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Dictadura de San ta-Anna. — Restaura- ción de la Orden de Guadalupe.—Ras- gos característicos de la Dictadura
y el estampido del cañón, á las nueve de la mañana, conmovían al gentío que se apiñaba en las expresadas calles de la carrera. Era la hora en (pío los Caballeros de Guadalupe, formando una lucida comitiva, descendían de las habitaciones presidenciales por la escalera de honor, seguidos de los oficiales, generales y edecanes, todos de gran uniforme y, á lo último, enteramente solo, apoyándose en su bas-
EL GENERAL SANTA-ANNA.
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ton, el Gran Maestre de la Orden Guadalupana, quien por su porte y por su rico uniforme recamado de oro, cualquiera lo habría terddo por un rey absoluto, que al decir verdad sólo le faltaba para tal el nombre, pues las ínfulas le sobraban.
La salida de la comitiva del Palacio se hizo en este orden: à una descubierta de gastadores del Regimiento de Granaderos, seguían los coches de los condecorados Caballeros, Comendadores y Grandes Cruces, cuyos cocheros llevaban en el hombro izquierdo un listón blanco; los carruajes de los Ministros precedían la elegante carroza del Gran Maestre, tirada por seis arrogiuit.es caballos retintos, guiados por tres cocheros y postillones de lujosa librea, seguían después los brillantes oficiales del Esdo Mayor: cuatro picadores á caballo, con librea, de la Casa del Gran Maestre ; una bellísima estufa dorada y pintada con emblemas y his armas nacionales, de la CUÍI! tiraban cuatro hermosos caballos anaranjados, y, por último, el vistoso Regimiento de Lanceros de la Guardia.
Solamente los coches de las señoras de los caballeros de Guadalupe, los de los agentes diplomáticos y los de los caballeros de otras órdenes y de las señoras de los Ministros, podían transitar libremente por las calles y calzadas de la carrera, distinguiéndose respectivamente aquéllos por el color del lazo que en el hombro izquierdo llevaban los cocheros: amarillo paja, encarnado y verde. Todos los demás carruajes se dirigían á Guadalupe por otras calles y por la calzada de piedra, mas no por la de tierra, que era la reservada para la comitiva, hallándose custodiada por dragones de la guardia, apostados de trecho en trecho.
A la llegada de la comitiva á la insigne Basílica, todos los invitados á la ceremonia ocupaban los lugares que se les habían señalado con anticipación : las señoras de los caballeros y Ministros, en el Coro alto, y los generales, jefes, funcionarios y empleados, á uno y otro lado de la Crujía que del Coro bajo conducía al Presbiterio.
El Gran Maestre, revestido con un rico manto, tomó asiento bajo el dosel de terciopelo que del lado del Evangelio se había colocado, cerca del de Monseñor Clementi, Delegado Apostólico, que era el oficiante. Apartadas del Presbiterio y á la altura de éste se hallaban dos tribunas, una á la derecha que ocuparon la esposa y familia del Presidente, y otra á la izquierda, en que se colocó el cuerpo diplomático. En la Crujía central, limitada por balaustradas de plata, se colocaron los Caballeros de la Orden.
La ceremonia dio principio á las diez de la mañana y terminó á las tres de la tarde, dando asunto al hábil pintor francés Pingret, para la ejecución de un hermoso cuadro al óleo. El artista eligió para el efecto los momentos en que el Gran Maestre de la Orden entregaba las insignias al Ilustrísimo Arzobispo de México.
Una gran comida durante la cual no escasearon los brindis, como siempre adulatorios, dio fin á la fiesta de aquel día.
GRAN BAILE EN PALACIO.
El Conde de la Cortina era, por carácter y por educfición, un hombre espléndido en toda la extensión de la palabra, así es que el baile dado por él en Palacio, en celebración del res-
tablebimiento de lo Orden de Guadalupe, fué uno de los más famosos que se registran en los anales históricos de la ciudad de México.
La noche del 2 de Febrero de 1854. el Palacio Nacional habíase trasformado, como por encanto, en un suntuoso edificio, digno de las cortes europeas. Los granaderos de la guardia, de polaina negra, pantalón blanco ajustado, casaca roja de paño y botón dorado y alta gorra de pelo, formaban valla en el corredor ba-
jo, desde la puerta hasta el pie de la gran eslera, la cual se hallaba cubierta de alfombras, hornada, á uno y otro lado, con macetas de hermosas plantas, y con las paredes engalanadas de espejos y candelabros de bronce, cuyas bujías como las lámparas que pendían del techo, despendían torrentes de luz, en tanto que el corredor alto, cubierto enteramente de lienSOi listado de azul, semejaba una inmensa tienda de campaña, igualmente adornada con macetones cuyas plantas y flores comunicaban al ambiente gratísimos aromas. Tres eran los salones principales: el de Iturbide lujosamente amueblado, que tenía tal nombre por el gran cuadro que con la efigie del héroe de Iguala en su testera se hallaba ; el que le seguía, que por su lujo no cedía al anterior, era conocido, por algunos, con el nombre de Napoleón por tener adornadas sus paredes con algunos cuadros que representaban las principales batallas del gran
batallador; el del Consejo de Ministros que habla cambiado su mueblaje del despacho por el lujoso de la tertulia. Todos estos salones fueron destruidos en la época de Maximiliano para formar uno solo, que era el extenso y desproporcionado que hace poco se hizo desaparecer con motivo de las reparaciones y embellecimiento del departamento presidencial, llevados á cabo últimamente.
No escaseaban en todos los departamentos
CEREMONIA EN LA BASILICA DE GUADALUPE.
los cortinajes rojos de damasco de seda, ricos candelabros y arañas de cristal que con sus millares de luces convertían la residencia presidencial en una ascua de oro que dejaba escapar por los balcones que daban á la plaza corrientes de fuego.
Lo más granado de la sociedad mexicana llenó aquellos salones, viéndose brillar, por donde quiera, los ricos bordados de los uniformes civiles y militares, placas, veneras y cruces de los altos dignatarios y ministros extranjeros, y los espléndidos collares y diademas cuajados de brillantes que además de sus ricos trajes, ostentaban las señoras. El Conde de la Cortina vestía el traje de gentilhombre de Cámara de la Corte española y lucia en el pecho diversas condecoraciones, y al cinto la espada con puño y rodel de oro que us. 1) su padre al ser armado caballero de Calatrava.
El Conde de la Cortina, hombre de mundo, de sociedad y de talento, recibía á las damas y las condneía dándoles el brazo, sin que ninguna se librase de sus galanterías, tan expresivas y llenas de gracia, como finas, convenientes y oportunas.
A las diez y media se presentaron Sus Altezas Serenísimas, que tal era el título que se daba al General Santa-Anna y ásu esposa, siendo recibidos por el Conde, con la finura que le caracterizaba.
La hermosa señora Doña Dolores Tosta de Santa-Auna, ricamente alhajada, rompió el baile con un vals, teniendo por compañero el señor Pastor, Encargado de Negocios del Ecuador, y luego bailó las cuadrillas de honor acompañada del Ministro de Inglaterra, Mr. Percy Doyle.
El baile continuó hasta las cuatro de la mañana, no obstante haberse retirado el Presidente y su esposa á las dos y media.
Tal fué la fiesta organizada por el Conde de la Cortina para celebrar la restauración de la Orden de Guadalupe.
GRANDES FESTIVIDADES.
Las principales festividades del año eran las del 13 de Junio, 11, 1« y 27 de Septiembre. De tales fiestas, una recuerdo que produjo en mí tan indelebles impresiones que haría mal en dejarla reposar en mi memoria.
Era el 11 de Septiembre de 1854. El tiempo, como si quisiera favorecer la fiesta de ese día, ofreció una mañana apacible, con el cielo ligeramente entoldado por las nubes que interceptaban los ardientes rayos del sol. Reinaba en la ciudad la mayor animación, ofreciendo la Plaza Mayor un espectáculo imponente. Izado el pabellón nacional, flotaba airoso en la Catedral, en el Palacio y la Diputación, y los edificios todos se hallaban engalanados con cortinajes y festones; cinco mi' hombres que formaban la guarnición veíanse convenientemente distribuidos, luciendo sus variados y lujosos trajes, sus cascos y morriones, sus estandartes y banderolas.
Elevábase en el centro de la plaza un altar, resguardado por un lujoso dosel y custodiado por apuestos gastadores con sus respectivos zapapicos y palas al hombro. •
Santa-Auna, rodeado de sus Ministros y de su Estado Mayor, todos vestidos de gala, apareció en el balcon central del Palacio y Ia misa comenzó ante el mencionado altar. Las músicas de los cuerpos dejaron escuchar alternativamente sus harmonías, á veces confundidas con los toques de los clarines que anunciaban los diferentes actos de la ceremonia y ordenaban al ejército la ejecución de ciertos y uniformes movimientos.
En los momentos de la Elevación, los tambores de todas las bandas ejecutaron á la vez la patética y marcial marcha de reglamento, á la vez que se escuchaban, á cortos intervalos de tiempo, el toque agudo de la campanilla eu el altar, el grave y sonoro de la campana mayor de la Catedral y las salvas de fusilería q « e efectuaban las compañías previamente apostadas en la ¡)Iaza del Seminario. Al mismo tiempo todo el ejército se prosternó y rindió las armas, como se prosternaron todos los asistentes, que constituían un inmenso gentío, viéndose, por último, desprenderse del altar nubes de incienso que en su movimiento ascencional iban á perderse en el espacio.
Terminada la sagrada ceremonia, todos los Cuerpos desfilaron ante el balcón presidencial, en este orden: Granaderos y Cazadores de la Guardia, brigada de Artillería volante y de » pie, Tiradores de la Guardia, activo de Celaya, Granaderos de á caballo y Lanceros de 1» Guardia, el Cuerpo Médico Militar y la Am-
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bulancia con sus respectivos carros. (*) Esta fuerza, después de hacer los honores al General Presidente, se dirigió á las calzadas de la Piedad y Bucareli para concurrir al acto de otra ceremonia.
A las diez de la mañana salió del Palacio para Bucareli la lujosa comitiva, abriendo la marcha, como siempre, los batidores, á los que seguían los coches de los Consejeros y Ministros, la carroza abierta de San ta-Anna, los oficiales del Estado Mayor á caballo y á los lados de la carroza y detrás de ésta el lujoso escuadrón de Lanceros.
El General Santa-Auna se situó en Bucareli bajo una tienda de campaña que se había levantado en la glorieta central del Paseo, donde distribuyó recompensas á sus compañeros de armas en la batalla de Tampico y pudo escuchar el discurso oficial de Sierra y Roso, en en el que se le decía entre otras cosas: Lux mentis incendium. La luz de su inteligencia e s un incendio de gloria.
A esta segunda ceremonia siguió un nuevo desfile de las tropas al mando del apuesto General Don Benito Quijano, y el regreso de la comitiva oficial al Palacio.
En la tarde hubo vítores y músicas en los Paseos, y en la noche iluminaciones y función de ópera en el Gran Teatro de Santa-Anna.
RASGOS CARACTERÍSTICOS DE LA DICTADURA Y £ US CONSECUENCIAS.
Si en tales actos la ostentación se manifestaba con cierto sello de grandeza, en otros aparecía con particularidades pueriles, como todos aquellos que provenían de los ceremoniales, discutidos largamente en Consejo de Ministros en lugar de tratar y resolver los importantes asuntos del Estado. Esos puntos en que el Gobierno ocupaba gran parte de su tiempo eran sobre los uniformes de los empleados, quienes, en su mayor parte, no podían sufragar el gasto; sobre si unos brichos de oro más 0 menos en la casaca y pantalón podían revelar la proporcional categoría de aquéllos ; sobre el lugar que debían ocupar las privilegiadas
( *) Mandaba el Cuerpo Médico Don Pedro Vanderl'nden, y como los de la Ambulancia llevaban al homwo largos y gruesos bastones, dábase á dicho jefe el nombre de "Perico el de los Palotes." familias de los Ministros y otros funcionarios, en los templos, en los teatros y en las tertulias; sobre el color de los cintajos, de los cocheros y lacayos, que dieran á conocer los carruajes de dichos funcionarios, según sus jerarquías; sobre el tratamiento oficial y privado que debiera darse á los Ministros, y sobre otras minuciosidades que no recuerdo. En descargo de Don Lucas Atamán, del General Torn'el y de Don Antonio Haro y Tamariz debo decir, que cuando tales cosas pasaban, los dos primeros habían muerto y el tercero se había separado de la Secretaría de Hacienda. Otros Ministros, como Don Ignacio Aguilar y Don Lino José Alcorta, poco tiempo desempeñaron sus respectivas carteras de Gobernación y Guerra.
El plan proclamado en Ayutla y reformado en Acapulco el 11 de Marzo de 1854, sintetizaba, en sus considerandos, todos los actos de la dictadura, calificados de atentatorios á la independencia y libertad de la nación, siendo los principales el de la venta, sin necesidad, del territorio de la Mesilla, el de la, prórroga indefinida de las facultades dictatorias, el de inversión de los fondos públicos en gastos supera uos y para enriquecer á los favoritos; el de represión de la Prensa, con desprecio de la opinión pública; el de haberse entregado á un bando político y no echar al olvido resentimientos personales, y por último, el de haber tratado de sustituir l;is instituciones republicanas con las monárquicas.
Hacíase el cargo al General Santa-Anna de haber quebrantado con tales actos sus juramentos al plan de Jalisco, en virtud del cual había ocupado la silla presidencial.
Fiado en su poder y en el Ejército que le era adicto, creyó el General Santa-Anna sofocar en poco tiempo y sin dificultad alguna, aquel movimiento, tratando de nulificar, primero, y de atraer â su causa, después, con halagadoras promesas al que era el alma de la insurrección, á Don Ignacio Couiorlfort. mas no fueron bastantes para lograr su objeto, ni la campaña emprendida por él á la cabeza de 5,000 hombres escogidos, ni su actitud enérgica y amenazadora frente á las murallas de Acapulco, ni el prestigio que se intentó darle con el pretendido triunfo del Peregrino, por el que se le recibía bajo arcos de triunfo en la Capi-
tal, ni la conseja inventada como un feliz augurio de la futura dicha del Dictador, lo de aquella águila imperial que revoloteando en el cielo de Chilpancingo descendió al campamento y se paró airosa cerca del afortunado General.
No pudiendo Santa-Anna dominar la insurrección que había cundido, á pesar de sus enérgicas disposiciones y medidas de terror, no sólo en los Departamentos de México, Michoacán, Colima y Jalisco, sino en IOB de Nuevo León y Tamaulipas, San Luis y Veracruz, resolvió abandonar la Capital, llevando al cabo su propósito en la madrugada del 9 de Agosto de 1855 y tomó la vía de Veracruz con el preconcebido fin de embarcarse. Había dejado listo un manifiesto para que en su oportunidad se diese á luz, suponiéndolo remitido desde Perote por él mismo.
Tan luego como se tuvo conocimiento en la Capital de la inesperada fuga del Dictador, prodújose una conflagración general. La plebe se amotinó frente al Palacio con el intento de asaltar el departamento presidencial; mas la guardia, que estaba sobre las armas, la mantuvo en jaque y para obligarla, al fin, á deponer su actitud amenazadora, abandonó el recinto del Palacio y se colocó en formación frente á los muros, á la vez que algunas compañías del batallón que ocupaba el próximo cuartel de la calle de la Acequia ejecutaban igual movimiento. Los gritos de la multitud y las vías de hecho á quo la misma se entregó lapidando á los soldados, obligaron á los oficiales á dar á sus subordinados la orden de que hiciesen una descarga cerrada al aire. Todo esto que refiero fué presenciado por mí desde un balcón de una casa del Puente de Palacio.
Al escucharse las detonaciones vióse á los alborotadores volver las espaldas y echar á correr por la plaza, en distintas direcciones, para ganar las bocacalles, y caer algunos, como muertos ó heridos, á la segunda descarga, mas debo advertir que á poco se levantaban y proseguían su carrera de tal modo interrumpida, con el fin de librarse, según era de creerse, de los efectos de algún proyectil. Despejada la plaza apareció pocos, momentos después, otro grupo numeroso del pueblo bajo, guiado, tal vez con el buen fin de apartarlo de los desórdenes, por un hombre corpulento, de color tri. guefio, de edad madura, de levitón y pantalón negros, quien iba montado en un caballo tetinto y llevaba, bajo el brazo, un rollo de papeles, quizá algunas proclamas.
No quedó con todo esto dominado el tumulto, pues el pueblo, siguiendo las insinuaciones de algunos malévolos que no faltan en cierta» ocasiones, se dirigió primero á la casa delexMinistro Bonilla, calle de San José el Real, y después á la de la señora Tosta, calle de Vergara; á la imprenta del Universal, calle de Cadena número 13, y á la casa de Don Manuel Lizardi, calle del Colegio de Ninas. El pueblo, sin temor á las patrullas que rondaban 1» ciudad, asaltó la primera de las mencionadas casas, viéndose á poco descender por los balcones, muebles, cortinajes, libros y un gran piano que al estrellarse contra el suelo pr jdujo un estruendo pavoroso. Con todo esto se formó en la calle una inmensa hoguera que
despedía una luz siniestra. Del asalto de la segunda casa hubo de notable, además, la extracción de un carruaje al que se le pegó fuego y ardiendo foe paseado en triunfo por las calles, hasta la llamada de la Acequia; la imprenta de Rafael Rafael quedó aniquilada, apareciendo los tipos regados por las calles, y lo mismo aconteció en la casa del Señor Lizardi, en la queyo, sin comerla ni bebería, perdí algunos objetos. v
En los días que siguieron al de tales desórdenes se vendían á la mano por las calles, tomos con las pastas de pergamino chamuscadas, de las obras de Cicerón, Qnintiliano, Séneca y de otros célebres autores.
Pocos han alcanzado en su vida tantos honores y tan colosal prestigio como alcanzó el General Don Antonio Lopéz de Santa-Anna y pocos muy pocos los que han descendido como él á la tumba, precedidos de una indiferencia tal, por no decir desprecio, que sólo puede compararse en magnitud á la inmensa adulación de que fué objeto durante su omnímodo poder, no bastando para considerársele digno de que se le tributasen, como despedida de este mundo algunos honores, la memoria de sus acciones guerreras en Tampico y Veracruz. I** mayor parte de sus amigos, que estuvieron e» auge durante su poder, le abandonaron en 1* desgracia porque tal es, en general, la triste condición humana; mas la conducta de retrat-
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miento observada por el Gobierno, y dígase por la Nación ; no debe equipararse con la de los f al B°s amigos, porque tal proceder tuvo por motivo la razón de Estado.
Los errores del General Santa- Anna en las diversas épocas jque gobernó el país, fueron, á nú entender, comunes á todas las Administraciones que se sucedieron en el país; pero en 1* época de su última dictadura, fueron tantos y de tal naturaleza, que se convirtieron en faltas graves que. más tarde ó más temprano, debían de acarrearle un completo desprestigio. Culpa fué todo ello de la torpe adulación y culpa de él que se envaneció con ella. Carlos V cifró su grandeza en la conciencia de sus propios hechos y no en las lisonjas de los aduladores; por eso relegó á éstos al desprecio y por eso él pasó á lahistoria con el dictado de un gran Rey.
"Vil
EL CONDE RAOUSSET.
|A riqueza del famoso mineral "Planchas de Plata," en la Sierra de la Arizona, Sonora, dio motivo en 1852 á la formación de dos Compañías rivales, de las cuales la denominada "Compañía restauradora" de Jecker, Torre y C*, acudió para garantizar sus intere8 e s al elemento extraño, y la de Forbes, Oseguera y C\ presidida por Don Eustaquio Barron, puso los suyos bajo la salvaguardia de la autoridad mexicana, y natural era, y que ésta mostrase preferencia, si es que la hubo, por la 9egunda de las empresas referidas.
La casa banquera de Jecker celebró un contrato con el Conde Gastón Raousset de Boulbón Para la.ocupación y estudio del Mineral de la Arizona, dándole al efecto extensos poderes y ios recursos necesarios. Raousset salió de Módico por la vía de Acapulco con dirección á San *'rancÍ8co de California el 8 de Abril del mencionado año, y allí reunió 176 hombres, en su mayor parte franceses, dispuestos á emigrar con motivo, según decían, de los atentados y bejaciones que contra ellos ejercían los californios, y con esa fuerza, bien armada y equipada, se embaroó el 18 de Mayo con destino al puerto de Guaymas.
Antes de su salida de San Francisco quejábase el buen Conde, en una carta dirigida al Ministro de Francia en México, del Gobierno americano cuyos agentes estorbaban la partida de aventureros que pudiesen ir á trastornar el orden establecido en un país amigo como era México, protestaba contra la aplicación de las leyes que para ello se invocaban, considerándola para él y para los suyos vejatoria, puesto que se les confundía con los piratas, y hacía valer, por último la circunstancia de que todos los emigrantes estaban provistos de pasaportes visados por el Cónsul mexicano en San Francisco. Manifestaba, además, que nada lo detendría para la consecución de su intento; que iría á la Arizona y descubriría ricas minas de oro y