Camilo RodrĂguez Chaverri
Primera edición, San José, Costa Rica, Diciembre del 2008
© 2008, Camilo Rodríguez Chaverri ventanario@yahoo.com ISBN (obra completa): 9968-9463-000-3 Entrevistas, redacción y edición: Camilo Rodríguez Revisión final: Camilo Rodríguez Diseño: Paula Garro Ramírez
Para mi papá y mi mamá, quienes me llevaban a San Gerardo de Dota cuando yo era un niño. Para mis maestros Miguel Salguero, Alberto Cañas, Álvaro Fernández, Eladio Jara, Enrique Obregón y Guillermo Villegas.
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Un Héroe de San Gerardo de Dot
En este libro, don Efraín Chacón cuenta cómo, hace medio siglo, se adentró en las montañas del valle que hoy se llama San Gerardo de Dota. Conocí San Gerardo siendo un niño. Mis papás me llevaban de vez en cuando. Vivíamos en San Isidro de El General y mi papá conocía de cerca la experiencia de don Efraín como productor de manzanas y ciruelas, y como ganadero.Volví veinticinco años después. El cambio y el progreso me motivaron a escribir esta historia. Esta narración cuenta cómo dos muchachos vivieron en una cueva y se enfrentaron al frío, la montaña, los peligros, la soledad y el destino, que se empeñaba en que fueran peones de finca, jornaleros. Entre los dos construyeron un futuro sólido para sus familias, en medio de la adversidad. Se metieron en el bosque virgen, empezaron a hacer un trillo, un sendero; luego hicieron camino, construyeron la escuela y la iglesia, y hasta les dio tiempo para transformar aquel valle remoto en un destino turístico importante para el país. Esta historia es la historia del heroísmo campesino, de la valentía del hombre y de la mujer de la zona rural costarricense, quienes transformaron la realidad de las nuevas generaciones con base en muchísimo trabajo. También es mi homenaje para mi bisabuelo, Luis Rodríguez, y para mi tío abuelo Filadelfo (“Lelo”) Rodríguez, quienes vivieron algo similar en la zona de San Carlos. Quien conozca la historia de don Efraín sabrá que es poco lo que puede hacer la vida en contra de alguien empeñado en salir adelante, de alguien que decide tomar su destino del cuello y torcerlo para siempre.Escribí este libro con la esperanza de que inspire a mucha gente joven que sueña con un futuro diferente y promisorio. Siempre se puede. La fórmula es fácil de resumir, de sintetizar, pero su aplicación significa la entrega de por vida. El trabajo, la lucha insigne, el esfuerzo, la dedicación, el creer en los sueños, el levantarse cuando hay una y otra caída, el enfrentarse a los problemas con dignidad y tesón... De eso trata este libro. Ojalá que lo disfrute. Camilo Rodríguez Chaverri periodista y escritor
n 贸 c a h C Efra铆n
El padre de San Gerardo de Dota
Nació en un hogar muy humilde, en Santa María de Dota, su padre lo abandonó siendo un niño y tuvo que empezar a trabajar como jornalero. Luego, un día que fueron a “montear”, es decir, que fueron de cacería, su hermano Federico, un grupo de amigos y él “descubrieron” unas montañas vírgenes y un valle que partía en dos el río Savegre. Ya soñaban con tener algo propio y empezaron a adentrarse en el valle, y a hacer unos lotes a los lados del río. Al final, sólo él y su hermano se tomaron en serio este reto. No era fácil, la zona tiene un clima muy frío, y aquello era selva virgen. Ya los dos estaban casados, precisamente con dos hermanas, y cada uno tenía cuatro o cinco hijos. Al principio, pasaron las noches en una cueva natural, que forma una roca, y que todavía existe. Más de una vez, por las mañanas se encontraron la huella del tigre. Cincuenta años después, don Efraín Chacón es, junto a su hermano Federico, ya fallecido, padre y fundador
de la comunidad de San Gerardo de Dota, así como padre de la producción de trucha en la zona, padre de la producción comercial de manzana y padre del ecoturismo, sobre todo en lo que tiene que ver con observación de pájaros. Tiene 83 años y todavía acompaña a quienes quieran ir caminando a las cataratas que están dentro de su finca, donde está el Hotel Savegre, las plantaciones de manzana, melocotón y ciruela, los estanques de trucha, su casa y la casa de cada uno de los seis hijos que viven a su lado. Cinco más, todas mujeres, viven en los pueblos de los alrededores. Efraín Chacón Ureña nació en Santa María de Dota el 2 de noviembre de 1925, hijo de Miguel Chacón Morales y Brígida Ureña Barrantes. Son sólo dos hermanos de matrimonio, él y Federico, y tienen dos medias hermanas, hijas de su papá con otra señora. Una de sus hermanas es Luz Alba Chacón León de Umaña, quien fue directora del Archivo Nacional y es historiadora. La otra hermana se llama Nery Chacón León. Escribo este relato en primera persona, para que usted tenga oportunidad de apreciar mejor los detalles.
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Efraín Chacón
e t r e u M la e d o r r e El C Los papás de papá eran de San Miguel de Desamparados, y papá fue arriero de cerdos y de ganado en El Cerro de La Muerte. Ahí fue compañero de Beto Loaiza, el arriero legendario. La gente moría al pasar por ese cerro. No viví en San Isidro de El General, pero siendo un chiquillo tuve mucha relación con ese pueblo, sobre todo por los Barrantes, que eran hermanos de mi abuela, entre ellos Joaquín Barrantes, muy conocido allá. Soy primo segundo de Monseñor Hugo Barrantes, el arzobispo de San José. Los Barrantes llegaban donde mi abuela, en Santa María de Dota, con bestias de carga, con tabaco, con cerdos, con ganado. Al regreso, mi mamá y una tía mía les preparaban el bastimento. Era un poco de biscocho y los almuerzos. Me acuerdo que los almuerzos eran marcados: los que traían papa se dañaban primero, entonces tenían que comerlos antes. Yo consideraba a estos señores como super hombres. Hoy en día considero que no estaba equivocado. Eran super hombres. Estamos hablando de la década de 1930. Muchas familias de Santa María de Dota se iban a
San Isidro de El General. De chiquillo, recuerdo haber visto familias enteras irse para El General, pero hay cosas que se me grabaron con mucha pena. Estando yo en primer grado, llegó un señor a despedirse de los maestros, y a que su hijo se despidiera de sus compañeros y maestros. Este señor se llamaba José Vargas, pero le decían ´Punteado`. Lo cierto es que después de que se despidieron, la maestra nos contó cómo era pasar el Cerro de La Muerte, cómo era llegar a San Isidro, a elegir dónde hacer un rancho, nos contó que había fieras y serpientes, y que eso era una cosa terrible. Cual sería nuestra sorpresa cuando al muy poco tiempo llegó la noticia de que al señor Vargas lo había matado una culebra, una terciopelo. Yo creo que, de haber sido ahora, nos hubieran puesto psicólogo a los niños. Eso nos impresionó tanto… Sentíamos ese dolor, esa angustia, la historia de las dificultades para irse a San Isidro de El General también está llena de anécdotas de gente valerosa y atrevida. Para todas las personas era una aventura muy peligrosa, eran las mismas dificultades, y, quizás, también la misma pobreza. Eso es lo que yo recuerdo. Llegaban ahí mis tíos abuelos. Eso me marcó mucho de impresiones.
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Don Joaquín Barrantes fue un gran benefactor, porque alojó a muchas familias en su casa. No sólo les brindaba techo, sino que les daba comida y les ayudaba con sus peones, para que fueran a hacer su rancho donde habían carrilado un poco de tierra o tal vez comprado un pedacito a un precio muy bajo, bueno, pareciera hoy que muy bajo, pero que para pagarlo se necesitaba tener mucha responsabilidad y asumir mucho trabajo.
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Me marcaron mucho las historias de los arrieros del Cerro de la Muerte, como se conocían. Entre ellos, hay miles de anécdotas. Recuerdo una anécdota de Herminio Chacón, quien fue mi tío. Él iba hasta Ujarrás a comprar cerdos y ganado. Llevaba tiliches para venderle a las muchachas y las señoras de esas regiones de por allá. Un buen día, una señora le dijo que por qué no le hacía el favor de traerle de Cartago una botellita de agua bendita de La Virgen de los Ángeles. En su siguiente viaje, se encontró a esta señora muy agradecida porque decía que se había curado de sus males. Tenía un encargo del vecindario. Todo el mundo quería que le trajera agua bendita. Imagínese lo que es llevar los morrales, el equipaje, y ponerse a jalar agua. Él lo que hizo es que juntaba el agua llegando a Ujarrás. Repartía el agua. Toda la gente se curaba de sus males creyendo que era agua bendita. Además de ganado, comerciaba con achiote. Todo el mundo pagaba con achiote el favor del agua bendita y no le cobraba. Hacía carga de achiote, y por mucho
tiempo fue el señor que hizo el favor de traer el agua. Muchas personas lo esperaban con esa gran fe, pero la verdad es que la juntaba ahí no más. Imagínese lo que hubiera sido llevar el agua desde Cartago. Igual, hacía el mismo efecto. Hay tantas historias que uno ha oído. Como una historia que aunque yo la conocía, fue con menos detalles: un señor llamado Andrés Monge se vino de Santa María con la familia. En Ojo de Agua, que es un pueblito de por aquí, había una casa de refugio, que es la que han restaurado ahora, ahí se le enfermó una chiquita, y ahí falleció la chiquita. Él siguió con la chiquita, a ver donde la sepultaba, y cuando llegaron, al descampado, es decir, no tenían ni rancho, tuvieron que empezar de cero, como si lo de la chiquita se pudiera olvidar… Viera que yo me acuerdo cuando Joaquín Barrantes Elizondo murió en un accidente de aviación. Este señor era una persona dotada, una persona extraordinaria… Había estudiado por correspondencia. Había montado una estación de radio en San Isidro de El General. También montó la planta eléctrica. Transmitía una vez por semana, donde mi tía Eduvina, esposa de Claris Monge. Hasta allá íbamos todos los del vecindario a
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oír los saludos que mandaba y a que avisara cuando era la próxima transmisión. Este señor me parece extraordinario porque aprendió mucho estudiando por correspondencia. Ahora el que no estudia es porque no quiere. Hay que ver lo que eran esos tiempos. Iba a recibir el título a Cuba cuando se mató en la avioneta que lo llevaba de San Isidro a San José. Se estrellaron en los cerros de Santa Ana.
s o i c i f i r c a s e d a Vid
Crecí en Santa María de Dota. Fui hasta tercer grado de primaria a la Escuela de Santa María. Ahora se llama Escuela República de Bolivia. Era muy común en esa época que a uno lo sacaran de la escuela para trabajar. Nadie le daba la importancia al estudio que se le debe dar. Lo que ocurrió es que mi papá nos abandonó. Mi mamá nos puso a trabajar y nos advirtió que, aunque él nos haya dejado, iba a seguir siendo nuestro padre, y debíamos respetarlo. No tuve más formación, sólo que me ha gustado mucho leer, y ahora de viejo también viajar. Conozco Europa, Siria, Egipto, Israel, Brasil, Chile, Argentina, Perú, Colombia, Estados Unidos, México y los países de Centroamérica. Pero la historia es larga y está llena de sacrificios. Cuando salí de la escuela empecé a trabajar al campo. Nos criamos con mi abuela materna, en Santa María de Dota. Se llamaba Eloisa Barrantes. Trabajé mucho tiempo con mis tíos maternos. Me enseñaron a trabajar. Les agradezco el hecho de que me enseñaran muchísimo. Ellos tenían café, ganado, agricultura...
Me metí aquí, en San Gerardo de Dota, donde estamos, en lo que se llama con nada. Sin bienes económicos, con una mano adelante y otra atrás. Con mi hermano Federico, nos metimos realmente a trabajar, y considero que no nos ha ido tan mal… Cuando empezamos, dormíamos en una cueva. Es una cueva que forma una piedra. Apenas cabíamos nosotros acostados, uno a la par del otro. Nos cobijábamos con sacos de gangoche. Pasábamos una o dos semanas aquí metidos. Luego, salíamos a jornalear para comprar más comida, y la comida de la casa, para la familia. Cuando entramos a la montaña, los dos teníamos un montón de güilas. A veces llovía mucho, y a nosotros nos preocupaba porque eran días perdidos. Teníamos que quedarnos metidos en la cueva, esperando que escampara. Estuvimos así como unos nueve años. No había luz, ni agua. Bueno, teníamos el lujo de tener agua de la naciente, que es agua pura. Sí era frío, muy frío. Más de una vez, amaneció el pasto helado, con escarcha. Siempre pienso en esos días tan difíciles. Ahí está la cueva. No se la ha comido la polilla. Ahí está, para nuestro recuerdo. Pienso mucho en mi hermano cuando voy. Trabajábamos juntos. Desde el principio supimos qué era de cada uno. Vamos para que la vea…
San Gerardo
(Un día después, don Efraín y yo fuimos a la cueva, junto a Fernando Chacón, sobrino de él, hijo de Federico, su hermano. Se puso a llorar. Se emocionó muchísimo. Me explicó cómo era que hacían para dormir en ese lugar, y cómo cocinaban ahí mismo. Después de ir con él a las cataratas de su finca, después de caminar tres horas y media, subiendo y bajando laderas, superando escollos, agarrado de raíces y de piedras, de vuelta a su hotel, pasamos por la cueva en la que vivió con su hermano en los inicios. Hincado, en la cueva, lloró. Continúa con el relato). Mi hermano Federico murió. Me duele mucho venir a este lugar porque pienso en esos días. Pasábamos solos aquí. Después, Federico salía a traer comida y yo me quedaba solo. Salía un día y volvía al día siguiente. No podíamos salir juntos porque ya cuando eso habíamos matado a un tigre (jaguar) y teníamos unos chanchos que compramos con plata alquilada. Dejarlos solos era permitirle al bicho que viniera a comérselos. Pero una vez Federico salió y no llegó en once días.
Para salir, había que tomarse un montón de horas y no había cómo comunicarse. Ni él sabía cómo estaba yo, ni yo sabía qué había pasado con él. Conforme pasaban los días, empecé a pensar qué podía haberle ocurrido. Se lo pudo haber comido el tigre, pudo haber caído en un barranco, de todo le pudo haber pasado y ni yo hacía nada, creyendo que estaba afuera, ni los de afuera sabían ni sospechaban creyendo que estaba aquí, conmigo. Al decir el día once, decidí que tenía que salir a buscarlo. Fui a cortar unas matas de maíz para tirarles a los chanchos en el piso para irme por el mismo trillo, que era el único. Cuando ya iba a salir, oí el grito de él, avisando que había llegado. Federico era muy sentimental. Lo único que hizo fue ponerse a llorar. Entonces yo lo agarré de los brazos y lo alcé. Le dije, ´¡por todos los diablos, dígame quién se murió! A como pudo, me hizo señales de que no con la mano. Después me explicó que se encontró a una hija pequeña muy enferma y tuvo que llevársela al hospital. La chiquita pasó muy mal varios días y él no podía dejarla sola. Lo mío siempre han sido cuatrocientas hectáreas.
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e d a r d e i p a L
Lo de Federico también, una suma parecida. Eran terrenos baldíos. Entonces, cuando eso, lo que hacía uno era que declaraba. Se publicaban los edictos en La Gaceta, y si en diez años nadie reclamaba derechos sobre esas tierras, usted podía empezar a gestionar el derecho de posesión. Entré a estas tierras en 1954. Tenía 29 años. Cuando eso la ley era destructiva de los bosques. A usted entre más talaba, más le daban. Vale más que nosotros no fue mucho lo que destruimos. Las fincas tienen mucho bosque. La nuestra tiene más de la mitad en montaña, todavía. Pero si me tengo que confesar con la naturaleza, creo que no me da la absolución.
Mi tatarabuelo y mi bisabuelo pelearon en la guerra de 1856, al lado de don Juan Rafael Mora, don Juanito. Ayudaron a expulsar a los filibusteros, que querían convertir América Central en parte de Estados Unidos, y mandar para acá a los esclavos negros. Ellos se llamaron Domingo Barrantes, mi tatarabuelo, y José María Ureña, mi bisabuelo. Domingo enfermó del cólera, en Rivas, Nicaragua. Vinieron sus compañeros y él no llegó con ellos. Como no llegaba, dieron un mes de tiempo y le hicieron sus nueve días, creyendo que estaba muerto. El día de los nueve días, llegó por sus propios medios a su casa. Vivían en San Miguel de Desamparados. Cuando lo vieron llegar, los chiquillos de la casa creyeron que era un espanto, que era el fantasma del abuelo, y entraron corriendo donde se estaba rezando el rosario. Atrás apareció Domingo, con barba larga, demacrado… ¡Qué sorpresa más agradable, pero qué susto al inicio! Esa sangre bravía viene en nosotros. Nos gusta sentir que tenemos valentía. Un primo mío que se llama
Ramiro Barrantes, hijo de Joaquín Barrantes, lo recopiló en unas hojas de apuntes. Pero el cuento lo escuché desde que estaba en la escuela. Los dos, mi tatarabuelo y mi bisabuelo, sobrevivieron a la guerra. Ese bisabuelo mío, José María Ureña, fue quien llegó por primera vez a Santa María de Dota. Él fue el fundador del pueblo. Los dos son antepasados míos por lado de mi mamá. José María era el padre de Antonio Ureña, mi abuelo, quien se casó con una nieta de Domingo Barrantes, quien fue mi abuela. Antonio y Eloísa eran los papás de mi mamá. Y los abuelos de mi mamá se llamaban Jerónimo Barrantes Vargas, hijo de Domingo, y Paulina Retana Lobo.. (Don Efraín tiene en sus manos un fólder con los apuntes de su primo, Ramiro Barrantes, y algunas fotos de sus antepasados. Se le nota el orgullo de hablar de ellos). Efraín Chacón + 19
Sangre bravía
, a s o p s e u S
la gran compañera
Una persona fundamental en esta lucha ha sido mi esposa, Caridad Zúñiga. Tenemos once hijos. Yo me vine para esta zona cuando ya teníamos cinco. Fue muy duro. Había que hacer el camino, había que voltear montaña, había que sembrar, no sé de adonde vinieron todos estos momentos felices, si el inicio fue tan difícil. Algo importante es que Federico y yo nos casamos con dos hermanas. Ellas también se hacían compañía. En son de broma, mi hermano decía que nos habíamos casado con dos hermanas para economizar suegra… y después decía, ´lo malo de eso es que sólo hubo un entierro`. Mis hijos trabajan en la finca. Nos vieron a nosotros crecer y progresar por el trabajo. Cada uno tiene una finquita porque yo les repartí esto. En total, son cuatrocientas hectáreas, que siguen juntas pero no revueltas. En el hotel hay uno que es el administrador. Se llama Rolando. Todos los demás del restaurante y el hotel son empleados oriundos de la zona, y de San
Isidro de El General. Bueno, y trabajan los de mi familia. Por ejemplo, los dos recepcionistas son nietos míos. Se llaman Carlos y Diana. Mi hija María Elena me ayuda en la administración de las cabinas mías. Es la jefe de limpieza de las habitaciones. Pero mis hijos trabajan aquí, en esta tierra que nosotros, Federico y yo, descubrimos. Todos tienen cultivo manzana, ciruela y melocotón. Además, uno se encarga de las truchas, y otro más tiene a cargo las plantaciones. Hay sociedades entre ellos. Por ejemplo, yo le di el restaurante del hotel a cuatro de ellos, mientras nosotros, mi esposa y yo, tenemos unas de las cabinas, y los hijos son dueños de otras. Si usted ve lo que tenemos ahora, no se imagina cómo fue el principio. Como no había camino por donde sacar los productos, sino un trillo, sembrábamos maíz, zanahorias, chiverres para cuidar cerdos. Pusimos una cría de cerdos, y los sacábamos arriados a la carretera interamericana. De ahí, los llevábamos en camión a la plaza de Cartago. En esos primeros años, Federico y yo trabajamos juntos, pero cada quien ya sabía la parte que le tocaba. Ahora que ya murió, los hijos de él tienen plantaciones igual que mis hijos y tienen un lugar para
Por todo lado las circunstancias nos obligaron a seguir a la par, ayudándonos. Nuestras esposas siempre tuvieron presente que queríamos surgir. Cuando me metí aquí, ya éramos novios, y cuando ya tenía el rancho, Caridad se vino a trabajar y a vivir aquí. Mi esposa se vino primero, y la esposa de Federico se quedó afuera con los hijos de ellos y los hijos de nosotros que estaban en la escuela.. Cuando Caridad se vino para acá, el rancho estaba cubierto con hojas de palmito, y las paredes eran de madera rolliza, con todo y cáscara. Llovía mucho. Antes los inviernos eran más fuertes. Empezamos a tener hijos. Cuando nos vinimos, ya teníamos cuatro hijos, después hubo siete. Creo que así es la cosa. Antes no pensamos en traerlos porque no había condiciones. Dios nos ayudó. Todos crecieron aquí, en San Gerardo de Dota”.
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acampar, para camping que llaman¬. Producen frutas, producen truchas, igual que mis hijos. Cuando arrancamos aquí, no había yerbicidas ni chapeadoras. Todo era muy artesanal. Por suerte no había motosierras cuando eso. Lo que hay talado fue a pura hacha. Con motosierra yo no sé dónde hubiéramos llegado. Como le dije, yo era de Santa María, y mi señora era de San Marcos. Poco a poco, la fui metiendo en la montaña. Mi esposa vino por primera vez cuando ya teníamos un rancho cubierto con paja. Vino a conocer. Todavía no teníamos camino de bestia. Vino a pie, se tardaba cuatro horas desde la carretera, afuera, a la finca. Siempre andaba uno con alguna carguilla a la espalda, lo que hacía más lenta la caminata. Es definitivo que sin el respaldo tanto de ella como de la señora de Federico, Claudina, pero le decimos Nina, la verdad que quién sabe para que esto hubiera tenido éxito. Después de estar trabajando aquí, trabajando en las mismas tierras, entre los dos, equilibrando que en las dos hubiera la misma cantidad de abras, un día decidimos separarnos, pero además de ser hermanos, nuestras esposas son hermanas. Eso nos juntó siempre.
a ió t e m e m e p e P n o “D cultivar manzanas”
(Esta finca, de 400 hectáreas, es un gran ejemplo de conservación, puesto que ahí viven él y seis de sus hijos con sus respectivas familias y tienen sistemas de producción en poco menos de la mitad del terreno. Poco más de la mitad, más de 200 hectáreas, están en bosque primario, virgen. En la otra mitad, aparte del hotel, tienen los cultivos. Don Efraín es ex combatiente del 48 y se hizo gran amigo de Don Pepe. En la pequeña oficina que tiene don Efraín en su casa, está la primera muestra de su admiración por esta figura de la historia. Hay una foto de don Pepe, que él mismo le regaló, y abajó tiene una pequeña placa con una frase de Miterrand. Dice el ex presidente francés: “Don Pepe Figueres ha sido el único hombre que le ha declarado la paz al mundo al abolir el ejército como general victorioso”. También tiene en marco, algo así como el gran diploma de su vida. Dice, “República de Costa Rica. El supremo gobierno de la república, por cuanto prestó servicio activo durante la guerra de Liberación Nacional en el año 1948, reconoce su calidad de excombatiente al señor Efraín
Chacón y agradece en nombre de la patria su actitud heroica”. Firman José Figueres Ferrer, presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República, y Domingo García Villalobos, ministro de Gobernación). Don Pepe llegó a La Lucha como en 1928. Él venía a Santa María cuando lo que tenía para transportar lo que producía y consumía eran muchas yuntas de bueyes. Tenía dos juegos de bueyes, por decirlo de alguna manera. Traía a Santa María unos bueyes a descansar y a reponerse, y se llevaba otros. Él venía en una mulilla, sería a pagar el pasto donde un señor Solís que era el que le alquilaba. Yo era un chiquillo y me llamaba la atención ver un señor leyendo montado a caballo, bueno, en mula. Para mí, eso era una manera de aprovechar el tiempo. Después, de cuando en cuando, Don Pepe aparecía en moto. Cuando eso una moto era una novedad, pero después, ya cuando a Don Pepe lo extrañaron del país, cuando lo expulsaron, y Costa Rica estaba en unas condiciones políticas muy tensas porque no había respeto por el derecho a los ciudadanos, entonces un grupo de vecinos de Santa María fuimos a ponernos a las órdenes de él. De ahí en adelante, estuve en todas las batallas importantes del 48,
Yo he sido admirador de Don Pepe. Puede haber tenido errores, pero hizo tanto por Costa Rica, al extremo de que transformó a Costa Rica. Vino mucho a esta finca. Era muy práctico. Yo tenía una planta eléctrica sistema Banky, que se movía con agua. Se escribe con ´k` de kilómetro. Don Pepe la vio y me preguntó cuántos litros de agua pasaban por segundo. Yo no sabía. Entonces se fue y volvió con un puño de aserrín. Lo echó donde entraba el agua al tubo de abastecimiento, y midió con su reloj el tiempo que tardaba en salir. No necesitó de una calculadora. De inmediato me dijo cuánto pasaba por segundo. Él escribió un libro que se llama ´Franjas de luz, arboricultura en el Paralelo 10”. Es un gran libro. ¿Sabe cuál es la gran virtud de ese libro? Que lo podemos entender personas sin conocimientos ni estudios como yo, porque yo llegué hasta tercer grado. Don Pepe se ganaba el respeto de los agricultores y los campesinos con suma facilidad porque se le notaba el interés y el conocimiento que tenía en el tema. No como ahora, que quieren darle el tiro de gracia a la agricultura, ya ni el CNP apoya al agricultor, ni el MAG le da asistencia técnica, como antes, como en los tiempos de Don Pepe y de otros gobiernos que
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excepto en las de Pérez Zeledón. Estuve en el batallón de Frank Marshall y Tuta Cortés. Años después, en esta finca que tenemos, quien me metió a producir manzana fue Don Pepe. Él me visitó y me dijo que esto tenía condiciones de luz y de humedad para cultivar manzanas. Con respecto a la tierra, me dijo, ´no la veo muy buena, pero no te preocupés, para eso se puede poner abono`. También fue Don Pepe, quien nos acercó a la información básica de estas manzanas que nosotros cultivamos, que son híbridos que sacaron en Israel. Don Pepe tuvo la amabilidad de invitarme a ir a almorzar con él y con su hijo José María en su finca, La Lucha, para terminar de convencerme de que me pusiera a producir manzana. Ese día fui con mi hijo Pablo, quien ahora está al frente del cultivo de manzanas. Primero nos atendió José María, y en eso llega Don Pepe con dos muchachas tan bonitas, tan bonitas… Parecían modelos de revista. Le dice José María, ´diay, Don Pepe (porque sus hijos siempre le dijeron ´Don Pepe`), diay, Don Pepe, ¿y esa compañía?`. Don Pepe le contestó, ´es que le pedí al presidente de Perú dos llamas y no ve lo que me mandó`.
creyeron en la agricultura de Costa Rica. Después de que me metió en el cultivo de manzana, a los años volvió Don Pepe con un grupo de periodistas. Quería darle un poco de publicidad a nuestro proyecto. Fuimos a la plantación de manzana, y en eso Don Pepe le preguntó a mi hijo Pablo, que era el que estaba exponiendo las características de esta producción, que cuánto nitrógeno le estábamos aplicando a la plantación. Un periodista lo interrumpió y le dijo que cómo sabía él que estaban aplicando nitrógeno. Le contestó, ´lo sé por el color verde que tienen las hojas`. Es que Don Pepe era agricultor de verdad, sabía muchísimo, como de tantos otros campos. Los campesinos y los agricultores de la zona siempre lo respetamos muchos.
El hotel empezó en 1971, pero empezó como una cabinita. Empezó casi por una necesidad, porque, como no había donde comer, llegaban pescadores de San José a pescar truchas en el río, y después pasaban al ranchito donde nosotros vivíamos para ver si conseguían un café, o un gallo de lo que fuera. Ese fue el inicio. Así comenzaron a llegar personas. Cuando hubo un camino para vehículo de doble tracción, construimos una cabinita para huéspedes. Después, construimos dos más. Ahí hemos seguido, sin planear, sino de acuerdo a las necesidades. Empecé con el hotel yo solo. Con el ganado y la agricultura estuvimos siempre Federico y yo, pero cuando puse la cabina, era algo de nosotros, de Cari y mío. Todo empezó porque le sembramos truchas al río, y llegaba la gente a pescar y a ver pájaros. Aquí no ´palomearon` nunca. Nunca mataron palomas. El primer matrimonio que vivió aquí fue mi matrimonio. Para ver al vecino más cercano había que salir hasta la carretera interamericana. Entonces, la gente llegaba
a la casa. En ese momento, no había carretera para ingresar hasta aquí. La gente entraba a pescar, mi señora les daba de comer y yo les daba un caballo para que regresaran a la carretera. Cuando pusimos una cabina y luego otras dos, la gente le puso de nombre ´Cabinas Chacón`. Ahora contamos con cuarenta y cinco habitaciones, con restaurante, sala de conferencias, y ofrecemos servicios de pesca de trucha, paseos a caballo, ´tours` guiados para el naturalista, el biólogo, que es la principal clientela que tenemos… Tenemos, sobre todo, científicos y ecologistas que nos visitan. Hay estudios de universidades de Estados Unidos. Una universidad construyó un edificio aquí, en nuestra propiedad. Es una escuela de turismo y vienen a dar clases y pasantías de turismo ecológico. El convenio es que dentro de unos años el edificio pasa a ser de nosotros. Ahora, otra universidad nos va a patrocinar todos los arreglos necesarios en los trillos que van a las cataratas. Hicimos una clientela muy orientada hacia lo que es la naturaleza. Hemos ido construyendo las cabinas de a poquitos. Cuando empezamos, no había hoteles de montaña.
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Historia del egre Hotel Sav
Hace poco, la cámara de profesionales en turismo me dio un reconocimiento, porque dicen que fui el que hice el primer albergue en la montaña. En este momento, en el albergue trabajan unas quince personas. En agricultura, tenemos unas quince hectáreas entre todos. Lo de nosotros aquí, en el pueblito, es mucho más que una empresa. Nosotros ayudamos a hacer la escuela y la iglesia. Cuando eso había algunos vecinos más. Hicimos un aula con madera aserrada con sierra de mano, y le presentamos un escrito al ministerio, haciéndole ver que teníamos la escuela. La matrícula no daba, pero inventamos unos chiquillos y nos mandaron al maestro. A esa primera aula también comenzó a venir un sacerdote. El primer sacerdote que entró aquí se llamaba Aquiles Ureña. Era de Santa María de Dota. Era primo de nosotros. Poco a poco, fuimos pensando en hacer un sendero para pasar a pie, y después para pasar con bestia. Doce años después de que entramos, en el año 54, es decir, para 1966 teníamos camino para bestia. Estuvimos varios años más sin camino para carros. Después comenzamos a hacer ya la trocha para vehículo de doble tracción. Lo hicimos entre los vecinos, pero con alguna partida de obras específicas, porque nos ayudó el diputado Edwin Muñoz, que representaba
a Desamparados y a toda esta zona. Es que antes, el primer camino de Dota, Tarrazú y León Cortés fue por Frailes, a salir a San Miguel de Desamparados. Poco a poco, fuimos conectándonos con la gente de afuera, con la civilización. Por ahí mismo fue que entró mi bisabuelo José María Ureña para fundar Dota.
a un gran hotel
A veces llegaba gente, a veces no, y a veces llegaba más gente de la cuenta. No se podía hacer propaganda, porque apenas teníamos una o tres cabinitas. El que venía le contaba al vecino. Fue muy importante un negocio dedicado a los implementos de la pesca deportiva. Se llama ´Gilca, La Casa del Pescador`. Nos ayudaba mucho porque mandaba gente a pescar trucha. El propietario de Gilca, Carlos Manuel Barrantes, venía mucho. Además, cuando la gente quería venir, iba a Gilca y reservaban espacio. Entonces, cuando yo iba a dejar el queso a San José, de una vez pasaba por la lista de reservaciones. Con el impulso de la primera cabinita, hicimos dos más, y así hemos ido. Para decirle algo que le dé una idea, nunca hemos hecho cinco cabinas juntas. Hace poquito hicimos dos. Ahora vamos a hacer más cantidad, porque la verdad es que no damos abasto. Por primera vez, vamos a hacer ocho cabinas. Acabo de hablar del queso. Resulta que teníamos vacas. No sacábamos la leche, porque era muy difícil. Hacíamos queso. Lo vendíamos en San José.
No sé cómo hacíamos para mantenernos. Las mismas condiciones ayudaban. Aquí no había que comprar ropa para ir a misa. Mis hijos y mis sobrinos fueron criados en una forma muy humilde. Comida no nos faltó, gracias a Dios. Pasamos ´estrecheces` económicas y deudas, eso sí. Había que llenar la matrícula para la escuela. Por eso nos pusimos a hacer un montón de familia. Bonito pretexto, ¿verdad? Y aunque tuvimos vacas, lo único que me queda es un puñito de medallas y de trofeos que nos ganamos. Llegamos a ganarnos unos premios en las exposiciones del Campo Ayala, ahí en Cartago, como criadores de ganado Holstein. Nos hicimos unos expertos en criar ganado Holstein pequeño, pero más fuerte de patas, para que soportaran estos laderones. También tenían que ser vacas con buen ubre, para que soportaran bien. Pero, poco a poco, el turismo se fue convirtiendo en nuestra actividad más fuerte. Cuando quisimos legalizar las cabinas ante el Instituto de Turismo, empezamos con el nombre de ´Albergue de Montaña Savegre`. Eso fue como en el año 80. Ahora se llama ´Hotel de montaña Savegre`.
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De una cabina
Yo no estaba preparado para trabajar con turismo, pero mis hijos han aprendido bastante. Desde el principio comenzaron a venir del cuerpo diplomĂĄtico, de la Embajada Rusa, de la Embajada de EspaĂąa, de la Embajada de Estados Unidos. Creo que la bola se corriĂł por la amistad entre los embajadores.
Hay como casualidades, como que uno nota la mano de Dios. Por ejemplo, una vez vinieron dos botánicos de la Universidad de Harvard a recolectar miniorquídeas para investigación. Llegaron aquí como en el año 78. En una revista que ellos hicieron sobre las miniorquídeas, pusieron la fotografía de una pareja de quetzales, y publicaron un comentario de que en ningún lugar habían tenido tanta facilidad para verlos ni habían visto tantos. Daban la señal de adonde era, y comenzaron a venir señores con cámaras especiales para ver pájaros. Fue una maravilla. Desde que llegué por primera vez a esta zona, vi muchos quetzales. Es un pájaro tan bonito que no me canso de verlo. Nadie se cansa de verlo. Está considerado como el ave más bella de América. Aunque es el ave nacional de Guatemala, y allá lo tienen hasta para la moneda nacional, aquí ha venido más de un guatemalteco a conocer los quetzales. Es más fácil verlos aquí que ir a verlos allá. Cuando empezaron a venir grupos naturalistas, con cámaras fotográficas, empezamos a crecer. Para
mí es una satisfacción que con una de las primeras agencias de turismo con que trabajamos, con ´Costa Rica Expediciones`, seguimos teniendo relaciones. Empresas como esa, o como ´Horizontes`, o ´Caminos travel` desde un principio venían y hoy siguen viniendo. Yo lo que digo es que a la gente que venga y se quede de un día para otro, se le puede garantizar que ve los quetzales. Ahorita vamos a venir para que usted vea que hay un nido a cien metros de donde estamos conversando. Es que el quetzal come de un árbol que se llama ´aguacatillo`. Aquí hay más variedades de ´aguacatillo` que en Monteverde. Además, nosotros hemos sembrado ´aguacatillo` para que tengan suficiente comida. Ya sea de una variedad o de otra, siempre hay comida. Nosotros hemos sembrado ´aguacatillo` en lugares estratégicos. Por ejemplo, en el parqueo hay un árbol, y ahí llegan a comer, por las mañanas… Todavía viene mucha gente con el objetivo principal de pescar truchas, pero sobre todo vienen a ver quetzales. También vienen a estudiar insectos, plantas y hongos.
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l a z t e u q l e d o s í a El par
Gracias a Dios, este hotel tiene tan buena fama en cuanto a atenci贸n, avistamiento de quetzales, pesca de truchas, caminatas a las cataratas, que hemos tenido equipos de la BBC de Londres, de la Nacional Geographic, de Animal Planet..
Nunca estoy enfermo. Me han operado, me pusieron un aparato en la arteria, me han hecho operaciones de la próstata y me operaron de una hernia que se me reventó un día que hice mucho esfuerzo para pasar sobre una roca, camino a la catarata, pero yo me siento de lo más bien. Voy a San José manejando, todavía. Mis hijos se enojan, pero el día que yo vea que voy a ser un peligro para alguien, veré cómo dejo de manejar. Por ahora no. Siempre he sido valiente, modestia aparte, y no le he doblado la gana a la vida. Ya le hablé de don Pepe, pero no le conté detalles importantes de cuando yo estuve con él en el año 48. Antes de estallar la revolución, fuimos unos vecinos de Santa María de Dota a ponernos a la orden de don Pepe. Don Pepe nos hizo ver que aún ganando don Otilio las elecciones, quién sabe qué iba a pasar. Así pasó. Ganó don Otilio, anularon las elecciones, mataron al doctor Valverde Vega, y lo cierto es que estalló la revolución. Don Pepe nos mandó a un señor a que nos dijera que
ya era hora de que nos fuéramos. El primer problema que tuvimos es que no había en qué trasladarnos. Cuando eso, en Santa María de Dota no había carros. Había dos camiones que eran los que sacaban el café del beneficio de San Marcos de Tarrazú y de Santa María de Dota. Lo sacaban hasta El Empalme para lograr la temporada de verano. Los muchachos que manejaban estos camiones eran ulatistas. Nosotros lo sabíamos. Les dijimos que si nos llevaban a ´La Lucha`. Nos dijeron que no, que imposible, que los camiones no eran de ellos. Pero vimos que tenían intención de ayudarnos, así que les propusimos que íbamos a simular un asalto. Ellos irían a pasar frente a la jefatura política, ahí los asaltábamos, bueno, hacíamos que los asaltábamos, con un revólver que tenía Emigdio ´Millo` Ureña. Por lo que los asaltábamos al frente de la jefatura era porque pensábamos que la autoridad iba a intervenir, y queríamos quitarles las armas. Lo cierto es que nos llevaron a ´La Lucha`. Eso fue el 12 de abril. Llegamos y ya ´La Lucha` se había perdido. Pero, entonces, ahí estaba un señor Sosa y nos dijo que nos fuéramos a San Isidro de El General. Nos fuimos a San Isidro, y ese día nos llegaron los aviones con el segundo
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” o m r e f n e y o t s e a c n u “N
desembarque de armas. Nos vinimos al mando de Alberto Martén, llegamos a El Empalme, y la carretera estaba sin ninguna guarnición. Se había perdido la entrada de ´La Lucha`, pero las tropas del gobierno no habían avanzado. En El Empalme, en la finca de los hermanos Apéstegui, se hizo el campamento para la comida, para los oficiales, y una sala grande para los soldados. Venían el Coronel Rivas Montes, hondureño; y ´El Indio` Sánchez, también hondureño, quienes eran de la ´Legión Caribe`. Lo cierto es que ahí pasamos un día y casi dos sin comida. Se hizo un poco de café hirviendo el agua en un estallón. El café sabía a diesel”.
Cuando tuvimos el primer combate con las tropas del gobierno, fue donde están ´Los Juncos`, en ese paredón. Esa fue la famosa ´ratonera` de ´El Empalme`. De ese punto nunca caminamos para atrás. Un día, cuando ya estábamos aburridos de que no nos atacaran, dijo Frank Marshall que jaláramos para la sierra. Yo era del batallón de Frank y de ´Tuta` Cortés. Esos dos hombres eran como cien hombres. Eran muy valientes, hombres audaces de verdad. Comenzamos a bajar de El Empalme hacia la sierra. Ese día peleamos todo el día. Nosotros tuvimos pocas bajas. Recuerdo que murió un señor Umaña, de San Marcos de Tarrazú, puramente donde está ´La vara del roble`. Ahí hay una Virgen de Los Ángeles, en el paredón que corta el camino. Ahí lo mataron. Lo cierto es que los echamos de la sierra. Ahí cogieron a Ernesto Zumbado Ureña, primo hermano mío. Si ese muchacho hubiera llevado el arma, lo matan ahí, pero no lo fusilan. Un teniente Ramos lo mandó a traer agua. Él quería llevar el máuser. No lo dejaron. Se llevó todas las cantimploras, y aparecieron unos mariachis
un poco desorientados. Nos pusimos detrás de los mariachis. No los cogimos. Cuando volvimos, alguien dijo, ´¿y Ernesto?`. Resulta que se lo llevaron preso hasta Frailes. No volvimos a saber de él. Después de la revolución, un señor que se llamaba Arturo Mora, de por ese lado de Bustamante, nos dijo que él había visto fusilar a un muchacho. A Ernesto le cortaron las orejas, y le dijeron, ´si usted nos guía donde Pepe, no lo matamos`. Él dijo, ´maténme , que con que yo me muera, la revolución no se pierde`. Ahí fue que lo fusilaron. Eran unos hombres al mando de un aventurero nicaragüense conocido como ´Charolito`. Al otro día, bajamos un poco más, hasta Las Ventoleras. Ese día peleamos contra la unidad móvil. Estábamos en el combate cuando apareció un carro con la bandera de la iglesia. Era monseñor Sanabria, acompañado por el doctor Pinto y don Ernesto Martén, el papá de don Alberto. Ese día, nos mataron a Marcelino Jiménez y a Carlos Luis Rojas Láscares, vecinos de Desamparados, y no apareció un señor Mata, de Cartago. Lo hicieron preso, pero no lo fusilaron. Estuvo preso hasta que liberamos a todos los presos del cuartel de Cartago. Nos volvimos a venir para El Empalme. Se creía que
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En combate
era mejor defender El Empalme. Tenía condiciones naturales más adecuadas para la defensa que la sierra. A nosotros nos ametrallaban y nos tiraban bombas con aviones cargueros y un avión de combate al que se le veía el escudo de la Guardia Nacional de Nicaragua. En la pura ratonera, donde está la escuela vieja de El Empalme, había unas casas construidas por la compañía que hizo la carretera interamericana. Se volaron esas casillas. Nada más se veía el tierrero, y los pedazos de alfajilla de madera donde volaban. Esas bombas eran tanques de oxígeno llenos de clavos, pedazos de tubo, desperdicios de hierro, esquilas… Cuando estallaban, era muy impresionante el bombazo. Después, el hoyo que abrían en el suelo era asombroso..
Ahí estuvimos hasta que se inició ´La Marcha Fantasma`, para ir a tomar Cartago. Formamos parte de ´La Marcha Fantasma`. Por varios motivos, la toma de Cartago no fue el día que iba a ser. El plan era que el mismo día que se tomaba Limón, se tomara Cartago. El cambio también tuvo una ventaja: el gobierno mandó de Cartago unos doscientos hombres a Limón. Si hubieran estado esos doscientos hombres en Cartago, hubiera estado más duro para nosotros. La marcha fue super cansada. La cantidad de tiros que llevábamos en una cartuchera nos magullaban. Un día, se perdieron las bestias en el bosque, de camino hacia Cartago. Fue durante la primer noche de avance. Don Pepe conocía eso mejor que nadie. Él se fue solo y las trajo porque encontró a los que guiaban las bestias. El primer día nos cogió la mañana en El Llano de Los Ángeles. O sea, se nos terminó la noche. Nos metimos entre unos árboles de encino, para que no nos vieran los aviones. La siguiente noche seguimos para Cartago, sin comida.
Pero antes llegó un señor con una chiquita en brazos. Era Noé Solís. Habían tenido que abandonar la casa por seguridad. Tuvieron que irse al monte. En ese momento, estábamos en un galerón de trapiche. Había una quebradita. Su esposa había parido en la montaña. Había tenido al chiquito en el monte hacía unos días. Lo bautizamos en medio de viejos barbudos, armados. Fue el bautizo más extraño que cualquiera se puede imaginar. También recuerdo a Elieth Zamora, la única mujer que hizo ´La Marcha Fantasma`. En el bautizo ella fue la madrina, y Don Pepe fue el padrino. El Padre Núñez la bautizó. Le echaron el agua con un guacal de trapiche. Ahí donde pasamos, un señor regaló un novillo; otro señor, un cerdo. Como no había platos, nos aprovechamos de que había una plantación de cabuya, y comimos en hojas de cabuya. Éramos setecientos hombres muertos de hambre. Le echaron guineos a las ollas para que se suavizara la carne. Nos sirvieron en hojas de cabuya. Todo el caldo se regaba. Al otro día, seguimos para Cartago. Parte de la tropa se fue para Ochomogo a tapar a las fuerzas del
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a m s a t n a F a h c r a M La
gobierno que venían de San José. Otros se vinieron a hacer guardia de San Isidro de El Guarco para acá. Entré a Cartago con Tuta Cortés, con Frank Marshall y con don Pepe. En la madrugada, cuando íbamos llegando, de alguna parte salieron unos carajillos y gritaban, ´mami, mami, ahí vienen los mariachis`. Es que los mariachis y nosotros habíamos rondado por esa zona. En El Molino salió Quincho Peralta, y se vino a saludar a Don Pepe. Había sido ministro de Agricultura de Calderón Guardia y luego sería vicepresidente de Mario Echandi. Don Pepe le dijo, ´ahora vas a oír unos tirillos`. Seguí durmiendo. Nos fuimos. Tomamos primero la Escuela Jesús Jiménez, y después el Colegio San Luis Gonzaga. Otros se fueron y tomaron Las Ruinas. Ahí en Las Ruinas mataron a Efraín Arroyo, hermano de Edgar, el que fue ministro y diputado. No cayó de arriba al suelo porque un señor de Santa María de Dota, Julio León, lo sostuvo, ya muerto, encaramado en Las Ruinas. Nos hicimos fuertes en el cuartel, en el San Luis Gonzaga. A los dos días avisaron que las tropas del gobierno venían para Cartago. Nos fuimos. En El Tejar nos encontramos con ellos. Ahí murió mucha gente. Era la batalla decisiva. El que ganaba esa batalla, ganaba la revolución. Al otro día, se enterraron los muertos, se los enterraron a Cuco Arrieta en la
propiedad de él. Cuco era prestamista. Tiempo después, lo secuestraron. Empezó la negociación de la Embajada de México, se dio la reunión de Don Pepe con Manuel Mora, y hubo otro combate en Paraíso de Cartago. Otro detalle es que íbamos a hacer un ataque desde la finca La Lindora, en Santa Ana, que era de Marcial Aguiluz. La idea era meter hombres en avión, y avanzar, de Cartago hacia San José y de Santa Ana hacia San José. En eso, el gobierno se rindió.
Voy a contarle algo que fue muy doloroso: alguien dijo que Tabío estaba por Mata de Plátano, y que quería llegar a Tierra Blanca para meterse a Cartago. Una noche estábamos ahí en el cuartel, ya nos habíamos acostado, cuando dijeron que el batallón de Frank Marshall se hiciera presente. Nos echaron en un camión de carga. Por ahí hay un lugar que se llama Las Mesas de Cervantes, y había un trapiche en medio de unos cañales. Antitos de llegar nos dijo Frank Marshall que íbamos a agarrar a Tabío, que era un cubano tremendo que estaba con el gobierno. El que diga que la guerra no le da miedo es un mentiroso. Hay que reconocer que el hombre siente miedo, pero saber que era Tabío, a uno más bien le daba valor. Rodeamos la casa y el trapiche, pero nos dijeron, ´sí, aquí estuvo, pero se fue`. Tabío era un asesino. Si hubiera sido valiente, en algún combate hubiera aparecido. Llenamos el camión de dulce. El dueño de la finca nos regaló el dulce. De camino paró un señor el camión, nos dijo ´ahí hay un hombre que es malísimo, está armado`. El señor señaló
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a r r e u g e d s e r o l o D
la casa. Rodeamos la casa, fue de venida de donde creíamos que estaba Tabío. La casa estaba a 75 ó 100 metros de la carretera, dentro de un cafetal. Frank Marshall dijo, ´salgan los que están en la casa manos arriba`. Nadie salió. Segundo requerimiento. Nadie salió. Por última vez, ´salgan, vamos a hacer fuego, listo muchachos, a la una, a las dos…`, y en eso se tiró un tipo por la ventana. Salió en carrera, alguien le pegó en una pierna, cayó… Era un retrasado mental. Todavía eso me conmueve. (Don Efraín llora mientras cuenta la historia de esta persona. Llora y tiene que detener el relato por unos minutos). El dolor de él era de nosotros. Lo trajimos al hospital. Se lo recomendó Frank a los doctores. Terminó la revolución y nunca supimos más de él. Esas son las cosas de la guerra que alguien debe asumir, en las que alguien debe ser responsable. Las guerras siempre son por algo, pero muchas veces son por una sinrazón. El batallón de Frank Marshall encabezó el desfile de la victoria. Es una vergüenza pensar que muchas de las pensiones de guerra que hay son de carajos que no participaron. Vieron pasar a alguien jalando almuerzos y entonces dicen que es un ex combatiente. Hay gente que tiene pensión como ex combatiente y en ese momento tenía 9 años, si acaso.
Sin pereza
Hay gente perezosa que dejó la Zona de Los Santos, o San Ignacio de Acosta o Tarbaca, simplemente porque no querían trabajar al campo. Aquí hemos tenido ejemplos de gente que, por robarse el cable, paralizan colegios, bancos… ¿Cómo es posible que no haya una ley para penar esas fechorías con cárcel? Se roban las placas de los cementerios, las placas de las alcantarillas… A veces, en la Asamblea Legislativa, pierden tanto tiempo discutiendo pura politiquería. La Asamblea Legislativa cada vez más se desprestigia y usted no ve la acción de los diputados para que la gente vea algo diferente. Hay gente que dice que antes el negocio de nosotros era más bonito. Había más relación personal pero era menos gente. Ahora, de cada cien visitantes, ochenta y cinco son extranjeros. Con la clientela que tenemos, nunca hay problemas, ni con escándalos, ni a la hora de pagar. Son gente sana y buena. A veces, uno ve que llegan con basura que encontraron en el río.
Un día llegaron unos gringos, que si había cigarros. Les dijimos, ´no, aquí nadie fuma`. y me preguntaron que de qué religión somos. Bueno, tuve que ir a Ojo de Agua, allá afuera, en la carretera interamericana, a traerles unos cigarros. Mi hermano Federico y yo fumábamos, pero hace más de treinta años que dejamos de fumar. Ninguno de mis hijos fuma. Yo aquí, recién venido, me hice fumador. Comenzaba a llover a las nueve de la mañana. Era angustioso porque se perdía el tiempo. Si llovía todo el día, perdíamos el día completo. Hubo un reconocimiento del Banco Nacional, en San Marcos de Tarrazú, porque nunca nos atrasamos con un pago. La nacionalización bancaria fue básica para que surgiera la clase media. Eso ayudó mucho a desarrollar a Costa Rica. Cuando la Junta Rural de Tarrazú cumplió 50 años, quería que un cliente simbolizara a los clientes responsables y sanos del banco. Me favorecieron a mí. Hubo un acto con personeros de la junta directiva. Fue algo muy satisfactorio para nosotros. No tenemos deudas. Hacemos unos proyectitos de acuerdo a nuestras posibilidades. Tenemos buenas
me siento muy feliz de lo que hemos conseguido en familia. Mis once hijos se llaman Marino, Mayra, Carlos, Sonia, Pablo, Lorena, Brígida, María Elena, José Efraín, Rolando y Leda. Ellos y Caridad, la mujer mía, son como tesoros para mí. Me siento muy feliz de la formación que les dimos y de lo buenos que nos salieron. El Hotel Savegre y el éxito de todos los proyectos que tenemos aquí adentro se deben a que hemos sabido trabajar todos juntos, compartir y no tenerle pereza ni miedo a las ideas para ir mejorando.
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relaciones con las dos zonas vecinas, con la Zona de los Santos, de donde somos, y con Pérez Zeledón, porque el río Savegre es el límite entre Dota y Pérez Zeledón. Entonces, la finca de nosotros está en Pérez Zeledón, aunque todos crean que está en San Gerardo de Dota. Otro detalle bonito es que viera qué convenidos que son mis hijos. Por ejemplo, Pablo, Rolando y José Efraín trabajan en sociedad los frutales que son de ellos. Eso lo administran Pablo y José Efraín, porque también les tocó el restaurante a ellos tres y Lorena. Rolando está al frente del hotel. Como son cabinas, unas son de unos, otras son mías y así. Mi hijo Carlos trabaja los lagos, y tiene unas cabinitas, Marino es el guía y tiene frutales. Además, guiar es una cosa que da platilla. Él aprendió inglés por medio de casettes con una grabadora de baterías que le prestó doña Ligia Fumero de Dada, la esposa de don Juan Dada. Ellos tuvieron una casa aquí. Mi hija María Elena administra todas las cabinas. Cada quien tiene un salario por lo que hace. Aquí en la finca viven todos los hijos varones con sus esposas e hijos, y también vive mi hija Lorena. El marido de Lorena también tiene ciruelas y manzanas, y él es guía. Yo
Caridad Zúñiga
Ella bautizó a San Gerardo de Dota
Le tocó entrar a la montaña con muchos hijos, sin agua potable, sin luz eléctrica, con el peligro del tigre y el dolor de saber que sus chiquitos iban a pasar frío. Caridad Zúñiga ha sido la gran compañera de Efraín Chacón. Incluso, fue quien bautizó al pueblo como ´San Gerardo`, en honor al santo que es abogado de las madres y los niños. Aquí cuenta su historia. Conocí a Efraín cuando tenía 19 años. Jalamos dos años. Efraín es cuatro años mayor que yo. Cuando lo conocí, él era jornalero. Se crió con los tíos maternos porque el papá se fue de la casa. Efraín y su hermano Federico le ayudaban a sus tíos a trabajar, pero sin gozo de salario. Nos casamos cuando yo tenía 21 años y él, 25. Nos casamos siendo él jornalero. Nos vinimos a vivir a Santa María de Dota. Dejó de trabajar con los tíos de parte de la mamá y se fue a trabajar con un tío de parte del papá. Luego se vino a administrarle una finca a don Nardo Ureña en Copey de Dota. Nos vinimos a vivir ahí. De Copey pasamos para La Cima. De La Cima nos
pasamos por temporadas cortas a Providencia, pero volvíamos. De ahí, le daban permiso para que él viniera a trabajar a Providencia. Ahí hizo unas abras y algo de potrero, pero era muy difícil, estaba muy lejos y tampoco había camino. Vino en una cacería de Providencia para adentro. Venía el hermano de él, Federico, y venían unos amigos. Se encontraron estas tierras. Había danta, saíno, tepezcuinte, cabro… Cuando eso, estábamos en Providencia. Él me había traído para hacer unos trabajos, unas volteas, y para recoger unas siembras de maíz y de cubaces. Cuando vinieron de cacería, les gustó esto. Efraín llegó y me dijo, ´viera las tierras que nos encontramos`. Yo pensaba, ´se van a seguir complicando`, porque me dijo que iban a venir a acarrilar. Luego, vinieron mucho, y siempre nos quedábamos nosotras, mi hermana y yo, en Providencia. Es que mi hermana Claudina se casó con el hermano de Efraín. Éramos dos hermanos con dos hermanas. Después, nos regresamos a La Cima porque un tío de Efraín les había dado a ellos dos un corte de mora y a él no le servía estar en las dos partes. Quedaba muy lejos un lugar del otro, porque no había camino.
Vinieron, carrilaron, les gustó más aquí, y empezaron a voltear montaña, a trabajar más en serio. Les quedaban las dos propiedades, una para Efraín y otra para Federico. Claudina, mi hermana, y yo, nos quedábamos en La Cima. Vivíamos las dos familias juntas. Chiquititica era la casa, pero nos conveníamos muy bien. Por eso, tal vez nos animamos a venirnos aquí las dos familias. Cuando ellos se vinieron para la montaña, salían de vez en cuando. Salían a traer comida, bastimento, y trabajaban un tiempito afuera. ¿De qué vivíamos? Ellos tenían una pulperiíta, Federico y Efraín, y el señor de la casa, porque no era propia, nos alquilaba para unas vaquitas. Cuando empezaron a trabajar aquí adentro yo tenía cinco hijos y mi hermana otros cinco. Una vez, me dijo Efraín que ya tenían una milpa muy buena y estaban listos los cubaces. Tenían algunas dos vaquitas. Me trajo a conocer, a ver si yo me resolvía a venirme. Yo siempre ambicionaba tener algo propio. Como me dijo que había ´cubazal`, y que habían probado
sembrar zanahoria, repollo, papas, decidí venir a conocer… Vine a conocer por un trillo. Me gustó bastante. Era montaña cerrada, con un poquito de limpio donde tenían ellos las siembras. Llegamos un domingo. Venía con la ilusión de conocer. Tardé unas cuatro horas caminando. El hermano de Efraín nos estaba esperando con almuerzo. Ellos estaban felices de que yo iba. Federico me recibió feliz de la vida, de verme aquí. Ellos mismos cocinaban. Efraín se trajo una máquina y hacía tortillas. Aprendió a cocinar el maíz y a hacer las tortillas él solo. Ese día llegamos, y hasta un arroz con leche nos tenía Federico, mi cuñado. A él se le notaba que estaba ilusionado de que una mujer iba venir a la montaña. Duré de la carretera a aquí sus buenas horas, de verdad. Había que bajar a pie. Todavía no tenían camino para caballo. Fue muy difícil. Yo traía a Lorena pequeñita. Recuerdo que almorzamos, y me dice Efraín, ´vamos para que conozcás la milpa`. Se daba buenísimo el maíz. Dentro del maíz, sembraban el cubá. Al día siguiente fue Efraín, y vio que por donde yo
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El sitio de las abras
anduve, anduvo después el tigre, buscándome o buscando a la chiquita. Dicen que al tigre le gusta más la carne tierna, como de niños, y curiosamente también de mujeres”. (Su esposo, don Efraín, la interrumpe, y dice… -Ah, el tigre no es ningún tonto. Una risa resuelve su salida). Continúa doña Cari. Me quedé unos días, una semana. Mi hermana quedó con todos los hijos de las dos. Pensé que era muy duro. Nosotros teníamos unas cositas pocas, algún roperito, una cocinita de leña… Todo tenía que quedarse afuera. Todo se vendió. No había cómo traer las cositas. Unos meses después de mi primer visita, me vine ya definida a quedarme. Al hijo mayor, a Marino, lo sacamos de la escuela. Estaba como en cuarto grado, y dejamos a dos hijas y un hijo con Claudina, mi hermana. Nos trajimos a los dos más chiquitillos. Ya teníamos seis en ese momento. Nos trajimos a Marino, Pablo y Lorena, y quedaron allá Carlos, Mayra y Sonia. Ellos iban a la escuela. No podían salir a la escuela desde aquí. Hubo matrícula hasta que se vino mi hermana a vivir aquí y llegaron dos vecinas más. Mi hermana se vino unos seis, ocho meses después. Ya había que hacer una casita más grande…
en tierra
Cuando llegué, nos metimos a un rancho de vara en tierra. Las varillas llegaban hasta abajo, y el rancho estaba envuelto en hojas de palmito, a los lados y por detrás. Quedaba un lado descubierto. Yo asistía a los peones que estaban alistando la madera para la casa en la que íbamos a vivir las dos familias. No había camas. Las hicieron de vara redonda. El colchón era hojas de palmito. Vivimos como unos cinco años las familias juntas. Después dividieron los terrenos y las reses que tenían. Efraín resolvió construir una casita con zinc, piso de madera y paredes de madera por dentro. Las paredes por fuera también eran de zinc. Vea qué cambio: cuando hicieron la primera casa, era un zaguán, con habitaciones a un lado y al otro. Cinco habitaciones a cada lado. Era grande, pero rústica. El piso era de tablas, también. Las cinco habitaciones a cada lado eran para cada familia. Era grande, pero recuerde que yo tengo once hijos y mi hermana tiene otros once. O sea, que contándonos a nosotros cuatro, Federico y Claudina, Efraín y yo,
éramos veintiséis en una sola casa. Yo entré en el año 63. Hacía muchísimo frío. Aquí el agua congelaba. Criamos a los chiquitos descalzos, muy sencillos… De chiquillos, iban a recoger los ternerillos y había mucho escarche, en verano, porque era más frío en verano que en invierno. Dejaban palanganillas de agua y amanecía congelada. Yo tenía una cocinita de leña. Eso le daba un poquito de calor a la casa. Tengo un hijo que decía que paraba los ternerillos, llegaba con los pies congelados, y entonces para calentarse ponía los pies en el pedacito donde había dormido el ternero. Aquí tuve otros cinco hijos, tres mujeres y dos varones: María Elena, María Brígida, Leda María, José Efraín y Rolando. En dos ocasiones, salí enferma de parto, a caballo, y las otras, salí con tiempito, me iba para donde mi mamá o donde mi suegra, y allá esperaba la hora del alumbramiento.
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Rancho de vara
La historia
del primer colchón
Hay una historia que resume muy bien lo que pasamos en los primeros años. Un día, Efraín resolvió traer un colchón. Efraín me quería dar la sorpresa, compró un colchón, lo puso en la potranca, y la traía de diestro. Por donde ahora está la escuela había un portón en la calle. Cuando eso, las propiedades no tenían cerca a la orilla del camino, sino la cerca de colindancia. Era una potranca muy briosa, el colchón se golpeó en el alambre, se rompió en la argolla de cerrar el portón, y como cayó paja, la yegua se asustó, se soltó la rienda y se desbocó… Me encontré el forro ya sin paja. Ahora es de reírse, pero en ese momento era de llorar. Cuando llegó Efraín, vi el forro del colchón. Cortamos pasto kikuyo. Lo secamos, y con aguja de mano lo remendé. Así, volvimos a hacer el colchón. Me acuerdo cuando don Mario Madrigal escribió sobre este colchón. Don Mario ha venido no sé cuántas veces. Me siento muy orgullosa cuando alguien como él escribe de lo que hemos hecho aquí en San Gerardo. Otro que venía mucho era Don Roberto Murillo. Él
escribió varios artículos. Le encantaba venir aquí a vacacionar. También escribieron Guido Fernández, Fernando Guier… Cuando ellos empezaron a venir, les tocó bajar a caballo. Marino, el hijo mayor, iba a traerlos a caballo y luego los regresaba a la carretera. Gilca era el medio de hacer las reservaciones. El negocio realmente se llama ´Gilca, La casa del pescador`. Lilliana era la secretaria de Carlos Manuel Barrantes, el dueño de Gilca. Él conocía a todos los pescadores del país. Cuando algunos de ellos querían venir, don Carlos Manuel le pedía a Lilliana que escribiera en una libreta las reservaciones. Efraín iba a dejar el queso a San José y pasaba por la lista de invitados del fin de semana. Nosotros hemos tenido el privilegio de vivir las dos etapas, la que vivimos tan difícil, tan difícil, con tantas dificultades, de verdad, y la de ahora. Si uno hubiera sabido que íbamos a salir bien, tendríamos datos de todo lo que nos tocó pasar, pero no teníamos ni una cámara fotográfica. Recuerdo que el día que ya llegamos a quedarnos, tomamos una foto. Estamos con el ternerillo que nació ese día. Yo venía muy afligida, primero porque dejaba a tres
Efraín Chacón + 45
hijos, dejaba a mi hermana, me iba retirando más de mis papás, y es que yo sabía que veníamos para la montaña, para el monte. Llegamos a la salida, a la carretera interamericana, a un lugarcito que se llama Macho Gaft. Era un domingo, muy de mañana… Ahora la gente me pregunta que cómo hice para criar tantos hijos. Pienso que el ambiente colaboraba. Uno no vive estresado, de con quién andarán los hijos, cómo andarán los hijos… Son tantos que entre los hermanos se acompañan mucho. Yo soy de San Marcos de Tarrazú, y seguro la gente cree que añoro el pueblo, pero es que ya no es el San Marcos de Tarrazú cuando nos criábamos, el San Marcos de misa de la seis de la mañana, el rosario de las cuatro de la tarde, en la iglesia, y cada uno para su casa. Eso era los domingos. Entre semana, sólo había oportunidad para el trabajo. Había misa a las seis de la mañana todos los días, pero era sólo para las señoras muy beatas. Gracias a Dios, mis hijos no toman, son muy sanos… Vivir aquí en comunidad ayuda mucho. En un principio, las visitas comían en la casa. Después, aunque tenemos restaurante, todavía se me acercan a la cocina. Por ejemplo, a don Mario Madrigal lo invitamos a la casa.
Grata sorpresa
Recuerdo que el día que veníamos ya para quedarnos, agarramos un bus en Macho Gaft, que nos dejaba en la entrada, en Jaboncillo. Yo venía muy afligida, y un señor que estaba en la pulpería, comprándose un diario en la pulpería de Macho Gaft, me dijo, ´diay, ¿ya se la llevan para el destierro?` Veníamos inclinados a trabajar con ganado y agricultura. Nunca pensando en turismo. Eso se presentó a partir de que Efraín y Federico echaron los alevines al río. Empezó la trucha a desarrollarse, había truchas hasta de siete libras y ocho libras, se regó el cuento, empezó a llegar gente, y como era difícil salir, le dijeron a Efraín que por qué no hacía una casita. Mientras tanto, dormían en el piso de mi casa. Yo recargaba los cuartitos que tenía, y desocupaba algunos. Dormían tendidos en el suelo. Recuerdo cuando llegaban los hijos de don Juan Dada. Eran chiquillos. Venían con grupos de compañerillos de colegio. Dormían en el suelo. Con ellos, la verdad es que siempre hemos tenido buena amistad. Aquí queremos mucho a los Dada. Uno reconocía la
humildad de ellos. Estaban contentos aquí, aunque estuvieran mal cobijados. Eso sí, con hambre no. Como de verdad estaba viniendo gente, primero hicimos una cabinita. Después dos más. Empecé a atender las cabinas. Cuando se hizo una, vimos que sí nos favorecía. Cobrábamos cuarenta colones por persona, con comida incluida. No teníamos experiencia de absolutamente nada. Antes, los chiquillos de las familias que venían iban a ver ordeñar, hacer el queso, y últimadamente les dábamos con ellos el chupón a los terneros. Eso les llamaba mucho la atención. Después, cuando los chiquillos se hacían grandes, ya no les llamaba la atención. Hay familias que vinieron en la primera época y ahora, de cuando en cuando, vienen. Hay gente que viene a buscarme a la casa. Ya no tengo tanta relación con todas las personas que llegan, pero es que son muchas. Un día vino un señor y me dijo que le metiera carbón a Efraín para que se pusiera aquí un salón de baile, debajo de los árboles, con una rocola, porque, como esto está tan apartado, este era un lugar ideal para venir a esconderse de la esposa. Me puse tan brava,
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tan brava, que el señor no volvió. Por dicha. Al que le gusta la fiesta aquí no le gusta. Me cayó tan mal, tan mal… Siento que este lugar, esta finca, con este hotel, y la dicha de que viven aquí todos mis hijos varones, y casi todos mis hijos participan de la actividad, este lugar, que se llama San Gerardo en honor al abogado de las madres y los hijos, es una gran bendición para mí .
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n 贸 c a h C Efra铆n
Roberto Murillo
La Nación, 13 de noviembre de 1976 Desapercibido, más allá del viejo sesteo de Ojo de Agua, poco antes de llegar al Cerro de la Muerte, está el sendero que lleva a San Gerardo de Dota, casi imposible, hacia la apertura de lo oculto. Dejando el páramo lluvioso, siempre dominado por el viento del este, serpea el camino por lo que fue selva de hojas y arroyos y hoy es verdísima pradera, crucificada por los troncos muertos, bello dibujo trazado sobre el imperceptible dolor vegetal. Todavía hay árboles que ocultan la espuma del Savegre niño, alla en la peligrosa hondonada. Muy rara vez, ese humillo azul que destaca en el verde de altura, humillo de otras tardes en las montañas de Dota. Cuando se baja al nivel del río, pobladísimo de truchas blancas y rosadas, la emoción de los orígenes de la naturaleza se une a la del los orígenes de la civilización. En un brevísimo valle, donde el Savegre ya va crecido, hay una de esas colonias espontáneas de Costa Rica valerosa. Así como el Valle de Santa María fue descubierto por cazadores perplejos ante su
belleza, así Efraím Chacón Ureña llegó hace más de veinte años, viniendo por Copey y Providencia, a esta secreta apertura de alto Savegre. En aquellos baldíos acampó con su hermano, viviendo primero bajo una piedra, después en un rancho pajizo. Se hicieron dueños de la propiedad mediante el trabajo, conforme a la justicia, sin temer al frío y a la soledad, viendo cuajar las milpas, crecer el ganado, multiplicarse la familia y pasar el río sin tiempo. Hoy hay una casa grande de madera aserrada a mano, con plazoleta y unas cabinas con ventanas que dan al bosque, donde el verde contrasta con el café claro de las ardillas en paz. La noche lluviosa sólo deja ver ahora la luna llena de espumas del Savegre y en las siluetas de la Patria, eternas, altas, próximas. Sin luciérnagas ni estrellas, busca el corazón ese sutil punto de coincidencia entre el tiempo y la eternidad, conocido por los grandes místicos, donde cobraría vida la muerte misma, donde todos nos seríamos presentes por estar presentes ante la misma luz. En el alto Savegre, la familia Chacón ha creado una armonía entre la naturaleza originaria y la obra del hombre, en el habitar y en el producir. La finca los Zacatales es una totalidad orgánica, donde la
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El Alto Savegre
pesca de truchas, el ordeño de las vacas, la recolecta de los melocotones y tomatillos, la producción de electricidad tienen un ritmo como el del agua innumerable y como el de la germinación de la vida en lo hondo del bosque o en el amor fecundo del hombre y la mujer. Trabaja toda la familia en el culto de lo propio y participa toda del legítimo orgullo de la colonia bien lograda, cordialmente abierta a quien comprenda la alianza del hombre con la naturaleza. Pero quizá lo mejor del alto Savegre es disfrutar de la mesa y conversación de Efraín Chacón, de su esposa y de sus numerosos hijos, porque es un retorno a la placidez, a la inteligencia y a la bondad de la Costa Rica profunda.
Roberto Murillo La Nación
Sintonía entre el esplendor de las montañas y la cordialidad de una familia: es el sentimiento que me ha recreado durante una semana, con viento frío y sol ardiente, en una grata cabina de la hacienda Zacatales, en San Gerardo de Dota. Junto al alto Savegre, rico en truchas , la cabina se llama Zana, el nombre de la esposa de un ornitólogo de Oklahoma, que pasó unos meses, observando el apareamiento de los quetzales y el nacimiento de los polluelos. Desde el dormitorio, con grandes ventanas de este a oeste, colinas de manzanales y ciruelos, un cordero que pace en la plazoleta, olor a madera de los muebles, una manzana que perfuma el aire ya tan puro, un ramo de santalucías que mi esposa ha puesto sobre la mesa del comedor. El viento seco, con alguna llovizna rara vez, pasa constantemente por robles y encinos y un arco iris se dibuja todas las tardes en dirección al Cerro de la Muerte. Hace treinta años, Efraín Chacón y su hermano entraron al alto Savegre a establecer una abra en la
selva virgen. Criaron sus familias, hicieron un bienestar, con el trabajo de la ganadería, de los manzanales, de un turismo cordial y espontáneo que, me decía un especialista, no tiene paralelo en la historia del país ni quizá en parte alguna. Ofrecen para las comidas los productos logrados por ellos en aquellas colinas de indomable apariencia: jugo de manzana natural, papaya chilena, truchas, tortillas y natilla casera, olla de carne, para no hablar del delicioso gallo pinto, servidos con no estudiada cortesía por las bellas jóvenes de la familia. A dos mil metros de altura, puede hallarse a orillas del río donde tomar el sol, más poderoso que en las playas, sin amenaza alguna, como en la vieja Costa Rica, cuando no había otro temor que el de la Llorona o la Zegua. O puede uno subir, por agradable sendero, un empinado cerro y abriendo así el panorama, oyendo siempre el profundo rumor del agua. O internarse en el bosque primario, acompañado del canto de los pájaros de todas las especies, hasta el naciente de un arroyo. Siguiendo un consejo de Unamuno, he traído al seno de la naturaleza un libro de acción: las Antimemorias de Malraux, y la magnífica biografía que sobre
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este hombre, mezcla inextricable de soñador y combatiente, escribió Jean Lacouture. Y, respecto a San Gerardo de Dota, he puesto en práctica; antes de leerla, una máxima de Malraux: cuando lo visité por primera vez, hace ya diez años, lo conocí como si estuviera reconociéndolo, como si ya lo hubiera visto antes de mi nacimiento. No he ido descubriéndolo como paisaje exterior que mi conciencia pudiera ir apropiándose, sino como una imagen ordinaria, interior, que va encontrando, con el tiempo su plena expresión en la estancia del valle pequeño y recogido, en la marcha incansable del río. Lleno de goce para los sentidos, el alto Savegre no es recomendable, sin embargo, para personas que sólo ven con los ojos de la cara y que no pueden oír el silencio. Sólo consiguen comprenderlo quienes saben proyectar, en la mirada, en el cuadro, en la fotografía, la síntesis de su memoria y de su imaginación. Saludable para el cuerpo, estimulante para el pensamiento, la estancia del alto Savegre es, sobre todo, la imagen del alma.
Roberto Murillo La Nación
Hacienda Los Zacatales entre troncos caídos y brote espontáneo de arbustos nuevos, baja el camino tortuoso y polvoriento, bordeado de flores silvestres de raros colores, junto al alto Savegre, ya escondido en el bosque, ya claro de espuma, siempre rumoroso. Viento frío y seco, en esta vertiente pacífica del desolado Cerro de la Muerte, sol en el aire transparente en la tersura del agua, en las hojas de los robles, en nuestra alma nuevamente sorprendida. Ahora escondida, con su puente, su plazoleta de pacientes terneros, cuyo clor blanco y negro contrasta con el dominio del azul y del verde. Cerros empinados con arbustos y manzanales, coronados por la vieja selva, tan amables, a ambos lados del río. Frío y sol, gravedad y alegría, hondura y levedad, otra vez en los montes de Dota, en la patria profunda. Nos invitan a ver la historia de San Gerardo de Dota en la televisión , en la casa de los protagonistas del primer afincamiento. Cacería en las montañas cerradas, sorpresa del agua limpia, primeros sembrados donde
casi no se oye la voz humana, valentía de los viajes hasta Copey, riesgo del trabajo honrado y de la riqueza bien habida: la numerosa familia, sonriente y armónica, comparte alegre y llanamente con los huéspedes su emoción renovada, la boda reciente, la ceremonia bajo los árboles, junto al abra y al río. Hay ese sentimiento intransferible de estar en los orígenes de la vida y de la patria, compartido con esa joven pareja visitante de recién casados. El aire de la noche sigue pasando en oleadas, a la vez fuerte y ligero, cuando Venus y Orión nos sirven de primera ruta en el cielo imperturbable, bajo el que resulta tan difícil lo siempre imposible: pensar en la otra noche, la de la nada y la muerte, la de pesadillas e inminencias. Donde, a una inapreciable distancia de la angustia de la historia, en este nuevo año, el espacio u y el tiempo, la luz y la sombra, provocan en su puridad al pensamiento y a la imaginación, los incitan a lo originario, a lo indestructible y suprema preocupación por el ser y no ser. Amanece en las ásperas colinas, desaparece la Osa Mayor borrada por los homéricos dedos de la aurora. Comienza el siempre viejo y nuevo trabajo de la leche y los quesos, las truchas y las manzanas, la leña para la
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e r g e v a S o lt A l a o s Regre
cocina y la chimenea, la obra en que toda la familia participa, con esa encantadora mezcla de orgullo y de humildad de la vida auténtica y creadora. Quietud y actividad, simplicidad y atención de los detalles, palabra y acto, ocio y esfuerzo, toda la armonía de este contraste es atmosférica y contagiosa, personal y cordial, libre y disciplinada. Lejos, muy abajo, a distancia abisal, los resentimientos, las miseria, los violentos apetitos de posesión y despojo. Ásperos caminos nos alejan de la casa, del fuego de la cordialidad campesina, sobriamente civilizada. La selva nos ofrece sus antiguos murmullos, escuchamos en ella pasos cautelosos e inocentes. La colina nos sugiere la nostalgia del abra, cuando ya está distante y es aun presente, como el sentimiento con que evocamos el abandono del ser, ahora que lo poseemos con prodigalidad. Los recodos nos llevan hacia el alto páramo del Cerro de la Muerte, a medida que vamos desprendiéndonos del valle fecundo, deleitable regazo, inagotable sitio de lo siempre secreto y de la presencia de lo permanente. Allá está el río Savegre, el rumoroso amigo en cuyas orillas hemos olvidado y evocado al tiempo nuestro padre, sí, pero donde hemos invocado también huidiza, la revelación de lo eterno.
Marjorie de Oduber La Nación
Un lugar de paz, de descanso y de comunión con la naturaleza es el que describe Roberto Murillo en La Nación del 3 de febrero bajo el título “San Gerardo de Dota”. El título no me decía gran cosa, probablemente debido a que el mismo nombre de Santo se encuentra repetido por todo el país. Así se elimina tanto nombre indígena renovador de nuestra historia perdida. Pero, al leer la descripción nació en mi lejano recuerdo, el de un extraordinario e insólito paraje que exalta la condición humana del campesinado costarricense. La obra de los hermanos Chacón, resultado de una larga y ardua lucha contra elementos reacios de la naturaleza, representa la más pura de las cualidades del campesino, estoicismo, capacidad de trabajo, resistencia y metas sanas y fructíferas. Desde la Carretera Interamericana, se encuentra bajando en “jeep” como si se regresara de escalar montañas, desde 3 400 metros de altura a 2 100 metros en un trecho de nueve y medio kilómetros. Se tarda más por el comer la aurora blanca de un sabor
tan rico como la frescura de la mañana. Hace treinta años, los hermanos Chacón, se abrieron paso a puro machete desde Santa María de Dota para llegar al lugar donde han edificado una especie de Shangai-La costarricense en medio de una finca ejemplar donde cómodas aunque rústicas cabinas reciben un turismo seecto y ávido de descanso en un lugar que invita a la meditación. Los muchos hijos, sanos y trabajadores, siguieron estudiando a través de cursos por correspondencia, método que adoptaría la Universidad Estatal a Distancia. Nosotros dejamos un lote de libros en la escuelita donde EDUCA nos había precedido. Me agradecieron los libros entregándome flores que llamaron Estaticia y Varsovia. En este pequeño valle las praderas de abundante pastos Kikuyo invitan a sentarse y hundirse en ellas. Árboles frutales y otros refrescan el ambiente, protegen el terreno y embellecen el paisaje. Las montañas alrededor abundan en robles y fresnos; el riachuelo que capta las chispas del sol revela el salto de una trucha –pez sembrado por los hermanos Chacón-. Un impresionante ganado Holstein es testigo de la validez de docenas de trofeos que brillan desde estantes
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n e g r i V a v l e S a Una Abra en l
adornando las paredes del albergue central. Una larga mesa de comedor deja campo para que los comensales formen grupos a su antojo, separados unos de otros si así lo desean. Se ofrece una comida casera insuperable: queso maduro, otro queso enriquecido con chile dulce y otras delicias productos de la huerta; arracache; un postre de tomate de palo que, mis apuntes no me mencionan, tenía sabor a melocotón. Más de 2 200 visitantes distinto, sin contar los muchos que regresan- habían saboreado su arte culinario costarricense. Fue un día típico del programa de bibliotecas rurales, que nos deparó el descubrimiento de esta “abra en la selva virgen” . Pensé en escribir sobre eso, pero la velocidad de nuestras visitas - cuatro días de la semana- y trabajo que eso involucraba, no me lo permitió . Si lo hago ahora, es inspirada por el comentario de Roberto Murillo. El día si fue poco usual por el número de santos que lo rodeaba: la de los que vinimos y a más santos fuimos. Llegamos a San Gerardo de Dota, Santa Cruz de León Cortés, San Andrés de León Cortés y San Lorenzo de Tarrazú. Al día siguiente, iniciamos nuestra gira en San Martín de Dota y Llano Bonito de Dota,
para seguir luego a San Carlos de Tarrazú y finalmente en San Joaquín de Tarrazú. Rodeados así por santos, tal vez los hermanos Chacón difícilmente serían ser diferentes a la gente ejemplar que son.
Mario Carvajal H.
La Nación, 7 de febrero de1987 Una vez que concluya la intervención de que ha sido objeto, el Instituto Costarricense de Turismo debe redefinir sus metas. Cosa Rica tiene, hacia el futuro, una oportunidad que aparece cada vez más clara. Sin dejar de lado el turismo playa y sol, en el cual somos uno en el mercado del Caribe, debemos aprovechar nuestras ventajas comparativas. En el campo de las atracciones que se puede ofrecer al turista además de la tradicional hospitalidad del costarricense, la principal es la variedad de nuestros recursos naturales. Hace pocas semanas volví a visitar la finca Zacatales, propiedad de don Efraín Chacón y su admirable familia en San Gerardo de Dota. Con sus cabinas, su bosque primario, sus siembras precursoras de manzanas y melocotones, esta singular empresa familiar demuestra el potencial de Costa Rica en el campo de turismo ligado al disfrute de nuestros recursos naturales. En esta ocasión, además de caminar largo rato por
el bosque para visitar una bella catarata y de recorrer una impresionante cosecha de manzanas, pude escuchar proyectos futuros de los Chacón, que van en el camino de lo que considero debe ser el campo de interés prioritario para el nuestro desarrollo turístico. Desde hace muchos años ornitólogos y naturalistas de varios países, muchos de ellos ligados a universidades de los Estados Unidos de América, descubrieron la riqueza natural de San Gerardo de Dota. Quetzales, colibríes, truchas y frutales de altura se unen en la oportunidad que da un pedazo de bosque primario conservado. Desde la administración Oduber y gracias a la valiosa labor de los naturalistas costarricenses Álvaro Ugalde y Mario Boza, nuestro país tiene destinado a parques y reservas naturales un ocho por ciento de su territorio. Aunque la deforestación es nuestro peor enemigo, estamos a tiempo de establecer una política y una praxis que fomenten el turismo ecológico. Un turismo que nos ayude a proteger y rescatar a Costa Rica de la destrucción de su riqueza natural en bosque primario y especies de aves, insectos y animales ya extintos en muchos otros países. Efraín Chacón en San Gerardo de Dota ha
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o c i g ó l o c E o m s i r Tu
demostrado que es posible atraer al turismo científico, que viene a estudiar nuestros recursos naturales. Es consciente que si se desaparece el bosque primario se perderían las especies que atraen a los estudiosos. Planea fórmulas para asegurar la conservación permanente del bosque. Él y su familia merecen nuestro reconocimiento. ¿Será el ICT capaz de utilizar esta experiencias y de diseñar una política coherente en este prometedor campo?
Orlando Núñez Pérez El hombre y el río La Nación
Cuando Efraín Chacón y su hermano Federico (q.d.D.g) llegaron a aquel lugar agreste, el bosque era tupido y firme, y el Río Savegre saltaba encabritado durante las crecidas, entre rocas enormes, como sigue haciéndolo hoy, en lo que se ha convertido en un emporio de belleza y de riqueza. Esta “historia para ser contada” comenzó amaneciendo la década de años setenta, cuando la ilusión por la pesca de truchas se alimentó con los relatos de los pescadores que, de boca en boca, llegaba hasta mí. Han pasado los años y todavía me late apresurado el corazón cuando llego al majestuoso escenario de San Gerardo de San Gerardo de Dota. Allí conocí al “clan” de don Efraín Chacón. Muchas cosas cambiaron, para bien, en el entorno; el espíritu que animó esos cambios, y la estirpe familiar, siguen incólumes... Pero es otro el cantar de esta pequeña glosa: es encontrar en la reciedumbre de hombres como Efraín Chacón el verdadero ser costarricense. El campesino trabajador, recto, progresista, pero relicario de tradiciones. El hombre de la tierra, empecinado y
fuerte, el campesino inteligente y creyente, que no extendía la mano limosnera, sino que empuñadaza el machete y movía la macana; el que abría “picadas” y aplanaba senderos; el que sembraba la milpa y peleaba, palmo a palmo, con animales voraces, produciendo riqueza nueva, entre las raíces de los árboles centenarios. El recio trabajador que no se quedó en la siembra esmirriada y usó su buen nombre y crédito, multiplicó sus ahorros, creó una familia extraordinaria, ordenó trabajo y hacienda y abrió su mente al progreso, sin renunciar a su idiosincrasia. El que ayudó al río a poblarse de truchas. De una estirpe de hombres como éste, tenía que surgir un país extraordinario. Ellos fueron los que fueron y son los que son. No los corruptos que se ahogaron en las mieles citadinas, sino los forjadores anónimos que en la leva de los siglos dieron origen a la nacionalidad. Esos que aún, por dicha, se levantan erguidos junto al surco, se reúnen en cooperativas, defienden la ecología, cuidan la montaña y el río, dan paso al complejo turístico, multiplican las exportaciones y tecnifican las siembras. Ellos los troncos recios que sostienen una gran nación.
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De Frente
ín a r f E n o d y d a id Doña Car Fernando Guier
La Nación, 18 de noviembre de 1990 En la cima del Cerro de la Muerte hay una pulpería. A un costado de la pulpería, hay una cuesta y, al final de la aguda pendiente que se retuerce entre precipicios escarpados, junto a un río de aguas limpias, existe un pequeño y verde claro Paraíso Terrenal. Allí el aire es frío y puro y la hospitalidad reconfortante. De cacería y por casualidad llegaron los Chacón a un valle virgen, hace veinte años. En el río impávido sólo las dantas habían bebido agua fresca; en la selva sólo se habían oído los pasos del manigordo y del tigre. Los dos hermanos le volvieron la espalda, a la civilización y, bajo una piedra, durmieron las primeras noches de San Gerardo. Veinte años brilló el hacha en el bosque para hacer habitable el pequeño valle; veinte años subieron las mulas por los riscos y los despeñaderos delineando el primer camino. Hoy el Savegre está sembrado de truchas; los Chacón viven en casas pulcras y bien cuidadas; hay
lechería, melocotones y manzanas rojas. Los quesos de San Gerardo son únicos en Costa Rica. Don Efraín y doña Caridad procrearon una gran familia y junto a su hogar y en tres bellas cabañas campesinas, podemos disfrutar los costarricenses la paz y de la brisa inmaculada que desciende de la montaña. Fray Luis de León, sin conocerlo, describió el ambiente de la vaguada, al pie del Cerro de la Muerte: “Oh campo, oh monte, oh río! ¡Oh seguro secreto deleitoso” Cuatro familias nos desguindamos por el arriate -los Barrantes Araya, los Madrigal Guardia, los Robert Barrantes y la mía- y sudorosos y sonrientes llegamos al emporio. Marino – el hijo mayor de los Chacón y como todos ellos de trato culto y fino- condujo a la comitiva por las pozas del río repleto de truchas. Fue inolvidable el grito de los niños entusiasmados, cuando brillaron los primeros peces con queso amarillo. Al siguiente amanecer , la güilada –de botas altascooperó en arriar el ganado desde los potreros y en ordeñar las vacas. Después, cuando el sol comenzó lentamente a calentar aprendieron el secreto de los
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ricos quesos de San Gerardo. Terminada la faena, fuimos todos a desayunar, con tortilla, gallo pinto, natilla y agua dulce, hirviente para aplacar el frío. Simplemente deseaba comunicar, en forma breve, el feliz impacto que tuve al conocer la familia de don Efraín y doña Caridad. Mucho se ha escrito ya sobre ellos y acerca del milagro realizado, con puño de hombres, en la garganta de la sierra. Pensé en un momento elogiarlos como una familia que es ejemplo de Costa Rica. Pero, desgraciadamente, el estribillo de ejemplar tan trillado que poco o nada significa; más aún tengo gran desconfianza al vocablo y a sus acepciones. Don Efraín, doña Cari y sus hijos son mucho más que un ejemplo para el país. Sencillamente son Costa Rica.
La montaña y el río Mario Madrigal La Nación
Después de ascender hasta casi el Cerro de la Muerte, se desvía a la derecha y luego se precipita, como si fuera un gigantesco tobogán, hacia un valle verde entre altas montañas por el cual zigzaguea un río de aguas frías. Puente de madera con heridas por las cuales pasan las aguas del río Savegre, está la finca de Efraín y familia. El visitante recibe la amable acogida de Leda, el cariño de alguno otro de los Chacón, pero también el azul de las montañas , el que en ciertas noches, escarcha que en las mañanas sobre las pequeñas y luminosas como las flores silvestres, en las cuales brotan, árboles, manzanos, melocotones que han ido desplazando la madera de los árboles primeros que la civilización ha invadido a la montaña virgen y ya hay teléfono y las antenas se levantan sobre los techos de casi todas las casas. El tiempo hace ya muchos años los caminos y los árboles elevaban sus verdes dedos hacia el cielo. Las truchas, que ahora pueblan el río Savegre no habían llegado, pero en la montaña
rondaban las dantas y los “tigres”. La naturaleza no conocía la presencia humana. Hasta ahí llegó un joven, Efraín, recién casado, a crear su hogar en la montaña. Volteó árboles, y sin más ayuda sus fuertes brazos y el apoyo de su joven esposa Caridad, comenzó la creación de lo que hoy es una próspera finca. Durante varias semanas durmieron bajo los árboles, mientras construían la primera pequeña choza. Se acostaron sobre el duro suelo hasta que en una de las raras salidas que hacía Efraín al pueblo más cercano, decidió llevarle de sorpresa a su joven esposa un colchón de paja. Gran parte del camino lo hacía sobre el lomo de una vieja yegua que conocía la montaña casi mejor que él. Iba lleno de ilusión por la grata sorpresa que iba a dar, y ya se imaginaba la alegría que iluminaría el rostro de su esposa, pero, la pasar un árbol de ramas bajas, pegó su cabeza inesperadamente en un panal de avispas que picaron a la yegua, la cual corrió espantada llevándose de frente ramas y cuando objeto se puso por delante. En la carrera unas espinas rompieron el colchón y la paja se fue quedando por el camino. Caridad lo único que recibió fueron unos pedazos de tela sin
visitantes puedan admirar, no sólo las truchas en el lago, sino, también las montañas, y los pequeños colibríes que, del tamaño de una avispa, llegan hasta las ventanas para libar la miel en las flores que trepan por las paredes de su casa. El futuro está en el presente. Esfuerzos como los de esta familia deben recibir el apoyo de la empresa privada y del gobierno. El turismo que vendrá a visitar esta bella finca, ese refugio de quetzales, no sólo traerá divisas al país, sino., también cultura por ser en gran parte un turismo ecológico y científico. Y por eso este artículo es sólo un pequeño reconocimiento al esfuerzo de una familia que luchó por un ideal hasta convertirlo en una realidad, junto al río de aguas claras y cerca de las azules montañas.
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nada adentro. Pero aun con tantas dificultades, trabajando desde que el sol despertaba los pájaros hasta que la oscuridad despertaba las estrellas, logró crear una finca de cerca de 300 hectáreas de la cual gran parte se mantiene todavía como un bosque cerrado en el cual se conserva un equilibrio ecológico en la flora y en la fauna. Ahora, en las tardes frías, llegan los quetzales a comer en los árboles detrás de las cabinas. Se acercan en parejas, con sus plumas tornasoles entre las cuales destacan algunas rojas y otras blancas, los machos con sus majestuosas colas y las hembras más modestas , pero también de gran belleza. Saben que nadie les hará daño y no temen la presencia humana. En una ocasión, un pichón que intentaba sus primeros vuelos, cayó al lago y al piar angustioso de los padres avisó a Efraín que pudo salvarlo. En las mañanas, el sol ilumina el pasto, pinta de amarillo los contornos de los caballos y el ganado Holstein, golpea las flores silvestres y luego se estrella contra la copa de los árboles. El futuro parece halagüeño. Nos contó Efraín que va a construir un salón grande con paredes de vidrio para que los
Regreso a la montaña y al río Mario Madrigal
La Nación, 12 de enero de 2006 Hace ya muchos años, publiqué en esta misma página, un artículo sobre un lugar paradisíaco enclavado en la montaña y muy cerca del río Savegre. Conté entonces como un joven valiente y trabajador, Efraín Chacón recién casado había llegado a esa montaña desconocida para el resto de la población y comenzó sin dinero, sin la menor ayuda, excepto la de su esposa, Caridad a crear una finca en esa lejanía. Al principio durmieron bajo los árboles (a menudo oían los tigres que rondaban en las noches), en el duro suelo, hasta que, en una de las raras salidas que hacía Efraín al pueblo más cercano, decidió llevar a su joven esposa, un colchón de paja. El camino lo hacía en una vieja yegua que conocía la ruta mejor que él. Iba lleno de ilusión, pero, al pasar un árbol de ramas bajas, pegó su cabeza en un panal de avispas , que picaron la yegua. Esta corrió espantada y, en la carrera, unas espinas rompieron el colchón, la paja se fue quedando por el camino, y Caridad sólo recibió unos pedazos de tela sin nada
adentro. Pero, sin inmutarse ante las dificultades, la joven pareja siguió trabajando y creó primero una finca lechera que después se transformó en un cultivo de frutas, manzanas, melocotones y ciruelas y más tarde en un centro turístico. También fueron llegando los hijos, once en total, casi todos rubios y todos magníficos trabajadores. Cada uno que se casa construye su propia casa, todas rodeadas de bellos jardines y asumen una función específica. Recuerdo que la primera vez que visité ese lugar, Marino, un adolescente muy delgado y tan rubio, que parecía que venía de algún país nórdico, nos acompañaba, en las mañanas heladas, a pescar truchas en las aguas transparentes del río. Ahora no solo peina canas, sino que tiene dos hijos que trabajan a su lado, y no me extrañaría que pronto llegaran los nietos. En esa ocasión, mi hija Silvia aprendió ahí a dar sus primeros pasos y luego se soltó y hubo que restringirla para que no se fuera montaña arriba en busca de quetzales. Ahora, ya casada, recuerda esas noches de intenso frío, de escarcha y de innumerables sonidos que
solitaria, rodeada de ruidos nocturnos de tanto animales que dichosamente nadie piensa en eliminar no pude menos que pensar en previsión de los Chacón de mantener más de 400 hectáreas de bosque primario, de proteger la fauna, sobre todo los quetzales, de cooperar con instituciones universitarias de varios país, sin ánimo de lucro, en una labor que hace bien a nuestro país y, podría agregar, a la humanidad en general.
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bajaban del bosque cuando se apagaba el Sol y se encendía la Luna. Ahora todo es diferente. Ya no se come en la casa de los Chacón, junto a la chimenea y cerca de la cocina, sino que hay un restaurante moderno de amplios ventanales desde donde se pueden ver numerosos colibríes y un lago; pero existe el mismo cálido recibimiento y, sobre todo, el mismo río de aguas transparentes y la misma montaña primaria. Esto ha significado que varias instituciones científicas se acerquen, y la Southern Nazarene University, de Oklahoma, tenga un programa para el estudio de los quetzales que, por cierto, abundan en esta región, sobre todo después de que la familia Chacón ha propagado los árboles aguacatillos, cuya fruta es la única que comen esas aves. En un bosque de robles crecen cientos de hongos de todo tamaño y de todos los colores, algunos venenosos, otros comestibles y varios medicinales. The Nacional Science Foundation, el Museo de Historia Natural de Chicago y el Jardín Botánico de Nueva York han donado para el estudio de esas plantas (talófitas), pero los Chacón proporcionan el hospedaje, el tiempo y el esfuerzo para lograr el objetivo final de hacer avanzar el conocimiento científico. El regreso a la montaña y al río fue muy agradable y en las noches de luna que se pase en una cabaña
a t o D e d o d r a r e G n a S
14 años después
Miguel Salguero La Nación
“Esto va a ser un paraíso en el turismo, ya verán” Lo vimos hace 14 años, en la primera visita; lo hemos dicho muchas veces , desde, cuando se ha afianzado la amistad, y el camino a San Gerardo de Dota es cada vez más familiar. El lugar poco ha cambiado, es cierto. El río siempre se desliza con interminables recovecos, entre montañas y abras, sonriendo hacia las bajuras del Pacífico. Las truchas, tan abundantes como hacen, las delicias de pescadores. Ni hablar del clima, sabroso por su frescura, en cuanto al camino, del antiguo trillo se ha pasado a una trocha que circulan sin dificultad los “doble tracción”; hasta se aventuran, de vez en cuando, los “sencillos”. “Pero en más de una ocasión hay que correr a remolcarlos, porque entran, pero les cuesta salir”. En cuanto a las familias, siempre hospitalarias, siempre joviales, siempre dando bromas. Y siempre ejemplarizantes en cuanto a las relaciones padres
e hijos, con los vecinos y los visitantes. Las lecherías producen la misma calidad de queso; los hatos aumentan , y por otra parte se hacen valiosos experimentos con duraznos y manzanas. “Del éxito que se ha obtenido en estas pruebas , es factor importantísimo el elemento humano”, nos dijo un ingeniero agrónomo. Aquí queremos mencionar dos cambios, que tienen que ver con el turismo; las cabinas que ahora son tres, y que por lo general están ocupadas todos los fines de semana; y el restaurante. Porque al principio todos comíamos y todos dormíamos bien en la casa de Federico o en la deEfraín. Pero las visitas iban en aumento, y ya las casas se hacían pequeñas. Vino la sugerencia de Pedro J. García y de nosotros de hacer unas “cabinitas” o sea casa para alquilar. La sugerencia fue puesta en práctica años más tarde, y ahora hay tres cabinas, una de ellas con chimenea para calentar las siempre frías noches de San Gerardo. Luego se construyó el restaurante. A la par de la casa de Efraín se hizo un edificio para servir los alimentos tanto a huéspedes de las cabinas como a los turistas que llegan por un día nada más. Así las cosas, 14 después, San Gerardo tiene cambios.
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No en el aspecto del paisaje, ya que siempre vemos la misma belleza que descubrimos en el primer viaje, sino en cuanto al turismo. Hoy usted puede reservar una cabina si llama a Gilca, la casa especializada en artículos de pesca, e irse tranquilamente a la montaña, en la seguridad de que no tendrá que caminar ni dormir pensando que está incomodando a una familia amabilísima; sino que llega y se hospeda con comodidad, y tiene esto si lo mismo es ayer, una mesa servida espléndidamente, con ese sabor auténtico a comida tica, a comida nuestra elaborada con cocina de leña, y por manos que la preparan con amor.
n ó c a h C s lo e d a z e o r p a L en San Gerardo de Dota
Rafael Ángel Rodríguez Picado Ingeniero Agrónomo y Biólogo Guápiles, 7 de agosto del 2008 Conocí a los hermanos Chacón, don Efraín y don Federico a principios de los años setenta, trabajaba en San Isidro de El General y visitaba periódicamente San Gerardo de Dota. El desarrollo de esta comunidad es sui generis, hicieron una abra en una montaña virgen, establecieron pastos para una lechería modelo de altura al principio con Guernsey y luego con Holstein, son tan buenos criadores que obtuvieron muchos trofeos en el Campo Ayala, donde está la flor y nata del Holstein de Costa Rica. Simultáneamente construyeron cabañas para albergar el turismo que empezó a llegar. El inicio de esta actividad era tan duro porque la telefonía estaba en ciernes en nuestro país. Don Efraín coordinaba con
Gilca, un negocio de pesca ubicado en San José, cerca de la terminal del Ferrocarril al Pacífico. Gilca hacía las reservaciones de las cabañas y don Efraín esperaba a los turistas a la entrada de San Gerardo de Dota, porque se trataba de un camino áspero, sólo para vehículos de doble tracción y muy peligroso. El éxito del proyecto turístico de la familia Chacón se debe a que es una actividad atendida exclusivamente por ellos, con una comida criolla riquísima y un servicio excepcional. Hay mucho que observar y admirar. El éxito de este proyecto ha sido impresionante, cuando lo conocí se decía “las cabinas de los Chacón”, ahora se dice Savegre Lodge. Sembraron alevines de truchas en el río Savegre, que es el lindero entre Pérez Zeledón y Dota, don Efraín vive en la margen izquierda (bajando) del río pertenece a Pérez Zeledón y su hermano Federico (q.d.D.g) en la margen derecha, en Dota. Paulatinamente fueron estableciendo frutales de altura, manzana, melocotón y ciruelas. En este proyecto don Pepe Figueres jugó un papel preponderante como impulsador del mismo. La manzana empezó a cultivarse en Costa Rica, durante la última administración de don Pepe e incluso él trajo un técnico israelita. Don Pepe como gran visionario
dijo que en Costa Rica podían ver los quetzales sin bajarse del vehículo en el Cerro de la Muerte. Es impresionante que guatemaltecos vengan al Cero de la Muerte a conocer el quetzal, el ave nacional de su país. Recuerdo con nostalgia lo que le escuché a un holandés en Monteverde que ya se podía morir porque había visto un quetzal, en Holanda todo es una mole de cemento. La empresa de la familia de don Efraín y doña Caridad demuestra que más importante que los recursos económicos es la actitud humana. Con esfuerzo y perseverancia se alcanzan los objetivos. Don Efraín Chacón fue combatiente en la revolución del 48, figuerista de hueso colorado. La cuna de la revolución en La Lucha, la finca de don Pepe cerca de Santa María de Dota, el pueblo natal de los hermanos Chacón.
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afirmaba que la manzana era la opción ideal para el Cerro de la Muerte (altura sobre los 2 000 m.s.n.m.) como el café para zonas a menos de los 1 500 m. Los frutales de altura fueron desplazando rápidamente los pastos y la lechería fue desapareciendo gradualmente, dando inicio a una pujante actividad turística de altura. No quedó una sola vaca. Este es un caso único en el país y posiblemente en el mundo, que de una abra en terrenos escarpados, propicios a la erosión con una altísima precipitación se establezcan pastos y gradualmente se pase a un ecosistema agroforestal constituido por frutales y árboles, con una gran área de bosque primario. Esto es digno de ser imitado por otros finqueros y en otras comunidades. Este cambio fue fundamental en la vida de don Efraín que se transformó en un amigo del ambiente y demostró fehacientemente que la destrucción el bosque no es necesaria para el desarrollo. Recuerdo la honestidad de don Efraín que manifiesta que él conserva el ambiente, sin embargo, confesándose con la naturaleza no recibe la absolución. Recuerdo que cuando se iniciaba este proyecto turístico, escuché que unos gringos habían llegado a Parrita “molidos” de una gira que habían realizado a Guatemala a observar los quetzales, viajaron en automóvil, luego en chapulín y por último en mula no había visto un solo quetzal, se les
o d sa a P l E o d n la b o sd e D Alrededor de Efraín y Caridad
Luz Alba Chacón de Umaña Hermana de Efraín Chacón y Federico Chacón (qdDg) Siempre es un ejercicio revitalizador desdoblar el pasado para rescatar, en el presente caso, las imágenes absolutamente personales sobre Efraín y Caridad. Algunos de estos recuerdos, hasta este momento constituyeron parte de mis secretos, pero hoy quiero compartirlos con quienes lean este mensaje. Recordar primero, que por esas singularidades de la vida, mi primer encuentro con Efraín, ocurrió cuando yo era una adolescente. La impresión que me produjo fue que estaba frente a un hombre con voluntad de hierro, muy tenaz y extremadamente serio. Fue una tarde de diciembre, de fiestas
navideñas, en los alrededores de la Plaza González Víquez, con un airecillo revolviéndolo todo, menos nuestro entusiasmo y emoción. Estábamos, Efraín y yo y nuestro padre en el centro, conversando sobre lo cotidiano, sobre sus amigos de Santa María de Dota, de San Marcos, de Copey. Simplemente estábamos. Existíamos. Yo existía por esos designios omnipotentes de Dios. Pronto, aquella primera impresión se disipó, puesto que me di cuenta que el hombre que tenía al frente, poseía por seriedad la emoción que brota a raudales en momentos tan sublimes como aquel: el encuentro de la sangre hermana. Además en cuanto se lograba traspasar esa especie de cortina, aparecía él con toda su dimensión humana: parlanchín, participativo y cargado de ilusiones y proyectos. Tiempo después se produjo el encuentro con Caridad, que fue diáfano, alegre, como el chisporroteo de los tizones de su hogar aquel día, cuando nos esperó con una exquisita sopa recién hecha y otros platos, cuyos aromas se engarzaron tanto a mis vivencias, que cada vez que visito San Gerardo, acarician nuevamente mis recuerdos. Desde entonces, recosté en los brazos de Efraín y Caridad, mi confianza fraterna, tan serena como la que me ofrecieron. Hoy, repasando aquellos días, he logrado trazar muchos rasgos sobre esta pareja. Y así, al
interior. Además de haber construido sus proyectos con tanto cariño, éstos gozan de esa característica que todos deseamos para los nuestros: ser de vuelo alto y conciencia recta, marcados por la disciplina, la responsabilidad y la honestidad. Siempre que logro conversar con ellos al separarnos me queda esa sensación de equilibrio indescriptible. Ese equilibrio que brota cuando se viven momentos agradables que consiguen transformar el entorno. Porque ciertamente Efraín y Caridad, representan para mi no solo los hermanos de brazos abiertos sino también el reencuentro con mis ayeres. Efraín y Caridad formaron un hogar sólido y consiguieron inculcar en sus once hijos el amor hacia el suelo nutricio. Entonces los domingos soleados o brumosos sorprendían a la familia en el San Gerardo de antaño, rumbo a las labores que debían realizarse cada día como el ordeño de las vacas. Después de la faena disfrutaban el almuerzo servido alrededor de las 10 de la mañana. Y como era domingo, no faltaban los platos especiales entre ellos el arroz con leche como postre. Por la tarde visitaban o los visitaban los primos, la otra familia Chacón Zúñiga, el querido y recordado Federico y su esposa Nina. Ese día la familia escuchaba la Santa Misa por Radio Sinaí ¡Que hermosa manera de pasar el día de descanso!
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meditar sobre su disposición de compartir la tibieza de su hogar, considero que su hospitalidad siempre terminaba y termina con el frío, cuando éste se anida en las madrugadas y en los anocheceres en San Gerardo. Efraín y Caridad heredaron de quienes tuvieron a su cargo su formación temprana, una disciplina férrea y su inclinación hacia el trabajo, realizado bajo las normas de la exigencia más acabada para alcanzar una óptima calidad. Aprendieron a mimar la tierra y a tal punto ha llegado su destreza, que pudieron establecer no solo lazos indisolubles con ella, sino robarle su magia, para colgarla en el quehacer de sus hijos. Solo la fortaleza y la devoción, unidas a sus espíritus sensibles, les permitieron lograr tales hazañas. Su diario convivir con la naturaleza, hizo que en ellos floreciera el deseo por conservar el bosque y la fauna. Por eso de sus manos y con la ayuda de la familia, brotaron los olores a frutales, a veredas entre bosques, a truchas zigzagueantes entre burbujas y piedras. Por eso de tarde en tarde, cuando los visito en su hogar, me coloco junto a ellos con sigilo y sin que lo noten acerco mis manos a sus hombros para fortalecer mi espíritu, y llenarme de sus palpitaciones que concentran en sus gestos de gozo y de paz
Efraín y Caridad gustan de la música, en especial de los boleros, incluso soy testigo de sus dotes como bailarines, porque su espíritu alegre y contagioso no tiene límites. Es conmovedor escuchar a sus hijos e hijas referirse a ellos. Lo hacen con admiración, cariño y respeto. Cuentan que durante los primeros años en San Gerardo, se sentaban con los pequeños a enseñarles a leer, escribir, sumar y restar. Y por supuesto cuando ingresaban los niños a la escuela a los pocos meses de estar en primer grado, a algunos lo pasaron a segundo. Quizá durante estas veladas saborearon biscochos, gallos con deliciosas tortillas, o una mazamorra, o un tamal asado, todo a base de maíz que tanto gusta a Efraín. Y cuantas otras, Caridad interrumpiría momentáneamente estas reuniones para aderezar las sopas y otras comidas a base de carne, que constituyen sus platos favoritos. Los rasgos comentados por sus hijos los retratan como verdaderos Maestros, en el más amplio sentido de la palabra, e incluso como ese modelo de padre y de madre que desde joven empieza una a admirar silenciosamente. También compartieron con sus hijos la pesca, los secretos de la selva y el placer de enterrar una simiente y observar su brote y su cosecha. Caridad y Efraín: tengo la satisfacción de
contarlos como hermanos y amigos dispuestos a ofrendar una sonrisa, un gesto amable, una anécdota que permite a la vida despojarse de ese sello adusto que muchas veces quisiéramos eliminar para siempre. He tratado de leer en su ejemplo, en su trabajo y en la manera de crear a su familia, porque ustedes condensan uno de los mejores libros que puede ofrecernos la biblioteca de la vida. Apenas he trazado algunas pinceladas sobre Efraín y Caridad. Me queda mucho por decir, después de pasar con ellos horas que suman días y más días y después de meditar sobre su esfuerzo, secundados por sus hijos e hijas y toda su familia. Sin embargo, por el momento sólo agregaré que la constancia de ambos en los proyectos que ejecutan, me motiva a asegurar que continuarán con sus truchas y quetzales, con sus ciruelos y manzanos, en hermosa comunión con sus hijos, y los hijos de sus hijos, porque en ellos las raíces no han dejado de crecer. Efraín continuará saboreando la consolidación de San Gerardo como un sitio de atracción turística nacional e internacional. Caridad revivirá cada día en lo más profundo de su ser, la sorpresa cuando vio ingresar el primer vehículo motorizado en el San Gerardo de sus amores o cuando por primera vez su hogar se iluminó de repente con la luz eléctrica y la algarabía de los niños la rodeaba. Yo seguiré su estela luminosa para llenarme de
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sus amenas charlas, de su comprensión. Gracias Efraín y Caridad por permitirme disfrutar de mi condición de hermana de ustedes y también gracias, muchas gracias, por aceptar mi cariño.
Imágenes
n ó c a h C Efraín
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Mi esposa, la gran compañera de mi vida.
Mi esposa, mis hijos y yo. Esta foto debe ser de los a単os 60.
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Mi esposa, mi mamá, mis hijos y algunos amigos.
Mi mamá, Brígida Ureña, con uno de sus nietos.
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Mis hijos Leda, Brígida, María Elena y José Efraín en compañía de Frankling Chang Díaz, durante una de sus visitas a la finca.
Para la revoluci贸n del 48, en el puente de la quebrada Rivas, en Santa Mar铆a de Dota.
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Aquí estoy con una de las truchas del río, hace unos treinta, cuarenta años.
Mi primera casa, que se ubicaba en el mismo lugar donde vivo hoy. La madera de esta casa fue trabajada con sierras de mano.
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Aquí estamos Don Efraín, unos compañeros y amigos míos del programa Actuar, de la Cámara de Industrias de Costa Rica, y este servidor, el 21 de diciembre del año 2006.
Mi familia en compañía de algunos amigos (Keko Rodríguez, de “Deportes Keko”, Cochis Sotela y Juan Miguel Dada, vecino de San Gerardo). Esta foto fue tomada donde hoy se ubica el restaurante del hotel, justo al frente de mi actual casa)
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“Las dos primeras cabinas, en ese tiempo, como se puede ver, teníamos vacas al frente de las habitaciones”.
Fotografía tomada en enero de este año. Don Efraín y Doña Caridad, más de cincuenta años después de su llegada a lo que ella bautizaría como San Gerardo de Dota.
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Don Efraín junto al escritor y educador Claudio Monge, presidente de la Editorial Costa Rica y presidente de la Asociación Costarricense de Autores Literarios, Artísticos y Científicos. Están dentro de la cueva donde durmieron por años don Efraín y su hermano, Federico.
El escritor Claudio Monge y el periodista Camilo Rodríguez, autor de este libro, junto a don Efraín Chacón, en la cueva que recibió todas las noches a don Efraín y a su hermano, Federico (qdDg), cuando empezaron a abrir un claro en la montaña, en medio de un valle virgen.
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Don Efraín muestra la pequeñez de la cueva donde durmieron, durante años, él y su hermano Federico.
Don Efraín empezó a cultivar manzanas gracias a la visión y la asesoría de don Pepe Figueres, tres veces presidente de Costa Rica. Ahora, sus hijos también cultivan melocotones y ciruelas.
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Casi todos los días, don Efraín camina por la finca, cargando su equipo, en busca de quetzales.
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“Hay que pegarle una ´corcoveada´ a los años”, dice don Efraín. “No hay que hacerle caso a la viejera. Hay que seguir trabajando, hasta donde uno pueda”.
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Él es uno de los encargados de llevar turistas a observar quetzales y otras aves.
Junto al monumento que construyeron sus hijos y los hijos de su hermano Federico.
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Don Efraín y doña Caridad junto al autor de este libro.
Camilo Rodríguez Chaverri
Camilo (1976) es periodista y escritor. Tiene estudios universitarios en Periodismo, Psicología, Administración de Empresas y Cine. Ha dirigido diversos medios rurales, especializados y alternativos. Tiene 15 años de trabajar en radio y televisión. Ha publicado 75 libros.
Paula Garro Ramírez
Paula (1984) es diseñadora. Estudió en Universidad Véritas y realizó una pasantía en Italia. Diseñó los libros de Camilo Rodríguez con fotografías de iglesias de Costa Rica y Nicaragua, así como su primer libro sobre La Pasada de la Virgen de los Ángeles. Es la diseñadora y coproductora de la colección de libros “Nicaragua y Nicaragüita”, de este autor.