crítica negante a alabanza, de Alberto Olmos

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Burbuja literaria Alabanza

Alberto Olmos Literatura Random Mouse Barcelona. 2014 384 páginas. 19.90 euros Por Francisco Solano Narrativa. La REPUTACIÓN de alborota dor, forjada en la Red con indiscrimina das dosis de malicia y opiniones desco yuntadas, ha trazado de Alberto Olmos (Segovia, 1975) una imagen estridente de la que no es fácil librarse. Muy afano so en la autopromoción, no ha perdido ocasión de hacer valer la incomodidad de sus respingos y arrogancias, que él desearía con la impertinencia de la pro fecía. Pero rio ha logrado acreditar sus libros —seis novelas y dos o tres de vere dictos— más allá de un círculo jaranero que ve en el mundo literario, o en la industria editorial, un afamado medio de proyección social. Olmos piensa cuan do escribe —así lo ha declarado—, de modo que es un lector alucinado de su escritura. No obstante, le preocupa mu chísimo que, para sentirse cabalmente escritor, se requiera un número de lec tores mayor de cuatro dígitos. Por deba jo de esa cifra, ¿quién se consideraría escritor? Borgcs dijo que era incapaz de imaginar más de diecisiete lectores, y

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Alberto Olmos, visto por Sciammarella.

Borges no carecía de Imaginación. ¿Tan to ha cambiado el estatuto de escritor? Mucho, al parecer, si atendemos a la generación a la que pertenece Olmos, que se topó en la adolescencia con la Red y detectó que, gracias a la fiebre de la participación, todos podían ser prometedores escritores. Algo de esto, llevado hasta los bordes del desierto, ha querido plasmar Olmos en esta novela de título tan litúrgico. Sin duda es su novela más ambiciosa, pero también en la que se adivina una suerte de catarsis. El asunto no puede ser más autofágico. Un escritor y su novia, en el año 2019, pasan unas semanas en un pueblo habitado por una veintena de viu das donde no llega Internet. La literatu ra, se dice ahí con menos convicción que terquedad, ya no existe, y desde 2017 no hay suplementos como este en el que aparece una reseña sobre la última nove la de Alberto Olmos. Él, Sebastian (sin 8 EL PAÍS BABELIA 10.05.14

tilde), quiere escribir cuentos basándose en las mujeres que conoció, dotando a cada cuento con las especificaciones sexuales que demanda cada caso; ella, Claudia, se dedica a husmear por el pue blo, en contraste con el encierro de Se bastian. La primera parte, de las tres de que consta la novela, es un catálogo, por fortuna no muy prolijo, de gimnasia ama toria con derroche de terminología por nográfica. Pero así también nos vamos enterando de su epopeya de escritor, y de cómo se rindió Sebastian al comercio con una novela deplorable que le dio éxito y dinero. De modo que tenemos a un escritor en la gloria de su deseo, afligi do por el lugar que ocupa, de quien se dice que "con sus propias manos, había exterminado la literatura". Si no hay lite ratura, ¿para qué escribir? Este es el meo llo, bien aderezado de confusión, que deriva en un abuso de contradicciones, Pero las contradicciones, antes que una remora, pueden ser un acicate. En la se gunda parte, Sebastian revela al lector su vinculación biográfica con el pueblo fan tasmal, y melancólicamente rememora la vida de asalariado que precedió a su entrega a la literatura. Un trayecto en el que no está ausente la vergüenza ni la compasión por unos padres poco aptos para inducir un destino de escritor. En la tercera parte se engarza un crimen rural con el misterio, descubierto por Claudia en sus paseos indaga torios, de una iglesia quemada 30 años atrás, y la pareja se aviene a una comunicación más fluida, después de ha bernos endosado cíni cas parrafadas sobre el enamoramiento y la ramplonería a que abo ca la vida en común. Al carecer de argu mento, la novela se sus tenta en el recorrido por los numerosos aspectos que conforman el mun do literario, desde los preámbulos de la inspira ción hasta desmañadas diatribas contra el some timiento del autor al Edi tor (con mayúscula), de quien ofrece un retrato que no se acaba de saber si es elogioso o intempes tivo. En todo caso, todo ello sirve para armar un escenario de lo que pu do ser y no fue, de cómo un autor gana en presti gio a costa de quedarse sin lectores, y, al revés, que el éxito es la conde na; la negación de la lec tura. La desfalleciente conclusión es que "hay que volver a la primera página, a Homero", pues la literatura llega a su fin, arguye Sebastian a Claudia, "pregun tándose qué significa leer". Que esto se diga en un diálogo de amantes tiene las trazas de una reconvención. Ella es su lectora, y por tanto los lectores. Y tam bién revela que, creyendo manejar ideas, o profecías, se trata solo de opiniones muy extendidas, que aburren por reitera das, aunque sean indudablemente nutri tivas para el realce de la literatura. Aquí las ideas son como destellos bajo una retórica quejumbrosa, que se ven lastra das por las ocurrencias, de tal modo que la mezcla de análisis sobre la extinción de la literatura y su necesidad se con fronta en un batiburrillo ingenioso, de masiado complaciente con la condición solitaria del escritor. No diremos que la propuesta de Alabanza no sea sugestiva. El trabajo de Olmos es cncomiable. pero su provecho se restringe tanto al mundo del escritor que parece proponer una lite ratura amista. •


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