Mieldelmar

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iel M DE MAR

Camilo RodrĂ­guez Chaverri



1 El cielo cay贸 en tu cara. Cuando r铆es, las estrellas asoman la nariz en vos. Hay un sol en tus ojos cada vez que me miras.

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2 Abrazado a tu sombra, la luna nos mira de lejos. Mientras beso tu rostro de leona soy el rey de esta selva. Nos esconde la noche.

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Camilo RodrĂ­guez


3 No salen rayos de tus ojos para los míos. No hay fuego ni presagian erupciones, huracanes o tormentas. Es sólo un agua buena. Es un lago tranquilo. No hay aguaceros en tu mirar. Es una llovizna que riega mis campos. Una lluvia tibia y fresca cae sobre mí.

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4 Hasta la noche pelaba los ojos. Pepas de marfil las estrellas. Hasta la luna sentía un río en los labios. La boca hecha agua tienen los árboles en cada rama, y un viento fresco nos envuelve con cada beso. Sólo nosotros sabemos que hasta las estrellas quieren caerse ante este asombro.

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Camilo Rodríguez


5 Quiero escribir tu nombre y el mío dentro de un corazón cruzado por una flecha. De la punta chorreará miel. Por la herida escaparán mariposas.

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6 AquĂ­ estoy a tus pies, reina del asombro. Estoy en pie de lucha por tu noche. Mi bandera es la osadĂ­a de los locos. Mi escudo es este andar inusitado. Cabalgo en el viento y he de encontrarte en todas las puertas del tiempo.

10 Camilo RodrĂ­guez


7 Andas con vestido largo entre enredaderas y cultivos. Te escoltan duendes. Mientras duermes, las hadas del campo velan tu sueño. Las vueltas que da la vida. Hasta ridícula me parecía la idea del príncipe azul.

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8 Saltan estrellas de tu boca. Sonríes y cae a mis pies el cielo que llevas dentro. De rodillas, junto esta galaxia. Te la dejo de nuevo ante este altar. Brotan flores entre tus dedos más pequeños.

12 Camilo Rodríguez


9 Tus besos son pequeños golpes de luz, aletazos de mariposas, dibujos de pájaros en el aire, zumbidos de miel, abrazos que dejan huella en el viento. Quisieras dar besos de pájaro, piquitos de azúcar. No te deja esa boca tropical que hizo Dios con la ayuda del molde de una negra. Tus besos siempre saben a fruta de la playa, a dulce del Caribe.

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10 Me estruja el mundo. Me amarran los ojos, la prisa y el estrés. Son zapatos de lata. La vida se mira en blanco y negro. Pero te encuentro a vos y sonríes, y vuelven a los árboles todos los pájaros, vuelven al campo todas las ardillas. Llegan los colores a mi esquina del día.

14 Camilo Rodríguez


11 Pestañas de mujer no tienes. Pestañas de reina. Ahí descubrí tu origen cósmico. Pestañas que Dios sólo podía estamparle a una diosa pequeña. Las pestañas son tu registro celeste, tu huella divina sobre el viento.

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12 Suben las aguas del mar. Los caracoles aplauden en la playa. Se agitan los pájaros. Zapatea el mar sobre la arena. Contigo llegó a mí el calor.

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13 Sospecho de las verdaderas intenciones del sol cuando abre los brazos mientras caminas. DesconfĂ­o del viento que besa tus mejillas y desata tu pelo. SĂŠ que el mar alza la mirada cuando te besa los pies. El ardor es contagioso.

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14 Un baño de noche en vos. Te pringaste de estrellas. Me miras entre fotos del cielo. Los negativos fueron impresos en tus mejillas. Sos una colección de imágenes del firmamento. Bella síntesis oscura al norte de tu sonrisa.

18 Camilo Rodríguez


15 Yo vivía lejos de esta delicia, al pie de un precipicio. Hacía rodaja a las alas y las podaba. Prefería llevarme el mar en una botella. Pensaba que era mejor el caracol que el bramido azul. Para mí era más intenso el susurro de las piedras en el río que el canto de las sirenas. Pero llegaste vos y de un solo golpe de luz acabaste con ese abismo. Desapareció la neblina. Pasaste un cuchillo y así como se fue el frío, entre el trinar del bosque. Se vino para nosotros la sorpresa. Le abrimos la puerta y le dijimos, “bienvenida, pase adelante, ya está en su casa”.

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16 Mis zapatos quieren caminar solos hasta tu casa. Mis manos quieren llorarte. Mi cama no sabe disimular mi pena. La noche es muy grande para andar tan solo.

20 Camilo RodrĂ­guez


17 Has puesto las letras de tu nombre en mis manos. Me marcaste como marcan al ganado con un fierro hirviendo. Tu nombre lleg贸 pintado de rojo vivo. Es una huella sobre el cuero de mi memoria. Es la sal en mi piel.

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18 Sos el cielo que me toca. Casi siempre estás soleada. A veces llueves pájaros. Te gusta el abrazo de las nubes. No acostumbras la tormenta. Tu risa es una cascada de estrellas. Cuando te vistes de luna llena, firmamos el amor con el cuerpo. El testigo de honor es el piso de un balcón.

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19 Beso la costa donde llega tu mar. Rozo con los labios la puerta que toca cada ola. Mi lengua rocía la falda de tus aguas. Escucho el cantar de las sirenas. Tu mar se viene desbocado, potro loco y ciego, hasta esta playa en que me sumerjo. Un chorro se pierde culebreando en mi mentón, el cuello, las manos, los brazos. Me queda tu olor cuando se retira la falda de espuma. Es tu huella de sal, la ruta del caracol. Ando en la cara el aroma de tu vaivén azul marino. Es el perfume de mi alegría.

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20 Te pusieron pringuitos de chocolate en las mejillas. Pareces una muĂąeca de harina, una sirena de galleta. Quiero comerte con los ojos cerrados. Te abrazo y mi corazĂłn quiere instalarse al lado del tuyo. Quisiera tener manos en el pecho, tomarme con esas manos de unas manos que hay dentro de tu seno. Abrazados, hablamos de cerca con Dios.

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21 Anda en el viento. No se ve. Se huele. Se nota en el espacio. Como un fantasma. Está, aunque no parezca. Es refrescante. Como una brisa. Es un soplo sagrado. Es el aire que Dios nos echa encima. Es un vestido invisible. Es un abrigo de flores. Me baña de fragancias. Me inunda de colores. No necesita un espejo. Lo noto. Se nota. Borges diría, “es el amor”.

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22 Hiciste tu casa aquí adentro. Trajiste el sol para mis jardines. Pusiste tu luna llena en las montañas. La acomodaste en el centro de mi ventana. La brisa agita su vestido largo por los corredores. Aquí pusiste tu pintura favorita y le echaste agua a las flores. Dentro de mí formaste un hogar y una guarida. Te pido posada.

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23 Eres la ola que acaricia mis pies y se va en silencio. Su oficio es el regreso. Huye a lo azul. La llama el mar celoso. No sabe decir que no a la marea. Te beso cuando llegas y me despido cuando se lleva el viento de regreso tu larga falda blanca.

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24 Fiesta de luces hay en el cielo cuando te encuentra mi boca. Tus racimos son un imán que me contiene. De nada sirve huir entre las sábanas. Todos tus ríos desembocan en el lago. La erupción mira a las estrellas. Llegan el humo y la neblina. Poco a poco, el agua se traga al fuego. Sólo vos y yo conocemos sus huellas. Al final, hasta la noche se queda dormida.

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25 Bienvenido el amor a mi mesa. Bienvenido el asombro al camino. Las flores se abren a su paso. Los ríos cantan en su encuentro. Los árboles se toman de las ramas. Hay un abrazo en el bosque, un concierto verde de ranas, una alaraca de picos y plumas. Cantan la vida y el cielo. Anda suelto el amor. Todos los pájaros lo saludan. Es una fiesta en el día. Es una luz en la noche. Es música en la oscuridad. Le alegría me descubre. Es un poema que respira en todo lo que vive. Hasta la miel me mira.

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26 Me llega tu recuerdo con la lluvia. Cada gota en mi camisa es una flecha de vos. Olés a tierra mojada. Olés a musgo que gotea. Cuando llega el invierno, sos un abrazo guardado en un sobre. Lo traen hasta mí los dedos del viento.

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27 Descubrí en vos una extensión del mar. Escucho el vaivén de tus olas. Es una música que armoniza con mis silencios. Me acerco a esa puerta donde el agua pasa a ser salina. Me zambullo como en las pozas de río de mi infancia. Después saldré impregnado de tus algas, de tus rincones. El olor es la bandera de tu recuerdo. Nada lo quita de mi memoria.

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28 Queda tu huella sobre las sábanas. Un mapa humedecido deja tu cuerpo. Es el sudor que forma tu silueta. Hay un signo especial para tu costa. No todas tus fronteras dan al mar, solo una. Esta sábana puede ser un manto mágico. Si acerco el oído a la marca de tu ostra, quizás escuche un delfín, el oleaje, un pájaro acuático, el barco que naufragó conmigo.

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29 La noche viste el velo de la lluvia. MĂĄs tarde, desnuda del agua, su silencio es un abrigo. Nos acompaĂąa el canto de los grillos y las ranas. Todas las estrellas nos miran. La noche esconde la mirada sobre este rincĂłn. Nadie ignora que estamos inventĂĄndonos de nuevo. Nacemos en este momento.

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30 Te viste el cristal. Eres la puerta de una centella de corales. Te viste el fuego. Eres la tierra sedienta de erupciones. Te viste la lluvia. Eres la flor que nace entre los troncos muertos. Te viste el mar. Eres la ola que trae hasta mĂ­ el refugio en una almeja. Te viste la noche. Eres el nido donde duerme mi angustia. Te viste la vida. Eres el fuego y la lluvia, el mar y la noche, la miel para el poema.

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31 El frío me dice que no estás. Los insectos y los sapos le cantan a la noche. La quietud puede atraer a la tormenta. ¿En cuál recodo del silencio puedo hallarte?

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32 El poeta soñó con un barco. Se hizo a la mar. Las sirenas llegaron a besarlo. Cuando cada sirena volvió al agua, murió de un ataque de tiburones. Una a una, el mar las llevó en sus brazos hasta la orilla. El poeta tiene sus luces dirigidas a vos. No quiere que muera la magia. Sos la última sirena.

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33 No cabe tu mar en mi boca. Sos un montón de mujer. Beso tus orillas. Me basta el instante de la ola que moja mis pasos. Andariega mi lengua en la arena. Me atrapa la rosa encendida, sus labios se abren y se cierran en un remolino. De aquí me sacará un ojo de aguas termales. Veré tu playa derramada en fumarolas.

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34 Desperté en medio de un centenar de pájaros. Mi casa era un mercado de picos y plumas. Quise salir corriendo. Tomé una escoba para espantarlos. Pisé la caca de muchos. Llegué al jardín y conversé con vos. Volvieron la tranquilidad y el sosiego. Cuando volví a mi casa, ya se habían ido todos los pájaros.

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35 En un hotel lujoso, en la zona mรกs cara de la capital, salgo de una conferencia. Era una locura de cristales y de espejos. Justo al lado del edificio, en una palmera estrujada por la mole de cemento, conversan afanosamente unos diez pericos. Celebran el atardecer. Esperan la noche. Yo te llamo y te busco. Dejo atrรกs los pericos y me dirijo a vos, mi noche.

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36 Dios no sabe mucho de distribución de la riqueza. Te hizo a vos con exceso de dones. Se excedió con tus ojos. Te puso todas las frutas por delante. Todas las flores se abren en tu risa. Te puso Dios el sol y la lluvia. En tu mar están todos mis ríos y todos mis peces. Grandes son tus cultivos y abundantes tus cosechas. Dios te hizo en un día de verano, te hizo un día en que estaba de buen humor. Y nada sabe Dios de justa distribución de la riqueza.

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37 Te alejas y se van las nubes con vos. Poco después llega la sequía. Mueren el pasto y los rosales. Se deprimen los árboles. Las mañanas guardan silencio. Los pájaros se exilian. Los ríos se vuelven arrugas profundas del paisaje. Se acostumbran los ojos a las calaveras de animales. Empiezo a habituarme al desierto. Y en eso volvés. Regresan con vos las nubes del cielo. Con la lluvia, despierta la vida.

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38 Vine a dejarte una huella de azúcar, una señal de humo, un mapa para llegar a mis sueños.

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39 Vi una cocina de leĂąa. PensĂŠ en vos. En una cocina como esta, Dios puso nuestro amor a fuego lento. Tiene un sabor especial.

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40 Pasé por tu casa. Toqué el timbre y la puerta. No estabas. Te dejé un abrazo colgado en un árbol del jardín.

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41 En tus poemas cae una garúa. Nunca llueve en mis palabras para vos. Tus poemas se ocupan de los rincones. No están interesados en las glorias, ni en las pompas, ni en los aplausos. Aquí viven la niebla y el silencio. La luz se filtra por las rendijas. En tus poemas el sol no arde, apenas avisa el andar de una ardilla en el pasto prendido de un verde iluminado. En tus poemas vive este amor contra la muerte. Aquí no hay futuro que nos derrote.

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42 Sos el cielo donde vuelan todos mis pĂĄjaros. Sos el viento donde encuentran voz los ĂĄrboles que me arrullan. Bajo tu manta raya, encuentra sombra mi cardumen. Tu ostra es la puerta. Entran por ella mis alevines. Sobre tus aguas, una pareja de patos surca el espejo del bosque. Se parecen a nosotros.

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43 En el parque de la Sabana, una bandada de palomas peina la copa de los árboles, baja deslizándose por una pirámide de viento, aterriza sobre un rincón de pasto con botoncitos brillantes y manchas amarillas de los rayos mañaneros que escurren las ramas, que se cuelan entre los eucaliptos. Comen felices. Picotean con frenética alegría. Así soy, como estas palomas. Tus senos son como estos campos recién amanecidos.

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44 Acorralado por la nada. Solo entre tanta gente. Aislado en un nudo de recuerdos. Ante una calle sin salida. Frente a un muro con alambre de pĂşas. Miro una enorme pared sin puertas. Me abruma tu ausencia un domingo de hospital y futbol. Sos vos, en mi cabeza, en este espacio vacĂ­o, la suma de todo lo mucho que me falta. Desde mis anhelos me miras. Sos la ventana por la que entra Dios en el aire fresco, en el viento de lluvia.

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45 Sos la mujer mariposa. Te salieron las alas aquella noche primera. NacĂ­ en tu floralia de colores. Pozos me llevaste a conocer. Un tabacĂłn de rayos salĂ­a de entre tus piernas. Me ocasiona un chispero la estrella relampagueante, la electricidad de tus ojos que pican, que ortigan en mi memoria

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46 Éramos dos hojas secas, desprendidas por las uñas del viento. Nos juntamos y fuimos un gusanito que terminó en mariposa, la bellota que nutre a las ardillas, el águila de las cumbres, el zapotillo que enciende el verde jade del quetzal, la abeja que produce la miel más pura, la hormiga más empunchada de la colonia.


47 Aquí estoy todo yo, por una líquida vez cada oscurana, nunca más sólido por tu noche, haciéndote lo que me pide el cuerpo. Es la ley de Dios. Quiero echarle a tu café mi melancolía. En el campo dirían que quiero ponerte interesante por las muchas gracias que te adornan. Aquí estoy todo yo feliz, riéndome solo entre la gente, en un supermercado, en un alto de la calle, feliz de haber nacido, aquella noche, en tu boca.



cAMILO rODRÍGUEZ CHAVERRI Camilo (1976) es periodista y escritor. Tiene estudios universitarios en Periodismo, Psicología, Administración de Empresas y Cine. Ha dirigido diversos medios rurales, especializados y alternativos. Tiene 15 años de trabajar en radio y televisión. Ha publicado más de 90 libros.

Paula Garro Ramírez Paula (1984) es diseñadora. Estudió en Universidad Véritas y realizó una pasantía en Italia. Diseñó los libros de Camilo Rodríguez con fotografías de iglesias de Costa Rica y Nicaragua, así como su primer libro sobre La Pasada de la Virgen de los Ángeles. Es la diseñadora y coproductora de la colección de libros “Nicaragua y Nicaragüita”, y una veintena más de libros de este autor.

COLABORAN CON ESTA COLECCIÓN DE LIBROS



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