Ruta del caminante Camilo RodrĂguez Chaverri
poesĂa
1 Surcando sus aguas azules que parecen otro cielo. Alejandro Balaguer
Se conectan todos los canales de mi cuerpo y el agua corre por un rĂo cuando tu mano me recorre‌ Se abren todas las puertas. La correntada pierde la vista. En la sangre se suelta una bestia. Ando con un caballo desbocado entre el cuerpo. Desata tu piel una cabeza de agua.
2 Una chispa tuya basta. Se quema el rancho entero. Las hojas estaban al sol, a la espera del pequeĂąo aliento que desatara la ansiedad de tanto fuego. DespuĂŠs de ti, viene la siembra. Las llamas tienen garras. Acabaron con todo lo que hubo antes. Ya estĂĄ limpio el terreno.
3 Cuando nos amamos nuestra habitación es tan pequeña que ni juntándonos, como lo hacemos, uno encima del otro, crece este espacio. Apenas cabemos los dos. Cada abrazo es tan grande que quedamos más pequeños. Podríamos caber en una piedra del camino Y tan pequeño es este sitio tan pequeño que no tiene lugar para la muerte.
4 Ronroneas. Se van cayendo las cosas a tu paso. Basta con que camines y van al suelo los floreros, los retratos, el televisor. Llega hasta mĂ un huracĂĄn bajo tu piel.
5 Te peinas y se estremece el espejo.
6 Hay un cruce de vĂas en tus piernas. AquĂ me bajo del tren.
7 No caminan. Flotan. Sol Astrid Giraldo
Tus piernas son alas sobre las sรกbanas. Me cargan. Me llevan en vilo. Me llevan en una nube. Es lo que llaman tocar el cielo con las manos.
8 Cuando despertamos, había una rosa roja en las sábanas. Me levanté con una extraña alegría, una sorpresa en el estómago y un secreto dolor. Todavía me duele tu sangre.
9 No te encuentro entre las heridas de la noche. S贸lo tu voz llega hasta m铆. Me persigue. Es una piedra que cae en un lago quieto. Es una gaviota que raya el cielo. Con su blanco parte en dos el firmamento.
10 Le nacen dos brazos al río que llega a mi pueblo. Es guápil. El agua pierde su fuerza. Eso me pasa cuando no estás aquí. En mi pueblo, busco el punto donde se juntan de nuevo las aguas. El viento hace fiesta cuando tu cauce y mi corriente se dan la mano.
11 En mi cuarto, sin tenerte, te tengo. Las paredes guardan el registro de tus estremecimientos. La memoria estรก de mi parte. Que no se meta con el amor quien le tenga miedo a perder. Es parte del juego. La memoria estรก de mi parte.
12 Un rĂo desbordado. Eso soy cuando me besas.
13 Te invento valles y montaĂąas con los ojos. Me contestas un abrazo. Mis manos te hablan de una casa. Mis piernas responden un abrigo. Vuelan palomas de tus pupilas. Les ofrezco posada. PodrĂamos multiplicar el mundo. Los cuerpos lo piden por nosotros.
14 Con un beso tuyo derribarĂŠ las paredes y los muros. Con un abrazo tuyo junto las ramas que se caen con el viento. Con un desvarĂo del cuerpo me curo de los inviernos. No hay manera de que me boten del tiempo si conservo tus ojos abiertos en mi cabeza, y guardo dos o tres palabras tuyas que me salen del vientre
15 Un derrumbe de mariposas con el primer contacto. Las alas se desprenden de tanta ansiedad. Una corriente las alĂa, y no queda una sola criatura sin juntarse a la hojarasca. Arriba, lluvia de aletas en mi cabeza. Abajo, como un cardumen, en tropel vuelan cuando nos reunimos.
16 Cerramos los ojos. Dejamos sin luz el mundo. Para caminar al lado, bastan las manos.
17 Formamos una nube con los cuerpos. Somos 谩ngeles de una sola ala. S贸lo entre los dos, volamos.
18 Lo mejor es dormir entre los dos, dormir cargando cada quien el sue単o del otro, y andarnos la piel con la boca a cuestas.
19 DespuĂŠs del vuelo, vino el calor. Es la sustancia de nuestras noches. Sudan hasta el cielo y las paredes. La ropa es inconveniente por el clima de nuestras pieles.
20 Estoy en la mitad del camino entre tu ombligo y tus piernas. Encontré un paisaje inusitado, una meseta desprovista de árboles, un sorpresivo acantilado. Hay una caída de agua, parte en dos el relieve, es el sitio de mayor frescura, donde los peces saltan al vacío. Una pequeña lluvia llegó a mi boca. Las gotas me salpican la cara. Es lo mejor del paseo. Deseo instalarme aquí, construir una casa donde escuche el golpe del agua sobre las piedras. Estar tan cerca que se favorezca una zambullida. Decido terminar el recorrido a la mitad del camino, entre tu ombligo y tus piernas. Si hay reclamos de terceros, diré que me dejaron botado en este sitio.
21 Me quedaré despierto Hasta verte regresar Con las velas encendidas. Vernor Muñoz
Hay velas alrededor de esta cama. La única que apunta a mis ojos viene escondida en ti. Me dispara miel por todos los flancos. Convertiste este cuarto en templo. Tendremos ahora tu hora santa. Mi cirio pascual lleva tu piel por fuera. Asistimos a la eucaristía de nosotros dos, al milagro de los cuerpos convertidos en pan y en vino. Se multiplican los peces en ti… Todas las noches tendremos una última cena, comeremos de los misterios del cuerpo y de la sangre… Apago la luz y en la cruz de tu existencia me redimo de la muerte.
22 Es una semilla lanzada a un lago. Por eso el sol quisiera acercarse a la tierra. No lo hace porque sabe que igual la derretiría. Es un grano de mostaza con un bosque a su custodia, una pequeñísima flor, un secreto licor, el único licor que conoce mi boca. Quiero entrar en ella como quien entra a cazar en tierras prohibidas.
23 Parece que le sirve de madriguera a todos los animales de la tierra. Es una nueva arca de Noé, la síntesis que creó la naturaleza después del diluvio. Su puerta es una herida abierta para mi feliz asistencia.
24 Eres una pajarita asustada en las manos de un niño en un parque, ahora que me abrazas aquí y entregas todo el mar que te cabe…
25 El viaje inicia en las islas de tu piel. Tus pecas son mariposas clavadas. No perdieron las alas. Debajo del bosque azabache, como secreto pozo del suelo, crece tu nariz, una peña empinada, tu boca como dos playas de una lengua de tierra, donde se mete el mar cuando se antoja, tu cuello te acerca al cisne, tus hombros, proyecto de estilización de la naturaleza, indicios de la vocación escultórica de la genética humana. Bajo por tu tórax, un valle entre dos abrazos de las nubes, dos santuarios del planeta. De ahí en adelante es tan placentero el viaje el movimiento por aquel lugar que he cerrado los ojos y todo está en manos del silencio. En el descenso hay llanuras. El viento quiere botarme. Encuentro un ojo de agua, un oasis para este caminante. Después del chapuzón, dos rutas me llevan a tus pies. El camino es como en Ítaca. Tu paisaje es la recompensa. En tus pies hay un jardín. Le haces sombra con tu cuerpo y ahí descanso, exhausto, después de la alegría de este viaje.
25 En la noche vive lo sagrado. Eduardo Galeano
Hay ríos en tus piernas. Son densos. Sigilosos. Pequeñas serpientes. Desembocamos en el mismo sitio. Los ríos y yo nos desbocamos en mágicos líquidos sobre un delta donde nunca es de día. Los ríos desembocan de día. Este caminante lo hace en una ceremonia nocturna.
26 La noche permite una luz nueva en ti.
27 Cuando amanezco solo, sin que estĂŠs a esta orilla del azul que va y viene, las barcazas se amarran en silencio, los peces se esconden de la luz, y caminan perdidas por la playa las aves del mar, como si Dios les hubiera quitado el hambre para siempre.
28 En el manto de la noche tus dedos del pie izquierdo se juntan con los dedos de mi pie derecho. Se acoplan. Son diez dedos de un nuevo pie. Eran dos mitades de un rompecabezas. Se juntan unas piezas y las demás se buscan entre sí. Después, ya los cuerpos son ríos que se hacen uno. El mar abre la boca ante nuestra correntada.
29 Hay mariposas debajo de tu piel. Hieden a flores del bosque. Hueles a humanidad, diría mi abuelo. Pero se hubiera equivocado. Ese olor sólo pudo salir de la selva o del mar. Yo diría que es a hembra a lo que hiedes. No lo pienso con la cabeza. Es la piel la que responde a tu olor. Es el silencio el que te respira.
30 Llegan de noche. Alguien se sienta a nuestro lado, a la orilla de la cama. Su respiración es un pleito de insectos en el aire. Escucho la batalla de alas. Encienden la luz de tu teléfono móvil y también hay alguien, en la oscuridad, que osa encender la lámpara de noche. Pero estamos solos. Eso creemos. Tocan la puerta con muchas manos, con puños de muchas personas. Se escuchan pasos en la sala y en la cocina. No debería asustarme. Soy víctima de envidia y celos. Hay plagas que no acaban con la muerte.
31 En esta casa asustan. Un bolero dirĂa que la noche es el mejor testigo. Hasta los fantasmas se enamoraron de ti.
32 Nos besamos tanto, tanto… Que no sería raro que un día de estos amanezcamos sin boca.
33 Convocas paradojas para mí. Cuando estás, no me concentro en mis deberes. y cuando no estás, podría mandar al carajo mis labores. Sin ti, no hay ganas ni para el silencio. Cuando no te puedo respirar, llega la pena y le digo bienvenido al hueco que has dejado en mi cama.
34 Esta noche de lluvia no hay cobija que me alcance hasta donde llegaban tus orejas. Estoy condenado al frĂo en esta cama o en cualquiera.
35 Esta noche mi cuerpo desnudo te est谩 transpirando. Eduardo Galeano
Es una puerta que respira. Tengo una llave para ingresar en esa humedad con ojos. Hay un t贸tem al frente de la entrada. Se corre, se hace a un lado cuando una agitaci贸n se detona en sus cimientos. Ante un cerrojo, llevo en mi cuerpo la respuesta para ingresar a sus misterios. La llave crece conforme se acerca a la puerta. Los dos celebran el ingreso triunfal.
36 En mi país, no usamos nomenclaturas ni numeraciones para dar direcciones físicas. Casi siempre brindamos referencias pueblerinas, como “diez metros a la derecha de la Pulpería La Luz” o “frente al Cine Líbano”, aunque ya no existan esa pulpería ni ese cine. Por eso, no me importa como mejor referencia a tu oculta semilla de nuez, tu puerta que respira y siente. Que digan lo que quieran. Yo seguiré diciendo, “al norte de tu lugar del estremecimiento”, o “al sur de tu herida con miel”, e incluso, “al este y al oeste de tu géiser”. Las direcciones de la urbe que construyo sobre tu piel me pertenecen como poeta. Son tan mías como las coordenadas del bosque que te crece con un beso. No tengo que dar explicaciones.
37 Ella se sumerge en mi sombra como una piedra sobre el cielo. Paul Éluard
Pasa el tren. Se detiene cuando empieza el temblor. Se agita una bandada de pájaros negros. Me tiro en un vagón. Ya la nube de pájaros es una enorme alfombra voladora. Prendieron el fuego con el primer cimbronazo. Salgo de la ciudad en llamas. Te quedaste entre los edificios en cenizas. Suena el tren. Canta en la lejanía mi adiós. Queda para la historia el recuento de este dolor. Por ahora, la poesía decide no llorarte de nuevo…