Cacofonías #2 Historias gatas

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SOBRE CACOFONÍAS

¿Por qué Cacofonías? Si el título se refiere a un sonido que no es melodioso, algo que no causa placer al escuchar; la expectativa que genera no es mucha, por lo tanto, todo lo que salga es una ganancia. En este segundo fanzine, les presentamos cuentos de gatos, poemas de gatos e ilustraciones de gatos que tienen historias de todo tipo: tiernas, tristes, alegres; pero que sobre todo son prueba del amor de los felinos. Con cariño agradecemos a todas las personas que colaboraron en esta edición con sus ideas y aportes de cualquier tipo, a Luciano Beltrán, a Daniela Ávila, a Valentina Beltrán y a todos los participantes y lectores. ¡Nos vemos en el próximo! ~ Cacofonías Ed. 2 - Historias Gatas Director: Tony Jerónimo Beltrán Gómez Diagramación: Luciano Beltrán Gómez Correctora de estilo: Paula Andrea Espitia Para más información, sugerencias, comentarios y propuestas: correo: cacofoniasfanzine@hotmail.com Facebook: @cacofoniasfanzine Instagram: @cacofoniasfanzine Portada: ilustración de Natalia C. Morales Contraportada: Luna Vanegas Bogotá - Colombia 2017


A cat in front of window at night original color Minkyou Yoo


Gato Angie Guzman


Felino Didi


Grandes riesgos Eh parce yo solamente le digo que a uno le toca estarse pilo porque si no se lo llevan, cualquier gato así sea muy de casa y tal puede pasar por esas, acuérdese de Michi, que apenas había salido a la esquina y vea, se lo llevaron nea, eh parce qué visaje, Michi huevón, nunca lo volvimos a ver por acá. Yo se lo digo es porque a mí ya me han llevado varias veces y créame parce que si no fuera por la casa yo tampoco hubiera vuelto. Félix, por eso le digo que siempre hay que buscarse casa, sí pilla? Ponga cuidado que yo estaba recién comido y me hice en la ventana pa’ bañarme, usted sabe, como todas las noches, cuando es que veo a una mina de esas de casa parce usted la viera qué delicia de gata, toda peinadita me miraba y me miraba, hasta perfume tenía pana cómo la vio, y pues sí pilla usted sabe cómo somos los gatos, bue parce una china pelirrojita así como esa siempre es la debilidá de uno, usted viera cómo se movía parce de eso que como que la cola lo envuelve a uno sí ha pillado? apenas se reía y me miraba de reojo y claro dele que dele, ufff si usted se hubiera pillado como maullaba esa gata nea es que como que de sólo acordarme ya todo se me sube parce no ve lo que le digo? gata pa’ estar buena ome. La vuelta fue que cuando yo acabé y tal pues si pilla lastimé un tole a la pela’ Félix, y usted sabe cómo son las viejas que les duele cuando uno sale y usted la viera esa piro’a arrancó dizque a pegarme, pero nokas pana usted cree que yo me iba a dejar pegar de la vieja? noookas y eso que me persiguió como por 10 calles, toda azarosa la pela’. El visaje fue que claro, yo estaba corriéndole y no me pillé que por ahí había uno de esos manes de Zoonosis, el tipo fue dizque a tirarme una red y claro ahí sí la mina se fue, y pues nea yo no me dejé, yo salté y arañé al man pa’ que no chimbiara porque yo soy de casa sí pilla? pa’ que respetaran, pero nada igual llegó otro man ahí y me metieron en una jaula, nada que hacerle mi pana. Eh parce a usted se lo han llevado a Zoonosis? pille que a uno primero lo montan en un camión con otra gente, es re mierda porque nadie se calla, como si haciendo ruido los fueran a sacar jaja… luego uno se baja y lo meten en una celda con otros gatos, y ahí sí Perry, toca hacerse respetar porque si no se la montan si pilla? no copee,


bien firme parce usted sabe cómo es el visaje en la yk a veces, ahorita que yo entré me metieron con un gato de la de estrato parce usted lo viera, estaba re asustado y por eso se la montaron, un calvo ahí le pegó resto, el chino apenas maullaba jajaja, pobrecito. Luego ya a mí me sacaron, mis dueños fueron por mí y tal, usted viera no me dieron comida como en dos días ahí en la rancha, eh parce los dueños sí son sensibles a veces, pero bueno ya las cosas se normalizaron… a la mina si no la he vuelto a ver, quién sabe si habrá quedado hinchada después de tanto dele que dele ese día pana o si también se la habrán llevado, uno aquí nunca sabe pana Félix, por eso le digo que toca nunca descuidarse, a lo bien a cualquier gato se lo pueden llevar y uno nunca sabe si sí va a regresar.

Santiago López El N.


Gatitos MarĂ­a A. MartĂ­nez Wandurraga


Las ocho vidas del gato La señora Morales toma la siesta de las cuatro. Como es costumbre, deja la ventana de la sala abierta para que los malos olores se escapen. Su apartamento está en el sexto piso. Misifu está echado en el suelo, con las patas estiradas y los ojos amarillos como luna llena, fijos en el ladrillo de la pared. El apartamento huele al típico aromatizante de canela. La moña de hilitos salidos, con la que él juega, está debajo del sofá, enredada entre el polvo y las motas. Las arañas se descuelgan desde el techo sin temor a ser atrapadas por el felino y la leche está tranquila en el tazón, a la espera de su lengua, remo de carne, que sabe cómo ponerla turbia. Misifu escucha latir el reloj, no se preocupa por las horas que le han pasado por encima porque, para su información, este gato lame el tiempo, no le tiene miedo, ni mucho menos respeto. Ensaliva los minutos, los días y los años, y los encuentra insípidos. Misifu se levanta len… ta… men … te, como si su cuerpo fuera de piedra y le pesara. Pega un brinco hasta la ventana. El viento lo despeluca de la misma manera de siempre y un sol carnívoro le cae encima. Desde el parque se escucha un estruendo parecido al que haría la luna si cayera en la tierra. La señora Morales despierta de inmediato, sabe lo que ha ocurrido, pero no se preocupa, es costumbre de Misifu hacerlo. Misifu está echado en el suelo, con las patas estiradas y los ojos amarillos como luna llena fijos en el ladrillo de la pared. Todo sigue igual dentro del apartamento, el felino salta hacia la ventana, acabará con la rutia de su vida por tercera vez, aunque le faltaran cuatro más.

Natalia Soriano Moreno.


Ă‘omi Nerina


Cosas de gatos El gato camina hacia la casa luminosa para visitar a aquella gata con la que reflexiona y bebe leche; pero la gata está con otro gato y se miran sonrientes: él le canta una canción filosófica astronómica histórica económica. El gato entonces se vuelve poeta y canta mientras piensa y piensa mientras canta. Bebe leche, visita a otra gata, camina hacia la casa esplendorosa. Angie Pedrozo Redondo


Sin titulo Sandra Restrepo


Elogio a la desaparición de un gato.

A Ceti

Estoy viendo lo que imaginas. Si... lo que imaginas cuando ves la pared durante mucho tiempo, el aire se vuelve denso, te ahoga y te hace alucinar. Ves acordes de músicas extrañas, escuchas partículas parlantes que incitan a que sueñes con peces multicolores. Incluso tu imaginación se trastoca tanto que piensas en el alma de los gatos. Si, los gatos, de ojos verdes. Pardos y peludos, extraños, callejeros y libres. Piensas en la tonalidad gatuna, ¿será qué es parecida a los maúllos de un tigre siberiano?, ¿o tal vez al ronroneo de un leona africana persiguiendo a una gacela?, ¿será que mi imaginación y tu hermosa imaginación, esa de color verde que tienes bien escondida, danzan un vals interminable? Correteas palabras que los dientes de león murmuran al viento, compartiendo los mágicos secretos de infantes, infantes gatunos de colas peludas y juguetonas. Aplaudo la forma en la que tu corazón bombea con gran agitación cada vez que encuentras un prado inmenso lleno de mariposas rojas, y detrás del prado tu madre gritando que no te alejes. Como siempre gato astuto y vivaz, muerdes cualquier cosa sin pensar en las consecuencias. Te unes con la tierra en un juego interminable de elegancia. Y de pronto de la nada desapareces, te largas, huyes de la supuesta seguridad que los humanos te brindan y corres por los tejados buscando algún gato para conversar o para hacer el amor y sentirte gato, sentirte tú. Elogio tu forma de mirar al vacío, dios egipcio disfrazado de mortal entre los hombres; los enamoras con tus bigotes y las almohadillas de tus patas. Usas tu mágico ronroneo para calmar la ansiedad de esos pobres humanos medio vacíos que no conocen la luz. Y así con la displicencia que tanto te caracteriza, desapareces, y dejas el ambiente lleno de ti, de tu aroma, de tu esencia, de gaticidad. Juan Camilo Acero Sotelo


Tomy Paula Rincon


GAIA Un rasguĂąo en la memoria traspasa la silueta del recuerdo. Una huella en la pared evidencia el juego matutino de los ĂĄngeles con cola. (Prefieren saltar, porque si vuelan el abismo pierde curiosidad) Un arenero limpio no tiene sentido; una madrugada silenciosa se desperdicia; un hilo quieto se muere: un punto rojo necesita ser perseguido. Una de las siete vidas, fue perdida. Diana RodrĂ­guez


Confusiรณn de un gato Laura Andre Morales Silva


Marco Por la entrada a la habitación, Ernesto podía ver a Marco correr por el pasillo. Sus estornudos lo hicieron reír, de seguro se había metido de nuevo en algún rincón. Escuchó un golpe, las uñas de Marco rasgando la madera. Ernesto apagó el televisor, salió al pasillo y vio a su pequeño en el piso retorciéndose. Marco, el primer gato que había tenido en su vida. El que lo despertaba por la mañana y le mordía los pies. Recordó sus maullidos cuando no tenía más de tres meses, el ronroneo cuando se le acostaba encima, el primer juguete que le hizo con cuerda vieja. Lo tomó con delicadeza, la misma con la que lo recibió el día que lo adoptó con su hija. Temía hacerle daño si usaba mucha fuerza. Lo llevó al baño y abrió la ducha. Le mojó el hocico, lo hizo beber agua. El movimiento de todo su cuerpo fue mermando. Desde la entrada del apartamento se podía escucharlo sollozar. Sabía que la felicidad de los últimos meses se estaba yendo. Lo llamaba como si fuera a responder, como si de verdad el antipulgas que usó su mujer en él no hubiera sido mortal. El agua seguía cayendo y Marco estaba en el suelo, ya completamente inmóvil. Recordó las veces que, mientras iba con su hija de compras al supermercado, le contaba que Marco quería jugar en todo lugar del que lo dejaran adueñarse, que empezó mordiendo las patas de la cama y terminó dentro de la alberca, seca y sucia, cazando insectos; que era una compañía para cuando se sentía solo, que de verdad lo amaba. Seguía llamándolo, con dulzura, con desesperación. ¿Por qué no podía bostezar y levantarse sin más? La voz quebrantada del hombre lo expuso de nuevo, así era cada vez que afrontaba una pérdida. Cerró la llave, el agua dejó de salpicar. Sus ojos, completamente blancos y el olor a químico desprendiéndose de su cuerpo lo hicieron taparse su rostro por un par de segundos. Su pelaje gris estaba mojado, y la boca abierta, llena de saliva. Marco, al pasar un par de minutos, comenzó a ponerse cada vez más duro. El veneno lo había petrificado desde su interior. que aún le quedaban.

En un intento por no llorar, Ernesto fue a la cocina y tomó una bolsa negra. Más tarde llamaría a su mujer, luego de enterrarlo, sí. Con su


hija era distinto, con sus manos temblorosas la llamó y le dijo que el niño había muerto. Cuando regresó, puso a Marco sobre sus piernas, lo besó en el cuello una última vez y, con cuidado, le quitó las pulgas que aún le quedaban.

Andrea Rubiano


Sin tĂ­tulo

Un gato sobre un tejado mira las golondrinas anunciando la lluvia, mira las moscas sobre las tejas calientes. Mira el musgo que crece en los muros; lo ve crecer, lentamente. Lentamente lo ve crecer. Un gato en un tejado duerme y sueĂąa que en otro tejado otro gato tambiĂŠn duerme. Wendy


Hortus Dennys Moratto


Gato Gato despierta en cama ajena. Él está acostado roncando, ella ya se ha levantado, quizá está en la cocina preparando el desayuno. Gato bosteza, mira hacia la pared infestada de libros, sacude su cabeza un par de veces, se estira como sólo los felinos pueden hacerlo. Gato salta sobre la alfombra, asoma primero los bigotes, no hay gatas en la costa; camina con parsimonia hacia las escaleras y baja, levanta su hocico, cierra los ojos para dejarse seducir por el aroma del chocolate. Cuando pasa por la cocina la encuentra, está concentrada en dar vuelta al omelet. Justo antes de poder establecer contacto visual, Gato corre hacia el estudio, empuja con su cabeza la puerta apenas ajustada. Claudia ve una cola peluda escondiéndose en el cuarto. Gato está en su salsa. Sabe que las gatas no vendrán a fregarle la vida. ¡Pobre de aquella que ose a violar su recinto! Salta sobre la mesa de trabajo, examina meticulosamente las herramientas sin tocarlas, evita el soplete, ya alguna vez se chamuscó los bigotes, pero se detiene frente al crisol. Estira la pata queriendo agarrarlo, lo tambalea y hace girar. Gato sonríe sin saber que juega con una pieza de cerámica que esconde el secreto de la civilización humana. Ya satisfecho, recorre el resto de la mesa, toma impulso y se lanza hacia lo alto de la biblioteca. Aquí arriba se mezclan los olores del óleo y la trementina, el lienzo nuevo y miles de hojas de papel impreso. Claudia entra en el estudio con los platos en las manos. Gato la observa. Ella se sentará en el mismo rincón del sofá, pondrá algo de Coltraine o de Armstrong, comerá su tortilla pero le guardará un bocado, lo llamará y él bajará. Ella tomará trozos de pan y los remojará en el chocolate espeso solo para él. Ella esperará que él acabe para sentarse a leerle, le recitará en voz alta algunos fragmentos. Gato sonríe. “¡Qué bien le he domesticado!” Filipo Rviz


Tábata Por: Pelinegra y Tony Bogotá, Colombia

No te conocía ni tenías este nombre cuando, por las noches, te oía cazar a las ratas que casi me echan de esta casa.

Cómo no iba a agradecerte con comida, un techo y amor por haber espantado a la plaga.

Las ventanas siempre estarán abiertas para que puedas salir por las noches.

y se quedarán de par en par con la esperanza de que vuelvas cada madrugada, pero no te demores más de dos días porque me preocupo.


Aunque quisiera acariciarte todo el día, sé que no te gusta que te toquen, miren o molesten.

Solo cuando estoy ocupado se te da por atravesarte para tener mi atención

y hasta te posas sobre mis cartas manchándolas con tus huellitas llenas de tierra para que nunca las envié a ningún destino, para que se queden en casa y siempre sean para ti. Eres una gata celosa. Pero, no importa cuántos males hagas,

si me sigues salvando de la plaga nocturna te apadrinaré hasta que desees irte y te daré mi amor hasta que me rasguñes.


Inna Me gustaba Inna, me gustaba como amiga, como confidente, como dueña. Me gustaba su aspecto, su cabello rizado y largo; aunque cuando lo llevaba corto seguía siendo igual de lindo. Y sus ojos, sus ojos quizá sea lo que más me ha gustado de ella. Eran muy grandes, como dos esferas; eran, mejor dicho, dos bombillas azules que hacían de luna en esas noches en las que nos quedábamos dentro de casa. Me gustaba que ella sabía lo que a mí me gustaba, y me gustaba que me quería y me hacía quererla, y, sobre todo, que haya hecho que la siga queriendo aun cuando se haya ido de mi lado. Anita era la persona más inestable del mundo, de todos los mundos, de todo el universo, y no, no exagero. Al principio pensé que quizá eran las hormonas las que hacían que se comportarse así, porque no sabías cuándo ni por qué sufriría un nuevo ataque. Y yo, aunque la quería, odiaba profundamente esos ataques. Había días donde se encerraba en su habitación y podía llorar eternos aguaceros, y su rímel podía caer como cascaditas por sus mejillas, cascaditas que manchaban todo su rostro y hacían que pareciera una pequeña indígena en un sagrado ritual. Y me cerraba la puerta, sí, a mí, a su única compañía; y me hacía entender que, a pesar de nuestra fuerte unión, la cual era a veces como cuerditas verdes que nos amarraban y que no podían ser cortadas ni por las tijeras de un dios, de algún modo ella lograba liberarse, porque así son los humanos. Cuánto más frágiles y tristes, más cerrados. En esos momentos yo no podía entenderla, y ella no podía entenderme, ¿cómo es posible que crea que podría salirse con la suya? Y es que, a pesar de que odiaba sus berrinches, siempre, siempre, lograba entrar. En muchas ocasiones, sólo me quedaba bajo la cama y la escuchaba llorar o cantar, aunque prefería lo segundo que lo primero, y en otras, hacía una entrada muy evidente por la ventana, que había roto a mi gusto para poder pasar con facilidad, y me dormía en su cuello y ella dormía también al ritmo de mi ronroneo y amanecíamos juntos, con los ojos hinchados y la cara negra, ambos, con la cara negra. Pero en muchos casos, no era todo tan fácil, había ocasiones en que la situación se me salía de las patas, porque Inna sólo echaba en llanto, aunque lamía su rostro, aunque postraba mis


patas en sus mejillas, ella podĂ­a llorarse todo un litro de agua, de agĂźita salada y condimentada con mucho dolor.

Amy Galindez


Meowth 11:12 Andrés Álvarez


Un noble gato —Tintín, ¿dónde está Tintín? —gritaba la niña Fernanda desesperada. Así se refería a mí, José Agustín O´Leary y Parma, un señor don gato, de mucho abolengo y nobleza, mí ama Fernanda. Bueno, para ser completamente franco, así se referían a mí todos los habitantes y amigos de esa casa. No me disgustaba, pero después de esta noche tan bochornosa, tendría que exigir un tratamiento más respetuoso. Voy a empezar este cuento por el principio, porque así se deben empezar los cuentos, aunque en este caso se trate de un cuento contado por un noble gato. No recuerdo mi nacimiento, pero con seguridad debió ser en cuna y no en potrero, como hija de gata andariega. Empiezo a tener recuerdos a partir de los dos meses, porque los gatos todo lo hacemos muchísimo más rápido que los humanos; cuando un caballero de origen inglés, de corbata y saco de paño, me alzó en sus brazos, no sin antes mirar que mis pelos no estuvieran ensuciando su camisa a rayas. Me sonrió, enseguida pidió una cobija para cubrirme, me acarició y me separó para siempre de mi madre, quien se quedó triste, pero pensando que mi futuro lo había asegurado y por consiguiente feliz de saberme en buenas manos. Hubo algunas lágrimas, pero como no, claro que las hubo de parte y parte, pero ya mi madre tiernamente me había acariciado, lamido y mirándome a los ojos me dijo: —Hijo, ya es hora de despedirnos, ya tienes dos meses y tenemos que separarnos, no puedes ser como esponjilla “bon bril” pegado a mi toda la vida. A Dios gracias, tienes la misma casta mía, y esa mancha en la nariz que te hace ver más noble. Hoy viene a recogerte un caballero que trabaja en una empresa importantísima, a mi parecer cultiva manzanas, porque no le falta sino una manzana en la frente. Siempre que ha venido, trae aparatos con manzanas mordidas, pintadas por todas partes. Lo que me han explicado es que vas a ser gato de apartamento alto, es decir, buena comida, peluquería, alimentación balanceada, caja de arena privada y muchos mimos. Sé un buen chico y tendrás todo a manos llenas. Sin más miaus, le dije adiós con mi mano y se quedó mi madre, con


los ojos brillantes y la cola entre sus piernas. ./. Tocó el timbre e inmediatamente abrió la puerta la que sería mi madre humana. ¡Virgen Santísima, qué mujer!, con una piel suave color aceituna, unos ojos negros muy diferentes a los míos, la nariz ni larga ni corta y una boca de dientes muy blancos. Pienso que mi padre, con esa novia, no necesitaba más juguetes. Se me fue quitando el frio y empecé a buscar comida, pero no logré que me diera pecho; únicamente leche tibia, servida en una cacerola un poco vieja, todos gritaban y ante tal algarabía bajó la abuela humana, quien también era digna madre de esa diosa romana. —¿Cómo le llamaremos? —preguntó la niña, sin soltarme de sus brazos. El señor de la manzana medio mordida contestó: —Déjame decirte, que no es un gato cualquiera, me costó bastante dinero y parece que es de buena raza. Ahí intervino la abuela materna quien dictaminó: —Debe llamarse José Agustín O´Leary y Parma. En esas apareció Tomás, me contó que venía desde un país lejano al sur del continente que se llamaba Santiago de Chile, (no sé si los países, al igual que los animales mueren). También me contó que su madre, a la vez hermana de la mía, estaba haciendo unos estudios muy sofisticados en una universidad de un país que se llama Inglaterra y era casi sabia, por consiguiente, él, Tommy, también era casi sabio, pues la había acompañado en sus estudios en Santiago y Bogotá, pero que ya para su nivel gatuno, no existían textos. —Sé por mi experiencia, que abandonar el “nido” es doloroso, pero tú tienes suerte, has llegado a un buen hogar. Como dicen en esta casa: “todo iba viento en popa”. Hasta un buen día, recuerdo con precisión la fecha, era un viernes 13 de noviembre, y lo recuerdo porque algo raro se sentía en el ambiente, había un olor a azufre, que lo noté apenas amaneciendo. Alguna guerra se estaba desatando y yo no sabía exactamente dónde. La niña, se lavó la cabeza y eso quería decir que saldría con Christopher, el padrastro. Yo no quería que lo hiciera porque era viernes 13 y además porque vi pasar un gato negro por el alfeizar de la ventana; pero esas Marías Sabidillas de ahora, no hay quien les diga NO a nada. Lloré un rato, me quejé del olor a azufre, traté de


de hacerme el enfermo, le volví a llorar y la lleve a la cocina para que oliera el aroma del azufre, pero, me dio un grito y me dijo igual que la abuela: —¡Gato hijomadre! —Con su mismo tono. Ella que salió y yo que me subí a su cama. Así me sentía un poco más seguro. Serían las dos o tres de la mañana cuando sentí que llegaba la niña, sus pasos eran inconfundibles y su olor también; pero algo distorsionaba en el ambiente, el olor a azufre era más fuerte. Yo salí a recibirla, con el presentimiento de encontrarme con alguna tragedia. Ella abrió la puerta y alegremente me dijo: —¡Hola Tintín! Todo parecía estar bien. El reloj cucú cantó la hora, pero con la confusión la olvidé. Solo sé que fueron dos o tres cantos. La niña con esa forma propia de caminar, se dirigió a la cocina y a ambos nos llamó la atención un movimiento inusual en la campana extractora. No me van a creer: ¡Era un ratón! Pequeño, pero RATÓN. Ella entró en shock y yo también, corrimos, llegué primero a su cama. La niña subió las escaleras y fue a despertar a la abuela, quien pensé, en un momento dado, que moriría, daban alaridos las dos. Bajaron las escaleras, lentamente, crispadas. Yo miraba desde un punto, en el cuarto de la niña, rogando para que nadie se acordará de mi; tomaron el citófono, llamaron a portería a pedir ayuda a esas horas…Yo pensé que mis días estaban contados…podrían llamar a la policía y dejar constancia de mi incompetencia para luego echarme a la calle sin comida. —¡¡Tintín!! ¿Dónde está Tintín? —gritaba la madre casi histérica, paranoica, mientras perdía el color de su cara y solo se le ocurrió subirse a mi sofá. En esas apareció la portera, palo en mano, y lloraban madre y abuela. Bárbara, la portera, un poco más controlada, entró en la cocina y sacó todos los trastos para encontrar a don ratón. No apareció, pero estoy seguro de que andaba cerca el endemoniado animal porque el olor azufre no desaparecía. Yo, resolví guardar silencio. No era la hora de discutir, porque


podríamos habernos dicho palabras muy duras y difíciles de recoger, pero no sé qué le estaba pasando a mi madre. Seguro se encontraba fuera de sí y por eso me llamaba histérica. Solo por evitar un enfrentamiento mayor, yo me metí debajo de su cama. La abuela gritaba: —¡Gato hijomadre! Sería la penúltima vez que le aguantaría esa grosería. ¿Qué se estaba creyendo? ¿Acaso era la reina de Saba, como ella misma se denominaba de cuando en vez? Había cosas que no estaba dispuesto a pasar por alto. Yo merecía respeto Bárbara dictaminó que el ratón no se encontraba en el apartamento, y yo también así lo creía, porque el olor a azufre había desaparecido. Mi abuela y madre, se quedaron abrazadas, llorando y casi inmóviles. ¡Qué patéticas se veían! Después de un buen rato en que nadie les paró bolas, se subieron a dormir abrazadas y a mí, José Agustín O´Leary y Parma, ni siquiera me ofrecieron una palabra de aliento; “así paga el diablo a quien bien lo trata”. A la mañana siguiente, la abuela llamo a la tía de todos, para contarle el numerito de la noche anterior. La oí claramente cuando le decía: —No, ese hijomadre quién sabe dónde se metió… Me dolió mucho. Y seguían diciendo: —José Agustín O´Leary y Parma, el gato que no cumple con sus deberes…Jajaja —se burlaba despiadadamente. Me sonrojé y resolví meterme debajo de la cama; tenía ganas de llorar. Yo, todo un noble gato… podía aguantar la pobreza y de hecho había pasado varios detalles; pero que esperasen de mí, cazar ratones… ¡Eso, era humillante! María Teresa Vazquez


Gatuelo Salomé DíazCastrillón


Ruido ¿Acaso nadie más puede oír ese ruido tras las paredes? Esta casa no me gusta, llevamos solo dos días y sé que no debemos estar aquí. Ahí está de nuevo ese sonido: en las paredes y en el techo, como pequeños pasos, pequeñas uñas. De nada sirve que se lo diga a alguien, vivo con unos imbéciles que no podrían notar las amenazas más evidentes, aunque estas les mordieran las manos. No puedo dormir, camino por toda la casa. Él se despierta, se levanta y camina a la sala. —¿No puedes dormir? ¿No te gusta la casa nueva? Me rehúso a responder, he sido suficientemente claro: detesto este lugar. Me trajeron a la fuerza, arrastrado. Me voy a mi cama. Van tres días de este infierno. Los sonidos vienen de una esquina, entre el techo y dos paredes. Miro ese punto por horas, tratando de descifrar que se esconde allí. A él parece no preocuparle lo que trata de escapar de ese punto al que miro fijamente, ¡a nadie más le preocupa la seguridad de esta familia! No soy yo mismo. No resisto más. Necesito ayuda. Me acerco a su cama, lo toco suavemente, pero no me siente; le hablo pero me ignora, temo que le haya pasado algo, ¿estará bien? Me angustio, subo a su lado y acerco mi oreja a su nariz: aun respira. El sonido en la esquina aumenta. Salto sobre él y le grito. Finalmente despierta, su respuesta a mis suplicas es desgarradora: —Fuera de aquí, gato idiota. Cristiam Camilo Muñoz Díaz


Domingo de siluetas Paula Espitia


La historia de un simple gato vagabundo Mi nombre es Misifus, bueno, más bien, el Misifus, ya saben, en las calles a todos les ponen “la” o “el”. Me dicen así desde hace algunos años, los años que he pasado en la calle desde que mis amos me abandonaron. Eso de que los gatos son mejores que los perros es puro cuento, a ambos nos abandonan por igual. Así fue como conocí a Max, diré, el Max. A él lo abandonaron junto a una carretera, él dice que lo dejaron por cagón y yo le creo, porque hay que reconocer que los perros cagan por dos. Es que los humanos son cosa seria, cualquier cosita que les disguste de ti y ya tienes media pata por fuera. A mí me abandonaron por meloso, o eso creo yo, porque todos los gatos con hogar son unos ególatras, dignos y mal nacidos. Y como yo no era un gato hijueputa me dejaron en la calle, porque entre más hijueputa es la gente más le caminan. Eso escuché decir a un ñero, Jefferson se llamaba, creo, y tenía razón. Por eso me volví un gato solitario y mal nacido, porque ser un animal buena gente en Bogotá no paga. Mi vida es la de un gato normal. Duermo en el parque de los periodistas, esa es mi residencia por ahora. A las horas de la madrugada me paseo por Las Aguas, y veo a los comerciantes colocar sus puestos: gorros, guantes de lana, manillas, galletas de marihuana, aretes; camisetas de Iron Maiden, Guns N’ Roses, Metallica; mochilas y sándwiches vegetarianos. Después subo más allá y veo a los estudiantes salir de los buses, de la estación de Transmilenio, que siempre es un mierdero total. Me divierte ver sus caras, siempre amargados, sudados y medio violados. Menos mal los gatos no usamos Transmilenio. Sigo caminando más de para allá y veo a los respectivos vagabundos, unos recostados contra los edificios viejos y desgastados, otros caminando alegremente con sus bolsas en la espalda, mientras escarban los botes de basura. Ahí surge mi primer y casi único problema del día, porque hay algunos, que como dicen, marcan territorio y no permiten que ni los gatos ni los demás vagabundos se provean de esa basura. A veces hay arañazos, mordiscos y a veces, solo a veces hay una caricia en la cabeza o una rascada de panza. Los humanos saben cómo calmar a las bestias.


En fin, así es mi rutina alimentaria, que el vagabundo me comparta o que busque otra basura. Y así son mis días, me dedico a caminar, a ver los transeúntes de la séptima, a agarrarme a los mierdazos con los vagabundos que me ven con cara de comida. Porque en la séptima sí que somos un platillo de valor. Si no son los vagabundos son los restaurantes o las pizzas de 1000. A veces me gusta admirar a los músicos que se paran a bailar o a tocar sus guitarras, sus violines, sus baterías, sus saxofones o sus bajos, porque eso sí, en la séptima tienes de donde escoger tu repertorio musical, porque hay desde música urbana hasta jazz. Después de recorrer a pata limpia toda la séptima, me devuelvo al parque de los periodistas, saludo al Max, que también vive en el parque, junto a un bote de basura y un pedazo de cartón. Me acuesto en aquel sucio pasto, me acuesto de tal forma que las patas y la barriga me quedan mirando hacia el cielo, y yo, mirando al cielo también con mis ojos de gato vagabundo, me duermo. Luna Salomé García


Gato Respinga Mónica Jiménez


Fiesta de Halloween Aceptas el trato: un shot, otro shot, tres más. Insistes, no hay problema, con eso estás bien, por ahora, sí, por ahora. Te extiendes con la música por toda la sala, te frena y dejas caer tu primera capa, empiezas por los hombros, por los codos, por las muñecas, ya está. Te guían, tu cuerpo se deshace de a pocos en unas manos y otras, vas por ellas como en un juego, te llevan de un círculo a otro, te arrullan en medio del sonido bestial. No hay pausas, nada se suspende desde que rodaste la noche como una pirinola; tomas uno, tomas dos, te recogen: todos ponen. Descansas lo que queda de ti en la sombra, Melissa te aparta, te pide que te calmes, te dice que esta no es una de esas fiestas, que no te metas en líos con nadie, que no pase lo de la última vez, entiendes, pero no sabes qué espera de ti. Buscas algo de aire, llegas al jardín, el frío te da la bienvenida, con algo de suerte logras sacudirlo entre las cenizas del cigarrillo, te ofrecen un plon o dos, te espantan un par de gatos jugando cerca de ti, los ves mejor, te dan asco. Dejas a medias la conversación y te devuelves, no reconoces ni a la mitad de las personas que hay en la casa, te preguntas de dónde conoce a tanta gente y te preguntas si ese tanta gente vendría a tu fiesta. Caminas por el corredor, antojándote por un lado y otro, te arden los pies, dejas los tacones, recorres el primer piso, llegas a dos grandes puertas de madera y lo ves pasar por el rabillo del ojo. Lo sigues cuidando tus pasos, no quieres espantarlo, lo sigues hasta llegar al segundo piso, pero lo pierdes en las habitaciones. Vuelves al baile, esperando que él llegue en cualquier momento. Te desprendes de tu segunda capa, la olvidas en una de las sillas; más ligera, tomas uno y dos y tres, ruedas por los diferentes brazos del círculo, ruedas y llegas a él. Lo acaricias, pasas tu mano por su cabello, es suave y muy negro, la cadena sobre su pecho a veces brilla y te deja ciega, no adivinas lo que dice, se acerca a ti, sientes su aroma y te pica la nariz. Esta vez te rodea, junta sus piernas con las tuyas, bajas tu mano a su cara, acaricias su bigote, te adueñas de su rostro, con esfuerzo juntas tu mejilla a la suya, te raspa al principio, es doloroso, pero solo deseas sentirlo, él sigue tu juego. Deslizas tu cuerpo


por el suyo tanto como la situación lo permite, pero ruedas y él se aleja. Lo pierdes de nuevo y te detienes. Te rindes en el sofá, lo ves por aquí o por allá, en otras manos, te indignas y te afanas por ir a unos brazos. Te ignora, lo ignoras, te encargas de verte radiante, das un par de vueltas, tomas uno, tomas dos, vas al baño, y sigues, lo ves aburrido, sigues, más vueltas, desaparece. Intentas buscarlo, no puedes evitar ir por él, preguntas a las otras chicas, pero lo han perdido de vista, aceptas un trago, preguntas a los del jardín, pero no saben de qué o quién estás hablando y aceptas otro plon. Subes a las habitaciones sin que nadie te vea, solo ahí puede estar. Entras en la única habitación abierta, lo encuentras jugando con algunas cosas de Melissa, te extraña un poco, lo sorprendes y antes de que pueda reaccionar te acercas a él. No muestra resistencia y de nuevo lo acaricias, se acomoda entre tus piernas y puedes ver que su cadena dice Bass o Briss, se la quitas y a su vez dejas caer tu última capa, te entregas, vas de su pecho a su abdomen tranquilamente, te recuestas en la cama y cierras los ojos. Sientes un cosquilleo en los pies y luego en los muslos, pero se detiene, le preguntas por qué no sigue y él dice miau, le respondes miau, soy una gatita, consiénteme, lo atraes con tus manos a tu sexo, sientes de nuevo el cosquilleo y él empieza a ronronear, como pidiendo más caricias, lo haces y él saca su lengua, te raspa, le pides que continúe y él dice miau, escuchas unos pasos y Melissa grita ¡¿qué estás haciendo Catalina?! Laura Marcela Mateus


Gato Lunar

Sofía Velásquez


Tomy Paula Rincรณn


Participantes Minkyou Yoo http://blog.naver.com/oasis223 Corea del Sur Angie Guzman Bogotá D.C Didi Bogotá D.C Santiago López https://www.facebook.com/alapalabrarevista/ Bogotá D.C María A. Martínez Wandurraga https://www.flickr.com/photos/maria-noche Bucaramanga Natalia Soriano Moreno Bogotá D.C Nerina Argentina Angie Pedrozo Redondo Sandra Restrepo sandramarcelarestrepo.com Villa de Leyva Juan Camilo Acero Sotelo Tunja Paula Rincón Bogotá D.C Diana Rodríguez Bogotá D.C Laura Andre Morales Silva Katy, Texas, estados Unidos. Andrea Rubiano Bogotá D.C


Wendy Bogotá D.C Dennys Moratto http://dennysmoratto.tumblr.com/ Felipe Leonardo Gómez Cortés http://tcuento-felipegomez.blogspot.com.co/2012/06/gato.html Bogotá D.C Amy Galindez Pasto Andrés Álvarez Bogotá D.C María Teresa Vazquez Bogotá D.C Salomé DíazCastrillón Pereira Cristiam Camilo Muñoz Díaz http://gatoiletrado.blogspot.com.co Bogotá D.C Paula Espitia Bogotá D.C Luna Salomé García Bogotá D.C Mónica Jiménez Sitio: heralda-design.com Bogotá D.C Laura Marcela Mateus Bogotá D.C Sofía Velásquez

Bogotá D.C.

Paula Rincón Tunja


Este fanzine se terminó de imprimir el 12 de agosto de 2017, día en que se conmemora la muerte del poeta William Blake, que murió un día como hoy en 1827

El Fanzine consta de una sola edición, numerada e irrepetible, de 100 ejemplares debidamente identificados.

Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported ( CC BY-NC-ND 3.0 )



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