Las Niñas CAMBIAN EL MUNDO
Historias de ficción protagonizadas por niñas, inspiradas en culturas, leyendas y tradiciones de alrededor del mundo.
Susanna Isern Colección Las Niñas Cambian el Mundo
Zuma y el Cocodrilo Sagrado © texto: Susanna Isern 2020 © ilustraciones: Rebeca Luciani 2020 © edición: Tierra de MU 2020 www.tierrademu.com mu@tierrademu.com Corrección: Nuria Ochoa Maquetación: Tierra de MU www.tierrademu.com mu@tierrademu.com Primera edición: abril 2020 ISBN: 978-84-948337-8-6 Depósito Legal: SA 920-2019 Impreso en Eslovenia por GPS Group Todos los derechos reservados. Queda prohibida toda forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sin la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por ley. Si necesita escanear o fotocopiar algún fragmento, diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos).
Rebeca Luciani
L
a despertó el rugido salvaje de la tierra. Zuma se levantó de la cama y abrió la puerta de la cabaña. Los búfalos atravesaban el poblado al trote. Había cientos, quizás miles. El suelo temblaba como si se estuviera produciendo un terremoto. Les seguían antílopes, familias de elefantes y manadas de leones. Estos últimos, a pesar de correr junto a sus posibles presas, no fijaban su mirada en ellas. Junto a la puerta, el abuelo observaba silencioso la imperiosa estampida de los animales. —¿Qué ocurre? —preguntó Zuma, incrédula. —Lo inevitable. Se van. Demasiado tiempo sin llover. No hay suficiente agua para todos —sentenció el abuelo.
El poblado quedó revestido de huellas y una densa polvareda lo cubría todo. Pero los pozos llevaban meses secos y, como todos los días, Zuma debía partir sin demora en busca de agua. El sol ya estaba lo bastante alto y había que andar varios kilómetros hasta llegar al río. La niña ató dos vasijas de barro al lomo de su amigo Bongo, se colocó otra sobre la cabeza e inició el camino.
Tras varias horas de trayecto, Zuma y Bongo llegaron al río. Una vez en la orilla, descubrieron algo terrible. Las últimas pozas se habían secado por completo. Un gran barrizal se extendía ante sus ojos. En ese momento, Zuma sintió el murmullo de las hojas de los árboles. Unos monos saltaban ágilmente de rama en rama. Parecían dirigirse a algún sitio. —¿Por qué os vais? —preguntó la niña. —Dicen que, no muy lejos de aquí, hay un arroyo que aún tiene agua —contestó uno de los simios sin apenas detenerse. —¿Dónde? —se apresuró a preguntar Zuma, viendo que los monos se alejaban. —Hacia el norte —se oyó.
De inmediato, Zuma acomodó la vasija sobre su cabeza y reinició el camino. Esta vez, en dirección al norte. Y aunque Bongo intentó convencerla de que no era buena idea, ella estaba decidida: era necesario encontrar agua. Zuma y Bongo anduvieron a través de la llanura desértica durante varias horas. Pero, por más que avanzaban, no había rastro del arroyo prometido. El sol, grande y amarillo, se acercaba peligrosamente al horizonte. —Estoy agotada. Y parece que nos hemos perdido —suspiró. —Es mejor regresar. Si nos apresuramos quizás lleguemos a tierra conocida antes de que anochezca —aconsejó Bongo.
Pero Zuma estaba tan cansada que se sentó junto a una roca grande como un árbol. Cerró los ojos y respiró profundamente. Entre el primer suspiro y el segundo, se durmió. De pronto, una voz en mitad de la noche, la despertó: —¡Ayúdame! ¡Estoy atrapado! —¡Bongo, la roca habla! —se sobresaltó Zuma. —No es una roca. Es un termitero —explicó Bongo. —Termita, ¿estás ahí? —preguntó Zuma pegando la oreja al muro. —No soy una termita, soy un chacal. Mi madre me dejó en este termitero abandonado días atrás. Dijo que permanecería a salvo mientras ella buscaba agua y comida. Pero no ha regresado. —No te preocupes. Te ayudaré a salir. —Puede ser una trampa. ¿Y si su madre aguarda escondida para atacarnos? —advirtió Bongo.
Zuma quedó atrapada en el termitero. Un animalito peludo y frágil se coló entre sus brazos. Era Chacal. Estaba muy oscuro. Los muros del termitero Quizás Bongo tenía razón, pero Zuma prefirió escuchar a su corazón. Agarró un palo lo suficientemente largo y escaló por el termitero. En la parte más alta, se abría un agujero que parecía el cráter de un volcán. La niña introdujo el palo, para que Pequeño Chacal pudiera trepar por él, y se balanceó, con tan mala suerte que se precipitó por el hueco negro.
eran gruesos y resistentes y, por más duro que los golpeó, no consiguió siquiera una diminuta grieta. La niña abrazó a Chacal y cerró los ojos. Entonces ocurrió algo que no sucedía hacía meses. Las estrellas y la luna se escondieron entre las nubes pesadas y grises. En su lugar aparecieron rayos, a los que siguieron fuertes estruendos.
Y comenzó a llover. Mucho. Diluviaba. El termitero se inundaba y Zuma no sabía nadar ni mantenerse a flote. —¡Ayudaaaaaa! —gritó cuando el agua le llegó al cuello. En el exterior, Bongo hacía chocar su cuerpo contra el termitero. Pero su envergadura no era tan grande como para derribarlo. De pronto el montículo de arena empezó a recibir fuertes impactos. Los muros del termitero comenzaron a resquebrajarse y a salpicar piedras. Finalmente, la estructura cedió y el termitero se derrumbó provocando una especie de ola fangosa. Zuma y Chacal salieron despedidos y quedaron recostados sobre un charco. La tormenta había pasado y la noche volvía a ser clara. La niña levantó ligeramente la cabeza y abrió los ojos, que brillaban como dos lunas llenas. Entonces lo vio.
Era grande, enorme, descomunal. Su cuerpo era más largo que el cuello de una jirafa y su piel parecía dura como el tronco de los árboles. De su gran boca asomaban afilados colmillos. Era un cocodrilo gigante de color gris plata. El cocodrilo se aproximó a Zuma, que retrocedió instintivamente.
—No tengas miedo. He venido a ayudarte —dijo Cocodrilo con voz profunda. —Gracias por salvarme la vida —susurró Zuma un poco temerosa. —¡Venid conmigo! Quiero mostraros algo —propuso Cocodrilo. Zuma, Bongo y Chacal subieron a lomos del cocodrilo gigante. El gran reptil avanzó durante varias horas en la oscuridad cada vez menos oscura. Ya amanecía y los primeros rayos de sol se encontraron chispeantes con la superficie del agua. Habían llegado a orillas de un lago maravilloso.
En el agua había peces y cocodrilos, muchos cocodrilos. —¡Desconocía la existencia de este lago! —exclamó Zuma emocionada. —Mis hermanos y yo hemos aprovechado la lluvia para cavar en este suelo y estancar el agua que tan escasamente nos regala el cielo. Así no faltará durante los meses de sequía — explicó Cocodrilo.
—¡Qué buena noticia! Mi poblado se llevará una gran alegría. Zuma llenó las vasijas de agua y, junto a Bongo y Chacal, emprendió el viaje de regreso a casa.