Creadores populares 2014

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Creadores populares del estado de

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Aguilar Mata, Fátima del R.: Familia Álvarez Velázquez. Si me muero ya vi nacer uno de mis carrizos Camarillo Ramírez, L. Ernesto: Juan Lira Castro. Artesano, comerciante y promotor Corona Azanza, Rocío: Adolfa Rodríguez Chávez y Raúl Alvarado García. Danza: la expresión sublime de Dios por medio del hombre Escalante, Amor Mildred: Juana Andrade. La artista de los monos de cartón Escoto Molina, Ma. Georgina: Francisco Mota Olmos. La orfebrería: un oficio que no dejas de aprender toda la vida Espinosa Proa, Norma E.: Jesús Moreno Jurado. El arte del rebozo jaspeado Espinosa Ramírez, Israel: Raymundo Quintero Guerra. El afinador de piedras Manzur Escobar, Sonia Martha: Miguel Cortés. Una Guitarra que todavía suena Montes Santamaría, Alejandro: Gabriel Navarrete Juárez. El tallador de quijotescos sueños Morán Velázquez, Eva Carolina: Manuel Nieto Olvera. Jarciería Plaza Terán, Anabel: La familia Arpero. Tocando una tradición y Aurelio Agustín Pedro Arredondo Rangel. Esculpiendo una tradición Romero Salazar, J. Jesús: José Antonio y la familia Arzate. Trabajar con fe en la elaboración del juguete Sánchez Gutiérrez, Alejandra: Loreto Serrano. El arte como posibilidad de construir una mejor sociedad Velázquez Mata, Araceli: Rodolfo Chávez Gómez. Un cuchillero leonés

Diseño de colección: Tonatiuh Mendoza De los textos: D. R. © Los autores arriba mencionados Fotografías de Tere Galindo, excepto p. 62, fotos de Alan Droyan (izquierda) y Karla Rodríguez Helguero (derecha); p. 67, foto de Alan Droyan, y p. 73, foto de Fátima Aguilar, todas pertenecientes al acervo fotográfico del Fondo Documental de Arte y Cultura Popular del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato De las imágenes: D. R. © Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato


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Creadores populares del estado de Guanajuato 2014. Ediciones La Rana/Guanajuato/2014. 248 pp.; 27 × 20 cm; 153 ilustraciones (Colección Arte y Culturas Populares de Guanajuato, número 11) ISBN En trámite 1. Arte. Arte popular mexicano. 2. Arte popular. Artistas y artesanos populares. 3. Arte. Historias de vida. Textos: Fátima del R. Aguilar Mata, L. Ernesto Camarillo Ramírez, Rocío Corona Azanza, Amor Mildred Escalante, Ma. Georgina Escoto Molina, Norma E. Espinosa Proa, Israel Espinosa Ramírez, Sonia Martha Manzur Escobar, Alejandro Montes Santamaría, Eva Carolina Morán Velázquez, Anabel Plaza Terán, J. de Jesús Romero Salazar, Alejandra Sánchez Gutiérrez y Araceli Velázquez Mata. LC N5312.64.I56.2014

Dewey M745.509 2 724 Ins59

De esta edición: D.R. © Ediciones La Rana Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato Paseo de la Presa núm. 89-B 36000 Guanajuato, Gto. Primera edición en la colección Arte y Culturas Populares de Guanajuato, 2014 Impreso en México Made and Printed in Mexico isbn En trámite Ediciones La Rana hace una atenta invitación a sus lectores para fomentar el respeto por el trabajo intelectual, es por ello que les informa que la Ley de Derechos de Autor no permite la reproducción de las obras artísticas y científicas, ya sea total o parcial –por cualquier medio o procedimiento–, a menos que se tenga la autorización por escrito de los titulares del copyright o derechos de explotación de la obra.


Presentación

Homenaje a Creadores Populares de Guanajuato significa un reconocimiento a la labor que de manera cotidiana ellos realizan, ya sea como una forma de expresar su talento artístico, como una manera de preservar la identidad y las tradiciones, o bien, como un oficio que les permite una forma digna de vida para ellos y sus familias. Música preservada desde hace cientos de años y transmitida a las nuevas generaciones; talla en madera y talla en piedra, que dan identidad a las localidades y sustento a las familias; textiles y cerería que sobreviven a pesar de la embestida de la modernidad; cartonería que alegra las fiestas y lleva en sus colores la memoria del maestro; tejidos con metal o con carrizo de los que nacen piezas que son reconocidas en México y en el mundo. Personas que decidieron dedicar los días de su vida a preservar una tradición y hacerla vivir a través de sus piezas, del ánimo de vivir del oficio aprendido de sus padres, para luego, transmitirlo y lograr que se conserve y se reproduzca. Por ello es de suma importancia que se les reconozca y se les diga gracias porque, a través de una labor cotidiana, han logrado que los guanajuatenses sean orgullo de México, de sus propias familias y de su comunidad. El Instituto Estatal de la Cultura, a través del Centro de las Artes de Guanajuato, agradece los días dedicados a preservar los elementos que nos dan identidad; se honra en hacerlos sentir compañeros, en

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otorgar a los homenajeados un reconocimiento por hacer de Guanajuato un espacio de colores, formas y sonidos que lo hacen único y especial, porque en su territorio habitan las más importantes personas: las que viven bien y para hacer el bien a su comunidad a través de lo heredado.

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Miguel Cortés

Una Guitarra que todavía suena

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olores Hidalgo, Cuna de la Independencia Nacional, se encuentra en el Norte Centro del    estado de Guanajuato. Por cuanto ocupa un lugar muy significativo en nuestra historia, tradición    y cultura general, maravilla y llena de orgullo ver los fines de semana estudiantes y visitantes de todo el país, que acuden a conocer el lugar donde la madrugada del 16 de septiembre de 1810, el Padre de la Patria arengó al pueblo proclamando la libertad de nuestra nación. Pocos saben que la casa al costado izquierdo de la Parroquia, donde muchos años fue la Presidencia Municipal, perteneció al único héroe insurgente nacido en Dolores, don Mariano Abasolo, nombrado mariscal de campo por el mismo Hidalgo y quien prestó mil doscientos pesos oro para la causa; préstamo que, décadas después, pagó peso a peso Porfirio Díaz a sus descendientes diciendo: “Las deudas de la Patria son deudas de honor”. Pero esta ciudad no sólo es cuna de la Independencia, todos los que hemos recorrido sus calles y conocido a sus habitantes sabemos que muchas de las canciones que canta México las compuso –sin saber escribir música– José Alfredo Jiménez; sabemos que la cerámica y la alfarería que ahí se produce es herencia de Miguel Hidalgo; sabemos que cualquier día de la semana a muy temprana hora se puede ir al mercado y encontrar fruta, verdura, pan y huevo de rancho, leche bronca, quesos, gorditas de maíz

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quebrado, papitas locas en la temporada, atole de puscua, pipián, peces aún boqueando, en fin, ricos alimentos preparados de manera tradicional traídos de los ranchos vecinos. En pocos municipios amanece tan temprano. Y es aquí, en este Pueblo Mágico, donde acudimos a entrevistar a otro Miguel, también impulsor, maestro de muchos, trabajador incansable, innovador, transformador y conservador de la tradición alfarera, don Miguel Cortés. Su oficina es un lugar lleno de luz, libros, trofeos, reconocimientos; una pintura al óleo de su esposa, al centro de la pared frontal, sobresale en este espacio acogedor. Al dar los primeros pasos para ingresar, vuela sobre nosotros una paloma gris que se posa temblorosa de la emoción a la derecha del gran escritorio: es “la consentida”, como él la llama, quien cada día le da la bienvenida acercándose a recibir la caricia amorosa de la mano de su amo. Una puerta de cristal y un gran ventanal dejan ver al fondo un vivero donde crecen cactáceas, violetas africanas, azaleas y diversas plantas de brillantes y llamativos colores, todos en armonía; un canario y un gorrión completan el escenario relajante que se aprecia desde el sillón.

Miguel Cortés Barrientos tiene 83 años; nació en el municipio de San Diego de la Unión el 29 de septiembre de 1931, en la comunidad de La Sauceda. Cuando apenas tenía 16 días de nacido, sus padres se separaron, sin pensar qué sería de aquella criatura de quien no se quisieron responsabilizar. Su madre fue Juana Barrientos; de su padre no recuerda el nombre. Eufemia Barrientos, su abuela materna, y su tía Serapia Barrientos lo rescataron y lo trajeron a vivir a Dolores Hidalgo. Sin hermanos, sin primos, creció como dolorense de corazón, teniéndolas a ellas como única familia. A su madre la volvió a ver, aunque nunca vivieron juntos. Recuerda una infancia dura, de mucha pobreza; su abuela hacía tortillas y su tía las vendía para procurar el sustento, que algunas veces no llegaba. Pasó su niñez en un par de cuartitos que rentaban en la Casa del Diezmo, atrás de la Parroquia, por los que pagaban un peso con cincuenta centavos al mes. Ellos eran los cuidadores de esa encomienda, a donde iban los pobladores de las rancherías a dejar su tributo. Estudió en la escuela Centenario hasta segundo año de primaria; jugaba como todos los niños a los encantados, a las canicas, a las rondas, pero a

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este pequeño le preocupaba la pobreza, el no tener algunas veces para comer; siempre estaba pensando en cómo ayudar a las dos mujeres que hacían lo que podían para sobrevivir. Al llegar las vacaciones, uno de sus compañeros lo invitó a trabajar en una alfarería pasando el río, en “la otra banda”. A sus 9 años se inició como peón de patio, trabajando 8 horas diarias y recibiendo como paga 6 pesos a la semana, una fortuna, según recuerda. No tuvo tiempo ni de ser travieso. Sus ojos se llenan de lágrimas al recordar que al tener su primer pago en las manos lloró, salió corriendo a la casa de su abuela y le entregó 5 pesos; se quedó con uno: era rico. Casi no había golosinas en aquellos años, no se acuerda en qué lo gasto pero él era feliz: ya tenían para comer. Al terminar las vacaciones “echaban para afuera” a todos los niños que trabajaban en la alfarería; Miguel se puso muy triste porque ya no tendría ese ingreso para ayudar al sostenimiento de su casa, así que optó por no regresar a la escuela. La necesidad lo había orillado a tomar su primera decisión. Al final de la jornada, una vez concluidas sus 8 horas de trabajo, se quedaba con los pintores para ayudar e ir aprendiendo más sobre el oficio; ese hecho llamó la

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atención de su primer patrón, don Leandro González, quien al ver que el niño no asiste a la escuela, no corre a su casa al concluir su trabajo sino que se queda en la alfarería hasta tarde, le pregunta: “Bueno, y usted muchachito, ¿se va a quedar trabajando o se va a ir a estudiar?”, a lo que Miguelito respondió: “Me quedo trabajando”. Don Leandro se dio cuenta de las ganas de aprender a trabajar y la necesidad que movían a ese niño de 9 años, tanta era su penuria. Y así, bajo la supervisión de don Leandro, continuó como peón de patio y fue aprendiendo a mezclar la pintura y a usar el pincel. A la edad de diez años se apasionó con el juego de beisbol. Ingresó al equipo de “Los Diablos”, llamado así por un sacristán a quien apodaban “Satanás” y que formaba parte del equipo. Ésta llegó a ser una de sus grandes pasiones, que no dejó hasta los 45 años de edad, cuando empezó a jugar frontenis, deporte que practicó hasta cumplir los sesenta. Don Miguel fue un niño delgadito, flaquito, según su expresión, que usaba playeras de talla más grande de las que sobresalía su cuello largo por la delgadez. Por ello le apodaron “El Guitarra”. Tenía doce años el niño Miguel cuando muchos pintores de otras alfarerías se fueron en grupo a



probar fortuna a los Estados Unidos, de modo que se abrieron vacantes de pintor en otras cerámicas. A Miguel lo invitaron a trabajar con don Guadalupe Carrillo; con tres años de experiencia pintando, se instaló ya como maestro pintor, con una mejor paga. En esa época pintaba 35 gruesas en la semana, cada gruesa con 12 docenas de piezas.

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Don Guadalupe Carrillo se sorprendió por la cantidad de platos que pintaba el Guitarra; asombrado, inspeccionó el trabajo del niño que hacía la labor de un obrero adulto. Al revisar cada pieza por todos lados quedó complacido: sus tres años de experiencia, su empeño y el haber contado con buenos y generosos maestros habían dado fruto.


Desde niño disfrutó aprender, ocuparse, entregarse al trabajo sin pensar en el tiempo, sin cavilar en la hora, únicamente atento a lo que en ese momento estaba creando. Le gustaba decorar el plato, verlo terminado, siempre tratando de hacer lo mejor posible. Recuerda que había un grupo de 10 o 15 diseños de tradición que dejó el padre Hidalgo, y que eran los que se aplicaban a los platos, pero esos diseños actualmente ya casi no se pintan. Precisamente en los terrenos donde está la alfarería de su antiguo patrón Guadalupe Carrillo, don Miguel Hidalgo enseñó el oficio a los dolorenses. Con Guadalupe Carrillo trabajó durante tres años, hasta que los empleados empezaron a formar un sindicato, hecho que obligó al señor Carrillo a cerrar la empresa y a emigrar por una temporada a la ciudad de México. Entonces Miguel se empleó con don Francisco Carrillo, con quien permaneció hasta los 17 años, cuando decidió irse a probar fortuna al Norte, a Weslaco, Texas, a la pizca de algodón. Con algunos compañeros de trabajo se fue de mojado atravesando a nado el río Bravo. Al estar ya del “otro lado” se dieron cuenta de que la migra los iba siguiendo, por lo que se ocultaron en la oscuridad, en un canal. La


migra pasó de largo por su escondite pero atrapó a unos compañeros que venían detrás, con quienes al día siguiente se encontró para desayunar. Más tardaron en regresarlos a la frontera, que ellos en volver a cruzar el río. Durante su estancia de trabajo en los campos algodoneros dormía allí mismo, en el campo, en una hamaca improvisada, comiendo todos los días huevo y pan blanco; si había suerte intercambiaba huevos por frijoles con algún compañero. Recuerda que el calor era fuerte pero agradable. A don Miguel la ilusión de los dólares le duró tres meses, los pocos que logró traer se le terminaron de regreso, a su paso por Monterrey. Llegó a Dolores con unos diez dólares. Don Miguel, luchador incansable, viajó a Veracruz buscando la zafra de la caña; regresó a Dolores y se dedicó a administrar los baños del Chorrito que estaban frente al hospital; no le gustó ese trabajo, por lo que migró a Irapuato a trabajar en la cigarrera, pero no tuvo suerte. Contaba con 20 años de edad cuando en el jardín del Grande Hidalgo de Dolores, durante una de tantas serenatas acostumbradas por aquellos años, conoció a Elena González Ortega, oriunda de

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la comunidad de Peña Colorada, al pie de la Sierra de Santa Rosa, Guanajuato, quien trabajaba como empleada en la calle Yucatán. Mantuvieron un noviazgo de dos años que culminó en matrimonio en 1953, por lo que actualmente tienen 61 felices años de casados. El casado casa quiere, así que un 22 o 23 de diciembre, a dos meses de haberse unido en matrimonio, salieron de la casa de su abuela a rentar un cuartito de adobe, sin puertas, al otro lado del cine Imperial, llevando consigo un colchón y una sobrecama. Una comadre, compañera de trabajo, al ver la precaria situación en la que vivía este joven matrimonio, le dijo: “Compadre, ¿por qué no saca con los Argüelles una cobija en abonos?, yo respondo por usted”. Sacó la cobija y la pagó; una camita, y la pagó; era tan buen pagador que ya no necesitó aval. “Dios nos socorre y comemos ya tres veces al día”, recuerda don Miguel. Procrearon 8 hijos: José Miguel, Norberto, Luis Felipe, Juan Ignacio, María de Lourdes, Elena, Estela y Noemí Cortés González; y de ellos tuvieron 28 nietos y 14 o 15 bisnietos. “Todos vivos, otros tontos, pero todos comen”, comenta don Miguel, a quien se le iluminan los ojos al hablar de su esposa: “Todos mis hijos nacieron


en la casa, ella solita se encerraba, acercaba el agua, las tijeras y los enseres que fuera a necesitar, a mí me corría”; y así, un hijo cada dos años. Llegaron a ser once en su casa, ya que al quedar solo su compadre, lo invitaron a vivir con ellos. “Mi esposa nos atendía a todos, lavaba, planchaba, hacía 3 o 4 kilos de tortillas diarios; ya en la tarde,

para descansar, hacía piñatas; era muy buena para hacer piñatas, muy trabajadora, me ayudó mucho a trabajar, yo estoy muy agradecido con ella.” Comenta don Miguel que a él le parece una aberración que el hombre deje a su mujer, a su compañera de sufrimiento en los años difíciles, por una mujer más joven, para empezar una vida nueva.

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Para tener una entrada más de dinero, con su penúltimo patrón, Felipe Guerrero, pintaba loza de cinco a siete de la mañana y por la tarde de cinco a diez u once de la noche, aparte de sus horas de trabajo. Con él empieza a hacer ensayos con la loza blanca, a conocer la pasta blanca: “Ahora es más fácil, ya que sólo se agrega el agua; la pasta ya viene hecha al esmalte igual”. Anteriormente cada quien tenía su fórmula secreta para elaborar los colores con que se pintaba la loza: el amarillo, por ejemplo, se hace con antimonio, arenilla y otros elementos; para el verde se quema el cobre y la cascarita que sale se muele; el color rojizo se obtiene de las piedritas de río a las que llamaban nácar, se molían en pilas grandes en el arrastre, giraban y tallaban todo lo que había en el fondo, pues en ese tiempo no había molinos. “Cada quien tenía su fórmula para los colores del azulejo y el plato, don Leandro González, don Guadalupe Carrillo, don Fortino Guerrero, don Luis Felipe Guerrero, don Felipe Vázquez.” Pasado un tiempo se enteró de que Raymundo Carrillo, hijo de don Guadalupe, había regresado de México e intentaba abrir nuevamente la alfarería, por lo que acudió a visitarlo, ya que la situación económica era difícil. Lo encontró sentado, cabizbajo, y al pedirle trabajo Carrillo contestó: “Trabajo sí tengo, Guitarra, lo que no tengo es

para pagar”, a lo que don Miguel respondió: “¡Pues ya tendrá, qué caray! ¡Vamos a darle!”. Así, nuevamente entró a trabajar con él, de vidriador, de pintor, de cargador. Con todos los que trabajó dio lo mejor, señala don Miguel. “Más importante que la entrega es la vocación”, nos comenta; “se debe trabajar en lo que te gusta sin pensar en el signo de pesos”. Ninguno de sus patrones tuvo quejas de él, nunca fue corrido de un trabajo; si cambió de empleos fue por una mejor paga. En una ocasión don Raymundo viajó a México por clientes y don Miguel se quedó a cargo de la producción; como los pedidos aumentaban, se requería un horno más grande, así que junto con un albañil don Miguel lo construyó. En respuesta a su diligencia, generosamente don Raymundo le dijo: “Conságrate a tu trabajo”, y lo hizo socio ante notario ofreciéndole un 5 % de las utilidades de la empresa, de lo que nunca recibió nada. Ocho años después, y ya cansado don Raymundo, le ofrece en venta la alfarería a don Miguel, quien no da respuesta ni en ese momento ni más adelante. Hasta que cierto día, nuevamente don Raymundo le preguntó si compraba la alfarería, pero don Miguel no contaba con los medios para la transacción, por lo que respondió: “Qué quiere que le diga, don Raymundo, de dónde quiere que le pague; soy asalariado, usted me hizo socio pero yo no he recibido el 5 % que me ofreció, no le

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estoy reclamando nada, pero yo de dónde le pago, yo me he consagrado a mi trabajo”. Un día lo mandó llamar a su casa con el mozo; don Miguel pensó que lo enviaría a llevar algún material a otro estado y acudió un poco desanimado por ser domingo. Don Raymundo le dice que después de estar reflexionando sobre la plática anterior, se había dado cuenta de que don Miguel tenía razón; así que lo citó al día siguiente con el notario para escriturar el taller a su nombre.

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Don Miguel Cortés recibió el taller con 40 obreros trabajando, quienes no estaban muy conformes, ya que de ser empleado pasó a ser patrón. Al no tener con qué pagar la nómina, don Miguel acudió al banco a solicitar apoyo; don Raymundo, al enterarse, lo avala: “Si no les paga él, les pago yo”. Así empieza a trabajar ya en su propia alfarería, donde se produce azulejo, lavabos, accesorios para baño, se modelan las piezas en barro y posteriormente se sacan los moldes en yeso para reproducirlas. De su taller se han jubilado alrededor


de once personas; lleva 33 años con la empresa, defendiendo siempre, como prioritario, el salario de sus empleados. Como empresario conocedor del ramo, viaja constantemente al extranjero para actualizarse y renovar su equipo de trabajo; grandes maquinarias han llegado desde Italia en barco, siempre con la finalidad de perfeccionar la línea; en sus recorridos por el mundo no perdona, si está cerca,

visitar Florencia, el corazón del arte. Sabemos también por otras fuentes que don Miguel, de corazón generoso, apoya a diferentes instituciones con recursos para la construcción o la remodelación de espacios educativos. Don Miguel encontró la manera de fusionar el arte, la industria y la artesanía de una manera perfectamente funcional. Al recorrer la alfarería maravilla ver a los obreros ir y

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venir en el ĂĄrea donde se encuentra la maquinaria, la moledora, las aplanadoras, las cortadoras, un horno que cuece y otro que enfrĂ­a el material en una hora, ahorrando horas de trabajo. Hombres paleando,

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cargando y descargando material, mezclando diferentes tipos de barro, secando piezas, poniendo a trabajar la amasadora; y en otro espacio, artesanos sentados frente a una gran pila de material listo para


ser pintado a mano, punto a punto, línea por línea, pétalo por pétalo, para pasar después al laboratorio donde se juega con los colores, los esmaltes y los diseños. Todo un equipo de trabajo donde sus hijos Norberto –quien está a cargo del diseño– y José Miguel –encargado del laboratorio– colaboran para fortalecer y continuar con esta tradición. Actualmente la alfarería cuenta con una nómina de 22 a 24 empleados; en el transcurso de los años algunos de ellos, quienes aprendieron el oficio, salieron a dar inicio a su propia empresa, aunque no se puede asegurar si continúan en el ramo. Sobre la puerta que lleva a la bodega, llama la atención un pequeño altar montado a los lados de la silueta de la Virgen de Guadalupe que inexplicablemente apareció, como queriendo bendecir el

trabajo de quienes ahí colaboran y profesan la fe. Ésta es la obra de un hombre íntegro, sencillo, generoso, a quien el haber recibido premios en otros países como España y Brasil, o recorrer el mundo buscando nuevas técnicas para perfeccionar y poner la alfarería de Dolores a la altura de cualquier país, no lo hacen olvidar la sencillez de su origen, hecho que lo engrandece a los ojos de quienes lo conocen, y con quienes comparte un fin de semana en el rancho o un almuerzo al medio día. Así lo expresa don Miguel: “Yo quiero mucho a Dolores Hidalgo, aquí me hice, aquí me casé, aquí crecieron mis hijos; lo que pueda hacer yo por Dolores es muy poco, me siento orgulloso porque no he sido una carga para la sociedad”. Sonia Martha Manzur Escobar

Fuente Cortés, Miguel, entrevista realizada por Sonia M. Manzur Escobar, en Dolores Hidalgo, Gto., el 12 de marzo de 2014.

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Juana Andrade

La artista de los monos de cartón

Los inicios de la vida de Juana Andrade y su aprendizaje del arte de la cartonería

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a familia de Juana Andrade, originaria de la ciudad de Guanajuato, tiene una antigua tradición    en la cartonería. Su mamá fue Altagracia Ramírez Hernández y su papá Tomás Andrade Frías. El    señor Tomás heredó la habilidad para crear monos de cartón de sus padres, aunque quedó huérfano a muy corta edad. Su padre, en el lecho de muerte, le dijo a una de sus hermanas que el niño Tomás era su herencia, que lo cuidara como si fuera suyo. Así fue criado y educado en casa, pues entonces la mayoría de los niños no iban a la escuela, sino que se quedaban en casa aprendiendo el oficio de los padres o familiares. A pesar de ello, el señor Tomás aprendió a hacer cuentas y a firmar como una persona estudiada, ya que no le faltó inteligencia y habilidad. Entre las destrezas que adquirió el señor Tomás se encontró la de panadero, oficio del que vivió varios años, pero que dejó al comenzar a tener mayor competencia en el barrio por donde vivían, en el cerro detrás de la plaza de los Ángeles, por la subida de San Cristóbal, en la ciudad de Guanajuato, lugar donde conoció a su esposa, cuya familia tenía por oficio la elaboración de dulces típicos.

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El señor Tomás se concentró entonces en el oficio familiar: la hechura de monos de cartón. Le gustaba trabajar de noche; de no tener nada un día, a la mañana siguiente ya tenía varios monos terminados. Así, sus hijos crecieron con esa tradición. Juana nació a fines de la década de 1930; no recuerda la fecha exacta. Como antes no se acostumbraba registrar a los niños, sino bautizarlos, por defecto la felicitaban el 24 de junio. Pero su mamá le decía que había nacido a los ochos días del Día de los Muertos. Ya de joven, cuando sacó su acta de bautismo, se dio cuenta de que era del 5 de noviembre. Tuvo cinco hermanos y seis hermanas, quienes fueron sacados sostenidos con la venta de monos de cartón, además de la elaboración y venta de otras artesanías y dulces. Por lo numeroso de su familia, no pudieron darle educación con maestros, pero sus padres le transmitieron una enseñanza muy valiosa, lo que ella aprecia mucho, pues le heredaron los buenos modales, la honradez y las ganas de trabajar en la cartonería. Entre lágrimas señala que le hubiera gustado mucho saber escribir y leer, para hacer muchas cosas más. Cree que fue una desgracia el que sólo pudiera estar unos meses en la escuela, lo

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que no le permitió llegar a adquirir esas habilidades, pues sus padres no tenían el dinero para los lápices, cuadernos o puntillas que le pedían. Fue mejor mantener a los niños en casa para que ayudaran en las tareas domésticas y en las artesanías. Salirse de la escuela le entristeció mucho. La señora Juana cree que no se sabe expresar bonito porque no estudió, sin embargo es lo contrario, pues muestra una gran sabiduría que le ha dado la enseñanza de la vida y lo manifiesta en su talento como artista. Cuando la señora Juana estaba chiquita, se sentaba junto a sus papás cuando estaban trabajando en los monos. Su papá le preguntó: “mira, hija, ¿no te gustaría hacer esto?”, ella dijo: “sí, papá, sí me gusta”; él le increpó: “¿y sí lo irás a hacer pa’ grande?”, ella afirmó que sí. Cogía pedacitos de papel y los untaba muy bien con engrudo, mientras su papá le indicaba cómo y dónde los pegara. De ahí empezó a hacer los monos de cartón; le atraía mucho el trabajo, se fijaba cómo hacían las pinturas y el yeso o blanco de España, y así aprendió, nada más viendo, cómo preparar los colores en la parrilla de carbón o leña –donde salen mucho mejor– o en la estufa. Su papá tenía más inventiva que su mamá para crear los monos, habilidad que Juana heredó, pero



que con el tiempo superó, pues ha llegado a crear grandes figuras que se caracterizan por bocas, narices y ojos grandes, formas más bonitas y cuidadas en la vestimenta, así como en los colores que emplea, muy llamativos. Esmero que se le ha reconocido en varios concursos y por los compradores de sus

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artesanías. Como un mono panzón con tres cabezas de diablo, al que le puso alas y lo vistió muy bien para concursar. También de sus padres heredó otras habilidades artesanales, como la elaboración de dulces de calabaza o chilacayote, así como los alfeñiques que se venden


para el Día de Muertos, también muy típicos de la ciudad de Guanajuato. Con el tiempo y la muerte de la mayoría de sus hermanos y hermanas, las diferentes artesanías que elaboraba la familia se han ido perdiendo, pues la nueva generación ha tenido oportunidad de estudiar y realizar otras actividades ajenas a lo artesanal. Sólo uno de sus hermanos vive y, junto con la señora Juana, se dedica todavía a la realización de monos de cartón, sobre todo Judas y charritos para vender en Semana Santa. Por desgracia, la tradición de la quema de Judas se ha perdido y queda muy poca gente a la que le interesa comprar. La señora Juana asegura que desde la explosión en Celaya y la prohibición de estallar los Judas con cuetes, la tradición decayó mucho, sobre todo la venta del diablo, que era el más solicitado. Además han tenido que enfrentarse al problema de que hay pocos lugares para ofrecer sus piezas; es una artesanía que se vende sólo en una época muy específica, pues fuera de la Semana Santa es poco demandada. La señora Juana ha luchado por defender su trabajo ante las autoridades, tratando de aliarse con otros artesanos, sobre todo para mantener viva la tradición cada año, pues es algo muy característico de Guanajuato ver los

puestos de Judas, charros, alebrijes, máscaras y demás objetos hechos con cartón. Su puesto de venta casi siempre está en el mercado, por los días santos, pero ha batallado últimamente para que la dejen vender, pues a la presidencia municipal ya no le interesa promover la venta de artesanías o les cobran muy caro por instalar el puesto. Por desgracia todo ello ha resultado en una pérdida de gran parte de la tradición de la cartonería guanajuatense. En cambio, de joven llegó a vender gran variedad de objetos para el Jueves de Corpus, como piñatas, máscaras, banderitas, chacos (gorros de soldados romanos) y monitas vestidas; los diablos los compraban para tronarlos en fiestas grandes, ahora ya sólo se hace en casas de algunos particulares, al no permitirse en las vías públicas. Antes colgaban los monos en los arboles, los tronaban y se veían muy bonitos, recuerda doña Juana. Hubo un tiempo en que se iba con algún hermano a vender los monos a Aguascalientes. Como no se usaban los monederos, se amarraba un hilo alrededor de la cintura sobre el fondo, para echarse ahí el dinero mientras vendían, y como medida de seguridad en el viaje de regreso. Al llegar a casa,

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ponían una sábana en el suelo, se desamarraba el cordón y caía todo el dinero, acomodaban los billetes arrugados, llegando a juntar un buen montón de ellos. Con parte de ese dinero pagaba las deudas anteriores y el préstamo para el viaje fuera del estado. Después de Semana Santa o Día de Muertos, eran las épocas de comprar zapatos en León y ropa que en ocasiones era comprada en Aguascalientes. De joven, la señora Juana fue muy tremenda, le gustaba mucho bailar y era muy llamativa para los hombres. Tuvo varios pretendientes, algunos muy ricos, que le ofrecieron comprarle su vestido de novia y pedirla formalmente, pero siempre rechazó ese tipo de propuestas porque pensaba en ayudar a su mamá, que quedó viuda cuando Juana estaba joven. Muchos hombres le hablaron de dinero, pero como no es interesada ni ambiciosa, no les hizo caso. Tuvo varios novios, pero como estaba impuesta a trabajar y a ser independiente, dejó pasar el tiempo, aun cuando su mamá murió y ella todavía era joven. Ahora que ya está grande sí se arrepiente de no haberse casado, pues no tiene quién la acompañe y le ayude, sobre todo porque padece de bronquitis

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y sabe que su cuerpo ya no tiene la misma fuerza, especialmente en una rodilla, pues ha sufrido varias caídas que la han perjudicado. Nunca ha sido floja, le gusta trabajar y es muy activa, se considera la más “chambeadora” de sus hermanos. Sus papás le dijeron que aprendiera a trabajar por si un día le hacía falta, tuviera o no familia, por eso está acostumbrada a trabajar, así como a traer su dinero, para gastarlo o regalarlo; cuando no tiene, se aguanta. Hasta hoy día sigue trabajando en las artesanías haciendo sus monos de cartón y dulces típicos. Vive en casa de su hermano, pero trabaja en un espacio que le prestaron, pues no quiere molestar a su familia; sabe que su trabajo puede ser un poco sucio por los papeles y el engrudo que necesita. En ocasiones trabaja a la sombra de un gran pirul, donde sus amigos se acostumbraron a verla tan concentrada: le ofrecían una fruta o pan, pues sabían que no dejaría de trabajar hasta que oscureciera. Siempre ha sido de muy buen comer y dulcera. Dice que su trabajo como cartonera da mucha hambre y sed, porque todo el cuerpo se ocupa; requiere concentrarse, mantener la atención en lo que hace y visualizar cada detalle que le pondrá a



sus monos de cartón. Su trabajo requiere varios meses de anticipación. El problema es que muchos compradores no valoran ni entienden el tiempo y los diferentes procesos que conlleva realizar un solo mono y en ocasiones no quieren pagar el precio justo, pues creen que es muy fácil porque es de simple cartón y papel. Cada uno de los procesos que conforman la elaboración de sus piezas de cartón requiere un gran esfuerzo físico; y aunque es muy jovial y fuerte, dice la señora Juana que su cuerpo ya no aguanta lo mismo, sobre todo la espalda, pues necesita estar mucho tiempo sentada. Lo que no le mortifica es el cansancio mental, su “mateta”, como ella le llama a su cabeza, o más propiamente a su imaginación, le permite seguir creando diferentes formas y maneras de hacer ingeniosos sus diseños y con un colorido atractivo a cualquiera. La especialidad y la técnica de Juana Andrade para hacer monos La señora Juana heredó las habilidades de sus padres, pero también los moldes para hacer sus monos de cartón. Son muy viejos, por lo que los aprecia mucho, pues ya no hay artesanos que los elaboren. Esos moldes fueron hechos por un compadre de sus papás. Antes, su familia tenía moldes

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de piñatas, toritos, burritos, venados y varias caras. Aún conserva un molde de una piñata de Santa Claus que su mamá pidió de forma especial, del cual ahora usa la cabeza para moldear los Judas y diablos, a los que les hace crecer la barba. Sus moldes son de madera de patol –no de yeso como los de otros artesanos–; son muy blandos y ligeros para poder maniobrarlos, aunque están muy gastados por el continuo uso y el roce que provoca la navaja al romper el empapelado para

sacarlo, pero los repara con clavos y papel porque son su gran tesoro. A los moldes hay que pegarles bien el papel, como le enseñaron de niña, con engrudo para que no se caiga. “No son enchiladas”, dice ella; este arte requiere mucho trabajo y es muy pesado. Es cansado para la espalda y el cerebro. A la señora Juana le gusta hacer todo el proceso de creación de los monos, pero con tiempo; empezaba en julio o septiembre, “al pasito”, para la venta en Semana

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Santa, dejando tres o cuatro días para descansar, y cuando acababa unos, seguía con otros. Entre las diferentes molduras que tiene se destacan los cuerpos, los diferentes tipos de cuernos, las cabezas y los piloncillos de los sombreros de los charritos. Pero estas molduras no hacen por sí solas a los monos. Es más bien la “mateta”, el estar piense y piense lo que hace acoplar cuerpo, cabeza, cuernos y vestimenta. Puede ser con orejas grandes y puntiagudas, chimuelos o sonriendo. Los moldes no limitan la creación de sus monos, pues aunque tienen tamaños específicos, se las ingenia para hacerlos crecer o modificarlos para que cada uno sea diferente. Es en ese proceso donde intervienen sus manos mágicas, con ellas va moldeando el papel para crear una nariz grande o picuda; hacer un orificio en la boca para agregar dientes, colmillos o la lengua; cambiar el tamaño de los ojos; agregar a las patas zapatos o garras; así como los dedos o uñas a las manos; entre otros muchos detalles, como los bigotes. Tiene además diferentes tipos de cuernos, como los de borrego, toro o chivo; destacan unos cuernos como luna, que les gustan mucho a quienes le compran los monos. A algunos les agrega alas

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o cualquier tipo de ornamenta que los haga lucir más vistosos. Después de unir las piezas de cartón y completar los detalles, pinta los monos de blanco o yeso, al que se agrega la pegadura exacta, proporción que le permitirá que no se despegue o se ponga negro. También los colores llevan una cierta porción de pegamento, para evitar que se vean como manchas y para que mantengan su viveza e igualdad sobre todo el papel. Afuera de su lugar de trabajo se puede ver el fogón y la olla para preparar los colores, todavía con carbón, pues se hacen mejor. Le gusta combinar colores muy llamativos, para lo que necesita concentrarse mucho. Para que salga todo bien le gusta tener tranquilidad y espacio. De esa forma viste a los charros de colores, dibuja los pantalones y la ropa variándolos y entremezclando su viveza. Dibuja todos los detalles, como los botones o bolsas de los pantalones, las chamarras o carrilleras. Por ejemplo, el color oro sólo lo usa en algunos monos muy especiales, como los diablos. Da algunos toques finales agregando peluche –de color rojo, blanco o negro–, para darle vista a las barbas, a las cejas o como pelo; le gusta usar el que es más largo, que mide cerca de siete




centímetros, pues hace lucir a los monos y resalta los diferentes detalles que ha pintado. Hace algunos monos chaparritos o panzones, otros con cabeza de caballo, además de los típicos charros y diablos que son su especialidad. A todos les dedica mucho trabajo, que es muy laborioso y

nada fácil, siendo sus manos las que dan la forma final al papel y lo embellecen con los colores. Sabe que Dios siempre le socorre con algo a cambio, por eso ha mantenido la tradición, aunque su cuerpo ya no le permita hacer tantos monos de cartón como antes. Amor Mildred Escalante

Fuente Andrade, Juana, entrevista realizada por Amor Mildred Escalante, en Guanajuato, Gto., el 10 de marzo de 2014.

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Aurelio Agustín Pedro Arredondo Rangel Esculpiendo una tradición

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n el corazón de Guanajuato, en medio de las llanuras del Bajío se encuentra la prolífera ciudad      de Salamanca. Fundada en 1603 como villa de españoles, formó parte de un proyecto coloniza  dor de la Corona para explotar sus fértiles tierras. Para lograrlo, fue rodeada por pequeños pueblos de indios, lo que la convirtió en un gran centro de mestizaje, no sólo humano sino cultural, por el cual se fue conformado su identidad. Esta identidad quedó plasmada en una de las tradiciones más arraigadas del lugar: la elaboración de nacimientos monumentales de cera, que hizo de varios de sus pobladores grandes virtuosos en el manejo de la cera esculpida. Uno de los mejores exponentes de este arte tradicional es el maestro Aurelio Agustín Pedro Arredondo Rangel, que nació en esta ciudad de Salamanca el 27 de mayo de 1961. Hijo de María Guadalupe Rangel Manríquez y de Francisco Arredondo Hernández, don Agustín es depositario de una arraigada tradición salmantina. Todos sus ancestros, oriundos de esta ciudad, hicieron su vida dedicándose al comercio. Su tatarabuela manejaba varios negocios: tenía una tienda de telas, una carbonería y un taller con más de cuarenta telares, y en el año de 1867 agregó a éstos la cocina o venta de comida:

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en mi familia manejamos la comida desde 1867, cuando en este recinto1 se hizo la primer[a] penitenciaría del estado. [Entonces mi tatarabuela] agrega a sus negocios la cocina, porque la gente que venía a ver a sus presos empezó a tocar puertas aquí alrededor [para] que les vendieran algo de comer [por]que venían de lejos […]y otra circunstancia por la cual este [de] aumento más cocinas fue que la Semana Santa aquí en Salamanca era muy fuerte y venía muchísima gente a ver al Cristo Negro y entonces [en] las cuatro esquinas de las cuales era dueña, puso las fondas, las cocinas. Era curioso que la gente mencionara o dijera “me gusta más acá” y era la misma comida.2

El ex convento Agustino de San Juan de Sahagún, espacio que hoy ocupa el Centro de las Artes de Guanajuato. 2 Aurelio Agustín Pedro Arredondo Rangel, entrevista realizada por Anabel Plaza Terán, en Salamanca, Gto., el 8 de marzo de 2014. Las subsiguientes citas provienen de la misma fuente. 1


El maestro Agustín Arredondo creció alrededor de seis hermanos, de nueve que llegaron a ser. El mayor es Francisco Arredondo Rangel, quien decidió dedicar su vida al futbol y con el que alcanzó fama. Enseguida nació su hermana María, quien decidió seguir con la tradición de las mujeres de su casa: la venta de alimentos preparados y, quien, afirma, hace las mejores enchiladas de todo Salamanca, mismas que vende en el portal Corregidora. Su otra hermana se fue a vivir a Puerto Vallarta, donde maneja una empresa de helados y paletas. La siguiente es Soledad; ella ha dedicado su vida a la enseñanza en escuelas primarias y telesecundarias, y quien ya cuenta con más de cuarenta años de servicio. Al igual que Soledad, su hermana Consuelo se dedica a la docencia, pero con especialidad en matemáticas. Y finalmente Agustín. Toda su vida vio su casa rodeada de artesanías, ya que su abuelita heredó toda clase de oficios, entre ellos la pólvora, la elaboración de alfeñiques, la cartonería, el trabajo con hoja de lata… “todo lo que se vendiera”, y por supuesto las figuras de cera, en las que era toda una artífice, sólo que su trabajo era en tamaño más pequeño: Ella modelaba sus caras, las tallaba en huesos de aguacate; rápido se sacaba un molde, cuando lo terminaba quedaba intacto. Pero el hueso de aguacate se va reduciendo, va perdiendo la humedad y se le hacían unos viejitos bien curiosos.


Recuerda que año con año se hacían en su casa las figuras de cera; veía a su abuelita y a sus tías modelando. Al pasear por las calles de la ciudad brincaba para poder ver a través de las ventanas

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los nacimientos que armaban los vecinos, y uno de los que más le gustaba ver era el de la señora Amadita Rico. Así fue que todas estas actividades, que formaban parte de su vida diaria, hicieron que


el cariño a la figura de cera fuera creciendo cada vez más. Siempre curioso y ansioso por aprender a hacer las figuras, buscaba los consejos y enseñanzas de su madre, que le cedió toda la base teórica; pero ella dejó de producir sus figuras a partir de los años cuarenta, cuando se abrió el primer mercado en la ciudad, y con hijos que mantener, decidió dedicarse completamente al comercio. Entonces Agustín acudió a buscar apoyo en su tía materna, con la gran desventaja de que ella sólo producía cada fin de año, los meses de octubre, noviembre y diciembre. A pesar de todo, él hizo sus pininos en la cerería desde los nueve años de edad. En estos primeros años un obstáculo que tuvo que sortear fue la negativa de su madre, quien notó un ánimo desmedido en su joven hijo, y una dedicación excesiva a la práctica de este oficio al cual veía sólo como un pasatiempo y no como algo que pudiera darle un sustento, por lo que juzgaba su dedicación como una pérdida de tiempo. Fue por eso que muchas de sus primeras prácticas tuvieron que ser a escondidas de su madre. Y en este proceso de autoaprendizaje echó a perder muchos moldes, a los que tenía prohibido acercarse, no sólo porque su

madre no quería que se involucrara demasiado en el oficio, sino porque los moldes eran considerados reliquias familiares, y no únicamente en su casa sino en cualquier familia salmantina que se dedicara a la elaboración de figuras de cera. Sus familiares se percataban de la ausencia de estos moldes cuando los necesitaban y no los encontraban, y cuando tiempo después aparecían quebrados y pegados a la cera, se daban cuenta de que Agustín había estado practicando, pero eso no disminuía el coraje de los suyos, pues eran los moldes de la abuela. La práctica del acierto y el error, con el que arruinó varios moldes, sirvió para formar su técnica, pero para pulir su manejo de la cera buscó la ayuda de otros artesanos salmantinos como Bartolomé Hurtado, quien le dio algunas clases, y Velia Villanueva: Es parte de la gente que a mí me formó. Tanto uno como el otro, la magia, la gracia, la fuerza de su trabajo es lo que a uno le mueve a buscar: quiero aprender más, más. Y ellos fueron quienes a mí me enseñaron, no directamente, este tener que buscar algo más.

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Al inicio logró hacer varias figuras para los nacimientos familiares, y toda esta práctica redundó en que la señora Amadita Rico, originaria de la hacienda de San Vicente de Flores, le pidiera que fuera él quien le hiciera sus piezas para el nacimiento. Fue así como, a los 15 años, Agustín dio el salto de amateur a profesional, y animado por esta señora comenzó a ofrecer sus servicios en la creación de piezas de cera. Él nos cuenta: …fue una de mis primeras clientas y ya no existe ese nacimiento, lo vendieron, y a la persona que se lo vendieron creo que se le cayó el techo de la bodega en Irapuato, y quedaron a la intemperie las figuras y se deshicieron todas; no se dio cuenta este dueño y pues, bueno, ya se perdió todo eso, pero ahí estaba una de las primeras figuras que yo vendí.

Hacer estas piezas para sus clientes no fue fácil, pues por la inexperiencia en una producción más intensiva, era demasiado el tiempo que debía dedicar a cada pieza y al armado del nacimiento, ya que desde tiempos inmemoriales el espacio ocupado por estos nacimientos se aproximaba a

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los ocho metros de largo por siete de ancho, y por cuya extensión ahora les llaman monumentales. “Pero bueno le van enseñando a uno la forma de hacerlos cada vez más rápido y más rápido, más completos, más vistosos.” Fue así que el arte que le habían enseñado su madre, su tía y su abuela, y a ellas su bisabuela y a ella a su vez su tatarabuela, había llegado a su clímax: la herencia había sido entregada. Pero no fue suficiente. Había más que aprender, había más que ahondar, había conocimientos y saberes que aún no había explorado, y que necesitaba para acercar más su trabajo a la perfección. La pasión por su labor lo llevó a conocer el arte desde una perspectiva más académica, por lo que ingresó a la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guanajuato en 1982. La técnica ya la dominaba, pero había que afinar varios detalles y conocimientos, así como también probar con otros materiales. La experiencia académica logró que se diseminara y creciera una pequeña semilla que había llevado desde siempre: su aportación a la técnica de la cera. Porque la trabajaba muy bien, pero su inquietud consistía en qué era lo que iba a trascender, cuál era la huella que iba a dejar. Por entonces



existía un problema muy grande en el gremio de los artesanos de la figura de cera en Salamanca: los moldes. Aunque todos los artesanos sabían manejar la cera, esculpirla, pigmentarla y hacer todos los detalles, que resultaba en piezas hermosas, eran realmente pocos lo que podían hacer los moldes para sacar estas piezas, lo que los convertía en reproductores del trabajo de alguien más. “Ésa fue mi preocupación. Decía: yo no quiero repetir la obra de equis persona, yo quiero hacer lo mío.” Así, para hacer germinar esta semilla encontró en la Escuela de Artes Plásticas varios afluentes que la fueron regando y nutriendo para hacerla crecer. Nombra entre ellos a Jesús Gallardo, pintor leonés, a Paco Patlán, a José de Jesús Fernández Capelo, ceramista muy famoso. Artistas extranjeros como Isayuki Nomura, que me enseñó unas disciplinas para trabajar, muy drásticas pero muy buenas; él me enseñó la pintura tradicional japonesa, la cual no hago, pero lo que me dejó en conocimiento sí, y su disciplina me ha ayudado muchísimo porque todos estos maestros, incluso también otro que tuve de Bélgica, Jean Mayer, espléndido maestro…

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Y finalmente el más importante de todos ellos, y quien más influyó, no sólo en su obra, sino además en su vida personal, fue el famoso escultor guanajuatense maestro Tomás Chávez Morado, quien además de entregarle todos sus conocimientos, también le entregó su amistad. Me ofreció su casa, yo deambulé en su casa como si fuera la mía, me invitaba a comer; vamos a mi tierra, que era Silao, no estaba lejos, ¿verdad?, pero bueno. Íbamos a León…

Y fue este gran maestro quien vio en él y reconoció su talento en la escultura de cera. Cuando le pidió ver su trabajo −porque sabía que en Salamanca se hacían piezas de cera muy bonitas−, Agustín le presentó piezas pequeñas con manos perfectamente definidas y finos retoques, y al verlas el maestro exclamó: “¡Yo ni loco haría eso! ¡Y menos estar pintando monitos!”, por lo que se inclinó ante él haciéndole una reverencia. Continuó: “Pues tú ya lo tienes todo, te has desarrollado mucho en la figura humana, lo único que te hace falta es que yo te hable de conocimientos técnicos, más técnica”.


Esa confianza que tenía en su alumno como artista la manifestó invitándolo a trabajar en un proyecto para Japón. …fuimos de los invitados a un proyecto [para] hacer unas puertas que tenían cinco metros de alto, en tableros de cedro; los tallamos con la zoología de todo lo que era México, su arquitectura prehispánica, nuestra idiosincrasia, nuestros alimentos; todo eso iba tallado en esos tableros y que fue un honor tan grande para mí, que a mí me invitara, y pegaba de brincos como chango artrítico, pues, porque mi maestro me invitaba a trabajar. Y esos tableros se fueron a un centro comercial que se llama “México en Tokio”, es una de mis más grandes satisfacciones, incluso atrás a los tableros les pusimos en pequeñas letras: “Por si alguna vez te vuelvo a ver”.

Su paso por la Escuela de Artes Plásticas, desde su ingreso en 1982, fue cubriendo una serie de inquietudes, pero lo que considera la aportación más importante en su formación fue que le mostró la importancia de la originalidad, de ser único, de mostrar lo que es y no olvidar de dónde viene.


Y mi formación en la Escuela de Artes Plásticas me lleva a decir “Yo soy mexicano” y yo como mexicano tengo que mostrar lo mío, lo que yo haga, lo que se hace aquí, que lleve mi identidad, la identidad endémica de donde yo me desarrollé, de donde yo estoy.

Una manera de poner a prueba su trabajo, de comparar su evolución y calidad, ha sido la participación en concursos, que han sido tantos que ya no recuerda el número exacto de ellos ni las ediciones en que ha estado presente, sólo algunas de las instituciones convocantes como el fonart, y el Gobierno del Estado de Guanajuato. En estos concursos se ha enfrentado incluso a competir con otro tipo de técnicas completamente diferentes a la cera. Ganó varios primeros lugares, segundos, de todo ha encontrado; es por eso que desde hace algunos años dejó de participar en todo tipo de concursos. En 1987, por ejemplo, participó en el I Concurso “La cera artística guanajuatense”, categoría nacimientos, en el que obtuvo el primer lugar, y la calidad del trabajo fue tal, que la misma institución convocante compró sus piezas para que formaran parte de su colección.

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En 1984 obtuvo el primer lugar en uno de estos concursos nacionales, que le valió una invitación a dar clases por parte de la secyr, ya de una manera formal, porque antes estuvo enseñando esporádicamente. Recuerda que el primer grupo al que mostró sus conocimientos fue una camarilla de señoras que se reunía en casa de una ellas en la calle Ezequiel Ordóñez, y cuando logró instalar el taller en su casa, en la calle Monterrey, dejaron de asistir. Pero con la oportunidad otorgada por la Dirección General de Cultura logró formar grupos más interesados y dedicados. Impartió estas clases afiliado a la secyr hasta el año de 1995. Pero la labor de formar nuevos artesanos no terminó ahí. Su trabajo se ha extendido de su taller personal a la Casa de Cultura de Salamanca, donde hasta la fecha sábado a sábado comparte todos sus conocimientos con las personas que se acercan a su taller. Porque ser maestro le resulta bastante gratificante: “Fíjate que lo que te agrada creo que no te pesa. Eso lo dijo el Pípila. […] Salía de trabajar del Seguro Social, la clínica aquí en Salamanca, y me venía para dar clase”. Pues dar clase se convierte en una retroalimentación con sus alumnos, cada uno tiene algo


diferente que aportar y él puede aprender de cada uno. Pero además el formar artesanos también lo lleva a dejar en esos alumnos su forma de trabajar, haciendo de la enseñanza otra forma de hacer que su obra trascienda:

Que tu forma de trabajar, tu factura, si no se la sabe quitar el alumno, se va aquedar con ella toda la vida, y cuando llegue alguien que registre la obra va a decir: “pues esto es del maestro Agustín Arredondo”. […] Pero ese agregar, el manejar de

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tu color, tu proporción, queda en el alumno, y que se lo sacuda está canijo.

Aun así busca sembrar en sus discípulos esa inquietud que los lleve a buscar su propio camino y a formar una técnica propia. Que sean originales, que su trabajo hable por ellos, para que no reproduzcan el trabajo de nadie más. Por eso le llena de orgullo saber que en la presente edición del Concurso Nacional de Cerería y Ceriescultura dos de sus alumnos resultaron ganadores. Pero todas estas satisfacciones que le otorga la elaboración de las figuras de cera también implican un gran trabajo; desde limpiar la cera, revisando que quien la provee no la haya contaminado con parafinas baratas, y hacer sus imprimaturas. Aunque, para él, lo más complicado de las piezas es cuando tiene que hacer niños, pues no sólo la proporción del cuerpo es totalmente distinta a la de un cuerpo adulto, sino que son las caras las que se convierten en el verdadero reto, ya que las caras infantiles deben expresar inocencia, reflejar dulzura e inspirar ternura.

…en el momento dado que te encarguen querubines, angelitos y serafines, ahora sí que ninguna cara sea igual, porque están tan fácil como hacer que te repito el mismo, el mismo, el mismo, pero a la hora que el cliente hace el encargo dice: “oye pos todos se parecen”.

Además, dentro del armado de la pieza lo que siempre se convirtió en un problema fue vestir la figura, pues la selección de las telas, la combinación de colores y texturas era algo sumamente complicado, pero con la ayuda femenina esos problemas terminaron desde que Blanca Laura Márquez Ramírez, su esposa, entró a su vida. Ella es, quizá, la persona más orgullosa del trabajo de Agustín, y es por eso que siempre le ha ayudado y ha estado ahí para apoyarle: Desde que entró a mi vida, ella se quedaba con una de las partes más pesadas: el peinar. Ella peinaba animales: […] camellos, caballos, borregos, todo peinar ella lo domina muy bien y es algo muy difícil que los alumnos aprendan. […] No es simplemente bajar el peine y hacer rayas, rayas, rayas, no. Hay que darle su sentido,

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su ritmo, porque por ejemplo, en el camello y el caballo lleva un sentido el pelo, dónde empieza, dónde termina, cómo se va moviendo, todo eso ella lo recreaba muy bien.

Y ahora, desde 2010, la tradición de esculpir figuras de cera, conservada por cinco generaciones, se transmite a una más, a sus hijas: “Diana Laura Arredondo Márquez y Ana Karina Arredondo Márquez son, espero que sean, las siguientes artesanas, que hereden todo lo que yo haga y deje, que sea algo para ellas”. Ana Karina, la más pequeña, es quien demuestra más gusto por cerería, y quien contenta acompaña a sus padres a impartir sus clases; ahora está iniciándose en el dibujo, y ya da grandes muestras de talento, pues en ella se ha notado un excelente punto de observación, y es a través de la observación que se forman los grandes artistas plásticos. Pero para los grandes artistas plásticos existe una regla que es casi imposible acatar: nunca enamorarse de su obra. Agustín recuerda que en la Escuela de Artes Plásticas su maestro Isayuki Nomura le repetía esas palabras: Nunca te enamores de lo que haces, porque nunca vas a avanzar. Él, lo que yo elaboraba, en las clases que yo hacía, me lo destruía. Me lo retiraba, otro, y otro, y otro.


Aún así, para alguien tan entregado a su trabajo, le es imposible no hacerlo. Cada paso de esa ceremonia que se llama ceriescultura está lleno de amor y pasión. En cada pieza deja parte de su ser y de su alma, a tal grado que: Hay veces en que le salen a uno las lágrimas en una pieza que te costó, pos no digamos sangre, ¿verdad?, pero sí parte de ti… […] y hubo un trabajo, hace muchísimo, 1988 más o menos, que sí me sacó las lágrimas, sobre todo cuando se vendió, cuando se la llevaron, porque el dinero que te ofrecen no suple. Así que te voy a decir, como dijo una maestra que tuve de la técnica de litografía: “es que lo pares”. Bueno a mí no me dolió igual, ¿verdad?, pero sí al desprenderte de algo como que sientes que se va tu hijo o algo así.

Lamentablemente, en estos tiempos de “úsese y tírese”, muchas personas ya no aprecian la calidad artística con que son elaboradas las piezas, y es casi imposible competir con los precios de figuras industrializadas de otros materiales, como las resinas.

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Por ejemplo, firmas muy fuertes y antiguas como la Roldana de Barcelona se han hecho muy comerciales precisamente porque la gente ya no puede comprar un trabajo meramente fino, o bien elaborado, que no te resulta relativo el tiempo en que lo produces con el costo en que lo tienes que ofrecer para que lo pueda alcanzar el demandante; eso nos lleva a trabajar más simple, para poder aumentar la productividad y abaratar el producto.

La introducción de figuras industriales ha afectado de manera directa la elaboración de nacimientos, pues anteriormente se hacían representando los diez pasajes bíblicos, pero ahora sólo son “los reyes, el misterio, buey y mula, niño Dios, el ángel de gloria, tres pastores, una aguadora y seis borregos”, para hacerlos más accesibles. Y aun así hay personas que se escandalizan con los precios y que se atreven a comparar estas figuras de cera artesanales con los productos que venden en los supermercados, con las que realmente no hay punto de comparación pues tan sólo el tiempo de elaboración de una buena pieza podría extenderse a más de un mes.


La ceriescultura tiene una batalla de proporciones épicas frente a ella, el reto de enfrentarse a un mundo industrializado le deja en seria desventaja, ante un público que, en su mayoría, ya no sabe apreciar el trabajo y la belleza artística con que son elaboradas estas piezas. Pero esto no nubla el ánimo de Agustín, pues el estar consciente de esta

problemática lo lleva a innovar y buscar nuevas formas y maneras para que su obra llegue al mayor público posible; reducir el tiempo y el costo de producción de las piezas ha sido una de las medidas a implementar, mediante el uso de otros materiales como las parafinas vegetales:

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…aquí en la figura de cera empleamos la parafina china, que es la mejor. Es una parafina que sale de origen vegetal y el color que yo uso que es el bermellón, así se llama bermellón de china, es el mejor. Éste al igual como la cochinilla no los acaba el sol, con el tiempo al contrario se le va manteniendo y sube un poco más.

A pesar de todas las dificultades a las que ahora se enfrenta la figura de cera, Agustín ha sabido encontrar grandes dichas. De estos buenos momentos, uno de los mejores fue cuando su madre dejó de decirle: “De eso no vas a vivir […] no vas a lograr mucho”. Y esto fue cuando vio todos los logros que

alcanzó su hijo y los reconocimientos que le dieron, como el que le dio Raúl Velasco cuando visitó Salamanca; la invitación para exponer en Italia a través de la revista Nazione, y la aparición en el libro La cera en México, que editó banamex en 1993, donde fue reconocido como uno de los grandes maestros del arte popular en México. Que su trabajo sea reconocido es una de las satisfacciones más grandes que lo animan a seguir “dando la vida por el arte”; son más de cuarenta años de labor los que han ido alimentando ese amor a su trabajo, ese amor al arte popular: “Yo la figura de cera [la tengo] presente, yo no la puedo sacar de mi interior, porque es lo que me forma”. Anabel Plaza Terán

Fuente Arredondo Rangel, Aurelio Agustín Pedro, entrevista realizada por Anabel Plaza Terán, en Salamanca, Gto., el 8 de marzo de 2014.

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Familia Álvarez Velázquez Si me muero ya vi nacer uno de mis carrizos

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n Guanajuato, la cestería se desarrolla en varios municipios del estado, aunque la producción más importante recae en manos de los integrantes de la congregación indígena otomí de San Ildefonso de Cieneguilla, en el municipio de Tierra Blanca. Ahí, de forma ancestral, generaciones de familias han reproducido el arte de entrelazar el carrizo para crear una gran diversidad de objetos que dan identidad a los habitantes de este municipio. La congregación indígena otomí de San Ildefonso Cieneguilla está conformada por 19 comunidades,1 las cuales generan la producción cestera más importante del estado de Guanajuato. La congregación por

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Cerro Colorado, Torrecitas, Arroyo Seco, Cano de San Isidro, Fracción de Cano, Rincón de Cano, El progreso, La Barbosa, Peña Blanca, El Picacho, Cieneguilla, Cañada de Juanica, Las Moras, El Salto, El Sauz, El Guadalupe, Las Adjuntas y Villa Unión.

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muchos años ha desarrollado las actividades de la vida rural: siembra, cuidado de animales, pastoreo y sus celebraciones religiosas. Por cientos de años los otomís de Tierra Blanca han reproducido uno de los oficios más antiguos que han caracterizado a su etnia, y es ahí, en el corazón de la congregación, donde vive la familia Álvarez Velázquez. La familia Álvarez Velázquez está integrada por don Teódulo Álvarez Ledesma y doña María

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Félix Velázquez, un matrimonio que a lo largo de su vida se ha encargado de promover sus tradiciones y continuar con el oficio que aprendieron y que hoy en día es parte de su legado familiar y cultural a su comunidad. Don Teódulo, o El Grande, como le dicen de cariño en la congregación, nació el 13 de febrero de 1956; sus padres Eduviges Álvarez y Juana Ledesma, se dedicaron a la agricultura. Al quedar


huérfano, don Teódulo fue criado por sus abuelos paternos, Juan Álvarez y Albina Barrientos. De pequeño Teódulo ayudaba a sus abuelos a criar el ganado y a la siembra. Como la mayor parte de los habitantes del noreste del estado de Guanajuato, los productos que elaboraban y cosechaban salían a venderlos a otros municipios, así que desde temprana edad tuvo que caminar días y días para llegar a otros municipios y vender con su abuelo sus canastas, aguacates, cañas, higos, frijol, calabazas, garbanza, chícharos, entre otros productos. Recuerda que su niñez fue complicada, con carestías y sufrimiento: “En aquel tiempo estaba más duro que ahorita, no había caminos, había hambre pero no había nada que comer… comíamos una vez al día, le decían el hambre”.2 Lo que los habitantes recuerdan como la época del hambre tiene que ver con una gran sequía que se presentó

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en la zona y que provocó que se acentuara más la migración laboral. Después de terminar la primaria, decidió lanzarse a la aventura y conocer otros lugares; primero se fue a trabajar en el corte de jitomate en Celaya y Cortazar, luego regresó a su comunidad para enseguida emigrar con unos compañeros a Nayarit: “y ahí fui subiendo de profesión, fui huacalero, cargador, después a la bodega, todo en el jitomate; le trabajamos a un señor multimillonario, fui subiendo de grado”. Posteriormente lo invitaron a irse de mojado a los Estados Unidos; estando allá trabajó en actividades relacionadas con el campo y la ganadería. Nos comenta que “allá, si eres inteligente, eres el mil usos”, por eso tuvo una gran diversidad de trabajos, como tatuando vacas, en la pisca de nuez, en la construcción, manejando, barbechando, entre muchos más. En 1986, uno de sus patrones le arregló toda su documentación

Teódulo Álvarez y María Félix Velázquez, entrevista realizada por Fátima del R. Aguilar Mata en la comunidad de Peña Blanca, Tierra Blanca, el 15 de abril de 2014. El resto de las citas proviene de la misma fuente.

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para entrar de forma legal al país vecino, el cual sigue visitando periódicamente. Cuando tenía veinte años de edad conoció a María Félix Velázquez, con quien sostuvo un noviazgo de dos años y con quien decidió compartir su vida y realizar, a partir del amor, la confianza, el apoyo y la ayuda mutua, el deseo de fundar una familia. Con el tiempo procrearon ocho hijos: José Luis, Adelia, Alfonso, María Félix, Elizabeth, Argimiro, Rosa María y Adriana. Por su parte, doña María Félix Velázquez nació el 27 de febrero de 1956, siendo sus padres Refugio Velázquez y Leobina Sánchez, quienes se dedicaban a la venta de plantas y a la elaboración de canastas. Con apenas ocho años de edad, doña María se adentró en el mundo del tejido de canastas, pues desde niña observaba todos los procesos de elaboración de los objetos tejidos que fabricaban sus padres. Ella juntaba todos los pedazos del carrizo que desechaban sus papás y con eso empezó a practicar. Recuerda que su papá la regañaba si echaba a perder sus carrizos: “rájeme este carrizo, yo le decía [a mis papás], rájeme esta puntita de carrizo, porque no me querían dar carrizo bueno, me daban puras puntitas que sobraban, y les decía: deme ese

carrizo. No, agarra ése si quiere, porque mis carrizos me cuestan ir a buscarlos, me los echa a perder”. Su inquietud por aprender y mejorar sus primeros trabajos la llevó a realizar todo tipo de piezas, lo cual la ha posicionado como una de las mejores tejedoras de la región. Otra de las grandes pasiones de doña María es la cocina; como heredera de una importante tradición culinaria otomí, ha estado presente en importantes foros y espacios donde ha dado a conocer la variedad y riqueza de su congregación en la elaboración de sus alimentos. En esos espacios muestra el conocimiento y utilización de los elementos de su entorno, y el despliegue de creatividad que caracteriza su cocina, siendo su especialidad los dulces. Siempre está innovando en sus recetas para elaborar las gelatinas de guamisha, xoconoxtles cristalizados, garambullos garapiñados, dulce de chile de duraznillo, dulce de camote, tamarindo y membrillo, mermeladas, garapiñados de garbanzo, entre muchos otros. Su amor por la cocina le ha merecido importantes reconocimientos, no sólo a ella sino a toda su familia, en el Concurso de la Cocina del Noreste que se realiza en Santa Catarina, en el Concurso de Dulce Regional y en el de la Cocina Otomí, por mencionar algunos.

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La familia Álvarez Velázquez hoy en día es una de las familias más importantes de la congregación; la necesidad de seguir trabajando, pero sobre todo de crear cosas nuevas y superar su propio trabajo los ha llevado a entregarse de lleno a este oficio y posicionarse como una de las mejores familias tejedoras, no sólo por la finura de su trabajo, sino por la constante innovación de sus piezas, que los ha hecho merecedores de numerosos premios en concursos municipales y estatales en el ámbito de la cestería y el juguete tradicional elaborado con carrizo, además de participar en numerosas ferias artesanales representando a su municipio y al estado de Guanajuato. Hoy en día sus hijas María Félix y Rosa María se destacan también por su trabajo, y al igual que sus padres, han ganado diversos concursos de objetos elaborados con fibras vegetales. El carrizo es la fibra de mayor uso en la congregación. Lo primero que hacen don Teódulo y doña María es ir a recolectar la planta; el carrizo suele habitar suelos húmedos y las orillas de cursos de agua, ya sean lagunas, pequeños arroyuelos o charcos. Los creadores otomís obtienen el carrizo de milpas cercanas a sus talleres3 o lo compran en los municipios de Victoria o Santa Catarina. Los Álvarez Velázquez, cansados de lo que implicaba el comprar el carrizo, y conscientes del deterioro ambiental, decidieron sembrar


su propia materia prima y así tener un mejor control de las necesidades que implica el oficio. Me obligué a plantarlo, porque comprábamos el carrizo y está bien caro. Todo el tiempo lo comprábamos; si no salía al norte salía a Santa Catarina, y allá hay calidad de carrizo de 5, 6 metros para hacer piezas grandes; siempre iba a Santa a traerlo yo, pero siempre había pleito porque el autobús no quería subirlo, sufríamos bien harto para procesar esto.

Teódulo y María conocen bien las plantas con las que trabajan; saben que su carrizo debe estar derecho, macizo, cañoteado (es decir, que los nudos del carrizo estén debidamente espaciados de manera uniforme), y tener una longitud mayor a los cuatro metros. El carrizo debe ser

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Realmente no hay talleres en el estricto sentido de la palabra; la mayoría de los creadores y creadoras trabajan en su casa, así que cumple este espacio una doble función, la de casa habitación y la de taller. La mayoría de los espacios habitacionales cuentan con un cuartito o un patio que tiene la función de taller.

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seleccionado de acuerdo a su altura, grosor y edad. Se busca un carrizo pequeño y tierno para hacer el revesillo o ribetear, es decir, dar los acabados finales a las piezas. El carrizo está cuando ya lo vamos a trabajar; debe tener el retoño, la hoja se le va haciendo blanca, es muy difícil para hacerle el revesillo, porque para tejer ya casi está bueno todo con su cáscara blanca, lo raja y ya está bien macizo, pero ése es bien difícil para el revesillo, se necesita más tiernito y quedan bien bonitas las piezas.

Cuando la materia prima ya está en el lugar de trabajo, se dan a la tarea de agrupar por tamaños las cañas de carrizo: las de mayor longitud y grosor están destinadas para la elaboración de cestas grandes. Los carrizos de menor tamaño y grosor para cestas medianas y pequeñas, los carrizos más tiernos son destinados a la decoración y terminados de las piezas que van a elaborar. Una vez separado el carrizo se da inicio a la limpieza de la caña, deshojándola con una navaja o cuchillo; inmediatamente se parte longitudinalmente todo el carrizo y de cada parte se extraen

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largas tiras o listones a los que los otomíes llaman varas, y también cortan listones más pequeños a los que llaman palmas. Ya cortadas, se limpian muy bien, se extrae toda la pulpa que contienen las cañas de carrizo, y ya limpias, las tiras que nombran palmas son machacadas sobre una piedra. Como instrumentos usan sus pies, sus manos, la boca y acaso una cuchilla. Y así se obtienen listones listos para tejerse. Dependiendo de la planta, antes de empezar a trabajarse es necesario remojarla, a fin de hacer flexible la fibra. Para lo cual la mayoría de las familias tejedoras cuentan con canaletas, que son constantemente usadas en los meses de más viento, pues el aire reseca la caña del carrizo. Los componentes principales en el tejido de una canasta son: la base, integrada por una serie de tiras o listones de carrizos que dependiendo del tamaño de la canasta tiene un cierto número de listones, a lo que también le llaman la urdimbre; y lo que llaman la trama, que está integrada por listones más largos que se van entretejiendo con las palmas. Con esos elementos producen dulceros, canastas chicas, canastas cuarteroneras, canastas almuerceras, canastas dulcera, colotes, alhajeros, vasos, porta botellas, jarrones, floreros, cestos,



porta planos, lámparas, roperos, chiquihuites, animales, miniaturas, pantallas, platos, sombreros, cortinas, biombos, fruteros, lapiceros, en fin, la creatividad de la familia Álvarez Velázquez es vasta, pues tienen más de cien modelos tejidos.

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Un elemento significativo en la decoración de sus piezas es usar el carrizo quemado, esta técnica, por lo complicado de su realización, eleva el costo de sus productos, aunque, por otra parte, da un toque especial a los objetos.


El carrizo quemado es bien trabajoso, si se atonta uno quedan manchados, hay que tener mucho cuidado, quemándolo y limpiándolo; como está sudado ya es difícil quitarle lo machado, es bien difícil; es un trabajo quemarlo, porque algunos quedan blanquiscos o muy chamuscados en algunas partes y deben quedar parejos en el quemado.

Es importante señalar que en muchas de sus piezas la ornamentación la logran combinando la fibra natural de carrizo con fibras de carrizo teñida, dando pequeños detalles de color, o combinando distintos tipos de fibras o bordando o dibujando el objeto tejido. Para teñir el carrizo usan plantas naturales: con el muicle obtienen el color morado; con mezquite, alcanfor y nuez, el color café; el naranja con palo de Brasil; aunque también usan anilinas para teñir sus fibras. La naturaleza inquieta de don Teódulo y su necesidad y compromiso de contribuir a su comunidad y difundir el trabajo que hace la congregación le valió ser electo presidente de los artesanos de su municipio; siendo presidente se dio a la tarea de censar a todos los artesanos del municipio y en particular de la congregación de San Ildefonso; y


para conocer la diversidad artesanal que se produce en la zona, recorrió todas las comunidades. Tan sólo en la Congregación de San Ildefonso registró hace cuatro años más de tres mil artesanos. Este ejercicio lo llevó a plantearse la problemática que vive la comunidad: La constante tensión entre los habitantes de la cabecera municipal y la población indígena de la congregación ha generado el poco apoyo e interés que tienen las instancias municipales encargadas de la promoción y desarrollo artesanal, pues desde siempre los habitantes indígenas de la congregación han sido víctimas de discriminación. “No había día que no nos dijeran de cosas: ¡Indios!, ¡guarachudos!, ¡tachingues!”. La congregación ha vivido un proceso de reafirmación étnica; antes la gente no se defendía de los ataques sufridos y negaba su parte indígena, hoy en día son los habitantes mestizos los que promueven las tradiciones de la congregación como parte de sí mismos; aunque, al parecer, siempre ha existido una marcada tensión y separación entre los integrantes de la congregación y los habitantes de la cabecera municipal:

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Antes todavía nos sentíamos mal que ellos nos trataran así, [que] nos dijeran cosas; nos trataban mal o nos corrían y ahora no, ahora nosotros sabemos [que] valemos por lo que somos; ahora la cabecera, ellos se respaldan por la congregación, se lucen con lo que nosotros hacemos. Nosotros ya no queremos ser de Tierra Blanca, al menos yo no.

Otro de los problemas percibidos es que hay muchos artesanos de distintas comunidades a los que sólo les importa hacer cantidad, cientos de piezas, y no cuidan su calidad, don Teódulo es consciente de esa realidad, pues su amplio conocimiento del oficio y el haber viajado por toda la República le han permitido comparar técnicas, fibras, diseños, por lo que exhorta a sus a compañeros artesanos a salir, a participar en las ferias artesanales, a realizar mejor su trabajo, cuidando la calidad de sus productos, hecho que en ocasiones ha provocado el disgusto a muchos artesanos. Don Teódulo es un hombre visionario, él con su familia día con día genera nuevos diseños; busca la manera de que sus productos no sólo sean de ornato sino darles una función dentro del hogar para


reactivar su venta y así potencializar la congregación como el mejor lugar para la elaboración de cestería. Para doña María, como mujer, el tejer no sólo le permite tener un oficio; va más allá de eso, le da el sentirse segura de tener conocimientos, el ser depositaria de una tradición familiar, el poder

experimentar la creatividad, la libertad… el empoderarse y saberse a sí misma capaz de salir adelante y luchar contra cualquier vicisitud. Aun con los constantes e inevitables cambios que la cestería sigue experimentado en la actualidad, los Álvarez Velázquez conservan el amor al oficio de la familia,

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de los ancestros; les enorgullece el pensarse como una familia que contribuye con su día a día a que siga perviviendo el oficio que les ha dado de comer, pero sobre todo el hecho de ser mejores personas a través de la tradición heredada con que a diario intentan ofrecer mejores piezas tanto en hechura como en diseño, además de contribuir para evitar la depredación de los recursos naturales y promover la autosuficiencia productiva a través del cultivo de su propia materia prima: Le digo a mi señora: si me muero ya vi nacer uno de mis carrizos. Yo les digo a todos: en diez

metros cuadrados en su casa, cualquiera los tiene, esos carrizos sí se dan, si tú no los auxilias no se crían; yo seguido les echo agua con la manguera… Ya le digo a mi señora aquí hay para todo, este grande para piezas grandes, este delgadito le gusta a mi señora para labrar, para las canastas chiquitas; como te digo el artesano tiene que saber; por ejemplo éste es delgadito, te sirve para una almuercera, está delgadito, ya no te cuesta labrarle mucho, sólo una talladita. Tú como artesano debes de saber cómo te va rindiendo el carrizo. Este año yo ya no compré carrizo. Si tú no haces la lucha cuándo va a haber; nunca.

Fátima del R. Aguilar Mata Fuente Álvarez, Teódulo y María Félix Velázquez, entrevista realizada por Fátima del R. Aguilar Mata en la comunidad de Peña Blanca, Tierra Blanca, Gto., el 15 de abril de 2014.

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Rodolfo Chávez Gómez Un cuchillero leonés

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l arte de la herrería se ha arraigado a través de los siglos en México, y en el estado de Guana     juato ha tenido tal auge que en varios de sus municipios continúa presente. Tal es el caso de León.   Ahí, por lo menos durante el siglo xx, era común la demanda de rejas, así como de frenos y espuelas empleados en actividades agrícolas y ganaderas en los municipios de León, Silao, Irapuato, Salamanca, Valle de Santiago y Pénjamo, por mencionar algunos. También eran muy solicitados cuchillos y machetes de lámina de acero y hierro1 que igual se usaban en las actividades agrícolas como en la industria zapatera. Centrémonos en especial en la experiencia de vida del cuchillero Rodolfo Chávez Gómez, quien vivió su vida en el Barrio del Coecillo2 entre fraguas, esmeriles y venta de piezas, logrando consolidarse

Isabel Marín de Paalen, Historia general del arte mexicano. Etno-artesanías y arte popular, tomo I. México, Editorial Hermes, 1976. 2 Barrio leonés caracterizado porque sus vecinos se dedican al oficio de la herrería y son hacedores de cuchillos. 1

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como cuchillero a nivel regional. A pesar de los infortunios que ha tenido que sortear, Rodolfo se siente orgulloso por su oficio, tan es así que,

a través de sus recuerdos, logramos acercarnos un poco al ser de un artesano que da identidad al pueblo guanajuatense.

Una vida de trabajo Rodolfo Chávez Gómez nació el 30 de diciembre en el año de 1953, en el Barrio del Coecillo de la ciudad de León, Guanajuato. Sus padres fueron J. Trinidad Chávez Rivera y Juana Chávez Muñoz. Su padre venía de una familia que se dedicaba a la agricultura; era vecino de la Comunidad de la Luz, donde poseía un terreno en el que sembraba granos como el maíz, actividad que combinó con el trabajo en la mina de la Valenciana. Conforme pasaba el tiempo, y debido a las inquietudes de la edad, J. Trinidad sintió la necesidad de migrar y se fue a la ciudad de León, Guanajuato.

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Allí encontró empleo en un taller de herrería en el Barrio del Coecillo en el que se hacían principalmente espuelas e implementos agrícolas.3 J. Trinidad se convirtió en maestro herrero y aproximadamente a inicios de la década de los años cincuenta contrajo matrimonio con Juana Chávez Muñoz; de dicho matrimonio nacieron seis hijos: Estela, Rodolfo, Hortensia, Angelina, Sergio y Marisela. En 1958 instaló su taller en casa de sus suegros sobre la Avenida San Juan, Colonia Los Limones, en el Barrio del Coecillo. Ahí continuó haciendo lo

Durante las primeras décadas del siglo xx se tiene noticias de la tradición de la forja de hierro con estilo tradicional de balcones, rejas, herrajes, accesorios y muebles de jardín, lámparas e implementos para chimeneas tanto en San Miguel de Allende como en León, y a éste último se le agrega la cuchillería y machetes de lámina de acero y hierro que hacían algunos habitantes del Barrio del Coecillo.


que sabía hacer: espuelas y frenos para animales. Las piezas las acomodaba con los revendedores que tenían sus comercios en el centro de León, quienes, a su vez, las vendían a compradores locales y de otros estados que venían a surtirse a León.

Gracias a esto el negocio del maestro Chávez fue prosperando, y a la par de ello fueron creciendo sus hijos. Rodolfo en especial se acuerda de que se acercaba al taller a observar lo que allí se hacía; y que lo primero que su papá le enseñó fue hacer la

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cadenilla.4 Recuerda cómo su padre le enseñó a usar la fragua5 y a forjar:6 “Yo le soplaba, […] tenía un hoyito así para soplarle, y luego tenía un fuelle y a soplarle. Y yo estaba viendo. Mi papá metía el fierro y me gustaba que lo agarraba y chun, chun lo doblaba y pum, pum lo martillaba”.7 Pasado algún tiempo las ventas no fueron rentables, y dado que J. Trinidad tenía que solventar los gastos de la familia, aceptó un empleo en la “Cuchillería Vilches”, cuyo propietario era don Félix Vilches Zúñiga. Allí se dedicaban a hacer herramientas de mano como martillos, pinzas, tenazas, cuchillos y cuchillas para diferentes usos, principalmente para las labores de los zapateros.

Los cuchillos se distinguían porque llevaban versos grabados sobre la lámina. Dicho taller se encontraba también en el Barrio del Coecillo. Para entonces, Rodolfo tenía once años y a diario iba al taller “Vilches” a llevarle el almuerzo a su papá, actividad que su mamá le encomendaba para que no anduviera haciendo travesuras. Rodolfo recuerda que recorría el taller observando: “yo me fijaba y me fijaba, me iba con otro y lo miraba ¡sin comentarles nada!”.8 De tal manera le fue fácil aprender. Lamentablemente J. Trinidad sentía el cansancio en sus pulmones y empezó a enfermar; en vista de eso, don Félix Vilches Zúñiga invitó a Rodolfo –que

La cadenilla consistía en doblar alambritos, que ya doblados formaban los frenos para animales. Rodolfo Chávez Gómez, entrevista realizada por Araceli Velázquez Mata, en León, Gto., el 5 de marzo de 2014. 5 Horno que produce calor por medio de carbón, y un soplador de aire para dar la temperatura requerida. Consultado en: http://www.cuchilleriavilches.com.mx/home.html 6 Forjar es la acción de poner la pieza que ya pasó por la fragua (horno) sobre el yunque y darle golpes con el marro hasta que adquiera la forma deseada. 7 Rodolfo Chávez Gómez, entrevista citada. 8 Rodolfo Chávez Gómez, entrevista citada.

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entonces tenía 14 años– a trabajar en el taller, a lo que éste aceptó, pues era una buena oportunidad para apoyar a la familia y a su padre. La vida de J. Trinidad Chávez fue una vida de trabajo al lado de su padre, primero en la comunidad de la Luz y lueg, en el Barrio del Coecillo, donde continuó con su vida laboral incluyendo a su hijo Rodolfo, quien fue un digno descendiente. Artesano y comerciante Estando en el taller “Vilches”, Rodolfo sólo necesitó de una semana para aprender. Don Félix, al ver el trabajo del “chalán”, le encomendó a la semana siguiente una docena de cuchillos que entregó en tiempo y forma y por los que le pagaron 75 pesos. En las dos semanas siguientes le hizo otros pedidos y Rodolfo los presentó, pero don Félix no permitió que un aprendiz recibiera tal ganancia, así que le bajó el sueldo. En consecuencia, Rodolfo abandonó el taller. Durante los siguientes veintisiete años, Rodolfo se enroló en varios empleos; apoyó a un compañero en su taller de herrería haciendo cuchillos taqueros principalmente, ahí estuvo once años; esta actividad la combinó con la venta de piezas a las afueras del


hotel balneario de Comanjilla, en Silao, y en el Museo de las Momias en la ciudad de Guanajuato. Allí se pasaba los fines de semana, y entre semana regresaba al taller. En aquella época, a sus veinticuatro años, decidió poner su propio taller. Para entonces ya estaba casado, y recuerda que le comentó a su esposa, Ma. de la Paz Amézquita Avilés: Déjame comprar un motorcito. Entonces seguimos trabajando y puse al pasito [el taller] porque pus no me quedaba [más]. Todavía de casado seguí ayudando a mi mamá y a mis hermanos a que estudiaran, y de aquí salía para todos […] pus hice unos cuchillitos chiquitos se me vendieron como pan caliente y ¡caros, caros!

Cerró trato con revendedores que adquirían las piezas por mayoreo y menudeo. Los pedidos subieron, hecho que le permitió invitar a trabajar a sus compadres Francisco Jasso y Benito Noriega. Entonces sacaban cien piezas cada ocho días. Las piezas que hacían eran machetes y cimitarras; luego los modelos fueron ampliándose hasta incluir cuchillos abrecartas, espadas medievales, orientales, occidentales, del Cid, ornamentales, españolas, de infantería y de cacería. Lo importante era satisfacer al cliente, pero apegándose al proceso de elaboración tradicional.


Dicho proceso consiste en dibujar, cortar el acero inoxidable, tomar medidas, forjar, templar y pulir la pieza con el esmeril; sacarle la media caña –que es el pre afilado–, desbastar el filo y blanquearlo, pulirlo nuevamente, darle una pasada al filo y con eso queda afianzado;9 luego volver a pulirlo y abrillantarlo. Así queda listo para grabar la hoja con versos o refranes,10 actividad en la que le apoya su esposa Ma. de la Paz por ser esta actividad delicada y de cuidado. Finalmente, hay que niquelar la hoja para que no se oxide,11 y el mango lo hacen de madera de granadillo que le traen proveedores de Michoacán.

Anteriormente la materia prima que usaban eran muelles de autos viejos y ahora es acero inoxidable y cobre; el horno que usaban para fundir era la fragua y ahora tiene uno de gas; cuando necesita fundir muchas piezas se las envía a un artesano salmantino quien se dedica a hacer campanas. La idea de Rodolfo es apoyarse de las máquinas para que el cuerpo no se canse, tal como a él le sucedió con su clavícula, que se atrofió a causa de los martillazos que daba al forjar. Además de esto se auxilia de una pechera de cuero para protegerse de las chispas cuando está forjando, fundiendo o puliendo; lentes y paño para

El proceso artesanal pone énfasis en el templado, la pulida y el filo pues son etapas determinantes para que el cuchillo no se quiebre una vez terminado, y tenga flexibilidad y durabilidad. 10 “El grabado se hace con cera de abeja; en un sartencito le echas gasolina, se quema la cera, le prendes un cerillo y ahí se está batiendo hasta que queda la tinta negra o con chapopote, nomás que el chapopote de ahora ya no sirve. Con un tintero vas haciendo las letras en la hoja del cuchillo. Y cuando ya está seco prepara agua con cloro y ácido nítrico, se empieza a activar el ácido, metes y sacas el cuchillo y con gasolina lo limpias bien y ya quedó el grabado”. Rodolfo Chávez Gómez, entrevista citada. Los refranes los toman de un libro que tiene el propio Rodolfo. 11 Es una capa de níquel que baña la hoja del cuchillo o machete. El niquelado lo hace un amigo artesano leonés con el que además disfruta de momentos de esparcimiento, una vez terminadas las faenas del trabajo. 9

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evitar el polvo, a veces zapatos industriales, sobre todo cuando funde. Y para conservar sus manos, después de la jornada laboral se unta limón. Como vimos, Rodolfo heredó el oficio de su padre y lo mantiene vivo. Aunque él ha sabido combinar la actividad artesanal con el comercio de sus piezas, lo que le ha permitido ser un artesano integral. A punto de soltar el arpa… Rodolfo logró posicionarse al pactar con revendedores de otras ciudades, principalmente del norte del país, como Laredo, Ciudad Juárez, Reynosa, Matamoros y Piedras Negras, quienes vendían su productos en tiendas de artesanías abarrotadas de gringos que cruzaban la frontera con México. Gracias a esto amplió su taller e invirtió las ganancias en la compra de material. Ya para entonces Paúl y Rodolfo, sus hijos, empezaban a tener contacto con las actividades artesanales. Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 a las torres gemelas del World Trade Center en la ciudad de Nueva York y al Pentágono en el estado de Virginia, el gobierno estadounidense inició una guerra contra el terrorismo, alterando así las políticas internacionales de este país con el resto del mundo. En el caso de México cerró sus fronteras



con este país, lo que provocó la caída del mercado artesanal en la frontera, porque ya no cruzaban los clientes a México y las tiendas dejaron de hacer pedidos. Ante esta situación Rodolfo tomó la decisión de quedarse a trabajar solo con sus hijos. La situación fue de mal en peor: ya no hubo pedidos, sólo trabajaban para abastecer la demanda local, que era muy poca, hasta que en el año 2009 Rodolfo se aventuró a ver qué era lo que pasaba en la frontera. Se fue con uno de sus hijos y un sobrino. Ya estando allá lo que vieron fue desalentador: las tiendas de artesanías olvidadas y empolvadas; sus compradores, desmotivados, le decían: “es que mira la maña no nos deja hacer nada, el gringo ya no entra como antes, tiene miedo entrar, y en todas

las fronteras es lo mismo;”12 estaban además los grupos delictivos que cobraban cuotas en los municipios. Esta situación adversa la padecen varios artesanos, sobre todo algunos metalisteros de San Miguel de Allende quienes también vendían sus piezas a revendedores que comerciaban en tiendas artesanales fronterizas. A esto se le suma la competencia con el mercado chino que vende sus piezas a bajo costo, pues los cuchillos de Rodolfo son de precio elevado, pero su calidad no se compara con la de los cuchillos asiáticos. De este modo el negocio de Rodolfo se vino abajo debido a circunstancias que afectan a muchos artesanos en diversas partes de la República.

El ánimo sigue vivo En la actualidad Rodolfo, a pesar de navegar contra corriente, ha encontrado una nueva forma de ven-

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der sus piezas a través de exposiciones13 en ferias regionales, “siempre con la esperanza de a ver si

Rodolfo Chávez Gómez, entrevista citada. Exposiciones del Fondo Nacional de Apoyo para las Empresas de Solidaridad (FONAES).

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salen clientes de mayoreo”, apoyado por sus hijos Paúl14 y Rodolfo. Ahora sólo dos o tres días de la semana hacen piezas y los demás los dedican a asistir a exposiciones, a repartir tarjetitas para promover sus productos. A raíz de esto, Rodolfo ha conocido a personas de otros países que lo han invitado a trabajar, por ejemplo, a Toledo, España y cambiar su residencia, pero él prefiere estar en su tierra al pendiente de su esposa e hijos. Se ha unido con otros siete artesanos15 y juntos integran una asociación en pro de la venta de artesanías. El requisito para formar parte del grupo es que sean artesanos y no revendedores. De igual

Aunque Paúl combina las actividades del taller con un empleo formal que ha tenido que buscar, pues ya está casado y tiene que solventar los gastos de su familia. 15 Artesanos del papel maché, de calidoscopios, del aluminio. “Somos una familia, salíamos todo el grupo para allá, todo el grupo para acá y así […] solicitamos apoyos para traslados, locales en exposiciones”. Rodolfo Chávez Gómez, entrevista citada. 14


manera, ha recibido cursos de mercadotecnia, de trato con el cliente, uso de máquinas registradoras, etcétera. Podemos decir que es un artesano que se adecua a las condiciones de la vida actual; esto es a lo que ha apostado, como dice: “el ánimo sigue vivo”. Rodolfo nos comparte la satisfacción que ha obtenido gracias a sus “cuchillitos”: ha conocido y convivido con políticos regionales, ha viajado a varios

estados de la República Mexicana, conoce Estados Unidos; incluso ha recibido reconocimientos por parte de autoridades del país vecino. Ha ayudado económicamente a niños para que no abandonaran la escuela, ha transmitido el oficio a amigos, hijos y ahora a sus pequeños nietos. Sus clientes nombran a Rodolfo “el eslabón perdido” de los cuchilleros porque en pleno siglo xxi sigue vigente su trabajo.

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A lo largo de este texto hemos visto el proceso del oficio de un cuchillero: Rodolfo Chávez Gómez rememora su trayectoria laboral al lado de su padre J. Trinidad, quien le transmitió sus conocimientos, siendo éste un factor determinante para que ellos se convirtieran en herreros-cuchilleros y así contribuyeron con su experiencia a ese arte. Rodolfo transmitió el oficio a sus hijos y, a pesar de todo, continúa haciendo sus piezas combinando

dicha actividad con su comercialización; ha tomado cursos de capacitación y maneja tecnología para la venta de sus productos, esto le ha permitido ser un artesano dinámico e innovador. De tal manera, gracias a Rodolfo y a muchos artesanos del estado de Guanajuato las artesanías siguen con vida dando identidad y muestra de que nuestro estado es un lugar rico en tradiciones populares. Araceli Velázquez Mata

Fuentes Chávez Gómez, Rodolfo, entrevista realizada por Araceli Velázquez Mata, en León, Gto., el 5 de marzo de 2014. Cuchillería Vilches. Consultada en http://www. cuchilleriavilches.com.mx/home.html

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Marín de Paalen, Isabel, Historia general del arte mexicano. Etno-artesanías y arte popular, tomo I. México, Editorial Hermes, 1976.




Adolfa Rodríguez Chávez y Raúl Alvarado García

Danza: la expresión sublime de Dios por medio del hombre

La pérdida de la capacidad para expresar nuestras raíces, nuestras particularidades culturales y las imágenes de los problemas cotidianos es un llamado de alerta contra la homologación y la deshumanización del arte. Evelia Beristáin

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elaya, Guanajuato, ha sido el lugar de residencia de doña Adolfa y don Raúl y donde la   mayor parte de sus proyectos se han cristalizado. Aquí se casaron y vieron crecer a sus dos hijos.   Un interés común los unió desde hace 41 años: la danza tradicional. Raúl Alvarado García nació en Chilchota, Michoacán, en enero de 1957. Siendo él muy niño, su padre se mudó a Celaya por cuestiones de trabajo y trasladó allí a la familia. Interesado desde pequeño por la

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música y el baile, en 1973 lo invitaron a integrarse al Ballet Folklórico de Celaya. Considera que su temprana atracción por la danza y la música se debe a sus raíces purépechas. Adolfa Rodríguez Chávez nació en Celaya en septiembre de 1951. Durante muchos años fue conocida como “Belén”, porque de niña no le gustaba su nombre, y como visitaba a una señora con ese nombre, empezó a llamarse así. Sabe que su nombre es fuerte, como ella, como la expresión de su cara, parecida a la de su padre, así que con el paso del tiempo terminó por aceptar su sonoro apelativo. Estando en secundaria entró a danza, pues al igual que a Raúl, siempre le gustó la música y el baile. Allí una compañera enseñó a varios alumnos a bailar, armaron parejas y los jueves hacían eventos culturales, con tan buena suerte que recibieron una beca de la Casa de Cultura. Los orígenes Ese año de 1973 el destino les tendría tanto a Adolfa como a Raúl un regalo preparado, conocerse haciendo lo que más les gustaba: bailar. Ambos recuerdan que entonces ingresaron a la institución cultural que se llamaba Casa de Cultura de Celaya e Instituto Regional de Bellas Artes, pues la idea que tenían en México era expandir el INBA a través de institutos regionales. Cuando se integraron al Ballet Folklórico de Celaya no tenían profesores de planta, cada semana venían de la ciudad de México.

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En los años setenta se dio el boom de las Casas de Cultura. La de Celaya había iniciado labores en 1971, por lo que estaba en un buen momento, situación que aprovecharon Adolfa y Raúl para aprender Danza Tradicional Mexicana, Teoría e Historia de la Danza, Notación y Coreografía, Danza Moderna, Contemporánea, Música, Motivación Dramática,

Metodología de la Enseñanza en la Danza, entre otras materias. Desde que llegaron al Ballet de Celaya los pusieron de pareja de baile: “éramos famosos”, dice risueña la maestra Adolfa. Ante la falta de profesores locales, se integraron rápidamente a dar clases y talleres de danza. Aprovechando la coyuntura

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nacional, viajaron por todos los estados del país; desde el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, reunían a todos los profesores para tomar cursos con gente muy preparada, era una época en que el INBA, a través de la Coordinación de Formación Artística, se dio a la tarea de capacitar a los docentes de Casas de Cultura mediante cursos de promotoría y gestión cultural, talleres libres, exploración a las artes e iniciación artística. Raúl y Adolfa trabajaron alrededor de quince años para ISSSTE-Cultura aprendiendo de las mejores maestras del país: Josefina Martínez Lavalle, Rosa Reyna, Evelia Beristáin, Guillermina Bravo, Waldeen von Falkenstein y Kena Bastien1 Fue en uno de esos cursos, a

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Todas ellas consideradas parte importante del movimiento nacionalista de la danza, que transformaron de manera drástica la manera de percibir este arte. Fueron coreógrafas, docentes, directoras de instituciones e investigadoras sobre la danza mexicana.


finales de los setenta, que la maestra Martínez Lavalle, directora del entonces FONADAN,2 les planteó la importancia de investigar, registrar, difundir y preservar la danza mexicana. Sobre todo porque a esas reuniones no llevaban nada sobre el estado de Guanajuato, y se polemizó por qué esta región “no tenía nada de danza”. Así que ellos se regresaron con la tarea de hacer investigación de campo. A la siguiente reunión llevaron suficiente información: habían encontrado “el hilito”; a tal grado que la maestra Adolfa le reclamó a la maestra Martínez Lavalle: “usted me lo envenenó… usted le metió la

idea”, recuerdan ambos entre risas; y es que a partir de ahí la investigación sobre la danza sería uno de los principales motores para el maestro Raúl. La maestra Adolfa Rodríguez Chávez recuerda cómo un curso que tomó en San Luis Potosí con Waldeen von Falkenstein, pionera de la danza contemporánea, marcó aún más su interés y pasión por la danza. En esa ocasión la maestra Waldeen les dijo que se metieran a las raíces mexicanas, que era necesario hacer ballet con temas nacionales. Así, con maestras de tal talla, la semilla de la danza regional había echado hondas raíces en la pareja.

Con la danza en el corazón Ya con la certeza de que su pasión por la danza tenía sentido y eco en el país, en los años ochenta el maestro Raúl Alvarado formó un grupo, plataforma desde la cual logró difundir lo que investigaba sobre la danza en Guanajuato. Por su parte, la maestra

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Adolfa hizo lo mismo en la entonces Secretaría de Recursos Hidráulicos, y ambos empezaron a llevar a todos lados la danza, que fue aceptada poco a poco. Se propusieron que la música y la danza del estado de Guanajuato fueran reconocidas como las de otras

Fondo Nacional para el Desarrollo de la Danza Popular Mexicana.

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partes de la República. Pronto sus trabajos rindieron frutos y fueron invitados a trabajar en la Escuela Nacional del INBA, la Escuela Nacional Campobello, el Instituto de Investigación y Difusión de la Danza Mexicana y la Asociación Nacional de Maestros de Danza Folklórica, entre otras instituciones. Al trabajar ambos en el sistema de Escuelas Secundarias Técnicas, ella como prefecta y él impartiendo actividades artísticas y como coordinador académico, prepararon muchas generaciones de jóvenes a los que transmitieron sus conocimientos. La maestra Adolfa recuerda que se trabajaba “bien bonito con los muchachos, ahí está la materia prima, sólo hay que encontrarlos”. El maestro Raúl se dio tiempo para estudiar la carrera de psicología y poner su consultorio. Recuerda cómo los compañeros le criticaban que “era muy baratero”, y por eso demeritaba su trabajo. Pero él les respondía: “No… estoy salvaguardando a mis pacientes porque prefieren comer que ir al psicólogo”. Tanto trabajo le impidió continuar con este proyecto y ahora sonríe al decir que su consultorio se ha convertido en bodega de vestuario de su mujer, fonoteca y biblioteca. Las investigaciones que el maestro Raúl ha hecho sobre danzas guanajuatenses, como las

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de la región de Celaya, Sierra Gorda, la danza de bárbaros o la de paloteros se han presentado en varios concursos magisteriales. Constantemente él está dando conferencias, asiste a programas de radio porque afortunadamente ha podido publicar libros sobre danza, identidad nacional, expresión dancística, el son en la región de Celaya, la relación de la danza con la sociedad, sobre indumentaria tradicional tanto de Celaya como del resto del estado; pero también ha incursionado en el rescate de la historia de su ciudad haciendo libros sobre leyendas, barrios y fiestas. “Algo estamos haciendo, aunque no sea muy ruidoso, o provocando que se haga.” Está convencido de que hay que propiciar que otras personas continúen con lo que ellos iniciaron, porque es un trabajo arduo e incomprendido. “Se hace por gusto”, dice la maestra, “porque nunca se obtiene algo económicamente.” En su camino por la danza se han encontrado con personas que les dicen que no van a cambiar el mundo, que no vale la pena empeñarse tanto; sin embargo, el maestro Raúl está convencido de que su objetivo es simplemente hacer conciencia en la gente de Guanajuato para que vean que tienen una riqueza muy grande, que aunque haya danzas muy



conocidas o comerciales como las de Jalisco o Veracruz, se den cuenta de que Guanajuato tiene una gran tradición. 41 años de andar dancístico Al paso de los años, siendo ya jubilados de la Secundaria Técnica, rememoran su camino en la danza, los grupos que formaron y a los que han pertenecido. Ella da cuenta de cómo la gente los reconoce, sonríe al recordar cómo un señor de la tienda la felicitó porque “se estaban haciendo famosos”, y ella siente vergüenza cuando le dicen eso, porque sabe que no lo han hecho solos. Recuerda en su andar a todos sus maestros, gente como ella, como la maestra Catalina Rodríguez que los inició para ir a comunidades, sin cámara de video, sólo con grabadora y casetes a entrevistar a los mayores, o la maestra Engracia Tinoco, que hizo lo mismo. Y es que uno solo no puede, “hay tanta gente haciendo cosas, solos no se puede caminar, es un trabajo en equipo”. Por eso al maestro Raúl no le preocupa lo que ocurrirá cuando ellos no puedan continuar con su ardua labor. Cuando le preguntan ¿y el día que falten ustedes qué va a pasar, quién va a seguir?, él dice que hay mucha gente que ha estado con ellos, integrantes de otros grupos, jóvenes a los que ellos han formado que a su vez difunden la danza o están trabajando en otras Casas de Cultura; “son como un motor que va extendiendo lo que hemos enseñado”. Está seguro de que su legado continuará. Y sin duda así será pues uno de sus sueños se ha cumplido: crear una escuela de Danza Tradicional. Empezó a funcionar en 2009, con reconocimiento oficial, y es la única escuela a


nivel nacional donde se titulan como Técnico en Danza Tradicional Mexicana. Dicen que les costó mucho trabajo, entre papeleo, entregar proyectos, ir y venir tocando puertas. Aunque trabajan cuesta arriba porque las administraciones municipales no prestan mucho interés, ya han salido dos generaciones. El maestro Raúl Alvarado funge como director de la escuela y casi todos los alumnos son de otros municipios. El slogan de la escuela resume lo que ambos piensan de su quehacer: “Danza: la expresión sublime de Dios por medio del hombre”. A pesar de haber recibido varios reconocimientos como la medalla al Mérito Dancístico Maestro Marcelo Torreblanca, o que el XLII Congreso Nacional para Maestros de Danza Folcklórica llevara sus nombres, ambos creen que no han hecho nada fuera de lo común, “más allá de hacer lo que nos gusta”. Un merecido reconocimiento No ha sido fácil el camino. Han sacrificado horas para estar con sus hijos; cuando pequeños tenían que llevarlos a todos lados. Mientras ellos bailaban, ellos se dormían en el piso. La maestra Adolfa todavía recuerda que tuvo que dejarlos enfermos; su mamá y hermanas fueron las encargadas de ayudarles para que pudieran asistir a cursos y seminarios. Ahora siente sus rodillas desgastadas pues bailaron en pisos duros de cemento o cantera. Trabajaban hasta en Semana Santa, sólo esperaban que pasara la procesión y entonces seguían danzando. “Cuando uno está joven no tiene tiempo de enfermarse”, pero ahora, la vida parece que les cobra todo ese trabajo



inagotable. El maestro Raúl afirma al igual que su esposa: “la vida es más cansada. Llegamos a la edad de yo nunca y a mí siempre”. Aun así no pierden el sentido del humor y no se dan por vencidos, porque, como afirma la maestra: “si uno se queda sin hacer nada, mejor despídete de la vida”. Teniendo como marco el ex-convento de San Agustín, ambos se sienten parte de este edificio. La maestra Adolfa Rodríguez Chávez siente el edificio tan suyo, que le lloró un año cuando se jubiló. “Se siente feo retirarse de las cosas que uno ama, es como si uno trajera las cosas en la piel.” El edificio es mudo testigo de cómo ella adornó sus patios para fiestas patrias o navidad; estaba al pendiente de que no rayaran sus paredes, corría de un lado a otro. Así que les advierte a sus compañeros de trabajo que cuando ella falte, seguro van a seguir escuchando sus pasos. El maestro Raúl siente que no acaba, pues sabe que con 5 600 comunidades en Guanajuato donde se puede encontrar danza, el trabajo es arduo. Además siguen siendo invitados a otros lugares, como con los coras en la Mesa del Nayar, o a la judea cora en Nayarit. Así que con mirada firme el maestro señala: “vamos a seguir trabajando hasta

donde podamos”. Esa añoranza al edificio también le invade pero sabe que cuando se vayan del edificio, se llevan una parte de él. Las cosas han cambiado: cuando ellos empezaron, la Casa de Cultura era como una familia, unas cuantas personas, ahora trabajan alrededor de doscientas, y sienten que va a seguir creciendo, porque todavía hay mucho por aprender. Lo cual también les hace sentir que no están solos. Sorprendidos de que hayan sido elegidos para un homenaje, la maestra se siente halagada por que la danza sea considerada como una parte importante de las expresiones artísticas. Confiesa que le da vergüenza ser reconocida, y termina diciendo “ahora sí voy a llorar”. Por su parte el maestro Raúl manifiesta que lo importante es que los dejen trabajar, lo que buscan es difusión, aunque los ingresos sean pocos. Con una mirada clara, el maestro cree que estos homenajes le sirven de motor: “no esperamos que nos vean grandes, no es el nombre, lo importante es lo que dejas”. Y eso implica más compromiso. Así que seguramente el entorno que han creado en el ex-convento agustino, entre libros, vestuario, diapositivas, música, fotos y cintas que guardan los cientos de

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entrevistas que han recopilado; los dos sonríen al saber que el zapateado que han danzado durante

41 años ha sonado tan fuerte, que es imposible no escucharlos. Rocío Corona Azanza

Fuente Rodríguez Chávez, Adolfa y Raúl Alvarado García, entrevista realizada por Rocío Corona Azanza, en Celaya, Gto., el 25 de marzo de 2014.

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Manuel Nieto Olvera Jarciería

…esto sí yo no lo hubiera sabido usar o hacerlos, mejor no hacía yo este trabajo pero me dio de comer, le dio de comer a mi familia. Manuel Nieto Olvera

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ilar la vida y los recuerdos. Ése es el trabajo de don Manuel, un hombre que transforma las espadas de los magueyes en cuerdas torzales, mejor conocidas como reatas. Él adquirió ese saber de sus antepasados, principalmente de su abuelo, a quien recuerda aún con cariño, pues no sólo le heredó este saber, sino también su herramienta de trabajo y las buenas costumbres de la vida, el ser paciente y agradecido con los demás. Para llegar a Calabazas, que es la comunidad en donde se elaboran las cuerdas de ixtle, hay que subir una cuesta muy pronunciada que está frente a LLanetes, cruzando el río, entre montañas llenas de esos árboles que únicamente se ven por ahí y a los que les llaman “palo rojo”. Bajando por Xichú, la cabecera municipal, por toda la ladera del río, se ven las antiguas construcciones mineras hasta llegar a un valle en donde se

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cultiva sobre todo maíz, frijol y calabaza. Llegando a ese valle y pasando el puente comienza uno a subir y subir por la cuesta, unos 25 minutos en camioneta, y a mano izquierda se encuentra una brecha que es la entrada a Calabazas, donde vive la familia de don Manuel Nieto y doña Natalia Díaz. Ellos elaboran las cuerdas para los vaqueros, reatas para lazar y hacer suertes de la charrería. Aquí don Manuel nos cuenta parte de su historia y su oficio, la jarciería.1 Jarcia, así se llama esta planta, y éste es el material para las riatas. Para que vieran cómo se hace esto, fui ayer a traer la planta, es que ya casi no lo trabajo porque se necesita mucha gente. Este [instrumento] se llama tallador, y me viene de herencia desde mi abuelito, él sabía hacer este trabajo, les enseñó a mis tíos y a mi papá. Un tío mío y yo fuimos los fundadores de este lugar, desde 1952. Fuimos los primeros que nos

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bajamos aquí a Calabazas. Antes vivíamos en [la comunidad de] Cristo Rey, que [antes] se llamaba Cerro del Oro. Allá nací yo; mi papá murió en el [19]96, mi mamá todavía vive, ella vive aquí con nosotros. Con el interés de criar venimos a vivir a este lugar, como aquel era rancho que se había construido de más tiempo, estaba más marginado de todo y pues aquí ya vinimos a ser fundadores, yo llegué de 5 años. Tengo un hermano que también trabaja las riatas, somos como cinco hermanos y cinco hermanas, de ellas no viven ni una aquí.

Ya avanzada la edad, don Manuel nos cuenta cómo se inició en esta labor, en la que tiene más de once lustros convirtiendo las fibras en cuerdas, buscando entre lo agreste del paisaje y lo inclemente del clima una forma honesta de vivir y de sacar adelante a los suyos:

Manuel Nieto Olvera, entrevista realizada por Eva Morán en Calabazas, Xichú, Gto., en marzo de 2014. Reproduzco sus palabras respetando su particular uso del lenguaje.


Ahora estoy entrados los 67 años, como quien dice aquí me crié con un tío que nunca tuvo familia; aquí criamos como unas doscientas chivas en este lugar. Después empezaron a bajar más gente, mi papá se bajó como a los dos o tres años de allá del Cerro del Oro. Mi tío se

llamaba Crisóforo Nieto y era hermano de mi papá, que se llamaba Fortino Nieto. Mi mamá se llama Eulalia Olvera Sánchez y mi abuelo se llamaba Concepción Nieto Dorado; él fue el que se enseñó a hacer riatas y luego a todos mis tíos y mis hermanos.

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De todos yo fui el que más trabajé por necesidad, cuando crié a mi familia no había ningún apoyo de nada, ningún programa [de apoyo social] de nada y yo me di a la tarea de hacer lo de las riatas. En la madrugada me levantaba a arreglar mi material y amaneciendo andaba haciéndolos. Vendí riatas en casi todo el estado de Guanajuato, y otros estados como Michoacán y Veracruz por medio de mi abuelito y sus amigos que lo conocían y así se jue. He vendido riatas para el otro lado; he concursado en Cieneguilla de Tierra Blanca, en Dolores, en Guanajuato, y saqué los primeros lugares, pero ya últimamente ya no se trabaja eso, la última vez fue en Guanajuato y no competí con nadien.

Se dice que los viejos viven de los recuerdos, y a don Manuel esto no le es ajeno. Recuerda su infancia, sus aventuras y a los que le han servido de apoyo y guía a lo largo de una larga marcha: Mi vida fue y ha sido bonita, soy de los hombres [a los] que les gusta el campo porque hemos sabido hacer cosas. Mi abuelito fue vaquero de tres señores de los que tenían más animales, de

don Emeterio Benavides, de aquí de un rancho que se llamaba Agua Prieta. Mi agüelito y mi papá “veían” más de quinientas reses del señor Macario y de Andrés Rivera, de Xichú, también trabajaron para don Cirenio Betancourt. Mi agüelito y mis tíos fueron muy queridos porque eran hombres muy honrados y sabían hacer las cosas. En un tiempo trabajé en México; en el [19]74 me fui a Texas, trabajé en un rancho de caballerango y volví a ir en el [19]86; trabajé en una maderería, pero entonces ya tenía mi señora y a mis hijos y fue ya la última vez que emigré. Luego fueron emigrando los de mi familia, uno desde los 16 años, y [ellos] han sido muy queridos donde han trabajao, ya se van contratados, ahorita aquí están dos, ellos se van a Florida a la naranja, trabajan muy duro. Estos niños son mis sobrinos porque este trabajo de hacer riatas es de cuatro personas. Aunque sea chiquita, pero es que se ocupa mucha gente. Por ejemplo el hilado para hacer los hilitos, el hilo debe ser muy fino, muy delgadito, uno los puede hacer gruesos, pero las riatas no dan el mismo lujo.

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Lo que soy, después de Dios, se lo debo a mi esposa, ella trabajó con sufrimientos y fue ayudándome, porque el trabajo de ella es muy rudo, pero no había de otra, en veces hace uno las cosas porque le gustan, esto si yo no lo hubiera sabido usar o hacerlos, mejor no hacía yo este trabajo; pero me dio de comer, le dio de comer a mi familia. Un trabajo honrado de todo lo que son, son sacrificios, ninguna cosa es fácil.

Su quehacer no es común, y mucho menos sencillo; es una tarea que requiere de paciencia y de un gran esfuerzo físico, y sobre todo de colaboración. El proceso para hacer la reata es muy laborioso, como dice don Manuel, porque primero se tienen que hacer los hilos en la hilandera; para hacer una cuerda de ixtle de buen tamaño para un vaquero, se necesitan cuatro hilos y el corazón, y cada uno de los hilos lleva a su vez cuatro muy delgaditos. Por eso el primer paso es hacer los hilos, pero sólo se pueden hacer ocho hilos delgaditos por día en una sola hilandera. Tiene que haber un camino como de unos 40 o 50 metros, en donde se coloca la hilandera para poder alargar e ir haciendo los hilos con la planta de ixtle, con la rueda y las manos. La

rueda es manipulada por lo general por un niño de unos 10 años, dándole vuelta con una cuerda y tirando hacia un lado y el otro. El palito donde está la cuerda y la rueda se mueve hacia la derecha y hacia la izquierda, y otra persona va trenzando el hilito y alargándolo, ya que la rueda hace que se tuerza hacia la izquierda y hacia la derecha. Así lo explica don Manuel: Primero se corta la planta y se raspa con un tallador para sacarle los hilos, y con esos hilos, que por lo general son como de 35 centímetros, se va formando el hilo largo en la hilandera. Ya que se tienen los hilos largos, se forman los cuatro hilos gruesos del tamaño que se quiera la cuerda, con todo y el corazón, que es el hilo que va en medio; se atoran en la tarabilla con los cuatro malacates. El trabajo de torcer los hilos con los malacates es muy rudo, porque se calientan y lo tiene que hacer una persona y esa persona es la señora Natalia de un lado, y en el otro lado con el tarango otra persona, su hijo (el cual se tiene que amarrar en la cintura, para poder sostener los cuatro hilos torcidos con mucha fuerza). El siguiente paso es darles vuelta con los cuatro

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malacates al mismo tiempo y se van torciendo y torciendo, y la otra persona con el tarango se tiene que sostener con fuerza. El último paso con dos personas es para ya formar la cuerda con el trompo, que es como un trompo pero chato, de madera de mezquite, que tiene cuatro hendiduras a los lados por donde se meten los hilos y en el centro tiene una perforación para el hilo que va en medio, o sea el corazón. Aquí otra persona tiene que ayudar a meter el hilo del corazón y atorarlo, para que se vaya formando la cuerda manipulando el trompo, de un lado los cuatro hilos y del otro la cuerda ya formada y así poco a poco esta persona va formando la cuerda, mientras las otras personas tienen tensados los hilos por un extremo, en la tarabilla con los malacates y con el tarango.

Hoy los apoyos gubernamentales han venido a mitigar la histórica hacinación en que han vivido estas comunidades. Pero don Manuel recuerda aún etapas en las que se tenían que apoyar unos con otros para llevar a sus familias un plato de frijoles y algunas duras, la única comida del día. Un poco por la condición de marginación, por la falta de

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caminos, pero también por la falta de fuentes de empleo a dónde acudir en la cercanía. De comer aquí había todo el tiempo, de sobra, porque yo sembraba seis hectáreas y sembraba maíz, calabazas. Dinero no había, y entonces llegó lo de Procampo y ahí le paramos poquito, y a veces la suerte le cambia a uno, a veces para bien y a veces para mal, porque mis animalitos no me rendían. En el [19]96 cambió la suerte, me rindieron los animalillos, vendía y comía, o vendo y como, en veces por gusto mato un animal e invito a mi comunidad aquí a comer. En este patio se llena de gente, no porque se celebre algo, no más le digo a mi señora: vas y les dices que aquí los espero, que se traigan tortillas pa que coman y me den, y hazte una barbacoa pa comer. Aquí se sufrió, cuando no había los caminos, aquí más antes pasábamos hambre porque aquí no había agua, en el [19]60 se acabó e íbamos a la comunidad de Llanetes, porque se acabó en Cristo Rey y a nosotros por allá se nos acabaron las vacas. Esta brecha yo la hice a puro pico y pala; a mí me ha gustado trabajar y tener; esto lo tengo




porque a mí me ha costao. En gobiernos pasados yo he luchado y sigo luchando pero yo pido para la gente y a veces me dan y en veces no. Le empecé a platicar de lo que se sufría aquí, fuimos de los fundadores yo, mi tío y otro señor, aquí en esos tiempos no había agua de manantiales, había puros bordos de abrevadero, el agua nos duraba cuando mucho para el mes de abril, cuando se acababa íbanos a [la comunidad de] Cristo Rey, salíamos por una cuesta arriando animales y con unos burros y con unas barricas de 20 litros, y para sostener una familia, y así durante tres meses era andar para arriba y para abajo… Yo sufrí lo que fue sufrir, porque fui el mayor de la familia, a la edad de 7 años trabajaba en jornada de sol a sol en Llanetes, ganando 5 pesos. No reniego porque donde quiera me gustó ser honrado y trabajaba y me querían mucho los patrones, porque nosotros no necesitamos cuidanderos para trabajar, era de trabajar y ganábanos la confianza de los patrones. De lo que se criaba en las parcelas, nos daban por cantidad, no que llévense un morral de elotes, aquí están los burros ,llenen una carga de elotes y llévenle

a sus familias. Reyes Díaz, que bueno, al último fue mi suegro, era el papá de mi señora. Era de los hombres más acomodados aquí en Llanetes y aparte de que estaba acomodado era un hombre… donde allí matamos la hambre mucha gente, porque él, la ocupara o no, [sostenía] a la gente. Ahí comían 30 o 40 gentes diario; tenía animales, unas 150 reses. Sus burros los ocupaba la gente como si fueran propios porque les decía: ocupen mis burros, ocupen mis yuntas, no a un partido, no a un cobro, no a un nada. Y aquí con mi padre [éramos] más pobres pero queridos de mucha gente. Aquí es un patio grandísimo, ahí se llenaba de yeguada que campeaba cuando venían a lazar yeguas aquí, para darles sal, y llegaban y le íbamos a lazar a las yeguas y llegábamos y comía toda la gente. Y nunca faltaba qué comer, y pocas familias así de lo que yo conocí. Del Guamúchil había dos hombres que comían gorditas llenas todos los días, de su trabajo, los demás se puede decir que los mantenía mi suegro. Ahí todas sus casitas de puro órgano, los cercaditos, el tejadito, donde quiera hoyos que se metían los puercos, los perros, y allí comían en casa de Reyes Díaz. Y aquí también un

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papá muy querido con muchos amigos. Porque desde mi abuelito, cuando las haciendas, él era encargado de la hacienda en Cerro del Oro, que ahora es Cristo Rey, y lo mismo allí comía mucha gente, era un golpe de gente todo el tiempo. Ahí en Cristo Rey era el único hombre dónde había qué comer. Y no nomás ellos, ahí comían todo mundo. Ahí lo mataron a él. Lo mataron, que según los agraristas, pero no eran agraristas, eran bandidos. A él le quitaron sus mejores tierras, y no conformes, lo mataron, cuando Calles fue presidente. Esos señores que le quitaron las tierras que le decían que diga “que viva Calles” agarraron 3 hombres, uno se llamaba Eusebio Oviedo y el otro se llamaba Blas Oviedo, eran hermanos y los golpeaban y les decían que dijeran “que viva Calles”, y los otros a los primeros golpes dijeron “que viva Calles” y ya los dejaron. [A] mi agüelito lo tumbaban y lo levantaban y le decían “diga que viva Calles”, y él decía “Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe”. A los ocho días de que lo golpearon se murió, le reventaron los golpes. A mi abuelito lo han de haber matado en el [19]34. Se hacían las solicitudes así afirmatorias los de Calabazas, los de Guadalupe, Cristo Rey,

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para que nos hicieran la carretera; cuando se vino lo del trabajo las comunidades se echaron para atrás, en LLanetes en una reunión allí se dirigieron al delegado de aquí, los que venían hacer el trabajo. Dijo “no, yo no apoyo, al cabo son puras mentiras”; los ingenieros dieron la vuelta, ni modo que los obligaran. Estábamos allí en ese tejadito, allí donde Consuelo, me di la parada yo y le digo “ingeniero, aquí está su servidor”, y se regresa, yo me fui, y “tú qué eres”, dando a entender que yo a quién representaba, “no… yo soy lo que ve”, le dije. “Yo lo voy a apoyar con mi familia, a hacer la brecha, arrimarle agua, arrimar qué comer”, le dije, “yo solamente necesito una cosa”. “¿Qué necesitas?”, dijo. “Que Dios me preste vida, yo no necesito firmarle un documento señor.” “Está bien”, dijo, “¿cómo te llamas?”. Ya le apuntó; se fue, me dijo “nos vemos tal día”. Empezó el trabajo el día 3 de abril de [19]96 y se acabó el 19 de julio, porque no aguantaban el calor; unos trabajaban un día y les pegaba dearrea, vómito, y se iban y en lo que llegaba otro. Tengo un mes de faenas con mi familia con mis hijos, y diez días le dimos de comer a catorce personas, aquí, ya cuando



andaban aquí cerca, y la gente gracias a Dios en sus casas. Y todo eso yo lo tengo escrito con su fecha. ¡Ah!, y el día que se acabó el trabajo todavía mi papa vivía. Él nos llevaba agua como a unos seis kilómetros en un burro, en sus barricas… no ya había anforitas de esas de plástico. Se acabó el 19 de julio del [19]96, y dijo mi papá, él hablaba casi con puro disparate: “Pus hora sí”, dijo, “se acabó ese trabajo, pero yo pienso que yo no voy a andar en un pinche carro aquí”. Fue el 19 de julio, pues para el 27 ya estaba muerto, en el mismo mes, pero ahí le tengo apuntadas sus faenas. Y se empezó la plantilla en LLanetes como el 6 de otubre del mismo año. Son de Llanetes a las primarias once kilómetros con cuatrocientos metros, toditito yo lo tengo apuntado. Mi hija tenía 10 años y aquí se quedaban en ese cuartito. En el mes de julio ya empezaba a llover, y aquí se quedaban las catorce personas, y antes de que amaneciera, ¡párense a almorzar porque ya nos vamos a trabajar! Mi hija en el molino y mi señora en el metate, y cuando amanecía ya había comida para comer en el día y cenar en la tarde, todavía había un joven que llegaba y le decía “señora, hágame unas tostadi-

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tas”, y a mí como que me daba corajillo, porque era mucho trabajo, eran de los que venían en las brigadas; al último se juntaron tres brigadas. Era cuando se andaba haciendo la brecha midiendo. No, si era un sufrimiento, hacíamos la lumbre para calentar el lonche, pero no podíamos estar parados ni menos sentados, andábamos bailando del calor porque en ese año calentó lo que fue calentar, y era del mes de abril al mes de julio. Aquí [para] las ampliaciones de los bordos, en 1974 hice un compromiso con un candidato, Efraín Landaverde, no, pues entonces era un hecho que ganaba; y un compromiso para lo del bordo, me apoyó con cuatrocientos cincuenta jornales, a desazolvar a pico y carretilla. La gente ganó dinero, y de allí se nos empezó a acabar el hambre de agua. Con Landaverde hice un compromiso; se abrió una parte del bordo, teníamos que pagar sesenta mil, una parte, porque se abrió muy grande el bordo para almacenar el agua, aquí son puros bordos de abrevadero. A ver de dónde le rasguñas por ahí, porque mi gente está muy pobre. Y no pagamos ni un peso, con Landaverde traje veinticinco personas trabajando, el cuento es que sacaron tres mil y feria. Desazolvamos




veintiséis metros de largo por once de ancho y uno sesenta de corte. Y fueron ayudas, y de allí se nos fue acabando la necesidad del agua. Ya últimamente en este año pasado merito se nos acababa, porque estuvo la sequía muy grande, pero no se nos acabó, ahí aunque fuera sucia, ahí de la manera que fuera, pero había para los animales. Ahorita ya la mayoría tenemos cisternas de ferrocemento; yo aquí esas cisternas las lleno con agua del tejado de lámina. Con un guaje al hombro y una tina del 10, y ahí en esa cuesta arriando mis vacas, y aquí cargando, ya tenía cayo. No, por eso yo les digo a mí me ha gustado apoyar. Yo decía cuando el camino lo de la gente que no apoyó, y yo lo digo por orgullo, si doy un mes de trabajo con mi familia y doy quince días de comida a esa gente, a mí no me hace falta, porque cuánto tiempo ya viendo el camino con facilidad, uno se mueve tenga uno un mueble o no lo tenga. Cuando esta brecha, mis hijos ya hasta después me dijeron que me juzgaban loco, pero nunca me dijeron que no me ayudaban. Pero la gente en la otra fue donde no apoyaron, ni de Guadalupe ni de Cristo Rey ni de aquí. Y yo decía si tanto

tiempo sufrí y ya aquí habiendo un camino, ya no vamos a sufrir lo mismo, y es cierto. Aquí en unas veces que se nos llegó a acabar el agua, cuando llegó el camino pues órale, yo ya tenía mi brechita y entraba una pipa y me llenaba una cisterna de agua. Pero es como digo, pues cada quién, pero yo soy respetuoso de cada quién. Primero levantando dormitorios que quién sabe qué, y después que siempre no. Y es que a veces la gente nada más quiere que puro le den y no quiere poner de su parte. Y yo digo: lo que soy se lo debo a mi familia porque fue trabajadora y aquí se movían las cosas. Pero eso viene desde la herencia de nuestros antepasados, porque yo les digo de mi abuelito, yo a él no lo conocí, pero la gente que lo conoció. Yo de mi padre, de mis tíos sigo cosechando, porque ora que anduvimos en la campaña en esta pasada, yo nunca conocí esos ranchos de para allá; no, pos me mencionaban por allí, muchos señores de por allí, por el apellido; no, “pues tú de dónde vienes o de qué”, “no pos yo vengo de tal lado”. “Oyes, tu papá era fulano de tal, de tal lado”, no pos ahí nosotros matamos el hambre. Gente que compraban animales para vender, pues aquí

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comían ellos y comían sus bestias y ellos venían cuando no había carreteras. Y desde mi abuelito y por lo de las riatas mucha gente los conoció y yo muchas que conozco; he vendido para Veracruz, para Michoacán, para Agua Prieta. Hasta para el otro lado se han ido riatas. En el 2006 en un programa que nos apoyaba con unos sementales, fui a Reynosa a comprar seis sementales y cuatro becerras y el dueño del rancho era un hombre muy inteligente, hay gente que adivina, yo creo, al compañero; iba yo con Luis, mi compadre. Y me dice a mí “oye, Manuel, ¿y qué me dices de las riatas para lazar?”, y era un señor muy buena gente, se llama Eulalio Leal, si todavía vive. Y le digo “no, pues yo no sé nada”. Y le dice Luis “está hablando con el que las hace”. “No pues bien”, dice. “Entonces me haces 6 riatas.” Le digo “dígame de qué medida”, “cortitas pero que llenen la mano, se las quiero regalar a mis vaqueros”. “Muy bien, señor.” Escogimos los becerros, las becerras, y él quedó de ponernos hasta San Luis de la Paz; ya nos invitaron a cenar, ya era en la mera tarde, nosotros ya nos íbamos a venir, ya que acabamos de cenar y de echar unas cheves, le habíamos llevado una parte del dinero, lo

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demás le había pagado un veterinario que tenía una cuenta en el banco y le había pagado con un cheque la demás parte; saca dinero y ya le había dicho en cuánto se las dejaba las riatas y dice “aquí está el dinero de las riatas”. “No, don Eulalio”, le dije; “discúlpeme mucho, acuérdese lo que me dijo andenantes”. “¿Qué te dije?”; cuando llegamos dijo, así muy fronterizo: “pues chivo brincado y chivo pagado”, nos dijo, que toro que escogiéramos toro que se lo íbamos a pagar. Cuando me daba el dinero de las riatas, le digo “acuérdese de lo que usted me dijo”; “¿pues qué te dije?, ¿te ofendí o qué?”. “No, no me ofendió, simplemente que yo soy de esa manera como usted dijo, cuando usted reciba sus riatas me manda mi dinero.” “No, Manuel, mira, yo sé que tú eres un hombre honrado, yo sé que tú vas a hacer las riatas y me las vas a mandar”; “sí, señor, soy hombre honrado, pero no soy el dueño de mi vida; si no se las hago porque me muero”… “Pues te las perdono.” “Sí me las perdonará”, pero le digo “cuando yo le haga las riatas y cuando lleguen las riatas ya habrá manera de que me mande mi dinero”. Dijo “muy bien, Manuel, no hay qué hablar más”. Yo lo que él me dijo, yo


también soy de palabra, y hay veces que hay gente que me dice “¿en cuánto me haces una riata de tal medida?”, “no, pues en tanto”; “aquí está”, “no, señor, cuando se la haga”. Duró como dos años para llegar mi dinero de las riatas, porque el mismo veterinario se las llevó pero las dejó en Monterrey con un amigo del señor ése, y ahí se estuvieron las riatas; después yo le hablé y las riatas no llegaban, ya le dije dónde estaban y él recogió las riatas. Por eso digo que a muchas partes se ha ido mi trabajo y

les ha gustado donde quiera. Yo hacía esas riatas por la grande necesidad, que [hasta] a mi mujer le saliera sangre de los dedos; hacía riatas de las que usan los charros, aquí con los Charre, pues le hacen a la charrería en los lienzos charros; ahí debe ser la riata que de la medida; yo me estaba quedando ciego, porque ese trabajo cansa mucho los nervios y por el sol y el material los ojos no los mueve casi uno, nomás mueve estos tres dedos. Al último me dieron un remedio y me lo hice y me curé. Y como les

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decía, ya después empezaron a salir apoyos y programitas, ya mantuve a mi familia y ya ellos que se mantenían y ya acabé el compromiso, y ya para mantenerme, ya por ahí me mantengo con más facilidad.

Y así, don Manuel recuerda cómo un hombre sencillo y creativo tiene cabida en todas partes. Fuera de pretensiones, desde la Sierra Gorda habrá quien, al usar una de sus reatas, lo recuerde; y ése será el pago de toda una vida en el trabajo del ixtle, un trabajo nada sencillo, pero que le ha permitido recibir reconocimientos, y sobre todo la buena voluntad y amistad de la gente que lo rodea, sus vecinos y familiares. Fuente Nieto Olvera, Manuel, entrevista realizada por Eva Morán en Calabazas, Xichú, Gto., el 27 de febrero de 2014.



José Antonio y la familia Arzate Trabajar con fe en la elaboración del juguete

Este pueblo, que tiene buen pueblo, buena plaza, empedrados y banquetas, alumbrado, fértiles huertas y agricultura, que debiera tener ventajosas condiciones… Pedro González, Geografía local del estado de Guanajuato.

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i bien el municipio de Apaseo el Alto es considerado por lo menos en su monografía como “el muni   cipio joven de Guanajuato”, pues su fundación data del 8 de noviembre de 1802,1 no es menos rico   en sus fiestas (feria de Reyes del 1 al 9 de enero, Semana Santa, Semana del Artesano, la fiesta de la santa Cruz, Día de Muertos, por supuesto su fundación, fiesta de santa Cecilia, fiesta de san Andrés

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Francisco Sauza Vega, Apaseo el Alto. El municipio joven de Guanajuato. Guanajuato, Gobierno del Estado de Guanajuato (Colección Monografías Municipales de Guanajuato), 2009, p. 147.

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apóstol, fiestas decembrinas, entre otras), que en sus tradiciones y costumbres. De su ubicación geográfica y de su localización a la falda de ciertos cerros se desprende su nombre: “manantial que nace de la falda del cerro” (del mazahua-otomí: lugar de filtraciones o lugar de manantiales). Por tal motivo, desde sus orígenes se le ha conocido como una zona rica en vestigios arqueológicos y mantos acuíferos, entre los que destacan el lugar cercano llamado “Los Baños” y las principales haciendas, como Ojo de Agua, los Ates, Agua Tibia, Cueva del Cedazo, Los Pocitos, etcétera. Este lugar, que forma una especie de límite natural entre los estados de Guanajuato y Querétaro, mantiene entre sus pobladores una fuerte idiosincrasia que en ocasiones refleja diferencias

con los habitantes de los pueblos y lugares circunvecinos. Esta tradición va de la mano con la costumbre vuelta oficio de trabajar el juguete y la madera con la diversidad de maderas que abundan en esa región. A partir de su quehacer cotidiano, los apaseenses plasman su sentido del juego como vínculo entre la recreación y el esparcimiento y la propia festividad, por eso al buscar entender las formas tan bien logradas que realizan, sin duda vale la pena tener presente ese antecedente ancestral que permitió desarrollar una actividad como lo es trabajar el juguete, desde las primeras figuras de piedra o troncos hasta el suave y fino terminado de los carros, tráileres y demás juguetes que se elaboran en la actualidad.

Un trabajo de toda la familia Por ello, hablar del juguete y su elaboración en dicha localidad es acercarse y al mismo tiempo advertir el profundo carácter y sentido festivo que va de la mano del sentido religioso que proyecta la comunidad en general, en el cual intervienen aspectos como lo espontáneo, la casualidad, lo lú-

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dico, hasta reconocer ese gran legado impregnado de una pasión muy especial, inquietud que con el tiempo para muchas familias fue significando una manera de vivir. De esta manera, la familia Arzate elabora una serie de juguetes a escala muy bien logrados, cuyos



detalles resaltan el trabajo por demás minucioso; sus piezas son reflejo de muchas horas de dedicación y perfeccionamiento, igual que los cortes y detalles, en cierta forma contrastan con los primeros y hasta “caprichosos” trabajos de los artesanos en su niñez, en cuya memoria mantienen presente los primeros acercamientos con las herramientas, destacando por supuesto el realismo que proyectan cada una de las piezas. José Antonio Arzate Vargas es originario de Apaseo el Alto y tiene cinco hijos; su esposa, Juana Pérez Ríos, ha representado un gran apoyo durante la mayor parte de los treinta y ocho años que tienen dedicándose a la elaboración del juguete de madera o, como también se le llama: “popular”, así como a la línea de muebles (recámara, baños, comedores, salas, además de tráileres, carritos, etcétera) que trabaja todo el año, aunque es en el mes de diciembre cuando se juntan los pedidos de diferentes modelos. Don José Antonio señala que se debe tener bastantes juguetes elaborados aunque no sepa si se van a vender; la gran ventaja es que sí sale lo que se produce, pues reconoce que, al menos en la región de Apaseo, casi no hay gente que se dedique a elaborar la línea del juguete.


Hace mucho tiempo sí habíamos varios pero se fueron retirando, pues [a] la gente casi no le gusta comprar mucha herramienta y esas cosas; entonces es la herramienta la que permite aventajar el trabajo, las cosas; la gente por ahí tenía tallercitos y al último mejor me compraban ellos. Ellos sacaban por ejemplo 5 o 30 carritos y yo sacaba 70 a 80, quizá por eso se quitaron.2

En palabras de don Antonio, quizá esto sucedió “porque dejó de ser negocio para algunos, o bien, la gente buscaba menos los juguetes, y a veces el artesano busca los espacios para promover pero le cuesta el espacio para vender, en tener algún lugar para exhibir, en este caso los juguetes”. Por ello, es necesario buscar ferias o exposiciones para poder mostrar sus creaciones, y, consciente de ello, don Antonio asume como parte de su oficio, aparte de los juguetes que se pueden considerar

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de adorno, también la elaboración de artefactos de tipo didáctico, pensando en un uso más rudo para los niños, con colores llamativos y de material resistente. Yo aquí en una ocasión tuve 14 trabajadores, pues es que hubo un tiempo que si se vendía harto esta cosa, todavía se vende más o menos, es que yo persona más de taller que de salir a vender porque toda mi vida fue de estar aquí (…) de hecho a mí no me conoce mucha gente, pero hasta ahora que ya salgo más me reconocen.

Esto representa una doble tarea para el artesano de nuestros días: poder combinar la parte de producir y la de difundir o bien promover sus piezas, pues resulta difícil desplazarse para llevar el juguete a otros lugares, para darlos a conocer. Además, asume que sus juguetes están un poco

Reynaldo Hernández Hernández, entrevista realizada por Jesús Romero Salazar en San Bartolo Aguas Calientes, el 29 de marzo de 2013. Los subsiguientes testimonios del entrevistado proceden de la misma fuente.

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devaluados al tener que competir con los productores de Michoacán, quienes vende sus piezas más baratas, razón por la cual la gente luego le quiere comprar mucho más barato su trabajo; incluso resultan complicado aumentarlo dos o tres pesos. En este oficio, don Antonio se encuentra con la situación de que los compradores tienen la idea de pagar poco, o bien, no darle el reconocimiento a su creación, por tal motivo llegan ofreciendo menos de lo que se espera. “Esto me pasó en la semana del artesano, que llegaban y preguntaban sobre el costo de una casita de madera con muebles, pero en lo que ofrecían simplemente no sale el costo”. En este sentido, queda claro que en ocasiones no se advierte el tiempo invertido, el trabajo en los detalles de lo que se hizo, sobre todo por estar hecho a mano se menosprecia lo invertido por el artesano ni se valora el trabajo. En ciertos momentos, don Antonio se pone a pensar sobre su trabajo, y cuando requiere de cierto apoyo, toda la familia se involucra en su quehacer. Principalmente es Diego Antonio Arzate quien sigue los pasos de su padre desde los 14 años, y quien representa su “mano derecha”. Los demás hermanos más pequeños aún están estudiando,


pero en ciertos momentos también colaboran en la elaboración de los juguetes. Tal apoyo significa en gran medida la motivación necesaria para seguir trabajando y poder darle continuidad a esta tradición; siempre creyendo en lo que hace y

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poniéndole ganas, pues no tienen un horario ni días de descanso, sino que tienen por costumbre estar siempre en el taller. A diferencia de otras familias, en la de don Antonio no existen antecedentes de trabajadores de



la madera; él recuerda que su abuelo y su familia en general se dedicaban al campo o la alfarería, a hacer tinajas. En ese tiempo vivían de tener alguna vaca o una chiva, sembraban la tierra y vivían en un cuarto largo donde almacenaban maíz, con el que se preparaba el nixtamal; también era raro que la gente saliera a otros lugares a trabajar. Don Antonio tiene presente que desde niño empezó a aprender. Cuando salió de sexto de primaria, rápido se enseñó y en unos cuatro o seis meses ya estaba fabricando sus primeras piezas, por las que le pagaban muy poco; por eso decidió elaborarlas por su cuenta, marcando así su inicio en la elaboración del juguete. Tiempo después, se fue a Estados Unidos y con las ganancias volvió para hacerse de algunas máquinas con las que empezó a elaborar sus piezas. En esta labor, don Antonio valora mucho sus herramientas, a las cuales les da por supuesto un uso constante; entre ellas destacan las sierras para cortar y las lijas, que tiene que modernizar, por lo perjudicial que puede ser para la salud el polvo fino, ya que las máscaras no evitan del todo la inhalación, y eso hace daño a la larga. Don Antonio espera que un día pueda contar con un sistema que filtre el polvo para cuidar su salud al igual que la de quienes le apoyan en su trabajo. El maestro Arzate se ha dedicado también a la elaboración de muebles grandes, incluso usando pinturas o

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cierto barniz, y así aprovecha toda la madera que usa para aplicarla en otras piezas pequeñas hechas de aile, que es una madera liviana.

A manera de proyecto, don Antonio tiene la idea de ir a algunas escuelas y ofrecer ciertas piezas para venderlas a un bajo precio pero en mayor can-

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tidad, pues a veces los niños andan preguntando o buscando ciertas piezas en algunos talleres; incluso algunas piezas pueden servir de adorno si ya no se les da uso. Y la escuela es sin duda un espacio importante desde el cual se le puede dar un valor

diferente a este tipo de juguetes, a diferencia de la tecnología de hoy en día. En ese sentido, don Antonio tiene fe en que la gente va a regresar a buscar sus juguetes, pues hay quienes tienen conciencia de la tradición. José de Jesús Romero Salazar

Fuentes González, Pedro, Geografía local del estado de Guanajuato. Guanajuato, Ediciones La Rana, 2000. Hernández Hernández, Reynaldo, entrevista realizada por Jesús Romero Salazar en San Bartolo Aguas Calientes, el 29 de marzo de 2013.

Sauza Vega, Francisco, Apaseo el Alto. El municipio joven de Guanajuato. Guanajuato, Gobierno del Estado de Guanajuato (Colección Monografías Municipales de Guanajuato), 2009.

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Raymundo Quintero Guerra El afinador de piedras

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h’amakuerhu es el nombre purépecha de Comonfort que después se transformó en Chamacuaro (o   Chamacuero). Lo que hoy conocemos como el Bajío era dominado por distintos grupos indígenas;   las recientes excavaciones en una zona arqueológica de Comonfort nos muestran que la hipótesis de que en esta región sólo había grupos de chichimecas está cayendo, y aunque aún no se tiene claridad acerca de qué grupos habitaban en esta región, también es probable que fueran ñañús, debido a que Ch’amakuerhu significa “lugar de ruinas”, y que los purépechas lo nombraran así por su abandono o en referencia a una ocupación que ellos no reconocían como propia. El cerro en el que hoy se encuentra esta zona arqueológica se llama de Los Remedios, el cual también le da nombre al barrio que se encuentra a sus faldas. En este lugar es donde vive don Raymundo Quintero Guerra; ahí nació hace sesenta años. Don Raymundo es músico y trabaja la piedra, oficio que se conoce como lapidaria, y en el que comenzó a trabajar cuando tenía entre diez y doce años ayudándole a su padre, que era originario de Dolores Hidalgo. Al principio sólo lo ayudaba a sacar la piedra del cerro de Los Remedios y traerla hasta su casa. En el cerro hay varias minas, algunas de las cuales tienen dueño; nos cuenta don Raymundo que en ellas se

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cobran cuarenta y cincuenta pesos por mes por sacar la piedra, lo cual se cubre con la venta de un molcajete mediano de 20 centímetros de diámetro aproximadamente. Hay otras que son comunitarias y en las que no se cobra, como la que se encuentra ahora dentro de la zona arqueológica. Allí laboran algunas personas de manera regular, tanto elaborando piezas de piedra como en los trabajos de excavación del proyecto arqueológico. De la mina se extrae el material y allí mismo se le da la primera forma, lo que se logra con una serie de herramientas que son fáciles de conseguir, como martillos y cinceles comerciales. Esta primera forma que toma la piedra es importante porque determina cómo se trabajará después, es decir, ahí mismo se decide para que se utilizará, si para un molcajete, un metate, o para algún cenicero u otra pieza. Don Raymundo se dedica mayormente a elaborar molcajetes de distintos tamaños, así como algunos metates y ceniceros, aunque en algunas ocasiones se ha dado el lujo de experimentar, ya sea en la elaboración de un salsero con tres espacios o un depositario para la sal, entre otras cosas. La materia prima para este oficio se transporta a la casa en una carretilla; el camino es duro, por

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lo regular llevan de 20 a 30 kilos de piedra por el cerro y después entre calles empedradas e inclinadas. Don Raymundo tiene una buena cantidad de piedras en su casa, se nota el trabajo previo en cada una de ellas; es evidente el ojo experto del maestro que ha determinado para qué será cada una de éstas, como si el material supiera en qué se quiere convertir, como si la montaña le susurrara en qué desea ser transformada. Don Raymundo además es músico y su padre también le enseñó ese arte. Toca la guitarra desde los doce años, el violín desde los veinte y desde los treinta y cinco el acordeón. Ha compuesto música original y esto ha quedado plasmado en un disco que produjo la Universidad de Guanajuato. Su padre sólo le enseñó a tocar la guitarra; los siguientes instrumentos los aprendió por su cuenta, no obstante confiesa que ha recibido alguna instrucción de músicos que se la intercambiaron por algunas cervezas. Su padre, además de músico y lapidario, también era albañil; algunas veces trabajaba sembrando la tierra, como mediero, y otras, en las minas de plata de Guanajuato. Don Raymundo, de igual manera, se ha dedicado a distintas cosas, sobre todo



a la música, siendo ésta una de las razones por las cuales nuestro encuentro se retrasó, ya que andaba en Mazatlán trabajando con el conjunto con el actualmente toca. Ellos salen los fines de semana con destino a Celaya a probar suerte, esperando que los contraten para dar alguna serenata o tocar en alguna fiesta. Sus distintas actividades productivas nos demuestran que no hay separación entre las artes y el trabajo manual que muchas veces se consideran excluyentes, como si uno fuera intelectual y de las élites y el otro sólo de las masas “poco educadas”, cuando en realidad, como si fuera una magia casi de bailarín, el maestro toma la piedra con sus pies, sentado casi en una posición de meditación zen, al ras del piso, sosteniendo su material con las extremidades inferiores mientras con sus ágiles manos le da una forma redonda al molcajete, sin ningún metro o diámetro establecido; sólo lo sabe, entiende la proporción de manera natural, la forma redonda aparece de sus manos. Me dice: “todo tiene una cuarta”, y me muestra cómo al extender la palma de su mano en todas direcciones el molcajete tiene la misma distancia. Al mostrarme cómo elabora un metate, don Raymundo me vuelve a explicar con sus manos cómo es que sacan las medidas; me doy cuenta de que no necesita ningún instrumento de precisión para hacer su trabajo. Por un


momento pensé que sólo lo hacía con los molcajetes por ser pequeños, pero no es así, todo lo hace con las medidas de sus manos, sabe cuánto mide cada cosa. Esto me recordó lo dependientes que somos de los instrumentos electrónicos de precisión y nos sorprendemos de que, antes de la llegada de los españoles, los pobladores de nuestras tierras fueran capaces de construir grandes pirámides, arte e instrumentos, y lo primero que preguntamos es ¿cómo lo hacían? Viendo trabajar a don Raymundo pienso en esa técnica refinada de los antiguos pobladores de Mesoamérica, pienso en cómo con los instrumentos más simples se pueden crear cosas maravillosas. Si uno ve de cerca estos artefactos de piedra puede pensar que han sido pulidos con alguna clase de lija o con algún instrumento eléctrico especial para ello, cuando en realidad han sido tallados hasta darles ese acabado, es decir, que no se pule por frotado, sino por golpe, técnica sumamente compleja que depende del tipo de filo que tiene la “máquina”, como les llama don Raymundo a sus instrumentos. Estas “máquinas” son elaboradas de manera artesanal, ya sea por él mismo o por algún herrero. Una máquina, por ejemplo, es producto de una

modificación hecha a un martillo, a una flecha de carro o a alguna otra herramienta, según lo que se necesite. Éstas son afiladas y tienen distintas formas: plana, de punta y de segueta, y con ellas le da distintos acabados a la piedra. Cuando tomé uno de los molcajetes que estaban terminados no parecía que lo hubiera moldeado con ellas; me pareció impresionante saber que a puro golpe de hierro se le dio forma y se le pulió para después ser tallado con una piedra. Mientras observaba los detalles del molcajete acabado, don Raymundo terminaba de dar forma a las patas de otro, como si fueran apareciendo mágicamente. Las obras que don Raymundo nos regala son primordialmente para la elaboración de comida, pero curiosamente no participan en ellas ninguna mujer. Aunque tiene hijas me cuenta que nunca les enseñó, sólo a sus hijos, que si bien no se dedican de tiempo completo a este arte sí lo practican en ratos, haciendo algún molcajete o un cenicero junto con su maestro, sobre todo cuando no tienen trabajo. Este oficio les permite tener un ingreso, aunque sea poco, pero estable. Este tipo de afirmaciones nos hacen pesar que el trabajo en la piedra que realizan don Raymundo y sus hijos, aunque no es

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de tiempo completo, es parte integral de su vida. La talla en piedra es para ellos una de las formas en las que se expresa el trabajo comunitario de familia, y aunque sus hijas y sus nietas no realizan de manera tan especializada el trabajo, nos dice que ocasionalmente elaboran las manos de los metates o los morteros de los molcajetes. El taller se encuentra en medio de la casa y es por eso que todos los miembros de la familia pasan por ahí y se integran de alguna forma a este trabajo comunitario. De muchas maneras la casa está hecha para que el taller se encuentre en el centro del espacio; el patio me recuerda a los talleres de lítica de Teotihuacán o de jade de la cuenca el río de la Pasión en Guatemala, donde familias enteras se encargaban de la elaboración de instrumentos ornamentales y de corte para el uso cotidiano. Si bien los metates y los molcajetes ya no se utilizan como antes, por la introducción de la licuadora y de los molinos de maíz, la venta de ellos sigue manteniendo a algunas familias como ésta, y aunque es actividad de medio tiempo, complementa el gasto de todos sus miembros. Sus hijos, además, venden elotes hervidos o comida, entre otras cosas, sobre todo cuando no andan en el Norte, como se le dice

regularmente a irse a trabajar a los Estados Unidos. Don Raymundo comenta que también un tiempo estuvo allá, pero se regresó y ahora considera que ya está muy viejo para ir. El maestro Quintero nos explica las distintas calidades de piedra que hay en la región, y cómo una es mejor para trabajarse que otra. Nos dice que la piedra porosa o “picosita” no es buena porque se rompe al trabajarla, aunque no hay diferencia en cómo se trabaja y en el tiempo que se invierte; también es más complicado encontrar piedras de mejor calidad, casi siempre viene porosa, nos explica. También hay distintos colores, como el rojo ocre que algunas veces le piden para alguna pieza, pero regularmente es azul, como la clásica de un molcajete. Nos cuenta que en el barrio de Los Remedios por lo menos el noventa por ciento de las personas saben trabajar la piedra, aunque se dediquen a otras actividades, y que todas las casas tienen un taller, pequeño o grande. Nos cometa que cuando hay poco trabajo siempre es una ayuda para todos, sin embargo, para él dedicarse a otras cosas es más por aburrimiento: “todas las cosas terminan por cansarlo a uno”; es por eso que hace distintas cosas, lo mismo

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piensa de sus vecinos, que se dedican a otras actividades porque se aburren de hacer lo mismo. Don Raymundo no dice que antes había más gente que hacía estos artefactos, que en otros barrios también los hacen, tal es el caso de La Rinconada, de Camacho y por el panteón, donde hay mujeres que hacen molcajetes. Incluso, en algunos de estos barrios hay talleres muy especializados, que tienen cinco o más trabajadores haciendo todo el día molcajetes y otras piezas, y que en algunos otros ya se utilizan implementos eléctricos para hacerlos. Por lo fino de su trabajo hay quienes le han dicho a nuestro maestro que su pulido es realizado con herramientas eléctricas, pero no es así, y ya explicamos por qué, y él tampoco puede afirmar si los otros artesanos que han ganado concursos lo hacen o no a la manera tradicional. Nos cuenta que las figuras que se hacen en estas piezas, sobre todo en los molcajetes, en las que él no es muy diestro aunque lo intenta y nos muestra una pieza con una cara de cerdito, muy básica, piensa, son difíciles de determinar si son hechas con las máquinas o con herramientas modernas. En el libro de La tournée de Dios, de Enrique Jardiel Poncela, le es mostrado a Dios el metro de la ciudad de Madrid como una de las grandes maravillas de la humanidad, a lo que él responde con un simple “qué ganas de complicarse la vida”, dando como explicación que él puso todo para


que el hombre fuera feliz pero éste ha complicado todo a tal grado que sólo causa infelicidad. En esto pienso cuando veo a don Raymundo elaborar sus piezas, lo que hace de una manera tan simple y con tanta alegría que sólo transmite felicidad en ellas, y por más que tecnifiquemos el mundo, esta manera

ancestral y milenaria de transformar la naturaleza seguirá existiendo como un reto a la modernidad, como la cara digna del mundo que nos enseña que la vida es simple, porque mientras él elabora un instrumento que durará por la eternidad y que ha estado en nuestro territorio durante milenios,

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yo intento cargar la pila del celular, lo que sólo es posible gracias a esa complicación que lleva menos de un siglo en la tierra: la luz eléctrica. Dos de los objetos creados por don Raymundo son parte esencial de nuestra cultura, esto es, el metate y el molcajete, por medio de ellos miles de generaciones constituyeron la base de nuestra alimentación: la masa de maíz que le dio vida a las civilizaciones de Mesoamérica, además de ser el motor de sus economías, y gracias a ello construyeron civilizaciones enteras, y lo más sorprendente de todo es que la tecnología sigue siendo casi la misma. Los molcajetes, por el otro lado, como morteros, no son exclusivos de nosotros, pero en todos los pueblos se han utilizado para hacer salsas con jitomates, chiles, aguacate, etc., que son características de nuestra cultura gastronómica, misma que ha ganado el carácter de patrimonio cultural de la humanidad. Los implementos con los que se elabora nuestra comida son parte importante de ella porque le imprimen ese aspecto particular que la hace grandiosa, y después de tanto tiempo y tantos cambios históricos, culturales y económicos, se sigue preparando con un molcajete, lo que nos muestra que no es sólo victoria de quien cocina

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sino también de quien construye los instrumentos con tanta precisión, amor y compromiso por el trabajo manual. Después de estar platicando con don Raymundo había notado un movimiento particular en la elaboración de los molcajetes; pasaba constantemente sus instrumentos por el diámetro de éstos; me pareció en un principio que era una especie de tic, de esas cosas que todos hacemos sin pensar sobre nuestra cotidianeidad, pero me sorprendió cuando me dijo: “se oye bien este molcajete”. Al principio no entendí cuando lo mencionó, y tuve que preguntar a qué se refería, después me explicó que la piedra se oye y con ello se da cuenta si está en buen estado o no, si la piedra está quebrada por dentro o no. De esta manera toma literalmente el tono de cada una de las piezas que hace, las escucha, algo que es muy probable que sólo los músicos entiendan, que cada cosa está afinada a su modo, que todo tiene una vibración y que se puede afinar. Con cada golpe parecería que don Raymundo intentaba darle esa afinación al molcajete que hacía mientras yo le preguntaba cómo era que los elaboraba. Después de darme cuenta de esto y preguntar por qué lo hacía, me mostró cómo cada uno de los que tenía




ahí sonaban distinto, pero que estaban perfectamente bien hechos, que no estaban rotos por dentro y que además estaban bien de dimensiones. Don Raymundo transforma la piedra, el cerro, en objetos

de uso cotidiano, lo hace con todo su cuerpo, hasta con el oído; no construye simples artesanías, afina la piedra, le da una vibración y le da su lugar en nuestro mundo. Israel Espinosa Ramírez

Fuentes Jardiel Poncela, Enrique, La tournée de Dios. Madrid, Biblioteca Nueva, 1989.

Quintero Guerra, Raymundo, entrevista realizada por Israel Espinosa Ramírez en Comonfort, Gto., el 27 de abril de 2014.

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La familia Arpero Tocando una tradición

Todo el carácter que puede existir en este mundo lo tiene la música, (…) es un pódium abstracto, muy privilegiado, porque conocemos todos los rostros, todos los sentimientos, todo lo que existe en nuestra cultura, en nuestra tradición. Juan Manuel Arpero

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ara entender la historia y vida de los pueblos, muchas veces sólo hay que escucharlos. Es en la mú   sica donde se desnudan, en ella plasman su sentir, cuentan su historia y a través de ella recrean su alegría o sus más hondas tristezas. En los momentos más importantes de la vida, la música se encuentra presente. En el Bajío guanajuatense la tradición musical se regodea en la banda de viento. Estas bandas que crecieron y se desarrollaron con el mestizaje tan prominente que se dio en la región. En él crecieron las marchas, las mazurcas, el pasodoble flamenco, el pasodoble obligado; pero el género que alcanzó más auge y que se quedó enmarcado en el corazón de la tradición musical del Bajío guanajuatense fue sin duda la

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polka. Este género que nació en la región de Bohemia, hoy República Checa, ha tomado, a lo largo de los años, una forma totalmente nueva, una forma totalmente guanajuatense. La estructura de la polka que llegó de Europa está constituida por: Una introducción de toda la banda; tiene una parte lenta en donde el andante, que es el solista, se luce cantando en tiempo lento, que es donde están los expresivos más difíciles. Después viene la polka y viene el trío con los tuttis [de] intermedio, en donde el solista participa. Y luego la coda, lo que viene siendo el final, la parte final; por lo menos es una forma de las dos o tres tradicionales que vienen de Europa.1

1

Gerardo y Juan Manuel Arpero Ramírez, Raquel Oliva Gasca y Emanuel Óscar Arpero Oliva, entrevistas realizadas por Anabel Plaza Terán, en Villagrán, Gto., el 13 de marzo de 2014; y Felipe Arpero Ramírez, entrevista realizada por Anabel Plaza Terán, en Villagrán, Gto., el 25 de marzo de 2014. Las subsiguientes citas provienen de estas mismas fuentes.


Pero en Guanajuato se modificó la estructura de la polka, lo que la hace tan original y tan diferente. El cambio se dio por las mismas exigencias de la festividad guanajuatense. En principio estas piezas se interpretaban con la misma estructura europea, pero la participación de la banda en las etapas de las festividades les impedía, en la mayoría de las ocasiones, completarla, fue por eso que: Aquellos maestros dijeron “no nos vamos a dejar, no vamos a dejar que esto se quede así, vamos a demostrarles”, y aquéllos decían lo mismo, qué curioso que los músicos les quitaron la introducción y el andante para ir directamente a la polka y a trío, directo ya. Lo tuttis tradicionales no eran más que las dianas y las porras. Cuando aquí en la polka le quitaron la introducción y el andante se iba directo el solista a tocar y los tuttis eran esas porras, eran esas dianas.

A lo largo del siglo xx esta nueva polka, la polka guanajuatense, encontró un gran cobijo en las ciudades del Bajío, como Salvatierra, Cortazar, Celaya, o en pueblos tan importantes como Rincón de Tamayo, y muy especialmente en el pueblo del

Guaje o el Aguaje, hoy la ciudad de Villagrán. El gran desarrollo que tuvo la polka, y la música de banda en general, se debió también a la existencia de grandes maestros, que supieron ejecutarla, interpretarla y darle un lugar dentro del mundo de la música. Fue en este pueblo del Guaje donde encontramos a uno de los máximos exponentes y creadores de toda una tradición, un hombre que no sólo dejó esa semilla en Villagrán, sino que la cultivó hasta formar un tronco sólido con profundas raíces, árbol que ahora esparce su polen por el resto del Bajío: el maestro Felipe Arpero Alvarado. De humilde extracción, Felipe Arpero trabajaba en las labores del campo como jornalero o arreando bueyes y atendía una tienda de abarrotes por las tardes, pero dedicaba todo su tiempo libre al estudio de la música. La guía que encaminó todo este esfuerzo fue el maestro Aniceto Serrano, barítono, gran músico que poseía un extenso archivo y con quien don Felipe formó una estrecha amistad. Con el maestro Aniceto Serrano conducía la banda, y era tanta la confianza que le tenía el maestro “Checo” Serrano, que le entregó su archivo, que no sólo contenía lo que había recopilado, sino además mucho de lo que él mismo había escrito.

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Finalmente, a la muerte del maestro Serrano, don Felipe se hizo cargo por completo de la banda y se encargó de configurarla. La dedicación era uno de los sellos característicos de don Felipe Arpero, fue por eso que buscó siempre las vías para aprender más: Él con sus propios medios se contactó con la casa Veerkamp de aquí de México, él me consiguió mi primer método, el método de Arban, que lo pidió a la Casa Veerkamp. Él tenía un hermano, Ángel Arpero, en Fullerton, California, que estaba muy pegadito en la fábrica de la Olds, en donde patentó Rafael Méndez su propia trompeta […] le enviaba todas las ilusiones a mi papá; entonces mi papá estaba muy actualizado con la música de baile, de Glenn Miller, de Phil Morrison, como le decía, de todos los grandes, y estaba muy familiarizado, muy conectado con la casa Veerkamp, con la Wagner, y con la Ricordi que venía de Argentina.

Todo este esfuerzo también se vio reflejado en otra de las agrupaciones musicales que abundaban en aquel entonces en el estado: las orquestas. El amor que don Felipe sentía por la música no era privativo de algún género y es por eso que llegó a

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formar dos orquestas, una llamada “Caribe” y otra llamada “Sullivan”, dirigidas por él, y que con el tiempo se posicionaron entre las mejores de Guanajuato, junto con la orquesta de Valle de Santiago que dirigía Baltazar Aguilar. Esta ansia que tenía por aprender y perfeccionarse en la música nunca la dejó sólo para sí: enseñar a todo aquel que tuviera deseos de aprender fue otra de sus mayores complacencias. Existen muchos recuerdos de cómo en el pasillo que había junto a la tienda de abarrotes don Felipe instruía a los niños que sentían el ánimo de iniciarse en la música; de que en las tardes se escuchaba el cantar de los niños mientras él los supervisaba detrás del mostrador de la tienda, atendiendo clientes y dando lecciones de solfeo a los niños: Él tenía esa costumbre de invitar a gente, que no fueran nada de él, los enseñaba y sin cobrarles ni un cinco, pero lo que quería era que surgieran buenos músicos aquí en Villagrán; y sí, la verdad, de los que él enseñó, de la época, puros maestros casi, muchos muchachos se fueron a México, andan allá [en] Sonora, otros en Estados Unidos, de los mejores músicos de Guanajuato.



Tuvo muy buena escuela mi papá para enseñar, mucha paciencia.

En un hogar en que el padre dirige una banda, la música se encuentra en cada rincón, y ese amor que don Felipe tenía por la música lo entregó por entero a sus hijos. De su matrimonio con Rosa Ramírez Martínez engendró diez hijos, seis hombres y cuatro mujeres, y en todos inculcó ese cariño por la música. Gilberto, él fue el mayor, él tocaba el acordeón. Luego sigue Felipe, […] él tocaba antes la trompeta, luego se cambió a saxofón y tocaba la armonía y tocaba también el piano, ahorita en la banda él trae el saxofón y el barítono; después de Felipe sigue Héctor, él está en Estados Unidos, él tocaba el clarinete y el saxofón alto, luego le sigue este Juan Manuel, toca la trompeta, luego le sigo yo, Gerardo, el trombón, y el último es Alejandro, clarinete…

La enseñanza incluía que los niños se involucraran desde pequeños en la música, aun cuando no sabían tocar el instrumento. Felipe, por ejemplo, muchas veces lo acompañó sólo para recoger los

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atriles y las carpetas, más adelante con las maracas, y después al estudio del método. Pero todos desde corta edad debían comenzar su formación musical: Porque a muy temprana edad se debe dar ese proceso, para que el niño ya agarre su violín o ya agarre su instrumento de percusión, que es parte de ese enamoramiento que uno debe tener de su instrumento. […] El niño se asocia más con su instrumento.

El adiestramiento se debía dar todos los días, sin falta, y su madre era la encargada de organizar su día y coordinar sus actividades, para que cuando llegara su padre comenzara la lección: …ella nos decía te vas a ir en la mañana, te levantas, a hacer el quehacercito para arrimar el pan para la tiendita, que los cigarros, que los cerillos, que los chilitos en aquel tiempo, y ya nos íbamos a la escuela, llegábamos, comíamos y ya un ratito y enseguida a las clases de música.

Y así comenzaba la instrucción, dedicando al menos dos horas diarias al aprendizaje, “inculcán-



dole a uno lo que es la música, el arte”, con aquel antiquísimo método de: Hilarión Eslava, el sistema de solfeo, el sistema de cantar, el sistema de tocar, el sistema de que a la lección 25 nosotros ya teníamos que agarrar el instrumento, para empezar a tocarlo directamente sin mayor vuelo, ¿verdad?, sin mayor protocolo, directo a tocar.

Para sus hijos era un precepto terminar las 58 lecciones del método de Hilarión Eslava; algunos de sus alumnos desertaban, incluso faltando una lección o dos, pero en todos sus hijos debía quedar bien cimentada esta enseñanza: “Porque él fue el gran maestro, no porque él sea mi padre, pero él tenía un don muy especial, y era duro, era duro para enseñar a los muchachos, más a nosotros”. Pero seguir cada una de las cincuenta y ocho lecciones llega a cansar; Felipe hijo recuerda que al aprender el método hizo trampa: para hacer creer que avanzaba se aprendió el método de memoria, y claro que cuando su padre se dio cuenta se llevó un buen regaño y además tuvo que regresar:

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Tuve que empezar de nuevo y aventarme otra vez el método, pero ya era una ventaja de todos modos porque se despierta el sentido musical, aunque uno se los aprenda de memoria, pero no es lo correcto, es una cosa mala, no hay como ir leyendo, si no cómo va a comprender uno los valores, cómo va a comprender uno lo que es la música; el solfeo es donde se cimentan las meras bases de la música para ser un buen elemento.

Esto fue cuando tenía ocho años de edad, pero ahora nos dice lo agradecido que está con su padre por haberle hecho ver las cosas con claridad. A la misma edad que Felipe, Gerardo también comenzó con el método, pero, para él, lo más difícil fue transportar las notas. Había comenzado con el barítono, que está en Si menor y se maneja con la clave de Sol, que ya dominaba, pero el trombón de vara está Do y se maneja en otra clave. Juan Manuel desde los seis años mostró su interés por la música, y a los siete ya andaba con su padre haciendo presentaciones. Para todos ellos su desarrollo profesional se dio trabajando al lado de su padre, pero el trabajo era eventual, así que podían darse el tiempo de tocar


con otras bandas, aunque siempre con el permiso del patriarca y poniendo sobre cualquier otro el trabajo con la Banda de Villagrán.2 Juan Manuel, por su parte, ya había decidido extender su conocimiento de la música fuera de casa, y es por eso que al terminar la secundaria partió a la ciudad de México e ingresó al Conservatorio Nacional, donde inició una brillante carrera como concertista. En el año de 1986 murió don Felipe Arpero Alvarado, de una manera tan repentina que muchos de sus compromisos quedaron en el aire. Ante esta situación todos los hermanos se reunieron para decidir sobre el futuro de la banda y todo lo que les había legado su padre. Y todos estuvieron de acuerdo en que fuera Gerardo el que tomara la dirección de la banda, porque lo consideraron el más idóneo. Cerca con él se quedaría Felipe, integrando la banda, y como homenaje a su padre, todos decidieron llamarla Banda Felipe Arpero.

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La banda así era reconocida, como la Banda de Villagrán, y algunos ya la llamaban la Banda de don Felipe.



Fue todo un reto para Gerardo conducir la Banda Felipe Arpero, porque en cada presentación el nombre de su papá estaba en entredicho, dado que cuando don Felipe padre la dirigía “nos codeábamos con las mejores bandas de aquí de Guanajuato”, así que debía cuidar la calidad de la ejecución y la interpretación para seguir manteniendo en alto el nombre de su padre. Y lo logró instruyendo él mismo a varios jóvenes; algunos ya habían sido alumnos de su padre y sólo les ayudó a terminar su formación, a otros los formó desde el principio, pero a todos se les tuvo que inculcar el estilo de la “Felipe Arpero”. Esto significaba horas y horas de ensayos, y Gerardo pagaba incluso los pasajes de los integrantes para que estuvieran practicando todos con él. Fue un 12 de diciembre de 1987 cuando la banda dirigida por Gerardo y Felipe Arpero comenzó a crecer: Fue en Carrillo, una comunidad de Querétaro, ahí fuimos a trabajar, ahí fue el primer trabajo duro para uno, que íbamos a alternar con una banda de Santo Tomás y allí fue donde me puse a estudiar con todos los niños y salió muy bien el compromiso a pesar de que aquella banda ya

tenía mucho prestigio. Ahí fue donde empezamos crecer un poquito.

Fue muy difícil para Gerardo aprender el manejo de la banda, y aunque dominaba la parte de la ejecución en los escenarios, la parte administrativa fue muy complicada: revisar contratos, cuáles eran los pendientes y los que iban llegando. Pero con el paso de los años se ha convertido en un experto en la materia: hoy en día, si no está en el escenario tocando y dirigiendo, se encuentra fuera de su casa armando las siguientes salidas y programando las presentaciones de la banda, que son bastantes y que muchas veces los dejan sin descanso. Afortunadamente Gerardo tiene tres hijos que heredaron el mismo amor por la música: Gerardo hijo con la trompeta, Emmanuel Óscar con el clarinete y César Arpero Oliva con la tuba. Hijos de Gerardo Arpero Ramírez y Raquel Oliva Gasca, los tres desde pequeños se involucraron en el mundo de la música, tuvieron como maestro a su padre y a su abuelo Felipe Arpero Alvarado. Emmanuel recuerda: De hecho es la tienda de mi abuelo, la casa era más grande, nada más que se dividió, pero aquí

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está su tienda, aquí, nada más que era una tienda de abarrotes. Aquí en este pasadizo él enseñaba a sus alumnos, él se ponía a estudiar aquí mientras la gente llegaba, y más atrás era donde ensayaban mis tíos. Y todo eso de niñito chiquito se le pega a uno.

Del mismo modo que su padre le enseñó la música, Gerardo lo hizo con sus hijos, que resultaron excelentes músicos y además adoptaron el mismo amor por la polka de su padre y su abuelo. Es por eso que la Banda Felipe Arpero ha sabido llevar la polka a todos los rincones del estado y fuera de él. En estados como Michoacán, sus presentaciones han hecho que los lugareños aprecien este género de origen checo pero aclimatado al Bajío. “Han adoptado la música de nosotros, nos siguen […] Ya de repente estamos ahí y: oye, una polka.” Que las polkas se siguieran interpretando en ese escenario que se le ofrece en cada fiesta, en cada boda, en cada entierro, era el deseo de Felipe Arpero Alvarado, y eso lo ha tenido muy presente su hijo Felipe: “que no se olviden de esa bella música”. Precisamente para su mejor ejecución estuvo probando con varios instrumentos:


…empecé con la trompeta […], después de ahí me cambié a la armonía, la armonía, el saxo, también ahí duré un tiempo, duré unos años trabajando por ahí, ya pasaron los años un poco más, a los 22 años, 20 o 21, por ahí; me cambié de instrumento al saxofón tenor, que después fui trabajando y hasta la fecha estamos ahí, poquito de teclado también. Son varias cosas que uno aprende. El barítono…

Y en la actualidad ayuda en la banda con el manejo del teclado, el barítono y el saxofón. Es impresionante cómo a sus 67 años continúa en los escenarios, siendo que muchos colegas a su edad ya están retirados. Acumula ya más de 57 años de trayectoria y ayuda a Gerardo en todo lo puede, pues ha sido integrante de la banda toda la vida. En el terreno de la música, la mayor influencia para Juan Manuel fue su padre, aun con la instrucción que tuvo en el conservatorio por parte de grandes maestros como Felipe León, primer trompeta de la Orquesta Sinfónica Nacional; Víctor Urban, Clemente Sanabria, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Nicolás Galindo, Alicia Urreta, Juan Bosco Cordero y el maestro Luis Samuel Saloma. No obstante las

grandes giras que realizó por México, Sudamérica, Estados Unidos y Europa, jamás dejó de lado todo lo aprendido y todas las vivencias con la banda de su padre, ni el amor por la polka: Porque a pesar de que tiene uno la suerte de pisar escenarios, otros estilos musicales, se arraiga más la tradición, los bonitos recuerdos de los inicios, los que nos regalaron los papás, los maestros. Finalmente viene siendo la parte más hermosa y más fundamental de todo esto. Fundamental porque es imposible que se olvide […] Y más se arraiga y más llega el recuerdo y más llega el amor de nuestra música tradicional, de aquella que la vemos como muy simple [pero] viene siendo la más grande.

La muerte de su padre lo llenó de tristeza, y no concebía ver las bandas sin él, fue por eso que buscó una forma de honrar y reconocer el trabajo que había hecho su padre. Para esto buscó ayuda en la Dirección General de Cultura de la SECyR, donde encontró un gran apoyo en Jorge Labarthe y en Sergio Cárdenas –que en ese momento era director de la Orquesta Filarmónica del Bajío–, quienes en

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aquel entonces tenían la idea de hacer un evento en un estadio para reunir a todas las bandas. Pero Juan Manuel les replicó: “¿Qué se les va a quedar?”, y el maestro Cárdenas le preguntó: “¿Qué tienes en mente, Juan Manuel?”. “Yo creo que más bien valdría la pena juntarlos a todos, capacitarlos; crear un campamento para capacitarlos y escoger a los mejores para hacer un concierto en el Festival Internacional Cervantino.” El resultado fue un gran éxito. En 1988 las primeras figuras emanadas de este campamento llegaron al escenario de la Alhóndiga de Granaditas. A partir de ahí se formó un programa de bandas de viento para acercar a los niños y a los jóvenes a la música, y sobre todo a la música tradicional. Cada año se estrenaba una obra del mismo Juan Manuel, quien también se encargó de hacer arreglos para que los jóvenes, además de la música popular, interpretaran grandes obras clásicas como la Obertura 1812 de Tchaikovsky, “que en ese tiempo todo mundo le tenía miedo”, y la sacaron. Qué mejor homenaje para su padre que continuar con su obra, enseñando a niños y formando buenos músicos, ya no sólo para Villagrán, sino para todo el estado de Guanajuato.

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Ahora bien, Juan Manuel Arpero no sólo formó un mundo de programas para hacer que los jóvenes se relacionaran con la música de banda y sobre todo con la polka guanajuatense, sino que además ha hecho grandes aportaciones al género con varias composiciones y arreglos: He compuesto muchas polkas, he compuesto algunas canciones también; durante 23 años siempre componía marchas para el Cervantino, no había año en que no se estrenara una obra nueva. Marchas, polkas, canciones, arreglos; pero sí tengo que agradecer esa oportunidad que tuve yo para estar haciendo arreglos y experimentar.

La obra que le ha dado mayor renombre es sin duda la Polka de Pozos, tan conocida que incluso se escucha en Estados Unidos. A través de estos medios Juan Manuel ha logrado llevar la música tradicional a los grandes escenarios; como los arreglos que hizo para Georgina Meneses en su disco Alma de México; y otras aportaciones para las orquestas sinfónicas de Durango, Michoacán y Puebla son algunos ejemplos que podemos mencionar. Para la última orquesta estrenó tres conciertos guanajuatenses hechos para



orquesta sinfónica: El anillo de oro y otras polkas guanajuatenses, que es la forma que él ha encontrado para plasmar la tradición en la orquesta. En Felipe, Juan Manuel y Gerardo recayó el deber y la obligación de proteger ese precioso tesoro que es la polka guanajuatense. Y como familia han sido muchos los esfuerzos realizados para hacer que el público la valore. Uno de los más notables fue la grabación de un disco con trece polkas tradicionales. La idea de este proyecto nació cuando los tres hijos de Gerardo vieron que había muy pocas bandas que interpretaban aquella bella música que les había enseñado su abuelo y con la que ellos y sus tíos crecieron; fue entonces cuando hablaron con su tío Juan Manuel, quien se sumó al proyecto e hizo todos los arreglos para que sus sobrinos y la banda de su hermano interpretaran esas sublimes canciones como La bella Italia o El vuelo del abejorro. Y ya está próxima la grabación de un segundo disco de polkas. Enseñar esta música a las nuevas generaciones es otro de sus compromisos; Felipe, Gerardo y Juan Manuel han enseñado a varias bandas de jóvenes y niños, compromiso al que Gerardo, Emmanuel y César Arpero Oliva, hijos de Gerardo Arpero Ramírez, han prestado especial atención: Empezamos con una banda, aquí en Cuendá, a enseñarla, y ya los muchachos ya empiezan por ahí a sonar. Y ahorita

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tenemos unas bandas de niños más pequeños y unos ya más adolecentes pero principiantes; mis hermanos y yo traemos tres, mi hermano toca trompeta, mi otro hermano toca tuba y yo todo el clarinete, y entre los tres hacemos pues… un conjunto entre los tres para poder echar a los muchachos más rápido. Y sí, todavía seguimos enseñando, pues.

Actualmente dan clases en los pueblos de Crespo, Medina y otros dos ranchitos cerca de Celaya; uno más en Irapuato llamado Laguna Larga. Todos son principiantes que al escuchar a la Banda Felipe Arpero les gustó el estilo y les pidieron que les enseñaran. “El nivel siempre lo ha tenido, porque la enseñanza de mi abuelo era muy, muy buena, muy buena.” Algunos ya comienzan a tocar en sus pueblos y la gente los empieza a reconocer; sin embargo, es innegable el problema de que los niños y los muchachitos ya están muy inundados con la música comercial y muchas bandas nuevas sólo quieren interpretar de ese tipo de música: “pues ya es lo que uno… como estarlos metiendo al pasito a la música tradicional para que no se pierda, siga viviendo”. El maestro Juan Manuel, por su parte, tiene un pequeño grupo de alumnos con quienes ensaya en su casa y con los que está desarrollando un nuevo método de enseñanza

basado en toda su experiencia en la música. Pero todos los Arpero concuerdan en que la influencia de la música de Sinaloa y la música que viene del extranjero está haciendo que las nuevas generaciones se olviden de la música propia, de lo que es nuestro, de aquello que nos da identidad: “que lo estábamos olvidando, y porque no estaba un programa hecho exclusivamente para proteger y desarrollar la polka”. Fue por eso que Juan Manuel propuso a sus hermanos la creación de un escenario para que la polka creciera y se desarrollara: Que por cierto le debemos crear un nuevo nombre, de crear una nueva estructura, para justificar nuestro tiempo y para que la música siga evolucionando, porque aquellos maestros, como le decía, aun cuando sabemos que la polka viene de Bohemia, durante 150 años estuvieron luchando y transformaron la polka, que hoy tiene una identidad muy guanajuatense. […] Eso fue un hecho tan hermoso que crearon esos músicos de hace tiempo, transformaron a la polka, la hicieron guanajuatense, la hicieron sencilla, seguramente en ese tiempo, ¿no? Pero la hicieron mucho muy alegre, a tal grado que todo desapareció lo de Bohemia. Y ahora nos decimos: ¿nosotros qué vamos a hacer?

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Y es así que nació el Festival Internacional de la Polka Guanajuatense en abril de 2013, que en este 2014 vio su segunda edición. Este festival es el escenario en que se conjuga la historia y la tradición, pues se realiza en 5 y 6 de abril por ser las fechas de la Batalla del Guaje, que es la última victoria importante de Pancho Villa en 1915, y que los pobladores tienen muy presente: Está la historia, está la batalla; el próximo año van a ser los cien años de la Batalla del Guaje, el [20]15; está la polka que no se puede olvidar, está el compromiso de dar nuevas fórmulas, de dar promoción y protección a nuestro estilo. […] Lo voy a proteger con todo mi corazón porque amo profundamente mi tradición, amo profundamente la

música de bandas, y entonces qué resultó con todo esto: un festival. Que es el único en Guanajuato y en todo el país que protege a la polka guanajuatense.

Es así como Juan Manuel, Gerardo y Felipe Arpero han trabajado para proteger y resguardar aquel valioso tesoro que les dejó su padre. Aunque no es todo lo que han hecho; se podría hacer un libro con todas las anécdotas y vivencias que han sorteado para preservar la polka y hacer que recupere el lugar que le corresponde. Finalmente, es grato saber que la familia Arpero reguarda, crea y difunde la música tradicional del Bajío guanajuatense, y sobre todo que trabaja “para que Guanajuato tenga una identidad musical”. Anabel Plaza Terán

Fuentes Arpero Ramírez, Gerardo, Juan Manuel Arpero Ramírez, Raquel Oliva Gasca, Emmanuel Arpero Oliva y Óscar Arpero Oliva, entrevistas realizadas por Anabel Plaza Terán, en Villagrán, Gto., el 13 de marzo de 2014.

Arpero Ramírez, Felipe, entrevista realizada por Anabel Plaza Terán, en Villagrán, Gto., el 25 de marzo de 2014.

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Francisco Mota Olmos

La orfebrería: un oficio que no dejas de aprender toda la vida

Cuando yo era pequeño San Miguel también era pequeño: Su maestro Epifanio Vázquez y su inicio en la orfebrería

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on Francisco Mota nació en San Miguel de Allende el 2 de abril de 1928, “al fragor de los balazos   de los cristeros”, como señala él. En esos días San Miguel era pequeño, al igual que las activida  des en las que se desenvolvían sus habitantes; por ejemplo, su papá, don Francisco Mota Urquiza, trabajaba en la única fábrica de textiles que había: “La Aurora”, de la que se sostenía una parte importante de los sanmiguelenses. Aunque no hay que olvidar la tradición artesanal de la que ha gozado San Miguel. Don Francisco recuerda a los cartoneros, que se dedicaban casi exclusivamente a la elaboración de los monos de cartón, como los Judas que se usan en las celebraciones de Semana Santa, o los juguetes (muñecas, caballitos, máscaras). O los metalisteros, que trabajaban la lámina galvanizada con la que hacían botes lecheros, cedazos, recipientes para el petróleo, entre otros instrumentos necesarios para actividades varias. Pero

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San Miguel, regresando a las actividades textiles, era reconocido por sus tapetes, rebozos y sarapes, gracias al ganado lanar existente en la región todavía a principios del siglo xx. Centrándonos en nuestro homenajeado y su oficio, tenemos que la orfebrería ya estaba presente en San Miguel a principios del siglo xx al menos con dos artesanos: Sotelo Leal y Epifanio Vázquez, maestro y aprendiz respectivamente, que en aquella época ya trabajaban en sus talleres. Del primero don Francisco no recuerda más que lo que ya mencionamos y que falleció por el año de 1935. El segundo se convirtió en su maestro cuando el joven Francisco apenas tenía 14 años de edad, por el año de 1942. El oficio no es un arte que se aprende de la noche a la mañana, además, requiere de algún capital para emprenderlo. Don Francisco recuerda que cuando concluyó sus estudios básicos su papá creyó que ya era tiempo de que aprendiera un oficio, y lo llevó con el maestro don Epifanio, quien lo aceptó en su taller. También entró Sergio Trejo, con el que seis años después emprendió un negocio propio. En ese tiempo elaboraban “milagros”:

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…unos monitos de bronce, que se los colgaban a los santitos… Todo se hacía a la antigua, se moldeaba en tierra, conseguíamos tiza, una tierra gris que uno la quema para que se pueda trabajar, ¡uf!, infinidad de volcancitos, hasta que se quema toda y se enfría, entonces es la garantía de que no va a hervir cuando uno vacíe, si no se brincaría todo, se quemaría uno; entonces se hace la enmasada con goma de mezquite, y se hacían los moldes en las cajas, ya tenía los monitos y los moldaba uno en esa tierra amasada con goma de mezquite, y había el momento que quedaba como una piedra, ya no se podía ni moler, y entons [sic] había que quemar de nuevo para volver a empezar. Después de unas veinte, treinta usadas, otra vez a volver a aflojar esa tierra, quemar la goma y vaciaba uno en un hornito de carbón, en una olla de barro… y con un soplete soplándole hasta que fundía y luego… el sistema de una centrífuga, entra a presión, y haciendo milagros y quemándonos todos con el chisperío del carbón. Luego que nos íbamos a entregar y nos servía de paseo.


Así fue su primer año y medio, durante el cual le encontró el gusto a lo que hacía y hasta cierto punto lo vio como divertido. Don Epifanio tenía algunos años de haberse independizado de su maestro Sotero Leal; a falta de capital, empezó a elaborar los milagros con el fin de juntar lo suficiente para dedicarse al oficio de la orfebrería. Una vez que logró reunir un pequeño capital con la venta de los milagros, llegó al taller con unos lingotitos de plata que había adquirido en la ciudad de Guanajuato. Tanto Francisco como Sergio estaban con la curiosidad de saber qué iba a hacer don Epifanio con esa plata: “veíamos que se ponía a hacer cosas de plata, como cazuelitas, como cosas así: –¿qué estará haciendo don Epifanio?, ¿qué irá a hacer?–, pos tenía que ser, que empezaba a hacer cálices”. A partir de ese momento dejaron de fabricar milagros, y tanto él como su compañero conocieron el oro, la plata y el bronce; conocieron técnicas y herramientas; conocieron la paciencia, la dedicación y la perseverancia, pero sobre todo el amor que se le puede tener a un oficio como el de la orfebrería. “Salimos a poner ya nuestro taller ya propio”, recuerda don Francisco, con la firma “Trejo y Mota, orfebres”. Seis años le llevó a nuestro informante no sólo aprender el oficio, sino ganar seguridad y confianza para independizarse de su maestro y fundar su propio taller. Tal propósito lo llevó a cabo con su compañero Sergio Trejo, con el que había logrado una mancuerna perfecta durante los años que estuvieron trabajando como aprendices de don Epifanio. Los primeros años fueron muy difíciles para los amigos, no porque no supieran el oficio, pues lo habían aprendido muy bien, sino porque aún no eran conocidos en el medio. Sobre ello don Francisco nos comenta: [Empezamos] pero con muchas decepciones, porque llevábamos, por ejemplo, un cáliz a uno de sus clientes, que ya los conocíamos a todos, ¿no? “Señor cura, fíjese

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que…” “¿Qué dice Epifanio?”, “pues nada, fíjese que venimos nada más a decirle que ya estamos trabajando por nuestra cuenta”. “¿Y qué traen?” “Mire, pos traemos este cáliz.” “Está muy bonito –dice–, pero, ¿no lo hicieron ahí con Epifanio?” “No, ya lo hicimos independientemente y se lo vamos a dar más barato de lo que se acostumbra, de lo que él da los cálices, vamos a rebajarle pos digamos unos cien pesos.” “¡Uf! –dice–, entonces no estoy muy seguro de que sea buen cáliz –dice–; mejor sigo con Epifanio, búsquenle por allí a ver quién se los compra.”

Anduvieron vuelta y vuelta en una carcachita ofreciendo sus trabajos hasta que lograban que algunos se interesaran, y así hasta que poco a poco fueron teniendo su clientela. Aproximadamente a los dos años de instalado su taller empezaron a repartir calendarios a varios posibles clientes en toda la República, pero lo que rindió verdaderos

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frutos fue el reconocimiento que fueron ganando gracias a su fino trabajo: “[nos] pulimos en la hechura, ¿no?, para que nos dieran la preferencia”. Claro, don Epifanio siguió teniendo su clientela, porque estaba más acreditado dado los años que llevaba en el oficio, lo que lleva a suponer que no tuvieron discrepancias en su relación. Entre sus primeros clientes se pueden contar los seminarios de León, que eran los más cercano que tenían; les compraban los seminaristas y los sacerdotes; después se extendieron por toda la República entre seminarios, monasterios, conventos y toda institución religiosa. Estuvieron vendiendo por alrededor de 30 años al almacén de artículos religiosos de la familia Fabre ubicada en Madero número 82 en el Distrito Federal.1 Hacían todo tipo de artículos religiosos, siendo los cálices de plata su especialidad, los que eran comprados en una cantidad considerable por dicha familia; pero, conforme fueron muriendo los fundadores, los hijos

El almacén se llama “Fábricas de Lyon”.

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se interesaron cada vez menos por este trabajo, prefiriendo los trabajos en latón, de menor calidad y menor costo, hasta que dejaron de adquirirlos definitivamente. La firma se desintegró después de 25 años de operar, esto es, se mantuvo de 1948 a 1973 aproximadamente; aunque al almacén de los Fabre le siguieron proveyendo artículos por cinco años más, de acuerdo a las fechas que nos proporciona don Francisco. La orfebrería, definida por el propio don Francisco como “el arte sacro, hacer todo lo relativo a la iglesia, forjado y cincelado a mano, [con] metales preciosos, todo en plata con baño de oro”, no es un oficio que se puede confiar a cualquiera, por todo lo que implica en cuanto al tamaño y al material que se utiliza, de ahí que los compradores acuden a orfebres con una trayectoria reconocida. Para don Francisco y don Sergio esto fue al parecer la tarea más complicada a cumplir dentro de su oficio, y el ejemplo más claro de ello lo encontramos en esta bella anécdota: Una vez nos mandó llamar el señor obispo de Durango, que tenía un sagrario pero que no lo

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podía traer, que si podíamos ir hasta allá, y ya nos dijo cómo era el sagrario: “Es una caja grande –dice–, que está forrada no sé de qué”. Dijimos: “pos de qué puede estar forrada, de latón…” Nos llevamos todo lo necesario, pensamos [en] lo que se podía ocupar, y cargamos nuestra carcacha… Ya llegábamos, tocamos y salieron en el obispado, dimos la tarjetita “Trejo y Mota, orfebres”, y salieron los obispos… y nomás empezaron “¡Jajaja, jajaja!, ¿ustedes son los maestros Trejo y Mota?”. “Pues no maestros, sabemos hacer el trabajo, no nos catalogamos como maestros.” “¡No!, muchachos… ¿Qué gastaron, en qué?” “¡Ah, no!, pos ésas son cosas del taller…” “Pero la gasolina, la comida…” “¡No, pos eso qué, padre!” “Les voy a dar para sus gastos, me da pena.” “¡No!, después.” “Es que no confío…” “¡Ah qué caray, padre!, debería confiar en nosotros, le vamos a hacer un trabajo que usted va a estar viendo cómo se hace.” “¡Ah qué caray!, bueno pues les voy a dar la oportunidad.” Estuvimos duro y duro, fuimos aventajando en el trabajo hasta que por fin estuvo… hasta la fecha ya no ha regresado… le dejamos la pieza buena, buena, buena, ya de ahí nos recomendó con sus conocidos.


Y esos conocidos los recomendaron con otros, y esos otros y con otros más, y así, siguiendo una cadenita, por la que lograron introducir su trabajo no sólo en el estado de Guanajuato, sino a otros, que el mismo informante va mencionando a lo largo de su testimonio, como el Estado de México, Querétaro, San Luis Potosí, Yucatán, Aguascalientes, etcétera. E incluso trascendieron y siguen trascendiendo a nivel internacional; muestra de ello la encontramos en los cálices que le han encargado algunos peregrinos para llevar como obsequios a Tierra Santa. Encontramos también su trabajo en España, Polonia y Alemania. Hacemos todo lo referente al arte sacro: Especialización del oficio La orfebrería como tal se refiere al “arte de labrar objetos artísticos de oro, plata y otros metales preciosos o aleaciones de ellos”.2 Si nos damos cuenta, cubre un amplio espectro, que va desde utensilios, joyas, estatuas, monedas, arte sacro, etc., así como una gran variedad de técnicas de fabricación, como el martillado, el chapado, el dorado, el repetido, el puntillado, el estampado, la filigrana, entre otras. Sin embargo, cuando hablamos de orfebrería, casi inmediatamente lo asociamos con el arte sacro, justamente porque es el área que más se trabaja en la actualidad, y en el caso de nuestro

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Consultado en http://www.wordreference.com/definicion/ orfebrer%C3%ADa, el 23 de abril de 2014.

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informante, usa la técnica del martillado y cincelado, forjado a la antigua: “un buen cáliz forjado todo a mano lo hacemos así a la antigüita, a puro martillo, y luego limamos y dibujamos y cincelamos y todo eso, todo amartillado, de una sola pieza todo, no tiene absolutamente ninguna cosa sobrepuesta, éste es el forjado y cincelado a mano”. Y si bien, como lo menciona a lo largo de la charla, se ha especializado en los cálices, también trabaja otros objetos como custodias, candeleros para cirios, cajitas para ostias, vinajeras, lavatorios, cajitas para novios, incensarios, aureolas para las vírgenes, coronas de todos tamaños y todo lo necesario para el altar.3 Es de trascendental importancia que se trata de un trabajo cien por ciento artesanal, pero lo es también el hecho de que se utilizan como metales la plata, el oro y como aleación el cobre. En la actualidad, dado el alto precio de los metales preciosos, los cálices de latón se han convertido en los más comercializados; sin embargo, cuando al taller de

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don Francisco llega uno de esos para que lo doren, él les indica que por lo menos la copa debe de ir en plata, si no, no es cáliz, dado que no lo van a poder usar por las sustancias tóxicas que suelta el metal. Nos dice: “aquí hacemos todo lo posible para que no se enferme el cliente y los trabajos sean de buena calidad”. En general observamos una preocupación entre joyeros y orfebres por el alza de los metales preciosos, lo que ha provocado que la gente prefiera adquirir productos más baratos, aunque también de muy baja calidad. Es por ello que don Francisco insiste en cambiar la copa por una de plata, porque si no el cáliz se convierte en un objeto de adorno y no de uso para las liturgias: “Cuando traen cálices de Roma lo primero que hacemos [es que] le quitamos la copa y le ponemos una de plata… todo lo que traen es de latón, y aquí cambiamos las copas, y ya les significamos esos cálices que traen de por allá de manera que los pueden usar con toda confianza…”.

En algún tiempo hicieron objetos de casa como cafeteras y vajillas de sesenta piezas o más.

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Actualmente trabaja en su taller, y comenta que para realizar un cáliz siguiendo la tradición antigua, invierte diez días con el apoyo de un ayudante, que se encarga de los detalles, como limar y pulir. Todo el proceso comienza con un testalito que se va martillando hasta formar una media bola; después se mete en bronce y se martilla cuidadosamente hasta que haya pegado con el molde. No hay ninguna pieza sobrepuesta. A continuación, con un lápiz se va dibujando, e inmediatamente entra el cincelado. En la actualidad, la plata ya viene en lámina, la cual se recorta en forma de un disco, se pone en un torno, que se llama de rechazado, cuyo molde es redondo y tiene una contra que oprime el disco, y luego con una herramienta grande se le empieza a dar golpes hasta que queda extendida completamente en el molde, que es de bronce o de aluminio. De ahí se hacen las piezas, a las que se les pueden poner medallones, o lo que sea; hay quienes los atornillan, pero

don Francisco los suelda. Esta segunda técnica simplifica el trabajo como a la mitad del martillado, y don Francisco realiza las dos, aunque reconoce que la antigua permite trabajos más acabados. Más que innovar en diseños, en el trabajo de la orfebrería se exige brindar al cliente satisfacción. En Europa se fabrican muy buenos cálices, pero también muy caros, por lo que los clientes piden los catálogos pero para que don Francisco se los reproduzca. Les hace un cáliz fino, todo de plata y dorado, pero claro, a un precio más accesible. Sin embargo no sólo se trata de copiar un diseño, también se trata de entender al cliente, su idea, su dibujo, el híbrido que le lleva. Hay que hacer dibujos, hay que interpretar su gusto, sea bueno o sea malo: “nosotros estamos para servirle al cliente, el cliente pues supuestamente siempre tiene la razón, aunque no la tengan, se la hacemos notar. Nosotros trabajamos y hasta ahí las cosas”.

La orfebrería no es fácil de aprender, por eso no hay orfebres por aquí: Transmitiendo una tradición En San Miguel hay muy pocos orfebres, y no porque los que hay no estén interesados en transmitir su saber a las nuevas generaciones, sino porque no es fácil aprenderlo y además hay que partir de cierto capital, y “batallarle” hasta lograr un cierto posicionamiento en el mercado. A

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nivel nacional, son famosos los de Puebla, como los López, y Guadalajara, como Manuel Peregrina, que son quienes don Francisco recuerda. En San Miguel encontramos además a Rodolfo Gómez, que aprendió el oficio con nuestro informante, y él se lo transmitió a sus hermanos, aunque le


costó independizarse: “como que le faltaba valor”. Además, dos de sus hijos son los que le agarraron el gusto al oficio y lo han aprendido.

nada”, les digo, “vas a estar en calidad de observador unos días”. Pero yo siempre les pago pronto, según veo cómo se van desempeñando en ayudar, pues se fastidian.

Tenemos aprendices, tenemos trabajadores, cualquier persona que quiera, muchos han venido, pero como les digo, los muchachos se fastidian, ellos quieren fácil, lo primero que dicen: “¿Cuánto voy a ganar?”. Yo les contesto: “¿Cuánto sabes hacer?”. “Nada.” “Pues no vas a ganar

Son pocos los que se quedan. De sus hijos nos comenta que aprendieron el oficio. Uno puso su tienda, pero de joyería, en el centro de San Miguel, y otro más hace lo que le cae de composturas, además de que le ayuda de vez en cuando en el taller. Uno más se fue a Estados Unidos, encontró un

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trabajo donde hace trofeos, medallas, hebillas en plata, muy similar a lo que hace don Francisco. Ellos tres son los que se dedican o están más cercanos al trabajo de la orfebrería. Uno más se fue a estudiar a la ciudad de Guanajuato, es ingeniero civil; otro se fue también a Estados Unidos, allá encontró trabajo. El muchacho chico estudió la carrera de diseño en Guanajuato, pero ya empieza a ayudarle ahí con algunas cositas; y de sus dos hijas, una es contadora y la otra es nutrióloga, cada una dedicada a su profesión. Lo acompaña en el oficio también un medio hermano. Recapitulando un poco, y retomando el testimonio de don Francisco, descubrimos que su oficio, de los más bellos, complicados y caros, está pasando por una crisis que se refleja no sólo en el costo de los metales y por ende en la disminución del trabajo, sino también en el poco interés

que muestran las nuevas generaciones por aprenderlo. El trabajo con metales preciosos, como él mismo nos comenta, está a la baja en todo el país, hay poco, y hay un alza en el de mala calidad, no tanto en diseños pero sí en los materiales. Él va saliendo porque llegan composturas, porque hay que cambiar la copa del cáliz de latón por una de plata, por el mismo reconocimiento que ha logrado durante toda su trayectoria como orfebre, y porque lo siguen buscando; pero, en general, y no es el único que lo reconoce, las ventas ya no son las que tenía; hay escasez. Con todo, se nota en él el gran amor y la emoción por su trabajo cuando narra sus experiencias, sus anécdotas, toda la historia de su vida, y más aun cuando muestra su obra de excelente calidad. Gracias, don Francisco, por permitirnos conocer un pedacito de su vida. Ma. Georgina Escoto Molina

Fuentes Mota Olmos, Francisco, entrevistas realizadas por Ma. Georgina Escoto Molina, en San Miguel de Allende, Gto., el 27 de diciembre de 2012 y el 17 de abril de 2014.

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Juan Lira Castro

Artesano, comerciante y promotor

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uan Lira Castro es un hombre que ha dedicado gran parte de su vida a la talabartería. Desde su in  fancia ha visto la evolución de este oficio que, en esencia, se mantiene como el arte de transfor  mar la piel en una diversidad de artículos para el uso y el vestir cotidianos. Los materiales básicos para esta actividad siguen siendo la piel, el hilo, ya sea cosido a mano o por medio de alguna máquina; la utilización de broches, herrajes, zípers o cierres y otros detalles que las tendencias de la moda o la vanguardia vayan incluyendo. Primero artesano, luego comerciante y al final promotor, son los roles que han definido el actuar de don Juan a lo largo ya de más de cinco décadas como talabartero. Todo empezó con conocer la base de este oficio, el saber destrozar o cortar la piel y luego volverla a unir, por medio de un doblillado, para después hacer la costura de los cortes y así formar una nueva pieza. Con lo que se crea un objeto nuevo y acorde a las necesidades del cliente. Él aprendió el oficio con los talabarteros de la callejuela Padilla, los maestros José Rodríguez, Silvestre Rubalcaba, los hermanos Porras, don Cipriano Méndez, el señor Orranti. Algunos de ellos tenían sus propios talleres donde elaboraban algunos productos, aunque en su mayoría compraban artículos de piel que elaboraban en talleres familiares maestros como don Salvador León, don Narciso Acosta y don

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Salvador Espinoza: “los talabarteros viejos de León, que si nos ponemos a investigar, pues han de salir más”.1 Según él lo recuerda, inició como “zorrita”, es decir de ayudante en un taller, a los doce años. En su familia se dedicaban a trabajar en fábricas de calzado, en un momento en el que en León proliferaba esta industria como casi el único modo de vida de sus habitantes, ya que después de la década de los cuarenta, en la ciudad se vivía una época de apogeo por la llegada de maquinaria proveniente de Estados Unidos para producir el calzado que se requería para exportar. El primer trabajo que tuvo fue con Pepe Chuy [José de Jesús] Padilla, quien era su vecino: “mi primer trabajo que tuve fue con uno de los tres hermanos; él estaba bien chico y ya tenía su taller, me ocupó para hacer forros”. La necesidad es la que le obligó a aprender y dedicarse a un oficio. El ambiente en las familias era de zapateros, cortadores, pespuntadores, doblilladores, montadores, y también

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Juan Lira Castro, entrevista realizada por L. Ernesto Camarillo Ramírez, en León, Gto., el 3 de marzo de 2014. Las subsiguientes citas del entrevistado provienen de la misma fuente.


talabarteros. Así fue como, con tan sólo doce años, el pequeño Juan entró a trabajar en un taller de talabartería, donde aprendió, poco a poco, a cortar y luego a pespuntar, lo que para él son las nociones básicas para ser talabartero. Comenta que lo primero que aprendió a hacer, como a los dieciséis años, fueron velices de viaje, “de los de antes” dice, por fuera de piel y por dentro con forro de tela; luego vinieron las bolsas de mujer elaboradas de gamuza. Todo esto lo aprendió de un profesor apellidado Acosta. Explica que saber cortar la piel y pespuntar un corte es la base con la que se puede hacer un sinfín de objetos. A lo largo del tiempo han acudido a él personas a pedirle fundas para todo tipo de objetos, como armas de fuego y navajas; todo tipo de carteras y bolsas de mano. Todo hecho de piel, pues la durabilidad del material hace que el cliente siga prefiriéndola por encima de otros materiales menos duraderos, como el plástico o la tela. …por decirlo, han venido aquí a decirme que si no puedo hacerles una carrillera, una chaparrera, […] un estuche para taco de billar. Un ingeniero de la Leche León me pidió que si no le hacía

una funda para un cuchillo que era de su padre, y claro que se puede hacer. […] Esos trabajos mucha gente no los sabe hacer, mucha gente de aquí no sabe hacerlo, pero si el cliente tiene la noción, se puede hacer.

Como parte de su formación, recuerda que vino a la ciudad de León un señor proveniente de San Luis Potosí; su fuerte era la elaboración del ajuar para los caballos, las sillas de montar. Él las hacía de dos tipos: la texana y la mexicana. En cualquiera de los dos casos eran sillas que llevaba grabada a mano toda la baqueta, trabajo al que también se le conoce como cincelado. La diferencia entre un tipo de silla y el otro residía en que la primera llevaba el fuste forrado de piel, y en la mexicana el fuste no estaba forrado. Ese mismo maestro fue quien asimismo le enseñó a hacer cintos, también con la piel grabada a mano. Una de las artesanías que en la actualidad la gente más busca y que cambia por temporada es la chamarra de piel. Señala don Juan que para aprender a hacerla fue necesario incorporar el saber de dos oficios distintos, pues unió lo que él sabía de la transformación de la piel e incluyó la formación de

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un sastre y de alguien que sabía corte y confección. Gracias a ese conocimiento adquirido ahora no sólo sabe cortar y coser una prenda de piel, sino que también sabe hacer los moldes, y escalarla por tallas. Por lo que en ese sentido don Juan es un talabartero autosuficiente, ya que no ocupa modelista,2 lo que lo hace un artesano integral. Ahora las prendas de vestir son algo muy buscado, pero todo inició, según lo recuerda don Juan, en los años setenta, cuando un grupo de norteamericanos llegó a la ciudad de León buscando quién les hiciera el chaleco tipo hippie, elaborado con gamuza y una serie de barbitas en la espalda y el frente de la prenda. Los norteamericanos estaban investigando quien las podía hacer en las tenerías: “quiero tantos y ahí le va el dinero; y ahí comenzamos a hacer el chaleco ése, ya después le cambiamos a la bolsa, a la chamarra de gamuza, al chaleco, todo el tiempo cambiamos cosas, ahora

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hacemos un tipo de miniatura donde se elabora la pedacera de la piel”. Así es como se prueba que el talabartero debe conocer, como parte de su oficio, el uso de distintos tipos de piel y la posibilidad de transformarla en lo que sea necesario. Don Juan Lira es consciente de que la talabartería ha evolucionado, y no en todos los casos ha sido para bien, pues desde que él aprendió el oficio, hasta la fecha, ha habido cambios, y lo constata, entre otros aspectos, por la herramienta empleada. Como ejemplo dice que antes el broche lo ponían de forma manual, y ahora se usa una máquina; también cuenta que antes había algo que llamaban suaje, que servía para grabar o cincelar la piel, decímetro a decímetro, hasta imprimirle algún detalle en la piel tipo baqueta. En la actualidad hay una especie de rodillo, que con una máquina que funciona con presión, va haciendo ese mismo trabajo. Incluso ahora también se puede aplicar un grabado tipo

En la talabartería o la elaboración del calzado, el modelista es la persona que hace los patrones o moldes para elaborar los artículos de piel en distintos tamaños o tallas, primero en papel o cartón y ya al final en lámina de acero.



cincelado a la piel, cuyo acabado es tipo Oscaria; su método es por medio de placas que se calientan y que bajo presión y calor graban la piel. Aparentemente se obtiene el mismo resultado que grabando a mano la piel, con un menor esfuerzo por parte del artesano, pero al mismo tiempo se va perdiendo esa calidad que convierte en pieza única a cada una de las artesanías: “esto ha venido a mermar mucho a la talabartería”, señala don Juan.

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“Ya a los treinta años yo tenía mi taller con veinte elementos”, maquinaria, espacio y personal. Fue en una casa de dos pisos en la calle Aquiles Serdán, cerca de la calle Cuauhtémoc, en el Barrio Arriba. Este espacio lo abrió en sociedad con Daniel Rangel, el dueño de la tenería que le proveía la piel: “nos fue muy bien, pero pues no estaba muy conforme, pues toda la vida voy a estar de obrero y a los dos años me desligué. Ya con mi taller yo solo a veces


caía y a veces me levantaba”. Era el natural riesgo de quien aporta el capital propio, su tiempo y su saber en aras de conseguir lo necesario para subsistir él y su familia. Cuando don Juan Lira se independizó y puso un nuevo taller, hubo muchos pedidos, pues los productos que se vendían eran una novedad; aprovechando la coyuntura el artesano inició una nueva faceta: la del promotor de sus productos en otras latitudes, ciudades como Guanajuato y San Miguel de Allende, donde se podrían vender mejor aprovechando la cantidad de visitantes que tienen esos lugares. Y logró su objetivo, colocar los productos y abrir mercado: “en aquel momento hacíamos una bolsa de baquetilla, para teñirla se hacía con chapopote rebajado con gasolina y en lugar de broche se les

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ponía una aldaba. Por la necesidad uno inventaba lo que ni uno se imaginaba”. El artesano sabe de su oficio, se forma con los grandes maestros, pero también debe buscar la dignificación de los espacios para la mejor colocación de sus productos en el mercado. Una de las críticas de los productores, que data desde finales del siglo xix y principios del xx, es que en León no había apoyo para los artesanos de la piel, pues los productos que se elaboraban durante la semana en los talleres familiares eran vendidos el domingo en un mercado que se establecía en los alrededores del templo de la Soledad, también conocido como la Línea de Fuego.3 Si al llegar la noche el artesano no había logrado vender sus productos, acudía a la callejuela Padilla y ahí se los compraban a un precio

La Línea de Fuego es un baratillo o mercado que se establecía los domingos en la parte de atrás del templo de la Soledad en León, Guanajuato. Su nombre nace cuando después de las batallas que se libraron en la hacienda de Santa Ana del Conde, los vecinos de los alrededores tomaron los artículos de los soldados caídos en la revuelta y ahí los vendieron, artículos de quienes habían estado en la primera línea, en la línea de fuego de ambos bandos enfrentados. Entrevista personal con Esteban Ramírez Mendoza, en 2002.

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muy bajo, que le permitía a los artesanos apenas recuperar la inversión y sacar algunos centavos para el chivo,4 y esperar al miércoles para pedir prestado en la fábrica. Quienes conocían este fenómeno urgían a las autoridades que apoyaran con programas de financiamiento a los artesanos que trabajaban la piel, pero al parecer tardaría mucho para que esto ocurriera, pues esta situación se mantuvo hasta que se pusieron en marcha los programas de modernización de la ciudad y el cambio de la imagen urbana. Hacia finales de los años setenta vino una época en la que se quería mejorar en varios aspectos a la ciudad de León; el proyecto emblema fue readecuar la plaza principal de la ciudad, y así se creó la Zona Peatonal, obra que buscaba sacar los vehículos automotores del primer cuadro de la ciudad y generar andadores a manera de calzadas que unieran la Plaza de los Fundadores con la Plaza

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Mayor, convertir en peatonales las calles aledañas como Madero, 5 de Mayo, Pino Suárez, Juárez, la callejuela Padilla y la Hidalgo. Importante fue modernizar y darle orden a los mercados de la ciudad. Con ese objeto se buscaba que la ciudad tuviera un mercado exclusivo para la venta de productos de piel, a donde pudieran acudir los compradores de otras latitudes del país. Así pues, se adecuó la zona a espaldas del templo de la Soledad como mercado. Desde el origen se pensó que sería el lugar idóneo para que se establecieran ahí los comerciantes de artículos de piel, mas los dueños de las tiendas no quisieron cambiar sus comercios a esa zona. Después de una serie de declaraciones en la prensa, don Juan Lira Castro hizo el ofrecimiento directamente a los artesanos; fue él quien acudió con el entonces secretario del Ayuntamiento para que se les otorgara a los artesanos leoneses del ramo de la

Nombre coloquial por el que se le conoce a la cantidad de dinero que semana a semana daba el hombre de la casa para la manutención de la familia.

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talabartería el mercado que luego llevaría el nombre de Praxedis Guerrero.

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Yo llegué a la presidencia y les dije, en aquel entonces estaba como secretario [del Ayuntamiento] Cabeza de Vaca; sabe qué, nosotros queremos saber si nos pueden ayudar en cuestión del mercado […] se me quedó mirando. Le interesó y me pasó con el señor Madrazo Lozano. Platicamos breve y me dice, seguros que ustedes son [talabarteros]… vamos a hacer una cosa, en tres días háganme una exhibición aquí en la Presidencia Municipal de lo que saben hacer ustedes. Como yo conocía a todos los compañeros, le dije a uno, te interesa un local… y todos convencidos. Los que hacían guarache, cinto, todo. Todo un enfoque de artesanías, sillas de montar; fue la prensa, pusimos en unos talones nuestros productos y nos dice: señores, el mercado es de ustedes, y usted se va a quedar como secretario.

sus productos y obtendrían una mejor ganancia, ventaja de la que las generaciones anteriores no habían disfrutado. El mercado Praxedis Guerrero siguió su evolución; vino el derrumbe de la callejuela Padilla y la migración forzada de las viejas tiendas de artículos de piel al novel mercado, con lo que se saturó rápidamente, a raíz de lo cual le hicieron adecuaciones que, para don Juan Lira, no fueron afortunadas, y mejor le vendió a su hermano los locales que ahí tenía. Don Juan buscó otros horizontes, y su visión lo llevó a los alrededores de la central de autobuses, muy cerca del Barrio del Coecillo, lugar en que desde antaño se habían instalado talleres de forja de metal, de elaboración de cuchillos y talleres de calzado y piel. Allí, se pretendía convertir la zona en un mercado natural de zapatos y artículos de piel, aprovechando el arribo de personas de todas partes del país.

Así es como León, Guanajuato, y la región contó con el primer mercado especializado en artesanías de piel, y lo más importante es que los artesanos de la ciudad serían los que venderían directamente

Aquí [en los alrededores de la central] apenas comenzaba y compré, pensando que ahí en el Praxedis Guerrero podría pasar lo que pasó en la callejuela Padilla; así fue que compré donde



ahora estoy. Comenzaban las plazas, agarré un local y así lo hicimos, poco a poco. Muchos se vivieron para acá […]. Aquí para que esta zona se termine, tiene que irse la central [de autobuses], no se van a ir los hoteles, la Plaza del Zapato, el Fórum cultural, aquí la gente viene y siempre va a venir.

Así es como el artesano piensa más allá de su quehacer, un artesano al que la necesidad le obliga a pensar en evolucionar, tanto en su actividad artesanal, como en la forma en que expenderá su producto, cultivando lo que sabe, adaptándose a las necesidades de los clientes y de las propias tendencias, pero sin olvidar la base de su actividad: la artesanía hecha de piel, procurando las mejores condiciones para su taller para obtener una mejor ganancia de la actividad que realiza. A pesar de la construcción de nuevas plazas a las afueras de la ciudad, sigue siendo la Zona Piel uno de los polos que atraen mayor número de compradores; quienes se establecieron en ella son en su mayoría artesanos visionarios y pioneros, como lo es don Juan Lira Castro. Don Juan está agradecido con quienes le dieron la oportunidad de aprender lo que sabe; por ello él ha compartido a su vez con nuevas generaciones lo que alguien antes le enseñó: “luego llegan muchachos que quieren que


les haga una cartera que les encargaron para la escuela, yo les digo que ellos traigan el material y yo les digo como le vayan haciendo, para que esto no se acabe”. Él es consciente de que lo que uno sabe se va con uno mismo, así como sus maestros, que ya han fallecido. En algunos casos los familiares continúan con la tradición, o los trabajadores, por lo que siempre ha aconsejado a autoridades y profesores universitarios que apoyen la apertura de escuelas donde se enseñe éste u otros oficios. “A la gente le han gustado y le gustan las cosas de piel, en el carro, los asientos, en las casa, los sillones, pero eso es parte de la cultura que nunca va a terminar, ya sea una cosa u otra”. Aquí lo que hay que ponderar es que se sigan siendo artesanías con la misma calidad con la que se han

manufacturado desde antaño, con los mejores materiales y con las técnicas de siempre, aprovechando, en la medida de lo posible, los adelantos tecnológicos, siempre a favor de la artesanía. En lo que a don Juan respecta, él ha hecho su parte; ha servido de puente generacional compartiendo lo que sabe con la siguiente generación, a través de su familia, siendo él el primer eslabón de la cadena de artesanos talabarteros de la familia Lira: “mis hijos ya aprendieron [el oficio de la talabartería], tiene sus carreras y todo. Uno es abogado, pero ha salido de aquí todo, por eso digo que deberían apoyar más el abrir escuelas donde se enseñe esto y no se pierda el oficio de la talabartería, ya que siempre habrá quien necesite algo de piel”. L. Ernesto Camarillo Ramírez

Fuente Lira Castro, Juan, entrevista realizada por L. Ernesto Camarillo, en León, Gto., el 3 de marzo de 2014.

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Jesús Moreno Jurado El arte del rebozo jaspeado

El origen de una tradición

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on Jesús es un hombre apacible, sencillo y sumamente esmerado en su trabajo. Algo que nos llama   la atención al respecto es precisamente el cuidado y la perfección que el maestro exige al resultado   de lo que se propone realizar: piezas con diseños especiales y de elaboración compleja. Siempre innovando para satisfacer las inquietudes de propio su talento. Desde muy niño comenzó su aprendizaje de la mano de su padre, don Crescenciano Moreno Torres. El maestro Jesús nos cuenta que cuando él tenía 8 años de edad, su padre lo ponía a practicar el “amarre” del rebozo… allá por el año de 1949, cuando recién iniciaba el apogeo del rebozo en Uriangato: Mi papá me tendía los hilos para que yo fuera midiendo y marcando las cuartillas, luego hacer nudito por nudito para lograr el dibujo elegido. Mi papá me ponía a practicar a mí solito… pa que nadie me interrumpiera, y así yo aprendiera muy bien. También hacía las canillitas […] Yo, por haber sido el mayor de mis siete hermanos, fui el único de la familia que aprendió el oficio. A mi papá no sé quien lo enseñaría… mi abuelo era campesino, él nada más trabajaba en el campo… así que nunca supe ciertamente cómo es que él comenzó a trabajar en esto.

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Pero sí me daba cuenta de que mucha gente se dedicaba a lo mismo. Hombres, mujeres, niños y ancianos, todo el pueblo participaba y le daban vida al pueblo.

Don Jesús Moreno nació en 1941. Creció y ha vivido toda su vida en la calle Salvador Urrutia en la zona centro de la ciudad de Uriangato. La casa que hoy habita ha sido propiedad de la familia Moreno por generaciones. Se casó a los 22 años, cuando el taller de su padre estaba en su mejor época. Tuvo 5 hijos: tres mujeres y dos hombres. Como parte de los recuerdos de infancia, don Jesús nos cuenta que una de las imágenes más grabadas que tiene de su lugar natal es que era un pueblo muy pequeño y con mucha pobreza: La vida era difícil… con demasiadas carencias y privaciones. Nosotros no teníamos más opción que continuar el oficio de nuestro padre. Bueno, eso era por lo menos para el hijo mayor de una familia numerosa. Lo bueno es que a mí siempre me gustó. […] Además de que la suerte nunca me acompañó… mis planes e ilusiones acerca del trabajo nunca se pudieron realizar, y ninguno de

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mis hijos quiso seguir con esta tradición; ésa fue una gran desventaja para mí.

Por el año de 1950 don Crescenciano tenía un pequeño taller en su propia casa. Éste contaba con tres telares coloniales o de pedal, de diferente medida, según la extensión de la prenda que se tejía. Por ese tiempo su padre comenzó a elaborar fajas. La faja de algodón tejida en telar era parte de la indumentaria cotidiana, pues aún no existían los cinturones como los actuales. La gente las utilizaba como ahora utiliza el cinto común de cuero. Había una gran demanda de esta pieza que de ancho medía aproximadamente 20 cm y doblada a lo largo se ajustaba con ganchos colocados en hileras a la orilla de la misma. Ya desde entonces se realizaba la labor de teñir el hilo con anilinas, pues las madejas les llegaban de las fábricas en crudo, es decir, sin color. En este caso primero se tejía la faja y después se teñía para que fuera más vistosa, y de esta forma comercializarla mejor. Fue cuando por primera vez me subí al telar… ya más grandecito, pues en aquel tiempo era cuando


mi papá no se daba abasto con la producción, Así comencé a enseñarme a “tramar”. Aunque ya empezaban a llegar los cintos. […] Recuerdo que había comerciantes que llegaba en sus carretas de madera jaladas por animales. Venían de ciudades más grandes para vender mercancía y traían novedades de todo tipo.

Este medio también se utilizaba para transportar toda la materia prima que los habitantes de la zona necesitaban. El maestro Moreno nos cuenta que su papá pagaba a los comerciantes para que le trajeran el hilo de algodón y poder realizar las labores del taller. La hilaza muy probablemente provenía de la ciudad de Puebla. Así que el hilo llegaba a Uriangato y regresaba convertido en rebozo para su venta, tanto en Puebla como en el Distrito Federal. Al venir el detrimento de la faja, la familia Moreno decidió iniciarse en la manufactura del rebozo aprovechando que don Crescenciano tenía los conocimientos y habilidades necesarios para lograrlo. Jesús contaba con 16 años cuando el taller creció de tal manera que llegó a tener más de dieciséis personas trabajando las labores completas del rebozo: amarradores, tejedores, fatigueros, etc.


Antes era posible tenerlos a todos en el mismo lugar, pues mientras no hubo que cumplir con las altas contribuciones a Hacienda y al Seguro Social, no era tan costoso para el dueño. Pero en cuanto aparecieron estas obligaciones cada quien resolvió hacer su tarea en su propia casa.

Aun así a don Crescenciano le tocó vivir y trabajar la mejor época del rebozo. Murió joven y entero, dejándole como herencia a su hijo mayor el taller, y como el más preciado de los legados, el conocimiento de una técnica ancestral e inefable.

Evolución de la artesanía y la industria textil en Uriangato Uriangato se localiza al sur del estado de Guanajuato, colinda con Michoacán y los municipios de Yuriria y Moroleón. La hipótesis de que la actividad textil en este municipio tiene sus raíces en la época prehispánica se basa en el hallazgo de ciertos objetos rudimentarios, como el “malacate de barro”, creados para hilar y elaborar prendas primitivas. Sin embargo, es por el año de 1815 que comienza el verdadero crecimiento de la industria textil con el establecimiento de comerciantes locales y foráneos que buscaban un lugar menos expuesto a los inconvenientes de la guerra de Independencia. Entre los productos y artesanías que se elaboraban en ese entonces y que eran llevados para su venta a otros estados, e incluso al extranjero, destacaron

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aquellos hechos con hilaza de algodón, tales como el rebozo, la cambaya, las fajas y la colcha lisa. Esta última pieza fue de gran importancia para el desarrollo de la economía del pueblo durante un largo periodo. Ahora nos referimos a la segunda mitad del siglo xx como el inicio de la época de mayor auge en la que la producción textil hizo que esta región comenzara a levantarse económicamente. Fue el tiempo en que en Uriangato comenzaron a surgir talleres familiares de diversos tamaños, de tres, diez y hasta veinte telares donde se trabajaba el hilo de algodón. Pero hay que remarcar que la eminente vocación textil del este municipio indudablemente tiene su origen en la elaboración ancestral del rebozo.



Aun cuando no se tienen datos del origen, es de suponer que el rebozo jaspeado más común, y que actualmente se sigue produciendo en Uriangato, proviene de Zamora, Michoacán, por algo lleva el nombre –entre otros– de “rebozo zamorano”. Según el relato del maestro Moreno Jurado, es claro que a la fecha Uriangato es un importante maquilador de rebozo para el estado de Michoacán. El maestro se “aclientó” con algunos fabricantes que habían dejado de producir pero que continúan comerciando y que, hace apenas unos cinco años, se llevaban cada ocho días hasta cien rebozos de los grandes. En Michoacán el rebozo se sigue comercializando lo suficiente como para dar trabajo a los pocos artesanos que preservan esta maravillosa tradición. Pero ahora se sufre porque la venta ha disminuido notablemente. Los estados de Michoacán y Oaxaca han sido grandes productores y consumidores de rebozo de muy diversos tipos y materiales. Sin embargo, por múltiples y complejas circunstancias, en los últimos años esta actividad ha decaído de manera importante, incluso hasta la total desaparición de la especialidad del jaspeado.


Es entonces de significativa trascendencia y admiración que en el estado de Guanajuato existan dos de los poquísimos lugares, Moroleón y Uriangato, en los que actualmente perdura la sofisticada técnica de teñido llamada “ikat” o “reservado”, con la cual es posible obtener una gran gama de “labores” (diseños o dibujos) que para nuestra fortuna se siguen manufacturando de forma constante pero cada vez menor. Esta

técnica de bloqueo con amarres en los hilos evita la penetración del tinte siguiendo determinados patrones para lograr diseños llenos de belleza y complejidad. Algunos ejemplos de labores más populares son: El Arco, Dos Arcos, Tenancingo, Encuartado y Crucita. Otros dos lugares que conservan este proceso son Tenancingo, en el Estado de México, y Santa María del Río, en San Luis Potosí.

El proceso de elaboración del rebozo tradicional No está de sobra mencionar que el proceso de producción del rebozo jaspeado es sumamente afanoso y que conlleva la mano de obra de más de cinco especialistas en las diferentes técnicas utilizadas: el tendido de los hilos, el amarre, el tinte, el desamarre o desatado, el montado y acomodo en el telar, la tejida y el empuntado, por citar sólo los principales. El hilo llegado de la fábrica en madejas se dispone de manera que después se pueda “tender” y prepararlo para el amarre. A este proceso se conoce como “urdir”. La cantidad de hilo tendido tiene que ver con la cantidad y el tamaño de piezas que se

van a tejer. Cuando se prepara una tela para tejerla, siempre es para no menos de 20 piezas, ya que no es redituable ni nada práctico para el artesano estar cambiando la tela. Así, puede haber jaspes montados en un telar hasta para setenta piezas que oscilan entre los 120 cm a 220 cm y 300 cm de largo. El “amarre” es uno de los pasos más laboriosos y complejos. Requiere de mucha precisión y paciencia para seguir un patrón e ir midiendo milímetro por milímetro la distancia entre amarre y amarre, y que esto pueda dar como resultado la labor o dibujo seleccionado. Como se comentaba, cada atadura tiene como función bloquear el paso del tinte. El

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tinte en varios colores permite la obtención de diseños ricos en belleza y que convierten la creación del rebozo en un verdadero arte. Los procesos del teñido y luego el desamarre preceden a los de montado y tejido del jaspe en el telar. La especialidad en el tejido, el cual debe ser realizado por un experto, también exige exactitud, destreza y mucha creatividad, pues hay que acomodar hilo por hilo (más de tres mil) en las partes del telar llamadas aviadura y peine. Los diferentes diseños en la labor de cada rebozo son el resultado de una combinación creativa de la urdimbre teñida y del color del hilo de la trama. La trama es la base que ya estará montada en el telar al momento de colocar el jaspe. Una de las técnicas más asombrosas de todo este proceso y en el cual participan únicamente mujeres es el “empuntado”. Estas mujeres de todas las edades que se dedican a realizar el complicado arte del “rapacejo” usualmente se encuentran en las comunidades aledañas a los lugares productores de esta prenda. Es sumamente agradable mirar cómo se preparan para iniciar la actividad. Se sientan frente a una mesa sobre la cual colocan el cuerpo doblado del rebozo. Lo envuelven con una sábana para protegerlo

y detienen la prenda con piedras. De esta forma, las puntas quedan colgando en la orilla de la mesa. Se empareja la longitud y se calcula la cantidad de hilos. Se separan formando manojos de hebras. Entonces, a base de nuditos, se van tejiendo sensacionales diseños de variados motivos como letras, figuras geométricas, florales o de animales. Según el material utilizado para el rebozo es la dificultad para el empuntado, ya que si se trata del algodón, la práctica tiene menos dificultad que si hablamos del hilo de articela. El manejo de éste implica mucho más habilidad por lo resbaloso que resulta este hilo al tacto. Existen varias maneras de que el rebozo ya tejido llegue hasta las comunidades para que estas prodigiosas mujeres le den el acabado perfecto. Una es que el propio artesano directamente se los lleve. Otra es que una de las mujeres del grupo de empuntadoras se haga cargo de ir a la ciudad por los rebozos y de regresarlos ya empuntados. Pero esta última muchas de las veces ha resultado inconveniente para las demás del grupo, ya que la persona que mueve la mercancía se lleva una gran tajada de las ganancias, debido a que se convierte en una especie de intermediaria.

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Cabe mencionar que el trabajo de las empuntadoras está sumamente devaluado y muy mal pagado, por lo que cada vez son menos las personas dedicadas a este arte, aun cuando para estas mujeres sea una actividad que realizan con mucho placer y

en la comodidad de sus hogares. Las instituciones de cultura llevan a cabo acciones de apoyo para estimular e impulsar a los artesanos, pero esto no ha sido suficiente para crear mejores condiciones de trabajo y de vida para ellos.

Una vida dedicada al arte del rebozo jaspeado Al heredar de su padre la tradición, fueron las premisas del acontecer diario de don Jesús Moreno el empeño y la dedicación. Su mayor afán era la invención de nuevas formas en el diseño de los rebozos. Desafortunadamente, no podía disponer de todo el tiempo para estar creando novedades. A pesar de todo, con el tiempo don Jesús fue adquiriendo una excelente técnica en su trabajo como tejedor. En sus inicios trabajó en Moroleón en un taller muy grande que pertenecía al señor Maximiliano Flores. Este taller contaba con más de cincuenta telares y se llevaba a cabo el proceso completo de elaboración del rebozo. Allí don Jesús iba y venía para mantenerse en actividad. El maestro Jesús no se daba abasto con los 10 telares que mantenía trabajando todo el día. Tenía 4 amarradores, un fatiguero, quien teñía

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el jaspe, y un carretero con un ayudante. Trabajó arduamente durante diez años para cubrir solo la demanda michoacana. Don Jesús se mantuvo en copiosa producción por más de 25 años hasta que vino el declive de las ventas. Todavía hay quienes le siguen haciendo pedidos, cada vez más espaciados pero aún seguros. Lo grave de todo esto es que la demanda disminuye cada vez más. Las causas son muchas y muy variadas: el rebozo dejo de ser utilizado como “la prenda favorita de las mujeres”; el arribo de vestuarios de otro tipo y otros materiales y, sobre todo, las tendencias extrañas que el pueblo va adoptando por influencias publicitarias y que son francamente ajenas a nuestra propia cultura. Una de las mayores problemáticas que afecta a la población de manera directa y que actualmente



prepondera en esta región, es de tipo social. A diario se viven casos de extorsión y de inseguridad. La gente tiene miedo de seguir trabajando porque, aunque no haya sido víctima directa, se siente constantemente amenazada. Éste también puede considerarse un factor influyente en el declive de la producción. Pese a todo, don Jesús supo vivir de su oficio con la exigencia de la perfección. Ahora, a los 73 años y con dos telares en su casa, no acaba de rendirse. Pero nos dice: Lo que nunca aprendí y que era necesario para redondear la prosperidad, fue el arte de la comer-

cialización. Eso afectó el éxito de mi carrera como artesano del rebozo. Hoy ya me siento cansado… aunque no “me hallo” sin seguir trabajando.

Cuando hablamos del deseo de adquirir un rebozo con estas características, estamos obligados a reflexionar sobre lo antes expuesto, además de procurar obtener la mayor información de las técnicas utilizadas para su realización. Todo esto con el propósito de no demeritar el valor de esta prenda que expresa genuinamente los rasgos de la cultura del pueblo, honrosamente representada por el arte de don Jesús Moreno Jurado. Norma E. Espinosa Proa

Fuente Moreno Jurado, J. Jesús, entrevista realizada por Norma E. Espinosa Proa, en Uriangato, Gto., el 12 de marzo de 2014.

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Gabriel Navarrete Juárez El tallador de quijotescos sueños

Una figura de arte no se hace de la noche a la mañana. Gabriel Navarrete Juárez

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l llegar a San José de Agua Azul, el sonido seco y machacante de un metal forjado con fuego y agua,   afilado con una roca para formar una gubia –o “gurbia”, como es nombrada por los maestros ta   lladores de madera–, de instrumentos chocando y cortando trozos de madera, nos guía desde una plaza artesanal hasta casas particulares en donde los talleres familiares de los artesanos se convierten en escuelas de oficio donde el grado de avance se mide de acuerdo a la pasión y amor por el trabajo de tallar la madera. Encontrar ahí a Gabriel Navarrete Juárez trabajando para dar forma, eliminando el exceso de madera de un trozo de sabino, cedro, palo santo, pirul, sauz, colorín o patol que mantiene oculta la figura, no es sorpresivo ni casual. Gabriel Navarrete nació el 27 de abril de 1951 en Apaseo el Alto. Sus padres, Demesio Navarrete Alegría y Dolores Juárez Herrera, tuvieron seis hijos. Como es costumbre en la región, los talleres familiares

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se convierten en escuelas, y es así como Gabriel Navarrete enseñó a su hermano Marcelino, quien a su vez aprendió la disciplina de crear con la gubia y la madera figuras de Quijotes, tallas por las que la escuela de don Gabriel se distingue del resto de la región. Gracias a esta tradición, la familia se sostiene económicamente hasta la fecha. Antes de dedicarse de lleno a la talla de madera, con tan sólo ocho años, trabajó en Irapuato en la cosecha de fresas. Estuvo en diferentes municipios como Villagrán y Cortazar laborando en los campos de sandía, pepino, chile, y en una bodega en Apaseo el Grande. El padre de Gabriel se dedicaba al transporte de leña y le pagaban seis pesos por la carga. Don Domingo Galván,1 quien se dedicaba a la talla de madera en Apaseo, le dijo que le llevara leña y le pagaría veinte pesos; la condición era que fuera solamente de patol, “pa que no le pese tanto al burro porque está livianita”. Don Gabriel recuerda

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que su papá le dijo: “como que ese señor se volvió loco, me va a pagar a veinte pesos el patol”. Y es que en esos tiempos la gente no quería cortarlo porque al quemarlo se les caía el cabello, así que, como su papá no tenía cabello, las personas pensaban que era porque cargaba patol. Don Demesio, el padre de Gabriel, compró otro burro y se dedicaron a arrear leña para entregarla a don Domingo Galván. Un día, éste le preguntó a Gabriel qué hacía cuando no estaba arriando leña, a lo que él le contestó: “pues me hago tonto… descanso”. Cuando esto pasó Gabriel tendría como diez años. Entonces don Domingo lo invitó hacer figuras cuando quisiera. Así fue como se inició en el oficio de tallar madera. En las actividades del taller conoció a Constantino Calzada, quien se formó también con don Domingo, y Calzada invitó a Gabriel a trabajar con él. Como solamente estaban colaborando ellos

Don Domingo Galván Malagón (1909-2011) es reconocido por la gente de Apaseo el Alto como uno de los iniciadores de la tradición de talla en madera.



dos, pudo aprender más rápido los secretos de la madera y cómo tallarla. Así pues, desde los doce años don Gabriel Navarrete se dedica de tiempo completo al oficio, elaborando figuras religiosas; pero los clientes empezaron a pedir otro tipo de temática en los trabajos, como figuras de animales, lo cual le sirvió para ampliar los temas de su obra y perfeccionar su técnica, pues ya había aprendido a hacer figuras de soles en un tiempo en que trabajó con Juan Manuel Ruelas. Don Gabriel Navarrete recuerda que en una ocasión organizó una exposición en el jardín principal de Apaseo el Alto junto con sus amigos Miguel Martínez y Leobaldo Serrano (q.e.p.d). Don Gabriel puso la comida para todos los asistentes, que incluyó algunas autoridades y su amigo y ahora reconocido maestro tallador don Salvador Camacho Mandujano. El pretexto para hacer la exposición también se debía a que festejarían el santo de los Gabrieles, según ellos el 24 de marzo. Todo se hizo y salió bien, pero como anécdota confiesa que hasta después se dio cuenta de que en esa fecha ni siquiera era su santo. Debido a la crisis económica que vivió el país durante la presidencia de Luis Echeverría, tuvo que alejarse por un periodo de sus creaciones artísticas y se vio en la necesidad de emigrar a Puerto Vallarta; en ese entonces tenía unos veintinueve años. Allá trabajó como carpintero en un muelle


y aprendió la técnica de la carpintería negra.2 De ahí se trasladó a Lázaro Cárdenas, Michoacán, donde desarrolló labores semejantes. Estuvo también en Querétaro trabajando en la construcción de edificios, y finalmente regresó a Apaseo el Alto a dedicarse a construir viviendas. Con un poco de nostalgia, don Gabriel comenta que la trayectoria de un artesano nunca es fácil; al menos para él no lo ha sido. “Es una vida que lleva muchos esfuerzos y rudas pruebas que se convierten en decepciones.” Y lo dice con conocimiento de causa, pues en una ocasión se ganó el derecho a concursar por un premio a nivel nacional que se entregaría en la ciudad de Morelia, pero una de las organizadoras le exigía el quince por ciento de su premio por llevarlo al concurso. Él no se podía prestar a eso, así que dijo: “pos me voy solo”. Eso fue alrededor de

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los años setenta. Recuerda que llegó nervioso, y vio que su pieza tenía un listón verde que significaba el primer lugar. La figura que lo hizo ganar fue la de un unicornio que había visto en una pintura. Así estuvo una semana en Morelia, en un hotel, dando entrevistas y demás. Sin embargo, cuál sería su sorpresa cuando se dio cuenta de que el listón verde que tenía su pieza había desaparecido, ya no tenía ni siquiera uno de otro color; le preguntó a los policías que resguardaban y sólo le dijeron que habían llegado algunas personas y cambiado los listones. Al día siguiente, mientras los participantes comían carnitas con el gobernador de Morelia, se dio cuenta de que nadie los quería ahí: no les ofrecían ni siquiera de comer; todos llevaban representantes, pero él iba solo. Ahí en la comida se le hizo fácil acercarse al gobernador para saludarlo.

También es conocida como carpintería de obra negra. Es el tipo de trabajo con la madera que si bien no requiere de la sensibilidad para lograr terminados estéticos depurados, sí exige de quien la elabora un conocimiento técnico de las resistencias y reacciones de la madera con el agua, el calor y los diferentes materiales para la edificación de estructuras de gran escala como edificios, albercas o caminos.

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Él le preguntó qué quería, y don Gabriel le preguntó qué por qué le habían quitado el listón verde a su pieza, así, directamente. El gobernador le dijo: “¿Eres de Guanajuato, verdad?”, y para sorpresa de Gabriel, añadió que a los de Guanajuato no les iban a dar nada, porque era un estado industrial, no artesanal, así que les quitarían el apoyo a nivel

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nacional, y si quería ser artesano tendría que irse a Michoacán, donde ellos le darían madera y espacio. La respuesta de don Gabriel fue directa: “Quédese usted con su Michoacán”. Y se alejó, no sin antes tomar un plato de carnitas. En el rubro de la talla en madera, a don Gabriel se le reconoce por ser el creador de la figura


del Quijote, aunque ahora existen alrededor de cincuenta personas que las hacen, con una evidente influencia de las creadas por el maestro Navarrete. Pero también hay otras piezas icónicas que él ha recreado, tales como mariachis, bandas o conjuntos norteños, revolucionarios y Adelitas. A estas piezas él clasifica como de “línea mexicana”, y se enorgullece a tal grado de ellas que afirma: “en esa línea no han podido a mí hacerme nada”, refiriéndose a la competencia. El maestro Navarrete toma su fuente de inspiración de las vivencias de su pueblo y de su vida cotidiana: “yo no tuve chanza de tener libros, pero al principio todo era copiado de mi pueblo. Copiaba caras de fulano que anda con las muletas, de fulano que anda en la burra, de fulano que anda en el caballo, así fue mi triunfo”. Para don Gabriel Navarrete es importante reconocer a las personas que lo forjaron como tallador, por eso agradece siempre a don Domingo Galván, quien le enseñó muy buenas técnicas, a tal grado, que cuando asiste a concursos y ve las piezas, puede criticar la calidad de las mismas y las técnicas que utilizan los artesanos de ahora, pues ya no pintan con la vejiga de chivo, no les ponen pestañas de


las orejas de chivo, ni yeso, o el blanco de España, como le enseñaron sus maestros. Ahora utilizan insumos industriales. Don Gabriel también destaca que las cuchillas que actualmente se utilizan para trabajar la madera son un instrumento que don Domingo Galván ya había creado como herramienta dentro de su taller, y que sigue vigente, aunque tengan adecuaciones dependiendo de las necesidades específicas de los talladores. Sin miedo a compartir su conocimiento con quien esté dispuesto a aprender el oficio de la talla de madera, ha albergado en su taller a las nuevas generaciones, enseñándoles desde jóvenes, como

sus maestros hicieron con él. Uno de sus sueños es crear un museo de la talla de madera en Apaseo el Alto, que albergue la mejor pieza de cada familia, con el nombre del artesano y los datos del taller y contacto, así como la información técnica de elaboración de la pieza. “Un lugar para que cada artesano ponga su historia.” Así concluye una historia más de vida, de entrega y amor por los secretos e ilusiones que un trozo de madera puede esconder. Don Gabriel Navarrete Juárez desde pequeño se dedicó a trabajar y agradece cada momento que ha vivido, pues, como él afirma: “Todo lo que nos llegó… nos llegó del cielo”. Alejandro Montes Santamaría

Fuente Navarrete Juárez, Gabriel, entrevista realizada por Alejandro Montes Santamaría, en Apaseo el Alto, Gto., el 11 de abril de 2014.

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Loreto Serrano

El arte como posibilidad de construir una mejor sociedad

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a historia de vida de don Loreto Serrano, mejor conocido como Tito, tal vez podría guardar semejanza    con un tapiz hecho a mano, tejido con hilos de múltiples colores que entrelazan formas sencillas    para ofrecer al espectador un cálido paisaje; no obstante, para llegar a ese escenario pleno de vitalidad tuvo que esquivar toda clase de suertes y peripecias en su encuentro con el arte y las artesanías. Esta alusión, como reconocimiento a su trayectoria como maestro del arte popular por sus aportaciones a la elaboración de máscaras tradicionales, intenta dibujar al hombre que en su formación profesional encontró ecos del discurso nacionalista en las artes, aquel que pretendía encontrar la esencia del pueblo mexicano en las expresiones artísticas no academicistas y en las prácticas populares; pero, también, quien presenció el agotamiento de esta explosión y el vacío de la transición. México, en los años setenta y ochenta del siglo xx, estaba empeñado en el desarrollo y la tecnología, aunque este proyecto sólo alcanzó a unos cuantos. La pregunta era: ¿cuál sería entonces el papel de los artistas, los imagineros y los artesanos en ese proyecto de nación? El país parecía mecerse entre la modernidad y la tradición, un vaivén que se tornó más bien irreconciliable y en conflicto permanente.

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Éste fue el escenario que, grosso modo, acompañó la formación de don Tito Serrano, quien desde muy temprano reconoció su afición por manipular la madera, curioso porque de ahí surgían figurillas o santos. Tal como lo hacía don Joaquín Flores, tallador de madera de Romita, que a la entrada de su casa había instalado un sencillo taller. Todos los días, saliendo de la primaria, Tito –como su abuela impuso que le llamaran– estaba en primera fila observando cómo elaboraba aquellas esculturas de madera; semejante constancia no podía pasar inadvertida, por eso al poco tiempo don Joaquín le ofreció que, con el permiso de su padres, fuera su ayudante en los ratos que tuviera libres, de manera que poco a poco aprendiera el oficio. Y así fue. Pero éste no sería el único encuentro que despertó la imaginación y las posibilidades de creación en don Tito. Un día, también saliendo de la escuela, menuda sorpresa se llevó cuando vio instalada una pequeña carpa para la función de marionetas que una compañía foránea llevaba a Romita. Pronto negoció acomodar las sillas y barrer el espacio a cambio de disfrutar la función sin boleto de por medio; su perseverancia año con año fue tal, que al poco tiempo estaría reparando las marionetas

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y aprendiendo a hacer las propias. De modo que cuando esta compañía se retiraba del pueblo, Loreto hacía con sus propios títeres funciones en su casa: una cortina detrás de la ventana, un sencillo escenario, un radio, el público y mucha imaginación eran suficientes para dar comienzo a la función. Al respecto, don Tito nos comparte: La tradición de los títeres ya se ha perdido mucho, yo la he querido rescatar, es muy difícil, por los espacios, el apoyo […] pero en las escuelas estuve enseñando mucho, teníamos un grupo de mariachi […] tengo la danza del torito en títere, y también los jóvenes los manipulan, contratamos al de la flauta y el tambor, y se divierten de lo lindo y la gente también.

Más tarde, siendo Tito adolescente, participó en las tradicionales pastorelas que todavía se siguen realizando en Romita; generalmente representaba a Bartolo, y como es uno de los personajes que requieren máscara, él tenía que elaborar la suya o restaurarla. En las pastorelas los personajes con máscara son: el Ermitaño, el Bartolo, la Jila y Blanca Flor; el resto son pastores y no precisan de ella.


De ahí para acá empecé a hacer las máscaras, luego me empezaron mandar hacer máscaras de varias comunidades: Cerro Prieto; Paraíso, del municipio de Romita, de las últimas comunidades del municipio, así empecé a trabajar las máscaras.

Interesado en las tradiciones de su comunidad, también trabajó en la reproducción de las figuras y de las máscaras para la danza del Torito de Romita: Yo pienso que cada municipio tiene una tradición muy del lugar, es lo que decíamos orita [sic] del Torito. ¡Qué lejos está Silao!, o más bien Romita perteneció a Silao, y hay una gran diferencia en las máscaras del Torito de Romita y del Torito de Silao. Antes pertenecía Romita a Silao; era una hacienda, ya después llegó a ser una congregación, luego pueblo, y ahora ya es ciudad. Ese estilo de máscaras, las originales, las tiene una persona aquí de Romita, y tienen mucho más de cien años, son las primeras máscaras que incluso yo conocí de niño y todavía las tienen, una ocasión me las trajeron a restaurar y de ahí saqué el modelo para hacerlas igual.

De acuerdo con la explicación de don Tito, la danza del Torito de Romita se realiza del 4 al 12 de diciembre,


termina precisamente el día de la virgen de Guadalupe por ser ésta la patrona de la ciudad. La celebración está organizada en cuarteles; cada día le corresponde a un cuartel y puede haber entre cuatro y hasta quince danzas del Torito en un solo día, a cargo de diferentes grupos. Han venido muchos jóvenes a aprender a hacer máscaras aquí conmigo, las máscaras del Torito, porque de pastores ya no hacen mucho –se está perdiendo esta tradición–, [en cambio] la danza del Torito se hizo muy popular.

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En la danza del Torito, explica don Tito, los personajes son los mismos que los de la danza de Silao: el diablo, el caballito, la mula, la maringuía, la borracha, el jorobante o el moco. La leyenda cuenta que: Un día la mula se salió porque el toro se escapó de la hacienda, salió un caporal en la mula para atrapar a la bestia, acorralarla, luego aparece el caballo y ninguno puede, [más tarde] aparece la borracha, que era un personaje que significa el vicio, luego la maringuía, que era la nana del



hacendado, luego el jorobante, que significa el catarro que nos trajeron los españoles.

Además de representarse en Romita los primeros días de diciembre, cada comunidad tiene sus propias festividades patronales, o de diversa

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índole, y en ellas también se interpreta la danza del Torito con uno o varios grupos. Este gusto por la elaboración de máscaras, marionetas y la talla en madera en general, parecía que habría llegado a su fin cuando su padre le dijo que tenía un trabajo para él como campesino en los


Estados Unidos, y que, como él, vendría de visita cada año a Romita. Pero el destino quiso que un vecino, preocupado por su educación, casi a empujones, lo llevara a realizar el examen de admisión para cursar Artes Plásticas en la Universidad de Guanajuato. Con el pase en la mano y sin saber cómo haría para sostener sus estudios, se armó de valor para declinar los planes que su padre había trazado para él. Para el lector contemporáneo parecerá algo remoto el transporte de Silao a Guanajuato en la “burrita”, que era un trenecito de pasajeros, pero a mediados de los años setenta del siglo xx era un medio de transporte común. Así viajaba Tito todos los días a Guanajuato para tomar clases de cuatro de la tarde a ocho de la noche. Era el primero en llegar y también el primero en salir del aula para alcanzar la última corrida de Silao a Romita, que era a las nueve; de lo contrario, tenía que caminar a casa o esperar a uno de sus vecinos, don Liborio, quien amablemente le daba un aventón a Romita, sólo que éste pasaba hasta las once de la noche. A este esfuerzo se sumaba el que emprendía todos los días en las jornadas de trabajo: ya sea en el campo, regando la siembra en la madrugada o car-


gando tabique, con tal de obtener algún recurso que le permitiera cubrir sus estudios y sus necesidades. Cuando me acomodaba mejor era descargando los hornos de tabique, era por tarea, lo descargaba cuando podía, y mientras se enfriaba el otro ladrillo. La “burrita” cobraba 25 centavos; con 1 peso iba y venía a Guanajuato. [Al terminar los tres años de estudio] el maestro Gallardo me consiguió una beca de asistente. Yo sí le echaba muchas ganas. Jamás me echaba la pinta; mis compañeros sí se iban al cine, al teatro… yo no, a mí me costaba mucho ir a clases. Había clases de inglés de ocho a nueve, pero a ésa ya no podía, tampoco podía rentar algo en Guanajuato, no tenía con qué pagarlo, salí con mucha satisfacción.

Orgulloso de su esfuerzo y perseverancia, atesora haber sido alumno de dibujo del maestro Jesús Gallardo, y, en escultura, de Tomás Chávez Morado. Fue el maestro Gallardo quien le consiguió una beca en el Instituto Allende para aprender en el laboratorio de metales, fundición de bronce y escultura. De manera que a la elaboración de máscaras, marionetas y escultura en madera, se fue sumando

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la realización de esculturas en yeso, en bronce, en cera; los grabados y las pinturas. Más tarde, trabajó como docente de educación artística y como colaborador de diferentes instituciones culturales; como restaurador o como encargado de exposiciones. No obstante, una de sus más grandes satisfacciones ha sido sensibilizar a los niños y a los jóvenes en las diferentes expresiones del arte. Yo pienso que les ayudé mucho a los jóvenes; ayer vinieron unos alumnos [a los] que les estuve ayudando con unas máscaras de papel, que se iban a presentar [en la danza de los viejitos]. Ayer vino otro joven que quiere que le enseñe a hacer las máscaras del Torito, me trajo un pedazo de madera para trabajar. Les ha gustado venir a hacer máscaras.

Desde hace aproximadamente cinco años Alonso Ibarra, de Santa Teresa Guanajuato, trabaja con don Tito Serrano. El alumno le insiste al maestro en que haga un libro sobre diferentes técnicas artísticas, pero ese manual no ha visto la luz; a causa de ello, Alonso se ve en la necesidad de llamar a su maestro cada vez que tiene alguna




dificultad. Y es que de los tres hijos de don Tito, dos varones y una mujer, sólo al mayor le interesó seguir los pasos de su padre en cuanto a la docencia y el arte; pero lamentablemente falleció hace poco, siendo todavía muy joven. La familia de don Tito se inclinó por la docencia; así lo hicieron dos de sus hermanos, su esposa y algunos de sus hijos; aunque la vocación principal de Romita es el campo y los mismos padres de don Tito fueran campesinos: [La vocación económica de Romita] parte es en agricultura, parte de industria y ahora se están viniendo muchas fábricas. Antes aquí se sembraba mucho maíz, muchísima fresa, mucha papa, jícama, y ahora como que ya la tierra, no sé si se cansó o qué pero ya no produce tanto […] la mayoría de la gente lo que hace es vender los terrenos para fraccionar, ya Romita ha crecido, la tierra fértil ya mejor la vendieron para colonizar.

Y aunque hubiera deseado vivir en Guanajuato o en la ciudad de México en sus años de juventud, hoy, a sus cinco años de jubilado y dedicado a su taller, se siente satisfecho con lo realizado y con la

tranquila vida que lleva en su natal Romita. Fuerte y lúcido, don Tito desea seguir produciendo e impartiendo clases de educación artística a los niños: Cuando ya terminé yo de estudiar [en 1978] en ese año nos casamos, y en ese año agarramos el trabajo; mi esposa también era maestra, ya se jubiló, ya para ese tiempo empezamos a comprar este lotecito [y] aquí empezamos a fincar, vivíamos con mis papás de casados, duré un año viviendo con ellos y al año compré este lotecito, yo mismo lo empecé a construir, aprendí la albañilería también, de fontanería, de electricidad, de hecho yo mismo hice todo. Entonces, como quiera que sea, no fue tanto el arraigo con los padres, sino más bien el trabajo que aquí conseguimos en Romita, y ya teníamos en qué vivir.

Para don Tito la educación artística es fundamental en la formación de los niños y de los jóvenes, ésta es una labor que ha estado presente a lo largo de su vida y, en la actualidad, se torna cada vez más importante replantear las posibilidades del arte como herramienta para transformar propositivamente nuestra sociedad.

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Aquí en Romita ya tenemos el problema del vandalismo, la drogadicción, y nosotros los viejos ¿qué estamos haciendo?, ¿qué le vamos a dejar a los niños, a los jóvenes? Ya nosotros no nos componemos, pero los niños o los jóvenes, ¿cómo les vamos a dejar este escenario? Hay muchísimo trabajo para el gobierno que está y para el que viene. Esto no va a estar fácil, transformar a como era antes no está fácil. [El arte, en] cualquiera de las expresiones, yo siento que nos sensibiliza, que nos transforma en una persona muy diferente […] pienso que de alguna forma ha sido un freno […] nos hace ver el mundo muy diferente; nomás que, ni modo, no podemos cambiarlo, pero bueno algo se tiene que hacer, algo se tiene que lograr.

Así como para los muralistas, los maestros serían los nuevos sacerdotes que guiarían a la sociedad mexicana hacia una nación integrada; para don Tito, la educación artística, así como participar en las diferentes expresiones del arte y de la cultura, sensibilizan al ser humano para actuar en el mundo de manera mucho más reflexiva.


En la vida de don Tito siempre estuvieron presentes los más variados y diferentes oficios, expresiones artísticas y tradiciones, estas actividades

parecieron muchas veces incompatibles, pero al paso de los años dotaron a nuestro homenajeado de entereza, calidad humana y determinación. Alejandra Sánchez Gutiérrez

Fuente Serrano, Loreto, entrevista realizada por Alejandra Sánchez Gutiérrez, en Romita, Gto., el 8 de marzo de 2014.

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Índice

P r e s e n t a c i ó n

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Miguel Cortés o 11 Una Guitarra que todavía suena

Juana Andrade o 27 La artista de los monos de cartón

Aurelio Agustín Pedro Arredondo Rangel

o

41

Esculpiendo una tradición

Familia Álvarez Velázquez o 61 Si me muero ya vi nacer uno de mis carrizos


Rodolfo Chávez Gómez

o 77 Un cuchillero leonés

Adolfa Rodríguez Chávez y Raúl Alvarado García

Danza: la expresión sublime de Dios por medio del hombre

Manuel Nieto Olvera

José Antonio y la familia Arzate o 129 Trabajar con fe en la elaboración del juguete

93

o 107 Jarciería

Raymundo Quintero Guerra

La familia Arpero

Francisco Mota Olmos

o

o

143

El afinador de piedras

o 157 Tocando una tradición o

177

La orfebrería: un oficio que no dejas de aprender toda la vida

Juan Lira Castro o 191 Artesano, comerciante y promotor


Jesús Moreno Jurado

o 205 El arte del rebozo jaspeado

Gabriel Navarrete Juárez

Loreto Serrano

o

219

El tallador de quijotescos sueños

o

229

El arte como posibilidad de construir una mejor sociedad



Para la elaboración de este libro se utilizó el tipo Chaparral Pro; el papel fue cuché de 135 g. La impresión y encuadernación de Creadores populares del estado de Guanajuato 2014 fueron realizadas por José Ramón Ayala Tierrafría y José Román López González en el Taller del IEC, en julio de 2014. Formación: Tonatiuh Mendoza Corrección editorial: Margarita Godínez El tiraje fue de 500 ejemplares.



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