Para Tere, con el amor infinito de toda su familia. R afa O rdóñez A Maxi, de la peluquería de Ailanto, de donde siempre salías más feliz. Y a Marta, Alonso y Celia, con muchísimo cariño. J osé F ragoso
PELUQUERÍA ALEGRÍA © Texto Rafa Ordóñez © Ilustraciones José Fragoso © De esta edición bookolia Primera edición Noviembre de 2020 ISBN 978-84-18284-13-7 Depósito legal M-18779-2020 Impreso en Printer Portuguesa Todos los derechos reservados Reserva de derechos de libros Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).
La peluquería Alegría es muy grande, muy limpia y muy, muy alegre. Todos, todos, todos los que ponen sus pelos en manos de Eduardo, el peluquero, salen muy contentos, pero cuando él los ve salir suspira y suspira.
Un día Izan, un niño pequeño que no quería cortarse el pelo, entró lloriqueando. Eduardo sonrió y le revolvió el flequillo.
Al rato, Izan salía con una sonrisa enorme y un peinado muy, muy especial.
—Está muy pesado con los superhéroes —dijo la madre—, que si Batman no se lava los dientes, que si Hulk no se pone nunca un chándal, que si Spiderman no se corta nunca el pelo…
Eduardo suspiró.
—Entonces te voy a hacer el mismo corte que le hice a Supermán. El niño levantó la vista y miró y remiró a ese señor que hablaba de su superhéroe favorito: —¿Le... le has cortado el pelo a Supermán? —Dos veces —contestó Eduardo.
Poco después una joven, con un traje de flores muy alegre pero con cara muy triste, empujó con desgana la puerta.
—¿Se puede? —Pase, pase. Otra vez está triste la mejor jardinera del mundo, señorita Irene. El traje de flores se acomodó con pesadez en el sillón y se quedó en silencio. Eduardo preguntó: —¿Qué le ha pasado? —Nada… que hoy todo me parece gris. Mis plantas están mustias porque no llueve. —Bueno, veremos si hoy florece algo.
—¡Hemos terminado! La joven se miró al espejo y se vio de maravilla: —Muchas gracias, artista —dijo al salir mientras Eduardo dejaba escapar un gran suspiro.
La paz de la peluquería se acabó cuando aparecieron cuatro niñas revoltosas con su abuelo. —¿Podría hacer algo con las niñas? —Puedo cortarles el pelo. —Sí, pero que todas queden iguales. Nora quiere ser como Lucía. Lucía como Alba, Alba como Nerea, Nerea como Lucía, Lucía como Nora, Nora como… Bueno, yo que sé, que me lío.
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Las cuatros niĂąas salieron con coletas, rizos, kikis y un flequillo corto. Todas muy contentas mientras Eduardo suspiraba.
Al poco apareciĂł un coche negro muy grande, dio un frenazo y se bajĂł una seĂąora con un traje oscuro.