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Descubre el mundo con

Cuentos del mundo Oto単o/Invierno 10-11



Nuevo descubrimiento #81:

Los niños del mundo también leen cuentos El catálogo Otoño/Invierno 2010-11 de Bóboli también se lee. Entre nuestras novedades para la próxima temporada, encontrarás un regalo para tus hijos: seis historias populares recopiladas por todo el mundo que les mostrarán otras culturas, al tiempo que les descubren el placer de leer.

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El fin de la oscuridad (Mito tradicional de Alaska)

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l principio de los tiempos, los esquimales vivían en una noche sin final. Nunca habían conocido la luz del sol, así que pasaban sus días en una oscuridad que sólo se compensaba con el débil brillo de las estrellas. Y, créeme, vivir así no es nada fácil: no podían alejarse demasiado de sus iglús para no perderse, no veían cuando se acercaba a ellos un animal salvaje, y lo peor de todo era el intenso frío. Por eso, todos se sorprendieron cuando un anciano cuervo llegó a su pueblo y les habló de la luz del día. En el Sur, contaba el pájaro, disfrutaban de una claridad que podría mejorar mucho la vida de los esquimales. Así que el pueblo entero suplicó al cuervo que les trajera un poco de esa maravillosa luz. Éste estaba ya viejo y cansado, pero no pudo negarse a tanta súplica. Al día siguiente, el cuervo partió hacia el Sur. Los días pasaron y, cuando los esquimales ya empezaban a perder la ilusión, un brillo hasta entonces desconocido apareció en el horizonte. La luz se fue acercando a ellos hasta inundarlo todo. El cuervo había vuelto llevando entre sus alas una bola de luz. Los esquimales no podían creer el mundo de colores que estaban descubriendo: el blanco de la nieve, el verde de los árboles, el azul del cielo... Eso sí, el cuervo les avisó de que, debido a su avanzada edad, sólo había podido transportar una bola de luz muy pequeña. Los esquimales deberían dejar descansar la bola durante varios meses cada año, para que pudiera seguir funcionando. Por eso, en Alaska hay 6 meses de luz y 6 meses de oscuridad.

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La anciana y los huevos (Cuento tradicional del Himalaya)

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i el chocolate, ni los caramelos, ni los pasteles... Érase una vez una abuela cuyo plato favorito eran los huevos. Le encantaban. No quería comer otra cosa. Le daba igual fritos, cocidos, revueltos o en tortilla: siempre que podía, se comía uno. Pero resulta que la tienda de huevos estaba muy lejos de su casa, y la anciana ya no tenía fuerzas para caminar esa distancia todos los días. Entonces se puso a pensar. Había oído que los huevos los ponían las gallinas, así que, con mucho esfuerzo, ahorró hasta comprarse una. La abuela estaba encantada, ya que cada mañana su gallina ponía un hermoso huevo. Pero también estaba muy sorprendida: nunca antes había visto una gallina, así que pensó que el animal guardaba los huevos en su interior. Hasta que llegó un día en que un huevo no era suficiente para la abuela. La mujer intentó hablar con la gallina. Le explicó que esa mañana le apetecían más huevos y que tenía que poner por lo menos dos o tres. Pero claro, el animal no entendía... Cegada por la avaricia, la anciana cogió un cuchillo y abrió a la pobre gallina, esperando encontrar toda una reserva de huevos. Por supuesto, ahí dentro no había nada. La abuela se había quedado sin huevos y sin gallina. De esta manera, comprendió que cada cosa tiene su ritmo y que no tiene sentido precipitarse.

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Los grillos de la suerte (Cuento tradicional de Francia)

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l pequeño Marc, de apenas 5 años, estaba quieto y en silencio en medio de la panadería de Olivia. –Despierta, Marc –le regañó la panadera–. ¿Quieres una barra de pan? –No, señora –respondió el chico–, mi mamá no tiene dinero para comprar pan. Estoy escuchando cómo cantan los cri-cris. –¿Cri-cris? Ah, claro, tú te refieres a los grillos –rió la señora–. A los grillos les encanta el fuego y por eso todos los días se reúnen varios junto al horno. –¿Y usted me podría dar uno? –suplicó Marc–. Es que he oído que los cri-cris dan buena suerte. Si en casa tuviéramos uno, quizás las cosas nos irían mejor y mi madre no lloraría tanto... Olivia, preocupada, quiso saber por qué lloraba la madre de Marc. –Por las deudas –explicó el pequeño–. Aunque trabaja sin descanso, mi madre no consigue reunir dinero suficiente para pagar todo lo que debemos. La panadera no se lo pensó dos veces. Se fue directa hacia el horno, cazó cuatro grillos y se los entregó a Marc dentro de una cajita, junto al más grande de sus panes. El niño, agradecido, se fue a casa sin levantar la vista de sus grillos. Pero Olivia no se conformó con eso. Cogió todo el dinero que había en la caja, lo metió en un sobre y se subió en su bicicleta camino de la casa de Marc. Como el pequeño iba despistado, a Olivia no le costó adelantarlo. Llegó antes que él a la casa y dejó el sobre con el dinero delante de la puerta. Poco después, cuando Marc llegó a su casa, encontró a su madre dando saltos de alegría con el sobre en la mano. El niño, emocionado, apenas se lo podía creer: ¡era cierto, los cri-cris le habían dado suerte!

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El nacimiento de un imperio (Leyenda tradicional de PerĂş)

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l Sol estaba muy triste. Día tras día, ofrecía su energía a los hombres, pero había un pueblo al sur de Perú que no la aprovechaba en absoluto. Esa gente vivía en cuevas, como salvajes, y lo peor es que ni siquiera se daban cuenta de cuánto podría mejorar su vida si aprendieran a utilizar los rayos solares. Cansado de esta situación, el Sol llamó a sus dos hijos y les encomendó una importante misión: –Hijos míos –les anunció–, os voy a enviar a la orilla de un lago al sur de Perú y llevaréis con vosotros esta varilla de oro. Cuando lleguéis al lago, caminaréis en línea recta y sólo os detendréis allí donde la varilla se hunda en el suelo. En ese preciso lugar, fundaréis una ciudad y enseñaréis a sus habitantes a utilizar mi energía. Con el tiempo, esa ciudad se convertirá en el origen de toda una civilización. Los dos hijos del Sol caminaron sin descanso hasta encontrar el lugar señalado por su padre. Emocionados, fueron reuniendo a todas las gentes de los alrededores. Con mucha paciencia, les enseñaron a construir casas, a vestirse, a cocinar, a educar a los niños, a usar herramientas, a cultivar la tierra... Y así fue como nació el gran imperio Inca, mientras el Sol lo contemplaba todo desde el cielo con una gran sonrisa.

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Alexander y los ladrones (Cuento tradicional de Rusia)

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l valiente Alexander cruzaba el bosque sumido en sus pensamientos. Tan distraído iba que, por no prestar atención al camino, acabó completamente perdido. Como ya estaba empezando a anochecer, Alexander decidió pasar la noche en un molino abandonado que encontró cerca de allí. Pero, en plena noche, un ruido de pasos lo despertó. De un salto, Alexander se incorporó y pudo esconderse detrás de unos sacos justo en el momento en que tres hombres entraban en el molino. Desde allí escuchó la conversación de los desconocidos. Al parecer eran tres ladrones que querían repartirse el botín de sus últimos robos. –Escuchadme, bien –exclamó el que parecía el jefe del grupo–. Lo que haremos es esconder el botín detrás de aquellos sacos. Cuando la policía deje de buscarnos, volveremos a recuperarlo. Alexander se echó a temblar: los ladrones estaban a punto de descubrirlo. Pero entonces, nuestro héroe tuvo una idea brillante. Con la voz más grave que pudo, empezó a gritar: –¡A por ellos, chicos! ¡Andrei, ven conmigo! ¡Valery, tú vigila la parte de atrás! ¡Dimitri, saca tu espada! ¡Vamos que no escape ninguno! Por suerte, el engaño funcionó: los tres ladrones echaron a correr sin mirar atrás dejando el botín en el molino. Y así, el valiente Alexander pudo volver a su casa a la mañana siguiente convertido en un hombre rico.

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El duende invisible (Mito tradicional de Sudรกfrica)

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os niños sudafricanos son los más buenos del mundo. Siempre obedecen a los mayores, hacen sus deberes y vuelven pronto a casa. Es normal porque, si algún día se portaran mal, sus padres avisarían a Tokoloshe. Seguramente no has oído hablar de él, pero, créeme, tienes mucha suerte de que nunca se le haya visto por aquí... Tokoloshe es un duende muy pequeñito y lleno de pelo. Pero no te fíes de su tamaño, porque en realidad es la más peligrosa de las criaturas. Cuando se come una piedra, Tokoloshe se vuelve invisible y empieza a hacer travesuras: se cuela en las casas y lo pone todo patas arriba con sus bromas y trastadas. Algunas personas en Sudáfrica le temen tanto que colocan ladrillos debajo de las patas de su cama para elevarla, de modo que el diminuto duende no pueda trepar hasta ellos. Eso sí, tú no tienes que preocuparte de nada, porque te voy a contar un secreto. Hay una manera muy fácil de librarse de Tokoloshe: simplemente deja un tazón de leche a los pies de tu cama. A este duendecillo le encanta la leche, se vuelve loco con ella. Así que, si encuentra el tazón, estará tan agradecido que se convertirá en tu amigo para siempre y se asegurará de que nunca te pase nada malo.

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