Guapileños 1

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Don José Joaquín Garita El boticario de Guácimo Llegó a la zona hace 33 años, siendo un chiquillo. Ya había estudiado Enfermería y lo mandaron a trabajar a la Clínica de Siquirres. De ahí se vino para montar un botiquín en Guácimo. Durante 23 años, José Joaquín Garita Villalobos fue el único boticario de la zona. "Aquí en Guácimo no habían farmacias, sólo en Guápiles. Me tocó atender a toda la gente, porque si no los atendía yo, morían", cuenta Garita, quien atendía a los intoxicados de la bananera y hasta le tocó atender partos en el tren. El Ministerio de Salud le proporcionaba suero antiofídico, porque las mordeduras de serpientes eran cosa de todos los días. Y era el responsable de tomar las muestras para las pruebas de malaria, así como de atender los casos del INS. Casó con Marta Ureña y aunque no tienen hijos, él ha visto y cuidado a casi todos los niños del pueblo. Hace poco se retiró, para lo que se había preparado emocional y económicamente. Ahora quiere dedicarse a la agricultura, pero la gente lo sigue buscando. Es que en Guácimo todo el mundo lo quiere y creen mucho en él. Por eso, José Joaquín Garita es y seguirá siendo "el boticario del pueblo".

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AMALIA GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ Doña Amalia Gutiérrez Gámez nació en 1873, por lo que, cuando la entrevistaron para la revista de la primera generación del Colegio Agropecuario de Pococí, en 1973, tenía 100 años. Era nicaragüense, pero vivió casi toda su vida en Guápiles y casó dos veces aquí, primero con un español, don Francisco García García, y cuando murió don Francisco, casó con don Jesús Ramírez, oriundo de Naranjo . Tuvo siete hijos, pero de ellos, sólo uno estaba vivo cuando ella cumplió 100 años. Se llamó Josefino Gutiérrez Gámez, o sea, solamente tenía los apellidos de su mamá, y trabajó mucho tiempo en la Alcaldía de Guápiles. Cuenta doña Amalia cómo era Guápiles en 1904, cuando ella llegó al pueblo. "Cuando llegué aquí, sólo había dos casas, una era de don Gonzalo Quirós y la otra de don Goyo López. (La casa de don Gonzalo Quirós estaba donde hoy está la Escuela Central de Guápiles). Y en Toro Amarillo vivían don Santiago Chamberlain y don Jacinto Xirinach. Había más casas, pero estaban metidas entre el monte". Le preguntaron después, cómo fue creciendo el comercio. "Después, había dos comisariatos, uno en Toro Amarillo, propiedad de unos chinos, y el otro en Guápiles, propiedad de la United Fruit Company. Se establece el cantonato en el año 1911. En ese momento, ya había un caserío importante. Además, ya en ese tiempo, en La Unión ya existía una gran finca ganadera que tenía unos 600 empleados". Luego, le preguntaron por el Obispo Augusto Thiel, y si era cierto que había pasado por Guápiles. "Sí, por ahí del año 1900, o sea, cuatro años antes de que llegara yo, estuvo aquí el Obispo Thiel. Según parece lo llevaban preso a Nicaragua, desde donde iba a ser desterrado a Alemania. "Mucha gente regó la bola de que el Obispo Thiel maldijo a Guápiles. No señor, eso sí que no. Son versiones falsas. El hecho de haber pasado por aquí no era motivo alguno para maldecir este lugar. Además, ningún guapileño tuvo nada que ver con él y mucho menos con su captura y destierro. Aunque no se puede dar como cierto, algunos también dicen que al pueblo que maldijo fue a Siquirres y otros dicen que a Guácimo".

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La primera escuela "En Guápiles, al principio existía una especie de escuela privada, porque daban lecciones solamente a domicilio. Desde luego que esto sólo podían hacerlo quienes tuvieran posibilidades económicas, que eran los Chamberlain, los Xirinach, don Gonzalo Quirós y don Goyo López. Nadie más. "Pero en sí, la primera escuela de Guápiles, con características de escuela pública, comenzó a trabajar en 1918. Esa escuela se llamó Matías León. Posteriormente, cuando la United Fruit se fue, se trabajó en el edificio que había servido como hospital de la bananera. "Estamos hablando de los años 20 y 30, cuando la moda era andar unos vestidos largos, muy largos, hasta el tobillo. Los zapatos eran de tacón cubano de gamuza o encharolados. El pelo de las mujeres era muy largo, hasta donde pudiera crecer. Y aquí en Guápiles se dio el caso de algunas jóvenes que tenían que llevar en brazos su enorme cabellera. Los hombres andaban con pantalones muy anchos y con zapatos con remaches. "No había tanto vicio como ahora, pero sí había. La gente tomaba mucha chicha y mucho guaro de contrabando. Se toma licor en grandes cantidades. No le mentiría si le dijera que casi en todas las casas del pueblo se sacaba contrabando. "Y le voy a hablar de los precios de lo básico, que uno usa en la casa, para que se caiga de espaldas. Una libra de arroz en esos años costaba 15 céntimos; una libra de frijoles 15 céntimos; una libra de papas 10 céntimos; una libra de manteca nada menos que de chancho costaba 15 céntimos; una libra de cebollas también, y un bollo de pan sólo 5 céntimos. Pero recuerdo más, por ejemplo, una tamuga de dulce de 9 libras costaba 35 céntimos; una botella de leche, 20 céntimos; un vaso de natilla legítima, sin maicena, costaba 15 céntimos; una yarda de poplín ancho 25 céntimos, y un par de zapatos de remaches para trabajo 6,50".

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Don Tino Zúñiga El gran Patriarca de Rita Viene caminando hacia el portón de su casa. Es macizo aunque las rodillas le fallan. Y cuando habla, uno se entera que está frente a un hombre fuerte, que a pesar de sus 92 años guarda en su dignidad un gran tesoro. Llegó a la zona mucho antes del 48. No precisa cuándo, pero fue hace tanto que las fechas ya no importan. Y lleva en su memoria el testimonio viviente de nuestra historia. Don Florentino Zúñiga Jiménez, mejor conocido como Don Tino Zúñiga, es una institución en Rita y en Pococí. Llegó a la zona siendo un muchacho, y se ha forjado a puro trabajo. Al principio era peón maderero y terminó siendo pulpero, comerciante y ganadero. Es uno de los últimos portadores de la letra menuda de la historia, que lleva entre el pecho y la espalda. Es un hombre más grande por dentro que por fuera, porque en su interior anidan los recuerdos y las luchas de más de medio siglo de la vida de Pococí.

Los tiempos de mucho trabajo Don Tino llegó antes del 48, y se puso a sacar madera de los alrededores de Guápiles, porque ya en el río Corinto o cerca de Roxana todo era selva inhóspita y despiadada. "No hay dulce sin amargo. A mí me tocó vivir los tiempos en los que apenas había para comer", cuenta Don Tino, quien se vino a trabajar con don León Weinstock, un polaco que había llegado al país huyendo del Holocausto, y que se convirtió en el gran promotor del desarrollo de la zona. "Aquí los que teníamos algo era porque trabajábamos con don León. Sólo él y don Nacho Cruz tenían cómo vivir y darle trabajo a los demás. Aquí no había plata, y donde no hay plata nadie puede hacer plata. No había nada y había que trabajar mucho. "Imagínese si eran tiempos malos, que don León muchas veces tenía que dar la madera fiada, y le iban haciendo paguitos. Por eso, nosotros íbamos a trabajar y el pago llegaba poquito a poco. Lo que nunca nos faltó fue comida," recuerda Don Tino, quien tiene fama de gran cocinero. "Diay, es que en la montaña vivíamos solos, en un ranchillo, y me 4

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tocaba cocinar. No, es que de verdad se ponía difícil la cosa," dice gravemente este señor que ha vivido casi un siglo, y que no piensa morir.

Sólo había montaña Don Tino vivía en la montaña, trabajando, y los días que iba a Guápiles, don León Weinstock le tenía un cuarto. "Don León tenía el negocio más grande de la zona, y vendía desde comedera hasta zapatos. Siempre fue un gran ser humano, y le daba comida a todo el mundo, aunque ni siquiera tuviéramos cómo pagarle." "En esos tiempos no había ni una vara de carretera. Para ir a Roxana había un tranvía, y de ahí para adentro, eran trillos," cuenta Don Tino, quien después de trabajar en madera pasó a ser el administrador de la Finca Guajira, que tenía 200 hectáreas de cacao, y cientos de hectáreas abandonadas. Fue ahí donde se levantó don Tino, compró tierras e instaló una pulpería frente a donde ahora está la gasolinera de Rita. "Es que cuando llegó la compañía bananera llegó la plata, y con la plata ya todo cambió. Es que sin plata no se puede ir ni a misa, porque no hay nada para echar en la limosna." Cuenta que de ahí para acá ya pasó de lo amargo a lo dulce, porque "con plata todo es más fácil". Pero hay en su pasado mucho trecho de historia oculta ya en el olvido.

El camino de Carrillo Don Tino nació y se crió en San Isidro de Coronado, y conocía Guápiles porque varias veces vino a pie por el camino de Carrillo. "Era un camino de piedra, que se venía en medio de la montaña. Salíamos de Coronado y avanzábamos por San Jerónimo. Pasábamos por La Palma, por El Alto de la Hondura y por El Bajo de la Hondura. En ese tiempo, ese camino era muy importante. Calcule que por ahí venían el teléfono, el telégrafo y el cable. Llegaba hasta algún lugar a la orilla del río Sucio. Es que todo eso se perdió en la selva. El tren llegaba hasta el otro lado del Sucio, en el ramal que venía de Guápiles a Río Frío, y entonces pasaban todo lo que venía en carretas desde San José. Pero cuenta que los ríos se fueron llevando todos los puentes del camino, y la naturaleza no ha dejado ni el rastro de esa vía. "Aquí la Camilo Rodríguez Chaverri

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naturaleza hacía con nosotros lo que le daba la gana. Recuerdo cuando se desbarrancaron unas lomas y el tren no pudo entrar durante tres meses. Don León Weinstock agarraba una avionetilla en la finca Bremen (donde ahora está la EARTH) y se iba a traer algo de comida. A la vuelta lo esperaban con el tranvía, y se venían por la línea hasta Guápiles," dice don Tino. "Aquí como que se olvidan que los ríos son furiosos. Siguen siendo muy bravos. Hace poco el Río Blanco se llevó el puente del tren, que era uno de los pocos que nos quedaban. Para que usted vea que aquí la cosa no es jugando."

Se enfrentó al tigre "No me gusta hablar de eso, porque dicen que uno está rajando y más de uno se va a reír de mí, pero no importa. Aquí había mucho tigre. Una vez íbamos con unos perros, y se le encaramaron al tigre. Estábamos un compañero y yo por las vegas del Toro Amarillo, y lo enfrentamos con unas cañas con punta. Si no hubiera sido por los perros nos matan. Pero al final lo pudimos matar," recuerda Don Tino, quien, sin embargo, nunca fue cazador. "No me gustaba cazar, pero sí me gustaba la carne. Aquí había mucho saíno, venado, danta y tepezcuintle. De todo encontraba usted en las casas. Pero no me gustaba la cacería. Es que me parece que es como para gente acomodada, y también que es una 'vagamundería'. Mejor no lo digo muy duro, para que no se resientan, pero la cacería es para los 'vagamundos'," confiesa, hablando bajito, para no ofender.

Quiere vivir mucho Ya no tolera el frío de Coronado, donde todavía tiene una casa. Prefiere su hogar en Rita, donde vive cerca de algunos hijos y rodeado del cariño de mucha gente. "Nací el 7 de enero de 1909. Cuando el terremoto de Cartago, en 1910, era un mocoso, y lo aguanté. Es que soy de gente que dura mucho. Imagínese que mis papás llegaron a cumplir 75 años de casados, cuando Papá tenía 98 años y Mamá tenía 96 años. Es que somos duros de pelar," dice, muerto de la risa. Casó a los 38 años, con una muchacha veinte años menor que él. Con Doña Emilce Vásquez Steller tuvo cinco hijos, Mayra, Nuria, 6

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German, Evelio y Jaime. Tienen catorce nietos, siete bisnietos y dos tataranietos.

Zapatos figueres Con los zapatos figueres que ha usado desde hace muchos años, cruza la pierna en la mecedora del corredor de su casa, y me invita a comer pejibayes y galletas. Come de todo, pero poquito. En eso llega una nieta con una amiga, y se olvida de mí. Las jovencitas me roban su atención. Luego me confiesa, delante de ellas, que ahora es medio vagabundo. "Ya ni madrugo. Me acuesto a las 8 y me levanto hasta las 6. De por sí, pa'qué voy a madrugar," dice. Procedo a tomarle unas fotos, y con una sonrisa pícara dice que esa parte le gusta más que hablar "No ve que después de viejo me puse hasta bonito," concluye, como un chiquillo por el que no pasan los años.

No piensa en la muerte "Ya me varé de las patas, pero tampoco hay que quejarse. Como bien, nada me cae mal, duermo bien y no ando en la calle sólo porque me da miedo caer entre un hueco. En cambio entre los potreros sí ando y tengo unas vaquitas y siembro en un pedacito detrás de la casa. Por lo menos ahí tengo plátanos y yuca para el consumo," dice Don Tino, orgulloso y siempre fuerte. "Aunque me fallen las rodillas, yo no pienso en morirme. Nada de eso, ni que estuviera uno tan mal," afirma seguro. Dice que uno de sus tesoros es que siempre cultivó muchos amigos. "Yo era amigo de todos. Don León Weinstock fue como un hermano para mí. Y aunque yo siempre he sido liberacionista, en los tiempos del 48 era amigo de todos. Ni siquiera los calderonistas pueden decir que les hice algo malo, o que hablé mal de ellos. Siempre admiré a la gente trabajadora y buena, y nunca me importó su color político. "Por ejemplo, aquí hay que mencionar a don Nacho Cruz, porque también fue muy importante para el desarrollo de la zona. Era un hombre muy trabajador. Sacaba madera junto a sus muchachos, y los fines de semana salía a Guápiles donde estaba su señora con las muchachas. Cuando murió ( en la guerra del 48 ) Guápiles perdió a un gran hombre.

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Don Omar Hernández Fernández En memoria de un gran hombre En El Guapileño aplaudimos la decisión de la prestigiosa empresa Importadora Monge de nombrar gerente en Guápiles a Eddy Brenes Alvarez. Es que Eddy es un muchacho serio y muy trabajador. Además, es un guapileño de cepa. Estuvo en La Escuela Los Diamantes y la Escuela Central, así como en el Colegio Técnico de Pococí. Y gracias a una beca de la municipalidad estudió Administración de Empresas en la SubSede de la Universidad de Costa Rica en Guápiles. También ahí tuvo un destacado papel como líder estudiantil. Eddy está muy contento en Importadora Monge, pues, considera que la empresa es muy sólida, tiene muchas garantías, se preocupa por capacitar al personal y lucha por ofrecer los mejores precios y la mejor calidad. Felicitamos a Eddy, quien ya había demostrado una gran capacidad de trabajo con un grupo de destacados empresarios de la zona. Así que usted puede ir a Importadora Monge a hacer un buen trato con Eddy Brenes.

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Don Mario Soto

El gran capitán del barco Da gusto escuchar cómo trata a sus empleados. Siempre con el mismo respeto y la serenidad que lo caracteriza. Es que dirige la empresa con sabiduría y humildad, como se debe. Don Mario Soto, el gerente de Empresarios Guapileños, es una persona muy interesante y un gran promotor de nuestro desarrollo. Tiene 27 años de estar en la zona. Es de Santa Cruz de Turrialba y cuando estaba en el último año de administración de empresas en la Universidad de Costa Rica, tuvo que hacerse cargo de las empresas de su padre, pues, lo golpeó una vaca y lo mandó al hospital, donde estuvo más de un año. Dos de sus hermanos estaban estudiando en México, por lo que quedó al frente de las fincas y de los camiones de su papá. En 1973 llegó a Guápiles y estuvo a la cabeza del Banco Nacional durante toda esa década. "Soy de campo. Por eso ayudo a los agricultores de la zona, y por eso me acuerdo de los viejitos que se partieron el lomo produciendo. De ahí que siempre haya peleado en la empresa para que se conserve la costumbre de sacar a los viejitos del Hogar de Ancianos. Los llevamos a pasear una vez al mes, conservando una iniciativa de José Alberto Castillo", comenta Don Mario. Estuvo en la Junta Administrativa del Colegio Técnico de Pococí y fue miembro de las primeras directivas de Expo Pococí. "Ahora el caballo tiene montura y aperos. Cuando eso, había que hacer milagros para que la feria saliera bien", confiesa, y dice que ahí aprendió mucho de grandes dirigentes y pioneros de la zona, entre ellos Don Carlos Arroyo (qdDg), Don Carlos López (qdDg) y Don Carlos Rodríguez. Al frente del Banco Nacional abrió la sucursal de Río Frío y realizó todos los estudios para la apertura en Cariari. En la década de los ochenta se inició en la industria del transporte, junto a los hermanos Jesús y Alfredo Rojas, y luchó por el desarrollo de comunidades como Palmitas, Ticabán, El Jardín y Campo Dos. Luego estuvo en Coopetragua y con Empresarios Guapileños, primero con José Alberto Castillo, y ahora con Jorge Solano y su hijo Jorge Eduardo. La gente lo quiere tanto que hasta lo han propuesto para candidato a diputado, pero él dice que prefiere ser "politico", que político, pues, lo que quiere es ayudar al desarrollo de la zona, sin que importe la preferencia electorera de cada quien. Su trabajo también ha sido fundamental en el Santos de Guápiles, Camilo Rodríguez Chaverri

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pues, primero fue vicepresidente y ahora es el tesorero del equipo. Y sale adelante con todo. Es que Don Mario Soto es un gran capitรกn del barco.

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Don Guillermo Méndez Porras Un libro abierto de nuestra historia Es común verlo en la Soda Pips, frente a la Parada de Buses de Guápiles, con su paraguas inseparable y su sonrisa de chiquito maldoso. Tiene 75 años y llegó a Guápiles de 17, por lo que ha vivido mucho de lo más importante de nuestra historia. Es que, aunque llegó hasta Sexto Grado, ama la lectura, se ha cultivado solo y ha estudiado tanto sobre esta zona que se convirtió en uno de nuestros más grandes intelectuales de nuestro cantón. Conocí a Don Guillermo Méndez Porras en los programas de radio de otro patriarca de Pococí, Don Miguel Jiménez, uno de los locutores más antiguos de la zona y un gran creador de opinión pública. Estaba yo en el colegio y don Memo se convirtió en mi gran maestro con respecto a todo lo que tenía que ver con el pasado de la zona. Es que tantos años aquí y la consulta de tantos libros, han permitido que tenga una visión muy clara del ayer, del hoy y del mañana de nuestra región.

Se habían ido las bananeras Don Memo Méndez llegó a Guápiles en 1942, procedente de Tres Ríos. Venía con sus papás. Acababa de irse la compañía bananera para la Zona Sur y todo lo que había en la zona se resumía en tacotales y abandonos de banano. "La zona era muy rica, pero la gente era muy pobre. Se estaba formando un bosque secundario sobre todo lo que había sido cultivado. Y 'pegaban' muy bien el maíz, los frijoles, el plátano y los tubérculos. Así era como se la jugaba la gente. El tren salía en la mañana y volvía hasta la tarde-recuerda don Memo-. El tren dormía aquí, y la casa de máquinas estaba donde ahora está la Casa de la Cultura. Luego, ahí mismo estuvo la estación, cuando extendieron la línea de Guápiles y de Roxana hacia Río Frío," explica este hombre de mirada de águila, parecida a la de don Pepe Figueres, relampagueante y viva. Empezó a sembrar de todo y se enamoró de las tierras de la región. Desde entonces ha estado ligado a la zona. Incluso, durante un tiempo estuvo de nuevo en el Valle Central, pero viajaba todos los fines de semana. "Tuve durante unos años un negocio de abarrotes en Zapote, pero no puedo decir que haya vivido en San José en esos años, ni que Camilo Rodríguez Chaverri

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haya vivido en Guápiles. Vivía en las dos partes."

Regreso entre vacas y chanchos Tuvo el negocio en San José durante los años sesentas. Luego regresó para quedarse en la zona para siempre. Empezó a producir en su finca con cerdos y vacas, y estudió muchos libros de Derecho. "Tengo dos hijos. Noemi es contadora y economista. Y Luis Guillermo es abogado. Yo siempre he tenido la espinita de las leyes. Mi hijo estudió en la Universidad de Costa Rica, y en Estados Unidos y Canadá. Después trabajó cuatro años y medio en la Corte Internacional de Derechos Humanos, en Ginebra, Suiza. Eso me ha hecho acercarme más al Derecho," reconoce Don Memo, quien fue regidor de 1970 a 1974, así como fue secretario de la Asociación Deportiva de Pococí y ha estado en diversos grupos ambientalistas y en comités de lucha. Don Memo dice que la zona es muy distinta a la que él conoció, y que los cambios le han exigido analizar nuestra historia para ver cuál debe ser nuestro verdadero camino de desarrollo. "Cuando llegué solo habían caminos de hierro: el ferrocarril y el tranvía, tirado a caballo o en mula. Aparte de la línea, había que movilizarse a caballo. Había bastante paludismo, varios tipos de fiebres, papalomoyo y muchas serpientes." "Cuando uno comentaba en San José que venía para esta zona le preguntaban que a qué, porque aquí la gente sólo podía venirse a morir por las fiebres o las mordeduras de terciopelo."

Abundaban hasta las lapas "En la zona abundaban la cacería y la pesca. En todos los ríos había infinidad de variedades de peces comestibles. También quedaban los grandes árboles de jabillo, que ha sido siempre la comida principal para las tapas. Aquí había montones de lapas y de guacamayas. Ufff... no puede uno imaginarse cuántas. Esos árboles no eran talados porque eran muy anchos y fuertes, y sólo se cortaba con hacha. Cuando llegaron las motosierras hicieron fiesta con los árboles de la zona. Han dejado la tierra desnuda. Eso provoca que todo lo demás se haya ido acabando poco a poco," dice Don Memo, nostálgico. "La mayoría de las casas eran barracones que había dejado la compañía bananera. Pero, más que casas, lo que existía en la zona eran ranchos pajizos. Durante la época de la Segunda Guerra Mundial, al 12

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final de los años 30s e inicios de los 40s, las tierras de Pococí fueron sembradas con abacá. No existían ni el plástico ni el nylon, y de esa planta extraían fibras que resultaban muy importantes hasta en la guerra. También trajeron miles de árboles de caucho. No era el caucho que crecía naturalmente en esta región, y que aquí llamamos hule. Era otro tipo de caucho, y hubo grandes sembradíos en La Francia de Siquirres, en Luisiana y en la Finca Los Diamantes, pegadita a Guápiles," recuerda Don Memo, quien explica que el caucho silvestre, que abundaba en la zona donde ahora está Cariari, era extraído por los huleros de la zona. "No existía ni el sueño de Cariari. Todo eso era pura selva. La gente se metía de Rita hacia el norte para sacar hule y vendérselo a una empresa llamada La Ruber, y que estaba en Limón." "En ese tiempo también se exportó madera de balsa, que servía para relleno de ciertas embarcaciones de guerra," agrega don Memo. Después de la Segunda Guerra Mundial aparecieron los sustitutos sintéticos del hule, por lo que abandonaron las plantaciones de caucho de la zona. E igual ocurrió con las plantaciones de abacá. Entonces, se intensificó la explotación de la madera de la zona. "Aquí sacaron mucha madera tanto por el ferrocarril como por las barras. Por el mar se sacaba madera que iba para Cuba. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con el cedro amargo. En los años 40s y 50s lo que ahora es el Parque Nacional Tortuguero, en el norte de Pococí, fue explotado por los madereros. Todos esos bosques son secundarios y desde hace mucho conocieron la mano del hombre," nos aclara.

El regreso del banano En los años 60s regresaron las bananeras. Don Memo tiene claro el panorama de esa época. "Hay un pionero que debemos recordar porque tiene un lugar muy especial en nuestra historia. Se trata del ingeniero Rodolfo Martín Borges (qdDg), que fue vital para el desarrollo bananero de la zona. También don Yoyo Quirós, que fue ministro de Agricultura y embajador, así como sus hijos. Don Yoyo logró hacer semilleros en la Finca Los Diamantes, aunque la compañía se empeñó en que no lo lograra. Ahí nacieron muchos bananeros independientes. Y algo muy curioso es que algunas familias han conservado la tradición bananera. De hecho, Gerardo y Carlos Roberto Quirós, los hijos de don Yoyo, son la tercera generación de bananeros, pues, su abuelo materno lo fue. Era de apellido Villafranca. De ahí surgió el nombre de un pueblo de Guácimo," asevera Méndez. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Hay muchos aspectos de la historia bananera de la zona que no se deben perder. Por ejemplo, las primeras plantaciones de banano de la zona fueron impulsadas por los hermanos Tinoco muchos años antes. También fueron ellos quienes impulsaron la construcción del ramal del ferrocarril que llega a Guápiles," comenta.

El ganado y las barras "En los años 60s también se dio un auge ganadero en la zona, debido al ingreso de las razas indias, conocidas como cebú. Y para ese tiempo realicé una publicación sobre las lagunas del río Tortuguero y el río Colorado. Hice un análisis de las leyes que le daban contenido económico a la canalización del Tortuguero, el ferrocarril a Guanacaste y las colonias de Pococí, que eran San Rafael y Jiménez. Todo eso iba incluido en una sola ley, que se había aprobado en 1930. Treinta años después no se le había dado un solo palazo al Tortuguero. Mi publicación despertó mucho interés y se asignaron 18 millones para la canalización del Tortuguero, lo que se convirtió en el principal soporte para el desarrollo de las barras y el turismo de esa región. Yo había llegado a esa zona sólo por el mar. Hay que saber que esa fue un área de comercio muy importante para los aborígenes. Desde San Carlos habían caminos de piedra de 20 metros de ancho, y en el Cerro Tortuguero hay un botadero de restos de cerámica precolombina. En sus diarios, Colón dice que frente a esa costa (de Tortuguero) él pudo observar una embarcación grande de los nativos." "Cuando conocí esa zona había mucho gaspar, ese pez tan extraño y fascinante, y mucho manatí, y ahora ambos están en vías de extinción." Don Memo Méndez recuerda que había mucho tigre, y que eran muy perseguidos porque causaban muchos daños a los finqueros, a quienes les mataban terneros y cerdos. "Una vez, un hombre mató tres tigres entre el Río Toro Amarillo y el Río Blanco. El creía que se trataba del mismo tigre. Tiró el primero, pero los perros siguieron hasta que terminaron la faena con el tercero."

La Braulio Carrillo

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De lo reciente, destaca, la apertura de la Carretera Braulio Carrillo, que convirtió a Guápiles en una ciudad importante. Considera que Pococí es el cantón con mayor proyección de desarrollo de todo el país, a pesar de que los gobiernos no han atendido las necesidades de sus agricultores, pues, les falta asesoría, organización y planeamiento. Y sostiene que el principal problema que enfrentamos es el alto riesgo en que se encuentran nuestros ríos. "A pesar de que la zona tiene muchísima agua por todo lado, hay problemas de agua potable en muchísimos pueblos vecinos. Muchos miniacueductos son pozos contaminados. Hay estudios que dicen que de 300 pozos, al menos 90 están contaminados.:Por esto es que considero que la instalación de plantas hidroeléctricas en la zona nos pone en grave peligro. En ningún proyecto se ha tomado en cuenta las necesidades de nuestra población. "Además, desviar ríos es una locura. Hablan de un túnel y un canal que irían encima de las nacientes de Pococí y Guácimo. Es una irresponsabilidad. Todas las piedras que existen en Guápiles indican que hace muchos siglos unos cerros se desprendieron hacia acá. Mentira que eso es provocado únicamente por alguna erupción volcánica. Un proyecto hidroeléctrico que no contemple eso puede ser una emergencia nacional," puntualiza don Memo, el libro abierto de nuestra historia.

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Don Ramiro Soto Ovares

El boticario de nuestra historia

Cuando llegó a Guápiles, el pueblo era como una aldea: pequeñito, pobre, remoto, inhóspito, desamparado. Tenía 16 años cuando su padre de crianza decidió traerse a la familia para este sitio, que era el último rincón donde el Diablo hubiera escogido para perder su chaqueta. Abrieron la Botica San Roque cuando no había una sola venta de medicinas en toda la zona. Don Ramiro Soto era apenas un niño, pero lo recuerda con nitidez: "Guápiles era muy pobre. Se sembraba maíz y habían dos cosechas por año. Si la gente perdía la cosecha seguía adelante. Llovía muchísimo, más que ahora, y las dificultades nos obligaban a ser muy unidos," recuerda don Ramiro, quien llegó a la región en 1945. "Aquí era muy pequeñito, pero muy bonito. Estábamos lejos de todo. Y eso nos trajo más de una aventura. Una vez, en 1949, tuve que salir a pie hasta Cartago. Nos íbamos por un lugar llamado San Valentín. Era un trillo y nos desviábamos para caer a Pacayas. De ahí bajábamos hasta llegar a la vieja metrópoli," cuenta don Ramiro, quien dice que los pormenores de esta historia ilustran la clase de vida que se tenía que soportar aquí. "Todo el viaje hasta Cartago se debió a que me fui con don Jorge Royo (qdDg) a dejar una comedera de una familia por el Río Elia, que ahora parece que está cerquita de Guápiles, pero que entonces parecía muy lejos. Cuando íbamos, nos tiraron una soga para pasar al otro lado, pero una vez allá el río se creció y no podíamos regresar. Por eso tuvimos que dar toda la vuelta. Don Jorge, que era una gran persona, se tomó unos traguillos, y así nos fuimos". Cuenta Don Ramiro que después hicieron de nuevo el viaje, pero ahora para cumplir una promesa, pues, cuando se robaron a la Virgen de los Angeles, el señor Royo prometió que si aparecía él iba a llegar caminando desde Guápiles con una piedra en la cabeza. "El padre del pueblo se dio cuenta y fue a convencerlo de que podía cumplir la promesa sin tener que llevar la piedra en la cabeza. Le concedió que llevara una piedra pequeña en el bulto. Gracias a Dios, porque, si no, no hubiéramos llegado," dice don Ramiro, con una luz que le enciende el recuerdo en los ojos.

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"No había más que monte" "En esta zona no había más que monte. Uno echaba un perro en el centro de Guápiles y ahí por donde ahora está el estadio ya tenía tepezcuintles, venados y saínos. Muy poca gente tenía cocina de hierro, sólo fogones. Uno llegaba a las casas y se encontraba la carne al humo. Por eso, si alguien mataba una res tenía que andar mucho para venderla. Es que todos tenían carne del monte", explica don Ramiro, quien sostiene que lo único que no faltaba era el pan, pues, había dos panaderías famosas, la de Chumino (que todavía existe, a pocos metros de la Farmacia San Roque) y la de don José Quirós. "En el 48 se sufrió mucho. Nosotros éramos ulatistas, y aunque yo estaba muy carajillo viví esa época. Iban a meter a muchos en los calabozos, pero como no cabían, los encerraron en el teatro, que estaba al frente de la botica, donde ahora está la Tienda Laredo. Les llevaba la comida junto a Chumino y José Luis Arguello, y en el papel celofán les pasábamos mensajes. Nos descubrieron y fuimos a dar a la cárcel. Don Ignacio Cruz era un alto político calderonista y un hombre muy correcto. Nos sacó y me dijo respetuosamente que no volviera a meterme en esas cosas." "El 48 fue una época muy dolorosa. No había razón para que alguien como Don Nacho (Ignacio) Cruz muriera. El nunca anduvo con matonismos. Había sido regidor varias veces y era muy buena persona", asevera Don Ramiro. Cuando llegó Liberación Nacional, pusieron al joven Ramiro Soto a hacer guardia, junto a otras dos instituciones de nuestra historia, Luis Alvarez y José Campbell. "José se puso a explicarme cómo se usaba el arma y se voló el único tiro que tenía. Todo el mundo llegó a ver qué había pasado. Luego tuvimos que hacer guardia con un arma sin tiros," recuerda. "Otro día agarré un tepezcuintle mientras hacíamos guardia. Estaba en el puro centro de Guápiles", relata don Ramiro, quien casó cuando tenía 28 años con Doña Isabel Wachong.

Su relación con el boticario A los tres días de nacido Ramiro, murió su padre. Su mamá casó con quien fue visto por él como el papá. Se trata de don Noé Cascante, un hito en la historia de Pococí, el primer boticario de Guápiles, el famoso Camilo Rodríguez Chaverri

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"hombre del delantal blanco". Tiempo después llegó don Emilio Muñoz, el otro boticario de nuestro pasado. "Don Noé Cascante fue mi papá y el papá de mi hermana mayor, Nidia Soto (qdDg), la esposa de Rogelio Alvarado, quien era el sastre del pueblo. Don Noé fue un gran hombre. Era muy trabajador. Sólo pasaba de la casa al trabajo y del trabajo a la iglesia. Era amigo de ayudar sin que se dieran cuenta, lo que me llena de satisfacción y orgullo, aunque también me entristece saber que ya no está con nosotros," confiesa don Ramiro, y agrega que don Noé murió de cáncer en el cielo de la boca pero que, curiosamente, nunca se quejó de dolor. "El médico Pedro Saborío, que estuvo con él hasta el final, ha dicho que se trata de un caso de excepción," puntualiza. "Junto a mi papá aprendí a grapar heridas, porque antes no se cosían. Y me metí a 'curandear'. Eso lo extraño, porque sé que le servimos honestamente a muchos vecinos de la zona," añade don Ramiro.

Muchas horas de trabajo "Fundamos la Botica San Roque en enero de 1945. Abríamos a las 5 de la mañana y cerrábamos a la hora de la noche que resultara oportuna. A veces hasta que llegara el tren, como a las 10. Don Noé, mi papá, era muy exigente con el trabajo. Fue hasta el final que accedió a que los domingos cerráramos de 1 a 3 de la tarde para almorzar," enfatiza don Ramiro, quien recuerda que iban a inyectar a las casas donde necesitaran y que nunca cobraron por ese servicio. Luego de la farmacia, tuvo una tienda durante 14 años, y ahora es el propietario de los locales donde están la Farmacia San Roque, la Soda El Parque, la barbería de "Cacorro"-el barbero de nuestra villa-, así como una librería y una tienda. Sin embargo, los horarios de trabajo los lleva en las venas, por lo que se levanta a las 4 de la mañana todos los días y se acuesta a las 9 de la noche. Extraña la sinceridad de la gente de esos tiempos y critica que la gente de ahora conversa menos y saluda poco. Don Ramiro tiene tres hijos, Ramiro, Gabriela y Fabiola, y cinco nietos. Vive al frente del Parque de Guápiles, en el corazón del pueblo.

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Doña Elena León Nació con el cantón Ella vino al mundo el mismo día que nació Pococí, el 19 de setiembre de 1914. Tiene 86 años, y guarda muchos recuerdos de todos los años de su existencia. No se ha movido de Guápiles. Su mamá era de Santo Domingo de Heredia y llegó a la zona en 1910, precisamente ocho días antes del terremoto de Cartago. Su papá era de Quircot, Cartago, y había llegado para la construcción de la línea del ferrocarril. "Cuando yo tenía seis años, mi papá se casó con otra señora. Tengo ese triste recuerdo. Mi mamá tuvo su tercer hijo de él el mismo día de su boda. Ya estábamos mi hermano Agustín (Chivín) y yo, y el pequeñito murió a los tres meses". Cuenta que Guápiles era muy lindo y su gente muy sana. Es una señora que parece un roble. Y no sólo luce muy bien, sino que tiene una salud envidiable. "Yo leo bien sin anteojos. No los necesito para nada. Si estoy en la cocina y alguien habla en el corredor, lo escucho perfectamente", dice, orgullosa.

Eran otros tiempos "Las señoras y las muchachas de Guápiles iban a bailar a El Molino, donde la abuelita de la Negra Aidé, que se llamaba Victoria Borbón. Ahí estaba la mamá de la negra, que se llamaba Elisa. Iban mujeres de todas las edades. A pie, verdad, porque no había otra manera. No ve que el primer carro llegó muchos años después", explica Doña Elena. "Aquí había luz eléctrica solamente en la compañía bananera. Salían dos bombillos a lo largo de la vera. Un señor Quirós era el dueño de casi todo el centro de Guápiles, y muchas de las casas de la gente estaban dentro de sus propiedades". "Había una finca famosa, que todavía está ahí. Se llama Numancia. Era de don Pepe Feo. Luego la administraron los Carazo. Don Enrique Carazo y su hijo Mario, quien era el papá de don Rodrigo Carazo, que fue presidente. Era tan bonito que calcule que ese mismo Mario vino a pasar a la finca su luna de miel."

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Donde está la escuela Cuenta doña Elena que la finca donde ahora está la escuela de Guápiles era de la compañía bananera. "Cuando la compañía abandonó esta zona, todo eso lo compró don Abelardo Alfaro. Luego fue de don Abel Cruz y de don Salvador Asbún. El centro de Guápiles eran puros potreros y repastos," afirma. "Después lotificaron el cuadrante de Guápiles. El aserradero de los Quirós se dedicaba a vender balsa afuera, por lo que don Gonzalo Quirós decidió regalarle tablas de balsa a los que les daban lote. En Toro Amarillo los Chamberlain también tenían aserradero y fueron muy colaboradores". Doña Elena estuvo en Primer Grado donde ahora está el Salón Parroquial. Ahí estaba la primera escuela de la zona. Luego pasó a El Caimitazo, donde antes había un hospital. "Cuando la bananera se fue le dejó eso al pueblo y ahí estuve a partir del Segundo Grado".

Su mamá fue todo un personaje La mamá los crió vendiendo tamales y mondongo sábados y domingo. También tuvo una fonda, un lugar donde la gente llega a comer y a dormir. "En Guápiles no había hotel. Sólo un señor que se llamaba don Gregorio López tenía cuartos para alquilar. Pero muchos agentes no podían irse el mismo día, porque los dejaba el tren, y quedaban sin campo en esos cuartos," argumenta doña Elena. Pero aquí viene lo mejor, cuando explica cómo es que era ese hotel. "Mi mamá pedía cajitas de cartón abiertas. Los chinos le regalaban los sacos de manta y ella los blanqueaba. Con eso es que hacía sábanas." Tampoco había hospital y doña Elena afirma que venía un médico sólo los lunes. "Eran tiempos muy duros. Mi mamá nos llevaba un platico de sopa a Chivín (el hermano) y a mí. Eso era lo que comíamos".

La mujer de la fonda "Mucha gente venía a Guápiles, aunque tuvieran que dormir en el piso de la casa, en cartones y sábanas de sacos de manta. Así fue que llegó mucha gente, a la que le dimos posada. Por ejemplo, recuerdo cuando llegó don Juan Carvajal, el papá de los Carvajal. Y cuando llegaron los abuelos del empresario José Alberto Castillo. Y los Araya, que fueron 20

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pioneros de La Colonia de San Rafael", enumera Doña Elena. "En esos tiempos el tren salía el lunes y volvía hasta el martes. Salía el miércoles y volvía hasta el jueves. Los domingos venía la gente de Limón a pasear. El centro de Guápiles se limitaba a la línea del tren. Al frente estaba la esplanada, donde ahora está un monumento a los agricultores. Ahí estaban el correo, la jefatura política y en un cuartico atendía el doctor. Un poquito para un lado estaba la municipalidad". "Imagínese cómo eran esos tiempos que el salario era de 2 colones el día. Engomar una docena de ropa costaba un colón cincuenta, y si había que engomarla costaba dos colones. Entonces las personas sí que parecían maniquíes, tiesos tiesos por la goma", cuenta doña Elena.

Un comisariato para todos "Lo único que había era un comisariato para todos. Ahí iba a comprar toda la gente. Eran otras sumas. Imagínese que una botella de leche costaba diez céntimos, pero había que trabajar mucho para ganárselos", explica la señora que tiene la misma edad que el cantón de Pococí. "Después del comisariato llegó el primer chino, el Chino Antonio, y montó un negocio. También llegaron dos comerciantes que se llamaban Goyo López y Casimiro Suárez, así como 'El Polaco' (León Weinstock), quien primero andaba vendiendo cosas de casa en casa. "Recuerdo que las primeras calles a Emilia y las primeras aceras de Guápiles se construyeron cuando Don León fue Presidente Municipal," comenta doña Elena, quien estuvo más de cincuenta años al lado de su compañero, Don Juan Félix Delgado (qdDg), quien fue Jefe Político durante más de una década. "Para el 48 había un teatro donde ahora está Laredo y ahí metieron a los ulatistas. Yo siempre he sido y seguiré siendo verde. Es que don Pepe nos dio voto a las mujeres y eso no debemos olvidarlo", apunta.

Don Pepe y las mujeres "Cuando yo me criaba, si uno era 'hijo natural', si uno había nacido fuera del matrimonio, era muy mal visto en la sociedad. Ahora no, porque pueden ser reconocidos por su padre. Ya tenía a mis tres hijos mayores cuando uní mi vida a la de mi marido, y ellos ya estaban reconocidos por su padre. Eso se lo debemos a Don Pepe, que permitió que los hombres le puedan dar el apellido a sus hijos fuera del matrimonio", comenta. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Aquí era muy sano. Sólo que sacaban mucho contrabando. Pero no había la robadera de ahora. Uno tendia la ropa al frente de la casa. Recuerdo que la puerta de mi mamá estaba muy mala, y al final sólo la amarrábamos con un mecatito".

Don Rogelio Alvarado "Me alegra mucho que le hayan puesto el nombre de don Rogelio Alvarado a los Juegos Nacionales porque siempre le dio mucho al deporte de la zona. Sacrificó su negocio, su sastrería, con tal de andar apoyando a los muchachos. Siempre hemos sido de distintos colores políticos, yo verde y él mariachi, pero siempre hemos sido muy respetuosos", argumenta. "El mayor acontecimiento del pueblo era cuando venía el tren. La gente se reunía para verlo llegar. Y se organizaban bailes detrás del salón de Don León", cuenta. "Es que aquí la gente siempre ha sido muy alegre, y la zona es muy rica. Aunque la plata no hace la felicidad, ayuda a que un lugar prospere", arguye.

La miscelánea del Banco "Ya vivía con mi esposo cuando decidí aceptar el puesto de miscelánea en el Banco Nacional. Es que yo quería comprarle una casita a mi mamá, y que ella estuviera tranquila. Me costó 300 colones y tuve que hacer muchos esfuerzos para reunir esa plata. Mis hijos mayores vivían con mamá, y ella trabajó mucho para criarnos a todos. "Había una hermandad de la Iglesia que era un grupo de personas que andaban pidiendo para obras de caridad. Yo contribuía y el día que me contaron que mi mamá recibía ayuda de este grupo sentí una cosa horrible, aquí adentro, en mi pecho,. Sentí en mi corazón algo tan feo, que no descansé hasta que le compré lo que ella se merecía. Nunca le pedí un cinco para esto a mi marido. Y hasta lavaba ajeno, a escondidas de él, para juntar el cinquito. "Le pedí 50 colones prestados a doña Cecilia Murillo, quien era esposa del gerente del Banco Nacional, don Fernando Madrigal, la primera persona que tuvo carro en Guápiles. Fue él quien me metió de miscelánea. No había plazas para mujeres, sólo para hombres, pero me metieron," cuenta Doña Elena, cuya dignidad la redime, la rejuvenece 22

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todos los días y la ha hecho un símbolo en Pococí, un cantón con el que ha crecido de la mano.

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Doña Aidé Guarín Borbón

La Negra que todos queremos

Su alegría y su encanto son un emblema del pueblo. La gente la quiere mucho y la recuerda como el personaje que nos trae al presente muchos años del pasado de la zona, con el tren y la vida a los lados de la línea. Doña Aidé Guarín Borbón, conocida por grandes y chicos como la Negra Aidé, nació en Guápiles hace 73 años, justo donde ahora está el supermercado Super Rinde. Y crió a once hijos, de los que han muerto dos. Estuvo en la escuela que se instaló donde estaba el hospital de la bananera y recuerda que el tren llegaba un día y se iba hasta el siguiente. Conoció las monedas de oro, y se lamenta porque nunca se le ocurrió guardar una. "Eran los tiempos en los que mandaban los bananos en racimos, no como ahora que usan cajas. Mi papá tenía una finca y mi abuelito fue un agricultor desde muy pequeño. Aquí uno andaba arriando ganado y dejando almuerzos. Ahora no se trabaja como antes, cuando aquí llovía seis meses seguidos. Los ríos se llenaban y no permitían el paso. Entonces nos quedábamos sin comida en el pueblo. El finado don Nacho Cruz, que fue tan querido aquí, prestaba el trapiche para que la gente moliera caña, y le regalaba dulce al que no tenía", cuenta la Negra Aidé.

El respeto era lo primero "Eramos ocho hermanos, pero dos murieron. Nos criamos juntos y nos tratábamos con mucho respeto. Ni siquiera le hablaba de vos a mis hermanos. Nunca, Dios guarde. Es que existía un respeto que ya desapareció. Ahora los hermanos pelean mucho", argumenta La Negra, quien considera que su papá no era muy bravo, pero su mamá sí. "Aquí había mucha honradez. No existía tanta prostitución como ahora. La prostitución llegó con las bananeras. No habían maleantes. Calcule que la puerta de la casa estaba tan mala que se cayó, entonces la dejábamos apenas puesta por las noches. No había peligro", apunta.

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Lo compartíamos todo "Aquí se compartía la leche y el queso. Era poca la gente que había y todos eran muy hermanables. De esa época sólo quedan la casa Numancia, la casa de la Finca Diamantes y la casa de los 'Calancho'", recuerda La Negra Aidé. "Cuando era una jovencita se armaban unos grandes bailes donde estuvo el Polaco (Don León Weinstock). Eran los sábados. Empezaban a las 7 de la noche y a las 9 y media ya había que ir buscando casa, porque a las 10 apagaban la luz. Si hacía una luna bonita y no estaba lloviendo, los hermanos Chaves, Ricardo y el finado Uriel, montaban serenatas con la ayuda de 'Moncho' León, quien también está en la presencia del Señor", recuerda este simpático personaje de nuestra historia.

Su compañera inseparable "Me acompañaba siempre mi amiga Teresa Cabrera, quien ahora se dedica a cuidar niños abandonados o con mamás que tienen que trabajar todo el día. Había una gran plazoleta por donde ahora hacen la feria del agricultor, y ahí organizaban los turnos. Hacíamos rejuntas de plata y traíamos a la Banda de Limón. "Es que viera cómo disfrutábamos en esos tiempos. Eramos muy alegres y andábamos haciendo travesuras. Recuerdo que en el Puesto de Salud trabajaba un mudito y nosotros le hacíamos la vida imposible porque le robábamos marañones de un palo que estaba detrás de la casilla donde atendían. Era furioso, pero de nada le servía enojarse", cuenta, muerta de la risa. "También en la entrada de la escuela había una arboleda cargada de frutas, y el guarda, don Chico Vindas, lo correteaba a uno. Era un viejillo muy simpático y que fumaba puro". "La estación del tren estaba al frente de la Botica de Don Noé (Farmacia San Roque). Era un edificio de dos pisos, y ahí se reunía la gente, porque el tren era el corazón del pueblo", explica.

En favor de los pobres "Desde ese tiempo en la Unidad de Salud, entendí que debemos estar al servicio de los demás. Por eso, cuando estuve en la escuela, le ayudé a muchos muchachos de colegio que eran muy pobres. Para que no pasaran Camilo Rodríguez Chaverri

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hambres, yo les dejaba un 'gallo' y se los pasaba por un huequito". "Iba a las carnicerías y a las verdurerías para que me regalaran lo que pudieran, y con la ayuda de todos les daba un mejor 'gallito'. Qué lindos que son los recuerdos, y no vuelven, no vuelven jamás", confiesa melancólica, mirando al frente, a una pared de madera vieja. Pero de inmediato reacciona, se echa una risita como canto de batalla. Entonces recuerda que donde está ahora el hospital había un mangal, y desde que era chiquilla venían encantados a comer mangos. "Disfrutábamos mucho y nos pegábamos unas grandes comidas".

Tiempos difíciles "Cuando la gente que no era del centro de Guápiles tenía que enterrar a alguien, había que traer el ataúd en hombros o en una carreta. Es que no habían caminos. Ir de La Colonia a Guápiles, por ejemplo, era una aventura. Recuerdo que cuando sacaban maíz, venía la gente de La Colonia y desde lejos se escuchaban las carretas. Yo les conocía el sonido, y ya sabía cuál era la de Don Cipriano, y cuál de Don Colón, que realmente no se llamaba así, sino Don Lázaro, pero por ser colombiano le embarraron ese apodo", cuenta la Negra que todos queremos. Cuando chiquilla lavaba ropa ajena y planchaba con carbón. Eran los tiempos en los que se engomaba la ropa. "Habían señoras que engomaban hasta los limpiones de la cocina. Es que en mis tiempos el orden y la limpieza eran lo más importante. Aunque la gente era más pobre, andaban vestidos sencillitos, pero limpios y bien remendados, no como ahora",asevera la Negra Aidé, quien pertenece al selecto grupo de los imprescindibles, los indispensables de nuestra historia. Ella, junto a doña Elena León, Don Tino Zúñiga, Don Memo Méndez, Doña Paquita Cruz, Don Miguelón Jiménez, Doña Teresa Cabrera, Don Rogelio Alvarado, Don Miguel Jiménez, Don Miguel Cabrera y gente que ya se nos ha ido, como José y Ernesto Campbell, representan y recrean nuestra historia, esa historia que debemos estudiar, conocer y rescatar. Decir ¡qué viva por siempre la Negra Aidé!, es proclamarnos seguidores de nuestra historia y fieles devotos de Pococí, esta tierra a la que todos le debemos tanto. ¡Qué viva la Negra Aidé, es decir, qué viva esta tierra nuestra!

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La cocinera de la Escuela Central La Negra Aidé fue cocinera en la Escuela Central durante casi veinte años. Fue ahí donde se quemó una pierna, lo que la ha obligado a cuidarse mucho durante muchos años. "Me quemé con dulce hirviendo. Estaba en una olla y pringó. Tengo diabetes. Por eso ando la cicatriz tapada. Es que me da miedo un golpe o que me pique algún bicho. La vida es muy bonita y uno tiene que chinearse", dice, con sus gestos de coqueta incorregible. "En la escuela me entregué de corazón. Si había que poner frijoles llegaba al trabajo a las 4 de la mañana. Es que ya estaba acostumbrada a pulsearla. Antes había trabajado en la Unidad de Salud, cuando aquí no había hospital. Ahí llegaban las señoras a tener los bebés y atendíamos de todo, desde el paludismo hasta las 'picaduras' de serpientes", recuerda.

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Don Salvador Saborío Barrantes Un gran promotor del desarrollo Ha sido un gran promotor comunal en Cariari, Guápiles y Sarapiquí. Llegó a la zona el 18 de junio de 1969, y ya tiene más de tres décadas de hacer patria como Dios manda en la Zona Atlántica. Don Salvador Saborío Barrantes ha dejado su nombre impreso en el alma de la región. No solo es uno de los tres pioneros del Grupo Colono, que tiene almacenes, ventas de carros y de repuestos, hoteles y otros negocios, sino que es un gran dirigente comunal. Aquí se hizo grande entre los bananales, y poco a poco ha ido surgiendo. Ahora es el apoderado de Almacén El Colono de Puerto Viejo y Almacén El Colono de La Virgen, ambos en el cantón de Sarapiquí. "Antes, muchos abuelos acostumbraban escoger a uno de sus nietos para cuando ya estaban solos. A mí me escogió mi abuelo, que también se llamaba Salvador Saborío -cuenta-. Desde chiquito me formó en el trabajo. Para ayudarles yo tenía una venta de granizados a la orilla de la antigua carretera a Puntarenas. Un tío abuelo me había dado permiso de quitar tres piñuelas de una cerca, y ahí me acomodaba con mi venta".

Con tres mudadas "Llegué a la zona hace 31 años. Es que cuando estaba más pequeño un primo hermano era ´zonero´, es decir, se venía a la zona bananera. Regresaba cada seis meses con mucho dinero, lo gastaba, y después se devolvía. A mí me parecía que era tonto, porque si hubiera ahorrado toda esa plata, hasta una empresa hubiera podido montar. Entonces, me vine para esta zona, con la idea de guardar los cinquitos para después irme a estudiar a la universidad, pero, diay, aquí estoy, más de treinta años después, en la universidad de la vida", recuerda don Salvador, quien nació y se crió en el Barrio San José de Alajuela. "Traía tres mudadas en una cajita de cartón. Me vine para Guápiles en el tren que llegaba a medianoche. En la bananera empecé de ´time keeper´ en el boxing´. Luego pasé a ser oficinista de la Finca Perdís. Más tarde fui jefe de oficinistas y también asistente del administrador. Hasta que llegué a ser administrador", cuenta don Salvador, que en ese entonces arreglaba relojes durante sus ratos libres. "Es que mi papá, que se llamaba Juan Antonio Saborío, siempre se dedicó a ese oficio, 28

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pero cuando él murió, yo dejé eso, y fue entonces que compré un billar y unos futbolines, a don Evangelista Quirós, y los instalé en Perdís", cuenta don Salvador.

Pasó a El Colono Había conocido al empresario José Alberto Castillo cuando era un agrónomo de la zona y estaba representando a Cariari en la Unión Cantonal de Asociaciones de Desarrollo. Don Salvador representaba a Rita, pues, la Finca Perdís pertenece a ese distrito. "En ese tiempo compartimos con dirigentes comunales de la talla de Rodrigo Fernández, de Roxana, y de Gerardo Zúñiga, quien era promotor de la Dirección Nacional de Desarrollo Comunal (DINADECO)". Antes de fundar El Colono, Castillo y Saborío eran socios en una finca en Palmitas, en la que también tenía parte el otro fundador de El Colono, don Juan Bonilla. "La finca se llamaba BOCASO, es decir, Bonilla, Castillo y Saborío. Fue entonces que me vinculé a la lucha por el camino que va de Palmitas a Puerto Lindo, hacia la Barra del Colorado", explica. También participó en el Comité Cívico de Acción y Trabajo de Guápiles, al lado de personajes y pioneros de la zona, como el empresario bananero Moisés Soto, el médico Javier Brenes, los empresarios Roberto Cárdenas y Enrique Alfaro, Don Carlos Arroyo (qdDg) y el ingeniero Ernesto Crawford. Don Salvador estuvo muy vinculado a las fuerzas vivas de Cariari y admira mucho a dos dirigentes que han hecho mucho por ese distrito de Pococí, doña Celenia Cordero, fundadora del IPEC, y don "Beto" Vargas (qdDg), fundador del Liceo de Cariari. Cuando fundaron el primer almacén El Colono, que es el de Cariari, don Salvador dejó la bananera y se vino de administrador. "En los inicios todo fue muy difícil. Sólo éramos Bonilla, Castillo y yo, más dos empleados, Saúl Montero y Marcos Cubillo, y vea qué bien nos ha ido", confiesa Saborío.

El empresario en Puerto Viejo Hace ocho años, Don Salvador se vino para Puerto Viejo de Sarapiquí. Después de vivir décadas en Perdís, en Cariari y en Guápiles, decidió aportar lo suyo en este cantón. Un año antes Mauricio Castillo había fundado El Colono de Puerto Viejo. Cambió con él, quien se hizo cargo Camilo Rodríguez Chaverri

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de su responsabilidad al frente de El Colono de Cariari, e hicieron canje hasta de las casas. "Mauricio se fue para mi casa en Cariari y yo me fui para la de él en Puerto Viejo" apunta don Salvador, quien ya se siente parte de Sarapiquí. "Sarapiquí es uno de los cuatro cantones grandes y pujantes que son estratégicos para el país. Los otros son Pérez Zeledón, San Carlos y Pococí. Este cantón es el 82 por ciento del territorio herediano, y tiene una ubicación muy significativa, ya que es el final de la Zona Norte y el inicio de la Zona Atlántica", argumenta don Salvador, para quien Sarapiquí y Pococí son cantones hermanos. "El mayor vínculo de Sarapiquí es con Pococí, con Guápiles, sobre todo por la carretera. Guápiles está mucho más cerca que San Carlos y el camino está mejor. Si nuestra gente requiere de servicios que no encuentra en el cantón, los va a buscar a Guápiles".

Problemas de Sarapiquí "Sarapiquí tiene un grave problema: no tiene definida su identidad. Es que lo tienen dividido política y administrativamente. Hay instituciones a las que les corresponde ver a Sarapiquí desde la sede en San Carlos; a otras les toca atender a Sarapiquí desde Heredia; a otras desde Guápiles e incluso hay instituciones cuya sede para Sarapiquí está en Siquirres, como ocurre con el Ministerio de Agricultura. Urge que las autoridades ordenen esta situación", enfatiza. "Ya logramos que nos nombraran Sub- Región, aparte de la Región de Heredia, pero los diputados que aprobaron esta ley fueron muy inconsistentes, porque a los días aprobaron una ley que terminaba con las gobernaciones, y resulta que el Consejo Regional de Desarrollo, que ya estábamos facultados para organizar, debía ser encabezado por el gobernador, según dice la ley. Entonces, en qué quedamos", arguye Saborío, muy molesto por esta situación.

Un cantón sin caminos Don Salvador sostiene que Sarapiquí es un cantón sin caminos, sin carreteras y sin puentes, y que eso ha generado una dramática división interna, por lo que mucha gente tiene que salir hacia San Carlos o hacia Pococí, en lugar de encontrar la atención de sus servicios en Puerto Viejo, como debería ser, ya que es la cabecera del cantón. 30

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"Tenemos 62 mil hectáreas de territorio, ubicadas en el sector noreste del cantón, que históricamente han tenido su salida hacia Veracruz de Pital, en San Carlos. Los pobladores de esta zona no tienen manera de salir hacia Puerto Viejo. Se trata del distrito de La Cureña, en el poblado de Golfito. Gracias a Dios ya se están construyendo los bastiones del puente sobre el río Tuso, en La Elia, que vendrá a unir ese gran territorio con el resto del cantón. La incomodidad del camino se acabaría y la distancia se reduciría a la mitad", comenta Don Salvador. "Otro gran segmento del cantón que no tiene contacto con el resto es Pangola. Se trata de 20 mil hectáreas ubicadas al sureste de Puerto Viejo, y que tiene grandes fincas de palmito y de piña. Los pobladores de esta zona tienen que salir a Santa Rita de Río Cuarto, y tienen que dar la vuelta. De esta manera, se afecta su economía y se separa del cantón, ya que su gente hace todas sus gestiones hacia el otro lado, en San Carlos", se lamenta Don Salvador. Y La Aldea es el otro sector con problemas. Ha tenido una estrecha relación con Pococí, pues, una vía de acceso es por Ticabán. Ahora es distrito, se llama Lomas del Gaspar, y acaban de electrificar el pueblo. "Imagínese lo que es, a estas alturas de la vida, un pueblo sin luz eléctrica".

Los valores y la familia "Me inculcaron formación de valores religiosos y morales, al estilo de nuestros abuelos. En Cariari fui miembro de la Junta de la Iglesia y ahora en Puerto Viejo estoy en el Comité de Asuntos Económicos de la Parroquia", cuenta Don Salvador, quien ha hecho de su familia su gran tesoro. El Colono de Puerto Viejo es de su familia, así como el de La Virgen, que se inauguró hace poco. En esta empresa trabajan sus dos hijos, su yerno y su nuera. Franklin, su hijo, es el administrador de El Colono de Puerto Viejo. La esposa de Franklin, Nehsmy Ramírez, es la auditora. Wendy, la hija de don Salvador, tiene una tienda de manualidades justo al lado de El Colono y su esposo, Roosevelt Castro, es el proveedor de ambos almacenes, que tienen varias características particulares, entre ellas, que venden todo para mascotas y, gracias a Wendy, todo tipo de curiosidades. Su esposa se llama Lidieth Aguilar Vargas, es educadora y dejó huella en muchas escuelas de la zona, entre ellas, Banamola, Los Diamantes y Campo Kennedy, en Cariari. Fue Premio Nacional de Educación por la Camilo Rodríguez Chaverri

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provincia de Limón. Dice Don Salvador que se vino para Puerto Viejo, entre otras cosas, para que ella dejara de trabajar un poco. Ha sido un gran promotor del desarrollo de toda la zona. Hay quienes dicen que fue el motor de la construcción del camino a Puerto Lindo. Ahora sueña con una sub sede del INA en Puerto Viejo y no deja de trabajar mirando al frente, sonriéndole al futuro, con la entereza y la alegría de su alma buena y su espíritu limpio y prístino, como el agua que nace en la montaña.

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Orlando Barrantes Cartín, de CONATRAB

"Empleados bananeros merecen apoyo"

Llegó a la zona hace pocos años, enamorado de una importante dirigente sindicalista de Pococí, y ha sido el alma de muchas luchas a favor del ambiente y de los trabajadores. Es que es muy estudioso, sabe escuchar, no es personalista y no anda detrás de un puesto político. Ni siquiera se le conoce militancia partidista en la actualidad. Eso, y su humildad, su sencillez, su austera forma de vestir y de andar por el camino, han hecho de Orlando Barrantes Cartín un importante líder de la región. Antes de llegar a Guápiles fue Director Nacional del Área de Telecomunicaciones de Correos de Costa Rica, y fue el responsable de introducir el servicio de fax en las oficinas de todo el país. Además, planteó proyectos que ahora se están implementando, sobre todo con respecto a la internet y al uso estratégico del correo electrónico. La primer lucha que dio en la zona fue por el agua, ya que existía un problema de tarifas y sigue presente un enorme faltante de agua potable. Luego su valentía lo puso al frente de la lucha por la contaminación del río El Molino, que provocó más de una gigantesca matanza de peces. También ha sido asesor directo del Sindicato de Trabajadores del Hospital de Guápiles (SITRAHOSGUA), y fue vital en la lucha por el edificio nuevo de Pediatría y Neonatología de este centro médico. Es la cabeza del Consejo Nacional de Trabajadores Bananeros (CONATRAB) que lucha en contra de las injusticias por las esterilizaciones de los trabajadores que tuvieron contacto con el DBCP (nemagón), quienes sufren desde problemas en la piel hasta esterilidad, impotencia sexual y abortos. Habla al oído de muchos dirigentes de los agricultores y ha estado al lado del poder en más de un movimiento de mucho impacto social. Tiene una hija guapileña, que se llama Azucena Dulcehé, y el segundo nombre responde a una historia indígena que aparece más adelante en este reportaje.

Sus orígenes Don Orlando nació en Pérez Zeledón y luego se fue a vivir a Golfito. Su preocupación por los trabajadores bananeros proviene de sus tiempos Camilo Rodríguez Chaverri

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en el muelle de ese lugar, donde trabajó precisamente cargando banano. Fue Presidente del Gobierno Estudiantil del Colegio Vocacional de Golfito y después se fue para San José a estudiar Antropología. Fue miembro de la primera directiva de izquierda de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Costa Rica, al lado del dirigente Alberto Salom y el periodista Manuel Delgado. En los años 80s se desempeñó como promotor de los clubes 4 S en Coto Brus y realizó una gran labor en la implementación de campamentos y proyectos de apicultura. Y en la que ha sido su lucha más abnegada y hasta espectacular, Don Orlando se fue a vivir con diversos grupos indígenas durante dos años, tiempo durante el cual consiguió rescatar mucho de su historia y sus leyendas.

Entre los indígenas Vivió en Boruca y en Térraba. Estuvo en Térraba durante el único bloqueo realizado por una comunidad indígena, y que fue en defensa de un bosque. "La historia de los térrabas, que realmente se llaman teribes, es muy interesante. Son del Caribe, del lado de los Changinolas, y siempre fueron muy peleones. Tanto que en 1605 destruyeron Santiago de Talamanca, en Sixaola. Esta ciudad fue fundada por el hijo de Juan Vázquez de Coronado y se convirtió en un lugar estratégico para el comercio con América del Sur. Imagínese que cuando eso no siquiera existía San José. Entonces llegaron unos curas a adoctrinarlos y se llevaron a una parte del pueblo para Potrero Grande, en la Zona Sur, antes de 1700. Los que quedaron fueron aliados de Pablo Presbere en 1710, y cincuenta años después atacaron Potrero Grande y se llevaron al pueblo de regreso. El segmento de la población que no regresó se fue para lo que ahora es Térraba. Han tenido mala publicidad, pero es que son muy mal analizados. Es cierto que mataban a los niños recién nacidos si tenían una discapacidad notoria y severa, pero era una regla de supervivencia", comenta Don Orlando, quien ha luchado para que se respete la Ley Indígena. "He luchado para que no hayan cantinas dentro de las reservas. A ellos la chicha no les hace daño, pero, el guaro sí. La chicha es una tradición y hay diversidad, pues la hacen con base en maíz, o en yuca, o en pejibaye. La gran pesadilla ha sido el licor de los blancos", puntualiza Barrantes.

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Fiestas tradicionales "Viví tanto con ellos, que me permitieron adentrarme en el mundo de sus celebraciones. La más conocida es la Fiesta de los Diablos, entre los borucas. Dura tres días. Hay un toro, que es una armazón de madera que lleva a una persona adentro, por lo que el lomo es un saco de paja. La cabeza del toro tiene más de 150 años. El toro representa a los españoles y los diablos son los indígenas. Van por las casas tomando chicha pero es prohibido tomar guaro, así como es prohibido embriagarse o cansarse. El jefe de la comunidad, que es la persona de mayor edad, fue por mucho tiempo Espíritu Santo Maroto, iba casa por casa preguntándole a las señoras qué parte del cuerpo del toro querían. Los indios son muy pícaros y hacen alusiones provocativas con sus preguntas. Al tercer día matan al toro. Me tenían tanta confianza que me dejaron vestirme de diablo y una vez los convencí para que se presentaran en un congreso centroamericano de antropología", cuenta Barrantes, quien también fue fundamental para que los borucas se decidieran a recuperar la Celebración de los Negritos. "Esta celebración consiste en que el 8 de diciembre se pintan la cara de negro y realizan una danza. En medio de ellos va una yegüita. En ese sentido, es parecida a la Fiesta de los Diablos". El caso de Pablo Presbere Don Orlando recopiló en este tiempo valiosa información histórica sobre los indígenas. Por ejemplo, sabe que en 1709, cuando Pablo Presbere enfrentó a los españoles, tenía un compañero en el mando que es menos conocido porque no fue atrapado por los españoles. "Pablo Comesala fue el otro líder y fue más astuto que Presbere. Por eso no lo agarraron", cuenta Barrantes acerca de esta lucha en la que los dos Pablos lograron unir a todas las tribus de 22 lenguas distintas. "Para entender lo difícil que era unir tantas tribus hay que echar para atrás en la historia. Cuando Vázquez de Coronado llegó en 1573, para sustituir a Juan de Cavallón, quien fue nuestro primer gobernador, le ordenaron hacer un reconocimiento de toda la provincia de Costa Rica, por lo que debía recorrerla. Primero llegó donde Aserrí, que era un cacique. Vázquez quería llegar a los Quepo, pues, eso le hacía ganar terreno. Cuando estaban donde los Quepo, se enteraron que habían secuestrado a la hermana de Corrohore, el cacique de los Quepo. En las comunidades indígenas la hermana es la que define el parentesco. Por eso, si un cacique muere, no piensan en su hijo, sino en su sobrino mayor, el hijo de su hermana. La hermana de Corrohore se llamaba Camilo Rodríguez Chaverri

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Dulcehé, y estaba en manos de los coctus, que vivían entre Paso Real y San Vito. Corrohore se alía los de Aserrí y a Vázquez, y suben el río Térraba en busca de ellos. Los españoles acostumbraban mandar una delegación de 15 soldados primero, y se encontraron con un fuerte en una colina. Llegaron los intérpretes y los coctus tiraron un saíno como señal de desprecio. Vázquez empezó a prepararse para el ataque, pero los indígenas le mandaron a decir que querían hablar. Era sólo para distraerlos mientras sacaban a los ancianos y a los niños del pueblo. En la mañana siguiente empezó la guerra, y de estas batallas surgió la leyenda de las viritecas, que eran las mujeres guerreras", relata Don Orlando, quien explica que rescataron a Dulcehé y la casaron con el lugar teniente Pereira, hombre de toda la confianza de Vázquez. "Ese matrimonio fue para consolidar la alianza política entre los españoles y los Quepo. Esta era una costumbre muy arraigada durante la Conquista, para fortalecer la presencia española en las comunidades indígenas".

Subieron Talamanca "Vázquez le explicó a sus aliados indígenas que tenía que subir Talamanca. En los pueblos, le hablaban de unos extranjeros ubicados cerca de la costa. Cuando estaban entre Cahuita y Limón, se encontraron con la última avanzada del Imperio Azteca hacia el Sur. Los extranjeros resultaron ser mexicanos", cuenta Barrantes, quien ha atacado el racismo en contra de los indígenas. "Si usted se sienta en el parque de Buenos Aires, los ve bajar, cabizbajos y tristes. Una vez un finquero blanco quemó el rancho de dos indígenas y no pasó nada. También mataron en 1990 a Domingo García, un indígena que estaba en contra de las cacerías que organizaban los blancos en los bosques de la zona. Se hizo un juicio y nunca apresaron a los culpables del asesinato", condena Don Orlando. "Los teribes han perdido su lengua. Hicimos un proyecto con el Ministerio de Cultura para divulgar la lengua, pero no pasó a más. También estuve con los guaymíes en San Vito y un aspecto curioso es que a las mujeres les prohíben hablar en español frente a un blanco".

La leyenda del cura Don Orlando cuenta que los teribes guardan una historia muy interesante. Hace muchos años llegó un padre español a convencerlos 36

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para que se hicieran cristianos. "Ellos cuentan que el padre llevaba un burro y que se durmió junto a una piedra grande. Durante la noche un tigre se comió al burro. Los indígenas dicen que el cura era tan bravo que se fue a buscar al tigre, le puso la carga en el lomo y lo obligó a dejar la mano pintada en la piedra. A mí me llevó uno de los mayores de la comunidad. Él lo cuenta con toda la seriedad del caso. Y uno puede imaginarse lo importante que fue para ellos el viaje de ese cura, tanto que trescientos años después todavía lo cuentan". "Los españoles andaban detrás de la historia de una famosa mina de oro. Los indígenas dicen que no es de oro, sino de plata, pero que hay un duende que la cuida, y que si quien la busca lo que quiere es hacerse rico, el duende lo pierde para que nunca lo encuentre", cuenta Don Orlando, quien critica que en 1918 se perdió el tesoro de Térraba, que estaba compuesto por enormes candelabros de plata, y que se presume que está resguardado por la Parroquia de Pérez Zeledón. "Estando yo en Térraba, robaron una campana de la época colonial. Es que los indios siempre han sido bien vistos para que les roben, pero no para respetarlos. Ya es hora de que historias como la del tesoro del Térraba salgan a la luz pública", enfatiza.

La crisis bananera De regreso a los problemas de nuestra zona, Don Orlando asegura que hay compañías bananeras que están botando montañas en Pakistán. Además, en Ecuador no tienen garantías sociales, por lo que les resulta más barato producir allá. "Sin embargo, lo de la crisis no es como parece. En este año, durante dos meses las compañías tuvieron ganancias como no las habían tenido en quince años, y a los empleados no les llegó nada de ese dinero", asegura. Consultado acerca de los problemas que encuentra en la industria bananera, como Secretario General de CONATRAB, Barrantes critica las bajas en los salarios, que estima entre un 40 por ciento y un 50 por ciento. "Hace unos años los carreros ganaban 80 colones por cada racimo puesto en la planta o boxing. Los despidieron y los recontrataron con una sola tarifa, que oscila entre los 45 y los 50 colones, con pago con factura, por lo que se establece una relación comercial con los trabajadores, y no una relación laboral, como debe ser", comenta.

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Un fondo de desempleo "El otro aspecto que no nos parece justo, es que el gobierno sólo le ha ayudado a los empresarios en crisis, pero no actúa de la misma manera en el caso de los empleados. Nos parece apropiado que le ayuden a los empresarios bananeros independientes, pero cuando llueve, debemos mojarnos todos. Si en la Corporación Bananera Nacional (CORBANA) hay un fondo de mil millones para los empresarios durante los próximos 15 meses, también debe existir un fondo de desempleo, para que las familias puedan subsistir", asevera Barrantes. "No sólo estamos pidiendo. También proponemos que los empleados bananeros se organicen en asociaciones laborales y agarren contratos para que tengan seguro, ahorro y trabajo. Es que hay otro problema que no debemos ocultar. Se trata de la pérdida de garantías. Se acabó con las convenciones colectivas y quedamos con los arreglos directos, pero las empresas no respetan estos arreglos".

Esterilizados En el campo bananero, al tema que más tiempo le ha dedicado Orlando Barrantes es al de los esterilizados. "Se trata de la tragedia más grande de la historia de la medicina laboral en el mundo. Hay entre 18 mil y 20 mil personas que se vieron afectadas directamente durante los años de exposición al DBCP o nemagón", dice, lamentándose. "Este problema provocó esterilidad, impotencia sexual, problemas congénitos en los hijos, y alteraciones en el hígado y el estómago. Se trata de un problema mucho mayor de lo que parece ser, porque tampoco se le ha dado la atención que merece". "En CONATRAB sostenemos que el principal problema es el sicológico. En Estados Unidos le han llamado a esto ´imposibilidad de llevar una vida normal´. Los empleados bananeros merecen apoyo estatal. Hay que buscarle una solución a los indemnizados. Con una población que le dejó tanta riqueza al país como los bananeros de los años 70s, es una pena que tengamos que echarnos a la calle 25 años después", comentó Barrantes, quien sostiene que quieren un sindicalismo distinto, que buscan relaciones más armoniosas con las empresas, pero que en CONATRAB tienen claro que deben luchar por los derechos de los bananeros. "En este caso, la indemnización es justa y necesaria".

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No a la planta hidroeléctrica Don Orlando se opone rotundamente a un proyecto hidroeléctrico que utilizaría las aguas de los ríos Toro Amarillo, Elia, El Molino, Guácimo, Roca y afluentes del río Jiménez. Dice que muchas comunidades de la zona norte de los cantones de Pococí y Guácimo ni siquiera cuentan con agua potable, y que la esperanza de contar con ese recurso depende de la conservación de los mantos acuíferos, donde están las nacientes de la mayoría de esos ríos. Barrantes recordó que Acueductos y Alcantarillados recientemente invertió mil millones en acueductos para la zona, por lo que no se explica porqué la institución no se manifiesta en contra de un proyecto que pondría en riesgo esos recursos. "Por eso, en el Frente Cívico de Pococí, que está luchando en contra de este proyecto, decimos que si quieren hacer algo con el agua, que construyan acueductos, no represas", enfatizaron. "Lo que está en juego es el futuro de la región entera, pues, el agua es el recurso más importante para toda la producción agropecuaria que es la base de nuestra economía. La subsistencia de todos los seres vivos de la zona se ha puesto en serio peligro con este proyecto tan irresponsable", concluyó.

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Don Ramón Vega Salas Un patriarca de verdad Llegó a Guácimo hace 56 años, cuando aquí sólo existían unas tierras abandonadas por la "Yunai" (la compañía trasnacional United Fruit Company). Apenas tenían banano para consumir y contaban con unos viejos tranvías que comunicaban a Guácimo con El Bosque, El Hogar y Calle Seis. Ramón Vega tenía 15 años y se vino de Turrialba con 20 colones prestados. Aquí estaba un tío suyo y le iba a trabajar a cambio de la comida. "En 1944 habían unas cuantas casillas altas, a la orilla de la línea y del río Guácimo. Este era un pueblo de negros y de nicas, porque ellos son más resistentes y no era cualquiera el que sobrevivía aquí. A los 15 días de llegado, empecé a tener frío y calentura. Era el paludismo", explica don Ramón, quien recuerda que había un botiquín ambulante que les daba unas pastillas amarillas para soportar la fiebre. Don Ramón comenta que en Guácimo se concentraban muchas bananeras, y aquí estaban los comisariatos. "Cuando yo era un niño no se conocía la plata. En todos los trabajos le pagaban a uno con boletos o cupones, que había que ir a cambiar por comida al comisariato". "Para hacerse de tierra lo único que hacía falta era una carrucha de alambre. Pero tener la plata para el alambre era un mundo. Imagínese que una vez mi papá cambió un lote por una gallina y un machete. Una vaca o una bestia valían 100 ó 150 colones. Por eso, el que tenía una vaca ya era un gran hacendado". El papá de don Ramón también fue un gran personaje de la comunidad. Don Pablo Vega (qdDg), coordinó por mucho tiempo el desfile de faroles en Guácimo.

La aventura del tren "Cuando eso, uno era pasajero del tren al lado de vacas, chanchos y gallinas. Es que no había otro medio de transporte. Si uno quería irse, tenía que llevarse todos los tiliches en el tren," comenta Don Ramón, quien ha sido un gran dirigente comunal. "Me inicié trabajando por el pueblo cuando estaban las juntas progresistas. He estado en la Junta Escolar, y en la Cruz Roja, donde fui parte del primer comité en Guácimo. Ahora estoy retirado porque mis 40

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hijos están metidos trabajando con buena gana", dice orgullosamente don Ramón, quien fue regidor durante la administración de Rodrigo Carazo, lo que resulta ejemplar, pues, muchos años antes había estado vinculado a la municipalidad como encargado de barrer las calles. "Cuando eso, todavía pertenecíamos a la municipalidad que está en Guápiles, pero era el mismo tipo de trabajo." Luego vendió helados y carbón y se metió en agricultura. Las condiciones lo obligaron a aprender en la calle, pues, llegó hasta Tercer Grado de la Escuela. Vive a la orilla de una línea del tren, entre las matas y el verdor de un patio que cuida con esmero. Es que la historia de la zona y su naturaleza hermosísima dejaron huella en su corazón.

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Rafaela Argüello Parte de nuestra historia viva Es testigo de un tiempo ido, del que no queda ni el tren. Es partícipe de unos años de Guápiles donde la adversidad era cosa de toda la gente, y es la dueña de un espíritu generoso, que ha hecho que su rostro sea parte del paisaje de cuanto turno y bingo ha habido en beneficio de centros educativos y grupos humanitarios. Rafaela Argüello Rojas nació en Guápiles el 10 de agosto de 1950. Como toda la gente del pueblo, en la casa. Su casa estaba donde ahora es la bomba del centro de Guápiles. Sus padres se llamaban Baltazar Argüello Castillo y Raquel Rojas Herrera, conocida como doña Quelo. "Éramos catorce hermanos, pero uno murió. De los que quedamos, yo soy la del centro: hay seis mayores y seis menores. "Guápiles era puros charrales a la par de una calle de piedra. Llovía dos o tres meses seguidos, y cuando pasaba eso nos quedábamos hasta sin comida en el pueblo. Entonces, un avión de LACSA nos tiraba la comida en el aeropuerto. Es que llovía sin parar. "Mamá nos sacaba las piyamas en una varilla encima del fogón o del anafre, pero le voy a decir la verdad, las piyamas eran sacos de gangoche, porque éramos muy pobres. Siempre anduvimos descalzos. Cuando nos fuimos para afuera, para Alajuela, nos dieron unos zapatos plásticos, con huequitos, a cada uno, y era para que fuéramos a misa. "Mi papá tenía 52 años cuando murió, y en ese momento mamá quedó con enorme obligación. Ella tenía 42, y ya era una viuda con trece hijos. Mi abuelo, Carlos Argüello, tenía el hotel Argüello, encima de donde estaba la Soda La Trinidad, donde ahora está El Regalón. "En ese momento, en Guápiles sólo había cuatro o cinco negocios. Estaba ´El Polaco´, que se llamaba don León Weinstock, al frente estaba el Chino Jesús, a un costado los Núñez, y el hotel de mi abuelo, con un negocio del chino Ricardo a la par".

El tren "El tren llegaba a las cinco y media de la tarde. El paseo de todos en el pueblo era ir a ver la llegada del tren, y fijarse en quiénes se bajaban. Los domingos uno iba en el tren a las 10 de la mañana porque ese día 42

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no le cobraban a los chiquillos ni a los muchachos. Nos llevaban de Guápiles a Toro Amarillo, y luego nos dejaban en Guápiles centro de nuevo. El tour duraba veinte minutos. "Hay una historia terrible pero que me quedó grabada para siempre. Un día, dos señoras que eran hermanas iban a caballo, y el esposo de una de ellas iba detrás. Luego supimos que fue que le había dicho que si ella se cortaba el pelo él la mataba. Compró un chiquillo, lo afiló donde el Polaco, y salió detrás de ella. "Nosotros íbamos en el tren. A la vuelta, venía sólo una, y gritaba que a su hermana le habían cortado la cabeza a su hermana. Todos los chiquillos nos bajamos del tren en carrera, y vimos aquello tan terrible. "El señor le cortó la cabeza. Sólo le quedó agarrada por un pellejito. Llevaron el cuerpo adonde Don Arnulfo, que era el único dentista del pueblo. Era un gran coleccionista de piezas de entierros de indios. La esposa se llamaba Doña Alicia. "La acostaron, y con una cuchara le sacaban las pelotas del collar que andaba, y que quedaron metidas entre el cuello, como sembradas en sangre. Fue algo horrible, que me quedó muy grabado. "Desde que era una chiquita, me ha gustado mucho cocinar. Todo empezó porque una tía me llevaba a limpiar hojas a los turnos de la escuela siendo yo muy chiquilla. "Mi mamá me ponía un banquito para cocinar el arroz. Un día se me quemaron tres kilos de arroz porque me puse a escuchar una canción donde una vecina, porque nosotros no teníamos ni un radiecito. Viera qué tremenda leñateada. "Desde chiquitita yo quise trabajar porque odiaba la pobreza. Desde chiquita juntaba nances y los vendía en la escuela. También vendía mamey. Como de 13 años hacía cajetas de naranja agria y vendía cajetas y ayotes de unas matas que había por mi casa. "A los 14 años vendía prestiños y empanadas. Andaba descalza por todo el pueblo, vendiendo de todo. El zapato de hule sólo era para ir a misa. "Cuando mi papá murió, yo tenía 14 años. En ese momento, mi mamá estaba en el hospital, en San José, porque se le reventó una várice. Le hicieron cuarenta operaciones de la gran cantidad de várices que tenía. "En ese momento me quedé con los seis hermanos menores. Me quedé viéndolos yo solita. Viera qué duro".

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Venían a verla en motocar "Años después me casé. Ya tenía 19 años. Conocí a mi marido dos años antes. Me lo presentaron en la soda de mis tíos. Todavía recuerdo cuando me dijo ´Carlos Manuel Sáenz Herrera´. Él trabajaba en el Valle de La Estrella. Venía en un motocar. Ya cuando eso yo vivía donde mis tíos, tío Lelo y tía Mariquita, la esposa de don Reinaldo Jiménez. "Tía Mariquita hizo todo para que yo me casara con él. Carlos era ingeniero en Pandora, y llegaba a la soda a comerse algo o a tomarse unos traguitos. Por ahí comenzó todo. Cuando nos casamos, Carlos tenía 28 años y yo tenía 19. "Murió de 56 años, cuando tenía 6 meses de pensionado por la empresa BANDECO. Tenemos tres hijos, Karen, Carlos e Ileana. "Siempre he trabajado en la comunidad, desde que yo soy yo. Trabajé mucho cuando mis hijos estaban en la escuela, y también cuando estaban en el colegio. También trabajé para la Unidad Sanitaria y para el Club de Leones, desde el primero, cuando se fundó el club de Guápiles, en el año 71. "Yo era la más joven de ese club. Entre los leones fundadores estaban Mario Ugalde, Miguel Gazel y Guido Madrigal, junto a un montón de bananeros, entre ellos, Abraham Medina. "Yo vivo entre Alajuela y aquí. Tengo unos apartamentos en Guápiles, vengo todas las semanas, y vivo en Alajuela la otra parte del tiempo, porque allá están mis hijas, que son solteras. "Mi hijo Carlos vive en Guápiles, y tiene dos hijos, que son mis únicos nietos: Carlos Andrés y Daniela María. "Aquí en Guápiles tengo muchas amigas de muchos años, son viejas amigas del tiempo mío, como doña Maruja de Bolaños, Julieta Huete, doña Hilda de Calvo y doña Aura Madrigal de Obaldía. "Entre semana vivo en Alajuela por circunstancias de mis hijas, pero añoro Guápiles, y quiero que me entierren aquí, a la par de mi marido", concluye doña Rafaela Argüello, guapileña orgullosa y una feliz testigo de nuestra historia.

De mensajero a gerente Édgar Méndez Redondo tiene 38 años y es de Cartago. Vivió 34 años en San José, pero tiene diez años de estar trabajando con Auto Repuestos El Colono, pues fue el mensajero de Auto Repuestos en San José desde que la empresa nació hasta hace cuatro años, cuando le ofrecieron 44

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hacerse cargo de Auto Repuestos El Colono en Cariari. "Esta empresa me transformó la vida porque me he metido a fondo con la amistad de Édgar y su familia, él me ha enseñado muchísimo, hasta el punto que me pasó de ser un empleado normal a ser un transformador, un agente de cambio. "Nunca pensé que iba a estar a cargo de un negocio. Estuve seis años de mensajero, y de ahí pasé a ser el administrador en Cariari. Parece increíble, ¿verdad? Bueno, primero estuve aprendiendo en Siquirres, durante tres meses. "Para mí, no hay palabras para explicar lo que ha significado Conejo para mí, como persona y como patrón. Es una persona de mucho talento y mucho empuje. Tiene vocación de maestro. Por eso me ha enseñado tanto. "Estoy desde que empezamos. Estamos muy fortalecidos. Le damos un buen servicio a la comunidad, al pueblo. Y aparte de que se le da el servicio al pueblo, se genera un trabajo a algunas personas que quieren aprender el oficio y sostener a su familia. "Yo me vine para Cariari con mi familia, con mi esposa, Laura Patricia Chacón Umaña, y nuestros tres hijos, Daniel, Mónica y Juan Pablo. Trabajar en esta empresa me ha cambiado la vida, gracias a Dios y a Conejo".

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Julieta Huete El motorcito de Río Blanco La sonrisa tiene residencia permanente en esa boca, de la que salen la voz y la forma de hablar que tanto la caracterizan. Es una mujer de luz, una insigne dirigente comunal y una persona servicial y de gran corazón. Julieta Huete Rojas nació en San José el 20 de marzo de 1946. Se crió en Panamá, en la ciudad de David, porque su papá tenía un negocio allá. "El negocio se llamaba ´El Trigal´. Era una panadería y una repostería. Ahí trabajaban papá y mamá, y nosotros, porque en total somos siete hermanos. "Aunque estuvieron muchos años en Panamá, a los 14 años de edad, me mandaron al Colegio de Sión, en San José, donde me internaron. De ahí salí y me casé con mi primer esposo, Fernando Montero Jiménez. Viví muy pocos años casada con él, y tuvimos dos hijas, Gabriela y Kattia. "Me divorcié, y poco después conocí a Ernesto Campbell, quien me persiguió hasta que me consiguió. Mi mamá y yo teníamos un negocio de repostería en el Pasaje La Parra, en Avenida Segunda. Teníamos muchos clientes a domicilio, sobre todo negocios comerciales. Por ejemplo, llevábamos la repostería a El Diamante y a La Perla, que eran los negocios de don Marcelino Calvo (qdDg). "Ernesto era muy amigo de Marcelino, y cada vez que iba a San José pasaba metido ahí. Un día, Ernesto me vio salir de ahí y le dijo a Marcelino, ´necesito que vuelva esta mujer´. Marcelino le dijo ´¿cuánto me pagás si consigo que vuelva?´ y Ernesto le contestó que si hacía que yo volviera, él le compraba un litro de whisky. "Me llamaron y yo llegué con un cuaderno, como siempre, por si había un pedido muy grande. Marcelino me dijo ´quiero que conozcás a un amigo mío´. A partir de ese momento, Ernesto empezó a conquistarme y no me dejó en paz hasta que me conquistó. Me persiguió, me mandaba flores y chocolates, no importa si estaba en la finca, igual Marcelino hacía que me llegaran las flores y los chocolates hasta el Pasaje de La Parra. "Eso fue hace más de treinta años porque estuve casada con Ernesto treinta años, hasta el día de su muerte. Ernesto falleció hace cuatro años. El Miércoles Santo se cumplen cuatro años. Y es como si estuviera 46

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todavía en la casa. Todavía lo siento vivo a mi lado. Un día, me llamó Óscar, el hermano de Ernesto, y aquel timbre de voz era el de él. Sentí una cosa en la boca del estómago. "Todavía lo siento a mi lado. Está presente todos los días de mi vida. Es algo que no se puede evitar. No hay una sola cosa que no pueda recordar de él. Y mi nieto, el hijo de Alejandro, el hijo que tuvimos juntos, es blanco, pero con los mismos ojos de Ernesto. Él soñaba con conocer a un hijo de Alejandro. Y a Alejandro Dios lo premió dándole un hijo que es exactamente la cara de Ernesto".

"Soy como las cabras" "Tengo treinta y cuatro años de vivir en Guápiles. Yo era como las cabras, me encantaba el monte. Bueno, sigo siendo. Me fascinaba la idea de venirme para la montaña. Cuando me vine con Ernesto mis hijas estaban pequeñitas y el cambio no fue muy brusco. Ernesto fue un papá para mis hijas. Él se trajo a los hijos pequeños, a Alfonso y a Jaime, que igual fueron mis hijos y siguen siendo mis hijos. Yo los quiero como si fueran míos. "De un momento a otro eran cinco hijos, contando al menor, que es Alejandro. Los crié con mucho amor y saqué derecho de todos los muchachos. Todos han salido adelante. "Con ellos luchamos muy duro en la finca. Aprendí tantas cosas en la finca. Recuerdo que cuando tenía como 8 meses de estar aquí, llegó Ernesto con dos chanchitas, y me dijo ´son para que les saqués cría´. Se me hicieron enormes y preciosas. Una me dio trece chanchitos y la otra catorce chanchitos. Quedaron preñadas muy seguido una de la otra. Y todas las crías nacieron bajo un temporal. "Recuerdo que Felique, el sobrino de Ernesto, me encontró debajo de un temporal, a las 3 de la mañana, cuidando a las chanchas. Ernesto se había tenido que ir con madera para San José. Ahí cuidé a mis chanchas, y les ayudé a parir, hasta que sacamos los 27 chanchitos, todos vivos y los pusimos a salvo. "Ernesto y yo fuimos muy buenos compañeros por la vida. Él era 26 años mayor que yo. Llegué de 23 años a Guápiles. En ese momento, Ernesto tenía 49 años. "Cuando llegué a Guápiles era una chiquilla preciosa, ¿por qué no iba a decirlo? Nadie podía creer que me había casado con Ernesto. Le decían a cada rato ´¿cuánto le va a durar esa mujer?´, como dándole a Camilo Rodríguez Chaverri

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entender que era un tonto creyendo que yo me iba a quedar a su lado. Bueno, le duré hasta el día de su muerte. "Juntos montamos el restaurante ´Los sukias´, que por mucho tiempo funcionó. Y hasta cuando estábamos trabajando, disfrutamos mucho juntos. A Ernesto le encantaba viajar. Fuimos juntos a las ferias ganaderas de Houston, anduvimos en cruceros, estuvimos en los carnavales de New Orleáns, y a Miami también fuimos mucho. Estuvimos en Bahamas, y en muchísimos lugares".

Entre temporales y chanchos "Cuando llegué a Guápiles esto eran unas inundaciones tremendas y unos aguaceros de enorme magnitud. A partir de las dos chanchitas que me regaló Ernesto, llegué a tener toneladas de chanchos. Me hicieron un encierro enorme. El primer encierro que me hizo Ernesto era de media hectárea, y de ahí empezamos a crecer. Los criábamos en el monte. "También teníamos gallinas, y empecé a criar cientos de pollitos. Ernesto estaba al frente de la lechería y hacíamos queso. "Cuando se decidió que iban a abrir una carretera, que nos iba a pasar al frente, y nos iba a partir la finca, pensamos en la ubicación de la nueva casa. Ya queríamos hacer una nueva casa, porque el río Toro Amarillo prácticamente se metía en la otra. "Recuerdo que el Río Toro Amarillo se juntó con la quebrada en una de las crecientes más grandes. Yo tenía a los cinco chiquititos, y lo único que acaté fue decirle a rafa, el peón, ´mantenga los caballos ensillados´, por si tenía que salir en carrera con ese montón de chiquitos. "Al final, lo que hice fue que los amarré a todos juntos, conmigo, en dos caballos, y nos fuimos para la casa de Marcelino Calvo, que es una casa que está en lo alto. Lo único que llevaba era leche condensada, cinco atunes y unas galletas soda para mientras bajaba el temporal. "Cuando iba para donde Marcelino, había que pasar el río Danta por un riel, y resulta que el río, que siempre es chiquitillo, ya estaba pasando por encima del riel. Le dije a Lucero, el caballo de Ernesto, ´Lucero, usted nos guía´, y a la mano de Dios, y con el apoyo de Lucero, pudimos pasar. Esa quebrada del río Danta estaba subidísima. "Cuando llegamos todo estaba cerrado. El peón de Marcelino me dijo que no tenía llaves de la casa y que no estaba autorizado a abrirla de otra manera. Me cabrié, él lo notó, y abrimos uno de los cuartos. Ahí me acomodé con mis hijos. "Ernesto llegó de San José y al ver el espectáculo del Toro Amarillo, y 48

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como no vio los caballos en el potrero, fue a buscarme en los alrededores de la finca. Como no me encontraba por ninguna parte, no hizo otra cosa que agarrar hacia donde Marcelino. Ernesto sabía que teníamos que buscar las alturas, porque él mismo fue quien me enseñó. "Ernesto era huaquero. Hay muchas piezas que están en el Museo Nacional y en el INS, que son piezas valiosísimas, y que Ernesto donó. "Todo el tiempo iba a huaquear. Era parte de su vida. Cogía su barra, y se iba a darle con paciencia y esa sabiduría especial que tenía para esas cosas. Yo tengo la barra todavía. Ernesto sabía adonde había una huaca. Mucha gente del Museo Nacional vino a consultarle de todo. Él tenía como un don natural. No sé cómo hacía para saber, pero sabía. "También sabía perfectamente cuándo una pieza era legítima, y cuándo no. Algo muy interesante es que nunca lo persiguieron. Él ayudó mucho al museo y a los arqueólogos que llegaban a la zona. "Lo poco que él tenía guardado, las piezas que quedaron, se fueron un día que se metieron a robar. Se lo robaron todo".

Labor comunal "Trabajé mucho con Miguelón Jiménez, cuando hacía un programa de radio donde Lelo Argüello. Ahí hicimos las primeras campañas para recaudar fondos para sillas de ruedas. Logramos muchísimo del pueblo, porque este pueblo ha sido muy especial para ayudarnos. "Ayudé mucho en la escuela y en el colegio. Mis hijas estuvieron en el Colegio Agropecuario de Pococí. Mi hija Gabriela fue una líder y yo andaba a la par de ella para arriba y para abajo. "Ahora soy leona, y me siento sumamente orgullosa de serlo. Me gusta mucho ayudar a las personas. Es algo de lo que más me ha gustado siempre. "Quiero decirte que estoy muy feliz de la vida. Hago cosas que me gustan, y soy muy alegre. Por eso sé que tengo cualquier cantidad de vida, y que el día que me deprima posiblemente me muero. Tengo que sentirme feliz con lo que hago. Me sobra la energía. Gracias a Dios, a mis 58 años realmente me siento muy bien".

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Doña Oriente Tiene un nombre parecido a su estampa, a su modo de pararse ante la vida, a su manera de verlo a uno con una media sonrisa en el río de la cara. Cuando escuchamos ese nombre, ya estábamos perdidos en la urgencia de entrevistarla. Luego, todo fue fácil: ella es historia dentro de la historia, testimonio de un tiempo que jamás se irá en su sonrisa. Doña Oriente Porras Mora tiene 83 años y vive en Barrio San Francisco, en Guápiles. (Le dicen ´La Cadrera´, nos suena de lo más bonito, pero a los vecinos no, así que les respetamos el nombre de ´San Francisco´). Nació el 25 de enero de 1921 en Cartago, pero llegó a Guápiles en 1949. Venía buscando nuevo ambiente, era muy pobre y tenía muchos chiquitos. "Cuando llegué tenía 8 güilas, y aquí tuve dos más", dice Doña Oriente, con esa sonrisa que se le quiere salir de la casa. La procesión fue mucho más que seria. Perdió cuatro más, dos murieron pequeñitos y tuve dos abortos. "Venía casada con mi esposo, Marcelino Hidalgo Cerdas, quien falleció hace ocho años. "Guápiles era más bonito que ahora. Había menos gente, pero era gente más solidaria. Ahora vivimos más incomunicados. "La vida nos fue muy dura. Tuvimos que lucharla duro. En esa época no había bananeras. No circulaba el dinero, sembrábamos maíz y quemábamos carbón. "El carbón tenía que llevarlo mi esposo hasta Bataan, para sacarle un poquito más, puesto que aquí valía apenas 2,50 y lo cambiaban por mercadería porque no había plata. "En cambio, ahora un saquito pequeño de carbón cuesta 1500 y uno grande 3500 colones, y ese saco es del tamaño del que nosotros vendíamos en 2,50. "Mi esposo toda la vida hizo carbón, hasta que se murió. Por eso, en el pueblos nos llamaban los carboneros. La verdad es que me hace mucha falta hacer carbón. Todavía llega gente a buscar carbón, y es que uno de mis muchachos quema carbón todavía. Por dicha, porque si no, me haría más falta. Es la fuerza de la costumbre. "Le tengo un enorme agradecimiento a Guápiles, porque aquí me recibieron con mucho cariño, a pesar de que yo venía muy pobrecita. 50

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Siempre los llevo en el corazón. "Ya estaban el Polaco Weinstock, el Chino Rubén, el Chino Jesús y el Chino Ricardo. Ellos eran los cuatro comerciantes del pueblo. Doña Iluminada era casada con un Wachong, la mamá de Godo, y tenía un negocio muy bueno, "Después estaba el Soldate, que era como un hospital. Ahí había un doctor nicaragüense. Traían los ´picados´ de culebra y los enfermos de malaria. De paludismo, todos se morían: unos morían aquí y los otros cuando se los llevaban para San José. "Las terciopelo eran en cantidades. Se levantaba uno en la madrugada y para ir a traer agua tenía que llevar una canfinera para encandilarlas y que no lo picaran. "Cuando llegué, viví en La Colonia de San Rafael durante ocho años, después viví donde estuvo el Centro de Amigos otros ocho años. Es que cuando eso, no existía el Centro de Amigos. Lo que había ahí era una casa, y pasaba mucho tiempo sola. Era del Resguardo. Le decían simplemente la casa del resguardo. "Cuando venían esos fuertes temporales se inundaba hasta la línea y no podía pasar el tren. Llovía demasiado en esos tiempos. Los que llegamos aquí fuimos muy valientes. Recuerdo que cuando se inundaba todo, bajaba un helicóptero a tirarnos comida, porque se terminaba la comedera. Muchas veces tenían que hacer café con confites porque se terminaba el azúcar. "En esa época no robaban, ahí donde está el Centro de Amigos dejábamos las monturas y la ropa tendida, y nadie se robaba nada. Por eso ahora nos sentimos mal de ver tanta delincuencia".

"Dios es un compañero" "Le metían a uno la idea de un Dios castigador. Siempre he sido católica, y moriré católica, pero ninguna religión nos va a salvar. Lo que nos van a salvar son nuestros hechos, lo que 'haígamos' hecho en la vida. "Ahora veo que Dios es un amigo de nosotros, es un compañero en el camino, Dios no vino a fundar religión, vino a fundar la fe en el corazón de cada uno de nosotros. "A la gente joven le digo como que no está pensando en un futuro, cuando lleguen a estar cansados les agarra tarde. Por ejemplo, si mi esposo no me hubiera dejado con qué vivir estaría en el Asilo de Ancianos. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Pobrecita esta juventud. Pienso mucho, mucho, porque a nosotros nos enseñaron que el trabajo es una gran honra para uno. Tuvimos una juventud muy sana, pero los jóvenes ahora son más rebeldes, no obedecen en la casa, se les da un consejo y lo cogen como un pleito. "El hijo que le obedece a sus padres será un buen padre o una buena madre. y una buena esposa. "En el caso de nuestro pueblo, me preocupa de Guápiles tanta desocupación, toda la gente que está sin trabajar corre peligro porque la vagancia es un vicio tremendo, principalmente para la juventud. "Está corrompiendo la vagancia, y las leyes están muy tolerantes, alcahueteando a los asesinos, a los drogadictos. Si el gobierno los pusiera a trabajar sería otra cosa, que les pongan talleres o algo, y les exijan trabajo. "Dicen que nosotros los viejos somos muy anticuados, pero no es eso. Es que de viaje se ve el desorden, y el desorden no es de Dios. "Viera que tengo un poema que escribí hace poco. Estoy en el grupo de la Tercera Edad, en el hospital de Guápiles. Voy al grupo todos los viernes. Hacemos teatro, bailes, manualidades, y de todo eso. Imagínese cuánto me gusta todo eso, que recuerdo hasta las recitaciones que hacía en Primer Grado. "¿Se lo recito? ¿Sí? ¡Bueno! ´Por las mañanas nardos y rosas mueven la brisa primaveral. En los jardines las mariposas, vuelan y pasan, vienen y van. Una niñita madrugadora va a cortar flores para mamá. Es tan hermosa que hasta la aurora vierte sobre ella su claridad. En cada mata de clavellina, de pensamiento y de arrayán, gira su traje de muselina, su sombrerito y su delantal...´. Esto yo lo recitaba en Primer Grado, y en el hospital la he presentado. "Somos sólo mujeres. A mí me parece mejor. ¿Que qué me preguntan ustedes? ¿Qué si quiero un novio? Nooombre. Dios me libre de más novios. Con uno me bastó: trabajé mucho, sufrí mucho, qué va... El era muy machista, muy borrachito, no fue muy buen esposo, pero lo acepté así como era porque tenía grandes cualidades. Por ejemplo, me chineaba cuando estaba enferma, y nunca se aburrió de mis enfermedades. Siempre me vio con mucho cariño. Tenía noviecillas porque era de lo más pícaro, pero eso no me dio mala vida. Yo no soy celosa. "Era muy amoroso conmigo y con los chiquitos, y era muy trabajador. Paseó mucho conmigo los últimos años, fuimos a la frontera, a Puntarenas, y por todo lado caminábamos 'junticos' los dos. "Sí me ha hecho falta, sobre todo ahora que estoy viejita y enferma. Me falta su compañía. Una viejita como yo necesita mucho cariño. Ya 52

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una no es lo que fue. Los años la llevan a una muy avanzada".

Feliz, a pesar de todo... "Estoy feliz de la vida, cuando estoy enferma me siento un poquillo desanimada, pero cuando estoy alentadita, todo es pura vida, como dicen ahora. Yo digo que la vida es muy bonita vivirla. No puede uno ver las cosas malas porque hasta se enferma. "Siempre he sido positiva y valienta. Yo nunca lloro. Enfrento las cosas valientemente, como debe ser. "Creo que si uno quiere ser feliz, no puede pensar en cambiar a nadie. Hay que pensar en cambiar uno. Si uno piensa en cambiar a los demás se da muy mala vida. No puede ser así. "Ahora los matrimonios duran muy poco, y las mujeres no son tolerantes. No aguantan nada. No entienden que hay que ayudarle al esposo. Lo que hacen es tratar de componerlos. ¡Nooombre! "Estamos en un mundo muy revuelto, ¡qué va! A los padres les hace más falta el diálogo, tratar de comprender a los jóvenes. Hay que aprender a tratarse y comprenderse. El mejor consuelo para un joven son el papá y la mamá. Cuando no lo encuentran, buscan consuelo en otro lado, y se meten en problemas y hasta en drogas. "Les hace falta Dios a los jóvenes, pero los papás tampoco están preparados. Es que a los papás los formaron como si tuvieran que ser santulones. Por eso es que están como desfasados, como fuera de tiempo. "¿Qué hago yo metida en la iglesia si no sé comprender a un hijo o una hija, si no puede una darles confianzas para que se vayan a buscar confianza en otras personas? "Es que antes no había peligros. Los peligros era que los chiquillos se subieran en un palo y se cayeran o que se ahogaran en una poza, pero ahora hay malas juntas, hay mariguana, hay piedra, hay peligros de verdad".

Dos poemas de Doña Oriente Hay que contemplar la vida como un nuevo amanecer Recordando aquellos tiempos que vivimos el ayer Camilo Rodríguez Chaverri

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Fuimos niños muy alegres Fuimos jóvenes también Hoy somos unos ancianos Caminando por la vida y procurando hacer el bien Ayer fuimos importantes Y hoy lo somos también Como viejos avanzados No nos dejamos caer La vida nos trae tristezas Pero alegrías también Por eso estamos contentos Por sabernos comprender... "Soy ciudadana de oro" Qué bonita que es la vida Esta vida es un tesoro Pero más contenta estoy Porque soy ciudadana de oro. Yo lo digo con confianza Y lo digo con amor Qué guapos que están estos viejos que están en el Adulto Mayor

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Doña Virginia Mora Mora La casa de una leyenda Virginia Mora Mora es la viuda de Clarancio Hall Grant, el famoso Calancho, uno de los primeros negros nacidos en Guápiles y que se dio a conocer como carnicero durante toda la vida. Fue fundador de varias carnicerías, primero una en Jiménez, y luego, otra en el centro de Guápiles, la muy recordada ´La Flor Blanca'. La tercera fue la que puso junto a su casa, y que se llamaba 'Carnicería Calancho'. Doña Virginia todavía vive en la casa a la que llegó con Calancho el día que se casaron. Es la última casa de estilo bananera, con horcones y basas, que queda en Guápiles centro. La única que queda cerca está en Toro Amarillo. "Llegué a Guápiles de 19 años, hace medio siglo. Ya a esa edad tenía tres hijos, y aquí conocí a Calancho, él tenía 21 años. Desde que yo lo conocí, él tenía carnicería. "Juntos tuvimos seis hijos más. Calancho vio por todos, por los que tuvimos juntos y por los que yo traía. Hizo que los míos fueran también de él. Yo quiero que todos mis hijos sean Hall y no Centeno, pero es que fui casada antes. Hemos buscado por todos los medios, que en el registro todos pasen a ser de apellido Hall. "En la época en que nos conocimos, la vida era muy dura. Calancho veía por todos. Todos estaban pequeños. Luego, luchó para que todos estudiaran, y para que pudieran ir al colegio. "Calancho era una buena persona, muy humilde, muy honrado. Aquí todo el pueblo lo conoció y nada tuvo que hablar de él. "Mi suegro, que se llamó Santiago Hall, se vino a trabajar en la construcción del ferrocarril. Después, se puso a trabajar en bananeras, estuvo mucho tiempo conchando banano, y jaló banano con mula. "Esta casa era de la compañía bananera, y cuando la compañía se fue, se la dejaron a mi suegro, mejor conocido como Míster Hall, quien llegó de Jamaica. Dicen que en ese tiempo se le pagaba a la gente con unas monedas grandes, amarillas, que eran de oro. Así me han contado a mí. "Muy pocas casas eran como ésta. Sólo la de Numancia y la del Toro Amarillo. Tengo de vivir en esta casa desde que llegué a Guápiles, prácticamente, y así era, como es ahora. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Esta casa es de todos mis hijos. No sé si ellos la quieren vender, pero yo no quiero que la vendan. Nunca lo he querido. Quiero vivir aquí para siempre, hasta que me muera. Esta casa significa mucho para mí. "De mis hijos, el único que es carnicero es Mario. Fue el único que quedó carnicero. La verdad es que todos son carniceros, todos saben, pero ninguno más ejerce. Marta es ama de casa, José y Santiago están en Canadá, y al finado, Rolando, le gustaba el comercio y se dedicaba a vender lotería. Ellos todos me ayudan, y tengo una pensión. Calanchín, el mayor, es pastor. "Todos me apoyan y me siento muy bien de vivir entre ellos, cerca de mis hijos, en esta casa que me dejó Calancho, para vivir en ella hasta el día en que muera".

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Personajes de Guápiles, TOMO UNO


LUIS CHAVARRÍA PANIAGUa Y tuvo la primera funeraria del pueblo Construyó la Iglesia de Guápiles Llegó a Guápiles con la tarea de construir la iglesia y se quedó para siempre. Hace 36 años, el sacerdote Jorge Grunke quiso construir una iglesia nueva en Guápiles. Para ello, contrató a un maestro de obras que no se acostumbró a lo lejos que estaba el pueblo, y renunció. Entonces, el padre recordó a un maestro de obras que le había ayudado a construir la iglesia de La Suiza de Turrialba. Lo llamó y lo puso al frente de su nuevo proyecto. Se llama Luis Chavarría Paniagua y vino a Guápiles para quedarse. En ese momento tenía 41 años. Nativo de San Rafael de Heredia, en aquel entonces era vecino de La Suiza de Turrialba. "Construí la iglesia en dos años. Además de constructor, soy ebanista. Así que también construí las cien bancas. Lo hice todo a pura mano. En ese entonces sólo la Mula (la municipalidad) tenía corriente, pero si acaso alumbraba. Y el padre tenía una plantita propia, de motor diesel. "En la construcción todo se hizo a mano, y teníamos pocos operarios. Después de construir la iglesia de Guápiles centro, construí la de Roxana y la de Barrio Los Ángeles", cuenta don Luis, quien enfrentó una dura prueba cuando apenas estaba llegando a Guápiles. Murió de parto su esposa, Digna Barrantes Estrada".

Fue papá y mamá "Me dejó seis hijos, cuatro hombres y dos mujeres. La mayor tenía 12 años. Se llama Rosa María y tuvo que ponerse a atender a sus seis hermanitos. "Yo soy maestro de obras, pero cuando quedé viudo, no podía retirarme. Por eso inventé hacer un tallercito pequeño. Y fui trabajando a cómo se podía porque, por un lado tenía que mantener a ese montón de chiquillos y, por el otro, tenía que estar muy cerca de ellos. "Después me dediqué al taller de ebanistería. Una vez que tenía el Camilo Rodríguez Chaverri

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taller ya debidamente instalado, se quemó", recuerda Don Luis. Quedó en la calle. Se quemó hasta la ropa de sus hijos. "Gracias a Dios, en ese momento algunos de mis hijos ya estaban casados, por lo que no vivían en la casa. No se salvó nada. Fue a las cinco de la mañana. Estábamos dormidos. Trabajando mucho fue que salí adelante. Estoy eternamente agradecido porque, en ese momento, la Iglesia Católica me dio 50 mil colones".

Tuvo la primera funeraria de Guápiles "Tuve la primera funeraria que existió en Guápiles. Yo hacía los ataúdes. Cuando eso, todavía estaba criando los seis hijos. La funeraria no tenía ni nombre. "Es que la he pulseado bastante por mis hijos. Y ahora, que soy solo, ellos son muy buenos conmigo. Siempre digo que soy solo, porque tuve una segunda esposa, pero duré poco. Me quedé solo. Los hijos me quieren mucho. Se criaron al calorcito mío. "Me siento muy orgulloso, muy feliz, con una salud que nadie tiene. Tengo 78 años, y nadie madruga lo que madrugo yo, y no conozco a nadie de mi edad que trabaje de 6 a 6. Yo sí. "Me gusta mucho lo que hago. Estoy más feliz trabajando que de vago. También soy electricista. Imaginé que yo monté una planta propia. Eso fue hace años. Fue por allá, por el lado de La Suiza de Turrialba. Yo le daba luz a un pueblo entero, andaba con una escalerita de casa en casa, como el ICE. Eso fue en Tuis de Turrialba".

Le enseñó la vida "No tengo estudio. Nadie me enseñó. Apenas aprendí a escribir y a leer. Leo, pero no tengo ortografía. Eso no me importa mucho, porque de oficios, casi los sé todos. A todo le hago. Por eso sé que mis seis hijos, y el montón de nietos y bisnietos que tengo, se sienten muy orgullosos de mí. "No me gusta mucho la lluvia de Guápiles, pero tengo a la familia aquí, y estoy tan feliz con mis hijos, que ni me fijo en la lluvia. Y de por sí paso todo el día trabajando. "Yo trabajo porque quiero. Tengo un hijo, Manuel, que es ingeniero, que me ruega que me vaya a vivir con él y que deje de trabajar, pero 58

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no quiero. Chavita, el profesor, que es hijo mío, también. Él es pensionado, y se llama Gerardo Alberto. Siempre me dice que tiene una casa desocupada para mí, pero ¡qué va! "Mi felicidad es andar con mi carrito para arriba y para abajo, y trabajar en el taller de ebanistería, que es mi realización y mi vida".

Camilo Rodríguez Chaverri

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Don José Ramón Castillo Madriz Es puro entusiasmo y simpatía José Ramón Castillo Madriz es un vacilón con pantalones, una sonrisa con sombrero. Da gusto verlo saludando gente desde el corredorcito de su casa de madera, unos metros al norte del Más X Menos de Guápiles. Es ahí donde me lo encuentro. Está en su mecedora, el sombrero en su lugar, y un radio a todo meter en el fondo de la casa. Me recibe con un chiste, me ofrece asiento y empieza a contarme su vida como si nos conociéramos de siempre. "Tengo 71 años bien buenos, a medio año cumplo los 72. He vivido mucho tiempo aquí, en este paisaje. Desde que empezó mi vida de casado, en el año 57, he vivido en la calle del Maracas, mal apodo que tenía el barro, del Maracas 150 metros al norte. "Vine a Guápiles de cinco años. Nací en Florencia de Turrialba. Mi papá, José María Castillo, nos trajo para acá. Veníamos una carretada de güilas, nada más que 13. Todavía estamos fuertes, todavía estamos vivos diez. Curiosamente, han muerto tres de los más jóvenes. "Fui a la Escuela de El Caimitazo. Veníamos desde Diamantes, porque durante los primeros años vivimos por ahí. Apenas llegué hasta Tercer Grado, y después me pusieron a hacer mandados y a dejar almuerzos para papá o los peones. "Papá murió cuando yo tenía 15 ó 16 años. A partir de entonces, íbamos a sembrar maíz para sobrevivir. Sembrábamos en Rita. Aquí no había nada que hacer aparte de la agricultura y el montón de trabajo en el campo. "Me casé de 25 años. Mi esposa se llamaba Liliet Calvo Jiménez, y era hermana de Dinorah, la esposa de Edgar Castillo, mi hermano. Por eso fue que me arrimé yo un poco más suave. "Mi esposa murió hace 20 años. En octubre los cumple. No me volví a casar. Será que no me conviene, pero no he encontrado una mujer, y la verdad es que no la he andado buscando mucho. "Cuando me casé, me dedicaba a sembrar en Rita. Cuando estaba alentada, ella se iba conmigo. Si no, se quedaba aquí y yo me iba. Nos quedábamos una semana en la montaña. Había que cocinar con fogón, a pura leña. Nos íbamos los lunes y volvíamos los sábados. Antes la vida era mucho más dura. 60

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Así estuve muchos años, tamaño tiempo, trabajando lejos y bastante. "Siempre me dediqué a la agricultura. También tenía vaquillas, y revolvía las vaquillas con el maíz para ir medio viviendo. Así pasó toda mi vida. Cuando eso estaba mi hjijo Mauricio pequeñón, y siempre me ayudaba mucho. Me decía ´papi, tal vaca parió, pero no se le ve el ternero´. Era valiente desde muy chiquitillo. "En esos tiempos la vida ponía pruebas pesadas. En el campo, al que le iba bien, feliz, y al que no, quedaba con una jarana con el Banco. "Poco a poco me fui haciendo de una finca, en la calle ´El Tablón´, que es de Diamantes para arriba, pero la vendí para pensionarme. La vendió hace como doce años. Y desde entonces me dedico a sentarme en la silla a ver a las muchachas pasar. "Un día por semana voy donde el hijo, donde Mauricio, porque tengo un veintiúnico hijo, y ahora Mauricio me ha dado tres nietos y dos ´biñetos´. "Todas las semanas voy donde Mauricio, a Cariari, a cambiar de almuerzo, y a veces me da por quedarme. Mauricio es muy especial conmigo. Su esposa, Maruja, también es muy especial. Cuando él sale del país, nos tomamos un whisquito con Maruja, por aquello de la cabanga. "A ellos les gusta mucho andar a caballo, y a mí también. Siempre vamos a los topes de todo lado. "La verdad es que soy una persona feliz. No me siento nada mal. Cocino y lavo porque estoy medio abandonado de las amigas. Lo único que no hago es planchar, ni limpio el piso, pero, ¿le digo la verdad?, no falta alguna amiga que venga por aquí a ayudarme", concluye don Ramón, un hombre lleno de vida, de gracia, de entusiasmo y de alegría por la vida.

Camilo Rodríguez Chaverri

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Elena Pardo Castro La reina de nuestra provincia En otra vida fue reina. Se lo noto con sólo verla. Está sentada en una silla de plástico, bajo una carpa azul, frente al parque Vargas, en medio de un homenaje a su amiga, la poeta Eulalia Bernard. La silla de plástico quiere pedirle perdón, pues, ella parece haber inventado la palabra elegancia. Aunque es blanca, en su ropa hay algo que recuerda la delicada belleza de los vestidos de las mujeres negras que conservan la distinción que les viene de Jamaica y de África. Enamora la belleza de esta señora, su sonrisa, su manera de vestir. Tiene algo que el pianista y escritor Jacques Sagot llamaría "aristocracia del espíritu". A sus 77 años, nada hace falta para que uno se entere de que sabe lo que es ejercitarse en el encanto. Limón no siempre es como el ébano del continente al que le debemos la cultura variopinta y embriagante de la provincia. Y Elena Pardo es una síntesis de la personalidad de esta tierra. Después del encuentro en el parque de Limón, con el tajamar a la vista, y el mar a la orilla de la oreja, nos hicimos amigos por teléfono, y sólo después de varias conversaciones, nos reunimos. Vive en la Loma de los Garrón, camino a Cerro Mocho, en esa maravilla del paisaje de Limón, donde una montaña a la orilla de la ola permite ver la playa como si uno estuviera planeando para tomar fotos desde el aire. Está abierta la puerta de una humilde casa de madera, pintada de verde. Cuando me acerco, llega una perra boxer viejísima, pero que, con sólo verla, no se ha cansado de andar. Entonces veo venir a la bella dueña de su espacio. La memoria se guarda de vida en vida, y ella algo recuerda de su pasado de reina. Su casa se ve pequeña y sencilla por fuera, pero es grande y está llena de reminiscencias de las culturas de Limón. Hay una esquina de la sala donde tiene como un pequeño museo oriental, por lo que podría pasar por la casa de alguna familia china de esta ciudad. También hay numerosas pinturas del mundo aborigen, indígena, de Talamanca, y muchas pinturas del reino afrocaribeño. En el medio de todo, la escritora limonense es una aparición 62

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luminosa. Mientras me prepara una limonada, me detengo en cada una de las quince obras de pintores limonenses que pueblan las paredes del segundo piso, y que, por la amabilidad del diseño arquitectónico de su casa, se pueden apreciar desde la planta baja. Luego, me asombra una puerta que cuelga de la nada en el centro de su rincón oriental. En ese momento vuelve la señora con dos vasos en las manos, y descubre mi interés por aquella puerta que parece ser una herida del planeta por la cual uno pasa a otra dimensión. -Esa puerta me la prestó Francisco Alvarado Avella. Viene de China. Sonríe, y me lleva a una terraza, que es como un ojo gigantesco en esa casa y en esa loma. Desde allí, las casas del fondo parecen dientes de la enorme boca del mar.

Un personaje Elena Pardo Castro nació el 4 de mayo de 1927, en San José, hija de Rogelio Pardo Figueroa y Arabella Castro Quijano. Llegó a la provincia de Limón de 9 años. Su padre fue nieto de uno de los fundadores de Limón, Pedro Pablo Pardo, un capitán de navío. "Papá era comerciante. Tenía muchísimas tierras porque fue uno de los primeros hombres en afincarse en Limón. Cuando eso, estas tierras no valían nada. Hoy valdrían quién sabe cuánto. "Papá fue gobernador de la provincia de Limón en 1910, en el tiempo de don Ricardo Jiménez. Tuvo varias residencias. También vivió en Bocas del Toro. "Tuvo un negocio con Otilio Ulate, se llamaba Pardo y Ulate. Era una empresa de exportación e importación de bienes. Luego tuvo una empresa que se llamaba Pardo y Maduro, e hizo negocios con Míster Wolf, el gerente de la Limón Trading Company. "A los 6 años perdí a mi mamá. Tuve una niñez llena de dolor, pero aprendí a gozar de la belleza desde que estaba muy pequeña. "Papá nos trajo para Limón cuando se cansó de estar solo aquí. Yo ya había estado en la escuela García Flamenco y en la Vitalia Madrigal, en San José. Llegué a Limón cuando iba para Tercer Grado. Éramos una familia nómada. Papá tenía fincas, y le encantaba irse con nosotros para la montaña. "Pasamos grandes temporadas en Santo Domingo de El Roble, en Heredia, en un pueblito pequeño. Ahí pasábamos en una finca Camilo Rodríguez Chaverri

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cafetalera. "Mi papá era un aventurero de las fincas. Por ejemplo, fue dueño de la hacienda ´La Vieja´, en San Carlos, que después fue de don Otilio. Mi papá se la vendió. En esa finca había de todo, pero no se podía sacar nada porque no había carretera. Las mulas se iban hasta la panza de barro en el invierno. Ahora, en cambio, pasa la carretera al frente. "También tenía una finca en El Tejar de Cartago. Era una lechería. Era muy inquieto, un verdadero hombre de avanzada. Por ejemplo, en esa finca tenía ganado Holstein. Se vendía a 15 céntimos la botella de leche. "Uno de los amigos más íntimos de mi papá era Míster Wolf, pariente de Calderón Guardia. Era amigo de mi padre. Le ofreció el negocio de la Limón Trading, que era un negocio muy grande. "Fue en 1936, pero ya en 1940 nos devolvimos porque papá se puso muy enfermo. Papá perdió a la segunda esposa en 1934. Ella murió de 36 años. Cuando eso mi papá tenía un almacén que se llamaba ´La Proveedora´, la mejor ferretería de Limón. Estuvo 60 años. "A los 12 años perdí a mi papá. Me quedé muy sola en el mundo. Por eso tuve que volver a la Escuela Vitalia Madrigal, y después pasé al Pensionado de Monjas de Heredia. "Estuve en el Colegio María Auxiliadora, donde estaba interna. Posteriormente fui al Instituto de Alajuela, porque en los pueblos no había colegios. Los muchachos de provincia estudiaban en las capitales de provincia. Tenían que irse para Alajuela, Heredia o Cartago. En Limón no había colegio. Mi hermana mayor, Eneida, se había ido para Alajuela, y era la que nos cuidaba, así que nos fuimos para allá. "Mi hermana se convirtió en mi segunda mamá. Es más, ella todavía dice que es mi mamá. Me dice que soy su hijita, su muñeca. "El Instituto de Alajuela era un colegio mixto. Ahí empecé yo a incursionar en teatro y en radio. En cuanta asamblea había, yo participaba dentro de alguna dramatización. "Saqué el bachillerato y me casé. Tenía menos de 18 años. Mi esposo era un hombre de dinero, veinte años mayor que yo. Nos habíamos conocido en Limón. La verdad es que yo estaba muy solita. Fue entonces cuando tuve a mi chiquita, Arabella, la que es poeta. Estuve casada apenas dos años. En ese momento estaba viviendo en San Carlos de Nicaragua, que era en ese tiempo el pueblo más espantoso, más remoto que se pueda imaginar. "Cuando lo dejé, me vine para Limón, como siempre ocurriría con cada etapa de mi vida de ahí en adelante". 64

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La Revolución en el puerto "Ahora estoy escribiendo mi noción del 48. Yo creía en Don Pepe, y tenía toda la exaltación de la época. Recuerdo que la radio clandestina pasaba todo el tiempo transmitiendo consignas revolucionarias. Todo el mundo estaba exaltado, con la pasión a flor de piel. "Había bombardeos frecuentes. En Limón, una bomba cayó en un lote baldío. Uno dice ´bombas´, pero la verdad es que eran ´hechizas´. "Recuerdo que los oficiales del 48 eran guapísimos. Yo armé un comedor en Limón para recibirlos, para atenderlos... Todos comieron en mi casa, o por lo menos la mayoría. "Recuerdo a Pillique Guerra, a Johnny Víctory, a los hermanos Castro, a Carl Steinvort, a Mario Truque, Jorge Arrea, Castro Astúa y Benjamín Piza. "Ayudé tanto a la gente de Figueres que hasta me nombraron ´Madrina de la Legión Caribe´. "Poco después de la Revolución del 48, mi hermana Eneida me aconsejó que empezara a estudiar. En ese momento entré a estudiar Odontología, aunque Eneida me insistía en que estudiara Educación. Me fui a estudiar a San José. Me metí a la Universidad de Costa Rica "Mi dentista me aconsejó que estudiara Odontología y eso fue lo que hice. Mi familia me ayudó a sacar la carrera. Apenas me alcanzaba para medio vivir. MI chiquita iba conmigo a clases casi todos los días. Entre mis compañeros y mis compañeras me ayudaban a cuidarla. "Todas las mañanas mi hijita me decía ´mami, ¿qué nos toca hoy, pótesis o cilugia?´ queriendo decir ´prótesis o cirugía´. "Saqué la carrera en seis años. Cuando empecé a estudiar tenía 20 años. A veces era tan difícil la situación que no tenía ni plata para comprar leche. Cuando me ocurrían esas cosas, mandaba a mi hija para Limón. Tuve que pasar hambres para estudiar, pasé muy duro, pero, aún así, fui una excelente alumna. "Incluso, a pesar de mis limitaciones, trabajé como actriz durante todo el tiempo en que estuve en la universidad. Lucho Ranucci era el director. En ese tiempo estaban en el teatro Haydée de Vives, Francisco de la Espriella y José Tassies. José Trejos llegó un poquillo después. Desde entonces, la reina de las tablas era Ana Poltronieri. "Siempre fui primera actriz, como la Poltronieri. Por eso es que casi ni nos veíamos. Participé en la obra ´La sirena varada´, con Fernando del Castillo. También trabajé en la obra ´Ha llegado un inspector´, con Camilo Rodríguez Chaverri

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Óscar Bákit, quien luego se dedicó a la publicidad y escribió un libro de cuentos mariachis, del 48. "En ese ambiente del teatro fue que me hice muy amiga de Francisco de la Espriella, quien es tío de Abelito, el Presidente. Rómulo Salas también actuaba y terminó siendo el amor de mi vida".

Una educadora "Desde que empecé la universidad me enamoré de Rómulo Salas, quien también era estudiante de Odontología y compartía conmigo el amor por el teatro. Tenía 19 años. Yo era mayor. Cuando terminamos la carrera, nos casamos. "Yo creo que era que se ponía tan celoso con lo de la actuación que se metió él también en la actuación, y en serio. Recuerdo que participamos en la obra ´Débora´ "Apenas terminamos la universidad, nos vinimos para Limón. En ese momento, la provincia atravesaba una terrible crisis económica. No había banano, no había cacao, y tuvimos que lucharla mucho. Ya veníamos de dentistas. "Combinamos la práctica profesional con el trabajo como profesores de Ciencias en el Colegio Diurno de Limón. Estuvimos trabajando de esa manera durante diez años. Además de eso, dimos clases en el Colegio Nocturno durante dos años. "Como estábamos juntos en todo, mientras uno daba clases, el otro estaba trabajando en el consultorio. Esos años no reportaron mucho dinero, pero fueron muy gratificantes. "Ayudamos a formar varias generaciones de muchachos aquí en la provincia de Limón. Nosotros siempre decimos que los limonenses deben tener una estrella en la frente, porque en Limón hay mucha oscuridad y mucha ignorancia. La estrella que tenemos que llevar en la frente es para ir iluminando el progreso".

Una madre, una dirigente "Romano y yo tuvimos dos hijos, Romano y Gilma Alejandra. Romano es odontólogo, y Gilma Alejandra vive en Estados Unidos. 66

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"Nunca dejé mi interés por el trabajo comunal. Apenas volví a Limón, recién casada, me integré en muchos grupos. Tenía un club de visitadoras sociales, formado por estudiantes que todos los días iban al hospital, y trabajaban en el salón de Pediatría, en el salón de Mujeres y en el salón de Hombres. Estas visitadoras sociales cuidaban a los niños y les daban lecciones a los que estaban en edad escolar. "Para el Día del Niño y para la navidad, las visitadoras sociales hacíamos juguetes para regalar, y hasta hicimos unos muebles para la sala de Pediatría del Hospital Tony Facio. Los muebles los hicimos junto con un profesor de Artes Industriales que ya murió, y que se llamaba don Carlos Araya. "Mientras estuve trabajando en el colegio era quien montaba casi todos los espectáculos y las coreografías. A muchos muchachos les organizaba actos sociales para enseñarles protocolo, para enseñarles cómo comer, cómo servir una mesa y cómo tratar a su pareja. "Busqué crear un movimiento teatral en Limón. Recuerdo que estaba montando ´La zapatera prodigiosa´, y por capricho de una muchacha que al final no quiso actuar se nos cayó la obra, a pesar de que teníamos lista la escenografía. "Con la misma gente que estaba en los talleres de actuación preparaba una gran cantidad de material didáctico que repartíamos en las escuelas limonenses. Y como era profesora de Ciencias, en el área de Botánica a principio de año les exigía sembrar un árbol en almácigo, y para trasplantarlo a finales del curso lectivo. Así fue cómo nació mi interés por las áreas verdes de Limón, que es algo que conservo hasta hoy. "Tengo la satisfacción de que nunca se me quedó ningún bachiller en Biología. Luego, de la Universidad de Costa Rica recibí la noticia de que mis alumnos eran los mejores del país. "Después de mi paso por la educación, entonces sí me dediqué de pleno a mi profesión. Mis entradas se multiplicaron, y eso permitió que pudiera disponer de más recursos para mi trabajo comunal. "Fui Presidenta del Patronato Nacional de la Infancia en la provincia de Limón, presidenta de la Junta Directiva de la Aldea de Moín, que recogía a los chiquitos que recogía el PANI por estar abandonados o en estado de maltrato y abuso. En todo esto hice una labor lindísima, que me llenó muchísimo. "Le hicimos un kínder a la aldea, y dos o tres veces me encargué de la pintada de las casas de la aldea, del alcantarillado y las aceras. También les pusimos play grounds y les hacíamos unas fiestas de navidad maravillosas. Camilo Rodríguez Chaverri

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"También fui presidenta del Centro de Formación y Recreación Juvenil de Limón. Dentro de todo lo que hicimos en esa institución, recuerdo que publicamos una colección de obras de pintores limonenses en forma de tarjetas postales. "Asimismo, montamos clases de pintura infantil en el centro de formación y empezamos la investigación de la cocina limonense. Hicimos varios talleres de deportes y de arte. Y hasta me dedicaron el Primer Festival de Teatro de Limón, que se llamó Palma de Oro. Fue en el año 80".

Una compañera "Mi esposo fue presidente del Club Rotario de Limón, y juntos montamos una semana cultural que se llamó ´Limón, puerta del Caribe´. "Para esa celebración recuerdo que montamos la obra ´Murámonos, Federico´, y se le hizo un homenaje a don Joaquín Gutiérrez. Dentro de lo que incluimos para esa semana, tuvimos una exposición de pintura limonense, porque siempre he tenido mucho interés en dar a conocer la obra de artistas limonenses como Negrín (Ricardo Rodríguez), que es el pintor más importante de la negritud. "La actividad la inauguró Rodrigo Carazo junto con su ministra de Cultura, Marina Volio. Estaban muy sorprendidos con nuestra organización, porque incluso trajimos el Teatro Nacional de Muñecos y la Compañía Nacional de Danza. "Dentro de ese trabajo cultural, hicimos una gran labor de promoción del cine. Todas las noches dábamos cine en los barrios. Siempre he trabajado ad honorem. Hasta que me da risa que me lo pregunte. Esa es la única manera de llevar cultura a la comunidad. "De la misma manera, estuve metida en el Garden Club, y nos dedicamos a sembrar arbolitos por toda la provincia. Estuve de presidenta del club durante tres períodos. Y cuando entregué la presidencia y se nombró una nueva directiva, hasta ahí llegó el club. Finalmente desapareció. "En los últimos veinte años me he dedicado a escribir y a publicar mis libros. Siempre he leído mucho y me ha gustado escribir, pero todo el trabajo profesional y comunal no me permitió dedicarme antes a esta labor".

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Sus libros "El primer libro fue ´Limón y su cocina´. La primera edición es de los años 80. Usted sabe que no me quedó ni un libro, si seré yo loca. Bueno, lo que sé es que se trata de una obra histórica, porque nadie había recopilado tanta información sobre la cocina de la provincia de Limón. Ya tiene dos ediciones. "El segundo libro fue ´Mi viejo Puerto Limón´, que también tiene dos ediciones. Es un libro de cuentos y narraciones. El libro retrata una parte muy rica de la historia de Limón. Lo que trato es de transmitirle a los jóvenes parte de sus raíces. "El tercer libro es ´Una vez en un tiempo´. Esta obra es la autobiografía de una niñita en su entorno, sus reacciones ante el paisaje, ante los seres que se mueven alrededor de ella, y las costumbres de un pueblo que está aislado, al que se tiene acceso únicamente a través del ferrocarril. "Es autobiográfico. Es la síntesis del asombro siempre constante de esa criatura que se asoma a la vida y al paisaje con ojos exaltados. "También he publicado constantes y numerosos artículos sobre el devenir histórico de Limón, casi todos los sábados mando boletines de prensa a la radio y me publican muy seguido en ´La Nación´, ´La Prensa Libre´, ´Diario Extra´ y ´La República´. "Mi participación en los periódicos me ha permitido incidir en muchos aspectos que deben revisarse de nuestra historia. Por ejemplo, conseguí que una ley reestableciera el verdadera nombre de la isla Uvita, que es Quiribrí. Eso lo conseguí gracias al apoyo del ex diputado Teddy Cole. "Desde hace seis años soy la coordinadora de Belleza y Ornato de Limón. He estado sembrado árboles, sembrando plantas, poniendo recipientes de basura, haciendo boletines para motivar a la gente... Casi todos los sábados publicó un boletín sobre este tema en la radio. "Ahora estoy esperando que se publique mi novela ´Solentiname´. Es una novela de 360 páginas en la que cuento la historia de amor de una mujer que se enamora de un revolucionario que pelea contra Somoza. El personaje no es el padre Cardenal, por si las dudas... "Hay diferentes paisajes. A uno de los personajes lo ponen preso, lo maltratan, lo torturan... Gracias a un amigo de la mamá, lo tiran a la frontera, y viene a dar al Valle de la Estrella, donde trabaja como peón bananero y protagoniza una huelga en el año 75. "Hago un estudio de la idiosincrasia del negro y del poblador de Camilo Rodríguez Chaverri

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Limón. Es un tipo muy especial y muy diferente. Pasan muchísimas cosas, hasta que se encuentran los dos personajes, que se habían visto dos veces en su vida. La historia termina con su encuentro amoroso, pero hay mucha cosa que se va desarrollando en el medio. "Ahora estoy escribiendo otra novela. Es la historia de dos vidas, y trata acerca de las circunstancias de dos personajes que se mueven en ambientes opuestos uno del otro, tanto con respecto al ambiente como en lo político. "Es la historia de una mujer de Limón y un hombre de San Isidro de El General. Ella apoya a los liberacionistas y él es mariachi. Al final, se juntan. Para esta novela he estado apoyándome en gente que sabe mucho, como Óscar Aguilar Bulgarelli, para tener datos fidedignos".

Un amor "Mi amor murió hace 6 años, y me le hicieron el honor de ponerle su nombre al Centro Regional Universitario de Limón, que ahora se llama Doctor Rómulo Salas Guevara. "Es un gran honor y un reconocimiento para nuestro trabajo. En Limón lo que hace falta es sentido de pertenencia. Hay muchas facetas culturales, pero ninguna se define bien, y aunque parezca mentira, casi nadie se siente verdaderamente ligado a este lugar. "Los negros todavía sienten arraigo por Jamaica y por su cultura inglesa, pero sin asentar completamente su cultura en esta tierra, y los chinos tampoco se han integrado del todo, menos los nicaragüenses, ni los indígenas, que se tienen como animales exóticos, pues a ninguno de estos grupos se les considera de manera adecuada. "Estoy estudiando todos los trabajos sociológicos que hay sobre esta zona. La historia de Limón se forjó a hierro y humo, porque sus raíces tienen un sentido especial a partir de la construcción del ferrocarril. Varios de los estudios que más me han interesado hacen hincapié en analizar el carácter y el comportamiento de quienes participaron, y se patentizan las conclusiones en el comportamiento de esos grupos en la actualidad. "Los trabajadores de distintos grupos étnicos sufrían un tratamiento diferente de parte de los capataces. Los chinos eran los peor tratados, mientras que los criollos rápidamente se retiraron, porque no soportaron el clima mal sano de la región. Los italianos, por su parte, eran tratados un poco mejor, pero las condiciones fueron tan inhumanas que fueron ellos quienes protagonizaron la primera huelga. En todo caso, los 70

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negros fueron los mejor tratados porque sabían hablar inglés. Aunque los capataces eran sureños, con arraigados prejuicios raciales, tenían que confiar en ellos para que sirvieran de puente de comunicación para los otros trabajadores. "Cada grupo racial formó un ghetto. Cada uno defendía sus derechos o sus condiciones, y se unían en sus dolores y en sus miserias. Esa condición persiste hasta hoy: el chino se mantiene en su círculo racial, el negro es reacio para aceptar la amistad del blanco y hasta cierto punto se muestra antagónico, mientras el criollo y el híbrido nadan en dos aguas, tratando de entenderse con unos y con otros. Ya me metí a socióloga, pero no importa. En todo caso, en mis obras, lo que pretendo es mostrar todo esto a través de personajes, no de mis opiniones ni mis concepciones. Al fin y al cabo, lo único que persigo es que tengamos una comunidad más próspera, más orgullosa de sus raíces y más unida".

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Yoyo Quirós Testigo de los inicios de la historia bananera de Limón Desde muy pequeño, yo escuchaba a mi papá hablar de gente culta. Hablaba con mucho regocijo, como si quisiera que sonrieran todas las palabras que salían de él. En ese momento, yo creía que una persona culta era una persona que cultivaba la tierra. Y entendía el entusiasmo que despertaba en mi papá la gente ´culta´ por ser él agrónomo y biólogo. Hasta que un día no me encajó mucho lo que estaba hablando de alguien culto con aquella idea de un campesino. Entonces le pregunté, y después de sus risas prolongadas y contagiosas, me explicó qué es ser culto. -Vea, culto es, por ejemplo, don Yoyo Quirós. Uno va a hablar con él seis horas y le habla de muchos temas diferentes. Otro día, uno va y se sienta seis horas más, y le habla de otros temas, sin repetir los primeros. Claro. Ahora sí tenía claro qué es una persona culta, aunque don Yoyo, la verdad, responde a mis dos ideas: tanto es culto por su conocimiento vasto, su hábito de lectura y su memoria impresionante como por su amor por la tierra, su apego a la agricultura y su aspecto de hombre sencillo, de campo. Pasé muchos años sin verlo, desde que me llevaron a vivir a Siquirres y a Guápiles. Pero aquella imagen que tenía del señor culto, con sombrero de lona y largas explicaciones de la historia y la literatura, pronto fue ampliada en el Caribe. No más empezando el colegio mostré interés en la gente mayor y en la historia oral y vivida de los pueblos. Y siendo miembro de una asociación de estudiantes, organizamos fiestas para niños pobres en la zona de las Barras del Colorado, el Tortuguero y el Parismina. En una de tantas, me senté a hablar con unos señores de las barras y escuché historias del tiempo de Yoyo Quirós. De nuevo, era la huella de aquel hombre que tanto me impactó en la niñez. Don Yoyo tiene un lugar primigenio en la historia de la producción bananera de la zona norte de Pococí y Siquirres, y en la utilización de los recursos de la zona de las barras. Después, a lo largo de diez años, cada vez que voy a la Barra del 72

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Colorado o a Tortuguero, escucho alguna historia en la que, de pronto, surge el nombre de Yoyo Quirós en el nido del pueblo, cuando apenas estaba la comunidad saliendo del cascarón. Pero don Yoyo es mucho más que un personaje que, de casualidad, signifique algo para Pérez Zeledón y para la zona norte de Limón. Ministro de Agricultura, Presidente del Instituto de Tierras y Colonización (ITCO, hoy IDA), diputado de don Chico Orlich y Embajador de Costa Rica en el Bloque Socialista, es parte de la historia no oficial del desarrollo de las instituciones agrarias y del agro en general. Tenía una y mil historias sobre él, algunas sorprendentes, como cuando me presentó por primera vez la obra de García Márquez. Tenía yo unos 8 años, y se puso don Yoyo a hablar con mi papá sobre los pueblos de Colombia que aparecían en la obra de Gabo. Cuando eso, las memorias del escritor de las camisas pintonas y el bigote y la pinta de novela, ni siquiera eran un proyecto lejano. Acababa de ganar el Nóbel. Don Yoyo se puso a detallar las características de cada pueblo de su obra, y cómo coincidían con los pueblos colombianos de la niñez del escritor. Fue el mejor recibimiento literario para mí, porque luego entendí la fabulación de García Márquez como algo surgido de su historia personal y de la historia de sus pueblos, y reinventado por su imaginación, que creó una criatura a la que le puso alas pero le dejó las patas bien puestas en el suelo.

Volver por sus pasos Enjuto, sin un gramo de grasa entre piel y hueso, es la austeridad vestida de persona. Nos recibe en el portón de la finca donde vive, y antes de llegar al corredor donde se sentará con nosotros, bastantes varas más adelante, primero nos muestra árboles que ha cultivado, nos habla de experimentos en plantaciones de café y nos pasa por un galerón donde le ayuda a trabajar uno de sus nietos, criado en Guápiles y que viaja a casa de sus padres de quincena en quincena. Don Yoyo se llama Teodoro Quirós Castro, y nació en San José en 1917. Su papá se llamaba Roberto Quirós Blanco, nieto de Máximo Blanco, legendario guerrero de Costa Rica en 1856, quien vino de la Universidad de Essex con el grado de teniente y llegó precisamente para la campaña en contra de los filibusteros. Curiosamente, Don Yoyo también es bisnieto de Juan Manuel Quirós, la primer baja de Santa Camilo Rodríguez Chaverri

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Rosa.

Sus orígenes A Don Yoyo cuesta domarlo en una entrevista. Nadie le mete el freno o las espuelas. Él es el dueño de la montura, y del aparejo. Así que jinetea la historia y la palabra por donde quiera. Su madre se llamó Marta Castro Herrera, y son tres hermanos más y tres hermanas. El papá se dedicaba a la mecánica, con grado de capitán de la Marina de Estados Unidos, y su mamá era ama de casa. "Desde la escuela Buenaventura Corrales, tuve a la par una camada de gente especial. Otto Jiménez Quirós, que fue vicerrector de la UCR, y el compañero insigne, el más capaz, fue Rodrigo Facio Brenes. "Rodrigo era el mejor portero, el mejor matemático, el mejor en basketball, y el mejor compañero. Era muy solidario con todos. Hijo de una gran mujer, doña Rosarito Brenes Mata, quien también era una gran maestra. "Rodrigo Facio era muy humilde, no hacía por donde darle un codazo a nadie. Hizo un periódico en el colegio, ´El vocinglero´. El caricaturista era Otto Jiménez Quirós, y el que hacía los editoriales era Fernando Lorenzo Brenes, un primo hermano de Rodrigo. "También estaban en clase Guillermo Ramos Valverde y Jorge Calvo Astúa, que fue el que ganó el primer premio de matemáticas de todos los colegios, cuando estábamos en tercer año. "Había un ´Tapón de yodo´ ahí, quien sigue siendo un gran hombre, Alejandro Soto Escalante, y todavía tiene todos los pelos colorados. Y Jorge Villalobos Dobles, quien fue contralor. "Poco tiempo antes, a papá lo llamó don Ricardo Jiménez a reformar la Fábrica Nacional de Licores, y junto con don Enrique Pinto, hijo de Tata Pinto, diseñaron la reestructuración. Fui al Liceo de Costa Rica, y a los meses cambió mi vida. "Mi papá murió en un accidente cuando yo tenía 13 años. Gracias a Dios, era muy previsor, y nos dejó la póliza de accidentes de trabajo, que la gestó en el año 24 por medio del actuario del Banco de Seguros, don Ernesto Arias. Fue la primera póliza que existió, la de riesgos del trabajo".

Lombardo Toledano 74

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"El liceo fue punto de interés de los promotores de ideas nuevas. Había un hombre sindicalista, Lombardo Toledano, quien cogió de conejillo de Indias al liceo, y algunos mordieron el anzuelo. Lo de extrañar era que había más seguidores de Lombardo en el Seminario que en el Liceo. "No tuvo el apoyo que él pretendía. Nunca una huelga prosperó en el Liceo de Costa Rica. Él venía procurando reformas en el Liceo que el estudiantado no apoyó. "Por ejemplo, gente instruida como Rafael Ángel Johas y Duilio Canossa hablaban de que aquello de la Unión Soviética no era marxismo leninismo sino una dictadura de Stalin. No tenía futuro tal y como Lenin lo había esbozado. "La única manera de ayudar era como lo hizo el doctor Hammer, el primero que socorrió Chernobyl. Estamos hablando de los tiempos de Reagan. Hammer sale con dos yets, el particular de él y otro, con una buena mayoría de científicos judíos, especialistas en cambio de médula, y aterriza sin permiso de las autoridades soviéticas. Cierro paréntesis. "En el seminario había alumnos como Joaquín Gutiérrez y Fabián Dobles, quienes, siendo hombres tan honrados y tan buenos, nunca quisieron entender lo que sí entendió Manuel Mora. Fíjese que cuando hacen el acuerdo Stalin y Hitler de deshacer Polonia e invaden, un periodista con radioemisora, Gonzalo Pinto Hernández, dueño de ´Alma Tica´, llama al Partido Comunista, al Bloque de Obreros y Campesinos, y les pide que expliquen cómo entienden un pacto entre el nazismo y la Unión Soviética. Los demás comunistas se quedaron callados, pero Manuel Mora no lo compartía, y lo dijo. "Entre una juventud así, de gentes moderadas, no privó nunca la doctrina estalinista, que era la doctrina de Lombardo Toledano. Por eso no pegó como él quería. "Ya que mencioné a Joaquín Gutiérrez, recuerdo que vivía frente a la Escuela Buenaventura Corrales. La mamá le hacía los pantalones, sin zíper, con un huequito con lengua, y le decían ´María huequitos´. "Recuerdo que se fracturó un brazo, se le entumió y agarró más fuerza en la otra mano. Entonces se echó un pulso, y dijo ´al próximo que me diga así, le rompo la cara´".

Después de la Guerra Mundial "Durante mucho tiempo trabajé con café, en Aserrí, y luego en la Camilo Rodríguez Chaverri

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construcción de la carretera Interamericana. Cuando termina la Segunda Guerra Mundial, dejó de llegar la plata de la carretera, que la financió el gobierno de Estados Unidos, pero ya nos habíamos hecho amigos de Roger Stone, que fue el encargado, durante el conflicto bélico, de sembrar raicilla de ipecacuana para las amebas, y de hule para la industria bélica. Todo lo sacaban por el Caribe. "Él tenía problemas de administración y me pidió que me fuera a administrar la Caribbean Packing Corporation. Cuando eso, Costa Rica era el segundo productor de hule del mundo, después de Brasil. "Y hasta la planta de Nicaragua producía hule que salía por Limón, porque, si no, se lo robaba Anastasio Somoza. Cuando eso, toda la plata que llegaba a Managua desaparecía. "Con Míster Stone en Costa Rica, en Estados Unidos tenían la seguridad de que todo saldría a tiempo y en orden, porque él era impecable. Estaba casado con la hija de Zamurray. "Fue así como nos fuimos para Limón en el año 46. Limón era la única ciudad con alcantarilla y pavimentación completa en toda América Central. No había otra. Vea si era aseado que no permitían secar cacao en la calle. Barrían hasta las calles. "El llavín de la casa de nosotros se descompuso, y duró tres años descompuesto. "Era una comunidad muy pequeña. Había un sanedrín donde se podía saber todo lo habido y por haber, que por qué el chiquillo de la macha salió negrillo, y mucho más. Aquello era un nido de víboras. "Limón era el sitio de reunión de todas las partes. Después de sudados, los trabajadores ya estaban bañaditos, y en eso pasaba la muchacha del patí. Por cierto que, ya que digo patí, pienso en que la gente de Martinica es de habla francesa, y tenía influencia en Limón. Por eso, el patuá tenía algo de francés. "Los negros se reunían en un rincón del malecón, con banquitas, a tertuliar. Limón tenía una vida cultural impresionante. Marcus Garvey hizo su patio aquí. Fue aquí que empezó a hablar de la Black Star Line. Después de estar en Limón, volvió con las ideas muy claras. Quien más lo apoyaba fue Gabriel Ramos Valverde".

Frescura en la memoria "En Limón todavía estaba fresca la historia del buque San Pablo. Fue así: supuestamente lo torpedean los alemanes, y protestando contra 76

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el ataque, el 12 de octubre de 1943 se arma un desorden en San José. Apedrean las librerías alemanas y españolas. Hacían de cuentas que todos los españoles eran franquistas. El San Pablo queda hundido en el puesto número 3 del Muelle Metálico. La única manera de poder levantar al San Pablo fue traer un flotador que Míster Stone prestó. Lo hundieron lo más que pudieron. "La explosión fue de adentro para afuera, porque el hueco era hacia fuera. No se sabe qué fue lo que pasó. Perecieron los negritos de Limón, la cuadrilla de trabajadores. Todo Limón se estremeció con el retumbo y con la tragedia. "El papá del exministro Rogelio Pardo, que también se llamaba don Rogelio Pardo, era ingeniero civil, y manejaba la compañía de la electricidad, que era de John Saxe. "Terminada la guerra cerramos la Caribbean Packing Corporation, y Míster Stone me dijo, que si quería devolverme a El General o si prefería quedarme en Limón, porque él me podía vender un bote muy bueno. Estaba hecho para pasar barras. Entraba a las barras del Colorado, el Tortuguero y el Parismina, así como a la costa sur, a Cahuita, Puerto Viejo y Manzanillo. "Acepté el negocio. Empezamos a recoger banano y cacao, en las barras y en la costa sur de Limón, y poco después entramos en el negocio bananero. Empezamos las plantaciones bananeras en la confluencia del río La Suerte y el río Desenredo. Corría el año 46. Complementábamos esas plantaciones, porque comprábamos banano en el río San Juan y en el río San Carlos. Todo se transportaba a Limón. "Ahí estábamos de socios Juan Schroeder, Mariano Zúñiga y yo. Mariano se hizo cargo de toda la actividad bananera en el río San Juan y en el río San Carlos. Manejaba muy bien a los nicas. Y también se hizo cargo del embarque. "Después se dejó ese negocio del embarque de por vida, pero estuvimos juntos hasta el año 58. Fue hasta después que cada uno cogió su rama. "Lo del banano hubo que cancelarlo. A la United Fruit, una vez que ocurre lo de Pearl Harbor, le devuelven una flota de barcos Liberty, en el año 46. Cuando llegábamos con 18 mil racimos de bananito a Brownsville y a Tampa, ya la United tenía 40 mil racimos de fruta de primera, traída de Ecuador. Los clientes nuestros nos dijeron que no podían seguir con nosotros, porque les estaban ofreciendo ese banano por lo menos 2 centavos más barato y mucho más rápido. No hubo manera. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Pero voy cortando camino en el relato, porque, aún así, aguantamos más de diez años. Empezamos en el 46 y todavía estábamos sacando banano en el año 57. Aguantamos esos años porque había gente muy buena. Una de las maneras como nos defendimos fue porque persuadimos a los clientes de que compraran barcos y que cruzaran las barras. Francisco Vanolli nos llevaba un fiscal de aduana a Barra del Colorado, y de ahí salíamos directo. "Al hacer el bananal sacábamos mucha madera, pero no botamos toda la montaña. Sembramos a media sombra. La madera que sacamos iba para la industria mueblera de Puerto Rico. Ya conocíamos mucho de esa isla y admiramos mucho a Muñoz Marín, que es uno de los políticos más inteligentes que ha tenido América Latina. La fórmula de Estado libre asociado de la Unión Americana les da grandes garantías y les deja libertades. Por ejemplo, toda la industria mueblera entra libre de gravámenes a Estados Unidos. "Había un senador puertorriqueño, de origen vasco, de apellido Gaztanbide, que tenía una empresa mueblera, y los Hermanos Michelena, unos dominicanos que eran los grandes perseguidos de Trujillo, porque tenían un periódico en Santo Domingo, también tenían industria mueblera en Puerto Rico".

"Bananito cimarrón" "En el 58, ya sin posibilidades de seguir llevando bananito cimarrón, decidimos empezar a buscar conexiones para hacer el cultivo al sol, con control de sigatoka, y vino una odisea. A través de gentes muy buenas en Europa, nos dedicamos a gastar platica de nosotros buscando conexiones y fuimos interesando a empresas europeas, que venían a romper el monopolio de la United Fruit en el Pacífico y la Standard Fruit en el Atlántico. "Mario Echandi era el presidente y no quería que hubiera esos monopolios. Los censuraba mucho. Con él me fui para Génova, y conquistamos a un empresario muy importante, casado con una nieta de José de San Martín. "Lo convidamos a que tanteara con unos viajes de banano, nos unimos entre varios, y embarcamos las primeras frutas para Europa en el 58. "El empresario genovés se llamaba Andrea Marsano. Cuando la Standard se dio cuenta, también empezaron a llevar fruta. "Marsano tuvo que correrse, pero habíamos quedado conectados en 78

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Hamburgo con una cooperativa, que se llamaba EDK, que importaba bananos que traían de África. En Alemania hay un consumo masivo de bananos. También teníamos contactos en Rótterdam, con Vran Hoboken, y en Bélgica, con Vran Parais y algunos empresarios de Amberes. Con ellos fundamos Ticabán algún tiempo después. "La primera finca se llamaba ´Casa Verde´. Estaba en la unión del río Desenredo y el río La Suerte, donde ahora está la Finca Cantagallo. "En la segunda etapa, hicimos un acuerdo con una gente conocida de antes, porque Costa Rica tuvo un gran instrumento de comercio en Tampa, gracias a Delia Failde, una gallega que nos ayudó muchísimo. "Un buen día se apareció en San José con un rabino, y con el dueño de un lugar de carreras de perros. Traían de sacristán a Jacques Loeb. Esa gente venía representando a West Indies Fruit Company. Con ellos fundamos BANDECO. Nosotros no formamos parte de la sociedad de BANDECO. Lo que queríamos era romper el monopolio con alguien versado, como los de West Indies, que era el más grande de los pequeños comercializadores. "Recuerdo que Lou Grossman era el gerente, quien dejó aquí a Jacques Loeb como gerente. Fueron ellos quienes realmente fundaron Bandeco, que es la mamá de Pindeco, con grandes implicaciones en el Atlántico, por las plantaciones de banano, y el sur, por las plantaciones de piña. "Posteriormente, la gente de Vran Parais y tres más de Amberes forman ´Tica Bananera´, y empiezan a operar en el terminal de Río Frío, pero viene una depresión en los precios de banano y prefieren cerrar. Fue ese el nacimiento de Ticabán. "Era gente muy solvente. Todo lo pusieron con capital propio. El ramal iba desde Leesville, Roxana, hasta Ticabán. Les costó 700 mil dólares más los furgones. Fueron los primeros furgones decentes que hubo en el ferrocarril. Posteriormente los regalaron al Estado de Costa Rica, y dejó de ser simplemente un ramal bananero. "Tuve participación en Ticabán, con Edmond Woodbridge. Luego, esa finca le quedó a la familia Figueres, y la invasión de ´El Indio´ le tocó a los Figueres".

Creador de fincas bananeras "La finca ´El Prado´ la hicimos en el año 67. Era un 40 por ciento de nosotros, porque la hice con mis hijos; un 20 por ciento era de un Camilo Rodríguez Chaverri

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hermano mío, de Fernando, y el otro 40 por ciento de Parker Banana Company, de Tampa. "Después de ´El Prado´, vino la finca ´Mola´. Se llama así porque ahí nos ayudó mucho ´Mola´ Argüello, que es todo un personaje de la zona norte de la provincia de Limón. Era tremendo y los hijos salieron a él. Imagínese que un hijo de Mola se pegó una avioneta con una piedra y se la trajo al suelo. La avioneta pegó la panza contra la plaza y el piloto salió en carrera a agarrarlo. Era un espectáculo ver al chiquillo corriendo y al piloto detrás. Desde ese momento, al chiquillo le pusimos el apodo de ´Antiaérea´. "En ´El Prado´ y ´Mola´ nos esmeramos en hacer plazas, casas y hasta escuela. Le voy a contar la historia de la escuela de ´El Prado´, con la esperanza de que ya no me puedan meter a la cárcel. Un día, iba un camión de material para el pueblo de El Jardín. Era un material para hacer una escuela. Nosotros ya estábamos con los planes de hacer la escuela de la finca. Mis hijos Gerardo y Beto estaban tomando café, y en eso se baja el chofer del camión y les cuenta que está perdido, y que anda buscando El Jardín porque todo el material que lleva es para la escuela que van a construir. "Beto se levanta y le dice ´en este lote estará la escuela de El Jardín´. Se pusieron las pilas, llamaron a unos peones y rapidito habían descargado todo el material. Mis hijos le dejaron el nombre de ´El Jardín´ a la Escuela de ´El Prado´ en honor a la otra escuela. "Esos hijos míos son terribles. Yo siempre digo que Gerardo fue el primer terrorista de la zona, porque cuando estaba en primer grado de la escuela aprendió a preparar pólvora. Estaba en la Escuela Tomás Guardia de Limón. "No sé quién fue el que le enseñó. No fui yo. La pólvora la hacía con una mezcla de clorato de potasio, azufre y carbón molido. Se iba con unos compañeros para la botica y compraba los ingredientes, todo al tanto de una libra. El azufre no se vendía en la zona, pero andaba regado por culpa de un barco. "Era un sábado. En ese tiempo sí trabajaban en las escuelas. Ellos iban a clases hasta mediodía. Hicieron una bomba y se pusieron a pensar ´¿dónde ponemos este bombón?´. Una bomba de esas se detona por impacto, simplemente se le tiraba otra piedra. "Viene ´Chayote´, que era como le decían a un chiquillo que era compañero de ´Gerardón´, y le dice al angelito de mi hijo que dónde más puede sonar la bomba es en las escaleras de su casa, porque hay un eco tremendo. El papá era gerente del Banco, y la casa estaba en el alto 80

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del edificio, vivían en el segundo piso. "Armaron la bomba, fueron a cerrar la puerta y la tiraron. Salieron disparados con toda y puerta. Por dicha que naditica les pasó. Al frente estaba el comisariato de la United. Aquello estaba aterrado de gente y el banco también. "Cuando pregunté, me dijeron ´dos tombos tienen agarrado a su hijo´. Pero llegué y estaban en el balcón, muertos de la risa".

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Lo cuenta don Yoyo Quirós Historia de Limón, el 48 y el desarrollo de la zona de las barras "Me metí en política en el año 48. Una vez que se hizo la sesión del congreso desconociendo las elecciones, llegó el doctor Blanco Cervantes a Limón porque necesitaba un inventario de las armas del cuartel de Limón. Entonces, recurrió el doctor a don Enrique Alvarado, gerente de All American Cable y sobrino de Felipe J. Alvarado. Don Enrique les dijo que no podía ayudarles, pero que llamaran a Yoyo Quirós. Yo tenía amigos ahí, entre ellos, un primo, Gilbert Crespi Oduber, que era muy leal. Él vio cómo andaban las cosas. "Recuerdo que en ese momento había un muchacho vecino de nosotros que era de apellido Echeverría. Era tío de Miguel Ángel Rodríguez. Me pidió trabajo. Los Pardo tenían el mejor almacén de Limón, La Proveedora, que era el más surtido después del comisariato de la United. "Mario Pardo me dijo que tenían mercadería muy susceptible de que la requisaran. La cargamos, con la idea de que yo me la llevara para Puerto Viejo para guardarla. "Al hacer el desembarque, nos descubrieron y me metieron preso. Al llegar a la cárcel, me encontré con Sandro Sosto, que había sido agente de importadores de armas. Lo habían agarrado con dinamita. "Muy avanzado febrero, o a principios de marzo, al anochecer llegó el gobernador, don Abel Robles Troyo, casado con Mimí Fernández Prestinary, tía del periodista y escritor Álvaro Fernández, a quien le decimos ´PZ´ porque ese era su seudónimo en La Nación. "Había sido bastante cercano a los Figueres, porque tenía una socia capitalista muy buena, quien ponía la plata para los salarios y producíamos frijol en grande. "Le fiábamos a Toño Figueres, el hermano de Pepe. Le dábamos treinta días para pagar. Tenía una plantación en el bajo de Santa Elena y la otra en Frailes. También nos habíamos hecho amigos de don Pepe en nuestro primer trabajo, en el beneficio de Jorco de Aserrí. Yo le ayudaba con la secada a veces y Don Pepe nos daba consejos en general. "Él pasaba a Jorco con Tobías Umaña Jiménez y León Sotela Bonilla. Hablaban de precios de café y de ventas. "Lo cierto es que la revolución me agarró en Limón. El 10 de abril 82

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tenían que llegar, según los mensajes por radio, los de la Legión Caribe. Don Enrique y yo estábamos pendientes. "Los aviones que traían armas eran llevados por ´Pillique´ Guerra y ´El Macho´ Núñez. Pillique tenía que avisar tirándole una bomba al cuartel de Limón. Tenían que llegar sábado y no tuvimos ningún aviso. A la mañana siguiente íbamos para misa, a las 5 y 40 de la mañana. Al frente del cuartel estaba barriendo don Abel Cruz. Fuimos a misa. La misa es de lo más bonito en Limón porque las negritas van muy acicaladas. Estábamos entrando a la iglesia cuando oímos el bombazo. "Saliendo de la iglesia nos topamos con Octavio Sáenz, sindicalista y comunista, quien nos dijo que estaban invadiendo por Moín. Recuerdo que venían por la playa, directo desde el aeropuerto. "Octavio venía armado, me dijo que tenían las oficinas del Seguro Social y que su rehén era Hernán Garrón. Octavio murió en El Codo del Diablo. "Entre el puente del río Jilguero y el puente del río San Isidro, hay un monumento en homenaje a los caídos, y dice ´aquí yacen en sublime confusión los que ofrendaron sus vidas por defender sus ideales...´. El hecho de que estén juntos demuestra lo que es este país. "Siempre me opuse a los liberacionistas que no querían darle ningún crédito a los mariachis que lucharon defendiendo las Garantías Sociales. "Ahí donde está el monumento del que le hablo estaba una trinchera y reparaban camiones. Ahí echaban los cadáveres y los quemaban, de un bando y del otro. Fue un acuerdo entre Oldemar Chavarría y Alejandro Soto Escalante".

Tomaron Limón "El 11 de abril me buscó Octavio y nos topamos a Vico Estarke. Nos dijo que ya habíamos tomado la Central y que iban a volarle bala al Seguro Social. Le dije que ahí estaba Hernán Garrón. Vico reforma su plan y no le vuela bala. De alguna manera interviene Octavio y liberan a Hernán Garrón. En eso, los comunistas toman la aduana. "Cuando supe que Hernán estaba liberado, nos fuimos a ver qué hacer con las familias. Alfonso Goicoechea Quirós venía como delegado de Don Pepe. Venía muy enfermo. Traía una carta en la que se me pedía que me hiciera cargo de la intendencia. "Recuerdo que los pilotos se hospedaron en un hotel. Y siempre estuve pendiente de que no le faltara comida a la gente. Para eso, Camilo Rodríguez Chaverri

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escogí peones muy buenos: Álvaro Umaña, Carlos José Gutiérrez y ´El Macho´ Coto. "Mientras tanto, había que pensar en el trabajo. Ya teníamos un botecito listo. Nos fuimos y volvimos con ocho mil frutas. Veníamos alzando unos racimos por aquí y otros por allá. Hicimos varios viajes. "Me fui para la aduana. Estaban fuertes los comunistas. Negocié con ellos, para que nos dejaran embarcar. Estaba un hombre, Jiménez Guerrero, y le expliqué que íbamos a rescatar un dólar cincuenta por racimo. Entre viaje y viaje, al final eran 40 mil racimos. Aceptamos dar cincuenta centavos por racimo, pero con la condición de que les dábamos comida a unos y a los otros, al que le faltara comida, no importa del bando que fuera. "Una vez que hice el trato con los comunistas de que nos dejaran embarcar, empezamos a cargar un bote de mil toneladas, el Stella Maris, un barco que se salvó durante toda la guerra. Hizo el cabotaje de Colón a Limón del año 39 al año 45. "El gerente de la United era Johnny Moore, y con él hicimos un trato. En un embarque de ellos, les pedimos que nos hicieran el favor de traer arroz, frijoles, manteca y azúcar. No teníamos suficiente dinero para la comida. "La deuda nos quedó para después. Seguimos pagando José María Castro Odio, otro exportador y yo, hasta que le cancelamos a Míster Moore. Lo bueno es que el pueblo no ´hambrió´. Mucha de la comida que sobró se la dimos al cuartel. "Quienes estuvieron a cargo de la entrega de Limón fueron ´Pillique´ Guerra y Hernán Rossi. Dejaron las armas en la ventana de la agencia de vapores de la United, frente a la aduana, línea de por medio, y se fueron caminando desarmados, hablaron con los únicos que hacían resistencia y fue entonces que depusieron las armas".

Historia viva de Tortuguero "Seguimos en las empresitas bananeras hasta el 58, y en Tortuguero continuamos con la madera. Cuando eso había mucho manatí. Procuramos que no los cazaran. Son animales muy amistosos. Yo recuerdo que Lalo Arrieta y su esposa, Petrona, los cuidaban en Caño Chiqueros. Se echaban al agua con ellos, y de todo. "Otra cosa que hizo esa pareja tan particular fue un banco de almejas. Trajimos almejas y las botamos frente a donde teníamos el aserradero. La gente nunca las devastó, por lo menos en mi tiempo. El problema 84

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del abuso fue después. "En los caños quietos, como Penitencia, se pescaba gaspar. Cuando sacábamos la hembra, le quitábamos el caviar. "Había tanto robalo que en Tortuguero se hacían competencias internacionales. Llegaba gente de las grandes ligas y artistas famosos. Todo aquello lo propiciaba don Julio Groscoors, un exiliado venezolano, amigo de Rómulo Betancourt, y enemigo de Pérez Jiménez. "En Tortuguero hicimos tres cortes de montaña, uno en el 46 y otro en el 58. Dejábamos caobilla y cerro real. El tercer corte fue en el 65. "En un principio, hacíamos trocha y poníamos rieles de palo. Sobre eso, poníamos la madera rolliza. La tirábamos a la laguna, cuando flotaba, la amarrábamos. Por cierto, siempre ha habido tiburón en el Tortuguero. Sube 20 kilómetros. Y también pez sierra. "Cuando eso, en Tortuguero sólo había zambos mosquitos. Había una mujercita que se llama Yinola, y otra que se llamaba Tuaila. Eran zambos mosquitos. El jefe se llamaba Dama Lightning, y la matrona se llamaba Cuca, era la líder mujer, Cuca o Liliam. Los zambos mosquitos hablan muy bonito. "Hubo gente muy interesante en Tortuguero. Uno se pregunta cómo hacían para navegar en esas zonas desde hace tantos años. Hay un trabajo en arquitectura naval que no es ciencia sino arte, y es el oficio de diseñar las planchas para forrar un casco. Lo hacían los carpinteros graduados en el Colegio de los Moravos, de la antigua Checoslovaquia. "Cuando estuve allá, me preguntaba cómo habían hecho los zambos mosquitos para construir embarcaciones tan ingeniosas. Y es que resulta que en Nicaragua había un colegio de esa gente. Sabían soldar muy bien y conocen la carpintería de rivera".

Los Stone "Vea qué interesante la historia de los Stone, de Doris Stone, y de su esposo, Roger Stone. "Doris era hija de Samuel Zemurray. Era ucraniano. Hijo de judíos ucranianos, vino como niño inmigrante a vivir a Alabama. Allí empezó a frecuentar los barcos fruteros, y se fue haciendo el muchacho de los bananos pintones, que no tienen mercado. Lo fue orientando hacia pastelerías y fábricas de helados. Luego se extendió a Nueva Orleáns, y se hizo un gran empresario. Se casó con una hija de banqueros de Nueva Orleáns, de la familia Weinberger, y su paso siguiente fue venirse a América Central. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Los Weinberger tenían una finca, la Bluefields Banana Company. Stone toma la experiencia de uno de los Weinberger, que era un famoso banquero, y tío de su mujer. El asunto es que se vino, pero no le gustó la costa nicaragüense porque no tenía puertos de altura. Se fue a Honduras, a un río que se llama ´Cuyamel´, porque en Honduras al pez bobo le llaman ´cuyamel´ y empezó a llevar gente preparada para producir calidad. Llegaba a los mercados de la United con mejor calidad. Les estaba volando garrote. "La United, hastiada de que iba ganándoles terreno, le compra la finca del Cuyamel por un precio mayor del que valía, en el año 25 y 26, se retira de negocios, mete su platita con sus parientes, pero se viene la gran depresión del 29. Mi papá tenía unas accioncitas de la United a medias con Míster Ferris, el hombre encargado de la Northern Railway Company, que no era inglesa, pues, la persona jurídica estaba registrada en Delaware, Estados Unidos, y lo que hizo fue arrendar la concesión de la compañía inglesa que la tenía. "Cuando las acciones valían 90 dólares, vino Míster Ferris y le dijo que las acciones habían bajado a 80 dólares y en dos semanas estaban en 60 dólares. En poco tiempo las acciones estaban en un dólar. Míster Zemurray fue y compró todas las acciones que pudo comprar de la United. "Él compró todas las acciones que pudo, se hizo un accionista de mucha importancia, la United empezó a perder mucha plata, y, según Zemurray, no producían con calidad. "Empezó a abrir nuevas fincas, cerró en el Atlántico, abrió en el Pacífico, primero en Parrita, muy desordenadamente abrían los bananales en el Pacífico... El mercado mayoritario era en San Francisco y Canadá, que eran destinos muy lejanos. Míster Zemurray censuraba a la United y en una asamblea general de accionistas se presenta ante los aristócratas de Boston, los banqueros que eran dueños de las otras acciones. Nunca había aprendido a hablar inglés. "Entre paréntesis, quiero decirle que durante los años en que no estuvo activo en los negocios, se dedicó al sionismo. En un barco llevó judíos a Palestina. Era del movimiento sionista, y ponía la plata para que el proyecto caminara. "Ya cuando llega a hacer la protesta en Boston, ante la asamblea de accionistas, sabe que está entrando en negocios. Reacciona ante el desprecio de los banqueros, les dice ´yo soy el dueño de esta empresa, y todos ustedes quedan destituidos´, y se dedica a cambiar la leyenda del ´big stick´. 86

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"Trae gente versada en negocios, su hija, Doris Stone, empieza a frecuentar América Central. Ella nació en Nueva Orleáns, en Oregon Creek. En Tulane estudió Filosofía y Antropología, se graduó con todos los honores, y cuando el papá le decía que pidiera un premio, le contestaba que algún día se lo iba a pedir. Luego fue a la Universidad Lomonosov, en San Petersburgo, y sacó un doctorado en Antropología. "Vuelve ya graduada, en vapor, la madre de familia en un contexto muy distinguido, hija de judíos banqueros, y le dice que a sus papás que es una muchacha desarrapada y que no se monta en la limusina. "Viene a Santa Rosa de Copán, se encuentra el robo de piezas indígenas, interviene con el gobierno hondureño, y el gobierno de Bonilla le empieza a ayudar, pero lo botan y el presidente se va exiliado. "Zemurray tenía un barco por el que las autoridades de Nueva Orleáns lo tenía muy vigilado. Todos los de Bonilla se montan en el barco y desembarcan con 30 ametralladoras. Míster Zemurray queda dueño de Honduras por ausencia de Bonilla. Ya Doris Stone estaba identificada con el trabajo de preservación del legado indígena en América Central, y a eso se dedica. "Mientras tanto, viene la Segunda Guerra Mundial. Se va el hijo de Zemurray a la guerra. El ejército alemán le mata al muchacho, en África del Norte. Zemurray renuncia a su puesto de presidente en la United sin haber retirado nunca un salario, y con esa plata funda la escuela de El Zamorano, pero prohíbe la investigación en banano. "La primera administración de El Zamorano se lo encargó a un autodidacta que se llamó Wilson Popenoe. Escoge tierras que no son de primera para que los muchachos tuvieran que hacer un esfuerzo adicional".

Ministro de Agricultura de Don Pepe "Fui Ministro de Pepe, antes trabajé en el CNP y después fui gerente y presidente ejecutivo del ITCO. Cuando se hizo la ley del Concejo Nacional de Producción, en agosto del 56, algunos como Raúl Blanco Cervantes y yo metimos la cuchara porque se estaba dejando de lado al consumidor. El CNP nació en el Banco Nacional. Lo que se hacía era promover la producción mediante financiamiento adecuado, bastante cómodo. Con don Elías Quirós se quiso que se institucionalizara. Cuando la ley se promulga tiene bases equilibradas, fomento de la producción y control de precios, porque los precios hasta ese momento habían estado a la libre, en términos completamente liberales. Por eso es que al agricultor Camilo Rodríguez Chaverri

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siempre se le explotó. Si había una buena cosecha, el precio iba ruinoso; cuando había malas cosechas, directamente lo pagaba el consumidor, se elevaba el precio y se transmitía a quien consumía el producto. "Años después, me fui a Kiev como embajador de Costa Rica ante el Bloque Socialista. Aprendí mucho del régimen de Stalin, y de la diferencia entre el legado de Lenin y de Trostky. Le voy a contar una diferencia. Alejandra Colontai era una legendaria guerrera, y andaba en el barco Aurora, que lo llevaba un capitán que era prócer de la revolución. No se presentan a los agasajos de la celebración de un triunfo, investigan y se los encuentran de amantes en una dacha de los bosques de la Crimea, en el Mar Negro, que es un lugar bellísimo. Trotsky considera que es una afrenta a la majestad de la revolución, y dice que dos militares que desertan merecen el fusilamiento. En eso viene Lenin. Alguien le cuenta, y él replica, ´bueno, Trosky tiene razón en parte, pero creo que una ejecución no es castigo. Ellos mueren ¿y qué? No hay rectificación. No es un buen ejemplo. Hay que castigarlos de una manera más sustancial, para que den ejemplo: hay que casarlos, y que se juren fidelidad mutua y eterna´. "Otro personaje interesante es Nikita Krushev, que llegó hasta segundo o tercer grado de escuela. Es el primero que critica la obra de Stalin. Era minero, rectificó los errores de la ingeniería rusa, para poner en acción la comunicación subterránea en las Islas del Báltico, en el golfo de Finlandia. Hemos conversado una tarde entera, y también toda la noche, hasta que el suelo nos obliga a terminar. Nos encontramos a las 3 de la tarde, y ya son las 11 y 30 de la noche. Don Yoyo habla con el mismo entusiasmo con que inició. Si fuera por él, podríamos amanecer conversando. Sus palabras le inyectan vida a cualquiera. Cuando yo era un niño, mi papá me explicó que una persona culta era como él, pues, puede hablar seis horas con uno, y seguir al día siguiente con otras seis horas, sin repetir temas, ni fechas, ni anécdotas. No lo dudo. De seguro que mañana podríamos hablar de nuevo, toda la tarde y toda la noche, para escribir un texto como éste, con otros temas y otras historias, pero ya no sería parte de una entrevista, sino de un libro sobre su vida. Hace mucha falta. Él se lo merece y muchos podríamos aprender de su vida llena de aventuras, de luchas y de enseñanzas.

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Don Manuel Rodríguez Sánchez Atorrante de la escultura Algo me decía que teníamos que entrevistarlo. Vi sus esculturas en una venta de antigüedades (ver nota página 6 y 7), y noté la vida que exhalan, la magia que transpira de sus existencias. Esas esculturas respiran, chillan, aúllan, lloran, suspiran, sufren y ríen. Por eso es que había que dar con su creador. Costó mucho encontrarlo. Vive en Suerre, en la conocida calle de Los Madrigal. Para llegar a su casa hay que seguir los recovecos del camino. Se dobla la calle de piedra a la derecha, luego de nuevo a la derecha, y hasta el fondo, donde la vía se topa de frente con una cerca.. Cuando me percato el carro está en un charralón con piedras. Nos quedamos varados, pegados en el suelo húmedo. Cuesta salir, pero salimos. Y no aparece el bendito escultor. No nos damos por vencidos. Hasta después aparece. Don Manuel Rodríguez Sánchez llega dando tumbos en bicicleta entre los pastizales y las piedras. El camino es rudo para sus llantas. Don Manuel vive en una casita muy humilde. Nos invita a pasar adelante. Más bien es su taller de trabajo, su sitio de creación como escultor. Hay una mesa de madera sin lijar, y, sobre ella, montones de troncos con cabezas, o alas, o picos. De esos troncos sacará vida, parirá con las manos criaturas increíbles. A la par de todo lo que necesita para hacer esculturas apenas hay una plantilla en una esquina, un cartón con huevos y una caja con una bolsa de leche pinito, así como una bolsa de harina y una de azúcar. A la par del taller, en un aposento hay un torno y unas cuantas herramientas. Y en la otra habitación hay una cama modesta, un colchón, una sábana mal tendida y, eso sí, un toldo a todo dar. "Es que aquí hay muchos moscos, y no me dejan dormir en paz", dice don Manuel, cuyas manos y brazos ocultan con creces sus 61 años.

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Andariego Tiene 10 años de vivir en la zona. Es de Orotina y ha rodado mundo, haciéndole honor al estereotipo de que los artistas son unos grandes andariegos. "Siempre he sido un atorrante. A los 11 años me fui para Guanacaste a trabajar con mi papá. Empecé a trabajar en agricultura. Me hice tractorista a los 15 años, y me pusieron a reparar máquinas de canfín. "Cuando eso no había máquinas de diesel. Las máquinas arrancaban con 'cigüeña', como dándoles cuerda. Ahora los mecánicos ni saben de eso, no se ganan ni el café de la mañana", cuenta don Manuel. Fue tractorista de cuchillo, de los que hacen caminos y abren montaña. Fue hasta hace 15 años que se decidió a dedicarse a la escultura. "Me gustaba el arte desde que estaba en la escuela. El maestro del pueblo donde vivía, Vigía de Nicoya, se llamaba don Lisímaco, y le rogó a mi papá para que me dejara con él para pagarme los estudios. "Era muy bueno pintando. Cuando estaba en Segundo Grado, ya me andaban por todas las aulas haciendo dibujos en la pizarra", cuenta don Miguel, quien también hacía rifles con tiros de verdad. "Mis rifles eran como los que usaban los filibusteros", dice, orgulloso. Apenas cumplió 18 años se fue para Limón, y ahí se metió a sacar el Sexto Grado, puesto que su papá lo había sacado cuando estaba en Tercero. Fue después de eso que estudió Mecánica por correspondencia. E incluso entró a Primer Año del colegio. Pero el trabajo no le permitió seguir adelante. A los 23 años entró a laborar como mecánico en Standard Fruit Company.

Por todo el país De ahí para acá, ha rodado mundo. Recorrió el país de lado a lado, vivió un año en Nueva York y cuatro años en Panamá. También anduvo por Colombia y Nicaragua, donde vivió en carne propia las penurias del terremoto de 1971. Vivió en Pital de San Carlos, donde tuvo taller propio; más tarde en Limón, Nicoya y Nandayure. En la capital anduvo por decenas de talleres. Trabajó en Angloforest, Automarelli, Autotica, Carica, Automoya, Datsun, Tractomotores, Matra, Maesa y COOPESA. 90

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Más tarde, volvió a la agricultura. Sembró arroz en Llorona de Quepos, anduvo haciendo planteles y 'madereando', hasta que llegó a Pococí. Ya en la zona, ha estado en un rosario de comunidades. Primero vivió en Ticabán, luego en Primavera, en Caribe, Cocori, San Carlos de Cedral de Rita. Y tiene unos pocos meses en Suerre. Vive solo, se cocina y lava su ropa.

Más que artesano Habla de Vincent Van Gogh y Leonardo Da Vinci. Los conoce y estudia. Admira a Picasso. A pesar de eso, sabe que su trabajo artesanal es el que vende. "Hago esculturas con sentido estético, pero las que se me venden son las otras, los patos de madera, los 'cusucos' (armadillos) y las loras", explica. Cobra de 3 mil a 6 mil colones por cada una de sus esculturas artesanales, y vive de sus ventas. Ya casi no trabaja en mecánica. Hay mucha competencia y poco trabajo. Sobrevive con lo poquito que le pagan por sus trabajos de madera. No tiene refrigeradora en su casa, ni lavadora, ni comodidades. Así, practicando votos de pobreza, hace su obra un artista de pueblo, de campo, de talleres... Un artista que tiene en los ojos y las manos el poder luminoso que le dan los ángeles y los demonios a los creadores de belleza, de dudas y de preguntas. En su caso, de los troncos, de los pedazos de madera saca unos ojos que miran a cualquiera que se tope con ellos en la vida... Son unos ojos profundos, como los de don Manuel Rodríguez, el escultor de Suerre.

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JORGE MONTOYA AGUIRRE Construye avionetas fumigadoras en miniatura El chico de los aviones Tenía ocho años cuando empezó a interesarse por las avionetas que volaban sobre su casa. Pasaban hasta diez por día, y él fue entregando toda su atención a esos enormes pájaros de hierro. Ahora tiene dieciséis y los diseña en miniatura. Le gustaría ser piloto fumigador o mecánico de aviación, y a través de sus invenciones ha demostrado una gran capacidad de abstracción y mucho talento. Jorge Montoya Aguirre estudia en el Liceo de Pococí y ya es famoso en la comunidad por sus aviones. Era un escolar muy pequeño cuando un mecánico que trabaja en el aeropuerto de Guápiles le regaló unas revistas. Curiosamente, Jorge nunca ha andado en avioneta. A menudo va al aeropuerto y le dan permiso de subirse a verlas, pero siempre en tierra.

Avionetas de balsa Se inició en el diseño de avionetas pequeñitas cuando tenía apenas 10 años. Pensó en la balsa porque es un material muy liviano. "Lo primero que hago es cortar un 'tuco' de balsa. Después le doy forma con un cuchillo y lo empiezo a lijar", explica Jorge. Tiene tres avionetas y un helicóptero. Además, aprovechándose de un planché que pertenecía a un taller que había desaparecido, montó una pista de aterrizaje de las dimensiones de sus criaturas con alas. Quienes van de Guápiles hacia El Prado lo ven en su pista aérea y con sus juguetes adorados. Incluso, lo han invitado a participar en aeromodelismo, pero no acepta porque lo suyo es diseñarlos y contemplarlos en su campo, en medio de un potrero. Recuerda que cada avión tiene un motor. "Uso el motor de una grabadora vieja, con lo que agarra el cassette para darle vuelta Eso me permite poner la hélice. Antes había probado el motor de un carrito de batería, pero duraba muy poco, y rapidito se 'fundía'", confiesa Jorge. Aunque su gran amor son los aviones, para tiempo lectivo sólo puede sacarlos los domingos. 92

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En la escuela es un gran dibujante, y vive con los abuelitos paternos. Es el orgullo de su familia, y sus aviones ya obligan a muchos carros a detenerse a la orilla de la calle para apreciar todo lo que ha salido de la mente de este muchacho especial, extraordinario.

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Doña Claudia Jiménez La mandadora de la finca Pescando, guasapeando (chapeando) y desgranando maíz, no hubo hombre que le pusiera la mano encima. Su nombre siempre fue garantía de trabajo y eficiencia en el campo. Todo el mundo la conoce como Doña Cuya, pero en sus legendarios tiempos era, simplemente, Cuya. Claudia Jiménez nació en Guápiles hace 84 años, el 3 de marzo de1917. Su madre, doña Juana Jiménez Jiménez, crió sola a sus cuatro hijos, y peor tarea le tocó a ella, quien tuvo nueve y los sacó adelante solita. Desde niña tuvo que enfrentar la adversidad. "Guápiles era una montaña, no había caminos, sólo el tren. Mamá trabajaba todo el día en el campo", cuenta doña Cuya, cuyo padre se llamó Abraham Vargas Quirós, primo del expresidente Daniel Oduber Quirós. "Era la única mujer. Mi papá le dijo que cuando fuera para la escuela me iba a llevar a vivir con él, mi mamá lo aceptó, pero apenas crecí ya no quiso dejarme". Cuando se separó de su esposo, se fue al campo. Iba caminando por la línea del tren de Guápiles a Roxana. "Me acostumbré a caminar largas distancias con botas de hule. Cruzaba la finca Los Diamantes y me amanecía ya cuando iba de camino. Regresaba a las 6 de la tarde por la vega del río Santa Clara", recuerda doña Cuya, quien en tiempos de cosecha se iba a San José a vender el maíz para traerle ropa a sus chiquitos. Usualmente llevaba tres o cuatro fanegas de maíz, y le pagaban 60 colones por fanega. La noche anterior la pasaba entera, sin dormir, desgranando maíz. Su fama de trabajadora y valiente se corrió por toda la región. "Aquí venían amigos que tenían milpas. Me contrataban para la cosecha. En la zona todos sabían que yo era buenísima 'guasapeando' ('chapeando'), desde cuando le pagaban a uno 7 colones a las 11 de la mañana. Es que yo estaba joven y muy alentada".

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Hasta los domingos Ser la cabeza de su familia la obligó a afinar los sentidos en busca de comida. "Iba a pescar al río Toro Amarillo. Había un lugar famoso que llamábamos 'Dos Aguas'. Ahí se juntaban los ríos Toro, Blanco y Sucio. Es el sitio donde empiezan a ser navegables", rememora doña Cuya, quien pescaba todos los domingos, sin falta. Durante mucho tiempo fue desde La Suerte, pues, estaba viviendo allá. También estuvo en La Teresa. "Pescábamos machacas y guapotes. Pasábamos el río a caballo. Una vez me eché por mal camino, arrendé el caballo y me agarré del galápago (punta de la parte delantera de la montura) y la bestia me sacó adelante". Para ese tiempo, también tenía que ir de La Suerte a Guápiles. Duraba tres horas y media a caballo, en medio de las montañas. E incluso fue a dar a una fonda en Búfalo, donde cocinaba para 18 peones y los atendía ella sola.

La mandadora Su vida fue un poco menos ruda a partir de su integración a una finca de Alberto Abdelnour, en el centro de Guápiles. Doña Cuya tiene 45 años de vivir allí, justo en el sitio donde se juntan La Emilia, Montecarlo y Barrio Los Pinares. Fue la mandadora de la finca durante 40 años. Nunca le han pagado ni un cinco. Le cambiaban la casa por trabajo y siempre le han permitido tener sus vaquitas y sus cultivos. "Cuando llegué esta finca era un montón de 'charralones'. Yo hice dos hectáreas y ahí tenía unas vaquillas y un poquito de maíz y de frijoles". Así como se ve, que no mata ni una mosca, doña Cuya es brava, enérgica, y cuando tiene que plantarse, se planta. Tres veces ha sacado a machete a los precaristas que osaran usurpar sus tierras. Vive con su hija Isabel, mejor conocida como Chavela, y con una nieta, Fanny Yoldana. Ambas tienen una discapacidad. Chavela es epiléptica y sufrió un accidente. Por ello, su hija, Fanny, tiene serias limitaciones de la vista y debe usar audífonos. Pero la Cuya no se queda atrás. Ya sólo ve parchones. "Para mí ya no hay anteojos. Imagínese que veo más de noche", explica esta señora, que ha sido operada de cataratas un par de veces.

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Todavía baila "Debe ser que me afectó el humo de la cocina de leña. Eso sí, soy vieja y 'cegatona', pero a los guapos sí los veo. Siendo joven tuve muchos novios, y bailé mucho. Bueno, todavía bailo, cada vez que voy al Hogar de Ancianos". Cuenta que uno de sus hijos se ha encargado de sus necesidades y las de sus dos compañeras. "Estamos enfermas, pero nunca nos separamos. Una amiga mía nos dice 'Las Tres Divinas Personas'. A pesar de que padezco, lavo y limpio. Todavía hago de todo, menos robar. Eso sí, trabajé toda la vida como un hombre, así que ahora me merezco estar de 'chiquitica' viendo novelas y jugando naipe con estas dos 'chapas', que nunca me ven una. "Sólo juego 'ron' y 'veintiuno'. 'Burra' no, qué va, eso es del tiempo de 'upa', y aquí estamos muy modernas. Con decirle que vamos a Guápiles sólo en carro... en el carro de Don Fernando, un rato a pie y otro rato andando", concluye doña Cuya, carcajéandose, feliz de la vida, de su larga y trajineada vida.

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Sonia Salazar Soto Artista de la vida, gendarme de las matas Su casa está como un ajito. Es humilde, pero hasta la madera quiere brillar de limpia. Es de paredes de tabla y ni siquiera está pintada. Pero a esas paredes le sacan lustre a punta de agua y trapo. Las lavan como si fueran de oro, y por eso son brillantes, casi asépticas. Da gusto ver aquello. Pero lo más llamativo es ese patio, en el que no hay ni una basura, ni una hoja seca, ni una ronda mal hecha. Y es en ese sitio donde las matas (como le llaman las señoras a las plantas ornamentales) son amas y señoras, princesas del paisaje, sirenas de tierra firme... Las matas están tan lindas que el sol no quiere esconderse por las noches, de celoso que se pone con la luna... Sin embargo, no crea que son así de jacarandosas y bien prendiditas por puro gusto. No: el gusto es de la mujer que las pone como quinceañeras de colores con sus manos benditas. Se trata de Sonia Salazar Soto, una mujer de campo, de 39 años, que ha hecho su propio paraíso justo al frente de la puerta de su casa. Allí, cerca de su corazón y de su familia, doña Sonia tiene unas 300 matas hermosísimas, cuál más bella, cuál más verde, cuál más viva.

Variedad en el gusto Hay unas flores pintonas y bronceadas, como si les pusieran rubor con la luz de las mañanas. También las hay azules, como si fueran un pedazo de mar sobre un tallo delgado; amarillas como la yema de los huevos caseros; anaranjadas como los cítricos de esta zona; y hasta celestes, tan celestes como el cielo cuando el sol se esmera en coquetear con estas matas de Dios... Doña Sonia vive con su esposo, Miguel Alvarez, quien está muy orgulloso de su colección de plantas ornamentales. Y tienen dos hijos, Adriana y Miguel Enrique. Ella demuestra que las mujeres de campo también pueden surgir. Trabaja vendiendo ropa interior femenina y tiene una granja. Después de cuidar sus plantas, todas las mañanas trabaja en el galerón de los pollos y luego visita a una gran cantidad de mujeres de Cariari, y comunidades vecinas como Palermo y Semillero. Camilo Rodríguez Chaverri

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Es de San Juanillo de Santa Cruz, mientras que su esposo es de Cóbano de Puntarenas. Tienen diez años de vivir cerca de Cariari, y antes vivieron en San Ramón, San Carlos y Siquirres. Y,¿cómo hace para conservarse con tanto trajín? "Me levanto todos los días a las 4 de la mañana y, en medio de todo, saco tiempo para hacer aeróbicos y bicicleta todos los días", comenta doña Sonia, la mujer que ha hecho de sus "matas", verdaderas reinas de su casa.

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Doña Rosa Jaén Vallejo La fondera que no sabía descansar Trabajaba hasta 20 horas por día. Su jornada laboral empezaba a las 2 de la mañana, y desde esa hora tenía que correr y correr y correr. A las 5 empezaban los peones bananeros... "Fondera, fondera, una arepa", o "fondera, fondera, una burra". A sus 75 años, doña Rosa Jaén Vallejo recuerda con enorme cariño esa época en la que pasaba toda la madrugada palmeando tortillas, haciendo arepas saladas y con base en harina... Durante muchos años anduvo de fonda en fonda, es decir, rodó por las fincas bananeras como encargada de la cocina o "soda" en la que preparaban la comida para decenas o cientos de peones. "A veces me levantaba para echarme al agua, porque había inundaciones y el río llegaba hasta la parte de abajo de la casa. Más de una vez hice tortillas o 'burra' (gallopinto) con el agua a la rodilla", dice doña Rosa, quien fue fondera en Santa Clara, Roxana, Ticabán y Caribe. Vino a la zona en 1958. Nació en Río Jiménez, pero se crió en Bagaces, Guanacaste. Cuando llegó ya traía sus tres hijos mayores, y aquí tuvo cuatro más. Cuando el sétimo estaba muy pequeño, murió su compañero, por lo que siempre anduvo sola, de fonda en fonda, cargando con ese rosario de chiquitos.

También en el tren Cuando no trabajaba en fondas, vendía empanadas, tortas de carne y huevos en el tren. "Rodé más que una bola de futbol. Y me tocó trabajar mucho. De 2 de la mañana a 6 de la tarde trabajaba en la fonda o para las ventas del tren, y durante la noche hacía mis extras amasando un saco de harina para hacer pan casero y más tortillas palmeadas al estilo guanacasteco", cuenta. Vendía pan casero y tortillas, aparte de su trabajo, porque criar a 7 hijos no era (ni es) jugando. Todos los días dormía entre 3 y 4 horas, y le tocó enfrentar las duras tareas de cocinera en comunidades inhóspitas como Manila y 28 Millas. "En 28 Millas nos tuvieron que sacar en balsa más de una vez, porque las inundaciones eran muy bravas. Y en Manila también. Cuando eso Camilo Rodríguez Chaverri

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no había Comisión Nacional de Emergencias. Eran los vecinos de comunidades cercanas quienes nos salvaban la vida", comenta.

Vivía en un rancho Eran los tiempos en que los peones dormían en planteles. "Eran ranchos de palma y caña brava, con piso de tierra. Yo dormía en un cuartico, dentro del rancho, junto a mis siete hijos, y afuera dormían hasta cien hombres. Gracias a Dios nunca me faltaron el respeto". Claro, si enojaban a la fondera se quedaban sin comida... Y es que toda la vida de doña Rosa tiene relación con una cocina. Cuando dejó las fondas y las ventas en el tren, entró a trabajar como cocinera en la trasnacional bananera United Fruit Company. "Los tiempos de la 'Yunai' también fueron muy duros, porque en la empresa bananera son muy exigentes", rememora doña Rosa, quien explica que vio en carne propia una época muy difícil de la producción bananera, cuando el paludismo y la malaria hacían estragos en la zona. Ahora es diferente. Por eso, descansa más ("me levanto tardísimo, a las 5:30") y vive entre sus hijos, que son conscientes de todo lo que ella hizo para criarlos, y que saben que es, para ellos, como una reina.

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Don Plácido Segura Hernández Pasó de peón a ganadero Es el último boyero de Guápiles Salió de su casa cuando tenía apenas 12 años. Era el octavo de una familia de diez hermanos, y la pobreza lo obligó a buscar oportunidades de trabajo. Fue a dar a un pueblo que se llama Sandillal de Cañas, donde un amigo le dio empleo sembrando maní y sandía. Así inició la larga odisea de Plácido Emilio Seguro Hernández, que ahora es el último boyero de la zona. Precisamente en Sandillal de Cañas aprendió todo lo que tiene que ver con bueyes, y se dedicó a "maderear" en carreta. Después se pasó para la Hacienda Las Delicias, y era tan pobre que su equipaje se limitaba a la ropa que andaba puesta. "No me da vergüenza contarlo. Valía sólo la 'mudada' que andaba encima". Le dieron trabajo de rejeador (el que 'manea' las vacas para que las ordeñen). "El primer día, mi patrón, Luis Alberto Rivas, mandó a que me compraran zapatos, ropa y sombrero", cuenta don Plácido. "Esas son las cosas que nunca se olvidan". Interesado en ganadería Ahí pasó muchos años, hasta que regresó a su tierra, Heredia, pues, su mamá estaba enferma. "Papá tenía una finquilla de café, y ya todos mis hermanos estaban grandes, por lo que se prestaban las condiciones como para que me quedara, pero ya tenía yo un gusto especial por la ganadería, no por el café. Por eso, me fui para La Fortuna de San Carlos". En La Fortuna consiguió trabajo como lechero, y ahí vivió los sustos de las primeras erupciones del volcán Arenal. "Antes de la primera erupción se oía una gran bulla debajo de la tierra. Venía de ver a la novia, y la mula en la que andaba se me paró de manos. Eso se veía venir. La erupción fue el 28 de julio de 1968, y yo había subido al cerro Arenal en Semana Santa del 67. Desde entonces ya se sentía mucho calor ahí arriba", recuerda don Plácido. Hasta aquí parece la historia de alguien mayor, pero en eso tenía si acaso 25 ó 26 años. Fue cuando decidió irse para Vara Blanca y ahí lo atrapó el amor. Camilo Rodríguez Chaverri

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Llegó casado A los 30 casó con María Tenorio Alvarez y se vino para Guápiles. Traía 17 mil colones ahorrados, y con eso compró una finca en Roxana. Pasó a ser un pequeño ganadero, y empezó a echar para adelante. Su mano derecha es su esposa, quien, entre otras cosas, le enseñó a leer y escribir, pues, Don Plácido ni siquiera pudo ir a la escuela. Tienen tres hijos, Andrea (24 años), Lilliana (20) y Priscilla (7). Ahora poseen algunas propiedades y se dedican a la cría de caballos de raza Poni. Si usted tiene interés en uno de esos animales tan lindos y tiernos puede llamarle al teléfono 710-4654. Conserva el interés por los bueyes, pues le permitieron ganarse los frijoles desde que tenía 12 años. Conservar una yunta en su finca le permite devolverse a sus raíces para conservarse sencillo y muy humilde. Y de paso, se gana el honor de ser el boyero de nuestro pueblo.

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Dice Arnoldo Molina Antes era maquinista, ahora soy maquinazo Elocuente, chistoso, verborraico. Es un personaje en Anita Grande de Jiménez. Habla mucho, y tiene salidas ocurrentes. Los ojos y los gestos le ayudan a sus palabras. Mientras lo entrevistamos, está terminando de preparar unos macarrones. Está en un pleito con el fogón, pues, por una puerta entra viento y amenaza con derrotar a la llama. Pero él no lo permite. Nos va hablando e interrumpe la tertulia para ir en defensa del calor para su comida. No nos presta entera atención sino hasta cuando la olla y la sartén están lejos del fuego, con su misión cumplida. Habla sin pensarlo dos veces, por eso es que hace gracia y entretiene. Se llama Arnoldo Molina Mata. Tiene 66 años, pero aparenta muchos menos. Es de Cachí de Paraíso, y estuvo en La Escuela de La Flor, en ese cantón cartaginés. Tenía 12 años cuando se vino para esta zona, a vivir donde Patrocinio Solís, un señor pariente suyo. Poco después, empezó a trabajar con Juan Carrillo, quien tenía un comisariato en Anita Grande. "Era dependiente en esos tiempos en que se vendía el arroz y los frijoles en sacos. Costaba a 30 centavos la libra. Una cerveza costaba un colón y 25 centavos", cuenta don Arnoldo, quien luego fue peón bananero durante muchos años.

En el tren... Y en 1970 entró a trabajar en el ferrocarril. Primero estuvo en Limón y luego en Leesville, Roxana, muy cerca de su pueblo. "Era 'técnico 1', es decir, auxiliar de maquinista. Pero, en la práctica, era maquinista de verdad. En cambio, ahora soy maquinazo", dice, muerto de la risa. En la zona había trenes bananeros y trenes de pasajeros. Don Arnoldo trabajaba principalmente en los de carga. "Como trabajaba jalando banano, me tocaban los turnos de la noche. A veces mi horario era de 6 de la tarde a 5 de la mañana. Iba por pueblos como Guácimo, Pocora, Africa, El Cairo, Iroquois, Ticabán, San Pedro y Río Frío", recuerda. Trabajaba cuatro noches consecutivas y luego tenía un día libre. Después del descanso, volvía una semana por la mañana, a labores de Camilo Rodríguez Chaverri

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bodega o en trenes de pasajeros. "Eso era parte de las precauciones que tomaban con nosotros, porque, bien que mal, el trabajo nocturno siempre es más pesado", reconoce. "Para ilustrar las condiciones de un tren de carga, por ejemplo, de Anita Grande a Ticabán un tren sin carga duraba 20 minutos, pero a la vuelta, durábamos 12 horas. Cada uno de los maquinistas estábamos a cargo de 35 a 40 vagones".

De cabanga Trabajó 20 años en el tren, y admite que se resintió en la salida, sobre todo porque esperaba una mayor retribución económica. "Muchos de mis compañeros se estaban muriendo de la cabanga. Yo, no tanto, pero, claro, me hace falta la bulla... Me hacen falta hasta las señales, porque en el tren todo se moviliza por las señales", arguye don Arnoldo. Pero la agricultura le ha permitido regresar a sus raíces y desprenderse un poco de esa nostalgia que pesa tanto. "Siembro plátano, yuca y guanábana. Bueno, hasta frijoles, aunque sea mal negocio", confiesa don Arnoldo, quien recuerda los tiempos en que la máxima diversión de los hombres de la zona era ir al negocio de don León Weinstock. "Ahí éramos felices. Ibamos a conectarnos un 'bombazo'. Eran los años en que Guápiles era famoso por 'El Llamarón' y 'El Burro amarrado'", cuenta. "De por sí, a la par estaba el hospital de Guápiles, que era apenas de cuatro camas", dice don Arnoldo, quien sigue conservando esa alma del chiquito que una vez vino de Cachí de Paraíso y que dejó parte de su vida entre ferrocarriles y racimos de banano.

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Nelly Salas Villalobos La cocinera de los chiquitos Durante treinta años fue la cocinera de la Escuela de Anita Grande. Tenía 46 años cuando empezó y cargaba sobre sus espaldas la pesada responsabilidad de velar por sus 10 hijos. Llegaba a la escuela poco después de las 6 de la mañana y se encargaba de preparar el almuerzo para más de 100 niños. Al principio, ni siquiera le interesaba recibir algo a cambio. Durante 7 años no recibió ni un cinco por su trabajo. Doña Nelly Salas Villalobos siempre hizo su trabajo por gusto, porque servirle a los niños genera un enorme gozo en su alma. Sin embargo, esta señora de 77 años dice que el año pasado en la escuela decidieron sustituirla, y que, por más que no quiera, eso le duele mucho. "Siento que todavía puedo darle mucho a los niños. Mientras que yo pueda, lo haré con todo mi cariño y mi voluntad", dice doña Nelly, mientras se le hace un nudo en la garganta. "Me despidieron así no más, como si fuera un animalito. No me dijeron nada. Y creo, respetuosamente, que puedo aportar mucho a pesar de mi edad". "La edad no importa. Lo que importa es la salud, y que uno tenga ganas de hacer las cosas. Y a mí, ganas es lo que me sobra", dice doña Nelly, visiblemente conmovida.

17 partos Doña Nelly llegó a Anita Grande de12 años y casó de15. Tuvo 17 partos, pero de 17 hijos sobrevivieron 10. Por mucho tiempo tuvo que trabajar al campo junto a su esposo, porque la obligación de mantener a 10 hijos no se resuelve así no más. Por eso, ella se familiarizó con cultivos como la yuca y el maíz, y se hizo fuerte y más valiente. Ni se inmutó cuando la tomaron en cuenta para que se hiciera cargo ad honorem (sin pago) del comedor de la escuela "Era un nuevo reto, pero también era algo que me gustaba y que me sigue gustando mucho". El hecho de servirle a los niños de la comunidad fue, sobre todo, un honor y un privilegio para ella. Camilo Rodríguez Chaverri

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Por eso, es entendible que muchos de sus conocidos tengan rabia ya que ni siquiera le dieron una pensión. Y porque su marido murió hace un año, y ahora, precisamente ahora, cuando ella necesitaba más de su trabajo, esté solita en su casa, ubicada justamente frente a la escuela, y que mire entrar y salir a los chiquitos, y que suspire mientras se embebe en los bultos blanquiazules que ve de lejos. Pero, doña Nelly sabe que no sólo a ella le duele que la hayan separado. A sus 77 años tiene el alma muy viva, y el cuerpo lo agradece.

Sin pensión Cambia de tema, y nos cuenta que su compañero de toda la vida, Don Rodrigo Méndez (qdDg), estuvo en la Guerra del 48. A pesar de eso, nunca consiguió pensión de guerra, así como no la ha conseguido doña Nelly, luego de tanto sacrificio en favor de la comunidad. "Me echaron como si fuera cualquier cosa, y tras de eso, ni siquiera tengo pensión", expresa, con enorme sentimiento. Cruza con nosotros la calle, y llega hasta el portón de la escuela. Mientras toca el candado, como si quisiera descubrir que es parte de una pesadilla, suspira y lleva su mirada hasta el pequeño comedor de la Escuela de Anita Grande, donde pasó 30 años, mañana tras mañana, preparando los sagrados alimentos para muchos niños, entre los que figuraban pequeños muy pobres, cuya única comida del día era esa que doña Nelly preparaba consciente y feliz por tener un tesoro de Dios en las manos.

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VICTOR SOLEY Es el mejor embajador de un pueblo Un pan bien vale un paseo Basta con que alguien diga que va para Guápiles, para que le pidan que pase por "La Soley" y compre pan de queso. El pan no tiene algo en especial, pero es mágico. Es relleno con queso crema y otros ingredientes, y de seguro ha de tener algo de pócima, pues, quien lo prueba, lo compra para siempre. Esa es, por lo menos, la leyenda que hay en la región. Esto puede parecer un anuncio, pero no lo es. El famoso pan de queso se ha convertido hasta en un atractivo turístico. En el pueblo todos reconocen que mucha gente que va de San José a Limón o viceversa se desvía en Guápiles únicamente para comprar el bendito pan. "Como que llena algo en el estómago, y algo más en el alma o la cabeza. Podríamos decir que es adictivo", dice un vecino del pueblo. La popularidad del pan, que está hecho como con manos que bajaron del cielo, ya se desentendió de las fronteras y anda por otros lados, generando fiestas en los sentidos. Es el fruto de muchas pruebas y muchos errores, en el trabajo tesonero de un comerciante y sus ocho mujeres. ¿Qué cómo? Pues sí, don Víctor Soley, su esposa, Irene Junco, sus cuatro hijas, una sobrina, y sus dos nietas.

Dulzura en la adversidad Todo empezó cuando un hermano de doña Irene llegó a Guápiles. Eran los duros años de la crisis petrolera y la inflación más alta de nuestra historia, entre 1979 y1981. Las cosas estaban cuesta arriba para el comercio, y don Víctor tenía un pequeño supermercado a sólo 100 metros del estadio de la comunidad. "La verdad es que no nos iba bien. Estábamos en medio de una aguda crisis económica. Mi esposa es cubana, y cuando llegó su hermano, hubo que ver cómo hacíamos un campo para todos. La esposa de él propuso Camilo Rodríguez Chaverri

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hacer repostería, y le abrimos una esquinita en el supermercado", cuenta don Víctor. Empezaron con tortas chilenas y empanadas de pollo. Y doña Irene le tomó cariño a aquel rincón que adquiría sabor y dejaba un poquito de dinero, que resultaba muy importante en ese momento. Aún así, cuenta que cuando su hermano decidió irse para Puerto Rico, ella pensó que lo mejor era cerrar. Pero don Víctor se opuso. "Ya habíamos aprendido, aunque fuera un poquito, y teníamos que seguir adelante", dice Soley. Y la repostería ganó... "Poco a poco las ventas subieron, hasta el punto que tuvimos que improvisar una pequeña sodita dentro del super. La soda fue relegando a lo demás, paulatinamente, despacito, hasta que se apoderó de todo el espacio". Y conforme crecían las hijas de don Víctor le aportaban a la soda encanto y creatividad, hasta el punto que entre la mamá y sus hijas ofrecen más de cien figuras para queque, y aprendieron a hacer más de 90 productos de repostería, pastelería y panadería. Pero todavía el negocio no era lo que es ahora. Le faltaba el pasajero de lujo, el capitán del barco. Resulta que a los años el hermano de doña Irene y su esposa volvieron de paseo, y contaron que en Puerto Rico estaba de moda el pan relleno. "Nos enseñaron, e hicimos la prueba con pan relleno con canela, con frutas y con crema. Un día, haciendo pruebas y experimentos, lo hicimos con pan de queso".

¿De crema o de estrellas? "De manera inexplicable la gente empezó a buscar y a buscar aquel producto. Cuando no había, le ofrecíamos algunos de los otros, pero los clientes no lo aceptaban, y a veces hasta se quedaban esperando mientras salía del horno", cuenta don Víctor. Y la fama del pan de queso se fue yendo, como el agua que se riega sobre la tierra. "Empezamos a notar que muchos de nuestros clientes no eran de la zona, y descubrimos que muchos carros se desviaban de su ruta hacia Limón o San José simplemente para comprarnos pan". "Me sentí orgulloso y feliz. Pensé que estábamos haciendo famoso a Guápiles. Cuando vamos a pasear a otras zonas del país, y decimos que venimos de este pueblo, alguna gente nos dice, 'ah, sí, ahí venden un pan muy rico'", dice muy contento el papá de la criatura. Y las mamás del pan, que son muchas mujeres, se han dado un lugar 108

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con sus ojos, sus manos, su sensibilidad. Todo es rico y lo aparenta. Tienen un cuarto de siglo en esa zona, aquí crecieron sus hijas Susan, Andrea, Marcela y Pilar, su sobrina, Patricia, y aquí crecen sus dos nietas, Ana Victoria y Mariana.

Proyectados Han participado en actividades comunales, en la Iglesia, en el Hogar de Ancianos y en una emisora local. Hace unos años, Doña Irene tuvo un programa para mujeres que se llamaba "Un mensaje para ti". Y en el negocio les ha ido tan bien que ya adquirieron más locales, casi toda la cuadra, y están remodelando la soda para mayor comodidad de sus clientes. El y ellas ven todo esto como una bendición. "El pan de queso es el responsable del crecimiento del negocio, y ha sido un integrador de la familia, un punto de unión, una forma de decir 'aquí estamos, y somos como uno solo'", dice Andrea, una de las hijas del medio. En su casa, todas saben la receta, lo hacen a mano, aunque sea cientos por día, y, como dice doña Irene, "no tiene secretos, así que debe haber algo de magia detrás de ese pan".

Camilo Rodríguez Chaverri

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JANE SABIA DEL MONTE La mujer sabia del monte Guapileña publica libro de plantas medicinales Hace catorce años adquirió una finca en Buenos Aires de Pococí, y dejó que la naturaleza creciera a su gusto. Parece una hija de la tierra. No es rara, es genuina, como una hermana de la luna. Ha crecido en el bosque. Es una entenada de la selva y desarrolló la espiritualidad que se necesita para comunicarse con todos los elementos del planeta. Podría pasar por una amazona. Y en su diálogo con la naturaleza descubrió los secretos de la medicina que da frutos y crece como mala hierba. Jane Seaglou sabe que podemos tener una farmacia en todos los jardines y acaba de publicar un libro que orienta en el conocimiento de esos tesoros que se pueden cultivar en el patio de la casa. Se llama "Plantas Medicinales en el Trópico Húmedo" Nació en Estados Unidos, y llegó a Costa Rica hace 28 años, cuando tenía apenas 11. Desde pequeña supo que su vocación estaba en el monte. Estudió Ingeniería Forestal en el Instituto Tecnológico de Costa Rica y luego obtuvo una maestría en Ecoturismo. Hace catorce años adquirió una finca en Buenos Aires de Pococí, y dejó que la naturaleza creciera a su gusto. Así nació el jardín Botánico Las Cusingas, en honor a un tipo de tucanes conocidos con ese nombre. Ahí, Jane da clases de reiki, que es un tratamiento curativo con canalización de la energía, y organiza temezcales, es decir, los tradicionales baños indígenas con vapor. "El temazcal es una ceremonia, no es un sauna. Se trabaja con el calor de las piedras. Es un proceso de sudoración y da paso a la oración", comenta Jane. Empezó a cultivar plantas medicinales y a estudiar en qué le ayudaban al organismo humano por la pura necesidad. "Viviendo en la montaña es muy incómodo salir a un hospital. 110

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Me inicié en el estudio de las plantas para ofrecer una solución a los problemas de salud de mi familia. En el jardín recibimos visitantes porque tenemos senderos y un rancho, y vi que a la gente le interesaba lo que yo sabía sobre las plantas. Por eso, primero elaboré un folleto, y una vez que vino una voluntaria extranjera me hizo ver que tenía suficiente información para un libro".

Para campos energéticos Lo más curioso de esta publicación es que separa el uso y las propiedades de cada planta de acuerdo a las chacras del cuerpo. "Las chacras son centros energéticos. Cada una tiene su significado. Las personas tenemos al menos siete chacras y las plantas colaboran en uno de estos centros energéticos", explica Jane. A manera de ilustración, la primera chacra está en el ano y apunta a la tierra, las raíces; la segunda chacra es sexual y tiene que ver con la creatividad; la tercera es digestiva y se relaciona con la autoestima; la cuarta se ubica en el corazón y va ligada a los sentimientos; la quinta es la garganta y conduce al área de la comunicación; la sexta es el tercer ojo de la frente y nos lleva a la visión, el entendimiento, y la sétima apunta al cielo y tiene que ver con nuestra relación con el cosmos. "En el libro propongo la hipótesis de que cada planta es buena para uno de estos centros. Por ejemplo, cuando alguien dice que una infusión de determinada hierba es buena para la colitis, realmente no es para la colitis sino para el sistema digestivo, o sea que también ayuda si uno tiene gastritis o si padece del hígado. Veamos otro ejemplo, si hay una planta que aconsejan para la vejiga o los riñones, es buena para ese sector del cuerpo, no necesariamente para un órgano en particular o una enfermedad específica",. Su libro contiene información científica y muy precisa. "Es importante conocer los nombres científicos y ser muy rigurosos en la identificación de cada planta. Con este tema no se puede jugar y hay que evitar las confusiones, pues muchas plantas se parecen". Jane considera que estudiar y consumir plantas medicinales no significa que se deseche la medicina alopática, que es la que recetan en los hospitales. "Debe existir mayor apertura. Hay una enorme cantidad de infusiones o 'tecitos' que deberían ser recetados como los jarabes. Ya hay estudios serios que establecen sus propiedades y se sabe que no generan efectos secundarios en el organismo". La mayor parte de la información sobre plantas medicinales que Camilo Rodríguez Chaverri

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generalmente se usa en nuestro país proviene de otras zonas. Mientras tanto, este libro se centra en el trópico húmedo y rescata mucho de lo que sabían nuestros antepasados gracias al laboratorio del bosque. Si usted desea mayor información sobre el libro puede llamar al teléfono 710-2652.

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Elpidio Valladares El poeta de El Humo Lleva un duende en los ojos. Y un carajillo inquieto y fogoso en las manos. Por eso, al escribir poemas y canciones le salen travesuras. Elpidio Valladares tiene 80 años, pero está pochotón y entero, y anda cazando mariposas que revolotean en su cabeza. Nació el 19 de setiembre de 1921 en Cartago, y se vino para esta zona cuando tenía apenas 14 años. Venía con su papá, eran seis hermanos y quedaron huérfanos muy jóvenes, cuando él tenía apenas 13 años. Después de Cartago vivió en Pejibaye de Turrialba. En los años 30s estuvo en Guácimo, y llegó a El Humo o San Antonio de Roxana en 1942. Cinco años antes, en 1937, la United abandonó sus tierras en esta zona, por lo que empezaron a llegar campesinos de otras regiones del país y se fueron acomodando. "Muchos aguantaban una semana o dos. Es que en ese entonces la gente no soportaba las inclemencias de la zona. Había mucho paludismo, mucho mosco malo, mucha garrapata", recuerda don Elpidio. "Yo sí aguanté porque desde pequeño me acostumbraron a trabajar. Por eso es que no puedo estar sentado o quedito ni media hora", confiesa don Elpidio Valladares, con ese nombre que no tiene nada que envidiarle al nombre de los más famosos poetas. De esa laboriosidad de siempre es que don Elpidio toma fuerzas como poeta. "Como siempre tengo que estar haciendo algo, agarro un lapicero y me transformo. Escribo y escribo poemas. Los dejo quediticos, y a los tres días voy a leerlo como que alguien me lo dio. No le cambio nunca ni una sola palabra", confiesa el poeta de El Humo. Tuvo 9 hijos con su esposa, María Antonia Moya. "Ahora tengo 18, porque considero hijos a mis cinco yernos y mis cuatro nueras. Además, Dios me ha dado 27 nietos y 12 bisnietos", dice, orgulloso. A don Elpidio lo invitan con frecuencia a escuelas y colegios, y es uno de los más conocidos y admirados pioneros de la zona norte de Pococí, donde su mano ha sido fundamental en la labranza de la tierra y en el rescate de la oralidad y las tradiciones gracias a su amor por las letras, que permiten perpetuar la memoria de los pueblos.

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Arcadio García "Perla" Recorrió el mundo y ahora no tiene ni electricidad

Un hidalgo en la soledad... Tiene 81 años y vive solo. No cuenta con luz eléctrica ni con agua potable. Las cataratas le nublan la vista y ya no puede leer más que los títulos de los periódicos. "Si no es letra gruesa, ya no la leo", confiesa, resignado. No tiene ni una pensión. Por eso es que trabaja el pedacito de tierra que tiene detrás de su casa, y todas las mañanas se enfrenta al sol en su ardua batalla contra la vejez. Don Arcadio García, mejor conocido como "Perla", es el personaje más colorido y particular de Los Angeles de Anabán, Roxana. Es un hombre con mucha historia. Nació en El Salvador, pero llegó a Costa Rica cuando tenía apenas 4 años de edad. Es hijo único, pero nunca fue un chineado. Su primer trabajo fue en las bananeras. Más tarde estuvo con su papá en el río San Juan. Y luego empezó a rodar mundo. Estuvo trabajando en Panamá, Guatemala y Nicaragua. Siempre conseguía trabajos de campo. Cuando sus afanes de aventura crecieron fue a dar a ranchos de ganado en Argentina y a talleres en Japón.

Modesto y callado No le gusta mucho hablar de sus viajes. Es un hombre de costumbres austeras y modestas. Eso es coherente en una persona de pocas palabras. Sólo nos dice que en Argentina tuvo que aprender maneras muy diferentes de trabajar con el ganado, y que en Japón tuvo que sudarse la chaqueta porque cuesta muy caro mantenerse. Ahora luce un poco más seco, más triste, pues, su esposa, doña Eida Campos Durán, murió hace tres años. "Uno se acostumbra a todo, hasta a vivir solo", dice, y las palabras rebotan en las paredes y nos golpean por dentro. 114

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No fuma ni toma. Cuando estaba muy niño vio a un amigo morir de un pelotazo en la cabeza y le hizo la cruz a todos los deportes. "Mi único vicio ha sido andar, rodar mundo, ser un andariego", admite. Su casa es pobre. Las paredes están forradas en periódicos viejos. Tiene un calendario de 1998. El piso tiene grietas, y junto a la hamaca reposa un perro enfermo. Tiene sarna. Sin embargo, la dignidad de Perla puede más que la pobreza. Niega que tenga necesidades. "Así estoy bien. A veces me voy a visitar a alguno de mis hijos. Tengo 8, pero prefiero pasar aquí, me siento más cómodo", comenta mientras se mueven sus arrugas del cuello y los brazos, flácidos y curtidos por el sol. Un hombre tan valioso y tan solo, sobre todo tan solo, nos debe doler a todos hasta en los sueños. Las pocas palabras de esta persona tan querida en uno de nuestros pueblos deben crearnos eco en el alma.

Camilo Rodríguez Chaverri

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Mario Villaplana Mi gran realización es servir El 3 de setiembre fue un día muy trajineado para su familia. Tuvieron que levantarse a las 3 de la mañana para ir a ayudarle a preparar la comida de los abuelitos y las abuelitas que llegaban a recibir su pensión. Les tuvieron listo el gallopinto y el café, una sonrisa, un abrazo, y un buen rato para escucharlos. Para ello, don Mario Villaplana le pidió permiso al Padre Enrique, el jefe de los sacerdotes de Guápiles, para dar albergue a los viejitos en el Salón Parroquial. "Es que el día que les dan la pensioncita, que es cualquier cosa, los viejitos corren mucho peligro. Por eso, decidí devolverle al pueblo mucho de lo que me ha dado. Los muchachos de Panadería 'La Nona' me regalaron el pan para todos esos señores y esas señores que hicieron grande a este país, que ahora está en manos de gente con saco y corbata. "Me da mucho miedo que me les roben el cheque. Por eso es que ahora estoy gestionando para que manden a alguien del Banco a que les cambie el cheque aquí mismo, cerquita del edificio de la Caja, donde les entregan la platica", dice don Mario. Lo que hace con los adultos mayores lo retrata muy bien. Es frecuente verlo atendiendo a personas enfermas en su negocio, Macrobiótica La Central, donde le ayuda a la gente a ser feliz y a recobrar la salud, gracias a la sábila, la manzanilla, la yerbabuena y un rosario de matones, matas, frutos, flores y raíces. El es un amante de la naturaleza, un estudioso de la sabiduría que viene de la montaña y el río.

Tiene muchos proyectos... Villaplana no oculta sus intenciones. Quiere ser Alcalde, pero ad honorem. "Mi salario un mes lo retirará una asociación de desarrollo, al mes siguiente lo retirará una familia pobre y al tercero el hogar de ancianos", explica Villaplana. "Conmigo no habrá karahokes. Esas carajadas perturban a los estudiantes y a mucha gente que trabaja desde muy temprano. No hay derecho a que unos cuantos, berreando, inspirados en el licor, le quiten el sueño a la gente que se gana los frijoles desde la mañanita", asegura 116

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Villaplana. "Tampoco voy a permitir que se siga con esa alcahuetería de vender guaro en cualquier pulpería o negocio. Si llego a ser Alcalde se acabará esa barbaridad". También quiere construir un bulevar desde la entrada de Guápiles hasta el centro. "Tenemos un equipo de futbol de Primera División, pero una ciudad de tercera división, de canchas abiertas", asevera. Villaplana asegura que otro de los proyectos que tiene entre manos es el cierre de la calle que está detrás de la Iglesia Católica de Guápiles para convertirla en un bulevar especial para exposiciones artísticas. Para él, lo más importante no es que la gente le apoye, sino que sus ideas y proyectos calen. "No me importa si los realizo yo o los realiza otra persona. Lo importante es que se realicen", dice Don Mario.

Polémico... "Todo el mundo se rasga las vestiduras por el Proyecto Hidroeléctrico Jiménez, pero no reclaman por qué las empresas drenan nuestros ríos y no nos queda nada. A este tema de los quebradores nadie le entra. Por eso quisiera ser Alcalde. Entre otras cosas, hay que hacer un banco de materiales, en el que participe el MOPT, para que suministre materiales para las comunidades. Si en un pueblo necesitan alcantarillas o cunetas, pues, que manden a algunos vecinos. Aquí les damos los materiales y los moldes, y que ellos los construyan". Con respecto al Proyecto Hidroeléctrico Jiménez, Villaplana considera que es una buena oportunidad. "Hay gente que piensa que puede afectar los mantos acuíferos. Sinceramente no creo. Si creyera que va a afectar los mantos acuíferos no lo apoyaría. "Lo que ha hecho falta es diálogo. La empresa tiene que poner de su parte, pero la comunidad también. No es reclamar por reclamar. No sólo hay que tener argumentos, también hay que proponer soluciones. Si el pueblo va a dar la última palabra, pues, que esté bien informado y que tome en cuenta todo lo que dice la empresa, no sólo lo que dicen los ambientalistas", explica Villaplana, quien tiene un programa de entrevistas en Radio Nueva, todos los lunes de 6:30 a 8 p.m., así como un microprograma de comentarios sobre salud en el espacio "Revista de la tarde", de lunes a viernes a la 1 : 30 p.m. Ha recibido cursos de Medicina Natural, en Cuba, y es cursillista, jornadista y convivente de la Iglesia Católica. Su negocio, Macrobiótica La Central, es una idea de sus suegros, Doña Rosario Alfaro y Don Camilo Rodríguez Chaverri

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Enrique Alfaro. Junto a su esposa, Yamileth Alfaro Alfaro, encabeza la empresa, y le ha inyectado su energía positiva y su interés por aprender grandes lecciones de las plantas y la vida.

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Rodolfo martín En memoria de un gran pionero Un tigre llamado Rodolfo Martín Es uno de los pilares más importantes de la historia del desarrollo de la zona, un cimiento de la producción bananera, un pionero, un innovador, un punto de arranque en muchas facetas del ayer... Don Rodolfo Martín (qdDg) fue un verdadero revolucionario. Hay un antes y un después a partir de su participación activa en la vida económica de Pococí. Así como ocurrió con don León Weinstock en épocas anteriores, la realidad de la región giró alrededor de él durante varios lustros. Es una lástima que no existan entrevistas de él, memorias o una biografía. Se la merece. Es más, resulta urgente para entender a plenitud esta zona. Llegó a la provincia a inicios de la década del 60. Era perito del Banco de Costa Rica, vivía en Limón, pero visitaba frecuentemente la zona norte de la provincia, especialmente Pococí y Guácimo, para ayudar en el trámite de los préstamos para la agricultura. "Era un Guápiles muy diferente, con una población de mil quinientos habitantes, con dos botiquines, que también funcionaban como tiendas y zapaterías; cuatro cantinas que eran pulperías, dos panaderías y una fonda con tres mesitas donde podían comer los agentes o visitas que rara vez llegaban hasta el pueblo", nos cuenta una persona cercana a don Rodolfo, quien no quiso que su nombre figurara en este artículo. "Desde el primer momento se enamoró de la belleza de esta zona. Hablaba de la ferocidad de la tierra, de las abundantes y cristalinas aguas, de la calidad humana de sus pobladores", agrega.

Salto para nuestra historia Luego de laborar en el Banco durante algunos años, empezó a trabajar en la Standard Fruit Company, que en ese momento planeaba sus siembras de banano en el Valle de la Estrella. Cuentan sus familiares que el ingreso de don Rodolfo a la Standard Camilo Rodríguez Chaverri

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tiene un origen muy curioso. Cuando estaba en el Banco, el Poder Judicial le solicitaba que hiciera peritazgos especiales para mejorar la administración de la justicia. Un día, un agricultor reclamó a la Standard un preciomejor por unos terrenos que la trasnacional le había comprado. Si bien todos los vecinos estaban conformes con el precio pactado, este campesino insistía en su derecho a una mejora económica. Después de estudiar la situación, don Rodolfo le dio la razón al agricultor, y las autoridades obligaron a Standard a pagar incluso más de lo que estaba pidiendo el afectado. "Sus razonamientos fueron claros y detallados, y la compañía los aceptó sin discusión. El gerente era Míster Lloyd y le dijo a uno de sus asistentes que quería que esta persona trabajara para la empresa y que debían hacerle una propuesta que no pudiera rechazar". Tenía un entrenamiento especial en mapeo de suelos, por lo que su primer trabajo en la Standard fue levantando un mapa de los suelos del Valle de la Estrella que fueran aptos para el cultivo del banano.

Primer jefe y gran pionero Muchos años después le asignaron la superintendencia de agricultura, puesto nunca antes ocupado por un costarricense. Asimismo, fue el pionero y promotor del cambio cuando la compañía empezó a trabajar con productores independientes. Con este experimento entre las manos, la Standard envió a don Rodolfo para Guápiles. La respuesta fue inmediata y muy positiva. En pocos años, Guápiles se convirtió en un emporio bananero, en la capital del cultivo en América Central. Los familiares más cercanos de don Rodolfo y muchos guapileños que lo conocieron coinciden en que destacaban en él dos cualidades, la capacidad de trabajo y el liderazgo. "Era muy exigente y predicaba con el ejemplo", dice uno de sus amigos en la zona. "En las horas de trabajo era perfeccionista y riguroso. Y en las horas de descanso, sacaba su buen humor y compartía con todos, como un verdadero amigo". Otro pionero de Pococí dice que don Rodolfo es imprescindible en nuestra historia. "Creyó en la zona y emprendió muchos proyectos. Una vez que los ponía a andar los dejaba en otras manos. Una de sus grandes ilusiones era comunicar a Guápiles con el Valle Central a través de una carretera nueva. Se involucró con todo el pueblo por un trazado que iba hacia Santa Cruz de Turrialba, pero los expertos lo rechazaron. Quizás ese fue el germen del nuevo proyecto, el de la carretera Braulio Carrillo". 120

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Don Rodolfo fue un pionero incuestionable, indispensable e inolvidable de la producciĂłn bananera, y sin duda que su personalidad atractiva y luminosa y su entusiasmo contagiante contribuyeron para despertar en la comunidad un interĂŠs especial por el desarrollo y el mejoramiento constante.

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Agustín López El hombre que nunca se irá Lo conocí en la iglesia. Esa voz ronqueta, como la mía, animaba la misa... Era evidente cómo todos cantaban más cuando quien estaba con la guitarra y el galillo al frente era él. Luego lo conocí mejor porque viajábamos juntos a estudiar a San José. Todas las noches escuchaba sus chistes y sus agudas observaciones sobre la realidad de la zona, el país y el mundo. Empecé a reconocer su voz de lejos. Y también su risa. Porque nunca lo vi enojado, ofuscado sí, molesto tal vez, pero nunca fuera de sí. Era ecuánime y de un carácter muy noble. Le gustaba cocinar y hacer queques, lo que no sólo indica que era goloso, sino que amaba cultivar el gusto por los detalles, que siempre engendran diferencias... Y donde realmente me impactó, donde tuve que ponerme de pie para agradecerle tanta grandeza del alma, fue en Tortuguero. Fuimos hasta allá un par de veces. Iba todo el personal de la Dirección Regional de Educación, donde él trabajaba, y este servidor suyo andaba haciendo reportajes... Recuerdo como si hubiera sido ayer que los niños de la escuela estaban un poco molestos porque los metieron en unas bancas muy incómodas para que escucharan unos cuantos discursos aburridos. Entonces, sin pensarlo dos veces, él se levantó, agarró su guitarra milagrosa y empezó a cantar. Había que ver la felicidad de aquella turba de mocosos... Todos los chiquitos brincaban, bailaban y hacían palmas al ritmo de ese hombre con cara de bueno. Por primera vez me enteré de que tenía rostro de niño. Así no más. Ojos de travieso, sonrisa de carajillo realizado, y gestos de duende... Nunca creció. Nunca pudo escaparse de los potreros y las pozas de Turrialba, que lo vieron asombrarse durante sus primeros años. Supe que era un gran animador, un orientador, un desotador de voluntades, pasiones y carcajadas... Y una persona muy inteligente. No en vano era uno de los educadores mejor preparados de la zona, así como un agudo observador y analista. Recuerdo que fue él quien me hizo entender claramente el fenómeno sociológico del Santos de Guápiles. Fue él quien me ayudó a visualizar cómo nuestro equipo estaba inyectando en el pueblo un genuino 122

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sentimiento de identidad comunal. Recordemos que la mayoría de los guapileños nació en Puriscal, San Ramón, Palmares, Guanacaste, San José y Turrialba, por lo que antes no se sentían de aquí, sino de sus sitios de procedencia. Esto ha ido cambiando gracias al Santos, el equipo de nuestros amores... Y no he dicho el nombre a propósito, porque su nombre me parece importante. Tiene nombre de ángel, nombre de luz vestida de persona. Por eso es que Agustín no nos puede dejar. Por más que la muerte quisiera llevárselo, lo sentimos mucho por ella, pero aquí se quedará para siempre... Su funeral fue silencioso, pero no hubo grandes llantos. Es que la gente sabe que estará con nosotros. La muerte debería hacer como los profesores de colegio, debería eximir a los buenos. Personas como Agustín nunca deberían morir. Hay que prohibírselo. Se lo prohíbo. Le exijo a mi corazón que lo cultive como una planta y le eche agua para que siempre tenga una flor. Y sé que mi corazón no necesita que le cuente que propongo lo eximamos de la muerte. Para mi corazón, Agustín seguirá viajando en el bus de 10, seguirá levantando el ánimo de la gente en la misa de 7, seguirá haciendo queques y, sobre todo, seguirá cantándole a los niños de pueblos alejados, como Tortuguero, donde descubrí que ese hombre nunca iba a morir porque los ángeles no se mueren.

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HERNESTO COTO PORTUGUEZ Tiene 80 años de edad y 40 de ser chancero Cuarenta años de vender la suerte Que tenga 80 años y venda lotería no es algo tan raro. Pero que lo haga bajo el sol y la lluvia de Guápiles ya lo hace algo digno de detenerse a contemplarlo. Es que enfrentarse a los calores y los temporales de la Zona Atlántica es algo que no se hizo para cualquiera. "Hay que tener el cuero curtido para aguantar estos 'calorones' y esa lluvia que parece como sapos que tiran del cielo", dice Don Ernesto Coto Portuguez, uno de los chanceros más longevos de la provincia de Limón. El no se conforma con quedarse en una esquina, esperando que lleguen hasta allí sus clientes más leales. No, qué va. "Eso de estar en un lugar es más cansado que andar 'a pata' de aquí para allá. Yo estoy enfermo, pero si dejo de trabajar y de andar por todo lado me puede pasar dos cosas. La primera es que me muera de hambre. La segunda es que me muera de aburrimiento". Don Ernesto es asmático, y es frecuente verlo vendiendo lotería como si tuviera un pito en el pecho. "A veces casi no puedo ni hablar, pero la gente ya me conoce y se hacen los tontos cuando no me entienden lo que digo". También padece de artritis y de afecciones en la garganta, es corto de vista y ya está mal del oído. "Dios sabe que puedo aguantar para vender lotería, y el día que sepa que no puedo más, pues tendrá que ver cómo me mantiene". El es solo. Nunca casó y ya han muerto sus hermanos. No tiene casa, por lo que alquila un cuartito en la parte de atrás de un prostíbulo. "El dueño del lugar se porta bien conmigo, y me cobra sólo 10 mil colones por mes". Se trata precisamente de los 10 mil colones que recibe de pensión, por lo que si quiere comer tiene que trabajar. "Lo que siempre he pedido es que me den un bono de la vivienda, de los más chiquiticos, de por sí no necesito mucho para vivir. Es que si no tuviera que alquilar cuarto, con esa plata comería", confiesa don Ernesto, quien antes de ser chancero trabajó en la construcción de varias carreteras del país y fue peón de 124

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campo. Si usted desea ayudarle, puede dejarle un mensaje con un compañero suyo, el chancero Gerardo Mayorga, con quien puede hablar al teléfono 710-6215.

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Zapatero... sin zapatos Don Alfonso Fallas González Mejor conocido como Don "Nono", nunca ha pensado en dejar su oficio de zapatero, a pesar de que no tiene piernas. La vida es irónica y tiende trampas. Pero hay gente que le tuerce el cuello al destino y consigue salir adelante. Es el caso de Alfonso Fallas González, mejor conocido en Guápiles como "Nono". El tiene más de 25 años de ser zapatero y hace una década la vida lo puso de frente con una crueldad pesadísima: la diabetes obligó a que le cortaran las piernas. Pero lejos de caer en una horrible depresión, "Nono" salió adelante gracias a su espíritu alegre y combativo. Hasta hace mofa de su condición. "No todo es malo, por lo menos ahora puedo hablar de lo que me dé la gana, porque nadie puede decirme 'zapatero a tus zapatos'", dice, sonriendo. Ahora tiene un nuevo inconveniente, la edad. "Tengo 63 años. Ya estoy viejo, y cuando uno no tiene piernas, ese montón de años pesan más y más", explica don "Nono". Resulta que se le han metido a robar a su negocito en varias ocasiones, por lo que "Nono" ya ni siquiera puede dormir en la casa de su mamá, donde vivía hasta hace un tiempo. "Ahora duermo aquí, en mi cuartito de zapatero. Al lado atrás puse mi cama. Por las noches me quedo cuidando este montón de zapatos. Es que no son ni míos", confiesa "Nono". "Cualquiera podría decir que 'pobrecito este Nono', pero nada de eso. No conseguí una pensión, necesitaba 36 cuotas y sólo tenía 11. Pero, diay, tampoco me iba a poner a llorar. Aquí la gente me ayuda, y ayudarme para mí simplemente es que me den trabajo". "Tengo un espíritu lleno de vida. ¿Cómo no? Si no fuera así, ya me hubiera pegado un tiro y me hubiera ido en la tira. No aguanto estar de vago y eso me ha permitido salir adelante", dice Don "Nono", quien considera que su mayor orgullo es que sus clientes luzcan unos zapatos que casi siempre lucen como nuevos. "De eso me encargo yo", dice golpeándose el pecho y con una enorme sonrisa de satisfacción de oreja a oreja. 126

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Tiene 83 años y cosecha frijoles y maíz Es una super abuela se

Esta señora legendaria crió a 23 hijos en el puro monte. Dice que

encogió y le salió "joroba" porque cargaba un quintal de comida durante cinco horas, hasta que llegaba a su rancho en la montaña. A sus 83 años todavía siembra y cosecha maíz y frijoles en el patio de su casa, escupe de lado y se echa más de un grito de sabanero. Es una mujer indomable. A sus 83 años sigue mostrando el coraje y la gallardía que la llevaron a convertirse en una leyenda viviente. Durante medio siglo trabajó al campo como los hombres de antes. Cuentan que era buenísima volando hacha, manejando la sierra, amansando caballos y enyugando. Por eso es que algunos la llaman "La Super Abuela". Doña Nelly Chaves Chaves es un símbolo de trabajo y esfuerzo. Ella es una de las pioneras de Cariari, y muchos hombres la recuerdan por sus pulsos y sus 'traidos' con el monte. No hubo montaña que le hiciera frente. Ella fue derribando la furia de la selva para darle paso a los partizales y los cultivos. "Siempre he sido una mujer 'bravísima'. Me encantaba 'juetear' el caballo para un lado y para 'juetearlo' para el otro, y hasta grito como un sabanero", dice doña Nelly, toda feliz. Tuvo 23 hijos, y el marido la abandonó cuando muchos de los críos estaban pequeños. Por eso se vino para las llanuras del Tortuguero. Se metió a trabajar en bananales y luego le vendieron unos "carriles", que no era otra cosa que un pedazo de montaña con una cerca. "Era el año 1967 y traía una 'catizumba' de carajillos. Venía con cuarenta colones en la bolsa y apenas pude me metí a hacer finca", recuerda doña Nelly. Fue comprando y vendiendo fincas, y ahora le quedan dos, una contiguo a la escuela de la comunidad de Linda Vista, y otra cerca de Casas Verdes.

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Como un peón más... Doña Nelly dice que algo que le ayudó a salir adelante es que se crió entre siete varones. "Mis hermanos me llevaban a trabajar y a bailar. Aprendí con ellos a ser como un 'macho' en el campo. Por eso es que siempre he dicho que mi gran amor es la sierra", cuenta. Mientras habla de una cosa y de otra escupe de lado, como los viejillos que mascaban tabaco. Y cada vez que trato de sacarle algo más, me mira con sus ojos de águila y me pone en mi lugar. "Lo único que me faltó fue pelearme con los hombres. Bueno, yo sé que muchos 'me comían gallina'", dice, entre unos guiños y unos gestos que la ayudan a volver a ser niña. "Ahora padezco de la 'carrucha'", dice, refiriéndose a sus molestias en la columna vertebral. "Es que se me hizo hasta 'joroba' de la gran cantidad de trabajo. Yo era muy alta, pero me fui encogiendo. Pero no me arrepiento de las 'hombradas' que hacía. Imagínese que cuando estaba haciendo finca me echaba un quintal de 'comedera' a la espalda y la cargaba cinco horas entre trillos y matorrales, hasta que llegaba a mi 'rancha'", dice doña Nelly, quien tiene 45 nietos, 35 bisnietos y tres tataranietos. Ahora se lamenta de que no le den permiso de montar a caballo, pero insiste en que si le traen una yunta, enyuga a los bueyes, y que todavía puede echarse un grito como en sus mejores tiempos. "Uey, ueyy, uuueeeyyy, iaa...", me dice, sentada en un poyo del parque del pueblo, y dos o tres jóvenes le contestan alegres, con gritos similares. "Por lo menos me dejan sembrar mis frijolitos y mi maicito. Así que tengo una milpa en el patio de la casa", dice doña Nelly, quien no nos dejó irnos de su lado hasta que degustáramos unos riquísimos frijoles tiernos que cosechó en su tierrita. "Es que cuando uno los siembra y los cuida, sí que saben sabrosos", dice la Super Abuela de Cariari.

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Don Juan Solís es un artista muy trabajador El juguetón de los trompos Tiene 83 años y desde hace más de dos décadas se gana la vida vendiendo periódicos. No tiene un puesto en una esquina. No se sienta a esperar que lleguen clientes. Todo lo contrario. Camina unos cinco kilómetros por día, pues va vendiendo "La Extra" y "Al Día" casa por casa, desde Cariari hasta Caribe y barrios aledaños. Don Juan Solís Gómez es un campeón del trabajo y el ingenio. A pesar de ser un hombre mayor, debe laborar sin descanso, pues, le toca velar por su esposa, así como por un cuñado y un hijo, ya que ambos tienen discapacidad mental. Pero en medio del trajín, don Juan se da un tiempo para cultivar el espíritu, que para él significa diseñar sus famosos "trompos coyote". Cuando era niño, veía a su papá hacer trompos con jícaros, en su natal Manzanillo de Puntarenas. La idea de los trompos le ha dado vueltas y vueltas en la cabeza. Es el juguete que conjura y redime en su mente y sus recuerdos. Así que, cuando entró a un grupo llamado "El Club de las Enseñanzas del Adulto Mayor de Cariari" supo que había llegado el momento de experimentar con los condenados trompos que le salían en cualquier paisaje. Es que cada día andaba más cerca de la infancia, en ese juego de la vida, que nos devuelve a los orígenes y también nos pone a dar vueltas. "Vi que las señoras que estaban en el grupo hacían cosas muy bonitas. Así que me dio vergüenza y me atreví. De un día para otro me salió este trompo coyote. Lo hice con un coco, porque se me ocurría que era mejor que las jícaras que usaba mi papá. Y viera que suena lindísimo, como un coyote cuando ahúya de noche". Le pregunto que si tuvo contactos con los coyotes. "¿Que si conozco a los coyotes? Pues claro, hombre. Crecí entre Manzanillo y Lagarto de Puntarenas. Allá me hice hombre, entre vacas, ordeños y quesos. Cuando uno se ponía a andar de noche, corría el peligro de que le salieran los coyotes. Una manada de coyotes lo mata a uno", explica don Juan, quien está contentísimo con el juguete que ideó. "Siempre ando un trompo coyote conmigo, y apenas termino la tarea con los periódicos, y ya no me queda ni uno, me acomodo por ahí, me Camilo Rodríguez Chaverri

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amarro la bolsa de la plata y el 'menudo', y me pongo a bailarlo, para que la gente se entretenga, y sepa cómo es que hacían los coyotes allá en la tierra de los míos, cuando ahuyaban por las noches", dice Don Juan, con su sonrisa milagrosa, y esos ojos bañados en una luz que parece miel de una nube sacada por el sol con paciencia y buena mano.

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Doña Ana de Leiva Una mamá para los drogadictos Ella se mete debajo de los puentes y los drogadictos la reciben con los brazos abiertos. Les lleva un ¨gallito¨, café y pan. Lo hace todos los días y se gana la confianza de las personas que viven al lado del río, entre las piedras. Doña Ana Ligia Araya Ramírez, mejor conocida como Doña Ana de Leiva tiene ocho años de trabajar con los adictos de la zona. Le ha tocado sacarlos de ahí, bañarlos y vestirlos, para poder llevárselos a un centro de rehabilitación. Lo hace con un cariño muy grande y un carisma especial. Y recibe satisfacciones por parte de estas personas que han sido abandonadas por la sociedad. Ha sacado adelante a muchos vecinos de la provincia de Limón, que, de una u otra manera, le permitieron adentrarse en el mundo infernal en el que se metieron por la cocaína, la marihuana y el licor. Todo empezó hace unos ocho años, cuando doña Ana sintió un llamado especial. Ya estaban grandes sus hijos y supo que era el momento de darle algo de sus fuerzas a la comunidad. Primero estuvo en la Pastoral Social de la Iglesia Católica, luego en el Hogar de Ancianos y más tarde en Comunidades en Acción, institución encargada del Centro de Rehabilitación, que trabaja con niños con una discapacidad. Para un 24 de diciembre cocinó tamales para los privados de libertad de la cárcel de La Leticia, en Roxana. Y en eso llegó a su vida la historia de un adicto. Doña Ana lo conoció, y poco a poco se fue acercando a sus problemas.

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Un drogadicto le cambió la vida Tenía 19 años, estaba muy débil por culpa de la adicción y casi no podía caminar, por culpa de unos hongos que le poblaban la planta de los pies. Cuando consiguió que lo internaran en un centro especializado, doña Ana empezó esta misión a la que se dedica casi a tiempo completo. Este adicto se encargó de acercar a otras personas con situaciones similares, y se fue convirtiendo en una hada madrina para quienes estaban hundidos en las drogas. ·Ella se acerca a ellos, los alimenta, los chinea, los cuida, y nunca los deja solos en el difícil trabajo que les corresponde emprender para salir adelante. Cuando el primer caso, doña Ana ni siquiera sabía qué hacer. Llamó al 113 y se encontró con el teléfono de un hogar CREA. Tuvo que hacer 13 visitas con el adicto. Iban en bus hasta San José, acompañados por otra señora. Se les fue quitando el miedo, paulatinamente. Doña Ana dice que los adictos más bien velan por ella en la calle, le cuidan el bolso y la sombrilla, y no dejan que se le acerquen personas peligrosas.

Arrancó el proyecto "Después de esa primera lucha, me di cuenta que podía dar mucho más", cuenta doña Ana. Ya esta sublime misión, que tiene mucho de aventura, estaba caminando. El primer día Doña Ana le dio de comer a cinco drogadictos y un anciano mendigo. Después eran siete personas, después 10, 15 y hasta 30. "Hablé con un sacerdote para que me prestaran el salón parroquial, ubicado contiguo al antiguo hogar de ancianos. Pero con los drogadictos no es fácil. Bastaba con que yo me fuera para mi casa para que empezaran portarse mal, y los vecinos le pidieron al sacerdote que los sacara de ahí.¨Tenían razón porque por las noches se pasaban por el cielorraso y andaban haciendo daños", explica Doña Ana, quien durante ese tiempo recibió el apoyo del optometrista Edgar Alfaro y su esposa, Ana, así como el soporte de su hermano, Alexis Alfaro, y su compañera, 132

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Norma. Se integró Clíver Vega, y fundaron el albergue para drogadictos en una casa vieja, ubicada en la entrada de la Urbanización Toro Amarillo. Cada vez que conseguían que uno de los drogadictos accediera a ingresar a un hogar CREA, doña Ana y los hermanos Alfaro sufragaban los gastos de transporte y le compraban la ropa. "Antes le pagaba a una muchacha para que me limpiara la casa, y dejé de hacerlo para destinar esa ´platica´ para ellos (los drogadictos)", recuerda doña Ana, quien poco después visitó al empresario José Alberto Castillo. Este gran empresario le tendió la mano y desde entonces le brinda soporte económico en su lucha contra las drogas. "Castillo es como mi ángel de la guarda, nunca me deja sola. Si no fuera por él, no habríamos logrado sacar adelante a tanto drogadicto", explica doña Ana. En CREA vieron que estaban frente a una mujer fuera de serie, y le ofrecieron instalar un hogar en la zona, con la idea de que ella estuviera al frente. Juntó a un grupo de gente buena, como Lina Samuels, Maribel Bolaños, Clíver Vega, Edgar y Alexis Alfaro, así como sus esposas, y el 30 de setiembre de 1993 inauguraron el primer hogar CREA de la zona.

Más de mil drogadictos En el albergue hay 30 muchachos de manera permanente. Unos entran y otros salen. Como los rotan, doña Ana calcula que han pasado más de mil drogadictos por ese centro, ubicado contiguo a la gasolinera de Rita. La municipalidad de Pococí les cedió por 15 años unas instalaciones que eran utilizadas como bodega para materiales reciclables y que por las noches se transformaban en el principal búnker (sitio de consumo de drogas) del pueblo. Tuvieron que luchar muchísimo para arreglar el edificio y para sacar de ahí por las noches a quienes venían a distorsionar el programa de recuperación. Con la ayuda de la policía acabaron con el "bunker" y con la ayuda de unos cuantos amigos del proyecto han venido arreglando las instalaciones. Pero, ocho años después de su inauguración, en el Hogar CREA tienen serias limitaciones. Doña Ana explica que el presupuesto para Camilo Rodríguez Chaverri

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mantener a los 30 drogadictos asciende a 800 mil colones por mes."La mayoría de los muchachos no cuentan con apoyo familiar. Así que no nos queda otra opción que pedir en la calle, a ver quiénes se apiadan de la difícil situación que atraviesan estas personas y les ayudan a superarse". Por otra parte, a brincos y a saltos han ido construyendo un albergue para alcohólicos en Las Cascadas, camino a La Colonia. Si usted desea ayudar en este proyecto o en CREA puede llamar al teléfono 7633181.

Muy esforzada desde niña Doña Ana dice que esta fuerza de trabajo viene con ella desde la infancia, pues, es la segunda de nueve hermanos, en el seno de una familia muy humilde. Nació en Turrialba, se crió en San Carlos y luego se la trajeron para Florida y La Alegría de Siquirres. Su papá trabajaba en fincas y se vinieron para esta zona porque él deseaba probar suerte como peón bananero. Doña Ana no pudo ir al colegio porque sólo había un viaje de tren al día, por lo que no tenían cómo regresar. Tuvo que ayudar en la casa desde muy pequeña, lavaba ajeno y su mamá la encargaba de la cocina, para que ella pudiera salir a trabajar y traer algo para ayudar a mantener esa enorme prole. Apenas una semana después de que llegaron a la zona, apareció su Príncipe Azul. Doña Ana tenía 15 años y jaló dos años con Hugo Leiva. Cuando se casaron se vinieron para Guápiles. Tienen tres hijos, Hugo Adrián (27 años), Tami (24) y Ronald (18). Fue hasta que el menor iba a salir de la escuela que doña Ana se metió de lleno en la lucha contra la drogadicción, pues antes se dedicó exclusivamente a los suyos. Doña Ana es una santa por su lucha. Da gusto verla alimentando a los borrachitos en el parque de Guápiles, o debajo de un puente, conversando con drogadictos y mendigos. Dios la cuida. Nunca le han hecho daño. Siempre anda protegida por una legión de ángeles. Como si supieran que doña Ana es una más entre ellos.

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Ana María Hernández Pionera del Colegio Técnico Profesional de Pococí Fue parte de la Primera Asociación de Padres y Madres de Familia del Colegio Técnico Profesional de Pococí, y esa es sólo una de las facetas que le ha tocado vivir como dirigente comunal de nuestra región. Doña Ana María Hernández Alvarado ya va a cumplir 90 años, pero conserva en su memoria muchos hechos de esos años en que participó muchísimo en el desarrollo del pueblo. Doña Ana nació el 19 de diciembre de 1914, en Santo Domingo de Heredia. "Mi familia es de Santo Domingo de Heredia. Mi papá trabajaba al campo. Se llamó Joaquín Hernández. Mi mamá fue ama de casa y se llamó Mercedes Alvarado. "A mi mamá le tocó una vida muy dura, porque éramos muchos hermanos: Lalo, Lelo, Lita, Ramón Luis, Chela y yo. "El mayor de todos era Lalo, y la mayor de las mujeres era Chela. Yo era la segunda de las mujeres. "Después, nos fue muy difícil la vida, porque mamá murió cuando yo tenía 9 años. El menor de mis hermanos quedó de tres meses de nacido. "Poco después, la vida fue todavía más difícil porque mi papá perdió todo su dinero jugando dominó, cartas y dados. "A pesar de las limitaciones económicas y de los múltiples problemas, fui a la Escuela de Santo Domingo, y al Colegio de Heredia centro. Para ir al colegio, tenía que caminar varias horas todos los días. "Después de eso, conocí a aquel (y señala a su esposo, quien está a pocos metros, en otra silla). Por eso, no pude ir a la Normal, que era lo que quería. "Bueno, poco antes mi papá no me dejó ir a la Normal porque teníamos que caminar desde Santo Domingo hasta Heredia, y ya tenía muchos años de estar en eso. Y a los meses encontré el amor, aquí en Guápiles".

En Guápiles "Llegué a Guápiles cuando tenía como 28 años. Aquí me encontré Camilo Rodríguez Chaverri

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con mi esposo, Rafael Ángel Coto Aguilar. Él toda la vida ha trabajado en comercio, y fue tesorero y contador de la municipalidad durante diez años. "En ese tiempo, se llevaba la contabilidad en una libreta. Yo me acuerdo como si hubiera sido ayer", explica Doña Ana, refiriéndose al trabajo de su esposo. "Nos casamos hace 54 años. Y siempre trabajé, desde que nos casamos. Ayudé muchísimo en numerosos grupos de beneficiencia. "Por ejemplo, trabajé mucho detrás del edificio de ´El Polaco´. Ahí estaba el Centro de Nutrición. Yo veía a los chiquitos y le daba la leche a las mujeres. Después, pasamos a la parada vieja, detrás de la municipalidad. "También trabajé mucho en la primera Asociación de Padres de Familia del Colegio Técnico Profesional de Pococí y estuve en la Junta Administrativa del Colegio Agropecuario de Pococí. "Junto a eso, durante muchos años colaboré con la Iglesia Católica de Guápiles. Cuando eso, no estaba el templo de ahora, sino el de antes. "En otra cosa en que ayudé mucho fue en política. Le ayudé mucho a Liberación Nacional. Cuando venían los candidatos, yo me encargaba de la comida. Cada vez que había una reunión importante, yo hacía hasta los tamales. A pesar de eso, ahora nadie, en el partido, se acuerda de mí. Después de que di el sudor de mi frente por muchos años, no significo nada en el partido. "Algo que me hace sentirme muy feliz y me llena de orgullo, es que durante muchos años ayudé a muchos chiquitos pobres durante muchísimos años. Yo les daba de comer, y en muchos casos hasta los mantuve, y se vieron en esta casa al lado de nuestros cinco hijos, José, Rafael Ángel, Sonia, Vera y Alexandra. "Y para ayudar a mantener a mis hijos, y darle de comer a todos los chiquitos pobres que me atraía para la casa, yo tenía que lavar ajeno, y planchaba montones de ropa con almidón y con planchas de carbón. "Esta casa era como un hotel, pero un hotel para toda la gente humilde. Sé que todo eso bendecía mucho a nuestro hogar. "Digo que era un hotel. La verdad es que la casita era un ranchito. Tenía la casa con los molederos limpios. Tenía todo esto lleno de matas. Y llegaba a esta casa el Padre Drexler, y me decía ´aquí dan ganas de comer hasta en el piso´", concluye doña Ana María Hernández.

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Marco Tulio Matamoros Limonense enamorado de Guápiles Es limonense de toda la vida, pero Guápiles atrapó su corazón. Por eso, aunque tiene historia en el puerto, ahora vive en el extremo norte de la provincia. Marco Tulio Matamoros Robles nació en el centro de Limón, por la comandancia, hijo de Eliseo Matamoros Rodríguez y de Carmen Robles Alvarado. "Mi papá era panadero y trabajaba en Limón. Yo me crié en Cieneguita. Éramos doce hermanos. Sólo dos han muerto. Vivimos muchas pobrezas. Andábamos descalzos. Marché descalzo un 15 de setiembre, aquí en Limón. "Fui a la Escuela Tomás Guardia. Después de la escuela, no me quedó más que empezar a trabajar. El primer trabajo que tuve fue en la pulpería de un chino. Me encargaba de repartir mercadería. El chino se llama Jesús Coto. "Después, trabajé con la Northern. Empecé a trabajar de peón, a los tres meses fui chequeador, y después en el departamento de encomiendas. "Mi siguiente jefe fue Don Ramón Acón León. Con Don Ramón trabajé en una empresa que se llamaba ´Productores y Exportadores de Cacao´. Era una asociación de chinos aquí en Limón. Don Ramón Acón León era el gerente general de esa empresa. Yo lo llevaba y lo traía. Le llevaba a los socios de esa empresa. "Yo trabajaba con ellos cuando Don Ramón se casó con Doña Juanita Sánchez. Él se la fue a traer allá, a su tierra. Yo me acuerdo. "Trabajé con los chinos durante ocho años, y de ahí pasé a trabajar con la empresa Coca Cola, cuyos dueños eran los la familia Garrón Salazar. Laboré en la empresa Coca Cola durante 18 años. Al final, fui gerente de ventas de esa empresa".

Mano derecha de los Garrón "La familia Garrón es una familia muy distinguida, muy especial. Los Garrón colaboraron mucho con los limonenses. Yo los he querido mucho. "Cuando don Hernán Garrón fue candidato a la presidencia de la Camilo Rodríguez Chaverri

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república, yo trabajaba ahí. Yo no iba con Liberación, y me volqué por él. La verdad es que Don Hernán me quería como un hijo. "Salí de esa empresa cuando los Hermanos Garrón la vendieron a una empresa salvadoreña. Liquidaron a todos los empleados. Los que quisieran quedarse se podían quedar, pero yo me salí. Para mí, ya no tenía sentido trabajar ahí si la empresa ya no era de los Garrón. "Así que me fui a trabajar de agente a una empresa que se llamaba ´Cervecería Tropical´. También trabajé en RECOPE. Trabajé en Proveeduría. Era el proveedor. Andaba cotizando y comprando. Trabajé diez años. Me pensioné porque tuve problemas del corazón. Ya no podía trabajar. Me hicieron la vuelta y me pensioné. "Todo ese tiempo estuve viviendo en Limón. Me metí en muchas actividades de la comunidad. Fui directivo del equipo Limonense, cuando jugaba Vicente Wanchope, el padre de Paulo César y de Javier Vicente Wanchope. "Estuve en varias organizaciones y asociaciones comunales. Colaboré mucho, y fui compañero en la radio de Carlos Acuña (´Santana´) y Nabor Moya Picado, que Dios lo tenga en la gloria. Colaboré mucho en esos programas radiales, comentando acerca de los problemas de la comunidad y el deporte. "Vine a dar a Guápiles porque viajaba a este pueblo como gerente de ventas de algunas de las empresas en las que trabajé. Tenía que visitar a los clientes, y fue así que hice muchas amistades. Me enamoré de Guápiles. La gente es muy amable, muy servicial y muy cariñosa".

Su sueño, Guápiles "Poco a poco, fui acariciando un sueño, que era vivir en Guápiles. Se me cumplió hace cinco años. Hace doce años me pensioné y no volví a trabajar. "Vivo en ´Las Cascadas´ de La Colonia. Ahí estoy actualmente. Viajo a Limón cada quince días, a visitar a mi familia. Allá tengo una hija, Silvia, y un hijo, Marco Vinicio. También tengo una hija que es profesora en Talamanca. Se llama Rocío. "Y en Guápiles tengo a Nuria y a Doris Lilliana. El quinto es Marco Tulio, quien trabaja en República Dominicana. Trabaja en una empresa que vende programas de computación. Tulito pasa mucho tiempo allá, y a veces pasa un tiempo en San José. "Ahora, adonde me siento bien es en Guápiles. Nací para ser feliz en este lugar. De aquí nadie me saca". 138

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Doña María Cecilia Ugalde La señora de los tamales "Esta casa la hizo yo sola. Me ayudó un carpintero, pero las armaduras las hice yo, los rellenos también. Cogía piedra, cogía arena de un lugar y de otro para terminarla más rápido y para ahorrar un poquito. Todos los domingos pasaba en eso. También venía en las horas del almuerzo entre semana. Llegaba, me cambiaba y me venía a ayudar para poner el block. Hasta tuve que batir mezcla y colar arena". Es una servidora de Dios. Para El Señor están su tiempo, sus fuerzas, sus alabanzas, sus talentos y sus dones. Es parte de grupos de oración todos los días, y lleva esperanza e ilusión por donde vaya. Es que su vida ha sido un cúmulo de sacrificios y de dolores, siempre ha tenido que esforzarse mucho y ha salido adelante con base en su lucha de todos los días. Además de eso, Doña María Cecilia Ugalde Rodríguez es la señora de los tamales. La fama de las delicias que cocina van más allá de las fronteras de la zona, y hay gente que viene desde la capital para encargarle tamales para Navidad. Ella todo se lo ofrece a Dios. Y sus manos, prodigiosas a la par de la cocina o del horno, también están en función del Altísimo. Por eso es que durante mucho tiempo ha regalado su talento para vender comida en la iglesia o lleva repostería a las jornadas espirituales en las que participa. Doña María Cecilia Ugalde Rodríguez nació el 9 de octubre de 1942 en San Pedro de Poás, hija de Don Hernán Ugalde y Doña Evelia Rodríguez Ballestero. "Vengo de una familia muy numerosa. En total éramos 14 hermanos. Dos ya murieron. Me vine para el distrito de Jiménez cuando tenía ocho años de edad. Recuerdo que cuando veníamos éramos solamente doce en el tren. Después llegaron mis otros dos hermanos. No pudimos terminar de estudiar porque vivíamos en una zona de El Molino que era tan remota que la escuela estaba a una hora de distancia y el camino era por puros maneaderos de caballo. De los maneaderos para abajo era que vivíamos nosotros. Eso nos impedía salir a estudiar. Saqué la escuela ya vieja, tiempo después de que nació mi hija Marta Lizette, 140

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que es la menor. "Papá tenía un pedacito de tierra en el que sembraba plátano, yuca, maíz y caña. Prácticamente todo era para el consumo de aquella familia tan grande. No teníamos trapiche, pero sí sacábamos caña en el trapiche de ´Turdo´ Porras y en el de Manolo Quesada. Papá sabía hacer dulce y les trabajaba a ellos. Nosotros íbamos a vender dulce a Guácimo y después nos íbamos a comprar huevos entre aquellos barriales. "Recuerdo que mamá sembró toda la cerca de la finca de puro achiote y ponía a mis hermanos a trabajar para la cosecha. A nosotras nos tocaba preparar el achiote para venderlo y pasábamos todo el día embarradas de achiote. Mi familia siempre fue muy pobre y numerosa. Casi no teníamos entradas, por eso nos dedicábamos a la venta del dulce y el achiote para ayudarnos un poco más. "Jugábamos fútbol en un potrero a la par de la casa, con una bola que la hacíamos con una bombilla de inflar y la forrábamos con hule de los árboles, o con la vejiga de chancho. A mí me encanta el fútbol. Desde chiquitilla vieras cómo me gustaba jugar con mis hermanos. A todos nosotros nos encantaba. Éramos tan fiebres que hasta jugábamos bajo la lluvia. Otra cosa que nos gustaba mucho era jugar ´quedó´ en las noches de luna".

Camino lleno de espinas "Cuando estaba más grandecilla me hice de un novio, el que después fue mi esposo por muchos años. Recuerdo cuando llegaba a conquistarme: se iba a caballo a darme serenata desde Anita Grande hasta mi casa, de El Molino para adentro. Cuando él no iba, el caballo llegaba solo. Vea lo entendidos que son los animales. Mis hermanas decían ´mirá, ahí llegó tu caballo´. Ya yo sabía cuál de los dos era", dice doña María Cecilia, muerta de risa por lo que se le ocurrió. "Ya casados, ese caballo, que se llamó ´Clavel´, lo jalaba borracho hasta la casa". "Para esas épocas todo el mundo se casaba con el primer baboso que apareciera solo por querer salir de la pobreza. Al menos yo cuando me casé tenía apenas 17 años y me fui a vivir a Limón. Rapidito empecé a tener hijos. Tuve cuatro hijos, Alfonso, Ana, Sonia y Marta Lizette. "Duré casada sólo 14 años. Me separé y quedé sola con los chiquillos en Limón. El mayor, que es Alfonso, apenas tenía 14 años. Recuerdo que para sobrevivir comencé a trabajar en la panadería ´La Selecta´. Después vi que no podía pagar todo yo sola, junté de mi plata para venirme para Guápiles y, gracias a Dios, don Alberto Amador, que era el gerente del Camilo Rodríguez Chaverri

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tren, me prestó un vagón para que jalara las pocas cosas que yo tenía y me regaló los tiquetes. Así me vine para Guápiles con los chiquillos. Estaba embarazada de Marta Lizette. Imagínese cómo fue aquello. "Yo sufrí muchísimo con mi marido. El día que cumplí años de casados, hace poco, me llamó para recordarme la fecha, pero en esta ocasión yo le recordé que no eran años de casados, sino más bien de separados, ya que tenemos más de treinta años de no estar juntos. "Me separé de él para un octubre y en diciembre ya estaba aquí, en Guápiles. Cuando llegamos, Sonia y Ana tuvieron que ver a Marta porque yo me puse a trabajar. Carlos ´Calancho´, el famoso carnicero de Guápiles, era casado con mi hermana Letty. Él me ayudó mucho. "Mi hijo Alfonso estaba muy jovencillo, pero tuvo que ponerse a trabajar recogiendo basura en la Municipalidad, aquí en Guápiles, para ayudarme en algo. Ya para cuando Marta, la menor, tenía un año, vivíamos al final del campo de aterrizaje, en una casita muy pobre. Recuerdo que no había luz".

Cocinera de Cobal "Un amigo de la familia, Joaquincito "Quinchito" Ramírez, que Dios lo tenga en su gloria, me dijo un día que porqué no buscaba trabajo en Cobal. Entonces fui y gracias a Dios y a María Santísima me dieron trabajo de cocinera. Laboré 17 años para esa empresa. De ahí salí pensionada. Mis compañeros de trabajo me decían por cariño ´Doña Che´. Bueno, primero era Doña Chechi y al final lo recortaron a doña Che. Para todas las navidades ellos me pedían tamales de pollo o cerdo. Unos me pedían 100 piñas, otros 200 ó 250 hasta 500 piñas de tamales hacía para actividades y también los encargos que me pedían las familias de Cobal y otras que ya sabían que yo era la famosa señora de los tamales. "Trabajando en Cobal comencé a construir esta casa yo sola. Viera qué cosa más terrible, porque antes de esta casa viví en un montón de casas alquiladas. Pero gracias a Don Eliseo Barrantes, que regaló seis hectáreas a la Municipalidad de Pococí, gracias a él tenemos casa muchas familias de Guápiles. Entre todos los vecinos montamos una cooperativa y así creamos una bloquera. Yo trabajaba en la bloquera en mis ratos libres, y entre todos los vecinos construimos nuestras casas. "Esta casa la hizo un carpintero, pero yo era la ayudante. Las armaduras las hice yo, los rellenos también. Cogía piedra, cogía arena de un lugar y de otro para terminarla más rápido y para ahorrar un 142

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poquito. Todos los domingos pasaba en eso. También venía en las horas del almuerzo entre semana. Llegaba, me cambiaba y me venía a ayudar para poner el block. Hasta tuve que batir mezcla y zarandear arena. "Para ese entonces, 53 mil colones fue lo que me costó la mano de obra, y era un montón de plata porque yo ganaba 700 colones por mes. "Como era tan duro, Sonia y Ana empezaron a trabajar. Sonia comenzó a trabajar de 13 años en una soda muy importante de la comunidad y ahí aprendió a hacer repostería. Ella fue al Colegio Nocturno, después se puso una soda que se llamaba ´Las Tejitas´, y gracias a Dios y a su esfuerzo de tantos años logró estudiar Derecho. Ahora está ejerciendo su carrera como abogada en un bufete privado. "Ana trabajaba limpiando y cuidando los chiquitos en la casa de don Víctor Soley, que ha sido muy bueno con nosotras. Después trabajó con don Allen Quirós cuando se hizo la ´Tortirrica´, y un tiempo después comenzó a trabajar como agente del I.N.S. en Guápiles. A los años conoció y se casó con un español, él se la llevó a vivir un año a Alemania y luego se fueron para España, ya que ahí vivía toda la familia del esposo. Ahora ella vive allá, se separó del esposo, pero decidió quedarse allá con sus dos hijos, Esteban y Estefanía. Ya hace diez años que está allá. Sólo han venido dos veces. Me hacen mucha falta. "Marta ya casi es dentista. Ella dice ´licenciada en Odontología´. Sólo le falta un cuatrimestre. Ella se casó con un buen hombre, que la chinea mucho, y tienen dos hijas, Isabella y Ana Laura".

"Fue muy duro" "Para mí fue muy duro el trabajo. Trabajé mucho. Yo era quien corría para dejarles desayuno a los nietos, a Manuel, el hijo de Sonia, y Esteban, el hijo de Ana, que vivían conmigo ya que ellas dos se dedicaban a trabajar. Empecé a hacer tamales, pavo, repostería, comidas, y piernas de cerdo arregladas. Todo lo he hecho para ayudarme. "Fijáte que una vez me pidieron una comida para 600 alumnos. Recuerdo que era para una graduación de sextos años del Colegio Técnico de Pococí. Me pegué unas carreras, pero, por dicha, toda la familia se vino a ayudarme. Todos trabajamos en el salón de la Expo Pococí repartiendo los platos. "Fueron muchos años de trabajo, de sacrificio, de dolores, y ahora deseo tener unos 30 años menos para gozar la vida, ya que de verdad yo no la gocé como cualquier muchacha o cualquier mujer. Tanto trabajo Camilo Rodríguez Chaverri

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me quitó el derecho de disfrutar. ¿Se imagina lo que sería volver a tener 30 años con la experiencia que una tiene ahora? Sería una bendición. Ha pasado mucho tiempo y hasta ahora estoy viviendo mi propia vida. Vivo sola, voy donde quiera. "A los 52 años me pensioné. O sea que hace diez años salí de Cobal. Me mantengo muy activa. Me piden ´rice and beans´ para la escuela, y produzco hasta 200 tamales por familia todas las Navidades. Cuando se me hace mucho trabajo para la Navidad con los tamales, hasta mis hermanos, mis hijos y mis nietos vienen a ayudarme. "Considero que siempre hemos sido muy unidos y hemos tratado de mantener esa unión que es tan importante que exista en todas las familias. Un buen ejemplo es que cuando uno de mis hermanos cumple años, todos llegamos y celebramos. Si es un duelo, todos estamos con el duelo. Ahora esto es muy difícil de ver ya que son muy pocas las familias así de unidas como la de nosotros.

Ahora trabaja para Dios "Ahora me dedico a hacer oraciones. Formamos un grupo muy lindo de personas que considero mis amigos y nos dedicamos a hacer cadenas de oración casa por casa. Un ejemplo de dos personas muy queridas para mí son Don Rodrigo Zúñiga y Doña Zelmira, su esposa, que es enfermera en el Hospital de Guápiles. Con ellos dos comparto las oraciones y el estudio bíblico de los lunes. Los martes las oraciones son aquí, en mi casa. Los miércoles tenemos oración donde otra amiga, los jueves voy donde unos viejitos, que tienen 98 años, y que viven en Jiménez. Ellos son una pareja muy humilde. Imagínese que el viejito anda descalzo y, algo asombroso es que todavía lee sin necesidad de los anteojos. Con ellos hago oración y rezo el rosario. Después, a la vuelta, me quedo en la hora santa y en misa. Los viernes tenemos oración donde otra amiga, los sábados hacemos las reuniones del grupo de oración y, por último, los domingos voy a misa. Como ves, no tengo tiempo de aburrirme, más bien mis hijos y mis nietos se enojan conmigo porque casi no estoy en la casa, pero me entienden porque saben que me gusta mucho servirle a Dios. "En el grupo tenemos muchos testimonios y, lo mejor de todo esto es que en este momento siento mucha paz en mi vida. Me siento como con diez años menos, la paz que uno tiene, que uno refleja, lo hace verse mejor. "Una cosa que me gusta mucho es compartir con grupos de la tercera 144

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edad. Con la Señora Claudia Chaverri hicimos un grupo de ´voliocho´, que es como voleibol, pero de ocho personas. Hicieron un campeonato en el Gimnasio Nacional y quedamos en primer lugar. En este tipo de actividades me divierto mucho, ya que vamos a nadar, hacemos paseos y, todos los días a las 5 de la mañana me voy caminando al polideportivo con las otras compañeras del grupo. Caminamos más o menos hora y cuarto. Esto me hace sentirme muy bien, me siento rejuvenecida".

Soñadora "A pesar de la edad, tengo muchos sueños. Uno de ellos es poder ir a España y visitar a mi hija y a los nietos. Ya tengo los pasajes. Sólo necesito un dinero para ir, ya que mi hija vive en Salamanca y del aeropuerto hasta ese lugar el tren cobra mucha plata. "Hace algunos años tenía un ahorro grande, pero mejor me decidí y se los mandé para que trajera a los nietos y pasaran la navidad con toda la familia. "Ahora, si Dios quiere, ya casi estoy montada en el avión, porque sé que mis hijos, los yernos y mis hijas me van a ayudar. "Yo sé que algo que me ayuda a soñar tanto y a ser feliz es servirle a mi Dios. Por ejemplo, antes en la iglesia no estaba la soda. En ese entonces lo que estaba ahí era una casucha vieja de Radio Guápiles. Yo pensé que le podía ayudar a la iglesia. Le dije a mi hermana Letty, y entonces entre ella y yo pusimos una mesa afuera de la iglesia y empezamos a hacer pan para vender. Todo el dinero era para la Iglesia. Empezamos con pan, y después vendíamos gallos, empanadas y lo que no podía faltar eran los tamales. No sé por qué, pero los tamales míos se han hecho famosos. Después se nos unió Mariquita Argüello en la soda. Mariquita hacía una rifa todos los domingos. Rifaba un pollo relleno. Todo el mundo le compraba números. "Meses más tarde llegamos a un acuerdo: arreglamos la casa vieja e hicimos la primera soda. Así empezamos. Todos los sábados y domingos hacíamos diferentes arreglos. Primero se arregló el techo, se compraron las bancas, y se arregló el servicio sanitario. Después se acondicionó la sodita y, ya con el tiempo le fuimos dando forma a lo que es ahora la soda de la iglesia. "Nosotras no nos consideramos las pioneras, pero con mucho esfuerzo Letty, Doña Mariquita y yo le dimos inicio a la soda de la Iglesia. Bueno, sí somos las pioneras. ¿Por qué vamos a dejar de decirlo? "Trabajar para Dios me llena y me inspira para salir adelante. Trabajo Camilo Rodríguez Chaverri

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sin esperar nada a cambio, ya que las bendiciones que recibimos de Nuestro Señor son más grandes que lo material que existe en el mundo. No tengo dinero, pero soy rica por que Él está conmigo y por eso nada me falta", concluye la famosa señora de los tamales.

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JOSE ALBERTO RODRÍGUEZ BALLESTERO Chorcho El personaje de Emilia Es uno de esos personajes de barrio que todo el mundo conoce y quiere. Se gana el cariño de la gente con su sencillez y su manera única de ser Si uno pregunta en Emilia por José Alberto Rodríguez Ballestero nadie le da razón, pero muy diferente es si pregunta por Chorcho. El típico verdulero de pueblo, que empezó con una yegua y una carreta, y que ahora tiene su puesto permanente de venta, es como parte del paisaje natural de esta comunidad guapileña. Nació en San Pedro de Poás el 19 de marzo de 1937, pero no se le notan los 67 años. Sus papás, Don Hernán Ugalde y Doña Evelia Rodríguez, lo formaron en el trabajo, a pesar de una limitación que lo acompaña desde pequeño. "Fui muy poquillo a la escuela, sólo un año, porque siempre ha tenido problemas de la vista. Desde pequeño no veía nada de lejos. Actualmente veo más que antes, pero seguramente es porque hay más luz. "Antes los chiquillos trabajaban desde que estaban chiquitillos. Apenas uno aprendía a caminar lo ponían a trabajar. Yo trabajé mucho al campo. La gente piensa que es muy concho para los chiquillos, pero es peor ahora. "Yo pienso que ahora hay mucha droga porque la gente no pone a los chiquillos a trabajar a tiempo y entonces se hacen vagos. El que no aprende a trabajar de chiquillo, ya grande le cuesta acostumbrar el cuerpo. "Apenas terminó la Revolución del 48, nos vinimos de Poás para Guápiles. Ya en el año 50 estábamos afincados en la zona. Llovía demasiado en Guápiles, y el tren entraba apenas tres veces por semana. Recuerdo una vez que hubo un temporal de tres meses. Ahora no llueve tanto, o llueve menos seguido. "Crecimos por el lado de Jiménez. Siendo un chiquillo empecé a trabajar en plantaciones de caña donde Manolo Quesada y donde Abel López y luego mandábamos la caña donde ´Turdo´ Porras y Emilio Camilo Rodríguez Chaverri

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Vargas, que tenían trapiche. "Desde que llegué, muy carajillo, Guápiles me gusta demasiado. Lo hallo muy bonito y la gente es muy buena y muy trabajadora. "Después de muchos años de trabajar al campo me hice verdulero. Fue casi desde que comencé a sembrar papaya y sandía. Es que vi que la pagaban muy mal y entonces me di cuenta que lo mejor era comprarla y venderla. "Eso fue hace unos 30 años, antes de eso siempre fui agricultor. Cuando decidí hacer el cambio, primero anduve en la calle vendiendo y después me puse una verdulería".

Torcido por las muchachas "Ya cuando decidí quedarme en un solo lugar, puse la verdulería en Emilia. Me quité de vender porque era muy torcido vender con tanta muchacha bonita en la calle. "Un día le dije a una muchacha que qué bonita, y me contó que era enfermera. Entonces le dije que ojalá yo me enfermara, para que ella me atendiera, y le dio risa y me dijo ´es un poco difícil porque yo trabajo en sala de partos´. Entonces, por el ´chile´, le regalé unas papayas. Eso me pasaba mucho en la calle, y es que hay tanta muchacha bonita, que ¡qué va!, no se puede, se desconcentra uno demasiado. "Otro día, estábamos en la campaña de este Figueres, y yo venía con un carretón, y se pone un ´perico´ a la par mía, ´que le ponemos una bandera, señor´, y yo que no, y al otro día, vuelve el ´perico´, ´que le ponemos una bandera, señor´, y yo que no, y al rato otra vez, y esa necedad de ponerle una bandera a mi carretón, hasta que me calenté y le dije ´está bien, pero no se la ponga al carretón sino al caballo, porque sólo los caballos votan por Liberación´. Esa vez casi me pegan. "Otro día venía con un carretón de papaya, viene un señor y compra una papaya, estaba a la par del río Santa Clara, allá por la pista, y en eso veo que estaban unas muchachas, y me dice una muchacha ´¿usted ha ido al circo?´. Es que el circo estaba por el potrero de Guido Madrigal, ahí por el Colegio Técnico. Me puse a decirle que en ese circo había una muchacha que bailaba y se le salían los ratones, y que el león estaba tan flaco que parecía una calcomanía. Entonces empezó a sospechar, y me preguntó de nuevo, ´¿usted ha ido?´, y le contesté que no, pero que me habían contado, y que además, lo que quería era meterle conversona. Se enojó. Vieras qué delicada. No sabe aceptar una broma. Entonces me dijo que le iba a decir al papá que me devolviera las papayas. Ves, por 148

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esas cosas es que no puedo vender en la calle".

Le vendía al Polaco Weinstock "Imaginate si tengo tiempo de vender verduras que recuerdo que le vendía al polaco Weinstock. Yo recuerdo que le decía ´¿no quiere una papayita? Las mujeres se ponen bonitas con una papayita´. Y me hacía caras como que yo lo estaba agarrando de maje. Después de todo algo me compraba. Imaginate, desde esos años soy verdulero. Yo estoy pensando que te dije una mentira, debe ser hace más de treinta años que ando en esto. "Lo que sí recuerdo bien es que tengo treinta años de vivir en Emilia. Me gusta mucho este barrio o este pueblo, como quiera verlo, y me encanta mi trabajo con la verdura y la fruta. La gente me compra bastante. La gente es muy buenilla conmigo, es bastante atenta. "Por eso ni me enojo porque todo el mundo me conoce por ´Chorcho´. Me dicen así porque antes arremedaba a las chorchas. Pero le voy a decir la verdad: el apodo original es ´Zepol´, y ese sí que no lo soportaba. Me decían ´Zepol´ porque me quemaba mucho trabajando en bananeras y me picaban los bichos, entonces encontré una solución para las dos cosas, y era untarme todo con zepol. Me untaba con zepol, y se acababan los problemas. Bueno, el único problema es que todo el mundo sabía donde estaba o por donde venía con sólo el olor. "A cada rato me enojaba porque me decían ´Zepol´. Me enojaba y me peleaba, pero me pegaban. Me pegaron un montón de veces. Entonces un día me dije a mí mismo: ´mejor no me enojo más porque en uno de esos pleitos me van a matar´. Esos tiempos de la bananera eran muy difíciles. "Lo que me quedó de esos años de la bananera, y también de las enseñanzas de mi tata fue la costumbre de trabajar mucho. Siempre trabajo, casi todos los días. A veces, cuando está muy duro, me voy en una carretilla. Es que no he perdido la mala costumbre de andar vendiendo en la calle. Es la pura verdad. Cuando andaba la carreta con caballo, todos los mocosos del barrio se me subían a la carreta. Por mucho tiempo, el caballo era el que me jalaba la verdura, pero ahora el único caballo soy yo. "Estoy como aquel ´chile´ que le habían sacado a don Chico Orlich cuando era presidente. Llegó don Chico con un carro nuevo, y sale un muchacho y le dice, ´Don Chico, lo felicito, qué carro más bonito, y qué Camilo Rodríguez Chaverri

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fuerte que se ve. ¿De cuántos caballos es?´ Don Chico se quedó muy serio, y le dice ´no, no, sólo mío´".

"Nos pegaba a los dos" "Sólo una vez estuve casado, pero la doña me dejó. ¿Por qué? Diay, cosas de la vida. La verdad es que ella tenía mal carácter y yo también. Imagínese que teníamos un hijo que se llama José Alberto, como yo, y a veces decía ´José Alberto, le voy a pegar´ y yo salía en carrera porque no sabía con cuál de los dos era el ´miche´. Ahora vivo solo. "La verdad es que me llevo muy bien con mis hermanas y mis hermanos. Me siento muy acompañado. Tengo muchos recuerdos. Una vez nos fuimos a ver un terreno por el río Blanco. Íbamos el finado Fernando, mi hermano; Enrique, el otro hermano y yo. Se viene un aguacero, y Fernando era muy nervioso. Estábamos al otro lado del río Blanco, y le daba miedo que nos quedáramos ahí. En cambio Enrique era muy valiente para andar en la montaña. Nos vinimos, como dos horas caminando, y Fernando venía bajando todos los santos del cielo. Ese día, le dio trabajo a la mitad de la población del cielo. "Para ese tiempo, Enrique estaba trabajando con el finado papá, en el trapiche de los Chamberlain. Al otro día llega Fernando, y acusa a Enrique con mi finado tata, que lo que hizo fue reírse. "Pero el finado Fernando también se gastaba sus bromas. Una vez, llegamos a la casa y le dice el ´condenillo´ a mi ´mama´: ´papá tiene una querida, lo acabo de descubrir´. Mamá se puso bravísima, se fue donde la esposa de Rafael Ballestero, a pedirle consejo, y la señora le dijo que no se preocupara, que seguramente era mentira. Al rato, llega mamá bien catrineada, y me dice ´fui donde Anita, la esposa de Rafael Ballestero, le conté de la sinvergüenzada de su tata, y me dijo que lo tallara a la pensión´. Yo le iba a decir ´¡qué torta!´, pero para apuntarme en la jodedera le dije que ´¡qué bueno!´. Me vengo a contarle a Fernando que entre los dos nos habíamos jalado un tortón y se viene mamá detrás de mí. Como casi siempre he tenido problemas con la vista, no la vi venir, pero lo importante fue que nos oyó, y se dio cuenta que era broma de nosotros. Por dicha. "Hablando de queridas, yo tengo un problemilla: a todas las mujeres las hallo bonitas y a todas las quiero, pero sé respetar... de vez en cuando por lo menos. 150

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"Antes la verdulería era mía. Ahora le trabajo a un carambas. Me va mejor, porque antes le daba fiado a todo el mundo. En cambio, ahora no, como no es mía la verdulería. Antes no me daba ni para pagar la verdura. Es que así como hay mucha gente honrada, hay mucha gente tramposa. Por eso, ahora, para que no me hagan trampa, le trabajo a otro, y me siento feliz. De por sí, estoy en lo mío".

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Don Lisímaco Azofeifa Fue dueño de Finca Numancia Unos meses después de cumplir 90 años, le dio un infarto. Cuando iba en la camilla, de la ambulancia ya hacia el hospital, le dijo a una de sus hijas que recordara que a los pocos días su esposa y él cumplían 60 años de casados. Quizás algunos de sus hijos dudaron acerca de su futuro. Parecía que la vida no le iba a dar tiempo para celebrar con doña Nidia tantos años de convivencia. Pero el amor no sólo es ciego, también es terco, testarudo y muy valiente. Por eso, don Lisímaco se amarró a la existencia y logró que le permitieran salir del hospital, ya repuesto, el mismísimo día de aquella celebración. Mandó a llamar a unos mariachis y le llevó serenata a su compañera de toda la vida: no sólo dejó que le cantaran los boleros y los corridos más románticos y más tiernos, sino que se permitió el lujo de cantar junto a ellos, para su esposa, algo muy significativo... No se acordaba del nombre de la canción, pero sí recordó lo esencial, aquello por lo cual le parecía que era importante cantarla. Les dijo a los músicos del mariachi que le ayudaran a cantar "esa canción que dice ´nuestro amor es un amor para la historia´". El señor de esta bella anécdota de amor se llama Lisímaco Azofeifa Castro y su historia personal está enlazada con la historia del desarrollo de Pococí. A sus 90 años parece un muchachote mucho menor, tal vez de unos 70 años, y debe ser el amor el que lo conserva tan bien. Don Lisímaco nació el 28 de julio de 1914 en Santa Domingo de Heredia. A pesar de ser hijo único, creció en una familia sumamente pobre. "A los 4 años de vivir en Santo Domingo, mi padre consiguió trabajo con una bananera. Él se fue solo, primero, en 1917. Al final, trabajó 17 años con la compañía bananera. "Nos pasamos a vivir en San Jerónimo de Moravia, donde estaba la oficina central de la compañía. A él le tocaba revisar las líneas telefónicas desde San José hasta Guápiles. Durante todo el año, una cuadrilla con16 hombres vigilaba las condiciones de las líneas telefónicas desde el alto de La Hondura hasta Guápiles. "Mi papá y mi mamá querían que yo fuera al colegio, pero éramos 152

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muy pobres. Recuerdo que nos cobraban 15 céntimos en el tranvía de ida y 15 céntimos en el tranvía de vuelta, así como 50 céntimos para el cuido de la bestia que me llevaba de San Jerónimo a Guadalupe. A pesar de que le hicimos números y nos esforzamos, no pudimos llegar a la meta. "Por eso, un día me encontré a mi padre con lágrimas en los ojos. Me dijo, ´hijo, no podemos obtener el presupuesto que se necesita para que usted vaya al colegio´. Yo le dije, ´no se preocupe, papá, cómpreme una yunta de bueyes, aperada´, o sea, con su buena carreta". En este momento de la entrevista, a don Lisímaco le corren las lágrimas por el rostro. Sonríe, como quien se da cuenta que el tesoro que lleva por dentro le está saliendo por los ojos como en cascadas...

Vida de trabajo y esfuerzo "Pude estar en el Liceo de Costa Rica solamente durante seis meses. Tenía 12 años cuando tuve que asumir mi deber de ayudarle a tiempo completo a mi padre. Una abuela materna me dio permiso de vivir con ella en Los Ángeles de Santo Domingo de Heredia y me puse a trabajar en un depósito de café de la Casa Tournón. Íbamos a dejar el café a San José. "Lo traíamos desde aquel pueblo hasta Barrio Tournón por siete colones por viaje. Podíamos hacer solamente un viaje al día por culpa de los barriales. Teníamos que esperar a quienes se quedaban pegados en el barro con sus carretas y cuartearlos con nuestras yuntas. Cuando volvíamos a nuestras carretas, ya estaban también en el barreal, se inclinaban y se regaba el café. Por la mañana, salíamos 20 ó 30 boyeros para ayudarnos en el viaje. Había que trabajar muchísimo para poder llegar con las 30 carretas hasta San José. "A los tres años, le pregunté a papá que si no sería posible que me consiguiera un trabajo en Quepos. Recuerdo que Randall Ferris era el encargado. Papá me ayudó. Me fui a instalar centrales de teléfonos, radio teléfonos y teléfonos. Pasé siete años sólo en instalaciones. "La bananera significaba meterse en una vida muy dura. La bananera era sólo paludismo. El 90 por ciento eran nicas, hondureños, salvadoreños... Era gente muy perdida. Todo el tiempo que no estaban metidos en la bananera, en esos trabajos tan salvajes, se pasaban la vida tomando licor, jugando la plata y botándola con mujeres. Por dicha, Dios me ha tenido en sus manos siempre, y nunca me dejó, ni siquiera en esos momentos. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Empecé a decirle a mi papá, ´vamos a economizar lo que podamos, me voy a comprar un par de manzanas por el lado de Guápiles, que es tan barato´. Yo consideraba que era una barbaridad que mamá tuviera que vivir en un lugar, papá en otro, y yo en otro. Mamá vivía en Santo Domingo, pero me la llevé para Moravia. Un día decidí que para la próxima salida de la compañía me la traía de Santo Domingo y la dejaba debidamente instalada en Moravia... Nos daban tres días cada cinco meses, y en los tres días que me correspondieron al tiempo de que tomé esa decisión, fui y trasladé a mi madre. "Y una vez que economizamos 7 mil colones entre mi papá y yo me fui para Guápiles, donde tenía muchos amigos. Aquí me reencontré con Don Baltasar Argüello, y él me dijo ´mirá, aquí conseguís lo que querás en tierra´. Me habló de un reguero de posibilidades, dormí en su hotel; en la mañana, cuando fui a desayunar, me dice ´me acordé de una finquita en Jiménez, está muy encharralada, pero la dan barata. Tiene una casa y un trapiche con tres pailas´. Era una finca de diez hectáreas a la orilla y 20 más de lote de por medio, que eran de pura montaña. También me comentó que la parte de la montaña tenía buenas maderas. Siempre me gustó el trabajo en maderas. "Compré la finquita en los mismos 7 mil colones que teníamos ahorrados. Me fui a trabajar a Jiménez. Me llevé dos primos hermanos que no ganaban nada en San José y que necesitaban trabajar. Comenzamos a hacer la finca. La primera siembra fue de las diez hectáreas completitas. Fue una sola milpa. "Llegué a Jiménez en 1942. La primera cosecha estuvo muy buena, y después empezamos a hacer potreros. Ya había comprado una vaca para el poquito de leche de mamá. Ah, porque me llevé a mamá, con lo que empecé el proceso de reintegración de la familia. "Lo más difícil fue sacar a papá de la compañía bananera. No quería salir. Ya cuando tenía 60 cabezas de ganado, fui a Quepos y le dije ´papá, nos vamos´. Me dijo que cómo íbamos a vivir, y le contesté ´papá, estoy mandando un tarro de leche a Limón todos los días. Eso significa 18 colones diarios´. Con eso lo convencí".

Ese Guápiles de los 40 154

Personajes de Guápiles, TOMO UNO


"Eran los tiempos de los equipos de futbol el Bayern y El Colonial de Guápiles. No habían nacido los de ahora. Guápiles ha sido muy importante para mí. Aquí conocí a mi esposa. La conocí en Jiménez, más bien, cuando llegué a comprar la finca. "Guápiles está en un lugar muy especial de mi corazón porque gracias a esta zona llegué a tener a mis papás juntos de nuevo. "Después de tener la finca de Jiménez, empecé a hacerme de tierras en esta zona. La segunda finca que compré estaba entre el río Danta y el río Toro Amarillo. Se llamó ´La Patricia´. Era de 400 hectáreas. Posteriormente compré otra finca en Jiménez, de 10 hectáreas, con casa, trapiche de tres pailas y su galerón. Tenía una rueda de agua de 5 metros que manejaba el trapiche por medio de de poleas. Después, me hice socio de don Danilo Alfaro, de la empresa de buses San JoséPuntarenas, y le compramos a Abelardo Alfaro la finca La Numancia, de 1500 hectáreas, 800 cabezas de ganado y la casa bellísima que ustedes bien conocen. "Ya para el 48 tenía esas fincas y se las di a mi padre para que las administrara mientras yo iba al frente. Para ese tiempo, ya yo tenía mucha amistad con Don Mario Echandi y había un comité para enfrentar los atropellos del gobierno de Teodoro Picado y Calderón Guardia. "Recuerdo que a las reuniones que se hacían en la casa de Carlos Luis Valverde, en San José, asistían Don Mario Echandi, Édgar Cardona, Mario Argüello, Francisco J. Orlich... La muerte del doctor Valverde Vega, por orden de un matón extranjero, fue lo que provocó el inicio de la guerra civil. A Valverde Vega lo dejaron herido, en su casa, y tal vez lo hubiéramos salvado, pero no nos permitieron auxiliarlo, por lo que se desangró. "Cuando se tomaron las determinaciones para ir al frente, se conjuntaron dos bandos en contra del gobierno de Teodoro Picado: el primero lo conformábamos nosotros los ulatistas, y el segundo era el de don José Figueres. Al final, todo empezó a mejorar porque él se puso al frente, y para hacer una revolución hay que tener cierto carácter especial".

"Extraño esos tiempos" "Ahora, después de muchos años, llego al convencimiento de que la clase de hombres que había en esos tiempos le ayudó mucho al país. La Costa Rica de esos años 40 logró superarse hasta lo que tenemos ahora gracias a que estaba integrada socialmente por hombres honestos, Camilo Rodríguez Chaverri

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honrados, que empeñaban la palabra como si hubieran empeñado la firma... "Lo moral se ha perdido totalmente, el respeto de antes hacia las personas mayores era notorio. En cualquier parte que uno anduviera, un señor era un señor. Además, ay de uno si los padres se daban cuenta de una falta... La castigada era enorme. No nos permitían absolutamente faltarle el respeto a nadie. Hoy por hoy, cuando vemos aquellas grandes personalidades que alcanzaron grandes posiciones, y estamos presenciando hasta donde está llegando esta triste realidad, pienso que lo que está faltando es el buen ejemplo. Lo que antes hacía cualquier patrón de cualquier empresa era dar el ejemplo a sus subalternos, igual que los papás en la familia, y eso era suficiente para que todo el mundo respetara. "Mi consejo para la juventud es que se esfuercen por tener claro un norte en la vida y que midan las consecuencias de los vicios. Los vicios no sólo arruinan moralmente a la persona sino espiritualmente. De ahí nacen las enfermedades y el decaimiento de la familia. "Fumé mucho tiempo, pero dejé de fumar de una sola vez, el día que cumplió 15 años mi hijo mayor. Imagínese hace cuánto fue si tengo 60 años de casado. Hemos vivido muy bien, y nuestra familia ha sido fuente de mi felicidad. Nunca nos separamos y eso me ha permitido darle ejemplo a mis hijos. "Problemas siempre los hay, pero cuando vivimos bajo el sostenimiento del Todopoderoso, las soluciones a los problemas se hacen muy fáciles. Gracias a dios mi familia es cristiana realmente, amamos a Dios sobre todas las cosas, Él es nuestro verdadero defensor".

Confiar en Dios siempre "Todos los que amamos a Dios y confiamos en Él, también descansamos en Él. Él nos pide que confiemos en su poder. ´Clama a mí y yo te responderé´, dice. Recibimos su respuesta, y la respuesta siempre son verdaderas bendiciones. Dios ha sido tan bueno conmigo que me ha dado esta vida tan larga, le doy gracias a Él por estos 90 años, y porque todavía puedo participar con mis hijos hasta en reuniones y en fiestas familiares. "Dios no me ha quitado nada de esa felicidad de ver a la familia crecer y superarse. A pesar de que nunca pude prepararme por la pobreza, nunca nos ha faltado nada, y eso es gracias a Él. "Buscar a Dios es el mejor negocio que el hombre puede hacer. Jamás 156

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olvido los consejos de mi padre, quien me decía, por ejemplo, ´si un día llega a casarse, y por alguna razón no le conviene la muchacha, apúrese a darse cuenta, llévela y devuélvala, pero jamás ofenda a una mujer ni con la palabra ni con los gestos ni con la indiferencias, y jamás levante una mano contra una mujer... "¿Qué si hemos tenido problemas en mi hogar? Claro que sí, pero los problemas son un condimento, algo que también le puede poner un poquito de sabor a la vida, depende de qué manera Dios juega un papel en mi vida y cómo hago yo para servirle en mi vida, más allá de las circunstancias. Cuando uno le sirve a Dios, y tiene a Dios en su corazón, todo lo demás viene por añadidura".

Camilo Rodríguez Chaverri

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FILIBERTO PRADA Tiene 70 libros sin publicar Un gran poeta cubano vive en Guápiles Un gran poeta cubano vive en Guápiles. Este periódico hará un esfuerzo por publicar parte de su extensa obra. Es tan buen poeta que resulta un honor que viva entre nosotros. Conocimos a Filiberto Prada Matos en el Conservatorio San Agustín. Estaba en medio de las actividades artísticas del festival cultural de este centro educativo. De pronto se acercó, con su acento inconfundible. Nos dijo que era poeta, como nosotros, y que vivía en Guápiles. Ya escuchándolo, es mucho más que un poeta. Escribe décimas, una forma de versificación que nació en España, pero que adquirió su máxima expresión en Cuba. Y lo más sorprendente que tiene es que improvisa, es decir, va haciendo sus décimas conforme va hablando con uno. "Tengo cuatro años de vivir en Costa Rica. Nos mudamos de San José a Cariari hace unos años y de Cariari a Guápiles el 14 de febrero del 2004, el día del amor. Será por eso que me enamoré de este pueblo. "Tengo setenta libros de poesía inéditos. Me dediqué a escribir al amor. Como me he dedicado a escribirle al amor, lo he estudiado a profundidad. El amor es un sentimiento espiritual que no se aprende, que nace con nosotros. Por esa razón es que hay tantos fracasos en el amor. El amor es eterno, es algo sublime. "Amor no es recibir, es darse, como dice La Biblia, en Corintios. La cultura ha llegado a hacernos creer que nosotros somos dueños del amor, que podemos forjarlo a nuestro capricho. "Confundimos muchas veces lo que es pasión, lo que es deseo, con el amor. El amor, cuando se profesa puramente, es sublime. El amor nace en el alma, y es grande desde que nace, amor se da y se recibe, pero no puede comprarse. "El amor es la corona de la creación, y esa corona para mí Dios la adornó con los encantos de la mujer. Escribo a mano, y con lápiz, porque con eso lo que hago después es pulir la poesía. 158

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"Me gusta mucho Guápiles porque es tranquilo, agradable, no hay esa complicación de San José, no hay ese tumulto de gente... Aquí me desarrollo como poeta, y le ayudo a mi hija, junto a mi esposa, en una industria de galletas cubanas. Vendemos galletas en la Soda La Soley. "Me puedo desarrollar como escritor porque el pensamiento no necesita pasaporte. Es verdaderamente libre. Sabe cuando va y cuando viene, llega y se mete por la ventana cuando le da la gana. "He luchado mucho por ser escritor porque soy de origen campesino. Nací y me crié en el campo. Nací en la parte norte y me crié en la parte sur de Baracoa, Cuba. "En el lugar donde yo me crié, hasta las flores silvestres son preciosas. Me crié en un jardín. Hay un árbol que se llama ubigán, que da unas flores color crema, chiquitas, como una campanita cada flor, y el viento arrastraba el perfume a kilómetros de distancia. A veces cuando uno despertaba y uno respiraba ese perfume exuberante, se encontraba con una fiesta en la piel. Bueno, esas cosas también me ocurren con la naturaleza de Guápiles. "No pude ir al colegio. Dediqué mi vida al comercio. Nací prácticamente dentro de una tienda. Había una ventana en el cuarto que daba al mostrador de la tienda. Es algo parecido a una pulpería. Allá le llamamos `tienda mixta`, donde lo mismo se vendía víveres, ropa, zapatos y hasta material eléctrico. "Quiero que se dé a conocer mi poesía aquí en Guápiles, porque es mi vida", concluye don Filiberto, con quien estaremos de cerca, interesados en publicar una antología de su bellísima obra poética. Si usted desea conocer más de su poesía, puede llamarlo al teléfono 710-4476.

Camilo Rodríguez Chaverri

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Don Wálter Zinke y sus tres hijos Una familia de inventores Da gusto verlos juntos. Son hormigas de trabajo, incansables, esforzados, perseverantes. Pero lo que da más gusto es la inventiva que tienen y la capacidad de trabajar en familia, que no es fácil. Incluso confiesan que a veces se quieren agarrar de las mechas, pero cierran la puerta, discuten en el segundo piso de su nuevo y enorme edificio, y cuando salen, otra vez han podido más la hermandad y el amor. Hay que empezar por el principio: don Wálter Zinke es un genio de la mecánica. Donde pone los ojos pone las máquinas. Es como un Pelé con una herramienta para soldar en las manos. Sus hijos aprendieron de él, y también lo complementan. William sacó sus talentos naturales, y por eso está al frente del inmenso taller, con un personal de varias decenas de trabajadores; Wálter heredó su pasión, y hay que ver la luz que sale de sus ojos cada vez que habla de su papá y de sus logros; Ana Luisa aporta toda la fuerza femenina: la capacidad de ver más allá, la capacidad de organizar a la gente, la capacidad de darle seguimiento a los detalles que hacen la diferencia. La empresa que tienen inició en 1995, cuando ya don Wálter Zinke era un veterano en la materia. Toda la vida había trabajado pensando soluciones mecánicas para problemas en la producción. Trabajó en Stándard Fruit Company cerca de 15 años y también estuvo en BANDECO. En el 95 arrancó dando asesoramientos. Iba en bus hasta Sixaola, y hacía trabajos para Corbana. Asimismo, le daba una asesoría a los hermanos Acón, en Carrandí. "Todo al principio es más difícil. Me tocaba ir en bus, pero los buses no me paraban. Era una lucha todos los días para volver a Guápiles. "En la casa comencé en un galeroncillo. Cuando comencé a trabajar, se soldaba y no se usaba la esmeriladora o devastadora. O se usaba una máquina o se usaba la otra. "Además, tomaba la energía de la misma casa, del mismo medidor. Comenzamos a hacer máquinas pequeñas, como sistemas mecánicos de fumigación de coronas de banano. Después, hice unas compactadotas de bolsas plásticas, para el manejo de los desechos. "Antes de eso, tomaban esas bolsas, las metían en sacos, pero 160

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salía carísimo, porque los camiones no llevaban peso, sino solamente volumen. Cuando hice esa máquina, hacían pacas de 13,5 kilos. Eran pequeñitas, de 20 centímetros por 40 centímetros. Eso generó un cambio importante. "Comenzamos a trabajar haciendo líneas de empaque. Nosotros mismos importábamos los insumos. "Después hicimos una máquina picadora de banano y pinzote. La patentamos. Duramos año y medio desarrollándola. Ahorita, le estamos haciendo un ´over all´ a la primera, que es de hace como cuatro años. "Después de esa máquina alzamos vuelo, pero tuvimos una crisis brava por la caída del banano. La verdad es que a nosotros nos ayudó mucho Roberto Acón", explica don Wálter.

Apoyo de Acón "Roberto Acón fue muy importante para nosotros. Nos dio el chance de hacer las empacadoras. Nunca habíamos hecho las empacadoras. Él nos dio la confianza", dice Wálter Junior, a quien se le nota el orgullo por todo lo que han conseguido su padre y su familia. "Luego, en medio de la crisis del banano, Roberto Acón de nuevo nos ayudó para que le fabricáramos equipo. Nunca habíamos hecho carretas. Le dijimos que sí, pero que se las hacíamos diferentes, con un sistema más fuerte", cuenta don Wálter padre. "Cuando cotizamos eso, fabricar las bocinas costaba 135 mil colones. Entonces, un día Roberto me dijo, en Carrandí, ´salen muy caras esas carretas´. Me dice, ´el problema tuyo es lo redondo. Vos estás muy bien en lo cuadrado´. Le contesté que el problema es que no tenía torno. "Me preguntó que cuánto costaba un torno. Cuando le dije, me dio la plata, y lo compramos. Fue un padrino de nosotros. Siempre la pagamos, pero conforme íbamos trabajando", explica Don Wálter. Al gran ejemplo de trabajar en familia se le une un valor: un amigo les abrió la puerta, les dio la llave, les enseñó el camino... "Con el torno comenzamos a hacer carretas. Luego, de nuevo a solicitud de Roberto Acón, empezamos a hacer cosechadoras. Él quería tener una cosechadora más práctica, y comenzamos a trabajar en la cosechadora que actualmente tiene él. Siempre le gustaba ser el primero, tener la iniciativa, estar al frente de la innovación. "Las vueltas de la vida han hecho que ahora trabajemos para otros productores, pero le estamos infinitamente agradecidos a Don Roberto Acón. Con respecto a sus máquinas, ahora tenemos modelos mucho más Camilo Rodríguez Chaverri

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avanzados. Ahora tenemos un modelo más liviano, más versátil, más eficiente, y sin motor diesel", cuenta don Wálter. "Estámos trabajándole a Banacol, a Standard Fruit Company, a Piñares de Santa Clara, y a diversos productores independientes de San Carlos y de Sarapiquí", cuenta Wálter Junior. "Precisamente hoy le cotizamos unas máquinas a unos productores de Filipinas y Puerto Rico", agrega Ana Luisa, ´la macha´ o ´la machita´, como le dicen su papá y sus hermanos. Se nota que ella es los ojos de todos, pero tampoco se aprovecha de ese cariño especial. Se siente una más en el equipo de trabajo.

Para trabajar en familia... "Viera qué paciencia hay que tener. Son muy pocos casos en los que los hijos trabajan con los padres. Aquí a cada rato cerramos la puerta y nos puteamos, pero se acaba la discusión y seguimos queriéndonos como antes", dice el papá. "Nosotros no somos rencorosos, sólo que todos somos críticos, todos opinamos y todos hemos ido aprendiendo del negocio", dice el hijo. Otra cosa es que todos fuman. Durante el rato de la entrevista, se bajaron medio paquete entre los tres. Pero es un decir, porque cada uno fuma cigarrillos de distinta marca. Eso sí, cuando a alguien le faltan los cigarros, recurre a la solidaridad familiar. Wálter padre y Wálter hijo fuman un paquete por día cada uno. William fuma un poco menos, y Ana Luisa es la que menos fuma. La esposa de don Wálter, Doña Rubilia, quien es la gran madrina del Hogar de Ancianos de Guápiles, también era fumadora, pero dejó de fumar hace muchos años. Ni el cigarrillo es obstáculo para trabajar muchas horas. Don Wálter entra a las 7 de la mañana, pero sale a las 7 ú 8 de la noche. Así ocurre con todos. A veces, William ha salido a las 10 de la noche. Cada quien está en lo suyo. Don Wálter es el inventor, es el que lleva la idea, se la imagina en la cabeza y hace los planos. Mientras tanto, Wálter trabaja en la parte administrativa, se encarga de bancos y de planillas. Por su parte, Ana Luisa es la encargada de recursos humanos, ve cotizaciones, y, cuando no está su hermano Wálter, firma hasta los cheques y las órdenes de compra. William es el jefe de planta, el que se encarga de llevar adelante las ideas de don Wálter, y también es el encargado de la programación de la CNC, un enorme torno computarizado, que es la única al servicio de 162

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la gente en la provinica de Limón. "William es el que heredó la habilidad mía para hacer ´carajadas´, para hacer ´babosadas´... William sabe de tornos, de soldadura, de hidráulica... Como usted puede ver, aquí cada quien hace lo suyo, y nos complementamos a la perfección", dice don Wálter.

Crecer hacia fuera "Ahora también soñamos con trabajar más allá de las fronteras del país. Estamos invitados a un seminario del Banco Nacional en Limón, con la idea de trabajar para la exportación. Hace poco, William fue a Panamá a enseñar el uso de unas máquinas. "El mercado nuestro es muy pequeño, y hay mucha gente que no tiene imaginación, pero se dedican a copiar, que es lo más fácil. Muchas veces, se han aprovechado de nuestra buena intención para pasarle planos nuestros a otra gente. La diferencia es que la otra gente se tiene que quedar con lo que nos copian, mientras que nosotros seguimos innovando. El hombre crea, el mono lo arremeta, como dijo una panameña", comenta Don Wálter. "Si yo necesito hacer una carreta, busco cuál es el rol adecuado, cu*l es el equipo adecuado... Si no podemos nosotros solos, buscamos asesoría técnica. Henry Ford dijo ´el pensar es el trabajo más difícil... Será por eso que muy pocos lo hacen´. Hace poco, me tocó inaugurar una feria de pequeña empresa en Guápiles. Me la dedicaron a mí. No me gustan esas cosas, pero sinceramente sé que se debe a mi imaginación", cuenta el líder de esta familia de inventores guapileños. "Guápiles siempre ha sido bonito para mí. Yo llegaba carajillo con mi tata, que vendía plantas eléctricas en esta zona. Nos hospedábamos en el hotel de ´El Polaco´ (Don León Weinstock, qdDg).

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Don Chuta Rojas, de Suerre y El Molino El sabio de las plantas nos da la receta... Tiene 95 años y conserva muy clara la fórmula mágica para vivir bien Don Jesús Rojas Cortés es una leyenda viva de la medicina natural de Pococí. Quizás por eso a nadie le extrañe que a sus 95 años se conserve pura vida. Lo encontramos un domingo avanzada la tarde, en la sala de su casa, con un pañuelo sobre la cabeza, "para que no me piquen los moscos", comiendo con gran gusto un plato de arroz, frijoles y mortadela. Estaba esperando que fueran las seis de la tarde, pues, le gusta mucho ver el programa de televisión ´De pueblo en pueblo´, por canal 13. "Este pañuelo es muy efectivo para espantar a los zancudos. Bueno, más bien a las zancudas, porque las que pican son las zancudas. Son una grandes bandidas", dice don Jesús. "No soy de los Rojas Cortés de plata, pero no he necesitado de la plata para ser feliz", dice Don Jesús, mejor conocido como "Don Chuta". Nació en Santa Bárbara de Heredia, en 1910. Anda con una suéter amarrada con un mecatito de tela. Nos pasa adelante, pero sigue comiendo, como si alguien le fuera a quitar aquello, tan rico. No suelta la cuchara hasta que termina. Toma agua de sirope. "Mis papás se llamaron Juan Rojas y María Elsilia Cortés. Si ustedes, que se dedican a eso, no saben cómo se escribe ese nombre, menos nosotros. Yo lo he visto escrito de muchas maneras. "Mi papá era agricultor, escarbaba la tierra. Crecí en un hogar campesino. Estuve en Santa Bárbara de Heredia todo el tiempo de escuela. Después, por culpa de la pobreza fuimos a andar por todo Costa Rica, buscando trabajo y trabajando donde primero conseguíamos. "A los diez años ya era un campesinito, un agricultor a todo meter. Trabajé toda la vida al campo. Durante mucho tiempo escarbé la tierra en Carrizal de Alajuela, y en Tacares de Grecia. Al final, le dimos la vuelta a toda esa zona, fuimos a dar hasta La Palma y El Rodeo". Don Chuta nunca se casó, pero Dios le mandó a alguien muy especial para que le hiciera compañía. "Soy soltero y soy célibe, pero tuve una hija, que se llama Elizabeth Morales Molina. Ella se llama así porque 164

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cuando nació, vivíamos los tiempos en que no se reconocía a los hijos naturales, a los hijos fuera del matrimonio. "Nunca me casé, viví en la casa de mis papás, y después con mis hermanos. Fuimos cinco hermanos por todos. Al final, apenas quedé yo. Ya solo, anduve mucho por la Hacienda Los Herrera, en Pavas de Carrizal".

En Suerre "En el campo hice de todo. Pasé mucho tiempo cortando caña, sembrando, haciendo trabajos de pala. Después, iba a cumplir 14 años mi hija cuando compramos una finca en Suerre y nos vinimos para acá. Mi hija se crió conmigo desde que tenía seis meses. Se crió con mi hermana, Arabella, ella fue su segunda madre. Cuando murió, ella sintió que se le había muerto su madre. "Me vine para Suerre con la chiquilla y con dos hermanos míos, Arabella, que le sirvió de madre a mi hija, y con mi hermano Gonzalo, que también se quedó soltero. "Llegué a Suerre hace cuarenta años. Cuando eso no había nada: las calles desde El Molino eran trillos... No había ni carretera, ni luz eléctrica, ni agua potable. "A Suerre había que ir a caballo. Allá arriba hicimos una finca, trabajamos con caña, y ayudábamos en un trapiche. En Suerre, encontramos trabajo hasta en un ingenio, moliendo, atizando, haciendo de todo a la par de la caldera. "Después vendí la finca porque no me servía. Llegó el momento en que con el dulce no hacíamos nada. Es que habíamos como catorce dulceros en Guápiles. No vendíamos nada porque éramos muchos. "Vendí la finca en Suerre y compré una tierrita aquí, en El Molino. Aquí vivimos juntos mi hija y yo. Hemos sido inseparables. Hasta aquí hemos estado juntos... Yo vi por ella, y ahora ella ve por mí... "Algo sé de plantas medicinales. Tengo un libro bueno. Yo pensé que iba a ser inteligente, pero no: no fui inteligente para estudiar bastante. Sé mucho de plantas, pero es que leía mucho y algo me quedó. Soy muy bueno para las recetas con matas, pero ya casi no recibo consultas, porque a los 95 años uno está viejillo. Yo le digo algo a la gente que me pregunta, pero, más que todo, ahora lo que me gusta es hacerme muchos tés para mí. "No sé cómo he hecho para conservarme bien, pero aquí estoy. Creo Camilo Rodríguez Chaverri

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que las matas me han ayudado. He sido una persona muy sana. No tomé mucho, fumé poquillo, pero lo dejé, me propuse y dejé la fumadera, porque eso es lo peor que hay. Ni enamoradillo fui. Hasta en eso pienso que no... "Y le voy a decir el secreto: la fórmula no es con matas, la receta no está ahí, el secreto está en llevar una buena vida, sin excesos, sin guaro, sin cigarro, sin mujerear... Hay que llevar una vida tranquila, comer rico pero poco, estar cerca de Dios. Ahí está el detalle".

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Don Célimo Cordero Guerrero, el famoso Don Melo Gendarme histórico de Guápiles Don Célimo Cordero Guerrero, mejor conocido como Don Melo, fue un gran policía en los años en que aquí la gente se mataba a machetazos... Le tocó ir a apresar a algún rufián que le disparaba a otro en esos tiempos en que los pueblos bananeros parecían del Viejo Oeste de las películas de vaqueros. Y a veces, no era el arma, ni la fama, la que lo defendía. La única defensa posible en esos casos es la valentía. Don Melo es un hombre con los pantalones bien puestos. Nació en Balsa de Atenas el 6 de marzo de 1921. "En esa zona, había mucha culebra. Uno tenía que ser valiente desde chiquillo. Nosotros teníamos agricultura, frijoles, arroz y maíz. Pero el agricultor es valiente porque no sabe lo que le tocará en la vida. Por eso, cuando llegó una plaga de chapulín, se comió toda la cosecha. En esos casos, no puede uno ponerse a llorar. Hay que seguir buscando vida. "Me vine de Balsa de Atenas para Guápiles como de 20 años. Llegué aquí recién casado, sin un cinco, y con la señora, que se llamó Zeneida Garita Cordero y que ya vive en el cielo. "Comencé aquí a jornalear, a ganarme cinco colones por día... Nos pagaban con una orden para que fuéramos a sacar la comedera del comisariato. "En eso vino un temporal de tres meses. Llovía de día y de noche. El río Reventazón se llevó el puente del tren. Me tocaba salir a trabajar con un sombrero de plástico y con un plástico en la espalda me iba a ganar los jornales. "Llegué en el año 44. Don Chico Avilés tenía la filarmonía y era el sastre del pueblo. Estando aquí, llegó don Noé Cascante, que fue el primer boticario. En ese tiempo, el boticario hacía las medicinas. Diario yo lo veía machacando las medicinas en el corredor del negocio de don Jorge Royo. "Trabajé mucho tiempo en Los Diamantes. Cuando eso, esa finca era la hulera más importante que había en Costa Rica. Estaba bajo la administraban de los americanos. Sacaban hule. De esa finca salió el hule que usaban los gringos para sus armas durante la Segunda Guerra Camilo Rodríguez Chaverri

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Mundial".

Policía "Después me dieron un puesto de policía para Guápiles y para Rita. Pasé de policía casi veinte años. Para el tiempo en que fui policía, el médico del pueblo era el Doctor Pacheco, don Abel. Vivía a la par de donde vive don Rogelio Alvarado. Venía de México, recién graduado. Hicimos una gran amistad. Creo que le caí bien porque un día estaba almorzando y llegó un nica y se le puso matón para que lo atendiera. Yo me metí a defender al doctor, puse al nica en su lugar y dispuse que el doctor primero tenía que terminar de comer, tranquilo. "Después, a diario andábamos serenateando juntos, pero no crea que todo era fácil. Qué va. En esos años tuvimos muchos problemas y enredos difíciles de manejar. El doctor andaba a caballo y en mula atendiendo tanta enfermedad. Y yo tuve que atender montones de broncas. "Me tocó apartar un montón de pleitos. Una vez me dieron una puñalada por la espalda que casi casi me matan. Otra vez me dieron una atropellada que casi no quedo para contar la historia. "Antes había muchos pleitos. Un turno no era turno si no había pleito. Todos los sábados había pleito seguro. Parece que sin pleito no había gracia en el pueblo. Se oyó muy vacilón, pero porque usted no era el único policía del pueblo. "A mí me tocó separar a un montón de matones. El problema es que separándolos a veces se les iba un manotazo y caía yo por allá. Y levantarme para apartarlos, aunque estuviera medio tonto. Aquello no era jugando. Me tocó recoger a un señor que apuñalearon ahí, por el parque. Lo mataron con un cuchillo. Ahí quedó con el cuchillo metido, y a mí me tocó ir a capturar al individuo. Me dio miedo, pero, diay, ¿qué hacía? No podía pedir ayuda porque yo era el policía. "Hablemos de ´Chinchoncha´, que era un muchacho con retardo. Yo estaba al frente cuando le pegaron el balazo en el puro corazón. El que lo baleó dice que se le había ido un tiro. ´Chinchoncha´ era muy querido en el pueblo, porque jalaba cargas de ferrocarril y hacía mandados para la gente. No era conflictivo. El que lo tiró, zafó huyendo, yo lo perseguí, lo bajé del caballo, y lo llevé a la cárcel. "La verdad es que tuve muchos problemas como policía, pero sobre todo con los peleadores, porque en esos tiempos no se acostumbraba 168

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robar. Eran puros pleitos de hombres. Eran casi como un vacilón.Bueno, para todos menos para el policía, verdad. "Después me fui a una bananera a jornalear, me pasé a Río Frío para otra bananera, y entonces fue cuando Don Fernando Madrigal Camacho me contó que necesitaba un guarda en el Banco de Costa Rica. Me dio el trabajo a mí y pasé 15 años y seis meses. "Vivo feliz en Guápiles. Aquí criamos a nuestros seis hijos, William, Eliécer, José Luis, Rafael Ángel, Manuel Antonio y Nidia, la única mujer".

Molesto por tala en el parque "Vivo muy orgulloso de Guápiles. Ahora me molesta que lo veo muy descuidado, pero es culpa de la municipalidad. ¿Se dio cuenta de la última? Diay que se apearon los árboles del parque. El que vino a podar esos árboles no ha conversado con un apodador en su vida. Ni siquiera con la señora de un apodador. No tiene ni idea de lo que se trata. Una cosa es apodar un árbol, y otra cosa es esto que hicieron. "Lo hizo un muchacho que se llama Iván Angulo, que es regidor. Pero, ¿qué se está creyendo? Iván quiere hacer lo que le da la gana. Dejemos a él de lado. Yo me pregunto, ¿dónde está el Alcalde? ¿Dónde tiene los pantalones, que le hacen en sus narices lo que les da la gana? ¿Dónde está el Concejo Municipal? ¿Qué se está creyendo ese muchacho, que hace lo que se le antoja? Es un asunto de falta de pantalones", concluye el gendarme de nuestra historia, con su experiencia apartando pleitos y acabando con broncas...

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Llegó a Cariari hace 40 años La primera mujer del pueblo Cuando llegó a Cariari, ni siquiera se llamaba así. No tenía nombre. Eran unas montañas peleonas, que no se cedían terreno al ser humano. No había ni una sola casa, y su rancho era como una cicatriz, como un lunar, en la cara del bosque. Doña Teresa Barboza Ferreto tiene 82 años y arribó a lo que ahora conocemos como Cariari hace más de 40 años. Venía con su esposo, Manuel Valverde Álvarez, quien ahora tiene 92 años y se recupera de una enfermedad. Y también venían sus siete hijas y tres yernos, porque varias estaban solteras. Era un rosario de gente en medio de la nada, o, más bien, en medio de la inmensidad verde. Cuenta que cuando llegaron, su esposo, don Manuel y los maridos de sus hijas hicieron una rancha para vivir mientras sembraban y cosechaban algo. "Mi marido traía una plata y fue a buscar quién le vendía una vaquita en algún pueblo cercano. La compró en Guápiles y se la trajo arreada, a pie. Es que desde el principio supimos que esto iba a ser muy duro", recuerda doña Teresa. "Por lo menos queríamos tener leche para los chiquitos". "Al principio era muy difícil conseguir hasta comida. Pero, bueno, lo que sí había mucho era carne de monte. Uno se topaba los tepezcuintles cuando salía de la rancha", explica. "Apenas tuvieron lista la rancha, entonces empezaron a hacer la escuelita. Manuel decía que la escuela era lo único que no podía esperar. Así que limpiaron un pedazo en el bosque, y ahí mismo empezaron una pequeña construcción. La escuelita era una galera cerrada. "La primer maestra se fue en carrera. No soportó ni una semana. Fue entonces que llegaron Doña Celenia Cordero y don Ulises Campos. Estaban recién casados. Tenían que vivir al lado de la escuela, y al principio también pasaron necesidades", comenta doña Teresa.

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Encuentro con el tigre No más estaban llegando cuando un día sintieron una gran fuerza sobre la rancha. "Era el león. Pero mi esposo nunca le tuvo miedo a nada y lo espantó. Al día siguiente dijo que iba a matarlo porque era muy peligroso, y donde ahora están Palermo y Caribe lo mató. "Mis hijas y yo estábamos muy asustadas, porque dicen que el tigre huele a las mujeres embarazadas porque le gustan los bebés, la carnita tierna", confiesa. "Aquí todo era agua, y agua, y agua. Y recuerdo muy bien el día que trajeron una máquina grandota, le decían una Matra, para volarse unos guayabones que estaban donde ahora está el pueblo. Eso fue una bendición, porque para volarse uno de esos palos se necesitan tres hombres con hacha, y se llevaban todo un día. "El día que la Matra limpió un poco lo que después iba a ser el centro de Cariari, se desató un culebrero que usted no se imagina. Uno las veía trepando por las gambas que quedaban en el suelo. Por las tardes, los zopilotes hacían fiesta con el culebrero, porque muchas quedaron a punto de morir".

Sapos y culebras "El que entraba aquí y se quedaba era muy hombre. Bueno, una también. Las mujeres que soportamos este lugar tuvimos que lidiar con unas luchas que ni le cuento. Primero que todo, yo le tengo mucho miedo a los sapos y las culebras. Si aquí en la casa se metiera un sapo, yo no dentro, por nada del mundo dentro. Prefiero que se pierda todo. Las sapos y las culebras son como del ´Pisuicas´, del mismitico demonio", dice doña Teresa. "Aquí se lloró mucho. A veces no podíamos pasar por el río, no podíamos salir. Los temporales nos enfermaban el alma, pero seguimos adelante", explica. "Manuel, mi esposo, empezó a sembrar yuca, maíz y plátano. Rapidito uno tenía qué comer. Además, no es porque sea mi compañero, pero era muy trabajador. Allá en Palmares, de donde somos nosotros, cogía 20 ó 22 cajuelas en una mañana. "Sólo porque estuvimos muy unidos logramos superar las etapas difíciles. Una vez llegó un muchacho de Guápiles, porque tenía que ahorrar dinero para llevárselo a la mamá. Lo recibimos en mi casita y le dábamos posada. Un día llegó una hija mía y dijo que vio unas alforjas Camilo Rodríguez Chaverri

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como las de él a la orilla del río. Fuimos corriendo y nos enteramos que el agua se lo había llevado. El cuerpo apareció hasta el día siguiente. Viera qué dolor más grande".

Sólo con hachas "Yo atendía en mi humilde hogar a quienes llegaban por una parcela y no tenían dónde quedarse. Y me dolía mucho cuando a los días de estar aquí, se despedían de nosotros porque no soportaban el trajín en la montaña. Es que no es cualquiera el que se metía a la montaña a hacer una parcelita a pura hacha y debajo de aquellos ´temporalones´, cuando pasan semanas y semanas sin que viéramos el sol". "No, si es que fue muy difícil todo. No había ni comedera. Yo les dije siempre a mis hijas y yernos que aquí se llora y se goza, pero al principio nos tocó más el llanto. No hubiéramos salido adelante si no hubiera sido por las satisfacciones de ver cómo le estaban sacando jugo a la tierra, que aquí es tan buena. "Por ejemplo, sé que para mi esposo fue hermosísimo ver la escuela en funcionamiento, al igual que la primera iglesita, que la construimos entre todos. Es que así las cosas saben mejor. Por eso, nunca he dejado de trabajar por la comunidad. Con la misma Doña Celenia, la primer maestra, hace un tiempo fundamos el IPEC, y ese tipo de cosas lo mantienen a uno con vida", explicó la pionera más antigua de esta próspera zona de Pococí.

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Doña Anita Castillo Servicial siempre Quien la ve tan menudita no podría creer que de chiquilla trabajaba cargando caña en carros del tranvía. Doña Anita Castillo Madriz tiene 83 años y desde niña ha sido esmerada y muy trabajadora. Nació en El Yas de Paraíso y vivió su infancia en Florencia de Turrialba. A la zona llega al cumplir 19 años, y un año después se casa con don Rafael Mora (qdDg), con quien procreó 9 hijos. Vivió durante muchos años en Calle Uno, y le ha tocado criar a varios nietos debido a la difícil situación que algunas veces ha atravesado parte de su familia. Hace dos años murió una de sus hijas, Isabel, por lo que Doña Anita se fue a vivir en Los Diamantes con cuatro nietos y uno de sus hijos. "De por sí estos chiquillos siempre me habían dicho 'mamá'. Incluso, todos los días les daba una vueltica para ver cómo estaban", dice esta linda y tierna abuelita. El año pasado fue la reina del certamen de belleza y simpatía de la Tercera Edad, en la comunidad de Emilia. "Al principio yo no quería participar, pero luego me sentí bien. Además, me gustó la emoción de servir de algo", cuenta esta señora, que es como la novia de Los Diamantes, el símbolo de una comunidad y el legado de una historia de costumbres y mucho trabajo.

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Doña Virginia León Trabaja mucho por el pueblo Desde chiquita tuvo que trabajar mucho. Apenas pudo ir a Primer Grado a la antigua escuela de El Caimitazo, y a partir de sus 8 años le tocó hacerse cargo de su casa para que la mamá trabajara fuera. Doña Virginia León es muy querida y respetada en Los Diamantes y La Emilia, donde ha trabajado por el desarrollo y el bienestar de todos. Llegó aquí con dos meses de edad, por lo que se considera netamente guapileña. Se crió en El Prado, donde aprendió a trabajar al campo. "Es que antes las mujeres trabajábamos como los hombres, con pala y con machete. Yo no sé por qué de unos años para acá eso no ocurre", se pregunta doña Virginia. Desde muy joven, también dedicó mucho tiempo a cuidar niños ajenos, y a los 20 años casó con Francisco Castillo Madriz, con quien tuvo 7 hijos. Tiene 63 años y sigue trabajando mucho por la comunidad. Cada vez que la llaman, trabaja haciendo tamales para turnos, bingos y actividades de la Iglesia. Es una de las fundadoras de la Escuela de Los Diamantes y estuvo en su patronato. Ahora tiene 18 nietos y 2 bisnietos, y llena de gozo la mirada de cualquiera, pues, irradia paz y serenidad.

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Doña Mercedes Chavarría Trejos La alegría en cuerpo de señora Pasa todo el día cantando. Es muy alegre, y tiene un espíritu lleno de vida, lleno de luz y de colores. Doña Mercedes Chavarría tiene 65 años y desde hace 23 brinda su testimonio de trabajo y lucha en Emilia. Su esposo, Don Eliécer Jiménez Sandí (qdDg), mejor conocido como Don Yeyo, era todo un personaje en el pueblo. Doña Mercedes está en la Junta Administrativa de la Iglesia Católica en Emilia, estuvo en el Patronato de la Escuela, y ayuda en cuanto turno aparezca. "Un día de estos tuve que cocinar 36 paquetes de arroz, para darle de comer a todo Guápiles, porque al Padre (al sacerdote) se le ocurrió regalarles un gallito" cuenta esta jovial señora, quien tiene 9 hijos, 28 nietos y un bisnieto. "Usted a mí siempre me verá sonriendo. Nunca faltan los problemas, pero siempre me oirá cantando, o alabando a Dios". Guarda un espacio muy importante para el Creador, y ora cerca de una hora por día. "Al principio, cuando estaba criando a mis hijos, me tocó trabajar al campo, con Yeyo, mi marido, para alimentar a ese montón de chiquillos y ponerlos a estudiar", recuerda. "Yo era la mano derecha de mi compañero, cuidaba chanchos, ordeñaba vacas, tenía gallinas, vendía huevos y leche, bueno, de todo", recuerda llena de orgullo esta señora tan especial y valiosa. "Por eso es que no se me hace pesado el trabajo comunal. Yo lo hago con todo gusto".

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Doña Teresa Soto, de Guápiles La artista que superó la furia del volcán Era una adolescente de puro campo. Vivía en una finca en Pueblo Nuevo de San Carlos, un pequeño poblado de ganaderos trabajadores. Ahí creció, al lado del cerro Arenal, que no era el monstruo de lava y ceniza que es ahora. Pero en poco tiempo, la situación cambiaría. Y su familia pagó muy caro la furia del volcán. Es que doña Teresa Soto Hidalgo-quien ahora es pulpera y artista-se salvó de milagro. La casa de unos vecinos y las de los suyos eran las más cercanas al pico del cerro. Vivían en dos casas. En una, el papá y la madrasta de doña Teresa. Y en otra ella con sus hermanos mayores, ya que el dolor había llegado muy temprano a su vida, pues, su mama murió cuando ella tenía apenas 12 años.

El día de la desgracia Son las 9 de la mañana del 29 de julio de 1968. Teresa escucha un estruendo. Cree que se debe al choque de dos aviones en el aire. Ya antes había caído un avión muy cerca del pico, y se imagina que ahora el accidente aéreo es más grande. Sale al patio de la casa y ve hacia el cerro, pero la neblina no la deja apreciar lo ocurrido. Llueve como nunca había visto llover en su vida, y parece que fueran las 9 de la noche. "Yo creí que era el fin del mundo", dice doña Teresa. "Los árboles volaban y todo caía negro, quemado." A los minutos pudo ver el desolador panorama. Entre el volcán y la casa de Teresa sólo había destrucción. Los verdes pastizales se convirtieron en un desierto. "Se veían pedazos de troncos quemados o encendidos, y donde estuvo la casa de mi papá sólo había un montoncito de arena. Nos salvamos de milagro, pues, a la orilla de la casa todo estaba destruido", cuenta doña Teresa, mientras los ojos se le pueblan de lágrimas. "Al principio nos refugiamos en una loma, y el viento nos salvó de los gases venenosos, que tomaron otra dirección".

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Salió descalza "Era tal el espanto que yo salí descalza, y uno de mis hermanos iba hasta sin camisa", recuerda. Ahí hay mucha terciopelo, pero no les importó. Tomaron un trillo dentro de la montaña para salir donde ahora está Tabacón, famoso por sus aguas termales. "Siempre había existido un chorrillo de agua caliente, pero nada más. Sin embargo, cuando bajamos ya era otra cosa. El río estaba hirviendo". Salieron a La Fortuna de San Carlos. Tomaron un bus para ir a Naranjo, donde unos parientes. "De camino, oímos por radio que decían que toda la familia Soto había muerto, pero que no habían encontrado todos los cuerpos. Eso nos confirmó que mi papá murió, también un hermano mayor, un hermano menor y mi madrastra. Los cuerpos que no encontraban eran los de nosotros. Nos salvamos tres hombres y yo. También una cuñada, la esposa del único hermano casado que tenía en ese momento. La familia de ella vivía en la otra casa que estaba cerca del volcán. Ellos sí murieron todos: sus papás, sus hermanos y sus hermanas. En ese hogar murieron diez. Imagínese qué pudo haber sentido esa criatura", explica doña Teresa.

Todo se fue Dos días de la primera erupción, una enorme piedra caliente cayó en el centro de su casa y la incendió. No quedó ni el cuento. El papá de doña Teresa tenía lechería, y a la hora de la primera erupción todas las vacas estaban en el corral y murieron. "Es que el volcán no sólo quema por fuera, como creen muchos. Sus gases son venenosos y con sólo que un ser vivo los respire, se queman por dentro". "También tienen un efecto mortal para los motores. Cuando nos pasó la tragedia, mandaron unos carros a ver si encontraban alguien con vida, pero los motores se atascaron". Dos meses después de la erupción, doña Teresa volvió al lugar donde había crecido. "Cuando llegué a la finca ni siquiera sabía donde estaba la casa. Aquello era un desierto". "Ni siquiera sabemos dónde quedaron los cuerpos de mi papá, mis hermanos y mi madrastra. La Cruz Roja los sepultó en el cementerio de La Fortuna junto a los cuerpos de las demás víctimas. Nunca nos dijeron en cuál hueco depositaron los restos de nuestros familiares", lamenta. Camilo Rodríguez Chaverri

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El dolor no muere "Todavía me da mucha tristeza. No puedo recordar lo que nos pasó sin que se me mojen los ojos. Pasamos frío y hambre. Tuvimos muchas necesidades. Lo único hermoso de la historia es que los hermanos que sobrevivimos nunca nos soltamos. Por eso logramos salir adelante. "No fue fácil. Es que viera qué angustia más terrible cuando uno ve que todo lo que tiene se pierde en un instante. Por eso, cada vez que ocurre una tragedia, entiendo muy bien el dolor de la gente que sufre las consecuencias".

Ahora es pintora Luego de trabajar de ayudante de cocinera en un restaurante para darle los estudios a su hermano pequeño, la joven Teresa fue recibida por una familia que le dio todo su apoyo. Más tarde casó y tiene dos hijos. Ha sido comerciante durante mucho tiempo y es una gran artista, experta en la confección de collage, la técnica que consiste en la utilización de naturaleza muerta, desechos del bosque y del mar. Ella los convierte en paisajes. Aprendió esta técnica gracias al apoyo y las importantes lecciones de la maestra Patricia Jiménez, gran gestora y pionera de los collages. Si está interesado o interesada en sus imponentes cuadros, puede llamarla al teléfono 710-2851.

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Carmen María Pineda Jaen Mil sacrificios para salir adelante Tuvo que sacar a sus hijos adelante ella solita, y para eso tenía que dejarlos seis meses con su mamá para trabajar en bananeras, en sitios remotos y en condiciones deplorables. Carmen María Pineda Jaen es un ejemplo de entereza y de trabajo. Tiene 58 años, y es oriunda de Anita Grande de Jiménez. "Para los tiempos en que me tocó criarme, a Anita Grande sólo se podía entrar en tren. Después ya hubo un camino para salir a Roxana, pero estaba malísimo. "Me acostumbré a que todos vivíamos de la agricultura, y que una también tiene que aprender a trabajar duro, al campo. Unos cuantos comerciaban maíz y yuca, y cuando a ellos les iba mejor, nos iba un poquito bien en el pueblo", cuenta doña Carmen María, quien crió a siete hijos. "Eran tiempos muy difíciles. Recuerdo que durante mi niñez a Anita Grande entraba lo que llamábamos un bus de línea, que era un tren para jalar gente. Era el famoso ´28´. Iba de Guácimo a Punta de Riel, en Roxana, y entraba a Anita Grande los martes, los jueves y los domingos. "El tren fue muy importante para mí, porque mi papá andaba una máquina (locomotora) que hacía la ruta de Turrialba a Ticabán. Era un tiempo de grandes personajes, como don Joaquín Chaverri, quien era maestro de equipaje, y el encargado en los trenes de lo que antes se llamaba ´manifiesto´ y ahora es conocido como encomienda".

Una gran mamá Aparte de los siete hijos que engendró, desde hace 26 años cría a una niña con limitaciones mentales, a quien considera una bendición en su vida. "Es que sé que Dios me ayudó a criar a mis hijos. Así que ahora yo le ayudo a criar a sus hijos más amados, que son los que tienen necesidades especiales. Además de mi Dios, mis papás me ayudaron mucho. Fue por ellos que hice de mis hijos y mis hijas, gentes de bien. Porque me tocó trabajar en bananeras, y en las bananeras una sale hecha un esqueleto. Me tocaba trabajar seis meses metida en bananeras. Es que siempre creí que debía ayudarles a ser alguien en la vida. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Siempre luché para que mis hijos salieran adelante. La vida en el campo es tan dura que yo sabía que si los dejaba ahí se iban a morir de hambre. Por eso decidí venirme para Guápiles, aunque fuera difícil conseguir trabajo y sostenerlos ahí, mientras estudiaban", cuenta doña Carmen María.

Miscelánea en el colegio Dice que es liberacionista "de huesos verdes y puros", y que siempre se ha caracterizado por darlo todo en sus luchas. Por ejemplo, durante varios años fue miscelánea en el Colegio Agropecuario de Pococí, y para esos mismos años estaba estudiando en el Colegio Nocturno de Pococí, donde obtuvo su bachillerato. "De miscelánea, empecé ganando 300 colones por mes. Era el último año del tercer gobierno de don Pepe. Pero no dejaba de ser un sacrificio, porque en la bananera me ganaba 600 colones por mes. Sólo así podía estar en Guápiles con mis hijos. A eso se juntó que yo luchaba por conseguir plaza en mi trabajo, pero se la dieron a una señora que tenía menos de trabajar ahí. Por eso digo que uno hace altares para que otro dé la misa", asevera doña Carmen. "Al final hasta nos hicimos amigas. Ahora la estimo mucho". A los años empezó a trabajar de maestra, cubriendo incapacidades. Fue maestra en Rita, en Barrio Los Ángeles de Guápiles, en la Escuela Justo Antonio Facio de Siquirres, así como en Pocora, Guácimo, Betania de Siquirres y la Escuela Sector Norte de Siquirres. Anduvo por toda la zona mientras estudiaba Educación en la UNED de Guápiles. "Desde que estaba en el colegio, tenía claro que el ejemplo era muy importante para formar a mis hijos. En el colegio tenía de compañera a mi hija mayor, Sadie, y sabía que lo que yo hiciera como estudiante era el gran espejo en el que tenían que verse los míos, que siempre me han tenido a mí como el papá y la mamá", concluye esta gran mujer, quien ama la lectura y se siente muy feliz de poder decir que ha leído cientos de libros.

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Doña Felicia Córdoba, de Astúa Pirie Toda una vida haciendo vestidos de novia "Me hace feliz alistar un lindo vestido para todas las novias que me lleguen. No importa si tienen mucha plata para el vestido o son pobrecitas. A todas les buscamos la manera de que queden bien bonitas", dice esta señora de 83 años. Tiene 83 años, y desde hace casi medio siglo ha dedicado su vida a confeccionar vestidos de novia. Miles de muchachas han centrado en ella sus ilusiones de verse como princesas o como reinas ese día, tan importante para la historia de vida de cada persona. Ella lo sabe, y por eso se empeña en que cada día su trabajo le quede mejor. Lo hace con un enorme cariño, y con el convencimiento de que le está ayudando a mucha gente a tener un momento de felicidad. Quizás le queda a pelo su nombre. Se llama Doña Felicia, y ha luchado durante toda su existencia por hacer feliz a la gente. El mejor ejemplo de ello no tiene que ver con vestidos, sino con criaturas. Aunque tuvo tres hijos, crió doce más. Y le han traído tantas alegrías que considera inolvidables, tantas, de verdad, que ha podido soportar los duros golpes del camino. Por ejemplo, hace tres años murieron su mamá y su esposo el mismo día. Como de mentira. Fue la más dura prueba de la vida. "La muerte de mi mamá fue un dolor muy grande, y la muerte de mi esposo también. Uno murió a las 5 de la madrugada, y ese mismo día, pero a las 5 de la tarde, murió el otro", cuenta. Doña Felicia empezó a coser vestidos de novia a los 12 años de edad. Dice que nadie le enseñó. "Un año antes había iniciado con trajecitos para niños, pero un día probé con un vestido de novia, y de inmediato me di cuenta que eso era lo mío".

Se la regaló el Presidente La máquina de coser se la regaló don León Cortés, siendo Presidente de la República. Por eso, aunque doña Felicia no puede precisar cuándo fue que inició, sabemos que tuvo que haber sido entre 1936 y 1940, Camilo Rodríguez Chaverri

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período en el que gobernó don León. Aprendió al lado de las monjas de un noviciado que estaba muy cerca del Reformatorio. Fue ahí que contactaron al Presidente de la República para que les ayudara a buscarle oficio a las chiquillas que se terminaban de criar. "Aprendí al lado de esas monjitas, que eran las encargadas de velar por la guía espiritual de los reos de la Reforma. Pero fue al lado de ellas, no fue que ellas me enseñaron". Su mamá era muy pobre, y decidió llevarlas al Salón de la Preservación, un lugar donde las religiosas le brindaban una mano a las mujeres con enormes obligaciones en el hogar. "Mi mamá quiso darnos la mejor formación a pesar de su pobreza. Por eso nos llevó a un lugar donde estaban siempre las niñas buenas", cuenta doña Felicia.

El Resbalón Al tiempo, se fue a vivir con su papá, y puso una fonda. "Mi fonda se llamaba ´El Resbalón´, porque todo el mundo caía ahí a comer", cuenta, muerta de risa. Nació en San Miguel de Santo Domingo de Heredia. Luego de un tiempo en el centro del país, se la llevaron para la Zona Sur, ya siendo una señorita, y allá casó con Rafael Ángel Alpízar (qdDg), quien era un alto funcionario de la compañía bananera. Destacó como una excelente dirigente comunal. Fue una de las principales gestoras de la construcción del templo de Coto 47. Y empezó a criar niños que no eran suyos. Crió doce, en total. De esos doce, algunos eran niños desconocidos, que ella contactaba porque le contaban que los tenían en abandono. Pero lo más extraño es que otros eran hijos de su esposo en sus "travesuras". Doña Felicia habla del asunto, sin tapujos. "A mi marido le gustaba ´meterse´ por donde primero podía. Ya era así él. Nada hacía yo con ponerme a pelear. Por eso, en lugar de amargarme la vida, cada vez que escuchaba que fulanita o sotanita iba a tener un hijo de él, le decía que fuera a preguntarle si lo iba a querer o no. Y cada vez que alguien contestaba que mejor lo iba a regalar, yo mandaba a decirle que me lo regalara a mí. Así fue como le crié varios hijos de sus ´andadas´ por aquí y por allá", confiesa.

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Crió 15 y la ayudó a muchos más Y ha sido tan buena que Dios le reparaba para los 15 hijos que crió, y mucho más. "Cuando viví en Ciudad Neily, ya tenía todos los 15 míos, pero veía cómo pasaban necesidades muchos más. Por eso, un día decidí que iba a dedicar todas mis fuerzas a conseguir regalos para darle una Navidad digna a los chiquitos pobres. "Siempre he sido muy feliz ayudando. Otra vez me contaron que había unos precaristas con hambre, que se habían metido a una finca abandonada, y que no tenían qué comer. Los policías los tenían cercados. Les hice unos grandes ´ollones´ de comida, y me metí entre los policías al monte", recuerda Doña Felicia, a quien en la Zona Sur todo el mundo conocía como "Mami". Ya tiene varias décadas de vivir en Astúa Pirie de Cariari. Se vino para acá porque le gusta el clima muy caliente y porque muy pronto en su vida había empezado a sufrir dolor de huesos. "Sólo un clima calientísimo y muy húmedo me ayuda a combatir el dolor de huesos. Ahora, últimamente, me dicen que lo que tengo se llama ´osteoporosis´, pero yo no le hago mucho caso. Igual sigo trabajando y me siento muy feliz". "Mis vicios de siempre han sido trabajar y andar siempre contenta. No sé lo que es pintarse, ni me ha gustado mucho ´andar´ de pata caliente. Sólo me ha llenado ayudar, y alistarles un lindo vestido a todas las novias que me lleguen. No importa si tienen mucha plata para el vestido o son pobrecitas. A todas les buscamos que queden bien bonitas", concluye esta señora de espíritu noble, que vive con dos de sus hijos adoptivos.

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Doña Betina Hernández Arce Una mujer de lucha y de fe La trajeron de San Juan de Tibás cuando estaba recién nacida. Tenía dos meses de edad. Pero eso fue hace 66 años. Exactamente los 66 años que tiene de vivir en el distrito de Jiménez. Doña Betina Hernández Arce encarna en su historia las luchas de las mujeres por criar a sus hijos e hijas en medio de las inclemencias del tiempo. Apenas pudo ir a Primer Grado, en la Escuela de El Molino. Después, una maestra se la llevó con ella para Tierra Blanca de Cartago, para que le cuidara los hijos mientras ella iba a dar clases a la escuela. Pero Betina, que entonces era una niñita, decidió regresar a El Molino. Ahí vivió con su abuelita, pues su mamá la había dejado, junto a sus hermanos, en esas buenas manos para salir de la zona, en busca de mejor suerte. Fue así como esta niña empezó a trabajar al campo a los 9 años de edad. ¨Trabajaba con mis tíos. Uno de ellos, Tío Víctor (ver nota aparte) se quedó soltero, y todavía vive con nosotros. ¨En esos años, nos tocaba ir a trabajar todos los días. Íbamos desde El Molino hasta San Luis¨, cuenta doña Betina. Trabajando al campo conoció a Pablo Sánchez, mejor conocido como Pepe, quien trabajaba junto a dos hermanos. Tenía 21 años cuando casó con don Pepe, de 35. Tuvieron 5 hombres y 4 mujeres.

Un hijo tras otro ¨Tuvimos un hijo detrás del otro. No había tiempo ni de chinearlos. Viera cómo sufría yo, porque con los temporales, a uno le daba mucho miedo que el agua se llevara a los chiquillos...¨, confiesa doña Betina. ¨Había que pasarlos por un puente colgante. Yo me persignaba cada vez que iban a subirse al puente ese. Es que esos tiempos eran muy duros. Vivíamos muchas necesidades y pobrezas, pero no era culpa de Pepe, mi esposo, que siempre ha trabajado muchísimo¨. Explica que cada vez que estaba a punto de dar a luz a uno de sus hijos, debía salir a caballo, porque en esos rincones no había quién le ayudara durante el parto. 184

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Y durante todo el tiempo que él y su esposo tuvieron que partirse el lomo para criar esa enorme prole, doña Betina fue la encargada de ordeñar durante todo el tiempo que tuvieron vacas. Además de cuidar de sus hijos, doña Betina tuvo una carga adicional. Tenía que cocinar, lavar la ropa y atender a los hermanos de su esposo que trabajaban junto a él en el campo. Todo esto lo llevó adelante gracias a su fe inquebrantable, su capacidad de reunir ternura y de inyectarle a los demás calor humano y visión para el futuro.

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Doña Mina Picado Linda barrendera de Cariari El patio de su casa da gusto. Es de tierra, y ni una sola mata o insecto osa ensuciar el mosaico imaginario, el planché para los ojos, el sitio perfecto que ella ha creado con su escoba de monte sobre el suelo. Es un patio como los de antes. Hasta que da gusto entrar a esa franja de suelo virgen que nos lleva hasta la casa, pequeña y humilde, pero limpia y reluciente, como un ajito. Es el hogar de la famosa Doña Mina, conocida por todos en Cariari por su dulzura, su prudencia, su discreción, y hasta porque parece que la sacaron de un bello cuento de hadas. Mientras se seca las manos en su delantal de girasoles, nos regala algunos secretos, algunas pistas para la ruta de las joyas. "Es más bonito barrer con escobas de monte. Se barre mejor y es más suave, sobre todo para barrer pisos de tierra", confiesa doña Guillermina Picado Alpízar, quien nació en Nandayure. Ahí se creció y ahí se casó. Era la tercera de una familia humilde de 10 hermanos. Casó de 17 años con Tobías Umaña. Ahora ella tiene 72 años y el esposo, 76. Después de vivir en Nandayure, se fueron para Pérez Zeledón cuando ya tenían 5 de los 7 hijos que les dio Dios. Don Tobías siempre se ha dedicado a la agricultura. Y el sudor de su frente se mostró al cielo azul y al de lluvia en La Repunta, un pueblo del distrito de Palmares, donde está el río Peje. Además de agricultor, en el Valle de El General echaron raíces de comerciantes. Tenían abarrotes y cantina Luego, Ulises, el hijo mayor, se vino para acá, y con los olores de la buena nueva de que esta zona de Cariari es próspera y le ayuda a quien viene a trabajar, se vinieron para las lindísimas y calientes llanuras del Tortuguero. Compraron esta casa, en la que doña Mina demuestra cómo la tierra se puede convertir en alfombra y el patio puede ser jardín y tesoro. Ella es suavecita. "Nunca he tenido carácter ni para mis hijos, nunca he podido ni regañarlos fuerte ni nada. Vivo feliz de la vida. Dios me ha dado una vida larga, soy feliz con mis hijos". Y eso lo dice a pesar de que el destino le ha deparado duras pruebas. Dos de sus hijas son viudas víctimas de la fatalidad. A una hija, Flory, el 186

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marido, Mario Valerio, se le mató un día que iba en moto y chocó contra otra moto. Y a la otra, Aracelly, el marido, Miguel Ángel Granados, se le murió después de que un taxi lo atropelló. "Ha sido un golpe tan duro para nosotros, entre uno y el otro hubo como cuatro años, nosotros sufrimos demasiado", dice doña Mina, y un suspiro alza vuelo de su boca, como un pajarito. En la zona viven cuatro de sus hijos. William es mecánico y Ulises trabaja con camiones. Asimismo, también viven en Cariari Sandra y Aracelly. En Estados Unidos está José Alberto, en San Rafael de Heredia vive Flory y en Pérez Zeledón Damaris. Ellos son el tesoro de esta señora, doña Mina, que ha convertido su casa sencillita en un lindo castillo y su patio en un paraíso para los ojos.

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Doña Dinath Gamboa La Gata de Rita La Gata de Rita es Doña Dinath Gamboa Zamora. No hay otra, ni en carácter, ni en modo de ser, ni en nombre, como ella misma lo admite. Tiene 71 años y unos 34 años de vivir en la zona. Primero vivió en Roxana, luego en Río Frío, más tarde en El Humo, en Ticabán, en Guápiles, y desde hace 23 vive en Rita. "Soy fundadora de La Nueva Rita, que yo la llamo con mucha honra ´La Precaria´. No me importa decirlo. Yo he sido muy plantada, como el Doctor Calderón Guardia", dice, con desparpajo y desenfado. "Yo fui sindicalista, pero no fui comunista. Ahora no quiero ni a los sindicalistas porque casi todos son unos aprovechados", comenta, provocadora y siempre joven. "Estoy decepcionada de los sindicatos. Me salí de eso un día que me di cuenta que ahí se robaron un millón de pesos", agrega. Nació en Tilarán. Uno de sus tatarabuelos era negro y el otro alemán. Además, tiene una bisabuela española. "Me criaron en San Ramón y de 19 años mi tata me casó con un hombre en Upala y allá estuve viviendo tres años", cuenta. Tiene dos hijos y crió otros dos. Los hijos se llaman César y Sonia Figueroa. Los dos que crió se llaman Guillermo y Yahaira.

El compañero de su vida Cuando dejó a su esposo y salió a trabajar con sus dos hijos, Dios le puso en el camino a Luis Humberto Morales Rodríguez. "Le llevo casi diez años a él. Comenzamos nuestra relación en 1963. Tenemos casi cuarenta años juntos", dice, muy contenta de contarlo. Doña Dinath fue cocinera en el CEN-CINAI de Rita durante once años. Tuvo un problema ahí. Sufrió un accidente y se fracturó. Era la cocinera en propiedad, y estuvo ocho meses incapacitada. Por eso, después le tocó irse para Chiroles de Talamanca. Y en eso salió la pensión. "Allá no había ni siquiera donde dormir. Me ganaba 21 mil colones y la pensión me quedó en 7 mil pesos. Ahorita me llegan 42 mil pesos. No le alcanza a uno para nada. Cuando iba a recoger la pensión de los 7 mil pesos, me quería sentar a llorar, y ahora casi casi 188

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me pasa igual", dice esta señora de cedro, que ha estado en la Asociación de Desarrollo de Rita.

Con Abel Pacheco... "Conocí a don Abel Pacheco hace muchos años. Nunca ha cambiado. No es él el problema. El problema es alguna gente que le ayuda, que lo rodea. Lo conocí en un hospital. Es una persona buena. Tiene grandes sentimientos". Esta señora polémica estuvo en el Primer Encuentro de Mujeres Campesinas e Indígenas de América Latina y el Caribe, y considera que los principales problemas de la zona son la falta de policías, la drogadicción, la ausencia de oportunidades de trabajo. Su compañero, Don Luis Humberto, ha sido fundamental para ella, pues, le ayudó a terminar de criar a los hijos. Es inspector de calidad de banano. Comenzó de trabajador bananero llano. Ahora trabaja con BANDECO. Primero estuvo 26 años. Luego lo liquidaron. Ha pasado varios períodos y en el actual, que es el tercero, ya tiene más de tres meses. Ha participado en el Comité de Deportes y en la Asociación de Desarrollo. Fue Secretario General de la Unión de Inspectores de Embarque de Banano. UDINCAEBA, y reconoce que en todo eso la gran inspiración ha sido ella, la Gata, "porque siempre he sabido que todo lo que hace es para ayudarle a los demás".

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Doña Clara Fallas Jiménez Crió solita a diez hijos Le tocó criar diez hijos sola. Con ese cuerpito de hormiguita, quién sabe de adónde le vienen las fuerzas, pero le llegaron como flores, y le permitieron sacar adelante esa prole monumental. "Dios me ha ayudado y todavía me tiene aquí. Cuando murió mi esposo, que se llamaba don Gerardo Cerdas Otárola, mis hijos estaban pequeños. El mayor, que es Arístides, tenía 13 años. "Trabajaba al campo y lavaba ajeno, hacía lo que fuera, el trabajito que Dios me reparara. Es que antes no había ayudas de nada, nadie me ayudó. Cogía café, tapaba frijoles con los chiquitos. Me ayudaban los dos más grandes, Francisco y Aristides", cuenta Doña Clara Fallas Jiménez, quien tiene 74 años. En ese tiempo vivían en Guarumal de Puriscal, como a dos horas del centro de Puriscal. De ahí se fue para Los Ángeles, otro poblado de ese cantón. "No me desesperé. Lo que pasa es que Dios me ayudó mucho. La verdad es que nunca fueron enfermos. Todos estaban alentados. Nunca anduve hijos al hombro", explica Doña Clara. Poco a poco se fueron haciendo grandes, y se pusieron a ayudarle. "Todos han sido muy trabajadores, sin vicios y sin nada. Son muy honrados. No son fiesteros".

En la zona... Hacia esta zona se vino primero su hijo Arístides, y luego llegó con todos los demás, cuando todavía estaban solteros Dianey, Nelly y Gerardo. "Me vine hace doce años. Aquí me gusta mucho. Yo me hallo donde sea. Aquí están todos mis hijos. Estoy mejor ahora. Tengo como 30 nietos y 8 bisnietos. Me siento muy feliz, muy satisfecha porque Dios me ha dejado verlos crecer. Todos los domingos llegan a almorzar. Sólo Francisco no, porque tiene su trabajo en Campo Cinco de Cariari, y debe atenderlo", explica Doña Clara. "No tengo ni azúcar ni colesterol. Sólo que me duelen los huesos. Me llevé más de un aguacero trabajando por mis hijos. Eso es lo que me 190

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está cobrando la vida ahora". Le tocó trabajar desde chiquita. Nació en San Rafael de Puriscal y en el campo no se hacen distinciones entre niños y niñas para el trabajo. "Iba a dejarle comida a mi papá al campo y me quedaba ayudándole. Cuando estaba aporreando frijoles, yo se los jalaba. Yo le ayudaba cortando arroz. Antes en el campo, uno se criaba haciendo de todo. Somos cinco, tres mujeres más y un hombre. Eso hizo que tuviéramos que trabajar mucho más. Pero le doy gracias a Dios de que mi infancia fue así porque me preparó para la gran lucha que me esperaba. Viera que criar diez chiquillos una sola no es jugando".

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Doña Elena León 88 años de vivir en Guápiles Doña Elena León Herrera cumplió 88 años el día del cumpleaños del cantón de Pococí. Siempre ha vivido en el centro de la comunidad. Nació 100 metros al Este de donde ahora está el templo de la Iglesia Católica. Sólo tuvo un hermano de padre y madre, don Agustín, mejor conocido como Chivín, precisamente porque doña Elena no podía decirle "Agustìn" sino, simplemente, "Chivín", por lo que se quedó así. Doña Elena y Don Chivín son dos testigos de una época muy distinta, y son sobrevivientes de un Guápiles inhóspito y salvaje, donde la línea del tren dividía en tren el rostro del pueblo como si fuera una cicatriz. Debido a la riqueza de este relato de vida, lo publicamos en primera persona, con la esperanza de que usted lo disfrute tanto como nosotros, cuando pasamos una tarde de sàbado muchas horas en el corredor de doña Elena, mientras ella desplegaba su memoria para que los recuerdos volaran mientras sonríen...

Primero que todo, mi mamá... Yo soy Elena León. Nací aquí hace 88 años. Primero que todo quiero hablar de mi mamá. Ella tenía un nombre larguísimo y muy vacilón. Se llamaba Doña María Ricarda Ester de la Lima León. Trabajaba cocinando. A nosotros, a Chivín y a mí, nos crió solita. Ahí donde está la Soda Rex, de don Juan Valenciano, eso eran puras casitas. Estaban organizadas de dos en dos. Del puente de San Rafael al puente del río Guápiles era la ´sucesión` de los Quirós, y de ahí para allá era la finca Numancia. En 1944 nos pasamos para el frente de la Escuela Central, que en ese entonces era la casa de la compañía bananera. Ahí estaba la casa del administrador, del superintendente de la Yunai. Y en el tiempo de Otilio Ulate hicieron la escuela donde había estado la casa. La gente de aquí era muy pobre, pero no sé cómo explicarle, porque a pesar de que el salario era poco, los frijoles eran baratos y el arroz también. La libra de frijoles costaba a 20 céntimos y la libra de arroz a 15 céntimos. A 10 cada huevo y también a 10 las botellas de leche. No había ni carreteras ni aceras. Ni había muchas casas propias. Casi 192

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todo era alquilado. Cuando empezaron a hacer el cuadrante, casi todas las casas eran de balsa, porque el aserradero de los Quirós botaba las costillas de balsa, y la gente iba a recogerlas para hacer los ranchitos. Pero casi todo eran casas para trabajadores, de los Quirós, de Numancia. Yo me acuerdo de don Ricardo Feo, que era hijo de don Pepe Feo, el que construyó la casa de Numancia. Don Ricardo fue jefe mío. Él era el Jefe de Resguardo, y la esposa, Doña Graciela Pacheco, a quien le decíamos Doña Chelita, era la maestra de la escuela.

Trabajé desde niña Me tocó trabajar desde la edad de 17 años. Primero le ayudaba a mi mamá, cocinando. Pero me gustaba mucho ir a la casa de mis amigas. Siempre iba donde las Jiménez, donde Rosita Alfaro... Hacía mandados, y me gustaba ayudar en las casas. Casi no tenía ni necesidad de trabajar, pero me gustaba aprender a hacer oficio. Recuerdo a unas amigas mías que eran de apellido Jiménez, eran cuatro, Sofía, Socorro, Zeneida y Lasfemia. Venían de Palmichal de Acosta. La mamá se llamaba María Jiménez, y era una mujer muy ´valienta`. Recuerdo que esa doña María picaba leña mejor que un hombre. Tenían gallinas y chanchos en el patio, y ella los cuidaba con las hijas. Eran las famosas lavanderas de aquí, de Guápiles. Le lavaban la ropa a las familias acomodadas y a la compañía. Aquí casi todos trabajaban en Los Diamantes, con Porfirio Oduber, el papá de Daniel Oduber, el que fue Presidente de Costa Rica. La esposa de don Porfirio se llamaba Ana María Quirós. Daniel nació ahí no más, en Diamantes. Los Chamberlain tenían fincas y aserradero en Toro Amarillo, que estaba dividido en dos. Las otras fincas eran lo que se llamaba San Jacinto, que eran de los Xirinach. Entre Santiago Chamberlain y Jacinto Xirinach, tenían todas las tierras de Toro Amarillo para allá. Numancia pasó a ser de Abelardo Alfaro, que también le compró a Don Abel Cruz todo lo que ahora es el centro de Guápiles. Don Abel y otro señor que se llamaba Don Salvador Asbún compraron lo que había sido de la Yunai, pero no me acuerdo quién fue el primero que le compró a la bananera lo que ahora es Guápiles... Creo que fue don Fulgencio Campos. Creo que fue él quien le vendió a don Abel y don Salvador.

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Retrato del paisaje El centro de Guápiles era como una aldea metida en la montaña. Aquí donde vivo yo estaba la arboleda de la compañía, y había unos jardines lindísimos donde luego estuvo la parada de buses, que ya no usan para eso, ahí por donde está la municipalidad. Una cosa que siempre tengo en la mente es que antes las casas de gente rica eran de alto. Por ejemplo, donde ahora está el Banco Nacional estaba la casa de los Quirós. El último que estuvo ahí fue Don Gonzalo Quirós. En El Molino la casa del dueño era de alto; en Los Diamantes, la casa de los Oduber también; y en Toro Amarillo la de los Camberlain también. Otra finca grande era esa que acabo de decir, la de El Molino, que primero fue de don Enrique Carazo, abuelo de don Rodrigo Carazo, que también fue Presidente de Costa Rica. Después de don Enrique, estuvo su hijo Mario, precisamente el papá de Rodrigo. Esa finca de El Molino fue de algún banco y quebró. Algo así fue lo que pasó. En general todo esto era lindísimo. Donde ahora está la Tienda de Ébal Rodríguez, y que fue de su padre, ahí había un bambuzal y estaba la cerca de la casa de los Quirós. Y había un calle.jón que salía como hacia adonde ahora está la carretera. Se llamaba El Callejón de la Puñalada. La línea del tranvía salía de por adonde ahora está la municipalidad, cruzando a salir donde estaba la Botica de don Noé Cascante, que ahora se llama Farmacia San Roque. La madera la cargaban en los carros de la compañía, pues, los vagones del tren. Eran los tiempos de la Northern. Todo lo jalaban en tucas o en madera aserrada. Todo lo cargaban donde ahora está la Casa de la Cultura.

Y llegaron los chinos... Yo tenía como siete años cuando conocí al Chino Antonio. Ese fue el primer chino que me acuerdo yo. Tenía pulpería, donde ahora está la Ferretería El Tornillo de uno de los Wachong. El segundo chino que me acuerdo fue Rafael Cong. Tenía pulpería y panadería. Trabajaba por el lado del río Santa Clara, más ´allacito` de La Emilia. Por ahí vivían doña Lidia Coto, una señora que también montó una panadería. Recuerdo que Río Verde era una finca de don Ernesto Quirós. Mi 194

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mamá vino de Santo Domingo de Heredia ocho días antes del terremoto de Cartago, en 1910, y venía para trabajar en esa finca. Iba a ayudarle a la señora de don Ernesto, que se llamaba doña Lía Segreda. La historia está así. Mi mamá trabajaba en San José con una familia Segreda, y como Lía era la primera hija que se casaba, mandaron a mi mamá como, como, como le dijo, bueno como un regalo. Era eso que llamaban ´ama de llaves`. Mi mamá trabajò ahí unos años, pero después conoció a mi papá, que se llamó Agustín Cedeño, y se fue de esa casa. Él era brequero. Cargaba y descargaba el tren. Mi papá vivía de aquí a Limón. Y después lo pasaron para San José-Limón. Cuando yo tenía 6 años, el día que mi mamá se mejoró de Dominga, que era la tercera hija y que se nos murió, ese día se casó mi papá con otra señora en Pavas. Pero no nos hizo tanta falta porque mamá trabajó mucho. Que yo recuerde papá nunca nos dio nada, nada, ni ropa ni zapatos. De donde don Noé, donde ahora vive Paco Mejía, hasta la sastrería de don Rogelio Alvarado, todo eso lo compré yo en 45 pesos, y mi esposo, Juan Félix, lo vendió en 75 pesos, para que yo ganara. Eso era un gran negociazo. Y aquí donde vivo ahora, Juan le compró esto a Chivín mi hermano, a los años, en 700 pesos. Qué tiempos más diferentes... ¿verdad que sí?

También arribaron los polacos También recuerdo cuando El Polaco León Weinstock vino a Guápiles, y le compró a Abelardo Alfaro. Puso un comisariato, que era el negocio más grande de aquí. Él también compraba maíz y madera. Don León fue muy importante. Él les daba fiado a todos para que sembraran, y después les compraba la cosecha. Recuerdo que en 1936 repartieron La Colonia y El Molino, y se llenó esto de agricultores, pero no había banco que les prestara plata. Tuve 10 hijos y me ha tocado criar a muchos nietos. Ahora vive conmigo mi nieta Patricia y cuatro bisnietos, Alonso, María Lobelia, Rosa Elena y Asdrúbal, que son sus hijos. Patricia es hija de mi hija Lobelia, y también la crié. Lobelia era maestra y es mi única hija mujer. Tuvo seis hijas, y para que fuera tranquila a trabajar, yo le vi a las hijas, las fui criando una por una. Es un problema porque ahora yo soy la que digo la última palabra en Camilo Rodríguez Chaverri

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todo. Si yo digo salen, salen, y si no, no salen, a pesar de que ya están grandes. He criado a un montón de nietas de días de nacidas. A una nieta que se llama Mayela me la dieron de un mes de nacida, a Patricia de 22 días de nacida, a Marìa Elena de 12 días, a Juanita de 8 días de nacida, a esta bisnieta Rosita Elena de dos días de nacida, igual que a María Lobelia. Mi única hija se llama Lobelia, tengo una nieta que se llama Lobelia y una bisnieta Lobelia. Es un nombre chino. Así se llamaba una china de Limón que murió en un carro del tren que se fue al mar ahí por Portete. Yo le pedía a Dios que me diera una Lobelia, pero más bien me dio tres.

Amor por sus chiquitas Crío a todas las criaturas que me tocan. Las mantengo, las veo, las crío y las formo. Todavía las veo como mías. Los varoncitos me gustan, pero como sólo tuve una hija, ahora me gustan más las chiquitas. Si cualquier señora pasa ahora y me dice, ´doña Elena, le regalo una chiquita`, ah, yo la cojo, ah sí, todavía tengo fuerzas, y disposición y ganas. Yo me levanto en la mañana, me lavo la cara y me pongo a lavar ropa. Entre seis y siete ya estoy con oficio. Todavía hago el oficio como cualquier mujer. Tuve que trabajar 17 años en el banco... Nunca fue por necesidad. Juan Félix Delgado, mi esposo, fue jefe polìtico y era un maderero muy importante. Trabajé porque ya mi mamá no podía trabajar y nunca quise que viviera de la caridad. Yo ayudaba a los bizantinos, que era un grupo de la iglesia que le ayudaba a la gente pobre, y un día me sentí muy mal porque me di cuenta que le daban a mamá. Desde que me di cuenta me fui a hablar con doña Cecilia Murillo Galindo, que era la esposa de don Fernando Madrigal, el gerente del Banco de Costa Rica. Yo le aplanchaba los pantalones a doña Cecilia. Y lo hacía a escondidas de Juan, mi esposo, porque no me daba permiso para eso. Le daba a mamá el pan, la botella de leche, la carne... Siempre fui muy orgullosa en eso. Yo no le pedía a Juan para mamá. Eso lo hacía desde antes, pero desde ese día en que me di cuenta que las bizantinas le ayudaban a mamá mi esfuerzo fue mucho máyor. Cuando doña Cecilia me preguntó qué me pasaba, yo, como soy tan 196

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poquita de corazón, me puse a llorar. Le conté todo. Ella le habló a don Fernando. Yo le dije que no me importaba que Juan no quisiera vivir conmigo, porque no me dejaba hacer nada. Le pedí prestados 50 pesos a doña Cecilia, que era un montonsón, y mandé a mi hijo Félix a comprarle de todo a mamá. Al día siguiente me llamó don Fernando, y me dijo que me había conseguido un trabajito limpiando el banco. Me pagaban 35 colones por quincena. Ese mismo día me entregaron las llaves. Uy, que si yo fui feliz... Estoy tan agradecida con el banco. Es que como María León, mi madre, como María León no habrá otra en Guápiles...

Apenitas tuve el trabajo... Apenas me dieron el trabajo en el banco, fui y le dije a mamá que si quería que le sacara una libreta donde el Chino Rubén o donde don León. Ella prefirió donde el Chino Rubén. Juan, mi esposo, era muy bravo. Por la casa pasaba una cerca, y él me decía, ´el día que me pasa por esa cerca, al otro lado, sin mi permiso, hasta ese día vivimos`. Pero resulta que cuando eso estaba trabajando en Sarapiquí. Estaba sacando una madera, y pasó un año sin venir a la casa. Cuando vino, viera què bravo. Yo sabía que hasta ese día íbamos a convivir, pero no podía hacer nada. Yo invocaba a la Reina de los Ángeles, porque si me dejaba, no tenía cómo mantener a tanto chiquillo. Así que le dije que si me dejaba, que se los dejara, porque de por sí ya estaban grandes, y me estaba necesitando más mi mamá. Por dicha que poco a poco fue entendiendo. Ella murió el 10 de marzo de 1969, el día que empezó el colegio de aquí (Colegio Técnico Agropecuario de Pococí), que cuando eso estaba en Los Diamantes. Yo le compré una casita a mamá en 300 pesos. Sólo Dios y Lobelia saben cómo pagué. Lo hice a puro coraje. Yo me di cuenta que la sucesión Quirós iba a venir a vender lo que tenían. Entonces yo le mandaba todo a mamá con Lobelia, mi hija, porque, diay, Juan Félix no me dejaba salir. Un día, ella me dijo que mamá estaba llorando porque le vendieron la casa. Cuando Juan llegó a las 3, le pedí permiso para ir donde mamá. Cuando trepé la grada de la salida de la casa, me encontré a una señora que se llamaba Chavela Miranda, y ella me contó que los Quirós habían Camilo Rodríguez Chaverri

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vendido. Apenas llegué le dije a mamá que porqué no me había avisado. Ella me dijo que yo no podía pedirle a Juan para ella. Pero nos fuimos donde las señoras Quirós, y yo le dije que se la pagaba. Juan me preguntó después qué había pasado, y me dijo que María, mi mamá, podía vivir con nosotros. Pero le dije que no, que mamá no iba a vivir arrimada a nadie mientras que yo fuera Elena.

¿Que como hice para pagar? Yo rompí una alcancía. Tenía 35 pesos, y tenía un anillo y una cadena. Me fui para donde Doña Iluminada, la mamá de los Wachong, y ella me dio lo que me faltaba para que fueran 45. Ella tenía la pulpería donde ahora está ´El Tornillo`. Así como le cuento, poquito a poco fui pagando la plata. La pagué en mes y medio. Nadie sabe con los sacrificios que pagué esa casita. Siempre hice esas cosas a escondidas de Juan. No era nada malo, pero yo no quería que él se diera cuenta. Bueno, no sé cómo explicarle yo cómo es aquello ahora, porque desde que se murió Juan, no salgo ahí al centro. Resulta que a la par quedaba otra casa, no sé cómo fue, pero la compré, compré esa otra, para Lobelia, mi hija. Esa vez sí me prestó la plata Juan. Después de todo, Juan estuvo 10 años de Jefe Político, y me contaba don Fernando, el gerente del banco, que le llegaban a pedir mi trabajo, porque Juan estaba de político, y seguramente yo no iba a trabajar más. Nada de eso. Juan con su jefatura y yo con mi trabajo. Le dije a don Fernando que estaba trabajando por el pan de mi madre, no por Juan ni para Juan.

Para el Día de la Madre y para Navidad... El día de la Madre yo le mando regalo a doña Cecilia, la esposa de don Fernando, la que me daba los pantalones para aplanchar y que después me ayudó a conseguir el trabajo de miscelánea, y para Navidad también les mando regalito. Yo le aconsejo a todos darle a la madre todo lo que puedan, porque eso es lo más sagrado que uno tiene en la vida. Uno nunca es huérfano 198

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de padre. Uno sólo puede ser huérfano de madre. La madre es una bendición de Dios. Sólo un Dios hay, y Dios lo ve todo. Sin el poder de Dios no se mueve ni una hoja. Por eso Él sabe que nunca he pasado hambre. Claro que he sufrido y que he tenido sacrificios, pero estoy tranquila de conciencia y no me falta la comida. Ahí voy, ahí voy... Tengo dos casitas, una en Guápiles y otra en Cuatro Reinas de Tibás, que compré cuando vendimos unas accioncitas que teníamos Juan y yo en una finca. Con lo que me tocó pagué la prima. Y después terminé pagando 10 mil pesos por mes. Esos techos son para toda mi familia, para que no pase una mala noche nadie de mi familia. Casi ni voy, pero me pude dar el gustico de tener una casa que compré yo misma.

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Clara Luz Elizondo Guarín Pase directo a la historia Habla con los ojos y con toda la cara. Es un personaje. Uno lo sabe con sólo verla reírse o al hablar con ella dos minutos. Es que en ella se combinan historia, encanto y leyenda. Doña Clara Luz Elizondo Guarín, mejor conocida simplemente como doña Luz, es la hija de la Negra Elisa, una legendaria mujer guapileña que fue la nana de Daniel Oduber. Además, el papá de doña Luz, Don Reyes Elizondo Méndez, fue el hombre de confianza del papá de Don Daniel, Don Porfirio Oduber. "La mamá de don Daniel se llamaba Ana María Quirós. La historia es muy triste: cuando estalló la guerra mundial, a don Porfirio le quitaron la finca Los Diamantes, que llegaba hasta Punta de Riel. "Yo nací aquí en Santa Clara, y todo el tiempo estaba en la casa grande de Los Diamantes. No era la casona de ahora, pero estaba ahí mismo. Era de teja, y de alto. "Mi familia tiene una enorme historia de servicio a las grandes familias que venían a la zona. Mi abuela, Victoria Borbón Fernández, era la nana de los Espinach, de Olga y Eduardo, y la empleada de la mamá de ellos, doña Elena Aragón de Espinach. "Además, esa famosa Victoria Borbón Fernández, mi abuela, era la partera, la rezadora y la doctora. Y otra señora que se llamaba doña María Alvarado era la segunda", cuenta Doña Luz. Esta simpatiquísima señora recuerda los tiempos en que vino el primer médico a la zona, que fue Arturo Puertocarrero, quien trabajaba en Siquirres, y tenía allá consultorio y farmacia. "Si no, había que ir hasta donde el doctor Moreno Cañas o donde el doctor Calderón Guardia, en San José. Una vez, Moreno Cañas le sacó un frijol del oído a un hermano mío, Audulio, que tenía 3 años de tenerlo ahí. Dicen que si no se lo hubiera sacado, se hubiera vuelto loco. "El primer médico que llegó aquí a vivir propiamente en Guápiles fue un señor Peña Murrieta, que era peruano. Estuvo cuatro años. Fue todo un acontecimiento, porque los otros no aguantaban nada, ni un mes. "Ese doctor se vino porque en Perú hubo un destierro, el más amigo de él era un doctor Ponce. Hay una historia terrible de ellos. Estaban la famosa soda Palace, habían tomado mucho licor, querían irse para su país y estaban discutiendo cómo hacerlo, en eso se enojaron, se 200

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pelearon, y Peña Murrieta le hizo una herida a Ponce y lo mandaron para la cárcel. "Ponce estaba grave, y Peña quería operarlo para salvarle la vida, pero no lo dejaron operarlo. El otro murió. Él se defendió solito en el juicio, y de castigo lo mandaron 4 años para Guápiles. Este pueblo era usado para destierro".

Los dueños de Guápiles Doña Luz recuerda que muchas familias de la alta sociedad de San José tenían fincas aquí y venían a pasar vacaciones. Por ejemplo, de la Finca Los Diamantes, que administraba Porfirio Oduber, y era uno de los socios, también tenían acciones los Uribe Pagés, los Mezerville y los Goicoechea. "Había una pila y venían las Uribe y las Quirós a bañarse. Esas Quirós eran primas de Daniel, quien era gemelo. El hermanito tenía una discapacidad. "La mamá, doña Ana María, tenía mucha confianza con mi mamá. Los problemas empezaron cuando se acabó el mercado para el hule. Y se tuvieron que ir. "Después de eso, la finca fue administrada por el Banco, y en ese tiempo conocí a doña Estrella Zeledón, la esposa de Rodrigo Carazo, porque el papá de ella, don Jorge Zeledón, era el administrador. Se tuvieron que ir porque su esposa, Doña María, tenía alergias y sufría por las mordeduras de zancudos. Estrellita era indita, chiquita, menudita. Me acuerdo de ella como si fuera ayer. Mamá era la nana de ella, porque ella se quedó ahí en la finca. "Cuando se fueron, vino Guillermo Nanne, y quitó a mi papá. Lo maltrató mucho. Ahí empezó el tiempo duro, porque después de eso, a mi papá lo mataron".

La tragedia "La muerte de mi papá fue la primera muerte fea de Guápiles. Lo asesinaron de manera horrible. Fue un nicaragüense, el 31 de diciembre de 1932. Lo enterramos el 1 de enero del 33. "El nica lo acribilló. A papá le metieron 22 puñaladas. Había sido el juez de paz y se había comprado algunos enemigos poniendo orden", Camilo Rodríguez Chaverri

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cuenta, muy dolida, doña Luz. Pasa a hablar de su mamá, la legendaria Negra Elisa: "aquí la querían mucho. Miguel Salguero venía a cada rato a hablar con ella. Se crió en San José con Mario Echandi, con los Tapia y los Mora. Conoció a Don Pepe muy chiquita. Murió en el 95, había nacido en 1901. Era una mujer especial. Tenía mucha confianza con Figueres, Daniel, Echandi, el Doctor Moreno Cañas y el doctor Luján, de la Maternidad Carit. "Cuando la gente llegaba aquí, no había hotel, así que mi mamá les daba posada. Ahí dormían los visitantes, comían y se iban. Nadie le pagaba nada. "Mi mamá llegó aquí en 1911, de 10 años, y en 1914 se casó con mi papá. La casó el Padre Thiel, que estaba aquí desterrado. Tinoco lo mandó para acá y a mi papá lo mandó para La Uvita, y lo tuvieron allá en el cepo. "Cuando eso no había ferrocarril, había que pasar el Toro Amarillo. Cuentan que cuando lo pasó el Padre Thiel, lo hizo en una mulita, y después todo el mundo quería pasar en la mulita porque decían que estaba bendita. "La gente que venía a la zona, entraba por la picada de Carrillo. Los Esquivel, los Quintero y los Elizondo entraban por ahí. Ese río era muy temido. Recuerdo que la primer persona que trató de venir en moto, se fue con todo y moto".

Muy duro "Somos 16 hijos, el mayor murió porque lo mordió una terciopelo de dos metros y medio. Fue un miércoles santo. Se fueron a matar palomas con un balabú, y mi hermanillo iba de último. Por eso fue que la bicha lo agarró. "El papá fue a buscarla y la mató, y la quemó. En ese tiempo el tren se iba y volvía hasta el día siguiente. El día que lo mordió fue el día que salió el tren, Lo inyectaron con el suero antiofídico, pero no fue suficiente. Murió de 7 años. Un viejo brujo le dijo a un tío que había un secreto indígena. Por eso le echaron siete guacaladas de agua fría, y yo creo que murió más de la fiebre, que de la mordedura. "Estudié en la Escuela de El Caimitazo. Mi primera maestra fue Emilia de Mangel, esposa de Enrique Mangel, quien era conductor del 202

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tren. Después estuvo Graciela Castillo, la esposa de Ricardo Feo, de la casa de Numancia, y doña Julia Porras. El primer director que hubo aquí se llamó Federico Rodríguez. "Yo llegué hasta Cuarto Grado, porque después me fui para Puerto Cortés a buscar a mi mamá, que se había ido de nana con unos gringos para ganarse una plata para nosotros. Me fui a buscarla con uno de mis hermanos "Pasábamos de noche el río Terraba. Nos pasaba el papá de Marielos de Carballo. Se llamaba Isaías Baltodano. Íbamos al cine en Puerto Cortés. Doña Lorenza, la mamá de doña Marielos, y sus tías, eran muy admiradas y estimadas. "Al final me casé allá, el 19 de diciembre del año 41. Me tocó casarme dos veces, porque primero me casó un cura alemán y se lo llevaron por la guerra mundial. Al final no aparecieron los papeles "Una gata se había cagado en el acta de matrimonio y yo la había tenido que botar. Lo recuerdo porque la tenía guardada en medio de una novela que yo leía. Me encantaban las novelas de Vargas Vila, Julio Verne y Alejandro Dumas. "Todas las noches les leía a mis hijos ´Las mil y una noches´ y las revistas de ´Selecciones´, que eran más gruesas que ahora. "Ah, bueno, le termino el cuento del doble casorio. Cuando nació una de mis hijas, mi marido estaba tan bolo, porque se había tomado unos tragos, que no se dio cuenta que sólo le pusieron mis apellidos. "Y a la hora de sacar el bachillerato, ella no quería salir como hija natural, así que nos fuimos a San José a arreglar el asunto. Había venido mucho cura cubano por la guerra de allá, y uno de ellos nos dijo que lo mejor era volvernos a casar. Fue en la iglesia de La Dolorosa. "Desde ese momento se me sube la presión. No sé qué fue lo que pasó. En medio de la boda me desmayé. Cuando me desperté estaba en una cama de la casa cural. Seguramente fue por miedo a Dios por eso del doble matrimonio. De ahí para acá tengo presión alta. "Viera que nosotros vivimos mucho tiempo en Manila, por el lado de Siquirres, porque el gobierno americano sembraba abacá para la guerra".

Don Rafael Cong Después de que su papá murió, la Negra Elisa se casó con Don Rafael Cong, quien tenía panadería y sala de cine mudo. "Yo vi todas Camilo Rodríguez Chaverri

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las películas de Tarzán mudo, de Ramón Navarro, Rodolfo Valentino y Conchita Montenegro. "La primera película parlante que dieron fue ´Sombras de gloria´, pero esa fue en el Raventós, en San José. Me pintaron para que me dejaran entrar. "En ese tiempo se escuchaba por radio el programa de Los Tres Villalobos. Y todo el mundo salía a ver el tren, porque eran las máquinas de vapor, la 53, la 54, la 56 y la 59. Aquello era todo un acontecimiento. "El primer televisor que trajeron estaba en Los Diamantes, y pagábamos 10 céntimos para ir a ver ´La isla de Gilligan´, ´Valle de pasiones´, ´La indomable´, ´Mi cielo eras tú´ y ´Mi marciano favorito´", cuenta Doña Luz. Cuenta que don León Cortés era muy querido en la zona porque, siendo él ministro de Fomento, había dado los terrenos para las colonias de San Rafael y Suerre, por lo que se dio la primera migración puriscaleña. "Decían que León Cortés era el lobo humano, porque había una película que se llamaba así y el personaje se parece a él. Mi esposo era ulatista, pero como eran pocos habitantes en Manila, entre ese pueblo, y los de El Encanto y La Perla apenas éramos 45 ulatistas. "Llegaban los trenes a Manila a llevar gente calderonista, y él tenía que esconderse. Él estuvo en la guerra del 48. En ese mismo año, cuando decían que Calderón se iba a meter por la Barra del Colorado, alistaron a los ulatistas, y mi marido se puso a prestar servicio "Fue entonces cuando mataron al Padre Quesada, al Doctor Facio y a un enfermero, al lado de El Murciélago. En otro lado mataron al Ñato Quesada", cuenta doña Luz, quien después se devolvió para Guápiles, y aquí crió a sus 10 hijos, siete varones y tres mujeres.

Familia con historia "Desde entonces vivimos en esta propiedad que perteneció a los hermanos de mi papá. Este terreno pertenece a mi familia desde 1890. "Mi papá y sus tres hermanos llegaron de San Isidro de Coronado a tender la línea de teléfono, y se quedaron aquí. De casa Numancia hay un camino que sale arriba, y ellos lo hicieron empedrado, como los romanos "Cuando llovía y llovía, mi papá se iba hasta Siquirres por la línea del tren, a caballo, y le ahí para allá por el cerro San Antonio hasta 204

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Turrialba", dice muy digna doña Luz, quien ahora pasa parte del año en Guatemala, donde viven dos de sus hijos, René y Norman; mientras otras temporadas las pasa en Cuatro Reinas, donde su hija Damaris. Después de todo se hicieron pata caliente, porque su esposo, Don Juan Rafael Quesada, también pasa semanas enteras en Barva, donde otra hija. Sin embargo, nunca se han desprendido de Guápiles, y reconoce doña Luz que eso sería como desprenderse de parte de su alma.

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Doña Blanca Rosa Arias La partera de la zona Empezó a atender partos cuando tenía 16 años. En sus mejores tiempos, atendía ocho partos por noche y cuatro partos por día. Si a eso le sumamos que tiene 56 años de vivir en Guácimo, podemos imaginar que más de la mitad de los adultos nativos de la zona debieron llegar al mundo en sus brazos. Doña Blanca Rosa Arias Flores tiene una ternura muy especial. Tuvo 15 hijos, pero sólo 9 están vivos. "Era demasiado el trabajo de partera. Venían mujeres de Guápiles, de Jiménez, de Siquirres, de Matina y hasta de Limón y Turrialba. Es que, gracias a Dios, tenía buena mano", dice Doña Blanca. Es que la gente corrió el cuento de la famosa partera de Guácimo. "Aprendí de mi mamá, que fue la partera de Guápiles y Jiménez. Se llamó Antonia Flores Sandí, pero sólo le decían Toñita. Atendía en la finca Numancia, y los médicos le tenían tanto respeto, que si llegaba una señora explicando lo que Toñita decía de su embarazo o su parto, eso era lo que tomaban como cierto". Dice que ha aprendido tanto que el médico Diego Alvarado (dirigente comunal de Guácimo) quería llevársela a trabajar con él. "Mi casa parecía un hospital. La gente le decía la Sucursal Número Dos. Calcule que cuando los doctores llegaban al Puesto de Salud ya iban saliendo de mi casa hasta seis señoras". Ella recuerda esos tiempos con mucho cariño. "Nunca se me murió una criatura, a pesar de que las mujeres siempre venían a caballo o por la línea del tren. Algunos me nacieron con problemas o limitaciones, pero siempre hubo cómo sacarlos adelante", recuerda doña Blanca, quien tiene 71 años, 36 nietos y 4 bisnietos. Ella sigue frente al parque de Guácimo, como parte de la historia y el paisaje de la comunidad.

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Doña Aidé Guarín Borbón La Negra que todos queremos Su alegría y su encanto son un emblema del pueblo. La gente la quiere mucho y la recuerda como el personaje que nos trae al presente muchos años del pasado de la zona, con el tren y la vida a los lados de la línea. Doña Aidé Guarín Borbón, conocida por grandes y chicos como la Negra Aidé, nació en Guápiles hace 73 años, justo donde ahora está el supermercado Super Rinde. Y crió a once hijos, de los que han muerto dos. Estuvo en la escuela que se instaló donde estaba el hospital de la bananera y recuerda que el tren llegaba un día y se iba hasta el siguiente. Conoció las monedas de oro, y se lamenta porque nunca se le ocurrió guardar una. "Eran los tiempos en los que mandaban los bananos en racimos, no como ahora que usan cajas. Mi papá tenía una finca y mi abuelito fue un agricultor desde muy pequeño. Aquí uno andaba arriando ganado y dejando almuerzos. Ahora no se trabaja como antes, cuando aquí llovía seis meses seguidos. Los ríos se llenaban y no permitían el paso. Entonces nos quedábamos sin comida en el pueblo. El finado don Nacho Cruz, que fue tan querido aquí, prestaba el trapiche para que la gente moliera caña, y le regalaba dulce al que no tenía", cuenta la Negra Aidé.

El respeto era lo primero "Eramos ocho hermanos, pero dos murieron. Nos criamos juntos y nos tratábamos con mucho respeto. Ni siquiera le hablaba de vos a mis hermanos. Nunca, Dios guarde. Es que existía un respeto que ya desapareció. Ahora los hermanos pelean mucho", argumenta La Negra, quien considera que su papá no era muy bravo, pero su mamá sí. "Aquí había mucha honradez. No existía tanta prostitución como ahora. La prostitución llegó con las bananeras. No habían maleantes. Calcule que la puerta de la casa estaba tan mala que se cayó, entonces la dejábamos apenas puesta por las noches. No había peligro", apunta.

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Lo compartíamos todo "Aquí se compartía la leche y el queso. Era poca la gente que había y todos eran muy hermanables. De esa época sólo quedan la casa Numancia, la casa de la Finca Diamantes y la casa de los 'Calancho'", recuerda La Negra Aidé. "Cuando era una jovencita se armaban unos grandes bailes donde estuvo el Polaco (Don León Weinstock). Eran los sábados. Empezaban a las 7 de la noche y a las 9 y media ya había que ir buscando casa, porque a las 10 apagaban la luz. Si hacía una luna bonita y no estaba lloviendo, los hermanos Chaves, Ricardo y el finado Uriel, montaban serenatas con la ayuda de 'Moncho' León, quien también está en la presencia del Señor", recuerda este simpático personaje de nuestra historia.

Su compañera inseparable "Me acompañaba siempre mi amiga Teresa Cabrera, quien ahora se dedica a cuidar niños abandonados o con mamás que tienen que trabajar todo el día. Había una gran plazoleta por donde ahora hacen la feria del agricultor, y ahí organizaban los turnos. Hacíamos rejuntas de plata y traíamos a la Banda de Limón. "Es que viera cómo disfrutábamos en esos tiempos. Eramos muy alegres y andábamos haciendo travesuras. Recuerdo que en el Puesto de Salud trabajaba un mudito y nosotros le hacíamos la vida imposible porque le robábamos marañones de un palo que estaba detrás de la casilla donde atendían. Era furioso pero de nada le servía enojarse", cuenta, muerta de la risa. "También en la entrada de la escuela había una arboleda cargada de frutas, y el guarda, don Chico Vindas, lo correteaba a uno. Era un viejillo muy simpático y que fumaba puro". "La estación del tren estaba al frente de la Botica de Don Noé (Farmacia San Roque). Era un edificio de dos pisos, y ahí se reunía la gente, porque el tren era el corazón del pueblo", explica.

En favor de los pobres "Desde ese tiempo en la Unidad de Salud, entendí que debemos estar al servicio de los demás. Por eso, cuando estuve en la escuela, le ayudé a muchos muchachos de colegio que eran muy pobres. Para que no pasaran 208

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hambres, yo les dejaba un 'gallo' y se los pasaba por un huequito". "Iba a las carnicerías y a las verdurerías para que me regalaran lo que pudieran, y con la ayuda de todos les daba un mejor 'gallito'. Qué lindos que son los recuerdos, y no vuelven, no vuelven jamás", confiesa melancólica, mirando al frente, a una pared de madera vieja. Pero de inmediato reacciona, se echa una risita como canto de batalla. Entonces recuerda que donde está ahora el hospital había un mangal, y desde que era chiquilla venían encantados a comer mangos. "Disfrutábamos mucho y nos pegábamos unas grandes comidas".

Tiempos difíciles "Cuando la gente que no era del centro de Guápiles tenía que enterrar a alguien, había que traer el ataúd en hombros o en una carreta. Es que no habían caminos. Ir de La Colonia a Guápiles, por ejemplo, era una aventura. Recuerdo que cuando sacaban maíz, venía la gente de La Colonia y desde lejos se escuchaban las carretas. Yo les conocía el sonido, y ya sabía cuál era la de Don Cipriano, y cuál de Don Colón, que realmente no se llamaba así, sino Don Lázaro, pero por ser colombiano le embarraron ese apodo", cuenta la Negra que todos queremos. Cuando chiquilla lavaba ropa ajena y planchaba con carbón. Eran los tiempos en los que se engomaba la ropa. "Habían señoras que engomaban hasta los limpiones de la cocina. Es que en mis tiempos el orden y la limpieza eran lo más importante. Aunque la gente era más pobre, andaban vestidos sencillitos pero limpios y bien remendados, no como ahora",asevera la Negra Aidé, quien pertenece al selecto grupo de los imprescindibles, los indispensables de nuestra historia. Ella, junto a doña Elena León, Don Tino Zúñiga, Don Memo Méndez, Doña Paquita Cruz, Don Miguelón Jiménez, Doña Teresa Cabrera, Don Rogelio Alvarado, Don Miguel Cabrera y gente que ya se nos ha ido, como José y Ernesto Campbell, representan y recrean nuestra historia, esa historia que debemos estudiar, conocer y rescatar. Decir ¡qué viva por siempre la Negra Aidé!, es proclamarnos seguidores de nuestra historia y fieles devotos de Pococí, esta tierra a la que todos le debemos tanto. ¡Qué viva la Negra Aidé, es decir, qué viva esta tierra nuestra!

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Dámaso Centeno Un guapileño muy limonense Dámaso Centeno ha hecho historia en Guápiles y en Limón. Su nombre suena en muchas actividades de ambos pueblos. Se crió en Guápiles, donde llegó de 6 años. Su papá, Dámaso Centeno Cañas, iba deportado, pues fue telegrafista en Casa Presidencial durante los gobiernos de Calderón Guardia y Teodoro Picado. Después, los liberacionistas le dieron una única salida: Guápiles, cuando este pueblo quedaba a la vuelta del infierno, donde el Diablo perdió la chaqueta. "Cuando cayó el gobierno de Teodoro Picado, mi papá se quedó seis meses sin trabajo. Después, le dijeron que lo mandaban a Guápiles o nada. "Llegué de 6 años, con mis papás, y mi hermano mayor, Luis Eduardo. En Guápiles nació mi hermana, Luisa Mayela. En esa época, en el 48, Guápiles era un pueblito reducido. "Vivíamos al costado de la iglesia de Guápiles. El tren entraba dos veces a la semana. Después, el pueblo fue mejorando. Dependía del maíz. Si había invierno, se echaba a perder todo el maíz. "Ese tipo de economía generaba que hubiera una pobreza terrible en la zona. Cuando, todo el comercio de Guápiles se limitaba a cuatro negocitos. "Estaba Don León Weinstock con el comisariato, también don Rubén Sánchez, y Don Roberto Wachong. El de Wachong lo manejaba su esposa, doña Iluminada. Don Noé Cascante tenía farmacia, y don Rogelio Alvarado hacía todos los pantalones para los carajillos de la escuela. "Estuve en la escuela que estaba en El Caimitazo, donde antes estuvo el hospital de la compañía bananera. Entre mis compañeros estaban Carlos Argüello y Álvaro Aguilar, el hijo del señor Aguilar de Guápiles que mataron en el Codo del Diablo. "Estando en esa escuela, se quemó o la quemaron, nunca se supo. Entonces, hicieron unas aulas provisionales frente al Banco de Costa Rica, donde ahora están las canchas multiuso. "Fuimos a esas aulitas provisionales mientras construían la Escuela Central, en el gobierno de Otilio Ulate. Un detalle del que no hablan en Guápiles es que esa escuela debería tener nombre. No llamarse simplemente ´Escuela Central de Guápiles´. La escuela debería tener 210

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nombre. Sugiero dos nombres: Reinaldo Jiménez, un gran director de la escuela, o Margarita Alvarado de Esquivel, una insigne maestra. "Después de la escuela me fui para San José, con base en mucho sacrificio de parte de mis padres. Mi hermano y yo estudiamos en el Colegio Don Bosco. Vivimos en muchísimos lugares. Tenía que vivir con parientes. Por eso anduvimos por Paso Ancho y por Cristo Rey".

Conserje y portero "Después, mi hermano se vino para Guápiles, porque al ser mayor salió primero del colegio. Volví en el año 61. Ya era bachiller. Logré enrolarme en el Banco de Costa Rica. Don Fernando Madrigal era el encargado de la oficina. Empecé como conserje. "Cuando eso, Guápiles era un pueblito muy acogedor y muy organizado. Pertenecí a muchos grupos organizados. Fui uno de los fundadores de Expo Pococí. También recuerdo que en El Caimitazo iniciamos construcciones de la Junta de Educación. También le ayudé mucho al kínder de la escuela. "En Guápiles también se da mi vida deportiva. Jugué con el Pococí y con el Santos. Incluso, con el Santos estuve en segunda división. Era portero. "Estuve en el Comité Cantonal de Deportes de Pococí. Tuve varios equipos de güilas, y trabajé mucho asesorando y formando a chiquillos que llegaron, incluso, a primera división. "Me encanta recordar el Guápiles viejo, con la llegada del tren, de las 5 a las 6 de la tarde. En las vacaciones nos poníamos a ver qué turistas llegaban. "Me gustaría hacer un reconocimiento público a mi papá, quien durante treinta años fue secretario municipal. Hay un acuerdo de ponerle a la sala de sesiones el nombre de mi papá, pero creo que nunca se concretó. Ojalá se cumpla con esa disposición algún día. En el país no había un secretario municipal que hubiera estado con tantos gobiernos diferentes. "A otra persona a la que hay que hacerle un reconocimiento es a don Hernán Víquez, que fue diputado. Él consiguió el dinero para comprarle a Juan Rafael Sánchez el terreno donde ahora está el estadio Ébal Rodríguez. "Tengo muchos recuerdos del futbol en la zona. Mi papá fue presidente del Pococí, en los años en que Manuel Méndez Carranza manejaba el Santos y había un equipo que se llamaba el Independiente, Camilo Rodríguez Chaverri

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que era el equipo del cuadrante de Guápiles. "Papá también jugó futbol. Era de Liberia. Siempre jugó allá. Cuando llegó a Guápiles, fuimos los hijos quienes jugamos. Mi hermano Luis Eduardo jugó conmigo en el Pococí".

Cómo nació el estadio de Guápiles "La idea de don Hernán Víquez y de quienes gestionamos con él ese dinero, era comprar el terreno para que el Pococí tuviera su propia cacha. La plaza de El Salvador era muy mala. "Como jugadores empezamos a trabajar en la formación de la plaza en ese terreno, precisamente ahí donde ahora está el estadio. De esos años, recuerdo a un Don Manuel Méndez (qdDg), quien también estaba muy dedicado al deporte. Otro gran dirigente desde entonces y hasta el presente es don Rogelio Alvarado. En esos años, Don Manuel y Don Rogelio eran dirigentes que sacaban de su bolsa. "Recuerdo lo feliz que me puse cuando al complejo deportivo de los Juegos Deportivos Nacionales Pococí 2000 les pusieron el nombre de ´Rogelio Alvarado´. Don Rogelio se lo merece, así como hay que recordar el nombre de figuras como Manuel Méndez y Hernán Víquez. "Otro gran personaje de Guápiles que ha sido como un hermano para mí, y que personifica mis más bellos recuerdos de aquellos años es el locutor y periodista deportiva ´Coqui´ Bolaños, quien durante mucho tiempo fue locutor y jugador a la vez. Era un vacilón, porque apenas dejaba de jugar pasaba a ser el narrador de los partidos. "Al frente de donde está el estadio, había un aserradero, y una línea de burrocarril que llegaba hasta el centro. "A partir de 1983 fui ascendiendo dentro del banco. Llegué a ser agente de la oficina. Me vine a trabajar con una empresa en Limón. Trabajé como gerente de una compañía estibadora. "Es que después de la crisis de Carazo, los salarios de los bancos eran muy bajos. Me vine para Limón por una oportunidad. Se me triplicaba el salario si me venía para Limón".

Veinte años de ser limonense "Ya tengo 20 años de estar aquí, en Limón. Estuve en la estibadora como doce años. Después, estuve seis años en otra compañía. Ahora 212

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estoy en JAPDEVA como asesor en la presidencia ejecutiva. Antes de eso, estuve ocho años como directivo, desde el gobierno de Calderón hasta el final del gobierno de Figueres, del 90 al 98. "Me vine para Limón con mi esposa, Sonia María Arguedas Castro, quien falleció en 1991, dos días antes del terremoto. Murió de un cáncer fulminante. Ella era maestra, y por muchos años fue profesora del Prevocacional del Colegio Diurno. Ella lo fundó. Aquí en Limón terminó de estudiar, y se graduó en la Universidad de Costa Rica. "Tuvimos tres hijos, Dámaso Alonso, quien es jefe de operaciones de la empresa estibadora CADESA; David Alexander, quien es tesorero en Envaco, y Rebeca María, que trabaja con la empresa Kodak. "Me volví a casar. Mi esposa se llama Soveida Martínez Castro, y es de Limón. Ella es la Secretaria General de la Junta Directiva de JAPDEVA. Tenemos once años de casados, y con ella tengo dos hijos de crianza, Melania y Luis Eduardo", concluye don Dámaso, con la brisa del mar Caribe al fondo, y una mezcla del paisaje de Guápiles y del paisaje de Limón en los ojos del alma.

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José Manuel Salazar Navarrete Padre del desarrollo agrario El padre del ITCO y del asentamiento que hoy es el pueblo de Cariari, nos cuenta la historia de su vida. "Crecí en Barrio México, quedé huérfano de padre siendo un niño. Por eso, no pude ir al colegio. Me dediqué a trabajar desde muy jovencillo, y después participé en la Revolución del 48. "Después de la revolución se dio la coyuntura de que se podía entrar a la universidad sin haber ido al colegio. Entré a la U, y mientras estudiaba, trabajaba en el Banco Nacional, que era emisor de billetes, y lo fue hasta el momento en que se fundó el Banco Central, en 1950. Para la formación y los inicios del Banco Central me trasladé a esta institución y fui el primer inspector de Bancos que hubo, bajo la dirección de Jorge Arturo Brenes, Auditor General de Bancos, y el Gerente General, Ángel Coronas. "En el 54 se formó el INVU, el primer gerente fue Carazo. Antes, Carazo era Director Nacional de Economía del Ministerio de Hacienda, que en ese momento estaba en los altos del edificio de Correos. "Así que fui a hablarle cuando supe que iba a ser el gerente, y le dije que un compañero de nosotros quería irse a trabajar con él, y fue cuando me dijo ´no, no, quien quiero que se venga conmigo sos vos´. "Así que fui el segundo de a bordo. Estuve desde el primer día de labores del Banco Central, y luego estuve desde el primer día de labores del INVU. Era jefe del departamento financiero. "En el INVU estuve cuatro años, entre el 50 y el 54. Me tocó la compra de las primeras hectáreas de los Hatillos. "Después me fui a Brasil durante un año, y estudié en el Centro Superior de Enseñanza Getulio Vargas. Unas cosas que aprendí, de un profesor que venía de Harvard, fue en el campo de las relaciones públicas, así que me traje las enseñanzas para el INVU y publiqué una revista. "Algo muy curioso es que en la Escuela de Economía, siendo yo estudiante o profesor, conocí a Miguel Ángel Rodríguez; a Rodrigo Carazo, como te conté, y a Óscar Arias, y desde jovencillos, los tres decían ´voy a ser Presidente de la República´. Al otro presidente que conocí ahí, pero es otro caso, fue a don José Joaquín Trejos. 214

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"Don José Joaquín vino a la escuela después de especializarse en Estados Unidos. Él era el caso contrario: le salió la presidencia ocho meses antes, en un pacto entre Calderón y Ulate, con el lema de ´las manos limpias´. Don José Joaquín nos dio los cursos de Geometría Universitaria y Cálculo. Dos descubridores desarrollaron el cálculo, uno de ellos fue Isaac Newton. Yo era tan bueno en cálculo que incluso pensé que podía hacerme matemático... "Mientras pasaba todo eso seguía de muy amigo con Rodrigo Facio, que fue profesor mío en la Escuela de Ciencias Económicas. Era profesor de Doctrinas Económicas. Él nos hablaba de cómo se formó el pensamiento en Economía".

Del INVU al CNP "En eso promulgan una ley para reorganizar el CNP. Nombraron de gerente a don Elías Soley Carrasco, y él me llamó para ser subgerente. Ahí manejaba todas las importaciones de granos y de ganado. Tenía expendios para regular los precios en todo el país, y agencias de compras de productos a lo largo y ancho de nuestro territorio. "Fue una experiencia muy enriquecedora, como las juntas rurales. Me tocaba trabajar siempre con ingenieros agrónomos, campesinos y de refilón con abogados. Fue a partir del año 56. Tenía yo 28 años. A ese sistema lo hicieron desaparecer. "El CNP dueño de la Fábrica Nacional de Licores, y don Elías me dijo ´no quiero tener ninguna relación con eso´. Así que me delegó la administración de FANAL, que tenía su director. Empecé a aprender, todo era mercado y ventas. "Para eso trajimos un consultor puertorriqueño, y guiado por él compramos una finca de 30 hectáreas en Belén, que tiene las mejores aguas subterráneas. Pero por ese terreno pasaba el ferrocarril, y nunca se instaló ahí FANAL. Luego un diputado pasó una ley de que tenía que estar en Grecia, y así, el terreno de Belén terminó convertido en una finca recreo de los empleados del CNP. "Como te he contado, estuve en ciclos de cuatro años en algunas instituciones públicas, y después venía de profesor. Siempre tuve aunque fuera un cuarto de tiempo, unas horas en la universidad. "En esa época se redactó la ley del ITCO, la ley más grande que se había dado en el gobierno de Mario Echandi. Él vetó la ley. "Ahí es que entra en esta historia Fernando Salazar Navarrete, mi hermano, que es abogado. Él fue diputado del 62 al 66. Él había Camilo Rodríguez Chaverri

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trabajado en la campaña de don Chico. Don Chico era un hombrón. Era malhablado, pero siempre fue un gran hombre. Apenas quedó de Presidente, don Chico me preguntó, ´José Manuel, ¿usted qué quiere?´ Yo le dije que había que crear el ITCO. Mi tesis universitaria fue sobre el tema ´Tierras y Colonización en Costa Rica´. Don Chico me respondió, ´entonces, espérese, usted va a ser el primer gerente´. Igual que cuando ingresé al Banco Central o al INVU, otra vez entré con ´La Gaceta´ en la mano: de nuevo estuve desde el primer día de la institución. "Hubo un sesgo que le di al ITCO que fue realmente distribuir tierras, ahora se dedican a programas de titulación, pero distribuir tierras era lo esencial en ese momento, aunque los títulos no se dieran inmediatamente. Me parece que, en ese sentido, se ha desvirtuado la razón de ser de la institución. "Estuve en el ITCO con don Chico, con don Daniel (Oduber) y don Luis Alberto (Monge). En los años en que no estaba en el ITCO, volvía a la universidad. "Yo era decano y renuncié para ser jefe de campaña de Daniel Oduber. Yo era más cercano a don Pepe que a Daniel, pero en ese momento, Daniel era nuestro candidato. Yo estuve en todos los primeros congresos ideológicos del partido. Fui un dirigente de esos congresos, junto a Carlos José Gutiérrez (qdDg) y a Eduardo Lizano Fait. "Eduardo y yo tuvimos una gran amistad. Él tuvo un papel muy importante durante las primeras décadas de la vida de Liberación Nacional. Compartí durante los primeros congresos ideológicos y la redacción de la carta fundamental con el Padre Benjamín Núñez, de quien también fui muy amigo. Esos años, del primer y el segundo congreso ideológico del partido, fueron los años gloriosos del partido. Era cuando de verdad éramos creyentes sinceros de esas ideas que poníamos por escrito. "Como fui jefe de campaña de Daniel, él me puso en la lista de diputados por San José. Los dos primeros puestos los ocupamos Alfonso Carro Zúñiga y yo. Fui diputado dos años. Alfonso fue presidente de la Asamblea Legislativa y yo fui jefe de fracción. Recuerdo que me sentaba en la primera silla, y del otro lado, en la primera silla se sentaba Rafael Ángel Calderón Fournier, que cuando eso era un chiquillo y ya se sabía que iba a ser Presidente de la República. "En esa época bajo la guía de Daniel Oduber, fuimos verdaderos negociadores. Daniel fue el presidente más parlamentario que he conocido. Él mismo negociaba todo. Dedicaba gran parte de su pensamiento a su actividad parlamentaria. Cada semana almorzaba con 216

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algún líder. "Así se consiguió la creación del Puerto de Caldera, y la de Asignaciones Familiares,. Esa es la magia que hay en negociar". La pasión por el desarrollo agrario "Dos años después me fui para el ITCO porque Daniel me lo sugirió. En mi familia me dijeron, ´qué bruto, con lo que cuesta ser diputado...´. Pero lo del ITCO es algo que llevo marcado en mi historia, en mi corazón. "Daniel me tenía una confianza enorme. Por eso, no me puso ningún ministro encima. En el ITCO trabajamos con tanta libertad que fue cuando se compró más tierras en todo el país. "Antes, trabajábamos con mucha soltura. Ahora, hay todo tipo de controles. Sin embargo, nunca ha habido más irregularidades que ahora. "Estando de diputado me enfrenté a la United Fruit Company con una ley de expropiación de todas las tierras incultas. El bloque principal estaba en la Zona Sur. Así fue como creamos Coto 47. Tomamos unas tierras que llegaban hasta la frontera con Panamá. Esa franja la sembramos de laurel. Eran 30 mil hectáreas. "Curiosamente, también hice amistad con el hombre más importante de la United, que era Richard Jonhson. Incluso, él nos vendió la semilla para sembrar palma aceitera. El primer semillero fueron 30 hectáreas de matitas. De todo corazón se lo agradezco a Johnson. "Además, en el otro extremo del país, hicimos un trabajo muy interesante. En todo Sixaola formamos una empresa mixta entre la United y el Estado costarricense. El trato era mitad y mitad. Estuve en la junta directiva de ese consorcio que creamos. Íbamos allá en el avión de la compañía. Fue un período de aprendizaje para mí. "Toda esa zona estaba llena de campesinos, y les ayudamos para que se convirtieran en agricultores, en productores. "Después, durante el gobierno de don Luis Alberto trabajé con el rango de Ministro de Desarrollo Agrario. Luis Alberto y Don Chico me ayudaron. Sin embargo, debo admitir que el hombre más interesado en distribuir la tierra fue Daniel. "Así estuve, entre los altos cargos y la universidad, hasta que me pensioné. "Creo que el desarrollo agrario tuvo un gran momento histórico. Fue un privilegio para mí estar involucrado con el ITCO en esa época. Todo se hizo con base en la ley, sin violar la propiedad privada. Aún ahora, hay muchos propietarios que estarían dispuestos a vender sus tierras Camilo Rodríguez Chaverri

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para que las distribuyan. Hay muchas actividades en mala situación, la ganadería, el café... Pero debemos creer en el agro, porque es parte del alma, del ser costarricense. Para mejorar la distribución de las tierras, habría que dedicar muchos más recursos. "Otra gran cosa que comenzó con el ITCO fue la creación de parques nacionales. Costa Rica ha sabido crear instituciones en momentos en que hay retos históricos. En ese momento, el reto fue decir ´aquí no entrará nadie: estas tierras serán para parques nacionales´. "El primer parque nacional creado fue Cabo Blanco. Ahí había un departamento del MAG, yo llamaba al director y le decía ´aquí tengo tal finca, vamos a verla´. "Se le dio tierra a 60 mil familias. Hay gente que cree que la tierra se volvió a concentrar. Eso no es cierto. Es cuestión de ir a ver a Cariari, por ejemplo. En Cariari se concreta lo que para mí era el ideal: crear regiones de desarrollo, democratizar la propiedad y distribuir la tierra. Un pensador argentino dijo que ´gobernar es poblar´. Eso es lo que se hizo con base en el ITCO en algunas regiones, como Coto Sur, Cariari, Río Frío y Sixaola. "Claro. Te voy a confesar que es más fácil hacerlo en el Atlántico que en el Pacífico. El Pacífico históricamente tiende a las fincas grandes. Uno hace recorridos en Guanacaste y atraviesa inmensas extensiones sin gente, y sin gente no hay progreso. El progreso lo encuentra uno en el valle de Palmares, en el valle de El General, en Cariari, en San Carlos. ¿Por qué? Porque hay mucha gente. "Hay un gran poeta, José Coronel Urtecho, que le hace un gran poema a San Carlos. Era un gran admirador de Costa Rica, tenía un canal para salir al Río San Juan por Los Chiles. Vivía en una finca ahí, en Los Chiles. Ese poema sobre San Carlos habla de la cantidad de gente, de la cantidad de fincas y de la producción. "Yo fui a una gira a la casa de él con Daniel Oduber, Hernán Garrón, Óscar Arias y toda la prensa nacional. Salimos a las seis de la mañana de Los Chiles y llegamos a las 2 de la tarde al Río Sixaola en la frontera con Panamá. Nos fuimos por dentro, pasamos por La Unión de Guápiles, cuando caímos a la otra vertiente".

La Gran Serpiente Verde "Siempre me ha gustado escribir. No obstante, fue hasta después de viejo que saqué tiempo para hacerlo sistemáticamente. Hace unos años publiqué la novela ´La Gran Serpiente Verde´. Resulta que 218

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empecé a inclinarme por estudiar la ´Yunai´ desde hace muchos años. Así que coleccioné documentos y libros, hice incursiones, revisé los periódicos, y me metí de lleno en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en la que hay una sala de lectura. Más tarde, con base en toda la documentación, me entró la gana de publicarlo en forma de novela. Fue un atrevimiento. He tenido la gran suerte de que hay algunas personas muy cultas a quienes les ha gustado mucho el libro, entre ellos Rodolfo Gurdián, Alberto Cañas y Mario González. "Ahora, además de escribir, paso mucho tiempo en La Unión de Guápiles, donde tengo una finca. Me gusta mucho trabajar con tranquilidad. He estado en medio de los vaivenes de la política. Eso le genera a uno mucha presión. Por ejemplo, en el año 66, después del gobierno de Don Chico, cuando perdimos con Daniel, me quedé sin trabajo. "He jalado mucho hacia el Atlántico, especialmente hacia Guápiles. Cuando me encontré esas tierras, fue tanto el amor que nos inspiró que íbamos cada ocho días. Nos íbamos hasta Turrialba en carro, de ahí a Guápiles en tren, llegábamos a las 6 y media de la tarde, y nos quedábamos en una casita de un señor Molina. Quedaba al frente de las palmeras. Al día siguiente, salíamos de Guápiles hacia La Unión. Después, me hice un cuarto con baño y camarotes, ahí en el centro de Guápiles. Fue en el año 66. "Mis hijos estaban chiquillos. Nos íbamos todos y al día siguiente el único tren que entraba era el de las 10 de la mañana y salía a las 2 de la tarde. Era sólo un servicio diario. Entonces, si no salíamos a las 10 de la mañana, nos tocaba quedarnos en Turrialba, dormir ahí y tomar un bus hasta el siguiente día. "Ahora me queda a una hora de San José, terminé sembrando árboles, es lo que estoy haciendo, miles de árboles. "Teníamos ganado ahí en La Unión, pero una vez se me salió un toro, chocó contra un camión, era un toro de 700 kilos y me metió en un problema. Así que quité todo el ganado y hasta los cuatro caballos que tenía. "Ya no quiero nada que camine frente a una autopista. Me dediqué a sembrar árboles. La principal ventaja de los árboles es que no caminan, no hay que pensar en que se le pueden atravesar a un camión. Sólo que hay que esperar ocho o nueve años. Por ahora siembro chancho o botarrama. "Tengo dos hijos, José Manuel y Silvia. José Manuel fue Ministro de Comercio Exterior de José María Figueres, estudió Economía en Cambridge, Inglaterra. Una universidad de 800 años de historia. Ahora Camilo Rodríguez Chaverri

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está en el departamento de Comercio Exterior de la OEA en Washington, Estados Unidos. Es el director de ALCA. "Silvia estudió matemáticas y estadística, y está de gerente de una empresa que importa piezas especializadas para Odontología, que se llama Implactec".

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Doña Ana Borbón La primera mujer que se amarró los pantalones "Cuando llegué, venía con una licra, que me quedaba apenas para estos calores y estas incomodidades. Entonces todas las mujeres se asomaban por la ventana y se persignaban escandalizadas. Una mujer en pantalones, Dios mío, eso no puede ser, qué gran pecado." En medio de unas carajadas que parecen una la hermana gemela de la otra, Ana Borbón García cuenta cómo reaccionaron las señoras de Guápiles cuando hace cuarenta años la vieron llegar, recién casada y llena de ilusiones. Su costumbre de usar pantalones refleja el espíritu indómito y libre de una mujer que nació para hacer muchas cosas, unas a la par de las otras, pues su alma es como un nido donde deben anidar muchos pájaros a la vez. A lo largo de la vida, ha necesitado de las alas de todas esas aves que lo revolotean por dentro para salir adelante y cosechar éxitos en cuantas actividades se le ha metido participar. Cuando llegó a Guápiles, apenas pasaba de los veinte, era maestra y se había casado con un hombre que tenía muy claro su camino: quería convertirse en ganadero, y en uno de los más grandes. La travesía por el mundo para llegar a ser el fruto de sus propios sueños exigía, no obstante, trabajo y más trabajo. Y ahí iba a estar ella, siempre a su lado, haciendo yunta con el para salir adelante, como si quisiera demostrar con su vida aquella verdad inmensa que dice que detrás de cada hombre hay una mujer cansada. Se casó el 14 de Febrero de 1963. Y dejó su tierra, Heredia, para demostrarse y demostrarle a su marido, Carlos Luis Avendaño Bolaños y principalmente a la suegra, que podían salir delante de la mano, y con una voluntad inquebrantable. Aunque había estudiado francés y al principio impartió clases de ese idioma en el Liceo Mauro Fernández, cuando llegó a la zona debió conformarse con trabajar de maestra en la Escuela Central de Guápiles, y cuando nació el colegio Técnico Profesional de Pococí pasó a ser profesora de Educación para el Hogar, donde alegraría las aulas con su carácter extrovertido hasta que, a solicitud del Ministerio de Educación de entonces, pasó a ser asesora provincial de Nutrición. Camilo Rodríguez Chaverri

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En la escuela trabajó por la construcción de dos aulas que consiguió financiar gracias a sus gestiones en las bananeras. Luego en el colegio fundo la residencia estudiantil y el comedor. "Yo buscaba colchones y comida, y le debía plata a todo el mundo. El profesor Allan Soto hizo las camas, el guarda del colegio el "Cholo" Castro hizo el fogón, y me tocaba cocinar con la ayuda de los primeros muchachos, porque no había presupuesto ni siquiera para una cocinera, cuenta doña Ana, entre orgullosa y nostálgica. "Luego hice el aula de Corte y Confección con la ayuda de muchachas de especialidad. Nosotras mismas la chorreábamos", dice quien más tarde se convertirá en la primera encargada del grupo de bastoneras del colegio, así como la de la estudiantina y diario de la institución. "También tuvimos un proyecto de plantas medicinales y un rosal, y nos encargábamos del embellecimiento de las aulas", explica doña Ana, quien recuerda sonriente la ocasión que consiguieron dinero para hacerle una casita a una anciana pobre y sola, que vivía en un tugurio, en condiciones infrahumanas. "Cuando la llevábamos a conocer la casa, la señora se puso furiosas porque le habíamos construido un sanitario y piso. Nos dijo como se iba a sentar ella en esa barbaridad, que prefería quedarse en con su excusado de hueco y su piso de tierra, que ese otro le iba a dar frió y ella no estaba para ponerse zapatos," y una carajada estrambótica concluye la anécdota. Una vez nombrada asesora de nutrición, se dedico a visitar y a conocer de cerca la realidad de los comedores de todos los rincones de la provincia. "Siempre cumplí con lo prometido en las escuelas. Siempre me preocupé por las escuelas más alejadas y nunca prometí lo que no podía cumplir, que es la mala costumbre de muchos ahora," argumenta con tono grave, para luego recordar que en una ocasión casi deja la vida en un río. "Venia de una de estas visitas y tuvimos que atravesar un río porque no había puente, había llovido muchísimo y el río estaba muy crecido. Casi, casi nos lleva". Pero su trabajo comunal no se enumera así no más. Trabajo para el Asilo de Ancianos y luego en los Scouths de Pococí, en el club de Leones y la Cruz Roja, así como presento, junto a la educadora María Elena Núñez, el primer proyecto de biblioteca publica. Y al mismo tiempo que hacía y deshacía en todo esto, cortaba pelo, jalaba almuerzos, y poco a poco fue amasando fortuna al lado de su esposo, que ha tenido en ella una muy buena compañera. Tiene cuatro hijos, Luis Carlos, Walter, Patricia y Diego, aunque 222

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la verdad, ha trabajado tanto por tantas luchas, que muchas obras e instituciones de la comunidad bien podrĂ­an ser tambiĂŠn sus criaturas.

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Doña Aura de Obaldía El tesón con enaguas "Pa´ lo que sí he sido buena es pal´brete. Imagínese que ya juntada, yo era chinamera. Andaba en los chinamos en la Expo, en la explanada, en la feria de cuando abrieron la carretera... También tuve cantina. Toda la vida trabajé. No crea que porque vivía con un hombre no trabajaba...". Es puro amor al trabajo. Ella sí se suda la camiseta. La ha luchado mucho por sacar adelante a su familia. Además, hasta que da gusto oírla porque habla a calzón ´quitao´... Doña Aura Madrigal Barrantes nació en San Joaquín de Flores, el 20 de noviembre de 1932. "Vine aquí de 8 años. Llegué a Roxana, y aquí he estado todo el tiempo. Mis papás se llamaban Marcos Madrigal Hernández y Adolia Barrantes González. De mis hermanos, fuimos tres hombres y tres mujeres. Ahora sólo quedamos cuatro. "Mi papá trabajaba el campo, y el tiempo que estuvo en San Joaquín era carnicero. Mi mamá era ama de casa. "No fui a la escuela. En San Joaquín nada más me enseñaron a leer. Ahora estaba aprendiendo más con doña Carmen de Cruz (qdDg), pero Dios se la llevó. Yo me dije para mí misma ´¡a la puta, qué tirada!´ Ella tenía un grupito de oración y me estaba entrenando un poquito más en la lectura, pero el de arriba es el que manda y me quedé bateada. "En mi juventud, ya de 13 años, yo sembraba maíz. Nos criamos en el campo, y de todo hacíamos. Recuerdo que sembrábamos yuca donde ahora es El Humo. Cuando eso eran tacotales. Ahora es un pueblo. Antes no existía el pueblo. Los tacotales eran de un negro, que le decíamos Samí. Papá le alquilaba y nosotros sembrábamos maíz. "En Anita Grande, donde está la Laminadora, tenía una finca mi papá. A pesar de eso, nos criamos muy pobres, porque cuando eso aquí no había nada de nada. No teníamos ni casa. Aquello era un rancho. Vivíamos entre Roxana y Anita Grande, cerca de Leesville. "Nunca me casé, pero me junté con Benedicto Obaldía Solares. Hicimos una vida llevadera. Él era de Heredia. Me llevaba 17 años. Murió en el 93. Nos conocimos aquí. Vine a hacer un mandado y aquí lo conocí. Trabajaba en el estanco del CNP. Él era el jefe de la región. "Yo tenía como 30 años cuando me junté. Ya tenía a los dos hijos mayores, a Wálter y a Chelín (Estarlin). Ellos son de apellido Smith. Estuve primero juntada un poquito con otro señor. Yo era así de buena 224

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pal´ brete (mueve las manos para arriba y para abajo) y él era muy vago. Por eso lo dejé. "Cuando me junté con Obaldía, Wálter tenía 4 años y Estarlin tenía 2 años. ´Oba´ y yo tuvimos dos más, Adolfo y Fabiola. Él y yo sí nos llevamos porque ´Oba´ era bien trabajador. "Pa´ lo que sí he sido buena es pal´brete. Imagínese que ya juntada con Obaldía, yo era chinamera. Andaba en los chinamos en la Expo, en la explanada, en la feria de cuando abrieron la carretera... "También tuve cantina. Toda la vida trabajé. No crea que porque vivía con Obaldía no trabajaba. "Cuando Luis Alberto Monge vino, yo fui la que le hice la comida. He hecho la cocina para muchas actividades de los Bancos. Vea como tengo las manos de cocinar (me enseña los callos de las palmas de las manos). "Al Partido Liberación yo era la que le cocinaba aquí en Guápiles. Llegué a hacerle al Partido Liberación 23 paquetes de arroz con pollo. "Por eso, me duele mucho que el partido nunca le ayudó mucho a Oba, jamás de los jamases. Sólo le estoy agradecido al doctor Solano y a doña Marielos, la esposa, que todavía están pendientes de mí. A ellos no tengo con qué pagarles. "Pero el resto del partido, nada, a ninguno le dio la gana de ayudarle a mi ´Oba´. Cuando murió Oba, nadie del partido mandó una corona de flores, sólo Solano y Marielos. Tanto que Obaldía hizo, yo le decía ´vos sos claridad en la calle y oscuridad en la casa´, de lo mucho que ayudó. "Además, ´Oba´ fue dirigente del colegio, ayudó a la junta de la escuela, trabajó con doña Anita Coto con los chiquitos del patronato, y en todo trabajó a cambio de nada".

La ´fuercié´ bastante "Uno no es que necesite demasiado, pero estuve en una época muy dura después de que murió Obaldía. Me iba pa´onde Solano, a cocinar y a venirme almorzada, porque aquí estaban las ollas peladas. Tuve que sacar a Fabiola del estudio. Se puso Fabi a limpiar casas, y hacíamos tamales, y en las tiendas nos compraban. "Terminó estudiando en San José. A veces se iba ella ayunando, si tenía la plata de los pases, no tenía plata pero ni para una empanada... Hasta la internaron en el hospital, porque se le bajaron las plaquetas de aguantar hambre, pero no nos dimos por vencidas. "Eso sí, casi me quitan la casa porque no habíamos terminado de Camilo Rodríguez Chaverri

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pagar la deuda. Decían que mi esposo ya era muy viejo para que me le dieran la póliza. "Un día me fui pa´la Defensoría de los Habitantes. Me tocó vender la plancha para poder agarrar para allá. Una doña me metió una larga y otra corta, y yo me le puse al frente, me arremangué la lengüa y le dije, ´venga, mamita, permítame decirle que yo vengo muy humildita de Guápiles, pero no le ladro al tren´. ¿Dígame usted que más le iba a decir? Si yo hubiera tenido plata no voy a la defensoría, pero me fui para allá porque estaba pasando hambres. "Creen que uno le late al tren. Esa vez salimos ponchadas. Yo venía mareada en el bus, del colerón. Me puse a rezar, y me fui con todos los papeles donde Chelín. Es que siempre fui tan devota del Nazareno, y vea si Dios es grande que qué milagro tan enorme que me hizo. "Me encontré a un amigo, iba como borracha porque se me subió el azúcar, y ese amigo, Poncho, que vendía helados Victoria, y que ahora se fue para Estados Unidos, me dijo que era muy amigo de don Víctor Mena, de la MUCAP de Cartago. "Se puso a hablar con el hombre, y al rato me dice ´vaya y duerma tranquila, Doña Aura, ya le autorizaron la póliza, le van a mandar a usted la copia del cheque con el que van a cancelar todo´. "Viera todo lo que yo he pasado: he sufrido mucho, pero la pulseo siempre. De diciembre pa´acá me ha ido muy mal, pero tengo un mes de estar muy bien, estuve mal, muy mal, pero Dios me tiene con vida, que es lo importante. "Para criar a mis hijos siempre trabajé, toda una vida, cuando no era chinameando era vendiendo en la calle. A mí qué me importa lo que la gente pensara. Los hijos de uno están primero, y siempre y cuando sea con honradez, cualquier trabajo es bueno. Como quien dice, cualquier pan es bueno cuando arrecia el hambre".

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Homenaje a Doña Zoraida Cordero, de Cariari La alegría también se lleva por dentro Lleva una vela de fe y esperanza encendida en el corazón. Y la luz se le sale por los ojos y en medio de la sonrisa. Tantos años en la zona la han convertido en parte del alma popular de Cariari, y sus luchas comunales le han llevado a un merecido trono de respeto y señorío. Junto a otra gran dirigente de la zona, junto a doña Celenia Cordero, esta señora de sonrisa mientras habla y ternura en su voz, se ha ganado un lugar muy especial en la historia de Cariari. Se trata de doña Zoraida Cordero, quien llego a Cariari hace 28 años, y desde entonces no se ha detenido en su incansable e insigne labor comunal. Cuando apenas iniciaba su odisea en el norte de Pococí, la lucha fue ardua, pues, venia de un lugar con comodidades y tuvo que retroceder de las facilidades al retraso. Venia de la zona sur, donde su marido el pionero Edgar Guzmán, había sido mondador de fincas bananeras por más de 15 años por lo que vivía en una de las casas de la compañía, con todas las ventajas que eso conlleva para una familia creciente. Y al llegar a Cariari, se encontraron con una casa más pequeña, sin luz eléctrica y con agua de pozo. Cuenta doña Zoraida que tenia que lavar en el río, en lo que aquí llamaban el bado, a la orilla del Tortuguero, y que en Cariari ni siquiera usaban bateas. "Aquí habían unas poquitas casa y desde el centro se reía la montaña. Me devolví en el tiempo. Tuve que volver a usar planchas de carbón y a dormir más temprano," cuenta doña Zora, como la conocen en el pueblo. Poco después de llegar a la zona, su marido, quien era el administrador de la bananera San Pedro, compró una finquita en el mero corazón de Cariari. Era en arriendo, pues, estas tierras pertenecían al Instituto de Tierras y Colonización (ITCO, ahora IDA), y cuando pudo, pidió un aumento salarial tan grande en la bananera que estaba seguro que lo liquidarían. Entonces doña Zora al lado de don Edgar, empezó a ser camino en la finquita. Sembraron hortalizas, criaron pollos y gallinas, y don Edgar se convirtió en el verdulero de las fincas bananeras. Recuerda doña Zora Camilo Rodríguez Chaverri

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que sus cinco hijos, hasta los más pequeños ayudaban en las huertas, y que le compraban la luz a un señor Julio Rodríguez, que tenía aserradero donde ahora está el centro de Cariari.

Su gran labor comunal Aunque siempre ha tenido mucho trabajo en su casa y ha apoyado mucho a su marido en sus labores, también le ha alcanzado el tiempo para obras comunales. Cuando llegó a la zona, los maestros no tenían casa, por lo que empezó a venderles la comida y a hospedar a algunos en su casa. Llego a encargarse de la alimentación de todos los maestros de Cariari, y a hospedar en su casa a tres de ellos, por lo que tenían que hacer un excelente uso del espacio en una casita pequeña. También se encargaba de alimentar todos los empleados del ITCO que atendían la zona. Entre ellos uno de los más jóvenes sigue siendo como su hijo. Se trata del empresario José Alberto Castillo, quien la sigue visitando y la sigue viendo como su segunda madre. Siempre ha estado al lado de doña Celenia Cordero en el desarrollo comunal. Doña Celenia era maestra y esposa del director de la escuela, don Ulises Campos. Doña Zora considera que ha sido muy importante para la comunidad contar con una mujer con la energía, el empeño y la visión de doña Celenia. Doña Zora estuvo en el patronato escolar varios años, y luego en la junta edificadora de la iglesia Católica. Después formaron un grupo de ornato en la iglesia, y más tarde junto a doña Celenia, establecieron un equipo de damas voluntarias para la clínica de Cariari. Luego doña Celenia inicio con la idea de la creación del Instituto Profesional de Educación Comunitaria (IPEC) y ahí estuvo doña Zora, siempre ayudándole en todo lo que pudo. Cuando las sacaron del IPEC y convirtieron a la institución en algo distinto a lo que ellas habían creado, doña Zora volvió a los grupos de la iglesia, hasta que iniciaron una nueva lucha, esta vez comandadas por la doctora Susana Barrantes. Se trata de la Clínica del Dolor de Cariari. Doña Zora es una de las personas que se parte el lomo organizando rifas, bingos, cabalgatas, cenas y hasta concursos de perros para que algún día la zona cuente con un lugar adecuado para atender a las personas enfermas en estado terminal. " Aquí tenemos la ventaja de que la gente es muy colaboradora. Cuando pedimos para una causa justa y noble, todos ayudan con lo poquito o mucho que puedan," explica doña Zora. 228

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Sensible y talentosa Doña Zora es una mujer llena de luz y ternura. Por eso, también ha sacado tiempo para cultivarse. Ama la lectura y le encanta escribir cursos de formación y crecimiento espiritual. Ahora también se dedica a la pintura, y saca su alma los colores que le han acompañado por siempre. Tiene cinco hijos, Luis Enrique, Álvaro, Xinia, Lisseth y Alberto, y ha ayudado en la crianza de sus nueve nietos, por lo que también le dicen mamá. Cuenta con orgullo que nunca ha dejado que existan diferencias entre sus hijos y otros muchachos del pueblo, pues, desde pequeños, los ha acostumbrado a relacionarse con toda la gente de la comunidad. "En el tiempo en que Edgar, mi marido, trabajaba en la bananera, yo nunca permití que se establecieran diferencias entre mis hijos y los niños de los peones bananeros. La diferencia de clase en las bananeras, es muy marcada. Hay una escuela para los niños de los administradores e ingenieros, y una mucho pobre para los niños del cuadrante. Yo siempre quise que mis hijos fueran a la escuela del cuadrante. Por eso es que nunca he permitido las diferencias. Si mi esposo invita a almorzar a alguno de sus peones, esa persona almuerza en la mesa con Edgar, como si se trata de alguien de la familia," comentó doña Zora. Esa conciencia social de doña Zora le ha rendido frutos a la zona. Ahora esta en una capacitación acerca del trato y manejo adecuado de personas enfermas acerca del trato y manejo adecuado de personas enfermas en estado terminal, en el Hospital San Juan de Dios y esta muy animada con la idea de visitarlos en sus hogares para ayudar a los familiares y prepararlos para los momentos más difíciles. También apoya a los muchachos de la pastoral juvenil de Cariari, organiza las comidas cuando tienen convivencias, y esta muy orgullosa de que puedan sacar un boletín con sus propios recursos. Además espera pronto apoyar a un grupo de muchachos que aman el bicicros y que quieren contar con las condiciones para desarrollarse en esa disciplina deportiva. Ella ayuda a los jóvenes porque sabe que es la mejor manera de prevenir el consumo de drogas y la prostitución que afectan a la zona. Doña Zora considera que los jóvenes deben contar con mejores espacios de recreación. "Cariari está urgido de una escuela de arte. Tenemos muchos talentos que se quedan en el camino. Hay que formarlos. Hay que llenarles el alma de sensibilidad. Aquí hay una Camilo Rodríguez Chaverri

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escuela de baile, pero eso no basta, falta teatro, falta pintura, para ellos, cosas de esa naturaleza," comenta esta mujer que ya se acerca a los 60 años, y exuda madurez y sabiduría. "Muchas escuelas pasan cerradas por las noche. Bueno ahí hay un espacio que se puede utilizar. Hay que apoyar a las personas con talento de la zona. Hay que ayudarles a los jóvenes para que puedan enterarse de qué es lo que quieren hacer en la vid. Los que no pueden ir al colegio también,"sostine. "Uno sale a la calle y no sabe en que esta tanto, muchacho. Ahora el IMAS le esta ayudando en Cariari a las muchachas con hijos, a las madres solas que tiene si acaso 15 años. Eso esta muy bien, pero, sobre todo, hay que regalarles el pescado solo mientras se les enseña a pescar. Enseñarles a pescar hace falta." "Es que cuando a uno le cuestan las cosas, sí que es bonito," dice sonriente, en medio del paraíso natural que ha construido en los alrededores de su casa. Está en una mecedora, de repente se percata que hemos hablado por horas, quizás se a pena algo de lo dicho, pues es, ante todo, sensata y muy prudente. Pero todo lo que ha dicho, así como lo que ha hecho en su vida, resumen la grandeza de corazón de una mujer que ya es parte sagrada de la historia de ese pueblo prospero y creciente que se llama Cariari.

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Doña Alejandra Sandoval La abuela de las tortillas Hablan las líneas que recorren su cara. Hablan sus ojos (más cuando los pela). Hablan sus manos cuando hacen tortillas. Habla su voz, que tiene un ritmo particular. Habla el pito dulce que le sale de la risa. Hablan sus canas. Tanto, que a veces habla poco. Doña Alejandra Sandoval Mena tiene 70 años, y tiene exactamente siete décadas de hacer tortillas. Ella es de La Cruz, Guanacaste. Allá creció. "Eeeeh, pito, éramos ocho hermanos. Mis papás se llamaban Juan Sandoval y Calixta Mena. Soy la mayor de los ocho hermanos, y tuve que trabajar mucho para ayudarle a mi mamá con los menores", cuenta esta mujer que no aprendió a leer ni escribir, pero cuyas manos escriben sobre el maíz la sabiduría que sólo da la vida. No pudo ir a la escuela, porque desde muy chiquita salía a vender atolillo, arroz de leche, cajetas, tortilla dulce, de todo lo que podía hacer... "Ya de 8 años andaba vendiendo de todo en el pueblo de La Cruz. Mis papás apenas medio ´pellizcaban´ para la comida. Uno pobre y con tanta criatura, la plata no rendía, pito", dice doña Alejandra. "Mi papá trabajaba al campo, trabajaba ´rondeando´ que llaman, haciendo rondas. Y mi mamá trabajaba en la casa, cocinando con fogón, a punta de leña. Aprendí muy güila y todavía me gusta. Por eso es que todavía estoy en la parrilla, echando humo", cuenta esta abuela de las tortillas, quien todavía trabaja ahumando carnes en el Restaurante La Ponderosa, en La Marina de Pococí. "Soy parrillera, y me siento muy orgullosa. Yo creo que este es el único negocio donde se hace carne al humo en Costa Rica": Le preguntó si se casó, y replica que casada nunca ha sido, pero "ajuntada" sí, con un hombre que se llamaba Juan Herrera, y que murió hace 5 años Tuvo once hijos, y terminó de criarlos sola, cocinando y lavando ajeno, pero, sobre todo, haciendo cositas de comer que sus hijos vendían igual que como a ella le tocó. "Vivía al día pero no los dejé morir de hambre", dice, muy digna. Y cuando se vino para Guápiles venía solita con los recuerdos de esa catizumba. "De los once hijos no los pegué todos, pegué seis, apenas, y se me murieron cinco. Se me murieron pequeñitos, muy chiquitos". Camilo Rodríguez Chaverri

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Hace 20 años se fue de La Cruz para Bellavista, porque ahí vivía la mamá. Y de Bellavista se vino para La Ponderosa, donde tiene 13 años de trabajar. "Aquí, en esta tierra, se me murió mi viejita. Por eso es que decidí quedarme aquí, y trabajar aquí, porque paso todo el tiempo trabajando y, mire, pito, todavía no me pide pereza el cuerpo "Siempre salgo bonita en las fotos, como va a creer que no, si eso es lo que soy, bonita", dice esta mujer de hierro en los huesos, quien ahora vive con el hijo menor, Yemil Sandoval. Él tiene 23 años, y ella lo tuvo de 47. "Fui operada de él, pero sólo de él", dice, enfatizando, como mujer del campo, mujer del monte, hecha para parir, para sufrir, para callar... Y, entonces, viendo su sonrisa, la belleza de sus arrugas, el gris de leña y fogón de sus canas, le pregunto qué es lo que más le gusta. "Diay trabajar, y pedirle a Dios que me dé fuerzas para seguir trabajando. Eeeeh... Eso es lo que más me gusta, pito".

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Doña Marielos Arce La mamá del Liceo de Pococí Ella fue la primera líder comunal que creyó en la importancia de que Guápiles contara con un colegio académico. Animó a un grupo de estudiantes a iniciar una lucha en favor de que hubiera una rama académica dentro del Colegio Técnico Agropecuario de Pococí. Esa rama académica se convirtió, a la postre, en el germen del Liceo de Pococí. Marielos Arce Ramírez nació el 5 de julio de 1950, en la pura mitad del siglo, en Barrio México, San José, donde se crió. Estuvo en la Escuela de Niñas República de Argentina, y en la secundaria en el Liceo San José, en Barrio México. Su papá, Don Rodrigo Arce Corrales, es un destacado dirigente comunal, que ahora realiza un gran trabajo en Barranca, Puntarenas. Su mamá, Doña Cecilia Ramírez Acuña (qdDg), le dejó un gran ejemplo, al igual que su abuela, Doña Carmen Acuña Zamora (qdDg), quien era su segunda mamá. "Somos siete hermanos, cinco mujeres y dos hombres. Mi papá es contador y mi mamá era ama de casa. Mi abuelita, que fue mi otra madre, durante toda una vida fue conserje de la escuela Mauro Fernández", dice Doña Marielos. Conoció a su marido, el doctor Edwin Solano, cuando estaban en el colegio. "Fuimos compañeros durante Quinto Año y también fuimos compañeros en la Escuela de Medicina de la Universidad de Costa Rica. Jalamos durante cinco años. "Apenas terminó la U, ´Chele´., (así le dice a su esposo, ´chele´ porque es la palabra ´leche´ al revés: él es muy blanco), apenas se graduó como médico, nos casamos. Yo no pude terminar. Es el precio que tenemos que pagar a veces las madres responsables. Cuando nació mi segundo hijo, José Andrés, tuve que dejar de estudiar por recomendación de la pediatra. El chiquito era muy enfermizo. Actualmente, mi hija mayor, Ana Cecilia, tiene 27 años; José Andrés tiene 26, y María de los Ángeles tiene 17".

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En Guápiles "´Chele´ se vino para Guápiles. Estaba haciendo residencia de medicina interna. Se vino para acá por unos meses para hacerle un favor al jefe de medicina interna. No había aquí quienes estudiaran medicina interna porque son cuatro años de especialidad en la Universidad de Costa Rica. Se termina Medicina, hay que ir al internado, luego servicio social, concursos y cuatro años más en la universidad. "Cuando ´Chele´ se iba a graduar fue que lo mandaron para Guápiles, en 1982. Ya tenemos 22 años de vivir aquí. ´Chele´ se vino para acá y terminó la especialidad. Yo vine a pasar unas vacaciones. Cuando ´Chele´ se graduó, tenía la puerta abierta para ingresar al Hospital Calderón Guardia como internista. Ese era el convenio que tenían ´Chele´ y su jefe. "Pero cuando vine a pasar vacaciones me gustó el pueblo, con ese magnetismo especial que tiene. ´Chele´ me dijo que lo había llamado el doctor, y entonces yo le dije que yo no quería que él se fuera para San José, que yo quería venirme para acá. Y, de una vez, él me dijo que me trajera todos los ´cherevecos´ para acá. "Nunca nos vamos a ir. Ya somos parte de la comunidad. Cuando apenas estábamos llegando fuimos miembros del Patronato Escolar de la Escuela Central de Guápiles. ´Chele´ era el presidente y yo era la secretaria. También trabajamos mucho para el comedor escolar. Le pusimos el piso a toda la escuela porque antes era de madera y tenía huecos. Se hacían huecos inmensos. Entonces, le iban poniendo un basurero a cada hueco. Llamé a un ingeniero del ministerio, y le pregunté que si se le podía montar planché a la escuela. Como me dijo que sí, empezamos a cambiar todo el piso. Luego, ´Chele´ estuvo en el comité que empujó la apertura de la carretera Braulio Carrillo y que organizó una feria apenas la inauguraron. También empezamos a trabajar en política en el pueblo. Siempre lo habíamos hecho en San José. Cuando estuvo de candidato Orlando Avendaño Castro, nosotros le ayudamos mucho. ´Chele´ y ´Orlandón´ fueron muy amigos. Que Dios lo tenga en su gloria, hizo un gran trabajo aunque aquí no hayan querido reconocérselo. Era profesor de matemáticas y fue fundador del Colegio de Guácimo".

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Cómo nació el Liceo de Pococí "Gracias a un movimiento estudiantil que vos organizaste, y que mejor lo explicás vos, nació una salida colateral, académica, dentro del Colegio Técnico Agropecuario de Pococí. Un día, me topé a la orientadora Isabel Jara y me dijo que no iba a darse esa salida colateral para quinto año porque la habían quitado. Le dije que no podía ser. "Ana Cecilia, mi hija, quería estudiar medicina y necesitaba una formación académica. Si iban al colegio, los muchachos tendrían que matricularse en el área técnica como todos, y por lo tanto les tocaría llevar luego hasta Sexto Año. "Llegamos a la siguiente conclusión: ´no hay que dejarlos entrar al colegio´.Llamé a una reunión de padres de familia. Entraban a quinto año el 7 de marzo, el día que cumple años Ana Cecilia. "Hice la reunión para ver cómo podíamos hacer para que estos muchachos no entraran a clases. Inclusive tengo hasta las actas del colegio, están las firmas de los primeros alumnos y padres de familia "Cuando llamé a reunión, hicimos una directiva. La conformábamos don Roberto, Sara, Patricia, Nora y yo (ver notas aparte). "Yo fui la primera presidenta. Empezamos a trabajar. Lo primero era que los muchachos no entraran al colegio agropecuario, y lo segundo era llevar la petición al Ministerio de Educación Pública. "Pedimos que dejaran la salida colateral. La inquietud de hacer el colegio la tenía yo desde hacía muchos años. No había donde meter a los muchachos. Por eso, de una vez hicimos la petición de fundar el colegio. "Vos habías organizado una huelga entre los estudiantes, Camilo, y ese fue nuestro caballo de batalla. Las personas de la directiva fueron incansables. Don Roberto y don Memo ayudaron a brazo partido. Todos dejamos las cosas personales a un lado. Me acuerdo cuando fui a dar el discurso a los alumnos del colegio agropecuario, para que todos nos apoyaran, se fueran a pasar o no. Tuvimos que buscar el apoyo de los estudiantes, en muchos profesores del área técnica nos hicieron la contra, andaban diciéndole a los muchachos que ellos se iban a quedar sin trabajo, sin plata para la leche de los chiquitos, algo que diez años se ha demostrado que era mentira, porque el colegio agropecuario sigue siendo tan grande como hace diez años. Es más, ahora tiene como cuatrocientos estudiantes más. "Cuando me paré a hablar ante la multitud de muchachos, pensé Camilo Rodríguez Chaverri

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´Espíritu Santo, metéme el casette para empezar a hablar. Así lo hizo. Por eso, me fue muy bien. "Había algunos políticos opuestos al proyecto sólo porque estábamos ´Chele´ y yo. Incluso, al ver que el colegio iba a ser una realidad, alguna gente quiso armar un saperoco. Primero nos dieron el permiso mientras los muchachos salían de quinto año. "Hablé con el padre Marchena para que nos prestara el antiguo asilo de ancianos. Estaba en las puras ruinas. Llamé a los muchachos de la Reserva de la Fuerza Pública, como Minor Figueroa, Marchena, Mauricio Vargas, Mario Torres y Ocampo. Ellos me ayudaron a reconstruir todo aquello que era meramente inhabitable. "Los de la reserva me ayudaron muchísimo. Sacaron escombros y cochinadas sucias. Mataron miles de ratas y empezaron a botar paredes. Trabajaban en la noche, desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche. Hubo que botar hasta paredes de cemento. Aquello era un escándalo todas las noches. "En ese momento, fui donde José Alberto Castillo. Le dije ´no tengo un cinco, ni propio ni del colegio, pero por favor dénos los materiales y le prometo que le vamos a cancelar hasta el último cinco´. "Castillo y Julio Bonilla nos ayudaron montones. Al final, aquello era un montón de facturas y no teníamos plata. Cuando estaba todo terminado, hasta aceritas alrededor les habíamos hecho a los chiquillos. Abrimos puertas por todo lado porque nos daba miedo un incendio y que los muchachos no tuvieran por donde salir. "Apenas supimos que el colegio sí venía, metimos estudiantes de todos los niveles. Según la dirección regional, sólo debíamos meter cuarto y quinto año. No les hicimos caso. Yo dije ´aunque sea un aula de cada nivel, pero hay que hacer el colegio completo. Si no, nos dejaban sólo con Cuarto y Quinto Año, y después desaparecía el colegio".

"Nos ayudó mucha gente" "Muchas madres de familia llegaron a ayudarnos. Por ejemplo, Doña Mirta Centeno nos daba de comer y Marvin Centeno hablaba por la radio. De corazón le agradezco todo lo que hizo. Marvin fue un líder que ayudó mucho desde la tribuna de la radio. "Empezamos a trabajar y terminamos todo. Cuando el MEP mandó a inspeccionar a don Róger Chavarría (qdDg), nunca se imaginaron lo que yo tenía hecho. Teníamos dirección, sala de profesores, soda y todo listo para que empezara a funcionar en marzo del 94. Despuecito de las 236

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elecciones. "Nunca se imaginaron lo que se iban a encontrar. Era un colegio entero, aunque fuera en aquel chinchorrito. Le dije a los padres de familia que si querían matricular debían comprarle un pupitre a su hijo o a su hija, y así lo hicieron. Gustosos lo compraron. "Así, empezó a funcionar el Liceo de Pococí. Yo seguí en la junta administrativa, como presidenta, pero sólo poco tiempo más. "Cuando don Roberto Cárdenas consiguió que don Hernán Barrantes nos donara el terreno, yo ya era la delegada presidencial del cantón. Hablé con José María Figueres y con Victoria León, presidenta ejecutiva de JAPDEVA, y empezamos a canalizar el apoyo para la construcción del colegio. "Ya tenía experiencia y Roberto Cárdenas también, porque él estuvo muchos años en la junta administrativa del Colegio Técnico Agropecuario de Pococí, precisamente junto a don Hernán Barrantes. Por eso, ya sabíamos adonde teníamos que ir y empezamos a mover todo para diseñar un colegio. "El Liceo de Pococí se levantó totalmente en ese año. JAPDEVA nos dio 20 millones de colones para empezar la edificación. El ingeniero Jorge Umaña nos ayudó con la administración del dinero y se edificó el colegio. Cada quien se encargaba de diversas cosas. Parecíamos mendigos pidiendo para que nos regalaran cosas, para venderlas, rifarlas o utilizarlas ahí mismo, de una vez. Después de mucho esfuerzo, le pagamos la plata a Castillo por todo lo que nos había facilitado. Él depositó su confianza en nosotros y le respondimos. "El Liceo Experimental Bilingüe de Pococí es mi cuarto hijo. Cuando veo a los muchachos del colegio me siento muy orgullosa de lo que hicimos y del legado que hemos favorecido con el esfuerzo de aquellos años", concluye doña Marielos Arce, la mamá del Liceo de Pococí.

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Roberto Cárdenas Gran motor del nacimiento del colegio Su aporte ha sido fundamental para la promoción de la excelencia educativa en la zona y para la apertura de posibilidades y opciones para la juventud. Roberto Cárdenas Marchini tiene un cuarto de siglo de vivir en la zona. "Llegué en diciembre del 80. Soy de San José. Me crié allá. Luego, nos fuimos para Pérez Zeledón. Fui a la escuela en San Isidro de El General y terminé en la Juan Rafael Mora. Después, estuve en el Liceo San José. Lo inauguré en el año 54. También inauguré el Colegio Nocturno Justo Antonio Facio. "Cuando inauguramos el Colegio Nocturno Justo Antonio Facio, el director era Claudio Cortés Castro, hermano de don León Cortés. Era un señor de los que no hay muchos ahora. Era tan imponente que donde uno lo veía caminando por los corredores hasta que inspiraba respeto. "Era otra actitud, era otra conducta. Es muy difícil que la gente de ahora lo entienda. El hábito no hace al monje, pero le da personalidad. Sin duda. Don Claudio Cortés andaba tan bien vestido que imponía respeto. Se ha perdido ese sentido de la elegancia. Creo que eso es irrecuperable. "Desde el colegio empecé a trabajar. Y apenas observé que en Guápiles podía haber una oportunidad de trabajo, me vine para acá".

En Guápiles "Primero tuve una licorera donde hoy están los juzgados, a la vuelta de la Soda Soley. Cuando llegué a Guápiles, tenían poco tiempo de haber inaugurado la nueva terminal de buses, (ahora antigua terminal) frente a la Escuela Central. "La tuve poco tiempo. Después, tuve un bar por el aeropuerto. Antes se llamaba Gambrinos. Ese bar lo tuve cuatro años. Gambrinos era una cerveza que hacía la Canada Dry. Yo le puse ´Bar Aeropuerto´. "En el año 85 me vinculé con el Colegio Agropecuario de Pococí. Luis Roberto, mi hijo mayor, estaba en Primer Año. Carlos Rodríguez, ´El Che´, era el director. Hernán Barrantes era el presidente de la junta administrativa y Guido Carballo era el vicepresidente. Después entraron Javier Brenes y Sigifredo Carballo. También estuvo Juan Rafael 238

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Rizatti. "Ese colegio siempre ha producido mucho. Yo decía que era como para que los carajillos anduvieran con zapatos de charol. Incluso, durante un tiempo tuvimos hasta producción industrial. "Mario Ugalde la compraba toda. Él inventó una etiqueta que era un bananillo con un sombrero. "Nuestro aporte fue poner todo en orden. Hernán y yo pusimos las cuentas en claro. "Otro de mis aportes fue haber construido un parqueo dentro de la institución. Siempre me molestó que los buses pararan frente al colegio. Era un peligro. Entonces, me propuse que los buses cargaran y descargaran a los estudiantes dentro del colegio. "Lo logré hacer detrás del gimnasio. Conté con la ayuda del ingeniero Guillermo Ruiz, que era el gerente de BANDECO. Él me prestó la maquinaria. Sigifredo Carballo era el ejecutivo municipal. Él me consiguió todo el material. Lo transportó de un tajo. La junta administrativa dio un aporte pequeño para el combustible de las vagonetas. Así fue como se hizo ese parqueo. "Esto significó una de las satisfacciones más grandes para mí, durante el tiempo que pertenecí a esa junta. "También hicimos la calle interna que va desde las instalaciones del colegio hasta el corral. Antes, los muchachos viajaban por la calle. Era peligrosísimo. Hernán Barrantes, Guido Carballo y yo la hicimos. "El gimnasio es una pelea de Hernán. Hay que escribir la historia de Hernán Barrantes. Es una persona excepcional. Imagináte que él donó toda la madera para la biblioteca del colegio y para el gimnasio. "Para el Día de la Madre, Hernán pagaba el mariachi para la fiesta que se organizaba en honor a las madres de los estudiantes.

Fundación del Liceo de Pococí "Estuve en la Junta Administrativa del Colegio Agropecuario de Pococí hasta el año 91" "A finales de 1993, nació una opción académica dentro del Colegio Agropecuario de Pococí, gracias a un movimiento estudiantil en el que estuviste vos. Mejor explicás vos esa parte de la historia. "En el año 94 lo que se creó fue el liceo, un colegio académico sin nombre, hasta ese momento. La opción académica nació en el gobierno de Calderón (1990-1994). Marielos Arce tuvo una destacada participación al principio. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Fue hasta en el gobierno de Figueres que se empezó a implementar el desarrollo del liceo. Nos crearon el colegio, pero no teníamos ni un cinco. "En pocos meses se creó y se construyó. En diciembre del 94 me entregaron las llaves del colegio. Es un récord en este país. Mientras tanto, durante ese año los muchachos recibieron clases en el antiguo Hogar de Ancianos y los exámenes de bachillerato se realizaron en el Salón Parroquial. "Hubo una persona en el ICE, Julio César Ávila, que fue importantísimo para nosotros. En una semana, ese carajo nos consiguió la luz. Yo fui a buscarlo ahí al ICE, le hablé, le planteé la situación y en menos de una semana estaba todo listo. Cuando vino Figueres a entregar la partida, ya teníamos la aprobación del ICE. "Después de que entró Figueres me nombraron presidente de la junta porque Doña Marielos ya no nos podía acompañar, pues tenía muchos compromisos como delegada presidencial. "Yo invertí mucho tiempo y plata en el proceso. Veníamos decenas de veces a San José. Las señoras que estaban en el grupo y yo estuvimos de lleno sin ningún interés personal, por un servicio a la comunidad. Los hijos míos estudiaron en los colegios de la comunidad. Era una manera de devolver lo que me habían dado en la comunidad para mis hijos. "La fundación del Liceo de Pococí, que ahora se llama Experimental Bilingüe, fue un logro muy importante, ante todo por el movimiento de la gente joven. Fue el primer colegio que se abrió después del Colegio Agropecuario. Aquí no había colegios privados, como ahora, ni había colegios en los distritos, como ahora que hay colegios en Cariari, Jiménez, Rita y hasta en Ticabán. "El Liceo de Pococí llegó a abrir expectativas para mucha gente con un tipo de educación diferente al único que se ofrecía en la zona, que era el agropecuario. El liceo nuevo venía a darle mayor énfasis a lo académico. "Además, se logró hacer un laboratorio de cómputo inmenso. Se hizo con un esfuerzo grandísimo. Junto a eso, JAPDEVA dio la plata para la biblioteca. "Yo era el único entre un grupo de mujeres, que dieron lo mejor de ellas, el esfuerzo, la dedicación, el sacrificio... Todas las señoras de la junta tenían muchachos jóvenes y eran amas de casa."

Cómo nació el colegio 240

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"Recién entrado Figueres al gobierno, nos fuimos a reunir con Estéfano Arias, Isabel Jara, Marielos, Patricia, Sara, Nora y yo, es decir, la directiva en pleno. "Estábamos ahí afuera cuando noté que el hombre se interesó mucho y nos contactó con el director de CENIFE. "Estéfano Arias no tenía ni sillas para ofrecernos asiento, porque estaba entrando y había habido un robo enorme. El vacilón es que el primer material bueno que tuvo el colegio fue un tajador de puntas que me robé en el Ministerio de Educación. Se lo eché al bolso a doña Patricia. A Estéfano le habían robado hasta el llavín. Sólo había quedado la tranca y yo le abrí la oficina porque no podía entrar. "Se empezó a gestar la creación del colegio, sin un cinco, sin nada. Cuando venía un período de exámenes, la maestra María Carrillo (qdDg), que nos hacía ´el cachete´ y nos tiraba los esténciles de los exámenes en una escuela, nos dijo ´se jodió el polígrafo´. "¡Qué torta! Pero no sé qué pasó, no sé por qué se dieron carajadas tan raras. Porque en eso llegan dos carajos con un polígrafo de segunda mano y nos dijeron que valía 140 mil pesos. Yo andaba una plata en la bolsa y doña Nora otro poco de plata, la juntamos y compramos el polígrafo. ¡Pónganse a trabajar, empiecen a tirar esténciles! De adónde sacamos la plata, no recuerdo. No teníamos partidas. Creo que fue doña Marielos la que llegó y nos dijo que andaba un grupo de teatro, que si vendíamos la función, nos quedaba un porcentaje. La obra era ´Atrapados en un ascensor´. De ahí sacamos la plata del polígrafo. La compra y la gestión de la obra se dieron el mismo día". "Pero la gran figura en el nacimiento del Liceo de Pococí fue Hernán Barrantes. No se le ha hecho un verdadero homenaje en ese colegio. No teníamos posibilidad de comprar el terreno para el colegio y él lo donó. A Hernán no le interesa que le den brillo, pero ese colegio debe llevar el nombre de él. "Son tres hectáreas. En aquel tiempo, cuando fui a hablarle del colegio, me dijo que vendía a siete millones la hectáreas. Eran 21 millones. No teníamos ni un cinco. Le dije que teníamos que pagarle eso con rifas. Lo más seguro es que pensó ¿de dónde van a sacar la plata? Y de una vez me dijo ´no, no, la verdad es que yo les regalo esa carajada." "Ese desprendimiento de Hernán fue vital para el colegio. Es importante un homenaje para él, que los jóvenes de ese colegio y de la comunidad sepan de su desprendimiento. Deberíamos hacer justicia con ese gran hombre que es Hernán Barrantes", concluye don Roberto Camilo Rodríguez Chaverri

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Cรกrdenas.

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Es un gran seguidor del Santos El famoso Mono Chúcaro En la plaza ´El Salvador´, en el centro de Guápiles, un domingo del año 61, estaban jugando 14 contra 14, y un muchachillo estaba de portero. Cuando ya había comenzado el partido, alguien dijo que ese portero era un mono chúcaro. -Hasta un mono chúcaro tenemos en el equipo de Guápiles, dijo alguien, sin darse cuenta que estaba bautizando a un personaje de Pococí, que, desde entonces, dejó atrás su nombre para usar este otro, que ha sido casi su nombre de artista. Porque ´Mono Chúcaro´ es un señor personaje, una criatura particular en el mundo humano de nuestra zona. Manuel Redondo Romero llegó a Guápiles en el año 60. Entonces era un carajillo. Nació en Heredia centro el 6 de junio de 1940. "Estoy en los 64 años, pero yo sé que no se me notan", dice el Mono Chúcaro. "Vine a dar aquí porque mi hermana Aura, maestra de escuela, se casó con Álvaro Aguilar y se vino para acá. Vine a pasear y aquí me quedé. "Trabajé en banano, en Santa Clara, en Babilonia, en Tortuguero, en la finca de ´El Chino´, en río Jiménez. "Después de trabajar muchos años en banano, me metí a trabajar en tapicería desde hace 40 años. De ahí para acá he estado unos años en banano y otros en tapicería. "Eso de la tapicería viene de familia. Mis hijos también trabajan en este oficio, aunque sea medio tiempo. Mi hijo Guillermo tiene taller, y también trabaja como educador en el Colegio Nocturno y en Liceo de Cariari, y mi hijo Carlos tiene taller, y se dedica a esto, como el tata. "Cuando yo llegué, Guápiles era el pueblo más divino... Y lo más difícil del mundo era salir de aquí en aquellos momentos. "Cuando apenas estaba llegando hicimos un amago para abrir el camino de ´La trocha´. Del río Toro Amarillo, piedra por piedra, a mano, fuimos construyendo el camino. Sembramos las piedras a mano hasta el río Blanco. "Doña Martina era la dueña de los buses, la que después le vendió a los Badilla. Tenía una cazadora de madera, y nos llevaba el café hasta donde íbamos haciendo el camino".

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Abriendo la trocha... "Estábamos trabajando allá Edwin Esquivel, Alberto ´Betón´ Esquivel, ´Felique´ Salas Campbell, Carlos Arroyo, ´Nengo´ Arroyo, Felipe Arroyo, Willie Arroyo y Oldemar Sanders", cuenta Mono Chúcaro. "Me casé aquí, fundé mi hogar, y de aquí no me saca nadie. Vivo con mi señora, doña Aida Luz Moya Alfaro, quien es nativa de Guápiles, de la pura cepa. Tenemos cinco hijos, Guillermo, José, Isabel, Manuel y Juan Carlos. "Me gusta mucho pescar los fines de semana. Es el vicio mío. El otro vicio es escuchar Radio Columbia todo el día. Escucho todos los programas de Columbia, desde las siete y media de la mañana, que arranco con Yashin Quesada; luego ´Aquí los ticos´, que es de humor; los programas de medicina, los programas cristianos, las noticias, ´Sensación deportiva´, y así todo. "Claro, escucho radio mientras trabajo, porque trabajo todos los días del mundo, gracias al Señor. "Aparte de trabajar, sólo voy a pescar y los domingos al estadio. Soy el herediano número uno, y en cuanto tengo oportunidad voy a acompañar al Santos. Es más, le he dado la vuelta al país acompañando al Santos. A Osa fui con cinco guapileños en el carro, a Liberia con seis. Siempre ando con cupo completo, porque este carrito, aunque esté viejito y no me den nada por él, tiene una tapicería a todo meter. La hizo el mono chúcaro de Guápiles y vale más que el carro entero", concluye, mostrando su trabajo.

Doña Tina, una mujer ejemplar Nos hemos acostumbrado a verla todos los días como parte del paisaje escolar de Barrio Los Angeles, por lo que se nos ha hecho tan familiar verla caminar con su ritmo pausado, jalonando en sus espaldas alegrías y tristezas, que olvidamos a menudo que una mujer humilde como Tinita le ha dado a su pueblo valiosos aportes, que los adultos pero especialmente los niños y los jóvenes desconocen. Pero doña Ernestina Quirós Moreira, nacida en Limón y que vino a parar a este hermoso barrio hace más de 25 años para estar a la par de Otoniel Rodríguez, su compañero, con el que ha formado una hermosa familia con cinco hijos y al momento con nietos; puede estar tranquila 244

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y orgullosa del sendero que ha ido marcando en su noble vida. Recuerda , doña Tina, con nostálgica alegría, las primeras reuniones que se hicieron en este lugar para tramitar la creación de una escuela hace más de 20 años. Fueron muchas las reuniones, nos dice emocionada, hasta lograr primero que nos nombraran una maestra de la Escuela Central de Guápiles y sólo un año después se pudiera aceptar el trámite definitivo. Todos los vecinos participaban y ya ve usted, ¿quién iba a decirlo? Que ahora más bien falte campo para atender a tanto niño. ¨Viera don Gerardo, que cuando empecé a trabajar en esta escuela lo hice en la cocina. El Patronato Escolar me pagaba en ese entonces ¢ 800 (ochocientos) colones por mes. Pero era un poco diferente a como funciona actualmente. Cuando eso, cada niño traía su plato, cuchara y un vaso, cuando estaba lista la comida me llevaba a dos niños de los más grandes y la repartíamos en las aulas. ¨Ah tiempos aquellos, esta calle del frente era un pedregal y cuando llovía parecía un río crecido. Gracias a Dios las cosas han cambiado¨. Ahí la dejo, cerca de la bodega escolar. Se quedó pensativa, rumiando sus recuerdos, pero con el corazón henchido de orgullo por lo hecho y con la firme voluntad de seguir adelante, ayudando a construir con su bondad un mundo mejor para todos. ¡Qué bonito descubrir que la conserje de nuestra escuela sea una persona tan valiosa; algo así como un tesoro para todos nosotros, que debemos considerar y respetar! Como ella, hay muchas personas que han contribuido a que nuestra escuela tenga más de 20 años de fundada. Ojalá que no los olvidemos, no sólo para hacerle justicia a la historia sino para que nos sintamos orgullosos de tener entre nosotros a gente tan buena, que ha convertido su humilde vida en un faro luminoso que marca el sendero a las nuevas generaciones. Honor, pues, a quien honor merece.

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Criaron 11 hijos Una pareja muy trabajadora Doña Marta Vindas y don Miguel Angel González tuvieron que trabajar mucho para criar a sus 11 hijos en medio de las pobrezas de Anita Grande de Jiménez, hace más de medio siglo. Don Miguel Angel González Castro y doña Marta Vindas Zúñiga tuvieron que trabajar muchísimo para mantener a sus 11 hijos. Don Miguel fue peón en la Estación Experimental Los Diamantes durante 32 años, y debió esforzarse a plenitud varios años más, ya fuera como jornalero o como operario de tractor. Mientras tanto, doña Marta tuvo que "fuercearla" para que la energía le alcanzara para criar a esa docena de gente que crecía en su casa, así como para ayudarle a su marido, quien, por lo general, trabajaba en alguna finca por las mañanas, mientras que cultivaba tierras alquiladas por las tardes, con la ayuda de su compañera y los hijos más grandes. Don Miguel es todo un personaje en la zona baja del distrito de Jiménez. Tiene 77 años y llegó a Anita Grande de 17, cuando aquello era puro monte, y Guápiles se limitaba a una línea del tren, el negocio del ´Polaco´ León Weinstock (qdDg), la pulpería del Chino Acón y otro puestico de ventas del Chino Wachong, según recuerda ahora. "Cuando llegué a la zona, esto era un ´cucarachero´. Las mujeres de la vida llegaban una vez al mes y muchos hombres hacían largas filas para estar con ellas. Con decirle que hasta el tigre salía por aquí. Si uno quería ir afuera (Turrialba, Cartago o San José) había que sacar un día entero para andar subido en el tren", cuenta don Miguel. Y doña Marta agrega que su esposo se ganaba 4 colones por día, por lo que tenían que sembrar maíz, yuca y frijoles para "redondear" las urgencias de 13 estómagos de la casa. "Miguel llegaba con 28 colones a la pulpería de un señor Obaldía, que era famoso en estos lugares, y se traía un saco de comedera. Pero esos 28 pesos nos costaban un montón de esfuerzo. Y a veces había emergencias. Por ejemplo, para salir con un hijo enfermo, pues, en Guápiles no había hospital, el pase del avión costaba 20 colones. Así que un viaje de urgencia nos dejaba sin comida", cuenta doña Marta. Don Miguel explica con orgullo que con la ayuda de todos los de su casa, consiguió comprar una finca que estaba al lado de Los Diamantes, 246

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cuando ya tenía décadas de ser peón. "Empezamos a convertirnos en comerciantes. Comprábamos chanchos, terneros y gallinas, y llegamos a ahorrar para adquirir una finca de 120 hectáreas", confiesa Don Miguel. "Es que yo he sido muy macho, muy valiente. Y le he transmitido eso a mis 11 hijos. Sólo entre todos fue que pudimos salir adelante", concluye don Miguel, quien es un año menor que su esposa. Doña Marta tiene 78, y llegó hace tres cuartos de siglo, de 3 años de edad, proveniente de San Pablo de Heredia. Tienen 55 años, y cuentan que ahora son mejores amigos y compañeros. "Dios siempre es bueno, y nos ayuda a tener paciencia para ver uno lo mejor en el otro", finaliza doña Marta.

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Doña Celina Orozco Sánchez La señora de los turnos Tiene 70 años de vivir en Anita Grande y ha forjado el desarrollo de su comunidad cocinando en turnos y ayudando en bingos y actividades de las asociaciones de desarrollo. Doña Celina Orozco Sánchez nació en Agua Caliente de Cartago el 10 de febrero de 1923, hace 79 años; pero a los 9 años de edad se la trajeron para estos parajes. "Cuando llegué con mi familia, Jiménez no tenía caminos. Todo estaba rodeado de barriales. No había puente ni en uno solo de los ríos. Por eso, me acostumbré a trabajar en turnos y a ayudar cada vez que organizaban algo en el pueblo", cuenta doña Celina. Ayudó en muchísimos turnos de Anita Grande, Jiménez, y El Edén de Guácimo, que es un pueblo con el que tuvo una estrecha relación, pues, durante casi medio siglo fue pulpera. Primero tuvo una pulpería en el centro de Anita Grande, frente a la plaza de futbol, y luego otra en El Edén. Doña Celina estuvo casada durante más de 50 años con don Arturo Gómez, quien murió hace una década. Tuvieron 5 hijos, y ahora ella disfruta a plenitud de sus nietos y de la amistad de muchas personas a las que le tendió una mano en esta linda zona. Un detalle curioso es que recuerda que este pueblo tiene ese nombre ya que en la primera mitad del siglo pasado todas esas tierras pertenecieron a una sola mujer, de nombre Ana. "Realmente tenía dos fincas, una grande y la otra chiquita. Del centro de la comunidad al río Cristina estaba la finca grande, de ahí que se llame ´Anita Grande´. Y del río Cristina al Santa Clara estaba la finca más pequeña, por lo que a esta región se le llame ´Anita Chiquita´", explica doña Celina, con su tierno aspecto de abuelita cuenta cuentos.

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Don Adrián Barrantes Rodríguez El papá del cementerio de Guápiles Cuando le puso el ojo al cementerio de Guápiles, aquello era un puro charral. Rapidito, metió piedras, recogió la basura, entubó el agua que cruza el terreno y le hizo una entrada. Y con base en mucho trabajo, tocando puertas y pidiendo ayuda, Don Adrián Barrantes Rodríguez transformó el cementerio de la comunidad. "Lo tenían convertido en pastizal para caballos y en basurero. Aquello, en lugar de cementerio, parecía caballeriza", dice don Adrián, quien es colorido y directo al hablar. Cuando se metió en la cabeza la idea de transformar el cementerio, tenía una cerca de alambre y una malla podrida... Cuando se retiró, ocho años después, tenía una entrada especial, un muro y un aparcamiento para 20 vehículos. Y todo lo que logró en el cementerio es sólo una muestra más de lo que se consigue con un carácter aguerrido y unas metas bien puestas en su sitio. Don Adrián nació en San Lorenzo de San Joaquín de Flores, hace 74 años, y llegó a Guápiles de 11, hace más de seis décadas. Cuando arribó a estas tierras, siendo un chiquillo, ya llevaba por dentro un hombre de trabajo. Venía descalzo, y recuerda que pagó un colón y cincuenta céntimos en el tren que lo trajo de San Joaquín hasta aquí.

Vendiendo maní... Desde que tenía 8 años, el pequeño Adrián comenzó a conocer el mundo del trabajo y la aventura. "Tenía 8 años cuando me fui para Parrita a vender maní. Me gané 400 pesos. Duré como un año gastándolos. Esa fue la primera vez que usé pantalón largo. Recuerdo que era un pantalón de cuadritos. Y me compré una camisa de aviador, que me costó 1,50. "Imagínese lo chiquitillo que estaba, que, cuando me iba a venir de Parrita, me cosieron la bolsa del pantalón, para que no dejara perdida la plata o no me la robaran. "Me quedaron grandes lecciones de ese tiempo. Por ejemplo, Camilo Rodríguez Chaverri

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recuerdo que cuando iba para Parrita estaba tan escaso de plata que me fui caminando desde el Mercado Central hasta La Sabana para ahorrarme la peseta que costaba el pase. A la vuelta, me vine en avioneta. Tenía asientos, pero en los laterales ponían unas tablas para meter más gente. A los que iban en las tablas les cobraban menos, así que yo me vine sentado en una tabla", dice don Adrián, muerto de la risa.

Cuando llegó a la zona Decíamos que llegó de 11 años y descalzo. Venía con una familia que acababa de comprar una finca en la zona. Llegó con 20 colones en la bolsa. Llegaron donde don Jacinto Guzmán, que vendió su finquita de 18 hectáreas en 4 mil colones. "Don Jacinto vendió la finca con dos vacas, 50 gallinas, una yegua y la casa. Hubo que darle 2 mil colones de prima", cuenta don Adrián. Antes de ponerse a trabajar en la susodicha finca, el pequeño Adrián consiguió una "chamba" en la Secadora de Guácimo. Ahí se ganaba los frijoles cargando sacos de maíz. Y después de la gran trabajada que, tarde o temprano, tuvo que iniciar en la finca que había sido de don Jacinto Guzmán, se le metió en la cabeza la idea de adentrarse en la montaña para trabajar sacando madera. "Dos empresarios de la zona, Don Alvaro Quesada y Don Héctor Carballo, tenían el negocio de sacar madera del monte, de allá adentro... A mí me gustaba el proyecto de ir, porque siempre he sido muy fuerte. Imagínese que yo volcaba un carro del tranvía, de 500 libras de peso. Lo botaba yo solo, sin la ayuda de nadie", cuenta don Adrián, y conforme avanza en el relato de su vida los ojos se le pueblan de un brillo especial y llamativos chispazos.

Amigo de la mula Julieta "Cargábamos de madera un carro de ferrocarril por semana. Eso no lo conseguía nadie más. Yo le daba un litro de ron viejo a los boyeros, y ellos me dejaban la madera encaramada en las lomas. Y de las lomas yo las llevaba hasta la línea férrea, por donde pasaba el tranvía. Claro, eso sí, lo hacía gracias al apoyo de Julieta, mi mula", cuenta este florido y folclórico personaje de Pococí. Después de sus temporadas entre el bosque, el temporal y las 250

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terciopelos, don Adrián trabajó en la Estación Experimental Los Diamantes durante 26 años. Y una vez pensionado, inició la más grande aventura de su vida: la transformación del cementerio de Guápiles de una "caballeriza" y un "charralón", como dice él, en un cementerio decente y de verdad.

Arrancó de cero "Cuando pensé en meterle la mano al asunto del cementerio, el agua corría por el terreno a como le daba la gana. Los chorros se metían en la capilla como si nada. Por eso la tenían de caballeriza. "Así que me di cuenta que había que trabajar muchísimo, y me puse a pedirle 500 pesos a todo el mundo. Recuerdo que el primero que me metió un buen empujón fue Hernán Barrantes, quien me dio 20 mil colones. "Después, la Expo Pococí nos alguiló un local. Lo trabajamos durante toda la feria. Me acuerdo que pasé cuatro días sin dormir. Casi me muero. Me iba a bañar y a la vuelta cabeceaba en el mostrador, pero no le di gusto al sueño. "Así, hicimos 280 mil colones. Además, un chancero que se llama ´Chino´ Burgos me daba cinco enteros de lotería y los rifábamos. Le dábamos tres enteros al primer premio, uno al segundo y el restante al tercero. Sólo la limpieza de la calle a La Colonia que pasa a la par del cementerio nos costó 500 mil pesos. Y eso porque el muchacho que lo hizo, un muchacho Quesada, yerno del finado 'Negro' Campbell, nos regaló un montón de trabajo".

8 años de gratis "Luego, el abogado Eduardo Ortiz me dio una carta para sacar la cédula jurídica. Así, poco a poco fuimos sacando la tarea", cuenta Don Adrián, quien trabajó como administrador del cementerio durante 8 años, y de gratis. "Nunca cobré ni un cinco por ese trabajo, Dios guarde, ni quiera Dios". Con su lucha al frente del cementerio, don Adrián demostró la fortaleza y la integridad que siempre lo han caracterizado. A sus 74 años (nació el 27 de octubre de 1927) se conserva fuerte, apuesto y fornido. Está casado con doña Claudia Jiménez y tiene dos hijas, Luz Marina e Isabel Cristina. Camilo Rodríguez Chaverri

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Es mejor conocido en el pueblo como ´Chon´, ya que cuando trabajaba en la Estación Experimental Los Diamantes, frecuentaba a un chiquillo que le decían ´Narichón´. "Yo lo ´arremedaba´, y entonces me encaramaron ese apodo". Por lo menos un busto y una enorme placa se merece este gran dirigente comunal, un hombre de antes, con la fuerza en los brazos y la convicción en todos y cada uno de sus actos.

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Pablo Fernández Salas Ejemplo de perseverancia y fe en sí mismo Hay personas que deben enfrentar la adversidad de frente, como quien se encuentra con una serpiente mortífera en cada esquina del camino, o quien debe matar un tigre por noche, o a quien le sale un tiburón cada vez que abre la bañera... Son personas que deben tomar el destino por el cuello y torcerlo... Como Beethoven, uno de los compositores de música clásica más importantes de todos los tiempos, quien era complejo y universal a la vez, cuyo arte llama al corazón de todas las personas, cultas o muy sencillas, y que compuso buena parte de su obra estando completamente sordo. Una de esas personas que se le para al frente al toro, lo agarra por los cuernos y lo obliga a arrodillarse, vive en Guápiles, cerca de todos nosotros. Se llama Pablo Fernández Salas, tiene 50 años y desde hace más de una década nos regala su ejemplo de vida en esta región. Sufrió poliomielitis estando en el vientre de su madre, y nació con serios problemas motores y limitaciones en las extremidades. Sin embargo, ha sabido salir adelante. Don Pablo nació en Montezuma, Puntarenas, y creció como San Martín de Porres, un rato por aquí y otro rato por allá. Su niñez transcurrió entre Puntarenas, Quepos, San Vito de Coto Brus y Sabalito. Inició la escuela en Sabalito y la concluyó en diversos lugares de la zona sur, durante el tiempo de mayor auge de la producción bananera en esas tierras. "En esa zona terminó la escuela ese 'Pablo', porque ya no soy el mismo... Ahora soy otro 'Pablo', soy otra persona", dice este hombre fuera de serie. Durante muchos años caminó arrastrándose, gateando como un niño. Y cuenta que los compañeritos de la escuela lo llevaban alzado. A pesar de todas sus limitaciones, se convirtió en el mejor estudiante de la clase y hasta llegó a obtener el mejor promedio del centro educativo. Cuando estaba en Sexto Grado murió su mamá, por lo que quedó huérfano, ya que el papá nunca vio por él. "Mi papá nunca se preocupó por mí. Ni siquiera llevo sus apellidos. Así que cuando murió mi mamá, le expliqué a un hermano mayor que quería seguir estudiando. El me Camilo Rodríguez Chaverri

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dijo que yo no servía para nada, y le contesté que nos veíamos en cinco años".

Valiente y optimista Primero se sometió a operaciones quirúrgicas y a diversos tratamientos largos y muy dolorosos. Estuvo en el hospital durante casi un año, y luego pasó otro año más en cama, en su casa. "Los médicos me decían que tenía que seguir adelante, pues, tengo un cerebro lúcido y bueno. Incluso me decían que si mis papás se hubieran preocupado por ayudarme a superar mis limitaciones motoras cuando estaba pequeño, hubiera podido llegar a caminar, aunque fuera con muletas", dice Pablo, quien superó seis operaciones y lleva más de 25 placas en el cuerpo. "Cuando pude sentarme, después de dos años en cama, todo me daba vueltas, pasaba mareado. Poco a poco me fui reponiendo, y le pedí ayuda a un médico para conseguir una silla de ruedas. Ya no iba a tener que andar arrastrándome nunca más", cuenta Pablo. La folclorista Carmencita Granados (qdDg) le ayudó a través de un programa que tenía en Radio Columbia, y le dieron la silla de ruedas que añoraba. "Entonces, ya con mi silla de ruedas, dije 'el mundo es mío; ya nada me va a pasar, ni nadie me va a parar'. Y me decidí a matricularme en el Colegio Nocturno Miguel Obregón, en Alajuela". Después del colegio, estudió para Auxiliar de Dibujo Técnico y llevó tres años de Contabilidad. Entonces, llegó a su vida una oportunidad que le abrió su visión de mundo y le llenó la existencia de puertas y ventanas, por las que entran luz y aire puro Durante tres años fue recepcionista en un hospital de beneficiencia en Antigua, Guatemala. "Conocí a mucha gente de muchos países del mundo. Me encontré con que en muchas naciones hay gran cantidad de personas abandonadas por culpa de una discapacidad. Los dejan botados, no importa de cuál clase social provienen", recuerda Don Pablo, apesadumbrado.

El regreso, muy difícil Tenía jornadas laborales de hasta 14 horas diarias, pero pasaba realizado y feliz. Sin embargo, llegó la hora del regreso. "Cuando volví al país me encontré con que nadie me daba trabajo. Es difícil conseguir 254

Personajes de Guápiles, TOMO UNO


en qué ganarse la vida. Qué va. En Costa Rica siguen discriminando a las personas con discapacidad. Todavía aquí hay muchos lugares sin rampas ni ascensores. Por ejemplo, en Guápiles las aceras se 'paran de uñas'", denuncia. En 1975 apareció una ayuda para él en el Fondo de Asignaciones Familiares. Le daban 200 colones por mes, y ahora tiene una pensión de 10 mil colones. "Con la pensioncita que me dan, cualquiera se moriría de hambre. Apenas alcanza para vivir arrimado", dice Don Pablo, con la indignación en los ojos, en la mueca de la boca y en el ceño fruncido. Vive en la casa de una hermana, Marita Cubero Fernández, y su esposo, Rafael Angel Arguedas. Su casa está en la Urbanización Toro Amarillo. Y ya que sabe hablar inglés, se gana un poquito de plata dando clases particulares.

Una herramienta maravillosa "Un día me fui a dar unas clases a Alajuela, y me encontré con unas buenas personas del Club de Leones de allá. Me ayudaron a conseguir esta silla eléctrica, con la que me ha cambiado mucho la vida. "Me dijeron que cuidara esta silla como si fueran mis piernas. Y eso hago. Ya le puse luz corta y luz alta. Sólo me falta ponerle señal de 'stop' aquí detrás del asiento. "Esta silla es una bendición para mí. Fíjese que puedo andar con ella de día y de noche. Voy a misa y hasta puedo entrar con el carrito, porque no hace bulla", cuenta esta gran persona, valiente, aguerrida; este hombre singular, que todos los días nos regala su testimonio de vida en Guápiles.

Camilo Rodríguez Chaverri

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