Bigote Falso #5 (2016) - Versión Offline (2021)

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Cojo mal Blog: Peinate que viene gente LINK José Playo Cojo mal. Y para peor, me entero tarde. Yo siempre pensé, como el común de la población que no trabaja en el porno, que cogía bien. Qué digo bien: ¡que cogía como los dioses! Hasta que me filmé. Cuando uno se filma, por fin, entiende qué es lo que hace sobre una cama. Ni siquiera sirve que garches frente a un espejo. El tema es filmarse. Con el mouse después pasás el videíto y te das cuenta. Al toque te das cuenta. Te ves palanca, desagradable, apretándote ocioso el ángulo mocho del pantalón. Y ni hablar de cuando te vas arriba de tu amante con un brío torpe, sin gracia, con los pantalones en los tobillos y un gesto entre inocente y simiesco. Sólo un hijo de puta coge así, con tan poco respeto por el prójimo. Y cuando apretás la barra espaciadora y te ves congelado en una pelea con el brochecito del corpiño. O cuando te pausás y quedás sentado, en bolas, con las medias azules puestas y el pito como la pata de una liebre. No puede ser. Eso que venías intuyendo con un miedo creciente se hace carne ahí, justo ahí. Soy un gordo fofo y cojo hediondo. Y después, cuando ya los fotogramas se pixelan porque ella movió la cámara, aparezco cascándome como lo haría un koala para que no se me baje y me pueda poner el forro… ahí es irreversible. Ahí sabés: “cojo mal, cojo pésimo; ¿por qué nadie me lo ha dicho para no vivir en esta farsa?”. Pero. El peor indicio en este polvito de mierda es cómo sale ella. En esa pausa que le ponés hay un gesto de ella que es eltrailer de tu fracaso. Ahí se ve bien, de modo escueto y contundente, que sos un pelotudo cogiendo.


Ni siquiera se trata de que ambos hayan tenido un mal día. Lo que la película muestra a las claras es que tu destreza sexual se resume a una serie de movimientos espásticos, sin coordinación, sin ritmo y lleno de quejidos y jadeos. -¿Te gusta? ¿Ah? ¿Te gusta? Ahí, sacándola para acomodar la gomita del forro y limpiándote el aceite en los cachetes del culo, sabés que siempre has cogido como el orto. En el fondo sabés que cuando uno se decide a coger, lo hace porque tiene ganas. Y se supone que si uno tiene ganas, no puede coger como si fuera esos muñequitos bailarines inflados con aire caliente frente a las gomerías. -Cuando uno tiene ganas de coger -decía mi abuelo-, deja la vida en eso. Coger es una forma antiquísima de preservar la especie. Y preservar la especie es una forma de no morir. Cuando uno coge, espanta a la muerte. Comparto ese pensamiento, aunque haga más evidente que cojo de un modo nefasto. Cojo con la espalda y el culo chivados, los pelos de la frente llenos de goteras. Cojo como el ojete. Arqueado como un tapir alzado, bombeando como si me estuvieran ametrallando el lomo… La puta, qué feo. Verse a uno intentando llegar a la velocidad justa que le allana el camino a las cabras, macho, qué feo. Y no hay forma de saber si la cara que tengo es de un orgasmo o de un accidente cerebro vascular. Tengo que poner pausa. Me reclino en la silla. Creo que estoy descompuesto. ¿Cómo ha hecho la gente para aguantar un segundo polvo conmigo? ¿Acaso las novias inexpertas se juegan siempre los orgasmos en la ruleta rusa del desconocimiento? Pero ¿y las otras? ¿Las más putas, las más audaces? Las que entregaban al toque el culo, por ejemplo, ¿no se dieron cuenta? ¿Por qué no dijeron? Acá en mi monitor tengo veinticinco minutos de confirmación indiscutible.


Ella se deja filmar, es mi coprotagonista. Tiene flequillo rollinga. Come chicle todo el día y fuma porro como una descosida. En palabras de mi hermano, un putón desorejado. ¿Tampoco se dio cuenta, tan experta ella? ¿Tiene otro chongo con el que se pone al día como dios manda después de que yo la pellizco hasta el enrojecimiento cuando me engolosino con una de sus tetas? Hija de puta. La llamo: —Cojo mal —le digo. —Sí, boludo —contesta entre risas. —¿Por qué no me dijiste? —Mmmm —dice ella—. Te ibas a deprimir, los hombres se deprimen si les decís que cogen mal o que tienen el pito chico. -¿Lo del tamaño que me dijiste? ¿Tampoco? -Y… la tenés normalita. -“Normalita” es diminutivo… -Bueno, contame qué estás haciendo. Voy y vengo con la punta del mouse. El polvo terminó a los pocos minutos. Adelanto sabiendo que no hay nada más. En los quince minutos siguientes aprieto botoncitos en el respaldo de la cama del mueble, cambio la intensidad de las luces, propalo música tecno o Ricardo Montaner, y ella hace globitos con el chicle y mira el techo. A su lado me rasco un cachete del culo. Y fumo y me tiro la ceniza en el pecho. —Qué horror soy cogiendo —le digo. —Sí, bebé —dice ella—. Te voy a decir la posta, loco: a mí lo que más me gusta hacer con vos es jugar a la Play Station. Hago silencio. Con la Play tampoco soy bueno. -¿La moto que tengo te gusta o eso también es medio-medio? -Y… es un ciclomotor…


-Mmmm. Loca, estoy hecho pelota, yo pensé que cogía re bien… -Mirá, yo estuve con una banda de tipos y… -¿Cuánto es una banda? -Una banda. Voy al principio de la filmación, donde aparezco en primer plano ubicando la camarita. Y empiezo a coger mal de nuevo. Cada vez que lo veo es peor. En vez de acostumbrarme a las imágenes, siento lástima por mí mismo cogiendo en HD. “Una banda”. Qué pedazo de hija de puta. -Te quedaste callado, ¿estás ahí? -Sí -digo con la cabeza entumecida-. Y tengo unas ganas locas de tomar un helado.



Mi kinesiólogo me odia Blog: Alemanes en Shorts LINK Tomás Portías Mi kinesiólogo me odia. No visceralmente, no me lo dice en la cara ni tampoco me hace nada malo. De hecho es un gran profesional y se nota que ama la medicina y la especialización que ha elegido. Tuve que tomar 10 sesiones por un leve esguince de tobillo. Nada grave, podría seguir viviendo sin hacer la terapia pero mejor hacerla antes que quedarse con la pata mocha, cosa que puede pasar si uno no se ocupa a tiempo. Volvamos a Jorge, mi kinesiólogo. Jorge es un hombre de unos 50 pico de años, parece una persona sencilla, amable, charlador. Le gusta su trabajo, lo toma con mucha seriedad y humor a la vez. Se divierte hablando con su secretaria, quien trabaja a metros de él, y observa todo lo que ella hace. También charla mucho con los pacientes, los cuales suele atender a 3 al mismo tiempo en diferentes camillas separadas tan solo por una cortina. Jorge te da la bienvenida con un fuerte apretón de manos, te dice en qué camilla acostarte y comienza con su trabajo de inmediato. No pierde el tiempo ni te hace esperar en la sala llena de revistas Ohlala por más de 5 minutos. La verdad que atenderse con él es una experiencia fantástica. Pero a mí me odia. Y su secretaria también. Empecemos por ella. Desde el día uno cuando me abrió la puerta no la saludé ni con un beso ni con un apretón de manos. Listo, situación incómoda establecida. Con ese punto de partida ya no había vuelta atrás, entonces cada vez que llego me quedo quieto a un metro y medio de la puerta saludando en voz alta, con un gesto con la cabeza, y esperando a que se mueva para pasar.


Ya no le puedo dar un beso, a esta altura es demasiado tarde. Darle la mano tampoco es una opción. La rutina está establecida y así será hasta mi última sesión. Lo tengo más que claro. Estoy seguro que aunque no me lo demuestren en la cara, apenas entro ya se que me odian. Me imagino que cuando toco timbre y aviso que estoy subiendo, el levanta los ojos hacia arriba con un gesto de “llegó Portías”. Y su secretaría asiente. De hecho los escuché decir que tienen identificado a cada paciente por como toca el timbre. Así que para no ser menos trato de tocar siempre igual. El odio de parte de él empezó en la primera sesión, cuando intentó entablar conversación conmigo a través del fútbol. Ante mi respuesta de no saber nada al respecto de dicho deporte, continuó la charla con el paciente de al lado. Se dio cuenta que conmigo no tenía mucho más de qué hablar. Supuse que eso era de lo único que podía hablar con los pacientes y por eso ya no habría química entre nosotros, pero me equivoqué. Los temas que escuché debatir con las demás personas que allí se atienden fueron de lo más variados y originales. ¿Entonces por qué se quedó con esa imagen negativa mía? ¿Por qué nosotros no podemos charlar sobre esos otros tópicos? Doña Rosa Me cayó la ficha de esto en la segunda sesión, cuando la señora Rosa, apenas recostada sobre su camilla, le preguntó cómo le fue con los pisos nuevos que instaló en su casa. Ese no parecía un tema trillado como el clima o alguna novedad política. Ella sabía de su vida privada lo suficiente como para hacer una pregunta así de directa. Y la única conversación que tenía conmigo era: “¿cómo está el tobillo esta semana?”. No podíamos salir de ahí. Aún así supuse que no tardaría en entrar en su corazón y hacerlo charlar conmigo. No es que yo sea una persona sociable, para nada, no lo soy. Mi problema es que si él es tan sociable con el resto de los pacientes que pasan por allí, yo quiero tener el mismo trato. No me gusta ser ignorado. No quiero que se aburra cada vez que me tenga que atender.


La charla con Rosa siguió navegando por temas como una receta de pastas, comentarios varios sobre sus hijos y, por supuesto, su delicada salud. Quizás la señora Rosa fue una excepción y eran amigos, por eso sabía tanto de su vida, pero las siguientes sesiones me hicieron dar cuenta de lo equivocado que estaba. Jorge tenía algo personal conmigo. Ernesto La charla con Ernesto fue maravilla de principio a fin. No podía creer lo que sucedió. Ernesto empezó hablando de lo cansado que estaba a lo que Jorge recomienda dormir una siesta, a lo que el paciente responde que solo los que tienen plata pueden hacer eso. Él tiene que trabajar y no tiene tiempo para dormir un rato siestas. Jorge dice que en el consultorio siempre paran un rato por las tardes lo que le da tiempo de tirarse una media horita. Ernesto continúa hablando de “los que tienen plata” para pasar a los políticos, los corruptos y los chantas, y de “cómo está el país”. Tópico que puede llevar más horas que hablar de un mundial entero. Sin darme cuenta, cuando quise prestar atención sobre su postura política ya estaban hablando de fútbol. Nunca entendí como pueden pasar de un tema a otro de esa manera tan ágil. Claramente hay una habilidad social para las charlas mínimas que yo no tengo. Ese día pasó algo. Jorge lo intentó de nuevo. Hablaban de Boca. Había pasado algo, con alguien, o algún jugador, o dirigente, o jugada, ¡que se yo! Entiendo menos de fútbol que un esquimal. Y Jorge me consultó a mi que opinaba al respecto. No se si lo hizo para tratar de involucrarme en la charla, para intentar congeniar conmigo, porque se había olvidado que ya le dije que no sabía nada de fútbol, o, lo peor y más siniestro de todo, recordaba que no es un tema del que sepa y me preguntó apropósito para acentuar su odio hacia mi y cómo era que yo no sabía nada de este deporte nacional y popular tan querido por todos. De todas formas volví a responder que no sabía de que hablaban y sin mirarme siguió su charla con Ernesto hasta que terminó mi sesión.



Enferma por la salud Blog - Sección: Obsesiva de manual Dolores Yañez Gracias a toda la información disponible en Internet estoy adquiriendo nuevos hábitos. Me encanta poner en práctica los consejos de salud que leo en las redes sociales, principalmente los que son para desintoxicar el cuerpo. En estos momentos estoy en el tercer día de una dieta líquida. Resisto estoicamente el deseo de comer una hamburguesa o un plato de fideos (bah, de comer en general), porque leí en Facebook que, tomando jugos naturales de fruta y sopas de verduras orgánicas por una semana, mi cuerpo liberará los radicales libres, culpables de la oxidación de mis células que causa el envejecimiento prematuro de mi cuerpo, expuesto constantemente al estrés urbano. Debo decir que lo estoy soportando bastante bien, me he embarcado en cosas aún más difíciles de sobrellevar. Recuerdo la limpieza de colon, también llamada hidroterapia. Ni bien me enteré que existía la posibilidad de limpiar mi intestino por dentro me puse en campaña para hacerlo. No podía aguantar un segundo más con ese órgano sucio sabiendo que se podía dejar impecable. Averigüé bastante, incluso llegué a pedir un turno pero bueno, de tanto googlear me enteré de cosas terribles, por ejemplo, que se puede perforar el intestino. Lo cuento y me descompongo de solo imaginarlo. Así que no me animé a hacerlo, prefiero tenerlo sucio antes que perforado. Hay muchas cosas menos invasivas que se pueden hacer. Una de mis técnicas favoritas es la del ayuno intermitente, restringir el acceso a los alimentos entre ocho y 12 horas puede ayudar a prevenir la obesidad y la diabetes tipo 2. Si bien no tengo predisposición a ninguna de ambas enfermedades, lo suelo hacer de tanto en tanto porque siempre es mejor prevenir que curar.


Y de paso, me mantiene entrenada para cuando tengo que ayunar antes de hacerme un análisis de sangre. Los hago periódicamente, pese a las quejas de mi médica que ya no sabe cómo justificar ante la obra social tantos estudios de rutina, sin tener una enfermedad. Igual, para no comprometerla a ella, de tanto en tanto pido turnos con otros médicos, hago una consulta para conocerlos y me recetan los estudios que quiero. Así voy tirando. También me he sentido atraída por la dieta alcalina, fundamentalmente porque tiene la posta contra el cáncer. Los alimentos ácidos generan el clima propicio en nuestro organismo para la multiplicación de las células cancerígenas mientras que los alcalinos impiden su reproducción. El problema es que es una dieta muy exigente que no pude sostener. Sin embargo, incorporé varios “tips” que igual sirven, como tomar jugo de limón o un litro de agua antes del desayuno. Y licuados, muchos licuados, frutas y vegetales, he llegado a hacerme un licuado con los malvones que tengo en mi balcón. Dicho sea de paso, no lo recomiendo, me descompuse feo. Algo que me tiene muy intrigada es la eliminación de cálculos hepáticos que se hace tomando una especie de brebaje que aún no sé cómo se prepara, pero estoy averiguando. Me dijeron que hay gente que despide unas piedras del tamaño de una moneda. Sólo imaginar que eliminan todas sus porquerías de esa manera, yo también quiero!! Y lo quiero ya! Me da mucha bronca pensar que tengo esa podredumbre adentro y no estoy haciendo nada para sacarla, mientras miles de iluminados se limpian íntegros cagando monedas. Cuando termine esta dieta líquida seguramente me enfocaré en lo de las piedras. Pero primero quiero recuperarme comiendo sólido unos días… necesito carne, mi cuerpo pide grasas. Y si de algo estoy convencida es de que “hay que saber escuchar al cuerpo”, otra gran frase que leí en Instagram.


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Facundo Pedrini Urgente: entrevistamos al pibe de las placas rojas Por Dolores Yañez Se llama Facundo Pedrini, es Coordinador de Aire de Transmisión en Crónica TV y el autor libro de humor e historia “Argentina, una historia en placas” publicado este año. Entró a trabajar en el canal que está siempre “firme junto al pueblo” en 2008, cuando sólo tenía 19 años. Fue por intermedio de un amigo que hacía la estética de “La Danza de la Fortuna”. Ahora, entre las diferentes responsabilidades que tiene a su cargo, publica las placas rojas. Pedrini es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y si bien su vocación está ligada al periodismo gráfico, la televisión le aporta grandes aprendizajes: “Siempre me erotizaron más los periodistas que comen salteado, plumas como la de Roberto Arlt o la de Enrique González Tuñón. Sin embargo, hoy la gente no lee, por eso el desafío comunicacional es la brevedad. Comunicar con carteles, la gente hoy se informa con eslóganes. Con el tiempo entendí que la brevedad no anula la profundidad. La placa implica mucho trabajo, para hacerla sí se requiere de mucha lectura, manejar la mayor cantidad de información posible para luego sintetizar y rematar”, reflexiona. Las placas rojas son un ícono de la cultura popular argentina y hacer que esa forma de comunicación siga vigente, después de tantos años en el aire y compitiendo con nuevos medios de comunicación, como las redes sociales, es todo un desafío. “Lo más difícil es el día a día, mantenerse. Hay que asimilar que la repetición tiene que ver con lo que uno hace y que la realidad no te recompensa, no se escapan tres tipos de la cárcel todos los días”, dice Pedrini.


En su ejemplo, el periodista hace referencia a la fuga de los hermanos Martín y Cristian Lanatta y Víctor Schillaci en Santa Fe que mantuvieron en vilo a todo el país. En esa oportunidad, los espectadores de Crónica TV pudieron leer inolvidables placas que quedarán en la historia de la televisión: "Pida más pochoclo porque sigue la película"; "Ni se le ocurra ir al baño"; "Los prófugos tiran más tiros que el chileno Vicuña", y “Buscan a los prófugos en el aserradero: toquemos madera”, entre otras. Uno de los atractivos de las placas rojas es la provocación, jugando siempre con los límites. Sobre esa delgada línea entre lo publicable y lo no publicable, Pedrini remarca: “Hay una especie de pacto de lealtad con la gente. Hay que respetar ciertas pasiones, los ídolos populares, la familia y lo sagrado. Esos son los lìmites”. BF: ¿Cuál fue la mejor placa publicada? FP: La mejor placa fue la portada que escribió García en el diario crónica cuando murió Perón. Simplemente puso Murió. No había más nada que decir. BF: ¿Con qué placa soñás? FP: Sueño con la placa de la muerte de Maradona, el ser más querido por el pueblo. La placa sería con la hora de su muerte. Así como en su momento todo el mundo supo que 20:25 fue la hora de la muerte de Eva, con Diego sería igual. BF: ¿Qué tiene una placa roja que no tenga un tuit? FP: La placa constituye en sí misma una imagen. Sin pretensiones de algo más, muestra una escenografía. Por ejemplo la placa que cuenta el robo en una panadería diciendo “Le robaron en efectivo y le comieron la pasta frola” es una imagen clarísima. BF: ¿Te arrepentiste de alguna placa? FP: Sí, de varias. No tendría autocrítica si no me arrepintiera de ninguna. Me arrepiento de la placa negra que puse cuando Miguel Del Sel ganó las P.A.S.O. en Santa Fe. Lo que yo creí un acierto periodístico era un error cívico. Lo votó la gente, quién soy yo para minimizar la voluntad popular.


BF: ¿Cómo te presentarías a vos mismo en una placa roja? FP: Hincha de racing, periodismo, duermo mal. BF: ¿Cuál sería la placa de tu muerte, tipo epitafio? FP: No hay destino. BF: ¿Cómo venderías tu libro en una placa roja? FP: Las placas de ayer, de hoy y de siempre.

Ciudadano ilustre LINK


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SERIELOGÍA Top 5 | Series de los 80 con valores morales positivos y sana moraleja Por Lucila Yañez Compartimos aquí un listado de esas series que han sembrado en nosotros la nobleza ejemplificadora y el amor por el prójimo a través de comprometidas enseñadas de vida.

La familia Ingalls Una familia encantadora con una hija devenida en ciega, un yerno que queda lisiado y un hijo adoptivo con problemas de adicción. Apertura: LINK

Lazos familiares Alex P. Keaton es el hijo rígido y estructurado de un matrimonio canchero y simplón que supo tener su pasado hippie. Apertura: LINK

Full House Un padre viudo vive junto a sus tres hijas y otros dos hombres de edad madura, por fortuna ninguno de ellos es pedófilo. Apertura: LINK


Blanco y negro El Sr. Dromon, aunque ya tiene una hija adolescente, adopta a dos adorables hermanos que le dan un toque de color a su vida. Apertura: LINK

Los años maravillosos Padre facho, madre piola, hermana hippie, hermano primate, amigo nerd, un protagonista que escucha voces y Winnie Cooper. Apertura: LINK


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El casco ultracómico La reunión - Capítulo 1 Hernán Granovsky No lo pude soportar. Apenas terminé de leer Bigote Falso 2 lo llamé urgente a Sebastián. Primero me atendió su secretaria: “Uh, no, imposible… está en el laboratorio, conectado a los cables, ahora no te lo puedo desconectar.” Insistí e insistí y luego de varios minutos logré convencerla. Mientras esperaba en línea, se oía el rugido de algo que parecía ser una soldadora, también unas fuertes explosiones y algunas puteadas incomprensibles que iban ganando nitidez a medida que el tipo se acercaba al teléfono. Se puso al tubo y ahí mismo le canté las cuarenta. “Mirá, loco… no me hables cantando que no se te entiende una goma”, me respondió. Natural en él: cual director de una revista de humor, todo lo que hace es gracioso. Es como un profesional de la ocurrencia, una especie de médico de guardia que te puede tirar una ironía o un sarcasmo las 24 horas del día. “Tenemos que hablar”, le dije. “Estoy ocupado”, me retrucó. “Primero está el envido”, lo sorprendí. “Quiero, 31”, cantó con cierto temor. “Son buenas –admitíPero nos vemos en el bar de siempre a las 17:30”. Llegué primero para preparar el terreno. Elegí una mesa, junto a la ventana, y cuando lo vi acercarse simulé consultar “cosas” en el celular. “Hola. ¿No vas a sacarte el casco?”, le pregunté. “Ah, sí, es que recién me salí de la máquina –me informó mientras enrollaba los cables y guardaba el casco debajo de la mesa- Y vos… ¿por qué tenés los labios pintados?”. “Eeeeeh… ¿yo?”. Busqué una servilleta y me limpié lo más rápido que pude: “Nada, nada… un juego que hice en casa…. Bueno, querido, basta de cháchara y vamos a lo nuestro, ¿para qué me llamaste?”. “¿Cómo? ¡Si el que me llamó fuiste vos!”, me contestó. Evidentemente mi estrategia para confundirlo no había dado resultado. Y eso me preocupaba: de aquella puja se desprendía quién iba a pagar las cervezas. “Eso mismo digo yo, ¿por qué no me llamaste para escribir en Bigote 2?”, le disparé ahora, en pos de seguir embarrando la cancha. “Bueno, no sé, no es que no te invité (ahí reforzó la frase haciendo comillas con los dedos). Viste cómo es la cosa…


Nos van proponiendo ideas y nosotros vamos viendo. Aparte, si mal no recuerdo, esta vez vos no mandaste nada (ahí repitió el recurso de las comillas, no sabemos si de manera instintiva o quizás sirviéndose de su sorna característica)”. “Aaaaaah, yo no mandé nada, yo no mandé nada –me indigné- ¡¡Entonces vas a pagar las cervezas!!”. “¿¡Y eso qué tiene que ver!?”, alcanzó a decir. “Lo mismo digo yo, ¿qué tiene ver?”, dije yo. Se produjo el silencio que antecede a la tempestad. En ese momento no pude más, se me nublaron los ojos y rompí en un llanto desgarrador: “¡Es que quiero escribir en Bigote 3, Seba! ¡Por favor, te lo pido por favor! ¿Lo podés entender? ¿No ves que mi fama se está yendo al tacho, que las mujeres ya no me dan bola y encima cuando voy a la fiesta-presentación me hacen pagar la revista? ¡Es cualquiera!”. Creo que logré conmoverlo con mi actuación: la primera batalla estaba ganada. Mi cara permanecía pegada a la mesa, oculta entre mis brazos. Sebastián se acercó, apoyó una mano sobre mi cabeza y me dijo “no llores boludo, está todo bien”. Al escuchar sus cálidas palabras, me recuperé como un delantero que está haciendo tiempo en el piso y advierte que la jugada vuelve al área. Mientras hacía que me secaba una lágrima, que en realidad no caía, él me preguntó sobre el tema que quería escribir. Acto seguido le planteé con pasión el argumento de mi próximo artículo. “Es malísimo, no tiene gracia” –me dijoCuando tengas algo bueno volvé y vamos viendo. Ah, y me olvidé la billetera, las cervezas pagalas vos”. Sin más, se retiró raudamente del bar, se subió a su monopatín y se perdió Gaona arriba. En el apuro no reparó en un pequeño detalle: yo me había adueñado de su casco ultracómico. Mua ja ja ja…



El casco ultracómico Mensajes cruzados - Capítulo 2 Hernán Granovsky Tomé el casco ultracómico, dejé un papelito sobre la mesa (“en breve va a volver mi amigo a pagar las cervezas”) y me fui del bar sin levantar la perdiz. Caminaba por la calle, a paso veloz, mientras recalculaba el escenario. No iba a tolerar otro desplante. Y mucho menos, que volviera a dejarme plantado. Aceleré el paso aún más y cuando llegué a casa cerré la puerta con cierta alarma. Es que la perdiz, tozuda, me había seguido. Sin embargo, no di el brazo a torcer y ella atinó a esquivar el portazo con una mueca de resignación. Ya instalado en mi búnker, busqué dilatar el asunto. Su predecible llamado no se hizo esperar. Atendí el celular y monté una escena de supuestas interferencias (alejando y acercando la voz del micrófono) que me sirvieron de excusa para decirle a Sebastián que mejor me enviara un whatsapp. Seguía ganando tiempo. “Ya sé que te lo llevaste. Entregalo o va a correr sangre. Acordate que tengo contactos muy pesados”, me escribió con camorrera mayúscula y un emoticón de Luis Barrionuevo. Ni estas amenazas, ni sus antecedentes criminales contra antiguos escribas de Bigote Falso, iban a intimidarme. Decidí no mostrarle mis cartas. Entonces las guardé en la cajita y las puse en el bargueño, al lado de las de póker. Después, sí, le envié un seco SMS: “Holis Seba, cómo va? Che, todavía no me llegó tu whatsapp… Y aparte no tengo el casco, quedó en el bar, podés buscarlo ahí. Ahora mismo te escribo desde casa pero no me llames, ando con poca batería, es que estoy conectando el cable USB al casco así puedo escribir una nota para los de revista Bigote Posta. Ah, y no estoy en casa, así que no se te ocurra tocarme el timbre porque, lo dicho, no estoy. Ni para vos, ni para ninguno de tus matones. Espero tu whatsapp. Besis.”. Presioné ENVIAR y entendí que la idea de ocultar mis movimientos no había sido del todo efectiva. Lo confirmé minutos después, cuando el timbre de casa sonó de repente. El pánico se apoderó de mí, pero al toque me tranquilicé: todos los timbres suenan de repente. Como fuera, empecé a temblar. Evidentemente me estaban siguiendo, ya me tenían acorralado y si caía en sus garras iba a sufrir una larga y espeluznante tortura. Pero no.


No podían ser los mormones. “Esos vienen los domingos a la mañana”, recordé. Entonces enfoqué por la mirilla y pude corroborarlo: detrás de la puerta estaba Sebastián. Lucía furioso. Me acerqué a la puerta y, sin abrirla, apelé a toda mi sapiencia: “Llamame al celular por favor, ¡te dije que el timbre de casa no andaba!”. “No, me dijiste que no te llamara al celular… aparte… yo escuché sonar el timbre”, me contestó del otro lado. “¿Y eso qué tiene que ver?, le dije. “¡No jodas, abrí la puerta, dale! Y otra cosa, más te vale que pagues las cervezas… tuve que dejar el celular de seña por tu culpa”. Yo seguía manejando el partido: “No sé no sé, llamame al celular. Si no anda el timbre, ¿cómo sé que sos vos el que está ahí?”. “Ok, no entiendo cuál es tu jueguito, pero dale, pasame el número que te llamo con el de Pedro, el jefe de mis matones”. Me volví a asomar a la mirilla y efectivamente estaban Seba, Pedro y otros dos desconocidos. Esta vez sí sentí el golpe. Igual, le pasé los dígitos de mi celular, creí que iba a ser lo mejor. Un segundo después, el teléfono empezó a sonar. Dejé que timbrara un poco más y otra vez lo mismo. Sí, lo mismo de siempre: me emocioné y me quebré. No sé qué extraño fenómeno ocurre con Sebastián. Nunca puedo sostenerle un planteo sin caer más temprano que tarde en la culpa y la angustia existencial. Entonces atendí el celular y con firmeza le vomité la verdad: “Sí, Seba, fui yo fui yo… yo tengo tu casco ultracómico pero la verdad… no te lo pienso devolver.” Se produjo un silencio incómodo que aproveché para limpiarme con un repasador. Todo era un enchastre, había almorzado canelones de verdura. “Voy a usarlo para escribir la mejor nota de mi vida y vendérsela a Bigote Posta… esto es lo que voy a hacer”, agregué envalentonado. “¿Ya? ¿Terminaste de vomitar? Entonces escuchame bien lo que te voy a decir”. No parecía la voz de Sebastián, sino una más solemne. “Creo queee…. te equivocaste de persona. Yo soy Ubaldo, el director de Bigote Posta”. Hizo una pausa siniestra y subió la apuesta: ¿Así que vos tenés el casco ultracómico?


Tengo algunas buenas ofertas para hacerte”. Sin dudar, puse sobre el tapete todas mis exigencias. Hacía tiempo que esperaba esta oportunidad: “Mirá, necesito la de pata y muslo tres kilos 90 pesos y la de paltas 2 x 15. ¿Las tenés? Te las pago en tiempo y forma, no te preocupes, pasa que por el laburo nunca agarro el súper abierto”. Me interrumpió algo ofuscado y ahí creí entender: “Ah ah ah ah… el casco ultracómico… Sí, claro, no hay problema. Decime. Ajá, Plaza Irlanda, ok, anfiteatro, ¿en una hora? Perfecto. Sí, lo llevo lo llevo, pero andá solo, eh, macanudo, nos vemos allá”. Me despedí de Ubaldo con la certeza de que sus intenciones no eran las mejores ni las peores, más bien todo lo contrario. “Qué más da”, concluí. En ese instante, recordé que Seba todavía estaría allí, al otro lado de la puerta, junto a sus temibles matones sedientos de sangre. Pero al rato me olvidé…


Ilustraciones: Josué Martínez LINK


El casco ultracómico Confusión en Plaza Irlanda - Capítulo 3 Hernán Granovsky Salí a las chapas para Plaza Irlanda. Sebastián habría oído mi conversación telefónica y esto explicaba su abandono de la guardia en la puerta de casa. ¿Se mandaría de incógnito a mi encuentro con Ubaldo? Saqué el celular, busqué la palabra incógnito en el diccionario y estimé que sí, que seguramente. No quise distraerme. Apenas llegué a Plaza Irlanda me ocupé de lo importante y metí el casco ultracómico en el baúl. Me tranquilicé. Sin embargo, la tranquilidad duró lo que un suspiro, ya que al cerrar la puerta del baúl recordé que había ido caminando. En efecto, ese auto no era mío. Miraba para todos lados tratando de encontrar al dueño pero nadie aparecía. Cabeceaba para un lado, para otro, y nada. Hasta que en uno de esos cabezazos, se la puse a Sebastián en el pecho, éste la paró, se sacó de encima a un defensor, luego a otro, y remató fuerte. La pelota dio en el tronco de un árbol, recorrió la línea y se metió mansita. ¡Golazo! Sebastián comenzó a correr para gritarlo conmigo. Pero yo no nací ayer, sabía muy bien cuáles eran sus intenciones. También las del arquero (por lo corpulento debía ser Pedro) quien salió disparado, con una mano levantada, haciendo la pantomima del off side pese a que la plaza entera había visto que Seba estaba habilitado. Por supuesto intenté escapar. Más bien. Corrí sin pensar, enceguecido, absolutamente enceguecido. Tal es así que al reabrir los ojos descubrí que estaba en el mismo lugar. Sea como fuera, todo seguía ahí: el auto con el casco ultracómico en el baúl; la enorme espalda del guardaespaldas Pedro; la torpeza de los defensores (que resultaron ser los otros matones); y Sebastián, el temible Sebastián, quien cual General en el frente de batalla, dio un paso hacia adelante y se me puso cara a cara. Bajo ningún punto de vista esa actitud me amedrentó, por el contrario. Le sostuve la mirada a muerte. Parecíamos dos gladiadores del siglo XIV. Yo sentí su intimidante aliento y todo indicaba que era Colgate Kids sabor frutilla. Nobleza obliga, él no se mosqueó ante mi sudor varonil aroma Paco edición limitada.


Ninguno se rendía y el duelo duró largos minutos. Era increíble. Tenían alrededor de 80 ó 90 segundos cada uno. El último, sí, alcanzó la caprichosa cifra de 119. Hasta que en un momento, Sebastián retiró la cabeza unos centímetros, me ofreció su mano derecha y con un tono amable, dijo: -Hola, soy Ubaldo, mucho gusto. -Jaja, dale, Seba, no te hagás el vivo. -Soy Ubaldo –insistió. O estaba tomándome para la chacota o definitivamente etc. El hecho me descolocó, aunque en medio del desconcierto ensayé una reacción. Diez segundos después, luego de dos brevísimos ensayos, la actué: -¿Ubaldo? ¡Esto es ridículo..! -Y… sí, pero es mi nombre, qué voy a hacer –me contestó disgustado-. -No, no, yo me refería a la situación, a todo esto –le dije, mientras agitaba mis manos como tratando de dibujar en el aire el concepto “todo esto”. -Bueno, a ver… en un punto tiene explicación. Es culpa de mi madre. -¿De su madre? -No, no, “de la mía” –trató de aclararme. -Claro, ya entendí. Sucede que si usted es otra persona y recién lo conozco, preferiría no tutearlo y mantener la distancia, pero en realidad quise decir “de la suya”. -Ok ok. Igual, en rigor, sería de la mía y de la suya. -¿Ah, ahora te hacés el vivo? Recién me tuteabas y ahora no…


–estallé enojado e iniciando, ahora sí, mi propio tuteo- Aparte con mi mamá no te metás ¿eh? Ella no tiene nada que ver. -No, no entendiste. Al decir “de la suya” me refería a la madre de Seba. -¿Pero por qué? –le digo. -¿Por qué, qué? -¿Por qué fue culpa de tu madre y de la de Seba? -Porque era fanática de River. Y me puso Ubaldo por el Pato Fillol. -Aaaaaaaaah, no te lo puedo creer. Ahora sí, ahora caigo. Claro, claro. ¡Era obvio! ¡La misma madre, claro! ¡Son mellizos! -¡No! ¡De ninguna manera! ¿No ves que tenemos caras re distintas? Aparte Fillol es bastante más bajo que yo. -No, no, yo me refiero a vos comparado con Sebastián. -¡Qué esperanza! Jamás podríamos ser mellizos… ¡Le llevo 20 años! -¿Pero me estás cargando? ¡Si son idénticos! -Es que somos hermanos –me admitió- Ocurre que yo sufro un problema de crecimiento, y en realidad tengo 37. -¡¡Pero ésa es exactamente la edad de Sebastián!! -Claro, pero yo tengo 37 para 36 –me reveló, apenado. -Ah… comprendo –me disculpé- Lo siento mucho. -Dejá, no pasa nada, ya estoy acostumbrado a que… Ubaldo no pudo culminar la frase. Por la esquina de Neuquén y Donato Alvarez, unos malvivientes llamaban la atención de todo el barrio. Cruzaban mal la calle, decían malas palabras, hacían malos gestos y se dirigían con malos propósitos hacia donde estábamos nosotros. Todavía se ubicaban a unos 20 metros, aunque esta vez no había ninguna duda: el líder de esos malvivientes, era Sebastián.



El casco ultracómico Conspiración bigotuda - Capítulo 4 Hernán Granovsky El barrio se detuvo a mirar el show. La pandilla de Sebastián metía miedo y los cuatro integrantes se acercaban a paso decidido. El problema era que cada uno había decidido algo distinto. Por caso, el más corpulento (¿el verdadero Pedro?) enfiló hacia la esquina de Gaona; el de campera camuflada torció para agarrar la diagonal que corta la plaza; y el petisito arrancó marcha atrás, sin registrar que iba derecho al asfalto de Donato Álvarez. Sebastián venía al frente, con la mirada fija en su hermano Ubaldo. Detrás de él, la tropa se desordenaba cada vez más, pero esto no implicaba preocupación alguna para él. Sin siquiera darse vuelta, gritó: “¡Cordobés, meta mate pastor! ¡Bazooka, peón cuatro rey! ¡Pedro, enroque peronista!”. Automáticamente, los tres adláteres se unieron de nuevo a su líder formando una prolija fila india. Así volvieron a caminar, hasta que en un momento Sebastián alzó la mano y dijo “stop”. El grupo se detuvo. Sebastián lo miró a Ubaldo. Ubaldo lo miró a Sebastián. Se midieron feo, buscando cada uno su cara más beligerante. La furia de ambos se expandía por el aire de Plaza Irlanda. Era tal la carga energética, que los árboles comenzaron a flamear más de la cuenta. También se alteró la onda verde de Gaona y a una vieja se le fue el changuito de las compras por la pendiente de calle Neuquén. El fenómeno llegó incluso hasta avenida Rivadavia: las calles del otro lado, no estaban cambiando de nombre. Lo cierto es que el mundo pareció mutar. Y luego, detenerse. Ahí nomás los hermanos tomaron carrera y empezaron a correr hacia donde estaba el otro. Ya se palpitaba un choque de bigotes con consecuencias devastadoras. La mismísima hecatombe en vivo y en directo. De pronto, se me vino el casco ultracómico a la cabeza. Era bajarlo, disimular y huir. Pero no, evidentemente se trataba de una figura literaria o de una manera de decir, porque el casco no estaba en mi cabeza. Seguía dormido en el baúl de ese auto, cuyo dueño no se dignaba a aparecer. Como fuera, aproveché para escabullirme y salirme un poco de la escena.


No resultó difícil ya que toda la atención estaba puesta en ellos dos. Sin embargo, como dice el poeta, los hermanos son la dinámica de lo impensado. Tras un arranque furibundo y cuando parecía que nada podría detenerlos, sobrevino la sorpresa: se frenaron a unos centímetros de distancia y se estrecharon en un fraternal abrazo, acompañado de varias palmadas en sus respectivas espaldas. En un principio me desconcerté. En otro principio, también. Intenté un tercero aunque ya no quería pecar de principiante. Sólo sabía que debía huir, pero no podía irme con las manos vacías. Cuando al fin recuperé la lucidez, la situación parecía acomodarse porque observé que se acercaba hacia mí el dueño del auto, quien me identificó de inmediato y me dijo: “Creo que te dejaste algo en mi baúl”. Abrió rápidamente el mismo, y él mismo me entregó el preciado tesoro. Cuando Sebastián y Ubaldo descubrieron mis intenciones, dejaron su sesión de saludos y empezaron a correr detrás de mí. Ni lo dudé. Me puse el casco en la cabeza y salí disparado. De inmediato, como por arte de magia, el casco hizo efecto y entonces mi imaginación empezó a volar y volar. Pero no muy alto, ciertamente. Porque de golpe recibí un tackle de Sebastián, y Ubaldo completó la captura lanzándose arriba mío. Eso es lo último que recuerdo, ahora que desperté entre estas cuatro paredes.


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El casco ultracómico En el sótano - Capítulo 5 Hernán Granovsky Apenas abrí los ojos, me llevé flor de sorpresa: Charly García me miraba con un ramo de rosas en la mano. “Say no more”, me dijo, con su tono inconfundible. No lo podía creer. Realmente era una locura, nunca imaginé que viviría semejante episodio con una estrella de su envergadura. Sin dudar, se lo hice saber: “No me gustan las flores, Charly. Prefería bombones”. Mi comentario pareció molestarle, porque se alejó mientras llamaba a un pelado para que ocupara su lugar. Yo me sentía débil y no terminaba de entender la situación. Pero de golpe, me iluminé. No sé si era una de 100 watts o qué, pero me apuntaba a la cara y me impedía pensar. Le pedí al pelado que la apagara y entonces sí tuve una revelación. Así, mientras prendía todas las velas, descubrí la verdad de la milanesa: ¡El pelado era Silvio Soldán! Se ve que Silvio percibió ese “algo” en mi comportamiento corporal, porque me miró y largó con cierta suficiencia: “Vos te creés que entendiste todo, pero en realidad no tenés la menor idea”. Sin perder la templanza, le contesté con mi mejor cara de Jorge Formento: “Me sorprende, Silvio, que me subestimes de esta manera. Acá dos más dos son cuatro, como en cualquier lugar del mundo. Para que veas que la cacé al vuelo, te la voy a explicar. La historia es la siguiente: la familia Culp convive con una obsesión sobre lo falso y lo verdadero, originada en el hecho de que un día nacieron Seba y Ubaldo, aparentes mellizos que encarnaron estas dos fuerzas. Sucede que con el trajín de los años, la obsesión se tornó inmanejable al punto de que ya nada de lo que sucede en la familia se sabe si es falso o verdadero, incluyendo la autenticidad del grado de parentesco. Así, los hermanos fueron transitando la vida e indagando en el mundillo de la música, del cine, hasta que un día se metieron de lleno en el rubro editorial. De ahí es que surgieron Bigote Falso y Bigote Posta, dos proyectos que claramente buscan marcar tendencia y por supuesto seguir alimentando la leyenda de los hermanos Culp. Lo demás es harto conocido, cuando consiguen entrevistar a un famoso para sacarlo en tapa, lo secuestran y lo envían a este oscuro sótano donde quedan ocultos para siempre.


Es el fetiche que tienen: publicar la entrevista verdadera con una foto falsa. Esto explica por ejemplo que el auténtico Zambayonny, que en realidad se llama Diego Perdomo, esté ahí atrás tuyo dándole a la guitarrita desde hace varios años. O que ésa de allá, que entre paréntesis la noto medio desmejorada, sea Dalma Nerea Maradona. Y no quiero faltarte el respeto, Silvio, de hecho yo te veía todos los domingos, pero también esto explica que vos no tengas puesta tu peluca”. Soldán se quedó sin palabras. La verdad que verlo así, tan vacío, me dio un poco de lástima. Por eso le presté algunas y ahí pudo empezar a hablar. “Debo reconocer que estás bien rumbeado. La verdad que nuestra situación es desoladora. De todos modos, es imposible que sepas la verdad completa, ¡imposible! Y no sé si estarás preparado… pero alguien te la tiene que contar. Vos… vos… ¡vos no sos un ser humano!” El que estaba destruido, ahora era yo. Siempre había sospechado del tamaño considerable de mi nariz, de mi chuequera casi grosera y de mi ombligo para afuera con forma de timbre, pero de ahí a concluir que no era humano, había un largo trecho. Soldán siguió: “Sos el experimento de los hermanos Culp. Ellos inventaron un casco ultracómico que tiene poderes mágicos y a ciencia cierta nadie sabe cuál es su verdadero alcance. La cuestión es que seas un holograma, un ente supraterrenal, un personaje de la realidad aumentada o lo que fuera, no sos una persona como nosotros. Toda la vida que creés haber vivido, no fue tal. ¡Sos hijo de ellos dos y naciste por obra e inspiración de su casco ultracómico!”. “Uh, la pucha digo. Qué noticia me tiraste. Con esto me estás arruinando el fin de semana”, le contesté, tratando de matizar el asunto, aunque desconfiando ya de mi propio sentido no humano del humor. Y reflexioné en voz alta: “Claro, por eso estaban tan preocupados de que yo me adueñara del casco ultracómico, era como si me acostara con mi propia madre”. Silvio asintió con cara de “y qué te parece”.


Me quedé sentado buscando una explicación e invadido por una terrible desazón. Me sentía estafado. Mi bronca aumentaba y se expandía por mis venas. Y en eso andaba, cuando la puerta del sótano se abrió. Allá estaban ellos, los dos. Con los brazos cruzados y la mirada inmóvil, siempre desafiante. ¿Qué es lo que querían de mí? ¿Hasta dónde pensaban llegar? ¿Debía o no agradecerles mi existencia? No sé quién me está haciendo estas preguntas pero en este preciso momento no las puedo responder. Estoy forcejeando con Soldán, Charly, Zambayonny y la Dalma para que me dejen ir a pegarles una trompada a esos dos impresentables. Ya se van a enterar quién soy yo. ¿CONTINUARÁ?

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Alfonso Lucila Yañez LINK Hace meses que busca trabajo. Lo citan, se presenta, hace su mejor esfuerzo, pero nunca llaman. Hoy tiene otra entrevista. Esta vez va a ser diferente, esta vez va a mostrarse tal cual es. Lleva consigo una maleta con rueditas, está algo nervioso, pero decidido. Llega a la dirección indicada, pasa y espera en una sala tan blanca como impersonal. Tamborilea sus dedos sobre la valija rígida. Se abre una puerta, alguien dice mal su apellido. Se pone de pie, levanta su maleta y entra. El entrevistador recibe una llamada, con un gesto lo invita a sentarse. Cree que ya es momento de hacerlo. El entrevistador está desprevenido, si no lo hace ahora sabe que va a arrepentirse. Se inclina, destraba los ganchos y abre el cierre con un movimiento seco y enérgico. El entrevistador corta la comunicación y levanta la vista. Ahí está él, con el pequeño Alfonso sentado sobre su regazo. Los tres entablan una charla por demás interesante. En oportunidades se ríen. El entrevistador parece encantado. Los despide a ambos, incluso se pone en cuclillas para despedir a Alfonso con un afectuoso apretón de manos. Camina por la calle con su maleta, tiene la sensación de que la entrevista ha sido un éxito.


Apenas llega a casa recibe el llamado. Es la asistente del entrevistador y tiene buenas noticias. Pide por Alfonso. Él se sonríe, cómplice realiza la pantomima de que lo llama y cambia su voz a modo ventrílocuo. La mujer lo felicita y le comunica a Alfonso que es el nuevo vendedor de medicina prepaga. Todo indica que Alfonso debe hacerse el preocupacional al día siguiente. Él no sale de su asombro, intenta explicar que es la persona detrás del muñeco. Nada parece importar, sólo lo quieren a Alfonso. La decepción es grande, pero debe aceptarlo. Ahora lo único que le importa es seguir buscando trabajo. Seguir buscando trabajo y mantener a Alfonso en ayunas.


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¿Qué se llevaron tus ex? Responde: Magnus Mefisto Por Hernán Panessi LINK En este número, nuestro invitado añora algunas cosas irremplazables que se llevaron sus ex y ya nunca, nunca volverá a tener. Por Hernán Panessi (@hernanpanessi) “Hooola, soy Magnus Mefisto”, masculla un audio que insiste en aparecer. Cada vez que Magnus Mefisto se apersona en Tu Much, los operadores de sonido lo hacen saber: “Hooola…”. Es que, desde hace unos pocos años, Magnus sintetiza en la televisión de cable algunas de sus máximas pasiones: la música y, fundamentalmente, el friquismo. Y lo hace en un programa como Tu Much, por la pantalla de Much Music Latinoamérica, donde ser distinto es prácticamente un commodity, un plusvalor. ¿A qué se dedica Magnus Mefisto? Es youtuber, músico y conductor de televisión. “Un día eres un don nadie juntando changos en un supermercado y al otro integras una comitiva presidencial”, tuitea recordando su pasado como empleado de una tienda del Alto Avellaneda, contrastándolo con su presente luminoso. Magnus camina y un grupo de adolescentes le gritan: “¡Ayyyyyyy!”. Por estos días, estará presentándose en las ciudades de Rosario y Mendoza con su show de rap y acaba de inaugurar, junto con otros youtubers, la edición 2016 de Tecnópolis. En las redes, Magnus la mueve: tiene más de 40.000 seguidores en Twitter y unos 167.000 en Facebook. Además, forma parte de la primera ola de youtubers locales y cuenta con la friolera suma de 160.000 suscriptores. ¿Qué tal? Y cada tanto, su novia actual (Carolina Gatica, con quien comparte “oficio” en YouTube) aparece en pantalla para ponerle los puntos. Pero él anda relajado. Magnus entiende las redes sociales y hace jugar. “¿Qué se llevaron mis ex? Mmmhhh… a ver, hagamos memoria”.


#1: Libro de Erzsébet Báthory | “Lo primero que recuerdo haber perdido es un libro caro sin haberlo leído. Habíamos ido a un Yenny y me había comprado dos libros: uno de Vlad Tepes, el Empalador y otro de la Condesa Sangrienta, Erzsébet Báthory. Me llevé el de Vlad Tepes y le presté el de Báthory para que lo lea porque me insistió. Pero era re lenta leyendo. Así que nos peleamos tipo al mes de eso y, como no tenía ni ganas de verla, perdí un libro carísimo sin haberlo leído ni siquiera”. #2: Disco de Limp Bizkit | “Con otra, cometí un error similar: presté un disco. Y sabemos que los discos y los libros no se prestan nunca. Por querer inculcarle mi música, le presté el disco «Chocolate Starfish and the Hot Dog Flavored Water» de Limp Bizkit que me había comprado en mi adolescencia juntando todos mis ahorros. Y se perdió ahí, en la nebulosa. Lo peor es que creo que ni lo habrá escuchado nunca. Años después me lo volví a comprar, pero el que perdí fue editado en esa época. Tenía un valor histórico irreemplazable”. #3: Gorra iniciática | “Lo último que recuerdo haber perdido por una separación es una gorra que usé en unos de mis primeros shows en vivo. Era negra y tenía un logo blanco inexplicable en el frente, pero me gustaba porque fue la única gorra que me quedaba perfecto. Luego de eso, nunca más conseguí una que fuera justo de mi talle. Y además tenía un valor simbólico por haberme acompañado en tantos eventos. Espero que por lo menos la esté usando, aunque lo dudo muchísimo”.


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¡Me compré un SMART TV! Por Diego Wainstein LINK O sea, una TV inteligente, parece un contrasentido, pasamos de la caja boba a la TV inteligente ¿Cómo es? La TV inteligente es muy distinta. En el Smart TV no hay programas de la tarde, en realidad sí, pero no los típicos en donde un conductor humilla a estrellas semi porno para que vendan entradas de teatro en el verano, y un grupo de gente que terminó la secundaria con ayuda, y no tiene vocación, opina sin ninguna teoría ni título que lo avale de todos los temas. No. Los programas de chimentos son inteligentes, como la TV. O sea, un programa de chimentos en la Smart TV es así: Un panelista, dice: ¡Tengo una bomba! Otro: ¿Un explosivo que puede detonar este edificio? Panelista: No, una bomba, algo que me contaron. Panelista 8: Ah, vos decís un chimento, dale, contalo. Conductor (que es solo un poquito más inteligente que el resto): No, no se habla de personas que no están. Panelista: Ah, tenes razón, ¿y entonces? Conductor: Bueno esto es una TV inteligente, así que necesito que las personas de las que vamos a hablar estén presentes, porque sino es de mala educación hablar de ellas.


Panelista: Okey, llamen a Mónica Farro, el dealer, el burro que trajeron del interior porque tiene un pene atractivo, los dos enanos que se sumaron, y cuento todo, si ellos opinan que va a enriquecernos como personas. Conductor: Me parece bien. En el Smart TV muchos creen que el programa de Tinelli no está porque es para gente que no es inteligente, pero la TV es inteligente, no le importa si vos la mirás y sos medio pelotudo, así que como es inteligente, Tinelli hace su programa de manera inteligente. No se mete más alfajores en la boca hasta que explote, porque explica que te podés ahogar y hasta morir. Tampoco trae a modelitos y vedettes casi en pelotas para hacer que bailan, porque eso ya no tiene gracia en el Smart TV. Trae a bailarinas de verdad que se visten con mallas de baile y charlan frente al jurado sobre “Cómo el avance de la cultura de la imagen hizo que la danza moderna haya tenido que volver a sus fuentes para poder sorprenderse a sí misma y reinventarse en la búsqueda de los cuerpos y el movimiento” A lo que el jurado, al estar en un Smart TV, dice que. Dice que. Bueno, nada. Se quedan callados durante todo el programa, porque eso es lo más inteligente que pueden hacer.


Y como ya no es inteligente repetir todo lo que pasa en el programa de Tinelli, porque copiar o usar el contenido generado en otro programa de TV es bastante estúpido, los demás canales empiezan a producir otros éxitos para la TV inteligente. Como por ejemplo, un programa que transcurre con todo el cuadro negro como si la TV estuviera apagada. Y la gente, que para eso compró una TV inteligente, disfruta de la TV apagada, charlando sobre si el poder transgresor de la imagen radica en el efecto o la simpleza, y si la cámara lenta nos hace sentir que el tiempo pasa más rápido o todo lo contrario; y si es así, por qué el hombre nuclear, la mujer biónica y otros tantos superhéroes corrían en cámara lenta para demostrar el paso del tiempo en nuestras vidas miserables, como si para ellos fuera solo un instante. Y entonces, los programas de cocina inteligentes empiezan a cocinar de verdad, y no tienen las tortas o las pastas o lo que sea que cocinan ya hecho, sino que comienzan a cocinar de manera inteligente en vivo, y se dan cuenta de que nadie tiene en la casa los ingredientes que piden, y mucho menos ellos, porque nadie tiene comino y tomillo en un estudio de TV. Y salen a comprar, el programa transcurre mientras el cocinero de turno hace la fila del chino y trata de explicarle qué es el comino, el chino no entiende ni tomillo, y ni un comino tampoco. Entonces el cocinero hierve un huevo y lo mezcla con un poco de arroz que le quedó calentado al microondas, que es lo más inteligente que podés hacer si estás en casa y no tenés quien te lave ni un asistente de producción que te traiga todo cortadito.


Pero como la TV es más y más inteligente, los programas de concursos empiezan a ser sobre cosas que realmente le interesan a la gente, y en lugar de autos cero kilómetro, la gente compite por saber realmente cosas. Los pibes comienzan a estudiar para ir a los “Ocho escalones”, pero ya no se llama así, porque como la TV es inteligente lo que gana es la sinceridad y el nombre del programa es "Venga a triunfar aunque sea un hombre gris y mediocre, porque sabe mucho sobre fútbol de los 80". Y los pais brasileros tienen que cambiar en el Smart TV, no pueden hablar más en falso portugués porque es un idioma que da risa, y no es inteligente hacer escenas dramáticas donde la gente vive trágicamente con un idioma tan gracioso como el falso portugués, en vez de decir "vocé sufre muito” empiezan a decir: “si tu vida es miserable no mires hacia arriba pensando que un ser superior te va a ayudar, mirá a los costados y buscá un amigo, una mina o un pibe. Tratá de conectar con la realidad, nosotros somos unos ladris, pero si querés traernos guita todo bien, la vamos a usar para aprender portugués en serio, y también para comprarnos barcos y darnos la gran vida, pero no podemos hacer nada por vos, si querés rezar, rezá, pero de verdad eso solo no ayuda, manejalo, y si no te gusta, para qué carajo te compraste un Smart TV”. ¡Hasta la próxima!


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Cuéntame tu vida en cinco películas Por Ana Katz La primera película imposible de eludir es La novicia rebelde, es una película que vi la primera vez con mi madre en el cine, y después la proyectaron en el patio de una escuela pública a la que fui en segundo y tercer grado. A través del tiempo me fui identificando con cada uno de los siete hermanos y hasta con Froilan María. Hoy por hoy, aunque ya no sé con quién identificarme, la sigo viendo. Es una película que me parece que habla de la descomposición de una sociedad y que, paralelamente, tiene todos los idealismos e inocencias musicales y de baile que me marcaron para bien y para mal siempre. La segunda película que me sale nombrar es La historia sin fin, fue una película que me impactó mucho, el concepto de la nada visto desde la infancia y como estaba construido en la película me pareció muy especial. Ahora mismo que lo estoy diciendo tengo ganas de verla y de reverla, la tengo en casa. Me parece que es una película con un imaginario muy particular y que inauguró la posibilidad de jugar con los temas y lo abstracto dentro del mundo de los guiones. No es sólo la aventura de un personaje que busca una cosa y otra, sino un personaje que tiene que luchar contra lo que se va. Fuerte, un poco angustiante también, pero… ¡venga La historia sin fin! La tercera película de una influencia medio mítica, porque no la recuerdo tanto, la vi de grande de nuevo y ahí me enteré de qué se trataba, fue Fanny y Alexander de Bergman. Porque mi familia siempre hablaba del padre severo de esa película, soy hija de dos padres psicoanalistas que vieron siempre películas. Hubo una moda, una época de mucho cine sueco, El árbol de los suecos, películas noruegas que eran rarezas, pero que en casa se veían bastante. Y fue de las primeras películas de adultos que vi.


Otra película, que no vi y me marcó para siempre, por eso la menciono, porque cada vez que me preguntan películas de la infancia es gracioso que se me ocurre esta que no vi, fue África mía. No la vi, pero fui con mis padres a un autocine que en esa época había, y ellos me escondieron bajo una frazada porque no permitían la entrada de niños. Hoy por hoy me parece una locura que se esconda a un niño. Pero fue así, creo que ahora analizando hacia atrás, me dejó una sensación bastante atractiva de la experiencia cinematográfica, o sea, es algo que uno va a un lugar, un campo oscuro, te esconden y entrás. Me acuerdo eso, dormitar un poco, ver un poco, el alboroto de estar viviendo eso. Y otra película, aparece Spielberg y aparece ET. Yo recuerdo a ET casi como una época muy ochentas y donde toda mi generación estaba muy conmovida por ese extraterrestre. De hecho, hoy tengo un muñeco de ET en el living de mi casa y me sigue gustando la película, la vi hace poco y me sigue gustando. Me sale nombrar estas cinco películas, quizás no por ser las más perfectas o las que me llevaron a dedicarme al cine, sino porque creo que contienen una experiencia de vida unida al cine en la infancia. El otro día, un amigo contó que alguien decía que la infancia es una lluvia que no deja de caer, y me parece que en ese sentido es lindo pensar en esas películas que te dejan como una especie de velo, como una sensación de rocío, y seguro las cinco me generaron eso.


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Mi obsesión privada Los elfos del inconsciente deciden qué y cómo haremos ciertas cosas. Manías que a simple vista parecen insólitas, y en verdad... lo son. Hoy Mariano Llinás. Nos llegó el dato que Mariano Llinás recuerda en qué cine vio cada película. En seguida pusimos en marcha los engranajes de nuestros contactos para llegar hasta ese pasatiempo, juego u obsesión. Disparamos un mail: Hola Mariano, cómo va? Soy amigo de Nacho Masllorens. Creo que nos maileamos en algún momento, te escribí porque me había gustado Historias Extraordinarias. Te comento, hago una revista de humor, literatura, blogs, historieta, cine, etc, y te queremos hacer una muy breve entrevista por mail o por teléfono sobre algo puntual que sé (o creo saber) de vos. ¿Puede ser que recuerdes en qué cine viste cada película? Si es así, simplemente queremos que nos cuentes cómo es eso. ¿Cómo es el mecanismo? ¿Hay un mecanismo, o simplemente "pasa"? ¿Desde cuándo te pasa esto? ¿En los casos que te acordás, crees que la película influye? Si fue una buena o mala película. Luego las anotás, o simplemente la dejás en la memoria? Y por último que nos digas un par de ejemplos concretos. Tal película en tal cine. ¿Te parece? Si tenés ganas y tiempo ya mandanos por acá el texto.


La revista se llama Bigote Falso, y la sección es "Mi obsesión privada". Y ya respondieron Alberto Laiseca y Jorge Mario, superochista amateur. Y en otra sección también entrevistamos a Nacho por sus mapas apócrifos. Muchas gracias. Abrazo. A lo que respondió: “Estimado Culp, el punto es que ¡Perdí la habilidad! Intenté recordar un par y temí el fracaso. ¿No querés mandarme vos un par -digamos, 10 ó 20 al azar- y veo si las recuerdo?” Menuda tarea la de armar una lista de películas que justo haya ido a ver al cine. Pero lo intentamos: Un poco de cine nacional, otro poco clásico de los 80s, y algo nuevo, raro supuestamente prestigioso, para hacernos los cool. Su lapidario análisis fue el siguiente: “Culp, me mandás un montón de películas de las que nunca oí hablar.¡ Mandame más, pero de los 70, 80 y 90! Igual, las que ví las recordé todas: No estoy tan mal.


-Tangerine: No la ví ni sé qué es -Mad Max: La vieja no la ví; la nueva, en el Cinemark de Caballito -Amateur: No la ví -Relatos Salvajes: En el estreno, en el DOT -20.000 Besos: No la ví -Oldboy: ¿Es la del plano secuencia donde uno caga a trompadas al otro? Si es esa, en el Premier, de la calle Corrientes -Pussy Riot: No sé qué es -Nebraska: No la ví -Her: No la ví -Hombre Irracional: No la ví -Días de vinilo: La ví en DVD, como jurado -Por mi culpa: En DVD, como jurado -The Congress: No la ví -Inception: No la ví -Precious: No la ví -La mujer sin cabeza: En el Cinemark de Palermo -E.T.: en el Santa Fe 2 -Cuenta conmigo: en VHS -Terminator 2: En el Santa Fe 1 -Pulp Fiction: En un cine de St. Germain de Pres, en París -Titanic: En un cine -que ya no existe- en la Av. Sta Cruz de La Paz, Bolivia.” Teníamos una segunda oportunidad, no debíamos desperdiciarla. Armamos una lista más ajustada y esta fue su devolución:


“¡Mucho mejor! -Cazafantasmas (la vieja, claro): En el Atlantic, de Villa Gesell y después la volví a ver en el autocine de Villa Gesell. -Expreso de media noche: ¡No la vi! -Volver al futuro: Atlantic, de V. Gesell -Zelig: VHS -Tiempo de revancha: Televisión abierta (Creo que Canal 13) -Rocky (alguna): La 2, creo que en el Maxi; la 3 en el Electric. La 4, creo que en el San Martín, de Villa Gesell. -Nueve reinas: En el Tita Merello -Alien (O Aliens): Alien, por la tele. Aliens, en el San Martín, de Villa Gesell -El pueblo de los malditos (Carpenter): En un multicine de arte muy fugaz cuyo nombre no recuerdo pero que quedaba en Lavalle, frente a Le Caravelle -Drácula (Coppola, claro): En el Sarmiento, o el Alfa, de Lavalle -Los sospechosos de siempre: En el General Paz, de Belgrado -Seven: En el General Paz, una semana antes de Los sospechosos... -Buenos muchachos: En el Metropolitan, frente a Güerrin -Los intocables: En el Metro 1, claro -Los imperdonables: En el Paramount de Lavalle (con mi viejo) y en el Ambassador, restregada, cuando ganó el Oscar. -Cuando Harry conoció a Sally: Atlas Santa Fe -Jurassic Park: Grand Splendid -La película del rey: VHS -Duro de matar: Capitol


-Robocop: Mmm… Dudo. Es signo de la habilidad perdida -Testigo en peligro: VHS” Su juego se volvió nuestro juego Él debía recordar en qué cine vio cada película, nosotros, pegarle a películas que justo haya visto en cine. Mariano Llinás: 24 aciertos y un 1 olvido Bigote Falso: 25 aciertos y 17 pifies. Ganó Mariano por goleada. Pero no pasa nada porque lo importante es competir, divertirse. Ok, sé que es mentira en casi todos los aspectos de la vida. En casi todos, menos acá. Acá ganamos todos. (Algunos datos fueron modificados para preservar la intimidad de Mariano y la dignidad nuestra)


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<<Proyección Mundial de Un Buen Día>> Lo que pudo ser un día de mierda, terminó siendo Un Buen Día para 150 almas Por BF Sábado 30 de Julio de 2016 Almagro, Buenos Aires Entrada Gratis La noche comenzó temprano en el Bar de Kowalski, sede de lo que sería la cuarta proyección pública de Un Buen Día. Si bien la cita era a las 22.30, la premisa de capacidad limitada hizo que el lugar se colmara de gente antes de lo esperado. Y esa capacidad de 50 personas se vio tan rápidamente superada que el lugar de proyección debió pasar, de una pequeña sala, al patio abierto del lugar para poder albergar a los 150 cinéfilos que se agrupaban en masa al grito de "Queremos proyectar". Magrio González, maestro de ceremonias y curador de la noche, dio la bienvenida y trajo dos cintas incunables de su colección privada para compartir con el público. Primero fue la "Entrevista al Profe" del canal 22 de Lanús y luego siguió un cortometraje de Punta del Este que está a la altura artística e intelectual de la película de Enrique Torres. Ambas piezas dejaron el clima a punto caramelo para el plato fuerte de la noche. ¿Qué decir de esta gema del cine nacional sin Spoilear? Desde nuestro punto de vista, sólo se puede decir una palabra: pasión. Eso provoca verla en multitud: Una multitud que grita más que los goles de Messi cada vez que se dice la frase:


"Un Buen Día"; una multitud que se descontrola en los puntos de giro inexplicables; una multitud que a pesar de que se largó a llover dos veces no se fue a ningún lado y esperó a que el cielo se deje de joder para seguir viendo cada escena, cada línea de diálogo, cada segundo de una película que ESTÁ COMPLETA EN YOUTUBE. Eso es pasión, no la boludez que dice Francella en El Secreto de sus Ojos. Ese sentimiento imposible de poner en palabras que sucede en cada proyección de Un Buen Día es intransferible, como un orgasmo del alma, sólo se lo puede entender estando vivo, y viéndola todos juntos, compartiendo con amigos y con absolutos desconocidos una parte de tu tiempo, porque el tiempo es todo el tiempo. Y lo que empezó como un día de mierda, con chaparrones, corridas bajo techitos, y paraguas, terminó siendo Un Buen Día para cada espíritu que dijo presente. Todo adorador de esta cinta audiovisual puede afiliarse a "Grupo de Apreciación de Un Buen Día" para debatir, exponer sus teorías, compartir información y enterarse de futuras proyecciones. Bigote Falso


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