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Despellejarse la piel del amo. Vanesa Guerra

Despellejarse la piel del Amo

La “lengua del amo” vuelve sobre el yo y lo violenta, lo adoctrina, le inocula formatos disciplinados, vivencias en tiempo lineal que abonan la relación causa y efecto. Esa lengua mercante fosiliza la memoria y unge nuestros cuerpos con brea viscosa. Su blindaje es magnífico. ¿Qué clase de experiencia con el existir podría advenir en tales circunstancias? ¿Qué clase de apertura podría activarse en un dispositivo tan ceñido y formateado por la instrumentalidad? Aquí una reflexión sobre esa lengua engañosa, a partir de la lectura de la obra de Mariana Docampo.

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Por Vanesa Guerra

Atravesando ese punto de oscuridad donde todo confluye, están los mundos y las realidades. Mariana Docampo, La fe (2011)

Hay que realizar el ascenso porque la permanencia en el unisistema es la aniquilación. Las lenguas humanas son obsoletas. Repito: Hay que moverse del lenguaje para ascender Mariana Docampo, Tratado del movimiento (2014)

El libro de Mariana Docampo, Tratado del movimiento1, publicado en 2014, es un punto de inflexión en la obra de la autora para leer V, que aparece tres años más tarde en la misma casa editorial2 , y también para atender a la inédita Visión o Estrella Negra que será editada por Leteo próximamente. ¿Qué decir sobre V? V tiene innúmeras vidas y acaso en todas, nombre diverso: V. V es la piedra, la ola que encrespa, la boca del dios, la madre que mata a su hija, el pez ciego en aguas profundas, la quietud del flamenco que anticipa el desconsuelo de lxs amantes. V no es una letra. Acaso sea el pictograma de un ave en vuelo apreciada a la distancia, como un ramalazo, fulgor que atraviesa tiempos y dimensiones divergentes; sin embargo, insistimos en llamarle tal al trazo que asociamos a una letra. Así, tomadxs por una época, nos prima y brinda una modalidad de la lengua que admite traducciones lúdicas reconocibles. V discute una línea de Aristóteles y, a modo de restitución,

nos trae en voz caudalosa algo que ha sido negado, un otro modo de experimentar la belleza: si para el filósofo supone una medida, V busca y encuentra un fuera de la medida que solo con abierta percepción de conciencia es posible; porque aquel animal de diez mil estadios, imposible al ojo o a la ceñidura de un nombre, es legión que nos habla en voz coral, e invita a ser escuchado de la misma manera, esa que busca disolver o al menos suspender la arrogancia del interlocutor/ra que se ampara en el un Yo idéntico a sí mismo, síntesis negacionista de toda extranjería que nos habita. Si la belleza la impone una medida, la excedencia que rezuma el deseo en su ética y en su vitalidad siempre abierta y dispuesta al nomadismo quedaría excluida.

En estos apuntes quisiera compartir algunas claves y ocurrencias para atender al trabajo linguístico que propone Docampo en una época en donde la lengua va devastando su experiencia poética, diluyendo su modo real para resistir a los lenguajes neoliberales que, en franco avance, lejos de producir nuevas sujeciones, generan estados zombies, capturas de subjetividades en depresión habilitadas y legitimadas por el mercado colosal de psicofármacos. Esa inmersión en la lengua del código de barra, obligada desde las tecnocracias y los neopanópticos, afecta nuestras corporalidades destituyendo diferencias y rugosidades como una película viscosa que, adhiriéndose, cubriera y sellara todos los intersticios por donde

la lengua-cuerpo respira y fuga. Despellejarse esa piel será tarea de las políticas de lenguaje.

Como una revolución a librar en lo humano, el Tratado del movimiento encuentra su potencia en las replicantes y anómalas rarezas gramaticales que produce; como un virus que cambia y se fortalece a medida que se lo combate, va descomponiendo la lengua hasta deslizar la experiencia en diversos yoes narrativos que incrustarán sus prismas en quienes leemos. Así interviene al yo-lector, hasta multiplicarlo y acondicionarlo para una diseminación.

Seré conexión con otras realidades. Formo parte de la conciencia ampliada. Se dará por duplicación, o aparición como espectro. También en forma de voces o sonidos reiterados. El encuentro y cruce con mis dobles y subreales generará confusión en quienes me conozcan. Las distintas formas que adquiera mi ser darán cuenta de lo que digo. Tengo como función despertar conciencias incluso de seres desconocidos para mí. Siembro una semilla sobre la cual no tengo control. Mi misión es alta. No traigo hijos al mundo. Abro portales.3

La voz que habita este libro es una superpoblación de voces, un yo plural que no se fagocita en un nosotros, un yo-red-net, cuya fuerza unilegionaria invoca y activa distopías íntimas, subjetivas; esa es la gracia distópica, su nunca estar en ningún sitio; su efecto errático nos vuelve a nomadizar en desiertos donde no discurrió la palabra, el símbolo, la imagen, el rezo, o lo que fuere necesario para traducir intensidades que atravesaron nuestrxs cuerpxs, imposibilitándonos arrebatar alguna forma precaria a las reverberancias de lo Real y sus embates.

El problema no es la falta –siempre donante–, sino la negación absoluta de lo Real, tan atendida por el Realismo Capitalista4. La crisis representacional del sujeto, la devastación de las subjetividades, la cancelación del futuro, bien podrían ser el efecto de un lenguaje fosilizado que opera como código de barra, como lengua de eslogan, metódica, que sabemos reconocer en todos los regímenes del capitalismo tardío.

Este modo de la neolengua desestima la operación poética como experiencia de lenguaje, en tanto ignora la otredad de su savia o sea su extranjería fundante. Una lengua que no se experimenta en la otredad, en sus ombligos y fugas, no solo es políticamente un arma para inocular la depresión social a escala global, sino que además mutila al sujeto en su potencia y en la posibilidad de realizar una experiencia trascendental/ espiritual, o aun, una experiencia de angustia como zona de quebranto, pasaje o ruptura; esa forma de la captura nos empuja a un fuera de lengua en el sentido nietzscheano: ha llegado un tiempo en que no hay más tiempo, resultado yermo de esa felicidad inventada por lxs últimxs hombres, esxs que se complacen con el mérito de llenar un siempre barril sin fondo. Ese es el lenguaje a destituir en esta novela, Mariana Docampo organiza una estrategia para trascender la falsa lengua, para quitarle el cuerpo, despellejarle esa viscosidad impermeable que funciona como brea, captura, blindaje y en cuya obsolescencia programada se ha activado –desde el vamos–: una cuenta regresiva contra nuestro planeta/cuerpo ya enfermo.

La operatoria de Docampo activa en lxs lectores un yo distópico; Yoes Distópicos Lectores que despiertan intuitivamente a la manera de un déjà-vú, para restituir aquellas voces que pudieron experimentarse en las mutaciones psíquicas del tiempo abierto de los estados febriles, o en un tris fuera de lengua, o en la perplejidad de la angustia como un relámpago de mística sin religión; zona penúltima de la oniria que ralentiza el bostezo, que demora con inquietud y lucidez el despertar del cuerpo; vértice que conjuga fantasmas infantes, ominosos, arrobadores. Pero no es tanto el signo del estado, como el corrimiento y el desdoble que obligó a un encuentro allí donde no se lo espera: espejo negro, mirada propia/impropia que se vuelve sobre sí, ojo afilado que espía por las grietas de la conciencia y refracta contra las esquirlas del espejo irreparable para retornar divergente y múltiple.

En los límites de lo unheimlich la voz plurífica trabaja y compone escenas que expanden y cierran como parpadeos en la vía láctea: un ojo (innúmeros ojos), ojo desterrado (legión escópica desterrada) que alguna vez supimos propio y/o de la que alguna vez formamos parte y/o siguiendo una estela freudiana, experiencia intemperal e intempestiva de aquello que creímos nuestro y en su verdad liberta se manifiesta ajeno, extraterreno, de otro lado.

Lo unhemlich –afecto traducido como siniestro u ominoso–, refiere a una afección que resulta de la evolución de lo que alguna vez formó parte de unx mismx pero sin ser habitado; como una suerte de cuarto oscuro que no alberga más huésped que aquel que unx rara vez será (en el futuro, en el presente o en el pasado) y que cuando alguna vez lo sea o presienta haberlo sido, o acaso lo esté siendo, no sabrá, ni podrá, pacíficamente reconocer.

O sea que lo ominoso o lo siniestro, su aura unhémlica (admítase la reverberancia de este neologismo extraviado) también implica y activa lo ignorado, pero lo ignorado bajo la forma de lo no reconocido; no solo por el acto de la sorpresa, sino porque se trata de una forma apasionada de la ignorancia, una forma que late su presencia de corazonada. E.T.A. Hoffmann (Fantasma Hoffmann, así lo llamaban sus contemporáneos) sabe de esas corazonadas, así urde presagios la voz de su obra, porque siempre algo estará un poquito antes, en la antesala, o en la penumbra que devuelve un espejo a distancia que revela vaya a saber qué cosa fugitiva que anda merodeando el corazón de nuestra corazonada. Hay algo otro que se anuda al lenguaje, como una lengua extranjera indecible que se ha enredado desde siempre en la palabra, por eso decimos que ese corazón silente y rebasado de extranjería nos habita. Hay algo en la lengua que nos hace intuir que hemos sido otrxs, que hemos tenido otras experiencias, por ejemplo, cuando hablar no era, aun, el modo de estar precipitados en el mundo, entre afectos, objetos, seres, artefactos, animales y humanos.

Parafraseando a Walter Benjamin en su reflexión sobre la obra de Robert Walser, podríamos decir que los personajes de Mariana Docampo están todos unhemlicados, todxs han atravesado la experiencia de lo ominoso y lo desangelado, en el sentido de la lengua desangelada, de la lengua deshabitada, por eso nos acercan un fraseo nuevo, que respira y fuga hacia el ardor de las cosas5 .

Vuelvo a V. Un ave. Una línea que ahora pliega y toma la forma V, V sobre el gris plata de un cielo atardecido; V hace una torsión grupal, y la luz refracta sobre el plumaje y los vuelve invisibles. ¿Quiénes somos fuera del nombre? ¿Qué es un nombre? Es invisibilizar la legión. Experimentamos que la rigidez se quiebra porque la rama está seca, ese quiebre singular habilita el paso a un afuera-afuerísima; a veces, un golpe de angustia lo activa, otras, un leve e inesperado cambio de plano en la percepción, pero como sea, casi siempre es la experiencia de un pasaje que va del cuerpo a una agalma que le excede –porque no entramos cómodxs en nuestros cuerpos, lo venimos diciendo, tampoco es a medida el nombre con el que fuimos nombradxs–. En esa excedencia, ¿cuál es el tiempo que habitamos? ¿Y qué relación enciende ese tempo inaugural con la memoria? Ceñidxs en cuerpo y

La crisis representacional del sujeto, la devastación de las subjetividades, la cancelación del futuro, bien podrían ser el efecto de un lenguaje fosilizado que opera como código de barra, como lengua de eslogan...

nombre, privadxs de la excedencia, la memoria solo se percibe unívoca, tiene la insistencia de lo que se repite inminente y sin cesar: una vida en modo claustro, una vida perezosa en la huella donde nadie pierde el rumbo; ¿acaso no parece un monigote doméstico, alimentado a dogmas, rígido? En la excedencia y el desborde el tiempo ha de ser plurífico (prolífico y plural, polifónico), atiende a criptogramas del porvenir, abreva en destellos de futuro, sabe de los instantes en los cuales fuimos lanzadxs y estalladxs hacia nuestras potencias creadoras, diseminándonos, aquí y allá.

Antes del Tratado del movimiento hay tres libros que se revisitan entre sí; y podríamos decir tantas cosas –y espero escucharlas de otras bocas– pero en esta vuelta voy a marcar una de las líneas que me interesa pensar y que insufla a los tres trabajos6: podría creerse que en ellos anda el gesto de lo inconcluso, a la manera de la descomposición de una fuerza hacia un destino intuido. Así Mariana Docampo va evidenciando el desajuste de la lengua y provoca, en ese resquebrajar, un suceder de escenas anómalas. Bajo la égida del deterioro y del abandono de los objetos cotidianos que envuelven o soslayan o desidian la vida de sus criaturas, Docampo va cifrando la fe de una familia –que regresa en uno y otro texto– y que busca, sin respiro, establecer un orden familiar más imposible que tácito, conforme desmantela la historia que construye, conforme amontona huellas sin sujeto. Así, creería, nos pone sobre la pista, entonces: si la memoria es plurífica, y desbocada ¿por qué nuestra voz se vuelve a singular?

Ese es el dolor de la historia, la sujeción y el cautiverio. El yo es un dispositivo de síntesis y exclusión. La huella de un exilio. El cántaro que no contiene el océano.

En esa entrada al lenguaje nos hemos vuelto infelices y melancólicxs.

La distopía nos habita, con o sin paz. Con paz nos disemina en el movimiento, en la desarticulación de formatos o artefactos monolíticos –unigénitos– establecidos; sin paz trabaja como Alien anidando en las entrañas7 .

Si acaso, como planteara Mark Fisher8 evocando a Eliot, vivimos en un mundo donde lo nuevo pareciera imposible, “donde el agotamiento de lo nuevo nos priva hasta del pasado” acercando un “futuro que solo depara reiteración y permutas”, Mariana Docampo experimenta la lengua como los orientales sus Koan, destituyendo principios identitarios o regentes de uso.

El canon mercante agota la experiencia vital de la autora9. Cuando no escribe, cuando no lee, se entrega al baile: hace cuerpx –con otrxs– cuerpx queer mediante el movimiento, y así mata al Buda todas las veces10 .

Si el desierto en crecida nos arroja a “caminar a tientas entre reliquias y ruinas”11, se sospecha en el trabajo de Mariana Docampo que habrá un otro del desierto (otro desierto), una propicia otredad a la que desertar para desconocer y desconcertarnos ante esas leyes con las que la neolengua del código de barras obliga a blindarnos ante la experiencia atónita de lo Real 12 .

Los desiertos de Mariana Docampo son portales poéticos, invitaciones a la Zona13 .

Estallar, refulgir, abrir el blindaje, porque el blindaje nos excluye del deseo; como una aplanadora consigue una depresión llana que plagia al desierto no tanto en su vacuidad, como en su desertez; en su principio desangelado lo replica –no en lo Real del organismo vital e indómito que da noches que le florecen en primavera o en madrugadas que le irrumpen nevadas, como en esa hiperrealidad de absoluta hemorragia, de perpetuo negacionismo: pues ya no es la quietud final del paisaje simulado en la escena de The Truman show (Peter Weir, 1998), proa que se incrusta en el horizonte de látex, luminoso panóptico, que transmite todo el reality a un resto que consume 24 hs. como los virus que Brandon Cronenberg devociona, mercantiliza y recontagia en las vidas inhabitables e invivibles de sus personajes (Antiviral, 2012). En esta tierra de exilio, el tiempo viral se acelera y tapa, sella, invisibiliza todos los intersticios por donde lo Real acercaría su siempre lejana orilla.

En otra línea de fuga antiblindaje, Mariana Docampo referencia al libro que ha escrito uno de sus múltiplex narradores y como un llamado, un rayo en la siesta, acerca una convocatoria que explicaría la importancia de impedir la seguidilla de mutaciones que obstaculizan el natural desarrollo de la cadena ecológica. El título de la ficción dentro de la ficción –que no ingresa explícita al cuerpo de Tratado del Movimiento, pero que se ubica en la línea co-fundacional del mismo– es Contra el regocijo humanoide14, franco guiño para intervenir el Goce Zombie que nos goza.

Por eso, si encuentran al Buda, mátenlo.

1 Docampo, Mariana. Tratado del movimiento. Buenos Aires, Bajo la luna, 2014.

2 Docampo, Mariana. V. Buenos Aires, Bajo la luna, 2017.

3 Docampo, Mariana. Tratado del movimiento. Buenos Aires, Bajo la luna, 2014, p. 94.

4 Tomo el concepto en la huella de Mark Fisher y entiendo lo Real en la zona que dispone Jacques Lacan.

5 Al respecto de Robert Walser: En 1933, su última grafía (micrografía) era a simple vista ilegible, sistemática y bella, trazos milimétricos, tramas polisémicas, un cifrado real como de otro mundo. Sobre esa “lapizura” –así llamaba él a lo que se conoce como sus microgramas– un día dijo: “me parecía que así me curaba”. Walser se entregó a esa práctica como quien se entrega a la ingeniería de un mandala, algo sanador. Entre los primeros microgramas de 1925, considerados durante muchísimos años garabatos de un demente, se descubrió la novela El bandido; ahí lo leemos entrado en su esplendor, o como dijera Giorgio Agamben, en su experimento, el de poner en entredicho la propia condición humana. Lo que Walser pone en entredicho es el modo de concebir el tiempo y el modo de concebir el espacio. Así su prosa se expande sin solución de continuidad, a la vez que implosiona porque está colmada de ombligos que fugan al infinito. Sus criaturas pertenecen a otra zona, refieren al limbo, responden a otras reglas, son felices, más que felices, viven bajo el desamparo de un Dios que no se ha dejado conocer, por eso aman desconsideradamente y en esa forma de experimentar el amor devienen en el mismo objeto de amor que aman. Quizá por eso Walter Benjamín escribió: “son personajes que pasaron por la demencia y por eso siguen siendo de una superficialidad desgarradora, inhumana, imperturbable... nos regocijan e inquietan porque están todos curados”. La cita de Benjamin está en el libro Iluminaciones 1. El parafraseo de Agamben lo encontramos en La comunidad que viene. El párrafo completo de esta nota pertenece a Walser, traductor del limbo. Ensayo que publiqué por Bajo La Luna en 2017.

6 El molino. Bajo la Luna, 2007; La fe. Bajo la Luna. 2011 y La familia. Editada por Exposición de la actual narrativa en 2014.

7 Ridley Scott. Alien. EE.UU., 1979.

8 Fisher, Mark. Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires, Caja Negra, 2016. 9 Munaro, Augusto. “Viaje a un nuevo realismo de la conciencia”. Entrevista a Mariana Docampo [Disponible en: https://indiehoy. com/libros/viaje-a-un-nuevo-realismo-de-la-conciencia-entrevista-a-mariana-docampo]. En ese encuentro Mariana y Augusto ensayan ideas sobre lo imperecedero. Al leerlos, me pregunto cómo funciona lo imperecedero en estos textos, acaso sea la voluntad que empuja y trasunta en el discurrir de la voz plural, lo que entreteje y respira en la letra. La obra de Docampo, fundadora del Espacio Tango Queer Buenos Aires y autora del libro Tango Queer (Buenos Aires, Madreselva, 2018), atestigua un centro falso o también un siempre y fugitivo centro vacío.

10 Ikkyû: Si encuentras un Buda ¡mátalo! Si encuentras al patriarca ¡mátalo! Monje zen, Japón 1394-1481; algunas obras las firmó como Kyounshu (Nube Loca). Al respecto del pathos patriarcal, escribe: Si pregunto, me contestas/ Si no pregunto, no me contestas/ ¿Qué hay entonces en tu corazón, /oh señor Bodhidharma? / ¿Y qué es el corazón? / Es el sonido de la brisa entre los pinos/ dibujado allí en una pintura.” Traducción del Japonés: María Cristina Tsumura. Para mayor desarrollo o interés sugiero leer mi trabajo “Nube Loca mata al Buda -formas de vencer la fuerza de gravedad del nombre” publicado en Historia feminista de la literatura Argentina. En la intemperie. Poéticas de la fragilidad y la revuelta. Villa María, Eduvim, 2020.

11 Fisher, Mark. Ob. cit.

12 “Una estrategia contra el realismo podría ser la invocación de lo Real que subyace a la realidad que el capitalismo nos presenta.” Fisher, M. Ob. cit.

13 Atiéndase a la resonancia con Stalker de Andréi Tarkovski, 1979.

14 “La contaminación obstaculiza el natural desarrollo de la cadena ecológica (Conducto VMV), se alarga así la semivida y sobrevienen los mutantes. (* para impedir la autotransformación en mutantes ver capitulo 4 de mi libro Contra el regocijo humanoide) Nota: Se intentó muchas veces confundir los basureros nucleares lanzados por los Estados Unidos y la URSS durante la Guerra Fría con OVNIS. Mi contacto con antenas marcianas lo prueba. Debemos detener estas mentiras.” Tratado del movimiento, Mariana Docampo. Buenos Aires, Bajo la Luna, 2014. p. 29. Acercamos link para una lectura on-line del capítulo 1 de Tratado del movimiento: http://drelephant.blogspot.com/search/label/Mariana%20Docampo

Collages de Franca Villarreal

* Vanesa Guerra es psicoanalista y escritora. Ha publicado: La lengua del desierto (2020), Walser, traductor del limbo (2017), Síndrome del Montón (2016), Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo (2012), La sombra del animal (2008 - Primer Premio del FNA 2007). Organizadora del Ciclo Recital de Lecturas y Licores en Caburé. Próximamente publicará Dónde tienen la boca estos peluditos?, libro de relatos que obtuvo la Primera Mención de Honor en el FNA 2019. El presente artículo retoma ideas planteadas en el libro La lengua del desierto (Buena Vista, Córdoba 2020).

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