Cada mañana, los escaparates de la Pastelería Prim amanecen llenos de delicados cruasanes, perfumados bollos y crujientes tortitas. No en balde Prímula Prim y su esposo pasan las horas más felices del día en el obrador amasando, horneando e ideando nuevas recetas. Sin embargo, este primer día de primavera algo está a punto de cambiar, quizás para siempre, en esta deliciosa pastelería.
ISBN 978-84-947245-8-9
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Para Teresa y Yus, que se cuidan. Catalina G. A Encarna y Manuel de la cafetería de República Argentina 75, Barcelona, por la alegría de cada mañana, los cafés y las magdalenas, sin los que sería imposible empezar tan bien el día Anna C.
Título original: Prímula Prim © del texto: Catalina González Vilar, 2018 © de las ilustraciones: Anna Castagnoli, 2018 © del diseño de cubierta: Anna Martinucci, 2018 © de esta edición: Los Cuatro Azules, 2018 Primera edición: octubre 2018 ISBN 978-84-947245-8-9 Depósito legal: MTodos los derechos reservados Impreso por Gràfiques Ortells, S.L Barcelona Impreso en España - Prnted in Spain
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l señor Prim abrió los ojos aquella mañana y descubrió que Prímula Prim, su esposa, ya se había levantado.
— ¿Dónde estará?— se preguntó, extendiendo la mano y notando que su lado
de la cama aún estaba tibio. En ese momento, escuchó un resoplido y al incorporarse vio a Prímula, en camisón, plantada delante del espejo de cuerpo entero del dormitorio. —¡Primer día de primavera! — dijo ella, poniendo los brazos en jarra ante su reflejo—
Está decidido: ¡ni un dulce más! Y después, bajando los brazos, suspiró.
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l señor Prim no dijo nada. Cada año, al llegar el buen tiempo, su esposa pronunciaba esas mismas palabras. A continuación y durante las siguientes semanas, Prímula, siempre tan alegre y parlanchina, no dejaría de suspirar de la mañana a la noche. Unos suspiros cada vez más largos y sonoros. ¿Cómo podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que el señor y la señora Prim eran los dueños de la más hermosa, deliciosa y tentadora pastelería de Oldón de Arriba?
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llos mismos preparaban cada mañana los dulces que vendían. En la parte trasera de la pastelería tenían un obrador donde ideaban sus recetas, amasaban, horneaban y barnizaban cada dulce. Esas horas juntos, cocinando, eran las mejores del día. Después, disponían en los escaparates las fuentes con sus irresistibles cruasanes, sus famosos bollitos de canela y sus crujientes pastelitos de hojaldre. Se ocupaban de rellenar de bombones los cuencos de cristal sobre el mostrador y exponían, en un lugar preferente, las exquisitas tartas de queso y frutas, de almendra y de chocolate, que irían sirviendo a lo largo del día en elegantes paquetes, rematados por un lazo azul celeste. Sí, habitualmente todo esto hacía muy feliz a la señora Prim, pero no en aquellos primeros días de primavera.
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se año, sin embargo, el señor Prim se había preparado para la llegada de la nueva estación. Durante todo el invierno, mientras Prímula hacía cuentas o tejía canastillas para los bebés que pronto nacerían en Oldón de Arriba, él se había escabullido disimuladamente hasta el obrador, experimentando y trabajando durante largas horas en secreto. Y aquel primer día de primavera, tras el solemne anuncio de Prímula y su largo primer suspiro, solo tuvo que esperar el momento adecuado, justo antes de abrir la pastelería al público, para sacar el paquete que había escondido debajo del mostrador.
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rímula, a punto de colocarse una pinza en la nariz para no caer rendida ante los deliciosos aromas que llenaban la pastelería, miró con sorpresa el paquete.
—¿Es para mí? —preguntó. Y, dejando la pinza sobre el mostrador, comenzó a desenvolverlo. Solo se detuvo cuando vio que bajo el papel de regalo aparecía... ¡Una de las cajas de bombones de su pastelería! ¿Acaso se estaba burlando de ella el señor Prim? Con los ojos llenos de lágrimas dejó la caja, dio la espalda a su marido y se puso, muy digna, la pinza en la nariz. —¡Prímula! —dijo el pastelero— ¿Es que no vas a abrirla? Ella se limitó a negar enérgicamente con la cabeza. —¡Pero si aún no sabes lo que hay dentro! —protestó él.
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—¡Claro que lo sé! — dijo ella, girándose de nuevo. Y, con voz algo nasal, leyó las dos
palabras escritas en dorado sobre la caja color chocolate: Bombones Prim. —¡Sí, eso es! —respondió él entusiasmado—. ¡Bombones Prim, pensados especialmente
para el principio de la primavera! —¿Bombones para la primavera?
La señora Prim miró de reojo a su marido. Había decidido comenzar la dieta aquella misma mañana y nada le haría desistir de su idea. Pero hacía mucho que no veía a su esposo tan satisfecho. ¿Qué clase de dulces serían aquellos? Sintiendo que la curiosidad la vencía, cogió la tapa con la punta de los dedos y la levantó con precaución. Al instante, su rostro enrojeció tan violentamente que poco faltó para que la pinza saliese disparada por la presión. — ¡Está vacía! — ¡No, no! —respondió el señor Prim, resplandeciente— ¡Fíjate mejor!
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rímula, desconfiando, se inclinó de nuevo sobre la bombonera. Y en ese momento, los vio.
Eran unos bombones delicadamente transparentes, como si estuviesen hechos de cristal, dispuestos unos junto a otros en ordenadas filas, ligeramente tornasolados, capaces de reflejar la luz como lo haría una pompa de jabón en mitad del cielo. —Pero, ¿qué…? —fue lo único capaz de decir y, con exquisito cuidado, levantó una de las esferas. Era tan ligera que por un momento temió que estallase entre sus dedos. Asombrada, miró a través suyo como a través de una lente y al otro lado vio, algo deformado, el rostro feliz de su esposo.
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—¿Qué son? —le preguntó Prímula, soplando ahora muy suavemente sobre la esfera
para que rodase por la palma de su mano. —¡Bombones de aire! —anunció el señor Prim—. He cristalizado la brisa de primavera.
Al menos una fina capa, lo suficiente para darles forma. — ¡Bombones! —repitió la señora Prim, asombrada—. Entonces, ¿se comen? —¡Por supuesto que se comen! ¿Qué sentido tendría si no prepararlos? ¡Venga, prueba
uno! Pero antes quítate eso de la nariz, así no hay manera de que los huelas. Recordando de pronto la pinza, la pastelera se la quitó precipitadamente. Al instante llegó hasta ella, desde la caja abierta, un aroma exquisito, distinto a cualquiera que hubiese olido antes en la pastelería. Un olor como a flores —¿quizá a narcisos?— y también a rosas frescas y a esas flores azules que crecían aquellos días junto a los caminos. Sin pensarlo un minuto más, Prímula Prim se llevó el bombón a la boca.
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