[Muestra] Severine

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Artículos selectos

Séverine (Caroline Rémy)



No es dado a todo el mundo ser socialista. No dudo un minuto en reconocer que, en el momento presente, somos una ínfima minoría en el país: un grupo de seres conscientes que chocan con la indiferencia o la inconsciencia de la multitud. No todos los que sufren están con nosotros, por desgracia; de no ser así, tendríamos el número, es decir, la fuerza. Hay un grado de miseria en que el hombre abdica su humanidad y sólo vive animalmente. Quien tiene sólo una moneda no compra el periódico sino el pan. Son muchos así; han dejado ustedes que se vuelvan demasiados –las hambrunas de la antigüedad creaban mercenarios y no ciudadanos–. Esos seres macilentos, andrajosos, que tiritan sin camisa, en estos días de helada, en su ropa de tela; que duermen bajo los puentes, entre los arbustos, en las esquinas de las calles, ¡vayan pues a sacudir su degradación y conjurarles a salvar lo que llaman ustedes la República! Esa República de ustedes ¿qué ha hecho por ellos? ¿Dónde está su techo, dónde está su orgullo? Sus hembras se mueren en el hospital –¡cuando hay sitio!– y los estudiantes de medicina las destrozan. Sus hijos (porque tienen hijos, ¡oh, miseria!) agonizan en un colchón de adoquines, con un edredón de nieve. Sus muertos se pudren en la fosa común. No tienen –en


todo el territorio de Francia, ¡del que algunos poseen casi provincias!–, no tienen una porción de suelo en que descansar, en el sueño o en la muerte. ¡Y se extrañan ustedes de que estos ahogados se agarren a la primera rama que aparece, así sea de laurel! ¡Y se exasperan por que estos infelices (que, desde hace diecisiete años ven a un presidente suceder a otro, unas Cortes suceder a otras sin que su suerte en nada mejore, sin que se añada una gavilla de madera a su fuego, sin que se recorte en una moneda el precio de su pan), se exasperan porque, con el estomago vacío y la cabeza perdida, como los pobres de todos los países, sigan al primer regimiento que pasa, enriqueciéndose con el dorado de los uniformes, embriagando sus penas con la música embotadora de los metales! El pan está a veinte céntimos la libra, ¡Francia será, se lo juro, de quien recorte esos veinte céntimos a la mitad!



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