Portada
En una de
campo
Camilo RodrĂguez Chaverri
En memoria de una maestra de una escuela de campo
1 Tiene quinientos novios. Todos los niños de la escuela se enamoran de la maestra. Le llevan flores del jardín y le piden al Niño una pulsera para ella.
Algunos me enfrentan con sus ojos. Casi todos le piden a Dios que yo no vuelva. Soy el hombre más odiado por los niños de mi pueblo.
2 Los ni単os te escriben poemas en clave, te hacen dibujos, te se単alan en el cielo de sus ilusiones. Me asustan sus plegarias. Dios escucha mejor a los ni単os. Voy perdiendo.
3 Los niños de la escuela donde sos maestra tienen ventajas sobre mí. Son muchos. Comparten la locura por tus ojos. Están enamorados en equipo. Dos niños te mandan a decir, “maestra, ¿quiere ser nuestra novia?” Con ellos, tenés hasta derecho a compartirte. No doy para tanto.
4 Un niño te da de regalo una cadena de oro. Me lo contás por teléfono.
Le pedís a Dios que te quepa en el cuello. Yo también le pido. Es como celebrar con el adversario.
5 Un niño me desafía con sus ojos. Quiere desaparecerme. Que yo me esfume del planeta. Yo lo considero. Está tan
pequeño que no puedo enfrentarlo. Son tantos como él. Son como los parásitos: pequeñitos, pero tantos, tantos. El niño que me desafía no tiene consideración por mí. Y mi compasión por él no sirve de nada. De nada me sirve un hechizo. De nada me sirve que no crezca. La magia de su amor es más grande
conforme más pequeño esté él. Frente a sus ojos, tengo esta batalla perdida.
6 Llego a la escuela. Un niño se percata de mi presencia y tira un zapato por la ventana, le lanza el bulto encima a su vecino de pupitre o salta frenéticamente sobre una mesa. Su amor es bello y violento.
Lo que te traigo en un sobre está indefenso ante este pequeño demonio que se enamoró de vos.
7 Un niño pierde el bulto en un parque de diversiones. Lo llevaste junto a sus compañeros a pesar de que no pudo pagar la cuota para el paseo. Entre tus tíos y tus vecinos, conseguís lo necesario para comprarle de nuevo los cuadernos, las tijeras, la goma, los lápices para colorear.
Vas a la casa del niño a la mañana siguiente. Su madre es una mujer sin marido. Es obrera. Trabaja muchas horas en una industria. Viven en un cuartito, con una cocina y un baño. Es un rincón con techo.
Cuando le das el bulto, la alegría le inunda el rostro.
El niño te saluda desde una ventana. Más tarde, en la escuela, te dirá gracias con sus palabras pequeñas, sus palabras envueltas en una sonrisa.
Volvés de esa casa humilde envuelta en una luz. Te baña el cielo. Abre Dios una puerta.
Ahora sos la reina del chiquito que perdió el bulto.
8 La letra A es una señora elegante, que usa unos zapatos que parecen zancos. La letra T es su amigo, elegante como la A, y que usa un gran sombrero puntiagudo y señorial. Juntos, se
burlaron de las letras obesas del abecedario. Por ejemplo, se burlaron de la letra B y de la letra P, tan panzonas, tan cachetonas.
Se enamoraron la A y la T. Fueron novios por un tiempo. Casaron y procrearon a un hijo, la letra M, punzante y aguda, como sus padres.
Sus papás se burlaron tanto de las letras gordas, que la pobre M recibió la maldición de las malas lenguas. Fue engordando poco a poco, pero sin descanso ni tregua. Engordó tanto que hubo que inventar otra letra del abecedario para que aquella M obesa pasara a ser la torpe W.
Nunca más hablaron mal del prójimo aquellos dos, la pareja elegante, la A y la T, castigadas por sus lenguas descontroladas y viperinas.
9 Cada quien te trae lo que hay en su casa y el trozo de paraíso que le corresponde. Por eso hay en tu escritorio empanadas de queso, arroz guacho,
vigorón, plátanos maduros… En una ocasión, un niño te trajo únicamente un chayote enorme, el más grande que has visto en tu vida.
Se escondió en el anonimato. Ni siquiera pudiste darle las gracias.
No importa. Su nombre no importa. Lo hizo. Es todo.
Así es el amor. Nunca podrás olvidarlo.
10 Su voz y su sonrisa invaden todas las horas y todos los rincones de los quinientos niños. Las otras maestras se quejan porque sólo con ella prestan atención. Para las otras tienen algo que se llama “déficit atencional”. Para ella, tienen amor. Es mutuo. Los contagiaste de vos. Nadie falta con las tareas. Ninguno de ellos se pierde la clase.
11 La letra J es un mono escondido detrás de una tapia. Al pobre se le salió el rabo. La letra C es una luna mordida por un tigre.
La letra S es una serpiente toboba que se queda dormida bajo el sol y la lluvia. El agua la bordea y hace un colocho con su forma.
La letra D es el arco de un arpa que cayó del cielo junto a ella, junto al amor que comparto con quinientos hombrecitos de una escuela.
Ellos piensan que la D es un corazón
escondido. Empieza su nombre con D y esa letra es encerrada por un corazón con una flecha. Es un paisaje recurrente en los cuadernos y también por debajo de cada pupitre. No hay mesura para el amor.
12 Ella lleva tortugas y mariposas en las orejas. Cuando los aretes tienen caparazón, los niños se imaginan el mar. Los ojos de la maestra son caballitos que trotan, como suspendidos, sobre el agua, entre arrecifes. Son estrellas que llegan a la orilla y besan los pies de la tierra.
Cuando tienen alas, ella es el cielo, y los niños lanzan papalotes para atrapar su pelo, una nube embellecida por el aliento amarillo del sol.
Tiran confites con una flecha hecha con una horqueta de madera y una liga grande. Quieren derribarla con su dulzura.
Hasta hacen apuestas. Que si la niña traerá mañana aretes de pájaros o de corazones.
El que gana tiene derecho a darle el primer beso cuando entra al aula.
13 Han aprendido muy bien la letra menuda de tus exámenes.
Dos niños te entregan una carta que dice, “querida niña, ¿acepta ser nuestra novia? Marque con una x a la par de sí, si dice que sí, o a la par de no, si dice que no.
En otro grupo, la respuesta es certera aunque la pregunta es más compleja. Dice, “indique quién es a. su novio… a. Eduardo b. Diego c. Alexis d. Luis
e. Ninguno de los anteriores”
Me quedo perplejo, sin defensa posible.
Sólo atino a formular una pregunta similar, y que todas las respuestas posibles estén compuestas por mi nombre. Con los años, nos vamos haciendo tramposos.
14 Uno de tus niños no ve bien. No puede distinguir tu letra en la pizarra. Se sienta junto a otro niño que escribe rápidamente y él copia de su cuaderno.
Te angustia. Lo llevás al médico. En el examen, mientras el niño ve las letras borrosas y titubea al responder, ríe nerviosamente y salta sobre la silla.
Llegás, le ponés una mano sobre la cabeza y al niño se le ordena el planeta que le anda patas arriba por dentro.
Te estremecés cuando te das cuenta que el niño pone de cabeza todas las letras y te partís en mil pedazos cuando el médico te explica que ese niño ve muy poco.
Él siente tu cariño, tu solidaridad, tu preocupación por él. Yo también.
Te deshacés en el suelo, con tu angustia de maestra, aunque ahora sos la otra mamá.
Él y yo te juntamos con los ojos.
15 Un niño espera que todos salgan del aula. Te dice, “niña, ¿usted cree que le quede esta
pulsera? Yo me la probé y calculé su manita. ¿Usted se la pondría?”
Te encanta. Te queda a la perfección, como si se hubiera llevado la medida de tu mano.
A los días, de casualidad te compro una pulsera. De ca-sua-li-dad. Fue lo único que me gustó en una tienda. Te la puse en misa. Te dije, “¿usted se pondría esto? Yo la calculé para usted”.
Pensás en el niño y te morís de la risa. Yo también. Celebro que todos los hombrecitos de la escuela se enamoren de vos.
Hasta trato de seguirles los pasos. Así que te pongo la pulsera en misa, con solemnidad, buscando atrapar la magia de esta ceremonia, el misterio de este ritual.
Mi pulsera te queda grande. Sonreís, como si fuera algo que esperabas. Es una nueva victoria de los niños sobre mí.
Aquel niño te tomó mejor la medida.
16 Cuando te enfermás o estás triste, los niños se enteran por más que disimulés. Tienen un detector para tus pequeñas mentiras.
Es como si fueran sordos y mudos, y sólo te escucharan con el corazón. Es como si fueran ciegos, y sólo pudieran olerte el alma.
Es como si fueran seres de otro mundo y sólo pudieran conversar si están tomados de las manos.
Se desviven en atenciones cuando te sentís mal, cuando estás enferma.
Son más potentes que todos los antibióticos.
17 Hasta cuando pelo una naranja, hasta lavando platos, hasta al ponerle cera a un carro, en una presa vehicular, en una conferencia, en clases, en el ba単o, al comprar verduras en el mercado o una pastilla para el dolor de cabeza, siempre pienso en ella.
No tienen la culpa los ni単os de la escuela. Ella es la responsable de nuestros desvelos, de nuestras distracciones, de nuestra locura.
Los ni単os est叩n tan jodidos y tan felices como yo.
18 Hay una rosa en el jardín, en el patio de la escuela. Durante el recreo, ves a unos niños agarrados a pescozones.
Salís. Pedís explicaciones.
Están peleando por la rosa.
Se la quitás al niño que la tiene, la dividís entre todos, un pétalo a cada uno. Son cinco niños y cinco alas de la rosa.
Cinco pedazos de rosa llevan tu luz por el aula. Al final del día, de nuevo tenés todos los rincones de la flor.
Camino a casa, cada niño lleva la huella de aquel fuego en las manos.
19 Mientras das tus lecciones, se te enciende la vista. LlevĂĄs una estrella en cada ojo.
Como los niĂąos, soy una luna, un satĂŠlite de esas dos hermanas del sol.
20 Te vestís de payasita. Una cereza anida en tu nariz, una lechuga en tu cabeza, un arco iris en tus piernas.
Los niños se ríen y se acercan. Tu cara es una fiesta para ellos. Hablás con tu vocecita más pequeña y ellos se saben comprendidos por la payasita.
Es como si en lugar de la maestra, de pronto fueras una compañerita de la clase.
21 Celebro la música de tu voz. Se me mete entre la piel y los misterios.
Derrite los músculos. Soy un mar metido en mis pellejos. Todos mis peces revolotean al contacto con tus palabras. Mis olas bailan al son de ese ritmo con que hablás. Si leyeran esto, los niños de la
escuela aceptarían que saben de lo que escribo. Viven por dentro el baile del corazón a las vísceras.
Los niños y yo gozamos de este privilegio.
22 El 22 es una pareja de patitos, fieles hasta la muerte, que no conocerán el amor más que a través de su pareja.
Le contás a los niños y empiezan a dibujarte un 22 con dos flechas. Una flecha va dirigida a un dos y al lado dice tu nombre. La otra flecha se dirige al otro 2 y ahí escriben mi nombre.
Luego, casi todos los hombrecitos tachan mi nombre y escribe cada quien su nombre.
Todos quieren ser el patito que forme el 22 con vos.
23 Entre clase y clase, a veces tenés un rato libre. Vas a echarte un sueño en tu carro y dejás un pequeño espacio para que entre el aire por la ventana. Los niños, calladitos, meten confites por ese espacio abierto. Tienen cuidado de no despertarte. Soñás con mariposas que revolotean y luego descansan en tu regazo. Los confites tomaron vida. Ahora son esas mariposas.
24 A los niños de tu escuela y a mí nos sobraría la mitad del mundo si no estuvieras. Nos sobrarían las flores, los corazones hechos con tiza de colores en las pizarras de todas las aulas, las mariposas en las ventanas. Nos sobrarían las estrellas y los delfines en los cuadernos. Nos sobrarían los animalitos de barro que venden en los mercados, las hormigas que a veces nos caminan por los brazos y las alas que nos vuelan en el estómago cuando se desata tu aventura de vivir. Nos sobraría la vocación de carteros, dibujantes, joyeros, jardineros… Ya no tendríamos quién marcara el territorio de los recuerdos, ni por quien clavar los dedos entre las rosas de los jardines ajenos. Si nos faltaras, nos sobraría la mitad de la vida y casi todos los elementos de colores que pintan el sol y el viento.
25 El día que faltás a la escuela, los niños sufren el síndrome de tu ausencia.
Podrían internarnos en el mismo cuarto de convalecencia. Los bichos del estómago dejan de volar, el hambre se va de paseo y apostamos a la flacura feroz.
Preferiríamos hibernar cuando no estás. Cuando no nos acompañan tu luz y tu lluvia, la piel de los niños y la mía son como el cielo de un desierto. Si no estás en el paisaje, no vuelan los pájaros ni anidan en nuestras ramas.
26 Cuando te vas de paseo, entiendo lo que sufren los niños para el largo, in-so-por-ta-ble, ingrato período de las vacaciones. Es un tiempo hueco, vacío.
Las chicharras se vuelven personas. Gritan y lloran las chicharras. Me gritan. Me lloran. Me laceran.
Me dis-pa-ran tu nombre. Golpean en mis oídos. Retumban en mis orejas.
Las chicharras escupen balas, disparan como escopetas locas. Sólo falta que canten con tu voz. Sólo falta que desafinen, como cuando cantás. Los niños y yo hacemos como que no nos damos cuenta. Hasta pensamos que cantás bonito.
27 Un niño de diez años me declara su adversario. Cuando llego a la escuela, una gota de sangre, urticante y furiosa, le camina frenética por dentro. Es la cabeza de agua de un río en sus arterias, una cabeza pequeña que desata a un monstruo en miniatura.
Es grande lo que esconde. Su palpitar es un repiqueteo. Una procesión se esconde en el silencio. En cualquier momento explota. El ardor lo empuja. Le sopla un fuego. Enerva esa gota de sangre.
Si ese niño pudiera, me echaría de la escuela.
Si fuera un toro, me clavaría los cuernos.
Si fuera un hechicero, con su varita me dejaría en la inocente, indefensa situación de un sapo.
Quisiera ser Harry Potter, el niño quisiera. Quisiera dejarme al menos colgado de un árbol. No lo culpo. Pensaría algo similar siendo él. Odiaría a tu poeta.
Fue su destino tener una maestra que desata tempestades.
28 Trato de entender lo que les ocurre a los niños. Es algo puro, diáfano, cristalino. Es fuerte y violento como el amor. Es una cuchillada. Parte en dos un bosque. Los árboles tienen ramas caídas a los dos lados de la herida. La selva tiene un peinado al centro. Es un camino de fuego, una recta que arde, una llama en línea. Parece un caballo rojo que parte en dos naciones esta arboleda. Es tu paso por la vida de los niños.
29 Cae un ĂĄrbol sobre las piernas. Se sabe debajo del tronco. Es una carga de piedra. El mineral tiene ojos. EstĂĄn cerrados. El mundo no lo mira. Se sabe prisionero.
Este niĂąo no pudo darte un beso a la salida del aula. Eran muchos. Olvidaste a uno. Se va para su casa cargando un saco de penas.
30 No se sabe quién goza más, el agua o la flor. No sé si está más necesitada del contacto la ola o la arena. Cantan el viento y las hojas sueltas. Un tronco se distrae, se salva del aburrimiento con las plantas que crecen sobre su cadáver. Los niños te nutren, te inundan, te abrigan. Les enseñás todo lo que podés, pero aprendés más de ellos.
Son una caja de sorpresas. Con ellos, todos los días abrís una puerta. Es un privilegio que tenés como maestra.
31 Un niño dibuja un carro al lado de la asignación que le pusiste a la clase. Abrazás al niño. Lo felicitás.
Otro que estaba haciendo fila para que le revisaras esa asignación, corrió al pupitre, borró el carro desvencijado que había dibujado y se puso a dibujar uno nuevo.
Cuando le celebrás su dibujo, todavía está la huella del otro carrito por debajo del nuevo dibujo.
El niño se va orgulloso, como su compañero, ardido de júbilo.
32 Uno de tus niños te ha dicho que me pidás que me retire de la competencia. Como si esto fuera una carrera de caballos.
La escuela es campo minado para mí. Mis oraciones por vos son abundantes, pero se ven pequeñas ante las oraciones de quinientos niños. Ellos lo saben.
Quien te regala una pulsera, se cerciora de que yo lo sepa. Quien se enamora de vos, me llama su “adversario”. Es una guerra psicológica.
Vale más que crecen. Vale más que se irán de la escuela.
Otros enemigos de pantalones cortos vendrán a mi acecho.
Espero quedar curtido para nuevas batallas. Espero cumplir con aquello de que “gallo viejo con el ala mata”.
33 El niño tiene el cuello de su camisa mal puesto, levantado, arrugado, al estilo de los años 70, como lo usaba John Travolta. Con todo tu amor, te acercás y le acomodás el cuello. En un dos por tres, tres niños más se desacomodan el cuello de la camisa. Lo dejan urgido de tu atención. Pocas cosas se pueden ocultar con mayor dificultad que el amor.
34 Si pudieran, los niños te bajarían el cielo con sus dedos; llenarían el aula con mariposas; te traerían de regalo un delfín, un oso polar, un panda, un koala, un arrecife, un oso perezoso, un caballito de mar, un oso caballo.
Si pudieran, los niños traerían para mí un tiburón blanco, un elefante, un tigre, un cocodrilo. Que no haya oportunidad de supervivencia para este poeta.
Vale más que no pueden.
35 Para fechas especiales, cuando hay actos cívicos en tu escuela, los niños hacen fila para que les pintés
mariposas en la cara. También les pintás máscaras. Las alas en sus mejillas los encaraman en un árbol. Los elevan de un golpe tus colores. Los niños con una tela de araña entre una oreja y la otra pueden subir por las paredes. Cuando suena la sirena para el ingreso de las clases, todos vuelven al aula. Parece que nada hubiera ocurrido. Como cuando Super Man es de nuevo cualquier periodista. Pero cada niño sabe que esconde una mariposa con la que vuela. Cada niño sabe que tu mano es mágica y poderosa. Para ellos, los super héroes no sólo existen en las películas.
Conforme vas pintando, tus dedos se adelgazan, se perfilan, se secan. Terminan siendo dos varitas. Como las varitas de las hadas madrinas.
Pero no te sueñan como un hada. Sos, de pronto, la princesa de los chiquitos, la Blanca Nieves, la reina indígena, el amor que les quita el aliento.
De nuevo voy perdiendo contra los hombrecitos cuando les pintás figuras impredecibles encima de sus sonrisas.
36 Tus niños aprenden a golpearse. Ven lucha libre por la televisión. Se agreden mientras lanzan gritos, hacen gesticulaciones y utilizan los vulgares mecanismos que les muestran en la pantalla de la sala de su casa. Unos quedan con un ojo morado. Otros con raspones en las rodillas.
Los controlás con tu dulzura, los tranquilizás, les prohibís los pleitos viéndolos a los ojos y le hablás a los papás.
Una madre te dice la verdad. Ella puede vigilar a su hijo, intentar que no vea lucha libre por tele, pero seguirá peleando en la escuela.
Pelea por tu amor.
Es mejor que no lo reprendás más.
Que corran, que mejengueen, que se lancen por el subibaja, que se agarren y tengás que separarlos, que no disimulen su agitación cuando estás cerca.
37 Compraste un pliego de corazones rojos para pegarlos, uno por uno, en los cuadernos de los niños. Hubo rebelión en tu escuela. Primero, compitieron por tener la mayor cantidad de corazones. Y después empezaron los problemas. Los niños robaban los corazones de cuadernos ajenos y varios niños sugirieron a la otra maestra, la maestra de todos los días, que se fuera para la casa y te dejara la semana entera dando las clases. Mejor dejá en la casa esos corazones rojos.
38 En tu escuelita pobre, en las afueras del pueblo, en los alrededores de la pequeña ciudad, los niños sufren carencias, tienen muchas necesidades, comen porque la escuela tiene comedor.
Ahí descubrí otra forma del amor. Es el amor que le tenés a estos chiquitos. Sobre todo a los que no ven bien, a los que tienen hambre, a los golpeados en sus casas, a los que no conocen al papá, a la niña que roba el dinero de tu cartera.
Ese amor que yo no conocía, el amor partido en tantos ojos, el amor que se lanza sobre tu cuerpo cuando cada niño te abraza, ese amor tuyo, esa misión tuya, esa entrega sin condiciones es mi nuevo canto, una canción de fe.
39 Suerre es el pueblo de las montañas misteriosas, las montañas que me dicen siempre algo. Suerre es un pueblo entrañable por alguna razón que no entendía.
También te pasa eso con Suerre. Y los niños del pueblo te aman. Los niños velan por tu sueño cuando tenés una clase libre. Ellos creen que les pertenecés. Ellos saben que sos parte de sus sueños.
Suerre es la tierra de este poeta. Es el sitio más querido por su maestra.
Para nosotros dos, Suerre es la patria de Dios.
40 Cómo harán estos niños para leer la
pizarra si es más dulce, más fácil, más bello leer tus ojos.
Cómo harán estos niños para estudiar de sus cuadernos si es más rico estudiar todo lo que dice ese mar de noche con que mirás.
Cómo harán para decir en la casa, en la escuela, que no quieren hacer otra tarea, que no quieren ir a otras clases. Cómo harán para soportar los meses de vacaciones sin tus ojos en el paisaje.
Cómo harán los que salen de sexto grado. Yo diría que este amor es una escuela. Siendo ellos, yo diría, por ejemplo, no quiero graduarme, no quiero ir al colegio, no quiero crecer, denme trabajo como portero de esta escuela.
Cómo harán para alejarse de tus ojos.
41 Mi abuela María fue maestra. Me enseñó a recitar antes de que yo entrara a la escuela. Por ella, recito a Darío y a Martí. Antes de que yo entrara al kínder, ella me abrió un cofre lleno de palabras.
Mi abuela María me mostró el poema, me abrió el cielo, me mostró el paraíso con sus manos. Cantaba para mí y me enseñó las tablas para multiplicar. Aprendí la raíz cuadrada.
Muchos años después, un poeta mexicano me explicó esta verdad que cargo, que llevo a cuestas. La poesía es música y es matemáticas. No sé si lo sabía mi abuela María, la maestra. Ella aró en mí, regó en mí la semilla y ya estoy crecido de plantas, repleto de flores.
Se parecía a vos, mi abuela. Era flaquita como vos. Era menuda. Parece que a las dos se las puede llevar un ventolero.
Seguramente de ella también se enamoraban los niños. Ella me dio todo lo que te doy.
Es la mamá de mis poemas.
42 Para Popo Dada
Hablás y los niños ven el sol, ven las estrellas. Decís la noche y los niños escuchan los grillos, las ranas, el viento, los cantos de sirena.
Decís el cielo y ellos ponen ahí sus papalotes, sus aviones de plástico, sus naves espaciales.
Decís la tierra y sacan lombrices para ir de pesca.
Decís mañana, se brincan la noche en su cabeza y ya quieren que amanezca.
43 La maestra es mi guarida secreta,
es el fuego de mi linterna,
es mi señal de paso,
mi semáforo en verde,
mi camino a las nubes en un arco iris,
las alas de mi mariposa.
Los niños quieren decírtelo.
Yo lo escribo por ellos.
44 Los niños te cuidan con los ojos. Te cuidan con sus oraciones. Hablan con Dios con franqueza.
Los niños nacen con una luz. Se va apagando con el tiempo. Como te quieren tanto, te regalan esa luz, te dan de esa llama que llevan por dentro.
De noche, alumbrás tu cuarto, alumbrás tu casa, me alumbrás.
Cualquier espíritu maligno huye. Tenés el fuego que los quemaría.
45 Un niño llega descalzo a la escuela. Le preguntás, “¿qué pasó con sus zapatos?” -Maestra, se me mojaron.
A la semana, llega con sus únicos zapatos, los tacos de jugar futbol.
Se los quita para estar en clases. Sólo los usa para llegar y para salir de la escuela. En la escuela, anda en medias. Tienen huecos.
Toda la semana pasás pensando en él. Cómo hacer para que crea en Dios, en el futuro, en la esperanza, en la justicia, cómo hacer si no tiene ni zapatos.
Un día de tantos me envías un mensaje que dice, solamente, “hoy vino con zapatos”.
Zapatos negros, pobres, con cordones de otro color, sucios, pero zapatos.
Lamento no haber estado ahí. Lamento no haber visto tus ojos cuando lo viste entrar al aula ese día tan feliz.
46 No me asusta llevarte a la casa de mi abuela, donde aparece por las noches un niño que murió ahí hace muchos años. No te asustará. Vivos o muertos, los niños son niños. Los niños fantasmas siguen siendo niños.
Hay algo en vos que no reconozco enteramente. No puedo. Estoy viejo para eso. Sólo los niños lo entienden, lo miden, lo sopesan.
Igual ocurre con Demetrio, el niño que vive desde hace muchas décadas en la casa de mi abuela sin que pase el tiempo por él.
El niño también te querrá y te respetará.
Lo único que temo es que también se enamore de vos.
Sería peor mi martirio. Niño y fantasma, dos enemigos en uno.
Empezarían a moverme las sillas, a correrme las cosas, a molestarme en esta casa por las noches.
47 Para tus niños, no envejecerás, no pasarán los años por tu rostro, no habrá fisuras en tu risa.
Cerrarán los ojos cuando quieran y ahí estará la maestra, fresca y bella, luminosa.
Pronto serán de tu estatura, pronto de tu edad. Para ellos, siempre serás la misma muchacha esplendorosa y risueña.
Debo compartirte con ellos como se comparte el mar, como se comparte el paisaje.
48 Si los niños supieran que tuviste un cerdito, un chanchito, como mascota, todos querrían que les crecieran las orejas y que les saliera un rabo sacacorchos. Andarían diciendo ño ño ño ño ño tras tus pasos cuando entrás al aula. Mejor que no saben. Algunos de ellos serían chanchitos con alas.
Camilo Rodríguez es periodista y escritor. Tiene 33 años. Ha publicado más de 90 libros.