SE ALQUILA UNA HABITACION Por: Morgante
Germán estaba empezando a comprobar lo duro que resulta vivir en una ciudad desconocida, sin nadie que te eche una mano en caso de apuro. Hacía tres meses que estaba en Barcelona, procedente de un pueblo de la Mancha, recién salido de la Escuela Industrial, donde aprendió el oficio de mecánico tornero. Estuvo cinco años en esta Escuela, saliendo de ella con un nivel teórico bastante bueno, pero casi nada del trabajo práctico que se realizaba en los talleres y fábricas, solo las clases de taller que recibió en la Escuela. Para la realidad del mercado de trabajo, nada. Le faltaba un mes para cumplir los 18 años. Cuando llegó a la estación de Francia, que entonces era la principal de Barcelona, cogió un taxi y le dijo al taxista que lo llevara a algún sitio donde alquilaran 1
habitaciones. El hombre lo llevó a una casa particular, de una señora mayor, que tenía una habitación vacía. El chico que la ocupaba la había desalojado la semana anterior, para volverse a su pueblo, en la Rioja, al comprobar lo duro que era vivir solo, sin apoyo de la familia, al no haber podido encontrar trabajo en las tres semanas que estuvo buscándolo. Germán se instaló en la habitación libre que tenía Mercedes, la señora de la casa. Esta mujer ya había cumplido los cuarenta y nueve años, y estaba viuda desde los cuarenta y cinco. No tenía hijos. Llevaba alquilando la habitación desde hacía dos años, más que nada por tener algo de compañía en el piso, pues se sentía muy sola. Al día siguiente, Germán se echó a la calle dispuesto a encontrar trabajo cuanto antes. Confiaba en tener algún empleo antes de que se le acabara el dinero que sus padres le habían dado. Se recorrió Barcelona y sus alrededores de 2
punta a punta. De Pueblonuevo a Sants, y de Hospitalet a Badalona, pero nada. En casi todos los talleres donde fue a pedir trabajo, necesitaban operarios con experiencia, y él no la tenía. En otros podría haber entrado de aprendiz, pero le parecía que era empezar demasiado abajo, dado que él tenía ya un título oficial que había sacado a base de esforzarse durante los cinco años que permaneció en la Escuela de Maestría Industrial. Así que siguió buscando. Buscando y buscando, se pasaron los dos primeros meses, y se le agotó el dinero que traía del pueblo, por lo que cuando llegó el momento de pagarle a la patrona el alquiler de la habitación, habló con ella para que le diera unos días más de plazo, un mes como mucho, pues en ese tiempo estaba seguro que algo encontraría. Ella le contestó: -Mire Germán, usted me parece un buen chico, que hasta ahora no ha tenido suerte buscando trabajo; pero 3
tiene que comprender que yo soy una pobre viuda, que solo tengo la pensión de mi marido, muy poca cosa por cierto, y que alquilo la habitación para poder ayudar a pagar los gastos de este piso, que no son pocos. Así que sintiéndolo mucho, tendrá que irse. (Mercedes siempre trataba de usted a todos los chicos a los que les alquilaba la habitación.) El muchacho insistió en que le concediera un poco más de tiempo, pero la mujer continuó con su negativa, diciéndole: -Lo siento mucho pero no puedo hacer nada. Tiene que dejar libre la habitación para que pueda alquilársela a un señor del que me han dado muy buenas referencias, y que precisamente está buscando alojamiento en este barrio. Tendrá usted que irse, a menos que… Germán se quedó desconcertado al oír la proposición de la mujer. Ella le dijo, entre otras cosas, que estaba muy 4
sola y necesitada de cariño, y que como él también estaba solo y sin un duro, podrían apoyarse mutuamente. Todo lo que tendría que hacer era cambiar de habitación, mudarse a la de ella. Al ver la cara de asombro y desconcierto de Germán, ella le dijo: -No es nada del otro mundo lo que te he propuesto, me parece a mí. Al fin y al cabo los dos nos necesitamos. Tú me necesitas porque no tienes dinero para pagar el alquiler de una habitación, ni trabajo que pueda proporcionártelo. Yo te ofrezco alojamiento y comida .A cambio solo te pido compañía y cariño. Verás, yo todavía soy lo bastante joven como para desear a un hombre, necesito un hombre que me haga sentir como mujer. Espero que pese a tu juventud, lo entiendas-. Ahora había hablado a Germán de tú, para dar una mayor intimidad al asunto que le estaba `proponiendo. 5
El muchacho entendía bastante bien la propuesta, ¡no lo iba a entender!, pero le parecía una barbaridad. Había dejado en el pueblo una chica, Luisa, que le gustaba mucho, y aunque no eran todavía novios formales, él confiaba que con el tiempo, cuando encontrara un trabajo seguro y bien remunerado, volvería al pueblo y le hablaría a ella más en serio. Quién sabe si hasta se la podría traer con él, si las cosas le salían como esperaba. Así que, bastante avergonzado por la propuesta de Mercedes, cogió la maleta y salió de la casa. Una vez en la calle, se fue a sentar a un banco que había en la acera de enfrente, y se puso a reflexionar sobre la apurada situación en que se encontraba. No veía solución por ninguna parte, ni siquiera para pasar la próxima noche, pues solo le quedaban unas pesetas para comprar un raquítico bocadillo. El panorama que se le presentaba era muy descorazonador. 6
Así estuvo más de dos horas, dudando sobre qué camino tomar, hasta que de pronto se decidió: “Al fin y al cabo solo serán unos días, un mes a lo sumo, hasta que encuentre un trabajo, por pequeño que sea”, pensó. De modo que cogió de nuevo la maleta y cruzó la calle. Llamó al timbre del piso de la señora Mercedes y cuando ella preguntó quién era, él contestó con un escueto: soy Germán. Así pasaron otros tres meses. La habitación que tenía libre el piso se quedó sin ocupar. La mujer no quería a nadie más en su casa. Tenía todo lo que necesitaba. Germán salía de vez en cuando a buscar trabajo, y alguna vez encontró algo que le podía haber servido meses atrás, pero ahora no tenía ninguna prisa. Al principio de entablar esta relación tan “especial” con su patrona, sentía ciertos reparos y no solo por la gran diferencia de edad, él diez y
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ocho años, ella cuarenta y nueve, sino por la situación de “mantenido” en la que se encontraba. Pero poco a poco se fue acomodando a su nuevo “status”, y ahora ya no se sentía tan a disgusto como los primeros días, sobre todo viendo que llevaba una vida bastante cómoda, sin dar golpe, sin madrugar y con todas sus necesidades cubiertas, pues Mercedes le daba dinero todos los meses para sus gastos personales. Por su parte, Mercedes se sentía rejuvenecida. Tener un chico joven en su casa, en su cama, aplacando sus ardores sexuales, que todavía eran muchos, era como si le hubiese tocado la lotería, más aún. En cuanto a su economía, no le dijo toda la verdad al muchacho el día que lo echó a la calle por no poder pagar el alquiler de la habitación. En realidad disponía de una renta saneada, gracias a que tenía tres pisos más, con todas sus habitaciones alquiladas. 8
Así que cuando Germán llegaba de la calle, después de haber estado buscando trabajo, cada vez con menos entusiasmo, ella le decía que no se apresurara, que estuviera bien seguro antes de aceptar cualquier cosa. Mientras tanto, Germán les escribía con regularidad a sus padres. Les contaba que había encontrado un buen trabajo y que estaba muy contento. Dentro de poco le subirían el sueldo, y quizás fuera entonces el momento de empezar a plantearse la posibilidad de dar una entrada para comprar un piso. Algunas veces salían los dos juntos a pasear por el Paralelo o por Plaza Cataluña y Ramblas, pero otras, la mayoría, iba el muchacho solo, y deambulaba por calles y plazas con la despreocupación del que se sabe a cubierto de vaivenes económicos, por lo menos mientras le diera a Mercedes lo que ella le pedía y necesitaba.
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Un día se sentó en la terraza de un bar de Plaza Cataluña y pidió una cerveza. La mesa de al lado estaba ocupada por una chica de su misma edad, más o menos. Él le sonrió con alguna timidez, y ella le correspondió, sonriéndole también, de modo que Germán cogió su cerveza y fue a sentarse al lado de la chica. Se llamaba Josefina. Estuvieron hablando durante un par de horas, y cuando se separaron, ambos se llevaron una buena impresión del otro, y quedaron para verse al día siguiente. Se estuvieron viendo y tratando tres o cuatro semanas, cada vez con más intimidad; se sentían tan a gusto el uno con el otro, que se hicieron novios. Naturalmente, Germán no le había dicho nada a Josefina de su relación con Mercedes, su patrona. Solo le contó que vivía en una habitación de alquiler y que su patrona era una señora mayor, que vivía sola. En cuanto al 10
trabajo, le dijo a la joven que tenía un buen empleo como operario de mantenimiento en una importante fundición del extrarradio de la ciudad. Como cada vez pasaba más tiempo con Josefina y menos con ella, Mercedes empezó a darse cuenta del desapego, cada vez mayor, que mostraba Germán. Se lo comentó al muchacho, pero éste le dijo que todo eran imaginaciones suyas. Ella le echó en cara que salía demasiadas veces solo, y le dijo que le gustaría salir los dos juntos más a menudo. Los recelos fueron aumentando, así que Mercedes siguió un día a Germán. Lo vio llegar hasta un bar del Paralelo y aproximarse a una mesa ocupada por una chica. Germán se inclinó sobre la muchacha, le dio un largo beso en la boca, y a continuación se sentó al lado de ella, pidiendo una cerveza.
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Mercedes se quedó de piedra al ver que sus sospechas se hacían realidad, de modo que muy apenada y también muy irritada, dio la vuelta y se fue a su casa donde se hartó de llorar. Cuando al cabo de tres horas regresó Germán, ella le montó una escena tremenda, diciéndole: -¡Es inútil que me lo niegues! ¡Te he visto en el bar, besando a esa chica, no tienes vergüenza!- Él le contestó: -No sé por qué te pones así. No es para tanto. Tienes que comprender que yo soy un chico joven y necesito ir con personas de mi edad. Que yo esté viviendo contigo no significa que tenga que renunciar a salir con chicas jóvenes. ¿Quién te crees que eres para mandar sobre mí? Entonces la mujer, perdidos los nervios completamente, le suelta:
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-¡Pues mira, sí que tengo derecho a mandar sobre ti! ¡No te olvides que te estoy manteniendo y que vives como un gandul y un parásito a mi costa! El muchacho, muy ofendido por lo que acababa de oír, le dice a Mercedes que esto se ha acabado, que mañana mismo recoge sus cosas y se va de su casa. La mujer le contesta entre gritos mezclados con sollozos: -¡Si me dejas, me mato! -¡No serás capaz! -¿Qué no? ¡Prueba y verás! -¡Pues mira, ahora me lo vas a poder demostrar! Esta noche me voy con ella a bailar. Volveré tarde. No me esperes levantada-. Y salió dando un portazo y dejando a la mujer sumida en la desesperación. Aquella noche Germán volvió tarde. Cuando entró en el piso no la vio en el comedor, por lo que abrió la puerta 13
del dormitorio y se la encontró en la cama, boca arriba. Los brazos los tenía colgando y de sus muñecas manaba sangre sin parar, formando un considerable charco en el suelo. Tenía los ojos abiertos, y una débil sonrisa pugnaba por asomarse a sus labios. El chico llamó inmediatamente a los servicios médicos de urgencia, los cuales depositaron a Mercedes en una camilla y la llevaron al hospital, donde estuvieron intentando reanimarla, pero había perdido mucha sangre y al cabo de tres horas de agonía, murió. Como es lógico intervino la justicia para aclarar todas las circunstancias de la muerte. Germán tuvo que ir al juzgado varias veces a contestar las preguntas del juez, como uno de los principales sospechosos, al ser el único inquilino de la casa. El muchacho dijo no tener idea de las causas de la muerte; solo sabía que últimamente ella se encontraba muy deprimida. Como no pudieron probarle 14
ninguna vinculación con la muerte de Mercedes, el juez determinó que ésta se había suicidado. A los pocos días se abrió el testamento de Mercedes. La mujer dejaba la mitad de sus bienes a un sobrino que tenía en un pueblo de los alrededores de Barcelona. La otra mitad era para Germán.
FIN
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