Guapileños 2

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El guatuso de Pococí Don Hermes Vargas Montoya Conocido desde siempre como "Guatuso", tiene casi 70 años de vivir en Guápiles, o sea, toda su vida. Fue el primer muchacho de Guápiles que tuvo bicicleta. Y aquí ha destacado como delegado de la guardia, comerciante, sastre, panadero, cocinero, ebanista, zapatero y músico. El (sobre) nombre de Guatuso está escrito en muchas páginas de la historia de Pococí. Es que empezó a hacerse famoso a los 6 años, cuando era la mascota estrella del equipo del pueblo, el Pfizer, el único de la región... Y no ha descansado en su labor de convertirse en un mito entre nosotros. Recuerda que cuando estaba creciendo, todos jugaban futbol con pantalones cortados a la altura de la rodilla, puesto que no existían las pantalonetas, y cuando alguien llegaba a la zona con ese aditamento deportivo, se quedaban viéndolo con extrañeza y recelo. Si usted dice "Hermes Vargas Montoya" alguna gente lo ubica, pero si menciona la palabra "Guatuso", todos y todas lo señalan en lo más alto del imaginario de la zona, como un ser que nunca morirá, pues su sola presencia al otro lado de un mostrador parece ser como parte de la cara de la comunidad, como una vieja cicatriz en el paisaje, a la orilla de la línea del tren. Guatuso tiene 69 años, pero igual podría tener 100 ó 200. Ya el tiempo no pasa por él, pues adquirió el carácter de leyenda, de historia dentro de la historia. Nació a un lado de la línea férrea en enero de 1933, hace casi siete décadas. Quedó huérfano estando muy pequeño, y lo crió un padrastro, Julio Aguirre Zamora, un indio a quien apodaban "Guatuso". El pequeño vivió con el padrastro desde que tenía 6 años, heredó el mote, y ha vivido tanto con el apodo que lo está inmortalizando . (Podríamos sugerirle que lo patentice, de manera que no haya otro Guatuso en nuestra historia). Inició en la escuela de El Caimitazo, instalada en el viejo hospital de la compañía bananera en Guápiles. Cuando estaba en Tercer Grado, su papá decidió que lo mejor era sacarlo de la escuela y que se fuera a San José a "aprender a ser hombre". Camilo Rodríguez Chaverri

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En la capital vivió con una hermana de su padre de crianza y con orgullo cuenta que aprendió 7 u 8 oficios. "Aprendí todo lo que se necesita para ser costurero, ebanista, panadero, zapatero y sastre", dice Guatuso, quien también adquirió brillo en la zona como músico, pues participó en los primeros conjuntos de Guápiles y alrededores, al lado de figuras señeras como Don Chico Avilés y don Paco Amador.

Policía, constructor, comerciante... Fue Delegado de la Guardia Rural durante 14 años y trabajó en la construcción de la Escuela Central de Guápiles a lo largo de 3 años. "Luego de ser encargado de la policía, renuncié al Resguardo para cometer el grave error de convertirme en comerciante", confiesa Guatuso. Fue hace 30 años que se metió a vender tacos, tortas de carne y perros calientes, y desde eso está en el mismo sitio, a la orilla del río Guápiles, en lo que ahora se conoce como "la zona roja" de la ciudad. En un incendio, la taquería quedó en cenizas; sin embargo, rapidito se repuso con el apoyo de la comunidad. "Es que eran otros tiempos, todos nos ayudábamos, y no había drogas en esta zona, como ocurre ahora. Imagínese que el centro social por excelencia se llamaba 'El Centro de Amigos' y estaba en esta calle donde ahora no se puede pasar. Yo venía a bailar aquí con mi esposa, era de lo más sano". "Ahora no se puede confiar en la gente como antes. Todo el mundo dejaba el caballo al frente de la línea, y se iban a comprar la comedera tranquilos. Ahora Dios guarde se le ocurra a uno hacer algo así". Pero parece que nada lo hace sentirse tan orgulloso como el ser la primera persona que pudo ahorrar los "cincos" necesarios para comprar una bicicleta, cuando estos vehículos de cadena y pedales llegaron a la famosa farmacia de don Noé Cascante, la Botica San Roque, que en ese momento estaba a cargo de don Ramiro Soto. Desde hace más de 40 años vive al lado de su esposa, doña Leticia López Soto, y tienen cinco hijos, Maureen, Julio César, Guiselle, Hermes y Marilú. Cada vez que usted pase al frente de su negocio, esa licorera que sobrevive en medio de las drogas del sector más peligroso de Guápiles, mire hacia adentro. Si sus ojos se encuentran con los ojos de Guatuso, podrá decir que ha visitado una de las miradas más maratónicas, una que ha presenciado muchísimas páginas del pasado de la zona.

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Una joven pareja de mucho trabajo Es una pareja fuera de serie. Siempre se les ve juntos, de la mano, como compañeros y como aliados. Luis Claudio y Ana Lauren casaron siendo muy jóvenes. El tenía 23 años y ella 21. Son un gran ejemplo de amor sin límites, comprensión, compañerismo y trabajo en pareja. Y su amor parece como sacado de un cuento de hadas. Se conocen desde que eran muy pequeños, incluso hay fotos de ella en alguna fiesta de cumpleaños de él, debajo de la piñata... Empezaron a ¨jalar¨ siendo muy jovencitos, y se han mantenido uno al lado del otro sin cesar y muy felices. Por eso, hasta los frutos materiales saltan a la vista. Los jóvenes profesionales Ana Lauren Rodríguez Arrieta y Luis Claudio Chaverri León tienen cinco años de casados. El estudió Contaduría Pública y tiene una maestría en Administración de Negocios. Ella estudió Preescolar, y se especializó en Orientación Infantil. Desde hace poco más de dos años tienen un centro educativo que no ha dejado de crecer. Se llama Rayitos de Sol, y está estrenando un hermoso y colorido edificio, que es único en sus dimensiones y magnitudes en el cantón. Luis Claudio y Lauren son muy jóvenes, por lo que sus metas llenan de fe en las nuevas generaciones. El tiene 28 años y ella 26. Y ya comparten la vida con dos hijas, Valeria, de 2 años de edad, y Larissa, quien nació el mes pasado. Todo lo hacen juntos. Luis Claudio y Ana Lauren estuvieron al frente de la construcción del edificio, y atienden personalmente a los padres de familia.

Las familias los apoyan Ambos provienen de familias muy unidas y valiosas, y han contado con su apoyo. Por ejemplo, para salir a trabajar cuentan con el apoyo de la mamá de Luis Claudio, quien les cuida a las chiquitas. Los papás de Luis Claudio se llaman Don Luis Gerardo y doña Julieta. Tiene dos hermanos, Alejandro, quien es ingeniero industrial, y María Fernanda, quien está en Quinto Año de colegio. Mientras tanto, Ana Lauren es hija de Ebal Rodríguez y Analive Camilo Rodríguez Chaverri

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Arrieta, y tiene tres hermanos, Ébal Alonso, José Mario y Eduardo José. La idea de contar con un kinder empezó cuando Ana Lauren trabajaba en la Ardillita Feliz, donde estuvo dos años. También ha atesorado experiencias en el kinder de la Escuela Central, la Escuela de Toro Amarillo y el Green Valley. El Centro Educativo Rayitos de Sol ya tiene más de dos años. Arrancó en una casa alquilada, solamente con maternal, prekinder, preparatoria y primer grado. Tenían 50 estudiantes. Sólo dos años después, han triplicado la población estudiantil y cuentan con un enorme edificio, que contempla 800 metros cuadrados de construcción.

Edificio de lujo Cada aula tiene 42 metros cuadrados de construcción, y el edificio cuenta con rampas; ventilación cruzada; puertas seguras, que abren hacia afuera, lo cual es muy seguro en caso de emergencia; pasillos espaciosos, de 2,4 metros; lámparas de emergencia; una piscina de 370 metros cuadrados; una soda adecuada a las características de los niños y niñas de esas edades; una cancha multiuso con espacio previsto para convertirse en gimnasio y una pequeña plaza de futbol. El área de escuela tiene 7 aulas y la de preescolar 4. Además, cuentan con una tarima especial que se convierte en teatro móvil. ¨Siempre andamos juntos y crecemos de la mano. Al principio fue muy difícil, tuvimos que hacer un gran esfuerzo, pero aquí están los resultados¨, dicen Luis Claudio y Ana Lauren.

Atención personalizada Al inicio, Luis Claudio tenía que dejar su oficina, en la que trabaja junto a su papá, quien también es contador, para venir a vender uniformes y atender papás, mientras que Ana Lauren le daba clases a dos grupos y tenía a cargo la conducción del centro educativo. Y los padres de familia los han premiado con su confianza. Luis Claudio y Ana Lauren consideran que uno de los secretos es que ellos atienden a las personas, siempre están en la institución y velan porque prevalezca el ambiente familiar, cordial, de hermandad. Resaltan la importante labor que realizó la arquitecta Andrea Gómez en la construcción del edifcio, así como el maestro de obras, Emilio 4

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Chavarría. Asimismo, están muy agradecidos con la empresa Amanco y el Depósito San Francisco, pues facilitaron el enorme trabajo de la construcción, que se realizó bajo el sistema Plycem.

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En memoria de don Beto Vargas El alma viviente de Cariari El 24 de julio de 1992 murió don Luis Alberto "Beto" Vargas, de 43 años de edad. Sin embargo, su obra y su vida se siguen extendiendo, gracias, entre muchas otras cosas, al Liceo de Cariari, que él fundó con mucho esfuerzo y tesón. Don Beto nació en Santiago de Puriscal, en 1949, fue el quinto de los hijos de Don Joaquín y Doña Marina. Le siguieron 7 hermanos. Desde pequeño se caracterizó por ser el más considerado y colaborador de todos los hijos. Siempre, antes de irse a la escuela con una tortilla con manteca y una jarra de aguadulce en el estómago, dejaba ordeñadas al menos 10 vacas y a los terneros en el corral para que no se comieran la postrera. En las vacaciones cogía café y para los días de Santiago y la Purísima Concepción siempre se le veía vendiendo cajetas, o cremas, y hasta cucuruchos de maní.

Trabajador desde niño En los diciembres de su infancia vendía arbolitos de navidad... El asunto era tener algo que le generara dinero para ahorrar. Podría contarles tantas cosas sobre esa época de su vida; sobre el olor del café de las mañanas; las "zinchoneadas" que les daban en las frías madrugadas para ir a trabajar; sus temores; sus ambiciones; sus necesidades; sus muchas travesuras; su primer amigo, el médico Pedro Saborío; los apodos con que bautizó a cada uno de sus 11 hermanos... Cabe aquí recordar la vez que un tío suyo le sugerió sembrar sus ahorritos para que le naciera un árbol de "plata"... Admiraba a su abuelo materno, Don Salomón Vargas, quien continúa siendo una leyenda en su pueblo natal. De él heredó muchos dones, entre ellos su gusto por la vida, el ajedrez, la lectura, y su pasión por el trabajo honesto y limpio.

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Maestro en escuela unidocente La época del colegio pasó y se llevó su infancia, aunque parece que quizás no tuvo. Todos le recuerdan desde siempre tan serio, tan recto, tan formal, tan decidido a triunfar... Después del colegio, su primer trabajo fue como maestro en una escuela unidocente, en la alejada comunidad de Chiris de Puriscal. Dormía en el rancho en que daba lecciones. Encima de las sillas largas que utilizaba porque no había pupitres, allí tenía una hamaca recogida, y la extendía por las noches. Luego se fue a vivir a San José, pero trabajaba en la zona de su infancia durante todos los fines de semana.. Quería estudiar Informática. Ingresó a la Escuela Castro Carazo y por las madrugadas trabajaba de repartidor en una panadería para costearse los estudios. La economía de su familia y la mentalidad de su padre no le permitieron ir a la Universidad de Costa Rica. Los fines de semana manejaba un camión ganadero de don Joel Retana hacia Parrita y Jacó.

Gran orador Don Beto era buen mozo, pícaro y con gran habilidad de palabra. Fue muy noviero y le gustaba el baile. Le encantaba la música de Javier Solís y de Pedro Infante; mas nunca perdió la perspectiva sobre cuán grande quería ser en su vida. Tuvo muchos amores en cada pueblo, pero su fortuna llegó más allá, tuvo la suerte de encontrar el verdadero amor en su otro yo. Conoció a doña Ana Isabel Monge cuando ella tenía 14 años y la esperó todo el colegio. Lucharon en contra de la familia de ella durante todo ese tiempo para mantenerse juntos, hasta que por fin una soleada mañana del 23 de diciembre de 1973 unieron su amor ante Dios y los hombres. Ya para ese entoces había ingresado a trabajar al Banco de Costa Rica como cajero, y los fines de semana se iba a trabajar a Quepos y a Parrita, donde tenía la distribución exclusiva de Ricalit. El tiempo que laboró en el Banco le llenó la vida de muy buenos amigos. Siempre las puertas de su casa estuvieron abiertas para todos. Y de cuando en cuando, muchos llegaban a su casa a comerse una carnita asada... En 1975, Dios bendice su hogar con la llegada de su primera hija, Paula, quien despertó una nueva parte de su personalidad, ser padre, un excelente padre, característica que se extendió con la llegada de sus Camilo Rodríguez Chaverri

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otras hijas, y que mantuvo hasta el último día de su vida .

Comerciante visionario Tiempo después, en 1977, decide entregarse por completo a una de sus más grandes pasiones, el comercio. Y días después comienza a involucrarse en la vida política, convirtiéndose en uno de los mayores aliados de Rodrigo Carazo en la zona de Puriscal y Parrita. Desde esas épocas se le sugería una carrera como político, pero él sólo quería servir al pueblo desde abajo, directamenteç A pesar de su gran ambición y carisma siempre quiso ser un canal para llevar el mensaje directo del pueblo. En agosto de 1979 emigra a Parrita. Durante nueve meses se dedica a la ganadería y a la agricultura, pero el ardiente clima y las malas condiciones de la zona lo hacen regresar a Puriscal. A inicios de los ochenta, debido al auge bananero, se da una migración de colonizadores desde la zona de Puriscal hacia las llanuras de Tortuguero. Don Beto decide marcharse junto a su pequeña familia al húmedo paraíso de Cariari de Pococí, invierte su capital en un camión y una finquita, y se va a sembrar sus sueños a un lugar que no lo vio nacer pero que lo acogió como una madre tierna y amorosa.

Revolucionario En octubre de 1981 llega a Cariari. Llovió 15 días sin cesar. Ya para el mes de diciembre, el agua había amainado, y se hacía propicio el inicio de su gran sueño. En poco tiempo construyó un galerón y lo equipó para hacer un centro de acopio para el maíz. Compraba el elote, lo desgranaba, lo empacaba y lo vendía a la empresa DEMASA. Hacía viajes de más de 20 horas en el camión. Más tarde comenzaría a viajar en avioneta. Eran días de trabajo continuo. El arribo de camiones y carretas no cesaba durante semanas. Su esposa siempre estuvo allí, cocinando para todos y administrando un teléfono administrado que fue iniciativa de don Beto, para servirle a la comunidad. El teléfono significaba un sacrificio enorme, pues había que dar el servicio durante las 24 horas del día, sobre todo en casos de emergencia. Todo era una algarabía. Gente iba y venía sin cesar. Al final de la cosecha, don Beto estaba devastado por el cansancio. Pero podían más 8

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su ímpetu y el deseo de salir adelante.

Gasolinero Casi dos años después compra una propiedad en el centro del pueblo. Ahí levantó el primer edificio moderno de Cariari, y abrió su negocio, "El Lubricentro de la Colonia", el premio a su ardua labor. Seguía trabajando con granos básicos, estaba en el negocio de la compra-venta de carros, en el comercio de ganado y en el transporte de carga... Fue Fiscal General de la Cruz Roja en la provincia de Limón, fundador de la asociación ambientalista APREFLOFAS y de la Camara de Comercio de Pococí. En el ámbito nacional, fue fiscal general de La Vuelta Ciclística. También estuvo en el comité de deportes, en la liga de papifutbol, y en la campaña para salvar a Cristian, un niño guapileño que necesitaba un trasplante de hígado. . Además, impulsó la expansión de la red telefónica por todas las comunidades vecinas.

Fundador de El Liceo de Cariari Junto a un pequeño grupo de la comunidad decide comenzar la lucha por llevar un colegio a su pueblo. Dos años de reuniones y más reuniones, mucho tiempo y dinero de su bolsillo... Diseñó personalmente el bosquejo para el proyecto de construcción. Y en febrero de 1992 inició la matrícula para el nuevo colegio. Nuevamente tomó la batuta, recibía a los padres de familia y muchachos en su propio negocio para matricularlos... Corrió para tener a los profesores nombrados y al personal administrativo a tiempo... Se comenzaría en las instalaciones del IPEC mientras finalizaban la nueva planta física, hasta que llegó esa mañana del mes de marzo en que el colegio abría sus puertas para un nutrido grupo de jóvenes. Fue Presidente de la junta administrativa, la mano derecha del director, el amigo y segundo padre de muchos de los nuevos alumnos. Estuvo desde el primer día de clases cada mañana verificando que todo estuviera en orden, trabajó en el terreno, puso la primera piedra de las nuevas instalaciones, corrió para que todo estuviera en orden, sin descuidar sus otras múltiples ocupaciones ni a su amada familia. Camilo Rodríguez Chaverri

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Don Beto sigue vivo, y sus sueños siguen dando frutos. Su familia no está sola, les legó su alma y sus enseñanzas, y aunque su cuerpo inerte fue devuelto a Puriscal, su ilusión está en Cariari. Sigue vivo en cada estudiante, en cada joven que llega con sus sueños al colegio... Sigue vivo porque sus obras están vivas y crecen con el tiempo, como los frutos del campo.

Hace milagros con los desechos La naturaleza produce sus propios desechos. Los hongos cuando mueren, el musgo cuando se seca, las hojas que caen con el viento o la piel más vieja de los árboles... Pero en las manos de una mujer la muerte se aleja y esos desechos del bosque adquieren luz y color. Shirley Martínez Rodríguez parece una blancanieves tropical, y sus obras reflejan el amor que tiene por el arte. De ahí que asombre con sus pinturas, bajo la técnica del collage. Hace unas semanas tuvo su primera exposición oficial, en el Hotel Corobicí. En sus trabajos destacan las balsas, las flores secas, los helechos, los arbustos. También utiliza corcho y pinturas de aceite. Ella misma va a los potreros, las orillas de ríos y las montañas en busca de los materiales que se convierten en techos, pisos, caminos, líneas de tren o volcanes dentro de los paisajes de sus obras. Tiene 33 años y empezó a trabajar en esta técnica hace sólo dos años. Sorprende el dominio que tiene del collage. Ella lo atribuye a que siempre ha sido artesana y ha cultivado una enorme curiosidad por todo lo que tiene que ver con el uso de materiales secos. "Me inicié con la gran maestra en esta técnica, Patricia Jiménez, quien la inventó en las playas de Tortuguero, donde quería brindar talleres artísticos, pero no contaba con los medios para hacerlo", cuenta. "En la técnica del collage, todo es importante y debe ser preciso. Uno aprende a notar cómo un hongo se puede convertir en las tejas de una casa o la cáscara de un árbol en un barreal. Sólo que para eso el manejo del color y de la luz es muy riguroso. Estos desechos secos permiten una gran vida en las pinturas pero hay que trabajar con paciencia y mucho cuidado. "He aprendido que la naturaleza es tan mágica y maravillosa que hasta en sus desechos, en sus partes muertas, hay elementos que pueden encender pasiones o detonar secretos. Cuando alguien se siente bien frente a uno de mis cuadros creo que he retribuido bien a la Madre Naturaleza", dice Shirley. 10

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Víctor Pineda, de Anita Grande de Jiménez Hombre Cocodrilo es guapileño Pineda estudió en la Escuela de Ganadería de Atenas y se especializó en reptiles. La primer persona que se atrevió a darles comida a los cocodrilos del río Tárcoles fue Víctor Pineda, orgullosamente guapileño. El se enfrenta a la muerte cada vez que baja a la arena. Víctor Pineda es el creador del espectáculo "El Hombre Cocodrilo". Ha aprendido a llamar a los temibles reptiles, pues imita el sonido de auxilio de los cocodrilos pequeños, por lo que los más grandes salen rápidamente. El los espera en la orilla; los mira, tranquilamente; les habla, casi que con cariño; amarra un pollo; y toma la delgada cuerda de la punta. La hace chapotear antojando al feroz animal... No es cazador. Simplemente aprendió a alimentarlos con sus manos, cerquita, cuerpo a cuerpo, con la cuerda en la mano e, incluso, con la cuerda en su boca. A un lado están los labios, que sostienen el pollo en el aire. Al otro lado está la mandíbula imponente de un animal que tiene 250 millones de años de permanecer en sus dominios, y que llega a medir 6 metros y a pesar 2 toneladas. Aunque es el más contaminado del país, el río Tárcoles reúne la mayor cantidad de cocodrilos por kilómetros, y crecen más que las otras especies de América. Solamente el cocodrilo australiano es más grande y pesado, pero ninguno es más agresivo en la defensa de su territorio. Y ya que está empeñado en conservarlo, en su afán por defenderlo, cada vez que un cocodrilo está causando daños a un finquero, (pues acostumbran comer vacas, cerdos y gallinas, que osan acercarse a su espacio vital en el río), Pineda va a buscarlo, lo atrapa y lo lleva a otro sector del río, donde cause menos preocupaciones a los vecinos. "El secreto está en que los cocodrilos están en su charco, no en cautiverio, ni siquiera en un zoológico", dice Víctor, quien es de Anita Grande de Jiménez, donde creció y se hizo hombre. Su madre y sus hermanas viven en Pococí y ahora él trabaja como guía de turismo en la zona de las barras de Tortuguero y Colorado, pero hemos 12

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querido reconocerlo como el verdadero Hombre Cocodrilo, pues, por circunstancias especiales, ha tenido que dejar su espectáculo de manera temporal, por lo que otros han querido robarse el título que le corresponde como gran defensor de los reptiles y quien aprendió primero a alimentarlos de esta manera tan particular. Quienes tuvimos la dicha de verlo con el agua a la altura de las rodillas, esperando al cocodrilo de 6 metros, que abre su mandíbula gigantesca, para atrapar los dos kilos de pollo que en su mano le ofrece, sabemos que es un espectáculo que también a los humanos nos deja con la boca abierta. Víctor estudió en la Escuela de Ganadería de Atenas, y fue allí que se especializó en zoocriaderos de reptiles. Luego tuvo un criadero de cocodrilos, pero admite que no es muy rentable. Si bien ahora se dedica a otras actividades turísticas, cada vez que científicos y periodistas de diversos canales o revistas del mundo necesitan realizar un documental, es a él a quien contratan como guía especialista en estos animales. Es el caso de National Geographic, institución que le pagó hace algún tiempo para que acompañara a su gente en la realización de un programa especial sobre los temibles cocodrilos.

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Jorge Eduardo López "La fe me hizo salir adelante" Logró sobreponerse después de sufrir serios quebrantos y graves pérdidas personales. No conozco a nadie que haya sufrido tantas pruebas traumáticas y tan dolorosas como Jorge Eduardo López Solano, uno de los socios de TRACASA. En un accidente murieron sus papás y los tres hijos de su matrimonio. Años después, también murió su esposa. Y sólo amparado en la fe y en el optimismo, pudo salir adelante. Se necesita coraje y fortaleza, fuerza espiritual y músculo emocional para sobreponerse a golpes tan profundos, tan hondos. Él lo logró. Parece mentira que una persona pueda sufrir tanto en la vida y que tenga todavía la capacidad de pensar en el futuro, sonreír y soñar. Jorge Eduardo López Solano es un gran ejemplo de vida. Su lucha por salir adelante nos deja grandes enseñanzasDon Jorge Eduardo está a cargo de la compañía CON y CIA, la fábrica de hielo que heredaron él y su hermano mayor, Carlos, gerente general de TRACSA. Su papá, Carlos López, salió adelante con base en mucho trabajo."Mi papá fue salonero en el Salón París, y de ahí en adelante empezó a trabajar, poco a poco, hasta que se hizo del bar El Diamante, que estaba al puro frente de la Parada de SACSA, en Cartago. Mi papá trabajaba hasta las 4 de la mañana", dice don Jorge, muy orgulloso. "Incluso, cuando ya nos vinimos para acá, allá quedó un negocio con el nombre de El Diamante , y todavía en la actualidad, más de 30 años después de que mi papá se vino de Cartago, ese negocio usa la misma patente".

La magia del tren Se vinieron para Guápiles en el 70. Jorge Eduardo tenía 13 años y su hermano Carlos tenía 14. "Primero se vino mi hermano, se vino solo, por cierto, y yo llegué a los 4 días. Recuerdo que se me doblaban las piernas. Es que aquí era solo piedra. Lo bonito era el viaje en tren. El tren salía 14

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de Cartago a medio día y llegaban a las 6 y 30, cuando no se varaba. A veces llegaba a las 10 u 11 de la noche. "Cuando papá decidió venirse ya tenían el bar, más dos pulperías y tres casas de alquiler. Tuvo que vender todo para comprar aquí. Papá nos educó en el trabajo. Me acuerdo que cuando estaba en la escuela, y teníamos una pulpería, nos levantábamos Carlos y yo a abrir la pulpería". (En eso lo interrumpe una persona que llega a la caja de la fábrica de hielo, y le paga cuatro maquetas. Don Jorge le pregunta que para qué son las maquetas y la otra persona le cuenta que es de Barrio Cascadas, y que están luchando por construir un aula para el kínder. Entonces don Jorge le regala dos maquetas más y saco de hielo en cubitos...). Don Jorge Eduardo empezó el colegio cuando el Agropecuario de Pococí todavía estaba en Los Diamantes, luego pasó a las instalaciones nuevas y terminó el bachillerato en el Colegio Nocturno. Casó con apenas 18 años, con Seidy Garita Sánchez (qdDg). Se fue tres años para Siquirres, a administrar el Restaurante California, que era de su papá.

Indecible dolor En los años 80 volvió a la fábrica. Y en esos años vinieron las pruebas difíciles de su vida. En un accidente murieron sus tres hijos, Esteban (4), Jorge (6) y Marcela (7) y sus papás, don Carlos Enrique y doña Carmen. El accidente fue en el año 86. Venían de Limón, de ver un partido de Limón. Don Carlos Enrique era directivo de Limón. "Para salir delante de esas pruebas, no hay que preguntar por qué pasan las cosas, sino pedirle a Dios. Nueve años después, en el año 95, murió mi esposa. Sólo Dios me pudo sacar adelante. "He luchado por rehacer mi vida. Tengo tres hijos, Jorge Andrés López Sandoval (4 años), Esteban Eduardo López Sandoval (6 años) y Jorge Adrián López Leiva (4 años). "Carlos, mi hermano, ha sido muy importante. Me ayudó muchísimo a salir adelante. Siempre hemos estado a la par. En todos los negocios. Tenemos sociedades, y nunca hemos tenido grandes diferencias. Conversamos mucho. La fábrica es de los dos, y en los buses estamos metidos los dos, también. Siempre hemos andado de la mano".

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El ejemplo de su padre "Papá nos enseñó a llevar los negocios, con base en mucho trabajo, honradamente y sin hacerle daño a nadie. Eso lo hemos llevado a la práctica tanto en la fábrica de hielo como en TRACASA. "La idea de TRACASA fue de Antonio Fuentes (Chompi). Él nos invitó a formar parte de esa empresa. Estaba también el Doctor Brenes, Marcelino y José Manuel Calvo y luego entró Carlos Gamboa. "En TRACASA el único problema es que todo tiene que ver con el gobierno, todo está regulado. Hemos mejorado muchísimo la flotilla. Hemos hecho grandes inversiones. Pero parece que al gobierno eso no le interesa. "Tanto el negocio de los buses como este del hielo son muy sacrificados. Mi hermano Carlos es un peón de 24 horas en TRACASA. Como empresa, nos hemos preocupado mucho por el usuario. Carlos es el que lleva adelante esa bandera, esa lucha". "En esto de la vida, cada cabeza es un mundo. Hay gente que no puede llevar las cosas, y hay gente que sale adelante, como yo. Nunca hay que preguntarse porque le pasan a uno las cosas en la vida. Simplemente hay que seguir luchando, sin descanso".

"Sólo Dios ayuda a sobreponerse" "Lo que pasé yo, ojalá que no le pase a nadie. No le voy a negar que es muy duro. Pero con Dios en el corazón uno puede sobreponerse. Si uno se mete en depresión o no sale a ningún lado, diay, se pierde. La única manera de no hundirse, es poderle una cara sonriente, darle la cara al problema y levantar la frente. "Cuando me siento muy triste, salgo con mis hijos, y ya cambio completamente. Todo esto me ha ayudado a ser más humano. Por ejemplo, el señor que trabaja conmigo aquí en la fábrica de hielo vive en Turrialba. Entonces, para que el que se vaya a ver la familia todos los sábados, yo me quedo aquí en el caja al mediodía y paso metido aquí los domingos y los lunes por la mañana. Él viene los lunes a mediodía. Entonces yo salgo a hacer lo demás. Cuando sufre duras pruebas en la vida, se da cuenta que todos dependemos de todos, y que siempre hay que ayudarle a los demás", concluye Don Jorge Eduardo, un verdadero luchador de la vida.

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Marcelino Calvo Rodríguez Siempre al lado del trabajo y el ingenio Ha sido ingenioso y muy trabajador. Inició al lado de su papá y su tío en la Soda Palace, frente al Parque Central de San José. Luego estuvo en Soda La Perla, cuando su papá y su tío tomaron caminos diferentes, y también en El Diamante. Ayudó en las cabinas de Don Marcelino padre en Jacó, estuvo administrando uno de los primeros apartoteles de San José, tuvo una fábrica de ropa, ayudó a crear un modelo de tarimas plásticas para evitar tanta deforestación, tiene un bus para que los turistas que vienen en cruceros hagan un tour por Limón, fundó una agencia de viajes junto a su esposa y es uno de los socios de TRACASA más activos e innovadores, y quizás la primera persona que creyó en la necesidad de implementar un sistema de control electrónico en los buses del país. Todo eso ha hecho Marcelino Calvo Rodríguez, hijo mayor del asturiano Marcelino Calvo Lobeto (qdDg). Marcelino tiene más de 30 años de tener relación directa con Guápiles. Lleva a la zona en su corazón desde que su padre decidió comprar una finca en las cercanías de río Blanco. Sus papás lo trajeron de España cuando tenía tres años de edad. Sus primeros recuerdos son de aquí. Creció frente al Parque Central. "El centro de San José es el barrio donde crecí. No era barrio, pero en realidad ahí se vivía. En Europa es normal vivir en el centro de la ciudad. Hasta ahora es que se está tendiendo a salir un poco, pero porque las construcciones se han vuelto muy caras, y los apartamentos no tienen parqueo. "Ahí, en San José, nosotros no necesitábamos carro. Todo lo hacíamos cuatro cuadras a la redonda. Eso es importante. Lo malo de ahora es tener que usar carro para todo. Es más. Durante muchos años no tuvimos carro. Como quince o veinte años después de haber venido papá aquí fue que compró un carro. Y lo compró por aventurero que era. Tenía pasión por el campo. "Tuvo un jeep Land Rover. En ese tiempo, también tenía unas cabinas en Jacó. Entonces, le puso un rótulo adelante, que decía ´Cabinas Marcelino, Playas de Jacó´. Imaginate salir con la novia y ese rótulo. Pegaba en todo lado. "Por cierto, era toda una aventura ir a Jacó . Se tardaban ocho horas, en cambio, ahora se dura hora y medio. Había que subir San Mateo, Camilo Rodríguez Chaverri

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Orotina, el Aguacate. Nosotros dábamos el servicio de transporte en el Land Rover a alguna gente no tenía carro y cuando llevaban su propio carro, nosotros jalábamos sus víveres. Allá en Jacó trabajábamos con neveras de canfín, y había que encender la planta eléctrica de 5 a 8 ó 9 de la noche, apenas la suficiente para dar la comida en el hotel. Aquello era muy romántico, porque todo era a pura candela, y sin tele. "La hemos pulseado mucho. Vivíamos en el tercer piso del Teatro Raventós y mi Tío Pepe, el dueño de La Palace, vivía en el segundo piso. Colindábamos con lo que era la pantalla del teatro. Yo veía películas porque en un arreglo de hicieron, dejaron unas tablas flojas. Por eso, invitaba a los compañeros a ver las películas desde mi casa", cuenta Marcelino, quien ahora tiene 50 años. Se oía todo. No eran salas aisladas, como las de ahora que no te enterás de lo que pasa al lado".

Vinieron a trabajar "Mis primeros recuerdos son en la Soda Palace. Mi tío trajo a papá para que le echara una mano, y luego papá compró lo que fue La Perla. Papá era más aventurero. Después compró El Diamante. "Tuvimos después un apartotel, el Apartotel La Perla. Era un concepto europeo, con apartamentos pequeñitos y muy cómodos,. En ese momento eran un gran batazo, ahora están un poco superados. Eran 14 apartamentos que él construyó. "Papá tuvo cosas muy curiosas. Era muy innovador. Por un lado, fue pionero con ese apartotel. También fue el primero que pensó en el plato del día, y vos podés ver lo ingenioso que era hasta con el hecho de haber puesto el rótulo de las cabinas en el techo del carro. Era un anuncio buenísimo y no costaba ni un cinco. "Algo interesante es que la soda de mi tío, la Palace, y la nuestra, La Perla, nunca compitieron entre sí. La Palace era de clase más alta, y La Perla siempre trataba de jalar a la gente que no entraba a La Palace", explica Don Marcelino. Fue en La Perla que nació la relación de los Calvo con Guápiles. "No sé cómo llegó a la soda don Ernesto Campbel (qdDg). No me acuerdo. La cuestión es que ahí conoció a papá. Mientras tanto, Julieta Huete era pastelera, muy fina, tenía un negocio con la mamá donde estaba el Pasaje Jiménez. Toda esa parte se botó, se vino abajo con la ampliación de la Avenida Segunda", recuerda don Marcelino. Poco a poco, empezaron a jalar a don Marcelino para Guápiles. 18

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"Campbell lo llevó a la finca, a papá le gustó mucho, y compró la finca La Perla. Poco después, conoció a don Carlos López (qdDg), quien se convertiría también en su gran amigo. Hicieron muy buena amistad los tres, Campbell, don Carlos y papá. "Guápiles fue muy importante para papá, porque antes de venir al país, él era tratante de ganado, y para ir a ver a mamá, en el pueblo de Felichosa, en Asturias, tenía que cruzar toda una zona llena de naturaleza", dice don Marcelino. Su mamá, doña Generosa Rodríguez (ver Nota Aparte), está a su lado en el momento de esta entrevista, y agrega lo siguiente: "hubo un huracán para el momento de una Expo, levantó láminas de zinc y estaban ahí los muchachos del colegio. Recuerdo que ahí estaba Marcelino (padre) disfrutando muchísimo de la exposición". Y retoma su hijo. "En Europa no se conoce el Indobrasil, ni el Brahman. Cuando vino a Costa Rica, papá trató de introducir otras razas europeas".

Todo a pie Marcelino estuvo en la Escuela Buenaventura Corrales. "Iba a pata hasta el Edificio Metálico, que está muy cerca", recuerda. Después estuvo en el Colegio Calasanz. "Mis papás son españoles, pero a nosotros tampoco fue que nos cultivaron sólo eso. Claro que su cultura tenía peso, porque, además, estaba tía Enedina y tío Pepe (qdDg). Pero también nos inculcaron un amor y un respeto muy grande por nuestro país, por Costa Rica. "Ayudamos en el negocio desde muy pequeños. Me acuerdo algún tiempo para que acompañara a su gente en la realización deñana. Nosotros siempre hemos sido gente de trabajo, de estar ahí, mi hermano José Manuel igual. "Fuimos inmigrantes que veníamos a trabajar y trabajar. Así sigue siendo. Imaginate que las vacaciones nuestras eran ir al Hotel Tioga, que era como ir a Miami. El viaje en tren a Puntarenas era una verdadera aventura. Me acuerdo de lo que era comprar marañones en Atenas". Cuando terminó el colegio, Marcelino se fue para Estados Unidos, para Lousiana, donde vivía a 80 millas de Nueva Orleáns, en la parte sur, que ahora es muy importante por el petróleo. Primero había estado aprendiendo inglés, en un intercambio en Boston. Ya en Lousiana, estudió Ingeniería Mecánica. Estuvo allá seis años, cinco años en Ingeniería Mecánica, y luego un año más mientras Camilo Rodríguez Chaverri

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sacaba un diplomado en Administración de Negocios.

Su compañera de la vida Un detalle muy bello fue como don Marcelino fue encontrando en su camino a su esposa, María del Mar Rodríguez. "Conocí a Mary, mi esposa, cuando yo tenía como 13 ó 14 años, precisamente cuando regresamos por primera vez a España. "La conocí a ella allá. Después continuamos escribiéndonos, y apenas ella se graduó del colegio, se vino a estudiar aquí. Estudió Psicología en la UCR, y trabajó un tiempo en la Caja Costarricense del Seguro Social. "Cuando volví de Estados Unidos, me puse a trabajar ayudándole a papá. En aquel momento tenía El Diamante, La Perla, el apartotel y las fincas de Guápiles. Empecé a echarle una mano, había mucho enredo, y poco después empecé a salir con Mary. "Me casé a los dos años, y me metí en la Universidad de Costa Rica para seguir estudiando. Para ese tiempo, tuve una fábrica de ropa, Confecciones ALTEA, precisamente en los bajos del edificio del Apartotel La Perla. Administraba los apartamentos y tenía la fabriquita. "Le vendí la fábrica a unos polacos, exactamente cuando empezó la devaluación en los tiempos de Carazo. Vendía mucho pero no se podía cobrar. "Cuando papá murió, mi hermano y yo nos hicimos cargo de La Perla. La soda estuvo en manos de nuestra familia durante 36 años".

Una tarima plástica "Logré desarrollar una tarima plástica con la idea de colaborar en la lucha en contra de la deforestación. Se me ocurrió cuando estaba parado en la finca, viendo pasar los camiones, o desde el restaurante de Campbell. Veía pasar la madera, y eso me preocupaba muchísimo. "La tarima la diseñaron en Ohio, pero yo les llevé la idea. Me hice representante de la empresa. Todavía está en proyecto, continúa el proceso, lo tiene Chiquita, toda la tarima es retornable. "Además, diseñamos y vendemos bandejas bananeras, le vendo a Del Monte, a Chiquita, a Dole. "Toda la preocupación me surgió a partir de un árbol que teníamos 20

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en la finca. Era un ceibo que me causaba mucha impresión. Nunca pude lograr que otro ceibo creciera igual. Y ese que yo quería tanto se secó y un rayo ayudó a que se cayera en pedazos. Hubo que cortarlo porque ya era peligroso. Antes, habíamos tenido que cercar para que no se le arrimara el ganado. "En la loquera de buscar una plataforma para evitar el uso de madera, me pasaron anécdotas muy simpáticas. Me fui para Estados Unidos y a la vuelta llegué donde un colombiano, y me dijo que la tarima estaba muy bonita pero que era para carga seca, no para carga húmeda. Ahí me di cuenta que tenía que aprender mucho de banano. Hubo que empezar a diseñar todo. "Hoy el proyecto camino. En Bélgica, hay más o menos 5 mil tarimas plásticas en prueba. Por ahora no es rentable, pero es un proyecto que camina".

Un bus muy diferente... "Ahora tengo la loquera por este bus. Se me ocurrió porque Mary, mi esposa, conoció a una pareja de españoles que nos comentaron que había una persona que quería desarrollar una marina. Esto fue antes de que se desarrollara el Proyecto Papagayo. "Aprendiendo sobre el tema de marinas pasamos por Puntarenas y había un barco de cruceros, uno en Puntarenas y otro en Caldera. Nos quedamos viendo el movimiento, fuimos a filmar allá por Papagayo, para que el español inversionista conociera algo de la zona, y cuando regresamos, nos picó la curiosidad de qué pasaba en el Caribe. "Al final nos dimos cuenta que llegan un montón de barcos y cuentan con menos servicios en Limón, por lo que decidimos hacer un tour en la ciudad. Luis Valin, que trabaja en diseño publicitario, tenía una conceptualización bonita, y llegamos a la conclusión entre Carlos López, él y yo, que podíamos hacer algo interesante con un bus. Carlos había visto unos en Cartagena. "Y nos fuimos a vender el tour a Estados Unidos. Poco antes creamos una agencia de viajes, Asuaire travel. ´A su aire´ es una expresión muy española, que significa ´hágalo como quiera´. Nos salimos del concepto de que ´yo lo llevo´, para favorecer el término ´pida lo que quiera", explica Don Marcelino, quien considera que algo importante es que su hermano y él, al igual que los hermanos López, siempre han estado en el sector de servicios. Camilo Rodríguez Chaverri

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Lo que significa TRACASA "Nosotros teníamos mucho problema en la soda (La Perla). En eso llegó Carlos López con Antonio Fuentes, Chompi, para comentarnos acerca de la eventual quiebra de Coopetragua, que ya habían vendido la línea San José-Guápiles a José Alberto Castillo y la línea a Limón a Jorge Solano. "Y cuando ya estaban en la disolución, nosotros les compramos a ellos lo que quedaba, que eran las líneas que iban juntando la gente en la calle. La carnita ya la habían vendido. "Era una empresa complicada, de muy difícil control. Cuando entramos el primer día de operación, después de un mes y pico en la negociación, no habían cambiado aceites, y los buses empezaron fundirse. "Nosotros sabíamos de sánguches y los López de hielo. Yo estaba en ese momento sacando una maestría en administración de negocios. A raíz del problema de que era una empresa que no se podía controlar, empezamos a investigar, optamos por el sistema de control, que no existía nada en el país. "Mi mamá nos contaba que los buses de su pueblo en Asturias tenían una máquina que daba los tiquetes. Así que empezamos a mover a toda la familia, a ver donde encontrábamos algo para controlar la empresa. Cuando encontramos el sistema, gracias a los buses de los que hablaba mamá, José Manuel se fue a entrenar a España, y luego ellos vinieron a instalarlas aquí. "Hubo que hacer mil cosas, pero ya lo controlamos mucho. Del primer sistema de control, evolucionamos a este, que tiene posicionamiento global, el sistema sabe donde se encuentra el bus siempre, y tiene sistema de tarjetas. "Le vamos a dar tarjetas al adulto mayor, para evitar enredos y chorizos. Queremos darle a la gente la tarjeta como si fuera un carnet, con foto, y a los usuarios que quieran su pasaje pre pagado, les brindaremos ese servicio. El sistema es caro para la empresa, pero estamos innovando. Ahora también lo tienen los Badilla".

TRACASA nos salvó "Diez años después de que iniciamos con TRACASA, no puedo imaginarme qué hubiera sido de nosotros sin no hubiéramos entrado en 22

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este negocio. Los buses nos acomodaron de nuevo. "Todavía quiero saber qué significamos las empresas de transportes para la sociedad. Somos muy más importantes de lo que lucimos a los ojos de las autoridades. Pareciera que no somos nada Nosotros tenemos 30 años de estar en la zona, estamos muy metidos ahí, y tenemos enormes intereses y un gran cariño por toda la región. "Para mi familia, TRACASA significó un giro importante en un momento difícil. Le apostamos a esta actividad, que es muy difícil y compleja. Por ejemplo, hace unos días estábamos tomando la decisión de cambiar ocho buses. Estamos hablando de $ 800 mil dólares. "Pero ya estamos en otra posición. No es como cuando empezamos, cuando Edgar Ramírez nos apoyó para comprar los primeros siete buses. Pasaron cinco meses desde el momento en que se pidieron hasta que llegaron. Cuando ya los tuvimos aquí, los paseamos por San José. Se fueron de caravana desde Pavas hasta Limón. Yo llamé a mi mamá, que estaba en la Soda (La Perla) porque la tuvimos unos años más, y cuando pasamos por el centro, ella nos estaba esperando. Fue muy emocionante. Estábamos asustados, pero dichosamente salimos adelante", concluye don Marcelino, y en los ojos se le nota que aquel momento mágico sigue siendo parte importante de su vida.

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Carlos López "Yo amo lo que hago" Par te del éxito de TRACASA se debe exclusivamente al temperamento, el carácter y la fuerza creadora de su gerente general, Carlos López. Su afán de progreso, su visión, su disciplina de trabajo y su osadía responden a las experiencias de toda una vida. Carlos López nació en Cartago, y creció en medio del trabajo con su papá, Don Carlos López (qdDg). "Trabajábamos mucho en turnos. Andábamos mucho en las fiestas de Alajuelita y Plaza Víquez, donde se realizaban los Festejos Populares de San José antes de que se hicieran en Zapote", cuenta Don Carlos, quien se vino para la zona en 1970. "Me vine solo, antes que el resto de mi familia. Tenía 13 años. Mi papá compró la fábrica de hielo de Guápiles, y yo apenas conocía hasta Siquirres. Pero de Guápiles nunca había oído ni mentar", confiesa Don Carlos. "En Guápiles me encontré otro mundo. Yo estaba en el Colegio San Luis Gonzaga, iba de saco y corbata, estaba en el equipo de basketball y en el de gimnasia. Aquí no había nada de eso. El colegio agropecuario apenas se estaba formando. Tenía pocos años de fundado, y todavía estaba en Los Diamantes. "Fuimos del primer grupillo de estudiantes que empezamos a luchar para pasarnos. Yo formé parte de la segunda generación. Me metía mucho en las peleíllas del colegio, junto a Carlos Núñez. Habían varios compañeros que luego se convirtieron en figuras de la comunidad, como Alfonso Espinoza. "Un año arriba de nosotros, estaban los de la Primera Generación, entre ellos Luis Solano, José Alberto Castillo, Rose Marie Cruz y María Elena Núñez. "Por medio de una gestión de Don Carlos Rodríguez, el famoso Che, quien era el director del colegio, Alfonso Espinoza y yo nos fuimos para Argentina y estudiamos durante un año en la Escuela Nacional de Agricultura, en Córdoba", cuenta don Carlos. A la vuelta, con sólo 19 años empezó a dar clases en el colegio, y se mantuvo en ese trabajo durante cinco años. Durante esos años, también participó en la formación de dirigencia juvenil, junto a William Núñez y Wilberth Picado, dentro del Movimiento Nacional de Juventudes. 24

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Don Carlos también fue regidor municipal, cuando estaba Enrique Alfaro de Presidente Municipal. "Yo era suplente, pero al final de cuentas pasé ahí en la municipalidad dos años. Fue cuando murió papá, y tuve que salir para atender el negocio de la familia". Don Carlos heredó su interés por la comunidad de su papá, quien también fue un destacado dirigente deportivo. Así como ahora Carlos Jr es dirigente del Santos de Guápiles, Carlos López padre fue alto dirigente del equipo de Limón.

Espíritu de comerciante Siendo muy joven, López tuvo desde discomóvil hasta una taberna y el famoso Bar El Rodeo. "Cuando me casé, nos fuimos para San Cristóbal, para Finca Nueva. Allá alquilamos un comisariato y la pulseamos durante dos años y medio. Nos enfermamos de beber agua de pozo, pero no desfallecimos. Fuimos los primeros que impusimos el servicio de llevarle a los clientes el diario a la casa", cuenta Don Carlos, quien se casó de 25 años con Jessy Astúa Arce, quien tenía 22. "Desde que nos casamos, Jesy siempre ha andado conmigo. Ha sido una excelente compañera. He tenido mucho apoyo de ella, en las buenas y en las malas. "Después de la aventura del comisariato, me vine a poner una pizzería ahí en Las Cañas, y después pasé a trabajar con mi papá en la fábrica, a administrar el negocio de la familia". Después de la fábrica vendría la etapa de TRACASA, hace diez años. De nuevo, el destino unía a los López y a los Calvo. "Siempre hemos tenido una relación de amistad. Es más, durante un tiempito que estuve en la universidad, me daban posada en la casa de doña Gene (Doña Generosa Rodríguez, esposa de Marcelino Calvo Padre, madre de Marcelino y José Manuel Calvo). "Inclusive, hubo un tiempo en que le veía las fincas al papá de Marcelino. Cuando murió Don Marcelino, siempre estuvimos al lado de ellos, y cuando la tragedia de mi familia, cuando murieron mis papás y mis sobrinos, ellos nos apoyaron, nos acompañaron, estuvieron con nosotros", cuenta Don Carlos.

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Gran aporte comunal Carlos López fue el gran arquitecto de lo que hoy es Expo Pococí. Durante los siete años que fue Presidente de su Junta Directiva, la feria experimentó sus más grandes impulsos y progresos. "Siempre estuve vinculado con la Expo, desde que era estudiante. Siempre me identifiqué mucho con ese proyecto. Cuando fui presidente de la Expo, cada uno aportó diferentes cosas. Lo que yo aporté fue porque tenía y tengo una excelente relación con el equipo de trabajo, y contaba con una gran relación en los círculos políticos. Por eso es que hubo un gran aporte al desarrollo de la Expo", confiesa Don Carlos. "Conseguimos potencializar la Expo Pococí comercialmente. Salí de la junta directiva prácticamente cuando comencé la empresa, cuando surgió la oportunidad de crear TRACASA. En ese año también anduve de candidato a diputado, pero preferí seguir el camino de empresario. "Fue mi mejor decisión. En medio de la campaña, había que repetir las distritales, y ya para las segundas no entré porque estaba en la tarea de diseñar la estrategia y meternos en este negocio", cuenta. "En el 93 comenzamos con 12 buses viejos. Lo importante es que la gente tuvo fe en nosotros. Debo admitir que siempre he tenido un gestor, una persona que me ha aconsejado, me ha dado la mano, una persona a la que le consulto mis cosas siempre. Es el empresario José Alberto Castillo. "En ese tiempo, le consulté a Castillo. Él me aconsejó que me metiera. También me ayudó mucho Giovanni Astúa, quien era gerente de la MUCAP, y Luis Salas, de Cartago, quien era Gerente General. "También nos ayudó mucho la credibilidad que desarrollamos entre los pocos proveedores que teníamos. Además, conseguimos que la gente que comenzó a trabajar con nosotros desarrollara una enorme identificación. Y las mismas municipalidades han tenido confianza. "El primer crédito que tuvimos era como por 110 millones de pesos. Lo gestionamos en un banco de Siquirres. El banco nunca había dado un crédito de esos para transporte. Coopetragua que era el que tenía créditos, pero los tenía con INFOCOOP. El crédito nuestro abrió las puertas para muchas empresas de la zona. "También nos ayudó mucho Édgar Ramírez, de Auto Mundial, que creyó en nosotros. Íbamos a negociar sin un cinco. No nos había aprobado el crédito y ya había mandado a traer los buses. Si no hubiera sido por él, la cosa se hubiera complicado más". 26

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Un buen equipo "Cada socio ha aportado su parte. De los que se fueron, Antonio Fuentes nos enseñó a su manera a ver el transporte. También estuvo el Doctor Brenes, y Carlos Gamboa, que era un controlador de nosotros desde la parada. "Algo importante en este campo, en el transporte, es que nunca va a dejar de deber, porque el activo se deprecia muy rápido. Uno nunca va a dejar de deber. "Marcelino y José creen mucho en la fiscalización, en el orden, en la tecnología. Además, Jorge, mi hermano, es un aliado mío. Siempre hemos estado juntos. De todos los socios, yo soy el más acelerado ahí. Soy muy osado. A veces me meto en cada aventura...", cuenta Don Carlos, quien tiene tres años de ser Presidente de la Cámara de Autobuseros de Limón, y va a cumplir un año de ser el Presidente de la Asociación Sectorial de Transporte (ASETRA). "Quienes estamos en esta empresa, siempre hemos trabajado en servicios. Siempre nos han interesado mucho nuestros clientes. Si uno atiende bien a la gente, la gente va a estar contenta. "Movemos 400 mil personas por mes. Por eso es que siempre debe haber algún problema, aunque sea pequeño. La estructura que tiene la empresa, por ejemplo con seis boleterías, hace que el negocio sea muy complejo. "En la calle andan en el día 40 ó 45 autobuses, en distintos ramales, con distinto tipo de usuarios y con distintas tarifas".

Bus adaptado... "TRACASA fue una de las dos empresas que trajeron al país los primeros buses adaptados para personas con discapacidad. Primero que todo, tenemos mucho interés en cumplir la Ley 7600. El problema es que se hizo una ley parecida a la del adulto mayor, sin racionamiento técnico. En la práctica, con números y estadísticas uno puede demostrar que para dar un buen servicio ni siquiera un 10 por ciento de los buses urge que tengan rampas de acceso. "Urgen los timbres sonoros, las sillas más espaciosas, y hay que tener claro que no es lo mismo andar en la ruta 32 (San José-Guápiles-Limón) que en Bovinos, como le ocurre a Inter Guápiles, o en Santa Marta, Limón 2000, Estrada, Zent. Dolorosamente, en esos lugares no podemos Camilo Rodríguez Chaverri

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bajar la grada, porque se quedaría botada la grada por una piedra, una zanja o un hueco. "La solución es que tiene que ser un servicio diferenciado, con un horario diferenciado. Con el bus adaptado que tenemos pasamos un mes dando el servicio y en realidad lo que se subieron fueron 4 personas "En todas las boleterías se informó. El problema es que no tienen acceso para llegar a la parada. He visitado mucha de estas personas, y no tienen cómo salir de la casa. "Son cinco minutos para subir y bajar a una persona de estas Si van cuatro personas en un bus, Hay que sumarle 20 minutos a un viaje. Por eso es que debe ser un servicio diferenciado".

Muy trabajadores y muy trabajadoras "En TRACASA hay un equipo humano muy bueno. Nuestro mayor activo son los empleados. Han respondido cuando se les ha exigido. Algo importante es que les hemos dado espacio para crecer. Por ejemplo, Marcos comenzó de boletero y Marvin de chaneador. Ahora están en puestos de mando (Ver Notas Aparte). "Además, nuestros proveedores siempre han tenido una apertura total, y nos han ayudado con los créditos. Siempre hemos sido buenos pagadores, nos han respondido mucho los bancos. "Muy importante ha sido la parte de gobierno, los entes rectores, que han tenido confianza y saben que tratamos de hacer las cosas con honestidad y de la mejor manera posible. "Hemos tenido una buena tecnología, por ejemplo con los sistemas de control hemos sido innovadores. Con el sistema de control nuevo podemos determinar hasta la velocidad del bus y decirle al chofer por radio si va muy rápido. "Eso de los controles es revolucionario. Lo que pasa es que hemos tenido que probar. Todos esos sistemas hay que tropicalizarlos. En Europa nadie te roba. Los sistemas le imprimen rigurosidad al servicio. "En año y medio vamos a tener todo en red, con todas las boleterías integradas. Vamos paso a paso. Por ejemplo, ya están integrados el taller y contabilidad. "Además, a todos los socios de TRACASA nos une lo trabajadores que hemos sido. Yo repartía pan siendo un carajillo. Empezaba a repartir pan a las 5 de la mañana, luego me bañaba y me iba para la escuela. Igual mi hermano, Jorge. Y los Calvo (Marcelino y José Manuel) a veces 28

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trabajaban en las noches y madrugadas en la Soda La Perla. Marcelino trabajaba mucho de noche, tenían turnos. El papá de Marcelino vino a ´ponerle´ a Costa Rica., "Cuando me fui a san Cristóbal, hace 22 años, a administrar un comisariato, estando recién casado, vendíamos 2 millones y medio por mes. Don Mario Ugalde nos daba fiado cuando tenía el Almacén Ugalde. Es muy noble y nos ayudó mucho. "Siempre disfruté mi vida y yo amo lo que hago. Salgo tarde, entro temprano... Tengo una filosofía: no le puedo exigir a nadie que trabaje fuerte si yo no trabajo fuerte".

La etapa de la consolidación "En TRACASA venimos ahora con una etapa diferente, la de consolidación. Tenemos como primer meta uniformar toda la flota. Anteriormente, por el crecimiento de la empresa tuvimos que agarrar muchas marcas. "Queremos uniformar desde el color hasta la flota misma, con el fin de bajar costos. Es que cada día este negocio tiene menos rentabilidad. Todo lo que compramos es en dólares. "Estamos con el tema de calidad de servicio, tanto externa como interna, y hemos apostado mucho a la capacitación, abrir área de recursos humanos, que la gente tenga un servicio de calidad. "Contamos con nuevas tecnologías internas y externas, de control, y estamos trabajando para consolidar la parte operativa. "Cualquier empresa debe tener identidad. TRACASA la tiene. Una empresa sin identidad no camina. El empleado tiene que sentirse bien. La asociación solidarista nos ha ayudado mucho. En estos días, ya firmaron diez empleados un convenio para tener vivienda. "Doña Ana, la Presidenta de la Asociación Solidarista, es mi asistente, mi secretaria, pero, sobre todo, es mi brazo derecho. Vos la ves metida en un montón de actividades. Doña ana es un sabueso, ´vea, no se ha resuelto esto´, ´el abogado tal necesita tal papel´...´o que mire, que falta lo otro´. Es buenísima. No sé qué haría yo en la empresa sin ella. Antes estuvo Ivannia Moreno. Ella también ayudó muchísimo".

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Siempre adelante "En San Cristóbal teníamos una planta porque no había ni luz. Sufríamos porque había muchas ratas, pero siempre fuimos para adelante. También hubo un tiempo en la fábrica de hielo en que nos falló la máquina, y teníamos que traer el hielo de afuera. "Al principio era una fábrica montada con un motor diesel porque no había electricidad en Guápiles. El hielo se enguacaba en aserrín, porque no había sistema eléctrico de congelación. El hielo se repartía en carretón de caballo, y cuando se jodió la planta empezamos a hacer bolis a ver si entraba algo de plata, esperando hasta que entrara el ICE. "Siempre ha sido así, pulseándola. Cuando nos casamos, Jessy, mi esposa, puso el lote. El papá de ella nos lo dio, y yo hice la casilla. Mi papá me ayudó. "Algo importante es que soy muy extrovertido, y eso ayuda mucho. La gente se identifica. Otro aspecto valioso es que hemos hecho importantes alianzas, hicimos una con Clubes El Colono, y otra con Don Jorge Solano en el tema de las terminales. "Otra persona que nos ha ayudado mucho, y no quiero dejar de mencionarlo es Mario Soto, gerente de Guapileños, quien era compañero de mi papá. "En TRACASA también le ayudamos a la comunidad. Apoyamos al Santos y a ASODELI. Nuestra empresa ha tenido mucha proyección social. Estamos subvencionando 12 escuelas en la provincia, la subvención es con tiquetes, el año pasado se regalaron 12 mil tiquetes, fuera de la subvención con precios diferenciados para los niños de la escuela. "A la Cruz Roja le hemos ayudado mucho, y a los hogares de ancianos les regalamos un viajecito, tanto al de Guápiles como al de Siquirres, Pocora y Limón. "El año pasado aportamos recursos en la iglesia de Siquirres y en la catedral de Limón. Estamos dando 40 becas de transporte gratuito a estudiantes de secundaria y hacemos énfasis a muchachos de enseñanza especial. "Y nos abrimos para que muchos estudiantes participen en la empresa haciendo sus prácticas profesionales. Por ejemplo, ahora tenemos dos personas en contabilidad que surgieron de una práctica", finaliza don Carlos López, tan orgulloso de la empresa TRACASA, de la que no sólo es pionero, sino pilar y cimiento, roca y base, motor y corazón.

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Muchacha dona computadora para niño con discapacidad Rolando Vargas Barrantes vive de milagro. Siendo un niño, sobrevivió a un estado terrible de desnutrición y abandono por pobreza. Incluso, su caso apareció en una revista de salud como algo inusitado pues todo indicaba que moriría. Rolando tiene una seria malformación, lo operaron y lo dejaron mal enyesado, con un pie más largo que el otro, por lo que se agravó su discapacidad. Además, tiene una complicación en los pulmones, lo que deriva en asma y en diversos malestares. Parece que todo se debe a que su padre fue peón bananero en los tiempos del uso del nemagón, que provoca esterilidad o malformaciones congénitas. De hecho, dos de sus hermanos tienen limitaciones, y en el caso del hermano mayor, Efraín Mauricio, una limitación motora también le genera discapacidad. Aparte, Ana Cristina, la hermana menor, tiene una enfermedad en las glándulas, y Jesús, el hermano que le sigue a Rolando, es epiléptico. El papá se llama Efraín Vargas Mejías y tiene 77 años, por lo que no consigue trabajo fácilmente. Y la mamá es Ana Barrantes Vargas, de 47 años. Son cinco hijos, Lucía (27 años) , Efraín Mauricio (22) , Rolando (21) , Jesús (19) y Ana Cristina (16) Lucía, la mayor, es juntada, y vive aparte. Sin embargo, los dos hijos de Lucía viven con los abuelos y los tíos, con Rolandito y compañía. Los chiquitos de su hermana se llaman Roy Gerardo Vargas Barrantes (11 años) y Ana Leticia Vargas Barrantes (7). Son ocho en la casa y apenas tienen de ingreso una pensioncita del papá y 15 mil colones por mes que le entregan a Rolando. Lo más doloroso es que con el pretexto de que Rolandito y su papá tienen una pequeña pensión, se la han negado al otro hermano, a Efraín Mauricio, aunque tampoco puede trabajar ni valerse por sí mismo. "Yo fui hasta don Jorge Valverde, encargado de pensiones en San José, y me dijo que nos iba a ayudar, pero nada de nada", explica doña Ana. "Hace como cuatro o seis años que fuimos donde él, pero ahora Camilo Rodríguez Chaverri

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es muy difícil ir porque Efraín Mauricio tiene más problemas para movilizarse, y hay que andar jalándolos a él y a Rolando". Don Efraín trabaja todos los días hasta las 4 de la tarde. Siembra yuca, rábano, plátano, frijoles y maíz en dos terrenos prestados. No tiene salario. Vive sólo de lo que va sacando. Antes, trabajó en muchas bananeras. Primero en Finca 8, en Palmar Sur; de allá lo trasladaron para Laurel, y de allí para Cariari. "Primero estuve con la Yunai. Allá me hicieron capataz. Tenía que ayudar a lavar las bombas con poquillos de nemagón. Ellos me enseñaron a leer y escribir, porque yo no tuve escuela, por la pobreza mi papá no me mandó a la escuela", dice don Efraín, quien ahora está muy preocupado, porque vendieron uno de los dos lotes donde siembra y el otro está a punto de ser vendido. "En cualquier momento, los dueños nos pueden tirar a la calle. Ya tengo cuarenta palos de laurel, ya están más altos que yo, y no quiero salir de ahí", comenta, desesperado. Estuvo trabajando en la Estación Experimental Los Diamantes, cuando el jefe era Don Ébal Rodríguez (qdDg), en 1947 y 1948. En esos años conoció a los legendarios Nacho Cruz, Óscar "Mata Tigres" Jiménez y Agustín Cuernavaca. Salió para la época de la revolución, con un permiso de Juan Bautista Calvo, que era el jefe de los figueristas en la zona. En medio de la miseria en que viven, ahora tienen un poquito más de apoyo, pues hasta su casita, que se les está cayendo en partes, llegamos con una computadora donada por Shirley Molina, un ángel que Dios nos mandó y que ya ha donado dos computadoras para dos familias muy pobres de la zona. Da gusto ver cómo hay personas tan lindas y tan nobles como Shirley, una muchacha de 24 años, que apenas está empezando en su negocio de venta de computadoras, pero que ya entendió la trascendencia de la vida y la necesidad de ayudarle a los que más necesitan. Shirley me devuelve la fe en los momentos difíciles, me demuestra que el ser humano puede surgir y que, a pesar de la pobreza, la miseria y la muerte, el amor puede ir creciendo. Cuando una persona tan joven tiene claro que el ser humano debe tenderle la mano a sus hermanos más necesitados podemos confiar en que hay bases para construir un futuro mejor. Gracias, Shirley, por su grandeza de espíritu, su capacidad de entrega, su voluntad de asombro, su desprendimiento y su generosidad. Gracias, Shirley, por regalarnos un motivo para creer en las buenas personas. Gracias por permitirle una ilusión a Rolandito. Cuando pienso en 32

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la bondad de esta muchacha extraordinaria, sólo pienso en doña Ana Barrantes, la mamá de Rolandito, que desde la pobre y precaria cocina de su casa, donde permanece buena parte de sus días, ahora podrá mirar hacia la salida y tendrá un motivo de esperanza al ver a su pequeño aprendiendo... Gracias Shirley por darle a Rolandito y a sus papás una alegría y una ilusión. Eso que usted ha hecho no tiene precio. Usted nos ha demostrado que es millones de veces más valiosa que lo que pesa en oro... Mil bendiciones. Que Dios le pague, Shirley, por regalarnos este lindísimo ejemplo.

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Ángel Cruz vence la adversidad Nada más fuerte que su empeño Ni siquiera un extraño virus que le provocó un serio daño en sus extremidades ha podido con el empeño y la fuerza de voluntad de Ángel Cruz Lépiz, quien es muy admirado en Guápiles. Siquirreño de cepa, Ángel nació el 2 de agosto de 1961, y tiene 42 años, aunque no los aparenta. "Me veo más joven porque soy indio. Mi papá, Inocente Cruz, acaba de cumplir 100 años, y está mejor que yo", confiesa. Se crió en Siquirres entre cinco hermanos. Su mamá, doña Aidé Lépiz Centeno, murió hace una década, con poco más de 50 años. Ángel estuvo en la Escuela Justo Antonio Facio y fue al Colegio Nocturno hasta Tercer Año. Desde que salió de la escuela empezó a trabajar en diversas bananeras, así como en ESTICA, en DIMACOTO, y con una empresa de transportes, llamada Transportes Oconitrillo. Cuando su esposa, Marjorie Hidalgo, estaba en el colegio, Ángel trabajaba en un taller de Siquirres. Ella pasaba al frente y él la cortejaba. Se casaron cuando él tenía 25 años y ella 22. Vivieron en Siquirres dos años y después se fueron para Guápiles. Ángel trabajaba como mecánico o como chofer de camión. Y cuando estaba trabajando en El Carmen, en 1987, decidieron irse para Estados Unidos. Ángel se fue primero, y a los dos años se fue su esposa. Primero estuvo en Texas unos meses, y después se puso en contacto con un primo y se fue para San Francisco, California. Trabajaba manejando trailer. Estuvo cinco años de chofer y después compró su camioncito. Jalaba contenedores, de San Francisco a San José de California, y tardaba una hora de camino. "No era duro, ya ve, a mí me gustaba mucho", explica Ángel. Fue allá que se enfermó, estando sentado en el camión. Los médicos le explicaron que le dio un virus. Ese día se levantó normalmente, pero de 12 a 1 de la tarde sintió unos calambres en las piernas y empezó a perder fuerza, hasta que se le durmió medio cuerpo. Se fue de una vez para el hospital. El virus le provocó serios daños. Anduvo un año en silla de ruedas. Tenía ahorros y echó mano a ellos mientras se rehabilitaba. Poco a poco se levantó. Después de andar en silla de ruedas durante un año se puso las pilas y salió adelante. 34

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Hace de todo Ahora hace lo mismo que antes, pero un poquito más despacio. En abril cumplió 9 años de que le ocurrió lo del virus, y ya pasó todo. "Fue muy duro. Estar uno en un país que no es el de uno, y estar tan enfermo, y en una cama, y sin saber qué va a pasar, todo eso es muy, muy duro", reconoce Ángel. Cuando volvió a Costa Rica, se trajo el camión y el empresario José Alberto Castillo se lo puso a trabajar. Después se lo vendió a Alexis Castillo, y don José Alberto le pidió que se fuera a trabajar al taller de El Colono. Ahí trabajó cinco años, hasta que en enero salió, precisamente porque trasladaron el taller para Río Blanco y le quedaba más difícil ir hasta allá. Ahora está con José Espinoza, a la par de Rancho Grande, siempre ayudando en mecánica. "Me ha gustado siempre la mecánica, me encanta cambiar aceite y hacer de todo. Ahora hasta manejo. Le hice un bretecillo al carro para frenar, nada más. "Lo que le digo a la gente es que con mucho esfuerzo siempre se puede salir adelante, creyendo mucho en Dios, que es el Único. Si no hubiera creído en Dios, me hubiera matado la depresión. La fe me ayudó a salir. Hay que tener fe, mucha fe en uno mismo "Yo siempre estoy alegre, y soy positivo. Pregúntele a cualquiera ¿quién es el renco?, para que vea. Me dice un día una señora, ´y usted, ¿cómo se llama?, y yo le contesté, ´El Renco, para servirle´. Es que más bien mi apellido es Ángel. "Nunca me he acomplejado. Si tengo que juntar basura en la casa, junto basura; si tengo que subirme al techo, me subo y ya está. Le sonrío a la vida", concluye Ángel, quien tiene dos hijos Zulyn, de 16 años, y Luis Ángel, de 7 años.

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Don Jesús Ramírez Araya El papá de Barrio Jesús A Don Jesús Ramírez Araya el Barrio Jesús le debe el nombre. Tiene 72 años, y siempre ha vivido donde ahora está Barrio Jesús, apues ntes era una finquita de su propiedad. La comunidad, que es una de las más pobres y necesitadas de la zona, nació cuando don Jesús le vendió su finca a la municipalidad para lotearla. Toda la vida ha estado en Guápiles. Nació en Herediana y se lo trajeron para acá hace 72 años, siendo un bebé. Fue a la escuela de San Rafael de La Colonia.. Hace 22 años un accidente lo dejó en otras condiciones. Estaba despegando un cable, y se electrocutó. Del impacto se cayó de la escalera en que estaba. Tenía unos 50 años. "Fue como a las 7 de la mañana y me di cuenta hasta las 9 de la noche, en el hospital. Todo ese rato estuve inconciente", explica Don Jesús, Sus nuevas circunstancias le imposibilitan trabajar igual que antes porque se fracturó la columna. Más bien, al principio los médicos le dijeron que iba a quedar en silla de ruedas. "Los doctores siguieron sobre mí y a los días me dicen ´vea, de puro milagro usted va a andar´. Ya me sentí otro. Le hablé a otro doctor, y me dijo que merecía una operación. "No me podían asegurar que saliera bien, podía quedar en silla de ruedas o podía quedar bien bien. Le dije que me dejara así, de por sí estoy pura vida", cuenta Don Jesús. La finca donde ahora está Barrio Jesús era de 5 hectáreas. "Cuando compramos esta finca todo aquí eran puras montañas. Quien nos dio las escrituras fue el finado León Cortes, cuando ya yo tenía varios años de estar aquí. "Aquí tenía ganado, ordeñaba, sembraba de todo, plátano, yuca, culantro, piña. Tenía hasta un carretón en el que jalaba de todo. Sólo me dejé la casa, porque aunque ahora esto sea un barrio, no me puedo ir de este lugar, que me ha visto toda la vida", concluye don Jesús.

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Colochos, Gabriel González El duende de los canales La sonrisa de Colochos absorbe el paisaje y la noche. Es más grande que el cielo. Dan ganas de agarrarle la cara entre las manos. La lleva uno en la memoria para siempre. Es la mezcla del dueño del monte y los gnomos de estas tierras. Si hubiera duendes en la zona de las barras de Tortuguero, Colorado y Parismina, Colochos sería el papá de todos los pitufos. Su sonrisa tiene magia, vence cualquier luz del entorno y se adueña del espacio. Es un poema enclavado en el instante. Gabriel González nació en Barra de Parismina, pero desde hace muchos años vive en Tortuguero, donde ahora trabaja como guarda del Hotel Laguna Lodge. "Yo cuido las lanchas por las noches. Digo soy que soy guarda", dice Colochos, con esa cara de pícaro y de coqueto, cara ha hacer travesuras. En la entrevista nos acompañó su jefe, el poeta Rodolfo "Popo" Dada, propietario de Laguna Lodge. Popo ayudó con sus preguntas socarronas. "¿Qué hacés si viene un ladrón, Colochitos?", le pregunta el patrón a nuestro pizpireto personaje. "Todavía puedo salir corriendo", contesta Colochos, muerto de la risa. Se mueve los pelos de la barbilla, y con los ojos nos anuncia otra de sus salidas. "Tengo un reguero de hijos, cinco en Tortuguero, tres mujeres y dos varones. Tenía otros más, pero casi todos están muertos, el que anda por ahí es uno nada más", dice, como quien se arrepiente después de haber metido la pata. "Me crié la mayor parte del tiempo en Limón, pero lo que más me gusta es esta zona de las barras", confiesa, y de inmediato se nos pone poeta: "trabajé doce años de marino en este pedacito de mar, con la empresa de Yoyo Quirós. Entraba aquí cuando él tenía unos bananales en La Suerte. Trabajé mucho con Yoyo, pero en las lanchas, jamás en los bananales. "Don yoyo compró una lancha en Tampa, Florida, se llamaba La Juanita. Una vez la recargaron de banano, salió y fracasó en el mar. También trabajé con el Chino Ramón Acón, pero, sobre todo, anduve en las lanchas de Yoyo, en la Mary Jane, La Tica y La Colorado. Jalábamos gente, viajábamos a la Barra del Colorado, o traíamos banano.

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Montones de cocos y manatíes "También viajábamos a Puerto Viejo, a Cahuita; cargábamos coco y copra, porque había hornos, la gente le sacaba el coco y la carne cocinada del coco iba lista para sacar aceite. "Todo el mundo sacaba copra, porque todo aquello eran fincas de coco. Pero en eso llegó el picudo, que era un abejón que se le metía por el palmito, se comía lo que era el corazón del coco, y cuando usted se percataba estaban las hojas caídas. Aquí una sola finca producía 30 mil cocos, y ahora no la sacan ni entre todos "También había mucho manatí. Yo siempre sé dónde están los sopladeros de los manatíes. Los veía desde la panga. Ahora hace tiempos que no los veo. No hay choregas ni zacatales", reconoce Colochos. "El manatí tiene siete clases de carnes. Tiene lonja de carne, lonja de gordura, y seis especies de carne más. Yo sí sé donde viven, eso sí. Viven en Cérvulo. Para llegar a un sopladero, se va en panga hasta donde se puede, y luego en cayuco. "Aquí la gente mataba mucho manatí porque la ley no molestaba. Yo tiré uno una vez, pero cuando estaba jovencito. Cuando eso yo vivía en Jaloba, y me fui con un cayuquito, me fui solito yo, a pescar... En eso lo oí, ´chau, chau, chau´, así es como hacen. "Agarré el mecate y después de punzarlo lo amarré con el mecate del bote. Diay, es un cayuco. Ahí no es cualquiera el que anda. Cuando está afuera del agua, el manatí no oye. Yo lo agarré de pura casualidad, comiendo gamalote, con las manitas arriba. Yo iba solo en ese cayuquito y dije ´primero tengo que medirlo´".

"El segundo golpe es más honesto" "Era un animal pequeño, de unos pocos quintales. Con sólo la primer carrera hundió el bote y al agua el pato. Lo que hace el bicho es dos carreras. La primera la hizo con todo y bote, cuando volvió, traía el bote boca abajo. Entonces me monté en el bote, y cuando volvió por segunda vez, yo estaba arriba. "La segunda vez que volvió a tirar, ya era más honesto el tiro, y yo estaba arriba. Iba jalando y jalando, hasta que lo amarré de los juanetes. Lo dejé amarrado a la orilla. Me fui a Parismina y trajimos un bote grande. "Para echar un animal así de grande, hay que echar un bote a pique, y después achican el bote. Cuando alguien mataba un manatí, después 38

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había carne para todo el mundo, unos chicharrones que qué va, todo lo que es la cola, el abanico del manatí, todo es riquísimo, hasta lo que es pura manteca. "Soy muy poco para matar los animales, pero me gusta comerme la carne si otro los mata. Lo que pasa es que sí me consta que ahora hay menos bichos. Imagínese que aquí en Tortuguero usted tiraba los chanchos de monte desde el bote. Eran manadas bravas. Dios guarde usted se apé ahí porque lo destazan. "Unos los reconocía desde el bote, sabía donde estaban las manadas, porque huelen a almizcle, a cebollas fritas. Huele horroroso, pero la carne no huele así. Y todavía se consigue por ahí, hay veces".

La comida de las barras "Tortugas también comíamos. Eso sí era el alimento de todas las barras, pero antes, cuando nada de eso era prohibido. Tengo como dos o tres años de no ir a la costa, y ahora sólo allá (en Limón) hay veces se consigue una tortuguita para comer. "Antes aquí cualquiera agarraba una tortuga. Hasta hace como 12 años, el parque daba permiso para matar una tortuga. Comíamos rice and beans con tortuga, y fruta de pan con tortuga. "Yo sé que ahora hay que cuidar más a los animales porque escasean. Gracias a Dios todavía hay tigre. Aquí sobre la costa hay unos animales que no es jugando. Aquí la gente no toca tigre desde hace años. Antes, donde había una mujer embarazada llegaba, igual con las vacas y los chanchos. Ahora no. Pero hay muchos ahí en las lomas de Aguas Frías "Cuando hay tortugas empiezan a cruzar el río para salir al lado de la costa. Una vez mataron como 70 tortugas", dice Colochitos, como lo llama su patrón, Popo Dada.

Historias de tortugas "Cuando aquí se velaba para exportar la tortuga, las volcaban en la playa, les amarraban un tronco o una boya en el juanete derecho, se le daba vuelta a cada tortuga, y ella se iba, según ella para el mar. "Afuera, en el agua, las estaban esperando. Hay botes que le caben tres, cuatro tortugas. Hay un hombre que tiene un fierro, está en rojo vivo, le hacen un hueco redondo en cada juanete, las amarran, y cuando Camilo Rodríguez Chaverri

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llega uno a Limón ahí está un carro grande. El carro las carga, y las lleva a Cieneguita. Ahí las dejan ir al agua y les echan comida. Cuando viene el barco, hay dos, tres, cuatro muchachos, las vuelven a manear, y las trasladan al barco". "Nos pagaban a diez colones la tortuga. Era carne fresca para la tripulación de los barcos. Hay referencias de barcos piratas que dicen que esas tortugas podían estar en el barco dos meses sin morirse. En ese tiempo, se abandonaba la costa el 14 de setiembre, porque ya había pasado el desove. Todo era muy legal. Luego contaban cuanto había cargado cada uno". Así sintetiza Colochos el proceso cruel y horrendo para exportar tortugas. En sus palabras, hasta el proceso se alivia, se endulza, porque este hombre mayor refleja cómo todo aquello, las matanzas de tortugas, manatíes y chanchos de monte, era parte de una cultura, de una forma de supervivencia. El que comiera carne de monte corría el peligro de morirse de hambre. A veces ni siquiera había dónde comprar abarrotes. Gracias a Dios, la zona ya no tiene esas condiciones y no hay pretexto para las cacerías. "Cuando esos años que le cuento no había pulpería pero cantina sí, eso nunca nos faltó", y de nuevo se muere de la risa. "Sólo en Colorado había pulpería. La gente iba hasta Colorado a pie. En Parismina también había comercio, pero la gente agarraba hacia Colorado. Después Don Eladio y Doña Sabina pusieron una pulpería. La gente mataba chanchos de monte, y ellos la echaban en una lata de canfín y la salaban. Iban hasta colorado, vendían la carne y con esa plata compraban la provisión. Cruzaban las barras en bote. Las provisiones eran manteca, sal, arroz, frijoles, café, harina, royal, todo lo que es de cocina y tabaco rumiado".

Cuidado con los tiburones... "Antes, la gente salía a Siquirres, pero ahora salen a Cariari o a Guápiles. En ese tiempo comían más pescado y más carne que otra cosa. Ahora si me tengo que comer un pescado, se lo tengo que comprar a mi hijo, porque la pesca no es tan buena, la purita verdad. Antes había 40

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pavones, gallinas de monte, y los tepezcuintles salían a la pura par de Tortuguero. "Ahora por todas las montañas que han botado y por los bananales, no hay animales. Antes hasta había mucho tiburón toro, que es el más peleón de todos. Si usted cruzaba el río, y el remo hacía un espumarajo, te agarraban el remo. Es la tintorera, que es el tiburón más bravo, es amarillento, "Mire, le voy a decir esto, le voy a contar una historia que asusta. Cuando yo estaba pequeño, una morena que se llamaba Felicita, tenía un hijo al que le decíamos ´Papacito´, como de 14 años. Mi papá era secretario en el resguardo, mi padrino, Francisco Sandino, era guarda, y decidieron irse a bañar al mar. Pasaron y le dijeron a ´Papacito´ que se fuera a bañar con ellos. "Llegaron y se metieron en el mar. Cuando el tumbo de la ola venía, se tiraban con el tumbo. Da la mala suerte que en un tiro todos salieron con el tumbo y se quedó el muchachito. Llegó la tintorera, ese tiburón amarillo y bravo, que le estaba diciendo. Venía partiendo el agua "Le cortó una pierna. Cuando entraron a ayudarle, ya lo había matado", cuenta Colochos, con el duelo en los ojos. "Es que el mar no es jugando. Tiene muchas sorpresas. La manta raya es muy peligrosa. El chuzo que tiene debajo del rabo tiene un frío horrible". Hemos pasado varias horas con Colochos, quien es mágico, como el papá de las hadas madrinas y el padrino de las sirenas. Se soba la chivilla como relamiendo los recuerdos y tiene una sonrisa de niño que es más grande que toda su cara. Es un rostro inolvidable, enclavado en un personaje que es un tesoro conocer.

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Doña Sabina Cabrera La pulpera más antigua de las barras Doña Sabina Cabrera de Castillo tiene 71 años de edad, y llegó a Tortuguero de 12 años, hace seis décadas. Vino con su madre, Narcisa Cabrera Bustamante, quien ahora tiene 91 años y pasa algunas temporadas del año junto a su hija. Cuando fuimos a visitarla, lamentablemente Doña Narcisa andaba de paseo en Campo Dos de Cariari, pero prometemos ir a buscarla, porque ya cerca del siglo de vida todavía lee y escribe sin anteojos, y está lúcida. "Cuando llegué a Tortuguero esto era una selva. Había de todo tipo de bicho de monte, toda clase de animales, tigres, cariblanco, saínos, jabalí, tepezcuintle, cherenga o guatusa, venado blanco, venado-cabro, danta, serpientes, monos " A mi mamá le gustaba mucho dar de comer. Por eso la buscaron para que se viniera para acá. Le daba de comer a 25 personas. Y mi oficio era lavar ajeno. Yo me he mantenido desde la edad de 12 años hasta ahora, que trabajo a la par de mi marido, sin depender de nadie... sólo de Dios "Cuando llegué aquí, todo eran ranchos. No había ni una sola casa. Toda la gente vivía en ranchos de palma. El rancho de nosotros era el mejor porque el esposo de mi mamá es carpintero. Ahora vive por el lado de Puerto Viejo, en Playa Negra, es cuatro años menor que mi mamá. Ya no viven juntos. "En esa época, aquí había grandes cantidades de manatí. Como nada era prohibido, mi esposo cazaba manatí. Y había mucho pescado. Se pescaba en grandes cantidades. "El negocio mío tiene 44 años, primero consistía en dar de comer y con la pulpería. Era como un almacén. La gente llegaba y me decía ´déme tres sacos de azúcar´. De un solo, y ahí había suficiente para atenderlos a todos. "Además, las personas que sembraban maíz se abastecían aquí. Hubo aquí empresas bananeras y madereras. Mi esposo se hizo hombre trabajando con don Yoyo Quirós Castro, en el 44. "Después vinieron a la zona varias empresas extranjeras, como una que llegó en el 64 y de esa es la maquinaria que queda en restos por el pueblo. Después de don Yoyo hubo una empresa extranjera, y recuerdo 42

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que la tercera que hubo era de unos colombianos. El propietario se llamaba don Amadeo Martínez".

Las cabinas Después de tanto tiempo de lavar ajeno y tener pulpería, Doña Sabina fue la primera que puso cabinas en Tortuguero, hace 27 años. "Fui la primerita que hice de todo. Mi marido y yo fuimos los primeros que fomentamos el turismo. En ese tiempo venía mucho costarricense. Venían muchos pescadores de limón. Y también llegaba muchísima gente con el torneo del sábalo. "Incluso, antes de tener las cabinas, alojábamos en nuestra casa a los pescadores de los primeritos años. En esos tiempos, aquí llegaban a pescar señores como el ex presidente Don Mario Echandi y Don Cornelio Orlich, el hermano de don Chico Orlich. "El ICE entró a Tortuguero en 1985. Antes todo era con plantas eléctricas. De aquí le vendíamos electrificación para el teléfono al ICE, que estaba a 450 metros de la casa. "Una vez se quemó una bodega con existencias de refrescos, colchones, catres, tarros de leche para guardar guaro y las dos plantas eléctricas. Fue terrible pero salimos adelante. "De esos años extraño todo. La manera en que se vive ahora es diferente. En esos años no había los vicios ni las corrompiciones que hay ahora", explica doña Sabina, quien tuvo 12 hijos, pero 5 están vivos. "Casi todos murieron de tétano. Porque, eso sí, en ese tiempo la situación era dificilísima. También se me murieron dos hijos de una enfermedad que se llama gastro, y que consiste en que nacen delgadititos, todos desteñiditos. Los otros que se me murieron fueron pérdidas. Eso era porque yo tenía que pasar alzando sacos pesados y cosas de esas. Por eso es que eran abortos naturales. "¡Qué va! Es que eran tiempos muy bonitos pero muy duros. Me gusta mucho Tortuguero porque aquí he entregado todas las fuerzas de mi vida. Hasta lloro cuando pasa algo malo en Tortuguero".

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La inigualable Miss June La gran pionera de las Barras Miss June Martínez Martínez tiene 65 años de edad, y llegó a Barra del Colorado de tres meses de edad, proveniente de Bluefields, Nicaragua. Vivió ahí hasta los 7 años, y desde hace más de medio siglo vive en Tortuguero. Venía con su mamá, doña Sibella Martínez Martínez, quien la crió. Eran cuatro hermanos, tres hombres y ella. En Colorado, su mamá lavaba ropa y hacía pan. "Cuando nos vinimos para Tortuguero, esto era una montaña. El fundador de Tortuguero fue mi abuelo, Walter Martínez, quien venía de San Andrés, Colombia. Vino a dar a Tortuguero porque pescaba en toda la zona, en la zona de Colón, Panamá; Bluefields, Nicaragua; la Isla Caimán y la zona de Tortuguero. "Le gustó mucho aquí y le compró a los indígenas mizquitos nicaragüenses, que vivían a lo largo de la costa, no era que había un pueblo. El pueblo empezó con nosotros. Cuando yo llegué, había tres casas, la de mi abuelo y las de mis dos tíos, más un ranchito que hizo mi mamá "Mi abuelo y mis tíos vivían de hacer aceite de coco. Después, íbamos a venderlo a Colorado. Yo estaba muy niña. Teníamos que ir a pie, caminando por la playa. Salían por la mañana y llegábamos a las 6 ó 7 de la noche. Íbamos todos los hermanos y mi mamá. Dormían en Barra del Colorado, comprábamos la comida y en la pura mañana íbamos para atrás", recuerda Miss June. "En las barras de Tortuguero y Colorado había mucho tigre, chancho de monte, tepezcuintle, venado, lagarto, culebra, mucha terciopelo. Llegué a ver el tigre, no muchas veces, pero sí se miraba pasar. El problema es que aquí mataron muchos tigres. "Igual pasa con otros animales. De la Barra de Colorado venía mucha gente a arponear manatí y lagarto. A los lagartos los mataban porque en ese tiempo compraban el cuero. Por eso mismo mataban al tigre, porque el cuero era bien pagado, y el tigrillo también. "También conocí manatíes enormes. Un día, un señor arponeó un manatí grandísimo. Era tan grande que no pudo ponerlo en el bote. Eras más grande que esta mesa en la que estamos hablando. Medía más de cuatro metros. Lo tuvieron que traer remolcado, "La carne de manatí es muy rica. Tiene muy buena fama, porque 44

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siempre he oído que tiene siete tipos de carne. Como yo he comido, sí sé que ese animalón que trajeron remolcado tenía carne como tocineta, y la cola tenía tres carnes diferentes, una parte sabía a camarón, la otra a tocineta, y la otra era de manteca amarilla, como si fuera mantequilla. "Yo antes de eso pensaba que era mentira que traía diferentes tipos de carne, pero es la verdad. En pueblos como Tortuguero, que estaban tan metidos en la montaña, y tan lejos de todo, la carne de monte y de río era muy importante. Ahora no, porque podemos conseguir carne de res o de pollo, que viene de afuera, del lado de Guápiles. "Pero cuando yo crecí en esta zona, comía mucho tepezcuintle, saíno, chancho de monte, venado, todo era libre, no había parque nacional, comí mucha tortuga, era normal aquí. Esas eran las carnes que existían, no habían otras", confiesa Miss June.

Se enlataba la carne de tortuga "Aquí se vendían las tortugas. El finado Hernán Garrón las compraba para enlatar la carne. En lata era muy buena la carne para hacer sopa de tortuga. Pasaba algo muy curioso. Como de la zona sacaban tantas tortugas. Venían muchas lanchas que iban a Limón y volvían. "Entonces para no tener que ir a comprar la comedera hasta Barra del Colorado a pie, poníamos la plata en una botella, ahí iba la lista de la comida, lo amarrábamos bien, y lo poníamos en la boya de la tortuga con una banderita roja. A las tortugas las amarraban con madera de balsa, las agarraban aquí, en la playa, y las dejaban ir al mar. Era en el mar, a la orilla, donde las agarraban de nuevo. Pero un día el mar se puso bravo y la tortuga se les fue. Se fue con todo y la botella que llevaba nuestra platita y nuestra lista de comedera. "Mi mamá estaba muy afligida porque la platita en ese tiempo escaseaba. La sorpresa fue que hace menos de 15 días encontraron en Panamá la tortuga con la botellita, la plata y la lista. Y lo mejor de todo es que la plata volvió a llegar a Limón. Viera qué alegría la de mi mamá", recuerda Miss June. "Cuando estaba chiquilla, lavábamos ahí en el río, y nos bañábamos. Había mucho tiburón, pero nunca se comió a nadie, después la gente pescaba y agarraban tiburón. Sólo una vez murió un chiquito, pero fue en el mar. En Parismina sí es más violento el tiburón y ha matado gente. Una vez creo que un gringo se ahogó en la playa y apareció sin una pierna "Eso sí, en la zona nunca comimos lagarto ni tiburón. Ahora hay Camilo Rodríguez Chaverri

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menos, pero no es culpa de nosotros", comenta Miss June, quien se casó con Albert Taylor en Tortuguero, en 1957. Su esposo murió hace ocho meses, pero ya estaban divorciados. Vivieron juntos como treinta años, y tuvieron siete hijos. Sólo una hija vive en Tortuguero. "Durante mucho tiempo, mi esposo trabajó con la compañía de Yoyo Quirós. Cuando eso, ya habían pasado los peores tiempos. Entonces se podía tomar una coca, un refresco Garrón, comerse un helado. Ya era diferente. Anntes de eso sólo había pescado y carne de monte. "Yo conocí a Yoyo Quirós, nosotros comenzamos a trabajar con él, mi mamá y yo, cuando estaba muy pequeñita. Él sacaba madera y sembraba banano ahí por La Suerte. Todavía por ahí anda un hijo de él que se llama Beto Quirós".

La importancia del turismo "Después de que Yoyo Quirós se fue, vinieron como tres compañías más y se fueron, y ahora estamos con el turismo. El problema es que hay menos pesca, muchos vienen a conocer, a pajarear, a ver pájaros, muchas personas viven del turismo... Yo también. Yo vendo comida y tengo un hotelito", explica Miss June, quien tiene doce habitaciones, y afirma que lo que más le gusta es cocinar de todo, pero sobre todo rice and beans, rondón, camarones y albóndigas de carne. "De todo lo que me pidan hago. Cocino arroz con camarones, arroz cantonés, y la gente que viene de afuera quiere más cosas del Caribe, como pescado con crema de coco y pescado frito con leche de coco y banana", puntualiza Su hija mayor le ayuda a administrar el hotel, y ella se encarga de la cocina. "Lo que me preocupa es que ahora no se puede confiar uno de nadie. Antes no había mucha gente, pero había más hermandad. Mi mamá le mandaba dos tacitas de arroz, de aquí a Colorado, a amigas de ella que vivían en pobreza. De aquí a Colorado hay que caminar 24 kilómetros, y a pesar de eso, teníamos que cargar las tacitas de arroz para ayudar. Y a los días, esas amigas le mandaban una pierna de chancho de monte. "Cuando no había nada aquí, si a alguien se le hacía una herida, mandaban a traer a las señoras, le ponían café en la herida, nuez moscada y más de una hierba. Entre todas sacaban adelante a los enfermos del pueblo. "Así fue que aprendí a usar enjundia de gallina con miel de palo para la gripe, o aceite de coco con miel. Lo mejor para calenturas es aceite 46

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de coco con alcanfor. Bueno, y el té de zacate de limón ni qué le digo", confiesa Miss June. "Aquí ningún güila se nos murió en ese tiempo por más emergencias que tuvimos. Había un montón de necesidades y uno sobrevivía. Ni se enfermaba uno casi".

Trabaja desde los 9 años "El trabajo me ha mantenido. Toda mi vida ayudé a mi mamá, desde los 9 años. Durante 20 años trabajé en la Caribbean Conservation Corporation y otros 20 años trabajé con la gente del Parque Nacional Tortuguero, siempre de cocinera", dice, muy orgullosa. "Donde me buscaban para hacer un plato, ahí estaba, y aquí estoy, siempre cocinando, tengo tres nuevos proyectos y luego pienso retirarme y dejarle el campo a mis hijos", explica. Los tres nuevos proyectos son secretos. Ahora está un poco triste porque todas las personas de sus tiempos han fallecido. Murieron todos sus tíos. El último fue Leo Martínez. También murió el legendario Don Pánfilo Molina, quien era de Parismina pero vivió en Tortuguero siempre, así doña Cecilia Sánchez Carvajal, la esposa de don Pánfilo, quien acaba de morir. Miss June nos muestra su hotel y su cocina. Está feliz y muy orgullosa de lo que ha conseguido con su vida llena de trabajo, de sacrificio y de plenitud.

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Lisa Mora La defensora de los manatíes... Lisa Mora estudió en la Escuela Central de Guápiles, luego en Moravia y volvió al Colegio Agropecuario de Pococí, donde terminó. Después estudió Filosofía en la UCR y está estudiando Biología en la Universidad Latina. Estuvo en Alemania estudiando Filosofía Germanística, Gramática y Literatura. En ese país trabajó organizando conciertos. Desde hace muchos años es guía turística en Tortuguero. Trabaja con el Hotel Laguna Lodge, del poeta Rodolfo "Popo" Dada. Su papá, Dionisio Mora, es el más destacado dirigente ganadero de la zona, fundador de la Subasta Ganadera del Atlántico, promotor y presidente de la Cámara de Ganaderos del Caribe, reconocido criador de la raza Brangus y ex Presidente de Expo Pococí. Lisa Mora, vecina de Guácima, estudió Filosofía y está estudiando Biología. Ha trabajado en Costa Rica y en Belice investigando las poblaciones de manatíes. Es guía turística para Laguna Lodge, en Tortuguero. He aquí un extracto de su conversación con El Guapileño acerca de estos curiosos animales, que están en vías de extinción. -¿Cómo nació su interés por los manatíes? -Conocí Tortuguero en 1993. Me impresionaba que estuviéramos en época de desove de tortugas y que tuvieran un calipso hasta media noche. Intentamos crear una fundación para protección de la zona. -Y luego vino lo de los manatíes. -En 1998 estuvo aquí un grupo de la Universidad de Berkley. Un profesor que pertenecía a la National Geographic traía estudiantes para hacer investigación del ecosistema. Estuve trabajando de voluntaria del 98 y en el 2000 me fui para Belice. Hacíamos pruebas del agua, conteos de especies. En Tortuguero y en el resto de la zona estudiábamos cuán profunda y cuán turbia es el agua. Está muy contaminada. -¿Veía más manatíes que ahora? -He visto dos manatíes desde el comedor de Laguna Lodge. He visto muchos comederos. En algún momento se habló de reintroducir una población de Miami y Belice. En esos lugares llegás con una lechuga y los manatíes comen de tu mano. Son muy susceptibles a que los toqués. -¿No se corren riesgos? 48

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-La primera vez que me tiré al agua con unos manatíes, sí asustan. Es que son muy grandes. Miden dos metros y pesan 600 kilos. En Belice una vez había ocho alrededor del bote. "El caso de Belice es especial. Ese país fue una colonia inglesa hasta 1984, cuando se independizaron. Hay mucha influencia afrocaribeña y garífona. Hay muchos hindúes, muchos mayas. Se presume que en Belice existen montones de ruinas que nadie ha sacado. Todos los hindúes te hablan en inglés, creolé... "Nosotros trabajábamos en el sur de ese país, en un proyecto de una universidad de California. Nos conocimos aquí, en Tortuguero, en el proyecto de estudio de población de mamíferos que dependen de ciertas especies". -¿Todavía se ven manatíes en la zona de Tortuguero? -Me contaron que hace poco vinieron a grabar un especial de televisión con un grupo chileno. Iban tocando saxofón por los canales y salieron los manatíes. -¿Qué más ha hecho en los estudios? -Hemos trabajado con los árboles de chicle, de mamey, los que más se talaban en Belice, y que son los más importantes. Es que hay doble moral en estos temas. Por ejemplo, Malasia tienen los bosques intactos pero empresarios de ese país han destruido y talado en las Guyanas y en América Central.

Nadando entre manatíes -En la zona usted tiene fama de saber mucho de manatíes. -En Belice, durante mi tiempo libre me iba para donde un señor que es conocidísimo en Belice por todos sus esfuerzos por rescatar manatíes. Fue estando con él que por primera vez me tiré al agua con manatíes. "En Belice no comen carne de manatí, pero llegan muchos cazadores furtivos, que son de Guatemala. El problema en Guatemala y aquí es los vecinos de las zonas donde viven los manatíes se han acostumbrado a comer su carne". -En ese sentido, ¿hay grandes diferencias entre lo que ha visto en Tortuguero y lo que vio en Belice? -Primero que todo, en Belice no comen carne de manatí. A la par de eso, hay mucha diversidad. Belice tiene 300 mil habitantes y es un poco más pequeño que Costa Rica. Por eso hay más diversidad. Una vez casi me muero del susto con unas dantas. Habíamos construido una tienda de campaña que se movilizara en una plataforma acuática. La dejamos en la orilla, estábamos dentro, y cuando abrí la Camilo Rodríguez Chaverri

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tienda de campaña, salieron dos dantas. -¿Cuál es la realidad de los manatíes en Tortuguero? -La población es muy pequeña. Son menos de cien. Eso es muy serio, porque los manatíes tienen una reproducción muy lenta, cada cuatro o cinco años. El proceso de gestación es de once meses, y tienen sólo una cría. "Aunque aquí el turismo es mucho, el problema no es tan grande como en Florida. Allá les pegan más con las propelas de los botes. En cambio, aquí los problemas más serios son la contaminación del agua y la cacería. Cuando venís en avión, vos ves Tortuguero rodeado de plantaciones de bananos. "El problema es complejo. Los manatíes tienen una capa de grasa con un grosor diminuto. Por eso es que las aguas frías los matan. En Florida, aparte de los botes, hay problemas por el frío y, sobre todo, por la desaparición de su hábitat. Los manatíes son completamente vegetarianos y son animales de aguas cálidas. -¿Se hacen esfuerzos para evitar el problema? -Algunos han reducido el uso de agroquímicos. Chiquita Brands ha trabajado con variedades nuevas. Están investigando, pero las bananeras siguen siendo desiertos ecológicos. -¿Hay conciencia en la zona del grave riesgo que viven los manatíes en la zona? -Existe conciencia porque ahora todo el mundo depende del turismo. La mitad de la gente del pueblo apoya el camino porque quieren más turismo. Se preguntan cómo es posible que todo el turismo se queden en los hoteles. Tienen razón, pero no han pensado que entre más gente, menos animales. "Los cazadores dicen que los animales están más adentro en la montaña, en lugar de decir que hay menos animales. En la zona matan venados y tepezcuintles para comer. Así ha sido en la historia de la población...".

Un ocelote, una esperanza... -¿Hay señales de esperanza en la zona? -Hace poco vi un ocelote en Caño Palma, y con la Caribbean Conservation Corporation (CCC) trabajo de vez en cuando con el monitoreo de aves. La CCC tiene aquí, en Tortuguero, el proyecto de monitoreo de aves más constante del país. -En ese sentido, Tortuguero es un tesoro ambiental. 50

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-Sí, porque las poblaciones migratorias vienen del norte y al llegar a Costa Rica chocan con el sistema montañoso tico, y se concentran en el Caribe Norte. Por fuerza pasan por Tortuguero. La población de especies migratorias está como en 130 especies. Yo he trabajado con unas 30

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Don José Antonio Sánchez Guapileño de 108 años está con toda la pata Es un fiel lector de Diario Extra. Todos los días lee "Sentimientos en conflicto". Aunque ya prácticamente no escucha, pues sus hijos le gritan al oído y apenas capta unas cuantas palabras, parece mentira que este hombre macizo, que se moviliza solo y luce saludable, tenga nada menos que 108 años. José Antonio Sánchez Salas nació el 4 de junio de 1895 y ha visto la vida en tres siglos. Ahora, con tantos años a cuestas, pasa todo el día leyendo el periódico Extra y contando historias de su vida. Dice que perdió el oído por quemar pólvora en Capellades de Alvarado, en Cartago, donde nació y se crió. También trabajó en el ferrocarril, de "cusuco", o sea, arreglando la línea, y le ha contado a la hija con quien vive que a veces escucha venir el tren, como si una locomotora le hiciera bulla en la cabeza, Cada vez que le hablan y se echa una carcajada todos saben que no entendió. Algo que llama la atención es como esa sonrisa remedia todos los baches en la comunicación. Sus familiares dicen que esas carcajadas viven con él, pues lo acompañan siempre. De pronto, principia a hablar. "Todavía le hago a la pala y al machete", dice mientras levanta una mano, desafiante. "Me crié juntando café, o juntando regueros de café, porque estaba muy chiquitillo. Había que trabajar. No quedaba de otra. De vagamundo no se podía. "En agricultura empecé a hacer de todo. Me la jugaba mucho con maíz. También pasaba arreando bestias, de mulero. Bueno, la verdad es que ayudaba a arrear, porque no podía poner la carga. Igual trabajaba con bueyes pero no podía enyugar porque estaba muy pequeño. "En agricultura todo me lo sé. La ´fuercié´ moliendo caña en un trapiche de bueyes. La cosa era trabajar, porque al vagamundo se lo sonaban, carajo", y otra carcajada llena el corredor de la casa, donde vive con su hija, Ana María Vargas, y su yerno, José Sarquis. "Muy pequeño llegaron unos hombres jóvenes apuntando para las escuelas, a una hermana mía la apuntaron, enseguida iba yo. Entré a la 52

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escuela muy pequeño, me aprendí la lección muy rápido y llegué hasta tercer grado. Mi tata tenía cafetales y potreros, me casé siendo un güila todavía y empecé a trabajar mucho", confiesa este hombre, que aparte de su sordera, de lo único que padece es de hambre. Dice la hija que siempre fue muy valiente y un poquito matón. Decían en Capellades que una mujer a caballo asustaba por las noches. Un día venía un señor en un automóvil muy asustado por lo que vio. Don José Antonio tenía un revolver de lo mejor que hay, y le dijo, 'ah sí, a mí no me asusta nadie´."Era una vieja que quería jugarle una broma fea a todo el mundo. Después de eso, metí el revólver en una gaveta y se herrumbró. Al final lo vendí en 5 pesos", recuerda el testigo de tres centurias.

Chispas del oficio "Uno de mis hermanos era boyero. Cogía el chuzo, llevaba los bueyes, y cuando llegaron al puente La Ortiga, él pasó bien, pero no colocó a la carreta alineada sobre el puente, la carreta era para traer guaro de la agencia en Cartago de la Fábrica Nacional de Licores. Se fue en la madrugada y llegó al rato, contándonos que se le había ido la carreta con los bueyes. Uno de los bueyes reventó la faja y se fue para la casa, detrás de él. Mi hermanillo se llevó un susto de los diablos", dice don José Antonio, y otra risota riquísima sirve de transición para una nueva historia. Los papás tenían pulpería, cantina y salón de billar, allá en Capellades, y después él siguió con el negocio. También tuvo una carnicería. No tomaba licor, si acaso un trago. Amanecía en Cartago con la yunta de bueyes vacía, la carreta vacía, y la llenaba rapidito para llegar a surtir el negocio bien temprano. "Trabajaba mucho, demasiado. Del trabajo sé bastante. De boyero que no me digan nada, porque soy boyero. De mulero, ni que se diga. Yo mismo hasta destazaba los animales de la carnicería. En Capellades matábamos cada ocho días, una vaca o un buey. Capellades es muy frío y la carne no se ponía hedionda. El ganado para matar lo ´traibamos´ de Coliblanco, en las faldas del volcán Irazú. "De Capellades a Coliblanco está largo, y ese helado que hace en las madrugadas. Arriábamos el ganado para que no comiera. Una vaca valía 150 colones, 200 ó 300 colones. Había que fuercearla parejito".

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Crió 22 chiquillos Tuvo siete hijos con su primera esposa, Doña Isabel Robles Calvo, y quedó viudo. Luego se juntó con doña Donelia Vargas Chinchilla, quien también traía siete hijos. Aparte de criar los 14, de la relación entre doña Donelia y don José Antonio nacieron cuatro hijos más. De los 18 hay 15 con vida. Juntos criaron 18 hijos, pero don José Antonio, que tampoco era un angelito, había tenido 4 hijos por fuera "Puedo pasar el día contándoles historias y fácil fácil llega la noche", cuenta don José Antonio todo orgulloso. Tiene más de 25 años de vivir en Guápiles, con su hija Ana María Vargas y su yerno, José Sarquis. Tiene familia en La Herediana y en Anita Grande. "Aquí ordeñé vacas de 11 botellas de leche, medidas, para que no crean que es cuento mío", asevera, con el dedo índice en alto. Ya casi le sacan una cédula, porque su hija dice que a cada rato asegura que va a volver a votar. Don José Antonio lee muy bien, a pesar de que un accidente casi casi lo deja ciego. "A mí una bomba me quemó las pestañas, pero puedo leer. No me pierdo La Extra ni un día, menos los sábados, porque salen unas muchachonas chingoletas", y se muere de la risa. También lee "Sentimientos en conflicto". La hija confiesa que es la única sección del periódico que no se pierde por nada.

En el tren Eran tantos los hijos que tenía fincas de café y caña, y todos debían trabajar, sin discriminación, pero se cansó de ver esa vida tan dura de sus hijos y se los trajo para San José. Durante muchos años, entre él y sus hijos quebraron piedra con mazo. Por ejemplo, quebraron toda la piedra para el aeropuerto del Coco, hoy aeropuerto Juan Santamaría. Y poco después se metió en la Northern, a trabajar en el ferrocarril, hasta que lo pensionaron. "Trabajaba de ´cusuco´, que es el que arregla la línea del tren. Me pasaba todo el día arreglando los polines, calzando los durmientes... Había un mandador que llegaba y le hacía a los durmientes duro con los zapatos. Se llamaba Francisco Ramírez. Con los zapatos sabía si estaban bien ´atilintados´ o no. "Nos decían ´cusucos´ porque andábamos de aquí para allá. Había que 54

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calzar las líneas del tren, y entonces no parábamos en ningún lugar. También sé volar pala a la derecha y la izquierda, y chapear con cuchillo. Todavía lo hago, cuando hace falta. "En el ferrocarril me fue muy bien. Si vuelven a poner el tren, voy a ir a pedir trabajo. Trabajé mucho tiempo en Quebrada Honda y en Infiernillo, por el lado de Cartago. "Cuando eso, los negros sólo estaban de Turrialba para Limón, y cuando los negritos venían en el tren, algunos, sobre todo los muy chiquitos, pasaban cagando por las ventanas".

Muy enamorado Aunque oficialmente tuvo siete hijos con la primera esposa y cuatro con la segunda, más siete que crió de su segunda compañera y cuatro que tuvo por fuera, o sea, en total 22 hijos, la hija y el yerno aseguran que muchos de ellos siempre tuvieron dudas y más de uno apostaría que deben tener más hermanitos por ahí. Porque, al parecer, este viejito alentado, de 108 años, siempre fue muy inquieto y amoroso. Dice José Sarquis, que siempre ha dicho que los güilas de una jugaban con los güilas de la otra, y que en el patio las familias se juntan. Todos los días, Don José Antonio camina cerca de un kilómetro, de su casa al cementerio de Guápiles, ida y vuelta. Aunque ahora es guapileño, su mente vive entre Capellades y Cartago. Por ejemplo, tiene muchos recuerdos de la zona de Cervantes, "Me gustaba mucho cuando estaban quemando pólvora en Cervantes, desde Capellades se veía lindísimo. Recuerdo a algunos personajes de la zona, como a Joaquín Chaverri, que tenía un comisariato y una bomba en Cervantes. También me acuerdo Carlos Piedra viejo y Carlitos Piedra. Un día yo estaba amarrando una vaca y pasó Carlitos Piedra, y me preguntó cuánto cobraba por ese animal. Yo le dije que 11 mil colones, que en ese tiempo era un platal, y se fue en carrera, bravísimo", y apenas le da tiempo de terminar la frase, porque ya viene la risa, como desbocada. Aquí le han tenido vacas, chanchos y cabras, por lo que don José Antonio pasa entretenido. Empieza a imitar a Perlita, una cabra. "Yo le digo, Perlita, ¿qué está haciendo? Y me contesta yyy, yyy... Para que la cabra se dejara ordeñar, yo dejaba que me chupara la oreja", reconoce.

El terremoto de Cartago Camilo Rodríguez Chaverri

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Cuando el terrible terremoto de Cartago, este señor tenía sus 15 años. "No se me olvida. Cuando eso no había cañería en mi casa. Había que dejar baldes llenos de agua. Eran unos baldes muy grandes. Cuando vino el terremoto yo estaba arrimado al fogón. Se me regó el balde en las piernas. Vivíamos en Quebrada Honda. En Cartago aquello fue una mortandad". Le gustaba mucho ir al estadio. "Era muy fiebre, aunque no era ni medio jugador. Casi todo jugador juega con los dos ´pieces´, y yo tenía que acomodarla siempre para la derecha". Y también ha sido cabreado cuando las circunstancias lo ameritan. "Bueno, qué cosa, carajo, a veces se echa uno sus pleitos. Un día llegó este yerno, José (Sarquis), cuando era el novio de mi hija, y no lo dejaban entrar porque llevaba unos tragos adentro. Entonces se puso malcriado y botó la puerta. Se salvó que yo no estaba en la casa. Si no, se lo lleva quien lo trajo. Si se hubiera puesto en malacrianzas delante de mí, lo hubiera agarrado a pescozones". Asimismo, a la par de enamorador y peleador, hubo ocasiones en que ha sido maldoso. Ahora se ríe con sólo recordarlo. Por ejemplo, una vez le dio al cura del pueblo la yegua más chúcara y peligrosa, para que le pegara un buen susto. "El padre del pueblo se hospedaba donde los Solano. Yo le mandé una yegua muy mañosa, y el hombre no pudo con aquel animal. Cuando llegué, me regañó todo. Entonces para demostrarle que era cosa de él, me subí y salí aventado, para que viera cómo era la cosa. Con sólo tocarla, la yegüilla corría y hacía lo que yo le dijera. Había varias bestias, pero pensé en agarrarle la peor, por pura travesura. Dicen que la yegüita casi lo bota allá por el lado de Santiago de Paraíso, de Cervantes para abajo. Y todo el mundo estaba preocupado porque no aparecía. Cuando llegó, parecía el Señor del Triunfo, el Jesús que sale el Domingo de Ramos. Poco le faltaba para ser un saco de papas". Hace unos cinco sembró un cafetal detrás de la casa y cuenta que durante muchos años exportó banano en racimos. Todavía siembra frijoles en el patio. Vamos a verlo y le dice su yerno que es una tirada que esos surcos estén tan torcidos, que le va a traer un mecate de piola, para que la próxima vez siembre en línea directa. Se vuelve y se queda viéndolo. De inmediato siembra su mirada en la tierra, y le dice, "Olvidate de eso, surco torcido, cosecha derecha", concluye, con una sabiduría que sólo se consigue viviendo tanto.

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José Alberto Castillo Un Castillo de sacrificio y perseverancia Nació envuelto en la mantilla que se reserva para los mejores. Cuando, hace cuarenta y ocho años, una legendaria partera de nombre doña Nodia, vino desde Jiménez para ayudarlo a traer al mundo, nunca se imaginó que en sus brazos lloraba una criatura que, en pocas décadas, se convertiría en uno de los más importantes soportes económicos, sociales y laborales del cantón de Pococí, la provincia de Limón, la Zona Norte y el país. Nació donde ahora está la panadería de Chumino, en Guápiles centro, el 5 de junio de 1955, en el hogar de don Édgar Castillo Madriz y Doña Dinorah Calvo Jiménez. Era un hogar muy humilde, con once hijos. Su casa estaba detrás de una cantina de don Juan Carvajal (padre adoptivo de su madre). Ese negocio era administrado por su padre. Recién nacido, parecía tan frágil, que sus padrinos, don Miguel y doña Rosa Madrigal (padres del ganadero Guido Madrigal), lo llevaron a bautizar de emergencia y le pusieron por nombre José Alberto. Fue a la Escuela Central de Guápiles. "Cuando salí de la escuela, todavía no había colegio en Guápiles. Pero lo abrieron al año siguiente. Me quedé un año sin estudiar. Entré al colegio porque Don Reinaldo Jiménez, que era el director de la escuela y después fue diputado, le habló a mi papá para que me pusiera a estudiar, porque había sido muy buen alumno en la escuela. "Soy parte de mi primera generación de estudiantes que se graduaron en el Colegio Técnico Profesional Agropecuario de Pococí. Cuando salí del colegio, me puse a buscar trabajo. Jovencillo, jamás pensé en ser empresaro. De hecho, cuando salí del colegio, fui a buscar trabajo en Standar Fruit Company, en la Caja Costarricense del Seguro Social, en un montón de lugares. Llené como diez solicitudes, pero no me llamaron de ningún lugar. "Gracias a Dios, el director del Colegio Agropecuario de Pococí, Don Guillermo Pereira, nos consiguió un cupo en la Escuela Técnica Agrícola de Santa Clara, San Carlos. Consiguió un cupo para José Eugenio Fernández, Luis Solano, Luis Gerardo Sandí, que es finado, y para mí. "Había que pagar 250 colones por mes. Era mucha plata. Don Francisco Rojas era diputado de la zona, y me consiguió una beca de Camilo Rodríguez Chaverri

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400 colones por mes, que era toda la plata del mundo para mí. Pagaba el estudio y me quedaba plata para los gastos. Así que estudié gracias a don Reinaldo, a don Francisco Rojas y a don Guillermo Pereira".

Una persona mágica Quizás por esa magia que lo acompaña desde el nacimiento, la vida lo ha cobijado y le ha regalado la vitalidad y la energía necesarias para salir adelante con proyectos grandes y ambiciosos. Tiene lo que la gente llama estrella. Esa virtud con la que la providencia premia a unos pocos y, con base en el sacrificio y la perseverancia, es el empresario más pujante y prominente de Pococí, Limón y el país, y es un hijo predilecto de Guápiles. Alto y fuerte, todavía un cedro joven, impetuoso como el sol de la mañana, Castillo habla claro, dice las cosas por su nombre y nunca se anda por las ramas. De seguro por eso, la comunidad ha demostrado una confianza incorruptible en sus empresas, lo que, según dice, ha sido la fórmula y el verdadero empujón para su crecimiento y desarrollo. Ahora, Castillo participa en el liderazgo de unas cuarenta empresas, entre ellas la cadena de Almacenes El Colono (más de una docena), el Grupo Hotelero Suerre, los Auto Repuestos El Colono, la agencia de carros Toyota del Atlántico, los Clubes y Servicios El Colono, tres gasolineras, tajos y hasta una empresa de seguridad. Tiene más de mil empleados, y una de las recetas que más fomenta es en la inversión en el factor humano, por lo que todos los años reparte entre el personal de sus empresas un porcentaje de las utilidades. Pero el inicio fue difícil. Él es el tercero de once hermanos, de una familia humilde, y ha salido desde muy abajo, poco a poco, con trabajo en una mano y más trabajo en la otra.

Guapileño de cepa Don José Alberto, mejor conocido como simplemente Castillo, trae consigo un enorme olfato de progreso. Cuando chiquito andaba juntando las frutas de la época, ya fueran guayabas, naranjas, nances o caimitos, y las vendía en la escuela. También trabajaba para un carnicero (el famoso Calancho, q.d.D.g), a quien le vendía las hojas de malanga que cortaba en las madrugadas en las orillas del Río Guápiles. Le pagaban a cincuenta céntimos el saco de hojas y, desde entonces, Castillo se caracterizó 58

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por ser un chiquillo diferente. "Hacíamos mejengas con una vejiga de chancho. Yo me enteré que café Triangulo daba una bola de cuero por un número determinado de bolsas vacías de ese producto y, entre varios, las conseguimos. Viera que fiesta la siguiente mejenga. El problema es que no estábamos acostumbrados a una bola tan moderna. "Soy de una de las familias fundadoras de Guápiles. Los Castillo, junto los Cruz, los Jiménez, los Carvajal y los Ocampo, vinieron aquí, cuando esto era montaña y llovía todos los días, y los temporales hacían que el pueblo, apenas caserío se aislara. Por eso, esta tierra tenía un gran soporte en sus trapiches, que le servían de sustento cuando ni siquiera se podía traer comida. Quiero restaurar el de mi familia", explica Castillo, quien siempre se acostumbró a ayudar, así que andaba vendiendo hasta los huevos de las gallinas de su mamá. Se graduó en diciembre de 1975 y ya en enero de 1976 se integró a trabajar en Cariari con el Instituto de Tierras y Colonización (ITCO). "Cuando eso, Cariari consistía en veinte casas y una oficinilla del ITCO. El carro de la institución era el único del lugar, y en las noches nos tocaba correr para el hospital con gente enferma que no tenía otra manera de salir de sus casas. "Me siento muy orgulloso de Cariari, que se creó apenas en el año 65. Me encanta ver los frutos de un proyecto que creó mi primer jefe, José Manuel Salazar Navarrete. Llegué a Cariari en enero de 1976. No había luz, no había agua, no había carretera, no había clínica, no había ni comercio". Fue en estos años, cuando Castillo empezó a pensar en la urgencia de un negocio que les llevara a los agricultores los productos que necesitaban para sus cultivos. Y, de esta manera, se sembraba la semilla de un árbol milagroso y gigantesco, que ha dado frutos dulces e inconmesurables para Pococí. "Calcule como era Cariari de pequeño, que cuando monté El Colono, me decían ´Castillo, ¿por qué se fue tan largo, tan lejos del centro?´".

Ardua tarea del arranque Ya con la firme convicción en el mundo de los negocios, Castillo dedicó todas sus energías al negocio. Primero renunció al ITCO en febrero de 1977. Pero el presidente de la institución, José Manuel Salazar Navarrete, le pidió que se quedara y le aumentó el salario de 2600 colones a 4800. Por eso, junto a su socio, Juan Bonilla, siguió madurando la idea. Camilo Rodríguez Chaverri

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Necesitaban 50 mil colones para empezar, decidieron que Bonilla renunciaría a su trabajo, mientras Castillo le ayudaba después del suyo en el ITCO. Buscaron a Mario Soto, quien entonces era el gerente del Banco Nacional y fue él quien les concedió el préstamo de 70 mil colones con el que empezaron. El lote les costó 20 mil, la construcción 45 mil y al final les quedaron 3 mil colones para invertirlos en mercadería. Pero era muy poco dinero, por lo que tuvieron que tomar algunas medidas de emergencia, como tapar las ventanas con láminas de Playwood. "Imagínese si esos 3 mil colones eran tan poco, que incluso lo que fui a traer a San José me cupo en tres cajitas de mercadería: una cajita de Trisán, una de Bayer, y una de International Agencies, que es una casa distribuidora de productos agroquímicos. "Las estanterías parecían prácticamente vacías, puesto que eran muchas y los productos, muy pocos. Por eso, yo me fui a una bananera que administraba Salvador Saborío y recogí todos los galones de gramoxone desocupados. Luego los lavé y los puse a tapar los campos que sobraban," cuenta Castillo, en medio de una sonrisa llena de nostalgia.

Hace 25 años Abrieron el 23 de diciembre de 1978, y durante diciembre y enero vendieron mucho, 85 mil y 62 mil colones, respectivamente, lo que significaba dinero suficiente para empezar a levantar cabeza. Pero luego las ventas bajaron. "Pasaban hasta tres horas sin que nadie llegara al negocio. Entonces decidimos dar servicio a domicilio. Se tardaban dos horas de Cariari a Guápiles, bien cargados de productos, y nos tocaba ir a San José, por la carretera vieja, con todos los productos y volver el mismo día. "Estábamos solteros y vivíamos en el negocio. Ahí dormíamos. El inicio fue muy difícil. Recuerdo que tenía un camión Willys. Luego compré un Datsun. Costaba 35 mil colones y sólo pude dar mil quinientos de prima. Lo llené de productos para el negocio y me lo traje. Cuando crucé la línea del tren, apenas al lado del río Reventazón, la panza del carro pegó y me quedé justo en el medio de la línea. El camión no se movía ni para atrás ni para adelante. Y en eso escuché al tren y vi sus luces que se acercaban. No sé cómo, pero apenas pudo pasar el camión, que fue a dar a un lado del camino, jodido, con un día de salido de la agencia y ya averiado y flojo." 60

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Debido a la persecución política, Castillo fue despedido del ITCO y, entonces, ambos socios, Bonilla y él, debieron redoblar esfuerzos pues en ese momento empezaron a depender exclusivamente del negocio. Tenían más de un año de tratar de sacar a Castillo del ITCO, pero el peso de la gente (la comunidad de Cariari había enviado una carta con 800 firmas, en la que lo apoyaban) lo sostuvo en su puesto hasta abril de 1980. Querido por la comunidad, presidente de la Asociación de Desarrollo de Cariari y de la Unión de Asociaciones de Desarrollo, Castillo, para, ese tiempo regidor de Pococí, tenía que demostrar su habilidad innata para hacer negocios.

Vocación para el éxito Castillo tiene apenas 48 años. Su influencia en el mundo empresarial resulta ejemplar para muchos. Él siempre responde que la fórmula del éxito es trabajo y más trabajo, pero, sin duda hay otros elementos que juegan un papel vital en el caso de una persona que, según su amigo Mario Soto, gerente de Empresarios Guapileños, es capaz de levantar cualquier empresa enferma, y ha generado mucha riqueza gracias al apalancamiento financiero, la visión para los negocios y un buen equipo de trabajo. "Mi equipo de trabajo es muy importante. Uno nunca sabe mucho. Pero sí es esencial escuchar a los que saben, a las personas que han reunido el conocimiento y la experiencia que uno necesita para el éxito de las empresas. Gilberto Gómez, Julio Bonilla, Alfonso Chaves, Juan Bautista Sánchez, Santos Aguilera, Gastón Aguilar, en fin, en todas las empresas tiene que estar la gente que sabe del asunto, la mejor gente. Es más, tengo un asesor financiero que ha estado a mi lado durante ya casi veinte años, Don Carlos Mora," dice Castillo. "Los empleados son muy importantes. Son el soporte de la empresa. Hay que invertir en ellos. Se merecen parte de las utilidades, por que han generado la confianza que nos da el prestigio." Castillo, además, tiene una característica sublime: ha apoyado incondicionalmente a los hermanos, quienes lo apoyan con sus actividades en sus empresas. Uno de sus hermanos encabeza los Auto Repuestos El Colono, otro de sus hermanos tiene camiones, el mayor de ellos trae de Estados Unidos todos los camiones del Grupo Colono y se encarga de las reparaciones, y un cuarto hermano está al frente de una empresa del Grupo Colono que distribuye lubricantes y productos Camilo Rodríguez Chaverri

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Texaco. Además, su asesor personal, Carlos Mora, cuenta que le montó una ferretería en Coronado a una de sus hermanas, y una empresa de suministros de oficina, en Guadalupe, a otra de sus hermanas.

El hombre de confianza... Además, su papá, Don Édgar, el famoso Abuelo de El Colono, es su hombre de confianza, su firma ha sido la autorizada para muchos de sus cheques y él, personalmente, ha realizado gestiones importantes desde siempre. De nuevo, se nota la unidad familiar. Don Edgar tuvo un gesto con Castillo que fue bellísimo y muy significativo para él: cuando vendió su casa en Guápiles, le prestó los 300 mil colones que le pagaron. Y eso era más dinero que lo que le habían prestado en el banco. Gracias a la sensibilidad y el sentido de solidaridad de Castillo, el Grupo Colono también le ayuda mucho a la comunidad. Castillo mantiene el albergue de alcohólicos comandado por Doña Ana Ligia Araya de Leiva, y brinda el soporte económico más significativo para el funcionamiento del Hogar CREA de Guápiles, y del Hogar CREA de Limón. En todos los pueblos donde está afincada alguna empresa del Grupo Colono, se le ayuda al Hogar de Ancianos, a la Cruz Roja y a la iglesia. Por ejemplo, a finales del 2003, Castillo le dio más de 40 millones de colones a la Iglesia Católica, que reportó como parte de su contribución comunal a la hora de pagar impuestos. "No lo escriba. Uno nunca contribuye con la comunidad para que la gente lo sepa", dice Castillo, (pero no le hacemos caso, por que al fin y al cabo, su éxito va de la mano con su generosidad y su entrega a Pococí, a Limón, a toda la zona del Caribe y el Norte del país. Él, más que nadie en la zona, demuestra que la providencia paga bien a los que más dan). Algo fundamental es la confianza de su personal, y la empatía entre él y su gente. "En todas las empresas, todo el mundo maneja firmas. Nadie me ha hecho una sola chanchada. Cada uno siente que la empresa es de él. Se ha ido creando un equipo bajo esa línea. "Hay una lista gigantesca de toda la gente que ha confiado en nosotros. Hay una gran cantidad de amigos, de personas que nos han apoyado y nos han ayudado. Lo que el Grupo Colono ha hecho se debe a esas personas. En los momentos más duros, sobre todo en la parte financiera, ha habido muchas personas que siempre estuvieron conmigo. Mi gratitud siempre estará presente y estoy comprometido a corresponder a través del tiempo, representándolos bien". Castillo guarda tesoros y joyas cuyo peso le han dado gran valor a 62

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Pococí. Dios lo premia con una vida plena, y una familia linda, unida y humilde. Bien para todos y alegría para su corazón. Castillo es de los mejores empresarios. O el mejor.

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Francisco "Frico" Murillo El guapileño del sabor del gol Cuando entró a trabajar de auxiliar de enfermería en Las Palmitas de La Rita de Pococí, en ese entonces a dos horas en moto de Guápiles, en ese pequeño pueblo donde tenía que vivir en una casa sin luz ni agua, con un excusado de hueco y amenazado por zancudos insoportables, Francisco "Frico" Murillo no se imaginaba que llegaría a conocer una veintena de países y a transmitir la final de un mundial de fútbol desde el estadio. Aunque al principio dormía en una banca y se le hacían ampollas en los pies porque no estaba acostumbrado a usar botas para caminar largos trechos, nunca desfalleció. Entre semana visitaba a los vecinos casa por casa, patio por patio, troja por troja. Llegaba agotado y las coloradillas se pegaban a su pantalón esperando el mejor momento para atacar su piel. El viernes salía en su moto a Guápiles para integrarse, el sábado tempranito, a su trabajo en Radio Pococí, donde hizo sus primeras armas como locutor. Se fue a vivir a Alajuela justo cuando salió del único colegio de Guápiles. Trabajó en fábricas de textiles en Belén y cuando regresó a Guápiles le dieron la oportunidad de ser locutor de Radio Pococí. "Entre semana estaba en las clases que me impartían los del Ministerio de Salud para auxiliar de enfermería y los sábados por la mañana viajaba a Guápiles en avión. El pase costaba 100 colones, que era un montón de plata hace veinte años. En ese momento me enteré que era la radio lo que verdaderamente quería y empecé a tomar en cuenta la idea de ser cada día más profesional en mis locuciones", comenta "Frico".

Prefería narrar "Frico" nació en San Carlos pero se crió en Alajuela. Cuando iba entrando a la adolescencia, sus padres se lo trajeron para la Zona Atlántica "Cuando estaba en el colegio narraba los partidos que se organizaban entre las distintas secciones. Es que esto de narrar es lo mío. Ni siquiera cuando tuve que dejar los estudios para trabajar en una textilera de Belén, pude dejar eso de lado. Tanto es así que, para variar, era el narrador de los campeonatos de la empresa". 64

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"Cuando empecé en Radio Pococí había mucha ilusión por el fútbol en el pueblo porque el equipo Juan Gobán, de la segunda división, había tenido muchos problemas en Limón, por lo que se trajo su sede para Guápíles. Cada 15 días mi trabajo era narrar el partido de nuestro equipo adoptado pero cuando el Juan Gobán jugaba de visita narraba lo que fuera, en cualquier cancha de la zona". Así, los fines de semana la gente lo conocía como hombre de radio pero entre semana era enfermero de pueblo. "Mucha gente de la comunidad ni siquiera sabía que yo trabajaba en radio y hasta hubo quien me contara en el pueblo que un muchacho que hablaba en radio era igualito a mí ". Tres años después de estar en Radio Pococí pasó a Radio Atlántica y ya no sólo seguía al Juan Gobán sino también a Limón. Le ofrecen entonces trabajo en Radio Rumbo, pero tres meses después la emisora cartaginesa elimina la sección deportiva y "Frico" se queda sin el santo y sin la limosna. Regresa a Radio Pococí con un salario de mil colones por partido narrado, y por primera vez ganaba más como locutor que como auxiliar de enfermería. Poco después, el famoso dúo de José Luis " El Rápido" Ortíz y Javier Rojas habían decidido salir de Radio Columbia para hacer yunta en Sonora. Parmenio Medina quedó a cargo de los Deportes en Columbia y llamó a "Frico" para integrarse junto con Marvin Centeno, Guillermo Antonio Ulate, Ricardo González y Ramsés Román. Corría el año 1988 e iniciaron Todo Deportes Columbia. Pero ese mismo año "El Rápido" y Javier se separaron; Rojas regresó a Columbia y el equipo de Parmenio se fue a Sonora, donde al principio estuvieron a cargo del mismo Ortiz. "Frico" también estuvo en televisión durante un año. Narraba partidos en Canal 29. "La tele es mucho más fría. Con la imagen todo está servido. En cambio la radio exige mayor trabajo de la mente y le concede un espacio a la improvisación, que es todo un arte ", precisa. Mundial y trillizos Estando en Sonora, "Frico" tuvo la oportunidad de ir al Mundial de Italia 90, en el que por primera vez la radio costarricense narró desde los estadios. "Compartí con el entrenador brasileño ´Lobo´ Zagalo, el narrador Andrés Salcedo, el ex jugador Zico y el Rey Pelé. Ese tipo de amistades hacen que el mundial sea inolvidable". Pocos días después del regreso, "Frico" y su esposa, Flory Vargas, Camilo Rodríguez Chaverri

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procrearon nada más y nada menos que trillizos, a quienes ahora en Guápiles los conocen como "los mundialistas". El anuncio de los trillizos los asustó pues ya tenían una hija, María Fernanda, y la situación no estaba como para echarse al agua con tantos niños de un día para otro. Pero el nacimiento de Francisco José, Francisco Javier y María José fue una bendición. "Me convertí en el encargado del desayuno de los trillizos, tenía que ayudar a bañarlos, cambiarles las mantillas y asolearlos. Tener tres bebés en la casa nos unió y nos exigió a trabajar en equipo". Desde 1990 se inició como productor y conductor del programa Antena 4 (en honor a sus 4 hijos) en Radio Guápiles, por lo que renunció al Ministerio de Salud y su esposa se convirtió en la encargada de vender los anuncios. Estuvo así durante siete años pero hace dos años lo dejó y se introdujo en el megafoneo con un carro viejo, conocido en Guápiles como "El Abuelo" y unos parlantes, con los que va y viene anunciando promociones del comercio local. Durante los fines de semana trabaja en radio Columbia. Y entre semana se gana los frijoles en Guápiles que, como ha dicho él mismo cuando pasa por aquí durante alguna vuelta ciclística, "es la tierra que emana leche y miel". Frico es muy positivo, tiene un grandioso sentido del humor y siempre mira al frente, con el objetivo de superarse y alcanzar mayores logros.

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Mayela Bolaños Ugalde De reina a instructora de belleza Su vida siempre ha estado relacionada con la belleza. Fue Miss Costa Rica Mundo hace un cuarto de siglo, en 1975, y dos sobrinas suyas, las gemelas Arianna y Tatiana Bolaños fueron también reinas de belleza. Arianna fue Tica Linda 97 y Miss Costa Rica 99, mientras que Tatiana fue Miss Costa Rica Intercontinental. Ambas reconocen que fue su tía, Mayela Bolaños, quien les inculcó interés en el modelaje y los concursos. Es que Mayela nunca se separó de ese mundo. Tanto es así que luego pasó a ser Presentadora de TV6 Noticias, dirigido por la periodista Nora Ruiz. Después de trabajar en televisión, Mayela se encargó de la Sección de Sociedad y Belleza del periódico La República. Y desde hace una década tiene un gimnasio y da clases de Modelaje y Aeróbicos. Por eso, se conserva siempre fresca y esbelta, como si los años le pasaran de lado. Una mujer de campo Mayela se crió en San Pedro de Poás, una comunidad campesina y humilde. Allí estuvo en la Escuela Pedro Aguirre y en el Liceo de Poás. "Un día vi por televisión un aviso para quienes quisieran participar en Miss Costa Rica. A pesar de ser una muchacha sencilla y de campo, me decidí a inscribirme. No era como ahora, que le dan todo a las muchachas. Yo tuve que organizarme para ver cómo conseguía lo necesario. El comercio de Alajuela me ayudó. Algunas tiendas me regalaron las telas y el diseñador Fernando Vargas, que de Dios goce, me regaló los diseños de la ropa. Si no, no hubiera podido participar," dice Mayela, para quien ganar fue algo inesperado pero inolvidable. "No es como ahora, que le regalan carro, joyas y plata a la que gana. A mí sólo me regalaron cosméticos."

También fuera del país Luego de Miss Costa Rica, participó en otros concursos. Estuvo en Ecuador, en el concurso Miss Turismo de las Américas, así como en Puerto Rico y República Dominicana en Miss Ámbar del Mundo. Camilo Rodríguez Chaverri

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Mayela había empezado a estudiar Farmacia, pero cada concurso provocaba su ausencia de clases durante tres o cuatro semanas. Por eso, cuando ya dejó los concursos, se decidió a estudiar Periodismo. "Eran momentos en los que el Periodismo había entrado en un ´boom´. Estaba de moda estudiar Comunicación. Y mucha gente buena se decidió por esa profesión. Tuve compañeros de la talla de Glenda Umaña, Élberth Durán, Marcelo Castro, Nono Antillón y José Luis López Rueda," recuerda Mayela. Ella casó cuando tenía 22 años y poco después se vino para Guápiles, pues su marido, el ingeniero civil Carlos Ruiz, fue contratado por una bananera. "Al inicio, adaptarme fue muy difícil. Sobre todo después de que me dejaron de llamar para pasarelas y anuncios. Cuando abrieron la carretera Braulio Carrillo pude integrarme, de nuevo, a actividades públicas. Fue el tiempo en el que estuve en TV6 Noticias y en La República. Para estos trabajos, tuve que viajar todos los días desde Guápiles, y llega un momento en el que uno se cansa, sobre todo porque mi hijo único, Luis Carlos, ya tenía que ir a la escuela, y me costaba mucho confiar en las personas que dejaba cuidándolo."

Una nueva etapa Fue entonces cuando Mayela decidió fundar un gimnasio en Guápiles. El principio fue muy difícil, pero, poco a poco, ha ido saliendo adelante. Complementa esta actividad con cursos de modelaje para niñas y jóvenes, que hasta hace un tiempo impartía durante todo el año, pero que ahora ha limitado al período de vacaciones del ciclo escolar. Fue durante estos cursos que las gemelas Arianna y Tatiana, que venían a pasar temporadas enteras con su tía, se interesaron por el modelaje y los concursos de belleza. "Soy la segunda mamá de las gemelas. Mi hermana es madre soltera, por lo que toda la familia le brindó mucho apoyo en la crianza de ellas. Yo me las llevaba de paseo cada vez que salía con mi marido y mi hijo. Siempre las he jalado conmigo. Tanto que me tienen mucha confianza y me piden consejo. Cuando estaban adolescentes se peleaban y yo hacía de mediadora," dice Mayela, muy orgullosa de sus sobrinas.

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Importancia del gimnasio Considera que el gimnasio y los aeróbicos han venido a llenar un vacío que quedó en su vida cuando ya no participaba ni en concursos ni en anuncios. "Cuando una chiquilla inicia en ese mundo, a veces no piensa que va a terminar. Pero cuando se casa y cumple 30 años, ya deja de calificar para esas actividades. Entonces, se hace muy duro aceptar que ya somos solamente amas de casa. A mí me encanta servirle a mi marido y a mi hijo, pero me hace falta algo más para realizarme. Ese espacio lo vino a llenar el gimnasio," confiesa Mayela, quien ha sufrido varios robos pero no desfallece en su afán por brindar un mejor servicio. "Empecé en una esquinita, en el segundo piso de mi casa. Ahora tengo un gimnasio grande, con pesas, servicio de piscina, aeróbicos, masajes y vendas frías para reducir y liberar tensión. Sólo me falta el jacuzzi, pero con mil esfuerzos, ya casi lo termino." Sigue siendo hermosa, esbelta, atractiva. Ella le achaca la responsabilidad al ejercicio. "Si uno se ejercita y se cuida con las comidas, puede conservarse siempre." Ella es un ejemplo. Sus piernas lindísimas y su cuerpo de sempiterna reina de belleza dejan testimonio de una vida entregada al cultivo de la buena salud.

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Don Álvaro Ulate Pacheco El hombre que venció al hambre De niño pasó hambre. Su papá, un hombre acaudalado, nunca lo reconoció. Él y su hermano crecieron de la mano de su mamá, que planchaba ajeno. Siendo pequeño, cargaba ropa doblada a las casas de las familias que las hacían la caridad de ayudarles. Recuerda muy impresionado que había días que no tenían qué comer, y su mamá lo mandaba a visitar a una buena señora que les regalaba chayotes para que los sancocharan y no se murieran de hambre. "En la escuela, muchas veces sentí que el aula era un barco, se movía y daba vueltas. Es que me daban mareos por el hambre", cuenta. Entre tanta miseria, le encontró el encanto a la vida. Por eso, andaba saltando entre las piedras de los ríos y vio en la naturaleza una puerta que lo llevaba al más grande universo de los encantos y los sentidos. De ahí para acá es un gran defensor del ambiente, porque el planeta no hace diferencia entre ricos y pobres, y tiene una parcelita de riqueza y paisaje para todos. Esas son las herramientas que ha usado Álvaro Ulate Pacheco para salir adelante. Se crió en Tilarán en medio de las lipidias. Con mil esfuerzos sacó la escuela y el colegio, y se hizo hombre al lado de su madre y de su hermano Luis Eduardo. Eran cuatro, pero los otros dos murieron de desnutrición... Pero el joven Álvaro traía por dentro las herramientas para triunfar. Aunque nunca convivió con él, fue de su padre de quien heredó el amor por la ganadería. Siendo un niño pobre, decía que soñaba llegar a ser un gran ganadero, y en medio de todas las necesidades, su mamá le impulsaba a estudiar, a trabajar y salir adelante. Luego con concluir el colegio en el entonces novel Liceo de Tilarán, en su segunda generación, Álvaro se fue para San José a buscar nuevos horizontes. Se metió a la empresa Pozuelo, y resultó tan bueno como ejecutivo y tan eficiente vendiendo que siendo un muchachillo venteañero lo ascendieron a vendedor ejecutivo, y le tocaba atender a los clientes directos de gerencia, entre ellos, Más x Menos, el Consejo Nacional de Producción y AutoMercados. Después, fue el encargado de todas las ventas en la provincia de Guanacaste y la Zona Sur, hasta que empezó a visitar Limón, hace 30 años. 70

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"Comencé visitando esta zona en motocar. Andaba solo 5 ó 10 kilómetros sobre la línea y con un maletín lleno de plata. Ya no podría hacer una cosa así", recuerda Don Álvaro, quien llegó a tener cuatro carros y dos apartamentos en San José, gracias a ese talento sobresaliente para las ventas y los negocios. Ya el joven Álvaro había ascendido tanto en la Pozuelo, que sólo le faltaba la Gerencia, pero es muy leal y considera que la amistad es lo primero. Por eso, antes de que sus mismos resultados como empleado lo llevaran a la Gerencia de Ventas en detrimento de uno de sus amigos, decidió independizarse. Ya tenía las armas para seguir solo. Había estudiado Administración de Empresas en el ITAN y había tenido algunos negocios exitosos, entre ellos, un famoso restaurante en Santa Ana. La empresa le dio la franquicia para la provincia de Limón y la zona de Quepos y Parrita. "Desde entonces estoy en Jiménez de Pococí, donde en ese momento compré un lote en 32 mil colones al finado don Lito Castro, gracias a doña Amable, esposa de don Modesto Campos, quien me ´carboneó´ para que me quedara aquí. Ahora le doy gracias a Dios por era decisión porque me siento muy bien en este lugar". Cuando eso se hacía una visita mensual a cada cliente, por lo que don Álvaro se la jugaba. Pero cuando el negocio creció, tuvo que quedarse solamente con Limón. Y luego empezó a cumplir su sueño de convertirse en ganadero. Primero compró una finquita en el centro de Jiménez, y ahora tiene dos fincas en Palacios y una en El Ceibo. Lo más importante es que no ha cambiado. Sigue siendo el hombre franco y humilde de siempre. Si tiene que decirle algo a alguien, se lo dice en la cara. Y nunca se anda por las ramas. Cultiva la amistad como un tesoro, y tiene en su casa un árbol para cada uno de sus amigos inseparables. Junto a cada árbol, hay una placa para sus amigos. Dice que para levantarse en la vida se requiere de optimismo, voluntad y capacidad de trabajo. "La única receta es trabajar. No conozco a ningún vago que haya hecho plata", dice, sin titubeos. "Nunca perdí mis valores ni olvidé mis raíces", reconoce, orgulloso, junto a su inseparable compañera, doña Flor Paniagua. Tienen tres hijos, Alonso, Álvaro Antonio y Johnny. Siempre mira al frente y tiene un proyecto único en nuestro país, que lo catapultará como uno de los pioneros y principales impulsores de la nueva tecnología genética en la producción animal. Pero de eso Camilo Rodríguez Chaverri

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escribiremos en las próximas ediciones, pues este hombre íntegro y laborioso ya está haciendo historia en la ganadería costarricense.

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German Cruz Jiménez Tío German, señor de la aventura Nació en Guápiles hace 66 años y desde muy chiquito ya era todo un personaje. Don German Cruz Jiménez es muy querido en la comunidad y guarda muchas historias. Su papá era el legendario Ignacio Cruz, mejor conocido como Don Nacho Cruz, quien fuera uno de los pilares de nuestra economía y una gran figura política. Don Nacho tenía concesiones de tierras para explotar-al igual que el otro líder de esos tiempos, el polaco León Weinstock-y sacaba madera de esos grandes terrenos, que abarcaban desde antes de donde ahora está Cariari hasta después del río Palacios. "Es que en esos tiempos, el gobierno daba concesiones para sacar madera. Mi papá tenía una, y le pagaba al Estado cinco centavos por cada tuca. Eran tiempos muy duros, porque sacaban la madera de la zona de Cariari y más para adentro, y todo lo tenían que transportar por carreta. Mi papá tenía unas quince yuntas de bueyes, y así era como iba surgiendo", explica Don German. Don Nacho había sido jefe político de Pococí y era uno de los más prominentes dirigentes calderonistas de la provincia. Un día, cuando iba con su hijo mayor, Edgar, camino a su finca La Cruz (donde ahora está finca Numancia), un desconocido salió de la montaña y les disparó por la espalda. Ambos murieron. El dramático suceso se convirtió en una tragedia en la región. Don Nacho era muy admirado y se había ganado el corazón de la gente por servicial. También era muy respetado por viril y valiente.

Echarse al monte El asesinato de su padre y de su hermano mayor, obligó al pequeño German, que apenas contaba con 13 años, a dejar la casa y echarse a la montaña junto a sus hermanos. Aprendió a trabajar con bueyes y a jalar madera. Pero, sobre todo, aprendió a enfrentarse a la montaña. "En esos tiempos todo era pura selva. Mi papá había donado el terreno para el cementerio de Guápiles, y recuerdo que justo al lado del cementerio a cada rato pasaban manadas Camilo Rodríguez Chaverri

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de cariblancos. Yo le decía a Papá, y él iba y mataba dos o tres. Después, con la carne aquello era una fiesta". "Otra vez, ya cuando él había muerto, estaba yo en el patio de madera, cuando escuché una bulla extraña y vi donde venía una manada. Era unos 200 cariblancos. Me tuve que subir a un árbol. Siempre andaba un balabú, de esos rifles 22, y después de medir al grupo, maté a tres hembras. Me enseñaron que hay que buscar a las hembras porque son menos hediondas. Es que el cariblanco es el animal con el olor más desagradable que yo haya conocido. Pero uno lo pela y lo lava, y se acabó. Aun así, con las hembras hay menos trabajo. Apenas vi que la manada se estaba alejando, me tiré y salí corriendo para el rancho".

Apenas para el gasto En los tiempos de don Nacho, sus hijos se metían con él a la montaña toda la semana. Salían a Guápiles hasta los sábados. German y sus hermanos tuvieron que conservar la costumbre, porque era mucho el trabajo. "Nos llevábamos el arroz, los frijoles, la manteca, los olores, que en ese tiempo lo que usábamos era pimienta y comino, y un poquito de harina para hacer arepas. Por eso es que uno tenía que cazar animales. Imagínese que matábamos un venado y ya teníamos comida para una semana. O encandilaba uno a un par de tepezcuintles y se acababan los problemas con la comida", recuerda don German. Junto a él, trabajaban dos muchachos que se convirtieron en sus grandes amigos. Jorge León, mejor conocido como Cachirupa, y Aquileo Rodríguez. Fueron mis inseparables compañeros. "Recuerdo que había mucho tigre, y entre todos nos dábamos valor. Una vez íbamos con los bueyes cuando escuchamos un sonido extraño en una empalizada, que consistía en un sitio del bosque en el que habían caído varios árboles, pero quedaban sostenidos por otros que estuvieran en pie, por lo que se formaba como una cueva natural. Nos asomamos y casi nos agarra el bicho. Hasta que uno de mis hermanos lo vio desde arriba y lo tiró. Era un señor animalón", explica.

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Cazador cuidadoso No oculta don German que sus aventuras en la montaña le cultivaron gusto por la cacería, pero explica que siempre lo hicieron por la necesidad de la carne, y que nunca mataron por gusto. "Por ejemplo, nunca maté una danta. Su carne es dura y mala, por lo que no me parecía justo matar a un animal de estos. Incluso, cuando andábamos detrás de un tepezcuintle y se atravesaba en el camino, la ahuyentaba". Ya después, iba a cazar con algunos amigos, entre ellos Álvaro Méndez, Félix Enrique Salas, Juan Arrieta y Enrique Mora. "Cuando íbamos detrás de un venado, siempre me opuse a matar hembras ni permitía que mataran machos jovencillos. Una vez, me llevé a mi hijo mayor, y como él sabía muy poco, mató a una cabra de monte que estaba recién parida. Entonces, me fui en carrera a buscar a la cría y le dije que era su responsabilidad criar a ese cabrito. Él le daba leche todos los días, pero dio la mala suerte que se metió un perro al patio y lo mató", recuerda.

"El perro es el artista" "Yo no niego que me gusta la cacería, pero no por ir a matar al bicho, sino por disfrutar del trabajo del perro. Hay que oír a un perro cuando ubica al animal y se le pone al corte. Poco a poco lo va cercando, hasta que le llega. Me he venido a la casa sin carne más de una vez, pero contento, porque disfruté observando ese arte del perro cazador o tepezcuintero. Más de una vez llegué a la casa apenas con un racimo de plátanos, porque no podíamos cazar nada". "Estoy de acuerdo con que la cacería esté restringida. No se puede ´montear´ sin permiso y marcan los días que se puede hacer. Además, sólo lo permiten en algunas áreas. Uno tiene que irse acomodando", dice don German, quien ahora tiene una finca en La Marina de Guápiles y está muy preocupado, pues considera que cada día hay una brecha más grande entre los ricos y los pobres. "Antes mantenía en la finquita a tres peones con sus familias. Luego, me quedé sólo con dos, y ahora me la juego sólo con un peón, y contrato a otros cuando hay mucho trabajo. Es que ya no se puede. "La clase media de este país sufre muchísimo. A un millonario la crisis no le afecta. Es al mediano al que joden", critica.

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Le gusta ver novelas No le da ni vergüenza. Lo dice sin complejos: "Me gusta ver novelas. En las noches me tiro con mi señora unos novelones... Ahora vemos una que se llama ´Por amor´. También vi ´La Usurpadora¨. Pero la que me llegó al alma se llamaba ´Cristal´. Me pegué cada llorada con esa novela, que un día prometí no volver a verla, porque, diay, uno sabe que todo eso es mentira, pero, qué le digo, hasta las lágrimas me saca", cuenta este simpático personaje de Guápiles, quien también jugó con el Pococí durante mucho tiempo. Era volante derecho, y estaba en la misma formación de legendarios jugadores de la talla de Dámaso Centeno, "Memo Satanás" Murillo, Jorge León "Cachirupa", Aquileo Rodríguez, Jorge "Coqui" Palma, Eduardo Centeno, "Chito" Madrigal (qdDg), Luis Madrigal, Betún Esquivel y Ébal Rodríguez (qdDg). Está casado con doña Carmen María Alvarado, quien fue una destacada educadora (ver recuadro) y tienen dos hijos, Minor y José Pablo. Don German es toda una figura en Guápiles, y tiene tantos sobrinos que mucha gente se acostumbró a que lo llamaran "Tío German", y así se quedó. Con su pinta de galán por el que no pasa el tiempo, Tío German vive feliz, viendo novelas, imitando a sus perros cazadores, contando las historias del tigre y hasta llorando con sus "novelones". Es un personaje auténtico y un testigo de muchas páginas de la historia de la zona.

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Doña Mima le da clases a las adultas mayores La mamá de las abuelas Con mucho cariño recibe a veintitrés adultas mayores dos veces por semana y les enseña manualidades. Esa es la ilusión que llena de vida a doña Miriam Bolaños, mejor conocida como Doña Mima, quien es una guapileña de toda la vida. Nació aquí hace 59 años, donde ahora está la Tienda Ébal Rodríguez, y creció al lado de ocho hermanos. Estuvo en la Escuela de El Caimitazo y después en la Central, y casó a los 21 años con el ambientalista y empresario radiofónico Manuel Quesada. Cuando contrajeron matrimonio, hace 39 años, ya don Manuel tenía un año de trabajar en su emisora, Radio Pococí, por lo que Bolaños se dedicó a ayudarle. Pero desde que estaba en la escuela tenía una enorme pasión por las artesanías, por lo que poco a poco fue dirigiendo esfuerzos hacia ese campo. Dio clases en el antiguo IPEC, de Cariari, y desde hace ocho años se reúne dos veces por semana con un puñado de señoras de la comunidad. El grupo se llama "La Edad de Oro Miriam Bolaños", en honor de quien les ayuda todos los martes y miércoles a partir de la una de la tarde. Ella las instruye en tejido en una aguja y en dos, camba, pintura en tela y arreglos con fieltro. Luego, cada una vende lo suyo. Para doña Mima, este trabajo le permite crecer mucho como persona. "Es una satisfacción muy grande trabajar con señoras. Enseño y aprendo mucho. Sus consejos y experiencias le aportan mucho a las clases, que van más allá de las manualidades", comenta Doña Mima. Cada fin de mes hacen rifas y un bingo con lo que consiguen lo necesario para comprar materiales para su trabajo. Ella es una verdadera misionera, una mujer que lleva a Dios en sus obras y sus lecciones. Si usted desea mayor información, puede llamarla al teléfono 710-6765.

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Juan Valenciano Valverde Comerciante de primera Vino de Zarcero a probar suerte y treinta años después es uno de los comerciantes más reconocidos de la zona. Don Juan Valenciano Valverde era un empresario progresista en ese pueblo alajuelense. Primero trabajó un tiempo en agricultura, luego tuvo una pulpería y una cantina y finalmente camiones. Unos hermanos suyos estaban trabajando en Arenal de Tilarán, y algunos de ellos se vinieron para Guápiles. Ël siguió sus pasos. No sabía ni a qué venía. Tuvo una venta de café y frescos, y en 1972 instaló la Soda Rex, que es un elemento vivo en el centro de Guápiles. "Cuando llegué, no se podía salir en carro de Guápiles. Desde esos duros tiempos estoy al frente del negocio. Nunca me he doblado. Soy majadero con el trabajo. Además, me da muchas satisfacciones, pues me ha permitido conocer mucha gente y compartir con personas de muchos pueblos y procedencias", comenta don Juan. Considera que su familia es un tesoro y está muy feliz de contar con su apoyo. Está casado con doña Hilda Corrales Corrales y tuvieron cinco hijos, Ana Lorena, Juan Félix, Emilio, Luis Alberto (qdDg) e Hilda María. Tiene 74 años y se conserva saludable y fuerte. "Es que el trabajo me mantiene", explica, orgulloso. Es un hombre íntegro, cuya historia personal ilumina y brinda un gran ejemplo.

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Don Luis León Cordero La humildad siempre gana Si la humildad hablara, diría su nombre. Don Luis León es un hombre sensato y sencillo, de los de antes, que surge gracias al trabajo en familia y al sacrificio. El Almacén El Dólar es el gran ejemplo de lo que se pude conseguir gracias al trabajo tesonero y la labor en equipo. Ni siquiera las cadenas más grandes y prestigiosas acabaron con la popularidad de un supermercado que, por su historia, es de puro pueblo. Y en el alma de ese negocio brilla Don Luis, que no cabe de contento cada vez que ve cómo se llena el supermercado y cómo es de leal la gente con los suyos. Tiene 61 años y nació en Guápiles. Su papá, Don Agustín León, mejor conocido como Chivín, y su tía Elena León, son un par de instituciones de nuestra historia. Luis estuvo en la Escuela de El Caimitazo y luego en la de San Rafael de La Colonia, pues su papá se los había llevado a vivir en una finca de por allá, donde trabajaba.

Siempre empunchado Siendo muy jovencillo, le tocó joderse para salir adelante. Don Chivín era un trabajador del campo. Había mucha necesidad, eran diez hermanos y a los 15 años Luis ya trabajaba en la Finca Guajira, en cacaotales. También la pulseó en La Cañera, una finca de caña ubicada en Calle Uno. Luego trabajó en Los Diamantes. Y más adelante sembró maíz en Cariari y tenía que sacarlo a caballo cuando ni siquiera había camino entre Guápiles y Cariari. También le estuvo ayudando a don Juan Félix Delgado, esposo de doña Elena, su tía, y jefe político de Guápiles. Él sacaba madera de unas fincas que le habían dado en concesión al polaco León Weinstock, y se llevaba a "Luisillo" a ayudarle. Posteriormente trabajó en Acueductos y Alcantarillados, tanto en Guápiles como en Guácimo, hasta que se metió a laborar en el hospital. Fue misceláneo, también trabajó en el departamento de proveeduría y en la cocina, y terminó de guarda. Estuvo ocho años en Guápiles y luego lo trasladaron a San José, Camilo Rodríguez Chaverri

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primero al Hospital México, durante algunos meses, y después a las oficinas centrales de la Caja del Seguro Social, donde permaneció durante nueve años.

La magia de El Dólar Había iniciado el Dólar dos décadas antes. Su esposa, Doña Cecilia Rodríguez, velaba por el negocio entre semana, con la ayuda de sus hijos. Y don Luis viajaba a San José todos los días, mientras que se metía de lleno a ayudarles durante los fines de semana. Pero en eso supieron de la apertura en Guápiles de una enorme cadena de supermercados, la más grande y prestigiosa del país, y fue entonces que Don Luis decidió renunciar a su trabajo. En lugar de echar atrás con el negocio, miraron al frente y echaron para adelante. El Dólar tenía poco espacio para los clientes, por lo que se tiraron a pista con un edificio nuevo, con todas las de ley. Y ahora, Don Luis es uno de los más sobresalientes empresarios de la zona.

Un hombre agradecido "Estoy muy orgulloso de todo lo que hemos logrado, gracias a Dios y a este pueblo que nunca nos ha dejado solos. Los clientes sufrieron mucho cuando El Dólar era pequeño e incómodo, pero nunca nos abandonaron. Eso nos tiene profundamente agradecidos", comenta Don Luis. Otro elemento que lo une a Guápiles para siempre es que fue un reconocido jugador de futbol y pasó por muchos de sus equipos. Jugó con el Santos, con Pococí, con Diamantes y con otro famoso equipo de la zona que se llamaba el Bayern. Siempre fue titularísimo. Era extremo derecho, veloz, habilidoso y con el balón en los pies, era un peligro para el marco rival. Él y doña Cecilia son los orgullosos padres de Aracelly, Luis, Lilliam, Kattia y Yadira. Aracelly y Luis están al frente del negocio, pero todos ayudan, aportan su grano de arena para la construcción de este castillo grande y vigoroso. Su humildad y su esfuerzo son sus grandes herramientas. Le aconseja a los jóvenes que trabajen sin pereza ni excusas. "Trabajar no le hace malo a nadie y genera muchas satisfacciones. Imagínese que para 80

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comprar una casita en San José trabajé día y noche. Y cómo me supo saber que era mía de verdad". Es que es un señor muy digno, del que podemos aprender mucho.

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Roberto Wachog, de una familia guapileña de tradición Para que no le falte un tornillo Su papá, Roberto Wachong Lee, fue uno de los pioneros de Guápiles. Era chino de nacimiento y se vino al país a probar suerte. Tenía un comisariato donde ahora él tiene la ferretería El Tornillo. Roberto Wachong Murillo tiene 53 años y es un guapileño de cuna. Aquí creció, mientras conocía a todo el pueblo que desfilaba por el negocio de su papá. Estuvo en la Escuela Central y luego lo mandaron para San José para que fuera al colegio. Estudió en el Colegio Técnico Don Bosco, posteriormente trabajó durante un tiempo y se fue para Estados Unidos. Vivió allá tres años y al regreso fundó la Ferretería El Tornillo, hace veinte años. Considera que los principales problemas de la zona son la drogadicción y el alcoholismo, que le generan una pésima imagen a la comunidad.

Critica destrucción ambiental Extraña los tiempos cuando en Guápiles llovía día y noche y está muy alarmado por el marcado deterioro de nuestro ambiente. "Ya no llueve tanto, y aunque esta zona sigue siendo muy verde, ya corre serio peligro. Es que así como las leyes y las autoridades defienden a los hampones, de la misma manera permiten que asesinen al ambiente y le arranquen a la naturaleza lo que le pertenece", argumenta, preocupado. Tiene dos hijos, Luis Roberto, quien es ingeniero químico y tiene 25 años, y Natalia, quien estudia Medicina y tiene 18. Está casado con Balbina Castro. Está muy orgulloso de ser guapileño y dice que de aquí no se lo llevan ni muerto.

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David Núñez Bonilla Surgió con base en el esfuerzo Llegó hasta segundo grado de la escuela porque las condiciones en Salgalamuera de Miramar de Montes de Oro no daban para más. Nació en Caimitalito de Nicoya y se lo tuvieron que llevar junto a sus hermanos para otro lado porque ahí no había cómo sacarlos adelante. A los 15 años David Núñez se fue para Palmar de Puntarenas a trabajar en una azucarera. Le consiguieron un permiso del Patronato Nacional de la Infancia para que no tuviera problemas. Cuando cumplió 20 años se vino para Finca 8 de Río Frío, donde fue peón bananero durante cuatro años. Sufrió un accidente jalando banano, y una lesión en un brazo provocó que en la bananera lo colocaran como capataz. Pero su formación era tan pobre que debió matricularse en la escuela nocturna para que le dieran el puesto. Ahí sacó el Sexto Grado. Empezó a polaquear Luego empezó a comprar ropa para polaquear, y un día que andaba en moto chocó de frente contra un carro que andaba contravía. Una rodilla pagó las consecuencias, por lo que tuvo que retirarse de la bananera, y se quedó solamente con la venta de ropa. Más adelante estuvo trabajando en Importadora Rodolfo Ocampo en Río Frío. Hasta que pudo comprar un carrito y se puso a jalar banano. A la vuelta traía verdura para vender. Fue entonces que conoció Guápiles y decidió comprar dos lotes en la Urbanización Toro Amarillo. Poco después instaló un negocito aquí mientras seguía trabajando con el camión. Vendía 300 colones por día entre verduras y sal. "Había escasez de este mineral, por lo que la compraba para molerla y empacarla para la venta", recuerda Don David. "Eran los tiempos en los que una libra de zanahorias costaba 3 colones y un viaje de camión cargado con banano costaba 500 colones", rememora.

Cambio de timón Poco después se volcó con el camión, y lo cambió por uno para jalar ganado. Entonces empezó a trabajar para muchos destacados criadores Camilo Rodríguez Chaverri

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de la zona, entre ellos, Don Carlos Avendaño, Don Tino Zúñiga, Don Paco Barrantes y los hermanos Retana. El crecimiento de Super David se dio poco a poco, paso a paso, con un sacrificio de todos los días. Semanas después de la inauguración del nuevo edificio, hace ya una década, se desmayó saliendo del negocio. El impacto contra el suelo le provocó una lesión en la cabeza. Quedó inconsciente.

En las manos de El Señor Tomó su caída como un llamado. Fue a una jornada de cristiandad, le abrió su corazón a Dios y se hizo seguidor de su palabra. "Todo se lo debo a Dios. Este negocio es de Él, yo sólo ayudo a administrarlo", dice, Don David, muy convencido. Está casado con doña Mayela Guzmán Navarro, y dice estar muy orgulloso de su esposa. "Ella se levanta a las 4 de la madrugada a limpiar. Es muy trabajadora y especial. Dios me la envió como un valioso regalo". "Todo me ha costado mucho. He caído muchas veces, pero el Señor me ayuda a levantarme una y otra vez. Es que el Demonio anda trabajando para ganarse a las personas más comprometidas con Dios. Por eso, debemos ser fuertes", asevera. Don David y su esposa, Doña Mayela, tuvieron siete hijos, pero dos murieron en el parto. Los cinco que crecen con su ejemplo son Doris Edith (22), Marlon David (20), Ruth Mary (19), Karen Mayela (15) y Mónica Daniela (7). Don David es un caso maravilloso de trabajo al servicio de Dios.

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Tiene el pie más grande de la región Cuyón es todo un personaje Se puso su primer calzoncillo cuando tenía 13 años y sus pies conocieron los zapatos el día de su Primera Comunión. En su familia eran 16 hermanos y vivió más de una miseria siendo un niño. Pero ni la pobreza ni el hambre le detuvieron el crecimiento. Es gigantesco y tiene fama de ser el más "patón" de la zona. Don Claudio Moya, conocido por todos como Cuyón, calza 49, y apenas tiene dos pares de zapatos, porque no consigue. Tampoco consigue medias. Pero él se las ingenia de alguna manera. Corta los calcetines donde iría el empeine y se los mete, de manera que usted y yo le vemos el talón y el tobillo y parece que anda medias, pero los dedos están peladitos, al contacto con el zapato, pues no dio para tanto. Tiene 56 años y ha trabajado mucho. Su papá era peón de finca y se ganaba apenas 5 colones por día, por lo que le consiguió trabajo como ayudante, y le pagaban 2,50. "Trabajé sembrando maíz en la Finca Numancia, y me pegaba las grandes salvadas cuando mataba terciopelos. Es que había mucha culebra, y don Tino Zúñiga, que era el dueño, me pagaba otros 2,50 por cada terciopelo que matara". "En esos tiempos no había lujos como ahora. Mi papá atendía a mi mamá durante los partos. Yo fui a la Escuela Central de Guápiles y llegué hasta Cuarto Grado, pero estuve en Primer Grado cuatro años seguidos. Es que vivíamos muy lejos, por donde ahora está el Liceo de Pococí, y cada vez que amanecía lloviendo una quebrada lo inundaba todo. Entonces mi mamá me pedía que me quedara ayudándole con los más chiquitillos", cuenta Cuyón.

Con los caites al hombro "Cuando no teníamos qué comer me mandaban a vender cuatro gallinas en ocho colones. También recuerdo que tenía que ir a vender huevos, a 10 céntimos cada uno, y que estaba tan acostumbrado a andar descalzo, que el día de mi Primera Comunión, apenas terminó la misa, me los eché al hombro", dice, muerto de la risa. Camilo Rodríguez Chaverri

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Sufrió mucho cuando le mataron a su hermano Rafael Ángel. "Él tomaba mucho y le prometió a mi mamá que lo dejaría de hacer. Se metió a policía y lo mandaron para Brasilito de Guanacaste. Allá era el delegado. Un día todos sus guardas estaban vigilando en el turno del pueblo, y llegaron a decirle que un hombre iba a matar a su esposa. Como no tenía a ningún policía disponible, se fue él mismo, y logró quitarle la mujer al agresor. Él le dijo que no tenía que meterse y que lo iba a pagar muy caro. Al regreso, cuando mi hermano caminaba hacia la delegación por la playa, lo esperó en un lugar oscuro y le metió un balazo. Viera cómo nos costó ir por el cuerpo. Hasta mucho tiempo después logramos traerlo para Guápiles", dice, dolido. Y explica qué fue lo que pasó la única vez que lo han tenido encerrado. "Otro hermano mío andaba muy borracho y a mí me avisaron que la policía se lo había llevado a puro garrotazo. Cuando llegué, de verdad lo traían garroteado y les dije que yo les ayudaba a llevarlo. Entonces, me tiraron el garrote y yo lo apañé y les pegué un buen manazo. Es que no era justo. Fue la única vez que salí en el periódico, y me tuvieron tres meses en la cárcel".

Chapulinero y peleador Su primer trabajo fue chapear y cortar caña en las fincas de don Bernardo Carvajal, quien era el papá del ganadero Carlos Carvajal. Luego empezó a cargar madera cerca del río Toro Amarillo para mandarla a San José, y fue entonces cuando Carlos, siendo un muchachillo, le dijo que tenía mucha fuerza y que lo quería como ayudante de él en el chapulín. Pasó a ser chapulinero. "Lo poquito que aprendí en la vida se lo debo a Carlos Carvajal. Estuve con él ocho años y fueron muy importantes para mí". De ahí pasó a ser chofer en la Empresa de Buses Hermanos Badilla. "Manejaba a los pueblos de Roxana, San Cristóbal y El Humo. Más de una vez me tuve que pelear porque empezaban a fumar en el bus, y no querían hacerme caso. Los echaba a la lona ligerito. Es que en esos tiempos la gente de las bananeras no era civilizada como ahora. Me tuve que agarrar unas 25 veces en 4 años. Nunca pudieron hacerme nada, pero un día una paisa, una muchacha que trabajaba en la bananera, me dijo que mejor renunciara porque me querían joder. Ella me explicó que como no podían pegarme, me iban a echar la vaca. Y no me quedo otra que salir de ahí antes de que me mataran", recuerda Cuyo, quien 86

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una vez se enfrentó a cuatro y no pudieron pegarle. "Al final uno lo que hizo fue tirarme una piedra en las costillas. Después de todo me tocó ir al hospital, pero lo hice solo, sin la ayuda de nadie. Por eso es que me llevaban ganas".

A otra cosa, mariposa Pasó a trabajar a la gasolinera de don Cecilio Arias, en el centro de Guápiles. Ahí estuvo tres años. Jalaba canfín, diesel y gasolina en un camión cisterna para entregar en las bananeras y en las pulperías de todos los pueblos de la zona. Luego don Fabio Bolaños le dio trabajo en la empresa de buses Guápiles-San José, hace casi treinta años. "Sólo existía la calle vieja, y teníamos que pasar por un montón de pueblos y cruzar por dentro muchos ríos. Los ríos Peje, Guacimito y Parismina no tenían puente, mientras que había que cruzar el Reventazón con la ayuda de unos tablones", recuerda. "Cada vez que había una ´llena´, los ríos hacían estragos y amanecían revueltos. Entonces la gente tenía que bajarse y meterse al río conmigo a quitar piedras para que el bus pudiera pasar", cuenta Cuyón, quien después pasó a Coopetragua.

No le dan trabajo Cuyón dejó de trabajar en buses hace ocho años. De ahí para acá padece mucho. Tiene problemas en la columna vertebral, es diabético, sufre por exceso de ácido úrico, una hernia y serios problemas en una rodilla. Tiene un carro de carga, y hace servicios de transporte, pero asegura que hay días tan malos que no le alcanza ni para el combustible. Por eso es que necesita una pensión. "Nadie me da trabajo. Apenas digo que tengo 56 años me dicen que no pueden contratar a gente tan mayor. Si no fuera por mi carrito me moriría de hambre", comenta, angustiado. Vive con cinco hijos, su esposa y su suegra. "Me amarga saber que estoy tan enfermo. Tengo hasta presión alta, y cuando se me sube veo oscuro, oscuro. Incluso me mareo, pero no me caigo gracias a estas patas tan grandes. Por cierto, si alguien llegara a conocer un patón como yo, le ruego que se acuerde de Cuyón, porque eso de no tener zapatos no se lo deseo a nadie". Aun así, Cuyón no pierde el buen humor, y pasa bromeando con sus Camilo Rodríguez Chaverri

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amigos de Almacén 3 Erres, donde espera la "chambita" de todos los días. Dice que no fuma ni toma, pero que fue muy terrible para las mujeres. "Es que, diay, no hay laguna sin salida", admite, pícaro y socarrón. Si usted desea ayudarle a este personaje de la zona, puede llamarlo al teléfono 710-7620.

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Don Raúl Araya García Pionero de la educación especial Su nombre está escrito en la historia regional de la igualdad de derechos y de oportunidades para todos, más allá de las limitaciones. Don Raúl Araya es uno de los fundadores de Comunidades en Acción, que lucha por sacar adelante a las personas con discapacidad de la zona y tiene once años de funcionamiento en Guápiles. Atienden a unas 90 personas con limitaciones motoras o mentales, y cuentan con tres maestras que le ayudan a estos niños y adolescentes con necesidades especiales. Inició como vocal de la junta directiva y tiene cinco años de ser el presidente. Y cuenta que hace diez años construyeron las instalaciones gracias a la Junta de Protección Social de San José y el IMAS. También les ayudó el ex diputado Luis Villalobos con una partida específica para la compra del terreno.

Su caso Don Raúl tiene relación directa con un caso de discapacidad. Su hijo Raúl nació bien, pero al año de edad la meningitis le provocó un leve retardo mental. "Mi hijo Raúl tiene 30 años, y lidiar con su enfermedad fue una tarea muy difícil. La primera vez que se enfermó, tuvimos que sacarlo por motocar, que era un pequeño vehículo motorizado que montaban en la línea del tren. Cuando eso aquí no había hospital, y tuvimos que llevarlo en rieles hasta Siquirres, de donde salimos en carrera hasta el hospital de Turrialba", recuerda Don Raúl. "Lo pasaron de inmediato al Hospital México, y permaneció cuatro meses internado allá. Tuvieron que operarlo cuatro veces, pues también quedó con problemas en las piernas". "Después tenía que llevarlo todos los meses a San José. El único medio era el avión que brindaba servicio en la zona. Le decíamos el Picapiedra...Imagínese cómo estaba." "Mi hijo iba enyesado y del avión tenía que pasarlo a un bus, porque no había recursos para otra cosa. A la vuelta, casi siempre la ambulancia me llevaba hasta el aeropuerto. Gracias a Dios la gente se portaba muy bien, y comprendían la incómoda y difícil situación". Camilo Rodríguez Chaverri

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Quedó viudo Pero le faltaba otra prueba dolorosa y cruel. Cuando Raulito tenía 4 años de edad, Don Raúl quedó viudo. "Tenía cinco hijos, y llevar a mi esposa al hospital también fue difícil e incómodo. Llegamos tarde y no pudieron salvármela. Todos los chiquitos estaban muy pequeñitos, y salí adelante gracias a mi mamá, que me los cuidó hasta que se hicieron grandes, muchos años después", confiesa. Su madre se llama María Teresa García Vargas, y es la heroína de esta historia. Ya había salido de la tarea de criar a sus hijos, cuando se encontró con el reto de ayudarle a su hijo viudo. Tiene 73 años y todavía no termina su misión, pues Raulito, el nieto con discapacidad, vive con ella. "Cuando murió mi esposa, los cinco estaban pequeños. De hecho, la menor, Iriabel, ni siquiera conoció a la mamá. Ella quedó con su padrino, Don Carlos Badilla y su familia, quienes se portaron de maravilla y la criaron como una hija más", cuenta, muy agradecido. "Y fue mi mamá quien me ayudó con los otros cuatro. Ella los crió hasta que se fueron casando o haciendo su vida de adultos", explica don Raúl.

Abuelos convertidos en papás Doña María Teresa sacó adelante a sus nietos con la ayuda de su esposo, don Juan Araya, uno de los pioneros de La Colonia. "Al principio sentí que se me venía el mundo encima. Los criamos a cómo pudimos, con mucha voluntad y esfuerzo. Con Raulito fue muy difícil, porque cuando lo operaron ya estaba conmigo. Él es un gran ejemplo, porque ha tenido que luchar mucho por su vida. Es muy ameno y tiene muchos amigos", dice Doña María Teresa, muy orgullosa. Y cuenta que el mismo Don Raúl tuvo que hacer muchos sacrificios. "Al principio ganaba dos colones por hora y el viaje por avión costaba 35 colones. Recuerdo que todos los años se le iba el aguinaldo en la ropa de los chiquitos", cuenta Doña María Teresa, muy emocionada. "Se sacaba el bocado de la boca por dárselo a sus hijos". Su esposo, don Juan, el otro pilar de esta odisea, cuenta que ya estaba acostumbrado a la lucha. Tiene 83 años y 60 de vivir en esta zona. Al principio sembraba maíz y lo sacaba de La Colonia a caballo, cuando ni siquiera había camino . "Antes la vida era muy dura. Eso me ayudó a superar los problemas y a verlos con dulzura. Yo jalo bueyes desde 90

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que tenía 8 años, y eso me formó mucho para soportar los momentos más duros". A los años, don Raúl casó de nuevo, y tuvo dos hijas más. Pero nunca abandonó a sus hijos que quedaron sin mamá. Los del primer matrimonio se llaman Yorleny, Yodileth, Ledis, Raúl e Iriabel. Y las del segundo, Johanna y Julissa, quienes viven con él y con su esposa, Doña Berta Hernández, quien lo apoya siempre. Don Raúl nació en Guápiles hace 56 años y creció en La Colonia. Trabaja desde muy joven, primero en la finca del papá, luego con don Napoleón Saborío jalando cajas en camiones y finalmente en Standard Fruit Company, donde laboró por más de treinta años. Ahora hace viajes con un carro, pues el espíritu aguerrido que le permitió sacar la tarea familiar no lo abandona nunca.

"Llevo esta lucha en el alma" Don Raúl Araya se ha entregado de lleno a Comunidades en Acción, y al Centro de Atención Múltiple que vela por unos 90 menores con discapacidad. Y esta lucha ha sido ardua. "Iniciamos con las personas que enviaba el Consejo Nacional de Rehabilitación. Luego un convenio con el Ministerio de Educación nos permitió dar educación especial". "Tenemos tres maestras, y cada una atiende a ocho personas por día. Una atiende a los niños menores de seis años, y las otras dos a los que tienen entre 7 y 14 años", explica don Raúl. "El IMAS nos ayuda a pagar la luz, el agua y el teléfono, y el Ministerio paga el salario de la cocinera, pero urge tener recursos para ayudarles, pues muchos son muy pobres y no tienen ni para pagar el bus que los traiga hasta nuestra institución", asevera. "Antes contábamos con unas pequeñas becas que nos concedía el Consejo Nacional de Rehabilitación, pero ya no. Hay señoras que caminan hasta una hora para llegar hasta nuestro centro de atención múltiple". Don Raúl está muy agradecido con Hotel Suerre, pues les presta la piscina para la terapia, y hace un llamado a los vecinos de la zona para que aporten recursos para becar a estas personas especiales. Puede llamar al teléfono 710-6645.

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Don Hugo Sánchez Cheng Nuestro gran patriarca chino Su nombre está ligado al desarrollo comercial de la zona. El "Chino" Hugo, como es conocido, fue un gran empresario cuando sólo existían su negocio y el del polaco León Weinstock. Entre un chino y un judío manejaban la plata en Guápiles. Don Hugo llegó en 1962, proveniente de Guanacaste, donde permaneció desde que se vino de China en 1955, cuando tenía apenas 20 años. La situación en China era difícil y uno de sus abuelos estaba en Guanacaste. Trabajó en la pampa mientras ahorraba, y luego instaló una pulpería en Guápiles. Alquilaba y dos años después compró un edificio de madera en la entrada del pueblo. Apenas pudo construir con cemento puso un hotel, ya que en la zona sólo Weinstock tenía servicio de hospedaje. Llegó soltero de Hong Kong, y ocho años después de estar aquí casó con Consuelo Arias, quien es su compañera de toda la vida. Ha visitado su patria únicamente dos veces en más de 40 años. Ahora vive de la renta, pues alquila locales. Y está muy agradecido por el apoyo que le dio la comunidad. "Gente sel pula vida conmigo siemple", dice Don Hugo, quien nunca perdió el acento. En Costa Rica sólo tenía a un hermano, pero murió hace medio año. Considera que la colonia china le ha traído mucho bienestar al país. "Son gente trabajadora los chinitos. Nos gusta mucho cocinar y la mayoría tienen restaurante. Somos muy pocos los que optamos por una pulpería o un supermercado". Cando llegó a la zona sólo había tren. Pero, poco a poco, se fue desarrollando. Y para el Chino Hugo el gran empujón para la zona fue la apertura de la carretera Braulio Carrillo, el 28 de marzo de 1987 (él se sabe la fecha y la recuerda como si estuviera degustándola). Está encantado de la vida, y pasa bien sentado en el corredor de su casa. Está feliz de ser el más antiguo exponente del legado chino en nuestra zona.

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Don Jorge Centeno Castillo Surgió con base en el trabajo Llegó a la zona en 1950. Venía con su papá pues habían comprado seis hectáreas en el corazón de Guápiles. Al principio, el joven Jorge Centeno no sabía ordeñar ni volar machete. Pronto, siendo muy jovencillo, se enamoró aquí y casó. Y ambos se fueron como maestros para El Humo, en Roxana. Ganaban apenas 360 colones cada uno, por lo que decidió dedicarse a otra actividad. "Me metí a trabajar con mis cuñados, quienes sacaban madera con bueyes, y empecé a ganar 500 colones por quincena. Sacábamos las tucas por trillos", comenta don Jorge. "Yo sabía manejar chapulín, pero como en la zona casi ni habían, nunca dije nada. Cuando los hermanos de mi esposa se enteraron, adquirieron uno, porque así era más fácil el trabajo. De ahí en adelante pasé a ser chapulinero". También sembró maíz y laboró en una distribuidora de agroquímicos y fertilizantes en La Rita. Y hasta estuvo trabajando en construcciones del ICE en la zona. Toca guitarra desde que tenía 5 años de edad y siempre ha sido muy alegre. Don Jorge dice que antes la vida era muy dura en la región, pues había muchas terciopelos y estas tierras eran muy remotas. Después de todos sus sacrificios se hizo empresario, tuvo una agencia de licores, una mueblería y camiones para transportar banano. Tiene 70 años y una enorme tristeza lo embarga, pues su esposa, doña Amadita Chaves León, murió hace un año. Ni siquiera puede hablar de esta tragedia familiar. Las lágrimas lo invaden. Sin embargo, tiene la conciencia tranquila porque fue un gran esposo y es un gran hombre.

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Don José Manuel Cruz Matamoros Empresario y campesino Tenía 24 años cuando se adentró en el monte con la idea de surgir. En 1971 un muchacho recién casado se vino de Guayabo de Bagaces, Guanacaste, con la idea de "hacer algo en la vida". Nació en Puntarenas, pero se crió en Guanacaste y lleva en la sangre el alma bravía de la gente de su tierra. Se transportó en un camión desde Bagaces hasta Siquirres. De ahí se fue en tren hasta Guápiles. Para llegar a Campo Cinco, tomó una cazadora, un bus de los viejos, de madera, de los que jalaban hasta chanchos y gallinas. Duró tres días de Guayabo a Siquirres, y tres horas para llegar de Guápiles hasta ese pueblo. Pero en Campo Cinco apenas iniciaba la aventura, pues debió caminar hora y media hasta llegar al río Tortuguero, donde se hizo al agua en un bote que lo dejaría en El Ceibo dos horas después. Así llegó al primer lugar de la zona donde estuvo viviendo. El y su hermano Jorge, con quien se embarcó en esta odisea, voltearon unos palos e hicieron un rancho de los que se conocían como "vara en tierra". "Cortamos dos horquetas y pusimos una varilla entre las dos, y luego una varilla en cada horqueta para que fuera clavada en la tierra. En el poquito espacio que queda hicimos la camita, y ahí vivíamos. Esa fue la primera casita de mi esposa, Doña Emilce y yo, y la hicimos en tres horas", cuenta don Manuel Cruz, quien ahora es uno de los ganaderos más pujantes de la zona, pero que para llegar hasta donde está tuvo que recorrer un largo trecho. "Ese ranchito que hicimos no se moja cuando está recién hecho. Por eso hay que estar renovándole las hojas de suita que lleva como techo", explica Don Manuel, quien al poco tiempo pudo hacer un rancho de verdad, con un tabique de chonta. "Cogíamos el agua del río Tortuguero. No había luz eléctrica ni agua potable en casi toda la zona. En Guápiles apenas existía una planta eléctrica y la luz era como pelotitas de achiote, roja, roja".

El inicio de un gran finquero Donde llegó don Manuel ni siquiera había un solo árbol volteado. Ahí comenzó a trabajar. La bananera estaba en Cariari, por lo que laboraba tres meses con la compañía, y luego con el dinero que se había ganado 94

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la pasaba un tiempo, durante el cual iba haciendo repastos. Después compró una motosierra. Dice que nunca olvidará que le costó 1 482 colones. Cobraba a 8 colones la hora, y empezó a ahorrar el cinquito. La zona era tan remota e inaccesible que la gente le decía a don Manuel que estaba pagando una condena ahí adentro. "Mucha gente se vino para acá, pero muy pocos soportaron. Las condiciones eran muy difíciles para la vida. Había mucha terciopelo y llovía todos los días", comenta. "Imagínese cómo era, que una vez unos señores andaban de cacería, andaban monteando tres pioneros de la zona, Don Alejandro Sevilla, Don Tino Zúñiga y don Diego Ruiz, y corretearon a una manada de chanchos de monte. Algunos pasaron entre mi rancho. Ellos son testigos. Cuando llegué al rancho, mi esposa estaba subida en la cama con la chiquita mayor, y las huellas estaban en todo el piso de tierra". "También teníamos que acostarnos temprano porque no había cómo alumbrarse y los mosquitos eran insoportables. Teníamos una vaquita y debimos mantenerla embarrada de aceite quemado y carbolina todo el tiempo porque los tábanos (moscas muy grandes) la estaban matando. Cuando olvidábamos echarle ese embarrijo los tábanos la invadían y tenía que meterse al río todo el día". Don Manuel y su hermano Jorge compraron 200 hectáreas en 300 colones, en tres pagos. Pero un año después llegó el Instituto de Tierras y Colonización (ITCO) y les quitó las tierras. Sólo les dejó una parcela de 20 hectáreas. Pero ellos no desfallecieron. Quedaron como los últimos de la Colonia Cariari, los que estaban más lejos, al norte,.y siguieron trabajando con todas sus energías.

Les cayó la ayuda del cielo No tenían dinero para comprar ganado, y un día pasaron por su finca don Luis Wachong y don Luis Ocampo, quienes eran los banqueros del pueblo. Wachong era el gerente del Banco Nacional de Guápiles y Ocampo el del Banco de Costa Rica. "Andaban monteando y nosotros les ayudamos. Luego, nos ofrecieron crédito. Así fue como conseguimos 60 mil colones, 30 mil en cada banco, y empezamos a levantarnos", cuenta. "Le compramos 30 vacas a don Abelardo Bonilla, que tenía una finca por donde ahora está el Palí en Guápiles, y otras 30 vacas a don Alfredo Rojas, quien era el dueño de la Finca Numancia. Todas las vacas iban Camilo Rodríguez Chaverri

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paridas y nos costaron a 750 colones cada una. También compramos alambre y empezamos a pagar los intereses", recuerda. "Sesenta mil colones era tanta plata que nos decían que estábamos locos. Pero gracias a Dios se vino una época buena y vendimos unos terneros a mil colones cada uno. Así fue como pagamos la mitad de la deuda".

Las "llenas" y las terciopelo "Una vez íbamos con uno de los chiquitos muy enfermo y al pasar sobre un tronco me di cuenta que al otro lado estaba una terciopelo gigantesca. Estuvimos a punto de que nos mordiera", cuenta don Manuel Cruz. "Otro día estaba volando machete debajo de unas ramas y ahí estaba una serpiente al acecho. Vale más que tiró a morder hacia el otro lado. Eso me salvó la vida, porque viviendo tan 'adentro', si a uno lo muerde una terciopelo no hay nada qué hacer". En esos tiempos también el río Tortuguero los ponía en graves aprietos. "Como llovía tanto, a cada rato se me llenaba la finquita de agua. Por eso, cuando hicimos el segundo rancho, tuvimos que ubicarlo en un alto. Si hubiéramos esperado unos días más para construir esa segunda casita, tal vez no estaríamos contanto el cuento", dice Don Manuel, muy ameno siempre. Pasaron muchas penurias. Recuerda que los primeros "diarios" (comestibles) se los compró al también legendario Don Ramiro Castillo, quien era propietario del único negocio que estaba en la entrada de Cariari. "La primera vez que llegué no tenía ni un cinco para comprar comida. Le dije a doña Dinorah, quien es su esposa, que necesitaba que me hicieran el gran favor de darme el 'diario' fiado, y se fue a preguntarle a don Ramiro. El le dijo que se me veía cara de buena gente, que se lo diera. Se los agradeceré toda la vida. Esos gestos no se olvidan nunca, qué va". Ya cuando tenía lista la finca, la vendió en 260 mil colones. Con ese dinero le pagó al banco y empezó a trabajar comprando y vendiendo ganado. Se vino para La Esperanza, que es el lugar donde vive ahora, e hizo una casa de madera. "Por fin pude hacer una casita de verdad, y ya dejé de vivir en ranchos", cuenta Don Manuel, muy orgulloso.

Los frutos de tanto trabajo 96

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Trabajando de esta manera empezó a comprar fincas. Ahora tiene 7 fincas, ubicadas en La Esperanza, Cuatro Esquinas, Maravilla, La Argentina y Puerto Lindo, así como propiedades en el centro de Cariari. Hasta hace dos meses estaba al frente de sus 800 hectáreas de potreros, pero le dio vértigo, un malestar que lo obligó a hacer reposo durante tres semanas. Eso llevó a su hijo, José Alberto, a hacerse cargo de las fincas. Ahora él está viendo por todo, pero ya su padre se integró al trabajo y buscan formar una gran yunta. Le aconseja a los jóvenes que estudien y que trabajen mucho. "Hay que prepararse porque uno no sabe que le espera en el futuro. Por eso es que los jóvenes deben aprovechar las fuerzas de los primeros años para superarse y hacer algo en la vida", dice, enfáticamente. Su esposa se llama doña Emilce Solano, y llegó a la zona de 17 años, al lado de su compañero. Tienen tres hijos, Karen, Lorena y José Alberto, quienes nacieron en Guápiles y se criaron en las montañas de las llanuras de Tortuguero, donde sus padres surgieron de la nada, venciendo temporales y serpientes, soledades y penurias. Y le ganaron al monte, que ya los ve como unos hijos generosos y muy leales.

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Don Carlos Enrique Soto Soto El zapatero del pueblo Es un señor pícaro y lleno de energía. Lleva en el pecho el alma del joven, por lo que no se le acaban las ganas de vivir. Y su sonrisa, que le arranca un brillo especial a sus ojos, lo saca de su edad. Don Carlos Enrique Soto Soto es un personaje de Guápiles. Tiene 65 años de ser zapatero. Tenía 16 cuando hizo sus primeras armas en ese oficio que ha sido su orgullo de siempre. Por muchos años fue operario, y hacía zapatos a mano, en sitios tan legendarios como el del alajuelense don Segundo Lazo, famoso por la gran calidad del calzado. Ahora, sigue haciendo zapatos, pero nadie paga por ello, porque son más caros. "Un zapato hecho a mano dura doce o quince años. No hay punto de comparación. Más bien salen baratos de lo buenos que son", dice don Carlos Enrique, convencido y muy seguro. Llegó a la zona hace 35 años, debido a que sus hijos se habían establecido aquí. "Diay, se vinieron todos los hijos, y me tocó venirme a mí también. Y ya soy de Guápiles. Estoy feliz en este pueblo. Lo único que no me gusta es que estoy lejos del Estadio de Alajuela", explica este liguista envenenado. El nació en el Barrio Juan Santamaría, 300 metros al sur de la Catedral de Alajuela. Y dice que su corazón nunca dejará de ser rojo y negro. "El Santos de Guápiles me cae bien y me gusta que gane, pero yo no puedo dejar a mi equipo. Primero me muero", dice seguro y sin miedo.

"Ya no hay zapateros" "Ya no hay zapateros, qué va. Figúrese que yo soy el único que queda en Guápiles. Hay remendones de zapatos, pero zapateros, zapateros, de los que hacen zapatos, sólo yo. Tampoco hay zapateros en San José. "Es que imagínese que antes un kilo de suela costaba 7 colones y ahora cuesta 1850 colones. Así no se puede", se queja don Carlos Enrique. Tuvo 14 hijos, tres del primer matrimonio y once del segundo, con la 98

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compañera de su vida, Doña Mélida Alfaro Lara. "Para mantener esos 14 hijos tuve que trabajar mucho. Pagaba casa y local y tenía que alimentar 16 estómagos. Durante muchos años empezaba a hacer zapatos a las 6 de la mañana y tenía que quedarme hasta las 11 de la noche". "Calcule que uno de mis hijos, Allan, que ha sido muy aplicado, siempre se quedaba estudiando por las noches, y empezaba a cabecear primero que yo".

Orgulloso de sus hijos Pero el trabajo no era su única carga. Como doña Mélida tuvo tantos hijos, Don Carlos Enrique frecuentemente estaba chineando, pues mientras ella cuidaba del bebé, a él le tocaba ayudar con los hijos pequeños. "Más de una vez me tocó lavar, planchar y cocinar durante varios días, porque la señora estaba en el hospital o cuidando al más chiquitico". Eso ha sido motivo de orgullo para él. "Nunca nadie tuvo que ayudarme a criar a mis hijos, junto a mi esposa, que los formó tan bien. Mis hijos me han salido muy buenos. Ninguno es vago, ni malo, ni perverso. Y eso es el mejor premio para un padre", dice don Carlos Enrique, inflamado de alegría. "Todos entendieron que yo no quería un punto negro en mi vida. Siempre he sido pobre pero muy digno. En eso, aunque en medio de la humildad y la pobreza, he sido intachable". Don Carlos y doña Mélida tienen 53 descendientes entre nietos y bisnietos, y recuerdan con satisfacción que tuvieron la dicha de ir a pasear a Australia, pues tienen una hija allá.

Otro Guápiles Cuando llegó a Guápiles sólo existía el tren. Llovía muchísimo y sólo había una planta eléctrica. "Ahora este pueblo ha cambiado mucho. Muchas calles, mucha bulla, mucha basura. Pero a mí lo que más me duele es que no le dejaron campo a los zapateros", reafirma. "Yo voy a seguir trabajando hasta que Dios me dé permiso. Es que no acepto que mis hijos me mantengan. Además, también soy remendón, y remendando sí me gano la vida. "Vivo feliz con mi esposa. Ella es un poco rebelde y desobediente, pero yo la quiero mucho", dice, socarronamente. Camilo Rodríguez Chaverri

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La honradez y la dignidad "Todavía trabajo y me esfuerzo. Es muy duro, pero ahí vamos saliendo. Tampoco me aprovecho de nadie. La honradez es lo más importante para mí. No le robo nada a nadie. Prefiero que me quiten a mí. Quedo menos mal", argumenta. Don Carlos Enrique no tiene vicios, y cuenta con muy buena salud. "Estoy sordillo, pero si me hablan fuerte escucho. Claro, que se aprovechan de eso. Por ejemplo, cuando a mi esposa no le conviene que escuche lo que está diciendo, habla más bajito, y me deja viendo para el ciprés", arguye, muerto de la risa. Es un conversador exquisito. La tertulia con él es en tono alto, y, a veces, con la ayuda de algunos gritos para que escuche bien, pero siempre es muy amena. Aunque llegó hasta Sexto Grado de escuela, asegura que su pasatiempo de toda la vida es la lectura. Por eso, además de pícaro y simpático, es un libro abierto, con la sabiduría por un lado y el conocimiento por el otro. Don Carlos Enrique Soto es un tesoro que Guápiles debe mirar con mayor atención. Haciendo zapatos o remendándolos, hizo un trillo que debemos seguir, pues nos depara grandes enseñanzas para la vida.

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Jorge Jiménez Vargas Salió adelante trabajando Tenía apenas 16 años. Era un flaco que daba lástima. Pero llevaba en la cabeza una firme convicción de progreso. Por eso dejó Puriscal, la tierra de su gente, para buscar nuevos horizontes. Desde entonces ya era conocido como "Pata de Olla"; un apodo muy conocido en la zona por el gran peso y el significado histórico de su dueño. Jorge Jiménez Vargas nació para conseguir grandes logros gracias a su trabajo. Cuando estaba chiquillo, lo ponían a "socolar" y le quedaban los pies negros. Un día fue a mejenguear y uno de los chiquillos dijo, "ay, mirá, parece una pata de olla, con los pies negros, negros". Ese fue su segundo bautizo, el definitivo. Dice que su familia era muy pobre. Por eso, decidió aventurarse.

Se vino con 200 pesos Corría el año de 1971. "Pata de Olla" se vino con 200 colones en la bolsa. "Aquí lo que había era tren hasta La Rita. Yo me vine en bus desde Puriscal hasta Turrialba. Luego, tomé el tren, y después de siete u ocho horas, me vi solo y con la montaña por todo lado", cuenta. Cuando lo veían llegar, ni siquiera querían darle trabajo. "Es que era un flaquillo sin nada de cuerpo", acepta Pata de Olla, sobándose el estómago de hombre "alentado". Por fin consiguió trabajo en la bananera de Don Yoyo Quirós y sus hijos Gerardo y Carlos Roberto ("Beto"). Le pagaban 16 colones y 80 céntimos por día. Ahí estuvo cuatro años. Pero ya tenía entre pecho y espalda la enorme certeza de que había nacido para mucho más que eso. Se fue al norte de Campo Dos, en el corazón del monte, y empezó a surgir en medio de los suampos y las selvas. El camino llegaba hasta Campo Cinco y de ahí para adentro había que aprender los trucos y los "volados" de Tarzán. Compró una parcelita en 12 mil colones. Había ahorrado 5 mil y le dieron seis meses para pagar el resto. "Tenía que apurarme para pagar. Empecé a sembrar maíz y lo sacaba Camilo Rodríguez Chaverri

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por Campo Dos. Me pagaban a 180 colones la fanega. Le vendía a Otto Bermúdez. Así pude pagar esas primeras 20 hectáreas, y compré otra parcela en 7 mil colones. Fui creciendo a puro maíz y criando chanchos", explica.

Chanchos sueltos Criaba chanchos sueltos, en cercos, y los alimentaba con maíz, ayote y caña. Vendía el kilo de carne a 8 colones. "Ya tenía varios años de vivir solo en un rancho, en la montaña, y estaba obstinado de cocinar y lavar. No había luz, ni agua, ni carretera, y a veces pasaba un mes entero sin ver a una sola persona". "Luego llegó el camino a Campo Dos. El bus duraba cuatro horas de Guápiles a Campo Dos, y yo duraba tres horas de la parcela a ese pueblo. Estaba a siete horas de Guápiles, que cuando eso tampoco era lo que es ahora", explica. Cuando llevana cerdos a la plaza, sacaba un día para transportarlos de la parcela a Guápiles, y otro día de Guápiles a Montecillos. "El camión duraba de diez a doce horas por Turrialba. Ibamos todas las semanas. Es que me hice comerciante. La vuelta la hacíamos en avioneta. Durábamos 30 minutos de Alajuela a Guápiles", cuenta ´Pata de Olla´. "A los años todo fue cambiando. Entró el Instituto de Tierras y Colonización (ITCO) y luego construyeron la carretera. Ahora esto es un queque", confiesa.

Eran otros tiempos Poco después de que entró el ITCO, Jiménez obtuvo un préstamo de 7 mil colones en el Banco Nacional, y el gerente, don Luis Jiménez, le preguntó para qué necesitaba tantísima plata. Era para comprar siete vacas paridas. "Es que en esos años los agricultores sí podíamos contar con el apoyo de los bancos. El interés era del 8 por ciento y no lo andaban subiendo, como ahora". Primero tuvo parcelas en Cuatro Esquinas, después en La Esperanza y finalmente en El Ceibo. Y le ha tocado salir de un sacrificio para entrar a otro. "Duraba un día a caballo de mi casa en La Esperanza a El Ceibo. Compré 100 hectáreas en 80 mil colones. Me dieron la oportunidad de pagar la finca en cuatro pagos, 20 mil colones por año. Y era una lucha dura y triste. Había que cruzar tres veces el río Tortuguero, y 102

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cruzar La Pavona al nado. Fuimos comprando tierras y ya tenemos 750 hectáreas. Es que siempre he trabajado mucho. Cuando llegué a la zona ni trabajo me daban por lo pequeñillo que era, pero apenas me dieron la oportunidad se enteraron que soy una persona acostumbrada a darlo todo siempre".

Trabajo en familia Una característica que hace muy especial a don Jorge Jiménez es que integró a su familia en sus actividades. Sus hijos Jorge Eduardo y José Luis trabajan de lleno en el mejoramiento de las fincas. También su hija, Miriam, y su esposa, Doña Elvia Fernández, trabajan parejito. Ahora están criando búfalos, cabros, venados y tepezcuintles. Tenían hasta una danta pequeñita, pero un venado la mató. "Es que nos interesa criar estos animales porque ya no se ven como antes. Cuando llegué a esta zona se cogían los tepezcuintles hasta sin perros. Uno podía cazar hasta tres o cuatro por día. Ahora ya no se puede porque la población disminuyó muchísimo". Lo entrevistamos un domingo por la tarde. Cuando llegamos a su casa estaba lavando una porqueriza, como si fuera cualquier día de la semana. Pero es que ese amor por las labores que realiza es lo que lo ha hecho triunfar. Y alguien tan acostumbrado al progreso como él, sólo se conforma con nuevas victorias.

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Don Ramiro Castillo es una historia viviente Hizo las calles de Cariari Estaba muy emocionado terminando las calles de La Colonia de La Trinidad, en San Carlos, cuando le ordenaron que lo dejara todo botado y se fuera para las llanuras del río Tortuguero. Se enojó porque sólo le faltaban 600 metros de camino para terminar y no quería fallarle a la gran cantidad de familias palmareñas que confiaban en su trabajo. Se había hospedado donde la legendaria señora Doña Chepita Salazar, y no estaba dispuesto a dejar la tarea a medio palo. Su jefe, don Rodrigo Chaves, y el presidente ejecutivo del Instituto de Tierras y Colonización (ITCO), Don José Manuel Salazar Navarrete, fueron a convencerlo. Es que les urgía abrir el paso para la civilización en la zona norte de Pococí. Dejó la zona de Chachagua para adentrarse en un rincón del mundo, un lugar que, en ese entonces, estaba como para que el Diablo tirara la chaqueta. Así fue como llegó a la zona don Ramiro Castillo Molina, el operador de maquinaria que hace 35 años vino a hacer los caminos que comunican a Guápiles con Cariari. El abrió la vía hasta Semillero. También hizo los cuadrantes de Cariari. Detrás de él hay una historia llena de vida, y que forma parte importante de nuestro pasado.

Ya tenía mucha experiencia Don Ramiro ya tenía mucha espuela en la materia. Había estado en la construcción de la carretera interamericana en el tramo de San Ramón a Nicaragua, y también en el tramo de Palmar Norte a Panamá. Y fue el primero en quitar un derrumbe en la carretera que une a San José con San Isidro de El General. Su vida está llena de aventuras. Don Ramiro es nicaragüense y llegó a nuestro país siendo un adolescente. Primero fue zapatero en Liberia 104

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y sacó madera de la zona de Los Inocentes, en La Cruz, Guanacaste. También trabajó de talabartero. Pero lo que más le ha gustado en la vida es ser trochero, es decir, hacer trocha con maquinaria y llevar progreso hasta los últimos rincones de la patria. En esas andaba cuando llegó a Cariari. Le pusieron una estaca en el medio de una montaña, arrancó su máquina y conforme iba haciendo el camino iniciaba el primer capítulo de la historia de un buen segmento de la zona norte de Pococí.

Aquí cambió de actividad Fue en Cariari donde dejó la maquinaria para siempre. Entonces se metió al comercio. Instaló un negocio de abarrotes pero vendía de todo. "Nos iniciamos con la idea de brindarle un servicio a los colonos, a los parceleros que se estaban partiendo el alma en la montaña. Pero en eso empezaron las bananeras y ese hecho nos levantó más. Tratamos con don ´Toti´ Castro, quien era el dueño de la Finca Tortuguero, y nos enviaba todos los pedidos de botas de hule, machetes, palas y ´comederas´ o ´diarios´", recuerda. "El día de pago llegaba Don ´Toti´ y nos pagaba. Después llegaron otras bananeras, como La Caribe y La Mola. También Don Yoyo Quirós, quien fue ministro de Agricultura de don Pepe, empezó a vender semilla de banano en El Prado", cuenta. "Desde que estaba haciendo el camino, algo me dijo que había que hacerlo ancho. Mentira que alguien se imaginaba en ese entonces que esto se iba a ir para arriba tan rápido, pero diay, algo me dijo que propusiera hacer el camino lo más cómodo que se lograra. Querían hacer la trocha de 6 metros pero yo insistí en que fuera de 30 metros, y gracias a Dios los convencí", recuerda Don Ramiro, quien en ese entonces hizo buenos amigos entre los pioneros de la región, entre ellos Rafael Vega (qdDg), Fernando Gamboa, Aurelio Barboza, "Toti" Castro y Efraín Castro", puntualiza.

El comerciante salió adelante Camilo Rodríguez Chaverri

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Tuvo el negocio 9 años y desde hace 6 años tiene una bomba gasolinera. El considera que el éxito de su vida empresarial se debe a que aprendió mucho de hombres como Erick Murray, un famoso empresario extranjero con quien trabajó en La Cruz. También vive agradecido por todo lo que le enseñaron en empresas como Foster Williams, de gran prestigio en la construcción de carreteras. Está casado con Doña Dinorah Arias, hermana de nuestros legendarios pioneros René, Cecilio y Armodio Arias. Como dato curioso, dice que la primera noche que pasó en la zona durmió donde otro grande de nuestra historia, Don Tino Zúñiga. Y luego pasó donde otro grande del comercio, de quien de seguro también aprendió muchísimo. Se trata del gran pionero de Roxana, Don "Memo" Quirós, esposo de Doña Eva Arias, hermana de su esposa. Tiene tres hijos, Lorena, Nelsy Dinorah y Ramiro Arnoldo, así como cuatro nietos, Alejandra, Viviana, José Alejandro y José Pablo.

Está pura vida Tiene 78 años pero está muy entero y conservado. En esto le ayuda el espíritu alegre y festivo de su esposa, quien tiene 64 años pero en la sonrisa todavía lleva a una adolescente. En medio de la entrevista, ella interviene frecuentemente. Es que debe corregir fechas o nombres que conoce con mayor precisión. Está en la cocina preparando unas arepas y el olor del maíz al fuego nos perturba los sentidos. Pone música y baila sola en la cocina. No sabe que la estamos viendo, pero tampoco le importaría. No tiene complejos. Y con una mujer con su energía y vigor, costaría mucho que el marido no fuera un roble. El es un roble, sin duda, o más bien un guanacaste, un árbol muy ancho, muy frondoso, que da una sombra exquisita y copiosa. Quien quiera escribir la historia de la zona, tiene que hablar con él. De lo contrario, echaría por la borda el intento. Porque este señor, que llegó a nuestra patria procedente del hermano país del Norte en 1942 y que en la historia figura como el cuarto extranjero en nacionalizarse costarricense, hizo muchos puntos para ganarse un sitio imprescindible en nuestro pasado y nuestro presente, tanto como tractorista y fundador de caminos, como comerciante y empresario. Que Dios nos lo guarde por mucho tiempo.

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Doña Cecilia Jiménez de Carvajal Una señora con mucha historia Parece sacada de un cuento de hadas. Es una señora muy linda, muy prendidita, como si desde siempre fuera una novia del tiempo y el paisaje. Viste como una muñeca de cuento, con una elegancia que le queda muy bien. Rodeada de su familia entera, estaba disfrutando del tope de Expo Pococí cuando la encontramos. Es una señora sumamente distinguida. Se le nota de lejos. Doña Cecilia Jiménez es una institución en la historia de Pococí. Su esposo y su suegro fueron muy importantes para el desarrollo de la zona. Doña Cecilia llegó a Guápiles de 15 años, hace más de seis décadas. Vivía en una finca que compró su papá, y su casa estaba al sur de donde ahora está la Bomba Santa Clara. Don Bernardo Carvajal, su esposo, llegaba a "marcar" a caballo. "Aquí no había carros ni bicicletas. Solo caballos. No había calles, tampoco. Sólo nos movilizábamos en tren. Eran tiempos muy duros. Nosotros éramos ocho hermanos y a mi papá le tocó trabajar mucho".

Una tarea difícil Tuvo doce hijos, así que también le tocó una tarea difícil. Durante muchos años el Día del Niño venía con un niño. Los mayores iban a llamar a la partera cuando ella ya sabía que era la hora. "Yo les decía a los mayorcitos que fueran a decirle a la señora que tenía dolor de estómago. Y ella se venía. Después les decía que se fueran donde la tía, para que los cuidara un ratico. Al día siguiente, ya estaba al frente de todo, otra vez. Es que así era la vida para las mujeres que tuvimos muchos hijos", cuenta Doña Cecilia. Su esposo, Don Bernardo, era un boyero famoso en la zona. También fue perito de la Alcaldía, valoraba fincas y era comerciante. "Mi esposo era muy bravo. Les exigió a mis hijos rectitud y honradez, y gracias a Dios que lo hizo, porque nos salieron muy trabajadores y buenos", dice, orgullosa. Le aconseja a los jóvenes ser honestos, legales y educados, y que trabajen mucho, porque lo que se consigue con trabajo nunca es malo. Camilo Rodríguez Chaverri

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El legendario Don Juan Carvajal Doña Cecilia recuerda muy bien a su suegro, don Juan Carvajal, quien fue uno de los fundadores de Guápiles. "Don Juan siempre estuvo en la Junta de Desarrollo. Era muy nombrado aquí. El Señor del Triunfo siempre salía de su casa y cada vez que hacían un turno, él era el encargado de la pólvora", explica. Está sentadita en el cajón de un pick up, rodeada de la mayor parte de su docena de hijos, sus 30 nietos y sus bisnietos. Desde lejos destaca. Y ya de cerca no hay duda. Es muy coqueta y vanidosa, lleva una quinceañera por dentro. Usa unos anillos muy lindos y se conserva muy bien. Doña Cecilia Jiménez guarda recuerdos de una época que ya se fue. Ella es como una reina por la que no pasa el tiempo y que se quedó con nosotros como hermoso recuerdo de las luchas de nuestros antepasados en estas tierras de Dios.

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Luz Villarreal Vargas La superación no tiene límites Creció en un lugar conocido como Los Bajos del Río Candelaria, en Sabanillas Teruel Bajo de los Pérez, a varias horas de San Ignacio de Acosta para adentro. Se crió en un rancho, tenía que traer agua del río y caminaba una hora entre el monte para ir a la escuela. Apenas aprendió a leer y a sumar, pues a eso limitaban los estudios. Para salir a San José tenía que levantarse a la 1 de la mañana para agarrar el carro que salía a las 4, un jeep que encaramaba hasta 10 ó 12 personas, y que cinco horas más tarde estaba en San Ignacio de Acosta. "Eran los tiempos de la Alianza para el Progreso, por lo que nuestro país recibió mucha ayuda. Recuerdo que en el recreo, el maestro nos mandaba a conseguir una hoja grande. Es que nos regalaban leche en polvo y teníamos que hacer un embudo con una hoja para que nos la echaran ahí", recuerda Luz Villarreal Vargas, una mujer que tuvo que enfrentarse a la pobreza, las largas distancias y el abandono para salir adelante.

Metidos en la montaña "Cuando llegábamos a la escuela, después de una hora por valles y montañas, estábamos muy mojados o llenos de barro. Así tuvimos que jugárnosla", explica. "Es que vivíamos muy metidos en la montaña. Casi siempre teníamos carne de venado, gallina de monte, tepezcuintle o cariblanco", confiesa. Luego se fue en busca de su papá a Quepos, pero no pudo entenderse con él, pues nunca habían vivido juntos. Por eso, se vino para San José a buscar mejor suerte. Su mamá se la llevó donde una señora conocida, Doña Claudia, famosa vendedora de tortillas en el Paseo Colón. Ella la terminó a criar. "Tenía siete hijos, todos muy blancos, y cuando había visitas, ella decía ´ahí está la negra, esa es la otra hija mía´. Fue como un ángel para mí" cuenta Luz, muy emocionada. Tuvo que trabajar mucho para progresar. Laboró en una soda, en una industria de pasteles y en las oficinas de una bananera. Mientras tanto, estudiaba en el Colegio Nocturno Justo Antonio Facio e ingresó a la Escuela Superior de Ciencias Contables. Camilo Rodríguez Chaverri

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Una mamá singular Casó de 22 años y tiene cinco hijos, Ana, Lorena, Claudia, Josué y Vanesa. Pero las dos mayores realmente son sus hermanas menores, que quedaron muy chiquitas cuando murió su mamá, de apenas 51 años. "Mi mamá me pidió que si ella moría le criara sus dos hijas menores. Yo las veo como mis hijas mayores. Ellas tienen 18 y 16 años y también me ven como la mamá", confiesa Luz, quien tiene 37 años de edad y explica que el primero en recibir a sus hermanas en su casa fue su marido. "El se ha portado muy bien. Me ayuda a orientarlas para que surjan en la vida", cuenta Villarreal, quien ahora es artista. "Soy una de las primeras que empezó en Guápiles con los collages con base en naturaleza muerta. Esta técnica, que aprendí gracias a la pionera Patricia Jiménez, le dio otro sentido a mi vida. Yo siempre había soñado con convertirme en pintora, pero las condiciones difíciles de mi vida no me lo habían permitido" comenta. Ella es una mujer plena, segura, decidida. Es una artista con luz en los ojos. Y la vida dura y difícil que le ha tocado llevar le ayuda en su trabajo pictórico. Si usted desea conocer más sobre su trabajo puede llamarla al teléfono 710-7793. Ella nos ayuda a vivir con alegría y esperanza.

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Don Melis Calvo, de Guápiles Tiene 89 años y todavía pica leña Cualquiera juraría que es 20 años menor. Don Melis tiene 89 años y se conserva entero y fuerte, con un humor exquisito y una chispa especial en los ojos. Mientras lo entrevisto mira la televisión y cada vez que aparece en la pantalla una muchacha, me pide que le regale un momento porque "no se puede hacer dos cosas importantes a la vez". Se llama Carmen Calvo Calvo, pero en Guápiles lo conocen como Don Melis. Llegó a la zona el 27 de setiembre de 1948, hace 53 años. Venía de Turrialba, donde creció. Poco antes de llegar a Guápiles, unió su vida con Isabel Fonseca y con ella tuvo 11 hijos en esta tierra. Pero ya traían cinco de su primer matrimonio, y doña Isabel los vio crecer como si fueran suyos (ver nota aparte). Don Melis labró madera durante muchos años y todavía pica leña detrás de su casa, así como se encarga de limpiar el patio de varios de sus vecinos.

Ni una jaqueca Dice con orgullo que nunca ha tenido un dolor de cabeza y que no tiene problemas ni siquiera para dormir. "En 53 años que tengo de vivir en Guápiles nunca he estado internado en el hospital", cuenta don Melis, quien recuerda que durante mucho tiempo apenas se ganaba 5 colones por día y que con eso tenía que alimentar 18 estómagos, el de cada uno de sus 16 hijos, el de su esposa y el suyo. "Tuvimos un ´manadón´ de güilas. Imagínese que son tantos que los confundo. Pero no es chochera de viejo. Siempre los he confundido. Si tengo que hablar con alguno, lo llamo a tientas, al tanteo, a ver si doy con él".

Un garrotazo de Dios Come de todo. "Como todo lo que se me atraviese. Estoy pura vida. Ni me acuerdo que tengo 88. Mis amigos me dicen que el día del Juicio Final, Dios va a tener que pegarme un garrotazo para que me muera", dice, entre carcajadas. Camilo Rodríguez Chaverri

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Durante más de 30 años trabajó con don Juan Carvajal, (qdDg) uno de los pioneros de Guápiles, y con su hijo Bernardo (qdDg). Y estuvo laborando en las bananeras cuando el banano no se exportaba en cajas sino en racimos. "Había que ´mulear´(sacar en mula los racimos) en un tranvía, hasta llegar al lugar donde cargábamos el tren". Vive en La Trocha, donde es todo un personaje y, a juzgar por su actitud ante la vida, Dios nos lo prestará por muchos años más.

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Doña Isabel (Chavela) Fonseca Una mujer de pala y machete Ella no se crió en la cocina de su casa, sino en el monte. Primero aprendió a coger café, a cortar paña, sembrar frijoles y hacer rodajas. Primero tuvo en las manos la pala, y más tarde la cuchara. Cuando llegó a la zona, de 20 años, Isabel Fonseca ya estaba preparada para cualquier cosa. Traía consigo 5 chiquitos de su marido, y rapidito se llenó de hijos. Venían todos muy seguidos, uno tras otro, hasta ajustar 11. Así no más, 16 hijos para criar y mantener. Pero ella considera que antes era más fácil. "Primero que todo, antes ni siquiera se conocían los zapatos. Así que andaban todos descalzos. Ni yo andaba con zapatos. Yo me calzé hace poquito tiempo, y la verdad que prefiero andar con la ´pata pelada´", cuenta doña Chavela, quien tiene 73 años y palmea varias tortillas en un minuto.

¡A sembrar maíz! Recuerda que dichosamente primero tuvo varias hijas, por lo que desde que estaban muy pequeñas las encargó de cuidar a los hermanos menores, para trabajar al campo. "Melis, mi esposo, ganaba poco. Así que yo me puse con una vecina a sembrar maíz. Nos prestaron una finca en La Suerte (un pueblo ubicado a unos 30 kilómetros de su casa) y todas las semanas íbamos a trabajar allá. Nos levantábamos a las 2 de la mañana y poco antes de las 3 ya estábamos montadas a caballo. "Había que trabajar todo el día y antes de que anocheciera teníamos que tomar el camino de vuelta", dice doña Chavela, quien era buena para picar leña, al igual que su marido, pero ha sido intervenida quirúrgicamente en diez ocasiones, y los médicos la obligaron a dejar muchas actividades a las que estaba acostumbrada. También crió a tres nietos, pero dice que la carga no fue tan pesada como parece. "Ahora todo es más fácil. Me levanto tarde (¡a las 4:30 a.m!) y no tengo mucha carga ni cocinando ni lavando", explica esta señora que es famosa por sus tortillas y su picadillo de papaya, su sopa de mondongo y su olla de carne. "Tengo buena mano en la cocina. Ahí está Melis todo entero, para Camilo Rodríguez Chaverri

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que vean qué buena mano", concluye.

Medio siglo en las bajuras de Cariari Ahora don Nelson Bermúdez es un constructor de lanchas. "No tenía ni 12 años y ya salía de cacería solo y de noche. Ya no le tenía miedo a nada en la montaña. Es que uno se hace como un bicho de monte". Así define su infancia en Campo Tres de Cariari, Don Nelson Bermúdez Venegas. Tiene apenas 50 años y eso casi lo deja por fuera en el campo de los pioneros del pueblo, pero su historia es muy particular. Y en sus recuerdos se aprecia la historia de Cariari a partir de los ojos de un niño. Su familia es de Puriscal, donde él nació. Siendo un pequeño de brazos se lo llevaron para San Gabriel de Platanares de Pérez Zeledón, y cuando tenía 8 años llegó a esta zona. Fue en el año en que mataron al Presidente de Estados Unidos, John Kennedy, y el año de la gran erupción del Volcán Irazú. "Primero llegamos a Guácimo. Todo los techos amanecían llenos de ceniza. Ahí nos dieron posada y al día siguiente nos fuimos a pie para Roxana. "El paisaje de esta zona y las costumbres eran muy diferentes a lo que yo conocía. Ibamos por la línea del tren y vi que en un charco caían unas frutas. Se veían riquísimas. Quise comerme una, pero mi papá no me dejó, porque temía que fuera venenosa. Resulta que eran yuplones, pero nosotros no los conocíamos", cuenta don Nelson. "Aquí aprendimos a comer arepas y malanga. Estuvimos en Roxana poco tiempo y mi papá decidió meternos adonde ahora llamamos Campo Tres. Aquello era una montaña. Yo pude llegar hasta Cuarto Grado, porque era muy difícil salir de ahí", recuerda Con el temporal en la espalda Y con 9 años empezó a trabajar al campo con el temporal en la espalda. "Aquí llovía tanto que sembrábamos con lluvia, desyerbábamos con lluvia, y cosechábamos con lluvia. Sólo había un tiempillo de sol para setiembre", explica don Nelson, quien desde entonces era cristiano, y recuerda que hacían oración en la montaña. "En ese tiempo no había bananeras, por lo que pasábamos penurias para comer. Papá me mandaba con un canasto y yo lo vendía en 5 colones. Con esa plata compraba azúcar, manteca y jabón. El resto 114

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lo cultivábamos en la finquita, frijoles, maíz, yuca, arroz, plátano", enumera. Para ese tiempo el Río Tortuguero no estaba contaminado, por lo que también comían mucho pescado, principalmente machacas y guapotes. Además, cazaba solo en el monte. Cada vez que salía, su papá compraba tiros y baterías, e hicieron de la cacería una manera de subsistencia, que considera innecesaria y grave para nuestros días, pero que en esa época era una manera de obtener proteínas para una dieta balanceada. Recuerda que empezaron a sembrar banano, por lo que tenían que jalar las semillas en canastos. "Nos traíamos los canastos cargados desde Astúa Pirie, a pie, al hombro. No teníamos remedio". También aprendió junto a sus hermanos a voltear montaña con hacha. Su papá pidió un préstamo de mil colones al banco y con eso les compró machetes, rulas y botas de hule. "Recuerdo que entonces salieron las bolsas plásticas y fueron toda una sensación. Antes, lo único que había eran sacos de manta. Un señor rayaba los árboles de hule y la leche que recogía la untaba en los sacos. Entonces quedaban como manteados. Les decían sacos hulados y cuando se mojaban eran hediondísimos", comenta.

Y llegó el ITCO En eso llegó el Instituto de Tierras y Colonización (ITCO, ahora IDA). Habían cercado 100 hectáreas de montañas y ya llevaba un abra (espacio trabajado en la montaña) de unas 5 hectáreas. El ITCO le dividió la finca en cuatro partes y le mandaron a decir que le tocaba una parcela de 20 hectáreas. Su papá era el legendario campesino de la bajura, don Tiberio Bermúdez, y cuenta Don Nelson que casi le da un patatús pensando en el préstamo de los famosos mil colones. "Cuando eso en Guápiles sólo había dos carros, y la gente era tan pobre que había una oficina donde regalaban leche para los chiquitos. Nosotros íbamos a pie hasta allá, y preguntábamos por la oficina de la UNICEF", cuenta. "Había un sector del camino que era parte del río, o sea, que ahí el camino era la orilla del río. Viera qué fiesta hubo cuando supimos que iba a haber servicio de bus de Guápiles a Astúa Pirie. "Un día un hermano y yo nos robamos una docena de huevos y nos fuimos caminando desde Campo Tres hasta Nájera. Ahí esperamos al Camilo Rodríguez Chaverri

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bus, le hicimos parada y convencimos al chofer de que nos dejara pagarle con los huevos. Veníamos felices en el bus y cuando llegamos tuvimos que empezar a correr, porque Campo Tres estaba lejos y no nos podía agarrar la noche en la montaña", explica, muerto de la risa. Ese era el tiempo en que hacían viajes en tren a San José o a Turrialba para vender maíz.

Los parceleros "Cuando llegó el ITCO, se llevaban a la gente de Guápiles a Campo Cinco en vagonetas. Ahí le decían a cada quien cuál era su parcela. Habían hecho ranchos en el punto donde colindaban cuatro parcelas, para que se quedaran ahí cuatro familias. Eran cuatro horcones con unas latas de zinc. La gente veía la clase de temporales de aquí y se devolvían". Para ese mismo tiempo, regresaron las bananeras a la zona, luego de muchas décadas de ausencia. La familia de don Nelson vio una manera de ganarse la vida, y él se inició en una planta empacadora. Unos llevaban plata de la bananera y otros seguían con la parcela. Llegó a ser un campeón sellando fruta, pues aprendió a construir una máquina especial. Recuerda las terribles intoxicaciones que sufría la gente por el nemagón, y poco a poco vio que su futuro no estaba en esas fincas. Estuvo de guardaparques en Tortuguero y vio cómo se construían los botes de madera. Aprendió a construirlos, y le encargaron uno y otro. En un dos por tres encontró una nueva manera de ganarse la vida, y eso ha hecho en los últimos veinte años. Desde entonces vive en Cariari, ya sin rodar por sus alrededores. Hace lanchas con fibra de vidrio. Es pastor evangélico y tiene cuatro hijos. Don Nelson perdió un ojo cuando tenía un año y su trabajo demuestra que no hay límites para el ingenio y el talento del ser humano.

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Don Franklin Vargas Pionero de El Molino Franklin Vargas Villalobos tiene 74 años, y ha vivido en El Molino durante 40 años, y antes vivió unos 20 años en otros lugares de la zona, por ejemplo, en la casa de Los Diamantes. "Ahí viví cuando la casona era de don Melis Quesada. Llegaban muchos cazadores de Cartago y de Turrialba, los famosos Cruz y los Ocampo. A los cien metros del patio ya había venado", cuenta Don Franklin. Después vivió en Río Verde, y de ahí se vino para acá. Ha trabajado por la comunidad sin tener puestos. Fue secretario de la Asociación de Desarrollo de El Molino. Ha sido fundamental para el desarrollo de la comunidad. Ha trabajado para el asfaltado, para la construcción de la acera. "Cuando el huracán Juana nos valimos de que nos dieran una partida para echar una base firme. Al tiempo lastrearon, y más tarde asfaltaron todo, porque poco después incluyeron el trayecto que va de la Escuela de El Molino a Mundimar. Además, de El Molino al Río Cristina han hecho importantes mejoras de agua", dice el señor Vargas. Ahora, don Franklin y sus compañeros quieren terminar la casa de la Guardia, y se necesita de mucha ayuda. "Don Edwin Jiménez ya nos donó el lote, pero hace falta apoyo. También nos falta apoyo para mantener los puentes de la línea, que los construimos nosotros mismos, aquí, las personas de la comunidad. Para cuando el agua se salta los otros puentes, los de abajo, los del camino, nuestros puentes son la única solución. Ahora, hay problemas porque los furgones pasan y han falseado las bases del que está sobre el río Cristina. También hicimos el que está sobre El Molino, y nos preocupa que le ocurra algo similar", explica don Franklin. "La cabezonada de esos puentes fui yo. Cuando el río está crecido, la gente sólo puede pasar por ahí. También hemos arreglado los puentes principales de El Molino y el Cristina, con ayuda de unos peones del MOPT", concluye don Franklin, quien es uno de los más insignes y destacados dirigentes comunales de la zona.

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Don Carlos Badilla Una insigne figura, un gran ejemplo Alguna vez un partido político importante pagó a hacer una encuesta cantón por cantón para obtener alguna información estratégica. Este servidor tuvo acceso a los resultados, y el dato que más recuerdo tenía que ver con que una inmensa mayoría consideraba que la persona con mayor credibilidad en el pueblo era y es Carlos Badilla. Eso lo dice todo... Don Carlos Badilla Navarro tiene 67 años. Llegó aquí en el año 1962. Venía con su papá, Don Juan Badilla Castro, y su mamá, Doña Celina Navarro Ureña. Son catorce hermanos. Don Carlos es el segundo, después de Clara. Ya venía casado con Doña Emilce Castro Guadamuz y cargaban con cuatro hijos. Son nueve hijos en total. Antes de llegar a la región, ya su alma estaba cincelada en favor del trabajo. Don Carlos nació en San Miguel de Desamparados, y a los 18 años partió a Guayabo de Mora. "Comencé a trabajar en el vientre de la mamá... Comencé a trabajar desde que aprendí a caminar. El primer trabajo fue ir a tantear las gallinas y a recoger los huevos. "Después me tocó ir a traer leña, a encerrar terneros, a jalar agua de la quebrada y a quebrar el maíz. Llegué hasta Cuarto Grado de la escuela. Es que desde que yo comencé a caminar, agarraba el machetillo y macheteaba las matas de café de mi tata. "Era travieso. Y comencé a andar con mi papá vendiendo carbón. Después íbamos a picar leña y la vendíamos en San José. Le sacábamos entre ocho y doce pesos a la carretada de leña. "Recuerdo que cargaba un saco de carbón hasta la casa de una negra y se lo vendía en 2,50. Eran otros tiempos. Comprábamos la comedera en una pulpería que quedaba a las orilla del río Cucubres. Un saco costaba 27 pesos amarrado de puño o 35 pesos cuando lo amarraba uno de las puntas".

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"Soy ´finillo´ haciendo carbón" "Caminábamos de San Miguel de Desamparados hasta la parte de El Tablazo a ver las carboneras. Trabajábamos en maíz, cubaces, chiverre, papas. Cuando íbamos a La Leona, de Jericó para adentro, durábamos tres horas a pata. "Hacíamos carbón para arrimar el diario a la casa. Cuando cogíamos el café ya lo debíamos. El señor ´Lolo´ Mora nos prestaba la plata", cuenta En Guayabo de Mora se metió en los cañales. Ahí estuvo hasta en el 62. "Uno amanecía y anochecía en el cañal. A veces molía dos o tres días para buscar la comidita. "Y cuando hacíamos marqueta la pegábamos desde lunes hasta el domingo a las 4 de la mañana. El último día uno hacía tapa para redondearse los gastos. Había que hacer una economía forzosa para mantener el gasto. "Doña Emilce llegó a trabajar donde una maestra. Teníamos una pulperiílla ahí. Como yo trabajaba en el trapiche, ella llegaba a lavar en la pila. Y yo le llevaba una latilla de agua. "El pueblo de Guayabo era muy pobre, y se usaban las latas de manteca para jalar agua. Se les ponía un pedazo de clavo a los lados", dice don Carlos. La maestra lo regañó porque èl tenía novia y andaba conquistando a esa chiquilla, dice doña Emilce. Y él replica. "Gracias a doña Tarcila, que era la maestra, es que estoy aquí, porque como me regañó por nada, no le di gusto. Que me regañe por algo". Entonces habla doña Emilce. "Carlos pasaba para arriba y para abajo tocando la cornetilla. Yo tenía 16 años y él tenía 22". Entonces, la maestra la espantó de vuelta, para Santa Ana. "A los días, el mismo marido de doña Tarcila me llevó a la casa de ella. Me encontré al suegro peleando, bien borracho. Estaba agarrado con otro, amenazando, y cuando yo llegué, me dijo, ´vaya tráigame una cutachita´. "Me llevó a la casa y empecé tomando café con él. Le dije que no podía prometerle que se iba a casar con ella, porque dependía de mi papá. El señor se portó lo más pura vida", cuenta don Carlos, con una Camilo Rodríguez Chaverri

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sonrisa que es como una paloma que anuncia verano, en ese rostro enjuto y severo...

Haciendo familia Empezaron a tener familia en medio de la necesidad. Y cuando ya tenían cuatro, se vinieron para Guápiles. "Llegamos ahí al centro. Ya cuando eso papá había traído un busito aquí,. Me hermano Juani se había quedado un tiempo, trabajándolo. Me vine a alquilar donde Lorenza, porque ahí vivía Juani, pero me dijo que no, porque los chiquillos estaban pequeñillos y se orinaban en la cama. "Nos quedamos frente al toril, medio agüevados pero yo siempre era positivo. Llegamos a las ocho de la noche. Don Suso Quesada, el papá de José Miguel Quesada, nos dio posada. Dos de sus hijos estaban jugando con un caballo de palo y nos vieron. Por eso fue que él se dio cuenta", recuerda don Carlos. Don Carlos, Doña Emilce y sus cuatro chacalines vivieron en un cuartico como tres o cuatro meses. Hasta que le alquilaron una casa a Fabio Esquivel. El alquiler era de 50 pesos. Después se lo compraron en 6 mil pesos. La plata se la prestó don Armodio Arias. Nunca le pidió pagaré, gesto que don Carlos recuerda y agradece. La familia Badilla había empezado con buses en San Miguel de Desamparados. La primera cazadora se llamaba ´La Gitana´. Después tuvieron tres camiones en Guayabo de Mora. Uno después del otro, cambiando uno por el siguiente. Fuimos y le compramos un bus a Ottón Solís. Aquí le compraron a doña Martina las rutas Roxana-Guápiles, y cuando llegaron las bananeras, extendieron las rutas hasta adentro. Cuando estaban tan pobres en la casita que era de don Fabio Esquivel, murió la mamá, Doña Celina Navarro, y se vinieron todos los hermanos. "Eran siete. Rafita tenía 9 años, Maritza tenía 12 años. Y a doña Emilce les tocó criarlos. A Emilce la respetan como la segunda mamá", reconoce don Carlos, muy orgulloso. De nuevo, Doña Emilce replica... "Yo los veo como si fueran mi familia".

Inició rutas... 120

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Don Carlos Badilla tiene vocación pionera... "Fuimos los que empezamos en La Colonia. Es la línea más cara. Jalábamos gallinas, pejibayes, chanchos. La calle era muy mala y cargábamos cuatro personas. Había días que hacíamos tres colones. Ya doce colones era buenísimo. "Después, subíamos a 35 pesos porque jalábamos sacos de naranjas y mandarinas. También echábamos hasta chanchos". Conforme fueron creciendo los hijos, se fueron metiendo. "Nunca tuve que rogarles. La señora le ayuda a uno mucho", dice, feliz. "La mesa de nosotros era de 25 platos. También comían los choferes. Y estaba Tina Sander, que trabajaba con nosotros. Comían sus hijos, que eran como cinco o seis". Ahora trabajan juntos todos, excepto Juani, que se fue a las fincas. Son un gran ejemplo En la empresa trabajan sus hijas e hijos, Ligia, Miguel, Ania, Carlos, Ronald, Erick, Iriabel y Rafael. Sólo falta Eduardo que falleció hace seis años, quien también manejó para Ticabán, pero estudió Derecho y terminó siendo asesor de un abogado. Era como el prototipo para diputado perfecto para Pococí. Todos los hombres de la familia son choferes y las mujeres son encargadas de la administración. También trabajan con ellos Robert y Johnny, que son hermanos de la segunda señora del papá de Don Carlos Badilla. Tienen 36 buses. Las rutas de ahora son Guápiles-Roxana y bananeras, Guápiles-La Teresa y bananeras, y Guápiles-Ticabán y bananeras. "Me siento el hombre más contento, con toda la voluntad de Dios... Me siento muy tranquilo. Soy humilde, y estoy decidido a aceptar lo que Dios me ponga en el camino. Estoy muy contento con mi esposa, con mis hijos, con las nueras y los yernos, con mis hermanos", asegura Don Carlos, quien, para conservarse bien de salud come cebollas, chiles dulces y ajos como comer manzanas. Termina la entrevista y don Carlos abraza a su esposa y sonríe. Cierra los ojos como si quisiera saborearlo mejor. "Nosotros todavía jugamos de novios y andamos de la mano". La frase es un poema y un final feliz.

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Don Patrocinio Camacho El homeópata más famoso de la zona Don Patrocinio Camacho Valverde es una leyenda viviente en Jiménez. Tiene 67 años y suministra su sabiduría. Es originario de Los Ángeles de Juan Viñas. Sin embargo, fue adoptado por el alma de la región desde hace mucho tiempo. Llegó a la provincia el 22 de noviembre de 1966 y a Jiménez el 22 de noviembre de 1969. Llegó siendo cura, después de una década de formación religiosa. En la zona, primero fue coadjutor en Limón y luego fundador de la parroquia del Valle de La Estrella. En Limón se ganaba 50 pesos por mes. Iba en bicicleta a celebrar misa a Pueblo Nuevo y a Cieneguita, y en tren a los demás lugares. Empezó a trabajar como Profesor de Religión en el Valle de la Estrella. Lo echó la Standard del Valle de La Estrella porque fue la cabecilla de una huelga de trabajadores, al lado del sindicato. "Ya no era Mamita Yunai, sino Mamá Stándard", dice don Patro, como es conocido en el pueblo. Después de siete años de trabajo en la iglesia de Jiménez, dejó la parroquia el 1 de julio de 1976. Estaba enamorado. Dejó la iglesia, pero no a la comunidad. Se casó con Rita Montero Román el 6 de noviembre de 1976, y se quedó en Jiménez, de cerca por medio, al ladito de la Casa Cural. Vino a trabajar en el Colegio Técnico de Pococí. La limosna no daba ni para el mantenimiento. Recogía 3,75 colones de limosna. "Mi papá decía que es mejor comer caca que andar con lo ajeno. Así que cuando uno está con poca plata, no le queda otra cosa que trabajar más", asevera, muy serio. Siguió de profesor de Religión del Colegio Técnico de Pococí hasta 1984 y fue director del Colegio Nocturno en 1978. Cuando eso no había transporte para los estudiantes por la noche, así que iba y venía de Jiménez a Guápiles a pie. Estudió Homeopatía y es profesional oficialmente desde el 15 de mayo de 1994, cuando hizo el examen y lo aprobó. "Me viene gente de todo el país. Viene gente de Upala, del Tempisque, de San Carlos y de todos los pueblos de la zona. Aquí tengo la muerte de la gastritis, por ejemplo", dice Don Patro, quien de verdad es famoso en esta materia. Si usted desea hablar con él, su teléfono es 710-6713. 122

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Don Albino Rodríguez Arias Típico agricultor de Puriscal en Cariari Este mes celebramos el 35 Aniversario del distrito de Cariari, donde debemos reconocer la gran labor de miles de agricultores, provenientes de todo el país, pero, sobre todo, de Puriscal. Por eso hemos escogido a un típico agricultor puriscaleño que vive en Cariari y que todos los días se gana los frijoles con el sudor de su frente para rendirle un homenaje a quienes hacen patria como Dios manda desde este distrito de gente laboriosa. Don Albino Rodríguez Arias tiene 73 años. Nació en el centro de ese cantón josefino, y no pudo ir a la escuela, porque el papá lo puso a trabajar con él, que se llamaba Genaro Rodríguez Mora. Eran siete hombres y dos mujeres, y tenían que ayudarles a los papás en una parcelita que tenían. La pobreza lo obligó a sacrificarse desde siempre. "No nos alcanzaba con lo de la parcela, y teníamos que alquilar terrenos. La parcelita era muy poquillo de tantos", cuenta Don Albino. Empezó a trabajar a los 8 años. Empezó desyerbando arroz y maíz, y arrancando frijoles. Así se fue criando. Se casó de 26 años con Rosa Chaves Masís, con quien tuvo cuatro hijos, Minor, Alberto, Víctor y Maritza, más uno que criaron desde bebé, que se llama Johnny. Después de que se casó, se puso a trabajar en una finca en Puriscal, por donde llaman Barbacoas, y ahí permaneció durante veinte años. "Ahí se fueron criando los muchachos. Endespués los muchachos comenzaron a dentrar a trabajar en otras fincas, y empezaron a casarsen", cuenta don Albino, quien no sabe leer ni escribir. Sabe que no haber recibido educación formal le dificultó mucho la vida, por lo que se esforzó para que sus hijos estuvieran en la escuela. "Apenas medio aprendí a firmar y medio pongo mi nombre. No sé los números, pero Dios me ayudó mucho cuando iba a sembrar o a cosechar", confiesa. "Casi siempre trabajé en café o ´güeyando´, y endespués me puse a llenar los cafetales de sombra, sobre todo de árboles de guavas". Tiene una década de vivir solo y de cuidar la parcela de Iván Meneses, el propietario de Zapatería Meneses. La parcela está en Palermo de Cariari Camilo Rodríguez Chaverri

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"Me toca cocinar y asearme. No cocino muy bien, pero algo se le hace. Siembro yuca y plátano, también tengo un poquillo de caña y me gusta tener muy bonito el patio. "Me gusta andar cuidando ganado y me gusta montar a caballo. Me encanta ir a topes. Amo el campo y la tierra. "Aunque vivo solo, no me siento mal, me siento acompañado. Me siento tranquilo. Mucha gente me visita. De por sí, como soy de Puriscal, aquí hay montones de gente de allá, y me siento como antes, como cuando era un chiquillo". "Así como estoy me siento muy requetebién, con mi familia, con mi hija, que me chinea tamaño poco, y vivo muy contento, muy agradecido con la vida. Vivo feliz", concluye Don Albino, nuestro personaje del mes.

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Don Agustín "Chivín" León Testigo de nuestra historia Pocos conocen la historia de la zona como él. Se cuentan con la mano y sobran dedos. Don Agustín León León, conocido por todos como Don "Chivín", lleva en la sangre y en la memoria los principales hechos de nuestro pasado. Nació en Guápiles hace 84 años y siendo muy jovencito se convirtió en un importante dirigente comunal. Estuvo casado durante más de medio siglo con Doña Leticia Cordero Mora (qdDg) y quedó viudo hace tres años. Juntos procrearon 25 hijos, pero las enfermedades del Guápiles pobre y remoto de hace más de medio siglo acabaron con 15 de ellos. "Esos eran los tiempos en que los chiquillos morían por la fiebre y las lombrices", dice Don "Chivín", quien se conserva pura vida. "Cuando yo me criaba Guápiles era un pueblitico. Imagínese que para una votación de don León Cortés, en 1936, había 1800 votantes en todo el cantón", recuerda. El joven Chivín pudo llegar apenas hasta Cuarto Grado y a los 14 años ya trabajaba chapeando el trillo por donde iba el cable del teléfono y el telégrafo de Guápiles a San José. "Iban por Carrillo, que era el sitio ubicado al final de la línea del tren, cerca del río Sucio. Yo no vi llegar el tren hasta ahí. Eso fue mucho antes. Pero en esos tiempos había un campamento para peones que le daban mantenimiento a esos cables que nos comunicaban con la capital", cuenta Don Chivín. Después de trabajar ahí un tiempo, estuvo laborando en la Finca Numancia, con don Gregorio López, y con Don Roberto Wachong, padre de los hermanos Godofredo y Roberto Wachong, quien tenía lecherías y una carnicería.

Un cinco de achiote "Esos eran tiempos difíciles. En Guápiles la tubería era muy chiquita y apenas llegaba un chorrito de agua a las casas. Además, había una luz eléctrica tan pobre que parecía 'un cinco' de achiote", cuenta don Chivín, quien recuerda que esta zona cambió radicalmente cuando se fueron las bananeras. "En los años en los que yo me crié había mucha plata en Guápiles, Camilo Rodríguez Chaverri

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pero por ahí de la década de los 30s las bananeras se fueron para la Zona Sur y fue entonces que se murió este pueblo", recuerda Don Chivín. Fue hasta los 40s que volvieron las bananeras, pero en manos de productores nacionales. Entonces Don Chivín trabajó al lado de gente tan importante en nuestra historia como don Melis Quesada (qdDg). Al tiempo volvieron las trasnacionales, y con ellas promotores del desarrollo agrícola de la zona como Rodolfo Martín, Moisés Soto y Johnny Rojas.

Los tres mosqueteros "Don Moisés primero estuvo en Los Diamantes y luego en La Frutera, fincas que son vitales en la historia de la zona. Más o menos al mismo tiempo, Don Rodolfo estaba en Santa Clara, y don Johnny en Finca Banano's, en Jordán y en Carolina", enumera don Chivín. Luego, pasa nuestro personaje a la Finca Hortifruti, de Raúl Berríos, y se hizo cargo del cultivo del maíz, el plátano y la yuca. Pero don Chivín también hizo trillo en la función pública. Durante 20 años trabajó en el Resguardo, del que fue jefe durante el gobierno de don Chico Orlich. También fue hombre de confianza en los tres gobiernos de don Pepe y en el de Daniel Oduber. Además, contribuyó con la construcción del edificio municipal en los años 50s. Dice que se conserva fuerte porque no fuma desde 1948 y tiene muchos años de no tomar ni una gota de licor. Desde hace algún tiempo convive con doña Teresa Chavarría Vallejos y sigue pendiente de todo lo que ocurre en la comunidad, como le corresponde gracias a los clamores de su alma, pues es pionero de Pococí, uno de los fundadores del Partido Liberación Nacional, y un insigne representante de lo más noble de nuestro pasado y nuestro presente.

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Don Carlos Muñoz Méndez Empresario con corazón grande Empezó como peón en una empresa de construcción y llegó a ser uno de los más grandes empresarios de este sector. Don Carlos Muñoz Méndez hizo de su vida un gran ejemplo de superación. Por eso, tiene una enorme sensibilidad y le ha brindado un gran aporte a diversos proyectos comunales. Muñoz nació en Turrialba, y vivió en esa tierra durante mucho tiempo. De los 18 años a los 26 fue empleado de una empresa que se ocupaba de levantar edificaciones, y cualquiera hubiera creído que estaba condenado a ser empleado de otros para toda la vida. Pero es muy esforzado, y ha sabido aprovechar las oportunidades que le da Dios. Su familia siempre fue muy pobre, y creció entre jornaleros y peones. De peón a empresario Don Carlos es el tercero de una humilde familia de nueve hijos. Quedó huérfano a los 4 años, por lo que tuvo que trabajar desde muy niño. En su pueblo, La Suiza de Turrialba, tuvo que coger café desde que tenía 9 años. Por eso, llegó hasta Tercer Grado de la escuela, y no pudo volver. "Trabajé en muchas fincas. Hice todo tipo de trabajos, y me costó mucho levantarme. Siempre ha sido difícil salir adelante, pero en esos tiempos era más duro que ahora". Siendo empleado de la constructora se le presentó una valiosa oportunidad, y no lo pensó dos veces para comprar un pequeño tractor.

Los primeros pasos Con base en el trabajo y el esfuerzo, fue saliendo adelante. Compró un tractor más grande y poco a poco sacó la cabeza del agua. La constructora le llevó 40 años de sacrificios. "Hay que trabajar mucho. Se necesita ayuda del Señor que lo ve todo desde arriba, pero a eso hay que agregarle mucho tiempo. No caen los frutos del cielo", afirma don Carlos. "Y a eso hay que agregarle la suerte, en la que tiene que ver Dios, y Camilo Rodríguez Chaverri

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uno se lo gana con lo poquitillo bueno que ha sido", agrega Don Carlos, quien tiene relación con nuestra zona desde hace 20 años.

Apoya a la comunidad Su origen humilde ha hecho que Don Carlos Muñoz siempre esté al lado del pueblo. Por ejemplo, donó el terreno y todos los materiales que se requirieron para la construcción del Hogar Divina Providencia, en Jiménez de Pococí. "Me encanta el trabajo que realizan en ese hogar con niñas en alto riesgo social. Cada vez que puedo les ayudo, porque se lo merecen", explica Don Carlos. Además, cuentan en las comunidades de La Unión y La Marina, donde don Carlos tiene varios empresas, que es el único empresario que ha dicho presente en muchas luchas. "Estoy muy interesado en conseguir que esta comunidad por fin tenga teléfonos. Sin teléfonos, los pueblos de La Unión y La Marina están aislados", explica Muñoz, a quien también le molesta que algunas familias de la comunidad no cuenten con luz eléctrica y que todos los vecinos tengan que ver qué hacen con los desechos, pues la municipalidad no les ofrece el servicio de recolección de basura. En estos pueblos están muy agradecidos con él pues donó todos los materiales que se necesitaron para la construcción del acueducto de la comunidad, así como todo el lastre y la base para un camino vecinal. Don Carlos Muñoz tiene 67 años, y posee numerosas empresas en la zona. Una de sus empresas construyó el trayecto de la carretera Braulio Carrillo que va de Guácimo al Teleférico del Bosque Lluvioso, y la carretera que une a Guápiles con Cariari. Es el dueño de los quebradores Piedra Grande y Chirripó, la gasolinera Servicentro Río Blanco y el Restaurante Río Blanco. Le da empleo a un centenar de personas en la zona, y tiene varias fincas ganaderas en Ticabán y Caño Seco, al norte de Pococí, y en San Bernardino de Sarapiquí. Su forma de ser, su ejemplo de trabajo, su humildad y espíritu de servicio hacen de Don Carlos Muñoz un sostén del desarrollo de la zona

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Elizabeth Núñez El alma de los colores Convierte desechos en milagros de los colores. De pedazos de materia muerta surgen flores y paisajes gracias a su talento y su ingenio. Pero detrás de esta gran artista guapileña, hay mucho más que una técnica llamada collage, con la que hace maravillas. Doña Elizabeth Núñez, a quien en el grupo de artistas, conocen como ´Tía Betty´, es testigo de una larga historia de la zona. Su papá, Abelardo Núñez Ugalde, y su mamá, Nelly Alfaro Ramos, vinieron hace 65 años a Guápiles. No estaba la compañía del ferrocarril. Ellos vendían los tiquetes del tren en el negocio que compraron frente a la línea del ferrocarril, donde ahora está el bar Bananas. Era un comisariato. Ahí uno encontraba desde una montura y un aparejo hasta molejones, machetes, vestidos, botas de hule, cal... Y su esposo, don José Joaquín Rivera López, trabajó 28 años con los papás de ella. "Cuando le preguntaban a mi mamá quién era ese muchacho (el esposo de doña Elizabeth) ella contestaba que era su hijo. Y la gente se extrañaba cómo es que esos dos hermanos terminaron por casarse", cuenta, con un brillo especial en los ojos. Es un brillo de enorme felicidad. Ahora tienen 43 años de casados. "Nos queremos más que cuando nos casamos. Es un amor que ha tenido raíces y profundidad".

Su historia de vida "Me ensamblaron en Guápiles pero me tuvieron en San José porque mi mamá se puso muy mal para mi embarazo. Fui la única de nueve hijos que nació en un hospital. "Crecí aquí, y he pasado aquí toda la vida. Soy la menor de tres mujeres y la penúltima de los nueve hermanos. Fui a la escuela de El Caimitazo. Luego, hicieron un medio galerón a la par de las palmeras. Ahí estuve en Cuarto Grado, y estrené, en Quinto Grado, la escuela nueva. "Los grandes personajes del pueblo eran León Weinstock, el Chino Rubén Sánchez, otro chino que se llamaba Ricardo, los Argüello, que Camilo Rodríguez Chaverri

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tenían una soda al frente de nosotros. Era la Soda La Trinidad. Don Jorge Royo tenía un negocio de vender comida, donde vive ahora el Chino Hugo Sánchez. Don Noé Cascante ya estaba con su botica y don Emilio Muñoz con la otra botica", cuenta doña Elizabeth", cuenta. Después de la escuela, la mandaron a estudiar al Instituto de Alajuela. Cuando eso, aquí ni pensaban en poner un colegio. Llegó hasta Tercer Año, pero se enamoró y casó muy rápidamente.

Historia de amor "Me enamoré de él como de diez años de edad. Él me lleva seis años. A mí nunca me dejaron jalar con él, porque papá quería que yo estudiara. Un día, mi hermano Abelardo me dijo que le dijera que viniera a la casa durante unas vacaciones, que si nos llevábamos bien nos casábamos y si no, que no volviera hasta que yo tuviera un título. "Para mí fue como si me abrieran el cielo, como si me abrieran las puertas del paraíso. Yo lo amaba. Lo veía como un príncipe. Antes de eso, no le podía hablar porque me daban unas castigadas terribles. "Después lo llegaron a querer como a un hijo. Nos casamos cuando yo tenía 16 años. Duró tres días durmiendo aparte. Yo no sabía que uno se casaba y después pasaba todo eso, verdad. Así que duramos tres días de castidad. Me daba vergüenza que durmiera conmigo, en la misma cama", confiesa, muerta de risa. "Mi esposo siguió trabajando con mi papá. Ya casados, me tocó aprender a cocinar. Los primeros frijoles que puse a cocinar los puse con manteca y sal, pero sin agua". Ya casada, vivió con sus papás 28 años. Mientras tanto, fueron a dar allá cinco nietos, o sea, sobrinos de ella, y fue a ella a quien le correspondió criarlos. Crió a Carlos Enrique, Roxanita, William, Ligia y María Elena. "Cuando murió Ligia, la esposa de mi hermano Luis, él se trajo los chiquillos para la casa de mis papás. William tenía 10 años, Ligia 9 y Ligia 7". Se trata de la diputada María Elena Núñez, y de sus hermanos, la pintora y empresaria Ligia Núñez, y el comerciante y dirigente William Núñez.

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Cinco sobrinos como hijos "Yo los crié a la par de mi mamá. Yo era la que me encargaba de todo lo de ellos en la escuela y el colegio. Incluso, mi hija María Lilliam nació cuando ya estaban en la casa. Fue la bebé de María Elena. Ellos eran como los hermanos mayores de mis hijos, mucho más hermanos que primos". Don Joaquín y doña Elizabeth tienen 4 hijos, José Rainier, Norberto, María Lilliam y José Joaquín. El papá de ella, don Abelardo, murió hace 31 años, y su mamá, doña Nelly hace 17. Siempre trabajó entre el negocio y la casa. Cuando su papá murió, se hizo cargo de todo lo que era el negocio, atender agentes, pagar agentes, hacer pedidos... "Cuando se cerró el negocio, nos fuimos a vivir al cuadrante de Guápiles, en el 85, poco antes de que muriera mi mamá. Nos la llevamos con nosotros, pero nos duró muy poquito". Luego, siguió al frente de las rentas de la familia. Mientras tanto, después del trabajo en el negocio de sus papás, su esposo también se jubiló. Y desde hace doce años viven en el Barrio Zurquí, 150 metros al norte del INS.

Bienvenido el arte Hace dos años surgió lo de la pintura. Primero, su sobrina Ligia le dijo que fuera con ella donde la gran maestra Patricia Jiménez a aprender una técnica muy interesante que estaban trabajando con naturaleza muerta. "Yo he sido muy tímida. Le dije a Ligia que ahí sólo había señoras de la ´high life´, entonces me dijo que fuera a la casa de ella, y que ella me iba enseñando lo que iba aprendiendo con Patricia. "Con Ligia hice cuatro cuadros. Después me puse a hacerlos aquí en mi casa, sola, pero no me quedaban muy bien. Y mis hijos me convencieron de que fuera donde Patricia. "Cuando la veía en la playa, le decía que iba a ir, pero cuando ya estaba en mi casa, con mi timidez a cuestas, no me atrevía. Cuando ya llegaba aquí, me entraba el miedo de no poder hacerlos bien, y no iba. "En el último viaje que la vi en Punta Cocles, donde tenemos casa los hermanos Núñez, ya me decidí a ir".

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Patricia Jiménez en su vida "Ir a la casa de Patricia Jiménez ha significado para mí un gran reto. Nunca creí que tuviera esa habilidad, pero con la ayuda de Patricia, a quien le dedo mucho, no solamente el aprender a hacer los cuadros, sino a tener confianza en mí, en tener trato con las demás personas, con la ayuda de esta gran mujer he ido saliendo adelante. "Aunque yo trabajé en un negocio en el que tenía relación con mucha gente, me costaba hacer vida social con gente que no conocía. El grupo ha sido muy importante para mí. Ahí se brinda mucho cariño, mucho amor. "Patricia ha sido una gran ayuda para todas nosotras. Ella no tiene diferencias entre personas que tienen dinero y personas que no tienen dinero. Ella nos ve a todos igual. Para todas, ella es igual. "Cuando los veo así, los cuadros, me siento muy feliz, me siento realizada. Me alegra conseguir el dominio de esa técnica, aunque todavía necesito mucho de Patricia. Ella me da muchos ánimos. Siempre me está felicitando por el trabajo que yo hago. "Ella me dice Tía Betty, como mis sobrinas. Y las demás señoras ya me dicen igual. Patricia no me deja flaquear. Ella siempre me da ánimos, me da aliento, me insta a seguir adelante", concluya doña Elizabeth. Está muy contenta porque le regaló un cuadro a su sobrina María Elena y lo tiene, en la pared que está detrás de su escritorio, en la oficina de la Asamblea Legislativa. Si usted desea comprarle cuadros a la famosa Tía Betty, el teléfono es 710-7585. Y recuerde que vive a sólo 150 metros al norte del INS.

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Luis Enrique Leitón De vuelta por la vida El 26 de noviembre del año 2000 cambió radicalmente la vida de Luis Enrique Leitón. Venía de su trabajo, en el restaurante Gavilanes, donde era programador de música. Cerró a las 12 y 15 de la noche, y al rato se vino en bicicleta para su casa, ubicada diagonal a la Subasta Ganadera del Atlántico, en Expo Pococí. Cuando iba por el Bar Montecarlo, una motocicleta lo atropelló. El responsable quiso darse a la fuga, pero estaba tan ebrio que ni siquiera podía tenerse en pie sobre su moto. Leitón despertó 16 horas después en una cama del quinto piso del Hospital Calderón Guardia, en la Sección de Cuidados Intensivos. Ahí estuvo 17 días. Sufrió la fractura de las vértebras C5 y C6, y el diagnóstico primero fue la paraplejia. Su esposa, Patricia Iglesias, recuerda la tragedia. "Sentí algo tremendo. Saber que todos los días llegaba normalmente de su trabajo, y que ese día me despertaran para decirme que iba muy mal para el hospital de San José. Yo lo pude ver hasta las 12 del día siguiente". Le hicieron una intervención quirúrgica, y lo mandaron al INS para que le dieran rehabilitación. Ni siquiera se sabía si iba a volver a caminar. Y le practicaron una nueva intervención quirúrgica en la Clínica Bíblica, mes y medio después, el 2 de enero del año 2001. De ahí para acá la superación se ha basado en el esfuerzo y el sacrificio. "Tuve que aprender a caminar, como un chiquito. Tuve que aprender a escribir, y a valerme en mis nuevas condiciones. "Algo muy importante para mí fue el apoyo de la comunidad de Guápiles. Mis hermanas y mi mamá querían que me quedara con ellas en Santa Ana, pero aquí está el ambiente de uno, todas las amistades, toda la gente que uno conoce", cuenta Leitón. Después del INS, todas sus esperanzas se cifraron en el apoyo de la Caja Costarricense del Seguro Social. Pero la siguiente cita se la dieron para siete meses después. "Y entonces le dijeron que ya no lo iban a atender más, que se la jugara como pudiera", cuenta su esposa Patricia, indignada. "Ha sido muy difícil, porque, por la condición en que quedó, tuvimos que pelear por el seguro, por la incapacidad, porque nos pagaran Camilo Rodríguez Chaverri

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después, de manera retroactiva. La burocracia es cruel en estos casos", dice Patricia. "Sinceramente mi esposo valía cero para las instituciones. No podía uno decir que alguien lo estaba apoyando". Fue entonces que con base en la voluntad y con la ayuda de algunos amigos, Leitón se enfrentó a la adversidad y le ganó el pulso.

El valor de los amigos "Un amigo me hizo el favor de regalarme los dientes. Alcides Ureña, quien me llevó cuatro veces hasta Cariari, donde la doctora Xinia Guzmán. "Luego, otro amigo que se llama Emerson, de Super Color Dies, estuvo muy pendiente y me llevó a un tratamiento de acupuntura. Eso me ayudó mucho para soltarme a caminar. "También Rodolfo Masís, quien es fisioterapeuta del INS; me hizo el favor de ayudarme en sus ratos libres. Fue algo que le nació a él, como ocurrió con los otros amigos que me ayudaron tanto". Muchas compañeras de trabajo y muchos vecinos le han tendido la mano. Ahora camina y conduce su vehículo. "Yo tenía un lotecito y tuve que desprenderme de él para adquirir un carro que me permitiera movilizarme y tratar de hacer vida de nuevo", cuenta Leitón. Patricia confecciona ropa para niño y él se encarga de venderla, casa por casa, y en algunos negocios. "Ya hay señoras que me conocen y me ayudan. No tengo cómo pagarles tanta bondad". "Esto ha sido muy triste para mí. Nunca he tenido vicios. No tomo, no juego. Me he dedicado siempre a la familia. Mucha gente ha hecho negocios por consejos que yo les he dado. Esta prueba ha sido muy dura, pero tengo mucha fe en Dios y en mis fuerzas. Sé que voy a salir adelante. "Por el tipo de accidente que tuve, al principio no podía ni levantar un plato. Era como volver a ser bebé. Me dijeron que si me podía levantar de la cama, iba a ser después de año y medio, pero yo me puse las pilas, y a los siete meses ya empecé a levantarme, con la ayuda de mi chiquita Doreen, de 4 años de edad".

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¡Qué prueba más difícil! "Es muy duro. Mis hijos me preguntan cuándo voy a poder volver a jugar bola con ellos. Y yo no sé cuándo será eso. El otro día fui a enterrarme a la arena con ellos, y no me podía levantar. En eso estoy ahora. Lucho por ponerme de pie solo. Es una lucha enorme. No se imagina cuánto. Pero en eso estoy, tranquilo pero insistente. "Hay días que no tengo ganas ni de moverme, pero sé que a los 49 años, todavía puedo. Me tocó trabajar desde los 6 años de edad. Primero sembraba cebollas y maíz en Santa Ana, y desde eso nunca he parado de trabajar. Ahora no va a ser la excepción". Su alma siempre tiene sed de novedad y de triunfo a partir del sacrificio personal. Leitón es la primera persona que trajo una discomóvil a Guápiles, el primero que trajo un cinemóvil y el propietario del primer video electrónico. Es innovador y atrevido. La vida le puso una prueba de fuego, y ha sido osado al enfrentarse con el destino. "La idea mía es crear otro negocito. Volver a levantarme, y salir adelante", dice, lleno de esperanza y con una enorme ternura. Si usted desea ayudarle comprando la ropita que diseña su esposa, puede llamarlos al teléfono 710-5463. "Quiero decir que he podido salir adelante gracias a mi esposa. La doña ha sido fundamental. Ella me ha sacado las depresiones y le hizo frente a todo. No tengo cómo pagarle. "Sin ella esta lucha ni siquiera hubiera sido posible. La tengo a mi lado. Eso es un tesoro. No se paga ni con toda la plata del mundo. Sé que me queda mucho por delante, pero aquí voy". Ojalá que le podamos ayudar. Por favor. Se lo merece.

Pareja de artesanos adoptó 27 niños Desde que se casaron, hace 32 años, Don Luis Bastos y Doña Idalie Alvarado se han encargado de hacer patria como Dios manda criando y cuidando niños de la calle, en estado de abandono o de explotación. Ellos no lograron procrear, pero lo que la naturaleza nos les dio, sus almas sí. Desde que se casaron, hace 32 años, Don Luis Bastos y Doña Idalie Alvarado se han encargado de hacer patria como Dios manda criando y cuidando niños de la calle, en estado de abandono o de explotación. Camilo Rodríguez Chaverri

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Han criado a 27 niños, poco a poco, y paulatinamente. Cuando tienen 18 años, les piden que fraguen su vida solitos o solitas, para que lleguen otros. Las historias que cuentan calan por dentro. Uno de los niños que adoptaron tenía poliomielitis, por lo que Bastos, conocido como Hormiga, se dedicó a construirle equipos y herramientas que le ayudaran a llevar con menos dificultad sus limitaciones físicas. Al igual que a los demás, le enseñó a conducir vehículo, y cuenta con orgullo que, ahora, a la vuelta de los años, ese niño desvalido y con una discapacidad es un empresario transportista. "Empezó manejando bus y ahora es dueño de una empresa de buses," cuenta Bastos. Entre sus hijos, como ellos les dicen, también estaba un niño drogadicto que recogieron cuando tenía 10 años. Cuenta Doña Idalie, conocida como Lali, que el chiquito sembraba plantas de marihuana en el jardín, y ella ni siquiera se enteraba. "Costó mucho, pero logramos sacarlo del infierno de las drogas, y ahora es hasta profesional. Estudió Agronomía y es un hombre de bien," comenta esta mujer incansable, quien, junto a su esposo, nunca ha esperado que los niños lleguen solitos hasta su casa. "Nosotros escuchamos de algún caso de abandono, y vamos a buscar a esa criatura de Dios, que merece cuidado y atención."

Casos desgarradores Otro de los casos escalofriantes es el de un niño que vivía en un prostíbulo, sin saber quién era su madre. "Alguna de las prostitutas que lo alimentaba era su madre, pero entre todas guardaban su identidad. Nos lo llevamos y le ofrecimos un hogar decente y sano," dice Bastos, quien tiene 53 años, al igual que su esposa. "Otro de nuestros niños dormía en un estañón, como El Chavo del Ocho (personaje de una conocida comedia mexicana). Luego de algún tiempo de estar con nosotros, llegó su madre a buscarlo, pero él no quiso irse. Se quedó con nosotros." Los últimos dos hijos, quienes ahora están en edad escolar, los fueron a sacar del Botadero de Basura Río Azul. Cuenta Doña Lali que los primeros días, por más que ella los bañaba y los volvía a bañar, cada vez que sudaban soltaban un penetrante olor a humo. De acuerdo con esta pareja, sus hijos han tenido comodidades, mas siempre se les ha exigido. "Han tenido que estar a las 6 de la tarde en la casa, y aunque se les ha dado estudio, comida, ropa, atención médica y mucho cariño, han tenido que aprender a trabajar, porque nosotros no les hemos sido para toda la vida," comenta Doña Lali, quien dice que 136

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muchos de sus hijos la visitan a menudo y le regalan algo, pero otros ni siquiera volvieron. "Ojalá que por lo menos vengan a echar una lágrima cuando sepan que hemos muerto," comenta. Ahora tienen otra hija, la mamá de Doña Lali, quien tiene 93 años y requiere de un cuidado muy especial. "Yo la baño, la llevo a recibir el sol, le cuento historias y la trato como la bebita que es, y que Dios me ha mandado cuidar," cuenta Alvarado. Algo curioso es que Bastos y Alvarado siempre han trabajado juntos. Primero tuvieron un estudio fotográfico, luego un taller de electromecánica, y desde hace muchos años también son artesanos y líderes de una asociación de artistas de Pococí. Jalaron dos años de manera insólita: por carta. Bastos estudiaba en San José, y Alvarado es de un pequeño pueblo costero llamado Las Delicias, cerca de Montezuma, por lo que solo podían verse dos o tres veces por año. Sin embargo, el amor pudo más que cualquier cosa. Nacieron uno para el otro, y juntos han hecho una obra singular y muy noble.

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Fue la primera comerciante de todo un pueblo Un mostrador para hacer historia Doña Arabela Salazar tiene 82 años y desde hace más de 50 trabaja en una esquina de la comunidad. Su pulpería estuvo primero que el mismo pueblo.

Tiene más de 60 años de ser pulpera Es lo más antiguo del paisaje en su pueblo. Es mayor que todas las casas, el camino y el resto de la infraestructura. Cuando llegó había una selva donde ahora está la comunidad. Y con su esposo empezó a crear las bases de la comunidad. No había ni una sola casa, y su rancho era como una cicatriz, como un lunar, en la cara del bosque. Todo lo hace desde su pulpería, el primer negocio en muchos kilómetros a la redonda, que instaló para los tiempos de la Guerra del 48, y no ha cerrado ni un día hasta hoy. Doña Arabela Salazar Torres tiene 82 años y todavía trabaja en su pulpería, se sabe muchos precios de memoria y es muy buena haciendo números. Ahí mismo, en las tablas que están al otro lado del mostrador o la casita que tiene detrás, tuvo a sus nueve hijos. Llegó a la zona norte de Limón siendo una niña, proveniente de Pejibaye de Turrialba, donde se crió, aunque su familia es de Puriscal y ahí nació ella. Casó a los 17 años. ¨Antes no era como ahora, que ni se casan y ya andan teniendo hijos porque viven juntos. Antes a las muchachillas no nos podían tocar. Por ejemplo, en mi caso, cuando mi novio llegaba a visitarme, nos sentaban en una banca. Yo a un lado, él al otro, y mi abuela en el centro¨, recuerda doña Arabela.

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En tiempos de guerra Llegó en 1948, y se metió a hacer una finquita. Había que botar montaña, para ganarle espacios a la selva. En eso, les ofrecieron cambiar la finquita por una propiedad en lo que iba a ser el centro de un pueblo, y aceptaron la propuesta para montar un negocito. Y su pulpería ¨Rayitos de sol¨ se convirtió en referente para quienes llegaban hasta lo que se iba a convertir en el poblado de El Humo. Ha pasado mucha gente por el pueblo, y nunca ha tenido problemas. Y nadie puede tener idea clara de lo importante que fue para el desarrollo de El Humo junto a su esposo hasta que se entera de que el pueblo ahora se llama oficialmente San Antonio en memoria y honor de don Antonio Alvarez, su compañero de toda una vida. Doña Arabela tuvo seis hijas, y fueron sus muchachas las encargadas de ver el negocio a su lado durante varias décadas. En sus inicios, trabajaba con candela y lámparas de canfín, y no se despegaba del mostrador de 7 de la mañana a 8 de la noche. Más tarde, cuando San Pedro bajó el dedo su compraron un dinamo y un motor e instalaron una planta eléctrica. ¨Aquello era una gran novedad en el pueblo, y los chiquitos llegaban a conocer la luz¨, explica doña Arabela. Poco después, compró un televisor, y la pulpería era un llenazo, pues mucha gente llegaba a ver tele por las noches. Hace unos años le cedió el negocio a uno de sus hijos, Gerardo, con quien vive. No ha podido desligarse de la pulpería. ¨Es parte de mi vida. Aquí me visitan muchas personas todos los días. Eso ayuda a que no me sienta solita, porque desde que murió Antonio (el esposo) ya nada es igual¨, reconoce esta linda señora. Por las condiciones de su labor, ella ni siquiera tiene pensión, pero no trabaja por necesidad, sino porque no sabe hacer otra cosa que atender a su gente desde el otro lado del mostrador, que ha sido una puerta al paraíso para ella.

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Su historia está repleta de sacrificios El sacrificio atraviesa su vida Tenía 18 años, era delgadita, frágil, liviana, tímida, y de pocas palabras. A su compañero le dieron un trabajito más allá de la montaña, y le tocó acompañarlo. Su hija tenía cinco meses, y no contaban con el apoyo de alguien de confianza para dejarla al lado de la civilización. Eran tres en la aventura. Y les dijeron que la vuelta por los cerros no era muy grande. Pero los engañaron. Tuvieron que enfrentarse a la distancia, el frío, el agua, las serpientes. Esta es la historia que une a doña Rosario Sánchez Rodríguez con la comunidad de La Unión, el primer pueblo de la Zona Atlántica. Ella llegó hace 60 años, cruzando los bosques inhóspitos del que tiempo después se convertiría en el Parque Nacional Braulio Carrillo. Su esposo, quien murió pocos años después, venía con un saco al hombre. "Es que traíamos la comedera por miedo a que todo quedara lejos", dice doña Rosario, quien acaba de cumplir 78 años. En San José les dijeron que al otro lado de esas tierras verdes, había dónde hacer finca. Les comentaron que había la pena echarse al monte con tal de tener algo propio.

Seis días en la montaña "Entramos a la montaña por San Jerónimo de Moravia. En ese pueblo dormimos la primera noche. Luego, el objetivo era el pueblo de Carrillo", cuenta doña Rosario. Resulta que Carrillo era un legendario espacio ubicado en otro tiempo, que se presume que estaba al lado del río Sucio, y que servía de puerto cuando Limón no contaba con camino. "Cuando nosotros pasamos por la montaña, aquello era apenas un campamento, pero decían que antes las carretas llegaban hasta ahí", recuerda doña Rosario. "Cuando nosotros pasamos no había ni trillo. Mi esposo iba abriendo camino. Veíamos la huella del tigre, pero él era muy hombre, y a su lado 140

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nunca me dio miedo".

Por las alturas La montaña no brinda concesiones. Se pueden tomar atajos, pero siempre se toma cualquiera con sus barreras y sus abismos. Entre San Jerónimo de Moravia y las llanuras de Santa Clara, en Limón, la montaña se ha tragado muchas avionetas, y guarda los restos de mucha gente que se atrevió a desafiarla. Muchas carretas quedaron en el camino desde los tiempos del gobernante Braulio Carrillo, a mediados del siglo XIX, y todo podía indicar que una señora con una bebé en brazos jamás llegaría al otro lado. Pero llegó. ¿Cómo? "Yo no sé ni cómo. Apretaba a la chiquita contra mi pecho, y a veces cerraba los ojos. Aprendí a sentir en los pies qué tipo de matas nos rodeaban, y pasaba rezando por los lugares donde presentía que estaban las culebras", dice esta pionera de La Unión, quien tuvo que atravesar el cañón de un río en un cable elevado. "Tuve que agarrar a mi bebé con una fuerza que me salió de adentro. Y con la otra mano me agarré del cable, y le dije a Dios que por favor me pusiera rapidito al otro lado del río". Viuda con 8 hijos Cuando llegaron a las llanuras de Santa Clara, su esposo hizo un rancho y se adentró de nuevo en la montaña. Ahora su meta era hacer tierra y tener una finquita. "En esos tiempos cualquiera carrilaba (le ponía límites a una propiedad para hacer finca), y se ponía a cultivar", cuenta doña Rosario. Poco tiempo después, hace medio siglo, él murió por culpa de alguna fiebre tomada en el camino. "Padeció mucho, no pudo soportar y murió. Yo quedé de 38 años y con 8 hijos. Tuve que terminar de criarlos sola", recuerda. Entonces, tuvo que hacer uso de todas sus energías. Sembró con sus hijos, cuidó los cultivos, cosechó llena de ilusiones. Las esperanzas fueron su alimento y su luz.

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Chapea y siembra maíz "Era muy buena chapeando (cortando monte). Y les enseñé a los güilas a sembrar maíz y frijoles. Ahí fuimos saliendo adelante". Eso hizo más difícil que volviera a su tierra, la Zona de los Santos, donde quedaron sus papás y hermanos. Lo más triste es que doña Rosario no conoce lo que es vivir con las facilidades de la electricidad. Su pueblo tiene muchos problemas. "Aquí en La Unión ni siquiera hay teléfonos, ni me recogen la basura, ni me dan esperanzas de tener luz en la casa", concluye doña Rosario, quien sigue cocinando con leña y ordenando la troja de su casa, como lo hace desde que su esposo le construyó un rancho en la montaña, hace 60 años, y le puso en las manos un machete "por si llegaba al patio el tigre mientras él andaba en la montaña".

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Persona ciega da gran testimonio Cabito glorifica a Dios Nació corto de vista y poco a poco el destino lo fue entregando a la oscuridad, pero José Luis Chaves Hernández le ha sacado un jugo muy dulce a su adversidad. Se dedica a glorificar a Jesús y a predicar la palabra de Dios. "Por mucho tiempo le pedí al Todopoderoso que me cuidara lo poquito de vista que me quedaba, pero al final me dejó en estas condiciones. Quizás es que si me dejaba la vista, iba a seguir malos pasos, así que me prefirió ciego pero a su servicio", dice don José Luis, quien es mejor conocido como "Cabito". Es frecuente verlo ir y venir de Guápiles a los alrededores del Liceo de Pococí, camino a La Colonia, pues por allí vive. Va y viene porque se dedica a predicar en diversos lugares de la comunidad, entre ellos, la terminal de buses. Cabito tiene 74 años y llegó a esta zona hace medio siglo. Trabajó en la municipalidad de 1950 a 1976, cuando decidieron pensionarlo porque ya casi no veía.

Sin vista, pero con luz "Fue entonces que Dios me quitó ese sentido pero me puso una luz. Encontré los caminos del bien y ahí me la juego, porque todavía veo bultos, y me permiten orientarme y evitar los peligros", dice Cabito, quien vivió solo durante unos 30 años, cuando ya la ceguera había hecho de las suyas. Desde el 70 hasta el año pasado, Cabito cocinaba, lavaba y se encargaba de la limpieza del hogar. "Fui huérfano desde muy pequeño, porque mi papá murió. Mi mamá tuvo que trabajar para criarnos, y desde chiquillos aprendimos a hacer de todo en la casa", explica. Fue hasta el año pasado que contrajo matrimonio con doña Aidé Arce Herra, quien era viuda. Cabito cuenta que en su trabajo para la salvación de almas han sido fundamentales los otros sentidos, pues al perder un sentido los otros se desarrollan mucho. "El oído es fundamental para mí. Ando solo en Guápiles, en San José, en Alajuela, en Heredia, donde sea. Dios está conmigo y el oído no me falla", dice este hombre especial, que se ha Camilo Rodríguez Chaverri

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convertido en ejemplo y fortaleza para muchas personas, y que hace de su vida una cantera de amor, de paz y de sabidurĂ­a.

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El gran ejemplo de doña Flor Fallas "Crié a mis hijos con el sudor de mi frente" Desde que nació, hace 67 años, su vida ha tenido una relación estrecha con Los Diamantes. Cuando eso, esa finca experimental del gobierno era una "hulera" de unos alemanes, de la que se extraían materiales importantes para la Segunda Guerra Mundial. Tuvo que aprender a trabajar al campo cuando apenas tenía 6 años, pues su papá sembraba rincones de esa finca con maíz y verduras. Llegó hasta Sexto Grado con mil costos "porque antes no era como ahora, que hay muchas facilidades y todo el mundo estudia". Y después le tocó criar sola a sus tres hijos. "Fui una madre sola. Al final, nadie me ayudó a criar a mis hijos, y a pesar de eso, siempre he luchado para que sean hombres de bien. "Trabajé limpiando casas, cocinando, y, sobre todo, lavando ajeno. Pude darles estudio con el sudor de mi frente, y me queda la enorme satisfacción de que son grandes personas". Doña Flor Fallas es un gran ejemplo de vida. Tuvo que hacer un esfuerzo monumental para que sus hijos, José, Jorge y Gustavo, se prepararan para el futuro. Y lo hizo con el heroísmo y la dignidad que caracterizan a las grandes mujeres de nuestras zonas rurales. "Cuando ahora escucho a las parejas jóvenes quejarse de que la vida está muy difícil, me dan ganas de sentarme a contarles lo que sí fue duro". Gracias a que siempre ha sido trabajadora, nunca la situación de su familia llegó a ser extrema. "Ni me acosté con hambre, ni me levanté sin saber qué les iba a dar de comer a mis hijos. Dios le ayuda a la gente esforzada". "Ahora hasta las madres solas tienen oportunidades que no habían cuando yo crié a mis hijos. Quien se meta en cosas de mujeres, tiene que apechugar, como hice yo en mi vida", dice doña Flor, quien está muy orgullosa de sus hijos. Ellos le pagan el alquiler de la casa donde vive, en Guápiles centro, cerca de Los Diamantes, que, como ella dice, es el lugar que lleva en el corazón.

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José Vicente "Chepito" Álvarez El gendarme de nuestra historia Hace 67 años Pococí era un lugar perdido en el mapa de un país perdido en el mapa, y un intento de pueblo en medio de las tierras más golpeadas por la insolencia del trópico húmedo. "Chepito" era uno de ocho hijos de una familia de Santo Domingo de Heredia, y llegó de 2 años a Guápiles. Cuando llegaron, todo lo que había era un comisariato, una panadería y una larga línea del tren, que atravesaba las cuatro casillas como una cicatriz en la mejilla del pueblo. "Aquí hice la escuela, donde luego estuvo El Caimitazo. Era muy poco lo que había en Guápiles. Los papás del Presidente Daniel Oduber vivían en la Finca El Salvador, donde ahora están la plaza de ese nombre, el hospital y la escuela de Guápiles", cuenta José Vicente Álvarez Arias, quien ha recorrido muchas décadas de su historia de la mano de este cantón, que ya lo lleva amarrado al alma por su empeño de permanecer en su destino. Aquí nacieron dos hermanos menores, y viven ocho de los diez hermanos que tuvo. Don Chepito cuenta que para 1948 su padre sufrió la persecución de los calderonistas de la zona. "Junto a otros ulatistas, entre ellos los hermanos Campbell, mi padre hizo una rancha en un potrero que había detrás de la casa. La forma de avisarles que había peligro era cerrar una ventana de madera que miraba al sur en la parte trasera de la segunda planta de nuestra casa. Cuando manteníamos abierta esa ventana, ellos se venían", recuerda Álvarez. "Antes sí que había fraudes. Se depositaban los votos en una caja que se había colocado en el segundo piso de alguna casa alta o en un edificio con sótano, y luego le hacían un hueco por debajo y por ahí metían los votos que les diera la gana. Y, tras de eso, el conteo se hacía en Casa Presidencial". Además, uno de sus hermanos fue detenido por las fuerzas calderonistas, pero gracias a la amistad de Don Chepito con una de las autoridades de la zona el suceso no pasó a más. "Todo el problema es que los ´mariachis´ creían que nosotros teníamos un arsenal en la casa. Pero las dos escopetas que teníamos eran de cacería", recuerda.

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Cuatro negocitos Más tarde regresa en el relato y cuenta con nostalgia que el comercio del pueblo estaba en manos de dos orientales, Rafael Cong y el Chino Julián, y que ya casi en las faldas de la década de los cuarenta llegó quien sería patriarca del desarrollo del poblado y el cantón, León Weinstock, polaco, judío, comerciante y emprendedor empresario que le trajo vida a la zona. Después de un tiempo en labores del campo, con madera y bueyes, Don Chepito empezó a trabajar con Weinstock. "El Polaco" Weinstock lo recibió en su almacén, cuando tenía apenas 17 años, y con él trabajó durante casi veinte años. "El almacén tenía abarrotes, cantina, ferretería, zapatería y cuartos para alquilar. Lo manejábamos entre Luis Madrigal y yo, porque don León se dedicaba al comercio de maíz y madera", dice don Chepito, para quien la presencia de Weinstock cambió el horizonte de la región. "Todos trabajaban para él, porque les daba crédito y les compraba la cosecha". Más tarde decidió independizarse. Tenía unas vacas y compró un carretón y unos caballos para vender leche. Ordeñaba en un potrero localizado donde ahora está el Colegio San Francisco, y arrendaba un terrenito por La Emilia, cerca del Bar Montecarlo.

Entre finquero y policía Al tiempo compró una montaña en Buenos Aires, al sur de Guápiles, y se dedicó a hacer finca. "Mi señora y yo viajamos al trabajo de la finca durante 17 años. Cuando nos casamos pasé a trabajar en construcción y ahora soy policía", nos resume don Chepito. "Vivo feliz en este cantón, porque todo queda cerca y la vida es más fácil de llevar. Antes los temporales eran terribles. En La Unión vivían cuatro o cinco familias que, cuando se crecían los ríos, quedaban irremediablemente aisladas. Sobrevivían con palmito de montaña y agua de cañal. "Y en el caso de nosotros, más de una vez una avioneta tuvo que venir a tirar unos sacos de arroz y frijoles sobre la plaza El Salvador", añade Chepito, quien desde hace más de 40 años comparte su vida con su esposa Margarita, con quien ha tenido cinco hijos, María Yirlany (qdDg), Maritza, Fanny Patricia, Hazel y José Alberto. Pocos pueden conocer tanto de esta zona. Es que Don Chepito se ha convertido en el gendarme de nuestra historia. Camilo Rodríguez Chaverri

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Leyenda viviente de Suerre El amo del hacha Dicen que nadie era tan bueno como él con el hacha en ristre. Dicen que nadie conseguía una química tan perfecta como él, con la madera que fuera, por más dura que fuera. Don Efraín Madrigal es una leyenda viviente del sur de Pococí. Tiene 78 años y llegó a Suerre en 1935, de 11 años de edad. Poco después le enseñaron a usar el hacha, y no se "apió" de los troncos durante más de 50 años. Don Efraín nació en Quebrada Honda de Juan Viñas, en 1924. Pero lo que se llama su vida, toda la tiene entre las montañas ubicadas al sur de Jiménez de Pococí. "Llegamos en tren, un día de tantos, a las 5 de la tarde. No me gustaba muy bien el tren, pero el avión no llegaba hasta aquí", cuenta don Efraín, quien se conserva "chirote" y con un humor a prueba de fuego, agua y tiempo. Llegó hasta Tercer Grado, y cuando sus papás se lo trajeron para esta zona, ya sabía que aquí le iba a tocar trabajar de verdad. "Nos dieron 10 hectáreas que estaban vacantes. Son estas tierras donde vivo y donde viven mis hijos. Empecé sembrando maíz y frijoles, hasta que me pusieron una hacha entre las manos, y de ahí para acá ya no quise hacer otra cosa que volarle hacha a la madera con toda gana", cuenta don Efraín. Casó a los 25 años con doña Esperanza Brenes Gamboa, quien falleció hace 9 años. "Tuvimos 12 hijos. Hay que pensarlo dos veces hasta para decirlo". Pero las montañas de esta zona eran inhóspitas y brutales. De los 12 hijos, se le murieron 5. "Todos se nos murieron de sarampión. Uno se nos murió ya grande, de 7 años. Recuerdo que una vez se nos murió uno un día y otro al día siguiente. Uno de ellos tenía 2 años y el otro, 3. Fue algo espantoso", recuerda don Efraín. "Vale más que ahora tengo como dos decenas de nietos, varios bisnietos y hasta un ´cacaranieto´, para que repongan un poco la cosa", dice. Y remata con sus carcajadas de toda una vida. "Viera que trabajar toda la vida con madera es algo serio, pero bueno, todavía tengo los puños fuertes y la mano pesada. Se salvaron los yernos porque todos 148

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me salieron ´mansiticos´". La fórmula para conservarse bien a los 78, a pesar del cigarro y los traguitos, es hasta previsible en él. "No me he muerto porque me río de todo. A mí no me cuesta nada reírme. Por eso es que estoy vivito y coleando".

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Don Arturo Muriel, "Cacorro" El barbero de nuestra villa En su campo de batalla, en su lugar de trabajo, todavía se reúnen los amigos para conversar de futbol o de política, para desamarrar los cordones del tiempo, para desempolvar los recuerdos más celosos o resbaladizos, para contar las gotas del temporal interminable o para protegerse del calor que sale de la tierra, como si le hiciera honor al cuento que dice que al diablo lo reprendieron por portarse mal y de castigo lo mandaron a los calores de Guápiles. Llegó al cantón hace cuatro décadas. Venía dando vueltas desde que un empresario le ofreció, unos cuantos años antes, salir de su patria, Colombia, para colaborar en otros países gracias a las técnicas industriales que dominaba. Textiles Nylon de Costa Rica necesitaba un puñado de técnicos y para acá se vino con su prole de cinco hijos, a los que se sumaron tres nuevos en nuestro país. Pero al poco tiempo decidió cambiar de paisaje y llegó a esta zona, empeñado a sobrevivir en la insoportable humedad y en hacer vida. Primero trabajó en labores del campo, principalmente en la bananera Santa Clara. Y luego, en 1969, tomó las tijeras como su nuevo machete y empezó a botar montañas de pelo. Desde entonces es el barbero de nuestra villa, que ya no es tan villa, pero para estos efectos no importa... "Gracias a este oficio conozco a mucha gente y sé que muchas personas me aprecian. Antes había más trabajo porque la gente casi que se ´pelaba´ todas las semanas, pero bueno, antes también era más difícil la vida. El pueblo no era más que una línea del tren y cuatro casas. Tanto que la única diversión era salir a ver el tren que llegaba cuando moría la tarde. Y después, a dormir", cuenta Muriel, quien es conocido como ´Cacorro´. "Me dicen ´Cacorro´ porque cuando llegué de Colombia llamaba a todos los muchachos así, ´cachorros´. Allá ´cacorro´ significa ´maricón´, y, entonces, cuando aquí se enteraron del significado de la palabra, me bautizaron así, y así quedé para siempre", explica este amante de las caminatas, quien frecuentemente sube al volcán Irazú y al volcán Turrialba, en compañía de algunos amigos de la comunidad. "Conozco las montañas de esta región tan bien como la palma de mi mano. Hemos recorrido La Hondura más de una vez, y, la verdad, quiero 150

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seguir caminando mientras Dios me dé fuerzas", cuenta ´Cacorro´. "Estoy alarmado por la gran cantidad de madera que están sacando de la zona. Ya nuestras montañas no son lo mismo", sentencia. Está casado con su compatriota Ana Ofelia García Montoya (aunque dice que su patria ya no es otra que la nuestra, pues "lo de allá, allá quedó"), y tienen ocho hijos, Gloria, Jesús Omar, Gladys, Fernando, Marlene, Alberto, Denia y Marta. Toma nuevamente su arma de trabajo. La maneja con maestría y pundonor. Y empieza a cortar pelo. Así ha hecho historia y ha forjado su destino. Así ha conocido a la crema y nata del pueblo de siempre. Así ha hecho patria en la nuestra. Así ha dejado huella en la cabeza y el corazón de muchos hijos de Pococí y de la Zona Atlántica.

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Don Alejandro Cruz, de La Colonia Casi un siglo de andar caminos Desde 1905 se ha dedicado a vivir con pasión las angustias y los paisajes del campo. Hace dos meses cumplió 97 años, y todo parece indicar que no se ha cansado de la vida. A pesar de sus problemas de salud, sigue lúcido y sereno, apegado a la vida y a las aventuras del campo. Ha padecido serios problemas de salud, pero no han podido con su ánimo ni con su memoria. Don Alejandro Cruz Villalobos vive en La Colonia, después de un peregrinaje por los litorales, los montes y los valles de Costa Rica. Nació el 24 de abril de 1905 en San Rafael de Esparza, en medio de cinco hermanos y cuatro hermanas. De los nueve, sólo uno queda junto a él, a este lado del aire y la vida. Se crió en Guacimal y Santa Rosa de Puntarenas, donde empezó en las labores del campo a la edad de 6 años. "Uno empezaba con trabajos livianos, porque a eso lo obligaba el cuerpo de niño. Pero desde esa edad no se despegaba del trabajo. Ni siquiera pude ir a la escuela, porque en esa época no había escuelas en el campo", cuenta don Alejandro, quien vive junto a su hija, doña Emilce Cruz, todo un personaje en la comunidad. Aprendió a leer en la tierra, sobre el lomo de algún peón que tuvo la bondad de ayudarle. "Apenas me enseñaron a conjuntar unas cuantas palabritas, y de ahí en adelante, me ha tocado aprender en la vida, jugármela solo". Ha vivido en decenas de lugares de nuestro país. Después de Esparza y de diversos rincones de Puntarenas, casó en Guacimal y se fue con su compañera para San Buenaventura de Miramar.

Detrás de cultivos y cosechas Siempre en labores agrícolas, los tiempos de cosechas y los cultivos de moda lo llevaron de un lugar a otro. "Por ejemplo, de San Buenaventura me fui para La Mina de La Unión, donde el diablo perdió la chaqueta, de Miramar para adentro". A la edad de 35 años, ya tenía un cuarto de siglo de ser jornalero. 152

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Entonces, buscó sentar cabeza. "Me había casado de 24 años, pero todavía andaba rodando. Ya la cantidad de chiquillos me obligaba a buscar un sitio seguro". Volvió a Guacimal y de ahí echó la suerte hacia Turín de Tilarán, donde hizo "su hogar propio", como él dice. "Compré una finquita con un esfuerzo de muchos años. Me costó mucho comprarla, y también me costó mucho pagarla. Vivimos de cultivar café y caña. Todos los hijos y las hijas tuvieron que meterse a trabajar. Hacían falta muchos brazos". Pasaron muchos años en ese lugar que tiene nombre de película o de cuento de hadas, y cuando la vida obligó a una nueva ruta, se fue con su prole para Aguas Claras de Upala. Después estuvo en Guayabo de Bagaces, y ya hace muchos años, tantos que hasta perdió la cuenta, empezó a escuchar lo que hablaban de "ese lado de Guápiles".

En esta "llovedera" "Después de rodar por Esparza, Puntarenas, Miramar, Upala, Bagaces y Tilarán, me vine para esta ´llovedera´ de lugar, hace ya muchos años. Anduve mucho por Campo Cinco de Cariari. Ahí viví. Y también anduve por Portón Iberia, en Siquirres. Pero me quedo con La Colonia, porque este es el pueblo que se ganó mi corazón". Vive agradecido con Dios y con el destino. "Dios me ha dado mucha vida. A pesar de que me han tenido que operar y que he pasado días muy mal, aquí voy, para adelante". Le pregunto por la receta para vivir 97 años y estar tan lúcido. "Nunca fumé, y a pesar de que me echaba mis traguillos, nunca perdí un día de trabajo por culpa del guaro", confiesa. Su esposa, Doña Luminosa Mesén, murió hace veinte años, por lo que don Alejandro ha visto en sus hijas una enorme compañía. Desde que está en nuestra zona, su hija Emilce ha sido su compañía y su soporte. Don Alejandro y Doña Luminosa tuvieron nueve hijos, de los que murieron dos por culpa de las múltiples enfermedades que acababan con los pequeños hace más de medio siglo. Además de los siete hijos que le quedan, don Alejandro tiene 33 nietos y varios bisnietos. Este señor de casi un siglo de vida se conserva como el roble que recuerda ahora la presencia anterior de un bosque luminoso. Sus vivencias y sus recuerdos son una gran escuela de la que todos podemos aprender mucho.

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Don René y doña Flora, de La Colonia Pulperos de toda una vida Son esposos, compañeros de trabajo, pulperos del pueblo y herederos de quienes forjaron La Colonia de San Rafael a inicios del siglo pasado. Don René Mejía Soto tiene 68 años y doña Flora Araya González tiene 63. No sólo los unen los 46 años que tienen de casados, sino una niñez cercana y casi que común. Por ejemplo, los papás de don René eran los padrinos de doña Flora, mientras que los papás de Doña Flora eran los padrinos de Don René. El pequeño René llegó a La Colonia hace 65 años, con 3 años de edad. Y a los pocos años llegó la pequeña Flora, con 4. Cuando ella llegó ya René vivía en la casa en la que luego vivieron 46 años juntos, porque acaban de construir una nueva. Se trata de la casa más antigua de La Colonia, y sería una lástima que la Municipalidad de Pococí dejara la oportunidad de adquirirla como patrimonio histórico. La construyó el papá de don René, quien fue uno de los primeros pulperos de la zona. La casa los devuelve en el tiempo. Don René cuenta que los papás de ambos trabajaban al campo, pero que el suyo decidió iniciar un pequeño negocio de abarrotes, que le permitió su primera experiencia en el comercio. Mientras tanto, doña Flora tuvo que trabajar mucho al campo, pues su papá sufrió una caída de un árbol y le quedaron mal las manos. "Mis papás tuvieron 7 hijas y 2 hijos, así que rapidito nos tocó a las mujeres trabajar en agricultura", recuerda doña Flora. En la casa de don René eran dos hijos y una hija, por lo que tuvo más oportunidad de hacerse de una escuela en la pulpería de su padre. Luego, ya casados, compartieron la vida del comercio. Don René estuvo a cargo de la administración del Comisariato de La Teresa, y durante un tiempo fue peón bananero en La Teresa y El Prado. Al mismo tiempo, doña Flora estuvo unos años alejada de los negocios, criando y cuidando de sus seis hijos, René, Seidy, Alexis, Óscar, Greivin y Mauricio. Desde 1993 están de nuevo de pulperos, y les ha sentado muy bien. Lucen muy felices, sirviéndole a la comunidad que quieren tanto y que 154

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tanto los quiere.

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Don Roberto Varela Arce Compinche de la marimba Con la marimba cerca de las manos, se transforma en una fiesta con ojos, voz y sonrisa. Don Roberto Varela Arce es un colorido compositor y músico guapileño. Aunque nació en San Francisco de San Ramón de Alajuela, hace 73 años, tiene muchas décadas de vivir en Guápiles. Aquí ha compuesto gran parte de sus 50 canciones y cientos de coplas y de juegos de presentaciones, como llama él a las versificaciones que convierte en confesión de amor o en canción. "Aunque en la zona casi no me dan pelota, figúrese que en el Ministerio de Cultura no hallan qué hacer conmigo, y he recibido homenajes hasta en los Estados Unidos", cuenta don Roberto, muy orgulloso. A pesar de que ha tenido problemas de salud, sigue presentándose donde lo llamen. "He padecido de la próstata, pero gracias a Dios todavía no me he ´trancado´. Y en lo que es música, me ´tallo´ con cualquiera", dice, fachendoso y alegre. "Cuerdeo la guitarra, le hago algo a la mandolina, con la marimba me pongo las pilas y si me meten carbón me hago cargo de un buen acordeón", dice don Roberto, llevando el ritmo con la cabeza.

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Doña Floribeth Solís Una mujer entregada a la comunidad Siempre se ha caracterizado por su don de gentes, su capacidad para comunicarse con los demás e imprimirles su optimismo, así como por su vocación de servicio y su cercanía con Dios. Doña Floribeth Solís Quirós brinda testimonio de vida con su ejemplo de todos los días. Tiene 35 años de vivir en la zona, pero está relacionada con Guápiles desde que era una niña. Sus abuelos, don Rafael Solís y doña Sofía Rojas, tenían una enorme finca cerca de este pueblo, donde ahora está COBAL, frente a BANDECO, y ella venía a pasar sus vacaciones aquí. Fue de esa manera que conoció a su esposo, Don Rigoberto Muñoz, quien es un profesional pionero en producción bananera en la provincia. Doña Floribeth es originaria de Moravia. Estuvo en la Escuela Porfirio Brenes, de esa comunidad, y en el Colegio Anastasio Alfaro, cuando este centro educativo estaba en el Barrio Aranjuez. La directora era doña Victoria Garrón de Doryan, quien fuera la primera mujer en ocupar una VicePresidencia de la República, durante la administración de Óscar Arias. Después del colegio, se fue para Estados Unidos, donde estudió inglés, idioma del que es profesora. Antes, estudió Secretariado Bilingüe en la Lincoln School. Luego, al casarse, pasó a impartir lecciones de inglés en nuestra región. "Cuando no había escuelas privadas en Guápiles ni en Siquirres, yo preparé a muchísimos chiquitos de la zona, para que tuvieran opción de entrar a un colegio bilingüe, en San José".

En muchas escuelas y colegios Ya casada terminó su formación entre la Normal Superior, que en ese tiempo se convirtió en Universidad Nacional, en Heredia, y continuó en la UIA, hace ya menos años. Ha sido profesora en numerosos centros educativos, entre ellos, la escuela de la EARTH, el Colegio de Bandeco, el Colegio Técnico de Pococí, el Colegio Nocturno de Pococí, el Centro Educativo Pococí ("La Ardillita") y el Colegio San Francisco de Asís, así como en la Escuela y el Colegio Las Américas, en su natal Moravia. Algo muy importante en su vida es que se ha formado espiritualmente Camilo Rodríguez Chaverri

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para servir a los más necesitados. "Me he formado en la Diócesis de Limón. Lo que yo soy se lo debo a ellos. Tengo una enorme gratitud por lo que he aprendido de grandes figuras, como Monseñor Coto y Monseñor Ulloa, además de todo el clero de la provincia", confiesa.

Gran labor espiritual y comunal Inició en el grupo de oración de Standard. Luego estuvo en la formación del Grupo de Renovación Carismática de Guápiles. Más tarde se integra a las Damas Voluntarias del Hogar de Ancianos San Francisco de Asís y las Damas Voluntarias del Hospital de Guápiles. Entonces, trasladan a su esposo, don Rigoberto, a laborar a Siquirres, y pasa seis años allá, trabajando a brazo partido con un grupo de monjitas, encargadas de la catequesis de Siquirres. A su regreso en Guápiles y Sarapiquí, continúa como catequista para niños y adultos, y le corresponde llevar adelante esa misión en la zona bananera de Caribana en Cariari, llamada Londres, donde su esposo era gerente, así como en Sarapiquí. Y algo muy noble y bello que ha hecho durante los últimos cuatro años es lo que ella llama Pastoral Penitenciaria. "Vamos a visitar a los privados de libertad de La Leticia, en Roxana. Les llevamos un poco de aliento, algo de comer y la palabra de Dios", cuenta, toda feliz y orgullosa por lo que han hecho por las personas más necesitadas. Y como es una mujer sin fronteras, que no tiene horizonte ni barreras para ayudar ni para comunicarse, ahora tiene dos años de producir un programa en Radio Nueva. Es un espacio para la evangelización, y se transmite todos los martes a las 9 de la mañana. El nombre es tan colorido y pintoresco como ella. Se llama "Cocina y sabor con olor a Cristo".

Sólo cosas buenas "El programa inicia con una reflexión, luego sigue un canto, una oración personal y damos una receta de cocina. Finalmente tenemos una meditación. Me preocupa muchísimo la violencia doméstica, la prostitución que se da en esta zona, los niños que deambulan por las calles, el alcoholismo. Por eso, trato desde mi programa de hacer un poquito de conciencia. Sobre todo me preocupa la falta de compromiso de la gente", cuenta doña Floribeth, quien considera que lo primero en 158

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su vida son sus tres hijos, Eril Esteban, Carolina y Farid, su esposo, Don Rigoberto, así como sus papás, don Rafael Ottón Solís (qdDg) y doña Blanca Quirós, y sus nietos, Caterina, Monserrat y Paolo. Ojalá que Dios nos la tenga en esta zona por muchos años más, para que siga evangelizando y para que lleve paz y amor a tanta y tanta gente que la necesita. Ella no quería que nada de esto se publicara. La tuvimos que convencer por mucho rato, pues profesa lo que la Iglesia Católica sintetiza bíblicamente como "no dejar que la mano derecha sepa lo que hizo la izquierda", pero es tan bello y enorme su ejemplo, que comunicarlo nos parece oportuno y hasta urgente. Al rendirle homenaje, queremos saludar, junto a ella, a mucha gente que realiza una gran labor social desde la Parroquia de Guápiles, por ejemplo, quienes integran el grupo de oración al que pertenece doña Floribeth desde hace más de 15 años.

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Don Antonio Obando, de San Valentín de Pococí Toda la vida en la montaña Su hábitat natural es la montaña. Cerca de ella nació y en ella ha vivido sus 66 años. Quizás por eso es callado, con una mirada mansa y un andar tranquilo. Como que la selva se le ha metido en las venas. Cuando lo veo venir, es como ver venir a una criatura cuya bondad le sale por la sonrisa. Se le nota que no es capaz de matar ni a una mosca. Lo que sí ha tenido que matar es serpientes, pues en las montañas del sur de Pococí, abundan las terciopelo, las cascabel muda, las zopilotas y las sabaneras. Don Antonio Obando ha vivido toda su existencia entre las montañas de las faldas del Volcán Turrialba y las montañas de San Valentín, que es el nombre de las últimas tierras de Pococí, donde el cantón colinda con Turrialba y con el Parque Nacional Braulio Carrillo. Nació en Santa Cruz de Turrialba, pero su papá, el legendario don Nemesio Obando (qdDg) hacía fincas, es decir, sacaba potreros del bosque, por lo que Don Antonio creció entre las montañas. Y hace más de 40 años empezaron a colonizar las más remotas montañas de Pococí, al sur de Guápiles, en la zona de San Valentín de Pococí, donde don Nemesio y su hijo Antonio hicieron muchas fincas. Se venía del Volcán Turrialba a Guápiles a pie, y aunque por lo general se tardaba once horas, él duraba sólo ocho, pues es un gato montés para andar en el bosque. ¨Esa es la vía más cercana. Era mejor hacer la carretera Braulio Carrillo por ahí. Se sale al otro lado mucho más rápido¨, asevera don Toño, como lo conocen. Cuenta que le encantan esos bosques, sobre todo la catarata Chindama, que es tan grande que aparece en muchos mapas del país. ¨Ahí arriba hay mucho tigre y manudo, pero nunca me tuve que enfrentar a alguno. Nunca maté a un bicho de esos. Lo que sí mataba para comer era saínos y cabros de monte. Allá hay mucho de eso, y mucho tepezcuintle. Lo que no hay es venados¨. Durante cuatro décadas vivió en San Valentín, donde no hay ni agua potable, ni luz, ni nada... ¨Nunca he gastado muchas candelas, porque me acuesto cuando oscurece y me levanto cuando aclara¨, explica don Toño, quien ahora vive en Río Danta, donde le cuida la finca al ex Ministro de 160

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Agricultura Ricardo Garr贸n Figuls.

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En memoria de don Valentín Quirós Pionero de la excelencia Era atento, servicial, agradable. En Del Monte lo recuerdan por su don de gentes y su capacidad para comunicarse con los demás. No hacía diferencias de trato. Era colaborador y cuando había que ayudarle a alguien, él era el primero de la fila. Luchaba mucho por los empleados... Se sentía muy bien cuando notaba que se estaban superando. Le gustaba que todo el mundo estuviera bien. En su casa era un gran anfitrión. Por ejemplo, en Navidad hacía una fiesta para invitar a todos sus amigos a comer tamales. Nunca tomaba vacaciones. Se entregaba al trabajo y a los proyectos en cuerpo y alma. Al final de su vida, se realizó en las fincas que siempre soñó, ya fuera la de Venecia o la de La Virgen. Así era Don Valentín Quirós, un prominente ingeniero agrónomo que le dio mucho a la zona como empleado de confianza de las trasnacionales Del Monte y Standard Fruti Company. Pero no sólo dejó huella en Guápiles, El Carmen de Siquirres y Pandora de Limón, sino que fue fundamental para la producción de piña en Buenos Aires y de cítricos en San Carlos y Sarapiquí.

Su obra y su vida Su esposa, doña Magda Soley, nos ayudó a acercarnos a su obra y su vida, tan relevante y llena de grandes ejemplos. Don Valentín nació en San José el 20 de noviembre de 1941 y murió prematuramente el 2 de setiembre de 1997. Sus papás se trasladaron a la Zona Sur, por lo que estuvo en la Escuela de Golfito. Luego, volvieron a la capital, y el joven Valentín estudió la secundaria en el Colegio Lincoln. Más tarde obtiene una beca y se va a estudiar a Luisiana, Estados Unidos, donde se gradúa como ingeniero agrónomo. A su regreso, se vincula con la Standard Fruit Company. Primero estuvo dos años en Pandora de Limón. Casó con la señora Magda Soley, 162

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en 1968. Él tenía 26 años y ella 23. El viaje de luna de miel fue un regreso de don Valentín a Nueva Orleans, donde había estudiado.

En la zona A su regreso, vivieron un año más en Pandora. Luego se van a Guápiles, y viven en la Estación Experimental Los Diamantes. Pasa a Del Monte, y con esa trasnacional permanece en Guápiles durante 12 años. Trabaja como Superintendente de Agricultura. Su gestión fue tan exitosa que cuando Del Monte decide abrir en Costa Rica su división de piña, lo nombran Gerente General de Pindeco, hermana de Bandeco, en Buenos Aires, Puntarenas. Es el gran responsable de la activación piñera del Sur de Costa Rica. Del Monte no se conformó con sus tierras. También fue muy valioso el aporte de productores nacionales, como Rodolfo Robert, así como lo que consiguió don Valentín en la misma comunidad. Por ejemplo, cuenta el productor guapileño Carlos Roberto ´Beto´ Quirós, que, incluso, consiguió poner a los miembros de la filial de Alcohólicos Anónimos en la zona a sembrar y producir piña. Cansado por las responsabilidades que tenía encima y para evitar tanta presión y estrés, renunció a Del Monte en 1988.

Finquero Pero su carácter no le permitía estar sin proyectos ni grandes ilusiones en el campo de la producción. Y aunque salió del fuerte compromiso que significaba liderar una empresa trasnacional tan prestigiosa, se metió en otro campo lleno de sacrificio y esfuerzo. Compró una finca cultivada de piña en Venecia de San Carlos, y entonces nació la empresa ´Frutas Tropicales´. La levantó, la puso a producir y cuando la finca ya estaba volando, se la vendió a Banacol. Con ese dinero compró otra finca en La Virgen de Sarapiquí. Ahí cultivó piña y naranja, y fue exitoso en ambos casos. Fue un hombre rodeado de éxito. No era un éxito gratuito, tampoco fortuito. Era el resultado de su apego a la excelencia, su rigurosidad en la producción, sus enormes conocimientos en Agronomía y el innegable liderazgo que ejercía en el sector. Su éxito ni siquiera se deriva de un interés desmedido por el dinero. Más bien era desprendido, y más de una empresa le quedó debiendo Camilo Rodríguez Chaverri

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enormes sumas de dinero. Pero eso no le quitaba la tranquilidad. Él nació para otras cosas. Cuentan que era espontáneo, alegre y que no se enojaba con nadie ni por nada. Seguramente llegó al cielo tan contento como siempre andaba. Fue un hombre realizado y feliz, y eso es lo más alto a lo que puede aspirar un ser humano. Llegó sonriendo al cielo, pero quienes sabemos que su paso por la Tierra fue brillante y generoso, nos lamentamos de que el Creador no nos lo haya prestado por unos años más. Muchas cosas buenas estaría haciendo, con su enorme voluntad, su inteligencia y su capacidad de trabajo. La gente tan valiosa como él nunca muere. Su recuerdo germina siempre, como las plantas después de la lluvia.

El cariareño que anduvo con Don Pepe Estuvo en la línea de fuego durante la Guerra Civil del 48, ha sido colono en diversas regiones del país, peón bananero y un largo etcétera, lleno de aventuras, dolor y sacrificios. Don Miguel Ángel López López tiene 85 años y vive en Cariari, donde ¨aterrizó¨ después de largas travesías por Costa Rica, por sus campos y sus valles. Nació en Upala, cuando ese pueblo pertenecía al cantón de Grecia. Fue allí donde empezó a construir su historia. Trabajó en el Resguardo Fiscal en tiempos de León Cortés. ¨En esos tiempos, en Upala todo el mundo era nica. Sólo cuatro personas eran ticos, el Padre del pueblo, el Jefe del Resguardo Fiscal, el policía, y el maestro¨, cuenta don Miguel Ángel. Recuerda que ni siquiera había un padre designado para Upala, por lo que llegaba el sacerdote de Tilarán, que en ese entonces era el ahora arzobispo Román Arrieta. ¨Yo conocí a Arrieta cuando estaba nuevillo, nuevillo, como yo¨, explica. Después de vivir en Upala, se fue para Río Chiquito de Bagaces. ¨En Río Chiquito conocí a una muchacha de la que me enamoré, y comenzamos la ´jalencia´¨, dice don Miguel, refiriéndose a su noviazgo. Una de sus hijas interfiere en la historia, y agrega que el joven Miguel no tenía una novia sino varias. Él se ríe, y entre las carcajadas le sale un niño en la mirada. Parece como si estuviera viviendo todo aquello de 164

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nuevo. ¨Bueno, bueno. Tenía varias novias, es cierto, pero les cumplía a todas. Fíjese que las tenía ´pedidas´. O sea, que tenía que ir a ´marcar´. No sé ni cómo hacía, pero me la iba jugando¨. Aun así escogió a una, la liberiana Juana María García Quesada, y convinieron en casarse. Pero no había iglesia en Río Chiquito, así que tuvo que ir a casarse a Cañas. Pero tampoco era fácil. ¨Para ir de Río Chiquito a Cañas había que andar dos días. Eran doce horas de camino por día. El padre de Cañas se llamaba Delfín Quesada, que también terminó de Obispo, pero en San Isidro de El General. ¨En ese entonces ni siquiera había caballo para todo el mundo, por lo que mucha gente sólo podía moverse a pie. Mi Juana y yo éramos de esos que no tenían ni una yegüilla flaca¨. Don Miguel y doña Juana tuvieron 14 hijos, pero murieron 4 de ellos. La muerte de sus hijos lo ha marcado mucho, así como la muerte de la misma doña Juana, quien partió a mejor vida hace 17 años.

Por todo el país Después de estar sus primeros años en Upala y Río Chiquito, se fue recién casado para la Zona Sur, con el sueño de trabajar con la ¨Yunai¨ (United Fruit Company). ¨Por cierto que los salarios eran cualquier cochinada, pero alguito mejor que en Bagaces, donde ganaba peor¨. Con la Yunai, don Miguel trabajaba de 4:30 de la mañana a 2 de la tarde. Estuvo con ese trajín largo tiempo. Él calcula que vivió en los cuadrantes de Parrita unos 16 años. Pero llegó el momento en que el salario no le alcanzaba, por lo que decidió salirse de la bananera para ¨carrilar¨ 99 manzanas. ¨Voltié montaña y sembré pasto. Hice una ´criiíllita´ de animales. Poco a poco nos fuimos levantando, pero en eso se vino la Revolución del 48. ¨Yo apoyaba a Otilio Ulate, a quien nosotros conocíamos como ´El Mono¨. El Presidente de ese entonces era Teodoro Picado, y el otro candidato era el Doctor Calderón Guardia. ¨En ese tiempo no se votaba con tinta, como ahora, sino con estampillas. Se daba el fraude muy fácilmente. El Presidente de cada mesa era gobiernista, y le daba varias estampillas a los que iban con él. ¨Pero aún así, era tanta la diferencia, que a pesar de que hubo fraude, igual ganó don Otilio. Los diputados le quitaron la victoria. Entonces vino la Huelga de Brazos Caídos, murió el doctor Carlos Luis Valverde Camilo Rodríguez Chaverri

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Vega y Figueres ya estaba decidido a atacar por Tres Ríos, que está a un pasito de San José. Lo iban a hacer por ahí para cortar la comunicación de los gobiernistas de los dos pueblos más fuertes¨.

El combatiente del 48 Don Miguel se suma a la lucha. ¨Poco a poco, se fue haciendo grande la pelota. Y nos fuimos para San Isidro de El General porque don Pepe tenía contacto con los guatemaltecos, y nos iban a llegar las armas al aeropuerto de Dominical, que es una playa que está muy cerca¨. Estuvo en el famoso encuentro armado de El Empalme. ¨Cuando eso ya éramos 300. Perdimos San Isidro, tuvimos que salir en carrera, pero luego lo retomamos. ¨También nos apoderamos de Limón y de Guápiles. Por ejemplo, en Guápiles, la escuela central tiene una torre que se convirtió en un fortín nuestro¨. Vienen los días más difíciles. En la zona del Río Barú mueren muchas personas. ¨Y hubieran muerto centenas de personas. Porque muchos calderonistas salieron de Quepos y tenían que cruzar el río. Iban desarmados. Nosotros los hubiéramos matado a todos, porque mientras nadaban no tenían cómo protegerse, pero don Pepe dijo que no, que eso no era humano, ni propio de caballeros. Así que les salvó la vida¨, dice don Miguel, muy conmovido. ¨Don Pepe era un generalazo. Él hacía siempre el primer tiro. Era el encargado del tiro de gracia. Imagínese que Somoza, el dictador de Nicaragua, le mandó a los gobiernistas una enorme cantidad de guardas, y nosotros los hicimos arrepentirse en el frente de combate¨. Dice don Miguel que algo muy curioso es que nuestra Guerra Civil inició y terminó en Ochomogo. ¨Ahí fue el primer combate, porque está a mitad de camino entre Cartago y San José. Y también fue ahí donde firmaron el pacto¨, explica el señor López, quien estuvo en los batallones de los hermanos Eusebio y Rafael Ortiz, y de Marcial Aguiluz, un hondureño que luego se convirtió en leyenda en nuestro país.

De vuelta, lleno de dolor Cuando volvió a Parrita, después de la guerra, empezaron las duras pruebas en el campo y la familia. Al tiempo, ya fue demasiado. ¨No estábamos mal ahí, pero el clima y los males de la zona me 166

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mataron a dos hijos. Una hijita se me murió de 10 años de edad por una fiebre, y el otro se me murió de 13, por culpa de un tétano¨, cuenta don Miguel, apesadumbrado. La muerte del segundo desencadenó una furia de don Miguel contra el lugar. ¨El chiquillo estaba ayudándome a arreglar una instalación, y se punzó la planta del pie con un clavo herrumbrado. ¨Nosotros lo curamos bien, pero, qué va, a los tres meses le reventó el tétano. Por más que un doctor luchó por salvármelo, no fue posible. Eso me ´agüevó' muchísimo¨. Entonces se fue para San Carlos. Tuvo problemas y al año tuvo que salir a buscar un mejor futuro en otra zona. Fue así como llegó a Limón. Primero estuvo en la zona de La Estrella. Poco después llegó a San Pedro, en la zona de Cariari. Hace ya un cuarto de siglo. ¨Lo primero que hice en la zona fue construir un rancho. Era peón de la bananera, pero conseguí que me nombraran de guarda¨.

Parcelero en Llano Bonito Al tiempo, el IDA le brindó una tierra y así se hizo de parcela en Llano Bonito de Roxana. ¨Viví en ese lado 12 años, hasta que murió mi esposa, y sentí que hasta el paisaje se me venía encima. Por eso fue que compré una casita en el centro de Cariari, y aquí vivo desde hace más de diez años¨, cuenta don Miguel. Durante este cuarto de siglo en nuestra región ha adquirido una enorme experiencia en el cultivo del cacao y el maíz, así como en el manejo de ganado. También sabe mucho de seguridad. Recuerda entre risas muchas anécdotas de su vida como soldado o como policía. ¨Diay, imagínese todos los sustos que se lleva uno en eso. Más cuando a Daniel Oduber se le ocurrió cambiar los colores del uniforme de la Guardia, y nos encaramó unas camisas amarillas. Parecíamos una flor de ayote, y lo peor es que hasta de noche cualquier ´maleante´ nos reconocía con sólo el rabo del ojo¨. Entre risas e historias sigue la tertulia durante muchas horas. A cada rato se levanta y trae más pinolillo. Esa es su bebida favorita. ¨Es que viera que algo de nica tengo, sobre todo porque en Upala aprende uno mucho de ese país y de su gente. ¨A mí la vida me ha rendido para mucho. Me conozco Nicaragua de lado a lado. Puedo llevarlo a Jinotepe, a Diriamba, a Chinandega o a Masaya. A´á lo invito a tomarse unos tiste, que es como le dicen ellos al Camilo Rodríguez Chaverri

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pinolillo. Vamonós. De por sí, yo sé que la vida me da cuerda. Mi abuelo se llamaba Victoriano Guevara y vivió 115 años. Tenía una barba que le llegaba hasta el ombligo y estaba tan bien, que le dejó a mi abuela madera para tres meses en la troja¨, concluye este cariareño que sí puede decir que ha rodado y ha conocido mundo...

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Homenaje a don Hernán Barrantes Le ha dado mucho a la comunidad Mi amor por Guápiles se hizo grande cuando estaba en el colegio. Ahí conocí las necesidades de compañeros que venían en bus desde Ticabán, Primavera, Maravilla y Llano Bonito. Esos muchachos se levantaban a las 3 de la mañana, y ya a las 4 venían en un bus que tardaba entre dos y tres horas. Recuerdo también las necesidades de quienes vivían en Barra del Colorado o Barra del Tortuguero, y que se quedaban entre semana en la residencia del Colegio Agropecuario de Pococí, que era el único de la zona. En el colegio la gente hablaba de un señor Hernán Barrantes. Todo el mundo me hablaba muy bien de él. Había sido Presidente de la Junta Administrativa de la institución. Su legado era enorme, y todos y todas lo respetaban muchísimo. Al conocerlo simplemente confirmé lo que me habían dicho. Sencillote y muy campesino, don Hernán es un hombre intachable, incorruptible, que le ha dado muchísimo a la zona. Uno de quienes me enseñó a venerar su ejemplo es don Roberto Cárdenas, otro hombre ejemplar, que le ha dado mucho a la comunidad, y que, al igual que don Hernán, ha sido fundamental para el desarrollo de algunos importantes centros educativos de la zona. Don Hernán y don Roberto hicieron yunta en el colegio agropecuario y fueron fundamentales para el fortalecimiento de la institución.

A pesar de todo... Una de las características más genuinas de la personalidad de don Hernán es su aversión por los homenajes. Este artículo se publica a escondidas de él, y en contra de su voluntad. Si se hubiera enterado, simplemente habría insistido en que no era pertinente esta publicación. Por eso es que no era posible entrevistarlo, y estas palabras se basan en una entrevista con quien fuera su mano derecha en varias luchas, el mismísimo don Roberto Cárdenas. Camilo Rodríguez Chaverri

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Don Roberto recuerda que don Hernán es un hombre silencioso, que se esfuerza por pasar inadvertido. ¨Yo ya había oído hablar mucho de él, pero lo conocí en 1985, cuando me integré a la Junta Administrativa del Colegio Agropecuario. Junto a don Hernán había un grupo de trabajo muy valioso, integrado por el agricultor Juan Rafael Rizatti, el veterinario Guido Carballo, y los médicos Pedro Saborío y Javier Brenes. ¨En ese entonces, don Hernán tenía fincas en la zona, pero también tenía otros negocios en Guanacaste y en San José. Así que a veces estaba al otro extremo del país precisamente para los días de las reuniones de la junta. Sin embargo, estuviera donde estuviera, se venía para la zona. Nunca faltó a una sesión de la junta. Y eso es especialmente significativo si tomamos en cuenta que en ese entonces no estaba la carretera Braulio Carrillo. A veces Don Hernán se venía desde Guanacaste hasta Guápiles por algún compromiso del colegio. ¨Cuando se atrasaba recibíamos una llamada desde Tres Equis de Turrialba, que ya venía de camino. Eso demuestra el enorme interés que siempre ha tenido por el desarrollo de la educación en la zona¨, explica Don Roberto Cárdenas.

Detalles Hay detalles en la obra de este gran hombre que lo retratan mejor que cualquier argumento. Por ejemplo, durante todo el tiempo en que estuvo al frente de la Junta Administrativa del Colegio Agropecuario de Pococí contrató con su dinero a un mariachi para la fiesta del Día de las Madres. Junto a ese hermoso gesto, no se hacía presente a la actividad, para no permitir que le hicieran un reconocimiento. Así lo hizo año a año. ¨Dios guarde alguien mencionara algo. Se molestaba mucho¨, cuenta don Roberto. Todo lo bueno que ha hecho, ha salido de su corazón sin hacer bulla... En el colegio dejó una gran obra. Fue uno de los principales promotores de la construcción del gimnasio, que se construyó con madera de sus fincas, que él regaló, como también regaló toda la madera para la construcción de la biblioteca. Cuenta don Roberto Cárdenas que don Hernán fiscalizaba con enorme celo el destino y uso de los recursos del colegio. ¨Puso orden en el colegio. Era súper exigente. Fue riguroso en la revisión de las cuentas por saldar, y no permitió que quedara una sola deuda¨. Durante su gestión, el colegio comenzó a caminar mejor. Por ejemplo, la finca de la institución se inició en la producción de leche. Incluso 170

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empezó a entregar leche a la Dos Pinos. Don Hernán Barrantes cumple el precepto bíblico de que la mano izquierda no debe enterarse de lo que hace la derecha. Basta con hacer una síntesis de su historia en la zona. Don Hernán llegó hace tres décadas. Donó 6 hectáreas para el desarrollo de la primera etapa de Coopevigua 1, así como el terreno donde está la Delegación de la Guardia Rural. De la misma manera, donó material y madera para la construcción de varios puentes de la zona. Por ejemplo, uno de los mejores puentes de la región, uno famoso, que comunica a Palmitas con Puerto Lindo.

Donó terreno del Liceo de Pococí Hay un aporte histórico para la educación en la zona, del que poco se habla. Se trata de la donación de un terreno de 3 hectáreas para la construcción del Liceo de Pococí. De nuevo es don Roberto Cárdenas quien está cerca de él en esta ocasión. La semilla del Liceo de Pococí fue una sección académica que se abrió en el ya Colegio Técnico de Pococí -antes colegio agropecuario-, gracias a un movimiento estudiantil en el que estuvo vinculado este servidor. El movimiento surgió entre estudiantes del Colegio Técnico, disconformes por la ausencia de una opción académica en la zona. Cerramos calles, fuimos a los medios de comunicación, y el Ministerio de Educación nos prestó atención. Era el año 1993. Luego, consiguieron que dicha sección académica se convirtiera en colegio, en 1994. ¨El Ministerio de Educación exigía una planta física para el colegio. Como no la teníamos, conseguimos que la Iglesia Católica nos prestara las instalaciones viejas del Hogar de Ancianos, un inmueble que solamente se usaba los sábados para dar catequesis. ¨Aunque la Iglesia nos dijo que sí, las instalaciones viejas del Hogar de Ancianos estaban muy mal. En una reunión de la junta del nuevo colegio, doña Nora, doña Sara, doña Patricia, doña Marielos y yo decidimos empezar a buscar un terreno en el que pudiéramos construir las instalaciones del colegio. ¨Yo sabía que don Hernán era dueño de muchos terrenos detrás de Coopevigua 1 y camino a La Colonia. Lo llamé con la idea de conseguir un buen precio. Él me llevó a ver la finca, que queda detrás del aeropuerto. Me llevó a un sector determinado, y me dijo que podía vendernos precisamente ahí. Me preguntó que con cuánto dinero Camilo Rodríguez Chaverri

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contábamos, y yo le contesté que no teníamos ni un cinco para comprar el terreno para el colegio, pero que estábamos decidimos a iniciar actividades de una sola vez¨.

Un gran gesto ¨Me explicó que estaba vendiento a 7 millones la hectárea, o sea, que nos salía el terreno en 21 millones. Le dije que no lo vendiera, porque de alguna manera íbamos a conseguir la plata. ¨Yo tenía una panadería llamada ´La Nona´ en el Centro Comercial El Carao, y él me traía de vuelta en su carro, cuando de un momento a otro, frente al hospital, me dijo, ´-Que les voy a estar vendiendo yo ni mierda... Mejor se los regalo´. ¨Recuerdo que cuando llegué a contarle a doña Marielos Arce que don Hernán había decidido regalarnos el terreno, ella pegaba brincos de la alegría. ¨Ya a finales de ese año, gracias a don Hernán, el Ministerio de Educación nos entregó las llaves del colegio, ya terminado. ¨Fue una labor de mucha, muchísima gente, pero se hizo realidad gracias al aporte de ese hombre valiosísimo que es don Hernán Barrantes¨, concluye don Roberto Cárdenas, con una gratitud muy grande que le dibuja el rostro... Sin duda que ha sido imprescindible para el desarrollo educativo de Pococí. Por eso, sería justo que uno de los dos colegios más grandes de la zona, el Colegio Técnico de Pococí o el Liceo de Pococí, en los que él ha realizado una gran labor, lleve el nombre de esa gran persona que es don Hernán Barrantes.

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Hormiguita de El Limbo Doña Mayra Torres Lobo Es el motor de El Limbo de Duacarí. Trabaja con alegría y ahínco, inyectando mucha de su energía al desarrollo de la comunidad. Doña Mayra Torres Lobo es la mamá de muchas obras de bienestar en la zona. Tiene 30 años de vivir en ese distrito, y es una de las principales responsables de que su pueblo sea ejemplo en muchos indicadores sociales. Por ejemplo, El Limbo de Duacarí tiene un centro de salud de lujo, en cuya construcción trabajaron a fondo doña Mayra y su esposo, Don Moisés Azofeifa Jiménez (qdDg), quien, como dice ella, ¨era el piñón del centro en esta comunidad¨. ¨Cuando íbamos a empezar el centro de salud, nos mandaron a una ´gringa´ de la Embajada de Estados Unidos a que nos asesorara, y nos dijo que era demasiado grande para El Limbo, que la comunidad no se merecía algo de esas dimensiones. Entonces nos entró pundonor y vergüenza, y le demostramos de lo que somos capaces. ¨En el Centro de Salud de El Limbo no hay ni un cinco del gobierno. Todo lo conseguimos con actividades comunales. La comunidad paga la luz, el agua, la limpieza, y hasta la secretaria. Lo único que nos paga la Caja es el médico y la enfermera. ¨Pero imagínese lo bien que estamos que tenemos hasta implementos para hacer operaciones de cirugía menor. Y todos los muebles de la clínica y el mobiliario de la farmacia son fruto de nuestros turnos y nuestros bingos¨, dice doña Mayra, llena de orgullo. Don Moisés Azofeifa, su compañero, fue un soporte vital en todas las actividades comunales. Las llevaban adelante juntos. Un mal hepático nos lo arrebató hace 4 años. Murió de apenas 49 años de edad. La partida del amor de su vida golpeó hondamente a doña Mayra. Pero, a pesar del dolor y la tristeza, siguió trabajando por el pueblo. Fue así como, de nuevo, su aporte ha sido fundamental para conseguir una central telefónica para El Limbo de Duacarí, donde ahora cuentan con 800 líneas telefónicas. Empezaron con 300 líneas para el centro de El Limbo, pero ahora también hay líneas para Pueblo Nuevo y Mata de Limón. Un detalle importante es que la comunidad le donó al ICE el terreno para la Central Telefónica. Camilo Rodríguez Chaverri

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Aporte muy importante Y su familia, particularmente, ha donado los terrenos del Centro de Salud, parte de la plaza del pueblo y parte de la escuela. Doña Mayra es una dirigente comunal nata. Tiene 53 años de edad, y vive en El Limbo desde que tenía 23. No obstante, desde antes ya era una gran líder. A los 15 años de edad fue electa como secretaria de la Junta Progresista de La Rita, y antes, estando en la Escuela de Roxana, ya se preocupaba por los problemas de la comunidad. Y es tanta su entrega que, incluso, llevó la contabilidad de la escuela de El Limbo durante 17 años, de manera gratuita. Además de dirigente, es una gran empresaria. Su esposo siempre tuvo soda, y ella quedó al frente del negocio cuando don Moisés murió. También tiene camiones y microbuses para transporte de estudiantes y peones. En los más recientes meses ha estado apoyando a los agricultores y los parceleros de la zona, junto al dirigente Pedro Hernández Fernández, así como ejerce liderazgo en la organización de la seguridad comunitaria. Mujeres como ella, con tanta entrega y apego a los valores, hacen patria como Dios manda, y permiten que en nuestros pueblos haya progreso y calidad de vida.

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Julián López Lanza El cariareño que defendió a Calderón Guardia Llegó a Costa Rica en 1946, poco tiempo después de la Reforma Social del Doctor Calderón Guardia, Monseñor Sanabria y Manuel Mora. Venía de su natal Rivas, en Nicaragua, soltero y con muchas ganas de trabajar en agricultura. Y fue conciente de lo que aquellas reformas le permitieron como empleado del agro en nuestro país. A sus 84 años de edad, don Julián López Lanza recuerda todo lo que hizo, recién llegado al país, para defender la legislación social. Apenas arribó a estas tierras, se fue para la Zona Sur, donde trabajó en las bananeras. Estaba en Quepos cuando estalló la Revolución del 48. Entonces, voluntariamente se presentó para sumarse a las filas gobiernistas. ¨Calderón Guardia hizo las leyes sociales que ampararon a los trabajadores como yo. Era mi deber defender su obra¨, cuenta don Julián. Primero lo mandaron para Dominical. Ahí comenzó su lucha contra los pelotones de Figueres. ¨Nos dirigimos hacia San Isidro de El General. Uno de nuestros generales tenía miedo de entrar al pueblo, porque ahí habían matado a Tijerino, uno de los nuestros, muy valiente y buen soldado. ¨Ahí tuvimos el primer enfrentamiento, pues entramos con el coronel Leiva. Yo me recluté solo. Nunca había sido policía. Por eso me ponía más nervioso. ¨Cuando los de Figueres se fueron de San Isidro, Leiva nos dijo que nos fuéramos para San José. Recuerdo que después de un viaje larguísimo, llegamos muy cansados, y nos apeamos en la Escuela de Chile¨. Eran 250 hombres, y se fueron para Santa Ana, pues les dijeron que allá estaban los de Figueres. ¨Tuvimos un enfrentamiento de ocho horas frente a la entrada de Villa Colón. Después de la batalla, nos devolvimos para San José, con la idea de ´agarrar´ al día siguiente hacia Cartago, pero recibimos la noticia del desarme. Así fue como entramos desarmados los soldados de Calderón. ¨Yo digo que Figueres perdió. La prueba está en que dentro del arreglo no tocó la legislación social. Bueno, o más bien fue que ganó la Camilo Rodríguez Chaverri

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Reforma Social. Dejaron que Picado saliera del país. Y dos días después entraron los figueristas. ¨Siempre que hablan de fraude, yo les digo que sí hubo fraude, pero también por parte de los ulatistas¨, concluye don Julián, con los ojos llenos de una luz que le viene del pasado.

De nuevo en bananeras Cuenta que una vez que concluyó la Guerra Civil lo mandaron en tren para Puntarenas. Y de Puntarenas lo trasladaron en lancha hasta la zona bananera. Después de su participación en el enfrentamiento del 48, don Julián trabajó 25 años en bananeras, tanto en Quepos y Parrita como en Cariari. ¨El trabajo de la bananera es muy duro. Y antes era todavía más pesado. Para ´conchar´ banano hay que saber aguantar el peso de un racimo grande y que está en lo alto. También hay que soportar el cansancio y el dolor. Después del 48, que fue cuando me tocó la etapa de criar familia con el trabajo de peón en zonas de banano, la plata valía pero se ganaba muy poco. Yo me ganaba 170 colones por quincena, y gracias a que conseguía contratos. En cambio, los que trabajaban sin contrato se ganaban 5 colones por día¨, recuerda. Es cristiano, y dice que lo único que espera a sus 84 años es la misericordia de Dios. Quedó viudo, por lo que le tocó terminar de ver por sus 7 hijos. Ahora convive con la señora Aurora Picado Castillo, quien también quedó viuda. Se conocieron en Cariari y han conseguido fusionar las dos familias, convertirlas en una sola. Don Julián considera que a su edad lo mejor que puede hacer es dar consejo a los jóvenes. ¨Yo le digo a los jóvenes que se preparen para Cristo a como yo me he preparado. La vida es nada sin Dios¨.

Duras pruebas En los últimos años le han tocado duras pruebas. Perdió una pierna y casi pierde la casa. Le dieron un bono de la vivienda, con el que le alcanzaba para construir su casita, pero dice que algunos dirigentes lo obligaron a adquirir un préstamo con Fundecol. 176

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Como pudo construir con sólo el dinero del bono, devolvió el dinero del préstamo, pero varios años después le llegó un cobro judicial. Alguien se había dejado el dinero que él devolvió. Don Julián no sabe leer ni escribir, y es por eso que muchas veces se han aprovechado de él. Después de estudiar su situación, el IMAS le ayudó a pagar parte de la deuda, y le tocó a él pagar el resto. Ni las deudas ni los problemas de salud han conseguido doblegarlo. La dignidad es una palabra que se le nota con sólo verlo ponerse de pie, en medio de las dificultades. Es la dignidad de quien estuvo en el 48 y llegó hasta el final con las botas bien puestas.

Camilo Rodríguez Chaverri

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Don Otto Rodríguez El panteonero de Guápiles Hace el trabajo más duro en el cementerio de Guápiles y se encarga de que todo esté bello. Para Don Otto Rodríguez, ser panteonero es un arte y un oficio, pero sobre todo es un orgullo de familia. ¨Aprendí mucho de viejos panteoneros, como Don Jesús y ´Moncho´ Moya, y también de mi papá, Benigno Rodríguez Coto, quien fue panteonero en Guápiles durante 20 años. Mi papá ha sido el panteonero con más antigüedad aquí. ¨Yo fui panteonero pagado durante 16 años. Me pagaba la municipalidad. Pero realmente empecé a ayudar en este cementerio desde que tenía 12 años de edad. ¨Ahora estoy pensionado, pero no me acostumbro a pasar metido en la casa. Formo parte de la junta directiva del cementerio. La gente se queja porque cobramos. Hay que cobrar porque es la única manera de que todo esté bien. Por ejemplo, había mucho desorden con lo que tiene que ver con las bóvedas, pero ya tenemos todo en orden. ¨Yo me pongo todo contento cuando veo lo bonito que está el cementerio. Este trabajo me realiza¨, cuenta don Otto, quien toda la vida ha trabajado al campo. Antes de ser panteonero, laboró como peón en la finca del legendario Don Santiago Chamberlain, así como en las fincas de Don Gonzalo Barrantes y Don Lico Jiménez Céspedes. También fue funcionario del MOPT y del AyA en la zona. ¨Incluso fui el encargado de toda la cañería que va hacia Cariari¨, cuenta, todo contento, este señor de 66 años. Asimismo, como funcionario municipal, durante 16 años luchó para que se le diera al cementerio el presupuesto y la posición que merece. Mientras tanto, en el campo comunal ha destacado como miembro de la Junta de Educación de la Escuela Los Ángeles, que es el barrio donde vive, bien cerquita del cementerio que ha terminado siendo su paraíso y su razón de ser.

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Don Antonio Vargas Jiménez La vida entre odiseas Ha sido desde chofer de Presidentes de la Asamblea Legislativa hasta panadero, desde vendedor de pollos y jalador de sacos hasta comerciante de oro en la boca de las minas. Don Antonio Vargas Jiménez va pasando por la vida como quien pasa un río entre las piedras. Dando saltos y brincos para acá y para allá, de un lado para el otro, sin cesar. Nació en Dulce Nombre de Coronado hace 73 años. A los 2 años de edad se lo llevaron para San José. ¨Me crié en la capital, a un costado del Panteón Central. A los 6 años tuve que empezar a pulsearla en la calle porque la situación de la familia me lo exigía¨, cuenta Don Antonio. Se ganaba el cinco lavando bóvedas precisamente en el Cementerio Central de San José. ¨Al tiempo, yo me di cuenta que no me alcanzaba con la plata que me ganaba lavando bóvedas. Fue por eso que tuve que entrar a la escuela más grande que hay en Costa Rica, el Mercado Central. ¨Esa ha sido la escuela de la vida que he tenido. Desde muy pequeño aprendí ahí las leyes y los secretos del comercio. Primero que todo, fui jalador de sacos. Pero poco a poco me fui acomodando, y terminé ganándome la platilla como el turismo, que ya llegaba al Mercado Central¨, recuerda don Antonio.

Al mismo tiempo... Trabajó en el Mercado Central hasta los 15 años. Mientras tanto, concluyó la primaria en la Escuela Mauro Fernández y se metió al Colegio Don Bosco. Cuando dejó de trabajar en el mercado empezó de panadero. Entraba a las 4 de la tarde y salía a las 11 de la noche. ¨Trabajaba preparando masas para hacer pan con manteca y huevos. Estaba en una panadería de don Enrique Pochet, por lo que me fui para Miramar de Montes de Oro, donde, además de panadería, don Enrique tenía un comisariato y muchas fincas¨. Aunque seguía de panadero, poco a poco se fue metiendo a minero y también a comerciante, en el Comisariato del señor Pochet. Una vez que alzó vuelo en el mundo de los negocios, se puso a comprar oro de Camilo Rodríguez Chaverri

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las minas para revenderlo. Entre una cosa y otra, empezó a aprender algo de construcción, hasta que, cuando tenía 19 años, consigue que lo envíen para Bolivia para ayudar en la construcción del Hospital Obrero de ese país. ¨Era una trabajada enorme. El hospital tiene 17 pisos. Allá estuve cinco años. Aprendí idiomas y dialectos de los indígenas¨, cuenta don Antonio. ¨A la vuelta, empecé a ´pulsearla´ con el comercio. Me puse a trabajar en el negocio de los abarrotes. Me iba tan bien que en algún momento lo dividí en cinco, para ayudarle a cinco de mis hermanos. Nosotros somos 16 hermanos. Siempre nos hemos ayudado. ¨Puse a esos cinco hermanos al frente del negocio para ayudarles, y que se pudieran costear los estudios¨, explica don Antonio. Luego, su amigo Don Carlos Espinach lo llamó a la Asamblea Legislativa, para que trabajara como chofer del Presidente de la Asamblea Legislativa. Se convirtió en hombre de confianza de los Presidentes de la Asamblea Legislativa, entre ellos, Rafael París, Rodolfo Solano Orfila, Hernán Garrón y Yoyo Quirós. Al mismo tiempo, era el encargado de velar por los licores de la Asamblea Legislativa, o sea, que controlaba su uso en las fiestas y recepciones. ¨Gracias a ese trabajo conocí a gente tan famosa como Mario Moreno ´Cantinflas´ y Libertad Lamarque. Y lo mejor es que me di cuenta de las barbaridades que se cometen en esta materia en la Asamblea Legislativa. Imagínese que hubo momentos en los que se gastaba hasta 50 ó 60 cajas de whisky¨, confiesa don Antonio.

En Limón y en Guápiles Después de 16 años en la Asamblea Legislativa, se vino para Limón animado por su amigo, Don Hernán Garrón (qdDg). Fue ahí que se hicieron hombres sus hijos. Uno de ellos, Johnny, se convirtió en un importante dirigente estudiantil. ¨Era tan reconocido y tenía tanto liderazgo que don Daniel Oduber lo pidió para diputado, cuando tenía sólo 18 años. Johnny le dijo que no, porque consideraba que todavía no estaba preparado. Sin embargo, me lo pusieron de regidor en la municipalidad de Limón¨. Don Antonio tomó el American Bar, y revolucionó el servicio. ¨Pusimos a Limón a bailar. Desde ahí hacíamos el famoso programa deportivo de don Edgar Torres Salazar¨. Tuvo este negocio durante 22 años, hasta hace casi un lustro, cuando 180

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se vino para Guápiles, siguiendo los pasos de sus hijos. Ahora se dedica a la crianza y venta de pollos y tilapias. La finca en la que produce queda en la ribera del río Costa Rica, al sur de Guápiles. Y hasta piensa meter ganado en estabulación. No se detiene. No para ni para tomar impulso. Don Antonio sigue brincando de piedra en piedra, en ese río caudaloso y limpio que es su vida.

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Don Víctor Hernández Alvarado 90 años de puro trabajo Acaba de cumplir 90 años y todavía siembra yuca, pica leña y se sienta por las tardes a soñar. En estos días está cumpliendo 90 años uno de los más importantes pioneros de la zona norte del distrito de Jiménez. Se trata de Don Víctor Hernández Alvarado, quien es una leyenda en el desarrollo histórico de comunidades como San Luis de Jiménez y Anita Grande. Don Víctor nació el 5 de junio de 1912, en San Rafael de Poás, Alajuela. Ayudaba en labores agrícolas desde los 8 años de edad y a los 12 empezó a trabajar volando pala. Ya cuando eso su familia vivía en Santo Domingo de Heredia. ¨Cuando eso, a los paleros le ponían a uno un ´orillero´. El ´orillero´ es un palero buenísimo, que iba adelante jalando a los otros, más nuevillos¨, cuenta don Víctor. Estuvo en Santo Domingo una década, y después se vino para la zona, siguiéndole los pasos a un hermano. ¨Mi hermano se había venido para acá huyendo de un problema que había tenido en Heredia. A mí me había dicho que la gente de estos lados era muy mala, y me daba mucha lástima mandarlo solo. Temía por su vida. Me daba miedo que lo mataran aquí¨, confiesa don Víctor, quien no recuerda el año en que llegó, pero sí tiene muy presente que fue durante el gobierno de don León Cortés, que fue Presidente de 1936 a 1940. Él y su hermano, que se llamaba Bernardino, pasaron seis años trabajando en las montañas de la zona, sin volver a casa ni saber de los suyos. ¨Aquí la vida era algo serio. Esta carajada no valía un cinco. El paludismo mataba a mucha gente, los chiquillos se morían de lombrices en la panza y había bichos de toda clase. Fue un tiempo muy duro para nosotros. Los temporales duraban hasta tres meses. ¨Pero así como eran de duros, eran tiempos muy buenos para la agricultura. El ´mais´ se daba a dos cachos la mata¨, recuerda don Víctor. Cuenta que transportaban el maíz hasta San José gracias al tren. Sin embargo, para llevarlo hasta la línea, en Anita Grande, sacar el maíz era una odisea. ¨Sacábamos los sacos a caballo, desde San Luis hasta la 182

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línea, por unos barriales que daban miedo. Las bestias se pegaban, y a uno le daban ganas de llorar o de salir corriendo¨. Cuando volvieron a Santo Domingo, el joven Víctor y su hermano se percataron de que su futuro estaba en Pococí y Guácimo, donde podían hacer fincas y salir adelante. Así que regresaron, pero esta vez lo hicieron con buena parte de su familia. Su mamá compró finca en Jiménez, y todo se hizo un poco menos difícil... Don Víctor es soltero, y nunca tuvo hijos. Vive con su sobrina, doña Betina Hernández Arce, y su esposo, don Pepe Sánchez, otras dos figuras imprescindibles en la historia del distrito de Jiménez.

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Doña Ana Isabel Vargas La última de los Campbell Su familia es una leyenda, un mito con apellido y carcajadas. Los Campbell remiten a la historia del tren, a los hallazgos indígenas en estas tierras, a las grandes fincas de potreros a la orilla de la línea férrea... Y los Campbell también nos remiten a íconos de nuestra cultura regional, como Don Ernesto (qdDg), el negro de las sonrisas y las palabras más particulares, y Don José (qdDg), el chancero más viejo de la región. Ella es la menor de la dinastía, y al igual que los otros, es un encanto de alegría y picante, como el rice and beans que cocina, y como los secretos del mundo culinario afrocaribeño que nos está rescatando. Ana Isabel Vargas Campbell es la única hija del segundo matrimonio de doña Ancela Campbell James, la mamá de todos esos Campbell que le dieron colorido al paisaje que nos dejaron enclavado en la historia. ¨Resulta que el papá de mis hermanos se llamaba Percival Cowan, pero mis abuelos siempre quisieron que a mis hermanos los bautizaran con los apellidos de ellos, o sea, sólo con los apellidos de mi mamá. Por eso fue que dejaron por fuera el apellido Cowan, y ahora suena tanto el apellido Campbell, gracias a Dios¨, cuenta doña Ana Isabel, con una sonrisa en la boca.

De Pérez Zeledón a Guápiles Cuando su mamá se separó de don Percival, se fue para Pérez Zeledón. Allá conoció a don Isaías Vargas, quien terminó siendo su segundo esposo y el papá de doña Ana Isabel. De brazos, pocos meses después de su nacimiento se la trajeron para esta zona. Estábamos en el año 48. Don Ernesto Campbell mandó a traer a su madre por miedo a que le ocurriera algo malo durante la Guerra Civil. ¨Desde entonces tengo una relación lindísima con mis hermanos. Son verdaderos hermanos míos. Todos han sido muy especiales. Pero el más bello y tierno conmigo siempre fue Ernesto. Imagínese la gran persona que era que para traerme con mi mamá de San Isidro de El General hasta Guápiles tuvo que vender una vaca¨, dice doña Ana Isabel, y se le mojan los ojos mientras piensa en su hermano, fallecido hace dos años. 184

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Muy empunchada La última de los Campbell, la hermana menor, vivió muchos años en Guácimo, y cumplió su sueño de estudiar la secundaria gracias a que nació el Colegio Nocturno de Pococí. ¨En los años en que me tocó criarme en la zona, aquí todo el mundo se dedicaba al maíz y la yuca. Eran pueblos muy pobres y atrasados. En Guácimo, donde pasé mi niñez, no había caminos, sólo trillos y la línea del tren¨, explica doña Ana Isabel. ¨Sin embargo, recuerdo una infancia sin perros ni rejas, en la que no había que usar alarma para que no le robaran a uno hasta la cama, y en la que los chiquillos andábamos solitos, sin miedo a que nos raptaran o algo así...¨. Poco después consiguió trabajo en el Colegio Agropecuario de Guácimo, recién inaugurado. En esa institución trabajó desde 1974 hasta que se jubiló, 26 años y 6 meses después. Inició como miscelánea. Y fue estudiando y estudiando, hasta que se ganó el puesto de bibliotecaria. No es conformista. Así que siguió estudiando en el CIPET, en Alajuela, hasta donde viajaba durante los fines de semana, y terminó como Profesora de Secretariado. Siempre se ha caracterizado por ser colaboradora e incondicional. ¨Cuando había actividades para recaudar fondos para el colegio, me acostaba a la 1 ó 2 de la mañana. Poquito a poco fuimos levantando el colegio. Al principio era chiquititico. Por ejemplo, recuerdo que para el primer año del colegio, sólo teníamos un director, un misceláneo y un puñillo de profesores. El director no tenía ni secretaria¨.

Nueva etapa Doña Ana Isabel se jubiló hace cuatro años. Y en todo este tiempo no ha descansado. Ha transcurrido su tiempo entre proyectos y sueños. Primero abrió un bar y restaurante en Guácimo, luego se hizo cargo de la soda de una empresa textilera en ese cantón y ahora está a cargo de Rancho Hoss, negocio que inició con el nombre de ´Los Sukias´, y que durante mucho tiempo fue propiedad de su hermano, el legendario Ernesto Campbell. ¨Tengo una enorme ilusión gracias a este nuevo proyecto. Primero que todo, debo decir que estoy aquí por mi hermano Ernesto. Trabajo muy fuerte en memoria de él. ¨En este negocio se goza de mucha paz. Estoy tranquila y contenta. Camilo Rodríguez Chaverri

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No me puedo quejar de nada. Además, estamos ofreciendo un servicio único en la zona. Quien venga a comer aquí, se sentirá como comiendo en casa¨, asevera doña Ana Isabel.

Rescate culinario afrocaribeño Junto a su afán porque sus clientes se sientan como en su casa, doña Ana Isabel ha iniciado en Rancho Hoss una cruzada a favor de la cultura afrocaribeña, que pretende rescatar en su negocio a través de la cocina. Ni siquiera tuvo que desempolvar recuerdos. Es algo que convive desde siempre en su historia personal. ¨Quiero que mi gente conozca el corazón de nuestras raíces afrocaribeñas gracias al gusto y al estómago. Suena a enredo, pero está muy claro. ¨Aquí les ayudamos a descubrir la magia de Limón de la mano del ´rice and beans´, pero, no nos quedamos sólo con ese platillo, que es el más conocido. Estamos empeñados en mostrarles los secretos, los tesoros de la comida afrocaribeña. Hay un montón de platillos típicos de la cultura afrocaribeña que no se conocen en esta zona¨. Por ejemplo, cuenta doña Ana Isabel que ofrece platillos tan pintorescos como la carne cocinada en coco, la tortilla de yuca, el seso vegetal y el rondón, así como las bebidas típicas de la zona, entre ellas, la ´agua de sapo´. Si usted desea conversar con esta mujer con tanta cultura y tanta historia que contar, puede llamarla al teléfono 711-0163. Le recibirán muchas anécdotas y más de una sabrosa carcajada.

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Don Pablo "Pepe" Sánchez El primer parcelero de San Luis Llegó a San Luis de Jiménez hace 60 años, siendo un muchachito de 20. Nació en San Rafael de Heredia, pero venía de Peralta de Turrialba, donde terminó de criarse y aprendió a trabajar al campo. Estaba muy jovencito, pero ya sabía los secretos de trabajar con caña y con café, en Peralta, Chitaría y Tres Equis de Turrialba. ¨Es que aprendí a ´machetear´ siendo un chiquillo de escuela. Tenía un montón de hermanas mayores, y me iba a trabajar al campo con ellas¨. Así que cuando llegó a San Luis de Jiménez, don Pablo Sánchez, conocido como Don Pepe, ya tenía las armas necesarias para enfrentarse al monte. ¨Aquí había unos charralones que daban miedo. Tuvimos que empezar a hacer finca para sembrar ´mais´ y salir adelante¨. Don Pepe ya tenía relación con la adversidad, por lo que pudo soportar la carga. Su padre había estado en contra de la dictadura de los Tinoco, y había pasado mucho tiempo encarcelado, por lo que, desde muy niño, lo formó en el manejo del dolor y la lucha en contra de las circunstancias más difíciles...

No eran vírgenes Las tierras que empezó a trabajar no eran vírgenes. ¨Todo esto eran abandonos de la compañía bananera. Mi hermano Filiberto y un cuñado de él que se llamaba Rafael Salazar hicieron un contrato con la compañía. Este Don Rafael fue la persona que nos trajo del pueblo Pilón de Azúcar, que era donde estábamos. Y con él iniciamos en esta zona¨, cuenta don Pepe. ¨El camino de Anita Grande a Jiménez era pésimo, y de Anita Grande para adentro sólo había un trillo. Pasábamos toda la semana en la parcela, dormíamos en un rancho y comíamos lo que fuera. El rancho donde pasábamos la noche también nos servía de troja. ¨Sólo podíamos salir donde mamá, a Jiménez, los fines de semana. El camino era tan malo que lo mejor era salir por El Hogar, Guácimo. Por lo menos nos acompañábamos entre los tres, porque por mucho tiempo trabajamos tres hermanos juntos¨.

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Y llegó la yuca... Después de mucho tiempo dedicados exclusivamente con el maíz, vino la época de la yuca. ¨Cuando empezamos a sembrar yuca ya nos fue un poquito mejor. No dependíamos exclusivamente del ´mais´, y empezamos a ver lo suficiente como para comer bien. Es que antes de eso, a veces no había nada¨. Don Pepe casó a los 35 años de edad con Betina Hernández Arce, quien también había crecido entre los temporales y los charralones de la zona. ¨Al principio, todo fue muy difícil. Tuvimos que poner un puente para que pasaran los chiquillos. Luego lo cambiamos por un puente hamaca. ¨Es que tuvimos que ir poco a poco. Fíjese que empezamos con una vaquita, y los animalitos fueron aumentando y aumentando. Pero al pasar de los años me enfermé, y hasta me tuvieron que operar del hígado. Aun así, ´ahi´ ando... Bien portado y trabajando en lo que se pueda¨, dice don Pepe.

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Don Saturnino ¨Nino¨ Aguilar Pionero de La Colonia Don Nino Aguilar llegó a la zona en 1936, y empezó a trabajar con maíz en una finca de Don León Weinstock (qdDg) siendo un muchachito Llegó a la zona en 1936, la víspera del asesinato del Doctor Moreno Cañas. Vino junto a sus papás y hermanos, oriundos de Guadalupe. Y tiene muchos años de ser una institución viviente en San Rafael de La Colonia. Don Saturnino Aguilar, mejor conocido como Don Nino, tiene 77 años, y sigue vigilando la situación de su comunidad con sentido crítico y enorme visión. Cuando niño vivió en la Calle La Puñalada, en Guápiles, así como en una finca que le prestaron a su papá en La Selva de Guácimo. Pero no les fue muy bien, y le tocó echarse al ruedo desde muy jovencito, pues eran muy pobres. ¨Mi papá era palero, y se ganaba apenas un colón con veinte (1,20) por día. Así que me tocó ponerme a trabajar con el polaco Don León Weinstock, que de Dios goce. Casi que ni tuve tiempo de ´vagamundear`¨, dice don Nino. El legendario León Weinstock era comerciante, agricultor y maderero. Don Nino entró a trabajar con él en El Prado, donde tenía 48 hectáreas de maíz. ¨Ganaba 2,50 al mediodía, y eso le permitió a mi familia respirar mejor...¨. Sin embargo, vendría una prueba muy difícil. Su mamá, doña Graciela Barboza Chinchilla, murió cuando él tenía sólo19 años. Así que Nino se convirtió en el soporte principal de su padre, a quien le gustaba echarse unos traguillos. Poco a poco, fueron comprando tierras, y su papá se fue haciendo de una finca de 60 a 80 hectáreas.

Mejengueaba descalzo Mientras tanto, el joven Nino disfrutaba de la juventud, por lo que mejengueaba con otros jóvenes del pueblo. ¨La plaza de San Rafael de La Colonia era pura ´carilla de mula`, y era tal la fiebre que no nos importaba golpearnos los pies. Pero, poco a poco, fuios haciendo una plaza de verdad¨. Camilo Rodríguez Chaverri

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Tres años después de la muerte de su madre, llegó a la zona don Esaú Quesada (qdDg), y fue así como Nino conoció a una de sus hijas, Emilce, de quien se enamoró. Con ella casó poco tiempo después. Puso una pulpería. Uno de los principales agentes a quien le compraba era don Alfredo Chaverri (qdDg), padre del actual ministro de la Presidencia, Danilo Chaverri. Don Alfredo le ofreció siete hectáreas que tenía en La Colonia, y el joven Nino se decidió a comprárselas. ¨Las siete hectáreas me costaron 6 mil colones. Y me costó mucho pagarlas, un montón de tiempo y un montón de trabajo¨. Luego instaló la pulpería en la esquina en que ahora está. Lo atendía su esposa mientras que él trabajaba en fincas ajenas, y sembraba maíz en la suya.

Los Hermanos Badilla Fue entonces que llegaron a la región los Hermanos Badilla, quienes son parientes de su esposa, y marcaron mucho el rumbo de Don Nino. ¨Son hombres muy trabajadores. Un día me encontré a Carlos sentado en la acera que está afuera de mi casa, y le pregunté ´diay, ¿qué estás haciendo ahí?` Me contestó que había trabajado todo el día en el bus para ganarse un colón con veinticinco (1,25). Así de dura era la vida¨. Cuando murió la mamá de los Badilla, doña Celina Navarro Ureña (qdDg), don Nino decidió meterse a ayudarles más. ¨Empecé lavando tornillos, hasta que aprendí a manejar. Tenía 40 años de edad, y me pusieron a manejar la línea Guápiles-La Teresa. Eran unos buses viejísimos, no eran modernos, como sí son los que tiene la empresa de los Badilla ahora. Unos de esos buses se desbocaban y los otros andaban sin frenos. Esos Badilla, sobre todo Carlos y Juan, que son los mayores, son como hermanos míos. Son personas magníficas, que me han ayudado mucho, y de las que me siento muy orgulloso¨.

Otros tiempos ¨Eran tiempos en los que había mucha honradez y uno dormía con la puerta abierta, pero también había muchas incomodidades. Recuerdo que una de mis hijas, Elizabeth, estudió en el colegio de Siquirres, porque en Guápiles no había. Ella iba a caballo de San Rafael a Guápiles y de ahí a Siquirres en tren. En la noche había que ir a recibirla, cuando llegaba 190

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en ´El Pachuco`, el famoso tren de la zona¨, cuenta Don Nino. Doña Emilce y él tuvieron 11 hijos, pero dos murieron pequeños, por las inclemencias y las enfermedades de esa época. ¨Aparte de la malaria, la tuberculosis y los bichos de la panza, que mataban muchos chiquillos, en esos años aquí había mucha culebra. San Rafael era especialmente famoso por las terciopelo. Imagínese que hubo días que yo maté diez grandotas en la milpa¨, concluye Don Nino, quien conserva en el alma la dignidad de hombre de trabajo, entregado al campo, bajo el sol y la lluvia, preocupado por la comunidad y al frente del desarrollo del deporte en la zona.

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Don Antonio Zúñiga Solano Con alma finquera "Don Antonio Zúñiga Solano tiene 86 años y desde 1935 empezó a reunir experiencia e historias sobre esta zona" Toda su vida ha estado relacionada con las fincas y el desarrollo del agro. Ha ejercido liderazgo en ese sector y ha demostrado que lo que se hereda no se curte. Don Antonio Zúñiga Solano tiene 86 años y desde 1935 empezó a reunir experiencia e historias sobre esta zona. Llegó a Guápiles debido a que su papá había comprado una finca en lo que ahora se llama Guajira. Su mamá murió cuando él tenía 40 días de nacido, y lo criaron los abuelitos y posteriormente unas tías. Cuando cumplió 15 años su papá, don Jenaro Zúñiga, le envió una carta para que se viniera a pasar el 24 de diciembre con él, en Guápiles. Ya tenía más de una década de no verlo, pues había pasado muchos años en las minas de Abangares y anduvo probando suerte entre aventura y aventura, por aquí y por allá. El papá le propuso que se quedara trabajando, pues le parecía lo mejor para que forjara un futuro. Se lo consultó a una tía con quien vivía, pues todas las demás ya se habían casado. ¨A mi tía le pareció bien, así que me vine para Guápiles un 2 de enero. Desde ese día me afinqué en ´Guajira`. Yo ya había trabajado al campo, desde que era un niño, en las fincas de café de mi abuelo materno, y no era primerizo en esto¨.

En muchos cultivos Lo primero que hizo en Guajira fue trabajar con ganado y cacao. Después, el papá lo mandó a extraer madera de la zona sur de Siquirres, y estuvo haciendo plantaciones de cacao para la United Fruit Company. En 1939 se fueron para el Pacífico, y en la comunidad de Hidalgo, cerca de Puntarenas, se pusieron a sembrar 100 manzanas de arroz. A los dos años se devolvieron, pues en las últimas cosechas les fue muy mal. Ya había estallado la Segunda Guerra Mundial y en Costa Rica iniciaban las reformas sociales de los 40s. Su papá estaba pendiente de 192

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lo que ocurría en el país y en el mundo, pues estuvo con Los Tinoco, en 1917, y hasta fue comandante de caballería.

En fincas de alemanes Volvieron al Atlántico en 1942, cuando ya estaban interviniendo todos los bienes de los alemanes. Por eso, el gobierno llamó a don Jenaro para que manejara 28 Millas, una finca de 10 mil hectáreas que había sido precisamente de alemanes. Tenían grandes plantaciones de cacao, cría de ganado y extracción de madera. Su papá era el administrador, y lo nombró a él como mandador general. Todo lo manejaba una junta de custodia, que también estaba a cargo de fincas de alemanes en Estrada, así como del Comisariato de Limón. Luego, trasladaron a don Jenaro a administrar la finca de la Caja, donde ahora está el Hospital México, que en ese entonces era una enorme plantación de café. Y quedó nuestro Antonio al frente de 28 Millas. Tres años después, cuando el gobierno vendió esa finca, compró al sur de Siquirres, y se metió a hacer una finca para ganado. Había querido independizarse desde mucho antes, pero las tres veces que puso su renuncia el gobierno le rogó que se quedara. Cuando eso ya había casado, y tuvo que hacerse cargo de una nueva finca que adquirió su papá, así como de una concesión de madera de 50 hectáreas. Don Jenaro ya había vuelto para ayudarle, dadas las múltiples tareas de las fincas. El papá se encargaba del ordeño y él de las 14 yuntas de bueyes.

Se metieron a la Revolución En eso estaban cuando llegaron los sucesos políticos del 48. Don Antonio se intregó en la Revolución, al lado de Figueres. Don Jenaro, su papá, fue el comandante de Siquirres. Antonio trabajó en Limón, Siquirres y San José. La Revolución provocó que descuidaran las fincas, por lo que después vinieron tiempos de vacas flacas. Perdieron mucho dinero, un temporal de tres meses afectó la actividad de los bueyes y una ¨llena¨ se llevó 80 reses. ¨Ya tenía tres hijos ´tamaños`, por lo que no podía darme el lujo de soportar esa crisis. Tuve que vender las fincas e irme para Siquirres. No Camilo Rodríguez Chaverri

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tenía mucho de estar ahí cuando me apareció una oportunidad para irme a trabajar con la United a Bataán¨. En esa región, don Antonio inició plantaciones de abacá. Fue tan exitosa su gestión que la United lo mandó a Zen a iniciar plantaciones de cacao. ¨Esas tierras son muy calientes y tienen aguas muy malas. Por eso pedí que me dieran otro trabajo¨, cuenta. Fue así como inició en el trabajo de contratista. ¨Ganaba mejor que como jefe o mandador. Sin embargo, mi familia estaba cansada de esa zona tan inhóspita. Así que me fui con mi papá a buscar de nuevo alguna finca en Guápiles. ¨Hicimos tres viajes. Durante el tercero compramos una finca en Las Mercedes, y me vine. Mi papá se quedó en Zen, y al tiempo se vino para Toro Amarillo para hacerle una finca a don Jaime Solera. ¨Para hacer esa finca había que botar la montaña, por lo que había que trabajar mucho. Papá se enfermó, y entonces tuve que ir a hacerme cargo del trabajo. Le diagnosticaron un mal en el corazón, y el médico le prohibió volver a las actividades de la finca. ¨Yo quería regresar a lo mío, pero no me gustaba la idea de que la obra de mi papá quedara truncada. Don Jaime Solera me hizo una oferta muy buena, así que pensé que lo mejor era vender la finca y venirme para Guápiles¨.

Para siempre en Guápiles... ¨Don León Weinstock me alquiló una casa, y me quedé con don Jaime once años, al frente de sus 900 hectáreas y sus dos mil cabezas de ganado¨, recuerda. Hacer esa finca le costó 5 años. Y en 1960, don Jaime le vendió a un ganadero de Guanacaste. Tenía unos terrenos en La Colonia, por lo que Don Antonio le pidió lo que le correspondía en tierras. Le tocaron 81 hectáreas y se puso a sembrar maíz. ¨Monteaba¨ para Semana Santa, y allí conoció al Ministro de Agricultura, Don Guillermo Yglesias (qdDg). Fue él quien le pidió que se hiciera cargo de la administración de la Finca Los Diamantes. ¨Fui mandador de Los Diamantes durante 26 años, cuando esa finca era lo mejor que tenía esta zona. Durante todo ese tiempo llevé la rienda de la finca, sin que importara quién fuera el director y cuáles sus políticas. Yo les respeté y ellos me respetaron siempre¨. Llegaron y se fueron muchos directores, pero él siguió al frente de la finca, con más de cien empleados y numerosos proyectos interesantes. 194

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Le tocó organizar la siembra de banano y el manejo de la bananera, así como el arreglo de las casas, la crianza de ceros y el fortalecimiento de la lechería. Estuvo allí durante los inicios del Colegio Técnico Profesional de Pococí, el primero de la zona y el único durante un cuarto de siglo, y también estuvo ahí cuando arrancó la sede de la Universidad de Costa Rica. Ambas instituciones le deben su inicio en Guápiles a la anuencia de la administración de Los Diamantes. A sus 86 años, se conserva fuerte y lúcido, y a pesar de que le han practicado cinco intervenciones quirúrgicas y padece de la columna vertebral, no puede vivir sin trabajo, así que le ayuda a uno de sus hijos en una empresa constructora y tiene un negocio de plantas ornamentales junto al esposo de una nieta. Don Antonio es un gran ejemplo de disciplina, apego a las metas, manejo de la autoridad y lucha por el progreso en lo más difícil del trabajo del campo.

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Doña Amira Badilla La pintora de La Trocha Sus obras tienen vida por sus ojos, por cierto movimiento casi humano que se descubre en sus texturas, por algo de magia que se percibe al tocarlas o al mirarlas por un rato. No son pinturas que hablan, sino que tocan la puerta para entrar en el alma de quienes las miran. Se trata del arte que responde a los clamores espirituales de una artista con conciencia social, como se sabe que es ella, dada su calidad humana y su experiencia de vida. La artista guapileña Amira Badilla Navarro llegó a Pococí en 1966, de 20 años de edad. Nació en Desamparados, pero su familia provenía de Puriscal. Allí vivió ella 15 años.

Conciencia social En Guápiles trabajó 16 años en diversas oficinas de la Unidad Sanitaria de la Caja Costarricense del Seguro Social, lo que le dio una visión y conciencia social que se nota en sus trabajos artísticos. ¨Cuando empecé, no había hospital en Guápiles. Durante un tiempo trabajé en la Oficina de Admisión, luego estuve en Afiliación y en Archivo. Después, fui encargada de personal del hospital, y concluí como secretaria del jefe de la sucursal¨, cuenta doña Amira, quien está casada con Ricardo Argüello, hijo de pioneros de la zona, y quien ha pasado a la historia como el primer oficial de tránsito de Guápiles y reconocido Delegado de la Guardia Rural. Doña Amira tiene tres hijos, Rosbill, de 36 años, Annet, de 34, y Mariela, de 22.

Memoria fotográfica A ella le impactó mucho el cambio de ambiente cuando arribó a Guápiles. Recuerda lo que encontró como si lo estuviera viendo de nuevo en una foto. ¨Llegamos a la estación del tren, y lo primero que recuerdo es el edificio del negocio del ´Polaco` (Don León Weinstock, qdDg). También tengo en la mente la imagen de la Soda San Andrés, de 196

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los Argüello, los parientes cercanos de mi esposo; el Club de Amigos y el Centro Social Pococí; el Estanco, donde ahora está la Tienda Ébal Rodríguez; así como la famosa tienda de un chino donde ahora tiene una tienda mi hija Annet, y en la pura esquina la Botica de Don Noé Cascante, que hacía milagros, entre tanta enfermedad que había en la zona¨, enumera doña Amira.

José Fernández y José Méndez Empezó a pintar hace sólo 3 años, gracias al apoyo del pintor José Fernández, encargado de los rótulos de Almacenes El Colono. ¨Al principio creía que no iba a poder pintar nada. Esto es como higiene mental para mí. Me relaja y me limpia por dentro¨, confiesa. ¨Lo que más me interesa es la figura humana. Por eso inicié con réplicas de las obras del pintor mexicano Diego Rivera, porque me parecen muy humanas. Dicen mucho con sólo verlas. Eso es lo que más interesa de la pintura¨. Ahora, su nuevo instructor es José Méndez, un pintor que ha dejado huella como maestro de artistas en la zona. Doña Amira tiene 7 nietos, y está muy contenta de saber que su nieta Marián, y su hija Mariela también pintan. Tiene 56 años, pero los esconde muy bien por su aspecto siempre fresco, jovial y casi juvenil.

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Doña Irene Quirós es un ejemplo de superación Mucho más que una gran costurera Es una mujer de armas tomar, una persona de una sola pieza, una laboriosa hacedora de sus sueños y una empeñada señora de muchas facetas. Doña Irene Quirós Arias convivió con las dificultades desde muy niña y tuvo que agarrar del cuello a las duras condiciones para ahorcarlas. En la zona es conocida por su enorme talento como costurera y diseñadora, pero detrás de ella hay una historia de muchos sacrificios, batallas prolongadas y triunfos que costaron muchísimo. Nació en San Ramón pero creció en Guanacaste, donde le tocó trabajar al campo desde que era una niña. Es la mayor de 11 hermanos de una familia de recursos modestos. Su papá tenía una finquita y una pulpería, y a la pequeña Irene le tocó desde atender el negocio hasta ordeñar y cuidar cerdos. No existía la carretera entre Liberia y Nicoya, y vivía con los suyos en Belén de Nicoya, cerca de Sámara. Tenían que entrar en lancha por Puntarenas. A los 19 años casó con Eliécer Araya Zeledón, y se vinieron para San Antonio o El Humo, en Roxana.

En la máquina de coser Fue ahí que Doña Irene se asoció con un sastre del pueblo, y arrancó con su industria. Había aprendido a coser cuando tenía 11 años, y estando soltera diseñaba ropa para las principales tiendas de Nicoya. En 1981 se trasladó para Barrio Numancia, en Guápiles. Al principio cosió para una boutique de la empresaria Amira Padilla y poco después instaló el Taller de Confecciones Guadalupe. Trabaja en el diseño y confección de ropa fina, uniformes para empresas, camisas, vestidos, pantalones y enaguas. Tiene 6 hijos, Carlos (27), Jorge (24), Pablo Antonio (18), Eliécer Mauricio (15), Juan Diego (13) y José Andrés (12). Durante casi tres décadas ha tenido que dividirse entre esa tropa, ese ejército de hombres que tiene en su casa, y los anhelos de superación de su espíritu sin límites. Es una mujer a todo meter, un ejemplo de vida y una demostración de 198

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lo que puede conseguir el ser humano cuando une ingenio, perseverancia y mucho trabajo.

Ana Jiménez Gutiérrez Es humilde, trabajadora, servicial. Ana Jiménez es la administradora de Super Caribeña, en Cariari, y es ejemplar. Tiene 22 años de vivir en Cariari y 30 años de edad. Estudió en la Escuela Campo Kennedy y, por las condiciones difíciles en las que le tocó vivir, tuvo que trabajar desde los 13 años. Primero laboró en una zapatería y luego en una pulpería, ubicada precisamente donde ahora está el supermercado que administra. Lleva trece años en el edificio donde labora. Empezó guardando paquetes, luego estuvo en el departamento de verduras y en el área de carnes. Más tarde fue cajera, hasta que la nombraron administradora. No pudo ir al colegio, pero eso no ha sido obstáculo para que sea muy buena en administración. Proviene de una familia muy humilde, y creció entre 10 hermanos. Su mamá murió cuando Ana tenía apenas 16 años, pero así, sin madre y como mamá sola, Ana ha sabido vencer todas las barreras. "He sabido aprovechar todas las oportunidades que me han brindado. Tengo dos años de ser la encargada de este negocio, y lo veo como un regalo de Dios", dice esta mujer tan noble y buena, que tiene a cargo un equipo de trabajo de 15 personas y se ha ganado la confianza y el respeto de todos en la zona.

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Fue el primer regidor de Cariari El primer vocero del pueblo Cuando habla de Cariari le brillan los ojos y la alegría y el orgullo le rebosan el alma. Es que se partió el lomo en sus campos, fue uno de los promotores de la primera junta de desarrollo de la comunidad y el primer regidor del distrito. Don Orlando Alvarado Méndez es parte de la historia de la comunidad. Llegó hace casi 35 años, proveniente de El Edén de Guácimo, que entonces todavía pertenecía a Pococí. Era un beneficiario del Instituto de Tierras y Colonización (ITCO), ahora IDA. "Cuando llegué aquí la vida no valía nada. No existían ni Campos Dos, ni Campos Tres, ni Campo Cuatro. Todo eso eran bosques, y fueron muy pocos los que soportaron quedarse aquí, porque había que enfrentarse a la montaña y alimentar a una familia", recuerda don Orlando, quien es nicaragüense de nacimiento y ya lleva 55 años de vivir en el país. Una particularidad de don Orlando en Cariari es que empezó a sembrar cultivos no tradicionales, y fue el primero en vender legumbres frescas en Guápiles. Pero su gran aporte como agricultor fue con el cultivo de chile jalapeño. "Donde ahora está la Guardia de Cariari yo tenía una plantación de chile, y otra donde está el cementerio de Campo Cinco. Llegué a producir 100 quintales de chiles por semana. Era el mayor productor en Costa Rica y el más importante proveedor de la fábrica original de Salsas Lizano", cuenta don Orlando, quien, al igual que todos, también sembraba frijoles, maíz, arroz y plátano, pues era necesario para alimentar a sus 10 hijos, y había que estar preparados por si las malacrianzas del río Tortuguero los dejaban sin comunicación con el mundo y sin comestible por algún tiempo.

Las necesidades Como primer regidor, le tocó enfrentar penurias. Cuando eso se duraba de dos horas a dos horas y media de Cariari a Guápiles. "Tuve que trabajar muy fuerte porque había muchas necesidades. No había caminos de Campo Cinco para adentro. Era un pueblo de grandes sacrificios. Todas las mujeres lavaban en el río, debajo del sol o el temporal. Imagínese los esfuerzos que hacíamos, que al principio, 200

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cuando nos dieron la parcela, veníamos a pie de El Edén a La Rita, y de ahí hasta Cariari en lo que fuera. Mis 10 hijos tuvieron que trabajar al campo desde muy chiquillos, y se sentían muy hombres volando hacha. No era jugando la cosa. Por ejemplo, el primer día de trabajo doña Josefina (su esposa y compañera) hizo el almuerzo debajo de un árbol, porque ni rancha teníamos". De 1969 a 1978 tuvieron una pulpería en Campo Dos y desde hace diez años viven en Roxana, donde tienen una propiedad, pero Don Orlando reconoce que su corazón sigue siendo de Cariari, donde dejó muchas de sus fuerzas y un puñado de ilusiones.

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Don Alejandro Sevilla López El Matatigres de la bajura Vivió solo en la montaña durante ocho años, entre bestias, depredadores y serpientes venenosas. El terror de la gente en ese tiempo era el tigre, pero él más bien los buscaba. "A mí me gustaba agarrarme con el tigre. No matarlo, pero sí pegarle un buen susto para que dejara de matar terneros y de merodear por las ranchas", dice don Alejandro Sevilla, uno de los primeros hombres que se adentró en las selvas del norte de Cariari, hace casi cuarenta años. "Un día andaba con un compañero muy valiente, se llama Álvaro Montoya, y nos encontramos que los perros de cacería tenían a un tigre acorralado. Entonces lo agarramos". "Es que uno se hace más mañoso que el tigre. Yo me agarré tres o cuatro veces con uno bien grande, tenían entre 7 y 8 cuartas de alto, y al final ya sabía hasta volcarlos". Así no más habla este pionero de Cariari, quien destacó en esos tiempos porque se encargaba de sacar del monte a los mordidos de culebra. "Esto era un verdadero culebrero. Viera usted. Yo me la jugaba para llegar al dispensario con la víctima todavía con vida. "Sólo una vez se me murió un paciente. Era un muchacho jovencito, y lo mordió una bocaracá. Las bocaracá tienen unos colmillos diferentes, que se quedan como pegados en la piel. El muchacho estaba trabajando al campo, y un hermano de él lo vio con la culebra pegada en el brazo. "Entonces, levantó la rula (especie de machete) y le cortó el brazo. Pobrecito, porque lo hizo por salvarle la vida, pero más bien eso fue lo que se lo llevó. No llevábamos ni cinco horas a caballo cuando se desangró. Lo vi morir en mis brazos, sin poder ayudarle", cuenta don Alejandro, y una centella de congoja golpea en su mirada. Dice que desde entonces está convencido de que en la montaña la única manera de salvar a un "picado" de culebra es matando a la serpiente responsable del ataque y sacándole los sesos. "Si el ´picado´ se come los sesos de la culebra, se salva. Es un secreto de los indios, y se aprende entre sustos".

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Ahora don Alejandro Sevilla está en contra de la cacería, pero explica que en ese tiempo, la gente de la montaña la tenía como un medio de supervivencia. "En la montaña no había pulperías. Uno compraba 30 céntimos de frijoles y 25 céntimos de arroz, y el resto había que sacárselo al monte. Por eso es que quienes vivimos solos en la selva aprendemos tan rápido a conseguir comida. Yo era muy bueno matando un cariblanco, unos pavones o un garrobo. Siempre lo hice para comer. Viera qué bueno que es uno cazando cuando se está muriendo de hambre", explica don Alejandro. Se subía a un árbol a esperar que pasara la gigantesca manada de chanchos de monte, y chuceaba a uno de los últimos. Si lo hacía de otra manera, la manada rodeaba a la víctima, como si estuvieran en una vela, durante uno o dos días. Así que había que tener cuidado. Y quien caía del árbol en medio de la manada era presa fácil de los colmillos, la ansiedad y el hambre insaciable de los cerdos de la selva. Don Alejandro dice que quienes viven tanto tiempo en la montaña también se convierten en maestros de la pesca. "Todos los días tenía que pescar algo diferente porque si no me aburría", confiesa.

Un gran andariego Don Alejandro tiene 80 años y llegó a Costa Rica de 20. Es de Matagalpa, Nicaragua, y le encantaba rodar mundo. Estuvo siete años trabajando en Panamá, siendo un chiquillo, y lo que hacía era jalar agua para los peones de la construcción de la carretera Interamericana. También se fue un tiempo para Honduras. Todo esto antes de arribar a nuestro país. En 1946 llegó a la Zona Sur a trabajar con bananeras, y fue en 1965 decidió adentrarse en las montañas de la llanura del Tortuguero, al norte de donde ahora está Cariari. Apenas traía 150 colones que había ahorrado. "Cuando eso uno se metía al monte y cercaba todo lo que quisiera. Yo tenía trochadas unas 300 hectáreas cuando entró el ITCO (Instituto de Tierras y Colonización, ahora IDA) para repartir esas montañas en parcelas para campesinos. "Cuando eso, ya yo tenía 40 hectáreas de finca trabajada, y me las dejaron. Lo demás lo repartieron, y a cada agricultor le tocaba un pedazo de 20 hectáreas. Eran tiempos muy duros, porque no existían las motosierras. Uno tenía que hacer potreros o campos para cultivos a pura hacha, y casi siempre solo", explica. Camilo Rodríguez Chaverri

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Con base en el trabajo, este hombre que no sabe leer ni escribir se convirtió en un próspero finquero, llegó a ser socio de Coopemontecillos, de una bananera y de Coopetraca, la cooperativa de transporte público del pueblo. "Después vendí esas tierras y me fui más para adentro, hacia la Barra del Colorado, a un lugar que se llama Mata de Banano. Ahí compré 200 hectáreas y terminé de criar a mis tres hijos, y a cuatro entenadas que recibí pequeñitas".

Enamorado y macizo Tiene fama de enamorado, pero con una sonrisa de pícaro dice que no, que eso es cuento de algunos "mentirosos". Le pregunto cómo hace para estar tan bien a los 80, y dice que todo se lo debe a Dios. "Quien busca al creador de los cielos y la tierra busca al capital más grande. Yo tengo un doctor que lo cura todo, y para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia". Recuerda que tiene 40 años de estudiar el evangelio, a pesar de sus limitaciones por no leer, y que eso le ha ayudado a salir adelante. "Es que cuando yo llegué a esta zona, si uno tenía que ir a Guápiles debía sacar dos días, un día entero para llegar hasta allá y otro día entero para regresar. Por eso es que teníamos que vivir de montear. Por dicha había bastante venado, tepezcuintle y danta, y uno aquí adentro no se moría de hambre".

Explica los orígenes Don Alejandro estuvo entre los que propusieron el nombre "Cariari", inspirados en un cacique muy valiente, y dice que estuvo en diversos comités y juntas de desarrollo durante doce años, al lado de los pioneros Juan Sosa, Orlando Alvarado (ver página 12), Manuel Valverde y Teresa Barboza (ver página 10), Jacinto Bonilla y Mercedes García (qdDg). Eran los tiempos en que los botes llegaban hasta el puente sobre el Tortuguero, en el sitio donde se unen Astúa Pirie y lo que se conocía como Campo Kennedy, y ahora es el centro del distrito. Dice que en Cariari el inicio fue muy difícil porque mandaron gente que no estaba acostumbrada a trabajar al campo. "Muchos garroteaban el monte antes de chapearlo, porque le tenían miedo a las culebras. Un día vi a un hombre hacer eso, y le dije que cómo hacía para estar en la 204

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zona. Me contestó que no se había ido porque no tenía la plata, así que le di el dinero y le dije que se fuera en paz y no volviera. "Esta zona se salvó cuando, después de tanto problema con la gente del Valle Central, se trajeron a un montón de agricultores de Puriscal. Los puriscaleños sí son trabajadores y sacaron a Cariari adelante", concluye don Alejandro.

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Su familia tiene mucha historia en Guápiles El Papá Negrito de La Emilia Cuando niño los duendes lo perdían. Con sólo oírlo hablar de su familia, se sabe que tiene un lugar importante en nuestra historia. Fue uno de los primeros panaderos en Guápiles, y el primero nacido en esta tierras. También fue uno de los primeros carniceros que hizo patria en Pococí. Don Eduardo Elizondo Guarin es hijo de la legendaria mujer y pionera de Pococí, Elisa Guarin Borbón, conocida como la Negra Elisa. Lo crió su abuela, Victoria Borbón, la Mamá Grande de nuestra aldea, la matrona y la leyenda. Además es primo hermano de Aidé Guarin, la Negra Aidé, todo un símbolo en la comunidad. Recuerda los tiempos en que iba a vender pan a caballo a El Molino y La Colonia, y que también a caballo iba hasta Roxana a vender carne, cuando el norte de Pococí era montaña inhóspita. "Salíamos de madrugada, apenas terminaban de destazar. Nos llevábamos la carne envuelta en hojas de malanga, para que se conservara", explica don Eduardo Elizondo Guarin, a quien llamaremos Papá Negrito, como sus dos nietos, Ana Cristina y Eduardo Enrique. Le pregunto de la historia, y se va para un cuarto de su casa. Regresa repleto de fotos, de nombres, de fechas, de anécdotas. No sólo colecciona fotos viejas. Tiene la casa repleta de botellas, monedas, carros de juguetes, artesanías indígenas, petates y antigüedades.

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Papá Negrito Por todo lado guapileño Nació en las vegas del río Santa Clara, hace 73 años. "Papá Negrito" fue a la escuela de El Caimitazo, antiguo hospital de la compañía bananera, y que acabó en un incendio, para darle paso a la actual escuela del centro de Guápiles. Llegó hasta Segundo Grado y salió para meterse a trabajar al campo. Sembraba maíz, y recuerda que en esos años todo el mundo sabía que en Guápiles había duendes. "Una vez me perdí en un cacaotal, junto a un hermano. Ibamos a caballo, y seguimos las huellas de unos chiquitos. Las huellas eran muy raras, porque parecían de unos pies al revés, con los dedos y el talón hacia atrás. Nos perdimos, y cuando nos encontraron todo el mundo dijo que era culpa de los duendes". "Yo les creo, porque recuerdo que una vez una chiquita del pueblo se perdió, y cuando la encontraron, muchas horas después, en un potrero, dijo que estaba jugando con unos chiquitos que tenían barba y gorro", cuenta Papá Negrito. "Lo de esa chiquita siempre fue un misterio, porque resulta que apareció con un gran comején en la cabeza, como si se lo hubieran querido poner de sombrero".

Panadero y carnicero Su madre tuvo 16 hijos, y Papá Negrito aprendió a compartir las alegrías y las pobrezas. Empezó en el comercio a los 6 años, en la carnicería de su familia, y ha combinado desde siempre el mostrador y el campo. Luego, su padrastro, Rafael Cong, quien tenía panaderías en Guápiles, La Emilia, Santa Clara, Jiménez y Guácimo, le enseñó todos los secretos que ahora atesora acerca de los negocios. En 1954 se hizo panadero, y junto a su hermano, Jorge, mejor conocido como Chumino (qdDg), instalaron la famosa panadería Chumino, que sigue funcionando en el mero corazón de Guápiles. Poco tiempo después, Papá Negrito se independizó, pues puso una pulpería en La Emilia, y allí también hacía pan. La pulpería se llamaba Camilo Rodríguez Chaverri

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"Rosa María", como su única hija, y después de 30 años la cerró en 1995, pero ahora está en preparativos para reabrirla. Está casado con María Cristina Vargas González, a quien le profesa un gran amor que lleva 50 años de encanto.

Reparando bicicletas Desde hace diez años instaló el Ciclo La Emilia, y se ha hecho un especialista en la reparación de bicicletas. Fue uno de los promotores de la construcción de la primera biblioteca del Colegio Técnico de Pococí y ha dado muchas luchas comunales. Papá Negrito añora el Guápiles en el que le tocó crecer, cuando todos dormían con las puertas abiertas y dejaban la ropa en el tendedero sin que corriera peligro. Añora el Guápiles del tren, de la línea férrea que dividía al pueblo en dos, de la tierra donde negros y blancos disfrutaban de su música, su encanto, su cultura compartida. El es fruto de esa cultura compartida, uno de los últimos personajes de este pueblo mulato, mestizo, variopinto, cuya herencia afrocaribeña se ha perdido con el tiempo. Su voz, su acento, su sabor y picardía nos la devuelven y la hacen nuestra para siempre. Para Guápiles, Papá Negrito es una gran dicha, la escultura en carne de una manera de vivir y de ver la existencia.

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Doña Magdaly Ramírez Trejos La Abuela del Santos Es el símbolo del Santos, y la más grande inspiración de muchos de sus jugadores. La Abuela de la Marea Roja es todo un personaje no sólo en Guápiles, sino en la comunidad deportiva del país. Con 73 años y 17 partos a cuestas, doña Magdaly Ramírez Trejos no se pierde un solo partido del Santos, y no se cansa de gritar, cantar, silbar y aplaudir desde el inicio hasta el final del juego, sin que importe cuál es el marcador o el comportamiento de su equipo. "Me siento muy contenta en la barra del Santos. Todos me llaman la Abuela y me respetan mucho. Tengo dos años de ir a todos los partidos, ya sea en nuestro estadio o en cualquier lugar. Voy con todos los muchachos sea donde sea", cuenta doña Magdaly. "Gracias a Dios no me canso. Paso todo el partido en una pura bailadera. Ya toda la gente me saluda, y me cuida", explica esta señora coquetísima y linda, que hasta ha sido candidata a reinados de la tercera edad en la zona. Comentarista de radio Tiene tanto interés en su equipo, que es comentarista frecuente en los programas radiales sobre futbol de Radio Nueva y Radio Pococí, las emisoras de su pueblo. Y en los estadios le ha pasado de todo. Ha caído de trasero, se ha golpeado las rodillas, le han tirado piedras, de todo. Pero ahí sigue, sin miedo y sin pena. Llegó a Guápiles a los 20 años de edad, y un año después tuvo su primer hijo. De sus 17 hijos murieron cuatro, lo que ha dejado heridas siempre abiertas en su corazón. Los terminó de criar solita Su esposo la abandonó hace un cuarto de siglo, cuando tenía chiquitos todavía pequeños, pero con la ayuda de Dios pudo sacarlos adelante. "Siempre he tenido mucha fe y El de Arriba me ha ayudado a superarme. Durante muchos años viví en un rancho de hojas, porque no había plata para comprar una casita, y no sé cómo hice para criar a tantos hijos, pero ya saqué la tarea". Y no sólo ha luchado por sus hijos. Durante muchos años fue colaboradora en el Centro de Nutrición de la comunidad, y brindaba Camilo Rodríguez Chaverri

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cariño a muchos chiquitos. Por mucho tiempo tuvo que lavar ropa en el río Toro Amarillo, hasta donde iba entre ese rosario de chiquitos que tuvo. "Eran muchos, pero me di a respetar. Todavía hoy, que el mayor ya tiene 52 años y la menor, 30, todos me respetan. Dios guarde un hijo mío me hablara como hablan los chiquillos malcriados de ahora...". Ahora se dedica a engordar chanchos para navidad, a cuidar gallinas y a vender huevos. Y como alma de la barra del Santos, todos los martes va a la reunión de la junta directiva de La Marea Roja. Cuando tiene que reprender, regañar o aconsejar, no lo piensa dos veces. "Si algo no me gusta, se los hago ver. Ellos me escuchan y me hacen caso, porque por algo soy la Abuela del Santos, ¿no le parece?"

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Marita García Núñez La barbera de nuestra villa Lo suyo no es una sala de belleza, es una barbería. Son dos mundos muy diferentes. Primero que todo, está la cuchilla. Ella la afila para cada cliente, y la tiene lista como para degollar un elefante... Al estilo de antes, acomoda a sus clientes en una silla del año "fusil de chispa", les presta el periódico, los echa para atrás, les pone crema de afeitar y los devuelve en el tiempo. Marita García Núñez es la barbera de nuestra villa, la única mujer de la zona que trabaja como barbera. Todos sus clientes son hombres, y Marita dice que no le faltan el respeto. ¿Será que le tienen miedo a la navaja? "Pues no, simplemente es que una se da a respetar, y punto, se acabó. El que se pase de la raya, se va de mi barbería", dice, muy decidida. Ella inició en este trabajo hace un año, cuando su hermano Juan Gregorio ya no pudo seguir con el negocio. "Yo estaba estudiando Belleza. Saqué muchos cursos. En eso mi hermano empezó a verse afectado de la vista por la diabetes que padece, y pensé en relevarlo", cuenta. Su hermano fue barbero en Guápiles durante 30 años, y Marita cuenta que ahora pasa más tranquilo pensando en que sus clientes están en buenas manos. "Esto de cortar pelo es una tradición familiar. Todos mis hermanos cortan pelo, pero los profesionales somos Juan Gregorio y yo", cuenta Marita, cuya silla de barbera tiene tres décadas de recibir las posaderas de la mitad de los hombres de la Zona Atlántica. Marita nació en Hojancha, Guanacaste, y durante 30 años vivió de aquí para allá, en la pampa, la capital y las llanuras del Caribe. "Aunque ahora se acostumbra el uso de las navajillas personales, las prestobarba, y no como ocurría cuando mi hermano empezó, que sólo se hacían la barba en la barbería, todavía hay muchos señores que vienen a que les pase la cuchilla", cuenta. Marita tiene 36 años y está criando solita a sus hijas, Angie Paola, de 11 años, y Monserrat, de 10 años, quienes también están muy orgullosas del trabajo de su mamá. La barbería se llama y está frente a Los Guapes, en el centro de la ciudad. Camilo Rodríguez Chaverri

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Marco Palma El andariego de nuestra cultura Es inquieto y aguerrido. Su gran ilusión es trabajar por la cultura, por la gente, y ha andado de aquí para allá alimentando su espíritu con proyectos. Marco Palma es un importante promotor cultural en la zona. El y sus once hermanos nacieron en Anita Grande de Jiménez, pues su mamá, Vera Violeta Palma, fue maestra en muchas escuelas de Pococí. Luego Marco estuvo en San José en la escuela y el colegio, y regresó a Jiménez en 1974, como promotor de la Dirección Nacional de Desarrollo Comunal (DINADECO). Lleva el saco de la vida lleno de vivencias. Estuvo en el movimiento hippie. Luego fundó el grupo ACUZA (Asociación Cultural Zapote), que se convirtió en USE (Unión Socialista Estudiantil). Más tarde formó parte del Movimiento Socialista, que pasó a ser el Partido Socialista. Entra a estudiar Educación en la Universidad Nacional, y al año se va de maestro para la montaña. Aquí inicia su verdadera aventura por la vida.

En el monte Se va de maestro para Bonanza de Coto Brus, a seis horas de San Vito para adentro. "Entraba a pie o a caballo. Todavía vivían en ranchas campesinas, y se oía el llanto de los coyotes. El tigre auyentaba a la gente y salían tras él porque les mataba terneros", recuerda Palma. Fue ahí que se acercó a la realidad de los indígenas, en La Palma de Coto Brus, donde se veían afectados por las inundaciones del Valle del Coto. Lo trasladaron a Chimurría de Upala, de frontera a frontera. Luego, estuvo en la zona del volcán Rincón de la Vieja, trabajando de obrero de la construcción, y en La Cruz. Es entonces que regresa a la zona. Ya venía casado con Jeannette Cabezas. Vive en El Hogar de Guácimo, y después de un tiempo se pasa a trabajar a Limón y Talamanca, donde le dedica mucho tiempo a la comunidad indígena. Regresa a San José y trabaja 6 años como encargado de promoción de la Asociación Nacional de Empleados Públicos (ANEP), y se va para 212

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Puntarenas como promotor del Centro Nacional de Acción Pastoral. Vivía en La Gran Chacarita, en contacto con la pobreza. Es aquí donde inicia su lucha por el teatro comunal.

En el teatro De regreso en San José instala una fábrica de artículos de cuero, y entra al Taller Nacional de Teatro. Entonces se desata su gran pasión por el teatro ambulante. Participa en el Teatro de la Calle 15, organiza el primer encuentro de teatro centroamericano, y forma grupos de teatro independiente. Deámbulos y La Matraca son los primeros. Es teatro callejero. Y en 1985 aterriza en Jiménez de Pococí. Compra una finquita, entra a trabajar con la Unión de Pequeños Agricultores de la Región Atlántica (UPAGRA), y cuando le cortan el presupuesto, instala una panadería. Pero no le va muy bien y vuelve a la capital para trabajar con niños de la calle, hasta que lo nombran Supervisor de Vida Estudiantil de la EARTH, donde trabaja seis años. En 1993 entra a la Ardillita Feliz, ahora Centro Educativo Pococí, y luego estuvo en el Colegio San Francisco de Asís y el Green Valley. En 1997 tuvo el teatro "Línea Vieja", que fue la culminación de un proceso de trabajo con jóvenes, pero que no recibió el apoyo que se merecía. Y hace poco tuvo una triste experiencia a cargo del Programa de Cultura y Protocolo de los Juegos Nacionales. "El trabajo cultural me ha frustrado mucho. Creía que por el gran vacío que hay, la gente iba a estar dispuesta a apoyar más. Son mezquinos con la cultura, tanto muchos comerciantes como muchos políticos".

Ahora en radio Ahora es el productor del programa radial "Chiquimundo", dirigido a los niños, y en el que destacan los personajes El Capitán Agua Dulce y El Búho Volador. "No es radio de cabina, sino radio en la calle. Voy a la escuela, hago un festival y sacamos eso pregrabado. La otra parte la hacemos en directo", cuenta Palma, quien hace tres años tuvo otro programa junto a su hija Esther. Entre los concursos del programa destacan los de ortografía, matemáticas, Estudios Sociales, e historia del cantón, de la escuela y Camilo Rodríguez Chaverri

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la comunidad. De manera que aquĂ­ sigue nuestro andariego, Marco Palma, promotor cultural impenitente, que ha chocado muchas veces contra un muro, y muchas veces se ha levantado a enfrentarlo de nuevo.

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Don Hernán Azofeifa Madrigal Forjador de La Rita Un patio enorme nos recibe. Suenan las gallinas y los perros. Hay un concierto de la naturaleza. Se escucha el claxon de un chompipe. En la silla del corredor de su casa, sin camisa, sin zapatos y con una eterna media sonrisa en la boca, cargando sobre los hombros esa cara de hombre bueno, Don Hernán Azofeifa Madrigal nos recibe. Tiene 77 años y desde hace 45 vive en La Rita, adonde llegó cuando esto era entre un montazal y una montañuela. Hace ochenta años hubo bananales, luego abandonaron el banano y siguieron los charrales a la libre. Don Hernán es de Escazú y fue criado en Puriscal. Llegó aquí recién casado. Está viudo desde hace un año. Su esposa, Rosaura Jiménez, murió de 78 años. Vivieron juntos 56 años, por lo que su muerte sumió a don Hernán en una terrible depresión. Ese dolor se juntó al dolor de la muerte de su hijo Moisés Eugenio, quien falleció hace casi un lustro por serios problemas en el hígado. Trabajaba jalando químicos para las bananeras, y parece que esas sustancias lo fueron acabando poco a poco. Murió de 50 años. Cuando don Hernán y su esposa, doña Rosaura, llegaron a La Rita, esta era una tierra de gigantes. "Había unos ceibones enormes. Eso lo que más llamaba la atención entre los charrales y las montañuelas. Lástima, porque luego tuve que botar esos arbolotes porque un palo me mató una vaca", cuenta don Hernán. Llegaron recién casados. "Llegamos en tren y nos bajamos en Roxana. Nos tuvimos que venir a pata y rapidito levantamos un ranchito a la orilla del río. Me tocó hacer el rancho de paja. "En esta zona estaba Mola Argüello, que es como el fundador de todo esto. Por él es que lleva ese nombre un grupo de fincas bananeras. Mola tenía banano inglés en Tortuguero y yo trabajaba allá adentro, con él. Ganábamos cinco pesos a las doce. Nos íbamos en carros de tranvía.

Reino del maíz Camilo Rodríguez Chaverri

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"Aparte de eso, en la tierra de nosotros sembrábamos maíz en enero y en febrero, y por segunda vez en el año sembrábamos en agosto. Esta zona es una bendición, porque todo pega y todo crece bien. El maíz sirve todo el tiempo", explica Don Hernán. Empezaron a hacer familia. Tuvieron ocho hijos, y hubo que idearse cómo ponerle sonrisa a la vida, puesto que aquí hasta las distancias pesaban."De Roxana a La Rita se duraba hora y media a pata. La vida era muy difícil. Calcule que aquí nos llegó la luz hasta hace como 15 años y el teléfono hace unos diez años. "El verano era y sigue siendo apenas en febrero y marzo. Llovía día y noche, y uno tenía que acostumbrarse a que le cayera el agua en el lomo. No se puede esperar que deje de llover", dice la sabiduría de 77 años. Compró una máquina grande y sacaba el maíz con burrocar. Tenía tres carros y tres bestias. El burrocar andaba en una línea más angosta. Don Hernán conserva algunos rieles de recuerdo. Sembraba 10 o 15 hectáreas de las 100 con que contaba. Y cogía 200 fanegas de maíz.

Tiempo de la provisión En Roxana había una plataforma, y cada caballo jalaba 20 ó 25 sacos. "Guillermo Quirós, mejor conocido como Memo Chino, y Armodio Arias, que es hermano de su esposa, compraban todo el maíz. Y nos daban provisión para todo el tiempo, o sea, nos daban un papelillo que era como una orden para la comedera de todo ese tiempo. "No había plata en esos tiempos. Memo Chino y Armodio abastecían a todo el mundo. Sembrábamos yuca y banano pa´ comer, y aparte de eso nos manteníamos a pura carne de monte, pescado, arroz y frijoles. Había mucho tigre, mucha danta, chancho de monte y venado "La mamá de Eligio Rojas siempre tenía carne de tepezcuintle o de venado asada en el rancho. Es que cazar bichos de carne de monte era muy fácil. Iba a montear para coger carne para comer. Nunca lo hice por diversión. "En cambio, el tigre cuesta mucho verlo. Es un gato, anda huyendo. Yo tenía perros tepezcuinteros. El perro tigrero es diferente, puede ser igual pero tiene que estar acostumbrado al animal y que no le tenga miedo al tigre. No son todos los que sirven", confiesa este maestro de la montaña y la tierra. Don Hernán participó en la construcción de la primera escuela de La Rita, y más tarde en la edificación de la primera iglesia. "La primera 216

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maestra vino de afuera, y luego una hermana de Miguel Cabrera también vino a trabajar a la escuela. Rodolfo Campos era el director. "Los chiquillos de esos años eran carajillos descalzos y se iban a la escuela con un cuaderno en una bolsilla de arroz. Todo el mundo andaba a patica pelada y pantalón corto, y póngale". Don Hernán y Doña Rosaura tuvieron 5 hombres y 4 mujeres. "Ahora hay muchas comodidades y muy buenas carreteras. Ahora es mejor que antes. Se ve más la plata. Vea qué lindo que está Guápiles, con tanta cosa. En cambio en ese tiempo, en Guápiles no había más que cuatro casillas", concluye don Hernán, tan lleno de historia y de vida.

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Blanca Rosa Cordero (c.c. "La Yegüita") La mujer que venció el alcoholismo Era cosa de todos los días verla tirada en la antigua estación del tren, frente a la iglesia de Guápiles, en harapos, maloliente, como su fuera un trapo de persona. Por eso es digno de todos los reconocimientos el hecho heroico de que Blanca Rosa Cordero, conocida popularmente como "La Yegüita", haya vencido al monstruo del licor, y ahora sea una esposa digna, una madre abnegada y una gran mujer. Vive en el centro de Guápiles, a la espalda de la calle Fruta de Pan, junto al río. Su casa da gusto de lo limpia que la tiene. Parece un ajito. El piso rechina de limpieza. Ese piso es un espejo de lo que brilla. Blanca Rosa Cordero Quirós tiene 48 años y duró mucho tiempo tomando. Ella calcula que pasó unos 14 años en la calle. Pero si uno hace las cuentas con su historia, resulta que pasó metida en el licor más de dos décadas. Nació en Guápiles, en el hogar de doña Gabina Cordero y don Eloy Aguirre Martínez. Estuvo en la Escuela Central de Guápiles, y recuerda con mucho cariño que doña Blanca Sevilla fue su maestra casi todos los años. No fue al colegio. Blanca Rosa dice que el único colegio fue el guaro. Ahí empezó del desastre de su vida. "A los 12 años me fui de la casa. Yo me había enamorado y el muchacho llegó a pedir la visita. Mi papá le dijo que no. Entonces, me junté con él como dos años. "Después me dejé de él y me fui al lado de San Carlos y Los Chiles a trabajar allá. Estuve como seis meses. También anduve por Limón y me metí a trabajar con unos chinos, y me vine para acá y comencé a trabajar en las bananeras, en Finca Numancia, con Johnny Rojas (qdDg); en El Prado, con Beto Quirós; en Diamantes con Javier Ovares, y en Guajira con El Chino "En ese tiempo fue que empecé a hacerme de amiguillas y a tomar. Bueno, la pura verdad es que me había tomado la primer cerveza a los 13 años, cuando tuve el primer hijo, Mario Alberto, que se me murió a los 4 meses". De esos primeros años de vida libre, nacieron sus hijos mayores, Jorge Eduardo Cordero Quirós, quien tiene 29 años y trabaja en la 218

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Bomba Santa Clara, y el famoso "Cebolla", José Alberto Cordero Quirós, quien tiene 25 años, y está consumido en el licor. "Ya hasta me le quiso dar cirrosis. Dejó el guaro y ahora está volviendo otra vez, decía que una pachita, pero ya se está pasando. Yo sufro mucho por él", dice Doña Blanca Rosa, quien vuelve a su historia y luego retomará el tema de sus dos hijos mayores, que fueron los que no le quitaron. "En el centro de Guápiles me hice de malas amistades, y también íbamos a Jiménez y tomábamos allá. Conocí en las calles al hombre con el que me casé la primera vez. Es de Moravia. Nos conocimos en borracheras. Es que él se había compuesto. Me casé de 20 años. Nos fuimos a vivir donde el Negro Campbell, a cuidarle una finca. Allá comenzó a tomar de nuevo y yo también", confiesa Blanca Rosa.

"Perdí los hijos por el guaro" Cuando tenía 25 años se tiró a la calle a estar tomando mucho. Ya tenía los chiquitos. "Ahí fue cuando yo perdí a mis güilas, en esas borracheras. Me los quitaron, el PANI llegó a llevárselos un día que salí a quitarme la goma. Es que yo los dejaba solos". La primera de los tres que le quitaron se llama Cinthya Alejandra Cordero Quirós, de 19 años; el segundo es Marco Antonio, de 17, y el tercero Luis Enrique, de 15. "Los tuve seguiditicos. Parecía una cuila. A los dos mayores no me los quitaron porque estaban con mami. Los otros, según dicen, están en Alajuela. Nunca más supe de ellos. "José Alberto ("Cebolla") se hizo de malas juntas y empezó oliendo cemento. Yo estaba con el papá de ellos, que es Juan José Alvarado, y le decían ´Llama´. "Pero viera que a mí lo que más me echó a las calles fue que me quitaran los chiquitos. Me hacían mucha falta, pero la verdad es que yo me lo busqué. Yo los abandonaba por el licor. En el momento en que me los quitaron tenían 2, 3 y 4 años de edad. La chiquita contó en el Patronato que cuando yo llegaba tomada, me sacaba el pecho para que el chiquillo tomara. "Quiero saber dónde están mis hijos. Eso me desespera. Dicen que cucando se la cargaron, la mayorcita decía ´avísenle a mami que me llevan pero cuando esté grande, que yo vengo por mi mamá´. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Agarré la calle por ´Llama´, que peleaba mucho y llegaba a botar toda la comida al suelo. Yo me iba ya obstinada. Yo le dije ´váyase, ya no quiero vivir con usted´. "Cansada, empecé a tomar, él mismo dice que es el responsable. Si él hubiera sido un hombre responsable, ahí tendría yo a todos mis güilitas. "Amanecía donde venden el periódico, por donde tenía el negocio Miguelón (Don Miguel Ángel Jiménez). Esa era la cama mía. Dormía con otra señora que se llamaba Cecilia, y que ya se murió de beber alcohol "También dormíamos en la Estación. Nos acostábamos hasta en un charco. Una vez me fui a dormir en un potrero y ese aguacero que mandaba el señor... Iba al río a bañarme".

El licor humilla y denigra a la persona... En Guápiles todo el mundo sabía donde estaba el grupo de adictos, y entre ellos Doña Blanca Rosa, porque a larga distancia llegaba el olor... La fundadora del albergue para alcohólicos y del Hogar CREA de Pococí, Doña Ana de Leiva, iba a bañarla. Recuerda que la bañaba en una casita de oración que le habían prestado. Doña Ana cuenta la historia: "Iba a buscar a ´La Yegüita´, que estaba muy ebria y hedionda. Una vez me la iba a llevar a un centro de rescate y se me zafó. "Se dejaba bañar, lloraba y lloraba, decía que quería mejorarse por los hijos. Un día me dijo que se iba conmigo para un albergue pero que la pasara por donde la mamá, y ahí se volvió a zafar. "Ella se iban allá por el cementerio, con unos siete borrachitos. Amanecían en el centro, se levantaban y agarraban para allá. Al principio Blanca iba con el esposo, con ´Llama´, y ya al final era sólo ella, entre ese montón de señores que casi no podían ni caminar de la borrachera", dice doña Ana de Leiva. "Después de andar con ´Llama´, me casé con el finado ´Chino´, que se llamaba José Luis Masís. Por medio de él fue que aprendí a tomar alcohol puro. Al principio, hasta yo me quedé asustada. Lo mataron por el lado de Guácimo. El día que se lo ´echaron´, andábamos juntos. Estábamos en una terrible ´mica´. Imagínese cómo estaba de borracha que yo no me di cuenta de nada. Sentí que me 220

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pegaron una trompada y nada más", confiesa Doña Blanca. "Cuando desperté, ya estaba en el hospital. A partir de la muerte de ´Chino´, más guaro tomaba. Gracias a Dios, nunca usé otras drogas. Yo creo que eso fue lo que me salvó. Otra que andaba en la calle, que le decíamos Ana Loca, que se quitaba la ropa en la calle, un día me trató de dar la piedra, pero cayó ´Patillas´, un policía, y le dijo que no le diera eso a Rosa. Ya Ana Loca anda bien. Hasta se puso los dientes y se juntó con un señor. "Es que las personas que les dan amor a los barrachos, reciben cariño de ellos. A esas personas las buscan y las protegen. Yo me acuerdo que cuando pasaba doña Ana de Leiva, esta Ana Loca paraba el tránsito... También andaba con otra que se llamaba Socorro, que se murió por el guaro y la piedra. Yo siempre anduve entre un montón de hombres porque yo pedía plata y a mí sí me daban. Entonces yo los invitaba", dice Blanca Rosa, a quien le pusieron ´La Yegüita´ porque chiquilla comía guayabas con sal. A ella no le gusta que le digan así, y para esta nota periodística le pedimos un permiso especial para mencionar ese apodo, porque mucha gente únicamente la conoce como "La Yegüita".

Salió adelante, venció al vicio El gran salvador de Blanca Rosa es su nuevo compañero, Marco Arroyo Jiménez. "Él me dijo, ´yo vivo solo, vea, pongámonos de acuerdo, júntese conmigo y deje esa vida que tiene´. Al principio venía y me le iba unos días. Un día vine y me le llevé los anteojos y el reloj y me los ´jarté´ en guaro. Después, una noche vinieron los hijos de él, me patearon el piso que yo lo tenía tan limpio, me ´chivié´, le escarbé todo y me llevé 85 mil pesos. "Me fui para el negocio de Guatuso y hasta invité a los borrachos. Me acuerdo de verlos a todos comiendo atún. Esa vez la policía nos levantó y nos fue a botar por el Zurquí "La policía llevaba un chuzo eléctrico. Recuerdo que Carmona, un viejito de aquí, que andaba conmigo en los tiempos del ´tapis´, gritaba del dolor por los chuzazos. "Me puse a pensar que con qué necesidad andaba yo en eso. Otra vez fui a parar a Pavas por el licor. El Dotor Valverde, que es el psiquiatra de aquí, me dijo que era que estaba viendo los azules. "Viera qué terrible. Según yo, me estaban casando con el diablo. Camilo Rodríguez Chaverri

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Como yo no quería, el diablo me correteaba. En ese momento estaba en la cárcel y pegaba contra las paredes del calabozo. El diablo era un perro grande y negro. "Otro día lo que me pasó fue que me contaron que me trajo la ambulancia para Guápiles, porque estaba guindando del puente del río Toro Amarillo, que ya me iba a tirar, y ni me acuerdo", reconoce Blanca Rosa. "Otra vez me caí donde estaba el Bazar Chico, donde ahora está la Soda Rex. Eso era de dos pisos, y me vine del segundo piso. Me destapé toda la cabeza. Resulta que me tiré porque oía como una bulla que pasaba. En esa ocasión estuve internada con toda la cabeza abierta. "Esas cosas son terribles. Por eso estoy tan preocupada por mi hijito. El pobre de Cebollita ya ha ido a parar a Pavas dos veces, viendo los azules. Se acostaba y rapidito se levantaba todo asustado y veía que ahí venía la policía detrás de él y pegaba con las paredes y dejaba todo manchado con sangre".

Testimonio y victoria "Ahora tengo 7 años de no tomar. En total, estuve 28 años tomando, y unos 20 años en la calle, durmiendo en aceras y caños. Al principio me iba con una hermanilla a tomar guaro, y con la ´quitada´ de los chiquitos, ya me corrompí más", dice Doña Blanca, en medio de su casa reluciente. En eso entra el marido. Antes de ingresar a ese humilde palacio, se quita los zapatos. "La tengo aseada esta casa y al Señor, mi Jesús, lo tengo bien adornado. Todos los días le pido a mi señor y me hace llorar. Sufro mucho por mi Cebollita. "Para estar en buena condición física, ando mucho en bicicleta. Voy hasta Río Frío y vuelvo, o voy a Anita Grande "Yo he ido al centro y me han ofrecido guaro, no quiero recibírselo. Cuando Cebollita viene oloroso a guaro, me repugna ese olor del licor.

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Don Eduardo Mata Pacheco El famoso Tío Pili Es servicial, simpático, positivo, optimista y muy trabajador. Por eso, aquel chiquillo que vendía helados de sorbetera en el centro de Guápiles, ahora es un próspero y muy activo empresario. A don Eduardo Mata Pacheco le dicen Tío Pili porque así se llama su taller. "Todo empezó porque yo administraba un taller de muflas en San José que se llama Tío Pilín. Era de un sobrino mío, y le pusieron ese nombre precisamente porque un hijo mío no le podía decir William, que es el nombre de mi sobrino. Entonces le decía Pilín. Después de administrar el Taller Tío Pilín durante cuatro años, decidí venir a poner uno a Guápiles, y le puse Tío Pili. Era nada más quitarle una 'n'", cuenta don Eduardo. Pero no era que así iba a llegar a Guápiles. Nuestro pueblo nunca ha salido de él. Siempre ha vivido en su corazón. Don Eduardo nació en Guápiles el 29 de marzo de 1940, y se crió en La Colonia de San Rafael, en un lugar conocido como "La Vaca Muca". Su papá, Don Marcelino Mata Estrada (qdDg) llegó en el año 34. "Aunque vivíamos en La Colonia, nos tocó trabajar desde muy chiquillos. Yo vendía helados de sorbetera en el centro de Guápiles, sobre todo en el cine que estaba donde ahora está la Tienda Laredo. La mejor venta de helados era a la entrada del cine. Éramos tres hermanos, Guadalupe de Jesús (dgDg), Olga y yo", explica don Eduardo. El famoso Tío Pilín es de lo más detallista. Todavía guarda la constancia de inscripción de su nacimiento, así como el primer vaso que su mamá le compró para que tomara leche de vaca. Estuvo en la Escuela de La Colonia, donde fue compañero de don Paco Mejía, otro importante personaje de Pococí. Después se pasaron para Guápiles, y vivían detrás de la iglesia. Entonces, estuvo en la Escuela Central, que estaba en El Caimitazo. Fue compañero de Salomón Weinstock, Víctor Fallas (Nono) y Yuca Sánchez. "La escuela era un galerón viejo. Varios años después, le volaron fuego. De esa época de Guápiles recuerdo a Don Luis Madrigal, quien era el dueño del cine LyM. También estaba Fernando Madrigal, quien era el gerente del banco, y mi maestra era Doña Cecilia, quien en ese momento era la novia de don Fernando y después se convirtió en su esposa. Tengo muy presentes a los personajes de esos tiempos, como los Camilo Rodríguez Chaverri

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Hermanos Wachong, que también estaban en la escuela", dice Tío Pili.

Hijo de un huaquero "Mi papá era un huaquero famoso. Llegó a sacar algunas de las piezas más grandes que han sacado en esta zona. Por ejemplo, unos altares ceremoniales. "Papá tenía una finca en La Colonia, y cuando comenzó a sacar oro la vendió en seis mil pesos. Entonces, mi madrina, Caridad Alvarado, y su marido, Laureano Rojas, le dieron una finca a mi papá a la par del aeropuerto. "Pero Papá sacó demasiado oro y eso atonta a la persona. Se fue al destierro junto con Ernesto Campbell (qdDg), los Chizas y los Ocampo. La plata de la huaca es como la plata de las cantinas y los burdeles. Es plata salada "No conocí a nadie de Guápiles que se haya hecho de plata sacando oro. Ninguno de ellos murió siendo millonario. "Ese oro casi todo ingresó a las bóvedas de Don Jaime Solera Benett, que compraba todo el oro, los jades y las piedras preciosas". Después de concluir la escuela, lo mandaron a estudiar a San José, pero poco a poco su papá se fue quedando en la calle. Por eso fue que no pudo terminar de estudiar. Con sólo 12 años de edad empezó a trabajar en San José y en Guadalupe. "Trabajando me gasté toda la juventud. Primero que todo, trabajé en el Mercado Central, en el bar La Zamorana, que era de unos españoles. "Después ingresé a vender helados con Don Carlos Díaz. Vendía helados en un carretillo en Guadalupe, y ya tenía práctica por mi experiencia vendiendo los de sorbetera en Guápiles. "Después, vendí tosteles en la entrada del Colegio de Señoritas. Me vendían 14 tosteles en un colón y yo los vendía a 10 centavos cada uno, en la entrada del colegio. Le sacaba colón cuarenta, que era mucho en aquel tiempo", confiesa este famoso mecánico guapileño. También se puso a vender chocolates y papas tostadas ¨Ilusión¨, en el cine de Guadalupe y en el cine Río, que estaba muy cerca. Luego, le tocó trabajar lavando trastos en una soda, y en un supermercado, que se llamaba Abastecedor Carlos Izquierdo y Compañía, donde ahora está el Más x Menos de Guadalupe. Así empezó su carrera en supermercados, porque más tarde estuvo en la empresa Alonso y Compañía, que era un automercado. Soy técnico en 224

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carnes, y conozco la línea completa de supermercado", dice don Pilín, lleno de orgullo.

En Río Frío Con su nueva experiencia, se vino para la zona. Ingresó a Río Frío en 1968, precisamente cuando se estaban abriendo las fincas bananeras. "Cuando eso, esa zona no era conocida como Río Frío, sino como Desarrollo Bananero Río Sucio". La persona que se encargó de bautizar o, más bien, de rebautizar a esa zona, fue nuestro Tío Pilín, con la ayuda del famoso filósofo Constantino Láscaris. "Conocí a don Constantino en el Automercado de Carlos Izquierdo. Nos hicimos muy buenos amigos. Tenía muy buenos lemas y grandes consejos. Por ejemplo, un día llegaron unos carajos y le dijeron que qué lindas hijas. Entonces, le contestó que no se preocupara, que hablara con la mamá y que él le hacía una hermanita", y una risota riquísima puebla la boca de don Eduardo Mata. "Me hice cargo del correo, pero no teníamos cómo dar señas. Y en una ocasión que salí a San José, vi a don Constantino Láscaris, y le conté en lo que estaba. Él me averigüó que hacía muchos años ahí había una bananera que se llamaba Río Frío Lines. Entonces nosotros lo rebautizamos con ese nombre, que provenía de esa bananera cuando había sido de la United Fruit Company. "Íbamos a pescar y cogíamos bobos de un metro, tanto en el río San José como en el río Sarapiquí. Cazábamos venados, y llevábamos los palmitos a San José en un camión. Es que la bananera llegó a botar la montaña, poco más de 5 mil hectáreas, que fue la que le dio fuerza comercial a todo Puerto Viejo, pero en medio de la deforestación quedaba el palmito de montaña, que es dulcito y delicioso". Tío Pili es un gran pionero de esa zona. Tuvo el primer negocio que hubo ahí, que se llamaba Comercial Río Frío, y también inició el servicio de autobuses en 1969.

Gran figura del autocrós Camilo Rodríguez Chaverri

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Después de que vendió lo que tenía en Río Frío en 1975, llegó a ser Subcampeón Nacional de Autocrós en el 78 y el 79. De Río Frío le quedó el gusanito del comercio, por lo que compró un negocio en Aguas Zarcas. Se llamaba Salón Imperial, y de ahí brincó al Paseo Colón, donde tuvo la Soda, Bar y Restaurant Paseo Colón. Tuvo ese negocio durante seis años, y era muy famoso por las carnes. Pero no quería abandonar Guápiles, así que compró una cantina, con billares y salón de baile en Finca Uno de Ticabán. Estuvo allá desde el 84 hasta el 89. Fue entonces que instaló el bar "Lomas del Río", en El Prado, y de ahí se fue para administrar el taller de Muflas Tío Pilín, en San José.

Verdadero éxito... En 1997 montó muflas Tío Pili, en Guápiles. "Era un taller pequeño. Inicié muy pobremente. Arranqué gracias al apoyo del Banco de Costa Rica porque los equipos son muy caros. Y gracias a Dios Tío Pili 1 sobresalió por la calidad, por la atención, por lo que fuimos creciendo", cuenta don Eduardo, haciendo alusión a que en el año 2002 nació Tío Pili La Marina, con una propiedad enorme, frente al Taller de Revisión Técnica, contiguo al Restaurante La Ponderosa, e inició con equipos nuevos, equipos muy modernos. "Gracias a la comunidad de Pococí, contamos con el apoyo de más de 200 empresas. Le brindamos servicio a bananeras como BANDECO, Standard y Cobal, y a grandes compañías como Gas Zeta y Pan Bimbo, pero sobre todo a miles de particulares. "Estoy muy feliz aquí, con el pueblo que me rodea, la gente reconoce que uno viene de la nada y ha surgido. Mi padre decía ´cuesta ser honrado y cuesta más ser conocido´. Gracias a Dios ya lo conseguimos, y ahí seguimos adelante", concluye Tío Pili.

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Don Rodrigo "Rigo" Méndez Uno entre los muela Los Muela están entre los más representativos personajes de Guápiles, y de ellos, el papá de los tomates es don Rodrigo Méndez Mora, quien vino a los 6 años de edad proveniente de Coronado y tiene más 60 años de vivir en Guápiles. "Guápiles era apenas una línea del centro a Toro Amarillo. Se bajaba uno del tren y eran unos canillales de mula, unos charralones. Veníamos mis papás y ocho de familia. Al final éramos once, pero ya murieron dos hermanos, David y Gladis. Todos nos quedamos en Guápiles. "Nos dicen ´Los Muelas´ desde que trabajábamos en Santa Clara no me acuerdo ni porqué. Aquí era muy dura la vida. Mi papá nos llevó a vivir donde ahora están las oficinas de Chiquita. Hizo un ranchito con puras costillas de madera, con lo que botaban en lo aserraderos", cuenta don Rigo, quien es dueño de una humildad más grande que él. "Uno venía al centro y se encontraba las culebras atravesadas en las líneas. Después de las 6 de la tarde no salía nadie de la casa. Los poquitos pobladores de Toro Amarillo se venían al centro y a las 6 ya se encontraban un leoncillo sentado, llorando en el puente de San Rafael. De Toro Amarillo para allá todo era montaña", recuerda este señor que estuvo en la escuela que había sido hospital de la bananera y cursó apenas hasta el tercer grado. "No pude terminar porque mi papá me puso a trabajar al campo, a limpiar terrenos, a sembrar frijoles, maíz y yuca; a arrear vacas. Teníamos unos potreros alquilados por la Calle Negra, donde ahora es Garabito, y ahí encerrábamos bueyes y bestias. "Ese era el trajín de uno, en eso pasábamos la juventud. Salíamos a Cartago por la montaña, siguiendo una trocha que llegaba a unos pueblos llamados Cabo de Hacha, Quebradillas y San Gerardo. Salíamos al camino que comunica con el Irazú. Íbamos Germán Cruz, Godofredo Wachong, Salvador Espinoza (qdDg) Luis, mi hermano, y yo... Queríamos hacer la carretera por ahí, de Bellavista para arriba. "Fuimos a una reunión en la municipalidad de Cartago. Ese proyecto hasta lo empezamos. Hubo un trazado. Ese es el trayecto más corto. Hasta la dábamos mantenimiento. Teníamos la esperanza de contar con una carretera. De Cartago para acá bajaron dos máquinas, y de aquí para Camilo Rodríguez Chaverri

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arriba, llegamos de Toro Amarillo hasta río Blanquita, o sea, lo que ahora llamamos La Trocha. "De aquí para allá iba Paco Salazar (qdDg), el tractorista de la municipalidad, esposo de doña Yita, el papá de los famosos Paquis. Mi hermano Carlos y yo les jalábamos el combustible con bestias, pasando trabajos en los barriales y en los cuestones. A veces salíamos a las 6 de la mañana y veníamos llegando a las 6 de la tarde, a dejar todo listo para el día siguiente. Lástima que eso lo paralizaron. Esa carretera no tenía esos cortes que tiene la Braulio Carrillo".

El pero del camino... "Lo que pasó fue que en la Northern sabían que el ferrocarril iba a perder mucho, y entonces empezaron a molestar a los que estaban en el grupo. Estaban Fernando Aguilar (qdDg), Fernando Madrigal, Rodolfo Martín (qdDg) y Reinaldo Jiménez. "Nosotros teníamos una finca donde llaman Bella Vista, mis hermanos, David (qdDg), Luis y yo nos íbamos a traer a verduras allá. Mis hermanos alistaban en sacos y las ponían en bestias, y a mí me tocaba traerme las bestias hasta Guápiles. Ellos me decían que mejor me subiera en las ancas por si salía el tigre. Yo creía que si salía el bicho ese, me daba tiempo de encaramarme, pero ellos me explicaron que no". Ya más grande, el papá de Don Rigo compró más tierra, sembraron caña, montaron un trapiche de bueyes y una pailita, y aprendieron todo el proceso. "Vendíamos la tamuga de dulce a dos colones. Uno cargaba una bestia con 20 tamugas de dulce, y se la daba a un chinito, que tenía un negocio donde está la tienda Lucy. A ese chinito lo mataron a martillazos, fue uno de los primeros crímenes que hubo en Guápiles", recuerda. La noticia de la muerte del Chino Jesús a martillazos conmocionó al pequeño pueblo de Guápiles. "En los turnos la gente se peleaba pero a la mano, no a machetazos como han dicho muchos", aclara don Rigo. Su papá, por saldar una cuenta, quiso vender una parte de la finca, le enredaron el asunto, y al final se quedaron sin finca. Lo único que tienen ahora son 14 hectáreas, dentro del manto acuífero. Entonces, su papá trajo un camión. Fue uno de los primeros en Guápiles y transportaban madera. "Como no nos quedó terreno, nos desplazamos hacia las bananeras. Trabajé en Santa Clara año y medio, luego en Diamantes 10 años. Después, por motivos de salud me retiré. He sufrido úlceras en el estómago y tengo once operaciones". 228

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A raíz de eso, se metió a trabajar al Colegio Técnico de Pococí, donde tiene ocho años y medio de estar cuidando a los colegiales. "Ya estoy pensionado, pero uno tiene que estar trabajando, haciendo ejercicio y con la mente ocupada. Paso divertido y me gusta trabajar con jóvenes, porque me llenan de vida. "Los carajillos me respetan y yo los respeto mucho a ellos. Cuando me retiro por unos días y vuelvo, me dicen, 'diay, qué dicha que volvió, ya nos hacía falta'. A la juventud hay que entenderla, si uno les lleva la contraria es peor. Tiene 66 años y está casado con doña Zeneida Valerio Sanders. Viven en Barrio Santa Cecilia, y tienen dos hijos, Rodrigo Alberto y Freddy Fernando. Ya cumplieron 34 años de casados. "Noviamos como tres años. Mi matrimonio fue con apenas 12 personas. Salimos de la iglesia a un cafecito donde era el salón escolar, donde ahora hay unos chinamillos, y luego vamonós, todo el mundo para la casa. Nos hemos llevado muy bien, gracias a Dios. Mi esposa también tuvo relación con la educación, como yo, porque fue conserje en la Escuela Central más de 20 años", dice don Rigo, quien vive muy orgulloso de su compañera y de su vida.

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Don Memo Esquivel Chapeando a los 88 años Tiene 88 años y todavía anda a caballo. Montó para el tope de San José, Palmares y Cartago. En Guápiles jamás se ha perdido un tope de Expo Pococí. Y ve sin anteojos. Es de lo más tierno, y en su porte hay mucha dignidad, orgullo y hasta un poquito de coquetería. Está bueno. Él se lo merece. "Toda la vida me ha gustado montar caballos. Para mí es un arte", arranca a decir. Le digo que no puedo creer que todavía lea sin anteojos. "Incluso, yo puedo hebrar una aguja de ojo grande", me contesta, rapidito. El legendario Guillermo Esquivel Chavarría nació en Santa Clara, donde ahora está la finca de Lino Víquez, y tiene medio siglo de vivir en Calle Uno de Jiménez. De siete hermanos que eran, sólo quedan él, Fabio y Amparo. Él y sus hermanos Jesús y Fabio eran famosos como cazadores, hombres valientes que le enfrentaban a los tigres que mataban terneros y chanchos. "Diay, eso dice la gente. Aquí fuimos muy conocidos y respetados porque nunca le tuvimos miedo al bicho. Entre mi papá, mis hermanos y yo llegamos a matar 45 tigres. Eso suena muy mal ahora. Es que hoy eso sería un crimen. Pero cuando nosotros éramos pequeños, el que no lo hacía corría el peligro de quedarse sin animales o de perder la vida", explica don Memo, como disculpándose. Salió de 30 años de Santa Clara. "Teníamos chanchera. Cuando mi papá vendió había 100 chanchos. Una vez un tigre se comió 26 chanchos entre pequeñitos y grandes. "Yo tiré 14, con perros. Primero lo encaramaba. El tigre se encarama, como los gatos. Y en el árbol lo tiraba. Otras veces los tigres se nos tiraban encima en las gambas de los palos, porque ahí los habían arrinconado los perros. Mi papá tenía perros que corrían a la danta y al venado, pero al tigre muchos le salían huyendo". Cuenta don Memo que lo trajeron a bautizar a Guápiles de dos meses de nacido. "Me bautizaron en la primera iglesia que hubo en Guápiles, que estaba donde luego estuvo el Burro Amarrado" (al frente de adonde ahora está la entrada a la parada de buses, o el Restaurante El Único). Todo era a caballo. "Trabajaba mucho con mi papá. El oficio mío era 230

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cocinar dulce y trabajar con bueyes. "Los días domingo la diversión de nosotros era ir de cacería para traer carne de monte. Aquí había pobreza. No se podía comer carne de vaca muy seguido". Le pregunto por los topes. "Toda la vida he usado la bestia, yo iba a las carreras de cintas todo el tiempo. "Y toda la vida me he levantado temprano. Cuando íbamos a moler, como era con bueyes, nosotros nos levantábamos a la 1 de la mañana y entonces nos acostábamos oscureciendo. "De Santa Clara salíamos a Guápiles por camino, por una picada de bestia. Del Toro Amarillo a Guápiles caminábamos por la línea porque no había calle. Diay, es que aquí pasábamos 22 días debajo de la lluvia, sin escampar". Don Memo se casó de 36 años, y la señora tenía 30. Se llamaba María Sánchez Jiménez (qdDg). "No pude ir a la escuela, cuando eso no había nada. No aprendí nada, pero entre mis hijas tengo profesoras y maestras".

En Calle Uno "Ya en Calle Uno, había dos trapiches, el de nosotros y el de ueyes ueyesos. Los que comenzamos a meter carreta fuimos nosotros. ueyesos todo en carreta. Todo se dejaba en la orilla de los rieles porque era prohibido pasar los ueyes por la línea", recuerda don Memo. Dicen que él fue el primer ambientalista de la zona. "Nunca use ´yerbicidas´. Me hace daño hasta el tufo. Ni por juego lo uso. Por eso, desde siempre me tocó trabajar hasta en chapias, como cualquier peón. Y desde la edad de 7 años comencé a trabajar el ganado. Nunca aprendí a bailar. Cuando eso no teníamos ni radios. "Cuando arranqué a criar mis hijos, era muy pobre. Había que darles lo que uno encontrara en el monte. Desde entonces me ha gustado pescar. En la zona había mucho bobo. Y procuramos evitar la dinamita", confiesa don Memo, quien ha ayudado mucho al pueblo, y fue uno de los fundadores de la escuela y la iglesia. Y a los 88 sigue trabajando. "Yo chapeo, apodo cercas y las arreglo, viera qué valiente que soy", concluye, feliz y muy agradecido con la vida.

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Marlen Mora La chapeadora de Guápiles Desde hace 4 años, Marlen Mora se dedica a hacer yardas. Va chapeando lotes y los deja recogidos. Esta muchacha guapileña de 34 años no ve en su trabajo un ejemplo para las mujeres, pero definitivamente lo es. Es de Suerre de Jiménez, y desde chiquita ayudaba a trabajar al campo. Su papá, Carlos Mora Núñez (qdDg) y su mamá, Flora Brenes López, tenían trapiche y ahí fue donde Marlen aprendió a trabajar. "Suerre era un pueblo de trapiches. Llegó a haber siete. Yo tenía que cortar y jalar caña. Somos diez hermanos, cuatro hombres y seis mujeres, y las mujeres aprendimos a trabajar al campo igual que los hombres, sin mayores diferencias", explica Marlen. Antes, ya grande y casada, ella trabajaba limpiando casas y haciendo de todo, pero un día de tantos descubrió que haciendo yardas le va mejor En medio día, bien empunchada hace dos lotes y se gana 3500 colones, mientras que en una casa se gana ahora 2 mil por el día entero. Cuenta que sus amigas y vecinas no la molestan; más bien le dan ánimo. Tampoco le molesta a su esposo, Sergio Picado Castillo, quien trabaja como proveedor de El Colono de Guápiles. "A mí me preguntan ´diay, ¿usted no chapea? Pero qué va, no puedo. Ella es la campeona", reconoce Sergio. "Yo me siento muy orgulloso del trabajo de mi esposa". Marlen primero tuvo una chapeadora pequeña. Sin embargo, no daba abasto con tanto trabajo, por lo que tuvieron que comprar una más grande "Soy muy feliz con este trabajo. A mí me gusta hacer de todo, también cocinar y planchar. En eso me ganaba la vida antes. Le ayudo a mis vecinas, y les digo que una tiene que acostumbrarse a hacer de todo. Yo hago arreglos eléctricos, y compongo lo que sea en las tubería. Le busco solución a cualquier problema que tenga en la casa. No hay que depender de los hombres para esos trabajos", dice Marlen. Va a pie donde la llamen. Prefiere caminar, con la chapeadora al hombro, que ir en bicicleta. Cuando es lejos, alguna gente la lleva en carro, pero pocas veces. Vive 75 metros al Oeste y 50 metros al Norte de la entrada principal Camilo Rodríguez Chaverri

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de la Expo Pococí. Si usted desea mayor información, su teléfono es 710-4197.

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Don Adrián Fallas Ra mírez 93 años de historia a cuestas Es el gran pionero de Calle Seis de Jiménez. No parece que tenga 93 años. No sólo no parece por la pinta, sino por la energía y la memoria. Nunca lo había visto antes. Cuando me voy a presentar, se adelante y me dice el nombre y los dos apellidos. Me sorprende su velocidad de mente. Piensa y habla rápido, como seguramente lo hacía hace medio siglo. Adrián Fallas Ramírez cuenta la historia de Calle Seis porque la ha vivido toda. No recuerda lo que le contaron. Recuerda lo que ha vivido. Nació el 31 de octubre de 1910, en Pavas. Sus papás, Abelardo e Idelia, eran telegrafistas. Además, su papá también era maestro de música y durante muchos años su mamá trabajó como maestra. Vivieron en Jiménez hace mucho tiempo... "Llegué aquí en 1936. Se estaban formando estas colonias, durante la administración de León Cortés. Estos terrenos de aquí eran colonias. En esos tiempos, la bananera abandonó todo esto. Llegué solo, antes que mis papás. "Llegué a trabajar, pero aquí no había ni trabajo. Tenía que buscar alguna chamba para ganar algo. Estuve trabajando unos días con la municipalidad. Trabajé como caminero cantonal. Había mucho camino que hacer. Nos dedicábamos sobre todo a abrir caminos. "Había que andar bastante. Por ejemplo, se hizo un censo en la época en que entramos. Preguntábamos hasta por la cantidad de chanchos y de gallinas que tenía cada familia. Preguntábamos hasta cuántos huevos se recogían por día. Yo andaba ahí, como supervisor".

Calle Seis "Esta colonia, la de Calle Seis, se formó en la administración de León Cortés. En ese tiempo mandaban un jefe de colonias. Al principio Camilo Rodríguez Chaverri

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le adjudicaban un lote a todo el que pidiera, pero después fueron tantas las solicitudes que los hacían sorteados. "Yo tenía muchas ganas de tener un lote. Mis papás fueron muy pobres, nunca tuvieron ni casa propia, ni mucho menos terrenos. Andaban rodando mucho. Por eso fue que yo viví muchos años en Cartago. Después, ellos vivían en Cot y yo me quedé en Cartago porque conseguí trabajo en el telégrafo. "Siendo un chiquillo, un menor de edad, antes de llegar a esta zona trabajé en Aragón, en Turrialba. También estuve en Cot, trabajando al campo. Ese apego al trabajo lo heredaron mis hijos. La mayor, Judith, ha tenido que trabajar mucho, ordeñaba desde chiquilla... "Yo llegué a Guápiles de 26 años. Duré muchos años solo, hasta que me metí a esta finca. Fue que me gané el sorteo. Había tantas solicitudes que pegué hasta el tercer sorteo en que participé. "Entre las solicitudes para Calle Seis, había muchísima gente de Santo Domingo de Heredia. Esto había sido un abandono de la bananera. Había muchos charrales aquí, pero logramos conseguir terrenos muy fértiles. Aquí se producía arroz, frijoles, yuca, plátano. Había hectáreas que producían hasta 100 quintales de maíz. Era muy buena la tierra. Llevábamos el arroz para venderlo afuera. Había que llevarlo pelado, así que algunos hicimos unos pilones. "Mucho de lo que sembrábamos se iba en el gasto. Llovía más que ahora. Aquí vino un grupo grande de muchachos así como yo, y nos juntábamos en las tardes a hablar. "Siempre recuerdo a uno de ellos que era muy chistoso. A diario andábamos con los pantalones mojados hasta la rodilla, y decía, ´bueno, ahora que nos vayamos de aquí, nos va a hacer falta esta mojadilla, afuera vamos a tener que andar entre desagües´".

Los ranchos "Esos tiempos para mí fueron muy bonitos porque yo me busqué unos dos o tres amigos para hacer ranchos entre todos. El mío fue el primero que hicimos. Eran ranchos de paja de bijagua, porque hay una bijagua muy resistente, y eso era muy importante porque aquí hay una palomita que es terrible. Llega y rompe, y al romper, ya dejaba goteras. "Había muchos palos de palmito, de pejibaye, y con las reglas que 236

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salían hacíamos el piso, y dormíamos en lo alto porque había mucha culebra. "Una señora que vivió en La Unión y se vino para acá nos contaba que el león ahí llegaba a las pailas donde hacían miel a chupar sobros del dulce "Cuando yo vine a una chiquita la agarró el tigre y se la llevó, la metió en un cañal de caña de bambú. Con ella andaba un hermanito, y le jaló el rabo. Entonces se volvió el tigre y se lo llevó a él. Mientras fueron a buscar un negro que tenía rifle, ya se lo había comido. Esa noche se hizo la vela del tigre y el chiquito, los dos muertos. La chiquita fue la única que sobrevivió. "Había mucho terciopelo. Cuando yo estaba chiquillo, a un muchacho como yo lo picó una. Había suero, pero no estaba aquí cerca. Aún así, se lo llevaron para Guápiles y lo salvaron. "Conocí otros picados. En el campo, también había una cura. Era una semillita con una cruz. Hervían la semilla y le daban a tomar agua de esa, yo vi varios que se curaron con eso. "Además de las terciopelo, había mucha bécquer. La bécquer dejaba una llaga. Me tocó llegar en tiempos en que todavía esas llagas era peligrosas. Nos habían dado un aviso de que el gobierno no dejaba quemar los terrenos para sembrar, pero como había tanta culebra, el gobierno local dio permiso para quemar, porque así aliviábamos un poco lo del culebrero. A veces iba uno sembrando y veía el montón de culebras quemadas".

Tremendos sustos con culebra "A mí me pasó un caso de esos que dan risa. Se me espantó una culebra entre la turruja, que es lo que queda en ramas entre los árboles caídos. Ya no querían trabajar porque no aparecía la culebra. "Yo les dije que había que matarla. Esa vez nos paramos a limpiar y a limpiar. No aparecía la culebra. Lo más risible es que después de que nos quedamos muy pensativos, nerviosos, porque con una culebra cerca uno siempre está a la expectativa, diay nos dimos cuenta efectivamente estaba ahí la culebra: antes de empezar la búsqueda, alguno de nosotros le había cortado la cabeza. "Pero eso no es nada. A mí me han pasado chiles terribles con las culebras, casos que se queda uno espantado. Por ejemplo, se usaban Camilo Rodríguez Chaverri

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pantalones baloons, que eran muy anchos abajo. Un día nos fuimos chapeando una parte muy suamposa. Ahí se esfondaba uno tamaño poco. Ya estábamos todos avisados de las culebras. "En eso siento un bicho frió que se me metió por el pantalón. Lo agarré de la cabeza, cuando ya iba llegando a mi calzoncillo. Lo tenía yo bien agarrado de la jupa. Le pedí a unos compañeros que me bajaran los pantalones. "Mientras tanto, yo pensaba que era una culebra pequeña, porque apenas la sentía hasta el tobillo. Me fueron bajando la faja y el pantalón... Y van viendo que era una rana de patas largas...".

Tropel de güilas Aquí, don Adrián Fallas se casó con doña Clemencia Quirós Porras, un día en que se casaron cuatro parejas a la vez. Tuvieron once hijos, seis mujeres y cinco hombres. Todos están vivos. Doña Clemencia murió hace 14 años. Era dos años menor que él. "Yo creo que antes se vivía mejor que ahora. Figúrese que cuando yo llegué e hice un ranchillo, ya cuando lo tenía todo enfajado, en medio de la lluvia me puse a limpiar un poquito a la orilla del rancho. Tenía un puñillo de frijoles. Los metí en un ratico, y hubo matas a las que les conté 150 vainas de un solo grano. "Estoy seguro que ahora todavía puede echar así. Es que aquí la tierra está muy descansada, más porque casi todos tenemos animalitos, y eso hace que las tierras se cuiden y se mantengan. "Aquí antes abundaba de todo. La gran ventaja que tienen estos lugares es que antes de tres meses ya hay elotes, y pronto, a los cinco meses, ya hay ´mais seco´. "Hubo que adoptar un sistema porque había mucho daño, por la cantidad de pericos, loras, mapaches, pizotes y ardillas que había. Había una plaga de pizotes, eran partidas de 200 o más pizotes. Llegaban a una milpa, se encaramaban y al suelo las matas. En un día se echaban una hectáreas. Es que eran manadas... "El pizote es un animal muy nervioso. Uno mataba unos cuantos y se iban. Usábamos trapos empapados en carbolina y espantapájaros para los pericos. Pero es que los pericos son una cosa seria. Yo gozaba porque una vez llegué y puse unos espantapájaros y cubrí todo con unos grandes tejidos, como plásticos. "Al día siguiente llegué en carrera, porque eso era en una finca que 238

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tenía en La Negrita de Anita Grande, a una hora y media a pie de la casa donde vivo. Iba corriendo porque había un terrible escándalo. Cuando llegué, estaba un señor ahí, y me dijo, ´nombre, usted vino a acomodar a eso pericos, con ese cobertizo suyo ahora tienen hasta adonde escampar´. "En cambio, ahora uno siembra donde quiera y no hay ni pericos ni piapias. Porque las piapias también son un problema. Pican muy tiernito, la leche, y por ese huequito se mete el agua en la mazorca.

Como un guayacán "También trabajé aserrando, porque era un gato en eso", dice, mientras se amarra sus tennis, que son como zapatos figueres modernos. Le pregunto cómo hace para conservarse fuerte y lúcido. "Lo primero es que me baño todos los días. Eso me ayuda a que se me lave un poco la cabeza. Como de todo. Tengo esa dicha. No me enfermo nunca. Eso sí, como poca grasa y poca sal, y no me gustan mucho las carnes. "Prefiero comer muchas verduras. Además, no fumo ni tomo. He visto morir a muchos y yo lo sabía desde antes, y les decía ´te vas a enfermar´. "Un señor, amigo mío, que se llamaba Martín, andaba mascando hojas de tabaco, y a los 15 días pasaron por mi casa y me dijeron ´diay Adrián, no fuiste a ver a Martín´. En ese momento, ya hasta lo habían enterrado. Y pensar que había sido un muchacho fuerte. Pero tenía ese vicio "No soy un santurrón. Probé de todo: licor, desde clandestino; fumé puro, fumé pipa. Hice chirrite, por cierto casi me agarran con una saca que tenía ahí, Y después dejé todo eso". "Era enamoradillo y ese vicio no hay que dejarlo nunca. Tengo una amiga y hemos hablado de matrimonio, pero mis hijas son muy celosas. Me la traje y me cocinaba, pero llegaron las hijas y qué va. Se me fue, pero yo sabía que iba a pasarme eso, estaba preparado y no sufrí mucho "He tenido muchas novias y eso le ayuda a uno mucho, sobre todo a conservarse. Por ejemplo, el director de la escuela de aquí se llamaba Alejandro Quesada Ramírez, era primo mío, y leía las cartas que me mandaba una novia. Las agarraba y decía, ´a la puta, qué lindo que escribe esta mujer´. Camilo Rodríguez Chaverri

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Lo que no sabía es que ella cogía de las canciones. A mí es que me encantan las canciones. Las memorizo. Había una canción que decía, ´dónde estás corazón que no oigo tu palpitar, y es tan grande el dolor, que ya voy a llorar. Yo quisiera llorar, y no tengo más llanto. La quería yo tanto y se fue para nunca volver´. "Así como esa me sé un montón. Uno se roza con todo tipo de gente y le cuentan chistes y de todo. Por eso es que hay que agarrar las cosas al vuelo".

Ya ni hay pleitos "Ya pasaron hasta los tiempos de los pleitos bravos, cuando la gente se mataba a balazos y a cuchillos. Nunca fui peleón, sólo con ese primo que era director de la escuela porque tenía un par de guantes, y era para poner gente a pelear. "Yo era muy poco para los pleitos de calle, aunque a mí me tocó dos veces jamonearme en esta calle, en Calle 6, a uno que otro. He tenido dos pleitillos así, pero a mí no me gusta "Uno de esos fue hace años. Le presté 14 colones, que era platilla. Iba a buscarlo y me decía que cuando pudiera me pagaba. Vi que se estaba burlando de mí, y le dije, ´¿qué querés?´. Entonces me dijo que quería tantearme a mí. Le respondí que fuéramos a probarnos, empezó a quitarse la camisa, y yo también me la quité... Tiró la camisa y yo también. Con los guantes de mi primo había probado carajos que se veían muy fuertes, y uno sabe esquivar los golpes. Se me viene el hombre con esos brazotes, le hago un engañillo y no se quitó. Cayó de un solo golpe. Es que hay gente que nunca ha peleado en la vida", concluye con una carcajada de triunfo y picardía, mientras se quita la gorra de los Yankees que ha conservado durante casi toda la entrevista, este señor de 93 años, por cuya mente no pasa el tiempo...

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Fabio Esquivel en la historia de Pococí El hombre que desafió al tigre... Sacaba chanchos arriados por el camino de Carrillo, enfrentaba al tigre que se comía los animales de la finca de sus papás, presenció la llegada de la primera vagoneta a Pococí y trabajó en el antiguo ITCO (hoy IDA) en la formación de la comunidad de Cariari. Aunque ahora vive en Heredia, Don Fabio Esquivel tiene un lugar especial en la historia de nuestro cantón. Nació en 1924 en una finca de Río Frío y fue bautizado en Guápiles hace 79 años El papá, Evaristo Esquivel, tenía finca allá, y la mamá, Francisca Chavarría Vargas, estaba en la casa. Eran nueve hermanos, Juan, Albino, Dimas, Trina, Jesús, Guillermo, Amparo, Fabio y José. El papá sembraba y vendía achiote, así como hacía quesos para la venta. "Nos tocaba sacar chanchos arriados por el camino de Carrillo. El primer día era terrible, pero ya para el segundo día les soltábamos el mecate de la pata. EL otro problema era al llegar a Heredia. Con los carros se querían volver locos. Eso era terrible", cuenta don Fabio. "En el río Patria había que pasarlos entre dos personas, uno por uno. Recuerdo que lo hacíamos para diciembre, porque la carne de cerdo valía más. De Guápiles a Heredia nos llevábamos tres días arreando veinte o veinticinco chanchos", recuerda. En aquellos tiempos, las largas distancias y la remotidad de la zona obligaba a casi todos a ser casi autosuficientes en sus fincas. Por eso, en las tierras donde se crió don Fabio sembraban frijoles, maíz y arroz; tenían trapiche, y cocinaban con manteca de cerdo. "Lo único que teníamos que comprar era medicinas, alcohol, pastillas Oriental y yodo", dice don Fabio, quien aprendió a leer y a escribir después de grande, porque la cantidad de ríos que hay entre la finca donde se crió y el centro de Guápiles les hacía imposible venir a la escuela. "En ese tiempo no había las facilidades que hay ahora. Vivíamos en Santa Clara, en la finca que ahora es de Lino Víquez, y teníamos que pasar un montón de ríos. Vivíamos en la llanura que está en la pura salida de lo que ahora es el Parque Nacional Braulio Carrillo. "Cuando yo tenía 17 años vendimos allá y nos fuimos a vivir a Guápiles. Pero el daño ya estaba hecho. Habíamos crecido en el monte, trabajando, y eso lo marca a uno para toda la vida", dice don Fabio. Camilo Rodríguez Chaverri

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"Lo primero que aprendí a hacer fue a arrear vacas y a recoger terneros. También, como teníamos trapiche, había que ir a coger bagazo, y me tocaba hacer mandados de la casa, que por las largas distancias de estos tiempos podía significar andar encaramado en un caballo todo el santo día". Eran tiempos brutales. No había ni luz ni agua. La mamá lavaba en el río. "Cuando nos pasamos para Guápiles, recuerdo que la luz era muy mala. Era de la compañía, y parecía un cinco de achiote. Cuando eso, Radio Monumental era la única emisora que se sintonizaba en Guápiles, y por las noches ni esa se escuchaba".

Las batallas contra el tigre "Teníamos chancheras y el tigre llegaba a comerse los chanchos. Uno se encontraba la sangre a la par de las huellas. Por eso es que, junto a dos hermanos míos, Jesús y Guillermo, me tenía que meter en el monte detrás del tigre. "Íbamos con unos perros tigreros, porque no todos los perros de cacería se pueden usar para esta dura tarea. No todos los perros son tigreros. Hay perros que le tienen miedo, se ponen grifos grifos, y se les pala el pelo como en las fábulas. "El tigre tiene un olor característico, que es muy fuerte. Recuerdo un tigre que nos costó mucho matarlo, pero que estaba haciendo mucho daño por el lado del río Corinto. Lo matamos en una finca que ahora es del señor Salazar Navarrete, que fue el fundador de Cariari en los tiempos del ITCO. Esa finca era de Clímaco Arias. Él tenía una chanchera, y el tigre se comió los chanchos y hasta los perros. Don Clímaco andaba furioso y un día lo tiró encandilado, pero apenas le voló un colmillo. La bala lo agarró de perfil. Él lo supo porque después se encontró el colmillo. "Cuando nosotros lo tiramos le faltaba el colmillo. Por eso nos dimos cuenta que era el mismo tigre que andaba matando animales y haciendo daño. "Nosotros agarramos fama matando tigres porque siempre se ha dicho que uno de mis hermanos, Jesús, era uno de los hombres más valientes de la zona. Una vez mató a un tigre sin escopeta, a puro machete. Es que andaba con unos perros tigreros, pero no andaba en plan de cacería ni nada. Y en eso los benditos perros lo olfatean y se lo ponen atrás. A Jesús le tocó enfrentarlo, y después de batallar a puro machete, no tuvo otra que matarlo. 242

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"Otro día, Jesús mató dos tigres el mismo día, uno pintado y el otro negro. Dicen que eran dos tigres hermanos. La diferencia entre el tigre pintado y el negro está por fuera, nada más. Porque otra vez que matamos a un tigre negro, pantera que llaman, lo pelamos, y por debajo se le notaban las rocetas, unas rocetas iguales que las rocetas de los tigres pintados. "Uno de los tigres más grandes que enfrentamos fue uno que una vez pasó cerca de la casa, como a las cuatro de la tarde, y una hermana mía lo vio donde iba brincando entre las piedras. Los perros se le pusieron atrás, y nosotros también. Apenas se puso sobre una piedra, cuando ya estaba entrando en la montaña, lo tiramos. Mi hermano Dimas era un hombre enorme, y aquel animal era tan grande y pesado que Dimas apenas se lo aguantaba 50 metros. "Otra vez matamos otro que era larguísimo. Imagínese que el cuero pegaba al techo. Parecía el cuero de un novillo. "Yo aprendí a tirar como de siete años. Es que me mandaban a trabajar en la chanchera. Entre la casa y la chanchera había una hora de camino, y se encontraba uno las grandes huellas del tigre. Había que saber cómo defenderse. "Yo conocí a una muchacha que tenía una gran cicatriz de una herida terrible que le hizo un tigre. Es una historia muy triste. Ella iba con un hermanito para la pulpería, en eso salió un tigre del monte y la agarró a ella. Entonces, el chiquillo se prendió del rabo del tigre y le dio con un tarro. El bicho se volvió y se lo llevó a él. Mientras nos avisaron y nos pusimos detrás del animal, mató al chiquito. "Recuerdo que para la vela, aquella era impresionante. Dentro del rancho estaba el cuerpo del niño en un ataúd, y afuera de la casa, estaba el tigre tendido y muerto".

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Recuadro Nuestra historia de primera mano Además de arrear chanchos durante tres días por el camino de Carrillo y de cazar tigres que andaban matando terneros y perros, don Fabio Esquivel y su esposa, doña Margarita Alvarado, maestra de escuela, son testigos fieles de una época de Guápiles que se fue para no volver. Cuando eso llegaba el tren dos veces por semana, y el sacerdote venía una vez por mes. Don Fabio recuerda el día que llegó la primera vagoneta a Guápiles. "Tuvo que llegar en tren. Llegó en partes. La bajamos en Toro Amarillo. Con esa vagoneta empezamos a hacer caminos. Fue después del 48, en tiempos de Pepe Figueres. "Cuando eso yo trabajaba con la municipalidad. Antes de que llegara la vagoneta, jalábamos con bueyes la arena del playón del río a la línea del tren Viera qué pesado que era". Cuando trabajó en la municipalidad, participó en la construcción del campo de aterrizaje. "A los años de la construcción, para la época de la contrarrevolución del 55, de la invasión desde Nicaragua, hubo que despedazarlo, hacerle zanjas, porque les daba miedo que aterrizaran los nicas en Guápiles", cuenta Don Fabio. "Después de trabajar en la municipalidad, trabajé en la cañera, que estaba en una finca que ahora se llama San Elías. Antes ahí había un ingenio. Nosotros lo levantamos, hicimos toda la construcción. Trabajé en carpintería, y luego me pusieron a pesar azúcar, y a laborar en los triples, que es un departamento o sección donde se espesa la miel. La bombea uno adonde llaman el tacho, que es un tanque, de donde sale el azúcar granulada, pero con miel, y luego pasa a una centrífuga, donde la lavan y ya sale blanca, se seca y va a los sacos.

Cariari "Luego trabajé con el ITCO, lo que llaman ahora el IDA; en la formación de Cariari. Uno entraba por un tranvía hasta Roxana o La Rita y a pie desde La Rita por la trocha que había hecho el tractor que manejaba Ramiro Castillo. En ese momento, el administrador general se llamaba Jorge Garita". 244

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Más tarde, don Fabio fue jefe de una cuadrilla del ITCO y se dedicó a aserrar durante 13 años. Entre otras cosas, fue aserrador de Juan Rafael Sánchez, que tenía el aserradero por adonde ahora está el estadio Ébal Rodríguez. "Para ese tiempo, el polaco Don León Weinstock tenía casitas de madera para alquilar, para que la gente tuviera donde vivir, porque era un pueblo muy pobre, de gente muy humilde. De la finca de Los Diamantes a Guápiles no había camino. "La vida era solo trabajo, la luz era malísima, había sólo uno que otro radio, y la gente salía en carrera cuando oía el tren", enumera don Fabio. "Además, en esos años los ríos eran furiosos. Ese Toro Amarillo era bien bravo, y corría en la pura orilla. Ese río viene de la altura, de los cerros".

Carrillo "Lo veíamos cuando íbamos al Sucio, porque en ese tiempo había una aduana en Carrillo, exactamente donde ahora está el puente del río Sucio. Es que había un camino de carretas por los playones del río. "Mi papá iba con bueyes a Puntarenas. Me contaba que una vez, siendo él un chiquillo, casi se lo come el tigre en La Garita, que era donde acampaban el primer día. Al día siguiente acampaban en Turrúcares. Era tan lejos el viaje que herraban a los bueyes", explica Don Fabio, quien asocia esas historias de don Evaristo, su padre, con lo que luego él vivió cuando sacaban el banano para exportación con mulas, y lo exportaban en racimos. "Entre Guápiles y Toro Amarillo había un trillo y pura montaña a los lados. No se veía ni el tren, y ni qué decir si pensamos en el trillo que iba para La Colonia. Moría mucha gente picada de culebra. Una vez llegaron unos señores cazadores, que pasaban la noche en la finca de mi papá, y había una terciopelo encima de unos sacos. ¡Qué susto se pegaron! "La visión de la vida era muy distinta. El mismo resguardo nos regalaba dinamita para pescar, y había mucho bobo", explica Don Fabio.

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La maestra La esposa de Don Fabio, Doña Margarita, también es portadora de grandes recuerdos de nuestra historia. Trabajó en la Escuela de El Caimitazo, donde antes hubo un hospital de la compañía. Ellos se habían casado en Limón, y después de la Escuela de El Caimitazo, doña Margarita estuvo en la Escuela Central. Doña Margarita era de Santo Domingo, pero tenía familiares en Guápiles. Venía en vacaciones, porque los familiares tenían un negocito aquí, y de esa manera se conocieron. Se casaron cuando Fabio tenía 28 años, y Margarita 26. Tuvieron cinco hijos, Ramón, Flor del Carmen, Ana Lucía, María Elena y Fabio. Hubo dos mayores que murieron muy pequeños, José Fabio y María de los Ángeles. Cumplieron 50 años de casados en febrero del año pasado. De sus hijos, Ramón y Flor terminaron en el Colegio Agropecuario de Pococí. Incluso, Ramón es de la primera generación de ese colegio, junto a José Alberto Castillo, María Elena Núñez, los hermanos Rosemarie, Eduardo y Walter Cruz, así como Asdrúbal Espinoza y Hugo Pérez. Poco más atrás venían Carlos López y Luis Alfonso Espinoza. Con Don Fabio y Doña Margarita se puede aprender mucho de nuestra historia. Ojalá que les demos el lugar que se merecen ellos dos y tanta gente grande que todavía nos queda.

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La alegría hecha hombre Sus carcajadas todo lo llenan y todo lo pueden. Llegó a la zona hace veinticinco años, pero, por su carácter ameno y su agradable forma de ser, se ha robado el cariño de muchos. Don Beltrán Meléndez, el de la risa eterna, el del Molino de Maíz en Guápiles, se vino primero para Río Frío, donde trabajó de peón bananero. Luego llegó a Guápiles. Antes lo había detenido la insolencia del río Toro Amarillo, cuyas aguas irrespetuosas se llevaron el puente del tren. Desde entonces, ha sido taxista o comerciante. Y cada vez que cuenta del Guápiles viejo, de potreros y calles de piedra, sin cuadrantes ni otras cosas de la urbanidad, se ríe con esa risa que lo devuelve a la niñez, como si fuera mitad infante y mitad duendecillo juguetón y travieso. Octubre, 1996

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Homenaje póstumo a Don Ébal Rodríguez El patriarca del deporte Don Ébal Rodríguez sigue siendo símbolo de prestigio y sacrificio en el deporte del cantón. Su espíritu lleno de sonrisas, su afán de apoyo, su voz de aliento. Para quién lo necesitara y su encantadora forma de ser, nos obliga a guardarlo en un rincón del corazón y, aunque no haga falta recordarlo por que la gente tan buena como él nunca se olvida, le rendimos homenaje póstumo con la ayuda de quien fuera su amigo, Don Miguel Cabrera. Sabemos, eso sí, que hablar de muerte en personajes calan tan hondo como él es incorrecto, porque en el alma de nuestro cantón Don Ébal nunca estará muerto. Más bien, nos parece verlo todos los días sin que nadie se percate, sentarse en el estadio de Guápiles que tanto amó a reírse con la gente, a disfrutar de algún partido o a burlarse de la misma muerte que nunca podrá terminar enteramente con un roble de sombra generosa como él. Buenos recuerdos y grandes lecciones nos hereda, y como dice un escritor por ahí, cuando se presentó al Creador, él no tuvo que preocuparse por nada, pues ni contraseña le pidieron. Más bien lo estaban esperando con los brazos abiertos y de fiesta, porque que llegue él es que lleguen la entrega, el deporte, la lealtad y la sonrisa, es decir, que lleve don Ébal el mundo a sus espaldas. Enero, 1997

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Miguel Ángel Jiménez Soñador de toda una vida Tiene la pinta de un quijote con la voz de un trueno. Flaco y desgarbado, atento y caballero, Miguel Ángel Jiménez es una institución en la historia de Pococí. Uno de los primeros locutores que tuvo Radio Pococí, en los principios de la emisora Jiménez era cantante. Trabajó de peón hasta 1967, y de ahí para acá no ha dejado de ser comerciante y periodista de pueblo. Primero fue empleado en el Centro Agrícola Veterinario, y dos años después compró el negocio. Lo tuvo de 1967 a 1997, cuando compró la Ferretería JV (que antes se llamó Guapilandia) La tuvo en lo que ahora es una zona roja en Guápiles, hasta que decidió trasladarse al lado de su casa, e instalar la Ferretería y Cerrajería San Miguel, a la que le llega su clientela leal y generosa.

En la Radio En la radio trabajó 33 años, primero en cabina y luego como reportero. Cada vez que venía un importante funcionario del gobierno, Miguelón, como le conocen en Pococí, estaba ahí para entrevistarlo. También fue fundamental en las transmisiones de las corridas de toros y en periodismo de servicio. Tuvo el programa “Por y para usted”, de quejas de las comunidades, y durante 14 años produjo el programa de entrevistas “Noche de comentarios”, los lunes y los viernes de 8 a 10 p.m. Después pasó a Radio Guápiles, para producir “1140 Comentarios”, los mismos días y con el mismo horario. En todos sus proyectos ha recibido el apoyo de su esposa, Doña Manuela, y sus hijos Miguel Angel, María Lourdes, Manuelita y Modisto Alberto. Don Miguelón es parte de la historia viviente de Pococí. Ahora tiene 68 años y ya tiene 56 años de formar parte de lo más selecto de nuestra comunidad, pues llegó siendo un niño. Julio, 1998

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Don Miguel Jiménez en el alma de la radio Otra vez ha aparecido la radio como el medio de comunicación que cala más hondo en el alma de nuestro pueblo. Sin duda, la radio es el medio más cercano a las personas. Usted puede escuchar radio mientras maneja su vehículo, su caballo, su carácter o su bicicleta; mientras camina, corre o hace aeróbicos; mientras cocina, lava ropa, limpia la sala de su casa, se arregla frente a un espejo o le echa agua a las platas del jardín; mientras trabaja en su oficina o en el campo; mientras espera a alguien en la esquina o mientras hace, la verdad, lo que usted quiera. En estos tiempos de la prisa, es vital un medio de comunicación cuyo aparato de recepción puede ser llevado en la bolsa del pantalón, el salveque o la cartera, que puede ser encendido y – con los elementos necesarios- puede ser utilizado sin molestar a nadie, y que ofrece una amplia gama de posibilidades que van desde la música más popular, las noticias nacionales, los comentarios y las opciones que le resultan muy familiares, hasta lo más lejano y distinto a usted y sus circunstancias. Antes de la televisión, el Internet y la omnipotencia del mercado, ya la radio nos había globalizado. Así como lo oye. Sobre todo, nos hace universales porque nos pone en contacto con lo nuestro. Mientras existen emisoras en casi todos los cantones del país, y programas radiales de los temas más específicos que uno se puede imaginar, es muy difícil contar con canales de televisión dedicados específicamente a ámbitos e intereses tan reducidos. Además, la radio permite mayor participación del oyente que, entonces, deja de ser receptor o público, para ser parte activa de la comunicación. Da gusto ver la cantidad de personas que llaman a tantísimos programas radiales que permiten que la gente participe por teléfono. Es una manifestación del clamor popular, pues todos esperamos asumir mayores responsabilidades en las tomas de decisión que nos atañan. A todos nos gusta que nos aprecien, que nos valoren, como dice nuestro pueblo, que nos den pelota. Y eso, sin duda, es más factible en la radio. La gente quiere que los periodistas se detengan a escuchar sus inquietudes, sus incertidumbres, sus enigmas y opiniones. Eso está más cerca de la realidad de la radio, que permite, por su naturaleza, una retroalimentación más ágil y movida. Junto a todo eso, la radio conlleva un afán de servicio que exige anonimato. Ningún periodista radial tiene el protagonismo que sí se consigue en televisión, y que a veces pretende acomodar a más de un comunicador por encima del bien y el mal. En radio, las caras bonitas no 250

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valen de mucho. Es decir, la superficialidad tiene un aliado menos. Aunque estamos en el siglo de las imágenes, no debemos permitir que la violencia, el consumismo y la frivolidad le ganen la batalla a la virtud. En ese sentido, el medio que está más cerca de la sensatez, por sus características, es la radio. Recuerdo como, desde chiquillo, me metía a participar en los programas de comentarios que Don Miguel Jiménez dirigía en mi pueblo, Guápiles, donde hay dos emisoras comunales. Como le puede pasar a usted en cualquier comunidad, desde hace muchas décadas, todo el mundo tiene derecho a llegar a decir lo que quiera. Cosa que ninguna televisora ni periódico alguno puede ofrecer. Yo lo hago desde que era un colegial de 13 años. Ahí, de la mano de don Miguelón, quien es un señor muy parecido al quijote, entendí cuan importante es el papel de la radio para el fortalecimiento de la democracia. Y, de paso, desde entonces amo el periodismo. Me pregunto qué hubiera sido de mí sin ese programa de radio que me puso de frente con la respuesta a los clamores de mi alma. Muchas gracias a Don Miguel por su labor de siempre, pues también ha sido fundamental para mi vocación y mi felicidad. Enero, 2000

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Miguel Cabrera Las pasiones debajo de la piel Si tuviéramos que escoger a un personaje sencillo y cálido, este sería nuestro primer candidato. Su mayor característica es la humildad. Y como ocurre con todas las personas como él, la gente lo quiere con un afecto que ni siquiera es necesario de transmitir, pues siempre está ahí, como siempre está él con el pueblo, pendiente de la realidad de un Pococí que no lo vio nacer, pero lo ha adoptado con mucho amor. Don Miguel Cabrera Ortega se levanta muy temprano y, a partir de las seis de la mañana, entra hasta nuestros hogares con su voz de señor agradable y su paciencia fenomenal por las ondas de Radio Atlántida, en la cual, desde hace catorce años, produce el programa “Panorama del Atlántico”, junto a su compañero y amigo Rafael León. Nació hace 69 años en El Guarco de Cartago, en la familia formada por Gonzalo Cabrera y Ofilia Ortega. Su padre vendía pan y su madre, comida. Cuando tenía seis años, ambos se vinieron para Guápiles, donde creció a ratos, pues también vivió en Turrialba, La Francia de Siquirres y Fraijanes. Estudió electricidad por correspondencia. Trabajó en Los Diamantes, fumigando las plantaciones de hule, luego en la primera planta generadora de energía eléctrica de Guápiles – que solo producía luz de seis de la tarde a la madrugada-, y en varias empresas privadas, en las que se dedicó a montar plantas eléctricas en las bananeras. Se han juntado en su vida grandes pasiones: la electricidad, la radio, el deporte y la música. Jugó con el equipo de futbol de Pococí durante doce años y más tarde fue directivo del Santos. Le compró un conjunto musical a Enrique Alfaro y Luis Chavarría, y se desvivió por su Combo Jolly´s. Trabajó ocho años en Radio Guápiles y su programa en Radio Atlántida es uno de los más consolidados y viejos de los que se realizan en el cantón. Miguel Cabrera Ortega es un gran hombre. Por eso, Pococí lo ha hecho uno de sus hijos predilectos. Y si fuera un árbol, sus cinco hijos y sus muchos nietos serían las raíces que lo sostengan en la tierra fértil de este pueblo. Está conservado y esperamos que Dios nos lo preste por muchos años más porque el cantón está urgido de grandes hombres como él. Enero, 1997 252

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Guapileño hasta la terquedad Don Roberto Aguilar actualmente vende lotería, pero sus sesenta años de vida en Guápiles están poblados de cuantas ocupaciones como ocupaciones existen en el mundo. Peón bananero, agricultor, zanjeador, labrador de madera, guarda civil, chancero… Por eso, en él la preparación académica ha sido sustituida por la fuerza brutal de la vida. “Imagínese que una vez que no tenía trabajo, tuve que laborar matando terciopelos que aquí de por sí abundaban. Ahora hasta ellas se fueron. Es otro el Guápiles que tenemos”, dice, lleno de nostalgia. Cuenta Don Roberto que hace muchas décadas ni siquiera había casas, sino ranchos hechos “con hojas de coquito, paredes de astillón de balsa y amarradas con bejucos”. La característica más inolvidable de ese tiempo es, según nuestro chancero invitado, la fuerza del temporal que hacía que a veces el tren tuviera que dejar de pasar por días, incomunicando la zona, cuya línea era la única ventana al mundo. Octubre, 1996

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Don Rogelio Alvarado Juegos Nacionales Pococí 2000 llevarán su nombre -Es el más grande promotor del deporte en nuestra zona de todos los tiempos. Se sienta debajo del árbol más frondoso del Parque de Guápiles y su figura fina se confunde en los diversos tonos de la sombra. Se parece a ese árbol y a las palmeras del parque en su actitud ante la vida: grande, con los años como un tesoro invaluable, no se pone en pequeñeces. Solo los ríos chiquitos hacen bulla. Él es un río profundo y caudaloso. Por eso, ni se oye ni se siente. Va por la vida suavemente, como las grandes criaturas. Se levanta temprano, y todas las mañanas se sienta frente a la legendaria Panadería Chumino a leer el periódico. Es que es parte de la tradición de la zona, y del paisaje de Guápiles. Decirle un roble sería inapropiado para un hombre tan delgado y tan austero. Mejor afirmemos que es una hormiga de mirada tierna y pantalones bien hechos. Sí señor, porque fue el gran sastre de Guápiles, y no hay una sola familia de las viejas del cantón que no recuerde alguna prenda elaborada por él. Llegó a la zona en 1948, y tenía todo para convertirse en uno de los hombres más poderosos de Pococí, pero ser patriarca del deporte y patrono ce los atletas. Muchos cuentan que compraba bolas y tacos, y los tenía en su sastrería para cuando llegaba algún mocoso con talento y sin plata. Por eso, cuando la organización entera de los Juegos Nacionales Pococí 2000 decidió por unanimidad bautizar dichas justas deportivas con el nombre de este señor de 78 años, el más grande promotor del deporte en Pococí en todos los tiempos, no hizo otra cosa sino justicia, pues lo colocó en el pedestal que merece.

El hombre que hizo la diferencia 254

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Rogelio Alvarado Cubero era un muchacho de 27 años cuando su suegro, el famoso boticario Don Noé, propietario del botiquín San Roque, lo convenció de que se viniera para la zona. Ya era sastre, y empezó a hacer pantalones en la bodega del botiquín. Poco después se involucró con el Pococí F.C., el histórico equipo de futbol del cantón. Y en 1962 fue electo regidor, en la administración de Francisco Orlich. En esta época obtuvieron los recursos para la compra del terreno donde ahora está el Estadio Ébal Rodríguez, con el nombre de otro grande del deporte. Y también fue entonces cuando se construyó el camino a Cariari, que era “una pura montaña”, como recuerda don Rogelio. “Campo Kennedy (Cariari) eran cuatro casitas. En ese tiempo estaba en el Instituto de Tierras y Colonización (ITCO ahora IDA) don José Manuel Salazar Navarrete. Un día me contó que iba a distribuir 10 hectáreas por campesino en esa zona, y le dije que 10 hectáreas eran muy pocas, si tomaba en cuenta lo difícil de llegar hasta allá. Le propuse que les diera 20 hectáreas. Gracias a Dios me hizo caso,” cuenta. Tiempo después inició la lucha por un colegio para el cantón. Años antes había tenido que enviar a sus tres hijos, Carlos Francisco (“Pachico”), Flor de María y Emilia María (“Mimi”), a San José para que estudiaran. Y con ellos también se tuvo que ir su esposa, doña Nidia Soto Ovares, que de Dios goce. Once años estuvo solo. Y estaba consciente de que muy pocos tenían la posibilidad de enviar a sus hijos a estudiar afuera. Por eso, junto con el sacerdote alemán Jorge Grunke y el dirigente comunal Godofredo Wachong inició la lucha por el colegio. Cuando ya tenían la promesa del Ministerio de Agricultura, un día Don Rogelio y “Godo” Wachong se fueron para la capital con la idea de pedirle al Ministro de Agricultura , Don Guillermo Iglesias (qdDg), que les facilitara unas casas viejas de la Estación Experimental los Diamantes para iniciar ahí las clases. Cuando ya estaban en la recepción del Ministro, les dijeron que Iglesias no podía atenderlos, por lo que Wachong empujó la puerta y se le metió al ministro al despacho. Salieron con la aprobación, e iniciaron. Una cuadrilla de albañiles de Los Diamantes, al mando del administrador Oldemar Chavarría, ayudaron en los inicios. Luego pensaron en la posibilidad de segregar 50 hectáreas de Los Diamantes para el colegio, y se vinieron para la Asamblea Legislativa a hacerle ambiente al proyecto. Algún diputado los “carboneó” y se decidieron a solicitar 100 hectáreas, en lugar de 50. Con la cristalización Camilo Rodríguez Chaverri

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de la idea, los tres, Don Rogelio, el Padre Grunke y Wachong apuntaron su nombre en nuestra historia.

Grande en el deporte y en la comunidad Cuando sólo existía el tren, don Rogelio iba y venía con el Pococí F.C., de aquí para allá y de allá para acá. Pagaba el pasaje de los jugadores que no tenían dinero y hasta hizo en su casa un baño para todos, pues no contaban con camerinos. El lío era para su esposa y sus hijas, quienes lidiaban con el desorden de 22 jugadores en la sala de su hogar. Don Rogelio fue Presidente del Comité de Deportes durante casi una década, y cuando apenas iniciaba su gestión fue a San José y se informó acerca de todo lo que necesitaba Pococí para tener representación en los juegos nacionales. Durante los primeros ocho años que nuestro cantón tuvo deportistas en estas justas nacionales, cerraba su tienda durante 15 días para irse con sus pupilos al cantón que correspondiera. Fueron a San Carlos, Grecia, Limón, Pérez Zeledón, Cartago, Liberia y San José. También durante este tiempo al frente del Comité de Deporte de Pococí, se edificaron las graderías del estadio, los vestidores, los túneles, las bancas para los jugadores y parte de la malla. Pero su obra va mucho más allá. Fue miembro de la primera Junta Administrativa del Colegio Técnico de Pococí, miembro de la Junta de Educación de la Escuela Central de Guápiles, miembro de la Junta de Salud del Hospital de Guápiles, y en 1986 volvió a ser regidor. Es durante esta administración que recibe un premio por su gran labor, y es becado, junto a 18 regidores del resto del país, para estudiar diversos proyectos de purificación de aguas en Estados Unidos. Durante dos meses recorrió muchos Estados de la Unión Americana observando las características de los procesos del manejo de aguas.

“Antes era mucho más duro” Si lo ponemos a escoger entre el Guápiles que lo recibió hace más de cincuenta años y el Guápiles de nuestros tiempos, don Rogelio se queda con el de ahora. “Antes era muy difícil. Vinimos por la necesidad de conseguir trabajo y seguridad económica para mantener la familia, pero aquí todo era muy duro. No había hospital, ni médicos, ni caminos. Había mucho 256

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paludismo y mucho papalomoyo. El tren sólo venía una vez al día,” comenta don Rogelio, nostálgico y sereno. “Cuando uno salía a visitar a la familia, ya iba pensando en los dolores de cabeza del regreso, porque el tren no llegaba directamente hasta Guápiles. Había que bajarse con toda la familia y todas las bolsas en Siquirres y esperar que viniera el otro tren. “Me acuerdo cuando instalaron en Guápiles el primer teléfono. Había que hacer fila durante varias horas para hacer una llamadita de pocos minutos. Y, como siempre, había gente desconsiderada que se pegaba durante un gran rato”. Pero no todo era malo. Para don Rogelio Guápiles, perdió algunas grandes virtudes. “Lo lindo de aquellos tiempos era que éramos tan poquitos, que todo el pueblo era como una sola familia. Todos nos conocíamos, nos queríamos y nos cuidábamos. Nadie pensaba en hacerle daño a los demás. Y hasta dejábamos la ropa tendida en los corredores durante la noche, sin preocupación ni peligro”. Pero puede más su pragmatismo que su nostalgia. “Aun así, había que ir hasta San José para comprar muchas cosas que aquí no existían. Y yo me quedo con los adelantos. Con sólo pensar que cuando tengo cita en el hospital en San José me voy en bus de 5 de la mañana y antes de las 7 ya estoy bien sentado, desayunando mientras espero mi turno.” En cuanto al deporte, don Rogelio consideraba que se ha avanzado mucho, y que los Juegos Nacionales Pococí 2000 son estratégicos, pues brindarán la infraestructura que siempre ha hecho falta en muchas disciplinas. “El mejor ejemplo de que podemos lograr mucho es el Santos de Guápiles. Cuando yo estaba metido en el futbol llegamos a tener equipos en segunda división, pero nunca ni siquiera pensamos en la Primera. Por eso, ahora tenemos que apreciar esta gran logro, y debemos esforzarnos todos para que el Santos se conserve en primera”. Estamos bajo las palmeras del Parque de Guápiles. Don Rogelio nos ha contado ráfagas de su vida. Tanto él como quienes lo escuchamos, ya sabemos que no se puede encerrar una vida tan rica y prodigiosa en unas cuantas cuartillas, ni en varias páginas de un periódico. Mira al cielo, suspira y sonríe con desparpajo. Sabe que ha realizado una gran obra, que Pococí le debe mucho y que ha entregado todas sus fuerzas a la comunidad. Camina de regreso a su casa, en el corazón del pueblo, y a su paso va dejando la huella que todos le conocen. Es un grande de nuestra historia. El más grande de la historia Camilo Rodríguez Chaverri

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deportiva del cantón. Está muy agradecido con la designación de su nombre para los Juegos Deportivos Nacionales Pococí 2000, pero tampoco hace alarde. No hace falta. Es un río profundo y caudaloso. No necesita hacer bulla. Y siempre fue una hormiguita incansable. Sus obras son muchas y nunca morirá en el espíritu del pueblo. Un hombre así ya es inmortal. Junio, 2000

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