Mágico y Cádiz: una historia de amor

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A Soco

© Textos originales: Jaime Palomo Cousido © De las ilustraciones: Caterina Rimelli © De esta edición: bookolia Colección Gol o penalti Imprime: Gómez Aparicio ISBN: 9788494636226 Deposito Legal: M-29335-2017 Reservados todos los derechos


Tengo una tontería en el coco. No me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Solo juego por divertirme. Jorge «Mágico» González

Gol o penalti es una regla que solo existe en el fútbol que juegan los niños. Gracias a ella, las jugadas «polémicas» se zanjan rápidamente, lo que permite no perder tiempo en aburridas discusiones y seguir jugando. Jugando a la pelota. En este fútbol no hay patadas malintencionadas, no hay trampas, ni engaños, ni insultos; no hay derechos televisivos ni sueldos estratosféricos. Solo existen las ganas de jugar. Jugar a la pelota.



PITIDO INICIAL ¿Habéis conseguido acabar alguna vez una colección de cromos? Yo sí. Fue el álbum de fútbol de la temporada 1988-89. Recuerdo que me faltaba solo un jugador. Era Islas, portero del Logroñés. No había manera de conseguirlo. Mi padre me acompañó al Rastro a ver si lo encontrábamos. Había un señor que lo tenía. «Cuesta 500 pesetas», dijo. Tres euros, para que os hagáis una idea. A pesar de que era mucho dinero para un simple cromo, mi padre vio mi cara de felicidad y me lo compró. Llegué a casa, cogí el álbum, me fui a la página del Logroñés y tapé el último hueco que quedaba. «¿Y ahora qué?», me pregunté. Lo divertido de hacer una colección no es acabarla. Es hacerla. Comprar el álbum vacío, abrir los primeros sobres esperando que te toquen jugadores de tu equipo favorito o tener un taco enorme

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de cromos repetidos para cambiarlos en el recreo. Jugar con ellos, perderlos, ganarlos… y mirarlos. Sí, mirarlos. Me gustaba abrir el álbum y observar las fotos de los futbolistas. Una foto pequeña con sus rostros, casi siempre sonrientes. Y otra foto más grande en la que estaban dando toquecitos a la pelota o en plena acción de un partido. Y abajo, el nombre. Nombres míticos como Butragueño, Calderé o Futre. Y también nombres imposibles como Urruticoechea. Miraba los cromos e intentaba dar vida a esas imágenes estáticas. ¿A dónde irá a parar el balón que despeja Arteche? ¿Conseguirá Hugo Sánchez marcar ese penalti? ¿Le saldrá bien el regate a Onésimo? También intentaba dar respuesta a cuestiones variopintas: ¿por qué N’Kono juega con pantalones largos? ¿Qué hace Hugo Maradona en el Rayo Vallecano? ¿Gordillo nunca se sube las medias, o se le caen durante el partido? Gracias a esas horas de contemplación del álbum, acabé por aprenderme de memoria casi todos

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los nombres de los jugadores de la Liga. Futbolistas como Romo, del Betis; Orejuela, del Zaragoza; o Zurdi, del Sporting de Gijón, pasaron a formar parte de mi infancia. No me importaba que no fueran conocidos. Me gustaban sus nombres y sus fotos. Pero de todos aquellos cromos había uno que, año tras año, me maravillaba. Me hipnotizaba. En la foto pequeña su rostro variaba poco. Tenía el pelo revuelto y una media sonrisa, como si le hiciera gracia ser futbolista. Prominente nariz y cara de sueño, como si acabara de despertarse. En la foto grande la mayoría de las veces aparecía dando unos sencillos toquecitos al balón. Pero lo más alucinante venía debajo. Un nombre increíble, irreal. Un nombre que hacía que tus ojos se quedaran pegados en ese cromo. Un nombre único para un jugador único: Jorge «Mágico» González, jugador del Cádiz C.F.

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CAPÍTULO 1

ESPAÑA 82, EL DESCUBRIMIENTO San Salvador, 1968. Jorge baja corriendo por una calle de su barrio y entra en casa. Llega a la cocina resoplando. Se ha pasado todo el día jugando al fútbol con sus amigos. Es el menor de ocho hermanos. ¡Imaginaos el jaleo que debía de haber siempre en su casa! Jorge se sienta y bebe agua, exhausto. Observa a su abuela, que está cocinando. Ella se gira y le sonríe. En la mesa de la cocina hay varias cáscaras de huevo. Su abuela coge una y mete los dedos para rebañar los restos de clara que quedan dentro. Se acerca a Jorge y empieza a untarle el líquido en sus rodillas. Así hace con todas las cáscaras que hay en la mesa. «Esto te ayudará a convertirte en un gran futbolista», le dice. Jorge se mira las rodillas, cubiertas de

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clara de huevo. Sonríe. No sabe si eso servirá para algo, pero le gusta ese ritual que existe entre él y la abuela. De repente, siente una tremenda sacudida. Como si temblara la tierra. ¿Pero qué es? ¿Un terremoto? Una nueva sacudida, más fuerte aún, lo despierta. No está en su casa. Está en un avión. Se gira desorientado y enseguida entiende todo. Viaja junto a la selección de El Salvador para disputar el mundial de fútbol. Están llegando a Madrid. Un compañero le sonríe y le dice: «Despierta, Jorge, que vamos a aterrizar». Jorge se recuesta en el asiento y se relaja. Parece que las claras de huevo de su abuela surtieron efecto. En aquel mundial, disputado en España, Italia se proclamó campeona del mundo por tercera vez en su historia. Ganó 3-1 a la República Federal Alemana en la final.


Como siempre, Italia empezó jugando mal. Y como casi siempre, acabó ganando los partidos importantes. Eliminó a Argentina, Brasil, Polonia y Alemania Federal. España tampocó jugó bien y, a pesar de que los árbitros intentaron ayudarla, quedó eliminada muy pronto. De hecho, lo que más se recuerda en España de aquel mundial es la mascota: Naranjito, una naranja vestida de futbolista que estuvo presente en camisetas, gorras, llaveros o tazas.

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Pero el mundial nos dejó otros hechos para el recuerdo. Los seis goles del delantero italiano Paolo Rossi. Los saltos de alegría del presidente italiano Pertini, que no podía controlar su euforia en el palco del Santiago Bernabéu. La imagen, durante un Francia-Kuwait, del responsable de la Federación de Fútbol de Kuwait bajando al campo como un auténtico chulito de patio para detener el partido y exigir al árbitro que anulara un gol contra su equipo. Al parecer, el sonido de un silbato había distraído a la defensa kuwaití. El árbitro anuló el gol. El debut en un mundial de un joven argentino que años más tarde se convertiría en un mito: Diego Armando Maradona. La escalofriante entrada del portero alemán Schumacher al delantero francés Battiston, que

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quedó inconsciente con una vértebra rota y dos dientes menos. Y también hubo un partido que pasó a la historia de la Copa del Mundo: Hungría 10 - El Salvador 1. Hasta ahora, la mayor goleada en un encuentro de un mundial. El Salvador es un país de América Central. Tiene unos 7 millones de habitantes. Esta era la segunda ocasión en la que se clasificaba para jugar un mundial. Jorge era la estrella del equipo a sus 24 años. Flaco, moreno, con la nariz aguileña y una asombrosa habilidad con el balón. El Salvador jugó solo tres partidos en el mundial de España. Perdió los tres. Pero en la goleada contra Hungría consiguieron marcar un gol. El primer (y único hasta ahora) gol de El Salvador en un mundial. En 1982 el país estaba sumido en una terrible guerra civil. Se dice que durante los partidos de la selección, los disparos cesaban. Probable-

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mente aquel gol consiguió unir al país durante unos minutos. El fútbol tiene estas cosas tan peculiares. A pesar de perder todos los partidos, Jorge demostró que era un jugador especial, y los equipos europeos se fijaron en él.

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Este chico llevaba toda su vida jugando al fútbol. De pequeño se pasaba el día dando patadas al balón y regateando a sus amigos por las calles de San Salvador, la capital de El Salvador. Nada más salir del cole, corría a reunirse con sus amigos para echar partidos que duraban toda la tarde.

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Al cabo de algunos años empezó a jugar en los equipos de las divisiones inferiores de su país. Finalmente lo fichó un equipo de primera división: el Club Deportivo FAS. Con este equipo ganó dos ligas y empezó a hacerse muy popular en su país. Sus regates, sus goles y su velocidad lo convirtieron en el mejor jugador de El Salvador.

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Durante un encuentro de liga en el que Jorge hizo enloquecer a los defensas rivales, un comentarista que estaba retransmitiendo el partido se emocionó y le cambió el nombre: pasó a llamarse Jorge «el Mago» González. Cuando la selección de El Salvador quedó eliminada del mundial de España, Jorge y algunos compañeros de selección decidieron quedarse unos días por España para descansar y disfrutar del mar. Su país seguía en guerra. No era mala idea intentar fichar por algún equipo europeo. Y es entonces cuando empieza la leyenda de Jorge González en la liga española. Bueno, las leyendas, porque son innumerables las historias que de él se cuentan.

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Jorge está con dos amigos en Málaga, en la playa. Duerme profundamente bajo el sol. Dos hombres vestidos con traje y corbata se acercan al grupo. «Buenos días. Queremos hablar con Jorge Alberto González», dicen. Los amigos señalan al tipo que ronca sobre la arena. «Es él», contestan. «¿Lo podrían despertar? Soy el presidente del Málaga C. F.». Los colegas lo zarandean. «Oye, que está aquí el presidente del Málaga y te quiere hablar». Jorge abre ligeramente los ojos, cegado por el sol. «Ahora no, estoy durmiendo», dice con un hilo de voz. Los señores de traje y corbata se quedan de piedra. «Inténtenlo en otro momento. Ahora está durmiendo». Los directivos se alejan de allí, atónitos. Obviamente, el Málaga no fichó a Jorge. El Atlético de Madrid o el Paris Saint-Germain también quisieron ficharlo. El equipo de París estuvo realmente cerca, pero tampoco lo consiguió.

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Jorge descansa en la habitación de su hotel. Algo lo inquieta y no puede dormir. Al día siguiente ha quedado para firmar el contrato con el PSG, pero tiene dudas. ¿Quiere realmente jugar en un equipo tan grande? No está seguro de que se vaya a divertir si empieza a tomarse el fútbol demasiado en serio. Y, además, seguramente en París hace mucho frío. Y a él no le gusta el frío. Le han dicho que llueve mucho… ¡y encima no hay mar! Nada, decidido, no irá a jugar a Francia.

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Mañana ya los avisará para que no lo esperen. Cierra los ojos y, ahora sí, se duerme. Feliz. Al día siguiente los directivos del Paris Saint-Germain están reunidos en un hotel esperando la llegada de su nuevo fichaje. Pero el fichaje no llega. Esperan una hora, dos horas, tres horas… y el fichaje sigue sin llegar. A Jorge se le olvidó avisarlos de que había cambiado de opinión. Obviamente, el PSG no lo fichó.


Entonces, entre todos los grandes equipos que intentaban atraer y convencer a Mágico, apareció un equipo modesto. Un equipo que no tenía ni la historia ni los títulos del Atleti o el PSG. Un equipo que jugaba en segunda división. Un equipo pequeño de una ciudad pequeña, pero una ciudad en la que no hacía frío. ¡Y que tenía mar! Una ciudad alegre en la que se comía y se bebía bien. Una ciudad con mucha música. Una ciudad hermosa. Un equipo en el que podría divertirse jugando al fútbol. Un lugar en el que podría sentirse como en casa: Cádiz. ¡Perfecto!, pensó Jorge. Y a Cádiz se fue. Seguramente ni él ni los aficionados se imaginaban que ese era el inicio de una verdadera historia de amor: la de Cádiz y Jorge «Mágico» González.

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CAPÍTULO 2

EL ENAMORAMIENTO Jorge llegó a Cádiz y enseguida se enamoró de la ciudad. Le gustaba el mar. Le gustaba el clima. Le gustaba pasear por sus animadas calles. Le gustaba la gente. Le gustaba comer pescado. En resumen, ¡era feliz! En Cádiz la gente vive el fútbol con pasión, alegría e incluso cachondeo. Les gusta el fútbol, pero ante todo quieren animar al equipo. Es su equipo, su Cai. Tiene fama de ser la mejor afición de España. Bueno, al menos una de las mejores. En 1982 el equipo tenía un claro objetivo: subir a Primera División.

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En los primeros entrenamientos sus compañeros ya se dieron cuenta de que el nuevo fichaje era un fenómeno del balón. «¿Y este tío qué hace en Cádiz?», se debían de preguntar. Se quedaban alucinados con todas las virguerías que sabía hacer con la pelota. «¿Y por qué no lo ha fichado el Madrid o el Barça?», pensaban. Tras unos pocos partidos de liga, los gaditanos se dieron cuenta de que a Cádiz había llegado un futbolista fuera de serie. Un auténtico mago. Jorge demostró con goles, pases, carreras, regates y jugadas de leyenda que no era un futbolista normal. Era una pesadilla para los defensas rivales, que no conseguían detener su regate más famoso: la culebrita macheteada. Este regate consistía en tener la pelota pegada al pie y, con un rápido movimiento de tobillo, imitar el zigzag de una serpiente. Derecha-izquierda-derecha. El defensa caía en la trampa y, cuando se quería dar cuenta, Mágico corría a sus espaldas camino de la portería.

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Al poco tiempo de llegar a Cádiz, sus compañeros le cambiaron el nombre. «Tú no eres un mago, sencillamente lo que haces es mágico», le dijeron. Y, de esta forma, Jorge «el Mago» González pasó a ser Jorge «Mágico» González. En el Ramón de Carranza, el estadio del Cádiz, los aficionados se desgañitaban cuando se presentaba por megafonía a Jorge.

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«Con el número 11... ¡¡¡¡Mágicooo Gonzáleeez!!!!». Cuando le llegaba la pelota a Jorge, todos callaban, esperando que hiciera el famoso regate. El silencio se iba transformando en una especie de murmullo. La gente observaba con los ojos bien abiertos y se frotaba las manos, expectante. «Lo va a hacer, lo va a hacer», se decían. Y de repente, en un abrir y cerrar de ojos, Mágico convertía su tobillo en una culebra y el defensa se quedaba pensando por dónde había pasado la pelota. «¡Olééééé!», gritaba el público, como si fuera un torero. Daba igual si la jugada acababa en gol. De hecho, daba igual si el Cádiz ganaba o perdía. La gente iba al campo a ver a Jorge y a disfrutar de las culebritas macheteadas, de los taconazos, de los sombreritos… y de los goles. Mágico marcó 14 goles en toda la temporada. Algunos realmente espectaculares. Al acabar el campeonato, el Cádiz consiguió ascender a Primera División. ¡Objetivo cumplido! La ciudad ya tenía un nuevo ídolo.


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