Fregar, sacar la basura, amar y hacer la revolución
BRUNO ROGERO SAN JOSÉ
© de la obra y de la edición, Bruno Rogero San José, 2014 © de la imagen de cubierta, Pablo Rogero San José, 2014 Algunos derechos reservados.
La enfermedad
Los análisis han confirmado lo que me ya me decía el cuerpo: estoy enfermo. Montones de células están reproduciendo un virus que, a continuación, infecta nuevas células, etcétera. Y no hay quien las convenza de que hagan otra cosa porque en su mayoría, después de una jornada reproduciendo virus, lo único que quieren es desconectar delante de la tele o del ordenador, cenar e irse a dormir. Como mucho, salir el fin de semana u organizarse unas vacaciones, pero sólo eso, desconectar y volver a empezar. He visto a los glóbulos blancos y no he sabido qué decirles: las demás les tratan de radicales, de violentos o de utópicos mientras ellos salen a combatir los virus a membrana descubierta. Las demás se quejan de sus problemas, algunas hasta reconocen que la mayoría de esos problemas viene de pasarse la vida copiando virus, pero cada día, desde que se despiertan, salen a copiar esos virus que se apoderarán de ellas, de sus hermanos, de sus hijos, de todo.
1
Escena en la ESMA
En el sótano de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, al cabo de un tiempo, el detenido acababa preguntándose, tarde o temprano, cuánto tiempo llevaba allí (¿minutos, horas, días, …?). Eso era lo normal. Y, sin embargo, el suboficial que dirigía aquella sesión de tortura veía que el detenido, encharcado en sudor y sangre, sonreía. Eso no era lo normal. –¿Qué es lo que te parece tan gracioso? ¿Te divertís? –No, pero ya se acaba. Eso es lo lindo; hasta lo peor se acaba. –¿Eso creés, que se acaba? Che… yo pensaba que no eras tan boludo. Esto recién empieza… –Tendrán que continuar sin mí… Todo esto fue excesivo; pretendían hacerme hablar y me mataron. –Vos no estás muerto. –No siento casi ninguna parte de mi cuerpo… se me está nublando la visión y… y el corazón me late cada vez más despacio… Yo me voy… ya no podrán hacerme más daño.
2
Otra escena en la ESMA
–Yo tengo todo el tiempo del mundo –le dijo el torturador al preso–. Cuanto antes hables, antes se va a terminar todo esto. –… –¡Si sé que estás al límite de tus fuerzas! Los dos lo sabemos, estás a punto de hablar… lo único que te espera es más dolor… Sabés que yo no tengo problema en matarte; después de la picana, de arrancarte las uñas, de echarle el perro a tu mujer para que la violara delante de vos, ¿sabés lo que viene ahora? ¿Cuántos años tiene tu pibe, cinco? A tu pibito de cinco años le… El discurso fue interrumpido por un sonido bastante fuerte que los sumió a los dos en el silencio. Un sonido que cualquier persona de cualquier edad, país y época sabría reconocer. El del gas intestinal al salir por el ano. Y el detenido sabía que no había sido él. –¡El milico se tiró un pedo! –dijo mientras se reía con estrépito. Otro militar vio salir al torturador de la sala, ruborizado y con la mirada gacha. –¿Qué pasó? –Habrá que volver a empezar con ese… y tendrá que hacerlo otro. –¿Qué decís? ¿Por qué? –Y… ya no me tiene miedo… Se me fue un pedo, viste. Así no me toma en serio… El hechizo se había roto. El monstruo resultaba ser humano… y, claro, a otro ser humano no se le puede tener tanto miedo como a un monstruo. 3
¿Nostalgia?
–No te echo de menos. Para nada. No echo de menos cuando ando buscando algo como loco y tú te acuerdas perfectamente de dónde lo dejé. Tampoco echo de menos encontrarte al llegar a casa… más espacio para mí. No echo de menos tu olor en las sábanas, por el pasillo, … No. Ni verte la nuca cuando te recoges el pelo –con lo que me gustaba tu nuca. Ni que me cojas de la mano cada vez que te da la gana, por muy suave que sea tu piel y muy agradable que sea tu tacto; ni el color de tus ojos, que son marrones en la parte más cerca de la pupila y verdes en la más externa. Ni siquiera echo de menos ese arroz tan rico que haces: con calabacín, pimiento y berenjena… y champiñón, eso. Cualquiera mataría a su madre por ese arroz, pero yo no lo echo de menos. Como no echo de menos hacerte cosquillas y ver cómo te ríes sin control y me dices que pare. Por no echar de menos, ni siquiera echo de menos cuando apoyas tu cabeza en mi hombro y me llega directo el olor de tu pelo. 4
No echo de menos cuando comentas lo rico que está lo que estás comiendo y, para demostrármelo, me pasas un poco de boca a boca. Ni cuando me arreglas el ordenador en un momento, después de que yo me haya tirado media hora para averiguar qué le pasaba. Fíjate que ni tan solo echo de menos cuando me descolocas, cuando estamos hablando de cualquier banalidad y saltas al sentido de la vida, el suicidio o yo-qué-sé-qué, como si fueran la misma cosa, los dos temas. No echo de menos cuando meto la pata y tú aprecias que, pese a todo, mi intención era buena. Ni cuando me dices que soy un buen tipo y que… que me merezco lo mejor. Vamos, es que ni siquiera echo de menos el sabor de tu boca… ni el olor de tu cuevecita… para nada. Bueno, ya está bien. Cuando oigas este mensaje, llámame… ¿vale? Estaré esperando. No sé qué dije exactamente, ni sé qué dijiste tú exactamente… A decir verdad, me importa una mierda. No sé dónde estaría yo sin ti… ni quiero saberlo. No quiero saber qué sería de mi vida sin ti.
5
Distancia
Participamos de cierto culto a la distancia que «permite apreciar mejor las cosas»... pero hay otra distancia, que sirve para especular con el sustento ajeno, para enviar peones a la muerte, para regar aguas y tierras con veneno y levantar cámaras de gas. Esa distancia a la que la sangre no salpica, a la que un rictus de dolor se confunde con cualquier otro gesto y «miedo» sólo parecen cinco letras. Los francotiradores, al menos, tienen la decencia de disparar con mira telescópica.
6
Desde lo alto
El hombre subió hasta lo alto de la montaña, donde las personas del pueblo parecían no ya aceitunas, ni hormigas, sino meras pulgas, de puro pequeño e insignificante. Desde esa altura, pensó, podría proclamarse Rey, o Papa, o Emperador, nadie le hacía sombra. Podría proclamarse Dios mismo, incluso. Las pocas personas que, desde el pueblo, miraron a la cumbre de la montaña, le vieron a él, también pequeño e insignificante como una pulga. Y, además, solo, escarpadamente solo.
7
¿Quién?
NADIE lo había podido predecir porque había demasiadas personas en ello, de manera callada, discreta, invisible. «Nadie» es impersonal; las personas, no. Ya se habían cerrado demasiadas puertas, se habían atrancado demasiadas ventanas como para que no pasara… CASI NADIE recordaba ya si ell@s mism@s habían cerrado las puertas y atrancado las ventanas, o lo habían hecho las leyes, los decretos, las regulaciones. Lo habían hecho y se habían recluido en sus casas, los que tenían casas, donde aún estarían a gusto, donde aún se sentirían en casa. MUCH@S no sabían si creer o no lo que decía la tele, Internet, la radio, la prensa, pero casi tod@s lo temían, porque hablaban de motivos para el miedo, para la preocupación, luego alguna noticia sobre millones gastados de manera excéntrica, luego algo curioso: miren qué estudio han hecho en tal universidad, miren qué pase de modelos, miren qué vídeo de Internet en el que canta este, este perro ha salvado a un gato de las llamas… CASI TOD@S bajaron a la calle en un lapso de tiempo muy corto, pero sólo ell@s sabían cuánto habían esperado. L@s otr@s no sabían nada: ni el Comisario Tal, ni el Alcalde Cual, ni el Presidente del Gobierno, ni el Secretario General de Lo Otro. Sólo veían que, uno tras otro, cada edificio de viviendas ardía, y la gente bajaba tranquilamente a la calle. Y decían «Ya no queremos esa seguridad que nunca llega, no queremos escondernos en casa 8
de un mundo que da miedo». Decían «No queremos tener nada si eso nos va a atar, no si va a hacer que nos aferremos a lo que nos está asfixiando». Por eso, cuando todas las puertas estuvieron cerradas y todas las ventanas atrancadas, cada un@ siguió hablando de lo insoportable de tantas cosas, en la intimidad, y pronto, aunque no lo supieran, casi todo el mundo preguntaba lo mismo a su amig@, a su herman@, a su amante, a su hij@. «¿Cuándo vamos a hacer algo?». Pero seguían paralizad@s por miedo, dudas, excusas. Y, cuando se dieron cuenta de que eran tod@s, salvo el Comisario, el Alcalde, el Presidente, el Secretario General, l@s que hablaban y se preguntaban y se dolían del mismo dolor, aunque cada cual lo sintiera a su manera, supieron que no podían seguir así. Que esa noche se acabaría el mundo y el día siguiente había de ser realmente diferente o no ser en absoluto. Por eso ardieron los edificios, por eso los taberneros reventaron sus vitrinas a golpes y los dependientes de concesionarios y bancos derramaron ácido cianhídrico sobre sus escaparates, aquí un guardia de un centro comercial se abrazaba con el camionero que acababa de arrasar la planta baja de su establecimiento, allí, un encargado de grandes almacenes repartía mazos, bates, picos, bolas de petanca para el trabajo menudo… en la noche más blanca, cálida, intensa jamás vivida, aquel hombre correteaba entre la humareda con olor a yeso, a tapizado de los coches, a plástico achicharrado y metal sobrecalentado de televisores y DVDs y se sentía Papá Noel. TOD@S se preguntaban, al día siguiente, «¿Y ahora, qué?», pero esta vez no tenían miedo ni preocupación en la mirada. Esta vez tenían curiosidad, cada cual pensaba sus respuestas y tod@s preguntaban porque querían saber.
9
Formas de vida
Si renazco, voy a ser / una fea cucaracha. Haz, si quieres, muecas de asco; yo te enseñaré, como la langosta, en qué consiste la fuerza del grupo: prolíficas como nadie, más numerosas e inmunes / en cada generación, será un auténtico placer, / para mí y mi progenie, cobijarnos al calor / de la civilización y, entre el aroma del moho, / nos daremos un festín en ese bufet libre / que son vuestras migajas. Bien pensado, mejor / voy a ser una recia rata: seré el rey de mi colina de basura, cada día veré cómo, / en vuestro presunto orden, todo tiene un precio / y nada vale nada; me alimentaréis con todo aquello que comprasteis y no comisteis: ensaladas o legumbres, / frutas o repostería y la carne de tantos / de nuestros comunes semejantes Cerdos, pollos o sardinas, / bueyes, truchas, terneras, atunes, conejos y calamares. Medraré más fuerte y fecunda Entre vuestros desperdicios, vuestras sombras y entre esos venenos / que, con amor, me dedicáis. 10
Aún mejor que todo eso, / voy a ser una serpiente: el día que os asoméis / al abismo de mis ojos, aunque no tenga patas, / alas, pinzas ni aletas, aunque seáis mucho, / mucho más grandes que yo, no me querréis por enemigo. ¿Oís ese siseo entre los matorrales? Yo soy Ofión, creador de todo el Universo; soy Quetzalcóatl, agua celeste, vuestro padre y maestro, el viento; soy el arco iris, la lluvia, el agua; yo soy Amaru, el infinito. Ved cómo me deshago de mi vieja piel, ved que siempre soy otra; soy Serpiente: yo no muero, renazco.
11
El Creador
Después de que todos los ángeles le hubieran traído toda la información desde todos los rincones del mundo, su Señor vio confirmadas sus propias impresiones. Y las rumiaba en voz alta: –Casi todos han oído hablar de Dios y del Diablo y sin embargo... muchos politeístas siguen con sus religiones – asintieron consternados–, cada vez se cuentan más ateos y agnósticos... y un gran número rinde culto a Jehová, Brahma o Allah –más asentimientos consternados–. Yo, Luzbel, príncipe de las tinieblas y de la luz, señor de los infiernos como de los cielos, inventé un rival tan soso, miserable e indigno de confianza como Dios, un enemigo que sólo podía conducir a los hombres a mi rebaño... y nada, le rinden culto a él. Se acabó, dad por cancelado el «experimento Dios»; mucha razón tenía mi Demiurgo cuando dijo que, de esta mala raza, poco cabía esperar.
12
Este volumen está dedicado a aquellas personas que me han animado, en este orden, a leer, escribir y publicar. Ellas saben quiénes son y pretender citarlas a todas supondría un riesgo innecesario de olvidar a alguien, pudiendo decírselo en persona. También está dedicado a los autores que han escrito las historias que me han nutrido y nutren (no por casualidad se publica un 21 de febrero) y a sus traductores, que me han facilitado la mayoría de esas historias. En fin, tengo que agradecer a Tina Turner y John Waite la canción Missing You, que, pese a no haberme marcado, me inspiró ¿Nostalgia? y a Victoria Porro la revisión de la argentinidad de la lengua en Escena en la ESMA y Otra escena en la ESMA. Si queréis contactar con el autor, dirigíos a él. Si queréis dirigiros a él, mejor hacedlo escribiendo a esta dirección: bruno.rogero.sanjose@gmail.com
13