La estrambótica isla del tesoro - Pinto&Chinto - Bululú

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Colección Carambola

La estrambótica Isla del Tesoro

En la Isla de la Fantasía hay enterrado un cofre lleno de libros

Pinto & Chinto

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Nota aclaratoria para todo aquel que se disponga a leer este libro En uno de nuestros viajes por mar nos topamos con un barco pirata fantasma. El barco pirata fantasma atravesaba los icebergs, y llevaba una gran bola de hierro en lugar de ancla. Las velas eran sábanas blancas, y se divertía asustando a los barcos pequeños. A bordo iba un pirata fantasma, que llevaba en su hombro un loro fantasma. El loro fantasma sólo sabía decir ¡Uhhhh! ¡Uhhhh!, al tiempo que levantaba las alas. El loro fantasma comía pipas fantasma. Llevados por la curiosidad nos subimos al barco pirata fantasma, pero lo atravesamos y caímos al agua, que no era fantasma sino de verdad. El pirata fantasma se reía a grandes carcajadas. Regresamos a nuestro barco empapados, y para quitarnos el mal sabor de boca el pirata fantasma nos hizo varios regalos. Entre ellos, este libro. Ten cuidado, porque es un libro fantasma y en cualquier momento, mientras lo lees, puede evaporarse y desaparecer de entre tus manos. Pinto & Chinto



Y

o me llamo Jim. En realidad me llamaba Jimmy, pero durante la búsqueda del tesoro pirata que os contaré en este libro un corsario me atacó con su espada, y de un solo tajo me cortó el nombre. Perdí el my y me quedé con el Jim.

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La historia del tesoro comienza cuando, estando yo en la taberna de mis padres, entró un viejo pirata andrajoso llamado Bill Bones portando un cofre. En el cofre, además de otras cosas, guardaba una buena cantidad de monedas de oro, pero iba así de mal vestido y descuidado porque era muy tacaño. Era tan tacaño que sobre el hombro en lugar de un loro llevaba un periquito; en el emblema pirata de su sombrero había solamente una tibia en lugar de dos, y en vez de una pata de palo se había mandado poner una fregona, con lo que muchos capitanes piratas lo contrataban de marino no porque fuera un gran navegante, sino porque les dejaba la cubierta del barco perfectamente limpia. Bill Bones cantaba a todas horas, con voz cavernosa, la canción La botella de ron, y lo hacía tan mal que se ponía a llover. Pero se ponían a llover botellas de ron, de tal manera que aquello se nos llenó de piratas llegados de todas partes. Y además había tanto ron gratis que ya nadie compraba el que vendíamos en la taberna, así que tuvimos que cerrarla. Las autoridades multaron a Bill por llenar toda la comarca de cristales, con lo que se quedó sin ninguna de las monedas que tenía en su cofre. Mis padres le reclamaron lo que les debía de comida y hospedaje, y Bill les dijo que solamente le quedaba un trozo de un viejo mapa del tesoro. Aceptaron puesto que eso era mejor que nada y luego me lo regalaron a mí porque veían que no le sacaba los ojos de encima.

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Aquella tarde vino a visitarnos el doctor Livesey, gran amigo de la familia. El doctor Livesey era un magnífico médico. No había estudiado mucho, pero tenía tan mal genio que si, por ejemplo, alguien llegaba con una herida sangrante la señalaba con el dedo y le ordenaba a grito pelado: -¡Oye, herida sangrante, deja inmediatamente de sangrar! Y la herida, llena de pánico, no rechistaba y paraba de sangrar. Una vez llegó a su consulta un hombre con un pie totalmente torcido, con los dedos hacia atrás. El doctor Livesey, en lugar de ponerle el pie hacia delante, lo que hizo fue poner el resto del cuerpo hacia atrás. Le comenté al doctor el asunto del trozo de mapa del tesoro. Me pidió que se lo enseñara y lo miró muy interesado. -Ahora hay que conseguir el resto –observó. Entonces fuimos a una Trocería de Mapas del Tesoro, donde vendían trozos de mapas del tesoro. El dueño buscó un trozo que coincidía con el que tenía yo y nos lo trajo. -¿Cuánto le debo? –dije. -Pues un trozo de un billete de 10 libras –respondió el tendero.

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Teníamos la mitad del mapa. Preguntamos en infinidad de sitios, rebuscamos por todas partes pero no hubo manera de conseguir la otra mitad. Ya habíamos desistido de encontrarla cuando llamó a nuestra puerta un pirata que dijo llamarse Silver El Largo, quien afirmó poseer la otra mitad del mapa. No era casualidad que le llamaran El Largo, puesto que era tan alto que la pata de palo hubo que hacérsela de una secuoya, tenía los brazos tan largos que robaba sin salir de casa, el garfio de su mano izquierda era tan grande que servía de ancla simplemente dejando caer el brazo al fondo del océano, y el parche de su ojo derecho era la vela de un galeón. Además, para otear el horizonte no precisaba subirse a lo alto del mástil.

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