Miranda Brenda, Edición de Texto

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Morir en el Golfo (Fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Miranda Brenda


Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo Ordinario

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo Moderno

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo Epigráfico

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo con Bandera derecha

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

A

lcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo.¶ l Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. ¶ las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México.¶ bordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

E

A

A

Párrafo Bordas

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo Bertieri

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo en Bloque

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo Español

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín

Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llama do Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la carava na de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo Asimétrico

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Morir en el Golfo (fragmento)

Héctor Aguilar Camín Alcancé a tomar otro dedito en el tránsito a la calle. Eran casi las doce y Anabela no estaba en la sala. No insistí en verla; dormiría con sus hijos encima, exhausta en su maternidad de sonajas y pañales, en los linderos de sus sombras que Rojano manoseaba a sus espaldas en el archivo. Fui al hotel Emporio, me di un baño un y salí para Mocambo. El Ayuntamiento festejaba esa noche a la prensa nacional en un fichadero llamado Terraza Tropicana. Ahí estaban todavía empezando de hecho la jornada. Había variedad, rumba, bar abierto y muchachas. Una corista joven tomaba mint juleps en la barra, tenía una hermosa y noble nariz, como la mujer de Garabito, cuyo liso y sangrante perfil seguía flotando en mi cabeza. A las doce del día siguiente, de acuerdo con lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México, pero no aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventa cada seis años a su presidente en la campaña presidencial. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo qué vendrá, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar la gran efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México. Abordábamos el avión cuando corrió la noticia del asesinato de Galvarino Barria Pérez, líder agrario del norte de Veracruz, acribillado por gatilleros en una emboscada cerca de Martínez de la Torre. Recordé los expedientes de Rojano, el sangriento estilo de la cosa agraria en el Golfo. Y olvidé.

Párrafo Ceñido

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