RĂo adentro Camilo RodrĂguez Chaverri Editorial Maya & P.Z.
Para Gabriela
1 Le pido a Dios por ella. Le pido en silencio. Ella escucha mis oraciones cuando la miro.
2 Ella se pone nerviosa al tomar un avi贸n. Sufre cuando el aparato con alas alza vuelo. Yo la invito al ba帽o. Desaguo su miedo con mis manos y con mi boca.
3 Viajo a tus ojos. DespuĂŠs no encuentro el camino de regreso.
4 Primero conocĂ tus atardeceres, acostados arco iris. DespuĂŠs conocĂ tus noches. Me bebĂ todas las estrellas de tu cielo.
5 No se sabe por qué Dios te hizo de barro. No se sabe en cuál descuido te le caíste de un canasto o de su mesa de trabajo. Sos una jícara con un huequito en el centro. Sos un cesto donde nacen flores. Sos una jarra, una alcancía puesta de cabeza. Chorreás gotitas cuando te froto.
6 En las noches de luna el cielo es una mata de mora. Bajo las estrellas como apear frutas de los รกrboles y las pego en tu cuerpo. Les apago la luz con mi boca. Se encienden por dentro.
7 Tomé una mariposa de una flor. La soplé y la soplé hasta que llegó a tu flor. Bebí tu miel junto a la más feliz mariposa.
8 De un tronco seco, con el hacha saqué rajas de leña. No tengo la costumbre. Las manos me sangraron. Ampollas me punzan los dedos. Escribí en las astillas para que cantaran al fuego. Dije todas las palabras como inventándolas. La madera sabe escuchar. En el corazón de las llamas empezó a oírse tu nombre.
9 Nos bañamos en agua fría. Se te pararon los pechitos como si tuvieras dos pericos escondidos en el tórax. Traté de sacarte esos bichos, pero se negaron a salir. Una bandada empezó a picotear el cielo abajo de tu ombligo. Me zambullí para escuchar de cerca aquel aleteo. Los pájaros se fueron con la fiesta a otra parte. Valió la pena el viaje.
10 A este amor le gusta andar descalzo, como anduvimos descalzos mientras nos cas贸 una sacerdotisa maya en Chichicastenango. Me gusta entrar en vos a pata pelada. Este amor permite esos andares, ese af谩n de besar las arenas y la tierra con las plantas de los pies. A este amor le gusta besar las piedras de los r铆os. Este amor pregunta con los dedos c贸mo se cantan los himnos del agua que corre.
11 A estos peces que nacen en mĂ y se multiplican les gusta nadar en ese rĂo oscuro y turbulento. Sienten que nadan en la fuente de todas las aguas. Mis peces son ciegos. Besan con ansiedad y alegrĂa las piedras del fondo de tu poza celeste.
12 Sos una versión humana de las sirenas. Eso que me dejás es una espuma especial. Esto que te provoco, son olas. Y esa forma de caer de lo alto a un abismo por un tobogán de sangre y de agua parece que no lo he visto ni oído en las mujeres. Sos algo diferente, un ser escondido en el cuerpo de una mujer.
13 (Lisboa, Portugal) Ha salido música de la grieta por donde se escapa el humo de tu volcán submarino. Es una música que surge del fuego. Las llamas cantan. Me llaman. Dicen mi nombre. Mi destino es ser devorado por tu fuego genital y resucitar muchas veces después de tus erupciones. Bailar al son de tu llamarada.
14 (Fátima, Portugal) Anoche llovió. Tenías gripe. Te dejé dormir en paz. Como yo no podía, encendí una lámpara y me entregué a verte. Diosa del sueño. Sirena lanzada por delfines a mi puerta. Hada madrina del mar estacionada en mi orilla por un pez gigante y mágico. Pedazos de madera que Dios juntó para formar una muñeca y que sopló para darle vida. Dormís. Como todo ser vivo. No parecés obra de un encantamiento. No parecés un embrujo malogrado. No parecés un capricho del cielo. No parecés una escultura para las olas. Pero sos todo eso. Dormís tranquila. Sos un poema en extremo silencio.
15 Afuera la sequía de Granada, miles de arbustos idénticos, la tierra estéril, el paisaje como de plástico. En el tren, todas las flores de tu risa, todos los frutos de tus carnes, la plantación de mariposas que puse entre tus piernas, los pájaros que hacen nido ahí para que salgan los polluelos vestidos de música por tu boca, o en la cascada de tu feliz desenfreno.
16 Que nadie me quite tu entusiasmo. Que ni yo mismo pueda quitarme de encima tu asombro con ojos grandes. Que sigan volando en mi cabeza tus mariposas. Que sigan cantándome tus pájaros en las mañanas y en los sueños. Que no haya tempestad que apague este fuego. Que no haya sequía posible. Que sigan naciendo tus flores con mi lluvia.
17 Llegué volando en una alfombra mágica. Pasaba de flor en flor, de naranjo en naranjo, de fruto en fruto. Venía saboreando las mieles. Hasta que llegué a tu fruta madura, nocturna, que sabe a mostaza y a azúcar moreno. Entonces, su veneno me hizo su esclavo, su adicto. Bajo tu árbol hice un campamento, una cabaña. Me hice árbol para vos.
18 Fuimos a conocer la luna de cerca. Nos abrazamos tendidos bajo el pasto. El viento pronunci贸 nuestras palabras de amor. Llegamos al volc谩n. Nada pudo hacer el fr铆o ante tu erupci贸n.
19 Nos fuimos a pasear bajo la luna llena. El astro blanco se redujo a una bolita y se te me metió por la enagua. Me tomaste. Creí que eras una mujer loba. Casi volcás el carro. Te exorcizaste con mi ayuda. De vuelta a casa, una manada de coyotes cruzó la calle frente a nosotros. Dios se asomó, sacó la nariz detrás de la luna. Veníamos saliendo de este sueño que atrapa la poesía. Es un cuento de luz de la memoria. Es un reencuentro de nosotros con la gloria
de donde emergimos, del paraĂso que nos espera.
20 Te vi, bailamos, se pusieron de acuerdo tus pies y mis pies, sonrieron tus manos con mis manos, nos vimos con los ojos de las manos, nos hablamos con las palabras de los pies, conversamos con el cuerpo, dejamos la magia al baile y lo demĂĄs fue obra de la poesĂa.
21 Te vuelvo a mirar. Te miro con detenimiento. Te devoro con los ojos como quien toma sopa hirviendo. Te ponés a preguntarme con los ojos por qué te miro. Te miro como quien se ve en el espejo y se encuentra mejor que antes. Te miro porque sos mi mejor temporada del cuerpo. Te observo como una montaña con ojos que ve a la montaña vecina y se enamora. Te vuelvo a ver porque sos mi mujer, la mujer más bella de mis ojos. Esa es la mayor alegría de la vida.
22 Te has metido en mis ramas y en mis raíces. Sos una enredadera que danza. Llega la música del viento y te ponés a bailar con mis hojas. Florezco. Echo frutos. Bailamos como dos árboles que se despegan del suelo. Dos árboles en medio de las nubes.
23 Bailamos. Nos miran con envidia las montaĂąas. Nos aplauden con sus troncos y sus copas los ĂĄrboles hermanos. Se posan sobre nosotros los pĂĄjaros y son parte de nuestro carnaval del bosque.
24 (Toulouse, Francia) Afuera llueve y hace sol. El viento escribe con las hojas del otoño. La ciudad es un hormiguero lleno de palabras. Vive la prisa. También hay campo, y el río es una serpiente que canta. Hay un profundo silencio de Dios. Lo que sea, será. La vida ajena y lejana. Aquí o allá, hay movimiento y la música de la vida. Lo importante es tu voz. Tus ojos son los importantes. Tu presencia. Llevo mi patria en vos. Llevo la vida y el camino en tus ojos.
25 Sos la piedra que cayó en medio de mis aguas y desató una fiesta, una rebelión de los sentidos, un giro de la música dentro de mí. La piedra que me convirtió en un carnaval de círculos. El sol los viste de colores. La luna los desviste. La piedra que me hizo tocar la orilla. La piedra que desató las olas en mis aguas que antes de vos estaban dormidas.
26 Serás otra desde que te inventen de nuevo mi locura y mi caos, en que te abarquen mi delirio y mis sueños.
27 Yo tenía el corazón como una fruta sin espinas. Tantos naufragios me dejaron este músculo como una piedra vapuleada por un cincel de escultor que hizo una imagen viva de un puercoespín. A vos te ha tocado tomar mi corazón como un rompecabezas y hacer un paisaje a tu gusto. Volvió a salir el sol. Brotaron las cosechas. El río canta en este bosque que armás y los pájaros trinan enloquecidos. Ponen a hablar a mis árboles viejos.
28 Antigua es la ciudad que me inventó la magia. En ella, las piedras hablan, los monos silban… Nos devolvemos doscientos años, como doscientos flechazos del cielo. Todas las cuadras parecen pinturas. En sus calles de piedra, cualquier rueda canta un poema. El calicanto fue inventado por una civilización que amaba la poesía. No habla así el cemento. Por lo menos, no sé escucharlo igual. Aquí llegamos a reconocer el amor, a celebrarlo. Parece que las paredes pararan las orejas para escuchar lo que te digo. Así como hablan, escuchan. Entonces, para conversar nuestros secretos, te hablo con los ojos.
29 En Antigua, los caminos saben decir palabras. Son los Ăşnicos caminos donde las piedras cantan sin agua. Son como rĂos secos. Fantasmas de rĂos.
30 Suave, como la caída de una hoja en el otoño. Liviana, una hoja que besa el viento. Tranquila, una rama que baila en el agua del lago. Maleable, bajás del árbol despacito, bamboleándote, zigzagueando sobre el césped en un vuelo amarillo. Esa suavidad es potente. Esa dulzura del movimiento se apodera de mí.
31 El viento hace trepidar las hojas. Se estremecen de gozo. El ĂĄrbol es una fiesta. El viento pone a cantar a este gigante. Vos y yo escuchamos esa mĂşsica que te deleita. El ĂĄrbol nos mira bailando. Baila y canta desde adentro.
32 Me cambiaron los hĂĄbitos alimenticios con vos. Antes comĂa sin picante. Ahora, lo picante es la regla. El chile y la pimienta aportan lo necesario en la nueva etapa. Me hacĂa falta este fuego en la sangre. Es obra tuya, y la comida ayuda.
33 Tu risa fresca es una sandĂa viva del cielo, atardecer en la maĂąana, trigo del pan bueno del alma, gallito de pollo con salsa picante para mi espĂritu.
34 Este amor no es negociable. No lo cambio por el aroma del pino o la reina de la noche. No lo cambio por el cafĂŠ reciĂŠn chorreado. No lo cambio ni por todas las noches despejadas y con luna llena. No lo cambio ni por todos los caminos viejos. No lo cambio ni por las pozas azules y verdes. No cambio este amor ni por cien aventuras, ni por mil vacas paridas, ni por cien yeguas en celo, ni por todos los viajes alrededor del planeta. No cambio este amor ni por otros ochenta intentos. No me cambio por nada si te tengo en la misma orilla cuando llega la noche y te cruzo a nado.
No te cambio ni en otra vida. Ni por tres mujeres iguales a vos. Ni por seis nalgas agradecidas con el paisaje, como las tuyas. No te cambio. Ni por el cielo te cambio.
35 Un ni帽o asustado y triste aprendi贸 a mirarte desde mis ojos. Poco a poco, fuiste ganando su confianza. El ternerito herido aprendi贸 a pastar en tu cuerpo. Ahora es un animal sediento del agua que bebi贸 de tu pozo vivo. No hay quien lo detenga.
36 Cuando supieron que venías los árboles recogieron sus tendidos y sus largas piernas. Se pusieron a andar y te esperaron a la orilla del camino. Parecían soldados que te escoltaban, filas de estudiantes durante un desfile cívico.
37 Tus labios son pĂŠtalos de rosa encantados por un duende. Son dibujos a mano alzada de un ĂĄngel que tiene Dios encargado de pintar las auroras y los atardeceres.
38 (Volcán Irazú) El cielo está de un azul tomado a traición por la noche. Rabioso, envuelto en una manta negra, desteñida, el cielo ha mordido a la luna, color de queso en maduración. Por el hueco del mordisco se irá colando un virus oscuro. Se la comerá la noche. Desaparecerá por un tiempo. Pero la luna volverá a nacer y será otra: el ojo sin niña ni pupila del cielo.
39 En tus ojos se derraman los míos cuando de tus ojos sale una luz especial porque estás leyendo algo que te escribí. Decís que te he llevado de la mano como quien le ayuda a un niño a dar sus primeros pasos. O que te llevo por la poesía paso a paso, como te he enseñado a bailar cha cha cha, paso doble, bolero o danzón. Pero no has aprendido de mí ni la poesía ni el baile. Cuando bailás, baila la magia. Cuando bailás, baila la poesía. Bailo en mis palabras para celebrarte.
40 Zumbás en mi cabeza. Te metés como una avispa. Entrás por mis orejas y mis ojos. Dejás tu música aquí dentro. Atiendo al llamado de esa pequeña bulla que me ordena.
Camilo Rodríguez Chaverri es periodista y escritor. Tiene más de veinte años de trabajar en radio, prensa escrita y televisión. Ha publicado más de cien libros.