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CUENTAHÍLOS
CUENTAHÍLOS colección de textos ilustrados
Carmen nació en las afueras de Barcelona en el invierno de 1978. Fue creciendo allí mismo, entre casitas, perros y abetos en maceta. Eso sí, pasaba todos los veranos en el desierto almeriense, rodeada de cortijos, pitas y lagartos. Imbuida por este paisaje tan épico y tan en cinemascope decidió que de mayor sería Spielberg.
En primavera, en Madrid, mientras los Beatles tocaban Love me do en Hamburgo y Heinrich Böll escribía Opiniones de un payaso, nació Luisa Fontán Bos. Le encantan los secretos y cuando era pequeña los atesoraba, escritos en papeles, dentro de una caja de madera azul con una estrella morada en la tapa. Desde que cogió el primer lápiz para aprender a juntar la m con la a, le gustan las palabras que encierran olores, sabores, sonidos, y ahora las escoge de un montón que hay en una esquina de la buhardilla donde escribe.
Así que ahora, que Carmen ya es mayorcita, vive y dibuja en Barcelona, una ciudad donde se puede ir paseando a todos sitios, menos mal. Aunque a veces le gusta probar otras vidas y se va lejos, qué sé yo, a Paris o al Distrito Federal, a ver qué pasa. Posee una gran colección de tés, lápices y pinceles, para poder dibujar historias que luego recorren los países en forma de libro, cuadro, boletín o disfraz. Además (pero esto es un secreto) a Carmen le gusta coleccionar navajas suizas, aunque es un poco miedica cada día procura agenciarse una nueva.
Esta es la historia de un secreto. Un muchacho y su hermana pequeña se adentran en el bosque una tarde, y bajo los pinos les sucede algo mágico que cambiará su forma de ver el mundo. Al regresar a casa, nadie se ha dado cuenta de su ausencia y ellos guardarán silencio para siempre.
Luisa Fontán Bos
De camino a Hollywood le cayeron en las manos unos lápices y descubrió que las historias, además de filmarse se podían dibujar, en casa, tomando un té con leche calentito, en lugar de de tener que coger el coche para todo. En Los Ángeles, si no tienes carnet de conducir, estás vendido.
«... mi hermano y yo subimos al bosque sin decírselo a nadie.»
ILustraciones Carmen Segovia
Luisa Fontán Bos
Luisa Fontán Bos · ilustraciones de Carmen Segovia · Los bichos bola
Carmen Segovia
Hace unos años que dejó de trabajar por dinero y, mientras miraba la parra y las hortensias del patio de atrás, pensó que era un buen momento para hacer lo que más le gusta: estudiar, leer y escribir historias. A pesar de que lleva escritas unas cuantas, Los bichos bola es la primera que se publicará como libro ilustrado. Dice que lo soñó. A los nueve años. En una noche de final de verano en que se despertó al oír cómo paría una gata. No está segura si fue en la ladera del monte Abantos o en el camino del faro de Fuenterrabía.
Los bichos bola
Le encantaría volver a vivir en el centro de su ciudad, aunque todos sabemos que le costaría mucho prescindir del gorrión que de cuando en cuando se posa en la vieja catalpa que ve desde su cama, o de las montañas y los tejados que se asoman por el tragaluz sobre su escritorio. Bos significa bosque en holandés.
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A través de la lente del cuentahílos, el maquinista observa la trama en el papel y si es minucioso, quizá descubra también la trama, entre líneas, de la historia. Nota del editor
Título original: LOS BICHOS BOLA © Del texto: Luisa Fontán Bos, 2011 © De las ilustraciones: Carmen Segovia, 2011 © De esta edición: Los cuatro azules, S.L., 2011 www.loscuatroazules.com Primera edición: mayo 2011 ISBN: 978-84-937295-9-2 Depósito legal: M-20534-2011 Impreso por CIRSA. María Tubau 5, 28050 Madrid Impreso en España - Printed in Spain
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
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Los bichos bola
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Para Gonzalo, y para mis hijos Gonzalo, Miguel y Jaime. Para Paadín, que gentilmente comparte conmigo su colección de navajas suizas.
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Luisa Fontรกn Bos
ILustraciones Carmen Segovia
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Los bichos bola
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El otoño iba y venía. Por entonces las clases comenzaban a mediados de octubre. Los viernes íbamos al campo, a ese lugar de mi memoria que huele a leña de encina y se tapiza con el color parduzco de los saltamontes viejos.
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Una tarde, mientras todos medio dormidos a la hora de la siesta rezongaban por el frío que nos pilló con jerséis finos y zapatillas de lona con calcetines, mi hermano y yo subimos al bosque sin decírselo a nadie.
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Yo me llevé el frasco de los bichos bola.
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ร l su navaja suiza.
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Hasta el día del bosque había pensado que siempre sería pequeña o al menos más pequeña que mi hermano. Ni que decir tiene que, además de sacarme un palmo, no le daba miedo nada. Su sabiduría me parecía infinita. Antes casi de preguntarle sobre la broza del suelo, solo con verme mirándola con la boca abierta, me explicó que no todos los árboles son de hoja caduca. Si las lagartijas reptaban por las piedras, él hacía un comentario sobre la antigüedad de los reptiles: paleolíticos, por lo menos.
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—Hemos venido pronto porque en otoño cada día anochece más temprano. Y no pongas esa cara. No dejaré que te pase nada malo.
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La vereda de tierra se estrechaba cada pocos pasos y el camino empezó a desaparecer. El sol iluminaba los troncos de los pinos y la temperatura bajó tanto que notaba la pelusa de los brazos debajo de las mangas de la chaqueta. Al poco rato de adentrarnos en el bosque, el roce de las matas de jara contra mis piernas, de rodilla para abajo desnudas, me dejaba una película finísima de resina en las espinillas. Se me habían pegado hierbas, polvo, palos diminutos y algún que otro insecto casi invisible. Me picaban tanto los tobillos que no sabía si aguantaría sin romper la marcha de mi hermano sherpa hasta que llegáramos a dondequiera que fuésemos. Yo era cinco años más pequeña y más débil, de acuerdo, pero él llevaba pantalones largos y yo cortos.
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