIM A (Santarem).— Como se sabe es el nombre de la hija de Mahoma, y su vinculación topónima ha sido puesta en duda, según Machado, por no aparecer los antropónimos nada más que en ca­ sos de varón (I, 89). Por otro lado parece aceptable según Lopes (170) que muestra casos como Benafátima. En árabe la raíz f-t-m tiene sentido de separación, y ya recuerda Machado que se aplica a la camella que tiene una cría desmamada. GALIZUELA (Badajoz).— Sugiero etimología árabe formada por la palabra galiz, en la que la consonante final za’ pasa siempre a z.


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Galiz significa tierra áspera, escabrosa, y quien conozca el lugar de emplazamiento de este pequeño poblado extremeño no negará que coincide su naturaleza con lo que expresa el vocablo árabe; está colocado en la fuerte rampa de la sierra de Lares, muy cerca del castillo estudiado — vid. págs. 484-489— . Es preciso para ello aceptar la morfología del topónimo a base del vocablo más el dimi­ nutivo romance. Por otra parte aparecen topónimos en tierras cacereñas como Gollicio y Gollizuelo, y este último tiene cierto pa­ recido. GARIM (Setúbal).— Vid. págs. 73 y 85. GARROVILLA, L A (Badajoz).— Diminutivo de garrobo. Asín (107). Vid. Alfarroba. GARROVILLAS (Cáceres).— Diminutivo de garrobo y plural de Garrovilla. Vid. Asín (107). GAZEL (Coimbra).— Vid. Benegazil. GAZULAS, LAS (Badajoz).— Vid. pág. 49 sobre Gazul. Como este lugar — dehesa— aparece junto a Llerena, donde arraigó el apellido Gazul, su nombre debe provenir de éstos. GEVORA (Badajoz).— Hidrónimo. En el mapa de Lautensach. GINETA, L A (Badajoz, Cáceres y Castelo Branco).— Vid. págs. 45-47. GINETAS (Coimbra).— Vid. gineta. GODOLID (Badajoz).— Hidrónimo. Pudo ser Wadi Walid, río de W alid; wadi, guadi, deformarse en godo y Walid, en olíd, como en Valladolid. GOMARA (Cáceres).— Vid. pág. 51. GUADAJIRA (Badajoz).— Hidrónimo. Propuesto por Asín sin estudiar. Existió una aldea en Badajoz llamada Guadaxira — documentación de 1269— que había desaparecido cuando Solano de Figueroa escri­ bió su obra (Solano, “Historia eclesiástica”, 66 y 30, T. I). Pudo esta aldea tomar ei nombre del río o viceversa, pero el rio como Guada­ xira se cita perfectamente (Sánchez de Badajoz, Recopilación en metro). Me atrevo a proponer la conexión del segundo elemento del topónimo a estos dos vocablos árabes: ajira, ei último, en el que la consonante ja’ pasa en general a x y j, y ’ashira, en el que la conso­ nante shin también se transforma en x, que se refiere a clan, tribu. Si es posible hilvanar wadi ajira o wadi ’ashira, más parece el pri­ mero que ei segundo, quizá se explicase el Guadajira actual. El río último, quizá lindero de algún término, o también río referente a alguna familia relacionada al poblado. GUADALCANAL (Sevilla).— Río del canal. Asín (109). GUADALEFRA (Badajoz).— Hidrónimo. Propuesto por Asín sin estu­ diar. Quizá podría explicarse a base de los elementos wadi + artículo y un tercero, 'afra, 'ajara, que significa en árabe enlodado, embarrado. Podría ser wadi al 'ajara, en el que se perdería por sín­ copa la vocal medial; wadi al ’afra, convertido definitivamente en Guadalafra y por disimilación vocálica Guadalefra, río enlodado, su­ cio, si caben dichas conexiones fonéticas.


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GUADALEM AR (Badajoz).— Hidrónimo. Propuesto por Asín sin estu­ diar. Me aventuro a conectar el elemento más difícil de este topó­ nimo -—el wadi no tiene duda— con 'amara, padre incierto de ala­ mar (Vid. Corominas, I, 76. Dozy-Engelmann, 54-56, dan el beréber ’amra), al-’amara, alamar. La misma formación wadi al 'amara, Guadalamar, y por disimilación vocálica, Guadalemar. También en árabe existe 'amara, significando en el argot marinero velocidad. En Jaén existe Guadalimar, que parece indudablemente una variante. GUADALTA (Badajoz).— Hidrónimo y topónimo. Híbrido con un se­ gundo elemento romance. Río de la alta, parece. GUADALUPE (Cáceres).— Topónimo bien conocido. Asín (110), río del lobo. GUADALUPEJO (Badajoz).— Hidrónimo. Diminutivo de Guadalupe. GUADAM ATILLA (Córdoba).— Hidrónimo. Híbrido con toda proba­ bilidad. GUADAMEZ (Badajoz).— Hidrónimo. Para Asín igual que Guadalmez (110), río de almez. Sobre almez ya en 1919 había mostrado A. Castro (“Adiciones hispánicas al Diccionario de Meyer-Lübke”, Revista Filológica Española, T. VI, pág. 341) que al-mais, loto, en Noráfrica penetra desplazando los derivados de loton, lodon, lodáo (port.), del que derivaron otros topónimos, como Torrelodones. GUADAMILLAS (Toledo).— Hidrónimo. En el mapa de Lautensach. Compuesto. GUADAMORA (Córdoba).— Hidrónimo. Híbrido. GUADARRAM ILLA (Córdoba).— Hidrónimo. Diminutivo de Guada­ rrama. Mapa de Lautensach. GUADANCIL (Cáceres).— Hidrónimo. No conozco cómo figurará el nombre en documentación antigua, pues también se dice Guadaucil. En árabe 'anz es cabra, y sin que pueda afirmarse y solamente como sugerencia, si pudiera conectarse al vocablo árabe, tendría­ mos río de la cabra, quizá. Este animal es ocasión de muchos topó­ nimos en nuestra geografía, naturalmente que en el romance pro­ cedente del latín. GUADARRANQUE (Badajoz).— Vid. pág. 83. GUADARROYO (Cáceres).— Hidrónimo, híbrido. Parece redundancia decir río del arroyo. GUADIANA (Badajoz).— Al nombre Anas, con que los romanos cono­ cieron el río, los árabes prefijaron el wadi, arabizando su morfo­ logía. GUADIERVAS (Toledo).— Hidrónimo. Incluido en el mapa de Lau­ tensach. Es una forma compuesta. GUADILOBA (Cáceres).— Hidrónimo. Wadi luba, Asín (111), río de la loba,


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GUADITOCA (Badajoz).— Hidrónimo. Híbrido, según parece. GUALIJA (Cáceres).— Hidrónimo. En Cáceres está también Alija, que Asín incluyó en el apéndice sin descifrar. Por tanto el hidrónimo está claro, Guadalíja, Guallja, río de Alija. GUADALALTO (Cáceres).— Hidrónimo. El río alto, híbrido. Al igual que Guadalta, vid. GUADARRANQUE JO (Cáceres).— Hidrónimo, pequeño regato afluen­ te del Guadarranque, que da nombre al collado. Diminutivo de Guadarranque. GUADARRAQUE (Badajoz).— Creo que es una variante de Guada­ rranque. HAYON. SIERRA DEL (Badajoz).— De al-’ayun, la fuente, sierra de las fuentes. JALAMA, SIERRA DE (Cáceres).— Vid. págs. 77-78. Se anota expresa­ mente que lo querido en el texto es solamente exponer palabras del diccionario árabe que se asemejan al topónimo cacereño, pues las dificultades para tratar de emparentarlo son muy grandes; en la forma salama no coincide el acento, cargado en la penúltima, aunque la consonante sin en inicial puede convertirse en x, y en cuanto a la inicial ha’ como se sabe pasa más frecuentemente como f o como h a nuestra lengua. JAMOR (Lisboa).— Hidrónimo. En el mapa de Lautensach. JARA (Cáceres, Badajoz).— Son varios los topónimos que se registran en las provincias extremeñas apellidando frecuentemente a fincas, montes, etc. Shara’ como ya vimos, es matorral del que derivó el apelativo de las cistáceas como se les conoce popularmente. Vid. páginas 71-72. JARAIZ (Cáceres).— Vid. pág. 79. Harayith, según Asín (“Toponimia”, 114) procedente como otros muchos topónimos de tierras extreme­ ñas de la raíz h.r.th, significando laborear, labrar. JARILLA, L A (Badajoz).— Diminutivo de Jara. Aparece frecuente­ mente en Badajoz nombrando dehesas, montes, etc. JARTIN (Cáceres).— Topónimo e hidrónimo. Designa a una puerta de las que había en la fortificación árabe y a un río, como Xartín. En árabe existe shart, hendedura, tajo, y como la shin pasa como x y luego se hace j, si puede conectarse el topónimo a este voca­ blo, tendríamos para el río una genealogía clara, incluso para la puerta, conociéndose la topografía de la ciudadela de Alcántara sobre el Tajo. LAIAO (Lisboa).— Vid. texto, pág. 70. Se repite en otro lugar, aunque fuera del dominio geográfico estudiado. Se trata del misma étimo que nuestro Gibraleón, sólo que éste es Chabal al-’ayun, monte de las fuentes (Asín, 107),


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MACHEDE, SAN MIGUEL DE (Evora).— Parece venir de maschid, mezquita. M AFRA (Lisboa).— Vid. pág. 72. MAGACELA (Badajoz).— Vid. págs. 490-491. M AGUILLA (Badajoz).— Vid. pág. 48. MAHOMA, PRADOS DE (Badajoz).— Como se ve es trasplante del nombre del profeta, pero ignoro documentación antigua de este lugar. MAIMON (Cáceres).— Hidrónimo. Asín (117), nombre de persona. May mun. MAIMONA, LOS SANTOS DE (Badajoz).— Igual que Maimón. En 1258, y en 1285 en la confirmación de términos de Badajoz (So­ lano, “Historia Eclesiástica”, I, 39) se dice “a las cabezas da Mai­ mona”, es decir, los altos de Maimona, puesto que son líneas terri­ toriales de deslinde. MALAQUE (Badajoz).— Sugiero la posibilidad de emparentarlo a malaqa, legua, milla egipcia, distancia aproximada a una hora de re­ corrido. MAMEDE, SIERRA DE SAN (Portalegre).— En principio Lopes vió una derivación clara de Muhammad, por intermedio de Mafamede, corriente en Portugal, pero en nota manuscrita sobre el origi­ nal expresó: “é falso. E ’ Mammas, Mammet, pastor e martyr da Capadocia, anno de 274” (Lopes, 28). MANCORES (Avelro, Viseo).— Variante del Almanzor según Machado (II, 167), cuya forma se documenta desde 1068. MARACHA (Santarem).— Vid. pág. 67. Anota Machado — vid. nota 202, pág. 67 texto cit.— gue el castellano “almarcha” procede de la misma raíz sólo que precedido del artículo, y en efecto, como ya había demostrado el profesor Oliver Asín corresponde a la serie toponímica procedente de march, prado, terreno pantanoso (Oliver Asín, “El árabe march en el vocabulario romance”, vid. nota 165, página 53). MARCHAGAZ (Cáceres).—Vid. pág. 79. MARCHES (Toledo).— Hidrónimo. Mapa de Lautensach. MARROCOS (Viseo, Coimbra).— Lopes (176) deriva este topónimo, como trasplante geográfico, de Marrakush. La gran ciudad beréber fué fundada por Abu Bakr en 1070. Según A b d al-Wahid, en el Mu ’’ chib (82) tenía su nombre de un esclavo llamado Marrakush un llano sin habitar en el que se instalaron las cábilas Lamtuna y Mussufa. El autor del Al-Hulal al-Mawshiyya nos cuenta (35) que Abu Bakr en el 462 (H) — 1069-70— se dirigió a Marrakush que era un despoblado donde no había más que gacelas y aves­ truces y no crecían más que lotos y coloquintos. Allí levantó una mezquita de ladrillos y algunas casas y muralla. Ibn Abi Zar’


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en su Rawd al-Qirtas (I, 267) da como fundador al caudillo almorávíde Yusuf Ibn Tashufin, el de Zallaqa, pero éste fué continuador de la obra de Abu Bakr. MARRUECOS (Badajoz).— Lo mismo creo que Marrocos. MARVAO (Portalegre).— Procede de Marwan, nombre muy vulgar en árabe (Lopes, 28). Como se sabe Ibn Marwan fué fundador de Ba­ dajoz, y la cercanía del lugar a la capital aftásida nos trae una gustosa sugerencia antroponímica. MASSAMA (Lisboa).— Vid. pág. 71. MASSUEIME (Guarda).— Hidrónimo. En el mapa de Lautensach. MECA (Lisboa).— Lopes (28) los relacionó con la Meka, ciudad santa de los musulmanes, como topónimo de trasplante geográfico. MEDINA, DE LAS TORRES (Badajoz).— De madina, ciudad. Regis­ trado por Asín (120). M EDINILLAS, LAS (Badajoz).— Diminutivo de Medina y plural. Vid. Medina. MENGABRIL (Badajoz!.— Asín (121) nombre de persona, Ibn Chibril. MEZQUITA (Badajoz).— Aparecen varios topónimos principalmente nombrando dehesas, sierras, etc. De maschid, que es mezquita en árabe. Vid. Machede. MIRAVETE. SIERRA Y PUERTO DE (Cáceres).— Vid. págs. 75-76. MOCIFAL (Lisboa).— Vid. pág. 71. MOHEDAS (Cáceres).— Vid. pág. 80. Allí se indican además otros to­ pónimos agrupados cercanamente y compuestos. En la zona suele nronunciarse “mojea”. Es también hidrónimo. MONCARVÍA (Lisboa).— Es un ejemplo toponímico portugués de moz­ árabe, lugar de ellos indudablemente. Como otros topónimos del mismo tino analizados. Vid. págs. 42-43. MONDEGO (Coimbra).— Hidrónimo. Mapa de Lautensach. MUÑA, L A (Cáceres).— Igual que Almunia y Almuña, de al-munya, el huerto. MURCA (Guarda).— En portugués el vocablo murga tiene dos acep­ ciones: como una pieza usada por los sacerdotes encima de la sobrepelliz, y como lima (instrumento) que tiene dientes muy fi­ nos. Parece que puede derivarse de una voz árabe, procedente de Persia, mist. Dozy, “Supplement”, II, 588, registra mist o mast como término turco referido a una especie de escarpín usado como botín. NODAR (Viseo, Beja).— Vid. pág. 255 y nota 330. NOQUES, LO.S (Badajoz y Cáceres).— Topónimo e hidrónimo. De nuqa ’ a, pozo, estanque, donde los curtidores remojan los cueros. Esta era la procedencia de Dozy-Engelmann (325), pero ha sido rechazada en razón de la teoría de Colín de que la palabra llegó al árabe de Rabat, del catalán noc, del latín naucus (Cfr. Corominas, III, 521-522) que tiene la misma significación,


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NORA (Cáceres, Badajoz, Lisboa).— En el primero registra Asín n a ’ ura, noria. En Badajoz aparece en plural, Las Noras. ODEARCE (Beja)*— Hidrónimo. Solamente Machado (II, 204) anota el primer elemento. ODEGEBE (Beja).— Hidrónimo. Se documenta según Machado desde 1258 (II, 205), siendo claro el primer elemento, y para el segundo propone la descendencia de chubb, pozo, aljibe. Sería entonces río del pozo. Advertimos para mayor aproximación que como anota Corominas (I, 137) en hispano-árabe por efecto de la alternancia de vocales breves en sílaba cerrada se da la forma chibb, en cuyo caso existe una analogía, muy aceptable con el vocablo. ODEMIRA (Beja).— Topónimo e hidrónimo. Lopes (27, 54) sólo anotó el primer elemento. ODIVELAS (Lisboa y Beja).— Hidrónimo repetido en dos distritos. Machado (II, 206) no lo explicó satisfactoriamente y sugirió rela­ cionarlo con velas, por la aparición en sus zonas de molinos de viento. Lopes (27, 54) sólo se refirió al primer elemento. Silveira (X X X III, 239) propuso una construcción del árabe vulgar, wadi al-bala ’ a, según el río de los remolinos. Guedes Real (II, 298) ha propuesto el nombre Belas, como de persona. OUREM (Santarem.— Vid. Abdegas. Pero en 1178 se documenta como Ourém (Machado, II, 207). Se trata del nombre de la ciudad de Ar­ gelia trasplantado geográficamente. Lopes (28). PENABUQUEL (Lisboa).— Lugar de Lisboa, junto al Tajo. Según Gue­ des (II, 297) proviene de Ben Abuquer, hijo de Abuquer. PENAFERRIM, SAN PEDRO DE (Lisboa).— Guedes (II, 296) lo deriva de Ben harrim, hijo del viejo. PERNES (Santarem).— Vid. pág. 50. Es también hidrónimo. QUELUZ (Lisboa).— Lopes (173) lo explica como valle de almendras, entrando el primer elemento y el segundo luz, que es más bien lauz, en ese significado. RAS (Viseo).— Vid. texto, pág. 73. SAFARA (Portalegre).— Puede relacionarse con Zafra. Machado (II, 223) lo cree derivado de un adjetivo sahar, en acepción de árido, bravo, arisco. Vid. Leite de Vasconcelos, “Etnografía”, II, 160. Como se sabe sáfaro es palabra con que se designaba a los hal­ cones. SALEM A (Setúbal).— Indudablemente hay que relacionarlo con la Zalamea extremeña, de salama, saludable. En el caso portugués como se ve el origen es muy directo. SARRASINA (Coimbra).— Es como sarraceno, muy documentado en Portugal bajo diversas formas. Machado le dedica un largo co­ mentario (II, 227-237),


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TAH EÑA (Cáceres).— Designa una sierra y dehesa. De tahannu’, ta­ heño, en femenino. Los árabes se teñían la barba con alheña y a la acción se llamaba así (Cfr. Corominas, IV, 341). T ALAYU ELA (Cáceres, Badajoz).— Diminutivo de Talaya, Atalaya, Registra Asín (135), vid. Atalaya. TALIGA (Badajoz).— Asín (136), procedente de taliq, libre, exenta, franca. También en árabe taliqa se aplica a la mujer divorciada, repudiada. TR AFAR IA (Lisboa).— Lopes lo cree híbrido (173-174) en el que el primer elemento no tiene duda, de taraf, cabo, como nuestro Trafalgar, y el segundo cree que es arena, por una serie de cambios. TUDIA, SIERRA DE (Badajoz).— Vid. págs. 74-75. TUFEIRA (Santarem).— Vid. pág. 67. Repetimos se trata de una con­ jetura, siendo la raíz árabe t.f.h que se aplica en el sentido que se aludió, pero también expresa el río o la corriente que se desborda, y no hemos de olvidar las alusiones entusiásticas de los geógrafos a los desbordamientos del Tajo y a la fecundidad de estas tierras producidas por las avenidas del río (Vid. págs. 291-293 y 303-304). TURCIFAL (Lisboa).— Vid. pág. 71. UMM CHA ’ FAR (Badajoz).— Vid. pág. 491. VA LA D A (Santarem).— Vid. págs. 66 y 291-293. VALDEAZOGUES (Ciudad Real).— Hidrónimo. Plural de Azogue. Asín (137), azogue de za ’ uq. VALM U ZA (Cáceres).— Hidrónimo. Es idéntico al topónimo salman­ tino que ya Asín (138) estudió formado por valle, más Musa, nom­ bre de persona. VENCALIZ, SANTIAGO DE (Cáceres).— Asín (133), nombre de perso­ na, Ibn Jalis. VOUGA (Viseo).— Hidrónimo. En el mapa de Lautensach. XAR C A (Lisboa).— Lopes (174) da una etimología significando lugar de barrancas, gargantas entre colinas, ya que el topónimo se re­ gistra en la depresión entre Graga y Monte en Lisboa. Pero parece que es más posible relacionarlo con la raíz sh-r-q (Vid. pág. 617, nota 509) que tanto nombre ha dado en España y que alude a la dirección Este, el saliente. XAR R AM A (Evora, Setúbal).— Hidrónimo y topónimo. En el mapa de Lautensach. ZAFAREJO (Badajoz).— Hidrónimo. Es un diminutivo naturalmente y recuerda inmediatamente el topónimo Zafara — en Zamora— estudiado por Asín (143) sajra ’ a, desierto. ZAFRA (Badajoz).— No sólo es el nombre de la ciudad extremeña, sino que designa genéricamente a determinadas tierras (Albur­ querque) de precaria naturaleza agrícola, de descomposición gra­ nítica y suelo donde aflora el berrocal. Hernández Jiménez estudió


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este topónimo (“Al-Andalus”, VII, 113-125) proponiendo su etimología de sajra, piedra, cuya derivación parece correcta y su conexión geológica a los lugares donde el genérico aparece está plenamente justificada. Corominas (IV, 794-795) estima que no es posible determinar el punto de partida, y lo relaciona, por ahora, con la voz árabe saifa, cosecha (Corominas, Apéndice, IV, 1091). ZAGALHO (Coimbra).— Vid. págs. 202-203. Z A N G A LLON (Badajoz).— Vid. págs. 202-203. ZAJARRON (Badajoz, Cáceres).— Es un aumentativo, procedente de sajra, peña. En documentación medieval aparece como caharrón. Vid. Zafra. Pero también en castellano zaharrón como adjetivo, señalando a persona disfrazada ridiculamente proviene de sajr, en el sentido de acción de burlarse (Corominas, IV, 799), aunque en el topónimo extremeño dada la naturaleza donde está colocado y su proximidad a las zafras de Alburquerque, tiene desde luego el primer sentido apuntado. ZALAM EA (Badajoz).— Asín (144), de salama, salamiya, saludable. ZÉZERE (Santarem).— Vid. pág. 85. ZOQUETE (Cáceres).— De saqat, caer, en sentido de desecho, trozo de madera sobrante (Cfr. Corominas, IV, 864). ZUFRILLA, LA (Cáceres).— Indudablemente diminutivo de zufre. Este, su'.r, impuesto, tributo (Asín, 145). ZUHILLA, LA (Badajoz).— Se sugiere quizá para emparentaría por su parecido con az-zawiya, que Asín (80) propuso para Azoya, la ermita. Por otra parte se sugiere el vocablo zubya, hoyo, de donde zubia (Corominas, IV, 869). La consonante ba’ se dulcificó en v, y ésta produjo f (Dozy-Engelmann, 20), quizá zufilla, y luego zuhilla. Se trata de una sugerencia nada más. ZUJAR (Badajoz).— Vid. pág. 84. Téngase en cuenta que nuestra proposición está basada en la analogía fonética que hay entre el árabe zuhar y el río extremeño, porque no es posible descartar la dificuitad de que la laríngea sorda ha’ nunca se convirtió en j. Otro topónimo similar hay en Granada.



SE A C A B Ó DE IM PRIM IR ESTA O B R A EN LOS TALLERES

DE

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PRESIDENTE

DE

EL D ÍA

IM PRENTA

JULIO LA

DE

P R O V IN C IA L

1971,

EXCM A.

SIENDO

D IP U T A C IÓ N

EL ILM O. SR. D . IULIO CIENFUEGOS LINARES Y REGENTE DE LA IM PREN TA D . FRANCISCO BERMEJO A LVAREZ.


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