Kami y las nueves colas - Arellano, Celej - Pastel de luna

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Copyright Texto © 2018 M.C. Arellano Copyright Ilustraciones © 2018 Zuzanna Celej Copyright Edición © 2018 Pastel de Luna contacto@pasteldeluna.com www.pasteldeluna.com Corrección: Ana Doménech Impreso en España (Villena Artes Gráficas) ISBN: 978-84-16427-23-9 DL: M-31841-2018 Todos los derechos reservados


Ilusión azul, la música del alma, luz de mi amor. Para ti, Jesús, porque sin ti Kami nunca habría existido. Gracias por desplegar ante mis ojos la riqueza de este país fascinante. M.C. ARELLANO


Ezo tiene un problema: aún no sabe volar. Se sube a la rama temblando. Aprovecha la oscuridad; piensa que, si nadie puede ver cómo lo intenta, nadie podrá tampoco ver cómo fracasa.


Ezo salta con los ojos cerrados. Enseguida se da cuenta de que algo va mal. Sus patas no están lo bastante estiradas. Cuando caiga al suelo, se hará daño.


Sin embargo, el suelo no está tan duro como Ezo creía. Está sorprendentemente mullido. Es agradablemente esponjoso. Es… ¿peludo? Ezo abre los ojos y se da cuenta de que no ha caído sobre el suelo, sino sobre la cola de una ardilla. La ardilla sonríe. —¿Estás bien? —pregunta la ardilla. —Sí, muchas gracias —contesta Ezo—. ¡He caído sobre tu cola! ¿Te he hecho daño? —No, estoy perfectamente —contesta la ardilla—. ¡Ten cuidado! Es peligroso intentar volar con los ojos cerrados. —¡Es que me da mucho miedo! —contesta Ezo, saltando junto a la ardilla, que vuelve a reír. —¿Cómo te llamas? —pregunta la ardilla. —¡Me llamo Ezo! ¿Cómo te llamas tú? —Me llamo Kami —contesta la ardilla, atusándose una de las colas.

Ezo descubre entonces que Kami no tiene una sola cola, sino nueve. —¡Tienes muchas colas! —exclama Ezo con fascinación—. ¿Cómo es posible? —Es una larga historia. En realidad son muchas historias. Una por cola —contesta Kami. —¡Oh! Me encantaría conocerlas todas —dice Ezo. Los ojos de Kami brillan un instante. —Como todas las ardillas, nací con una sola cola— comienza—. Verás…


Yo era una ardilla sin nombre, con una familia muy

extensa.

Nos gustaba buscar nueces. Cuando las encontrábamos, las escondíamos. Muchas veces se nos olvidaba dónde las habíamos enterrado, pero era igual de divertido. Jugábamos al escondite. Nos ocultábamos en la cola de mi madre, en las de las ardillas mayores. Era una vida sencilla. Yo era feliz.


Un día me alejé de mi familia buscando nueces

enterradas. No pude encontrar el camino de vuelta a nuestro nido. Se hizo de noche. Tuve miedo y frío. Se me estaban cerrando los ojos cuando una mano humana me acarició el lomo. No pude verla, pero era cálida y delicada, y me quitó el frío y el hambre. De repente, dejé de tener miedo también. Cesó la caricia y, cuando me volví para mirar a quien me había ayudado, ya no estaba.


Lo que descubrí entonces es que tenía dos colas. Quise encontrar a quien me había ayudado, así que emprendí un viaje siguiendo el calor de mi espalda. Fue un viaje muy fácil, porque ya no tenia miedo, ni frío, ni hambre. No me cansaba nunca.


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