Los quebrantasueños - El origen de Terra Nigra. Susanna Isern, Esther Gili - Tierra de Mu

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LOS QUEBRANTASUEÑOS II EL ORIGEN DE TERRA NIGRA

Susanna Isern Ilustraciones de Esther Gili


A Yves, por ser semilla, sol y agua. Susanna Isern

LOS QUEBRANTASUEÑOS El origen de Terra Nigra Segundo libro de la saga

© texto: Susanna Isern 2020 © ilustraciones: Esther Gili 2020 © edición: Tierra de MU 2020 www.tierrademu.com mu@tierrademu.com Corrección: Nuria Ochoa Primera edición: noviembre de 2020 ISBN: 978-84-122108-0-4 Depósito Legal: SA 430-2020 Impreso en Eslovenia por GPS Group Todos los derechos reservados Primer libro de la saga: El secreto de los Dandelión Queda prohibida toda forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sin la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por ley. Si necesita escanear o fotocopiar algún fragmento, diríjase a CEDRO

A mi sobrino Héctor, un apasionado de los animales. Esther Gili


I

La carta

L

os Trigatos habían insistido mucho en ese detalle:

A las 9 h menos 15 segundos. Ni antes, ni después. Es muy importante. Me levanté temprano, Trino se me posó en el hombro, me coloqué las gafas cuadradas sobre la nariz y, un rato antes de la hora prevista, ya estaba, reloj en mano, frente a la cafetería. Marina, la camarera, servía desayunos sonriente detrás de la barra. Siempre era muy amable con los clientes, todos la apreciaban. A las 8:45 h vi a un individuo doblar la esquina, avanzando con decisión hacia la cafetería. Se trataba de un tipo de mediana edad con greñas y barba desaliñada de tres días; en una mano llevaba un despertador. Tras mis gafas cuadradas todo tenía luz y color excepto él, que permanecía apagado e incoloro. Entró en el local y se sentó en un taburete. Colocó el despertador encima de la barra y comenzó a leer el periódico. Me deslicé también hacia el interior con disimulo, y ocupé el asiento de al lado. Nadie excepto yo había reparado en lo extraño que resultaba que un desconocido entrara en una cafetería a primera

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hora de la mañana acompañado por un despertador antiguo de

Yo hice lo mismo. Nuestros dedos se encontraron en las campa-

dos campanas. Pedí un cruasán con mantequilla.

nas frías del reloj. Forcejeamos varios segundos hasta que consi-

Las 9 h menos 2 minutos, se acercaba el momento clave. Miré mi reloj para controlar el segundero, debía actuar en el instante preciso. Tic, tac, tic, tac, tic, tac… A mi alrededor se apelotonaban las risas, el olor a café recién molido y el tintineo de las cucharillas. Metí la mano en el bolsillo, encontré el botecito que había guardado allí anteriormente y lo destapé. Tic, tac, tic, tac, tic, tac… Las 9 h menos 15 segundos. La hora exacta había llegado. Discreta, pero con rapidez, agité el botecito sobre la mantequilla. —¡Marina, hay una mosca en el cruasán! —avisé mientras le mostraba el plato. —Vaya, lo siento. Te traeré otro de inmediato. Marina desapareció tras la puerta batiente que comunicaba con la cocina. ¡Bien! ¡Había conseguido que se fuera en el momento exacto! El Quebrantasueños ladeó la cara y me dedicó una mirada fatal reparando especialmente en mis gafas cuadradas. Sus ojos soltaban chispas y se puso colorado como un demonio. Estaba furioso. Trino se escondió entre mis cabellos, asustado. Entonces el individuo se abalanzó sobre su despertador, que seguía encima de la barra, para cambiar la hora de alarma programada.

guió hacerse con él. Pero ya era demasiado tarde, en ese preciso instante dieron las 9 en punto y, sin hacerse esperar, la alarma del despertador comenzó a sonar haciendo vibrar sus campanas. Eran estridentes, desalmadas, como el que tenía delante. Los clientes empezaron a increparle molestos por aquel ruido ensordecedor. —Pero ¿qué hace, hombre? —¿Se ha vuelto usted loco? —Apague ahora mismo ese cacharro endiablado.


Y Agustín, un anciano con poca paciencia, agarró el desper-

Regresé a casa satisfecha por haber cumplido con éxito una

tador con sus arrugadas manos, le dio un buen golpe en el bo-

nueva misión. Según los Trigatos, el plan del Quebrantasueños

tón y le pegó una patada tan fuerte que cruzó la puerta abierta

era desestabilizar a Marina con el ruido del despertador. Tiempo

hasta marcar un gol en el portal de la acera de enfrente.

atrás, cuando apenas tenía diez años, Marina había vivido una

Cuando Marina salió de la cocina, el altercado ya había finalizado. El tipo del despertador incluso se había marchado, derrotado. —¿Qué ocurre aquí? —preguntó curiosa. —Nada, Marina. Que hay gente que está muy mal de la azotea —dijo Agustín orgulloso por haber acabado, en tiempo récord, con aquella situación tan estrafalaria.

experiencia traumática con ese sonido. Su abuela había sufrido un ataque al corazón mientras un despertador antiguo de dos campanas gritaba insistentemente al otro lado de la casa. Marina no podía olvidar a la anciana en el suelo, apretándose el pecho izquierdo con una mano como si así pudiera aliviar la punzada. En un acto heroico, la niña llamó a la ambulancia y fue a avisar a la vecina, que era una enfermera jubilada. Mientras esta última realizaba las maniobras pertinentes, el

—¿Sabéis qué? Hoy estoy contenta. Al café invito yo. Toma,

maligno aparato seguía sonando insistentemente. Marina re-

Sofi, aquí tienes el cruasán. Ahora que comienza a hacer calor

cordaba el sudor de su frente resbalando por las mejillas, mez-

cuesta mucho mantener las moscas a raya. Mil disculpas.

clándose con las lágrimas, y aquel maldito ruido que no cesaba.

—No tienes por qué pedirlas. Son cosas que pasan —dije con una sonrisa.

Afortunadamente, solo fue un susto y su abuela salió bien parada del patatús. Sin embargo, desde entonces, había asociado la alarma de los despertadores antiguos al terror que sintió durante aquel dramático suceso; le ponía enferma y tenía una gran influencia sobre su estado de ánimo. Por eso siempre evitaba oírlo. Hacer que Marina pasara un mal día no era más que el primer peldaño de la cadena de consecuencias que el Quebrantasueños había previsto para llegar a Fabián, el hijo de la vecina de enfrente de la camarera. El plan era que el joven Fabi, como

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todos lo llamaban, decidiera estudiar Derecho en vez de Bellas

Pero, gracias a mi intervención, el despertador no había so-

Artes. Lo primero le aburría; lo segundo le apasionaba. Esta

nado en presencia de Marina y nada de lo que el Quebranta-

era la cadena de consecuencias que el Quebrantasueños había

sueños había previsto sucedió. Y aquella misma tarde Fabián

ideado y que los Trigatos habían conseguido descifrar a tiempo:

realizó la prematrícula en la Facultad de Bellas Artes, comenzando a cumplir así uno de sus mayores sueños: convertirse en

1. El Q. se presenta en la cafetería donde trabaja Marina y hace sonar un despertador. 2. Ante ese sonido endiablado, Marina se bloquea. No es capaz de recordar lo que los clientes le piden. Sirve las tostadas requemadas, la leche fría y hasta se le cae al suelo una bandeja con tres tazas de café. 3. La jefa se molesta con Marina, le dice que es mejor que se tome el resto del día libre y que descanse.

ilustrador.

Era junio y hacía casi un año que Tin había abandonado Montecapí. A menudo visualizaba en mi cabeza nuestra despedida entre las ramas de la higuera, pensaba en lo que podía haberle dicho y no le dije; e imaginaba esperanzada que una noche cualquiera me despertaría la música melodiosa de su flauta anunciando su regreso. Sin embargo, eso no había ocurrido. Desde su partida, la vida en el pueblo había sido bastante

4. Marina regresa a casa. Antes de cruzar el umbral de la puerta se encuentra a Fabi, el hijo de la vecina.

tranquila. Con la desaparición del profesor Oscuro, los Que-

5. Marina le cuenta al chico que ha tenido un mal día en la cafetería, que no aguanta más y que ojalá hubiese estudiado un grado universitario decente.

da. Los animales de los laboratorios tenían la situación más

6. Fabi tiene muchas dudas sobre qué estudiar. Su familia le presiona mucho para que curse Derecho en vez de Bellas Artes. Tras hablar con Marina, decide que es mejor dejar el arte para su tiempo libre y dedicarse a algo que supuestamente le llevará a ganarse mejor la vida.

brantasueños actuaban aisladamente y de forma desorganizaque controlada y siempre iban varios pasos por delante desbaratando sus malévolos planes incluso antes de que pudieran llevarlos a cabo. De vez en cuando, nos encargaban a los Plantasueños alguna misión sencilla que siempre resolvíamos con éxito y precisión. Por fortuna, los sueños de los habitantes de Montecapí no corrían ningún peligro, pero yo no dejaba de preguntarme si aquel era mi destino: permanecer en el pueblo y ayudar con los

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pequeños encargos de los animales de mi laboratorio. Cuan-

y las probetas no humeaban. Los Trigatos, las mariquitas, el

do averigué el secreto del abuelo Albert y la existencia de los

loro, el zorro y los pájaros estaban reunidos, discutiendo sobre

Quebrantasueños, todos decían que era nieta de uno de los me-

algún asunto.

jores Plantasueños que habían existido jamás y que tenía un don muy valioso que aún desconocía. Comencé mi labor como Plantasueños enfrentándome contra un ejército muy poderoso de quebrantadores y sus temibles palomas negras. Junto a Tin descubrimos el momento Q y pudimos detener la destrucción

—Es demasiado joven y le falta experiencia —dijo uno de los gatos con preocupación. —Además, si le sucediera algo, Albert, allí donde esté, jamás nos lo perdonaría —apuntó otro.

masiva de los sueños de los habitantes del pueblo. Recuerdo

—No digo que no tengáis razón, pero esta solicitud viene de

la satisfacción inmensa de haber vencido. Pensé que aquello

muy arriba. No podemos negarnos —apuntó el gato que lleva-

no era más que el inicio de una larga vida luchando contra

ba gafas.

ellos. Sin embargo, últimamente me sentía un poco frustrada y también melancólica. No es que no me pareciera importante y necesario ayudar en el pueblo, pero debía reconocer que había imaginado retos de mayor repercusión. Por otro lado, no podía quitarme a Tin de la cabeza; seguro que se encontraba recorriendo mundo, plantando sueños mientras se enfrentaba a emocionantes misiones. Estaba disgustada con él por haberme dejado sola y por no haberme escrito ni una sola vez desde su marcha.

—¿Qué ocurre? —interrumpí sin comprender nada. Los gatos se miraron entre sí, el resto de los animales asintieron. —Hemos recibido una carta proveniente de Isla Onirus —dijeron los Trigatos al unísono. —¿Isla Onirus? —repetí desconcertada. Nunca había oído hablar de ese lugar. —Están concentrando a los mejores Plantasueños del mun-

Una noche, mientras leía en mi habitación, Trino vino a buscarme para ir al laboratorio. Mis padres ya dormían. Pensé que los Trigatos querrían encargarme alguna nueva misión. Me deslicé por la chimenea y crucé la puerta verde chillón. Curiosamente, los animales no estaban en sus puestos de trabajo como de costumbre. Las máquinas de escribir permanecían en reposo

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do. Parece que se está organizando una importante misión de gran trascendencia —explicó uno de los gatos. —Vaya, pero el abuelo Albert ya no está. ¿Por qué nos escriben? —pregunté. —Ahí está el quid de la cuestión, Sofi. Quieren que vayas tú.

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—¿Yo? —pregunté incrédula.

En ese momento emitirán un documental sobre la importan-

—Sí, dicen que quieren a un Dandelión entre sus filas y tú

cia de aprender inglés. Él abrirá los oídos con interés; el inglés

eres la única Plantasueños heredera del abuelo Albert. —Pero ¿dónde se supone que debo ir exactamente? —Isla Onirus se encuentra lejos, muy lejos de todas partes. Nadie sabe si hay que dirigirse hacia el norte o hacia el sur. Únicamente se puede llegar hasta allí… —Ahora no le des tantos detalles a la pobre Sofi. A ver si se va a asustar sin motivo —cortó otro gato. —Se os olvida un pequeño detalle —dije—. No sé cuánto tiempo debería de permanecer allí, pero si es un lugar tan lejano imagino que por lo menos pasaría varias noches fuera de casa. Y no creo que mis padres… —No te preocupes por eso. Ya lo tengo todo planeado —dijo el gato de las gafas.

siempre fue su asignatura pendiente. Un poco más tarde, aparecerá en el buzón un panfleto publicitario sobre un prestigioso campamento bilingüe para niños de tu edad. A tu padre se le encenderá la bombilla. Hablará con tu madre y la convencerá para que pases el verano en ese campamento. —¿Un campamento de inglés? ¿Pero no decís que debo dirigirme a Isla Onirus? —El panfleto será falso, por supuesto. Pero servirá para que tus padres te envíen supuestamente allí durante los meses del verano. —Supongo que no tengo elección, ¿verdad? —concluí. Sentía miedo a lo desconocido, pero, al mismo tiempo, me invadían unas ganas inmensas de conocer aquel lugar y los planes que tenían para mí.

—¿Cómo que ya lo tienes todo preparado? —preguntó incrédulo el segundo gato. —Sí, eso, si ni siquiera habíamos decidido si contárselo a Sofi o no —se indignó el que faltaba. —Lo ideé solo por si acaso —se disculpó el felino de las gafas—. Mira, Sofi, escúchame bien. Mañana a las 5 en punto debes encender la televisión de la cocina y poner el primer canal. Como de costumbre, tu padre estará preparando la merienda.

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II

Gálata

A/a Sofía Dandelión Isla Onirus, 23 de junio Tenemos el honor de informarle de que ha sido seleccionada para formar parte del prestigioso equipo de Plantasueños que ha de llevar a cabo una misión extraordinaria de importancia vital. Estaríamos muy honrados de poder contar entre

«L

a única forma de llegar es en tortuga».

Finalmente, los Trigatos me confesaron aquel detalle tan estrambótico. Me contaron que existía una especie de tortugas gigantes que habitaban en las marismas de sal que rodeaban Isla Onirus. Además de poseer un tamaño y una fortaleza inusual, esos reptiles tenían los ojos azul añil y el caparazón adornado por matices verdes y amarillos intensos que formaban dibujos

La esperamos impacientes en la Casa Nube a primeros

únicos e irrepetibles. Se comunicaban telepáticamente con los Plantasueños. Ellas eran las encargadas de recogernos y llevar-

de julio.

nos hasta nuestro destino. Atentamente:

Llegó el 1 de julio. Mis padres me acompañaron a la estación. Debía tomar un tren que me llevaría, supuestamente, al

Lyra Mara .

campamento bilingüe de verano. —Dos meses pasan volando —dijo mi padre. —Será una experiencia muy bonita y enriquecedora. ¡Ya lo verás! —añadió mi madre. —Te llamaremos los miércoles a las 8, pero no dudes en contactar con nosotros en cualquier momento si lo necesitas.

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—Recuerda, puedes volver cuando quieras. No es obligatorio

Reposaba en la arena dorada, cerca de la orilla. Su cabeza permanecía dentro del caparazón, que se calentaba al sol con

que te quedes hasta el final. —Y tranquila, cuidaremos de Trino como si fueses tú misma. Nos abrazamos. Se me escaparon dos lágrimas, a papá muchas, mamá las aguantó con los ojos encharcados. Trino me picoteó la nariz con cariño. Nos despedimos, subí al tren y partí. Me senté junto a la ventanilla, el traqueteo acompañaba mis pensamientos. No me gustaba mentir a mis padres. Alguna vez había hablado de ese tema con los Trigatos, pero ellos aseguraban que no debía sentirme mal. Comparaban mi situación con la de los superhéroes y las superheroínas de ficción que necesitaban mantener oculta su verdadera identidad, todo por un bien mayor. Supuse que tenían razón y que debía acostumbrarme a mi condición secreta de Plantasueños. Al fin y al cabo, todo lo que hacíamos era para ayudar a los demás. Viajé en tren durante aproximadamente dos horas. Tal y como me indicaron los Trigatos, me apeé en Cortafuegos, una estación cercana al mar. El andén estaba desierto, no sabía hacía dónde dirigirme. Me fijé en un gorrión posado sobre el respaldo de un banco. Cruzamos nuestras miradas y alzó el vuelo, se dirigió hacia unos árboles y se perdió entre las ramas. Me adentré en un pinar, junto a un tronco me esperaba una ardilla que, nada más verme, comenzó a corretear. Me guio a través del bosque, hasta que llegamos a las dunas de una playa apartada. Entonces la vi.

sus resplandecientes colores, que dibujaban una extraña figura con forma de laberinto. Sin duda, era uno de los seres más hermosos que había visto jamás. En cuanto percibió mi presencia, sacó la cabeza y me miró con sus penetrantes ojos azules, que brillaban como destellos de agua. Se aproximó a mí, muy despacio y, como si me diese dos besos, rozó con la cara cada lado de mi pierna. Me produjo un escalofrío (o quizás fue electricidad) sentir su rugosa piel contra la mía. Fue en ese momento, como si me lo hubiese transmitido telepáticamente, cuando descubrí que se llamaba Gálata y que era la tortuga gigante que debía acompañarme hasta mi destino. Lentamente se dirigió a la orilla. Entendí que quería que la siguiera y que subiera sobre su duro caparazón. Una vez estuve bien sujeta, se adentró un poco más en el agua, saltando la barrera de las suaves olas que morían en la playa. Después comenzó a nadar moviendo sus patas con fuerza; en poco tiempo nos habíamos alejado tanto de la costa que la habíamos perdido de vista. ¡Estaba navegando en tortuga! Podía sentir la brisa salada en el rostro y mojar la punta de los pies en el agua helada. Aquel viaje a bordo de un gran animal me llevó a un inevitable recuerdo. Aquella vez que el abuelo y yo fuimos al lago de la montaña y conocí a su amigo Oso. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora, sin embargo, me encontraba en alta mar, lejos de casa,

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y no se veía nada alrededor. Ni rastro de tierra o algún barco en

El fondo estaba cubierto por exóticas plantas de todos los co-

el horizonte. De pronto apareció un grupo de delfines nadando

lores: rojas, amarillas, azules y moradas. Algunas tenían las

a nuestra vera. Los mamíferos marinos nos acompañaron bue-

hojas cortas y estáticas; otras, largas como serpientes que bai-

na parte del trayecto regalándonos sus singulares risas y precio-

laban al compás de las corrientes marinas. Había decenas de

sos saltos.

bancos de seres acuáticos de gran variedad de tamaños y de infinidad de gamas de color. Peces payaso, loro, mariposa…

También pequeños y grandes crustáceos que metían y sacaban

—me informó Gálata telepáticamente. Al atardecer los delfines se despidieron y seguimos nuestro camino solas. Entonces Gálata se comunicó nuevamente conmigo.

la cabeza moviendo sus pinzas entre la vegetación. Era increíble estar viviendo algo así. Me acordé nuevamente de Tin, me dije que fuera lo que fuera lo que estuviese haciendo no podría igualar a aquello. ¡Cómo me hubiese gustado hablar con él y

-

contárselo todo! Navegué con Gálata durante todo el día. No sabía cuánto

Así lo hice y, acto seguido, la tortuga se sumergió en el agua. Como si se tratara de una escafandra de cristal, una gran burbuja de aire nos envolvió por completo. Tal y como Gálata me había transmitido, bajo la superficie el mundo era increíblemente bonito.

iba a durar aquel viaje, pero junto a la tortuga tenía una sensación plena de bienestar y tranquilidad. Anocheció por completo. El cielo estaba despejado y las estrellas brillaban imponentes en el firmamento. Me tumbé boca arriba sobre el caparazón de la tortuga para no perderme aquella maravillosa visión. A medianoche comenzó la mayor lluvia de astros luminosos que había visto jamás. Pedí tres deseos. Y pensé en los sueños de las personas; estos no debían ser fugaces ni tan lejanos, sino perseguirse y ser luchados. Fue en ese momento cuando la tortuga me contó a modo telepático una historia cuyas protagonistas eran, precisamente, las estrellas.

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—Y ¿qué pasó? —pregunté al ver que Gálata se detenía.

S

— —me transmitió. Me dormí con el arrullo de sus palabras insonoras. El caparazón de Gálata era un cómodo colchón que me acunaba en el -

vaivén del mar. Aquella noche soñé con el abuelo. Desde que nos había dejado aparecía a menudo en mis sueños. Lo sentí más cerca que nunca, tumbado a mi lado, acariciándome el pelo y cantándome una nana al oído. ¡Cuánto lo echaba de menos!

-

Me despertó el primer rayo de sol. Me incorporé y me froté los ojos hasta que pude ver con claridad. Noté una sacudida en el cuerpo. Ante mí, una casa tan grande como un castillo, se alzaba sobre una colina. Era blanca y brillaba como la nieve. Enormes ventanales se abrían frente al cielo y sobre el mar. A su alrededor se adivinaban grandes jardines de frondosa vege-

-

tación. Todo el complejo estaba situado en el centro de una isla

-

tupefacta. Un buen grupo de tortugas gigantes avanzaban en

rodeada de playas. Miré entonces a mi alrededor. Me quedé esel mar en dirección a la isla. Pero eso no era lo más impactante: sobre ellas navegaban personas, Plantasueños provenientes de todo el mundo que, como yo, se dirigían hacia Isla Onirus.

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III

Isla Onirus

L

legamos a tierra. En la playa nos esperaba un chico pelirro-

jo de unos veintitantos años para darnos la bienvenida. Iba descalzo y vestía de blanco impoluto. Llevaba una túnica bordada y un pantalón de lino. Tenía los ojos verdes y, como casi todos los de pelo rojizo, la cara salpicada por un puñado de pecas. Junto a sus piernas permanecía sentado un zorro con pelaje anaranjado, de un tono parecido al del cabello del chico. —Bienvenidos a Isla Onirus. Mi nombre es Sálix, que significa «sauce», y mi tándem se llama Thor —dijo señalando al zorro—. Me han asignado ser vuestro faro, el encargado de mostraros nuestra casa, que de ahora en adelante también será la vuestra. Dirigiré uno de los grupos de entrenamiento, seré vuestro puente con la cúpula y estaré a vuestra disposición para resolver cualquier duda o incidencia que surja durante vuestra estancia. Acompañadme. Me despedí de Gálata. Por el rabillo del ojo vi como el resto de Plantasueños hacían lo mismo con sus tortugas.

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— me transmitió el gran reptil marino.

Sentía algo indescriptible por ella. A pesar de haberla conocido hacía apenas unas horas, había nacido algo muy especial entre ambas. La abracé y me dispuse a seguir a Sálix. Éramos ocho Plantasueños los que habíamos llegado a la isla aquella mañana. Entre ellos había una señora castaña de ojos

amplia explanada con un largo sendero central de adoquines azules, que terminaba en unas escaleras que ascendían a la majestuosa casa nívea. Alrededor del camino, sorprendían cientos de matices de naturaleza increíblemente hermosa. —Vamos, os mostraré los jardines de la Casa Nube —dijo Sálix con una sonrisa al ver nuestra cara de fascinación. Thor, su zorro, no se alejaba a más de medio metro de él.

claros de aproximadamente la edad de mis padres, un chico

Caminar por los adoquines azulados era casi como flotar

de tez morena con rasgos hindúes… Y el que más llamó mi

en el nimbo. A la derecha había un prado repleto de flores de

atención: un hombre que superaba los dos metros de altura con

todas las especies, tamaños y colores. Rosas, amapolas, tuli-

larga cabellera rubia recogida en un moño. Sus ojos azules y pe-

panes, margaritas, violetas… formaban sendas pintadas que

queños le brillaban sobre la nariz con bigote. Bajo la boca, na-

conectaban tres casitas acristaladas con una laguna. El agua

cía una curiosa barba dividida en tres trenzas. Su complexión

transparente colindaba con las flores por un lado y con un

era grandiosa. Se trataba de un tipo inmenso, vestía una cami-

bosque por el otro. Junto a la laguna había una elevación de

seta negra con la cabeza de un lobo ártico en la parte delantera,

tierra cubierta de hierba desde la que brotaba un manantial

un pantalón vaquero amplio que había cortado por encima de

que se lanzaba en cascada sobre el agua estanca.

las rodillas y unas sandalias de cuero. Le echaba unos cuarenta años; yo era, con diferencia, la más joven.

Tres flamencos permanecían a remojo apoyados sobre una pata. Sus cabezas, recostadas sobre una de sus alas, creaban

Sálix nos guio por un camino serpenteante rodeado de ár-

en sus cuellos la divertida forma de ocho. En la orilla había

boles que ascendía por el montículo. Justo antes de llegar a la

cinco tortugas. No me costó reconocer a Gálata. Me pregun-

parte más alta, el faro nos sugirió que cerrásemos los ojos y

té cómo habría subido tan rápido hasta allí arriba. La miré

que avanzásemos diez pasos. Una vez arriba, nos indicó que los

sonriendo; me pareció que ella también me devolvía el gesto.

abriéramos.

—Este es el lago Ilusión. Sus aguas son curativas. Cuan-

Así lo hicimos. Y en aquel momento recibimos un regalo indescriptible para los sentidos. Nos encontrábamos ante una

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do los sueños se tambalean sus propiedades extraordinarias ayudan a que se restablezcan de nuevo —contó Sálix.

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—¿Qué hay en las tres casitas de cristal? —pregunté con curiosidad. —Son invernaderos. Protegen especies de flores de vital importancia para los Plantasueños. Justamente por ese motivo son más frágiles que el resto. Seguidme por el pasillo de las amapolas, nos acercaremos a mirar tras el cristal —nos indicó Sálix—. En la primera casita se encuentran los dientes de león en fase semilla. Esta flor es muy poderosa cuando mantiene todos los pelos de vilano pegados al receptáculo; produce la ilusión de una pompa de jabón. Es importante que estén a resguardo de las corrientes de aire provenientes del norte que, en ocasiones, azotan la isla. Esta flor, cuando se encuentra en ese estado, es un potente generador de deseos. Si necesitamos plantar un sueño nuevo o reparar uno roto, la ayuda de un diente de león completo es inigualable. A través de una de las paredes de cristal de la casita podían verse cientos, quizás miles, de estáticas y perfectas burbujas a la espera de ser sopladas y de esparcir sus semillas voladoras en busca de deseos. Sabía que mi apellido, Dandelión, significaba precisamente «diente de león». Me preguntaba si apellidarse así era una mera coincidencia o una denominación otorgada a mis antepasados por ser plantadores. ¿Habría existido otro Plantasueños en la familia antes del abuelo? Quizás, sin saberlo, era descendiente de una larga tradición de Planta que habían ido transmitiendo su legado de generación en generación.

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—La otra casita —retomó la explicación Sálix —alberga a

peligroso mirarlas directamente. Las llamamos «flores espejo

los maravillosos y soñadores giralunas. Cuenta la leyenda que

del alma». Dicen que las creó hace muchísimos años una maga

en un campo de girasoles había uno muy especial que una no-

que se convertía en mujer loba durante las noches de luna de

che se aventuró a mirar hacia la cautivadora luna en lugar de

sangre. La flor espejo del alma tiene un poder hechizante. Si

dormir como los demás. Dicen que quedó tan prendado por su

consigue que la mires, te atrapa y ya no podrás escapar. En un

belleza que, desde entonces, al amanecer, cuando el resto de los

momento dado, su consejo puede ser decisivo para tomar la

girasoles se despertaban y orientaban sus pétalos al sol, aquel,

dirección acertada o, por el contrario, devastador. Reflejarse en

diferente a ellos, dormía, pues había decidido que no giraría

ella implica plantar un sueño o quebrantarlo.

nunca más al astro rey, sino a la mágica luna. Lo llamaron giraluna. Sus pétalos se tornaron azulados y su corazón de plata. Por la noche recibía baños de la dama blanca de la noche y por el día dormía, cumpliendo así su sueño. Para los Plantasueños el giraluna es un símbolo muy valioso. A lo largo de todos estos años los Quebrantasueños han buscado la forma de aniquilar-

—Y ¿cómo se puede saber si pedir consejo a la flor espejo del alma resultará positivo o negativo? —preguntó el joven hindú. —El uso de estas flores requiere mucha intuición y entrenamiento. Únicamente la Plantasueños Lyra puede usarlas —explicó Sálix.

los para hacer creer al mundo que no existían, que era una le-

Quise preguntar quién era Lyra. Desde que había recibido su

yenda, un fruto de la imaginación y la fantasía de algunos. Por

carta tenía mucha curiosidad, pero intuí que era mejor esperar

eso nuestros antepasados han buscado los preciados giralunas

a descubrirlo a su debido tiempo. Sálix nos dirigió entonces

por todo el mundo para protegerlos. Ahora giran cada noche y

a la parte izquierda del camino central. Allí se extendía un

además no están solos.

gran terreno cubierto de césped. Al fondo habían plantado

Traspasé con la mirada el cristal de la casita y descubrí como, efectivamente, los maravillosos giralunas de pétalos azules dormían tranquilos ajenos a los rayos de sol. —Y la tercera casita —siguió Sálix— contiene una planta muy especial. Como veis, las paredes son de cristal al ácido. Eso es porque conviene que las riegue la luz del sol, pero es muy

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numerosos árboles y arbustos, todos ellos con una distancia de separación exacta. Lo más sorprendente se encontraba en la parte delantera, junto al sendero. Allí se exhibían esculturas vegetales, verdaderas obras de arte que representaban las formas más diversas: una manada de elefantes, ciervos, ninfas, un búho con las alas extendidas, una chica con un arpa… En una zona intermedia, entre las esculturas acabadas y los árboles

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que aguardaban para ser esculpidos, varias personas con tijeras

IV

de podar tallaban su propia figura. —Este es el jardín de topiaria. Como habréis adivinado, to-

La Plantasueños Lyra

piaria significa «esculpir en la naturaleza». Aquí dejamos plasmado alguno de nuestros sueños más representativos. Una vez lo hemos esculpido debemos seguir regándolo, cuidándolo, cortando las ramas que crecen…; mantenerlo para que permanezca sano y fuerte. Así son los sueños, como una planta a la que hay que mimar. No es suficiente con plantarlos, debemos darles amor —apuntó Sálix—. Todos y cada uno de vosotros dispo-

M

e dirigí hacia él. Impulsado por una intuición, Tin se dio

la vuelta unos segundos antes de que yo llegara. Vi sorpresa e ilusión en sus ojos. Mi corazón latía salvajemente.

néis de un arbusto para realizar vuestra obra; podréis comenzar

—¡Martín Blum! —exclamé con una sonrisa tímida.

cuando más gustéis. Es una experiencia muy valiosa para un

—Sofía Dandelión —me devolvió el saludo—. ¡Dame un

Plantasueños.

abrazo!

Me fijé entonces en las esculturas a medio acabar de las personas que podaban un poco más atrás. El busto de una mujer de pelo largo, un león, un flautista rodeado de pájaros que alzaban el vuelo… ¡Espera, Sofi! Me detuve. Aquella última imagen me pellizcó el corazón. Dirigí mi atención al autor de la figura. Estaba de espaldas. Un chico aparentemente joven manejaba con soltura las tijeras de podar. Llevaba una gorra que le tapaba el cabello. Algo en él me resultó familiar. Entonces se giró

Me estrechó contra su cuerpo, como el día que nos despedimos en lo alto de la higuera. Sentí que no había pasado el tiempo. Por fin volvía estar con Tin, mi gran amigo. —Deja que te vea. ¡Cómo has crecido! —dijo Tin mientras me daba una vuelta. —Díez centímetros exactamente. Pronto cumpliré 14 —le recordé—. Pero, tú… tú has pegado el estirón definitivo.

ligeramente de perfil. Dos tirabuzones rubios caían sobre su na-

Tin medía más de 1,80 metros. Ya no estaba tan delgado

riz. No podía ser posible. O sí. De repente lo vi claro. Aquel chico

como cuando lo conocí; su cuerpo había tomado volumen y

era Tin.

fuerza. Su rostro se había afilado y se apreciaba claramente una sombra en la barba y el bigote.

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