Amar

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Amar

Amada Blasco

MUSICA DE PEDRO CORTEJOSA



Amar

Amada Blasco

MUSICA DE PEDRO CORTEJOSA


© Amada Blasco Vallés © de esta edición: bookolia © ilustración «Al principio», «Flor de la vera» y «Oso»: Elena Martínez. © ilustración «Aliento», «Casandra» y «Tu espalda»: Pablo Ramírez Arnol. © ilustración «Devúelveme mis alas» y «Las hélices del corazón»: Iana Pérez. © ilustración «Rodar contigo como naranjas en Sevilla»: Ángeles Barea. © ilustración «Días sin flores»: Jorge Ural. © ilustración «Y cuando no» y «Corteza terrestre»: Lilian Flores. © ilustración «Teresa»: Dina El Ghoulbzouri. © ilustración «Credo»: Daniel Franco. Corrección: Susana Sierra. Colección: Versados - Nuestros ajenos. Ilustración de cubierta: Pablo Ramírez Arnol. 1.a edición: diciembre de 2016. ISBN: 9788494636202. Depósito legal: M-39905-2016. Imprime: Gómez Aparicio. Todos los derechos reservados. Reserva de derechos de libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).


A los que aman A las que amamos



AL PRINCIPIO Al principio solo mis manos y la araña. Un silencio constante, un no entender esos hilos plateados que enredan mis pestañas. El silencio acechando. Cuarto oscuro de fisuras doradas que por momentos dilatan mi iris y que junto a las pestañas me brindan un loco mirar cálido y virgen. El silencio agobiando. Finas patas deslizándose entre los hilos y la tela de araña que atrapa mi seno, que suena constantemente, excepto cuando mi oído logra discernir entre el silencio y ese sutil sonido al acariciar el hilo. Es entonces cuando mi pequeño seno se expande y pareciera querer salir corriendo. Mi seno, mi costado, mi cadera y esta increíble sensación de crecer y ocupar, ocupar, ocupar… ocupar el silencio. Hacer sonar mis huesos (mover mis pestañas incesantemente), chocar mis tobillos entre sí, rascarme la cabeza, castañear los dientes, balancearme entre mis dos crestas iliacas y expandirme en curvas sinuosas, como tu caminar araña. Ya no me asustas, tus hilos no me agreden. ¡No, no me quieras detener! Me siento en vibración constante, ahora entiendo ese sonar rítmico dentro de mí, el poder de mi esqueleto, esas imágenes que de vez en cuando llegan si cierro los ojos.

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Movimiento, ese es el principio. Movimiento constante, cambiante, en cada poro, en cada célula, en cada una de las articulaciones que le dan forma a este todo de huesos que soy. Movimiento en cada pliegue de este ser que se expande e intenta abarcar mas allá de la tela de araña. Viaje centrífugo. Movimiento penetrante, prolongación de mis dedos entre lo irreal de la red y la sustancia melosa que atrapa mis yemas. Movimiento. Nacimiento. Estoy aquí.

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PALABRAS Es desde este silencio frondoso que conecto con las líneas de un cuaderno de hace tiempo. Respiraba Buenos Aires y hoy recojo tomates verdes en la vega. Respiraba Buenos Aires y hoy respiro, casi viciosamente, el aire pausado y denso del sur. Entre el verde esmeralda y el rojo terrenal, releo letras dibujadas en líneas rectas. Vuelvo a respirar Buenos Aires y mi cuerpo carnoso y prieto ansía las faldas blancas del Aconcagua, y relee secuencias de palabras llenas de significados mágicos de trascendencia azul añil.

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Palabras que golpean, posibles aún, redescubriendo tesoros encontrados, respirando Buenos Aires; y las palabras me hablan de mi caminar y dan en el clavo de mi hoy, de mi presente. Hoy concibo mi camino incierto con ciertos aciertos sutiles. En este ahora sonoro de agua, declaro que he de recuperar mi nombre, Amada, a la que aman, y reivindico la acción. Amada, la que ama, y sostengo el saber de que amar y ser amada no han de suceder al mismo tiempo, y de que si suceden, maravillosa vida me espera.

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MARCHAR Y te volviste lenta, y te amé despacio. Y te volviste despistada, y me dejé mirar a hurtadillas. Y te volviste callada, y te conté tus días. Y dejaste de soñar, y me arremoliné en tus noches. Te dejaste escurrir por la ventana. Saliste volando, y te dejé marchar. No giraste ni una vez. Olvidaste el origen y marchaste. Alto, alto, muy alto. Blanca, en estelas.

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ALIENTO Esta lúgubre manía de vivir esta recóndita humorada de vivir te arrastra, Alejandra, no lo niegues. Alejandra Pizarnik

Cansada de perturbar tu ensoñación de desvalida camelia. Cansada de amoratarme en las aristas de este círculo. Cansada del sonido inexacto de tu abúlico demonio. Cansada del tiritar de tus párpados en noches de tormentas. Cansada de la estirpe de los acorazados. Cansada del rincón desierto donde colocas el jade. Cansada de posar para tu álbum de muñecas recortables. Cansada de mi devota competencia de arrecife, alzo mis raíces de tu trance. Y celebro la insurgencia de mi cuerpo.

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DEVUÉLVEME MIS ALAS Dame mis alas para saltar al vacío. Alas enjugadas en el sabor del mas allá. Grandes alas escritas en sánscrito. Alas visibles en el caos de la ceniza. Dame el reverso de tu sueño. Dame la noche y sus luciérnagas asistidas por el guardián voraz del infinito. Denso, caliente, oscuro. Como esta jalea que humedece mi sexo. Dame la mordida del volcán en erupción, vestigio del subsuelo. El profundo pisar de la hormiga y su memoria de elefante. Devuélveme mi sustancia de tinaja sin fondo, mis agujas para escarbar la madriguera, mi estar de grulla capicúa, mi sombra en cuarto creciente y en cuarto menguante… Y en luna llena, las sombras de lo que amé.

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Te soborno y tú te dejas. Reconoces el ulular de mi espalda contra el viento. Despertarás en la esquina incierta del sol, con los alaridos de mis huesos al chocar. Temerás el fuego que se aloja en mi vientre. Y desearás no haberte bebido mi espina dorsal. Devuélveme mis alas. Te dejo el vértigo del que no sabe amar.

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NOTAS Como en el pentagrama de ayer, entono frases que leeré noctámbula cuando el almizcle me recuerde mi presencia en el cosmos. Tatúo en mi memoria los sueños taciturnos de la tarde otoñal y cóncava, en la que las salamandras me miran a los ojos desvelando el misterio infantil que aún brilla en el iris.

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Ilustraciรณn de Elena


FLOR DE LA VERA Me desenredo, amor, de las crines blancas trenzadas en los albores del día. Ha llegado el verano y mi melancolía azul libélula tropieza con los cantos rodados del viejo río. Ha llegado el olor a dama de noche. Y tú la buscas incansable. Y yo miro tu mirar (lleno de aciertos). Bajando las escaleras están ellos. Arriba, subiendo las escaleras, nosotros. Refulgiendo. En silencio.

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RODAR CONTIGO COMO NARANJAS EN SEVILLA Y si te anaranjo, ¿caes y ruedas conmigo? De naranja amarga, besos dulces coreados con manzanas. De verde oliva un lazo, para que te acuerdes. Jugo en los adoquines y tus clavículas, cuencos donde beber, donde guardar las alas de esta mariposa que llevo dentro. Surgió tiempo atrás, en la era de las batallas añiles. Y hoy renace en el SUR y se adormece extasiada de sentir la fuerza de tu mano apoyada en mi costado.

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LAS HÉLICES DEL CORAZÓN Las extrañas razones de mis lentos latires tienen que ver con aquel hombre de negro, oculto en la chistera, que dejó sin cabeza al ave del paraíso. Tienen su explicación en la melancólica sirena varada que dejó de soñar la mar. Tienen vínculos con el cangrejo gigante que me enseñó a caminar y están emparentadas con aquellos mosquitos que se agolpaban raudos en mis pequeños senos. Los dioses de acero me hallaron moribunda, insonora y en quietud.

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Cansados de batallas, de jugar con cuerpos vencidos, crearon en la noche de los tiempos del trigo las hélices que giran en mí cada amanecer, sonando, toc-toc-toc-toc, al ritmo de un mantra. Sereno. Vital.

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EL INDÓMITO La antigüedad es el origen de las ballenas amordazadas, la mordaza en la boca de la jirafa, la mordaza en el linaje del indómito recién nacido, la mordaza en la dama blanca que alienta el grito del volcán. La antigüedad deposita semen en los poros abiertos del trueno. La antigüedad, seduciendo la irreverencia del rito venidero. Desde este altar de paja y tu no estar metálico, la noche suena en do mayor. Desde el ala de tu sombrero de copa, mis pestañas enredan el vendaval. Ante la ventisca, mis tallos de savia esperan brotar en las cenizas de su cuerpo. Y con ello pigmentar de cobalto las crines de Epona. Y con ello donar mi sangre como abono para lo que ha de venir. Y con ello transfigurar el orden del tiempo. Y que la ballena cante. La jirafa vomite. Y el indómito venza la batalla.

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DÍAS SIN FLORES Días sin flores. Puma, noche, embestidas. Profundidad, pantera. Savia que se columpia en las raíces fértiles del animal salvaje. Días sin flores. Blancura en el lunario. Paisajes infinitos. Y las bestias inventan mordiscos de dulce miel, lamidas de melaza. Días sin flores. Posible permanencia. Apertura mágica. Aguada, vital, suave. Dibujo delirante de círculos y aristas. Días sin flores. Entra. Sale. Se queda.

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Y CUANDO NO… Cuando te giras y me ves y yo no me entero. Cuando me descubro atesorando instantes. Cuando el silencio te nombra. Cuando mi boca se enciende y saliva ganas. Cuando te asomas a mis noches desde las tuyas. Cuando te instalas sin pedir permiso en mí. Cuando sonríes y te veo pleno. Cuando le guiño el ojo al cosmos por semejante regalo.

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