La maestra es un capitán

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Título original: La Maestra è un capitano! Texto: Antonio Ferrara Ilustraciones: Anna Laura Cantone Traducción: Bel Olid Maquetación: Montserrat López Baget Primera edición en castellano: febrero de 2016 © 2014, Coccole Books s.r.l.,Italia © 2016, Bel Olid, por la traducción © 2016, Birabiro Editorial, S. L. www.birabiroeditorial.com info@birabiroeditorial.com Impreso en la UE ISBN: 978-84-16490-21-9 Depósito legal: B 2744 - 2016 Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley y bajo las disposiciones legalmente previstas, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin autoritzación previa y por escrito de los titulares del copyright. Contacten con CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.


Antonio Ferrara

ilustraciones de

Anna Laura

Cantone


A Mariapia, la mas maestra de todas.

Nino


N

o puedo más. En

serio.

Hoy no tengo fuerzas. Hoy, no los soporto.

Veo cómo se alborotan y no digo nada, hoy no me queda ni un hilo de voz. Míralos. Son unos demonios, no son niños. Unos demonios que van a sexto de primaria. Veinticinco demonios con cuernos, cola y horca. Basta, estoy muy harta. Pero, ¿quién me manda a mí ser maestra? Yo quiero ser vendedora, camarera, secretaria, pizzera, quiero trabajar en la perrera. Ser lo que sea, menos maestra. Aquí lo que hace falta es un capitán de los carabineros, y no una maestra. Míralos. Míralos. Martina le tira de los pelos a Greta con las dos manos. Marcos le mete el lápiz en la oreja a Lorenzo.

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Antonio tira las libretas por la ventana. Alicia bebe agua del jarrón de los tulipanes. Parece que tenía sed. Luisa dibuja una casita preciosa en la pared, que sería aún más preciosa si no la hubiera dibujado en la pared, entre la puerta y el interruptor de la luz. Álex le esparce pegamento por la cara a Pablo. Se lo esparce con cuidado, con precisión, como si fuera un profesional del esparcimiento. Y Pablo se porta la mar de bien, y se deja hacer con la cara muy alta y los ojos cerrados, se lo deja esparcir por todas partes, nariz, párpados, barbilla y todo lo demás, como si le estuvieran poniendo crema solar. Yo no hago nada, no digo nada.

¿Qué voy a hacer?

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Estoy harta, harta, ahora lo entiendo: mi trabajo no es hacer de maestra. Y si alguien me dijera que esto es un comando terrorista, diría que ya lo sabía, que lo he sabido siempre, que ya lo había entendido desde el principio, y que no me he rendido, he seguido adelante igualmente, intentando resistir, me he puesto el chaleco antibalas y he aguantado la posición. Pero al final hasta los héroes más valientes se rinden si los dejas solos, ya se sabe. Y aquí no han venido nunca refuerzos. Quieres esperar. Pero llega un punto en el que hasta la ministra se te pone en contra. Solo nos faltaba esa. Mira estos. Ya no los aguanta nadie. No hay quien los controle. Alborotados. Y yo no digo nada.

Callo. pÁgina 9



Me duele la garganta de tanto gritar. Entonces cierro los ojos y suspiro. Cierro los ojos y me como

de menta.

un caramelo


En casa hablo poco, porque siempre estoy cansada y afónica. Mi marido ya no me reconoce. —¿Sabes qué? —me ha dicho hoy, al volver del trabajo—. No te había visto nunca tan en forma. Con esas bolsas tan maravillosas debajo de los ojos, estás fantástica. Y mira qué voz. Mi marido sí que sabe subirme la moral.

Paciencia. Es así. Esta tarde he recorrido media ciudad en coche. He hecho la compra, luego he pasado por la tintorería y por el zapatero. Y todo en el tiempo que quedaba entre la entrada y la salida de la escuela de danza. Si Sara, mi hija, no me ve cuando sale de danza, enseguida empieza a preocuparse, siempre dice que de todas las madres soy la última en llegar, e incluso llama a su padre con el móvil, que también se preocupa y me llama a mí. pÁgina 12


Él solamente se preocupa, pero yo soy la que tiene que dar más vueltas que una peonza. Él está en el trabajo.

Él tiene un trabajo serio. No como yo. Y ese semáforo hace media hora que está rojo. Se habrá estropeado. Mira, ahí está Sara, en la puerta, sola, sentada en el banco. Las demás madres ya han recogido a sus hijas y se las han llevado. —En este banco hace frío —me recrimina. —Tienes razón, amor, pero la cajera del supermercado era más lenta que... —Siempre tienes alguna excusa. —Venga, tesoro, que hoy te haré patatas fritas. —No me gustan las patatas fritas. —Pero si te encantaban. —Antes. Ahora ya no me gustan.

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