Sugar daddy

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Sugar Daddy

Resumen: Desde que su esposa Ana escapara de su mansión una tarde, Christian Grey ha tratado de llenar el vacío de diferentes maneras pero nunca ha tenido los resultados que deseaba. No será hasta que Taylor le ayude a encontrar la solución ideal a su problema que Christian dejará de ver el resto de sus días con el mismo tono oscuro que su alma.

Basada en la serie de novelas "Cincuenta sombras de Grey" de E.L. James.


ADVERTENCIA:

Este trabajo no es apto para audiencias inmaduras.


“And there is an old man sitting there saying I probably should keep my pretty mouth shut�

Castle, de Hasley.


Capítulo 1: Un problema menos, un problema más

El peso cayó al suelo con un sonido seco al suelo. Christian suspiró, dejando que la cuerda se deslizara de entre sus dedos antes de que se dejara caer al suelo. Dejó pasar una mano por su sien, sintiendo la humedad de su sudor siendo esparcido por su cabello negro entrecano. Lo peor era que sabía que no iba a ser la última vez. No podía parar hasta que hubiera tenido lo que realmente necesitaba y la sed de su pecho fuera satisfecha. Lo odiaba. Lo necesitaba. Pero no tenía otra opción si alguna vez esperaba poder aspirar nuevamente a una sensación parecida al bienestar, si quería seguir perteneciendo a un sitio que no pudiera llamar el infierno.

Maldijo una vez a Ana, su querida esposa, la única que se veía alguna vez teniendo, hoy más que nunca. Si ella estuviera ahí nada de eso estaría sucediendo. El universo no habría tenido que perder su equilibrio y él no tendría que buscar cada solución posible al inmenso vacío en su vida. Todo era su culpa, no cabía la menor duda dentro de su alma. Las pesadillas ya no se reducían sólo a sus momento de sueño y los alivios que conseguía obtener nunca duraban el tiempo suficiente para desvanecerlas. Se preguntó si alguna vez acabarían. Se preguntó si siquiera era posible para él prever un final pacífico. Probablemente no.

Suspirando, de cansancio y resignación, Christian se puso de pie y salió de la habitación envuelta en penumbras hacia un pasillo mucho más iluminado. Estaba vacío, a excepción de una silla en la cual su confiable Taylor esperaba sentado, frotándose los nudillos. Desde que empezara con sus andanzas años atrás menos que nunc podía darse el lujo de prescindir de él y a pesar de los años, el hombre todavía podía ser intimidante como una torre de piedra manteniendo a la princesa fuera del alcance de todos los visitantes. No le gustaba mucho esa analogía a Christian. Él no era una princesita, claramente.

Ni bien escuchó el sonido de la puerta abriéndose, el hombre se puso de pie colocando sus brazos a los costados como el antiguo militar que era. Sólo podía haber dos razones por las que Christian pudiera decidir salir antes de que terminara la noche. Una era si necesitaba ir al baño y no le hacía falta de momento. Para la otra hacía falta que Taylor pasara adentro y Christian se lo indicó como tal dándole espacio para pasar al interior del cuarto con un aire sombrío cincelado sobre sus perfectas facciones.


Taylor apretó sus puños un segundo antes de que su sentido de la profesionalidad sobrepasara a su incomodidad. Christian no podía evitar sino sentirse un poco divertido a su costa. ¿Por qué no? Necesitaba algo que le animara después del mal trago que acababa de pasar.

-No te preocupes, ya está envuelto –comentó con una amplia sonrisa.

Aunque no sabía por qué se molestaba. Taylor sólo asintió como si fuera un hecho del que le hubiera informado y desapareció adentro de la habitación en penumbra. Una pequeña sonrisa satisfecha se le escapó a pesar de su pasajera molestia. De verdad había sido afortunado por haber dado con alguien como él, aunque ni en sueño se lo diría. Sería eso poco profesional.

Unas horas más tarde se encontraban en uno de sus autos más discretos con las ventanas polarizadas. Desde hacía un buen tiempo la única razón por la que lo sacaban era porque lo necesitaban para esas ocasiones. La ciudad ni siquiera en la noche detenía su actividad, de modo que ellos pasaron de toda la conglomeración hacia una zona en las afueras adonde desde hacía un par de años se suponía que iba a ser construido un centro comercial y lo único que se había conseguido era ampliar la zona en un completo vacío al lado de lo que no era nada más que un estacionamiento techado y los esqueletos de un edificio alto. Una vez se detuvieron, Taylor detuvo el auto bajo una zona cubierta entre sombras y se dirigió a la maletera para sacar una bolsa de basura. Adentro de la bolsa, aunque nadie llegaría a verlo, había una maleta Dolce and Gabana llena de un contenido que sería difícil de llevar para hombres más débiles.

Taylor tomó la agarradera cubierta por el plástico negro, cerró con un discreto portazo y se dirigió a un gran basurero lleno de los desechos de la construcción. Con la llamada que habían hecho desde casa se había asegurado de que sólo un equipo de limpieza se encargaría de recoger todo, incluyendo la maleta, a la mañana siguiente cuando todos los otros camiones de basura salieran. Un servicio así de exclusivo les había costado su buena cantidad de dinero, especialmente para mantener la confidencialidad, pero para la fortuna de la familia Grey no había representado el menor problema.

Taylor trató de no pensar en nada. Llevaba años haciendo el mismo trabajo y todavía debía emplear un consciente esfuerzo en no considerar cosas molestas, como que la maleta era más liviana de lo que esperaba, que era un desperdicio de una buena maleta o cuestiones todavía más insidiosas que harían el dormir por la noche algo más difícil de lo que ya era en su tiempo actual. Sus pasos dejaron huellas largas sobre la arenosa superficie. El aire nocturno frío se le metía en las


fosas nasales, haciéndole cosquillas. Alzó la bolsa tirando desde arriba y sujetándola desde abajo, la dejó caer con el resto de la basura. En cuando la dejó caer sus sentidos le dijeron que había alguien más cerca de él.

Al darse la vuelta, vio a una persona mirándole. No era una noche muy luminosa, una luna delgada cubierta por nubes gruesas, de modo que todo estaba un poco cubierto en sombras y lo único que pudo distinguir fue una silueta masculina. Por un segundo tuvo la impresión de que su jefe lo estaba observando.

-¿Sucede algo, señor? –preguntó.

La silueta no le respondió y se fue corriendo de ahí. Taylor se dio cuenta de inmediato de que se había equivocado y salió corriendo igualmente detrás de él. Quizá si conseguía atraparlo antes de que hiciera algo más se podría evitar problemas futuros. A lo mejor no había conseguido entender la gran cosa, pero siempre era mejor asegurarse.

Christian vio a la silueta cuando las luces de un farol en la calle le dieron de frente, justo en el momento en que una capucha gris se deslizaba desde su cabeza de cabello negro. Parecía haber echado una buena carrera hasta ese punto y su pecho se agitaba con rapidez debajo de una camiseta roja bastante sucia con agujeros. Una inmediata sensación de molestia y desagrado le embargó. ¡Y encima era un chico tan guapo! Un rostro de piel pálida con facciones claramente masculinas y grandes ojos de un azul intenso. En cuanto pudo tener una imagen clara de estos, ya no pudo ver nada más y la mala calidad de su vestimenta casi llegó a ocupar un segundo lugar. Su cabello negro estaba demasiado largo para ir acorde con su apariencia y se veía claramente sucio. Parecía casi un crimen. Todavía era una atracción efectiva para la vista, pero claramente necesitaba ser bien cuidado.

Sólo fueron un par de minutos en los que pudo regocijarse en la visión del joven antes de que saliera corriendo por la calle y lo viniera a reemplazar la cabeza canosa de Taylor. El hombre mayor se acercó jadeando ligeramente y le dio un golpecito a la ventana. Christian suspiró por la molestia que iba a ser el asunto. Le hizo un gesto al hombre de que fuera tras él sin bajarle la ventana. Taylor volvió a echarse a correr.


Lo que sea que pudiera pasar ahora podía ser muy molesto… pero tenía la esperanza de que no saliera así. Esos ojos azules le daban esperanza.


Capítulo 2: Contrato verbal.

Jack siguió corriendo hasta que logró darle la vuelta a la cuadra. Pasaba entre los callejones que se le hacían tan familiares como un fantasma escapando el exorcismo. Presentía que hacía tiempo había perdido a aquel sujeto de la bolsa de basura, pero siguió corriendo a la misma velocidad hasta que pudo aparecer por un lado del estacionamiento techado abandonado. La zona parecía ahora abandonada, pero, no queriendo tomarse ninguna confianza, se deslizó hacia el interior del estacionamiento, pasando por una puerta hecha de una madera ya podrida. Las personas en su interior estaban acostadas sobre mantas, prendas de ropa o colchones cerca de las paredes. Sólo había una familia, una pareja joven con un montón de niños y un par de bebés. Ellos podían disponer del fuego dentro del barril metálico todo lo que quisiera y si alguien quería disponer del mismo debía acercarse a ellos.

Afortunadamente estaban en un clima fácil de soportar y no les hacía tanta falta el fuego excepto para tener luz. Jack se dirigió corriendo a su pequeño rincón, al lado de un hombre ya dormido, y deslizó su mochila de viaje de debajo de sus piernas. No sabía qué tanto podía servirle pero por si las dudas, se cambió la ropa que llevaba por otras y se recogió su largo cabello en una coleta en su nuca. Con suerte incluso lo confundirían con una chica. No sería la primera vez.

Después de media hora sin escuchar otros pasos que se acercaran comenzó a relajarse, pensando que a lo mejor ese sujeto realmente había perdido su rastro, Jack se apoyó contra la pared de cemento y lanzó un suspiro.

-¿Qué…? ¿Qué? –dijo la voz del hombre que había estado durmiendo en parte encima de sus cosas.

Jack sabía que se llamaba Tom, nada más. Nadie sabía exactamente de dónde habían venido las otras personas, pero al menos se conocían qué nombres querían decirse entre sí. El tobillo desnudo de Tom había quedado sin ningún sostén y el pie desnudo estaba contra el suelo. Jack acabó de guardar sus cosas y volvió a acomodar su mochila debajo de su pie de nuevo.

-No pasa nada –le dijo calmadamente.


Apenas todo volvió a estar en la misma posición que antes, Tom dio un sonoro ronquido y volvió a dormir. Jack no se sorprendió de percibir el olor del alcohol y sintió un retortijón en sus entrañas mientras su rostro parecía formar por sí mismo una mueca de desagrado, pero maldito sería si se le ocurría decirle al hombre que dejara de ahogar sus penas. Sería una pelea larga e inútil. Además le servía tener a alguien que estaba mucho más interesado en dormir sobre sus cosas que robárselas y venderlas por ahí a cualquier lo bastante desesperado para quererlas. De lo más que podía preocuparse era de preocuparse de que el hombre se orinara entre sueños, pero hasta ahora eso no había sucedido.

Un leve gruñido salió de entre sus tripas. Desde hacía un buen tiempo que tenía tiempo y la única razón por la que había salido en primer lugar a esas horas tan avanzadas había sido por la efímera esperanza de encontrar un paseante que le permitiera los dólares suficientes para comprarse algo de comer. Al final no había conseguido a nadie antes de encontrarse con aquella persona con la bolsa de basura. Tendría que salir mañana temprano en busca de una forma de abastecerse.

Los días antes de Navidad siempre eran los peores. La gente prefería por lo general reservar su cambio para los ejércitos de salvación o para comprar pequeños detalles para la gente con la que estaba moralmente forzada a comprárselas. Su mejor apuesta era esperar la bondad de un extraño que viniera directamente a ofrecerle recursos como para hacer honor a la temporada, o al menos eso había escuchado una vez, pero desde que viviera en el estacionamiento nada parecido había sucedido y no estaba dispuesto a esperar algo semejante. No importaba de todos modos.

No sabía acerca del resto de las personas ahí, pero lo que era él siempre había encontrado la manera de arreglárselas solo. Una noche de estómago vacío no era algo que desconociera y por lo que no tenía el lujo de preocuparse demasiado.

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Taylor había recibido instrucciones precisas de buscar por aquel imprevisto testigo. El servicio de despacho de basura les había contactado para informarles que había podido deshacerse de su basura sin ningún inconveniente, lo que significaba que si se había contactado a cualquiera de las autoridades estas no habían llegado a tiempo de poder atrapar algo incriminatorio. De modo que por lo menos ahora podían estar tranquilos al respecto.


No que si otro hubiera sido el caso hubiera representado un verdadero problema que durara más allá de unas horas, ni siquiera uno nuevo que no hubieran enfrentado en el pasado, pero todavía era un alivio por el que valía la pena estar agradecido, incluso si su jefe actuaba como si fuera sólo natural que nada iba a salirse de lo común.

Sin embargo, a pesar de eso, su jefe ahora quería saber acerca del joven que había salido a perseguir sólo para perderlo en medio de callejones y vueltas. En base a una descripción detallada (quizá demasiado detallada para haber salido de una mirada casual que no podía haber durado más que unos minutos) tenía que salir en su búsqueda. Conduciéndose en un automóvil diferente al de la noche anterior, Taylor estacionó en la misma zona vacía y se dirigió directamente al estacionamiento. La entrada al estacionamiento estaba cubierta con maderas, plaquetas metálicas con manchas de óxido y parches cubiertos por bolsas de basuras engrapadas.

Ni bien Taylor se acercó, un hombre pequeño y delgado salió acomodándose una chaqueta gastada. Taylor apretó la billetera que llevaba en su propia chaqueta. Estaba llena de dinero para cualquier circunstancia y como incentivo para obtener la información necesaria desde sus fuentes. El hombre en cuestión entrecerró los ojos apenas lo vio con intenciones de hablarle pero cuando le hizo una demostración sutil de la billetera con los billetes convenientemente asomando por encima, estos se agrandaron y Taylor vio sus dientes amarillentos mientras le contaba acerca del chico, del chico ese que a veces iba al estacionamiento y a veces no. Algunas frases necesitaron el reforzamiento del dinero, como una nueva gota de aceite en una vieja máquina (costumbres, familia, lo que fuera), para al menos ir teniendo una idea principal sobre la cual ir antes de llamar a Welch y dejarle hacer su trabajo investigando todavía más en el pasado del joven.

De hecho, esa debería haber sido la primera opción del señor Grey mientras Taylor esperaba el envío del informe en la mansión pero no era así como lo deseaba el señor Grey. El señor Grey estaba muy interesado en aquel joven que había visto sólo por un momento mientras huía de sus “garras”, como las había llamado despectivamente, como si hubiera sido un monstruo al salir corriendo detrás de él en primer lugar o no le hubiera hecho un gesto de continuar haciéndolo incluso cuando pudo detenerlo. A veces de verdad no entendía a su empleador.

Pero lo que era su situación actual, el señor Grey había dicho que Welch estaba ocupado y que no pensaba esperar a que el investigador estuviera disponible para tener lo que quería. Y quería al chico, ahora. Ya. De inmediato. Sin demora. Así que Taylor no tenía otra opción que salir a hacer el trabajo extra. El hombre, llamado Tom, le dijo que el joven no volvería posiblemente hasta la tarde. Eso suponiendo que fuera a volver en primer lugar. Sus cosas todavía estaban adentro de modo que… Taylor debería esperar.


Mientras el hombre llamado Tom iba a comprarse un desayuno con su recompensa por haberle hablado, Taylor colocó su automóvil más cerca para poder esperar en paz. Adentro de su billetera una fotografía de su pequeña hija le sonrió mientras contaba lo que le quedaba. Taylor sintió un leve aleteo de calidez. La foto había sido tomada hacía varios años, antes de que le descubrieran el tumor. Eso no estaba bien. Debería tener una foto actualizada, sabía que tenía cientos almacenadas en su celular. Haría imprimir una nueva apenas pudiera.

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Jack se sentía con buena suerte ese día. Para cuando se despertó y se puso en movimiento nadie había ocupado su lugar en frente de la iglesia. Por alguna razón la gente solía entrar por la entrada de la reja en la izquierda, de modo que un pobre desesperado envuelto en harapos extendiendo la mano y haciendo sonar un vaso de plástico encontrado dentro de un basurero tenía más posibilidades de tener algo.

A decir verdad odiaba mendigar. Por cada persona que no le daba ni siquiera una mirada como si fuera basura a la que era mejor evitar o aquellos que daban una sola mirada para luego evitarle a consciencia hasta esos que no se molestaban ni siquiera en ignorarlo antes de pasarle por en frente, reservando su cambio para una limosna que luego no iba a ayudarle. Quería tanto escupirles, darles una mirada fea, algo horrible, pero no podía porque la sucia capucha sobre su cabeza no podía ser bajada.

Ser un pobretón de las calles era una cosa, pero ser un pobretón con cara linda, como sabía que era su caso… eso era tener mala suerte. No se había enterado hasta mucho más tarde de que iniciara con su supervivencia a su propio modo, pero la gente no solía ser compasiva en frente de las personas atractivas a menos que quisieran sacar algo directamente de ellas, como un intercambio que debía mantenerse justo incluso si la otra parte seguía sin tener una casa a la que volver al final de día.

Era demasiado grande la tentación de pensar “bueno, sí, la pasan mal… pero al menos son bien parecidos y eso debe contar para algo.” Y lo hacía, desde luego que sí, pero no como parecía ser de creencia común. Nadie quería darle dinero porque no había almorzado, no. Tenían que darle un dinero después de que hubiera trabajado. Con una cara como la suya ciertos trabajos eran más a su alcance que otros y Jack en particular había abandonado aquellos hacía un buen tiempo.


Conocía chicos que no se veían haciendo otra cosa por un largo tiempo y no tenía nada que decirles. Jack sólo se había cansado de eso, del ponerse de rodillas y hacer todas esas cosas sólo para que al final la satisfacción que de verdad deseaba continuara evadiéndolo como a la peste. Lo que él de verdad quería ninguno de esos hombres y mujeres se lo podía dar en callejones oscuros o parques adonde las luces estuvieran apagadas por el esfuerzo de vándalos adolescentes. Nada de lo que ellos dijeran o hicieran, nada se comparada a lo que había ya experimentado hacía tiempo atrás sólo para volver a perderse como si nunca hubiera existido en primer lugar.

Y para volver sólo a sentir que el vaso estaba medio vacío, prefería no tener vaso en lo absoluto. ¿Para qué? ¿Para tener todavía más dinero? No valía la pena el esfuerzo y sólo recurriría al mismo cuando se viera seriamente desesperado. Hasta que eso no sucediera (y sabía que tendría que pasar mucho para que de verdad admitiera haber llegado a ese punto), prefería ponerse al mismo nivel que todos esos jóvenes echados de sus hogares o que nunca tuvieron uno para empezar para recolectar los retazos de recursos útiles para sí.

Un gemido de borracho, un andar inseguro, la manga colgante mientras el brazo se ocultaba a su espalda, los tobillos amenazando con tropezarse consigo mismo como si los huesos de sus piernas hubieran crecido a ritmos impares… pequeños trucos para afectar a la simpatía, mucho más efectivos que mostrarles una bella sonrisa y un rostro claro pidiéndoles por su bondad. Después de una misa particularmente llena, Jack se fijó en que tenía ya más que suficiente para comprarse esos emparedados de pollo que tanto le gustaban en el centro comercial.

Pero si quería que lo dejaran entrar debería cambiarse primero a sus ropas en mejor estado, esas que guardaba dentro una bolsa de plástico dentro de su mochila y sólo usaba para esos momentos en los que debía pretender que no era como esos que deambulaban por ahí sin rumbo, que sólo era otro paseante más deteniéndose a almorzar antes de seguir su camino en el funcionamiento de la máquina que era el mundo. Nada más ni nada menos.

Ya no podía hacer nada más con su cabello que recogérselo y esperar que a nadie le importar su estado. Por lo que había visto respecto a otras personas de su edad, puede que hasta pasara desapercibido. Podía agarrar una pequeña muestra de shampoo del salón de belleza y usarlo en el baño. Estar cerca de agua caliente casi parecía mejor que la posibilidad de tener comida. No recordaba la última vez que había podido tomar un baño en regla.


En el camino hacia el estacionamiento, pensaba en si pedir su emparedado con algo al lado o simple. ¿Con lechuza o sin lechuga? ¿Con condimentos o sin condimentos? La última vez que había ido a aquel lugar había sido unos tres meses, más o menos. Esperaba que siguieran teniendo los mismos precios y si no era así, ¿a lo mejor conseguía que un empleado dejara pasar unos pocos dólares faltantes si le sonreía de la correcta manera, si le hacía sentir el mundo en frente de su mirada? Un vagabundo guapo debía trabajar, pero un sujeto de clase media podía pedir lo que quisiera de la gente con una buena cara. Entonces la gente se volvía básicamente incapaz de formular pensamientos coherentes y querían ayudar, quería entregarle todo lo que querían siempre que no requiriera más esfuerzo mental que dejarse aprovechar por una bonita sonrisa y a veces ni eso. Mientras tuvieran algo bueno que ver, podía vaciarles los bolsillos si quería siempre y cuando presentara una facha lo suficientemente decente, lo suficientemente limpia, lo bastante normal que fuera posible dadas sus circunstancias.

Notó el automóvil de inmediato. No se trataba de un auto de la policía que viniera a desalojar el estacionamiento, de modo que no le prestó especial atención. También se dio cuenta de que en tanto se acercaba a la entrada, un hombre alto, vistiendo casual y el cabello blanco rapado por una máquina salía del vehículo. Estaba claro que los dos se estaban dirigiendo al mismo punto, de modo que en vez de seguir caminando Jack se volvió hacia él y le ofreció su sonrisa más solícita.

Aquel era un buen auto. Ese sujeto tenía buena pinta. A lo mejor podía sacarle algo extra. Le encantaría poder conseguirse una gaseosa con su almuerzo. Dinero seguro no le faltaba.

-¿Busca a alguien, amigo? –preguntó Jack antes de que dijera una sola palabra.

Estaba pensando en la forma de sonsacarle algo cuando el hombre se adelantó con la mano al frente y pronunció las últimas palabras que hubiera esperado.

-Buenos días. ¿Eres tú Jack Captton?

La sonrisa se desvaneció en ese mismo instante. No, no era su nombre real, pero era el que le daba a la gente con la que tenía el mínimo interés de hablarle en un futuro. Eso sólo podía significar que el sujeto ya había preguntado por él. Jack extendió la mano y se la estrechó. Era un apretón firme, para nada amedrentado por la suciedad de su piel o algo por el estilo. Ese sujeto tenía sus años pero también su fuerza. No le convenía estar en su lado malo.


-Sí –respondió en una innecesaria aclaración-. ¿Por qué?

-Quisiera hablar con usted, si no le molesta –El hombre le soltó sólo para hacer un leve gesto de cabeza en dirección a su automóvil.

-¿Para qué? –preguntó Jack sacando su mano de encima de la del otro.

-Mi jefe quiere tener una discusión con usted. Le aseguro de que no va a tener ningún inconveniente –El hombre sacó una billetera de su bolsillo. Estaba bien abultada y a pesar de su deseo de mantenerse precavido, Jack no pudo evitar sentirse impresionado. Aparte del grosor, también destacaba para él que nadie nunca le enseñaba la recompensa de antemano-. No se arrepentirá.

Jack se imaginó en un momento de qué se trataba en un parpadeo. Una sensación de anticipada decepción le embargó por un segundo hasta que decidió que no importaba. Sería la primera vez que estuviera en frente de un verdadero ricachón en toda regla y quién sabía si volvería a tener una oportunidad así. Sería tonto desperdiciarla. Le dio un leve asentimiento de cabeza y los dos se dirigieron hacia el vehículo. Detrás de ellos un par de personas salieron del estacionamiento para verlos desaparecer. Jack tuvo el breve impulso de pedirle que le esperara mientras iba a cambiarse por su buena ropa, pero pronto lo descartó.

Si el sujeto andaba buscando recoger jóvenes de la calle no podía esperar que estuvieran a todo momento con sus mejores prendas para recibirlo. De todos modos luego volvería y Tom no iba a permitir que alguien se metiera con una parte de su cama. El interior del automóvil era más alto de lo esperaba, pero el asiento era grande y cómodo.

El hombre se sentó al frente para conducir y se pusieron en camino sin intercambiar ninguna palabra. A Jack le parecía más que bien ese silencio. ¿Qué se podía hablar justo antes de algo como lo que estaba dispuesto a hacer? Sólo iba a conseguir un dinero para una buena comida el día de mañana.


A través de las ventanas veía a la ciudad irse cambiando hasta una zona llena de amplios jardines que nunca había visto o siquiera sabía que existía. La zona estaba rodeada por una alta pared de piedra y resguardado por un guardián al que el conductor tuvo que presentarle una identificación antes de que lo dejaran pasar. Jack apenas podía contener su asombro o su boca de colgar desde su mandíbula. El lugar no sólo era impresionante sino que, en cierta medida, le ponía incluso incómodo. No parecía real para nada sino un set para una película adonde se retrataban imágenes romantizadas de personas ricas.

Incluso las luces que salían desde el suelo para iluminar los trabajos de los arbustos formando diferentes formas en frente de los hogares le hacía sentir que estaban gastándole una broma demasiado elaborada. Las grandes ventanas abiertas sólo dejaban ver elegantes salones, gente en frente de televisores casi tan grandes como una pared entera y todo el mundo usando ropas que seguramente debían ser más costosas que varios de sus órganos. Continuaron pasando en frente de ese espectáculo de presumida opulencia hasta que se detuvieron en frente del único hogar que no tenía luces hollywoodenses, arbustos arreglados o grandes ventanales abiertos. Se trataba de la mansión más amplia, más grande y más obviamente costosa de todas las que estaban.

“Alguien busca sobrecompensar”, pensó Jack como un acto reflejo, como igual le pasaba cada vez que veía a alguien conducir autos costosos a toda velocidad, la música a todo volumen para que al mundo entero no le cupiera la menor duda de qué tanto se habían vaciado los bolsillos. Una vez afuera se sintió un poco intimidado, pero sólo un poco. Lo habían traído sólo para una cosa. Haría esa cosa y se iría. Nada más. Él no tenía nada que ver con ese sitio. No hacía falta hacer comparaciones.

-Acompáñeme –le dijo el hombre, cerrando el vehículo.

Jack estaba sorprendido de que lo dejara así nada más en frente del hogar, pero luego pensó que seguramente saldría de entre las sombras un nuevo empleado para conducirlo hacia un garaje igualmente lleno de sus hermanos último modelo.

-Bonito lugar –comentó Jack, sólo para romper un poco el silencio y no porque realmente lo pensara. Incluso si él fuera rico probablemente no viviría en un lugar así. Era demasiado innecesario y ridículo.


-La señorita Grey tenía un buen gusto –comentó el hombre sin girarse.

En eso a Jack le quedó claro dos cosas: que la señorita Grey ya no estaba con ellos y que la señorita Grey probablemente era una buscona cuando se trataba de dinero. A lo mejor el señor Grey ahora era un viejo solitario que buscaba cualquier oportunidad para calentarse la cama, yendo tan lejos como para recoger perros vagabundos cuando sería la cosa más sencilla contratar a una agencia especializada en sus necesidades. Si tenía suerte podía ser un viejo verde que tuviera un fetiche con la pobreza. Alguien así tenía que saber cómo pagarle por la “molestia”, ¿no?

-¿Qué pasó con ella? –preguntó Jack por una vaga curiosidad más que por verdadero interés.

En su fuero interno ya se la imaginaba habiendo abandonado a su marido para ir tras otro más joven. No pensaba culparla si ese era el caso. Probablemente él haría algo parecido si estaba atrapado en un matrimonio sin amor con un anciano. Ellos subieron por los amplios escalones de la entrada y el hombre se detuvo para sacar una llave de su bolsillo.

-Se divorciaron hace años –explicó sin mirarlo como si fuera un hecho sin importancia y se hizo a un lado para dejarle pasar.

Jack se retractó de su anterior impresión ni bien cruzó el umbral. No tenía la menor idea de qué artistas eran esos cuyos cuadros le saludaron colgados desde las paredes, pero estaba claro que costaron su buena cantidad de dinero, más que mantener aquellos arbustos y las luces de Hollywood para iluminar toda la noche. Su idea de la esposa buscona de ricachones se reafirmó al contemplar la alfombra de un espantoso color como de vómito de gato.

-Venga conmigo –dijo Taylor, conduciéndolo por el pasillo.

Jack caminó un poco más detrás de él, observándolo todo lo que estaba al alcance de sus manos. No podía quitarse de encima la sensación de que eso no podía ser real, que no podía haber gente viviendo en esas circunstancias. Parecía la clase de set que luego se usaría en algún reality TV. Era ridículo que gente así de verdad existiera. Incluso el candelabro con brillos de arcoíris le parecía espantoso, provocándole un breve deseo de buscar una piedra sólo para tirársela hasta que se


estrellara contra el suelo. Unos minutos más tarde, casi se dio de bruces contra la espalda de Taylor cuando este se detuvo abruptamente frente al umbral de una nueva habitación.

-Por favor, espere adentro. Traeré a mi jefe –le indicó.

Jack se adelantó, diciéndose que el latido rápido de su corazón no era más que un poco de nervios y eso era perfectamente normal si había pasado tanto tiempo desde la última vez. No debería ser importante, se dijo. Un viejo verde que a lo mejor quisiera un trabajo manual, a lo mejor una mamada, y mandarlo de vuelta a las calles sin ninguna promesa de volver a verse otra vez. No había que ser un genio para complacer a un anciano calentón. Podía hacerlo. No había problema.

El salón al que pasó era un enorme estudio. Chimenea, colores oscuros marrones, asientos de diseño antiguo, enorme escritorio y librerías cubriendo de pared a pared, todo incluido para dar la imagen de un sitio que podía aspirar a transmitir algo de calidez. Pero el espacio, todo ese espacio, como si fuera posible lanzar una fiesta nada más en ese salón sin que nadie tuviera que sentirse excluido, lo hacía sentir más incómodo todavía.

-Puede tomar asiento –le recomendó Taylor haciendo un ademán hacia una silla antes de cerrar la puerta.

Jack se acercó a la gran silla de cuero marrón detrás del escritorio. Parecía un buen sitio para echarse y descansar. Después de dar una rápida revisada detrás Jack se acercó y tomó asiento, se reclinó hasta donde el asiento se lo permitió y contempló el techo. Era un asiento tan cómodo que parecía abrazar sus podaderas con el amor de una madre vacuna cuyo hijo ya se lo hubieran arrancado de entre las patas para convertirlo en una hamburguesa. Podía imaginarse tomando largas siesta mientras todo el mundo pensaba que hacía importante trabajo de papeleo.

Estaba a punto de cerrar los ojos cuando alguien aclarándose la garganta le hizo dar un sobresalto. En cuanto se giró hacia la puerta un hombre desconocido para él estaba dándole la espalda para volver a cerrar la puerta del salón. No había hecho el menor sonido para abrirla. Jack se apresuró en ponerse de pie y salió de detrás del escritorio, tratando de dar la impresión de que no era la gran cosa haber sido atrapado en esa posición. El hombre se giró y le dedicó una mirada de arriba abajo, claramente evaluadora.


Jack hizo lo mismo con él. Parecía unos años más joven que el otro que lo había traído hasta ahí. Bien vestido y, por lo menos en lo que respectaba a su rostro, parecía estar envejeciendo bien. Las sienes de cabello grisáceo le daban cierto aire de estereotipada sofisticación. Tenía hombros anchos, un estómago que no se le notaba. ¿A lo mejor era otro empleado que venía a ofrecerle una bebida mientras el viejo se preparaba?

Aunque si tenía que guiarse por su mirada, era uno de esos empleados que también se permitían mirar sobre el hombro a los invitados. Por un breve momento Jack se divirtió pensando qué le había parecido más ofensivo de su apariencia, si el hecho de que sus pantalones y camiseta tuvieran algunos agujeros y manchas, los zapatos cuya suela ya se estaban desprendiendo o el cabello negro sucio, largo y desordenado. “¿Temiendo que le haya pegado algunos bichos a tus preciosos muebles?”, le escupió mentalmente manteniendo la sonrisa amable y su postura educada con las manos a la espalda. “Ojala los tuviera sólo para darte el gusto, jodido estirado.”

Al final el hombre debió decidir que no valía la pena seguir juzgándolo en silencio y por eso suspiró, tomando el primer paso al frente con la mano extendida.

-Buenas noches –dijo. Tenía una voz grave, segura en sí misma-. Mi nombre es Christian Grey. ¿Su nombre, joven?

¿Grey? ¿Era el hijo del viejo? Jack se abstuvo de pensar en las implicaciones de que fuera el hijo y el padre quien fuera a buscarle. Si alguien esperaba tener un trío iba a tener que pedir extra. Aunque siendo tan bien parecido uno, quizá el otro no estaría tan mal.

-¿No se lo dijo el otro sujeto? Soy Jack –dijo, estrechándosela. Para su sorpresa el agarre no fue tan firme como lo esperaba y se sintió como si se estuviera conteniendo de tomarle con más fuerza. Supuso que seguía siendo por miedo a agarrar sus gérmenes callejeros. Conteniéndose con fuerza el girar los ojos, Jack se forzó a mantener el tono educado-. ¿Lo estamos esperando a su padre entonces?

-¿Mi padre? –dijo Grey, arqueando una ceja-. ¿Por qué haríamos eso?


Jack se encogió de hombros. A lo mejor se había equivocado y el único que lo quería el sujeto que lo tenía en frente de sí. ¿Pero entonces por qué lo había dejado la buscona? Todavía se veía bien. Al final decidió que no le importaba. No era su asunto después de todo.

-No lo sé –reconoció tratando de restarle importancia-. No tengo idea de para qué estoy aquí – continuó pretendiendo.

-Para conocer a mi padre no, te lo aseguro –dijo el señor Grey.

De pronto Jack sintió sus manos tomarle del mentón y elevárselo para que pudiera verlo. El señor Grey le sobrepasaba en estatura por más de una cabeza y su agarre era todavía más fuerte que lo había sido su apretón de manos. El primer impulso de Jack, que se forzó a suprimir en el acto, fue de darle una patada en la entrepierna para quitárselo de encima. El movimiento imprevisto le había alarmado y en general el gesto había sido demasiado directo para un primer contacto. En lugar de reaccionar como en verdad prefería, Jack aprovechó la oportunidad para mirar más de cerca al ricachón señor Grey.

Era guapo, de acuerdo. No parecía que necesitara operaciones para hacerse ver joven pero ¿él qué sabía sobre eso? A lo mejor estaba lleno de siliconas y plástico especialmente sutiles. No tenía barbas ni bigote, las cejas estaban planas y recortadas en figuras perfectas y no le salían vellos de la nariz. Lo que fuera que pretendiera hacer al menos podía tener la tranquilidad de que no le daría asco verlo encima de sí. Sus ojos grisáceos le inspeccionaron su rostro y un claro brillo sumado a la pequeña sonrisa que esbozó le hizo saber a Jack que la aprobación estética era mutua.

Mientras se seguían mirando el agarre del señor Christian se suavizó y el dedo índice de su otra mano se deslizó por su mejilla necesitaba de una afeitada. Le dio un ligero pellizco a los vellos negros antes de dejarlo ir.

-¿Cuándo fue la última vez que tuviste un baño? –preguntó el señor Grey, colocando las manos de nuevo a sus espaldas.

Pero Jack había visto la ligera resistencia en sus manos ante de que desparecieran. Quería tocarlo todavía más, pero no iba a ser a un perro descuidado como él. Bien, eso podía salir a su favor


siempre y cuando supiera jugar bien sus cartas. Lo único era que le hubiera gustado no sentir ese regusto a resentimiento por tan directa pregunta, pero no se podía tener todo.

-Un tiempo ya –respondió Jack, encogiéndose de hombros.

-Vamos a tener que arreglar eso –determinó el señor Grey.

Antes de que Jack pudiera inquirir a qué se refería, Christian Grey se movió hacia la puerta de entrada y la entreabrió un poco para darle unas instrucciones a alguien al otro lado que no llegó a escuchar. Luego el ricachón se volvió hacia él.

-Acompaña a Taylor. Él te llevará para que te arregles. Volveremos a hablar cuando estés más presentable –le dijo prácticamente sin mirarlo.

Jack se acercó para ver al hombre que lo había traído ya esperándolo. Jack vio que Christian se volvía a su escritorio y le echaba una mirada de desagrado a su silla. Una vez más deseó tener realmente gérmenes especiales que pudiera contagiarle, a ver si eso le gustaba. Era un pensamiento inmaduro y tonto, pero se lo permitió mientras iba al lado del que al parecer se llamaba Taylor. Pensar era realmente la única cosa que le quedaba ya que ese tipo se había decidido en convertirlo en su juguete para la noche.

Gastarse el agua en un completo extraño. Se volvió a recordar que nada de eso podía significar que saldría con dinero suficiente para más que un buen desayuno y si tenía suerte puede que hasta consiguiera que le diera algo como cena. Esa era una mucho más atractiva idea ya que estaba descartado conseguir lo que realmente quería. Las posibilidades sencillamente no podrían ser tales. Una rápida cogida, quizá una mamada. ¡Y un baño finalmente! En realidad no tenía motivos para quejarse.

Después de subir por las escaleras de granito cubiertas con esa asquerosa alfombra, Taylor se detuvo en frente de una puerta demasiado grande para personas normales y se la mantuvo abierta para que entrara. Jack penetró sin tener la menor idea de lo que se esperaba, pero algo aliviado que sólo era una habitación de huéspedes de colores agradablemente aburridos sin ninguna de esas decoraciones pomposas que llenaban el resto de la mansión.


-El baño es detrás de esa puerta –le indicó Taylor-. Deje su ropa en la cesta y yo me encargaré de ella.

-Gracias –dijo Jack, más que nada porque no tenía la menor idea de qué otra cosa podía decir en esa situación. Abrió por sí sólo la única otra puerta que había en la habitación y encontró el interruptor de luz fácilmente, cerca del marco. En lugar de una pequeña zona para la ducha había una gran tina de aspecto innecesariamente antiguo con patas de gárgola plateadas haciéndole de soporte. El lavamanos era de un material duro blanco en el que se mezclaban diferentes tonos de beige y puntos negros. Posiblemente mármol, no sabía.

Las toallas eran todas blancas y, de manera para nada sorprendente, cada una llevaba cosidas las letras C y G con hilo dorado. Eran lo bastantes grandes para cubrirle el cuerpo por completo y se sentían suaves al tacto. A veces era de verdad impresionante lo que el dinero podía hacer. “Y pensar que luego la gente se seca el culo con esto”, pensó y no sabía si eso era algo bueno o malo. Se deshizo de su ropa, contemplándose de reojo en el gran espejo iluminado por un par de luces. Chasqueó la lengua al darse cuenta de que de nuevo se le estaban notando las costillas debajo de la piel. Con suerte eso le ayudaría a que definitivamente el señor Grey le dejara comer algo. Dejó su ropa en la cesta como se lo habían dicho (para qué molestarse, no tenía idea) y se subió a la tina. Era amplia, grande y lo bastante honda para permitir que incluso dos personas se bañaran ahí.

Posiblemente por eso la habían instalado. No podía ser tan ingenuo como para creer que era el primer joven al que invitaban para algo así. La única diferencia es que ahora era su turno de disfrutar de su parpadeo de la buena vida. Brevemente se preguntó cuántos como él se habría sumergido en esas aguas y sólo pensar en todo el tiempo que habían pasado sin poder hacerlo, quizá lamentando que afuera no podrían volver a experimentarlo. ¿Habrían suplicado porque los dejaran quedarse? ¿Habrían tenido la esperanza de convertirse en constantes juguetes sexuales, compañeros mantenidos? Por lo menos algunos habrían hecho eso o habrían deseado hacerlo.

Jack ni siquiera consideraba que esa fuera una opción. Había visto la mirada de Christian Grey y la reconocía fácilmente. Excepto por unos cuantos millones, la verdad era igual a cualquier otro tipo que hubiera pagado para que se la chuparan en un callejón. Sólo estaba caliente. Sólo quería una cálida boca y quizá un hueco estrecho adonde deslizarla. Apenas tuviera su orgasmo sería libre para recorrer el mundo una vez más. Era más seguro pensar así en lugar de mantener cualquier esperanza en alto.


Activó el agua caliente para que saliera por la canilla inferior, llenando la bañera. ¿No iba a enojarse si decidía tomarse su tiempo, verdad? Después de todo, seguro que iba a enojarse si veía que sólo se había echado agua encima sin haber puesto verdadero cuidado en su limpieza. Unida a la tina había una pequeña mesita de madera con todos los implementos de limpieza, shampoo, crema enjuague y una barra de jabón totalmente nueva. Lo más seguro era que la hubieran comprado especialmente para él y eso no habría significado la gran cosa para ellos. Suponía que tenía sentido si uno no quería ir almacenando un pedazo de todas las células muertas de cada persona que pasara ahí.

En cuanto el agua llenó a la tina por la mitad despidiendo un agradable vapor, Jack se sentó y se recostó contra la superficie, ignorando el desprendimiento de las capas de suciedad que ya se desprendían, dejando al descubierto una vez más su piel pálida. Agarró la nueva barra de jabón y se la pasó por las extremidades, frotando hasta formar una leve espuma que deshacía en el agua. Luego se encargó de su cabello, sonriendo ante el olor a manzana fresca de los productos y que ahora iban a permanecer en su cabeza incluso cuando se fuera. En cuanto puso su cabeza bajo el agua y volvió a salir, una capa de espuma con burbujas se había conglomerado alrededor de su cuerpo y los bordes de la tina. Era todo tan agradable que en verdad lo único que quería hacer era echarse y tomar esa siesta que quería en el estudio.

Unos diez minutos no podían hacerle daño a nadie, ¿verdad?, se dijo dejándose acostar con sólo su mentón sobresaliendo. Ni siquiera tenía que doblar las piernas y aun estirándolas seguía sin tocar el otro extremo de la manta. Era como una pequeña piscina y el agua estaba perfecta. ¿Cómo era posible que alguien decidiera voluntariamente salir de esa maravilla? No tenía el menor sentido para Jack…

Para cuando escuchó los pasos acercándose, Jack abrió los ojos de golpe y se encontró tragando un poco del agua jabonosa sin darse cuenta, preguntándose quién, cómo, dónde, por qué… hasta que pudo erguirse, tosiendo sus pulmones hacia afuera, el paladar lleno del asqueroso sabor del jabón y pudo darse cuenta de lo que había sucedido. Parecía que se había echado a dormir esa siesta incluso sin desearlo. Y no sólo eso, lo estaban buscando.

El señor Christian Grey se erguía desde la puerta, mirándole con una expresión de claro descontento, en lo absoluto afectado por su ataque de tos. El hombre ni siquiera se movió de ahí, quieto como una estatua, hasta que Jack pudo calmarse un poco y pudo volverse a él.


-Eh… -dijo.

Tenía el sabor del jabón pegado al paladar. El señor Christian no dijo nada. Sólo se quitó la chaqueta, la dejó colgar de un perchero cerca de la puerta y comenzó a remangarse las mangas de la camisa.

-Espero que al menos hayas aprovechado bien el tiempo empleado aquí –dijo el hombre y se sentó en el borde.

Puso una mano encima en frente de Jack, aparentemente esperando algo. Jack no sabía qué. Lanzando un suspiro de claro fastidio, Christian se inclinó hacia abajo y le tomó del brazo sin ninguna delicadeza, inspeccionándolo. Usaba demasiada fuerza para su gusto, pero Jack no se quejó e incluso le ofreció su otro brazo para que viera que antes de dormirse se había limpiado bien. Christian no dijo en nada en reconocimiento de su sumisión, pero una sonrisa de medio lado se deslizó por su atractivo y maduro rostro.

Para finalizar el señor Grey le hizo un gesto silencioso para que se pusiera en pie y Jack se frotó los ojos, quitándose los últimos rastros de sueño de encima, antes de hacerle caso para dejarle recrearse los ojos lo que le diera la gana. Viviendo en las calles, esa difícilmente era la primera ocasión en la que debía estar desnudo en frente de desconocidos y en realidad no podía importarle menos. Sólo quería recibir su paga para poderse irse a dormir. Esa promesa de una cena se mantenía en alto.

El agua, ya sólo tibia, le llegaba un poco debajo de la rodilla. Christian le puso una mano en la cadera para indicarle que quería que se diera la vuelta y Jack lo hizo, dejándole ver lo que quisiera por detrás y por el frente, deteniéndolo de pie cuando lo enfrentaba cara a cara. En cuanto lo vio elevar una mano Jack se esperaba que finalmente fueran a empezar a realizar la transacción por la que había venido, pero en su lugar el señor Grey pasó de su entrepierna y subió directo hacia su costado, deslizando los dedos por el espacio de su pecho flaco.

Hubo un momento de silencio muerto antes de que el señor Grey decidiera hablar nuevamente.


-Sal de aquí y sécate –anunció, poniéndose él también de pie. Jack vio que hacía un visible esfuerzo por no mirarle adonde no se había atrevido a tocarle-. Taylor luego te llevará al comedor.

“Ya era hora”, pensó Jack liberando un pequeño suspiro para sus adentros. En esos momentos sus tripas decidieron rugir, haciéndole saber al hombre cuánto necesitaba de esa comida. Jack odió el gesto divertido que le vio de reojo antes de que se diera la media vuelta para volver a dejarlo solo en el baño.

Había una bata de baño en el perchero que le quedó demasiado grande en las mangas, pero era bastante cómoda gracias al material con el cual estaba hecha. Una vez salió hacia el cuarto descubrió que habían dejado un nuevo conjunto de ropa doblado encima de la cama, lo que sin duda no estaba antes cuando vino ahí por primera vez. Las medidas eran bastante aproximadas a las suyas. El pantalón iba a quedarle algo suelto, pero había un cinturón que sí le serviría para evitarle vergüenzas. La ropa interior era Calvin Klein, nada menos. Todo era de marca, de hecho, pero no reconocía en lo absoluto las etiquetas.

Tantas molestias por una cogida de una noche… parecía demasiado irreal. Pero para un sujeto que podía permitirse las horribles decoraciones que lo hacía este y tenía la mansión de semejantes dimensiones a lo mejor esos gestos eran como perder unos centavos en la calle para no volver a verlos. No le afectaba en nada. Ni siquiera quería imaginar qué clase de vida sería esa. Siquiera intentarlo le daba dolor de cabeza y una sensación de ligereza, como si estuviera mareando ante la mera posibilidad de tanta opulencia.

Después de haberse puedo una camisa azul oscuro con unos jeans sencillos, descubrió que un calzado con un nuevo par de calcetines le esperaban a los pies de la amplia cama. Eran nuevamente de un número demasiado grande para sus pies, pero al menos podría caminar si hacía más espacio doblando los calcetines por el talón. Mientras nadie esperara que corriera una maratón debería estar bien.

Ahora que estaba bañado, completamente vestido, se sentía como si usara un disfraz. Un disfraz que le encantaría poder usar todos los días. “Mejor ni pensarlo”, se dijo reprimiendo cualquier rastro de optimismo. El optimismo podía hacerle mucho daño si no se lo manejaba bien. Salió del cuarto, justo para encontrarse con el tal Taylor esperándolo como a un sargento afuera de su tienda de campaña.


-¿Ya está listo? –preguntó, solícito.

-Sí –contestó Jack.

Se pusieron en camino, nuevamente en silencio. Jack estaba un poco impresionado por la presencia del hombre mayor. Claramente cumplía las labores de una especie de mayordomo, pero no se parecía en nada a la imagen que tenía de uno. Imaginó que desde luego también servía de guardaespaldas cuando hacía falta. Debían pagarle un buen dinero para hacer todo lo que él hacía. Descendieron por las escaleras y siguieron por un camino distinto al del estudio hasta llegar a un comedor tan grande como lo había sido aquel.

Los cuadros en las paredes eran representaciones de jardines y frutas representadas en colores oscuros. A saber de quiénes. La mesa de madera oscura estaba cubierta por un mantel delicado de color blanco y dos platos de comida, vacíos los dos, esperaban en un extremo.

-El señor Grey vendrá en un momento –le anunció Taylor antes de retirarse.

Jack se sentó con una sensación de curiosidad en el asiento de la cabecera. Todas las sillas eran iguales de todos modos. Igual de cómodas y amplias para recibir gordos traseros ricachones. Eran al menos una docena de sillas pero tan separadas entre sí que quedaba claro que la mesa podría ser usada para recibir todavía más personas. Todas las personas en el estacionamiento podrían comer ahí sin problema. Ni siquiera se quejarían por la falta de una silla. Y una persona en la cabecera de todo ¿qué sentiría? ¿Cómo sería estar al control de una situación de la que tantas personas estarían pendientes?

-Veo que ya te has tomado literal la expresión “sentirte como en tu casa” –dijo la voz de Christian desde detrás y Jack se volvió para verlo aparecer por otra entrada.

Tenía una expresión de tan claro desagrado por encontrarlo adonde estaba que Jack sintió un extraño deleite. Se le enfrentó con su mejor expresión de inocente desconcierto, como si no tuviera le menor idea de qué podía irritarle. El señor Grey reaccionó emitiendo un resoplido de enojo y Jack fingió tremenda sorpresa antes de ponerse de pie y pasarse a la silla frente a la cual


estaba el único otro plato. No dijo que se disculpaba, pero mantuvo la cabeza baja en pretendida sumisión y notó que esto le complacía al sujeto.

Bien, entonces era de ese tipo que se querían creer los reyes del mundo y ser tratados como tales. Eso no era difícil de manejar. Solían tener más ego que otra cosa. Aburridos como nada y fáciles de predecir. El señor Grey tomó asiento.

-Ya pueden entrar –dijo el mayor en voz alta y una sirvienta con la ropa de mucama entró llevando un carrito con la comida.

Se trataba meramente de una especie de pasta con una salsa ligera. “No está tan mal para un muerto de hambre”, consideró Jack. Definitivamente no era el primer chico de la calle que pasaba por ahí. Ese sujeto no se le podía creer que no tuviera experiencia. Si de verdad quería tanto impresionarlo, a lo mejor era porque le pedía algo que no podía hacer en cualquier sitio. Cosas asquerosas.

Jack se esforzó en que no se le expresara en el rostro la clase de ideas que ya se estaba formulando. Si se trataba de esas cosas, no importaba cuánto dinero le daba, se pensaba irse de inmediato, incluso tirarse de una ventana si era necesario y se ponía demasiado pesado. Para beber la mujer les llenó unos vasos con agua cristalina y unas copas mucho más elegantes con vino tino. Pero segundos antes de que la mujer le sirviera a la copa de Jack, Christian extendió su mano por encima y se dirigió a este.

-¿Cuántos años tienes, Jack?

-Veintiuno –respondió Jack al momento.

Era una mentira, pero una que decía tanto que bien podría ser la verdad. El señor Grey frunció un costado de los labios y le miró con dureza por unos segundos, pero como Jack no se dejó amedrentar y le siguió mirando con la misma calma de antes, debió decidir que ya no importaba tanto o que no le quedaba de otra que creerle antes de apartar la mano y dejar a la sirvienta servirle el vino. Jack ni siquiera quiso esperar hasta que esta se fuerza. Con los cubiertos que ya tenía al lado del plato recogió un montón de la pasta y empezó a soplarle.


-Espera, antes de que sigas –dijo Christian y tomó un pañuelo de tela desde el dispensador que estaba en el centro entre ellos.

Lo extendió con un movimiento de muñeca y se adelantó para ponérselo en el pecho del más joven. Jack encontró eso bastante molesto, siendo que él estaba lejos de ser un nene que necesitara baberos, pero lo dejó ser. Sólo tendría que aguantarlo esa noche, no era nada. Después de que lo arreglara, extendió otro pañuelo encima de su regazo.

-Es mejor así para que no arruinar la ropa –dijo el señor Grey con un tono que obviamente no admitía discusión, como si ya se esperara que esta iba a surgir.

Razón de más por la que Jack se sintió morder la lengua y en cambio procuró darle su sonrisa más humilde.

-Muchas gracias, señor. Con esta ropa tan linda lo último que querría es que se manchara.

El señor Grey puso una cara amarga como si de pronto se hubiera tirado una sonora flatulencia. Jack parpadeó como si no tuviera idea a qué podía deberse. Visto lo cual el señor Grey elevó una ceja y le dejó ser.

-Eres muy desafiante, ¿no es así? –dijo el señor Christian, disponiendo dos servilletas para él de la misma manera en que lo había hecho para el más joven.

“No realmente, pero maldito yo si te lo hago saber”, respondió sólo para sus adentros Jack, encogiéndose de hombros. Empezó a comer, dispuesto a disfrutar de lo que le daban mientras durara. El relleno de la pasta se extendió por su boca a la primera mordida. Era lo más delicioso que recordaba haber comido en años.

-¿Qué idea tienes acerca de lo que pienso pedirte? –preguntó el señor Grey después del primer bocado.


Jack se tomó unos segundos mientras masticaba para, pretendiendo que se regodeaba en el sabor, para considerar la respuesta. ¿Quería una inocente o una directa? No le había dado ninguna pista en cualquiera de esas direcciones, de modo que Jack se decidió ir por el medio.

-Hum. Tenía una idea –confesó y señaló a su plato de comida todavía lleno-, pero ahora en serio no estoy seguro.

-Quizá no deberías desechar esa primera idea tan pronto –Christian Grey tomó un sorbo de su vino antes de continuar-. Te he bañado, te he visto y ahora te estoy dando de comer. ¿Por qué crees que sea?

-Usted me quiere para algo –respondió Jack, tomando una porción lo bastante grande para llenarse la boca.

Christian hizo un leve gesto de desagrado y Jack se reprimió a sí mismo. Estaba caminando por valles desconocidos y si llegaba a pedirle esas cosas asquerosas realmente iba a lamentar no haber aprovechado para llenarse el estómago mientras podía.

-Disculpe, el hambre –se excusó ofreciendo una sonrisa amable-. ¿Me decía, señor?

-Sí… -dijo Christian Grey y tomó otro sorbo de su vino antes de erguirse y continuar-. Quiero que seas mi hijo.

El primer impulso de Jack, el cual a duras penas pudo reprimir, fue lanzar la carcajada más grande que sus pulmones le permitieran, golpeando la mesa y sosteniéndose el estómago para soportarlo. Por un segundo una mueca extraña se dibujó en su rostro, algo en medio de un gesto de dolor y la sonrisa, antes de que se clavara las uñas en la palma para recuperar la compostura y tomar una profunda inspiración.

-¿Cómo… -preguntó, tomándoselo con calma- funcionaría eso?


Era lo bastante mayor para parecerlo, eso estaba claro. Pero los padres con hijos mayores no solían ir a controlarlos al baño y tenerlos mostrándoles sus cuerpos desnudos desde todos los ángulos.

-Vivirás aquí –continuó el señor Grey, conservando una expresión irritada porque sin duda no se le había escapado lo que había intentado hacer antes. Jack ni siquiera se sintió mal por eso. Tenía derecho a sorprenderse-, comerás lo que yo te dé y vestirás lo que yo te entregue. También asistirás a la universidad que te indique para hacer la carrera que yo necesite que hagas para que trabajes conmigo en mi empresa. Entre otras cosas, lo que te estoy pidiendo es que me dejes hacerme cargo de ti como un padre lo haría.

¿Se había drogado con algo? ¿La pasta estaba condimentada con marihuana? No le había sentido el sabor dulzón que ya podía reconocer. ¿Entonces cómo era posible que estuviera escuchando esas cosas y tuviera que tomarlas como parte de la realidad?

-Oh –dijo Jack, como un robot quedándose sin batería. ¿Qué se respondía a eso? ¿Cómo se decía que se esperaba algo totalmente diferente? Las miradas, las inspecciones, ¿sólo habían sido las maneras de evaluar a un protegido?-. Eh… ¿por qué…?

Tenía demasiadas preguntas ahora rebotando por cada rincón de su mente, pero la principal que quería sacar ahí afuera parecía demasiado grande para salir por su boca. ¿Por qué él? ¿Por qué un chico de la calle? ¿Por qué, en general?

El señor Grey lanzó un resoplido de descontento.

-¿Nunca has escuchado la frase “a caballo regalado no se le ve el colmillo”? –dijo petulante y haciéndole un gesto de desestimar su curiosidad-. Si no quieres nada de esto siempre puedes irte por la puerta y jamás volver. No tengo tiempo para lidiar con tu curiosidad y no tengo por qué hacerlo. La mayoría de las personas estarían agradeciéndomelo de rodillas por brindarles una oportunidad así.


¿Conque eran así las cosas, no?, pensó Jack. Bien, nadie podía decirle a él que no hubiera hecho lo necesario por su supervivencia. Corrió la silla hacia atrás para que le diera espacio para ponerse de pie, se sacó las dos servilletas de encima y las dejó al lado de la mesa antes de ponerse de pie. Su inesperado movimiento causó una reacción súbita en el señor Grey, como si alguien le hubiera golpeado en el estómago y luego escupido en su cara, pero Jack ni siquiera alcanzó a mirarlo antes de dejarse caer de rodillas en el suelo. Puso sus manos en frente de sí y apoyó su frente encima.

Una audible inspiración llegó hasta sus oídos, lo que tomó como una buena señal.

-Gracias por la oportunidad, señor Grey –dijo en voz alta, esperando sonar tan humilde como pretendía. No entendía nada de lo que estaba pasando, excepto que se le estaba ofreciendo una oportunidad que nunca podría aspirar a tener de vuelta. Entre bajar la cabeza para el exterior y volver a dormir cerca de un borracho Tom, la elección era demasiado sencilla-. Le agradezco mucho por todo esto, señor. Trataré de ser el mejor hijo del cual usted pueda disponer.

Sólo eran palabras. Sólo era un acto. Podía hacer lo que hiciera falta si eso significaba sobrevivir un día más. No era nada extraordinario.

Hubo un largo momento de silencio que siguió a sus palabras, pero Jack ni siquiera intentó moverse. Apenas podía respirar. Pero entonces el asiento del señor Grey fue corrida hacia atrás y estuvo a punto de erguirse cuando de improviso sintió la mano del hombre posarse sobre su coronilla, dándole una palmada como a un perrito bien portado. El rostro de Jack se mantuvo completamente inexpresivo mientras la mano bajaba hacia su mentón y le impulsaba a levantarla de nuevo.

Alguien le había dicho una vez que tenía ojos demasiado claros para que se le notara otra cosa que la inocencia que no tenía. ¿Funcionaría incluso entonces o el sujeto iba a ser inesperadamente perceptivo?

-Llámame padre –le dijo Christian Grey. Tenía una sonrisa de anticipada satisfacción en los labios. Se lo había creído.


-Padre –le complació Jack cuidando de que en su voz sólo hubiera respeto con un toque de admiración.

Tipos como él se comían esas lisonjas como si fueran aire. Christian Grey procedió entonces a ponerse de pie y le dio un toque al hombro para indicarle que quería que lo repitiera, lo que Jack se apresuró a hacer. Su nuevo padre le arregló el cabello largo, todavía un poco húmedo, detrás de las orejas y luego detrás de los hombros, arreglándole las mínimas arrugas que se habían formado en su ropa.

Jack sentía todavía curiosidad acerca de qué idea tenía ese tipo de lo que quería hacer con él hasta que, de pronto, el señor Grey se inclinó hacia adelante y le besó de una manera demasiado impositiva para que no le agradara. En lugar de preguntarse cuál era la idea de hacer eso, que podía ser una prueba, Jack se vio de pronto abriendo su boca y presionándose contra el cuerpo del hombre mayor. La forma en que le tomaban de la cabeza, como una calavera de la que estuviera bebiendo la sangre de sus enemigos, le encantaba. A lo mejor no todo tenía que ser tan malo. Puede que hasta acabara sacando algo de diversión.

Pero apenas sintió su plena disposición, Christian Grey le separó poniendo ambas manos sobre sus hombros y empujándole. Jack se lamió los labios. El sabor del vino se había mezclado con la pasta y la salsa. Sabía bien. No le molestaría probarlo de nuevo. De paso había tenido lo bastante cerca al hombre para notar el bulto que se le formaba en los pantalones, lo que era un alivio. Podía ser mucho más entretenido así.

Los ojos grisáceos ahora le evitaban mientras el hombre le daba una palmada en el hombro.

-Continúa comiendo. Mañana te daré el papeleo necesario.

-¿Qué papeleo? –preguntó Jack, tomando asiento nuevamente y acomodándose las servilletas sin esperar a que se lo indicaran. Casi esperaba que le dijera los papeles de adopción, pero no podía hacerse con chicos mayores de edad, ¿cierto?

-Ya lo verás. Ahora come.


Jack no necesito que se lo dijeran dos veces, aunque ahora se permitió mordiscos más concentrados y se acabó bebiendo más de una copa. Algo así ameritaba celebración, ¿no? Y no volver al frío de la noche para mendigar a la mañana siguiente era suficiente para alegrarse. Cualquier cosa que el señor Grey le pusiera en frente podía enfrentarla si significaba eso.


Capítulo 3: La buena vida

Christian se dio cuenta de que lo que estaba sucediendo entre él y ese joven esa noche no era normal. Todos aquellos a los que había invitado a su casa para quedarse habían sido atractivos de una manera o de otra, se podía ver sin problemas tocándolos y sacando de sus cuerpos el placer que él buscaba al contactarlos. Cuando lo había visto a Jack en el baño, después de que se cansara de esperarlo en el comedor y lo encontrara tomando una siesta en lugar de ponerse en camino,

Christian había pretendido por un lado hacerle saber cómo serían las cosas debajo de su techo (nadie lo hacía esperar, todo debía ser cuando él lo deseara en la manera en que lo deseara) y por el otro quería empezar a inspeccionar qué clase de perro había escogido. Siendo que lo había sacado de las calles se imaginaba que no iba estar en el mejor estado posible, pero de verdad no se esperaba que estuviera así, tan… descuidado, como un juguete que alguien hubiera tirado en un rincón para no volver a jugar con él.

Su piel era blanca, pura, o lo sería de no ser pequeñas e inconvenientes cicatrices que se extendían por su cuerpo delgaducho. Ninguna parecía ser el centro de entrada para agujas llenas de vayan a saber qué droga moderna, lo que suponía que estaba bien, pero de todos modos Christian Grey no estaba preparado para las emociones que le embargaron cuando vio exactamente el estado en que estaba. ¿Cuánto tiempo habría pasado desde la última vez que alguien le había dado una comida en toda regla? ¿La última vez en que el chico había podido sentarse en paz, masticar todo lo que quisiera y sólo disfrutar de la comida sin ninguna presión? Incluso si fuera sólo unos días, había sido demasiado tiempo.

De pronto, en ese momento en que le veía los huesos y le sentía la piel fresca por el agua tibia, Christian tuvo la certeza absoluta de que necesitaba cuidar de ese joven en particular, mucho más que a cualquiera de los otros que hubiera traído en el pasado. No podía dejarlo ir simplemente. No sabía qué haría si incluso después de que le hiciera la propuesta el joven decidía que prefería mucho más conservar su independencia incluso si eso significaba continuar viviendo como hasta ahora. Tuvo unos segundos de pánico interno en los que dudó seriamente sobre de lo que sería capaz si llegaba a presentarse semejante escenario. La solución más inmediata que se le ocurrió era ofrecerle aunque fuera una sola noche en su casa, bajo su techo, en una cama cuya calidad los hoteles más exclusivos y costosos podrían aspirar a obtener.


Esa solía ser su respuesta para esa clase de chicos que todavía tenían un aire de desafío en ellos pese a exudar pobreza por todos los costados, pese a sus ropas harapientas y sus alientos menos que apetecibles de tener cerca. Una sola probada de lo que era vivir como una persona decente no era jamás suficiente. Al final siempre pedían más. Necesitaban más.

Christian Grey sintió la inseguridad y la tentación de reírse de sus ridículas preocupaciones, todo en un mismo momento. ¿Qué ideas habían sido esas? Eran perros sarnosos arrancados directo del basurero. Tendrían que ser una clase muy especial de idiotas para no apreciar de inmediato las maravillas que ponía en frente de sus ojos. ¿Y quién decía que él quería gente así bajo su cinturón, cuando lo tuviera puesto y cuando no? Pero obviamente que ese nuevo chico no iba a ser así, ¿verdad? No se veía capaz de matarse de hambre por mero orgullo. Sencillamente no lo haría, ¿verdad?

Y sin embargo… sin embargo, ni en sus sueños más calenturientos habría podido esperar que el joven aceptara totalmente de la manera tan perfecta en que lo había hecho. Ya en el baño la única cosa que lo había mantenido a raya de agarrar a ese jovencito y dejarle el trasero en carne viva tras incontables azotes, así aprendiera a tomarse a la ligera una reunión con él, o quizá simplemente follárselo contra el suelo de su baño, había sido la necesidad más imperiosa de primer alimentarlo y llenar su estómago. No le atraía follarse a un esqueleto.

Pero después de que le hubiera dicho el real propósito de su estadía, el joven, por su propia voluntad y sin que nadie se lo indicara, le había dado la visión más hermosa que podría representar poniéndose de rodillas con la cabeza completamente baja, entregándose por completo. ¿El muchacho sabía siquiera lo que significaba eso? Y si lo sabía, ¿quién se lo había enseñado? ¿Seguía vivo? La idea resultaba de lo más irritante.

Cuando extendió la mano hacia el frente, Christian originalmente tenía la idea de agarrarle del cabello y preguntarle precisamente eso, pero luego se le ocurrió que habría tiempo más adelante para preguntas o hacer una apropiada investigación a menos de profesionales. De modo que en cambio se decantó por un toque suave y volver a sumergirse en las piscinas nocturnas de sus ojos abiertos, demasiado bajos para hasta que él tuvo que ayudarle a mirarlo de frente. Sintió que podría olvidarse de cómo respirar. Sintió que podría olvidarse de dónde tenía los labios.

Era hermoso. Era imposiblemente hermoso. Estaba más que claro que su lugar no estaba en las calles. Pertenecía a la seda, al oro, al platino. A su seda, oro y platino. Pertenecía a su jaula,


agachándose por él, sacando esa lengua impertinente para saborear el sabor de su amo y sus cuerdas vocales pronunciando todos los títulos que le debía. Maestro, amo, dueño, señor, rey. Probablemente dios. Deseaba que él fuera quien se los dijera. Quería que se los grabara en la piel y si podía ser literalmente todavía mejor. ¿Cómo un tesoro así estaba desperdiciando su brillo en las calles? Sólo de pensar en lo que habría tenido que hacer para seguir adelante se le revolvían las entrañas. Era diferente a todos los otros chicos que se había traído.

Incluso con sus insulsos cuerpos y sus gargantas profundas acostumbradas a todos los tamaños, él era diferente. Lo sabía. Lo presentía como una pulga correteando entre sus huesos debajo de su piel y pulsando para llegar a las venas del más joven, empapándose en todo lo que venía de su cuerpo y le podía pertenecer con más derechos que los de un padre sobre su hijo.

Sus padres no habían sido más que unos descuidados que jamás le prestaron la suficiente atención ni lo hicieron sentir como parte de su hogar. Ahora las cosas cambiarían y, una vez más, Christian creyó que podría hacerlo con Jack. Todas las piezas estaban ahí. ¿Estaba de verdad dispuesto a armar ese bello rompecabezas y ver la imagen que le esperaba al final? ¿Estaba listo para deshacer las piezas en caso de que no fueran la fotografía que se había prometido?

Sí, sí lo estaba.

Pero antes de que hubiera decidido nada más se encontró invadido por un hambre repentina, un instinto de poseer al más joven de alguna manera de inmediato antes de que fuera demasiado tarde. ¿Para qué? No tenía idea. Antes de que le dijera que pedía demasiado, que todo era demasiado sospecho y que prefería irse. El beso que le dio tenía mucho de rabia y un intenso deseo por agarrarle desde las nalgas para follárselo ahí mismo, tirando la comida con un amplio movimiento de brazo.

¡Y ese demonio apretándose! ¡Deseándolo! ¡Haciéndole sentir el calor de su entrepierna presionándola contra su pierna, dos pares de pantalones inútiles para ocultar el bulto que se había formado por su acción impulsiva! Christian por un momento sólo pudo aferrarle los costados, sabiendo que no podía dejar las cosas continuar así. Tenía un sistema. Tenía un modus operandi. No podía tirar todo eso a la basura por algo de calentura. ¡Vamos, Grey, despabílate!, pareció gritarle su erección desde abajo. “Ya hemos decidido conservarlo. No lo arruinemos ahora. Él todavía no ha firmado nada.”


Tomó una gran aspiración, llevándose el aliento (gracias a Dios, tolerable) del más joven a su boca, reviviendo contra el paladar el movimiento impaciente de su lengua debatiéndose contra la suya, y empleado una impresionante cantidad de fuerza de voluntad, lo alejó con cuidado y firmeza de sí. Estuvo sólo a un pelo de echar cualquier reserva por la ventana, escuchara quien escuchara, cuando el joven se puso a lamerse los labios con lo que no podía ser otra cosa que lujuriosa intencionalidad. ¿Estaría volviendo a probar el vino que su nuevo padre había probado? ¿Le sabría bien?

-Come –ordenó y le repitió la orden a su miembro ahí abajo, esperando que un estómago lleno fuera todo el placer que fueran a obtener de esa espectacular cena.

A pesar de todo, estaba complacido más allá de toda medida. Parecía que se había traído a un perro mejor entrenado que lo de costumbre.

Pero en cuanto terminaron de comer y el joven fue guiado de nuevo por Taylor a su habitación (una diferente a la de los invitados, una que no existía cuando su esposa Ana todavía vivía bajo su techo), una devastadora sensación de pérdida llenó su alma turbulenta. A pesar de que sabía que sólo unos metros los separaban (su habitación estaba sólo al final del pasillo), era como si hubiera un abismo. Sabía que si entraba en su cuarto ahora y decidía follárselo tendría una respuesta positiva, si es que la reacción a su beso había sido nada por lo cual guiarse.

El problema era que ya no se trataba de follar. Desde hacía muchísimo tiempo había dejado de tratarse de eso. Ni siquiera con Ana había sido tan sencillo, incluso si él se quiso engañar pretendiendo que podía ser así. Había aspectos serios a considerar y esqueletos en el closet que necesitaban una buena limpieza, pero no podía hacerlo solo. Aceptar su polla era bueno por una parte, pero el resto… ¿quién diablos podía decirle qué iría a pensar ese jovencito de las calles sobre el resto? ¿Le gritaría que estaba loco? O peor… ¿le diría que sí sólo para seguirle la corriente pero no lo haría de verdad, sin dejarle entrar y conquistar lo que le correspondía? Eso sería más de lo que su orgullo podría resistir. No, con una vez ya no tenía el lujo de darle la bienvenida a un nuevo hueco.

Se dijo que una noche de sueño sería lo ideal para perder las horas hasta que los nuevos contratos estuvieran listos. Odiaba siempre que tenían que agregar nuevas cláusulas para cubrir nuevos problemas. Ahora incluso debían cuidar que el firmante no hiciera comentarios acerca de lo que hicieran en el internet, contando especialmente cualquier red social a la que estuviera inscripto.


Esa era una enorme pega que sólo había encontrado con esos jóvenes. Podían salir de las calles pero todavía estaban conectados con el mundo de una forma o de otra y cortar de raíz esas conexiones siempre significaba una cantidad extra de esfuerzo.

Pero se engañaba tratando de culpar al papeleo. Se suponía que así debía ser. Debía darle una oportunidad al joven de calmarse y hacerse a la idea de haber finalmente entrado a un mejor estado en la vida. Una noche de calma y tranquilidad bajo unas sábanas frescas y limpias iba a ser el mejor argumento que podría usar a su favor hasta que les demostrara lo que el trato de verdad implicaba. Era así como lo había hecho durante años, pero con este jovencito… necesitaba verlo.

Necesitaba tanto verlo que tomó dos horas dando vueltas en la cama para que se diera cuenta de que no había manera de que fuera a dormir esa noche. Ir a buscarlo directamente estaba fuera de discusión. No quería parecer desesperado, incluso si lo estaba. Así que lo mejor que podía hacer era dejar que el joven viniera por su cuenta.

Por suerte ya tenía una opción disponible.

Christian se puso de nuevo la camisa de su pijama que se había quitado para estar más fresco. Se calzó unos calcetines deportivos que usaba sólo para andar por casa y se dirigió hacia el piano que tenía el salón. La acústica de la mansión iba a ser el resto del trabajo por él.

Christian quitó la delgada tela que lo cubría para evitar que se llenara de polvo y se ubicó en el banco. A Ana solía gustarle escucharle al piano. La mujer jamás había aprendido a tocar ningún instrumento, de modo que ver a alguien hacerlo sin siquiera una hoja con las notas en frente, habiendo aprendido los movimientos igual que al andar de una bicicleta, era un espectáculo que la maravillaba cada vez. Había sido una mujer ridículamente sencilla. Todo lo que hacía la impresionaba. Era divertido y gratificante recibir tanto por tan poco esfuerzo.

La música que conocía la había practicado tantas veces que ya podía escucharla de modo tan ausente como cualquier espectador oyendo a una grabación. Así podía disfrutar de la tonada y además mantenerse al pendiente de cualquier otro sonido en la casa durante los silencios o las pausas necesarias.


Su estratagema comprobó ser efectiva después de que hubiera repetido la tonada por segunda vez. El leve crujido de la puerta le hizo saber que ciertamente el joven debía haberse levantado de la cama. Esa puerta había dejado de ser aceitada para ese explícito propósito, por si alguno de los jóvenes pretendía merodear a la noche para robar algo valioso y salir por una ventana con la absurda esperanza de escapar indemnes. Las únicas veces en que habían sucedido habían visto pronto que no resultaría. Todas las puertas estaban aseguradas y las ventanas mantenidas cerradas por su sistema de seguridad. De haber intentado romperlas o forzarlas de cualquier maneras, las alarmas se activarían y el joven en cuestión severamente castigado.

No parecía ser ese el plan con el que Jack quería moverse. Sus sutiles pasos, en los que se intercalaba el sonido de su piel contra el mármol, se escucharon desde el piso superior hasta el inferior y luego por un costado, hacia el camino de la cocina. ¿Se habría desorientado en su camino al origen de la música o algo así? ¿Cuál era la idea?

Siguió escuchando. Parecía que ahora estaba revolviendo en los estantes y Christian tuvo que apretar con fuerza su mandíbula para no gritarle que ojala no pensara destrozarle nada y que ni se molestara en buscar alcohol por ahí. Paciencia, paciencia. Primero tenía que saber. Podía espantarlo y eso nunca se debía hacer con los conejos que estaban a punto de devorar la zanahoria que les ofrecía bajo su caja levantada por un palo.

Pero era irritante, demasiado irritante. ¡Estaba ahí! ¡Tocando! ¿Por qué no venía? Unos segundos más tarde el agua del grifo estaba corriendo y un ligero tintineo de vidrio. En cuanto los pasos se reanudaron hacia la salida al salón, Christian volvió a erguirse y puso su expresión más concentrada en la pieza, imprimiendo toda la pasión posible sobre su pieza. De reojo vio a la figura blanca del joven irguiéndose desde el umbral de la puerta y por poco Christian se equivocó en la siguiente parte.

El pequeño malcriado aquel estaba desnudo. O prácticamente desnudo. Su blanca piel al descubierto sólo estaba cubierta en la entrepierna por la ropa interior de marca que le había dado. El vaso de agua en su mano, del cual continuaba bebiendo incluso mientras se acercaba. Más le vale que no ande dejando marcas de agua en mis muebles, pensó Christian con irritación pero parecía que no iba a ser necesario.

Jack simplemente dejó el vaso en el suelo cerca de una mesilla y fue a acercarse. Christian, sonriendo de inmensa satisfacción para sus adentros, se hizo a un lado en el banco, dándole una


clara invitación de irlo a acompañar. El joven no lo hizo de inmediato, lo que de nuevo estuvo a punto de romper su concentración.

-¿Haces esto seguido? –preguntó el chico.

Viéndolo más cerca, Christian se dio cuenta de que lucía cansado y sus movimientos eran perezosos, bastantes lentos. Pero cualquier preocupación que alguna vez hubiera podido albergar acerca de haberlo sacado de la cama antes de que realmente lo deseara se desvaneció en el acto cuando lo tuvo cerca. Todavía conservaba el olor de su shampoo y la esencia de las manzanas estaba llenando sus pulmones en cada inspiración. Lo único que quería era seguir sintiéndolo.

El cabello negro caía como una suave cortina sobre sus delicados hombros. ChrIstian se lo apartó hacia atrás y le reveló su hermoso perfil poniéndoselo detrás de la oreja.

-¿Disfrutar de mi tiempo a solas en mi propio hogar? –pidió aclaración con un suave tono.

Jack se volvió sólo ligeramente y observó su mano, que todavía estaba en contacto con su mejilla. Se sentía algo fría. Cómo no, si se le ocurría salir prácticamente desnudo. No había manera de que no hubiera visto el pijama masculino que había mandado Taylor a comprar y luego indicado que dejara doblado sobre la cama. ¿A lo mejor le había quedado demasiado grande?

Jack extendió sus dos manos encima de las teclas y, viendo que no le decía para reprocharle al respecto, procedió a tocar. Cuando iba por la mitad, Christian no pudo contenerse la risa.

-¿Martinillo? –dijo con incredulidad.

-Es lo único que sé –admitió el joven con una sonrisa de auto burla, encogiéndose de hombros.


Christian tuvo el súbito y extraño impulso de revolverle el cabello. Era extraño porque sus impulsos generalmente incluían agarrar a la gente y ponerlas contra alguna superficie mientras se las follaba sin piedad.

Técnicamente podía hacer cualquiera de esas tres acciones. Varias veces si le daba la gana. El más joven había aparecido casi como si esa hubiera sido toda su motivación. En toda la mansión sólo estaban ellos dos y Christian ya sabía que nada de lo que hiciera habría de traerle malas consecuencias. ¿Cómo iban a verse moretones de pasión en su cuerpo delicado? Jack tocó dos veces al equivocarse en una nota y luego se volvió hacia él. Los ojos de Christian se dirigieron como por instinto a sus labios rosados y se los imaginó alrededor de su polla, chupando con fruición.

Entonces los labios se movieron, la pequeña lengua salió de nuevo a lamérselos, tentándolos como un demonio en el desierto, antes de abrirse para dejar salir unas nuevas palabras.

-¿Quieres ir conmigo a la cama?

No podía haber escuchado bien. La calentura le estaba haciendo escuchar cosas. No sería la primera vez.

-¿Disculpa? –inquirió Christian, casi ofendido.

-Tú quieres ir, ¿no? –preguntó Jack y movió su mano desde las teclas blancas a su pierna, subiendo hacia su entrepierna haciendo presión mientras más se acercaba.

Christian sintió un acceso de espantoso y furia que casi le hace darle una bofetada. ¡Cómo se atrevía! Pero en lugar de hacer eso, le agarró de la muñeca y se la apartó. Su erección había sido activada como si hubiera presionado el interruptor y eso no le molestaba, no le disgustaba para nada, pero le molestaba que le estuvieran cambiando los planes. Sobretodo, no le gustaba no ser quien llevara la iniciativa en esa situación.


-Eres un pequeño muy experimentado, ¿no? –dijo entre dientes apretados.

El chico abrió los ojos, claramente sorprendido. Interpretó eso como una señal de miedo, lo cual le complació mucho. Bien, era mucho mejor si le temía. Haría muchísimo más fácil mantenerlo bajo control. Christian le soltó y casi deja escapar una sonrisa al verlo agarrarse la muñeca con un gesto claro de dolor.

-Me pregunto con cuántos habrás hecho lo mismo –dijo con un helado tono en su voz, apenas manteniendo a raya el súbito disgusto que se le trepaba por la garganta como un montón de vómito-. ¿Cuántas comidas te habrás pagado haciendo lo mismo?

Jack hizo un gesto de desagrado. Christian cerró un puño, pero le dejó hablar para saber el grado del castigo que requeriría para quitarle esos impulsos. Unos segundos más tarde, no obstante, en lugar de darle rienda suelta a su lengua como se esperaba (como secretamente deseaba), el chico tomó una profunda inhalación y relajó los hombros.

-¿Importa acaso? –preguntó con la mirada baja-. Ahora sólo lo voy por ti, ¿no es así? ¿Para eso me has traído, no? ¿Padre?

No se podía negar que era lindo de escuchar eso. Cada palabra pareció vibrar a través de su entrepierna, como una corriente eléctrica enviando chispas desde sus venas apunto de agitarle las piernas para arrojar a ese joven sobre el sofá más cercano para enseñarle cuánta razón tenía. Le costó demasiado poder tragar la saliva que acababa de formarse en su boca.

-No deberías presumir de saber para qué te traje aquí –le dijo Christian con dureza.

Jack continuó tocando los palos chinos sin ningún ritmo determinado. Parecía como un niño al que hubiera reprochado y hacía tiempo para no tener que mirarlo de nuevo.

-¿Pero eso forma parte, no? –le preguntó.


Su voz era suave, casi tímida. Christian tuvo un irresistible deseo de envolverlo en sus brazos prestar. No debería parecerle tan pequeño e indefenso. Ninguno de los otros chicos había causado en él ese deseo de protegerlos además de poseerlos, pero no podía desperdiciar tiempo ocupando su cabeza en esas cuestiones. Ya habría oportunidad de dejar libres sus instintos para guiar sus actos. Tenía que recordárselo, tanto a su cabeza como a la polla que no dejaba de palpitarle bajo la bragueta.

-Sí –admitió sin ninguna pena. Si el chico era lo bastante maduro para sugerirlo, era bastante maduro para saber una parte de la verdad-. Pero hay todavía más que eso. Te lo explicaré todo en la mañana. Para entonces espero que tengas el asunto mucho más claro para que puedas tomar una buena decisión.

-Hum –dijo Jack, tocando unas notas agudas consecutivamente con dos dedos. Todavía no había alzado la cabeza-. ¿Y qué pasaría si dijera que quiero quedarme?

“Entonces ya no sabrías lo que es sentarte derecho ni andarías exhibiéndote así.” No había nadie en la casa, pero eso era aparte del punto. Era especialmente injusto restregarle por las narices la recompensa que podría tener si sólo decidía tirar por la ventana cualquiera de sus planes, sin importar cuántos años hubiera tomado en preparar un plan cuyos riesgos de fracasar eran mínimos. ¿Cómo se suponía que iba a cumplir con esas ideas con el joven tentándole sin su permiso? Ni siquiera podía mantener la vista sobre él de modo que Christian la apartó con aire irritado.

-Lo sabrás a su debido tiempo –recalcó con severidad-. Los papeles estarán aquí en la mañana. Con suerte para entonces todas tus dudas estarán aclaradas.

Incluyendo si estaba dispuesto a quedarse bajo su techo para acatar sus reglas.

Jack levantó los hombros y los dejó caer en medio de un profundo suspiro. Parecía que al fin había entendido que no obtendría lo que buscaba esa noche. Christian casi se sintió molesto porque hubiera resultado tanto sencillo. Podría haber peleado por ello un poco más y darle una verdadera excusa para azotarle.


-Como quieras, padre –le respondió el joven con tono tan suave.

Christian se le quedó viendo con evidente sorpresa por unos largos segundos antes de que se repusiera y se acercara para acariciarle la cabeza, casi como un movimiento tentativo frente a un castillo de naipes que amenazara con derrumbarse frente a sus ojos. El cabello se sentía tan suave bajo su palma. Le resultaba fácil imaginarse trenzándoselo por entre las barras de una jaula.

Se apartó de inmediato apenas la idea surgió en su mente. ¿Cómo podía habérselo ocurrido algo así? Era una absoluta ridiculez. Sin duda que ese cabello no iba a quedarse así. Si lo que buscara fuera una hija lo habría hecho hacía mucho tiempo y sin duda que no sería otra puta adicta de las calles como lo había sido su madre. Esa debería ser una tradición familiar que debería haber muerto con ella.

Jack se giró sobre el banco, obviamente sin entender lo que había sucedido.

-Ve a dormir –le ordenó Christian algo bruscamente, esperando cubrir su vacilación anterior-. En la mañana saldremos de compras y querrás estar descansado para eso.

El joven se alzó del banco. El ligero crujido del cuerpo del banquillo en contra de la piel descubierta de sus muslos le hizo pensar en envolver sus piernas delgadas en prendas apretadas que quitaría de inmediato como una costra de un tirón cada vez que quisiera disponer de él. Las mujeres tenían suerte de poder usar vestidos, pero con un hombre a lo mejor pudiera arreglar la ropa de manera que tuvieran hoyos convenientes y a la vez fueran lo suficientemente discretos para el público. El truco del suéter colgando de las caderas (que no le gustaba mucho porque no se veía lo suficientemente elegante y los haría ver como una especie de criminales de barrio pobre) o el saco largo que tuviera una división por el medio.

El chico había dicho algo y esperaba su respuesta. ¿Qué había sido?

-¿Disculpa?


Jack levantó una mano y se rascó por encima del pezón como si no le diera la menor importancia atraer toda la atención de Christian sobre ellos, incluso si los veía endurecerse bajo sus ojos gracias a una combinación del ambiente y el contacto directo.

-Sólo dije si no quieres darme un beso de buenas noches –le propuso el más joven, ladeando ligeramente su cabeza hacia un lado sin verlo de manera directa.

Christian apretó la mandíbula y los puños a sus costados. ¿Acaso lo tomaba por un idiota? ¿Creía que no se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Sus acciones eran el equivalente de bañarse en miel para ir a dormir a la cueva de un oso. ¿Cómo se suponía que iba a cuidar de él si el muchacho seguía haciendo caso omiso de las reglas y los límites para hacer lo que le daba la gana?

¡Maldición!

Lo peor era que lo que de verdad quería era darle el gusto de la manera más salvaje que pudiera. Lo peor era que estaba funcionando con un cien por ciento de efectividad. Lo peor era que su polla iba a estallarle del deseo y no había otra cosa que deseara que tenerla estallando contra esa lengua diabólica para escuchar sus jadeos hambrientos antes de tragarle y pedir más como un perro.

¡Maldito sea!

Antes de que pudiera razonar más al respecto y decirse que debía calmarse, Christian se encontró atrayendo la cabeza del joven y juntando sus labios sin ninguna reserva. Jack reaccionó de inmediato rodeándole el cuello con sus brazos y poniéndose en puntas de pie. Sus delgados dedos se movieron por su cabello y le dieron un ligero tirón apasionado mientras Christian le sostenía las nalgas con sus manos, sobando su dureza e imaginando lo fácil que sería abrirlas para darle paso a lo que sea que quisiera ponerle. Para ser un chico tan delgaducho tenía un espectacular trasero, del tipo que haría delirar a alguna riquilla de secundaria o incluso mayores. ¿Cómo se vería con un uniforme escolar? ¿Una escena de maestro y alumno? Iba a acabar perdiendo la cabeza.

Recuperó algo de raciocinio sólo cuando las notas piano llegaron a sus oídos y se percató de que había subido al más joven a la superficie alta que estaba más a su alcance, el cual había resultado


ser el piano. Las notas salieron disparadas como una alarma para sacarle de la nube de su propia lujuria, sólo para encontrarse que el joven continuaba moviéndose para recibirle entre sus piernas y sentir el relieve de su miembro por encima de sus pantalones de tela ligera.

-Basta –jadeó recuperando la consciencia con cada inhalación.

El joven lo tocaba de una manera demasiado deliciosa y sus dedos le rodeaban, bajando y subiendo con maestría por lo que era su largo.

-¿Seguro, padre? ¿No quieres darle a tu hijo algo para que tenga buenos sueños?

Oh, nene, no tienes idea de cuánto deseaba hacerlo. Pero más que nada no podía permitirle que tomara las riendas del asunto. Podía ser un terrible antecedente para el futuro. De manera que, haciendo tripas corazón, Christian le dio un manotazo antes de que le obligara a hacer algo de lo que podría arrepentirse.

No había pasado años evitando cometer errores de novato para verse convencido por un chico de las calles para hacerlos ahora.

-¿No entiendes lo que es un no? –le reprochó.

Jack descendió la mirada, cobijando su mano golpeada contra su pecho como para protegérsela. Al verlo Christian se dio cuenta de cuál era otro de los problemas o ventajas, dependiera de cómo se viera, de haberse decantado por miembros del sexo masculino en lugar del femenino. Ahora, en lugar de guiarse por sus gestos, sus miradas o el tono de sus voces agudas ahora sólo tenía que ver hacia su entrepierna para ver una polla ajena a la propia exhibiendo la misma dureza que quería liberar de sus pantalones. Conocía la textura que podía tener. Por curiosidad incluso había llegado a probar su sabor y tenía uno mucho más fácil de distinguir que cualquier coño por el cual hubiera pasado su lengua. Una indeseable hambre le embargó, pero se forzó a reprimirlo.

-Perdón, padre –emitió Jack en voz baja.


Christian suspiró, sintiendo que con eso le desarmada el enojo. Al menos el muchacho malicioso tenía una cierta idea de cómo debía comportarse, incluso si tenía que recibir cierto incentivo para actuar de esa manera aceptable. Necesitaba todavía modificar un par de cosas si esperaba que durara un poco más que los otros.

-Ya tienes lo que querías –le recalcó Christian, dando a su pesar un paso hacia atrás. Iba a tener que matarse a una paja en su propio baño si quería tener alguna esperanza de tener un buen sueño. Apenas estuviera todo bien arreglado ya se encargaría de hacerle pagar su insolencia-. Ahora vete a dormir.

Christian dio un paso hacia atrás para darle oportunidad de bajarse del piano por su cuenta. Las teclas volvieron a emitir su triste música falta de belleza cuando Jack tuvo que apoyar una mano encima para sacar su trasero de ahí. Eso no podía ser una posición bastante cómoda para follar en paz. Hizo una nota mental de hacérselo de esa manera un día en que lo tuviera atado, amordazado y la única cosa que pudiera hablar fuera el instrumento. No sabía tocar muchas cosas con el de modo que sería un interesante cambio para él, acústicamente hablando.

-Buenas noches –dijo Jack sin verlo, pasando por su lado en dirección de nuevo a las escaleras.

Christian se dirigió hacia la puerta que iba a la cocina para recoger el vaso que el joven había dejado en el suelo y bebió los últimos rastros de líquido que quedaban en el fondo. Desde arriba le llegó el sonido de la puerta luchando para ser cerrada. Christian bebió el borde adonde quedaban las marcas de los labios de Jack, incapaz de no recordar la sensación de sus bocas unidas cuando se besaban. De verdad no recordaba la última vez que había tenido tanta necesidad por uno de los chicos. Ellos habían sido apenas barras de chocolate. Jack era la cena principal.

Extraño. Pero muy excitante.


Capítulo 4: El diablo está en los detalles

Una alarma repentina espantó a Jack fuera de sus sueños y por unos segundos se preguntó si era una nueva locura de Tom creada con el indirecto propósito de amargarle todavía más la vida. Apretó las sábanas entre sus dedos, sintió el olor de su propia cabeza en las almohadas suaves y parpadeó confundido a la luz ya encendida de su cuarto. Le tomó unos parpadeos poder acostumbrar los ojos pero finalmente pudo ubicarse en el tiempo y espacio, justo cuando una voz salió desde su costado.

-Buenos días –dijo Christian, sentado en una silla.

Jack casi espantado hasta que reconoció de quién se trataba y sólo le quedó extrañeza.

-¿Por cuánto tiempo has estado ahí?

El hombre tenía un libro sobre el regazo que cerró con calma tras colocado un marcador de papel y lo dejó encima de una cómoda. Jack vio que se trataba de una novela grande cuya portada sólo contenía el título de la obra y el nombre del autor en letras doradas en relieve. “Crimen y castigo” de ya no sabía quién. Era un libro grueso y parecía que su lectura a manos de Grey estaba bastante avanzada. ¿Para qué se podía haber traído eso hasta su cuarto y justo antes de que se despertara?

Jack miró hacia su mesilla de luz. Un reloj alarma digital de última generación estaba entonando su segunda ronda para poder despertarlo. Estaba seguro de que eso no estaba ahí anoche. Se habría dado cuenta.

-Un tiempo ya –dijo Christian y se levantó con confianza para apagar la alarma finalmente-. Babeas mientras duermes.

“No lo hago”, pensó Jack como inmediata respuesta antes de percatarse de que tenía la boca seca y al subir la mano se restregó la humedad dejada en su mejilla. En la almohada también había una


mancha por el sitio adonde debería para alguien que hacía exactamente lo que Grey acababa de sugerir.

-Ah –dijo. Sinceramente no sabía que eso podía pasar. Habían pasado años desde la última vez que tuviera una almohada de verdad y no sólo su mano-. Disculpe –dijo, pensando que a lo mejor eso era lo que estaba esperando el hombre.

A él le parecería una completa estupidez, pero qué sabía él de lo que hacían o no los ricos. La idea de que lo estuviera esperando, viéndolo babosear sus cosas mientras dormía, tampoco le hacía especialmente feliz. Christian se irguió con las manos a la espalda.

-No te preocupes. De todos modos iba a enviarlo todo a limpiar. A las sábanas se las envía a limpiar diariamente –le informó Christian con un tono que sugería que ya sabía que esa novedad iba a maravillar a Jack.

No lo hizo. Pero era bueno prescindir de un regaño nada más levantarse. Salió de la cama restregándose los ojos y vio que Christian Grey no sólo estaba parado con el libro bajo el brazo, pero también tenía un traje de negocios que sin duda debía provenir de algún diseñador demasiado costoso para la mayoría de la gente. “Ah, claro”, pensó en un súbito momento de claridad. “Hoy es lunes, debe estar por ir al trabajo.”

-Levántate y estate listo en unos diez minutos –le indicó el hombre en cuanto lo vio de camino al armario adonde estaba la ropa con la que ya venía el cuarto-. Vamos a salir.

-¿Adónde? –preguntó Jack, sorprendido, volviéndose.

-Si vas a vivir aquí necesitarás tus propias cosas, ¿no? Ahora sólo tienes un aproximado, pero me imagino que son todavía demasiado grandes para ti. Todavía pareces un vagabundo con ellas puestas, de modo que es tiempo de arreglarlo.


Christian se dirigió a la puerta, sin darle oportunidad a responder. Tampoco se le ocurría qué podría responder a eso más que lo obvio: que todavía era un vagabundo. Pero antes de que el hombre saliera del cuarto, se giró hacia él.

-Por cierto –dijo. Su cruda mirada grisácea se dirigió cual lanza hacia los suyos-, lo de anoche no quiero que se repita. No puedes andar por la casa prácticamente desnudo de esa manera. Vas a pescar algo. Si sientes demasiado calor dímelo y veremos de arreglar el termostato.

Jack se mordió la lengua para contener una sonrisa sardónica. ¿Se creía en serio que iba a tragarse esa patética excusa? Y si creía que no había visto la manera en que lo había visto durante la noche estaba bien equivocado. Debía ser también del tipo que no quería ese tipo de distracciones a menos que las ordenara. Así resultaba mucho más aburrido. Se tragó sus ganas de emitir su respuesta en forma de una burla amistosa. Algo le decía que ese tipo ni siquiera se aguantaba ese tipo de cosas. No le veía mucho sentido del humor.

-Está bien, padre –le dijo de forma inexpresiva.

-Bien –asintió Christian, dejándolo solo para cambiarse.

Jack se permitió unos segundos para asimilar su nueva situación. Estaban a punto de ir de compras para él. Iba a ir de compras con un ricachón cuya mansión podría ser un hotel sin problemas. Y si lo que había visto hasta ahora podía servirle para hacer predicciones, seguro iba a insistir en comprarle las marcas más costosas. “Que haga lo que quiera”, pensó, sonriendo para sí. Algo así podía ser entretenido y sería una nueva experiencia para tener. No tenía idea de cuánto pensaba durar, pero si esas iban a ser las cartas que iban a tocarle pensaba sacarles todo el jugo que podía.

En cuanto estuvo listo con otro sencillo conjunto de ropa, de nuevo recurriendo a los cinturones y a los calcetines doblados de nuevo para llenar su calzado, Jack salió de su cuarto para encontrarse de forma sorpresiva con Taylor esperándole justo afuera. “¿Este tipo no hace otra cosa que ser un sirviente?”, se preguntó mientras el hombre le decía buenos días antes de guiarlo de vuelta al comedor. Desde ayer creía que ya sería obvio que por lo menos cuando se trataba de las habitaciones principales sabría cómo llegar, pero parecía que su “padre” todavía no confiaba lo suficiente en él para dejarse manejar por la mansión por su cuenta.


Suponía que estaba bien. Un sujeto con tanto que perder tenía un poco de razón en ser paranoico. Sin decir una palabra, los dos entraron a otro salón comedor más pequeño que el que habían usado para la cena. Christian ya estaba ubicado en la cabecera, leyendo el periódico en una tableta electrónica apoyada justo en frente de su plato vacío. En cuanto los vio entrar no se molestó en apagar la pantalla y le dio un leve asentimiento de cabeza a Taylor.

El hombre se giró sólo para darle una sonrisa amable a Jack antes de desaparecer en dirección a la cocina. Christian hizo un gesto hacia una silla a su lado que ya había sido previamente corrida. Jack se dejó caer, un poco abrumado por la cantidad de comida que había encima. Había desde tostadas con distintas opciones de jalea y mantequilla de maní, cuatro cajas de diferentes tipos de cereales, yogures de varios sabores, leche, azúcar y cosas que sólo había visto desde el exterior de panaderías y quizá alguien le hubiera dicho como se llamaban, pero él personalmente ya no tenía idea cómo se llamaban ahora. Se veían deliciosas.

-Puedes comer lo que quieras –indicó Christian sin despegar los ojos de su pantalla-. SI quieres algo más lo veremos en la tienda más tarde.

-¿Esto es lo que comes todos los días? –preguntó Jack, incapaz de creerlo que un sujeto con esa figura fuera capaz de engullir tanto azúcar nada más en la mañana. ¿A lo mejor pasaba mucho rato en el gimnasio?

-Es sólo para ir sondeando tus preferencias. En cuanto las hayamos tenido más claras la mesa estará menos llena o al menos eso espero –le explicó Christian distraídamente. Elevó un poco las cejas antes algo que vio en su pantalla y se puso a tocar otra sección. Después de unos segundos, mientras Jack estaba ocupado llenando su tazón con un cereal sabor de chocolate, el hombre dejó escapar una media sonrisa-. El contrato está listo. Voy a tener a Taylor trayéndolo en un momento.

Jack llenó su tazón hasta donde pudo con la leche y lo mezcló todo muy bien, dejando que la lecha tomara el color del chocolate, antes de llevárselo a la boca. Sólo había probado de esa marca cuando era niño y volver hacerlo como ahora se sentía como parte del paraíso. Cada vez se le hacía más difícil creer que cualquier cláusula le hiciera negarse a aceptar el trato que estaban llevando. Unos minutos más tarde, mientras Christian mordisqueaba una tostada apenas cubierta por jalea de frambuesa, Taylor apareció desde el pasillo principal llevando una serie de hojas


engrapadas por la parte superior. Con un mudo gesto Christian le dijo de dejarlo cerca de Jack en una zona libre de opciones para el desayuno.

-Gracias, Taylor. Ve teniendo listo el auto para cuando nos vayamos –dijo el hombre.

Jack vio por el costado del ojo que una expresión inusualmente seria pasaba por el rostro del sirviente antes de desvanecerse por la misma sonrisa solícita. “Será que no le ha dejado tiempo de desayunar”, supuso Jack sin darle en realidad mucha importancia. Con la cuchara sobresaliendo de su boca, Jack se estiró a ver por encima de qué se trataban los papeles. Por lo que pudo entender era un acuerdo de absoluto silencio, pero por si acaso había algo más se giró hacia a su señor Grey de qué se trataba.

-Es para asegurar que lo que sea que pase entre tú y yo se quede entre nosotros. Lo último que quisiera es que mi vida fuera parte de alguna revista amarillista o que otras personas se hicieran una idea equivocada. Como imaginarás, tengo mucho interés en mantener mi privacidad en tan buen estado como ahora.

“Para que todavía tenga una posibilidad de recoger nuevos chicos”, supuso Jack. Porque si no se trataba de eso ¿a quién podía importarle lo que dijera un chico de las calles acerca de un ricachón que nadie ni siquiera iba a creerle que lo conocía en persona? Jack recogió el contrato y se puso a ojearlo mientras continuaba llenándose la boca de cereal humedecido y leche saborizada.

-¿Qué estás haciendo? –preguntó el señor Grey.

-Quiero al menos saber bien de qué se trata –respondió Jack tratando de controlar su voz para que no se notara que creía que esa era una respuesta obvia-. Ni siquiera tengo amigos online así que no tengo idea de a quién podría decirle nada, pero si quieres que lo firme prefiero leerlo.

Christian le miró con una cara que decía a las claras que esa no solía ser la reacción a la que estaba acostumbrado, entre incrédula y confundida. Pero dio un leve movimiento de hombros, al parecer decidiendo que no tenía mayor trascendencia incluso si seguía siendo raro y Jack siguió leyendo mientras el hombre mayor seguía poniéndose al día con las noticias.


-Hum –emitió Jack pasado un tiempo.

-¿Sí? –dijo el señor Christian.

-Esto me sigue sin decir exactamente qué clase de relación vamos a tener –dijo Jack, habiéndole dado una repasada general a todas las hojas-. Creía que el contrato que querías que firmara iba a ser sobre eso.

-Eso será más tarde. De nada serviría decirte exactamente qué quiero de ti si luego vas a rechazarlo y contárselo a quién sabe qué remedo de reportero barato.

-No creo que sea la gran cosa-comentó Jack con honestidad-. Personas con mucho dinero y extraños fetiches son como los ingleses y el té. Sobre todo ahora que todo mundo se las da de fetichista. Probablemente te ganarías un montón de admiradores si algo así se supiera.

Christian pareció que iba a decir una cosa, quizá un reproche al respecto, pero lo consideró y al final le preguntó:

-¿Tú crees?

Algo en la manera curiosa en que el hombre lo dijo le hizo gracia a Jack, pero no estaba tan relajado como para olvidarse de mantener cierta compostura frente al hombre.

-¿Por qué no? –dejó salir-. A muchas personas les basta el dinero para volver dios a cualquier tipo de persona.

-¿Te cuentas entre esas personas? –preguntó Christian, ahora ignorando del todo a su tableta para mirarle con tal de tener toda su atención para escuchar qué tenía que decirle al respecto.


Jack se esperaba que le volviera la cuestión, pero no se esperaba que realmente le importara tanto la respuesta. Siendo un ricachón dispuesto a gastar su dinero sin límites en extraños, ¿de verdad podía sorprenderse de que el dinero fuera un factor importante en su relación con otros? ¿Podía llamar a esa sorpresa como una ingenuidad a prueba de balas o simple estupidez?

-No lo creo –dijo, porque realmente no había otra cosa que tuviera posibilidad de decir, no dadas las circunstancias presentes. La fachada humilde era tan fácil de colocarse encima como cualquier otra máscara-. Obviamente que me gusta todo esto que has hecho por mí y lo aprecio mucho. Pero no creo que todo el dinero del mundo podría hacerme aceptar lo inaceptable, ¿sabes? No soy suicida precisamente y me gusta creer que tengo algo de autorespeto.

Una sombra oscura de desilusión se plantó sobre las atractivas y maduras facciones del hombre. Jack reprimió a duras penas su indignación. ¿Qué era eso? ¿Acaso ese tipo quería a un suicida? ¿A alguien que no tuviera el menor sentido de dignidad o aprecio por sí mismo? Porque si esa era su idea, ya podía ir follándose con uno de sus elegantes candelabros. Con su ayuda, si eso era posible.

-Ya veo –dijo Christian con una clara nota de tristeza. “Ve a comer mierda, tío”, le deseó Jack apretando un puño debajo de la mesa-. Para ser un chico de las calles tú tienes tus propios estándares, ¿no?

“Hijo de la puta.” Vivir en las calles no significaba que alguien dejaba de ser una persona. Pero si quería seguir estando del lado bueno de ese sujeto, no podía ir haciéndole saber ese tipo de cosas ni comentárselas como si pretendiera que no iba a tomárselas a pecho.

-No lo sé –dijo con voz suave-. Si sirve de algo, a mí me gusta padre.

Apenas emitió esas palabras, temió que eso hubiera sido un intento demasiado obvio por lamerle el trasero. Pero un tipo así probablemente ya estaba acostumbrado a ese trato y a lo mejor ya ni siquiera notaba la diferencia.


-¿De verdad? –inquirió Christian y al alzar un poco la cabeza, Jack se dio cuenta de que su complacencia era evidente.

El hombre empujó un poco atrás su silla sobre el suelo y tomó otra tostada para untarla en la jalea de frambuesa que sólo él había tocado. Luego de lo cual dio una palmada sobre su rodilla, abriéndose de piernas. La señal no podía haber sido más clara para Jack. Echó igualmente su silla hacia atrás para ponerse de rodillas sobre el suelo y gateó hacia su padre por futuro contrato. Una vez estuvo entre sus piernas apoyó una mano sobre la rodilla que estaba más cerca y luego dejó descansar su mentón encima. Le levantó los ojos con lo que esperaba que fuera la disponibilidad de un buen perro.

Antes de obligarse a bajar la vista para concentrarse en el pecho del hombre en lugar de sus ojos, pudo notar que un gesto de desagrado pasaba por el rostro del mayor. Si eso no era lo que quería, ¿qué buscaba?

-Lo lamento –dijo, apartándose de él para erguir su espalda con las manos sobre sus muslos-. ¿Te he molestado de alguna manera?

No podía imaginar por qué y estaba todavía más molesto por haber recibido esa reacción.

-No, nene –dijo el señor Grey.

Jack ocultó su sorpresa. Era la primera vez en muchos años que nadie lo hubiera llamado así. Sintió que el hombre le ponía la mano encima de la cabeza y le daba una palmada que le pareció condescendiente antes de que lo hiciera mirarlo tirándole sin mucha fuerza de su cabello. Cuando volvió a verlo, el hombre mayor le sonreía con satisfacción. Ese había sido un rápido cambio. En cuanto le acercó la tostada a los labios, Jack comió procurando mantener la boca cerrada mientras masticaba. Después de haber terminado la tostada, Jack tomó entre sus dientes el pulgar de la mano que le sostenía el mentón y le lamió con fruición, envolviendo el pequeño miembro con su lengua antes de rodearlo con sus labios.

El dedo índice le dio una ligera caricia desde la posición en la que estaba. Jack se atrevió a mirarlo hacia arriba buscando una señal de que quería que fuera todavía más lejos y se pusiera algo más


adentro de su boca, pero el hombre le cortó en seco negando con la cabeza y sacando su dedo de su alcance. Jack no pudo evitar notar el bulto que claramente se notaba desde su entrepierna. Christian se llevó el pulgar a su propia boca y probó su saliva. Era evidente que eso le gustaba. Una profunda expiración salió de él en forma de un suspiro lleno de decepción.

-Vas a ser la perdición de mí, nene –le comentó el hombre y se puso de pie, lo que dejó todavía en evidencia su erección, lo cual debió percatarse porque dio un paso hacia atrás, poniéndose encima el saco que había dejado en su silla-. Ponte de pie. Tenemos que ir de compras.

-Sí, padre –contestó Jack mecánicamente. Cada vez que lo rechazaba sentía algo de curiosidad por saber qué tanto era lo que ocultaba el señor que necesitaba toda esa parodia de consentimiento. Al erguirse de nuevo sobre sus pies, recogió el contrato que había dejado sobre su silla-. Quiero seguir leyéndolo –aclaró cuando notó la pregunta en los ojos del hombre.

-Si tienes alguna duda podrías preguntarme directamente.

Jack creía que esas eran sólo palabras que sonaban bien, pero no venían acompañadas con ninguna intención de darles peso. Había tenido toda la noche y el día anterior para aclararle las preguntas que ya le planteó anteriormente y continuaba sin hacerlo, excusándose en la necesidad de otra cantidad de papeles. Bien, si así era como quería pasarle la información, entonces al menos trataría de absorber esta lo más que pudiera.

Los términos legales que desconociera seguro que podría buscarlos en la red… asumiendo que le daba autorización para hacerlo, claro. Si es que tenía algún interés en seguir presentándose como un sujeto justo y no otro tirano que sólo quería un culo dependiente de él al que pudiera follar en cualquier momento que quisiera. Lo que ni siquiera le molestaría o sorprendería demasiado si el tipo de por sí se tenía figurado que vivir en las calles lo volvía un pobre idiota desesperado.

Afuera, en lugar del por sí gran auto que había visto a Taylor conducir el día anterior, los esperaba una especie de limusina negra. Imaginaba que era una especie porque no resultaba tan largo como otros ejemplos que había visto.


-Necesitamos el espacio para las compras –le explicó Christian en cuanto Taylor descendió del vehículo para abrirles una puerta.

Jack tardó un segundo en percatarse de que su padre por contrato esperaba que subiera primero y en cuanto lo hizo se adelantó, incapaz de reprimir su asombro por el espacio abierto en el centro del suelo mientras que los asientos se extendían desde el fondo hasta por el costado. Jack se acomodó en el borde en tanto Christian se ubicaba justo en el medio y extendió un brazo por detrás del asiento mientras revisaba algo en su celular con la otra mano.

Taylor cerró la puerta y entró a la zona del conductor, la cual estaba separada de ellos por un vidrio oscurecido que apenas dejaba ver la silueta del hombre al dar contra el sol. Antes de que se pusieran en camino, una luz fluorescente se encendió sobre sus cabezas. Jack se dispuso a seguir leyendo el contrato de confidencialidad.

-¿Ya has pensado en lo que quieres? –preguntó Christian distraídamente.

-No en realidad –contestó Jack, dándole una media sonrisa de complacencia-. Prefiero dejárselo a los expertos. Yo no tendría ninguna idea de cómo vestirme excepto poniéndome prendas que me queden encima.

-¿Es por eso que elegiste esas ropas? –le preguntó Christian haciendo un leve gesto hacia su apariencia.

Jack se miró de nuevo porque en serio no recordaba qué había tomado del armario. Era una simple camiseta azul con líneas blancas horizontales y el mismo jean que había usado en la noche anterior con un cinturón de color negro. Como calzado se ponía unas zapatillas. Había sido literalmente lo primero que encontró y estuvo más a su alcance. Podía estar de acuerdo en que no lucía como un supermodelo. Por una parte porque era demasiado escuálido y por otra con la ropa de talla más grande de lo necesario ese hecho se veía todavía más evidente. Pero no creía que estuviera haciendo ninguna declaración con lo que había escogido. Como todavía no le había contestado, Christian estiró la mano y tiró un poco del cuello de su camiseta, el cual colgaba tanto para dejar ver parte de su pecho delgado.


-Espero que entiendas que mi hijo no puede ir así –le explicó el señor Grey, dejando caer la tela sobre su piel-. Si decides quedarte vamos a tener que trabajar por poner algo de carne sobre esos huesos. Serías un muchacho terriblemente guapo si sólo cambiáramos eso.

Jack estaba de verdad confundido si tomar eso como un cumplido o no. Casi le hacía recordar a la bruja de Hansen y Gratel pensando en los mejores ingredientes que le llenaran el estómago. Por la manera en que lo emitía parecía que por lo menos para Christian debía tomarlo como uno, de modo que acomodó su respuesta a ese propósito.

-Si tú lo dices, padre. Gracias –Y le sonrió de forma amable.

Unos momentos más tarde llegaron al centro comercial. Taylor condujo el vehículo hacia un piso inferior del estacionamiento. Jack había reconocido la fachada cuando lo pasaban por la esquina y sabía que se trataba del mismo centro comercial al cual habría ido a comer de no haberlo recogido antes el empleado de Grey. Una vez se detuvieron, Grey ni siquiera se movió hasta que Taylor se bajara del vehículo para abrirles la puerta.

-Vamos a estar un tiempo aquí –informó el señor Grey-. A lo mejor tendremos también el almuerzo aquí. Te llamaré cuando estemos listos para volver.

-Sí, señor Grey –respondió Taylor.

Christian le hizo un gesto a Jack para que lo hiciera. Obediente, Jack procuró mantener a un par de pasos detrás de él sin ninguna pretensión de guiar el camino. Era la primera vez que sentía que podía caminar por esos pasillos con unas prendas de ropa nuevas que no hubiera mantenido arrugándose por meses dentro de una bolsa de plástico. Ni siquiera con sus mejores opciones encima se había atrevido a pasar del primer nivel, no fuera que se arriesgara a que alguien llamara a seguridad o a tener que aguantarse a las miradas de desaprobación de un vejete que creía tenerle figurada la vida entera en base a la falta de calidad en su calzado.

En general podía pretender sin problemas que no le importaba atraer esa clase de atención, pero en otros días podía ser de verdad irritante. Sin embargo, ahora, bajo el ala del señor Grey no tenía que preocuparse por eso. Ni siquiera tenía idea de qué clase de tiendas había en los niveles


superiores, pero al parecer no se había equivocado al creer que se trataba de tiendas de ropa más costosas. El señor Grey lo llevó hasta una tienda de ropas masculinas en las que sólo había hombres mayores y una sola mujer inspeccionando camisas encima del mostrador.

Un encargado canoso con camisa, chaleco y pantalones oscuros salió de inmediato a recibirlos, dirigiéndose sólo hacia el señor Christian Grey después de dirigirle apenas una leve mirada de reconocimiento por su existencia a Jack. Al muchacho en cuestión no le importaba en lo más mínimo ser parte o no de la conversación que estaba sucediendo justo en frente de él, claramente refiriéndose a él y su figura, porque todo el lugar de por si lo ponía demasiado incómodo. No podía quitarse la sensación de que ese no era su lugar y que no pasaría mucho tiempo antes de que alguien lo agarrara por detrás para intentar sacarlo de ahí a rastras. Estaba incómodo y cuando el hombre empleado empezó a sacar prendas de ropa de entre los estantes, Christian Grey le sorprendió tomándole del antebrazo para dirigirlo a una habitación conectada a la tienda que sólo contenía los vestuarios.

No había manera de que nada de lo que hicieran ahí fuera presenciado por nadie en la tienda. Christian le indicó de meterse a uno de los cubículos, el cual sólo contenía un espejo de cuerpo entero con un marco de madera claro, un banco y una barra de madera de la cual sobresalían ganchos metálicos para ir colgando lo que fuera que los clientes necesitaran. Christian le dijo que quería que se fuera desnudando y desapareció tras la cortina, dejándolo solo.

Jack hizo lo que se pedía, ya que no tenía nada más que hacer, y se quedó sobre sus calcetines y la ropa interior como únicas prendas puestas. Se sentó sobre el banco a esperar, al lado de las ropas que había tratado de doblar en la forma más correcta posible porque de verdad no podía imaginar cuál era la posición del hombre al respecto. No mucho más tarde, Christian regresó cargando un montón de ropas dobladas entre sus brazos.

-Deja lugar –le dijo.

Jack se levantó y le vio separar a las camisas de las camisetas y de los pantalones. Hecho lo cual, Christian se volvió. La forma en que lo hizo tuvo algo lo suficientemente de improviso para que Jack diera un respingo en respuesta. Pero incluso si el hombre no hubiera actuado de esa manera, la forma en que lo miraba habría sido suficiente para ponerlo intranquilo. Parecía casi… furioso con él. ¿Pero cómo? ¿En qué podía haberse equivocado?


Antes de que siquiera se le ocurriera en pensar en cualquier motivo posible, Christian se le abalanzó y lo puso contra la pared, las manos sobre su cuello. Jack sintió su corazón saltándole al fondo de su garganta, una completa imposibilidad anatómica causada por el puro miedo del momento, hasta que se dio cuenta de que las manos del hombre sólo lo sostenían pero no lo apretaban. Un segundo más tarde las manos subían para elevarle la cabeza y que no tuviera otra opción que aceptar uno de sus besos impuestos en los que un gemido de sorpresa permitió la invasión de la lengua tirana.

Le gustaban los besos del hombre, le gustaba un poco la agresividad, le gustaba la impetuosidad. Pero la sombras lineales sobre el rostro de Christian le hicieron mirar hacia arriba mientras el resto de su cuerpo se acoplaba al del mayor sin siquiera pensarlo. Las sombras provenían de los focos del techo iluminándoles desde arriba de los ganchos de metal. SI Christian Grey o él hubieran sido un poco más altos, el señor Grey ahora tendría un ojo menos.

Esa idea se le hizo tan graciosa que se le escapó una risa que a medio camino se convirtió en otro gemido cuando el hombre le agarró de un muslo para subírselo a la cintura. Jack le restregó su entrepierna ondulando su espalda.

-¿Lo has visto, verdad? –preguntó Christian casi gruñendo contra sus labios-. Todas esas mujeres e incluso hombres babeando por ti a nuestro paso. Lo estabas haciendo apropósito, ¿no? Debe haberte encantado tener toda esa atención para ti, ¿verdad?

Jack se le quedó viendo, incapaz de entender de qué diablos estaba hablando. De verdad que no podía siquiera imaginarlo. No había hecho más que seguir a Christian por detrás. ¿Y no había dicho él mismo que parecía demasiado escuálido para ser todo lo atractivo que podía ser y por eso necesitaba más carne en los huesos? Pero antes de que hubiera sido capaz de formular cualquier clase de respuesta, el señor Grey le impuso otro beso y el agarre sobre la nalga unida a su pierna alzada se intensificó, haciéndole gimotear del dolor.

¿Qué pasaba por la cabeza de ese tipo?

-Si llegas a aceptar mi trato no vas a poder hacer eso, ¿te das cuenta? –siguió Christian Grey, sosteniéndole con firmeza del mentón para que ni siquiera pudiera volverle la vista-. La posición ya


era más que incómoda-. No vas a poder exhibirte ni desplegar tus encantos a nadie más que a mí. Yo no suelo compartir mis posesiones.

-Yo… -jadeó Jack, prácticamente sintiendo a su cerebro correr para ponerse en el correcto papel para la ocasión. Quería usar sus uñas largas para enterrárselos en los ojos, pero al menos no lo estaba ahorcando y debía recordar que no tenía el poder para ejercer esa rebeldía. Todavía no estaba en un estado de peligro tal que requiriera semejante medida-… lo lamento, padre… Voy a tratar de tomarlo en cuenta.

-Con tratar no voy a estar satisfecho –replicó Christian, fulminándole con una mirada helada.

Jack tragó saliva a duras penas. No porque los dedos del hombre se lo impidieran sino porque tenía la garganta seca como una hoja de lija.

-E…entiendo, padre. Lo haré. No me interesa que nadie más me vea que tú, padre.

-Esa es otra cosa –continuó Christian y los dedos justo debajo su mandíbula se sintieron tensarse con ira contenida. Jack no podía moverse, no podía mirar a ninguna otra cosa que a los ojos grisáceos de hielo puro que se clavaban en él-. Es excepcionalmente notable que sepas comportarte tan bien sin ninguna clase de entrenamiento.

-¿No te alegra eso… padre? –inquirió Jack e intentó sonreír-. Eso significa menos trabajo para ti, ¿no? Yo sé las cosas básicas, sé lo que tú quieres… puedo complacerte como tú más quieres.

-El problema, pequeño, es que yo no he sido el que te ha enseñado esas cosas y eso personalmente me irrita. Me hace pensar en cuánta experiencia has tenido antes de conocerme y con cuántos sujetos habrás practicado. No puedo llevarme a la cama a una persona que ha tenido tantos amantes. ¿Quién me asegura que no cargas con alguna clase de enfermedad en este momento?


¿De eso se trataba? ¿De verdad eso le irritaba tanto? ¿Acaso siquiera caía en cuenta de que sólo llevaban conociéndose un par de días? Pero no, no podía perder la calma. Ese sujeto tenía todas las cartas a su favor y él no tenía ninguna. Nadie iba a arriesgar el cuello para salvar a un perro callejero de un ricachón energúmeno que quisiera descargarse contra él.

-No, padre, te equivocas –dijo Jack. Negarlo podía ser suicida o, en todo caso, sólo estúpido porque no habría forma en que lo creyera-. Sólo tuve un Amo, una vez, hace muchos años, pero no he vuelto a hacer lo mismo por ninguna persona. Me he mantenido sano lo más posible. Sólo ha pasado un mes desde la última vez que me hice los exámenes y estaba bien. Viviendo como lo hago realmente no puedo permitirme enfermarme, ¿no es así?

La furia en la expresión de Christian pareció cristalizarse y suavizarse un poco, convirtiéndose en escarcha de descontento. ¿Acaso había decepción también? ¿Tan acostumbrado estaba a ser el primero de todos los otros chicos? Y pensar que otros dominantes estarían felices al encontrar a alguien así…

-Él está muerto –aclaró Jack, agradeciendo que el agarre en su cuello se suavizara para poder bajar el mentón. El tacto de hombre se pasó a su clavícula con su pulgar presionando el hueco que tenía por el medio-. Él sí estaba enfermo, por eso nunca me tocó con su propia piel –El señor Grey lo estaba escuchando con atención, de modo que continuó-. Fueron dos años en los que me entrenó como su mascota y luego murió. Quiso dejarme algo de dinero para que pudiera seguir manteniéndome solo, pero sus hijos no lo permitieron y tuve que volver a las calles de nuevo. He hecho lo que he podido para seguir adelante, pero eso fue todo. Nunca repetí lo mismo por nadie.

La ira, que le había parecido tan sólida como el mármol, parecía haberse evaporado del todo en el aire y sólo quedaba la curiosidad. La negra curiosidad que sólo preguntaba las cosas que no quería responder, pero debería porque así eran las cosas.

-Eres demasiado joven para que haya sucedido hace tanto tiempo como dices –dijo el señor Christian y Jack tuvo la tentación de girar los ojos por su ingenuidad al creerse que tenía 21 años-. ¿Cuántos años tenías entonces?


Jack en realidad quería preguntar si eso tenía alguna importancia, pero ya se sabía mejor que eso su camino a seguir. Hombres como Christian Grey jamás hacían preguntas por las cuales no esperaran una clara y concisa respuesta. Mientras más positiva y a su favor estuvieran, mejor.

-Tenía 16 años, señor –contestó y en su fuero interno notó el esfuerzo que le costaba mantener un tono casual.

De pronto casi sintió un subidón de espanto cuando el pulgar de Christian empezó a acariciarle la mejilla. Reprimió con todas sus fuerzas su impulso de apartarlo de un golpe o de volver la cabeza. No quería compasión, ni de él ni de nadie. Había vivido bien por su cuenta, no la necesitaba. Por eso era más fácil decir que sus padres lo habían echado al descubrir sus tendencias homosexuales, cuando se enteraron de que era ateo, cuando creyó que podría hacer mucho mejor en la vida sin ellos. Cualquier excusa antes de tener una adonde la gente tuviera esa asquerosa mirada que sólo le dedicaban a las pobres palomitas inocentes que no se merecían la mierda que les tiraba el mundo. Le repugnaba esa mirada. Lo hacía sentir débil, como una víctima.

-16, ¿eh? Es todavía un año más de lo que yo tenía cuando me inicié –continuó Christian inesperadamente, causando que Jack lo mirara con genuina sorpresa. Christian le sonrió como si esa fuera una reacción más que esperable dadas las circunstancias y siguió hablando, sin dejar de acariciarle la piel lampiña-. ¿Qué sucedió con tus padres, pequeño?

Ah, no, eso sí que no, se decidió Jack. Podía ser honesto acerca de muchas cosas, pero otras prefería llevárselas contigo hacia la tumba. No porque fueran especialmente importantes o vergonzosas, sino porque algo debía ser todavía suyo mientras bajaba la cabeza y pronunciaba la misma cantinela de adoración y obediencia que aquel otro hombre mayor y enfermo le había inculcado a fuerza de regaños y firmeza. Sólo de pensar en él era imposible no notar las diferencias abismales que existían entre esos dos Amos que el destino o el diablo había puesto en su camino. Aquel se había sentido mucho más como un padre que todavía como compañero de fantasías llevadas a la realidad que lo que se había sentido el que tenía el frente.

Entonces había sido divertido someterse y ceder, parte de un entretenido juego en el que siempre se sentía seguro y en cuyos brazos siempre podía confiar caerse con los ojos cerrados. Este era un trabajo y uno por el cual no tenía las mayores esperanzas de poder durar antes de que debiera tirar la toalla de forma definitiva. Podía ser un viejo verde calentón que todavía tuviera buena cara y a lo mejor supiera follar bien, pero no era más que otro creído que se pensaba el rey del mundo


y en realidad era como un bebé demasiado poderoso cuando existía la más mínima duda al respecto.

-Murieron, señor –informó con voz monótona, sólo agregando la correcta expresión de tristeza y lamentación para no parecer un desalmado o, el cielo no lo quisiera, alguien capaz de desafiar sus caprichos-. Si no le importa, mi señor, preferiría no hablar de eso. Además no veo por qué eso sería importante –Movió su cabeza contra el pecho de Christian y puso las dos manos alrededor de su cuello. El movimiento, como pudo notar, causó un leve estremecimiento en el mayor, cosa que le satisfizo, pero por otra parte no provocó que este lo apartara por tomar la iniciativa en algo para variar-. Eso pasó hace muchísimo tiempo, mi señor – Casi un año, para ser más exactos. Se enterró contra él como para dar más énfasis a sus palabras-. Ahora le sirvo a usted y es todo lo que importa. Piénselo como que usted ahora puede disfrutar de un hijo obediente que tendrá una mejor idea de cómo hacer que su padre se sienta orgulloso que otros chicos disponibles. Ese será mi regalo para usted, señor.

Esperaba que se creyera esa montaña de lisonjas porque si no lo hacía, ya no sabía más que hacer. Hacerle semejante escena por un ataque de celos (los cuales de por sí eran irracionales, pero los suyos ya se propasaban) ya le había descolocado demasiado y en lo absoluto se habría esperado que tendría que confesar sus antecedentes sumisos con anterioridad. “Aunque él también me confesó los suyos o al menos una parte”, pensó. Quince años había dicho, ¿cierto? Y creía que él había tenido y seguía teniendo una adolescencia jodida. Pero una familia equipada con su buena cantidad de millones seguramente ayudaba bastante a limpiar casi todas las heridas, o al menos eso suponía Jack.

Permanecieron en completo silencio lo que le pareció una eternidad hasta que, inspirando con inusitada fuerza por encima de su coronilla, como si estuviera aspirándole la caspa de entre los folículos, Christian le aferró de la nuca y le abrazó.

-Realmente –dijo el hombre, hablando contra su cabello con olor a manzanas- de verdad espero que no me decepciones, pequeño. Ya he tenido demasiadas decepciones para molestarme en contarlas.

Por la forma en que se manejaba, Jack no lo puso en duda ni por un segundo. Y si un sujeto ya conocido en la materia como él estaba teniendo dificultades para ponerse al día con ese sujeto voluble, ¿qué tanto peor iba a ser para un simple novato? Sería imposible aguantarlo y quedarse


cuerdo. Por primera vez en un buen tiempo agradeció el hecho de haber conocido a su primer Amo y haber tenido la posibilidad de aprender bajo su mano, porque al menos ahora contaba con una oportunidad para sobrevivir a ese nuevo obstáculo. Pero la decepción ya le había llegado a él de pleno, incluso si desde el inicio se había afirmado que sería sencillamente imposible que ese ricachón pudiera complacerlo en la exacta manera en que necesitaba que fuera.

Así era la vida de un trabajador, después de todo. Alguien tenía que ganarse el sueldo y vender su cuerpo y regalar caramelos en forma de palabras no representaba en lo absoluto un concepto nuevo que jamás hubiera puesto en práctica.

-No te preocupes, padre –le dijo Jack, devolviéndole el apretón por las caderas, lo que causó otro estremecimiento pero fue seguido por una falta total de respuesta verbal-. Nunca me atrevería a molestar a mi padre.

Christian le dio un beso rápido en la coronilla. A pesar de que la erección en sus pantalones y la suya propia bajo su ropa interior no era para nada discretas, el hombre mayor insistió en que se pusiera las nuevas prendas y Jack supo en el mismo instante en que inició que sería una guerra perdida el tratar de convencer a Christian que no era un muñeco a tamaño natural al que podía vestir como si no tuviera autonomía sobre sus propios miembros. Al menos ya no era tan brusco como cuando le había lanzado contra la pared, aunque casi odiaba también el aire… paternal que había respecto a sus movimientos en relación con él.

Todavía se le escapaban roces por sus piel pálida, todavía lo tocaba más de lo que era necesario y sólo un verdadero inocente podría ignorar el brillo de su mirada al subirle o bajarle los cierres de los pantalones, incluso cuando la erección de Jack hacía tiempo se había desvanecido, pero aun con eso había un cierto cuidado, una cierta delicadeza, un pequeña y minúscula fracción de todo el escenario que realmente podría ser de un padre sólo ayudando a su hijo a vestirse. “Bueh, por nada habrá sido que tiene ese particular fetiche”, pensó Jack, decidido a no darle más vueltas al asunto ni darle más profundidad de la que merecía el asunto. “A saber de dónde lo habrá sacado. A lo mejor fue su padre el que lo inició a él o quién sabe.”

Seguía pensando de esa manera perezosa, sabiendo que sus opiniones respecto a las prendas o cómo quedaban en relación a su entera apariencia iban a ser completamente irrelevantes. Christian no quería darle la ropa que a él podría gustarle o que podría combinar en algún remedo de estilo que el más joven pudiera haberse formado a lo largo de sus años de existencia. Sólo


quería vestir bien a su propiedad con lo que a él le provocaba placer y si así podía mantenerlo feliz, a Jack le parecía perfecto. La ley del menor esfuerzo posible a veces era la única ley por la que se podía seguir, sobretodo si no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo o de cómo hacer lucir bien lo poco que hacía. Eso no valía la pena trabajar. Lo mejor sería dejárselo a los expertos, a aquellos que pasaban día y noche pensando en esa clase de asuntos, en saber combinar los tonos para darle más vida a alguien que se mantenía del sol tan alejado como un vampiro y tenía el cuerpo de uno que bien podría haber recién salido de la tumba después de una siesta de 117 años.

Todo lo que Christian quería en él se lo probaron y todo lo que le parecía era digno de caminar a su lado tenía que pasar por el visor siempre puesto en positivo del encargado de la tienda, el cual apenas se encargaba de proveer de accesorios acorde al conjunto seleccionado. Para cuando finalmente acabaron en elegir trajes de diferentes tonos, formales, no formales y casuales (que le pegaran un tiro si tenía la menor idea de cuál era la diferencia entre esos últimos), Jack se estaba aburriendo en serio y, como no podía dejar volar su mente por las fantasías sexuales que con cada segundo más se convencía jamás podría realizar, no fuera que el encargado le viera la erección y le formara un escándalo o, peor aún, acabara pillándole algo importante al ajustarle los pantalones, también estaba comenzando a irritarse. Al final ellos salieron con tantas bolsas que por tuvieron que llevar entre los dos si tenían alguna esperanza de salir con todas.

Habían sido largas horas las pasadas dentro del vestuario, y para Jack habían parecido todavía más largas, de modo que no fue una sorpresa para nadie ver que ya era la hora del almuerzo. Christian Grey insistió en que “su joven acompañante” pudiera salir vestido con las nuevas prendas que le había conseguido y ahora al menos se veía más normal. La ropa lucía normal y uno sólo podría imaginar lo mucho que había costado tras haberle visto las etiquetas o los logos de sus costosos diseñadores en el interior.

En cuanto salieron finalmente de la tienda, Jack abrió la boca para sugerir el lugar adonde siempre compraba sus emparedados, como ahí tenían menú variados y todo, hasta donde él había probado, sabía delicioso, pero sin perder más tiempo Christian se dirigió simplemente hacia un restaurante adonde flotaba el olor de los postres en exhibición y los platos calientes de distinto origen.

Había pasado por enfrente del restaurante varias veces, sintiendo envidia de los mocosos que podían pedir los postres más dulces después de haber sido alimentados con las cenas más grandes, sabiendo que jamás podría reunir el dinero suficiente para poder sentarse y pedir un vaso de gaseosa. El simplón de Jack sólo podía ver desde afuera y atragantarse la nariz con el aroma de sus platos. Como el hijo por contrato de Christian Grey, un mesero les guió especialmente hasta una


mesa más privada al fondo, por la zona adonde había parejas disfrutando de su comida apartados de las familias.

Christian se sentó primero. Jack no sabía cuál era el lugar que le correspondía hasta que Christian hizo un leve gesto, casi irritado porque no se hubiera movido lo suficientemente inmediato, en dirección a la silla justo en frente de sí y Jack se apresuró en sentarse. Dejaron las bolsas en las sillas vacías que cada uno tenía justo al lado. El hombre mayor hizo el pedido sin molestarse en preguntarle qué podría preferir y el mesero se retiró haciendo una pequeña genuflexión.

No parecía que Grey estuviera especialmente interesado en entablar conversación, viendo cómo se mantenía revisando su celular, de modo que Jack aprovechó el silencio para mirar alrededor, tratando de absorber lo más posible lo que no podía haber sido más que un sueño en el pasado. Sólo detrás de ellos una pareja acababa de recibir su orden e incluso adonde estaba ellos el olor de los platos calientes estaban llenándole los pulmones, haciéndole humedecer la boca con cada segundo. ¿Iban a tardar mucho?

Christian dejó de teclear en la pantalla de su aparato y bloqueó la pantalla para ponerlo a un lado de sus cubiertos.

-El contrato estará ya listo cuando lleguemos a casa –le informó de improviso.

-¿De verdad hace falta el contrato? Con mi…-Jack se cortó antes de decir que con su antiguo Amo nunca había necesitado ningún contrato. Con tener una palabra de seguridad y los límites infranqueables claros más allá de toda duda había sido suficiente. El resto habían podido arreglarlo con ir probando qué les funcionaba y qué no. Había sido todo un proceso más bien natural. Pero la razón de que no hubiera querido explicar eso era porque no tenía deseos de provocar otra escena de celos o alguna clase de castigo imprevisto por atreverse a recordarle a ese hombre en su presencia. Trató de salvar la conversación-. Digo, ¿no podría ser suficiente que lo hablemos nada más?

-Es mucho más rápido y sencillo presentarte con una lista de la mayoría de cosas que espero obtener de nuestra relación. Si tienes dudas estas se preguntan y las resolvemos. Pero no habrá negociaciones. Si crees que no serás capaz de cumplir con mis expectativas lo sabrás en el


momento en que veas el contrato y decidiremos entonces si toda esta experiencia ha sido o no una pérdida de tiempo.

“Así que te gastaste todo ese dinero en una persona que ni siquiera sabías si querría quedarse o no”, pensó Jack, asintiendo de forma silenciosa para el mundo exterior. Debía ser bonito tener tanto dinero que podía ser despilfarrado así sin ninguna consecuencia.

-Entiendo –dijo, dándole la razón.

-Ibas a decir que con tu otro Amo no tenías contrato, ¿no? –quiso asegurarse Christian Grey, demostrándole que para variar le había puesto atención a lo que salía de su boca-. Cuando se es tan joven es fácil estar abierto a todas las posibilidades. Es fácil creer que uno es capaz de hacerlo todo –Christian dejó escapar una pequeña mueca de desagrado como si ese no fuera sido su caso particular. Jack no sabía si tomar en serio algo así de un sujeto que podía permitirse tales extravagancias y que, por lo que respectaba ahora, en serio se podía permitir hacer prácticamente lo que quiera sólo con el poder de su dinero y quién sabía si no también influencias-. Pero todo mundo tiene que crecer y saber que hay ciertas cosas más allá de sus límites.

Jack se mordió el labio unos segundos, pensativo. De pronto se sobresaltó cuando Christian dio una palmada sobre la mesa. El sonido de los cubiertos rebotando llegó a atraer la atención de los comensales más cercanos, los cuales se les quedaron mirando un instante antes de volver a sus propios asuntos, tranquilizados porque no lucía como que el asunto iba a escalar a mayores.

-No hagas eso –gruñó Christian dirigiéndole una mirada oscura, sin prestar atención a la pequeña conmoción que había formado.

“¿Ahora qué?”

-¿Qué cosa? –preguntó Jack, un poco amedrentado a su pesar.


Esa ligera sensación de miedo se trasladó a su miembro, haciéndolo sentir todavía más indefenso. Cerró las piernas con fuerza y trató de mantener su expresión estoica al mantener bajada la cabeza.

-Morderte el labio –dijo Christian y se pasó una mano por el cabello, claramente frustrado-. ¿Tienes idea de lo que me haces cuando haces ese tipo de cosas? Voy a acabar arrastrándote al baño para follarte si vuelves a hacer eso.

Jamás en toda su vida Jack había conocido a un sujeto más voluble. ¿No se suponía que ya era demasiado mayor para tener esos arranques? El más joven tragó saliva y se obligó a mantener la vista pegada en su mano, apretando una pierna contra la otra. “Lo peor es que probablemente me encantaría que lo hicieras”, pensó para sus adentros, reconociéndose molesto consigo mismo por esa verdad.

De haber sido otro sujeto, uno en el que pudiera tener algo más de confianza, se habría divertido con ir tirando de sus hilos para saber hasta dónde podía llegar y cuáles serían las consecuencias, pero como estaban las cosas todavía estaba tanteando el terreno y tenía deseos por ver cómo se manejaba por su cuenta antes de pretender manipularlo hacia los caminos que él deseaba.

-¿Y por qué no lo haces, padre? –preguntó Jack-. Si usted va a tener tanto poder sobre mí con firmar un contrato, algo así debería ser de esperar.

-Eso es cierto –dijo Christian Grey con una nota de evidente de complacencia y luego suspiró, frotándose las sienes-. Sin embargo tengo mis razones para obrar así. Con eso se supone que es suficiente para alguien en tu posición. No discutas conmigo.

“No pretendía hacerlo” pensó Jack, pero no tenía que ser un genio para saber que eso sería lo mismo que discutir.

-Sí, señor –acató Jack.


No tenía idea de cuánto tiempo podría seguir soportándolo. En ese momento el mesero apareció cargando una amplia bandeja de plata. Le sirvió primero a Christian y luego a Jack. Traía una botella de un Chardonnay que luego abrió con un rápido movimiento de mano. A un asentimiento de cabeza de Christian, el mesero le sirvió una copa y luego a Jack antes de dar otra pequeña reverencia antes de irse.

-¿Vienes aquí seguido? –preguntó Jack procurando mantener una voz suave, en lo absoluto conflictiva.

-Creo que la última vez fue hace un mes –comentó Christian haciendo memoria. Entonces se encogió de hombros, desechando los insignificantes detalles-. Diría que no es tanto tiempo para que se hayan olvidado de mí. Ahora come.

Jack tenía la impresión de que debía de haber venido con otro chico de las calles. Sin ninguna gana de desobedecerle, sobre todo cuando el delicioso aroma le estaba llenando de forma placentera las narices, Jack se dispuso a dejar su plato completamente limpio hasta de la más mínima migaja. ¿El hombre lo quería con carne sobre los huesos? No tenía problema en complacerle. Pareció que esta había sido una correcta decisión porque Christian le sonrió como si el hecho de haber comido tanto se debiera por entero a una necesidad por darle el gusto en lugar de un fuerte apetito. Como sea que fuera, Jack aceptó gustoso la posibilidad de tener postre.

Lo único fue que se dedicó agua en los vasos normales en lugar del líquido cristalino que el hombre mayor bebía a sorbos elegantes. Por la forma en que lo miraba Jack podía decir que sentía curiosidad por su pequeña negativa, pero o estaba lo bastante contento con su manera de alimentarse de momento o realmente le tenía sin cuidado, porque al menos se abstuvo de hacer el menor comentario al respecto.

Durante la comida Christian le hizo apenas unas cortas preguntas acerca de su vida en las calles.

-¿Qué hacías para sobrevivir? ¿Vender tu deliciosa boca en las calles?

Jack se contuvo a tiempo de soltar una carcajada por escuchar semejante expresión tan afectada. Mordió con fuerza la cuchara que usaba para comer su porción de cheesecake (ahora eso sí le


había permitido escoger el hombre dejándole el menú cerca) hasta que el impulso pasó y siguió hablando.

-Más que nada mendigar –explicó-. La gente puede ser muy generosa si sabes cómo provocar ese efecto en ellas.

-No me cuesta nada creerlo –admitió Christian Grey con cierto retintín divertido-. Sin duda que tienes una cierta facilidad con las palabras que no es fácil de encontrar.

El cumplido de verdad había tomado a Jack por sorpresa. No le parecía que había sido especialmente ingenioso alrededor de él, pero, como siempre, tenía que recordar lo que sin duda debía ser la regla de oro tratando con el señor Grey: no discutir. Incluso si lo que decía no le parecía tener el menor sentido.

-Gracias, señor –dijo, dejándole ver una modesta sonrisa-. Significa mucho viniendo de usted.

¿Cuánto tiempo hasta que se fueran a casa? La verdad era que le gustaba el lugar. Le gustaba el ambiente cálido y los aromas, las personas reunidas sin ponerse atención una a la otra y el saber que su única preocupación sería darle su trasero a un viejo verde con demasiado temperamento para su propio bien. Alguien así podía acabar con problemas de corazón. A lo mejor ya los tenía. A lo mejor le acababa dando algo sólo por una vez que se le ocurriera mostrarle una abierta rebeldía. Eso si presuponía que no acababa matándolo antes.

En cierto momento de su tranquila conversación, mientras su mente vagaba por escenarios en los cuales el hombre frente a él caía muerto de un golpe y él debería manejárselas para escapar de la mansión, Jack dejó caer por accidente su cuchara por el suelo. Al tratar de doblar su pierna para recogerla terminó creando una zona para que el instrumento se deslizara libremente sin pretenderlo y el metal brillante desapareció debajo de la mesa. Christian le miró alzando una ceja. Estaba claro que no pensaba ayudarle a recogerla incluso si la cuchara estaba justo debajo de su silla.

-Permítame recogerlo, señor –dijo Jack con una sonrisa de obligada cortesía antes de echar su silla hacia atrás e inclinar el cuerpo hacia debajo del mantel.


Lo malo era que el mantel de por sí llegaba hasta el suelo y tal como estaba ese escenario no podía distinguir adonde había aterrizado la maldita cosa. Lo único que veía claro era la silla encima de la cual salían las piernas cubiertas por los costosos pantalones del costoso grisáceo de Christian Grey. Jack le dirigió una mirada de vacilación mirando por encima de su plato, pero este sólo le dirigió una torcedura de boca que sólo podía expresar impaciencia.

Cuidando de que estuviera fuera del alcance de su mirada antes de hacerlo, Jack giró los ojos y se puso de rodillas en el suelo. Encontró la cuchara de inmediato justo detrás del zapato negro del hombre. Cuando Jack se estiró para tomarla, sintió una irresistible curiosidad para mirar hacia más arriba y, no tanto para su sorpresa como podría haberlo pensado, notó que entre las piernas había un bulto notable. Le tomó unos segundos entender que no se trataba de que el hombre tenía un miembro especialmente grande que apenas podía ser contenido dentro de su ropa interior, sino porque el sujeto se había excitado.

Mientras lo miraba tratando de reconocer la diferencia, Christian Grey se acomodó un poco sobre su silla y su idea de ponerse todavía más cómodo incluyó abrirse todavía más piernas como si no le diera importancia. No hubo ningún gesto aparte, sólo un ligero acercamiento del hombre al borde de la silla. En realidad no podía negarlo. Quería saber qué tanto podía atreverse.

La mayoría de los hombres preferían la privacidad de un basurero o de un callejón por el cual nadie estaba pasando a altas horas de la madrugada. Su antiguo Amo sólo se atrevía siquiera a tocarle cuando se trataba de estar en la seguridad dentro de las cuatro paredes de su hogar. Pero también los había que podían encontrar un verdadero acceso de excitación ante la posibilidad de ser atrapados. Sabía que él mismo se había tocado a sí mismo planteándose escenario así y durante los dos años de su sumisión había llegado a desear que a su Amo se le ocurriera hacer algo así. Pero no se atrevía porque no quería ser arrestado por abusar de menores.

Dubitativo, Jack le puso una mano encima de la rodilla y subió lentamente por la pierna. Los músculos debajo de su mano parecieron contraerse y él alejó su mano, preocupado de que hubiera sido una reacción producto de algún tipo de rechazo. Pero Christian Grey, su padre, sólo le abrió un poco más las piernas sin hacer nada más. ¿Era su imaginación o el bulto había crecido todavía más? ¿Qué tan grande sería?


Jack extendió ahora las dos manos y las subió por sus muslos, sintiendo los músculos trabajados debajo de la tela seguramente cortada por un costurero profesional, diseñado sólo para albergar la ricachona persona de ese hombre. “Última oportunidad”, pensó Jack atreviéndose ahora sí a llegar al bulto para pasarle su mano por encima en un movimiento lento y circular. Christian volvió a moverse un poco sobre la silla, acercándosele todavía más.

Menos mal. Al fin se le presentaba algo familiar y con lo que podía lidiar. Esta vez, incluso si alguien los descubría, la culpa sólo podía ser del ricachón que se dejaba ser chupado debajo de la mesa por su joven acompañante. Lo peor que podía pasarle era que lo tomaran por su trabajador de las esquinas y le impusieran una multa que tendría que pagar con trabajo comunitario, pero no era la primera vez que se arriesgaba a algo así y eso no le había detenido antes.

Se lamió los labios. No podía negar que deseara saber, que quisiera saber. Que quería tener esa experiencia de arruinar la cena familiar de un montón de gente desconocida sin que ninguna de ellas lo supiera jamás. Una secreta y discreta escupida de desprecio a todos ellos que nunca darían un centavo para ayudarle a llegar a ese restaurante, un montón de gente que sólo con mirarlo en frente de la iglesia seguramente ya lo tacharían como un perro más al que pronto dejaría de verse porque se habría muerto de hambre. Pero no iba a hacer así en su caso.

El señor Christian Grey ya estaba cambiando su vida y él iba a sacar todo el provecho que pudiera. A la mierda lo que pasara luego. Puede que incluso fuera mejor si los descubrieran. Que les diera asco volver. Que futuros clientes escucharan sobre ello y se preguntaran quién más lo estaba haciendo sin que ellos lo supieran. Jack luchó por encontrar la hebilla del pantalón, para lo cual Christian Grey tuvo que erguirse en su asiento, y se lo abrió con la misma calma con la que podría ajustarse los zapatos, así evitaba causar el menor ruido posible. Luego de eso sólo fue cosa de encontrar la manera de desprender el botón del pantalón y bajar el cierre dorado con cuidado.

A partir de ahí y con unos cuantos tirones a la tela de los calzoncillos Calvin Klein, Jack tuvo en frente de sí la erección de Christian Grey y comprobó que, a pesar de su estado de solidez, todavía tenía predisposición a dejarse vencer por la fuerza de gravedad y no era tan grande como se lo había esperado. De hecho, podía que él tuviera el miembro más grande.

Mejor que no se le hiciera saber nunca que pensaba eso o ya se imaginaba con cuánto desagrado tomaría esa opinión. Olía extrañamente a una colonia costosa (cuál, no tenía idea, pero alguna de aroma fuerte) y por un largo rato se preguntó si no sería que le excitaba el dolor que le causaría el


ardor de ella sobre su piel. No estaba circuncidado, de modo que Jack tuvo que cerrarlo en un puño y echar la mano hacia atrás para revelar una cabecilla mucho más rosada que el resto del miembro. La piel elástica y manejable estaba decorada con venas que palpitaban bajo sus dedos.

Jack se acercó tímidamente y le dio un par de lamidas de prueba, tanto para saber a lo que se enfrentaba como para saber si el señor Christian Grey estaba de acuerdo con algo más que un trabajo de manos. Parecía que lo estaba, de modo que Jack continuó, entregándose sin más a la tarea. Su antiguo Amo se había dedicado a volver inútil su reflejo de vomitar, de modo tal que dejar deslizar la erección del hombre hasta el fondo de su garganta resultó de lo más sencillo.

Desde arriba le llegó un pequeño jadeo de sorpresa que le hizo sonreír incluso mientras trabajaba. “¿Ves cómo elegir a alguien que tiene experiencia sí compensa?”, pensó orgulloso mientras cerraba sus labios alrededor de la base y chupaba de forma hambrienta mientras se lo deslizaba hacia afuera. Repitió el proceso unas tres veces, moviendo con fruición su lengua en contra de las paredes del tronco para después concentrarse en el hueco del medio de la cabecilla. Todas las lamidas, chupadas e incluso el tragarse sus testículos eran todas técnicas que podía realizar sin emitir el menor sonido.

Y no obstante, la idea de que una persona pasara demasiado cerca, que presintiera algo y le gritara escandalizada a Christian Grey le hacía tanta gracia que de no ser porque tenía la boca ocupada le habría sido difícil contener una suave risa. Mientras tanto las piernas que tenía a los lados y casi tocaban sus hombros se movían apenas a su mismo ritmo como siguiendo un tema que hubiera escuchado espontáneamente en la red. Era todo lo que podía hacer dada la posición en la que estaba y la idea de que estuviera incómodo al tener que verse restringido así también se le hizo divertida.

Para la cuarta vez que puso su nariz contra la entrepierna imposiblemente perfumada de Christian Grey, agitando su garganta como un gato ronroneando, se vio de pronto a punto de ahogarse por una constante corrida que iba a aterrizar directo hacia su estómago. Tragó tomando aire tan rápido que los ojos llegaron a lagrimearle por el esfuerzo. Dejó deslizar el pedazo de carne fláccida fuera de su boca, acariciándole con su lengua sólo por si acaso todavía estaba satisfecho, pero parecía que con una vez iba a ser suficiente.

Al final no había durado tanto como lo esperaba. Tenía su propia erección para preocuparse, pero ya se le bajaría naturalmente más tarde. Era curioso que no le quedara ningún sabor en la boca


justo después. Ni amargo, ni salado, ni dulce, nada. Debía seguir una dieta especialmente aburrida para que fuera así. Al finalizar todo, Jack le puso en orden lo mejor que pudo, subiéndole los calzoncillos grises, cerrando los pantalones grises con mucho cuidado de no pillar nada y cerrando el cinturón por el hueco en el que estaba antes. Desde la posición en la que estaba no podía hacer mucho por el estado de su camisa, pero seguro que él podría arreglárselas. Las piernas se veían rendidas, completamente relajadas y Jack sonrió con buen ánimo.

A lo mejor después de un orgasmo el sujeto era todavía más fácil de tratar. Una vez estuvo todo listo, recogió la cuchara que había dejado a un lado y volvió a su asiento, procurando que al hacerlo Christian viera cómo se relamía los labios enrojecidos e hinchados. Pero el hombre ni siquiera lo vio, inclinando hacia el frente de su plato con manchas de su porción de pastel de chocolate.

-Mesero, la cuenta –llamó con una voz mecánica, después de haber tomado una gran inspiración y al pagarle al hombre, le dio una gran sonrisa junto a una igualmente gran propina por las molestias-. Vamos –dijo a Jack y los dos recogieron las múltiples bolsas.

Antes de que estuviera listo, Christian Grey se alzó y se puso en camino, dejando a Jack con la tarea de tener que trotar para ponérsele justo a la espalda. Estaba moviéndose a un ritmo mucho más rápido con el que había estado caminando durante toda la mañana y Jack sencillamente no podía imaginar a qué se debía. A lo mejor estaba demasiado ansioso porque le firmara su dichoso contrato para poder aprovecharse a gusto de su cuerpo.

Como sea que fuera, el hombre no se volvió ni una sola vez mientras continuaban su camino hacia el estacionamiento, adonde Taylor salió de inmediato del vehículo para ayudar a ubicar las bolsas en el centro de la limusina. Christian le susurró aparte a Taylor mientras Jack ponías las bolsas más grandes contra la división del conductor, tal como el señor Grey le había ordenado con una voz seca.

-Ponte los audífonos–le dijo Grey a Taylor mientras el más joven no podía oírlo.

Taylor abrió los ojos con sorpresa y luego dejó caer apenado sus cejas, pero sabía mucho mejor que decir nada al respecto.


-Sí, señor –Era la única respuesta que podría haber dado.

Cuando se puso en frente del volante, Taylor sacó unos audífonos que sólo debían ser usados para tales ocasiones en el interior del auto y en ningún otro sitio. Se los colocó en los oídos con una mano mientras que con la otra los conectaba a la radio para sintonizar una estación que sabía siempre estaba tocando música apenas sin interrupciones. Subió el volumen hasta el máximo y se puso a conducir.

A sus espaldas, en la zona de los pasajeros, en el momento en que notaron que el vehículo arrancaba y comenzaba a desplazarse por el suelo, Jack se vio de pronto agarrado desde la parte trasera del cuello de su camisa y manipulado con fuerza hasta que su cuerpo estuvo extendido por las rodillas de Christian Grey. Todo había sucedido tan rápido y de forma tan brutal que Jack no entendía cómo había sucedió. Antes de que pudiera formular cualquier pregunta o siquiera expresar su confusión de cualquier otra manera, Christian le desabotonó los pantalones con un giro de muñeca y le bajó los pantalones hasta las rodillas, llevándose su ropa interior.

El ambiente fresco de la limosina con su aire acondicionado activado le dio en las nalgas y el cuerpo del joven se contrajo en un intento de conservar el calor. Una amplia mano se ubicó sobre su nalga y la palma estaba caliente, por lo que los poros se relajaron en contra de ellos antes de que la mano desapareciera para caer en una potente nalgada.

Jack gritó “¡hey!”, una protesta nacida de la confusión más que el pleno rechazo.

-¿Te parece gracioso acaso? –dijo Christian Grey y le azotó de nueva cuenta-. ¿Te parece gracioso tentarme de esa manera en frente de tantas personas? ¿Tanto te gusta hacer el papel de encantador?

-¿Qué…? –musitó Jack, sinceramente desorientado.


Como ya le había sucedido más de una vez en toda la semana con ese hombre, no tenía la menor idea de lo que estaba hablando o de qué podía haberlo provocado ahora. Otra nalgada le hizo apretar los dientes.

-¿Siquiera te imaginas lo que podría haber sucedido si de casualidad alguien te atrapaba haciendo eso? ¿Acaso alguien te lo ordenó? No, ¿verdad? –Otro azote y otro y varios en los que estaba claro que Christian ya no sólo pensaba, sino que sólo estaba descargando la rabia que había estado acumulando desde el restaurante. Jack lloró, gritó, pero no sirvió de nada y ante semejante acusaciones no hubo ninguna oportunidad de defenderse. Christian no gritaba, no alzaba la voz pero hablaba en un helado tono en el que se percibía como una mera cortina de la furia-. Nunca, jamás vuelvas a ponerme en ridículo así, ¿me escuchaste, pequeña zorra? Si lo haces no vas a querer saber lo que sucede contigo. Voy a tener que sacarte con una correa si es como un animal como quieres comportarte.

Después de diez minutos de hablarle de tal manera, Christian le agarró del cabello largo en su nuca y lo arrojó como una bolsa de basura especialmente asquerosa contra la ropa recién comprada. El crujido del plástico le acompañó mientras escuchaba los jadeos del hombre en su lucha por recuperar la respiración tras semejante ejercicio. A Jack le dolía erguirse. Le dolía toda la zona de su espalda baja y parte del comienzo de sus muslos. Acabó rodando sobre el montón y su rostro quedó enfrentado con el logo de la tienda en la que habían estado. En tanto recuperaba él también su respiración y luchaba por contener sus sollozos, Christian Grey se le acercó con las rodillas por el suelo y le hizo darse la vuelta para quedarse acostado en el suelo. Jack se encogió sobre sí mismo en la posición, pequeño e indefenso.

-Ah –suspiró Grey con un evidente deleite-. Era así como te quería ver, pequeño. Espero que hayas aprendido ahora que todo lo que sucede con ese cuerpo tuyo debe ser mi responsabilidad y sólo mía.

Jack no respondió, era incapaz. Le faltaba el aliento. Pero asintió de forma vehemente con la cabeza. Christian Grey se la acarició con dulzura antes de volver a erguirse y volver a su asiento.

Cuando llegaron a la mansión, Jack había logrado recomponerse lo más posible. Para cuando Taylor se bajó para abrirles la puerta, quizá con más velocidad de la necesaria y una obvia cara de consternación, el joven había logrado ya subirse los pantalones y salía por su cuenta llevando algunas bolsas. Christian sólo llevó unas pocas por su parte y el resto quedaron para Taylor. Una


vez de nuevo adentro de la mansión, Christian cargó las bolsas en los brazos de Taylor y le dijo que fuera a acomodarlo todo en la habitación de Jack.

-Dáselas a Taylor, él se encargará –le comunicó a Jack, el cual se había adelantado un poco a ellos al parecer sin ningún destino en frente.

Con un leve cojeo y una lentitud de pasos que no estaban ahí antes, Jack se las arregló para volver y colgar de los dedos extendidos del hombre las bolsas que él había estado llevando. Parecía una carga demasiado grande para un solo hombre, pero Taylor se las arreglaba. El guardaespaldas trató de encontrar algo en la expresión del más joven, pero este volvió la cabeza antes de que tuviera oportunidad de conseguirlo. Su empleador puso una mano encima del muchacho para empezar a conducirlo hacia otra parte.

-Cualquier cosa que necesites estaré en mi oficina, Taylor. No vengas a menos que sea absolutamente importante, ¿de acuerdo?

Taylor todavía miraba la nuca del muchacho con tristeza. A veces odiaba su trabajo. Tantas palabras que quería decir, tantas cosas que podría expresar y la única que podía permitirse emitir era la misma frase que venía pronunciando desde hacía años, pasara lo que pasara:

-Sí, señor Grey.

Christian Grey sonrió y llevó a su nuevo prospecto de hijo a su estudio, adonde desde hacía rato debía haber terminado de imprimirse las hojas del contrato que los ataría oficialmente en la clase de relación que buscaba. No se molestó en ofrecer un asiento al chico porque sabía que todavía iba a pasar un tiempo en el que sólo estaría adolorido. En cambio engrapó las hojas por la parte superior y las dejó en el escritorio en frente del muchacho. Jack lo tomó entre sus manos, lo vio por unos segundos sin leer ninguna línea y levantó la vista.

-¿Tienes algo por pornografía, zoofilia o coprofilia? –preguntó con voz ausente.


-No –contestó Christian Grey con simpleza-. Recojo a mis chicos de afuera, pero todavía espero que sean lo bastante mayores y tengan un aprecio razonable por la higiene. Eso está entre mis límites infranqueables. Todo lo que necesitas saber está ahí.

-Esos son los míos también –comentó Jack dejando caer el contrato en el escritorio y estirándose sobre el mismo.

Por un momento Christian creía que iba a abalanzársele encima (¿a lo mejor queriendo estrenar su relación de una buena vez?) hasta que se dio cuenta de lo que de verdad se trataba: el muchacho estaba sacando un bolígrafo que había dejado justo al lado del teclado de su computadora. Una vez lo tuvo en su poder, Jack se inclinó sobre el contrato y estampó su firma en la línea punteada en la parte inferior.

-¿No vas a leerlo? –inquirió Christian, de verdad sorprendido por ese giro de eventos, tanto que apenas le quedaba sitio para alegrarse.

Jack esperó a tener todos los espacios correctos firmados antes de erguirse y volver a pasarle los papeles. Tenía una enorme sonrisa en el rostro y los ojos le brillaban.

-No me hace falta, padre –declaró el joven y algo, no sabía bien qué, acerca de toda su postura fue ligeramente perturbador para Christian Grey.

Pero era un detalle sin importancia frente a lo que acababa de suceder. La burbuja de felicidad que había estado conteniendo le dio oportunidad de inflarse hasta el punto de devolverse la sonrisa antes de dar la vuelta por su escritorio y reclamar para sí, durante todo el tiempo que estuvieran juntos, los labios de su nuevo hijo. Jack le echó los brazos al cuello. La lengua del joven penetró primero en su boca, pero para variar a Christian no le molestó que el otro decidiera tomar la iniciativa.

Era una ocasión especial. Merecía celebrarse.


Capítulo 5: Iniciación

Su nueva habitación de juegos se encontraba justo al lado de la habitación adonde dormía, obstruida por cerradura cuando fuera que no la necesitara para garantizar todavía mayor privacidad. Christian tuvo que soltar la mano del joven que lo seguía justo por detrás para sacar la llave de su bolsillo y girarla. Pero se detuvo en contacto con el picaporte para volverse a él.

-No te preocupes. Lo que tengo aquí no es mi consola de juego.

Christian le sonrió como si fuera un viejo chiste, por el cual Jack sólo pudo sonreírle como si fuera bastante divertido comentario que hacer a pesar que apenas le había prestado atención a lo dicho. Más que nada deseaba que abriera la puerta de una buena vez y tener su primera experiencia oficial como el hijo de Christian Grey. Cuando el hombre finalmente lo hizo y lo condujo poniéndole una mano sobre la espalda, la habitación estaba en completa oscuridad.

Se escuchó un leve sonido de clickeo cuando Christian presionó el interruptor y unas luces se encendieron a lo largo de las paredes rojas. Su primera impresión fue de decepción. La manera en que los instrumentos y los accesorios estaban desplegados parecía más propia de una tienda de fetiches que la forma en que lo pondría alguien que estaba habituado a de verdad usarlos. No le daba ninguna esperanza el que el lugar en general diera la impresión de ser un útero representado para una obra. Si viera algo así en la habitación de cualquier otra persona habría asumido que sólo era un presumido exhibicionista o un entusiasta coleccionista, vainilla hasta la misma médula.

De no ser por la seguidilla de azotes que le habían caído encima dentro de la limusina esa habría sido la señal definitiva que necesitaba para saber que no tenía nada que hacer en esa mansión y empezar a planear su escape. Pero con el dolor todavía presente en su cuerpo, ahora tenía más confianza y deseo por descubrir la clase de cosas que Christian hacía con las personas que consideraba su propiedad, incluso si su cuarto dedicado a ese tratamiento no le causaba mucha esperanza.

Christian cerró la puerta a sus espaldas, giró la llave sobre la cerradura y comenzó a caminar hacia la cama, quitándose la chaqueta y camisa para ponerlas sobre un gancho de metal en la pared. Luego se volvió hacia él, caminando con lenta deliberación antes de tomarle el mentón y elevárselo para agarrar entre los dientes su labio inferior. La fuerte mordida y la consiguiente


lamida sobre las marcas dejadas le causaron un leve gemido de placer. Pero ahora sabía mucho mejor que alzar los brazos para devolver el beso sin permiso.

Christian sonrió como si estuviera complacido con su auto-restricción y le liberó para comenzar a desvestirlo, besándole el cuello a medida que iba dejando al descubierto su piel pálida. En cuanto le fue desprendiendo la camisa de los hombros, Christian presionó los labios sobre el hueso duro que sobresalía en el mundo en que el final de su brazo se unía a su tronco y chupó con fruición. Era un extraño punto en el que concentrarse, se sentía extraño, pero si así era el guión de la escena entonces jugaría el papel sin inconveniente. Gimió largo y tendido, apartó la mirada con falsa modestia hasta que Christian dejó lo que hacía para seguir por su pecho y aplicarse a sus pezones como si esperara que algo saliera disparado.

No era un gran punto de estimulación para Jack, pero como le resultaba evidente que Christian Grey eran de los que preferían parejas bastantes vocales a lo que él les hacía, de manera tal que pudiera creerse que era mejor de lo que realmente era. Así que el muchacho sacó adelante sus habilidades de actuación para pronunciar los más altos sonidos de excitación sin que se le notaran exagerados. Había tenido su buena cantidad de práctica en el pasado para saber controlar su garganta y que no se notara la diferencia.

Fue un asunto diferente cuando Christian bajó desde su pecho hacia su ombligo y tuvo que morderse la lengua con especial fuerza para no estallar en carcajadas por las cosquillas. Luego de lo cual Christian se irguió sobre sus dos piernas para quitarle el cinturón y dejarlo caer al suelo con sus pantalones. El hombre le quitó los zapatos levantándole las piernas desde el tobillo, arrojándolo detrás de sí con movimientos rápidos. Jack se apoyó en la pared a su espalda para no caerse mientras su pantalón se le era arrancado como la costra de una herida infectada.

Al final no pudo contener un sonido de sorpresa cuando de forma imprevista Christian Grey se agachó para subirle a su hombro, cargándole sin mucho esfuerzo en dirección a la cama roja que tenía acomodada en el centro de la habitación. Cuando lo dejó caer sobre ella, Jack rebotó. No pudo evitar el pensamiento de que le encantaría poder dormir ahí. La textura de las sábanas se sentía bien contra su piel. Se sentía fresco, aunque eso podía ser un efecto también por el aire acondicionado.

Christian le empujó hacia la cabecera y lo besó hasta recostarlo del todo y que su cabeza estuviera contra la almohada rosada. Era increíblemente suave y algo debajo de ella se sentía con una


mínima solidez. ¿Estaba relleno de plumas? , se preguntó con curiosidad mientras Christian le abría las piernas y se las ponía sobre el hombro.

Ya no tenía que preocuparse de ningún germen porque le había hecho tener un enema esa tarde. Había llamado a un doctor profesional y todo para ello. Un hombre viejo, canoso y algo despeinado, casi como una imitación en la vida real de Albert Einstein, que trajo la caja con los instrumentos necesarios y le guió en cómo utilizarlos desde la otra parte de la cortina en su baño. Christian estaba en la puerta monitoreando que el viejo no hiciera nada que considerara apropiado y así se lo había hecho saber más tarde, cuando todo ya había terminado.

También habría querido tener la cortina abierta para asegurarse de que Jack no estuviera pasando por ningún problema y regodearse en ese “delicioso color rojo que se le subía a sus mejillas blancas en las raras ocasiones en las que estuviera muriéndose de vergüenza”, pero el muchacho se las arregló de alguna manera para convencerlo de al menos permitirle cubrirse. Le habían hecho enemas en el pasado y sabía el castigo que podían ser para su ego, pero mezclar un procedimiento de limpieza con placer sexual, sobre todo cuando ese proceso de limpieza debía ser para más actividades sexuales, se le hacía especialmente redundante. De todos modos era la primera vez que tendría que hacerlo solo, de modo que encima de todo debía concentrarse.

Una vez se acabó y los dos despidieron al viejo doctor de la mansión, Christian le agarró de su nalga y algo del contacto volvió a activar el dolor de los azotes que apenas había conseguido mantener bajo control hasta entonces. Jack emitió una pequeña exclamación con una palabrota que le ganó un imprevisto beso dominante que primero resultó en un golpe de diente sobre diente hasta que consiguiera acomodar su cabeza para dejar entrar a la lengua húmeda.

Después de aquel pequeño ritual, Jack casi se sentía vibrar con el deseo de estrenar su cama con Christian usando su cuerpo, pero el hombre le agarró del cuello para apartarlo apretándoselo y después de dejar de besarlo le puso un dedo sobre los labios.

-No hasta esta noche – le dijo el hombre con una sonrisa casi animal.

Después de una siesta que el hombre insistió que tomara a pesar de que Jack no tenía deseos de dormir en lo absoluto, para que así tuviera toda su energía restaurada. Sólo fueron un par de horas en las que Jack volvió a despertarse a la alarma en la mesilla a su lado. Para Jack ya no fue


una sorpresa descubrir a Christian Grey sentado ya no en una silla a su lado sino directamente en un costado de su cama, acariciándole el largo cabello largo y jugando con sus mechones entre los dedos. Desde la primera vez se había figurado que ese iba a ser un evento recurrente en su convivencia con ese hombre. Ya no habría lugar para la privacidad ni momentos en los que pudiera escapar de él.

Bueno, siempre podía tener espacio en su mente y ese se lo podía guardar para sí siempre que quisiera. Algo era algo.

-Estoy pensando en que debería dejártelo crecer –le comentó el hombre-. Lo tienes tan hermoso que incluso cortártelo parece un desperdicio. Es prácticamente un milagro contra todas las posibilidades.

En realidad a Jack le daba igual siempre que al menos fuera capaz de sujetárselo para que el cabello no le estuviera dando calor extra. Por eso no le costó ni la menor resistencia a bajar la mirada para frotar su cabeza contra la mano del hombre y aceptar sus caricias. Esa parte no era mala, en lo absoluto.

-Como el Amo lo desee –le dijo con sumisión.

Christian le tomó de la nuca y se la movió mientras lo hacía acostarse sobre la cama. Luego de haberle besado y acariciarle sus costados desnudos de arriba abajo, dejándole la piel sensible y lista para mayor impacto, el hombre se apartó con una sonrisa.

-Vístete. Es hora de empezar tu entrenamiento –le indicó antes de ponerse de pie-. Todos los preparativos listos en mi habitación.

-¿No te gustaría que fuera así como estoy, padre? –preguntó Jack, quitándose la sábana para que se dejara ver el resto de su piel desnuda, con la única excepción de su entrepierna por la ropa interior.


La boca de Christian se tensó en una dura línea antes de cerrar los ojos con fuerza y cubrirle de nuevo con la sábana. Luego de haber tomado una profunda inspiración como para poder controlar su creciente enojo, Christian tomó un segundo para mostrar de nuevo su amplia sonrisa.

-Me gusta desnudar a mis chicos –le explicó el hombre antes de besarle la frente y darle una ligera palmada en el muslo. Christian Grey se puso de pie con las comisuras de sus labios lo más estirados-. Ponte listo en diez minutos o te llevaré a rastras como sea que estés.

Jack sintió con desmedida fuerza la tentación de dejar pasar esos diez minutos sólo esperando acostado en la cama tal como estaba, pero después de los azotes en la limusina quizá sería más conveniente tomárselo con calma. Para ser la primera vez que podría recibir toda la extensión del sadismo de Christian Grey tenía que estar en el mejor estado posible. Todavía le dolía sentarse demasiado rápido. En el futuro podría empujar todos los límites cuando tuviera una idea más clara de cuál era el modus operandi de Christian Grey.

Y ahora que estaba ahí, podía decir que le sería más sencillo acostumbrarse a la convivencia. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que alguien se atreviera a hacer con él nada más que darle golpecitos en las mejillas con sus miembros erectos y una muy rara cachetada, que el mero hecho de que finalmente se diera con alguien un poco más interesado en promover el dolor en su cuerpo, placentero o no, a lo mejor influenciaba en su cuerpo estuviera recibiendo los estímulos con una intensidad mayor a la normal.

La cera se sentía como fuego con aceite sobre su piel. Las pinzas penetraban como los colmillos de una víbora venenosa desde sus testículos y el dolor de la penetración con apenas un poco de lubricación era como si lo estuvieran serruchando por el medio. Sus gritos eran incontrolables. No sabía adónde terminaba el dolor y empezaba el delirio, mezclándose todo en un torbellino imposible adonde la voz casi se le caía a pedazos de cristales duros que bien podrían enterrarse en sus muslos hasta marcar sus huesos.

Estaba en ese dulce espacio de irrealidad adonde cada palabra que Christian Grey ya no eran palabras sino cuerdas sujetas a sus miembros. Dejó de cuestionar la legitimidad de Christian como un Amo que pudiera servirle para algún beneficio aparte del que saliera de su bolsillo o al menos en ese mismo momento. Ya no era Jack. No tenía más que el nombre que ese hombre que le puso un collar de perro y tiró de la correa sujeta a la argolla bajo su mentón por el cuarto.


Al ver que se dejaba guiar fácilmente (era impresionante la cantidad de cosas que una persona podía guardar su memoria), Christian sonrió con indecible alegría y lo llevó hacia la puerta hacia otra habitación que Jack no había notado ni podría haberlo hecho a menos que estuviera buscándola a consciencia. Christian tiró de un látigo especial que colgaba de un gancho en la pared y unos minutos más tarde la estantería adonde se mostraban grilletes de diferentes texturas junto a plug de varios tamaños se movió sobre un costado, dejando ver un cuadrado de tamaño todavía mayor en la que podrían meterse hasta dos personas lado a lado.

Detrás sólo había oscuridad y Jack entró justo detrás de Christian sin preocuparse caer por un precipicio o encontrarse con cualquier otra sorpresa. En el estado en el que su mente se había sumergido tonterías como palabras de seguridad, límites y reglas se habían escapado por la ventana. Sólo quería obedecer. Necesitaba hacerlo para seguir sintiéndose bien, arriba de todo el mundo y más allá, respirando entre las nubes llenas de esa droga espectacular que era su placer.

Unos segundos más tarde Christian volvía a presionar otro interruptor y las luces se encendían, mostrando una habitación completamente distinta a la que habían venido. El color era blanco en lugar de rojo intenso y el suelo era frío, resbaladizo y ligeramente inclinado en dirección a un hueco que parecía un pequeño alcantarillado.

Había también instrumentos colgando o desplegados a lo largo de las paredes, pero no se trataban de los divertidos o que uno encontraría fácilmente en cualquier tienda de juguetes sexuales para parejas vainilla que decidieran diversificarse en la cama. Eran cuchillos, ganzúas, ganchos de carne, rollos de plástico grandes, cinta adhesiva, tubos de plástico amarillento, agujas, serruchos, una sierra eléctrica para huesos y, sobre una mesita de madera oscura y barnizada, diferentes implementos médicos como bisturíes, fórceps y otras cosas cuyo nombre Jack ya no sabía.

Pero en ese primer momento de reconocimiento, no le prestó atención más que a una cuarta parte de esa decoración y pensó que Christian Grey debía estar interesado en realizar una escena de medical play. Eso nunca lo había probado, pero si el hombre quería iniciarlo también en eso a él le parecía bien. Podía ser hasta divertido. ¿Por qué no? No veía absolutamente ninguna razón para negarse a eso o a cualquier proposición.

Christian le dio un rápido azote en sus de maltratadas nalgas y señaló hacia la cama metálica que estaba en un poco más a la derecha en una zona propia adonde la habitación era completamente blanca, sin nada que pudiera mancharse o estorbar, con la única excepción de la cama. Estaba


cubierta por un mantel blanco y abajo un cuerpo respiraba tranquilamente. Casi que roncaba incluso.

El Jack de antes podría haber reconocido ese ronquido en kilómetros en un instante. Noches tras noches escuchando el mismo sonido y sabiendo que ese era su único obstáculo entre el sueño colgando de sus párpados y el sueño adonde ya no tendría que escucharlo podía hacer eso. Era un sonido tan familiar como el nombre que todos usaban con él. Pero al Jack sobre sus manos y piernas, el Jack que se movió hacia adelante con el tirón de la correa que Christian llevaba en su mano, el Jack que no entendía ni quería entender nada, sólo se puso de pie a la orden de su Amo.

Christian extendió la mano para tomar el centro de la tela en el punto donde la gente por lo general tenía su pecho y tiró de la sábana como un torero haciendo el movimiento de “olé” en frente del animal desorientado. El Jack de antes habría reconocido al cuerpo durmiente, incluso si había sido lavado y desnudado para estar de una forma en la que él nunca lo habría visto. El cabello que parecía hecho de cenizas, la nariz torcida por una vieja pelea en las calles de la que podía hablar por horas como si hubiera sido un evento de proporciones épicas y el estómago sobresaliente. El Jack de ahora vio al cuerpo y luego a su Amo, sin saber que sus pupilas estaban dilatadas. ¿Qué esperaba que hiciera?

En lugar de responderle a su muda pregunta, Christian se movió hacia la línea de instrumentos más cercana y volvió llevando un largo cuchillo digno de un carnicero en un restaurante de cinco estrellas. La luz se reflejó un instante en el grabado de su nombre japonés cuando Christian le tomó la mano a Jack para que rodeara el mango. Hizo lo mismo con la otra mano que sólo colgaba a su costado. Las manos de Christian eran grandes en comparación a las suyas y eran fuertes, rasposas en contra de su piel.

A sus espaldas el pecho del hombre le llegaba a la nuca y la erección que se alzaba desde el interior de sus jeans le estaba presionando la espalda baja. Ante ese estímulo, intencional o no, Jack se lamió los labios anticipándose a cuando se pondría de rodillas para volver a recibirlo en su boca. Pero no parecía ser esa la idea que Christian tenía mientras le hacía elevar el cuchillo hasta arriba del estómago de Tom y un poco a la izquierda, exactamente al punto adonde su corazón latía. Jack echó un poco su cabeza hacia atrás y Christian le besó el cuello.

-Déjalo correr, nene –le gruñó sobre su oreja antes de mordérsela y presionar su mano hacia abajo.


Tom había sido drogado. No sintió nada ni realizó la menor reacción cuando el cuchillo penetró sobre su carne y la sangre comenzó a salir a borbotones, sintiéndose cálida contra sus dedos. El cuchillo penetraba mucho mejor que lo que lo había hecho el miembro de Christian y la súbita idea “lo estamos matando, se está muriendo, se está muriendo” pareció actuar como una explosión eléctrica, conectando a todas las neuronas que se habían dispersado en el espacio.

Jack parpadeó y no tenía la menor idea de dónde estaba.

-¿Eh? –dijo, pero su boca fue ocupada de forma imprevista por Christian y el ligero contacto de un bulto claramente reconocible por detrás estuvo a punto de llevárselo de vuelta.

Sin embargo se aferró al olor del desinfectante en el aire para forzarse a ponerse en el momento, para negarse disolverse de nuevo. La mano de Christian siguió manipulando la suya y sólo entonces Jack pudo ver de reojo lo que estaba haciendo. Ahora sí, reconoció la cara. Entendió todo. Apartándose del hombre, escabulléndose lejos del agarre del cuchillo, Jack subió su mano para cubrirse la boca pero entonces notó que sus dedos tenían manchas rojas y no pudo hacerlo.

Christian Grey giró los ojos con impaciencia.

-Usa el tacho de basura que está allá –dijo de forma irritada, señalando un cubo puesto en un rincón.

Jack corrió hacia allí, sintiendo su correa rebotar contra su espalda y se agachó para descargar todo, dejando escapar un líquido amarillento y verdoso encima de lo que sólo podía ser una aguja y un frasco de anestesia vaciado. Jack cerró los ojos hasta ver estrellas y sólo dejó a su estómago hacer lo que necesitaba. Al final, cuando ya no le quedaba otra cosa que su saliva pegajosa saliéndose en gruesas gotas en medio de profundos jadeos, Jack se dio cuenta con sorpresa de que en algún momento Christian se había movido para sostenerle el cabello afuera del alcance de su rostro. Llegados a ese punto, mientras intentaba recuperar la respiración, Christian le pasó la mano por la frente y le echó unos mechones hacia atrás, acariciándole la cabeza.

-¿Estás bien? –preguntó el hombre y si fuera más crédulo hubiera interpretado su tono como de preocupación.


Jack emitió una débil risita, abrazando el cubo.

-¿Por qué tenías que arruinarlo? –dijo, sabiendo que no miraba fuera de foco porque estuviera mareado, escuchando el sonido de sus lágrimas frías al estrellarse contra su descarga al fondo-. ¿Tienes idea de cuánto he esperado por poder estar ahí en ese punto en que ya no importa nada? Estaba ahí, iba a hacer lo que fuera y tú tenías que ir a sacarme de ahí de una patada. Me estaba divirtiendo, estaba feliz, por qué lo arruinaste…

Jack continuó llorando sin pretender conservar la dignidad. Acababa de perder ese momento mágica y probablemente nunca iba a volver. En parte sabía que era normal sentirse así. Después de semejante subidón debía venir el bajón, era así como funciona, pero todavía no podía razonarlo de ese modo para no sentirse como un nene pequeño cuando Christian lo hizo liberar el cubo para tenerlo llorando y aferrándose a su camisa contra su pecho. En esos momentos necesitaba tanto el consuelo como antes necesitaba el azote. El hombre le frotó la espalda temblorosa.

-Esto es lo que hago con todos mis chicos –explicó Christian y en su voz casi se detectaba la misma decepción que él sentía-. Es así como sé si vale la pena conservarlos o no. Necesito que me acompañen en hacer esto y si no… entonces no hay esperanza. Por favor, tienes que entenderlo. No quiero perderte también a ti.

-Me podrías haber dicho –gimoteó Jack, obligándose a recuperar el aliento entre hipidos. Entonces se le ocurrió una nueva idea-. No me digas que eso estaba en el contrato…

-No –dijo Christian y ahí estaba de nuevo la irritación-. ¿Crees que ese es el tipo de cosas que podría hacer mandar imprimir a un empleado para que Leila a placer? Ni siquiera se supone que esta habitación existe. No puedo darme el lujo de dejar ninguna clase de pistas como un principiante que no sabe lo que hace. Ya he aprendido mi lección en el pasado.

-Entonces… -Jack se alejó un poco y miró hacia arriba-, ¿para esto me has traído en serio? ¿Para matar vagabundos?


-Entre otras personas –Christian sonrió como si fuera una divertida corrección. Su mano se movió de nuevo bajo su mentón y con el pulgar le acarició la mejilla-. Lo único que pido es a un hijo que me acompañe en este, alguien a quien se lo pueda enseñar. Y tú podrías ser ese alguien, Jack. Entre tantos fracasos y tantas oportunidades perdidas, tú podrías ser el único que logre llevar esta pesada cruz conmigo.

Jack sollozó de nuevo, pero ya no sabía por qué y se restregó el antebrazo por los ojos. No sabía qué hacer. Su mente estaba en un blanco más profundo que el océano y ni siquiera sabía si no saldría flotando algún Kraken para devorarlo. Christian le volvió a besar en la frente y lo ayudó a ponerse de pie, sosteniéndolo, incluso si en realidad no necesitaba ayuda para caminar, mientras regresaba a la mesa adonde el cuchillo sobresalía del pecho quieto de Tom como Excalibur desde la piedra. Christian sacó el cuchillo de ahí como si costara nada en absoluto y le levantó una mano con la libre suya.

-¿Qué me dices, nene? –dijo. Su sonrisa podría haber estado en la portada de revistas de moda o para ilustrar artículos acerca de los solteros más deseables, a pesar de los años. De hecho, por su mirada, casi podría haber pasado por alguien mucho más joven-. ¿Le darás una oportunidad a esto?

Jack miró hacia abajo, hacia la hoja brillante manchada con la sangre y otros fluidos provenientes del cuerpo recientemente muerto de Tom. Luego observó el rostro del hombre. Había dejado de roncar. Era la primera que lo veía con los ojos cerrados y la boca abierta, pero sin emitir esos asquerosos sonidos. “Si no hago lo que me dice”, pensó Jack en un súbito acceso de claridad, no teniendo la menor duda al respecto, “me va a matar. Voy a ser igual a Tom.”

Un insondable hueco se abrió bajo su estómago. Odiándose porque su maldita mano no dejara de temblar, Jack tomó el cuchillo que Christian se le ofrecía. Se sentía ligero, casi mareado. Meneando la cabeza con fuerza, se prometió que no iba a perder la batalla y se puso en punta de pie para buscar los labios de Christian. Desafortunadamente no podía alcanzarlos por su cuenta, de modo que estuvo en esa posición sólo hasta que Christian se percató de lo que quería hacer y se inclinó a darle el gusto.

“Acabo de vomitar y el tipo me besa”, pensó y la idea le hizo esbozar una media sonrisa. Christian arqueó una ceja al notar esto.


-¿Recuerdas lo que te dije en la otra habitación, Jack? –preguntó suavemente, poniéndose serio.

-Nope –dijo el muchacho con sinceridad-. Lo último que recuerdo es “aquí no tengo mis consolas” y luego todo es –Sopló aire sacando la lengua, dejando que el sonido fuera lo bastante descriptivo.

Ese no era el lenguaje formal, lo sabía, pero no tenía las fuerzas para imponérselo de vuelta y recordar sus lecciones. Parecía tan fuera de lugar, tan innecesario… De pronto la mano de Christian rodeó su cuello por encima del delgado collar. A pesar del leve segundo de pánico, no estaba apretándole sino que parecía simplemente interesado con sostenerle la base de su cráneo. No obstante aún tenía a su corazón bombeando sangre a máxima velocidad por si acaso. Durante su confusión Jack había dejado caer el cuchillo como un imbécil y este había caído justo sobre el brazo atado de Tom.

-Te dije allá que esto no sería sólo un juego de placer, mi pequeño. Tú y yo vamos a pasar de esas pequeñas ilusiones. Te voy a convertir en mi hijo. Me adorarás y necesitarás como un padre. No podrás siquiera concebir la idea de salir de aquí.

Jack tragó con inmenso esfuerzo. ¡De por sí no se le ocurría cómo hacer eso!

-Pero yo ya lo ha…

-No me refiero a esa clase de necesidad, pequeño. No me refiero al dinero. Esto no se va a tratar de eso. No podrás siquiera concebir la idea de salir de aquí.

Jack se lamió los labios secos e iba a pronunciar su acuerdo cuando Christian le forzó a otro beso, abrazándole contra sí. Luego enterró el rostro en su coronilla y Jack lo escuchó respirar profundamente, absorbiéndolo todo.

-¿Entiendes lo que quiero decir, mi pequeño?


La respuesta honesta habría sido no. No tenía idea de lo que estaba pasando y no estaba seguro siquiera de que fuera capaz de entender. De reojo Jack volvió a ver la expresión inusualmente pacífica del vagabundo y apretó el rostro contra el pecho de Christian, sintiendo sus latidos contra la sien. Todavía olía bien. ¿Se habría puesto desodorante o colonia en algún momento?

-Sí, padre –respondió casi sin voz.


Capítulo 6: Tres puntos aparte

Christian Grey nunca se habría imaginado un mejor resultado para lo cual ya estaba preparado para tirar la toalla. A lo largo de los años había tenido momentos de esperanzas con distintos chicos, destellos en los cuales creía que realmente podía ver un auténtico potencial para ser los perfectos sumisos, sólo para verse decepcionado al cabo de unos meses o de sólo unas semanas. Antes de Jack, el tiempo por el cual más le duró un muchacho bajo su techo habían sido cinco meses y dos semanas. Sí, se acordaba del tiempo exacto. Había tenido que tomarlo en cuenta para poder todas las medidas acordes a la transgresión cuando lo descubrió tratando de escaparse de la mansión a la medianoche mientras dormía, después de una cena de celebración en la que tuvo la brillante idea de tomar mucho más vino de lo que debería haberse permitido.

Cuando la alarma le arrancó de su sueño y corrió hacia el piso inferior, cargando su pistola cargada, preparado para reventar la cabeza de algún intruso especialmente ingenuo, el muchacho había entrado en pánico, destrozado una ventana de la cocina y luchaba por pasar por entre las barras. Se había cortado con el vidrio dentado y la sangre había llegado al lavavajilla. Cuando Christian se las arregló para evitar que sus patadas no le dieran en la cara y bajarlo, asegurándole una y otra vez que podrían arreglarlo todo si sólo se calmaban, que no había necesidad de semejante locura, ya resignado a cualquier final.

Incluso en ese para nada favorable escenario, todavía creía que podría salvarlo. Pero mientras lo llevaba arriba para poder tratar las heridas que se había hecho en la mano y un costado, una al romper el vidrio cuando no pudo forzarlo abierto y otra al intentar pasar por arriba del vidrio al mismo tiempo que luchaba desde el otro lado, el chico sólo sabía llorar y decir y que ya no podía resistirlo, que lo lamentaba, lo lamentaba muchísimo, pero de verdad que ya no podía resistirlo.

Christian hizo todo lo posible por calmar al joven. Después de todo era todavía su padre y tenía que obrar como tal. Después de desinfectarle y tratarle apropiadamente las heridas, Christian le aseguró que estaba bien, que no había problema, que nada malo iba a suceder. Si tanto deseaba irse debió haberlo dicho desde el primer momento en que ese pensamiento cruzó por su mente para que así hubieran podido lidiar con el problema a tiempo. ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Acaso no le había dado todo lo que su corazón había querido? ¿No le había tratado bien en esas raras ocasiones en que se había enfermado? Podía haberse ido cuando quisiera ¿no se lo había dicho antes cientos de veces? Nadie lo forzaba a quedarse.


Se daba cuenta de que pedía muchísimo de cada uno de sus chicos y de que era una situación difícil, pero eso no significaba que fuera un monstruo incapaz de escuchar a la razón. Al final, con un poco más persuasión y las bastantes muestras de afectos entre los discursos acerca de lo mucho que los valoraba y nunca soñaría en que saliera realmente lastimado, sin que ni siquiera él supiera bien cómo, acabaron compartiendo la cama por última vez.

Christian había permanecido despierto durante al menos una media hora, contemplando a su hijo de cabello castaño y ojos celestes, escuchando su respiración profunda y admirando el leve brillo de la luz sobre sus mejillas empapadas de lágrimas. Era tan guapo y había aprendido tan rápido a hacer todo lo que se le pedía. Jamás le contestaba y nunca cuestionaba nada de lo que presentaba. A lo mejor debió haber sabido desde el inicio que era demasiado bueno para ser verdad, pero no había sido así y ese era un tiempo que ya no podría recuperar.

Antes de erguirse y comenzar a estrangularlo contra la cama, sosteniéndole las manos contra sus rodillas para que no peleara, apretando con sus pulgares justo por encima de la pequeña manzana de Adam, Christian había tenido la delicadeza de darle un último beso a sus labios entreabiertos. Ese muchacho había sabido dar unas mamadas espectaculares e incluso mientras se erguía, cuidando de no despertarlo todavía, Christian podía sentir su polla reaccionar para dar su acuerdo y demostrar un latido de vida ante el recuerdo. Podría follárselo de nuevo, le sugería su polla deseosa, que los años no habían conseguido minimizar en lo absoluto.

Decirle que la estrangulación era sólo otro juego erótico y llevarlo a tener un orgasmo antes de desmayarse por la falta de aire. Por experiencia sabía que así era como se sentían más intensamente. Quizá, si lo hacía de verdad bien, el más joven sabría ahora con toda seguridad a qué pretendía abandonar y desecharía esa idea loca de escaparse de su agarre de nuevo. Pero sabía que sólo eran palabras y pensamientos bonitos. Incluso su polla tenía orgullo, un gran orgullo se atrevía a pensar, y una traición así no podía olvidarse fácilmente.

Además ¿para qué perder el tiempo corrigiendo a una mala hierba cuando podía plantar a una rosa en su lugar directamente? El chico se despertó y se agitó, pero era de complexión bastante delgada, a pesar de sus esfuerzos por hacerlo más grueso, de modo que para el más pesado, más fuerte y más experimentado en esas luchas Christian Grey apenas representaba un mínimo esfuerzo mantenerlo quieto hasta que estuvo del todo seguro que todo rastro de vida se había escapado de su cuerpo. Sólo para acabar de estar seguro, Christian le siguió aprisionando con sus manos un total de cinco minutos más antes de por fin liberarlo, a ese cuerpo que ya no iba a responder nada de lo que hiciera y por lo tanto ya no tenía ningún poder para encantar a su polla.


Esta se retiró suavemente como si fuera la bruja del Oeste y un vaso de agua se le hubiera caído encima. Técnicamente podía todavía hacerle todo lo que quisiera al muchacho, o a lo que había sido alguna vez un muchacho, pero la falta de reacción iba a ser aburrida demasiado pronto. Christian entonces se levantó, se vistió, se cargó el cuerpo encima de su hombro y se lo llevó a su habitación oculta dentro de la habitación de juegos.

En el camino le envió un mensaje por escrito a Taylor a través del celular para que fuera llamando a la gente de la basura porque pronto iba a enviarles una nueva carga. Ya lo había hecho varias veces y conocía al procedimiento. Tenía que preparar al cuerpo de modo que pudiera empaquetarlo y tenía las herramientas justo para eso. Hubo un leve momento de felicidad en medio de su oscuridad cuando pensó que ahora sí tendría oportunidad de probar su nueva sierra de huesos. Primero desangrarlos como los cerdos ingratos que eran, luego a la basura con el resto de sus hermanos.

Qué gracioso que fuera justamente aquel chico el que hubiera precedido a Jack. Su Jack, aquel que se había quedado seis meses, contando a siete, y parecía brillar de alegría con su luz propia con cada día que pasaba, no como esos otros muchachos que siempre parecían más que un poco apagados al final, algunos incluso desde el mero principio. Parecía que el joven había nacido para llevar a cabo su rol y las sonrisas juguetonas que era capaz de enviarle por encima de un cadáver recién hecho, generalmente mujeres menudas de cabello castaño, hacían sentir al corazón de Christian una desorientada alegría que no sabía todavía era capaz de tener.

Al cabo de los ocho meses, comenzó a sacar a Jack más seguido a pasear y los llevó a ambos a un inolvidable viaje a unas islas paradisiacas adonde tenía alquilada una casa de verano. Confiaba tanto en el joven que incluso dejó que saliera con la sola compañía de Taylor en más de una ocasión, incapaz de contener su alegría cuando el muchacho regresaba con un pequeño regalo para él, ya fuera en la forma de un dulce o una nueva clase de instrumentos con los cuales torturar su blanco cuerpo. Christian se daba cuenta de que nunca había tenido que usar ninguno de sus discursos de siempre para excusar sus acciones.

Ni una sola vez se le ocurrió mencionar a su madre muerta y los cuatro años de pobreza que vivió antes de ser adoptado por los Grey, porque el muchacho no quería ni necesitaba escuchar el porqué de lo que hacía. Christian sólo tenía que ser, sin responder preguntas, sin pensar en implicaciones, sin cuestionarse motivos, y eso era lo más refrescante que le había pasado. No


tenía que tranquilizar al muchacho con historias acerca de que con él siempre estaría a salvo porque el muchacho ya se sabía cuál era el verdadero trato en ellos.

¡Ni una vez tuvo que inventarle pesadillas horribles y paralizantes para convencerlo de hacer algo que quería, porque él simplemente lo hacía! Era casi como si el muchacho estuviera hecho para él al punto tal que las manipulaciones rutinarias a las que estaba acostumbrado parecían una simple redundancia con él. Nadie nunca le había hecho sentir tan perfecto, tan correcto en su manera de ser, que ese muchacho, ni siquiera su única esposa.

Nueve meses después de su llegada a la mansión y de que hubiera puesto su firma en su contrato, aceptando todo lo que tenía para ofrecerle, al muchacho se le escapó decir que lo amaba mientras se lo follaba una tarde en su estudio sobre el escritorio. Había sido una ocasión casi adorable cuando el más joven se percató de su desliz y se apresuró a taparse la boca, sin atreverse a levantar su cabeza desde la superficie de madera quizá con la esperanza de que su querido padre no lo hubiera escuchado.

Decidido a destruirle esa ilusión, Christian le hizo darse la vuelta con las piernas rodeándole la cintura y embistió contra las posaderas del más joven de esa forma especial que siempre acababa arrancando los más fuertes gemidos de esa garganta. Había sido una sabia decisión escoger un escritorio tan duro y pesado como aquel. En más de una ocasión había demostrado lo útil que resultaba. Jack continuó la lucha inútil contra sus propios instintos, pero esta duró bien poca bajo el placer al que lo sometía y pronto Christian lo tuvo gruñendo y jadeando sin ningún control.

Los interiores de Jack se sentían tan espectaculares como siempre. Era impresionante como a pesar del uso rutinario el muchacho todavía se las arreglara de apretarlo de la forma más deliciosa. Christian le mordió los pezones hasta que el joven se golpeó la cabeza con el escritorio al echarla violentamente hacia atrás. Christian sintió su mano empaparse con los fluidos blancos y se los ofreció a su pequeña boca hinchada para que se los limpieza a lametones, lo que Jack procedió a hacer con la diligencia de un gato. Semejante escena erótica sólo acabó tirándole por el precipicio y al siguiente respiro estalló desde el interior del joven.

Al apartarse vio su esperma gotear desde las nalgas de su querido hijo por la superficie de madera. Otra ventaja de sólo dedicarse a sus chicos y en realidad uno de los mayores motivos por el cual había empezado a buscarlos en primer lugar: ellos nunca se podrían quedar enamorados y, una vez que estuviera seguro de que hubieran estado limpios con anterioridad y que ninguna otra


persona los hubiera tocado, ni siquiera tenía que preocuparse por enfermedades. Christian recogió un poco del sobrante de su esperma y se lo mojó los labios con ellos antes de inclinarse a darle un beso a su hijo, el cual lamió con entusiasmo antes de ponerse a darle ligeros tirones a su cabello.

Sus movimientos estaban salpicados con un precioso aire de pereza. Christian juntó sus frentes y respiró el aliento de su hijo mientras este continuaba jadeando. Incluso con los ojos cerrados podía sentir su mirada azul encima. Todavía esperaba una reacción por su parte por el error que había cometido. Con cualquiera de los otros chicos habría sido un error porque le daría demasiada incomodidad y en el caso de que notara que era un vil intento por caerle simpático apelando a un corazón que no le servía de otra cosa que para latir, hasta podía considerar un castigo físico.

Pero Jack no era como los otros chicos. Se lo había demostrado una y otra vez a lo largo de los meses. El chico nunca había sido otra cosa que honesto con él. Christian le acarició los lados de su rostro, enmarcándolo con su sudoroso cabello negro antes de inclinarse sobre su oreja y decirle que lo amaba también. Luego se irguió y comenzó a acomodarse los pantalones.

-Mejor será que te vayas preparando –le comentó Christian, arreglándose la camisa de nuevo dentro del cinturón-. Tenemos esa cena con…

Pero antes de que hubiera terminado de pronunciar lo que quería, Jack le rodeó el pecho con los brazos y le frotó la cara. Christian se sonrió a pesar de sí mismo y le dio una palmada al hombro para luego decidir que eso no era suficiente y le aspiró el perfume a manzanas de su cabello. Dejó un beso sobre su coronilla.

-Ve –le insistió con suavidad.

Jack elevó la cabeza para darle una amplia sonrisa.

-Sí, padre –respondió con entusiasmo y recogió sus piernas para sacarlas por el costado de Christian, pudiendo salir de encima del escritorio.


Desnudo como vino al mundo y escurriéndose por entre sus piernas los fluidos de su pasión, el joven se agachó (no desde la cintura, lo que habría sido demasiado provocativo y le haría ganar un azote aparte de una rápida y dura follada, sino doblando las rodillas) a recoger los shorts y la camiseta con la que se había aparecido hacía unos veinte minutos. No se había traído absolutamente nada más con la idea de que pasara lo que desde luego había acabado pasando. Una vez tomó también sus sandalias, el muchacho salió de su salón.

Estaban solos en la casa, de modo que no tenía que preocuparse porque ojos indeseables vieran a su propiedad. Christian se permitió disfrutar la visión de ese blanco trasero alejándose de él y recordando, no imaginando, todos los tonos que podía hacer tomar esa piel. En cuanto perdió definitivamente la vista de él, se dejó caer con un suspiro en su silla. Le seguía latiendo muy fuerte el corazón y él estaba todavía más sudoroso que Jack, lo cual estaba seguro no era el caso antes de que apareciera. “Tengo que volver al gimnasio”, pensó con algo de irritación hacia sí mismo.

Había estado tan ocupado con el trabajo y disfrutando de su nuevo hijo (o no tan nuevo, no ahora) que ni siquiera había tenido tiempo de hacer ejercicio más allá del follar y la ocasional escena sadomasoquista con diferentes niveles de dolor. Lo malo era que una hora en la que estuviera dando su caminata sería una hora en la que no tuviera cerca a Jack. ¿A lo mejor podía arreglar que él caminara con él? El contrato sí mencionaba algo acerca de un entrenador profesional, pero nunca había insistido demasiado en ello porque el chico de por sí era resistente y flexible sin ayuda. Desde que viviera bajo su techo el muchacho había ganado masa, pero no tonicidad.

Era perfecto como estaba, pero sería todavía más perfecto con algo de ejercicio. Y mientras hicieran sus caminatas podrían detenerse en lugares apartados del público para llevar a cabo otra clase de actividades mucho más placenteras. Estaba seguro de que a Jack se le haría incluso divertida la idea de hacerlo detrás de unos arbustos, a sólo centímetros de una familia teniendo su pequeña diversión familiar.

Ah, mierda.

Mejor se ponía a controlar esos pensamientos o tendría que correr al cuarto de Jack para disponer de su cuerpo una vez más, lo que sería muy inconveniente porque el chico de verdad necesitaba un baño. “Aunque nadie dice que no se puede tener las dos cosas a la vez”, le susurró desde debajo de su cintura su polla y Christian meneó la cabeza en respuesta. No, no ahora.


Para distraerse de esos deliciosos pensamientos, Christian se volvió hacia la computadora y consultó su correo electrónico. La mujer que le iniciara en todo lo que sabía sobre dominación y sadismo le había respondido a su último correo.

“¿A las nueve te viene bien? Estoy ansiosa por conocer a tu nueva mascota.”

Según lo que Elena sabía, había pasado todos esos años sólo teniendo aprendices en su casa, nada más. Christian no se había sentido preparado para someter a ninguno de sus chicos al escrutinio y aprobación de la mujer sin antes haberlos pasado por el suyo antes, pero ahora finalmente contaba uno al que le pondría la máxima nota sin pensárselo dos veces.

Lo único que no le gustaba era el uso de mascota. No era esa la clase de relación que tenía con Jack y llamarla de cualquier otra manera se sentía como una traición. Sin embargo no pensaba hacer nada para corregir la percepción de la mujer. Ella creía que sólo se trataba de su primer sumiso en varios años, nada más. El tratar de explicarle más podría traer una conversación y preguntas que sin duda prefería evitarse a toda costa. Nunca había tenido secretos para ella y no le gustaba la idea de empezar ahora, pero sería lo mejor.

“Sí, a esa hora está bien. Nos vemos”, tecleó rápidamente antes de enviárselo con un nuevo click.

Miró hacia abajo, hacia su camisa completamente arrugada. Una mancha de semen había caído sobre sus pantalones negros. No tenía idea de quién era. Una desventaja de escoger a los chicos sobre las mujeres: cualquiera de los dos podía ensuciar de ese modo y el culpable nunca podía estar del todo claro. Tampoco importa, determinó encogiéndose de hombros. Sólo tendría que cambiarse a un nuevo traje. Sabía que a Elena le daría más una larga risa ver su pequeño descuido. Prefería evitar eso también.

También había conseguido un traje apropiado para Jack. Le dio la noche libre a las sirvientas y a su cocinero usual, dejándoles sólo con instrucciones de tener preparada la comida para tres personas y lista para ser servida. No quería ni siquiera arriesgar por un momento que alguien indeseable acabara viendo la manera en que decidía decorar a su pequeño hijo. Un rato antes de la hora en que su ex Ama habría de llegar, Christian subió a revisar que todo anduviera bien con este. Después del baño, el cabello largo del muchacho caía como una capa húmeda sobre su espalda mientras daba saltos tratando de subir todo el camino sus minúsculos shorts de cuero. Las correas


que debían ir en torno a su pecho estaban desplegadas en la cama, a la espera de que alguien las ayudara a encajar como debían. Y a los pies del mismo mueble, unas botas en las cuales se embutían en las delgadas medias que deberían poder evitar que le irritaran los pies.

A lo largo de los meses en los que habían estado juntos, de forma curiosa habían sido más bien pocas las que requiriera que Jack se pusiera el correcto tipo de atuendo. Verlo tratando de ponérselas e imaginándose de antemano el resultado resultaba un nuevo placer que continuaba maravillándole. Lo mejor que, a pesar de que podía necesitar un pequeño esfuerzo extra ponérsela encima iba a resultar la cosa más sencilla del mundo sacársela, tomando en cuenta que tenía un conveniente cierre tanto atrás como por adelante. El hueco en sus piernas permitiría que pudiera divertirse con él sin tener que desbaratar el resto del conjunto.

Christian se acercó silenciosamente por detrás y extendió la mano para tocar el largo cabello húmedo del joven. Ya le estaba llegando casi al estómago. Al final no había tenido los suficientes deseos para deshacerse de esa entretención extra. Le gustaba demasiado tener algo así para poder tirar libremente en varios de sus juegos y, además, el joven se veía demasiado bien como para ignorarlo. Pero antes de que hubiera conseguido ponerle la mano encima los hombros de Jack se tensaron y dio un salto hacia el frente antes de girarse. Al verlo sonrió con una disculpa.

-Me asustaste, padre –comentó.

Los shorts estaban todavía un poco debajo de su cintura y arriba le colgaba el suave miembro. Christian trataba de no mirarlo mucho ni ponerle mucha atención, aunque no estaba seguro de por qué. Ese no era el tipo de traje que requiriera ropa interior. Christian continuó adelantándose y le acarició la cabeza para tranquilizarlo. No podía mentir, adoraba el contacto del cabello lacio húmedo entre sus dedos.

-¿Necesitas ayuda? –ofreció.

Jack soltó un suspiro de evidente alivio.

-Por favor.


No siempre tenía la oportunidad de ponerle ropa a su hijo en lugar de sólo quitársela, pero Christian trató de no pensar en eso mientras le subía el cuero sobre su piel pálida hasta cubrirle las nalgas. Jack se embutió su miembro en un costado y puso mucho cuidado en subir el cierre sin tener que agarrarse nada. Luego de lo cual, Christian le colocó las correas y le calzó las botas. Con su ayuda fue mucho más rápido que si lo hubiera hecho por su cuenta, de modo que todavía quedaban unos minutos antes de que Elena apareciera. El hombre le apartó unos mechones del frente a Jack. Su cabello era hermoso, algo digno de contemplarse. Pero considerando que quizá empezara a sudar cuando tuviera que realizar diferentes actividades físicas, sería un problema y una molestia tenerlo suelto.

Para solucionarlo Christian sacó una liga elástica desde un cajón en su escritorio y, de nuevo en el cuarto del más joven, se sentó a la espalda de este con un peine a la mano para empezar la tarea de trenzarle el cabello. Ya lo habían hecho antes, pero los dos solían estar satisfechos con una coleta.

-¿Quién dijiste que es la persona que viene? –preguntó Jack, quedándose quieto sin que se lo tuviera que pedir, balanceando sus pies calzados en las botas desde el borde de la cama.

-La mujer que me introdujo por primera vez en este mundo. Te comenté acerca de ella, ¿no?

-No sabía que seguían en contacto.

¿No lo había mencionado? Qué curioso.

-Bueno, tenemos algunos negocios juntos y además ella es amiga de mi madre, de modo que tenemos que hacerlo. Pero aparte de eso, era realmente ha sido una buena amiga. Hace mucho tiempo ella era la persona a la que recurría para tener nuevas sumisas.

Jack irguió la cabeza, pero no la volvió para verlo.


-¿Sumisas? –preguntó como si fuera una palabra totalmente inesperada para él-. ¿Eres bi entonces?

-No exactamente –dijo Christian, entrelazando las últimas porciones del cabello antes de colocar la banda elástica al final y dejársela caer por la espalda. Jack enderezó sus hombros como si hubiera sentido el cambio en el ambiente. Era frío y la voz de Christian acompañaba a la sensación sonando distante. Sabía reconocer esos momentos los suficientes para saber que estaba cerca de un abismo cerca del cual Christian no lo quería cerca-. Me atraen los cuerpos que puedo poseer y eso es todo.

-Ya veo –dijo Jack con ligereza como si no todavía no hubiera ningún hierro en la conversación que quitar-. Supongo que lo entiendo eso.

De pronto Christian le tomó de la trenza y tiró de ella hacia sí. Apoyándose en sus brazos para evitar caerse sobre la cama de sorpresa, Jack vio desde arriba el rostro del hombre mayor.

-¿Estás pensando en que si fuera una mujer la que te dominara lo aceptarías? –preguntó Christian con una lente sonrisa.

Pero Jack ya no se alarmaba tanto ante esos imprevistos arrebatos. Conocía las palabras correctas y no le costaba pronunciar el discurso que a él le tocaba debido a su papel.

-Si padre alguna vez lo quiere –dijo, sonriendo con placidez-, ¿por qué no? ¿No es por eso que vamos a cenar con tu amiga?

-¿Esa es la idea que te habías formado, pequeño? –Christian le acarició la mejilla, tirando de su trenza con todavía más fuerza-. ¿No te dije que yo no comparto mis posesiones? –El hombre se inclinó y le besó su frente antes de soltarlo y girarse para salir de encima de la cama. Una vez de pie de nuevo, se volvió hacia el más joven-. No te preocupes, esta es sólo una visita de cortesía. Elena siempre ha sido de una gran ayuda para mi aprendizaje en este tipo de cosas. Le debo muchas cosas. El que la invitara a conocerte es sólo una pequeña forma de retribuírselo.


Para Jack esa noción no tenía mucho sentido. Pensó que a lo mejor lo que más bien pretendía el hombre era presumir los trucos de sus perros mejor entrenado. Eso tenía mucha más coherencia con el Christian Grey que él conocía. No le parecía nada malo incluso si ese fuera el caso. Su antiguo Amo podía haber admitido algo como eso sin ningún inconveniente, casi como presumir una nueva pareja o un nuevo televisor que permitiera ver películas en 3D. Pero Christian probablemente no encontraría la comparación muy halagüeña, sin importar que para Jack de hecho lo fuera. Se podía sentir bien ser un tesoro o una extraña adquisición para ser exhibida y envidiada. El que su Amo quisiera convertirlo en eso le traía un alegre orgullo que podía mantener en silencio.

Suponía que igual podía sentir eso incluso si Christian se negaba a aceptar que se trataba de eso. Siendo así, Jack sonrió y cabeceó para dar a entender que lo comprendía.

-Además siempre es mejor simplemente tener menos testigos acerca de que esos chicos alguna vez estuvieron aquí, ¿no es así? –siguió diciendo Christian, buscando confirmación de sus palabras al volverse.

No había necesidad de pretender que no sabía lo que había pasado con los que fallaban en su deber. Más pronto que tarde los dos se dieron cuenta de que ese era un esfuerzo necesario y ahora podían hablar libremente de ello, lo mismo que si sólo se les hubiera pagado para irse lejos para que no se lo contaran a nadie lo que habían vivido en la mansión. A Jack ya no le importaba el pensamiento tanto como antes. No cuando sabía que no tenía ya ningún impulso natural por ir en contra del hombre.

E incluso si sucedía el peor escenario y acababa matándolo, queriendo o sin querer hacerlo, no iba a ser la gran pérdida tampoco. Entendía y aceptaba la posibilidad. No le molestaba tenerla ahí. Lo único que le había pedido a Christian era que al menos procurara que fuera indolora. Eso era todo. De los detalles se podía encargar él cuando le pareciera conveniente, lo cual, se alegraba de comprobar, no parecía que iba a ser pronto.

En ese momento el timbre musical de la mansión sonó. Jack no tenía idea de dónde salía el sonido, pero daba lo mismo en que habitación de la mansión se oyera, siempre llegaba con el mismo volumen. Christian se ajustó su corbata grisácea y ajustó los bordes del cuello de su camiseta. Jack se puso de pie, agradeciendo haber tenido tiempo de practicar antes el uso de su calzado.


-¿Estás listo? –preguntó Christian. La enorme sonrisa de Jack le dio la respuesta. Asintió y salió de la habitación.

Jack había conocido sólo a unas pocas Amas, todas cuando había estado viviendo con su primer Amo. La mayoría de los amigos del hombre eran otros hombres dominantes que traían a sus propios jóvenes esclavos o aparecían solos, dedicándole el mismo trato que a un buen perro del cual buscaran cariños, tal como su Amo debió haberles dicho era parte de su entrenamiento dentro de la casa. Las Amas eran casi maternales con él y, si bien algunas le exasperaban hasta el punto en que realmente debía esforzarse en recordar sus lecciones, con otras se encontraba sonriendo sinceramente, interesado y casi deslumbrado por escuchar sus opiniones acerca de lo que fuera. Eran cálidas, inteligentes, graciosas, y a Jack no le costaba nada imaginar conquistando a cualquier otra persona lo suficiente para convencerlas de ponerse de pie frente a ellas. Le habían parecido gente alrededor de la cual sólo daba gusto estar, tal como las sumisas con las que se había encontrado.

Mujeres dentro de la escena sadomasoquista tenían una confianza extraña. Podían ser tímidas o no, pero al menos ellas sabían adónde querían estar y sus razones para estar ahí. En alguna parte ridícula de su mente Jack se sorprendía pensando que le encantaría tener a cualquiera de ella como una hermana mayor, alguien que le diera caricias y le besara sin que tuviera que estar caminando de a cuatro por el suelo. Pero tenía las muestras de cariño de sobra por parte de su Amo, de modo que estaba satisfecho.

La mujer que atravesó la puerta después de que Christian la abriera no tenía la misma aura de calidez e invitación abierta que ellas. Era alta, rubia y, aunque sin dudas mayor, de edad lo bastante indeterminada para dudar de llamarla vieja. Tenía un elegante vestido negro envolviendo su estilizada figura y un abrigo de piel blanca que aceptó Christian le quitara de encima con una cortés sonrisa. Antes de que abriera la boca o siquiera notara su presencia, Jack creía más o menos tener figurado a qué tipo pertenecía: el Ama reina. La que creía que había nacido con la corona y le parecía una obviedad el que todo mundo fuera a saberlo. Claro que podía equivocarse, pero algo en la manera pomposa en la que se encargó de mencionar cada artista responsable de las nuevas decoraciones en la mansión le daban la impresión de que estaba en lo correcto.

Jack estaba de rodillas en la entrada del salón comedor, tal como Christian le había dicho que debía estar. En cuanto la mujer se acercó, Jack hizo una reverencia tan profunda que su frente se apoyó contra el dorso de sus manos sobre el suelo, el mismo gesto de respeto que le había mostrado a Christian antes de saber lo que el verdadero respeto implicaba para él. Los pasos


confiados de la mujer se detuvieron apenas un poco antes de que tropezara con él. Sus tacones altos se escuchaban con especial fuerza contra el suelo de la mansión.

-¿Es él? ¿El chico del que me hablaste? –preguntó la mujer.

Desde la posición en la que estaba, Jack vio el reflejo de Christian en el piso acercándose ya sin el abrigo. Debía ya haberlo colgado en el armario cerca de la entrada.

-Sí. Su nombre es Jack.

Le había hablado de él sin mencionarle su nombre. A lo mejor porque no era necesario.

-Ponte de pie, joven. Quiero verte.

-Sí, señora.

Jack le hizo caso y permaneció quieto, el cuerpo relajado con las manos a la espalda. La mujer se acercó y tiró un poco de la correa de cuero que le cruzaba el pecho, pasando su delgado dedo por su piel. Luego subió y le dio un toque rápido a la pequeña argolla que tenía colgando de su pezón izquierdo, brillante como el platino del cual estaba hecho. Jack estaba listo para que se lo tironeara simplemente para ver su reacción, en cuyo caso Jack exageraría su vergüenza sabiendo que eso era lo más probable que le gustara. Pero en lugar de eso, la mano de la mujer subió a su cabeza y le pasó el pulgar por la línea blanca del medio hasta caer sobre su oreja, adonde sí le dio un ligero tirón al llegar a su óvulo, como una madre castigándolo o advirtiéndole de un futuro castigo si no se comportaba.

La mujer sonrió y se volvió a Christian.

-De verdad que es lindo. Te felicito, querido.


-Gracias –aceptó el cumplido Christian, sonriendo también.

Jack sintió que criaturas revoloteaban en su estómago al notar la breve mirada de apreciación que le envió su Amo. Procuró erguirse con la firmeza de un cadete en frente de sus generales.

-¿Sabes que ya empezaba a temer que hubieras crecido más allá de todo esto? –dijo la mujer-. Desde que Ana se fue…

Christian se adelantó, interrumpiéndola con la misma sonrisa amigable de antes.

-No he querido apresurarme en hacer las presentaciones apropiadas antes de que estuviera seguro de que estuviera seguro de que tenía la posibilidad de funcionar.

-¿Estás diciendo que ha habido otros y nunca me lo dijiste? –dijo la mujer, sonando un poco irritada.

Christian se encogió de hombros.

-No me pareció que sería tan importante para ti. Como dije, nada funcionó el suficiente tiempo para considerarlo. Jack es el primero que decidió extender el contrato más allá del tiempo establecido y yo no creí que hubiera el menor inconveniente al respecto.

Esa era una evidente mentira no importara como se mirara. Desde ese primer contrato en el cual Jack había puesto su firma sin siquiera haberlo leído no volvió a ver otro igual. Christian nunca le pidió una renovación como su antiguo Amo después del año y tres meses. Supuso que porque lo consideraba una formalidad innecesaria considerando que tenía que ser evidente que iba a quedarse todo el tiempo que pudiera.


Pero a lo mejor ese era el protocolo oficial de la mujer y el único que toaba en cuenta como válido. A Jack en verdad le daba igual de cualquier manera.

-Bueno, al menos es una alegría saber que escogiste uno tan guapo –La mujer volvió a sonreírle antes de pasar al salón comedor.

Ella se dirigió de inmediato a la silla al lado de la cabecera. Jack apresuró sus pasos para llegar antes y correrle la silla, recordándose de mantener la cabeza baja.

-Lo volviste un pequeño caballero –reconoció la mujer y en su voz de pronto hubo una nota de descontento-. Sabes, nunca has tenido a ninguna de tus chicas hacer nada así por mí antes.

-A los chicos se les enseñan distintos modales que a las chicas, Elena. Pensé que eso sería obvio.

-Siempre tan tradicionalista, Christian –se rió la mujer con una tonada encantadora antes de tomar asiento y permitir que Jack volviera a correr la silla hacia la mesa.

Jack caminó para hacer lo mismo con Christian. El hombre le dio un asentimiento de cabeza como muestra de agradecimiento antes de tomar asiento. Jack les dedicó una reverencia a ambos.

-¿Me permite el Amo retirarme así puedo servirles la comida? –preguntó sin alzar la cabeza.

-Adelante, pequeño –le autorizó Grey mandándole un gesto por encima del hombro, como un mayordomo del que ya estuviera cansado.

Jack no se lo tomó personal de ninguna forma. Podría haber usado cualquier otra expresión y habría significado lo mismo. En la cocina los platos ya estaban servidos en los platos y lo único que necesitaba de verdad calentarse sólo era el segundo plato, el cual no tendría que sacar del horno hasta dentro de una media hora. Los aperitivos ya estaban en la mesa, de modo que sólo faltaban los primeros platos de comida fría. Desde el salón le llegaban las voces animadas de esas personas.


Por lo que entendía, y no era como si realmente le estuviera poniendo atención, su conversación iba más bien de ponerse al día con las novedades en la vida del otro.

Como se esperaba, no hubo la menor mención del chico que habían matado hacía un par de días, aunque en realidad no esperaba otra cosa. El hombre ya le había hecho saber que Elena sólo estaba al pendiente de sus actividades legales. Mientras menos personas supieran de las ilegales, más fácil de mantenerlas en secreto, desde luego.

Después de haberle servido a Elena primero y luego a Christian, Jack se sentó sobre sus pantorrillas a un lado de la silla de su Amo, también disponible a la altura de la señora Lincoln, como era preferible que llamara a la mujer. Christian tomó una porción de la comida en su plato y se corrió un poco en su asiento para moverse al lado con la intención de darle a probar la primera mordida. Pero algo de la ansiedad que había logrado mantener bajo control le traicionó de inmediato en ese momento y Jack levantó el rostro con demasiada rapidez, golpeando el tenedor con su nariz y provocando que Christian acabara tumbando su tenedor al suelo por la sorpresa.

Jack se maldijo para sus adentros. ¿No se suponía que ya había aprendido mejor que actuar de ese modo? Al menos él había esperado que así fuera.

-Mira lo que has hecho –dijo Christian con una voz fría-. No pienso hacerte alimentar con eso ahora. Sabes que a mí no me gusta desperdiciar comida, sobre todo si la misma sale de mi mesa.

-Lo lamento mucho, p… -Se acordó a tiempo que la señora Lincoln tampoco sabía acerca del específico título que usaba con el hombre-. Amo. Permítame limpiar el suelo y traerle un nuevo tenedor.

Christian hizo otro silencioso gesto con la mano para permitirle seguir adelante con su tarea. Jack se puso de pie sólo para sacar unas servilletas de papel del sujetador elegante de plata en la maesa antes de agacharse para recoger los restos. Se puso la trenza sobre un hombro porque le molestaba el contacto del pelo contra su piel desnuda. Pero mientras trabajaba, la mujer que había entrenado a Christian primero dio un respingo y su tenedor, también lleno con la comida, fue a parar al suelo después de sonar contra la vajilla del plato.


Jack no elevó la vista, sólo por si acaso, pero el súbito cambio casi que lo había asustado. ¿Había hecho algo mal? ¿Se le había bajado el cierre trasero y no se dio cuenta? No podía ser eso, no sentía ninguna brisa especial.

-¿Elena? –preguntó Christian, claramente consternado por la reacción de su amiga.

De haber levantado la vista entonces Jack habría notado la mirada de absoluto espanto que llevó la mujer desde su coronilla inclinada a la cara del hombre mayor. Pero no lo hizo, limpiando el nuevo pequeño desastre y juntando los dos tenedores en su mano.

-Christian –dijo la mujer con una voz que recordaba a la de una rana, como si hubiera recuperado el aire de golpe y echó la silla violentamente hacia atrás. Jack evitó a tiempo que uno de sus tacones le atravesara un dedo. Ni aun entonces miró hacia arriba, pero se estaba muriendo por hacerlo-. ¿Podemos hablar en tu estudio, por favor? ¿En privado? Acabo de recordar que debo tratar unos asuntos importantes contigo.

-¿Es necesario, Elena? –Christian inquirió sin levantarse de su silla como ella, sonando casi irritado con el súbito cambio de actitud. Jack sabía que a su Amo de verdad no le gustaban las sorpresas. Hacía difícil el poder controlar una situación si existía la posibilidad de ser sorprendido-. ¿Ahora? Creía que esta iba a ser una cena de placer entre amigos.

-No disc… -La señora Lincoln se mordió la lengua a tiempo y tomó una profunda inspiración antes de hablar en tono más calmado-. Christian, confía en mí, ¿está bien? Lo que tengo que decirte es muy importante y mientras más pronto lo discuta contigo será mejor.

Pasaron unos segundos de silencio en los que Jack de verdad que no tenía idea de qué hacer consigo mismo. ¿Debía seguir limpiando como si nada o mantenerse quieto en caso de más órdenes? ¿Cuál era la opción más plausible? Pero ni siquiera podía imaginar lo que estaba pasando de modo que se le hacía difícil empezar a sopesar sus probabilidades en un caso u otro.

-De acuerdo –aceptó Christian, obviamente a regañadientes, echando su silla hacia atrás para erguirse-. Jack, continúa limpiando y traer los cubiertos nuevos. Continuaremos la cena después de que nosotros hayamos tenido nuestra charla.


-Puede ser que no –masculló la señora Lincoln entre dientes como si no quiera discutir con un niño que ya sabía caprichoso. Aunque él no la veía directamente, podía sentir la mirada de la mujer pasándole por encima-. Gracias, Christian.

Los dos adultos mayores salieron del salón, hacia lo que presumiblemente sería el estudio de Christian. Jack por fin pudo soltar el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta. No tenía más importancia para él lo que fueran a hablar. Al final se le habían dado órdenes simples para seguir y se dispuso a seguirlas al pie de la letra. Todavía que sacar al segundo plato del horno.

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Christian jamás había visto una expresión en Elena Lincoln tal como la vio en su salón cuando Jack se agachó a cumplir su servicio. Era una horrenda mirada de improviso espanto y horror. El gesto rápido que hizo la mujer para taparse la boca sólo acentuó todavía más la mala impresión que transmitían sus claros ojos celestes. No contenta con hacerle desperdiciar todavía más de su propia comida, ella le pedía una audiencia, en privado, sin siquiera permitirle el consuelo de su esclavo como sería la compañía de un perro para calmarle los nervios.

Ella tenía suerte de que la tuviera en tan alta estima como él lo hacía, sin duda que sí. A ninguna otra persona se le habría ocurrido aceptarle el pequeño exabrupto que había estado a punto de soltarle en su propio salón de su propia casa, exigiéndole que no le discutiera, del mismo modo en que había hecho cuando era un adolescente que todavía no sabía respetar a sus mayores. Ni siquiera eso había tenido que usarlo mucho porque Elena, como él, era bien fanática del castigo corporal y no creía en vacíos regaños que no vinieran acompañados con reales consecuencias.

Pero justamente porque ella se contuvo a tiempo, recordando que ella ya no era la reina sino él, porque se trataba de una mujer que le había ayudado en tantos sentidos en el pasado (encontrar nuevas sumisas cuando todavía estaba interesado en ellas, invertir en sus ideas de negocios, ayudarle a ponerse de pie cuando abandonó la universidad), Christian fue lo bastante indulgente para aceptar su ofrecimiento de una conversación entre ellos.


Sólo cuando llegaron a la puerta de su estudio y Elena se hizo a un lado para permitirle abrir la puerta cerrada con llave, sólo entonces a Christian se le ocurrió empezar a preguntarse a qué podía deberse la conmoción. ¿Habría hecho Jack algo que la incomodara? Aunque se le hacía en verdad difícil imaginarlo, especialmente después de los largos meses de entrenamiento gastados en ese muchacho y su trasero blanco.

-Espero que sea importante –dijo, sacando la llave e introduciéndola en la cerradura. Le dio dos giros, tomó el picaporte y abrió la entrada, apartándose para hacer a la mujer entrar primero. Encendió las luces, señalando el asiento en frente de su escritorio, pero Elena negó con la cabeza.

Lo que sea que de lo que fuera que quería hablarle, quería hacerlo de pie. Ella siguió adentrándose pareciendo sumergida en sus pensamientos. De pronto ella se detuvo y dejó de cubrirse los labios para finalmente hablar del asunto. No le dejaba ver su rostro dándole la espalda.

-Christian, ya sé que es una pregunta estúpida y que la respuesta debería ser más que evidente, ¿pero qué tan lejos has llegado con ese chico?

De todas las cosas… en realidad tenía que dárselo, esa cuestión nunca se la podría haber esperado.

-Jack lleva siendo mi sumiso por nueve meses, Elena –respondió sin poder evitar cierto retintín-. Lo raro para mí sería que en todo ese tiempo no hubiera ido todo el camino con él. Aparte, sabes cómo es que prefiero iniciarlos una vez aceptan el trato –No entendía nada del asunto y le molestaba no entender-. ¿De qué se trata todo esto?

Al escuchar lo que le contestaba, Elena volvió a taparse la boca. No intentó hablarle de nuevo hasta que se tragó lo que le parecía una buena cantidad de saliva. Christian comenzó a verla con algo de preocupación. ¿Qué podía ser tan terrible que la ponía a ese nivel de nerviosa? Las rodillas debajo del vestido temblaron levemente antes de que se dejara caer en un asiento y se frotara las sienes.

-Christian –siguió en una voz forzadamente tranquila-, sabes que tu madre ha compartido muchas cosas conmigo a lo largo de los años, ¿verdad?


-Por supuesto –dijo Christian, ahora sí, del todo confundido. ¿Ahora qué tenía que ver su madre con nada?

Elena tomó un par de profundas inspiraciones.

-Bueno, una de las cosas que me confió tu madre fue… ¿Has notado lo que Jack tiene detrás de la oreja?

-¿Eh? –Sí, Christian lo había hecho-. Sí, unos tres lunares consecutivos –Jack una vez le confesó que de niño solía presionárselos para pretender que era un robot salido de la película Los hombres de negro, y en cualquier momento su cabeza iba a abrirse para revelar a un pequeño alienígena controlándolo-. Se los he hecho ver por un doctor. Son completamente inofensivos. Pensaba que a lo mejor en un futuro cercano podría aprovechar de hacérselos quitar, pero como de todos modos no están a la vista todo el tiempo creí que no había tampoco ninguna prisa. ¿Qué con ello?

-¿Cuántos años tiene? Y dime la verdad, ya sabes que a mí esas cosas no me dan precisamente asco. Es un problema extra mientras más jóvenes son, pero eso es todo.

Después de sólo tanto tiempo de convivencia Christian había conseguido arrancar la verdad de él.

-Contando los años que cumplió el mes pasado, tiene veinte años ahora.

-Esas son casi la cantidad de años en que Ana se fue, ¿no fue así?

La súbita mención de su ex esposa trajo en Christian el deseo de agarrar el águila de bronce que tenía sobre un estante de libros para estrellárselos sobre la cabeza de la mujer. La mayoría de las personas que lo conocían sabían que mencionarla a ella era tema tabú, incluso si él no se los prohibía de manera explícita. Ni siquiera era consciente de qué hacía exactamente cuando eso sucedía, pero ello sólo se echaban a temblar un poco y no querían hablar más al respecto. Reprimió a tiempo el impulso diciéndose que una de esas personas razonables tenía que ser Elena


Lincoln, la única amistad que le había durado a pesar de todos los años, de modo que insistió en decirse que si ella quería romper ahora esa regla tácita debía ser por algún motivo. Esperaba.

Esa águila de bronce podía ser excelente rompiendo cráneos y parecía enviarle guiños tentadores desde ahí arriba. Christian le dio la espalda para concentrarse en el momento presente.

-Sí –dijo casi en un gruñido.

-Se llevó el bebé de sólo unos cuantos meses y no volviste a saber de ella, ¿no? ¿Así es como fue? Me imagino que habrás tenido recursos de sobra para localizarla, pero que ni aun entonces pudiste dar con ella, ¿no?

Christian sintió que la mano a su costado temblaba con rabia. ¿A qué venía ahora ese escarbar en las heridas hechas a su orgullo? Ahora tenía en frente un busto de Karl Marx, un sujeto cuyos escritos jamás había estado de acuerdo pero se veía lo bastante costoso y elegante para formar parte de su decoración en su estudio. Podría agarrarlo en ese momento instante, estrellarlo contra la cara de la mujer y pedir a Jack que lo ayudara a cargarla a su habitación especial para que pudieran prepararla antes de poner los pedazos que formaban su cuerpo en una nueva maleta de diseñador, destinada a una trituradora de basura por una compañía más que un poco exclusiva. Nada de eso le costaría demasiado. Con dinero suficiente (y él siempre tenía el dinero o los contactos suficientes) se podría desviar cualquier sospecha o al menos evitar una gran parte de las consecuencias. Jack a lo mejor estaría feliz con ese desenlace, teniendo otra oportunidad para ayudar a su Amo.

Pensar en su pequeño esclavo y la manera en que podía doblar su espalda cuando lo penetraba de cuatro patas reemplazó su furia asesina con lujuria, casi de inmediato, como solía suceder. Lo había dejado solo en el comedor. El comedor de su casa adonde podría follárselo sólo abriendo el cierre especial detrás de sus shorts mientras agarraba las correas en su pecho, pretendiéndose un vaquero montando a una fiera dominada.

Esas eran buenas imágenes. Consiguió tranquilizarse pensando en volver sólo para alimentar al joven como había pretendido hacer. Jack se había entusiasmado más de la cuenta. Unos azotes le recordarían a mantener la calma incluso bajo presión. Quizá hacía precisamente eso después de que Elena se fuera.


-Tú sabes la respuesta a eso –contestó imprimiendo una falsa nota de pesar en sus palabras, a ver si así la convencía de dejar la maldita conversación-. Hice todo lo posible. Traté de contactarla y dar con ella de tantas maneras distintas, pero no hubo manera. Fue como si la tierra se hubiera partido al medio y se la hubiera tragado –Pensaba en las nalgas rojas de Jack y sus entrañas estrujándole con mucha más fuerza que ningún cuerpo de mujer alguna vez pudieron-. Fue una de las más horribles experiencias que he tenido en mi vida, Elena, y apreciaría que no me lo restregaras en mi rostro de forma gratuita.

-Oh, Christian, lo siento –emitió Elena con compasión, tal como buscaba que hiciera-. Créeme que no disfruto de esta conversación mucho más que tú.

-¿Entonces por qué la estamos teniendo? ¿Qué necesidad hay de hacerme recordar eso? –El rostro colorado por el esfuerzo de Jack y su boca tragando toda su erección, mirándole a los ojos con su bella mirada azul mientras bajaba y subía lentamente. Su sonrisa cubierta de semen antes de que se limpiara con la lengua, cual gato diligente-. ¿No deberías estar feliz por mí de que finalmente he podido encontrar un reemplazo?

Elena suspiró y apoyó su mentón sobre su mano, dejando que su puntiagudo codo se apoyara en el antebrazo, casi volviéndole el rostro.

-Christian, tu bebé tenía esos mismos lunares detrás de la oreja izquierda. ¿Nunca lo notaste?

La fantasía que se había formado en su mente se desvaneció en ese instante. De verdad le irritaba pensar en ese bebé que no pudo convertir en su heredero. Sólo había tenido tres meses cuando Ana decidió tomárselo para nunca volver. Todavía estaba en esa etapa en la que vomitaban al menor movimiento, no se quedaban quietos bajo ninguna circunstancia y lloraban sin control, de modo que él se había mantenido a la distancia, dejando que su madre o cualquier otra mujer disponible se hicieran cargo. Después de un poco de buscar en su mente, Christian se percató de que jamás alcanzó a ver el bebé sin un gorro encima. Era invierno cuando había nacido y, a pesar de que adentro de la mansión la temperatura estaba perfecta, tanto su madre como Ana insistían en vestirlo en esas gruesas prendas de lana de color azul pastel.


-No –reconoció-. Ana siempre prefería que tuviera algún estúpido gorro encima. Pensaba que así se veía más bonito. Ya sabes cómo son las madres con sus bebés… ella nunca quiso que yo le quitara tiempo de calidad con él. Espero que adonde sea que esté al menos haya tenido la decencia de cuidar bien de su persona. He enviado diferentes detectives en su búsqueda, en vano.

De pronto, tomándolo totalmente fuera de guardia, Elena lanzó una carcajada. Empezó como un resoplido que ella pronto se encargó de enmudecer con su mano, pero luego evolucionó a un ataque total de risa con sujeción de costillas incluidas. Una persona algo más empática habría determinado que estaba al borde del histerismo, pero a Christian sólo le sorprendió al primer instante.

-Christian –dijo, mirándole con ojos brillantes por lágrimas en sus costados-, ¿acaso no te has dado cuenta de que lo que estoy diciendo? ¿Realmente tengo que decirlo? Tú y yo sabemos que no eres tan inocente.

-Sé lo que quieres decir –replicó Christian con el ceño fruncido, no apreciando en lo absoluto la burla que creía percibir en sus palabras-, pero he decidido no tomarlo en serio porque es totalmente ridículo. Ana se fugó del país. Ninguno de mis recursos pudo encontrarla. Ella nunca se atrevería a volver. Lo que propones es una completa locura. No tiene sentido. No puede ser.

Elena fue calmando su risa con cada inhalación. Seguía empeñada en mirar a su librería en lugar de a su ex sumiso.

-Oh, Christian, de verdad espero que tengas razón. ¿Crees acaso que a mí me gustaría tener razón en esto o que no entiendo lo horrible que debe ser el que alguien siquiera te lo sugiera? Ni siquiera puedo imaginar lo horrible que te debes de sentir.

-Estoy bien –gruñó Christian, a punto de perder la paciencia- porque la estupidez que estás pensando es imposible. Ana no se atrevería a volver aquí. E incluso si lo hiciera, lo que de verdad dudo… encontré a ese chico en las calles. Desde hacía mucho tiempo que no tenía casa propia ni familia que se hiciera cargo de él. ¿Qué, tú crees acaso que Ana simplemente se cansaría del chico y lo echaría a la calle?


-Eso si no fue Ana el que lo envió aquí en primer lugar –sugirió Elena suavemente, casi hablando consigo misma, casi como si acabara de ocurrírsele esa posibilidad-. Quiero decir, una mujer que abandona a su esposo para llevarse a su bebé de esa manera seguro que es capaz de planes así de malignos. A lo mejor pretendía infiltrarlo aquí para asegurar alguna especie de venganza contra ti.

Esta vez fue el turno de Christian de echarse a reír. ¿Ana? ¿La mente maestra detrás de un plan que involucraba tenerlo follando a su propio hijo por meses mientras lo incluía en varios asesinatos, bañando su cuerpo pálido con sangre ajena? No, qué estupidez. Qué jodida estupidez. Ana no tendría el cerebro para algo así. No tendría la malicia. No tendría el valor. Y sobre todo, Ana no vendería al hijo que habían formado entre ellos de esa manera. No si quería evitar un destino peor que la muerte en sus manos. Ante el sonido de su diversión incrédula, Elena se giró y le clavó una helada mirada, ofendida.

-Tres lunares en el exacto mismo lugar –recalcó con dureza-. Tiene el cabello negro como tú y los ojos azules del color de Ana. Tiene la misma edad que tendría tu hijo ahora. ¿Vas a decirme que todo esto no te parece más que una gran coincidencia?

La verdad es que sí parecía una gran coincidencia.

Pero no podía ser. Sencillamente no. Se negaba a dejar arrastrar ese gusano dudoso hasta su cerebro. El que Elena, de entre todas las personas, fuera quien estuviera sugiriendo algo tan horrible casi le hacía sentir enfermo del estómago. Ni siquiera creía que tuviera la capacidad de continuar la cena.

-Creo que será mejor que te vayas, Elena –dijo, más que un poco incómodo con ese giro de eventos.

Pensó que Elena pelearía por poder quedarse o que volvería a reírse de su negativa, pero la mujer sólo se encogió de hombros mirando hacia el techo.

-Creo que tienes razón –admitió, poniéndose de pie-. Esto en verdad que es mucho que procesar.


-No lo es –gruñó Christian, casi enseñándole los dientes con desafío-, porque esa idea tuya es una estupidez. Jack es sólo uno más de los miles de huérfanos que hay en las calles.

La mujer sólo arqueó una ceja un segundo antes de volver a una expresión más neutra.

-Lo que sea que digas, Christian –respondió con calma-. Espero que tengas razón porque para variar lo último que me gustaría es tener razón en esto que imagino.

La mujer le caminó por un costado en dirección a la puerta. Christian volvió a pensar en lo sencillo que sería agarrarla por detrás y romperle la boca con la estatua. No sería la primera vez que lo haría.

-Pues ya puedes dejar de hacerlo porque es ridículo –le escupió con rabia apenas contenida.

-Desde luego, Christian.

Al final, por primera vez en lo que recordaba a lo largo de todos sus años de vida, Christian no pudo terminar su comida y dejó a Jack tomar lo que quisiera antes de que los dos se fueran a la cama. Le dijo al más joven que Elena justo había recordado que tenía importantes asuntos que tratar, por lo cual se había retirado. Si le creía o no, no tenía la menor importancia porque esa iba a ser la única historia que le daría acerca del por qué la cena salió mal.

Lo que no hubiera entrado en el plato del muchacho lo tendrían que guardar para consumirlo mañana, cuando con suerte se encontraría con mejor disponibilidad. Hacer eso había sido como ver un culo sobresaliendo de su rodilla y aguantar la tentación de hacerlo arder por cualquier medio disponible, pero su entero cuerpo le decía que sería una terrible idea forzarlo q hacer algo que no quería. Jack amagó dirigirse a la habitación de Christian, como ya venía siendo costumbre entre ellos, pero el hombre puso una mano sobre su hombro antes de que cruzara el umbral para decirle que esa noche. Esa noche quería que durmiera en su propia habitación.


Jack abrió la boca, imaginaba para preguntarle el por qué o qué le sucedía para decidir algo así de pronto, pero se había dado cuenta de que la reunión con Elena había sido especialmente amarga o se estaba recordando que desde el especial rol que tenía se podía considerar una falta de respeto cuestionar sus decisiones, el joven asintió con una notable mirada de decepción.

No sabía por qué, pero detestaba esa expresión y no en el sentido de ordenarle que se la cambiara o querer destruirle el rostro para que ya no pudiera esbozarla de nuevo. Le hacía sentir torpe incómodo consigo mismo, lo que de por sí era bastante nuevo. Christian le dijo que le ayudaría a quitarse el traje y prepararlo para la cama, lo que pareció iluminar su rostro.

Como lo pensaba, ponerse las prendas de cuero era trabajoso, pero el quitarlas lo era mucho menos. Cuando Christian tiró de los shorts mientras Jack permanecía semi-sentado en la cama, apoyándose sobre sus codos, vio un poco más arriba que el miembro del más joven estaba en pleno proceso de endurecerse y la misma hambre de siempre, el mismo instintivo apetito que se le había abierto al verle una noche por casualidad bajo las luces nocturnas de la calle, le sacudió las entrañas reclamándole que sintiera su sabor ahora, de inmediato, ya.

“Está bien, Elena sólo decía tonterías”, le susurraba su polla con deseos de endurecerse ante esa invitadora visión. Jack ni siquiera hacía nada para atraer su atención a ese sitio más que quedarse quieto, ofrecido, indefenso y a su entera disponibilidad. Christian se lamió los labios, sintiéndose una especie de lobo que iba a comerse al tierno conejito. “Hay un montón de chicos con pelo negro y ojos azules, ¿qué tiene eso de raro? Y esos estúpidos lunares también podían ser más comunes de lo que se imaginaba. ¿Por qué no?”

Obviamente que no podía ser.

-¿Padre? –dijo Jack y por un segundo el corazón de Christian se sintió como si le diera una estocada desde adentro hacia afuera.

Sólo entonces subió a su rostro y se dio cuenta de que no tenía la menor idea de por qué se le quedaba viendo, los shorts agarrados en los tobillos de donde todavía no los había sacado, en lugar de estirar la mano para tomar lo que le pertenecía. Es decir, el muchacho le pertenecía, ¿no? Podía hacer lo que quisiera con él y nadie podría decirle nada, ni siquiera Elena. Ella no tenía el poder, ya no. Ciertamente que Jack no iba a decirle nada ni a pretender que no lo deseaba. ¡La


prueba estaba ahí en frente de sus ojos! ¿Qué daño podía hacer sólo tomar un poco de lo que de todos modos ya era suyo…?

¿Qué diferencia habría entonces de las otras miles?

“Tres lunares en el exacto mismo lugar. Tiene el cabello negro como tú y los ojos azules del color de Ana. Tiene la misma edad que tendría tu hijo ahora. ¿Vas a decirme que todo esto no te parece más que una gran coincidencia?”

Pero no podía ser… ¿o sí?

Christian acabó de sacarle los shorts y procedió con las botas, si bien reconocía que un cuerpo totalmente desnudo con ellas puestas podía ser más que atractivo, y volvió a guardar todo en el último cajón de la cómoda, adonde solía guardar una pequeña colección de juguetes y otros instrumentos para las noches que quisiera hacerle una visita a Jack simulando una escena de violación. Pero en lugar del calor placentero que esperaba que le envolviera al ver esos juguetes, esas cuerdas y grilletes, un estremecimiento helado le corrió por la espalda.

Contrólate, Grey, le dijo su polla. Estaba dejando que las tonterías de una mujer le llenara la cabeza. No podía permitirlo. Christian cerró el cajón y subió nuevamente a la cama, sólo para deshacer la trenza que le había hecho y dejárselo peinado, listo para dormir. Era un pequeño ritual que, para variar, no tenía nada de sexual ni sensual al respecto. Era probablemente la única cosa de verdad inocente que alguna vez había hecho en cuanto al muchacho. Pensar en eso le dio otro estremecimiento.

Basta, se mandó.

Como su cabello todavía estaba húmedo cuando hizo el arreglo, al deshacerlo el largo cabello de Jack estaba lleno de suaves desde su nuca hacia abajo, casi llegando a la línea de su ropa interior Calvin Klein. Jack se puso a tararear algo suave sin abrir los labios, moviendo sus pies de un lado a otro de la cama o haciéndoles dibujar un círculo en el aire.


-Creo que me gusta más cómo se ve tu cabello así –comentó Christian, pasando una y otra vez el peine sobre la negra capa sedosa. Jack siempre había tenido un cabello bastante dócil que se dejaba hacer de todo en sus manos.

-Si quieres, me quedo con el estilo entonces –respondió Jack con simpleza.

-Puede ser. De todos modos te verías bien con cualquier estilo.

Era una de las pocas opiniones que emitía en voz alta que Christian creía de corazón. Ese muchacho era hermoso. No se necesitaba nada extraño o torcido para verlo, era algo que saltaba a la vista.

-Gracias, padre.

“Recuérdame por qué le enseñamos a decir eso”, se cuestionó su polla y Christian la mandó callar mentalmente. Los dos sabían que tenía sus razones. Lo único era que justo en ese momento, justo ahora, casi que hubiera preferido no tenerlas. No era como si necesitara aceptar un nuevo nivel de perversión dentro de todos los que ya tenía. No quería agregar otra estúpida sombra. Iba a quedarse ciego y no poder masturbarse ni en pleno día en un parque abierto si continuaba por ese camino de creer las palabras de Elena.

-Jack –dijo, tragando saliva.

-¿Sí?

-¿Qué sucedió con tu madre?

Los hombros de Jack se alzaron un segundo y cayeron nuevamente.


-Ah, ¿no lo mencioné? Era una alcohólica. Salió con un sujeto por un largo tiempo que vivía emborrachándola para que hiciera lo que él quería y bebía también cuando le daba por ahí. Un día les dio por beber mientras salían en el coche a comprar todavía más bebida y se estrellaron contra un camión cuando fueron en la dirección contraria de la calle.

Bueno, al menos podía estar tranquilo de que nada de eso sonaba como la Ana que él conocía. Sólo en contadas ocasiones había utilizado el alcohol como herramienta para volver más receptiva a hacer lo que le pedía (y que en el fondo estaba seguro de que ella lo deseaba), pero no recordaba que por su cuenta la mujer hubiera tomado más de la cuenta. Quizá un poco durante el embarazo, pero había sido de la mano de su madre y ella insistía en que un poco nunca haría daño a nadie.

-¿Y tu padre?

-Nunca tuve uno –admitió Jack sin darle ninguna importancia al hecho, igual a como él habría explicado su situación de niño.

Acerca de su madre podría haber usado la descripción que creía más apropiada (la puta adicta), pero ¿su padre? Era una nada. Un nadie. Una no entidad a la que no se le podía extrañar porque nunca existió en primer lugar.

-Mamá dijo que murió antes de que yo naciera.

-Entiendo –dijo Christian y, nuevamente, para variar era verdad.

Acabó de peinar el cabello y así se lo anunció a Jack. Este corrió la capa sobre su hombro, dejando al descubierto su largo cuello blanco, como una ofrenda a un vampiro… junto a los tres puntos marrón oscuro que estaban justo detrás de su oreja.

-Gracias, padre.


El dolor de estómago volvió. La confusión se triplicó. Quería matarlo por ser la causa de ese nuevo torbellino, por tener la culpa de confundirlo y darle la sensación de que no tenía el control de absolutamente todo, de que había cosas que no entendía ni jamás sería capaz de entender. Quería follárselo porque era suyo, estaba caliente, estaba dispuesto y si lo hacía no habría ninguna consecuencia, nadie podría decirle nada al respecto porque sólo eran dos adultos consintiendo…

“Eso es lo que se dice del incesto, ¿no?”, intercedió su polla con claras ansias. “Mientras todos estén en la misma página, sangre es sólo sangre. El chico ni siquiera lo sabe, de modo que no habría problema.”

Pero no podía ser.

-Buenas noches –dijo bruscamente, saliéndose de la cama.

Jack se quedó quieto un segundo sobre su cama antes de volverse para quitar las sábanas y acomodarse. Christian lo vio desde el umbral. ¿Cuándo había sido la última vez que había dormido de verdad ahí? ¿Cuatro meses? Su cama de siempre iba a sentirse vacía. Pero si la compartían sólo iba a pasar una cosa y ahora mismo no podía darse ese lujo.

“¡Lujo!”, se reveló con furia una parte muy querida de sí. “¡Ahora usar lo que me han dado voluntariamente es un lujo!”

Lo ignoró. Esperó a que Jack se hubiera acomodado en la cama y Christian se acercó para acomodarle el cabello por encima de la almohada, así no le incomodara el resto del cuerpo. Su mano, como vil traidora que era, permaneció más tiempo del necesario sobre su frente, acariciándola con el pulgar. Quería matarlo. Quería quedarse. Quería follarlo, llenarle la boca con su polla y ahogarlo con sus hermanos que nunca fueron, tirar su cuerpo en un basurero y olvidar que alguna vez había existido el paraíso bajo su techo.

Todas esas jodidas comparaciones que le había dedicado volvían a embrujarlo. “Hecho para mí.” Era suyo. ¿Por qué no podía convencer al resto de su cuerpo?


-Buenas noches –dijo.

La voz le salió ronca y no quiso discernir si era por el deseo u otra cosa. Algo mucho peor. El sabor de una despedida.

-¿Seguro de que no quieres quedarte? –le preguntó Jack.

Sus hermosos ojos azules lo miraban expectantes. Igual que Ana había hecho en otros tiempos. Pero varias personas tenían ojos azules.

“Follarlo, matarlo, quedarse, conservarlo, besarlo”, seguía saltando su cerebro en un intento desesperado por encontrar un camino. No estaba acostumbrado a no saber qué hacer. Nunca había tenido que preparar un plan de contingencia para algo así.

-Sí –dijo, sintiendo que se traicionaba y aliviaba al mismo tiempo-. Necesito trabajar en unas cosas y no quiero molestarte. Descansa.

-Buena suerte con el trabajo –dijo Jack, sonando cada vez más cansado. Emitió un largo bostezo. Ya era la madrugada y había comido de verdad mucho. Necesitaba el sueño-. Buenas noches, padre.

-Buenas noches, pequeño.

Mientras se dirigía a la puerta y apagaba la luz, Christian se dijo que no miraría atrás pero lo acabó haciendo. El muchacho ya tenía cerrados los ojos y se acomodaba en posición de ovillo, como siempre que tenía la cama sólo para él. Pensó una vez más que era hermoso. ¿Pero hermoso como él o hermoso como Ana? No tenía idea.

“Necesitas hacer unas llamadas antes de dejar que esto siga”, le dijo con precipitación su polla. Christian estuvo de acuerdo. Haría llamadas y trataría de resolver la situación lo mejor posible


antes de siquiera de decir que había una situación. Con por fin habiendo decidido un curso de acción, bastante más aliviado que hacía unos segundos, Christian cerró la puerta a la habitación de su hijo.


Capítulo 7: La decisión

La sala de espera a esas horas estaba vacía. Christian al final había tenido que pagar una buena cantidad de dinero para que el doctor pudiera despejarles la agenda de manera que nadie los acompañara mientras realizaban esa pequeña tarea. Creía que iba a ser una cuestión de lo más sencilla, entrar, que se hiciera lo que necesitaba que se hiciera, e irse. Sin más testigos que un recepcionista al que podía pagar todavía más para que mantuviera la boca cerrada sobre lo que había visto en su lugar de trabajo en esas horas.

Pero el doctor todavía no había vuelto de su almuerzo, de modo que ellos igualmente tuvieron que esperar a pesar de ser las únicas personas presentes.

-¿De verdad es necesario esto? –preguntó Jack a su lado, todavía jugando en su celular último modelo en el asiento al lado de Christian-. ¿Para qué debíamos hacerlo? Lo olvidé.

-Control general –respondió Christian sin perder un segundo en vacilaciones. Esa era la única respuesta que iba a dar porque era la única respuesta que había. En lo que respectaba al mundo fuera de su propia cabeza al menos-. Sólo para ver que andemos bien en todos los sentidos posibles. Si quiero que me dures un largo tiempo lo lógico sería que garantizara tu salud, ¿no es así?

-¿Cómo colesterol y este tipo de cosas?

-Sí, ese tipo de cosas precisamente.

-Yo me siento bien, si eso sirve de algo.

Christian puso la mano en la parte trasera de su cuello, libre gracias a la alta coleta en la que mantenía sujeto su cabello negro (un personal suyo favorito), y le dio un ligero apretón.


-Me alegra saberlo, pero todavía quiero asegurarme. Era parte del contrato hacer esto cada cierto tiempo.

-¿En serio? –Jack parpadeó mientras esperaba que se cargara un nuevo nivel de su juego-. Un día de estos voy a tener que leerlo en serio. No porque haga falta, ya sabes, sino para saber de antemano.

-Habría sido lo recomendable –acordó Christian Grey, anotando para sí que si alguna vez el adolescente de verdad le pedía el contrato de vuelta tendría que agregar una nueva cláusula que convirtiera lo que acababa de decir en verdad.

Jack movió su cabeza hacia arriba y Christian se encontró acariciándole la nuca. No dijo nada y el joven tampoco mientras con el dedo de la otra mano apagaba la pantalla de su celular. Sólo ahí, relajándose bajo la suave presión de sus dedos. Christian pensó en que si el doctor tan poco inconveniente tenía en mantenerlos esperando incluso a pesar del dinero que le había enviado de antemano, entonces él también debería hacerlo esperar llevando al muchacho al baño para entretenerse con su cuerpo por una igualmente buena cantidad de tiempo.

No sería la primera que se lo hubiera follado en lugares públicos adonde podrían atraparlos. La idea infló sus venas en sus partes bajas con ardiente deseo. “Podría ser tu hijo”, llegó como una molesta mosca una vez que extrañamente no venía de su polla recién despierta. Era una nueva voz y no le gustaban las cosas nuevas que no había previsto, de modo que era bastante incómodo que estuviera pasando eso ahora. Su erección seguía ahí pero ahora se le revolvía un poco el estómago como el caldero de una bruja. La electricidad entre sus cuerpos iba a volverlo loco. Christian alejó su mano para intentar controlar su deseo.

Jack lo miró con algo de sorpresa por el súbito movimiento, pero justo en ese momento llegó el doctor apresurando sus pasos por el pasillo. Christian lo fulminó con la mirada hasta que el hombre se detuvo en frente de ellos con la mano extendida.

-Discúlpeme, señor Grey, tuve que recoger a mi niño del colegio porque mi esposa tuvo una emergencia –explicó rápidamente entre profundas inspiraciones.


Debía haber venido corriendo parte del camino. “Como si a mí me fueran a importar tus ridículas excusas, viejo inútil”, pensó Christian, negándose ver al lado al adolescente. Si ese viejo maldito hubiera aparecido antes como era la idea original ahora no se sentiría como si estuviera echando a perder una perfecta oportunidad de alcanzar un nuevo orgasmo.

-Soy un hombre bastante ocupado, doctor –dijo, estrechando su mano delgada y fría brevemente. Le recordó por un segundo a las manos de sus víctimas después de que ya hubiera pasado un tiempo desde que la sangre dejara de circular por sus venas o hubieran sido desprendidas del resto del cuerpo-. Espero que entienda que esta clase de tardanza no debería tener que soportarla.

-Entiendo, señor Grey. Lo lamento en serio. ¿Pasamos ahora?

El doctor lo miró ansiosamente esperando una respuesta. Christian dio su acuerdo y él, junto a Jack, se puso de pie para seguir el doctor hasta su consultorio al final del pasillo. El doctor sacó torpemente las llaves de su bata blanca, la colocó en la cerradura y al abrir encendió la luz con su mano libre de cadáver prematuro.

-Por favor, pasen –les indicó el hombre.

No era especialmente grande, pero tampoco necesitaba serlo. Christian vio una cama metálica al lado de un instrumento que imagino serviría para pasar a las personas. En la otra pared había un armario lleno de los instrumentos médicos esenciales. Christian Grey sintió una natural atracción por la presencia del metal brillante en los estetoscopios, pensando en bisturíes, agujas y otras maravillas de lo más entretenidas.

-¿Quién irá primero? –preguntó el hombre, dejando su bata colgada en un perchero cerca de su pequeño y humilde escritorio.

-El chico irá –respondió Christian de inmediato sin volverse.

-Siéntate en la mesa, por favor. ¿Cómo te llamas, joven?


Jack esperó unos segundos a ver si su padre prefería responder la pregunta por él, pero Christian todavía estaba pensando en los distintos lugares de un cuerpo humano en los que podría clavarlos y no se acabó percatando. Jack dio un pequeño salto para subirse a la mesa. En previsión a lo que le iban a pedir llevaba puesta una camiseta de manga corta.

-Jack.

-Muy bien, Jack. ¿Te han sacado la sangre antes? Disculpe, señor Grey –dijo el hombre. Sólo cuando sintió su mano tocarle el hombro Christian se dio cuenta de que estaba bloqueándole el acceso a los instrumentos que necesitaría.

Christian lo dejó ser dirigiéndose hacia la silla frente al escritorio y tomando asiento en dirección a la mesa. Jack movía sus pies de adelante hacia atrás mirando sus propias rodillas cubiertas por sus pantalones jean. El pensamiento de que era el joven más hermoso que había visto era inevitable. La idea de que fuera todo lo atractivo que sus estándares pudieran concebir y existiera la mínima posibilidad de que no pudiera tocarlo le llenaba con una casi instantánea ira. Era de lo más injusto. Y si resultaba verdad sólo sería otra evidencia de en qué varias más maneras haber conocido a Anastasia Steele era lo peor que podría haberle pasado en la vida.

Sólo quería estar con ese chico. Ser todo para él como el chico lo era para él. ¿Por qué tenía que aguantarse el peso de una palabra tan poco elegante como “incesto” de pronto? Todo el escenario era de lo más absurdo. “Al menos nunca tendremos que pasar el suplicio de tener que abortar a un niño deforme”, le comunicó su polla saltando contra su cremallera. Eso era verdad, gracias al cielo. Un verdadero milagro o ya habría tenido que lidiar con una clase totalmente diferente de doctor.

-Sí, para otros exámenes y cosas así –dijo Jack extendiendo su brazo con la mano ya cerrada en un puño-. También he donado unas cuantas veces y nunca me dijeron que tuviera nada de malo.

-Entonces esperemos con que salgamos con buenos resultados hoy también –afirmó el doctor con una sonrisa, sacando la aguja de su envase y colocándola sobre la hipodérmica.


“Por el amor de Dios, espero que no”, pensó Christian, sintiéndose incómodo en el estómago.

El doctor puso la goma amarilla entorno al delgado brazo de Jack y apretó con fuerza. Luego le golpeó con el dedo índice y del medio la zona interior del codo hasta que una vena se atrevió a salir en relieve. Cuando hizo penetrar la aguja, Christian notó que el joven seguía el proceso con la misma atención exclusiva que el doctor. En cuanto el recipiente de plástico empezó a llenarse de su sangre, un brillo que no le era en lo absoluto extraño llenó esos preciosos ojos azules. Christian, viéndolo, sintió un ramalazo de deseo imposible como si lo que estuviera contemplando fuera a él directamente.

A pesar del asco inicial, Jack había resultado ser un mejor ayudante de lo que nunca podría haber soñado. Sería una verdadera lástima, una que en realidad lamentaría, si se viera enfrentado a la situación que más se temía. ¿Qué se suponía que debería hacer aun entonces? ¿Existiría algo todavía que pudiera hacer? ¿No sería mucho más sencillo pretender que nada había pasado sin importar lo que el resultado dijera? Jack no tenía idea de nada. Podía seguir sin tener idea y nada tendría que cambiar, nadie tendría que confesar haber hecho un error comparable a perseguir a Ana.

-Muy bien, listo, jovencito. Ya se puede bajar –dijo el doctor, dejando la aguja a un lado para desatarle la goma. Jack cerró su brazo, apretando con el pulgar de la otra mano la bandita y el algodón que tenía ahí. Se salió de la mesa con un pequeño salto-. Señor Grey, su turno.

Christian tragó saliva. No tenía problema con la sangre ajena derramándose, todo lo contrario, pero cuando se respectaba a su propia sangre se sentía más que un poco contrariado. La última vez que se había hecho un examen que requiriera de él entregar esa parte de su cuerpo había estado luchando todo el rato con el impulso de agarrar la cabeza de la enfermera que le atendía para estrellársela contra la pared, apuñalándole incontables veces con la aguja usada de paso.

Si se permitía caer víctima de esos instintos no sería más que un gran inconveniente para todos. Por no mencionar que tendría que encontrar y sobornar a otro doctor para tener las respuestas principales que en serio necesitaba, lo que era algo que su paciencia no iba a consentir de ninguna manera. Ni modo, pensó Christian sentándose. Sólo iba a mirar para otra parte y pensar en cualquier otro asunto para no tener presente que un viejo le estaba sacando la sangre y él no hacía algo para impedírselo.


Se subió la camisa hasta arriba del codo y se sentó a la mesa. Podría haber ido a un montón de doctores, la verdad. Pero al menos con ese tenía más claro que se dejaba acaramelar relativamente fácil y podía tratar asuntos importantes con impecable discreción, un bien que personas como los Grey valoraban prácticamente por encima de todo, justo después de la Lealtad. En cuanto estiró su brazo, Christian intentó encontrar en la habitación algo digno de conservar su atención, algo bueno, pero no había nada más que instrumentos, unos pocos diplomas de alguna universidad médica y fotos familiares con mocosos sonrientes.

La presión de la goma se sintió horrible. No pudo contenerse el gesto de desagrado y volvió la vista hacia el otro lado, hacia el escritorio. Jack había ocupado el asiento que antes ocupara y lo miraba apoyando los brazos sobre la cabecera. En cuanto sus miradas coincidieron, el joven le dio una suave sonrisa de ánimo. Debía haber notado que no estaba precisamente contento con toda la experiencia e intentaba alegrarlo a su pequeña manera. Christian lo tuvo difícil imaginarse teniendo que matarlo.

Lo amaba. ¿No era eso lo que le había dicho? Que su relación básicamente no hubiera cambiado de ninguna manera significativa desde aquella tarde era aparte del hecho de que esas palabras salieron de su boca y ni siquiera lo hizo para obtener algo que ya sabía Jack no le iba a negar de todos modos. Se lo dijo porque le pareció que tenía sentido y en realidad no significaba ninguna pérdida de él. Se lo dijo porque no quería que el resto del sexo se volviera incómodo o que algo de la manera en que ellos dos interactuaban lo hiciera. Se lo dijo porque imaginaba que, fuera lo que fuera el amor, lo que ellos dos tenían debía ser lo más cercano que alguna vez podrían aspirar a eso.

La verdad, no quería prescindir de él. No quería tener que matarlo. No quería que la estúpida de su ex esposa se lo arruinara incluso después de tantos años. Jamás se lo perdonaría si era así.

De pronto Jack le guiñó un ojo, como si estuvieran compartiendo un chiste privado, antes de ponerse a lamerse los labios lentamente, dejándoselos brillantes antes de mordérselos juguetonamente. Una sensación de absoluto horror bajó por la espina de Christian al darse cuenta de que no deseaba dejar inconsciente al doctor de un golpe para follárselo encima del escritorio, arrancándole toda la ropa y azotándole por tener la audacia de tentarlo en primer lugar. En cambio fue como si una brisa helada le golpeara justo la entrepierna. Sencillamente… no podía pensar en sexo. Su cabeza no podía estar más lejos de esas ideas.


“¿Qué mierda significa esto?”, protestó su polla e incluso su voz sonaba débil, casi macilenta, muerta debajo de su cintura. Eso no podía seguir así. ¿Qué se suponía que iba a ser si no podía tener sexo? ¿Iba a ser así de ahora en adelante? Dios, esperaba que no. Poder tener sexo y no hacerlo debía ser un castigo sólo diseñado por el más sádico demonio.

-Listo, señor Grey –le dijo el doctor dándole una palmada en el brazo y Christian casi dio un respingo. Cuando se dio cuenta el hombre ya le estaba colocando la bandita algodonada en el brazo-. Cierre el brazo, por favor. Gracias.

Christian se bajó de la mesa.

-Jack, espera en el auto con Taylor. Tengo que hablar algo con el doctor.

Jack se encogió de hombros y se puso de pie. Estrechó la mano brevemente del doctor para despedirse de él y salió del consultorio. Christian empezó a arreglarse la camisa en tanto el hombre ponía las dos muestras en diferentes bolsas de plástico amarillo mostaza.

-¿Cuánto tardará en tener los resultados? –preguntó.

El doctor se ocupó en marcar las bolsas con un marcador negro antes de colocarlas en un cajón de su escritorio.

-Los enviaré al laboratorio esta misma tarde, tal como hemos acordado. Para dentro de tres días ya debería estar todo listo.

-Es decir, el lunes de la semana que viene, ¿no? Bien, enviaré a mi empleado para recogerlo. Como usted sabe, prefiero que todo el asunto se lleve a cabo lo más silenciosamente posible.

-No se preocupe, señor Grey. Hacemos cosas así todo el tiempo. Cuando se trata de familias poderosas como los Grey este tipo de cosas siempre es mejor asegurarse.


Christian casi se sintió tentado a echar una carcajada por la ingenuidad del hombre. Como si el reclamo de una mujer que quisiera reclamar para un nacimiento indeseado pudiera alguna vez representar un problema lo bastante grande para que se estuviera tomando las molestias que se tomaba ahora. Pero si esa resultaba una explicación mucho más respetable que “lo hago porque creo que me he llevado a mi hijo biológico a la cama”, por mucho prefería que se la creyera a la primera.

Cuando salió del edificio y abrió la puerta de su vehículo, Jack estaba hablando con Taylor por encima de la ventana que lo separaba de la sección de conductor. Desde que dejara que el muchacho saliera por su cuenta de la mansión (previa autorización pedida y concedida) y Taylor servía como una especie de guardián, los dos habían terminado llevándose de buenas migas. De haberse tratado de cualquier otro hombro ya habría tenido sus dudas acerca de la naturaleza de su relación y tendría a alguien siguiéndolos para asegurarse de que no hacían cosas inapropiadas, pero tratándose específicamente de Taylor podía sentirse un poco más seguro. Al menos con respecto a esos dos siempre tenía todas las cartas para ganar cada partida y podía controlarlos dentro de sus propias expectativas.

-Vamos a casa directamente, Taylor –dijo Christian tomando asiento. Jack se le colocó al lado-. Dejarás a Jack en casa y luego me llevarás a la oficina.

Agradeció para sus adentros el hecho de que fuera viernes, los únicos días de la semana en los que podría salir temprano y nadie le diría nada (no que le dirían algo incluso si fuera un día normal de semana). Taylor asintió con la cabeza antes de dirigirse al frente del vehículo. Uno segundos después la ventanilla oscura se elevaba. Christian sacó su celular para empezar a revisar su correo electrónico por si el nuevo negocio que estaban trabajando le presentaba con alguna novedad.

En cuanto ellos contaron con la suficiente privacidad, Jack se inclinó hacia él y le apoyó la mejilla contra su hombro.

-¿Estás bien? –le preguntó.


Christian tecleó la aplicación que no era sin darse cuenta. No levantó la vista para no reconocer que había sido un accidente, de modo que continuó revisando sus suscripciones de YouTube como si esa hubiera sido toda su intención desde el inicio.

-Por supuesto. ¿Acaso te doy la impresión de que no lo estoy?

-No me dijiste que no me azotarías por haberte sonreído así en frente del doctor.

Se había olvidado completamente de esa pequeña insolencia. La impresión de no haber recibido un directo estímulo sexual agresivo había sido todavía mayor que el recordar las reglas que él mismo impuso. No podía decirle esa parte de la verdad. Ninguna parte de la verdad siempre era una mucho mejor opción. Christian se aclaró la garganta, la vista fija en su celular.

-¿Entonces qué? ¿Lo hiciste adrede con tal de que azotara? ¿Qué sentido tendría castigarte en ese caso?

-¿Eso significa que no vas a hacer nada conmigo? –preguntó Jack y, a pesar de que no lo veía, podía escuchar claramente que estaba haciéndole un puchero.

Christian apagó la pantalla de su celular y lo dejó a un lado del asiento antes de volver hacia el joven con expresión seria. El gesto quejumbroso de Jack se borró en el acto como si la máscara se le hubiera caído de entre los dedos, dejándole la mirada vacía que debía tener para ser apropiadamente sumiso. Christian le sostuvo el mentón en alto con sus manos y buscó a consciencia su mirada.

Eran unos ojos hermosos, preciosas lagunas de agua cristalina en las que sumergirse cada vez que quisiera. Fuentes abiertas para su libre consumición todas las veces que había querido durante los últimos meses. Antes de que Elena apareciera con sus ridículas teorías a arruinarlo todo. Pero mientras estaba ahí, siendo capaz de contar las pestañas de sus ojos entre cada parpadeo, Christian encontró difícil recordar que el hecho de que era bastante posible que fuera su hijo era algo malo. No eran sólo padre e hijo, con contrato o sin él, ¿verdad? Eran sólo dos personas con la peor mala suerte que alguien pudiera concebir.


Christian se rencontró de pronto inclinándose al frente para tomar un beso inusualmente suave de sus labios rosa. No eran los labios de un hijo reencontrado, sus labios o los de Ana en nueva carne. No podía sentirlos de otra manera que como los labios de Jack. Los labios de un esclavo al que podía usar todas las veces que quisiera y no se quejaría ni una sola vez. Cuando estuvieron unidos, Jack sólo alcanzó a darle un leve apretón de labios antes de que volviera a apartarse. Se lamió los labios como si buscara volver a sentir su sabor. En ningún momento apartó la mirada.

“Y ahí vamos”, le dijo su polla pareciendo alzarse de entre los muertos con el entusiasmo de los vencedores en batalla. Gracias al cielo, tuvo tiempo de pensar con alivio antes de lanzarse a por esa fruta posiblemente prohibida que no tenía idea de que lo era. Tenía el sabor más exquisito del mundo y el sonido que hizo al tomarle de la nuca, un débil gemido como un cachorro hambriento, encendió con fuego sus entrañas.

En la zona del conductor, a pesar de que no tenía la mejor recepción de sonido de lo que sucedía detrás de la ventana a sus espaldas, Taylor todavía podía escuchar lo que sucedía, sobretodo si eran sonidos que resonarían naturalmente adentro del vehículo, como una mano apresurándose en romper el aire para impactar contra otro pedazo de carne o un eventual grito de dolor. Estaba entrenado para saber que ni bien percibía cualquiera de los dos, su trabajo era colocarse los audífonos en la guantera y poner cualquier música en su reproductor al máximo volumen.

Eso fue exactamente lo que Taylor realizó automáticamente cuando a sus oídos llegó la voz de Jack dando un pequeño grito. “Oh, no”, pensó con pena, dejando a su mano buscar los audífonos. “¿Qué es lo que ha hecho ahora? N que de verdad necesitara una razón para hacer ese tipo de cosas.”

Pero no era su trabajo preocuparse. Hacía mucho tiempo había abandonado su derecho a quejarse de lo que su jefe hiciera. Ahora sencillamente era una hipocresía para su cabeza pretender que lo hacía. Taylor se dejó ensordecer por la música y trató, de verdad trató, no pensar en lo que estaba pasando justo detrás de su cabeza, fallando del todo a cada segundo.

Mientras adentro de Taylor una nueva lucha de voluntades se alcanzaba y su moral se veía comprometida, Jack volvió a gemir en voz alta cuando Christian Grey le pegó un mordisco a un pezón y después lo tironeó poniendo su lengua a través de la argolla. Esta vez apenas tenía que recordarse que a su padre era a quien le gustaba que fuera especialmente vocal. Se suponía que


las argollas iban a aumentar la sensibilidad para él en esas zonas y estaba comprobando lo cierta que era esa idea. Por no mencionar que la idea fija de que Christian podría tironear todo lo que quisiera hasta arrancarle el pezón o al menos cortado por el medio enviaba corrientes locas de placer por todo su cuerpo.

Christian no solía tener paciencia para muchas cosas, en especial con lo que fuera que lo incluyera a él, pero en esa oportunidad parecía que no quería perder el tiempo con más besos o caricias de las imprescindibles, prefiriendo saltar directo a los estímulos dolorosos que sabía podían darle resultados más inmediatos. Después de que le hubiera quitado del todo su camiseta, Christian se puso a trabajar para abrirle los pantalones, encontrarla la ropa interior y bajárselos a ambos al mismo tiempo de un solo movimiento. Su erección saltó de felicidad, pero se detuvo cuando Christian puso su mano alrededor y comenzó a moverla de arriba abajo rápidamente, desconcertándolo pero sin verdadero deseo de preguntar. Christian no solía tocarle en esa área a menos que pensara torturarlo de alguna manera específica, lo que estaba bien para él si podía tener orgasmos con sólo la cantidad correcta de dolor aplicado, pero no iba a cuestionar nada de esa naturaleza porque ahora mismo las palmas de su Amo se sentían fuertes y bruscas, sin el menor interés en aplicar un mínimo cuidado, y eso podía ser otra pequeña tortura.

Abrió todavía más sus piernas y bajó un poco más su cuerpo por el asiento cuando escuchó el providencial sonido de Christian bajando de golpe de su cierre. Tuvo apenas unos segundos para relamerse viendo la erección dura del hombre antes de que Christian lo sostuviera de los hombros y penetrara de un golpe, sin darle la posibilidad de hacer nada más. Las embestidas sucedieron de inmediato, empujando su cabeza contra la pared de la limusina.

No sabía exactamente lo que estaba pasando ni por qué, pero no iba a ser él el que empezara a hacer preguntas al respecto. A una gran parte de sí le encantaba que el humor del hombre fuera tan imprescindible y unas de sus respuestas primarias fuera follarlo de cualquier, con más fuerza mejor, porque eso significaba que podía sacar la mayor satisfacción posible sin tener que poner mucho esfuerzo en provocarlo. Desde la noche anterior que Christian no lo había tocado y esa mañana tampoco le pidió que le diera su mamada matutina antes de irse a trabajar, habiendo entrado a su cuarto antes de que hubiera despertado y quedarse mirándolo hasta que se hubiera despertado por su cuenta. En cambio, ni bien se levantó y bajó a preguntarle a una sirvienta adonde estaba el señor Grey, este ya se había ido sin demora.

No recordaba la última vez que algo así había pasado y se daba cuenta de que había extrañado no poder haberse despedido. Imaginó varias cosas, desde que el hombre sencillamente no se sentía apto, quizá por un mal estomacal, hasta la urgencia de una reunión o algo por el estilo que


requiriera su atención en las oficinas. Como sea que fuera, parecía que ahora su Amo quería recuperar el tiempo perdido, casi con desesperación, y el resultado no podía ser nada más deseable para Jack.

A pesar de su deseo, de sus jadeos y el claro placer que derivaba de la brusca penetración (tal como le gustaba), Jack todavía tuvo suficiente presencia de ánimo para extrañarse cuando Christian se inclinó al frente y le abrazó la espalda baja. Jack le abrazó envolviéndole el cuello con los brazos de forma instintiva, pero no se trataba sólo del gesto lo que el hombre planeaba porque pronto se empujado y elevado en el aire. Jack enlazó sus pies alrededor de la cintura de Christian, haciendo todavía más sencillo que este pudiera acomodarlo en su regazo cuando volvió a sentarse en el asiento. Al parecer quería en particular que estuviera arriba, lo que definitivamente tampoco sucedía muy seguido pero a quién le importaba eso en realidad.

La sensación de elevarse con sus propias piernas y sus manos aferradas a cada lado de la cabeza de Christian, para luego dejarse caer con fuerza, sintiendo toda la extensión del pedazo de carne que se introducía, era sencillamente gloriosa. Si Christian continuaba masturbándolo con la falta de cuidado era ´posible que acabara corriéndose junto a su Amo, lo que no sucedía con ninguna frecuencia pero cuando pasaba no podía ser nada más que conveniente.

Christian le sostuvo su boca contra la suya como si quisiera tragarse su lengua. Jack aumentó la velocidad de sus movimientos, procurando apretar sus interiores antes de bajar, aplicando una nueva brusquedad en su propio cuerpo. Apenas podía respirar con el aliento del hombre en la cara, pero no importó porque luego de lo que parecieron horas de un delicioso coctel de dolor y agrado, a pesar de que sólo habían sido unos minutos desenfrenados, acabó en una explosión nuclear por todo su cuerpo al sentir la corrida de Christian llenándolo.

El muchacho se derrumbó sin voluntad encima de su padre mientras este le palmeaba la espalda como si se hubiera portado bien. Los dos se quedaron en silencio unos segundos. Todavía no habían llegado a destino, pero Jack no se atrevía a sugerir que aprovecharan de nuevo esos minutos y se contentó con acariciar el cuello del hombre con su nariz. Estaba empezando a relajarse cuando un gemido volvió le fue arrancado de su boca al sentir que el miembro, todavía enterrado en su interior, se despertaba con renovado brío. Jack no pudo evitar lanzarle una mirada de asombro.


-¿Qué tal una segunda ronda? –preguntó Christian y tenía la clase de sonrisa que conquistaría a todas sus compañeras si viniera de un adolescente en el colegio.

Jack le acercó para besarlo de vuelto y apretó con intensidad su entrada. Todavía no estaba cansado. Podía hacerlo todas las veces que se le requiriera. Christian tomó su gesto como la rotunda afirmación que era y se alzó de nuevo con él en brazos, a fin de ponerlo acostado contra el suelo de la limusina, elevar sus caderas y moverse como si no le importara otra cosa en el mundo que enterrarse en él. A Jack le parecía bien. Le encantaban esas ocasiones y no le importaba ofrecer su sacrificio para calmar las ansias del hombre, varias veces en un mismo día si era necesario.

Para el momento en que finalmente llegaron a la mansión y Taylor aceptó para sus adentros que no podía seguir ocultándose detrás de la música para siempre, sólo había pasado una media hora. Pero conociendo a su jefe, en una media hora podía mucho más de lo que otros hombres decidían tomárselo con calma para disfrutar cada segundo como un dulce individual, de modo que ya estaba preparado para ver a Jack con la cara hinchada por las lágrimas y apenas siendo capaz de caminar mientras Christian saldría casi luminoso, satisfecho como un gato que hubiera arrastrado al ratón que acabara de matar. La misma escena patética que había visto ya incontables veces y siempre le golpeaba como si fuera la primera. En especial a su pobre corazón y mente de militar, más entrenado a la asistencia rápida e inmediata que a volver la vista ante las claras señales frente a sus ojos de algo que no estaba del todo bien.

Sin embargo, en cuanto abrió la puerta, Jack salió primero con una gran sonrisa pegada al rostro. Christian salió inmediatamente detrás de él y, dado que él era quien llevaba el traje formal, sólo en él quedaba claro que no habían limitado a hablar en voz alta dentro del vehículo.

-Necesito cambiarme –dijo el hombre. Su corbata se le había desprendido de su lugar en la camisa y colgaba a mitad de su pecho-. Espérame mientras hago eso antes de que volvamos a la oficina.

“Oh, claro”, pensó Taylor, sorprendiéndose a sí mismo de que no lo hubiera pensado antes. Después de todo a Christian le servía bien cualquier espacio para dar rienda suelta a sus deseos y un vehículo en movimiento no iba a detenerlo en eso. Al menos por esa ocasión parecía que el chico había estado de acuerdo con todo el hecho, lo que suponía era algo por lo cual estar agradecido para calmar su consciencia.


-Sí, señor –dijo con la misma solicitud de siempre, dejando que la puerta de la limusina se cerrara con cuidado.

Vio que Christian se adelantaba para seguir el mismo camino por el cual había seguido Jack y que al encontrarse ambos a la misma altura, Jack le dirigió al mayor otra larga sonrisa. Christian le sonrió de vuelta antes de rodearle los hombros con un brazo y besarle la coronilla de cabello revuelto, adonde varios mechones hacía tiempo se habían desprendido de su coleta y la coleta en sí caía mustia a sus espaldas. A ninguno de los dos parecía importarle ese detalle.

A veces Taylor de verdad se preguntaba para qué siquiera se molestaba. La señorita Steele había sido también así. Durante un tiempo todas las mujeres y los chicos eran así, como si acabaran de encontrar al paraíso. Pero Jack había visto al verdadero señor Grey en su primer día, no había manera de que no conectara los puntos, y seguía ahí contento de la vida. ¿A lo mejor ya era una causa pérdida y ese era un hecho más que tendría que aceptar, entre tantos de por sí desagradables? Quizá… pero no le gustaba en lo absoluto pensarlo. El muchacho era demasiado joven para semejante corrupción. El hecho de que hubiera conseguir sobrevivir durante tanto tiempo le alegraba tanto como intranquilizaba. ¿Qué tanto daño habría hecho ya? ¿Existía siquiera la mínima posibilidad de esperanza?

No sabía. No podía imaginarlo. Pero esa sería otra de las miles de preguntas y cuestiones que tendría que llevarse a la cama.

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“El lunes tendré los resultados”, pensaba Grey mientras besaba la boca de Jack contra la pared de un ruidoso club nocturno en Nueva York. Era un bar gay, de esos adonde los cuerpos sudorosos y trabajados de varios hombres que pasaban varias horas en el gimnasio eran presumidos en la pista mientras una asquerosa música electrónica le dejaba con ganas de destrozar un vaso, agarrar un pedazo de vidrio especialmente afilado y clavárselo en los oídos con la esperanza de matar sus tímpanos. Dado ese tipo de ambiente y el hecho de que se hubieran movido a la parte trasera del establecimiento, adonde, si uno ponía la suficiente atención, podía escuchar los gemidos saliendo del baño, a Christian no podría importarle menos quiénes los vieran.


La relación entre ellos podían ser muchas cosas, pero por lo que respetaba a cualquier mirón que les tocara esa noche, sólo eran un hombre mayor disfrutando de la compañía de un joven. Odiaba todo lo que tenía que ver con demasiadas personas aburridas y sosas en un mismo ambiente adonde imperaba la alegría. De hecho, la alegría ajena en general le ponía de mal humor. Pero no podía negar el efecto positivo que tenía sobre él y su polla el andar exhibiendo por ahí su estatuto de sugar daddy (un término que no se acercaba en lo absoluto a describirlo, se decía) del brazo de su última conquista.

Eran dos personas atractivas, desde luego. Jack destacaba incluso si le había hecho ponerse una camisa de manga larga (de diseñador, por supuesto) con unos jeans normales (también de diseñador) en lugar de permitirle la camiseta amplia sin mangas y los shorts que se suponía sólo compraron para llevar en la playa, y nada más que para eso, que originalmente buscaba ponerse. “Sería mucho más fácil así”, argumentaba el joven. “Puedo hacer de señuelo, ya lo sabes.”

Pero Christian se había negado de pleno, incluso si sabía que tirar la preciosa carne blanca de Jack entre esos lobos siempre traía los resultados más inmediatos. Además, sabía que el muchacho se las arreglaría igualmente. Esa noche, y todas las que quedaran, quería que su carne fuera sólo para él y que el resto de esos idiotas sólo se pajearan imaginando lo que él podía contemplar todas las noches durante su sueño sin ninguna restricción.

Estaban en busca de una presa, sí, pero esa verdad (lo que era suyo se lo miraba, no se lo tocaba, y sólo se lo miraba de una forma que él pudiera aprobar) era todavía más prevalente que cualquier otra cosa.

“El lunes sabré si es verdad o no”, siguió diciéndose, moviendo su rodilla entre las piernas del más joven y sintiendo el bulto contra sus muslos. Jack jadeó con deseo y se lamió los labios antes de mordérselos. ¿Quién podría esperar que hiciera otra cosa que reemplazar esos dientes con los suyos, chupando con deseo? “Son sólo dos días de incertidumbre”, se había dicho durante las horas de oficina, en medio de una reunión que por ser importante resultaba extra aburrida, mientras debajo de la mesa intercambiaba con Jack planes para el fin de semana a través de su celular. Dos días en los que no sabría si la persona con la que estaba haciendo todo lo que había hecho con sus sumisos los últimos años y un poco era de verdad su hijo biológico o no.

Todavía no tenía claro cuando llegara ese momento, pero él no sería Christian Grey si de verdad dejara desperdiciar los tesoros que poseía. No podía dejarlos ahí, reuniendo polvo y sin usar. De


modo que estaba claro lo que tenía que hacer: exprimir la bendición que era su ignorancia al máximo mientras pudiera conservarla. Podía ser que ellos dos compartieran mucho más que sus intereses más profundos… o podía ser que no. Iba a ir con la asunción de que mientras no lo supiera, no había daño que se pudiera hacer. Seguiría sin saber de no haber decidido presentarle a Elena el chico. De modo que estaba bien. Podía hacer eso.

Jack sonrió, mirándole con ojos de los que parecían saltar chispas. Christian le apretó las nalgas, dejando que sus dedos cayeran naturalmente por el medio, abriéndole esas mejillas. No quería más de la vida que bajarle los pantalones y follárselo contra la pared mientras las débiles luces de colores apenas iluminaban sus siluetas desde la pista de baile, pero no era para eso lo que habían venido. Al menos por esa noche.

-¿Ya viste alguno que sirva? –preguntó Christian, hablando separados apenas por unos centímetros de su boca.

El aliento de un jadeante Jack le daba pequeñas cosquillas.

-Hay un tipo en el bar que no ha dejado de verme en toda la noche –Jack se puso en puntas de pie para lamerle la boca. Contra su pierna siguió presionando su erección anhelante-. Si lo acaramelo sólo un poco más va a seguirme adonde sea. Algo me dice que si le menciono la palabra trío y ve lo guapo que eres le va a faltar tiempo para seguirme y hacer lo que quiera.

Christian gruñó con malas contenidas ganas y le mordió el cuello, estrujándole las nalgas entre sus manos. Incluso la mera sugerencia de que otro hombre pudiera tocar sus posesiones le ponía de malhumor, pero por otra parte le encantaba que su hijo tuviera tanto entusiasmo por ayudarle en lo que tenía pensado. Era una dicotomía personal a la que ya casi estaba acostumbrado. Jack le besó en la mejilla, rodeándole el cuello con sus brazos.

-¿Quieres que vaya yo o quieres hablarle tú? –preguntó en voz baja.

Christian suspiró. Sabía que tenía que dejarlo ir de cualquiera manera, sin importar su respuesta, y no le gustaba el prospecto.


-Mejor hazlo tú –dijo, sobándole todavía y causando pequeños gemidos de excitación que le hacían sentir como si tuviera aceite encendido en las venas.

-De acuerdo.

En lugar de soltarlo de inmediato, Christian se permitió unos placenteros minutos para continuar frotándose contra el cuerpo del más joven, besarlo ferozmente en contra de la pared antes de liberarlos, los dos sin aliento. ¿Cómo se le ocurrió alguna vez que no podría querer hacer eso de nuevo? Debía haber estado todavía alucinando por la impresión. Era una locura pedirle algo así.

-Apresúrate –jadeó con voz ronca-. No quiero esperar demasiado, maldita sea.

-Espera en el otro extremo del bar para que él pueda verte –dijo Jack, pasando las manos por su pecho cubierto por una camisa (igualmente de diseñador) con dedos ansiosos-. Y morirse de envidia porque no ha estado contigo antes.

Christian emitió una suave risa. No tenía sentido negar que otras personas pudieran pensar así.

-Vamos –dijo, dirigiéndose tanto al más joven como a su adolorida erección bajo sus pantalones.

Podría todavía hacer que el más joven le diera aunque fuera una mamada para tener un final rápido, pero no era para finales rápidos que habían hecho ese viaje y de paso conocía las delicias de tener relaciones justo después de haber acabado con una nueva presa. Cada vez que lo hacían era como follarse con una bestia o un demonio de la que nunca había conocido antes. Era todavía más excitante que lo que sucedía justo después de que aplicado una buena cuota de dolor sobre el cuerpo del más joven y este estaba drogado con sus propias sensaciones.

Necesitaba que ese fin de semana fuera lo más perfecto posible. Necesitaba asegurarse de que pudiera recordarlo con alegría sin importar lo que fuera a pasar el lunes. Mientras menos pensara en ello y lo que tendría que hacer, más felices podrían permitirse ser.


Esa noche y la siguiente la misma buena suerte se les dio, encontrando víctimas disponibles y deseosas de seguir a un guapo extraño a cualquier callejón apartado para tener su cuello cercenado o sufrir ser el blanco de una pistola de clavos dirigida directo a sus ojos abiertos en horror. Los últimos momentos en que esos dos hombres estuvieron con vida los pasaron siendo testigos de la manera en que Christian sostenía la cintura de Jack y penetraba por el lugar adonde ellos, en sus delirios, creían que alguna vez tendrían oportunidad de entrar. Los gemidos de placer de Jack al ser satisfecho por un hombre que no era ellos eran la forma en que el mundo tuvo de despedirse de su existencia.

Luego de que sus cuerpos cayeran hacia el suelo sin vida, Jack se giraba de un salto y le saltaba encima a rodearle con sus piernas, desesperado por encontrar oxígeno desde el interior de sus pulmones. En otras circunstancias habría preferido por mucho tener la experiencia en su habitación especialmente diseñada para esas contingencias, pero había una especial necesidad por aprovechar cada segundo y en respuesta a ella su polla parecía moverse casi por su cuenta, adentro y fuera del ano prieto del joven mientras lo tenía contra una pared llena de grafitis, encima de un basurero, indiferente al aroma desagradable que flotaba alrededor. Eso no importaba. No existía. Ni siquiera el cuerpo por el cual luego tendría que llamar a su servicio especial para que dispusiera su eliminación de la manera apropiada tenía la menor importancia y no podía estar más apartado de sus mentes, concentradas únicamente en el tacto, en la confirmación de la existencia del otro.

Durante el día Christian insistió en llevar al joven de tour por la ciudad y comprarle lo que fuera le llamara la atención en cualquier vitrina de las tiendas. A pesar de que no era nada inusual que le dieran ganas de mimar a su hijo de semejante forma, en algún punto Jack llegó a preguntarle si estaban celebrando algo especial. Christian le dijo que sí. El contrato por el que la compañía había estado peleando por conseguir durante los últimos meses finalmente había sido firmado. Por supuesto que merecía celebrar esa ocasión.

Los dos estaban prácticamente muertos del cansancio cuando se subieron a la primera clase de la aerolínea que los llevaría a casa, pero había valido la pena del todo y Christian ya estaba considerando que si todo salía acorde a lo que él quería, como debería ser, entonces quizá podrían repetir la misma experiencia el próximo fin de semana. Quizá podrían hacerlo una cosa oficial los fines de semana, ¿por qué no? Podrían hacer tantas cosas. Destruir o conquistar el mundo, daba igual.


Era todavía de mañana cuando por fin llegaron a la mansión, Jack llevando una de las maletas más pequeñas apenas manteniendo los ojos abiertos. Ni bien el joven subió con la pretensión de desempacar las cosas, bostezando durante todo el camino, Taylor se acercó a su jefe para decirle que ya tenía los resultados del laboratorio. Ni siquiera Taylor sabía para qué eran los exámenes, pero Christian creía que a lo mejor había pedido una confirmación de que Jack no le estaba engañando o algo así. Lo raro era que eso no sería nada de extraño proviniendo de él, después de todo había sido una ocurrencia más o menos de costumbre con los otros chicos e incluso con algunas sumisas, pero esta vez se trataba de un error del cual Christian no tenía la menor intención de sacarlo. ¿Quería que se los diera ahora? Dijo que sí y recibió el sobre de color beige, pero no lo abrió.

En cambio subió a su habitación y lo guardó en su mesilla de luz antes de ir al cuarto destinado a Jack, adonde lo encontró todavía bostezando, tratando de encontrar un espacio en su estantería para la nueva colección de DVDs y CDs que había escogido en Nueva York. La maleta permanecía abierta en el centro de la cama con toda la ropa todavía intacta.

-Déjalo para más tarde –le dijo Christian, adelantándose para cerrar la maleta y ponerla en el suelo. Comenzó a quitarse la chaqueta de encima-. Los dos estamos agotados, ¿no es así? Haríamos bien en simplemente descansar. Hemos tenido un increíble fin de semana y hoy es mi día libre.

-¿En serio? –preguntó Jack, mirándole mientras Christian se sentaba en la cama para sacarse el calzado.

-Por supuesto –dijo Christian sonriéndole-. ¿Creías que querría alejarme tan fácil de mi compañero favorito del crimen?

La verdad era que no creía tener ninguna cabeza para los negocios se día. La idea de pasarse gran parte del día sentado en su oficina escuchando a idiotas e incompetentes, aguantando las risitas y miradas apreciativas de sus secretarias, en lugar de pasarlo junto a Jack en ese día, de entre todos los días del año, se le hacía demasiado real. Jack dibujó una sonrisa alegre y dejó su carga encima del mueble antes de dirigirse hacia sus brazos abiertos. Christian le besó, acarició y desnudó de forma perezosa, pero era verdad que lo mejor que podían hacer era tomar un descanso e incluso su polla siempre entusiasta estaba de acuerdo en ello.


El joven se durmió ni bien tuvo su acomodo contra su pecho bajo las sábanas. Christian le besó la frente y enterró el rostro en su hermoso cabello negro, dejándose guiar al mundo de los sueños teniendo como conductor el aroma a manzanas que emanaba.

Se despertó pasadas muchas horas después del mediodía, sintiéndose pesado y perezoso. No quería moverse, pero al abrir los ojos cayó en cuenta de que estaba solo en la cama y tuvo que sentarse antes de exclamar como un niño perdido en la oscuridad.

-¿Jack?

-Disculpa –dijo el joven, saliendo del baño. La habitación estaba a oscuras y toda la luz que iluminaba al muchacho provenía del cuarto privado-. Ya no me aguantaba las ganas.

Jack apagó la luz y se subió a la cama, caminando de a gatas hasta el hombre. Christian se sintió más que un poco disgustado consigo mismo por haberse preocupado. ¿Adónde se le ocurría que el chico podría ir, sobre todo sin él sabiéndolo y pudiendo prevenirlo antes de que diera el primer paso? En lugar de pensar en eso, Christian buscó distraer el pensamiento atrayendo al joven hacia su regazo, darse la vuelta y besarle posesiva, agresivamente. Le gustó a sabor a menta que impregnada su boca. Christian lamió sus dientes y dejó que el otro le acariciara con su lengua unos momentos antes de erguirse sobre sus brazos.

-¿Qué hora es? –preguntó, algo ansioso.

¿No había perdido el último día de paz que tendría, o sí? Todavía debía haber tiempo. Jack se lo dijo y Christian lanzó un largo suspiro de alivio. Con tal de explicar su reacción, mencionó que ya mañana tendría que ir a trabajar sin falta y no le hacía ninguna gracia que se pasara todo su día libre, con lo infrecuentes que eran, sólo para dormir. Incluso si la compañía era tan buena y en especial si se le ocurrían una buena cantidad de actividades que podrían hacer en la cama en su lugar.

-¿Como qué? –preguntó Jack con una falsa inocencia a la cual el brillo de sus ojos delataba sin demora.


-Acompáñame y lo verás –dijo Christian, girando para salir inmediatamente de la cama.

Sólo tenía puestos los calcetines y unos pantalones de gimnasia. Extendió su mano ara que Jack se la tomara. El que el otro no se apresurara en tomarla le causó un breve momento de inseguridad. ¿Acaso sabía que algo no estaba bien con ellos? Pero la ridícula duda se desvaneció cuando Jack se deshizo de las sábanas que le enredaban las piernas y se puso de pie, siguiéndole, su agarre sobre su mano firme, cálido y suave como las manos de una mujer.

Christian caminó hacia su habitación de juegos y abrió la puerta con la pequeña llave que había ya sacado de su chaqueta. Fuera lo que fuera que le dijera ese maldito sobre, iba a hacer todo lo posible porque no se lamentara ningún segundo en que no estuviera con el joven a su lado. Cuando se trataban de meros juegos de dolor, solían durar de por sí mucho más tiempo que cuando sólo follaban y así pasaron varias horas, él enrojeciendo las partes más deliciosas de su hijo y haciendo resaltar sus venas ardientes que latían bajo su lengua hambrienta, Jack rompiéndose las cuerdas vocales y la garganta ante cada nueva idea que se le ocurría para seguir probando su sensibilidad.

Para cuando por fin tuvieron un último orgasmo compartido sobre su cama, el día ya había pasado y era la madrugada. Christian esperó a que el joven estuviera nuevamente dormido. Lo último que deseaba en el mundo era separarse de la visión de sus pestañas lanzando delgadas líneas negras sobre sus mejillas y la melodía reconfortante de su tranquila respiración. Pero no podía igualmente resistir por más tiempo no saber, sabiendo que la respuesta estaba literalmente al alcance de su mano. Podría quemar aquellas hojas y pretender que nada de eso había sucedido, pero se trataba de Christian Grey… y si había algo que de verdad irritaba a Christian Grey era que se le permitiera creer siquiera por un segundo que alguien algo que no podía saber acerca de su propio esclavo. No, de ninguna manera.

Sintiéndose horriblemente descontento con el universo entero, Christian se salió de la cama con cuidado de no despertar al otro y regresó a su propia habitación. Abrió el sobre y sacó las hojas, pero les dio la vuelta antes de que las letras negras llegaran a sus ojos para que pudiera leerlos. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Tenía una idea acaso?


Sí, le acabó susurrando una parte de sí, esa voz nueva e insidiosa que le había revuelto las tripas desde la cena con Elena. Pero por esa ocasión, ellos dos estuvieron de acuerdo apenas la sugerencia fue formulada en su mente.

Si los resultados eran negativos y entre ellos no había ningún lazo de sangre, se casaría con el joven. Ese tipo de cosas eran legales ahora siempre que los dos fueran mayores de edad. Su familia tendría un rato difícil para aceptarlo, pero eso sería todo. ¿Y desde cuándo algo que le importaba a su familia afectaba siquiera un ápice su vida? Tendría posesión legal del chico para hacer y deshacer con él todo lo que quisiera. Nunca podría dejarlo y no habría más opción que hacer al mundo entero que le pertenecía, sólo a él, y que aquel que quisiera tocarlo sólo le tocaba sufrir el destino más horrible que se le ocurría. A lo mejor podría comprarle una nueva mansión, una adonde su nueva habitación de juegos fuera todavía más grande, algún depósito especial para deshacerse de los cadáveres sin todavía menos inconvenientes, quizá un tanque de ácido o un pozo interminable en el sótano. Podrían empezar a construir algo de verdad grande ellos juntos.

Mucho más tranquilizado ahora que había tomado una decisión, Christian tomó una profunda bocanada de aire y dio vuelta a la hoja. Leyó las palabras por encima y sólo se concentró en el final del cuadro, adonde estaba en sí el resultado de compatibilidad de sus genes.

Christian Grey no había llorado en años. Ni siquiera cuando era un niño lloraba, prefería el silencio. Pero en esos momentos, tapándose la boca y rogando porque nadie lo encontrara, rogando porque a Jack no se le ocurriera despertarse en medio de la noche para buscarlo, horribles sollozos le sacudieron el cuerpo y lo único que quería era enterrarse en la tierra para no nunca ver de nuevo la luz del sol. Quería gritar, quería romper algo. Sin embargo se quedó ahí, llorando como no recordaba haberlo hecho antes.


Capítulo 8: Lo hago porque te quiero

El vendedor seguía hablando acerca de las beneficios del departamento, cuidándose de mencionar lo más seguido posible que era bastante solicitado entre varios compradores, incluida una pareja de recién casados muy amigables, pero Christian hacía tiempo había dejado de escucharle. Se detuvo en el centro del salón vacío adonde había una amplia ventana en una pared de color naranja suave. Christian miró hacia los edificios en frente de la calle y el departamento.

-Y hace un excelente clima aquí en verano…

-Lo tomó –anunció Christian Grey.

El vendedor lo miró todavía sonriendo de medio lado, aparentemente sin entender.

-¿Perdón?

-Dije que me lo llevé. ¿Le parece bien que le pague el año por adelantado en efectivo ahora?

En tanto el hombre parpadeaba con la boca entreabierta, Christian revisó su celular. La vibración anunciándole el nuevo mensaje continuó hasta que pudo marcar el mensaje como leído (sin leerlo, porque ya había visto al remitente) y bloquear de nuevo la pantalla. Luego de guardárselo en su chaqueta, se volvió al hombre esperando su respuesta.

-¿Y bien?

Los ojos del hombre volvieron a abrirse como si se hubiera adelantado a darle una cachetada.

-¿Habla en serio?


Christian frunció el ceño. Ese hombre claramente no tenía la menor idea de con quién estaba hablando y eso que le había anunciado su nombre y todo nada más llamar por el departamento.

-¿Prefiere entonces? –ofreció algo irritado.

No tenía ganas ni tiempo de pasar más tiempo del necesario en nimiedades como aquella.

-No, no, señor. Si usted tiene el dinero y cree que de verdad le servirá este sitio…

-Así será –Christian sacó su billetera-. Ahora bien, ¿cuánto por un año de alquiler?

El hombre se lo dijo, todavía un tanto dubitativo. Christian separó el dinero necesario en billetes de cien dólares y se los entregó. El hombre los recibió con una súbita gratitud y aire de servidumbre como la de los taberneros en películas de épocas después de presentarles con una bolsa de oro. El resto de los detalles se arreglaron con relativa simpleza y satisfactoria rapidez. Christian recibió su nueva llave y estrechó la mano del hombre, diciéndole que en los próximos días se encargaría de ir amueblando el sitio y que sin duda debería esperar una llamada suya si veía el menor inconveniente.

-Claro, claro, señor Grey –le respondió el hombre, todo sonrisas y simpatía.

Era así como Christian prefería que se llevaran a cabo sus negocios. Una vez terminado ese asunto, se despidió y regresó a su habitación de hotel cinco estrellas. Dentro de un rato iba a bajar a tener una buena cena, pero primero tenía que hacer unas cuantas averiguaciones. En su habitación, Christian se quitó la chaqueta de encima, se sentó en el borde de su cama y se pasó las manos por su cabello, tratando de liberarse del estrés, de recuperar algo de calma para lo que necesitaba. Iba a necesitar toda su fuerza de voluntad disponible y no iba a perderla por alguna tontería.

Cuando por fin se sintió con la suficiente presencia de ánimo, Christian tomó el teléfono inalámbrico de la mesita de noche y marcó el número más familiar que tenía en su memoria,


apenas sin necesidad de ver los números. Luego acercó el aparato a su oreja y esperó a que la señal pitara. No pasó mucho tiempo hasta que el teléfono en la otra línea fuera atendido.

-¿Hola? Esta es la mansión Grey –dijo la voz de Taylor.

Por un absurdo momento Christian había temido y esperado escuchar a Jack. No habría tenido sentido porque Jack de por sí tenía prohibido atender los teléfonos de la casa a menos que se tratara de un real emergencia. Así era más sencillo seguir manteniendo en relativo secreto la naturaleza de su relación, o al menos esa era la excusa que Christian ponía a semejante condición.

-Taylor, soy yo –aclaró-. ¿Cómo está todo en la casa? ¿Bien?

-No ha habido ningún problema de ningún tipo, señor –contestó con calma su empleado.

Christian volvió a sacar su celular y al iluminarse la pantalla esta le mostró la última aplicación en la que había, no molestándose en cerrarla antes. El mensaje de Jack continuaba ahí, una simple pregunta para saber si la estaba pasando bien en la conferencia que lo había forzado a hacer otro viaje tan pronto, sin aviso. Como todas sus mentiras, daba igual si le creía o no siempre y cuando sencillamente se abstuviera de discutírselas. Y en esa ocasión, para variar, ni aun teniendo autorización tendría una razón para hacerlo. Era una excusa perfectamente plausible y verosímil. Hombres a lo largo del tiempo habían dicho frases similares para tapar el ir a visitar a una amante.

Se preguntaba si había habido alguno que la usaba para escapar de su amante a los brazos de nadie.

-¿Señor? –inquirió Taylor pasados unos momentos, preocupado por el silencio.

-¿Y Jack cómo está? ¿Ha comido bien esta mañana?


-Jack no ha presentado ningún problema tampoco, señor. Está en el salón jugando con la consola. No sé si se escuchan las explosiones hasta donde usted está –Ahora que lo mencionaba sí se escuchaba un extraño sonido rítmico de fondo-. ¿Quiere que lo llame para que hable con usted?

-¡No! –respondió Christian, dándose cuenta demasiado tarde de que había dejado escapar su ansiedad.

Maldita sea. No tenía que permitirse perder el control, en esos momentos menos que nunca. Y si escuchaba la voz de Jack, su verdadera voz y no un simple mensaje de texto que podía ignorar si quería, el anhelo le picaría peor que una colmena llena de abejas y tres hormigueros. Podría decidir regresar al vendedor y pedir el dinero de vuelta por el departamento. Podría deshacerse todo por lo cual había trabajado esa tarde sólo con poder seguir escuchándolo, sabiendo que lo esperaba en casa. Era así como debía sentirse un gordo en dieta cuando alguien les sugería ir a la pastelería.

-No –repitió forzándose a conservar la calma o al menos a pretender que él lo hacía-. No, está bien. Sólo quería saber cómo andaban. Ya casi termino con lo que vine a hacer aquí. Entre mañana o pasado ya debería estar de vuelta. Llámame si sucede cualquier cosa.

-Por supuesto, señor. ¿Algo más?

“Dile a Jack que lo necesito”, estaba desesperado por decirle. “Dile que me hace falta y que lo extraño demasiado para ponerlo en palabras, que tengo que tocarlo, que tiene que decirme que me extraña, que tiene que demostrarme que lo pasa tan mal sin mí como yo sin él, que incluso unos segundos separados lo han puesto inquieto y que se llena de pesadillas en la noche si no estoy ahí.” Pero soltar todo habría sido abrir demasiado su corazón y no estaba preparado para eso.

-No, Taylor. Eso será todo. Llamaré para que me busques del aeropuerto cuando esté llegando.

-Entendido, señor Grey. Que la pase bien en lo que sea que esté ocupándose. Los dos lo esperaremos.


Ese era posiblemente el único consuelo que le quedaba a Christian. El pensamiento de que cuando regresaría su dulce y sangriento muchacho estaría esperándolo listo para abrirle los brazos y las piernas si acaso se lo ordenaba, le daba una calor reconfortante que podría servirle como una especie de escudo contra su física ausencia. Si creyera en dios le agradecería ahora tener a Taylor, un hombre en el cual realmente podría confiar para que lo vigilara para que ningún otro sujeto le pusiera la mano encima; aunque en realidad apreciaba mucho más su propia habilidad para elegir lo que podía coleccionar para mantener el control sobre la gente a su alrededor. No tenía tanta confianza en el propio sentido de lealtad de Taylor hacia él como su inteligencia. El hombre sabía lo que era lo mejor para él y su familia, razón por la que nunca se atrevería a desobedecerle.

Al menos eso era algo con lo que siempre podría contar. Una seguridad estable en medio del océano tormentoso de sus deseos y deberes en los que se estaba ahogando desde el día anterior.

-

Una vez colgó el teléfono, Taylor volvió a recoger la bandeja con los aperitivos, preparados por una sirvienta que ahora se encargaba de limpiar la cocina, para llevarla hacia el salón adonde Jack se movía de un lado a otro sentado en el sofá, siguiendo la dirección de la nave digital que estaba controlando. Taylor dejó la bandeja sobre una mesita metálica, del tipo que usaban los hombres solteros para devorar sus cenas en solitario en frente del televisor, antes de sentarse al lado del joven.

-Hey, gracias –dijo Jack sin despegar los ojos de la ventana. Los sonidos de disparos eran bastante realistas en opinión de Taylor y cada vez que daba en un blanco, el blanco en cuestión caía de la pantalla en medio de una bola de fuego, acabando con el realismo. Pero se suponía que el piloto de por sí era un conejo antropomórfico, de modo que eso tenía un insignificante valor-. ¿He escuchado mal o ha sonado el timbre del teléfono?

-No, oíste bien. Acabo de colgar.

-¿Era p… el señor Grey? Le mandé un mensaje hace un rato, pero no he recibido ninguna respuesta y eso que sale que me lo ha leído.


Se escuchó una explosión más fuerte y el control en las manos de Jack temblaron de forma visible cuando su nave recibió otro disparo, acabando con su barra de salud y perdiendo la última vida que le quedaba. Jack chasqueó la lengua con irritación antes de tomar un emparedado de la bandeja y darle una mordida brusca, masticando con lo que parecía un puchero.

-Sí. Al parecer ha llegado con bien a su destino y está a punto de terminar con sus asuntos. Mencionó que para mañana a lo mejor ya habría terminado y estaría en su camino de vuelta.

-Espero que sí –Jack cargó su juego guardado en el último punto en el que había estado, justo antes de la sección de vuelo, y puso en pausa la pantalla. Taylor se volvió al joven y lo vio masticar con el ceño levemente fruncido, perdido en sus pensamientos-. ¿A ti… te ha sonado que estaba bien? Esta mañana apenas me ha mirado antes de irse. ¿No te mencionó si estaba molesto conmigo por algo?

“Los dos sabemos que no necesita motivos para estar molesto”, pensó Taylor sin poder evitar el disgusto. No sabía a qué atribuirle el que chico todavía no hubiera aceptado eso como un hecho o de verdad tuviera la suficiente ingenuidad para creer que él podría explicar algo acerca de su temperamento siempre cambiante.

-Me das más crédito del que merezco –respondió, estirándose sobre el sofá-. El señor Grey es un hombre muy… privado y práctico. Estoy seguro de que si tuviera algún problema ya lo sabrías y que no pretendía preocuparte. Seguro que sólo estaba estresado. Estas conferencias suelen ser todo un trabajo en sí mismas.

Taylor dijo las mentiras y el diálogo como si de verdad se los creyera, como si no hubiera la menor duda en su mente al respecto de las palabras de su jefe, aunque hacía años había aprendido a nunca tomarlas demasiado en serio cuando no le concernían directamente. Varios años de práctica podían hacer eso por una persona. Al final las palabras dejaban de tener algún sentido o valor para convertirse en sólo el guión que su personaje debía recitar en voz alta.

La verdad era que no sabía qué estaba pretendiendo el hombre. Antes del viernes a lo mejor sí podía decir que le notaba cierta intranquilidad en su semblante, una especie de dureza como de


madera vieja en su forma de tratar al muchacho, incluso más que de costumbre, pero no le dio importancia. De hecho, se alegró un poco de que el sol no estuviera siempre brillando fuerte e imponente sobre su cielo gris. Pero todo eso había cambiado ese fin de semana, con el señor Grey decidiendo espontáneamente en salir en un viaje de placer solos él y Jack, trayendo casi tanto equipaje como su hermana Mia, la que tuvieron que internar para tratar su problema de adicción a las compras, podría haber conseguido con una tarjeta de crédito ilimitado (algo que su marido ya no le dejaba tener, por temor a los que los llevara a la bancarrota).

En cada llamada que le hizo ese fin de semana para pedirle un reporte de novedades en su hogar se lo escuchaba alegre y la voz entusiasta de Jack de fondo mandándole un saludo antes de que el señor Grey tuviera que cortar.

Tampoco tenía idea de cómo el muchacho podía dar semejante imagen de cordura después de tantos meses. Al resto de los chico sólo había bastado unos minutos lejos de las manos vengadoras de Christian Grey para que se derrumbaran o le confesaran entre sollozos que no podrían resistirlo por mucho más tiempo. Empezaban como cachorros confusos que no sabían dónde meter sus colas y al final todos eran un revoltijo de nervios, rogando por una ayuda que, aunque le doliera en el alma, Taylor sencillamente no podía darles. No si quería que su hija siguiera con vida.

Pero Jack… Jack no sólo continuaba ahí, sino que ni una sola vez pronunció la menor palabra en contra del señor Grey. Para él nunca era controlador, obsesivo, temperamental, celoso, inseguro, cruel, sobrecogedor, intimidante, aterrador, impredecible, indeseable, inmaduro, un niño malcriado en cuerpo de hombre mayor o cualquiera de las otras palabras que los chicos habían usado a lo largo de los años para describir al señor Grey una vez confiaban en que no los delataría o sencillamente ya estaban en el límite, por lo tanto detalles como ese le daban igual. El señor Grey sólo era y no parecer tener ninguna razón para quejarse.

Sobraba decir, esto le preocupaba mucho y era un hecho que le daba no pocos pensamientos al encontrarse en la noche en su cama. ¿Cómo era posible? ¿Hablaba eso de la habilidad de su empleador para romper a un joven hasta el punto en que su vida ya no tenía ningún valor, poniéndolo en alguna especie de hechizo comparable a un síndrome de Estocolmo, o hablaba de algo con lo que el muchacho venía trayendo desde fábrica y sólo resultaba encajar con el mundo secreto e inmisericorde del que ellos formaban parte y en cuyo centro sólo se encontraban los deseos y caprichosos de Christian Grey? ¿Dónde estaba esa cosa especial que lo diferenciaba de todos los otros chicos y le había permitido sobrevivir hasta ahora? Lo peor era que tenía el vago presentimiento de que Taylor en realidad no quería saber.


Por lo menos en el exterior podía dar una ilusión de normalidad y no sentía un peligro inmediato viniendo de él en su dirección. Suponía que en tanto fuera así, podía relajarse y tratarlo como a los demás. No era tan difícil. Incluso a veces tenía la clara impresión de que le agradaba el más joven.

-Me mataron otra vez –comentó Jack, chasqueando la lengua con irritación antes de pegarle otro mordisco a su emparedado-. No puedo pasar esta parte. Hey, Taylor, ¿tú no tendrías experiencia con este tipo de cosas, verdad? Ya sé que el señor Grey sabe volar y todo eso. Seguro que él se pasaría esto sin problema.

“E incluso si no lo hiciera, encontraría la manera de asegurarse de que tú nunca lo hicieras tampoco”, pensó Taylor, pensando en cuantas veces Christian se las había arreglado para darse a sí mismo más puntos de los que le correspondían al jugar golf o cualquier otra actividad deportiva en la que se sumaran puntos. Al hombre sencillamente no le gustaba en lo absoluto perder, pero peor que eso odiaba dejar que otros le ganaran. Si no llegaba a la meta estaría feliz con que nadie nunca lo hiciera.

-A lo mejor –dijo Taylor, encogiéndose de hombros.

Tomó el control que el muchacho le tendía y escuchó las explicaciones que este le daba respecto a lo que debía hacer cada botón además de cómo debía manejar a su personaje en modo piloto. Cuando le llegó al conejo su turno de subirse nuevamente a la nave y la cámara se pasó a la primera persona, Taylor todavía no tenía muy claro cómo era el procedimiento pero su mente era rápida y se acabó acostumbrando en cuestión de segundos, después de haber recibido sólo dos disparos. A partir de ahí logró recuperarse con presteza.

Jack dejó escapar una exclamación de alegría y le dio un amistoso puñetazo en el hombro al felicitarlo por su trabajo. Taylor se sorprendió a sí mismo descubriéndose sonreírle de vuelta. Era extraño. La primera vez en varios años que agarraba un control estaba bien, pero ganar una pequeña porción de la historia se sentía todavía mejor. Se trataba de una sensación más que bienvenida en su vida.


-Ahora me toca –dijo Jack, pero entonces una idea iluminó sus ojos-. ¿Qué te parece que hagamos una nueva partida entre los dos? Tú puedes ser mi compañero.

No tenía absolutamente nada más que hacer durante todo el día sino vigilar al chico. Bien podría hacerlo tratando de divertirse. Taylor asintió y Jack se puso de pie para ir a buscar el control del segundo jugador en la consola. Luego de que se lo entregara al hombre, guardó la partida en solitario que había hecho y volvió al menú principal. El juego no le permitió escoger otro personaje que el de una pantera andrógina que parecía actuar por lo general entre las sombras, pero porque el entusiasmo del protagonista logró introducirlo en la misión, ahora trabajaba a su lado con la esperanza de derrotar a las fuerzas del mal que se habían llevado toda la magia de una tierra con nombre imposible de recordar.

Las horas jugando se les fueron en un parpadeo de ojos. Fue la mayor sucesión de risas y buen humor que Taylor no recordaba haber tenido en años. Parecían reacciones totalmente fuera de lugar en esa mansión, pero con el dueño fuera de ella sólo podía ser apropiado.

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Christian regresó de su viaje a la madrugada y, ni bien llegaron, el hombre se encerró en su propia habitación después de que Taylor hubiera dejado adentro todas sus maletas. Jack estaba dormido en la habitación en la que habían dormido todos los otros muchachos y no se enteró de nada hasta cerca del mediodía, tiempo en que se despertó, se molestó por el hecho de que su reloj despertador potenciado por energía solar hubiera consumido toda su reserva y salió prácticamente corriendo en busca de Christian. No estaba en su habitación. El cuarto de juegos continuaba cerrado con llave. Después de bajar por las escaleras saltándose varios escalones al llegar al final, se dirigió hacia el estudio de Christian y bajó la velocidad justo en frente de la puerta, deteniéndose para recuperar la calma y controlar mejor la sonrisa que se le quería escapar. Una vez estuvo seguro de que presentaba una expresión mucho más neutra, Jack dio unos golpes en la puerta y esperó por una respuesta.

-¿Sí? –dijo la voz de Christian desde el interior-. Estoy ocupado, ¿quién es?

-Soy yo, señor –respondió Jack-. ¿Me permite entrar?


Las palabras de Christian le llegaron unos segundos más tarde.

-Sí, pasa.

Jack abrió la puerta y vio que el hombre estaba hablaba con alguien por teléfono sentado al otro lado de su escritorio. Le hizo un gesto sin mirarlo para decirle que entrara de una vez. Jack cerró la puerta detrás de sí y se mantuvo de pie con las manos a la espalda, la mirada en el suelo mientras esperaba a que continuara. Desde luego que no podía apagar sus oídos. Parecía que Christian estaba discutiendo con uno de sus subordinados un nuevo asunto de la oficina, uno que estaba absorbiendo cada gota de paciencia que el hombre alguna vez había tenido y sus respuestas se volvían más cortantes, más bruscas, hasta que finalmente colgó con un suspiro de frustración.

Jack trató de no mostrarse demasiado esperanzado por ese giro de eventos.

-Toma asiento, Jack –dijo Christian.

Jack se sentó en la silla, misma en la que había sido follado, azotado, atado y torturado en más de una ocasión. Christian todavía lucía molesto, pero hacía esfuerzos por calmarse mientras se ponía de pie y rodeaba el escritorio para ponérsele en frente. Jack se arriesgó a subir la vista hasta su pecho. Algo no estaba bien. No sabía qué o cómo, era como un olor en el aire que ni siquiera sabía de dónde provenía. ¿Sería el trabajo todavía? ¿Algo habría salido mal en la conferencia?

-Jack, tengo que decirte algo y es importante. Olvídate de la regla de no mirarme por ahora, ¿está bien?

Generalmente sólo le permitía mirarlo cuando se encontraban de público, para evitar miradas extrañadas de la gente a su alrededor, o cuando le elevaba el mentón momentos antes a llevarlo a hacer otra de esas actividades que a los dos le gustaban realizar. Pero tenía la instintiva impresión de que esta vez no se trataría de ninguna de esas dos. ¿Sería algo que él había hecho o que Christian creía que había hecho? Sabía que Christian gustaba de inventarle pecados para tener una


excusa de azotarle, tal como él los realizaba adrede con el mismo objetivo, de modo que eso no le preocupaba demasiado.

-¿Sí, padre? –dijo Jack, ahora sí subiendo a sus ojos grises.

Pero estos ahora le evitaban a él, moviéndose hacia un lado. ¿Cuándo había sido la última vez que había pasado eso? ¿Había pasado alguna vez? No podía recordarlo.

-No he estado en ninguna conferencia estos días –explicó Christian.

Jack notó que su mano apoyada en el borde del escritorio se apretaba con la superficie de madera. A lo mejor había ido a recoger a otro muchacho en cualquiera que fuera el verdadero lugar al que había ido y este todavía tenía que llegar a la mansión. Pero no podía imaginar que eso sería motivo suficiente para requerir esa clase de reacción por parte de su Amo. ¿Y no había dicho alguna vez que no le atraían las relaciones múltiples? De todos modos no habría ningún motivo. A su antiguo Amo le gustaba tener sesiones con esclavos o esclavas prestadas por sus amigos de vez en cuando, y él de por sí no se consideraba del tipo celoso. Estaría bien incluso en ese escenario.

-Oh –dijo, porque no sabía qué más esperaba de él. Christian no le debía ninguna explicación, ambos lo sabían. ¿Así que por qué sonaba como si ahora intentara hacerlo? Se removió incómodo en su asiento-. Hum. ¿La pasaste bien al menos?

-No, la verdad es que no –Christian finalmente lo miró-. Me hacía falta tenerte ahí.

“Entonces por qué diablos no me llevaste”, pensó Jack un poco molesto, pero sin intención de dejarlo saber en el exterior, observándole con una expresión vacía hasta que se dio cuenta de que el hombre esperaba una respuesta concreta por su parte.

-Lo lamento, padre –dijo-. La próxima vez que tomes un viaje me encantaría ir contigo, si tú me lo permites.


¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba actuando tan raro?

-No va a haber una próxima vez, Jack.

-Oh.

No tenía idea de lo que hablaba. ¿No volvería a viajar sin llevarlo? ¿No volvería a irse con la excusa de una conferencia sin hacérselo saber? ¿Y para qué necesitaba la excusa en primer lugar?

-En cambio tú vas a irte de esta mansión. Ya no puedo tenerte aquí –continuó Christian acelerando sus palabras, como si quisiera deshacerse de ellas lo más rápidamente posible, un montón de insectos que lo aliviarían al abandonar su cuerpo y entrar a los oídos de un sorprendido Jack.

-¿Cómo es eso? No entiendo –dijo Jack, echándose hacia atrás.

¿Esa era una idea de una broma por parte de Christian? ¿O acaso quería verlo sufrir? ¿Se había cansado de la tortura física y ahora quería probar con la tortura psicológica? Si quería jugar a eso podría al menos habérselo hecho saber de antemano, porque realmente no le gustaba la manera en que lo estaba introduciendo.

-Lo que escuchaste. Taylor va a preparar todas tus cosas para enviarlas a tu nuevo departamento en Nueva York. Dijiste que te gustaba la ciudad, ¿no? De modo que te he escogido un buen lugar ahí. Tendrás todo lo que necesitas.

No le gustaba para nada el camino que estaba tomando la conversación.

-¿Y qué hay de ti? ¿Tú vendrás conmigo?

-No, Jack. Considera esto una terminación de nuestro contrato.


Jack abrió la boca, pero nada pudo salirle de ahí. Se sentía aturdido, pero no como si alguien le acabara de darle una paliza de pronto. Era como si le hubieran cortado el estómago y todas las entrañas se le estuvieran desparramando por el suelo. Sentía que incluso la sangre estaba abandonando su cabeza. Estaba mareado.

-¿Por qué? –dijo y su propia voz le parecía estar muy lejos de sí. No se suponía que él debía cuestionar a los Amos, se suponía que él sólo escuchaba y obedecía, así era, pero eso, siquiera eso debía merecer alguna clase de respuesta-. ¿Qué he hecho? ¿He hecho algo malo?

-En lo absoluto –Christian se pasa la mano por el frente del rostro, hasta detenerla en su cabello entrecano-. Has hecho todo mucho mejor de lo que debías.

-¿Qué se supone que significa eso? –Jack no sabía en qué momento se había levantado de la silla, pero para cuando quiso darse cuenta estaba de pie, las manos a los costados cerradas en puños y no estaba precisamente susurrando-. ¿No es eso lo que tú querías?

Christian se cruzó de brazos y cerró los ojos. Al volverlos a abrir eran duros e impasibles, provocando que Jack se tensara al pensar que le daría una bofetada de improviso.

-Sólo haz lo que se te dice, Jack. Ve arriba y comienza a preparar tus cosas. Si en una hora no estás listo enviaré a Taylor a que se encargue del resto. Te irás antes del mediodía y así deberías estar llegando temprano para que puedas acomodarte. Si no te vas calmadamente créeme que no tengo en problemas en enviarte por cualquier medio que sea necesario. Incluso drogarte y llevarte dentro de una maleta si es necesario.

Por un segundo Christian sonrió, como si aquel un pensamiento bastante estimado por él, antes de volver a la seriedad de antes. Jack no tenía la menor duda de que no se trataba de ninguna broma (cuando se trataba de aplicarle cualquier restricción o castigo nunca era una broma) y que pensaba llevarlo a cabo en caso de que de verdad se negara a seguir las correctas indicaciones. Jack dio un torpe paso atrás mientras la información se acumulaba dentro de su cerebro hasta finalmente formar una oración mucho más fácil de entender: no tenía otra opción que irse. Sencillamente no existía otro camino para él una vez Christian lo había decidido de ese modo.


Después de todo, él sólo era el muchacho y Christian Grey el poseedor de todo el poder. No había manera de que él pudiera ser otra cosa con las cartas que le habían tocado en esa ocasión.

Tenía que irse.

-Como gustes, señor –escupió entre dientes, bajando la cabeza y dirigiéndose a la puerta.

No tenía idea de cómo se estaba controlando a sí mismo, especialmente cuando lo que más quería era saltar y destruir todo lo que encontrara a su paso. Al salir del estudio Jack vio por un segundo la puerta pero lo descartó al instante. Incluso si conseguía escapar de la mansión, toda la zona era de los Grey y estaba literalmente rodeada por muros de piedra, contando con sus propios guardias que cargarían sus pistolas, tanto para dejarlo convulsionando contra el suelo como para volarle los sesos a una orden de Christian. Para bien o para mal, todavía tenía intenciones de vivir y de evitar la cárcel.

Jack apretó sus puños y subió a su alcoba para empezar a preparar su equipaje.


Capítulo 9: Y eso es todo lo que cuenta

El celular de Jack continuó recibiendo mensajes incluso mucho después de que lo hubiera dejado enterrado en el fondo de un cajón sin la menor intención de sacarlo de nuevo. Hasta que finalmente pudo conseguirse uno nuevo, las primeras veces que el aparato vibraba Jack se molestaba en leer los mensajes incluso después de haber visto el remitente.

“¿Cómo has estado?” estaba escrito en la pantalla esos días.

“¿Está todo bien el departamento?”

“¿Has estado comiendo de forma saludable?”

“Espero que no estés descuidando tu salud. He visto en las noticias que el clima allá va a ser peor en los próximos días.”

“¿Tienes todo lo que necesitas para pasar este invierno?”

“¿Necesitas más dinero?”

“¿La lluvia no te ha molestado?”

“¿Tienes suficiente dinero?”, de nuevo y formulado de distintas maneras.

“Ojala que no te hayan molestado las personas allá o que te hayas metido en algún problema con la policía.”


“Porque si lo haces sería un gran problema.”

Los primeros días Jack solía responder sin muchas ganas, lo que provocaba otra serie de mensajes con preguntas y sugerencias acerca de lo que debería estar haciendo con su vida, pero a medida que tenía que irse encargando de distintos asuntos relativos a la mudanza y el convertir su departamento en una vivienda en la que pudiera disfrutar estar, iba perdiendo más mensajes y cuando les descubría le faltaban las ganas de escribir nuevas respuestas.

Ni siquiera podía preguntar las cosas que realmente quería, de modo que no le veía sentido a continuar esas conversaciones. Permitió que el teléfono vibrara y ya no veía nada que provenía del contacto con el nombre de Christian Grey. Pensó que en algún punto Christian le enviaría a Taylor o a otro empleado para darle una paliza por faltarle el respeto de esa manera, pero no hubo repercusiones de ningún tipo y entonces decidió que no le importaba lo suficiente. El mismo caso fue con sus correos electrónicos, a los cuales también terminó cambiando por otro después de haberse rendido con el celular.

Incluso dos meses después de haber llegado a su nueva vivienda, Jack no creía que el hombre dejaría de enviarle mensajes. Era la noche antes de Navidad y ya le había llegado su regalo por correo: una caja llena de nada más que videojuegos, DVDs y música de su gusto general junto a una tarjeta en la que Christian le deseaba unas felices fiestas. Jack no tuvo el menor inconveniente en destruir la mayoría utilizando diferentes instrumentos, desde un martillo estrellándose encima de ellos sobre su suelo hasta tomar una gran tijera y sus propias manos para partirlos por el medio, mientras que al resto los arrojó a la basura.

Desde luego Christian trató de contactarle en cada número nuevo que se consiguió, pero Jack lo bloqueó e ignoró cada vez. Si el hombre quería de verdad hablaba con él podía ir a visitarlo cuando quisiera. No entendía qué había sucedido con él y era una obviedad decir que si bien entendía que a muchos Amos no les gustaba ser cuestionados en nada de lo que hacían, todavía hubiera preferido mucho más aunque fuera una explicación de por qué lo había echado de la mansión. El departamento era lindo. Tenía una tarjeta de crédito con suficiente saldo para hacer prácticamente lo que quisiera. Podía hacer lo que quisiera.

Y eso era justamente lo que pensaba hacer. Dos meses había sido más que suficiente tiempo para que Christian entendiera la indirecta de que no iba a tomar la nueva situación de forma alegre y la respuesta de este le parecía que no podía haber sido más clara: no le importaba. Salió de su


departamento y hacia la calle, todavía llena de gente bien dirigiéndose hacia sus hogares o fiestas o reuniones familiares, varios llevando a niños mocosos gritones de la mano o los brazos llenos con bolsas en las que el envoltorio metalizado de los regalos se transparentaba. Jack se frotó las manos cubiertas por sus guantes (unos de diseñador que Christian le había enviado ni bien empezó el invierno… lo habría destruido también de no ser por lo efectivos que eran para evitar el frío) y comenzó a dirigir sus pasos hacia el bar gay más cercano.

Sin duda que no era el único joven que no iría a una cena familiar para celebrar la ocasión. Debería haber otros como él y al menos uno debería ser un digno candidato para llevárselo contigo para llevar a cabo la diversión que tenía en mente.

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Christian suspiró de frustración ante el sonido del teléfono sonando sobre la mesilla a su lado. Había reconocido el número y no le hacía ninguna ilusión responder. Pero también sabía que si no lo hacía sólo tendría que seguir soportándolo toda la noche. Apagar el aparato sencillamente no sería una opción que le dejara sin consecuencias, si es que de verdad conocía a las personas que llamaban. Tenía que atender.

-Hola, mamá –dijo al micrófono, echándose hacia atrás en el asiento en el que se había acomodado.

Al otro lado, la voz de su madre ya anciana llegó a sus oídos con su gravedad usual.

-Christian, ¿cómo estás, querido?

De fondo se escuchaban voces animadas. A Christian no le costó reconocer los tonos altos que emitían los mocosos de sus sobrinos en combinación con la voz también aguda de su hermana Mia, apenas mezclándose entre la viva conversación que se desarrollaba entre los hombres. Sonaba a una familia perfectamente normal pasando las fiestas juntas. Menos mal que no estaba ahí. Iba a encajar tan bien como un payaso en un funeral. O un funeral en un payaso o algo así.


-Bien, madre –dijo, frotándose la sien-. Tal parece que allá se están divirtiendo –comentó con una ligera ironía.

Justo en ese momento, uno de los niños gritó. A Christian no le costó identificar en especial ese grito. Uno de los niños de Mia. Un mocoso malcriado que nunca cerraba la boca, demasiado parecido a su madre pero sin ninguna gota de su aprecio. Tenía cuatro o tres años, era su ahijado y Christian jamás lo había conocido excepto a través de las fotografías que su hermana subía al grupo en whatsapp adonde estaba conectada toda la familia. Era como un pequeño clon de su padre, pero todo lo demás lo había sacado del lado materno.

-Oh, Christian, es una alegría inmensa poder tener a todos aquí –dijo su madre de forma afectada, aunque Christian había pasado tanto tiempo escuchándola que ya no sabía cuándo era que no sonaba afectada. Siempre parecía a punto de lanzar un suspiro dramático agarrándose del pecho, una actriz natural para alguna telenovela-. Todos los niños están aquí, incluso el chico mayor de Elliot, ¿lo recuerdas? –Christian lo hacía. Perfectas notas, perfecto pelo rubio, perfecto cuerpo, perfecta novia con cabello perfectamente rubio, una versión más joven que su madre. Estudiaba periodismo en el extranjero. Un malcriado creído, en su opinión, aunque por supuesto nada que saliera de Kate Kavanaugh podía ser de otro modo-. El único que falta eres tú, cariño.

-Mamá, ya te lo dije –dijo sin contenerse la frustración. Ya iba a ser la tercera vez que tenían esa conversación en lo que iba esa semana. Su madre había sido incansable en su empeño de reunir a todos para una gran cena tradicional, sin saber que esa era precisamente la cosa que más espantaba a su primogénito. Si fueran sólo sus padres y sus hermanos lo habría siquiera considerado, pero con el agregado de las familias políticas y los hijos de todos iba a ser sencillamente imposible tener un momento de paz. Por no mencionar que la opción era mucho más apetecible-. Esta es una reunión sumamente importante para la compañía. El éxito de esta fusión podría significar un gran progreso para nosotros en lo que respecta al mercado de la soja en los países del tercer mundo. Y yo soy la cabeza de toda la empresa. No puedo faltar justo en este momento. Llevamos meses tratando de arreglar la reunión y dio la casualidad que esta es la única fecha en la que vamos a poder hacerlo.

-Oh, cielo, ¿estás seguro de que no se puede hacer algo? Es Navidad. Tú perteneces adonde está tu familia.


“Y es ahí adonde estoy ahora, eso es lo terrible”, pensó Christian con una mueca de desagrado y un estremecimiento le recorrió la espalda. Odiaba esa sensación. Era casi como si estuviera haciendo algo… malo. Y no le gustaba ser consciente de ese tipo de esas cosas. A pesar de toda la práctica con la que cargaba, uno pensaría que sería la cosa más sencilla del mundo borrar ese sentimiento y la experiencia le estaba demostrando todo lo contrario.

-Estoy segura de que esas personas también tienen familias con las que preferirían pasar las fiestas.

-No estés tan segura, madre. De todos modos sabes que no lo hago por diversión y que si hubiera cualquier manera de modificar la situación lo haría, pero no es el caso. Así se acabó dando el asunto. Sólo puedo manejarlo lo mejor posible para que nos beneficie a todos en la empresa.

Hasta sus oídos le llegó el sonido de algo estrellándose contra el suelo y Elliot gritando que se apartaran de ahí o sino iban a acabar cortándose. Christian giró los ojos, juntando paciencia y tratando de no pensar en cuánto costaría reemplazar lo que esos mocosos acababan de destruir. Menos mal que él nunca había pasado por esa molesta etapa de la adolescencia. No tenía idea de lo que habría hecho entonces. Quizá habría acabado usando los azotes desde mucho más temprano. Si funcionaba en sus sumisas y los chicos, ¿por qué no en los niños? Pero en verdad no tenía idea de qué era lo mejor en ellos y eso estaba perfecto por lo que respectaba a Christian. Una cosa era buscar la indefensión y dependencia de sus ocasionales pareja de cama, y otra tener alrededor pequeñas criaturas que siempre demandaban atención y siempre querían ser los primeros en lo que respectaba al universo entero, egoístas y caprichosos. ¿Quién en su sano juicio soportaría algo de esa envergadura, tanto desgaste de la paciencia?

-Madre, lo lamento, pero estamos a punto de iniciar otra reunión justo en este momento –dijo de pronto. Había perdido todo interés en la conversación y ya había dicho las líneas que se requerían de él. ¿Qué más quería?-. Te llamaré o escribiré más tarde cuando haya terminado. Mándales mis saludos a todos. ¿Recibieron mis regalos, verdad?

-Oh, sí, querido, Taylor nos lo dejó hace sólo un rato. Seguro que a los niños les encanta. Y quiero decirte gracias por el nuevo coche que nos enviaste a mí y a tu padre. Tu padre no deja de ilusionarse con cuando salga a la ciudad en él.


Bueno, al menos eso esperaba. Taylor por lo general sabía mejor que él acerca de ese tipo de cosas. La única condición que le había dicho al hombre era que no debía conseguir nada menos de dos mil dólares y por esa cantidad algo bueno tenía que resultar. El auto sólo era un modelo más nuevo de uno por el cual Christian sabía su padre sentía una especial debilidad, así que por supuesto eso iba a ser el regalo perfecto.

-Madre, ya están viniendo los ejecutivos. Tengo que irme –dijo, imprimiendo una nota de apuro a su voz.

-Está bien, cariño, pero si sales temprano no dejes de pasarte por aquí, ¿de acuerdo? Te amo, cielo.

-Yo también, madre. Adiós.

Christian cortó la comunicación antes de escuchar la respuesta de su madre y volvió a suspirar mirando al techo. Unas luces de la calle entraron por su ventana e iluminaron el color anaranjado de las paredes antes de pasarle por encima y desaparecer. Christian pensó que debía haber maneras peores de pasar las fiestas, pero que no se le ocurría ninguna de momento. Se volvió a erguir en su sofá y se inclinó hacia el frente, volviendo a tomar el telescopio para dirigirlo hacia las coordenadas en las que se había fijado ante. En las que se había fijado durante los últimos dos meses, de hecho.

Había sido un completo chiste pensar por un momento que realmente sería capaz de escapar de la influencia del chico. A través de los lentes enfocó a Jack caminando por su departamento, recogiendo su nuevo celular (el cual estaba pinchado aunque el muchacho no lo supiera) y arreglándose el cabello en el frente de un espejo que se encontraba en la sala. Se había cortado su hermoso cabello negro y ahora apenas le caía por capas hasta el cuello de su chaqueta de cuero. Estaba delicioso y era hermoso como siempre, pero no era la hermosura que él recordaba. Las fantasías de él tironeándole de la trenza después de habérsela hecho y dirigiéndose la cabeza hacia la quería ya no podrían ser. Christian no tenía la menor duda de que lo había hecho como una muestra de resentimiento hacia él y los dientes prácticamente le rechinaban a la idea de que alguien, algún estilista en alguna parte, había tenido la oportunidad de tocar a Jack, de masajear su cuero cabelludo, mientras él tenía que atarse de manos y contentarse con ver desde la distancia cómo el chico ignoraba cada uno de sus intentos por contactarlo. Sencillamente, no era justo y la impotencia le daba un asqueroso sabor a bilis al fondo de su boca.


Habría sido sencillo penetrar en el departamento (porque desde luego que tenía una llave extra) una noche en la que Jack estuviera dormido, colar algo entre sus bebidas que le diera un sueño más profundo del normal y a la noche siguiente meterse en su cama para disfrutar en paz de su mera presencia sin la tentación de tener que follárselo. Sólo tenerlo contra sus brazos y olfatear en su cabeza el aroma a manzana que tanto extrañaba, sintiendo sus músculos bajo sus dedos y su respiración profunda tranquilizándole su espíritu. Varias veces había estado a punto de llevar a cabo ese plan, pero había acabado decidiendo que no podía confiar en sí mismo cerca del muchacho. Daba igual que él no estuviera consciente entonces.

La atracción irresistible que ahora sabía tenía una base mucho más fuerte que la atracción que hubiera sentido hacia nadie más en el pasado sacaría lo peor de él, estaba seguro, y no quería hacerle eso a Jack solo para que al día siguiente tuviera que desaparecer del departamento como un mal sueño que no sería recordado.

De modo que lo mejor que podía hacer por él era quedarse a la distancia, observándole, siguiendo sus movimientos, asegurándose de que por lo menos estuviera bien, se alimentara con regularidad y continuara andando. Necesitaba tener la confianza de que todavía seguía ahí en un sitio adonde podía ejercer al menos cierto control sobre su vida. Los dos días en los que había intentado convencerse de que alquilar un segundo departamento, en una ciudad en la que no vivía, sólo para poder vigilar al hijo que no sabía que lo era cuando empezó a tener relaciones sexuales con él, era sencillamente una locura más allá de sus límites no fueron nada más que un chiste barato sin la menor gracia ni verdad.

De modo que ahí estaba y ahí había estado durante esos dos meses. Gracias a las videollamadas y a que tenía una excelente conexión a internet podía trabajar con relativa comodidad sin tener que moverse de ahí. Su vicepresidente, un hombre viejo pero eficiente, no cuestionaba el motivo de su alejamiento y no tenía más deseos que llevar a cabo las indicaciones que le diera para el manejo de la empresa. Gracias al localizador instalado en el celular de Jack podía saber adónde este estaba en todo momento, por lo que al menos no tenía que preocuparse de encontrárselo de casualidad en la ciudad o que se acabaran chocando una contra otro cuando saliera a dar su caminata mañanera por la plaza. Aunque el chico de por sí no salía mucho de su departamento (más que nada se la pasaba jugando videojuegos o viendo porno bajado del internet en su pantalla plana de veinte pulgadas), nunca estaba de más ser precavido.

Ahora parecía que por fin tenía unos planes que pensaba realizar afuera. Esa noche de entre todas las noches era la que decidía salir. Christian abrió la laptop en una mesa cerca del telescopio que usaba y abrió el programa que le permitiría seguir a Jack por cada una de las calles que recorriera


en la ciudad, siempre y cuando llevara el celular encima. Jack a último momento decidió cambiar la chaqueta de cuero por otra de un material más grueso. No saldría a visitar amigos que podría haber hecho en línea ¿o sí? No había tenido oportunidad de pincharle también su conexión para saber exactamente adonde se metía cada vez que se acercaba a su tecleado, el chico nunca estaba afuera el suficiente tiempo. La posibilidad de que hubiera podido hablar con otros en línea era una que le causaba no poco disgusto. Después de todo era un chico joven, un adolescente. ¿Qué adolescente no tenía las hormonas a estallar y podía encontrar consuelo con rapidez en los brazos virtuales de algún viejo verde en la red? Si alguna vez se daba la situación de que iba a encontrarse con alguien de esas características con esas condiciones, su cuchillo tendría que volver a ser pintado de ese precioso rojo que tanto extrañaba ver.

Tenía todos los materiales para hacer eso y más justamente en ese caso, desde luego. Quién sabía lo que esos puercos le podrían hacer a Jack si este les daba una oportunidad.

Después de una revisada más, Jack salió del departamento. Christian se frotó los ojos (se había saltado la hora de la siesta que se había puesto en su agenda mental para en cambio ver a Jack masturbarse ante el trío que gemía en su televisor… no que se arrepintiera, en lo absoluto; había sido casi como volver a los viejos buenos tiempos, dos meses atrás, cuando todos sus orgasmos podían salir al mismo tiempo o con apenas unos segundos de diferencia) y siguió en el mapa de su laptop al pequeño punto rojo mientras abandonaba el departamento y aparecía en la calle de entre. Se movió hacia el telescopio de nuevo.

Jack se estaba frotando las manos y su aliento salía en forma de pequeñas nubes en frente de su boca. Al menos había tenido la decencia de abrigarse bien. Todavía no estaba seguro cuál debería ser su plan en caso de que el muchacho de verdad acabara enfermándose. Por supuesto que no podría dejarlo ser y debería hacerle una visita, eso era una obviedad. ¿Pero qué excusa tendría que lo hiciera ver no todo tan conveniente? Suponía que quemaría ese puente cuando llegara en él. Sus mentiras solían salirle mejor al natural, cuando se enfrentaba directo con el inconveniente que las requería. Christian Grey era un improvisador nato.

Encendió el televisor para pasar el tiempo, revisando el punto blanco en el mapa cada pocos segundos, comprobando que Jack se alejaba más y más de su vivienda hasta finalmente detenerse en lo que una rápida búsqueda de google identificó como uno de los nuevos bares gay de aquella zona. Una sensación de justificada rabia le sacudió el cuerpo. Desde luego que el muchacho no había llegado ahí por casualidad, no era estúpido para creer eso. ¿Pero cómo había sabido de eso? ¿Quién se lo había dicho? Y más importante todavía ¿qué estaba haciendo ahí?


Lo malo de tener ese sistema de localización era que le faltaban ojos cuando Jack no se encontraba específicamente en el departamento especialmente escogido para estar al alcance de ellos. El chico podía hacer lo que fuera y él no tendría idea de lo que era. Cualquier clase de hombre o mujerzuela podría venírsele encima con sonrisas o manoseos inapropiados y él no estaría ahí para protegerlo. Cada vez que el chico tomaba el metro, salía al mercado o hacía cualquier otra actividad en el exterior Christian podía contar con un informe enviado por mensajes de texto por diferentes detectives a los que les pagaba para ese único fin. Ellos sólo tenían que seguirle desde lejos e informarle de lo que le sucediera, con quién estaba y qué hacía. Era la única manera de mantenerlo seguro. Por supuesto, ellos eran unos profesionales en la materia, entrenados para jamás hacer notar su presencia a su presa, lo que era exactamente por lo cual Christian les pagaba.

El problema era que no contaba con que el chico de verdad fuera a salir en Navidad y todos los detectives tenían la noche libre. Sólo dos de ellos eran padres con familias que no les perdonarían si faltaban a la mesa durante la cena, mientras el resto quería mantener esa celebración para ellos y su grupo de amigos cercanos. Mientras Jack estuviera en aquel antro de maricones, Christian estaba ciego e impotente para saber lo que estaba pasando.

Claro que podría bajar a seguirlo él mismo, pero, de nuevo, no confiaba en su nivel de disciplina estando cerca de toda aquella carne tentadora con su sangre tan atractiva para sus sentidos. Incluso si se trataba de observarlo desde una distancia en un salón lleno de personas, Christian estaba seguro de que eso no sería suficiente y que acabaría sucumbiendo a la tentación, buscando tocarlo o llamarle la atención de cualquier manera posible. Quizá arrastrándolo a un baño o cualquier rincón lo bastante oscuro para impregnarlo de su colonia, de su aroma, de su esencia, para poder marcarlo en frente de todos los otros hombres que trataran de quitarle lo que no les pertenecía. Su polla le enviaba punzadas de deseo casi dolorosas desde abajo ante el mero pensamiento. Su mano era un espantoso reemplazo para lo que eran aquellos interiores prohibidos que harían las deliciosas de cualquier hombre con algo de sensibilidad en el miembro más importante de su cuerpo.

Los minutos pasaban de forma tortuosa y Jack seguía ahí, su punto no se movía del bar. Cada segundo que el reloj marcaba su mente le planteaba un escenario peor que el anterior. ¿Y qué si alguien le había robado el celular y tres sujetos estaban haciendo lo que querían con él en un lugar alejado de ahí? ¿Y qué si alguien le había rajado el cuello para quitarle el dinero y había decidido quedarse en el bar con su nuevo botín para celebrar la pérdida de la vida de ese extraño? ¿Y qué si Jack se la estaba chupando a un sujeto cualquiera en uno de esos rincones oscuros adonde ellos


dos deberían estar pero no podían? ¿Y qué si bebía demasiado y se sentía mal, al punto de vomitar? ¿Quién estaría ahí para procurar que volviera a casa sano y salvo? ¿Quién le apartaría su hermoso cabello de la frente? ¿Quién lo salvaría de todas esas manos en busca de su cuerpo sumamente deseable?

Estaba considerando seriamente ponerse en camino (todavía podía seguir el movimiento del punto blanco en el mapa de su celular, la tecnología era algo de verdad extraordinario), cuando sucedió un milagro navideño: Jack (suponiendo que todavía era él y no alguien que sólo tenía su celular, aunque prefería no considerar esa opción) estaba saliendo del bar. ¿Sólo? ¿Acompañado? ¿Herido? ¿Borracho? ¿Drogado? Tantas posibilidades eran aterradoras.

Christian se dedicó a ponerse en el telescopio para observar la calle por la que Jack tendría que aparecer tarde o temprano. Contó entre dientes apretados los segundos en los que su figura apareció por una esquina y su breve sensación de alivio porque estuviera caminando sobre dos piernas firmes sin la presencia de ningún tambaleo, rápidamente fue reemplazada con una nueva onza de furia porque no estaba solo. Un sujeto cualquiera, alrededor de sus treinta, caminaba justo al lado del muchacho y sonreía mientras continuaban una conversación que Christian ya desearía poder escuchar desde donde estaba. Tenía que recordar poner aquellos micrófonos en el celular también y quizá alguno a prueba de agua entre sus ropas, disimulados para que no pudiera encontrarlos fácilmente. ¿Existía siquiera algo así? Después le preguntaría a alguno de los sujetos tecnófilos que trabajaban para él en la empresa, decidió mentalmente. Después de que hubiera terminado de deshacerse del cuerpo de aquel viejo verde, claro estaba.

Era alto y atlético, rubia, sonrisa ganadora. Un perfecto pelmazo. Un perdedor que se dedicaba a recoger jovencitos durante Navidad. ¿Qué podría haber visto su Jack en él? ¿Tan duro le había pegado la desesperación? Con la mano con la que no sujetaba el visor prácticamente temblándole de rabia, Christian siguió al par hasta que desaparecieron en la entrada del departamento. ¿Sería posible llamar a la gente correcta para que intervinieran con gases somníferos para poder llevarse al sujeto lejos de ahí, lejos de lo que le pertenecía en más maneras que las que su mente podría concebir? Un trabajo rápido: echaban el gas, dejaban a Jack intacto y el otro podía irse al demonio por lo que a Christian respectaba. Quizá hasta podrían regalarle una paliza de su parte antes de enviarlo al infierno. Jack iba a tener que sufrir cierta sorpresa y desconcierto, pero valía la pena pagar el precio por asegurarse de que no pusiera su vida en peligro hablando con extraños.

Christian tomó el teléfono y llamó a esas personas, pero nadie le atendía y al cabo de un rato una voz pregrabada le informaba de que el servicio no respondía, mejor intentara más tarde. Entendía el por qué no podían tener una contestadora (menos evidencia en caso de emergencia), pero


¿siquiera no podían dejar a una secretaria o algo así para que tomara los mensajes? A menos que a ellos también les diera la ridícula necesidad de ir a pasarla con sus familias precisamente esa noche. Si era así pensaba hacerles saber exactamente qué estaba de mal con ellos. No podían tener esa falta de profesionalidad trabajando bajo su dinero. Eso era inaceptable.

Mientras volvía a intentar establecer comunicación sin ningún éxito, vio que la puerta del departamento de Jack se abría y él pasaba adentro, presidiendo al perdedor que lo seguía justo detrás. Era Navidad. ¿Qué tan patético tenía que ser alguien para hacer lo que él hacía en esa época? Pero ni bien Jack volvió a cerrar la puerta perdió de nuevo visibilidad al no tener la luz del pasillo disponible. Ahora la oscuridad imperaba y apenas conseguía distinguir movimiento en el interior, por lo que más o menos tenía una idea de que se estaban dirigiendo hacia el pasillo por el que se dirigía al baño, la habitación donde estaba la cama y el estudio, y de alguna manera Christian dudaba que estuvieran dispuestos a jugar videojuegos en la computadora o se estuvieran preparando para probar diferentes estilos de peinado en frente del espejo.

Pero no podía ser, ¿verdad? No podía ser que él se hubiera olvidado tan pronto de su contrato, del tiempo que habían pasado juntos para meter a otra polla por los huecos que le pertenecían a él. Jack debería estar en graves problemas si creía que iba a ser tan fácil desecharlo como si nada hubiera pasado. Christian estaba hirviendo de rabia con tal intensidad que seguro alguien podría preparar un sauna con el calor que inundaba su cabeza, llena de imágenes adonde entraba en la habitación del joven con una hacha y desparramaba las entrañas de su invitador perdedor por todas las paredes. Tenía experiencia haciendo ese tipo de cosas cuando se encontraba especialmente frustrado por cuestiones del trabajo, de modo que el mundo entero estaría muy equivocado si creía que no lo haría.

Inconscientemente, en lugar de moverse hacia el sitio disponible más cercano para comprar esa hacha (tenía un machete consigo, pero sin duda que no iba a conseguir el mismo efecto), sacar la copia que tenía de su llave y subir por el ascensor hasta el sexto piso, adonde se encontraban, Christian esperaba ver al chico encendiendo las luces para echar a su invitador a patadas al darse cuenta de que tenía una polla deforme o de que no tenía la menor idea de cómo satisfacer a nadie en la cama. Y justo cuando estaba cerca de visualizar todas las maneras en que alguien que no era él hacía gritar a su muchacho en el momento culminante de un violento orgasmo, las luces del departamento se encendieron. Más específicamente, la luz de la cocina.

Christian se apresuró en enfocar en el pequeño espacio que le permitía su telescopio observar y descubrió a Jack revolviendo entre sus cajones en busca de algo. El qué, no le importaba, porque lo único en lo que Christian se encontraba capaz de fijarse en el hecho de que Jack andaba por ahí


con su pecho desnudo. Ni siquiera tenía un calzado. ¿Tenía el calefactor encendido siquiera? ¡Iba a enfermarse si continuaba así! Por más que fuera un placer contemplar su cuerpo e incluso sus pies eran un espectáculo digno de admirar, estaba siendo un irresponsable ahora.

Pero de nuevo no tuvo mucho tiempo para divagar las medidas que podría tomar al respecto antes de que el muchacho volviera a desaparecer de su vista. El teléfono volvió a sonarle y Christian lo tomó, esperando que fuera su gente devolviéndole la llamada, en cuyo caso podría arreglar un rápido secuestro antes de que Jack se sacara también los pantalones, pero no se trataba de ellos. Era su madre, saludándole porque era oficialmente Navidad.

Al principio no tenía idea de lo que hablaba hasta que revisó su reloj rolex en su muñeca y se percató de que, en efecto, era ya pasada la media noche. Claro, eso explicaba las explosiones de fuegos artificiales inundando el aire y el súbito alboroto que se elevaba desde las calles. Los coches se tocaban la bocina unos a otros mientras los conductores salían por las ventanas de los vehículos para gritarse felicitaciones incluso en medio del tráfico, y Christian tenía a su madre gritándole encima del alboroto que le llegaba desde el lado de ella para preguntarle si ya había terminado la reunión y cuándo aparecería en casa porque la cena podía enfriarse.

Christian intentó razonar con ella, pero entre ella apenas entendiendo lo que él decía y él apenas sacando sentido de sus palabras la comunicación parecía imposible de ir en cualquier dirección, menos hacia la que él quería adonde podía despedirse de su madre sin tener que temer que ella le llamaría más tarde para tratar de continuar la conversación. Los niños en la mansión Grey (sus padres, desde luego) estaban lanzando sus propios cohetes. Se dejaba escuchar que uno de ellos había recibido un drone por Navidad y estaba impaciente por probarlo.

En algún punto su madre pasó una buena cantidad de minutos extra regañando a Mia porque no estaba regañando a su hijo y diciéndole que tuviera cuidado con sus juguetes antes de que alguien saliera lastimado. Mientras tanto afuera los cohetes artificiales iluminaban el cielo. Parecía como si hubiera estallado una guerra ahí afuera. Christian gruñó sin ningún disimulo. ¿Por qué la gente tenía que ser tan molesta durante esa época? Un bostezo se le escapó antes de que pudiera contenerlo y eso le dio a su madre la excusa que necesitaba para continuar con un largo regaño sobre si no tenía todas las horas que necesitaba, que estaba trabajando demasiado y esperaba que no se hubiera puesto a bostezar también en medio de la reunión porque eso era muy poco profesional de su parte.


Christian intentó callarla usando todas las cartas bajo su manga, pero no hubo caso. Para cuando finalmente consiguió convencerla de que todavía no podía asistir a la cena porque los participantes de la reunión iban a salir a tomar unas copas y sería muy mal visto que él se negara, el alboroto se había bajado considerablemente y sólo había oscuridad en el departamento de Jack. Christian colgó a su familia, lamentando no por primera vez no haber puesto cámaras de vigilancia en la habitación del joven cuando tenía su oportunidad. ¿Cómo se suponía que iba a poder cuidarlo en esas condiciones? Era demasiado injusto.

No quería ni pensar en que si estuviera ahora sentado en la sala del muchacho lo que escucharía serían los gemidos y gritos roncos a los que estaba tan familiarizado y todavía podría escuchar con absoluta fidelidad en su imaginación. Ese tipo más le valía disfrutar de su experiencia porque iba a ser la última gota de placer que iba a experimentar en su vida. ¿Por qué Jack no lo estaba echando ya por su cuenta? ¿Tanto habían bajado sus expectativas desde que saliera de su mansión? Era imposible que ese sujeto tuviera una menor idea de lo que de verdad funcionaba con el muchacho. En fondo Christian deseaba creer que ningún hombre sería capaz de causar el mismo efecto que él tenía sobre Jack. Necesitaba creerlo y no tenía el menor interés en indagar el por qué.

Las horas pasaron. Las calles se volvieron silenciosas. Las luces del cielo se apagaron. Y Christian seguía esperando algún rastro que le permitiera conservar la cordura, pero no sucedió nada semejante. Al final se quedó dormido sobre su asiento, la cabeza echada hacia atrás y sueños de un mundo más justo en el que el muchacho todavía podía y de hecho aceptaba su proposición de matrimonio, convirtiéndolo en el dueño legal y único de su encantador cuerpo. Sin ninguna voz nueva diciéndole que ese era su hijo y que ellos no eran unos pobres montañeses ignorantes que debían casarse entre sí porque no tenían nada mejor a la mano. Sin ningún revoltijo de entrañas al pensar en las implicaciones. Sólo ellos dos al frente del mundo. Era un bonito sueño.

A la mañana siguiente se dio cuenta de lo que había hecho y su boca se había abierto de forma nada digna, dejándosela seca. Antes de ir a su propia cocina para servirse un vaso de agua, Christian se movió como impulsado por un resorte hacia el telescopio y miró hacia la ventana del departamento de Jack. Él estaba vestido con una camiseta negra con el emblema de Batman en el centro con amarillo dorado, unos short que podía ser todavía más corto que varios boxers suyos y el cabello ligeramente húmedo echado hacia atrás. Estaba sentado en su sofá, las piernas cruzadas y un tazón de cereales encima de sus pantorrillas, viendo un episodio repetido de una comedia.

Se veía tan casual e inocente que Christian tuvo unos deseos espantosos de entrar en esa sala y sólo sentarse a su lado, acariciarle el pelo y dejar su mano caer sobre sus piernas desnudas. Revisó la hora. Era la mañana después de Navidad y parecía que estaba tranquilo tomando su desayuno.


Jack nunca se había molestado en armar un árbol de modo que parecía una mañana como cualquier otra ahí adentro. Verlo en esa situación le daba una curiosa sensación de intimidad que no había sentido cuando todavía vivían juntos y la ignorancia era una absoluta bendición.

Después de una hora en las que Jack también comió unas tostadas antes de servirse un segundo plato de cereales (al menos no tenía que preocuparse de que no estuviera comiendo bien), Christian cayó en cuenta de que estaba solo. Ningún perdedor estaba saliendo del pasillo para unírsele en el sofá y tener la incómoda conversación post coito nocturno que tantos jóvenes que vivían por su cuenta podían experimentar. Daba toda la impresión de que disfrutaba de sus momentos a solas en su propio hogar. Christian no sabía en qué momento había caído dormido. Jack debía haber terminado echando al perdedor del bar en algún momento de la madrugada.

Era un alivio bastante grande para sus nervios.

¿Pero…, le susurró su polla celosa, qué tal si a Jack se le ocurría probar suerte otra noche? ¿Qué tal si se le ocurría probar suerte todas las otras noches? Ya no estudiaba la carrera en la que lo había inscrito, no trabajaba. Podía dedicarse a invitar hombres todas las veces que quisiera para que le follaran. No había nada que se lo impidiera. ¿Estaba de verdad dispuesto a soportar esa incertidumbre? ¿Estaba dispuesto y preparado para revivir el infierno de anoche de no saber o no qué estaba sucediendo en la vida de Jack?

La respuesta le llegó ridículamente fácil como si la hubiera decidido el momento en que el punto blanco que señalaba la localización de Jack en su laptop entró en aquel bar. Christian tomó su laptop y abrió una nueva ventana. Tenía que ponerse en contacto con algunas personas para arreglar lo más pronto posible esa espantosa situación.

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Jack regresó de haber sacado la basura a la tarde. Tenía pensado salir a comprarse algún regalo costoso con la tarjeta que Christian le había dejado, pero al cerrar la puerta a sus espaldas cualquier deseo de volver a salir se le desvaneció en el aire. Lo que más deseaba era acomodar su cama antes de echarse a dormir sobre ella. En lo que respetaba al mantenimiento del departamento y de su habitación no estaría de más que pusiera un poco de trabajo en ello.


Sacó un empaque de pasta del refrigerador y puso a una cacerola llena de agua a hervir. Los meses vividos con Christian le habían dejado la costumbre de poner la comida prácticamente encima de cualquier otra necesidad disponible. Ni siquiera tenía hambre, pero sentía que tener una cena simple y rápida era un deber del que no podía prescindir. Era un misterio incluso para él cómo continuaba conservando la figura esbelta sin aplicar el menor cuidado en lo que se llevaba a la boca. Recién había dejado caer la pasta en medio de las burbujas blancas humeantes su teléfono de línea fija comenzó a sonar sobre su cargador y Jack se fijó en el identificador de llamada antes de hacer nada.

Se trataba de un número privado, lo que le daba una especial tentación de colgarle en ese momento porque ya se imaginaba de quién se trataba, pero luego suspiró, decidiendo que ya daba igual. Si era lo que pensaba no iba a detenerse hasta que le contestara y no podría saber si valía la pena bloquearlo o no hasta que estuviera seguro. Había sido la tercera vez que cambiaba de línea, y no le sorprendía que cada vez que se conseguía una nueva en poco tiempo volvía a recibir las llamadas que le llevaron a cambiarlo. Desde luego que en realidad nunca había esperado que lo dejara en paz. Estaba seguro de que mantenía un ojo vigilante sobre él, aunque no tenía idea de cómo, ni tenía un gran interés en averiguarlo tampoco mientras al menos le diera la libertad de hacer lo que quisiera. Contestó el aparato.

-¿Hola? –dijo por el micrófono, revolviendo el agua.

-Jack.

Por supuesto, era la voz de Christian. Jack giró los ojos sin contenerse su suspiro. Por supuesto.

-¿Sí? –dijo con voz aburrida.

-¿Esa es manera de saludar al hombre al que le debes tu vivienda? –le reclamó Christian con obvia molestia.


Jack había escuchado tantas veces el mismo regaño en el mismo tono sin que nada más pasara después, por lo que ya no se preocupaba al respecto. Christian tenía el poder de hacer con él lo que quisiera, incluso de dejarlo de nuevo en las calles, pero no lo hacía porque de la forma en que estaban las cosas era la única forma en la que todavía podía mantener una ilusión de control sobre su vida. Desde el principio había sabido que Christian prefería aguantarse sus desaires a enfrentarse a la idea de perder eso. Una persona no pasaba nueve meses al lado de un hombre así para no tener al menos una cierta idea de cuál era el límite de su paciencia.

-¿Qué quieres? –inquirió, juntando cada pedazo de la suya.

-Has estado siendo muy irresponsable con el dinero que te he dado –dijo Christian.

-¿En serio? Vaya, no me di cuenta –Jack apoyó el teléfono entre su oreja y su hombro mientras seguía revolviendo. La pasta ya se estaba suavizando-. ¿Qué he hecho que fuera irresponsable? Así evito hacerlo para la próxima vez.

-En general. Lo has usado para comprar un bonito auto que apenas utilizas, varios celulares que no te duran más que unas semanas y suscripciones a varias páginas para mayores de edad.

Ninguno de los dos mencionó lo extraño que debería saber que supiera la frecuencia con la que usaba o no su automóvil. Jack no tenía un particular deseo por jugar a que era ingenuo u olvidadizo cuando se trataba del hombre. O el hecho de que si cambiaba los celulares además de número era por un vengativo intento de mantener cierta distancia con el hombre. Causarle esa mínima molestia al hombre era todo lo que podía hacer dada su posición y con el poco poder que le había concedido.

-No sabía que tenías problemas de dinero que ahora debías manejarlo –comentó como sin darle importancia, estirándose para recoger un salero de un estante-. Lo tomaré en cuenta la próxima vez que salga de compras. ¿Necesitas algo más?

-No –dijo Christian y Jack volvió a tomar el teléfono en su mano, preparándose para colgar cuando el hombre volvió a hablar-. No creo que esta vez con una simple charla sea suficiente para corregir


semejante comportamiento. Has demostrado una y varias veces que no eres un joven confiable – Jack giró los ojos de nuevo-. Esta vez voy a necesitar tomar unas medidas más definitivas contigo.

-¿Oh? –dijo Jack con apenas un ligero interés.

Imaginaba que se refería a que ahora le iba a dar un presupuesto limitado, una especie de mesada o algo así. No era un joven de necesidades especialmente costosas, de modo que en realidad no iba a representarle el menor problema adaptarse a lo que alguien como Christian Grey consideraba una nimiedad de dinero. Si creía que eso era un castigo debía haber olvidado el hecho de dónde lo había recogido en primer lugar. Ser austero en su vida sería sólo volver a una costumbre que le había hecho abandonar al recibirlo en su mansión.

-De acuerdo –aceptó.

-Iré a visitarte mañana para que arreglemos esta situación –le explicó Christian. Jack dejó que la cuchara que usaba para revolver la pasta se hundiera en el agua. ¿Hablaba en serio? ¿O era una extraña manera de decir que enviaría a Taylor para darle una charla?-. Está claro que no puedo contar con tu propio sentido común para hacerte responsable, de modo que ya no tengo otra opción que intervenir.

-Espera, espera, espera –dijo Jack-. ¿Dices que tú vas a venir? ¿Aquí? ¿De verdad? ¿Para regañarme?

La incredulidad se le escapaba como el agua de la cacerola cayendo por los bordes metálicas, adonde acababan cayendo en las llamas para causarles una breve elevación en su altura tomando un tono de azul intenso antes de volver al rojo normal.

Christian se tomó unos segundos para contestarle. Los suficientes para que Jack volviera a ser consciente de lo que salía de su boca y de que acababa de ser víctima de su propia ansiedad. Pero, afortunadamente, el hombre no le dio mucho tiempo a ahogar en su vergüenza.


-Obviamente necesitas disciplina y no hay nadie más que yo dispuesto a darle la que necesites. Nos veremos mañana.

-¿A qué hora? –preguntó Jack, tan rápido que casi fue un hipido.

Christian le dijo una hora de la noche y Jack dijo que lo entendía.

-Nos vemos –dijo Christian por fin, cortando la comunicación antes de que Jack tuviera oportunidad de responderle.

El muchacho cortó también por su parte y dejó el aparato en un mesón cerca del lavavajillas. Se permitió unos instantes para asimilar tan tremenda sonrisa y una sonrisa amplia, grande e incontrolable se extendió por su rostro. No pudo evitar reír. ¿Su padre quería verle? ¿Su padre quería disciplinarlo? Iba a asegurarse de darle la bienvenida que se merecía.

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Para variar, en el momento en que Christian llamó a Jack no estaba siguiéndolo con el telescopio desde su departamento. Al final su madre le había acabado convenciendo de que si no había asistido a la cena de Navidad, lo menos que podía hacer por la familia era asistir a la cena del día siguiente. Todas y cada una de las excusas que Christian le presentó fueron desechadas como si fueran meros castillos de cartas en medio de una tormenta. Pero el verdadero factor determinante de que hubiera decidido alejarse era porque, nuevamente, no podía confiar en sí mismo en no dirigirse durante la noche al departamento del muchacho para recordarle quién tenía más derechos encima de su cuerpo y en más sentidos de los que él mismo sabía.

Todavía pegada en la retina la imagen de aquel asqueroso perdedor poniéndosele encima al más joven y poniéndole contra su hermosa piel esos labios secos que sin duda tenía, incapaz de apreciar el manjar que degustaba y tomándolo como un simple aperitivo sin nada de especial. Cerraba los ojos y Jack abría la boca para recibir una lengua que no era la suya. Los abría y una imagen fantasmal de Jack descendiendo con sus piernas abiertas sobre una pequeña pero dura polla ardiendo de deseo por el hueco íntimo en el que Christian había sido abrigado tantas veces. Era una verdadera tortura vivir esa situación.


Si quería pretender siquiera por un momento de que aún conservaba aunque fuera una sola gota de cordura en su cuerpo, la única opción razonable era poner una buena distancia entre ellos para evitar que su cuerpo hiciera cosas más allá de su control. El viaje entero vio la película ofrecida en el avión, un thriller totalmente absurdo acerca de una mujer que gracias a una droga se volvía la criatura más poderosa del mundo y derrotaba a un montón de hombres con apenas un movimiento de manos, con más atención de la que nunca le habría dedicado en el pasado. Los pedazos en los que la película le mostraba clips de documentales de animales para referirse a la situación de los personajes eran una dulce bienvenida a la trama que se suponía estaba acompañando la cual, por alguna razón, le ponía lo suficientemente incómodo para distraerlo de su viva imaginación y problemas. Casi lamentó el que se acabara porque las horribles visiones volvieron con una fuerza renovada que no sólo le hacía sentir furioso sino excitado más allá de lo recomendable cuando no estaba en una situación idónea para masturbarse, consiguiendo un alivio necesario que le ayudara a relajarse al menos un poco.

Christian cargó su chaqueta en frente de su estómago para cubrir su inconveniente problema mientras bajaba del avión. Por fortuna su familia ya estaba ahí esperándole, ofreciéndole un nuevo objetivo al cual dirigirse su molestia cuando los niños de Mia comenzaron a chillar preguntándole si les había traído algún regalo ni bien lo vieron aparecer en el aeropuerto. Su madre, su hermana más joven, lo miraba con ese vivaracho brillo en sus ojos que sugería que quería preguntarle lo mismo pero se daba cuenta de que ya era demasiado mayor para hacerlo directamente. Christian estaba tan acostumbrado a amoldarse a la energía imponente de su hermana que lo hizo igual que un robot al que se le pidieran cálculos básicos. Era una suerte de que por sí una gran parte de su familia tenía el poder de percepción de una ardilla arrollada en la carretera porque mientras supiera pronunciar las palabras correctas en los momentos correctos, la experiencia podía ser hasta tolerable.

Lo único que de verdad veía posible que le acabara arruinando los ánimos del todo eran los adolescentes y los niños que sus hermanos habían decidido tener sin consultarle antes de traérselos a todas las situaciones familiares. Ni siquiera había tenido interés en interactuar con otros jóvenes cuando él mismo estaba en su mismo rango de edad, ¿así por qué lo tendría ahora por unos con los que de casualidad estaba vagamente relacionado? Imaginaba, por la manera en que las mujeres y a veces los hombres hablaban, que ellos creían que cada uno de ellos tenía sus distintivas personalidad y maneras de conectarse, pero para Christian eran el mismo ruido blanco cuando hablaban y sólo un montón de extraños cuando callaban.


Lo bueno que ellos atraían todavía más la atención que él encerrándose en su vieja habitación para hacer la llamada a Jack, la misma que ya había ensayado al detalle mentalmente cuando no le atacaban los celos. La respuesta acelerada del muchacho era algo que no se esperaba. Parecía como si le alegrara la posibilidad de recibir una visita suya, incluso si se trataba acerca de recibir un duro regaño por sus crímenes hacia la autoridad que representaba o debería representar en su vida. ¿Entonces todavía no había dejado que ese imbécil bueno para nada del bar lo reemplazara después de todo? ¿Aún tenía alguna posibilidad en lo que respectaba a dirigirse a su cama? La idea envió una poderosa onda de calor por todo su cuerpo y su polla se paró casi al momento, lista y preparada para cualquier acción. Incluso después de dos meses, a pesar de que tenía todas las razones del mundo para temerle, e incluso cuando amenazaba con castigos ni bien contara con su presencia, el muchacho no mostraba el menor temor ante él. No importa qué tan horrible o espantoso fuera lo que le hiciera pasar, Jack jamás se echaba para atrás, superando por mucho a cualquiera de sus predecesores. Si es que nada el chico se había moldeado perfectamente dentro de su molde, superando sus propias ilusiones locas cuando pensaba en un compañero digno de él.

Ese había sido un detalle de su personalidad que le había intrigado, puede que hasta perturbado un poco cuando no sabía la verdad acerca de su origen. Después de saberlo, el recordar esas ocasiones en las que esperó que el chico volviera la vista con asco o se pusiera a temblar del terror, temblando en cambio del deseo, una pura sensación de orgullo que nunca había conocido antes le llenaba el pecho. Estaba seguro de que esa debía ser su sangre manifestándose en el más joven. ¿Cómo más se podía explicar el increíble buen par que ellos hacían? SI lo pensaba, tenía todo el sentido del mundo.

Christian había revisado algunas de las pocas fotografías que conservaba de cuando era un adolescente y se sorprendía al notar las similitudes entre el hosco muchacho que él era y el sonriente y sensual que era Jack. Si no como hermanos, una persona común que pusiera las dos imágenes una al lado de la otra podría haber creído que se trataban de una misma en diferentes días. Lo único que había sobrevivido a Ana eran sus ojos, lo cual en cierta forma agradecía porque todos sus otros rasgos habrían sido demasiado desfavorecedores en un hombre. Le gustaban sus mujeres femeninas y sus hombres… no tan masculinos pero que al menos no fueran confundibles. La única razón por la que le había gustado el pelo largo en Jack era porque le daba una excusa y oportunidad de usarlo como otra herramienta de dominación y apreciación.

Hasta sus historias habían acabado siendo un reflejo de la otra sin pretenderlo. Ambos conocían lo que era el hambre y vivir lejos de los lujos a los cuales la familia perfecta Grey estaba tan habituada. Ambos habían tenido un inicio fuera del común al mundo del sexo y del placer de mano de personas mucho más experimentadas que ellos.


Cuando sólo pensaba en el asunto sin ponerse ningún empeño en recordarse que era su hijo y que se suponía que eso debía ser un gran obstáculo, Christian llegaba a sentirse de verdad triste porque no hubiera podido ser él quien iniciara al chico de una forma apropiada en lugar de algún viejo asqueroso enfermizo que ni siquiera pudo cuidarlo más allá de la tumba. Pero unos cinco más tarde en los que se dedicaba a teorizar cómo podría haberse dado semejante situación sin tener que incluir a Ana en ningún lado, Christian volvía a recordar el resultado del examen de parentesco y se sentía vagamente enfermo, casi con ganas de vomitar.

¿Qué diablos era lo que pretendía hacer?, le chillaba esa nueva y molesta voz en su cabeza. Una voz que, para colmo de todo, le recordaba vagamente a Leila antes de que la castigara por haber creído que tenía derecho a casarse sin su autorización. El hecho de que ella hubiera dejado de ser sumisa para entonces daba igual. Esa falta de consideración no podía dejarse pasar. La voz que tenía antes de que por fin consiguiera romperla del todo tenía una firmeza y fluidez que jamás volvió a emitir, pero ahora parecía haber experimentado una resurrección exclusiva y sola para él. No tenía idea del por qué, pero recordar a esa Leila era irritante y sólo lo ponía todavía más furioso contra una presencia a la que ni siquiera podía azotar de nuevo para relajarse porque en realidad se trataba de una ausencia.

Durante toda la cena que soportó en compañía de su ruidosa familia, esa nueva voz que no se quebraba por la inseguridad o el miedo y, aunque suave, todavía se las arreglaba para manifestar cierta emoción controlada, no hizo otra cosa que preguntarle qué diablos pretendería hacer con Jack una vez que estuviera en frente de él. Obviamente que no pensaría hacer lo que su cuerpo entero le exigía. No pensaría en extender la mano y sentir la textura suave de su piel blanca bajo sus dedos. No pensaría en volver a probar el sabor de su saliva, el movimiento de la lengua del joven dentro de su boca y el olor del aliento cálido de Jack contra él mientras le mordía los labios, chupándoselos como si fuera el manjar más exquisito del mundo. No pensaría en arrojarlo en el suelo de su sala mientras lo tenía retorciéndose de placer por cada una de sus acciones, sacarle de encima uno de los esos shorts minúsculos que seguramente iba a usar y hacerle olvidar hasta el más mínimo recuerdo de ese o de cualquier otro hombre que hubiera conocido en el sentido bíblico en toda su vida. Sin duda que no pensaba nada de eso. Sin duda que no podía ser que esas imágenes estuvieran quemándole desde adentro y mientras alrededor de su familia continuaba hablando alegremente acerca de quién sabía qué, sin duda que no tenía una erección dolorosa combinada con una sensación de náusea asquerosa.

Por supuesto que no. Desde luego que no. Christian Grey no sería capaz de caer tan bajo por simple lujuria, ¿verdad?


“¿Pero era lujuria sola en primer lugar?”, insistió su polla, luchando contra la razón que quería quitarle su vitalidad. ¿No le había dicho en cierto punto al joven que no se trataba sólo del sexo entre ellos dos? “¿Y cómo eso mejoraba en algo las cosas?”, reclamaba esa insidiosa voz femenina, aumentando su malestar. “Si es que nada las hacía peores. No sólo eso, ¿cómo sabía que ese era el sentimiento que de verdad tenía por él? ¿Cómo sabía que no era simplemente un instinto dormido de un padre a un hijo?”

-Christian –le dijo su madre en tono preocupado-, ¿te sientes bien?

“Mamá, estoy pensando en follarme a tu nieto”, pensó en decir Christian, aliviado e irritado al mismo tiempo de que hubiera interrumpido su secuencia extraña de pensamientos. Por un momento se le ocurrió que podría aprovechar esa oportunidad para escaparse de la cena y poder llegar a su propia mansión más temprano. Su propia mansión… adonde la habitación de Jack todavía estaba montada y siempre lista para recibir a alguien más gracias por el trabajo de la sirvienta. Adonde tenía su salón de juegos para recordar cada una de las cosas que había hecho al lado del muchacho. Adonde podría tener todavía un mayor deseo por hacerlo todo otra vez, sin ninguna restricción, y adonde probablemente acabaría perdiendo la cabeza para ir a buscar al chico de inmediato, incluso si tenía que agarrar su helicóptero para aterrizar en un parque cercano a su departamento, encontrar al joven y poseerlo en algún callejón oscuro.

No, mejor no. Su familia entusiasta y ruidosa era una mejor distracción. Todavía pensaba en esas cosas y eso era que no se podía evitar, pero al menos no le daban mayores incentivos.

-Sí, mamá. Es sólo el cansancio del viaje –le dijo con una de sus sonrisas más bellas, sabiendo que a su madre, como a todas las mujeres, siempre les cautivaría.

-No puedo culparte, hijo –dijo su padre, dándole una palmada en el hombro desde su asiento en la cabecera-. Debió ser un trato bastante difícil de conseguir, ¿no? Todavía no puedo creer que te hayan forzado a trabajar en Navidad. Qué tremenda desconsideración.

Christian se encogió de hombros.


-Así son los negocios. No hay espacio para la compasión con estas personas. Por lo menos ahora tendremos un aumento en las ganancias para el año que viene –pronunció, dando una falsa tonalidad de orgullo que le salía prácticamente de forma natural cada vez que hablaba de su empresa.

-Bien hecho, hijo. Seguro que podías hacerlo –le dijo su padre sonriente, dándole un ligero apretón antes de soltarlo para volverse hacia Elliot y preguntarle cómo andaba en su trabajo.

Christian se quedó mirando el perfil del único padre que había conocido toda su vida y trató de imaginarse qué clase de sentimientos tenía el hombre por él y cuál era la diferencia esencial entre eso y lo que él tenía por Jack. ¿Adónde se habían arruinado las cosas? ¿En qué punto pasaba de ser amor paternal a ser esa otra cosa extraña y confusa que le afectaba físicamente, y no en el sentido más agradable precisamente? ¿Existía una diferencia real siquiera?

Proteger, cuidar, mantener cerca, control, disciplina. Eran necesidades que siempre había tenido al respecto de ninguno de sus chicos, incluso por los que no habían durado nada en su mansión o no deseaban saber nada de él después de la primera noche en la segunda sala de juegos. Era incluso los sentimientos primarios que tenía por sus sumisas antes de todo y creía que eso era lo natural, lo que se suponía que debía hacer por ellas. Elena parecía pensar que eso era lo correcto cuando se convertía en el dueño de alguien o al menos eso siempre se lo había dicho cuando le exigía control sobre sus acciones durante su adolescencia.

No tenía idea de cómo ser un verdadero padre, razón por la cual siempre había tenido la leve impresión de que Anastasia le había quitado un peso encima cuando escapó de su lado con su hijo, ahorrándole el esfuerzo de tener que criarlo y aprender todas esas cosas de la peor manera, viviéndolo en carne propia. No que alguna vez fuera a admitir semejante pensamiento, especialmente en frente de su propia familia. Ninguno lo entendería incluso si trataba de explicárselos.

A pesar de todo, realmente disfrutó de la velada con su familia. Los regalos que ellos le presentaron tampoco estuvieron de más. Mientras volvía a casa en el auto conducido por Taylor, Christian se puso a escuchar su música favorita para que el sonido lograra enmudecer a esa reminiscencia de Leila. No la quería tener cerca y con el estómago lleno lo último que necesitaba era su influencia. Llegó a casa y, ni bien se deshizo de toda su ropa, acomodándola en el armario,


se echó en la cama esperando que las pesadillas en las que nunca vería de nuevo al muchacho no volvieran a atormentarlo.

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El viaje de vuelta a la ciudad se dio en relativa calma sin tener que preocuparse por una erección especialmente insistente revelando la naturaleza de todos sus pensamientos. Su polla todavía se levantaba de vez en cuando, pero nunca duraba lo suficiente para causarle verdadera ansiedad. Lo que sentía era una alegría extraña y permeable que cubría casi con absoluta fidelidad todas las palabras que debería recordar si quisiera ponerse la fachada de hombre razonable encima. El sentimiento que lo embargaba era suficiente para que no pudiera concentrarse en otra cosa que eso.

Estaba feliz con la posibilidad de volver a Jack, los dos dentro de la misma habitación, de poder compartir un espacio con él y tener sus encantadores ojos azules encima de su persona, reconociendo su presencia. Estaba feliz con sólo esa idea. ¿Cuándo había sido la última vez que había podido decir algo semejante sobre cualquier persona? ¿Cuándo había sido la última vez que había querido ver alguien sólo por el poder disfrutar de su compañía sin necesariamente esperar nada a cambio?

No lo recordaba. No estaba seguro siquiera de que eso hubiera pasado en el pasado. La necesidad que tenía de ver a Anastasia antes de que decidiera colocarle su marca encima en la forma de un anillo de boda no se percibía como un tirón de sus entrañas y un calor envolvente por toda su zona del pecho. Normalmente no le gustaba las cosas que no podía comprender, pero una sensación que no se traducía directamente en reaccione negativas sobre su cuerpo era una alternativa mucho más preferible.

Las cosas habían cambiado en ese día en el que no se mantuvo en su segundo departamento alquilado. La ciudad estaba salpicada con una nieva ya sucia que se derretía a los bordes de las calles. Ni bien los informes climáticos de Nueva York llegaran a su conocimiento Christian se había asegurado de enviarle un sistema de calefacción de la marca más costosa y más efectiva para que funcionara por todo el departamento de modo que debería estar bien. Christian tocó el timbre del panel con todos los números de los departamentos y esperó a que le respondieran. Esperaba que Jack al menos estuviera usando ropa apropiada para variar. Le encantaba la confianza que tenía


sobre su propio cuerpo, pero iba a ser irresponsable andar de exhibicionista con esas condiciones. Apenas unos segundos más tarde, escuchó la voz de Jack por el recibidor.

-¿Padre? –dijo de Jack de inmediato, como si sólo hubiera estado esperándolo desde hacía un buen rato.

Christian sonrió. El muchacho podía no tener la menor idea de qué estaba diciendo realmente cuando decía eso y no pensaba sacarlo de su error en ningún punto cercano a su futuro, pero le encantaba escuchárselo pronunciar cada vez.

-Soy yo –dijo al comunicador-. ¿Me dejas pasar?

-Eh, sí –dijo Jack, sonando atareado-. Sólo dame unos segundos, ¿está bien? Tengo que preparar algo antes.

-No me hagas esperar mucho –advirtió Christian con un gesto de desagrado. Es decir, valdría la pena y todo quedarse parado encima de la nieve grisácea afuera de un edificio al que podía entrar cuando quisiera, pero no podía de momento, todo con tal de ver al muchacho de frente a frente, todavía no era precisamente la clase de escenario que habría escogido con una sonrisa-. No tengo todo el tiempo del mundo, sabes.

-Sí, señor –dijo Jack y por la forma en que lo dijo Christian estaba seguro de que estaba girándole los ojos, incluso sin verlo.

“Oh, ese chico no tiene idea de adónde se está metiendo”, pensó con deleite anticipado y una visión del muchacho con los pantalones bajados encima de sus rodillas le infló las venas de nueva vida. Luego se dio cuenta de que no era para eso lo que había venido y trato de imaginárselo siquiera con los pantalones subidos. Así debería doler menos y sentir menos la tentación de ir todavía más lejos.


Unos segundos más tarde la puerta se abría y Jack sacó medio por la puerta, vistiendo unos jeans y una chaqueta abrigada. Al verlo el joven sonrió y una ligera nube blanca salió de sus labios. Se corrió para permitirle el paso. Mientras Jack cerraba de nuevo con su llave, Christian se sacó los guantes con deliberada lentitud, esperando retrasar el momento en que tuviera que verlo frente a frente.

-Vamos arriba, tengo el calefactor –dijo Jack y se dirigieron hacia un pasillo lejos de la escalera.

Más específicamente hacia los ascensores. Christian tuvo la vaga esperanza de que estuvieran ocupados o de que otros residentes decidieran usarlos al mismo tiempo, pero no hubo tal suerte. Nuevamente Jack le permitió entrar a lo que no era más que espacio vacío y, después de cerrar la puerta y seleccionar el piso, se apoyó contra la pared, suspirando.

-Hola –dijo, sonriente.

Christian casi había olvidado lo que era sus facciones de cerca sin la necesidad de usar lentes. Eran rasgos claramente masculinos en los que se apreciaba todavía cierta suavidad dejada por la infancia y su piel permanecía tan inmaculada como varias mujeres ya desearían tener. ¿Cómo era posible que algo así de perfecto hubiera podido salir de Anastasia?, se preguntó brevemente. Era un hombre. Todo un hombre. Un hombre de brillantes ojos azules que poseían un atractivo magnético. Un hombre que había sido suyo y ahora no podía serlo por tener el origen que tenía.

Christian se obligó a mantener la vista en cualquier sitio del ascensor antes que en él. Podía sentir la electricidad subiendo por todo su cuerpo como un ataque masivo de estática, sólo que sin levantarle los vellos, y el llamado de la naturaleza era la cosa más antinatural posible en ese escenario. Lo peor, sin embargo, era saber que podría hacerlo sin ningún problema. Incluso si habían roto el contrato, el chico no se le negaría, estaba seguro. Podía avanzar en la carrera sólo con dar un paso, pero ganar esa competencia entre su razón y su polla implicaría algo más que no estaba dispuesto a afrontar en un maldito ascensor justo en ese momento.

-Buenas noches a ti también –replicó Christian con frialdad-. ¿La pasaste bien estas Navidades?

-Nah, si con bien te refieres a que me entretuve, estuve bien.


Ahí Christian sí sintió el vello de su nuca erizarse como si un zorrillo hubiera acabado de pasar enfrente de sus narices y nadie le hubiera dado una patada. Entretenerse, decía. Estar bien, decía. Con ese maldito viejo verde perdedor bueno para nada habiendo entrado con él…

-Me alegra saberlo –continuó, sin saber siquiera él mismo cómo no estaba rechinando los dientes y hablando entre gruñidos incomprensibles de rabia. Quería escalar por las paredes ante el recuerdo de lo que había visto-. ¿La pasaste en compañía o solo?

Esperaba que fuera más inteligente que decirle que sí, que todavía le importara lo suficiente para darle esa preciosa mentira blanca cubierta de platino.

-Con un sujeto que conocí en un bar –admitió Jack con voz casual, como si no le diera importancia.

Christian se volvió para dirigirse una mirada fulminante, preparado para exigirle de quién se trataba, qué era lo que habían hecho y con qué derecho venía a malgastar su cuerpo de aquella manera. ¿No se enteraba de que era la cosa más preciada que tenía? Pero una leve sacudida los sorprendió a ambos, especialmente a él, y Jack se adelantó rápidamente para abrir la puerta como si hubiera percibido que lo último que le convenía hacer era quedarse quieto en su presencia después de semejante confesión. Christian salió dando pisadas fuertes y continuó dándolas todo el camino hasta el departamento de Jack, adonde de nuevo tuvo que esperar a que el joven volviera a encontrar sus llaves en los bolsillos de chaqueta y la pusiera en la cerradura, la girara y abriera. Mientras tanto Christian evaluaba sus posibilidades. Las paredes eran gruesas, se había asegurado de ello al comprar el departamento, pero eso no significaba que no existía cierta posibilidad de que los vecinos acabaran percatándose de que había cierto alboroto al lado y eso podría derivar en una situación incómoda.

Una vez estuvieron adentro, Christian buscó de inmediato cualquier rastro de aquel hombre. Una chaqueta, la ropa interior, un calcetín, un zapato, cualquier señal de que había estado y todavía no se había ido o de que alguna manera le hiciera saber que Jack pensaba tenerlo por un invitado regular en su hogar. Pero no. Se trataba del mismo departamento que había estado observando durante los últimos dos meses. Pocos muebles y pocas decoraciones, pero todo acomodado y limpio como debía ser.


A pesar de que ya sabía lo que se encontraría, Christian miró por la ventana hacia su segundo departamento y le alegró siquiera un poco comprobar que no destacaba en lo absoluto en esa escena y el material oscuro que había puesto sobre el vidrio (el mismo que se utilizaba en los autos) hacía imposible el notar el telescopio que siempre estaba apuntado en esa dirección. Las luces estaban apagadas hasta que con un simple click Jack cambió la situación. El más joven dejó caer su chaqueta en una silla y se puso de pie a su espalda, subiendo las manos a sus hombros.

-¿Me permites? –dijo con una voz que le pareció neutra, ni adoradora ni despectiva, como si fuera una común cortesía entre sus invitados. Christian se preguntó si había hecho lo mismo por el viejo verde perdedor en la oscuridad mientras los observaba. Desabrochó su sacó, lo desprendió de su cuerpo y dejó que el muchacho acabara de sacárselo para ponerlo extendido sobre el respaldo de un sofá.

-No tienes mucho espíritu navideño, por lo que veo –comentó, haciendo un gesto de abarcar el cuarto para referirse a la completa falta de adornos-. Ni siquiera un árbol con luces. ¿No es triste eso?

Jack se encogió de hombros, dejando caer sus brazos desde los hombros hasta los dedos que colgaban de los bolsillos frontales.

-Si sólo yo voy a estar para verlo no le veo mucho sentido a toda la parafernalia –explicó sin darle mayor importancia y de pronto, como si acabara de ocurrírsele la idea, se volvió en dirección a la cocina-. Ah, por cierto, ¿qué deseas tomar?

-Chardonnay si es que tienes –dijo Christian, levantando una esquina de la boca en adelantado desagrado-. Pero si no tienes no te molestes.

-No, he conseguido para ti. Ya sé que es tu favorito –afirmó Jack, abriendo la puerta de la heladera para salir mostrándole la botella.

El líquido era de un suave rosado y el impacto de ver algo así por poco le hizo olvidar la creciente sensación de ultraje que le correspondía en esas circunstancias. Pero al final triunfaron sus


emociones presentándose con todavía más fuerza en su mente. Era lo más usual para él y se sentía cómodo en esa honestidad suya.

-Fantástico –dijo con una sonrisa rápida antes de volver al gesto serio-. ¿No tendremos a tu buen amigo acompañándonos esta noche, no es verdad?

-¿Quién? –preguntó Jack, dándole la espalda mientras servía el líquido en dos copas largas y finas.

Christian no recordaba habérselas visto nunca antes. ¿Las había comprado también para él, sabiendo que vendría? La bebida se aposentó en la superficie de cristal expulsando unas burbujas blancas hasta arriba antes de deshacerse lentamente.

-Tu amigo –aclaró, casi escupió forzándose a tener la sonrisa despreocupada-. El que dijiste que conociste en un bar. Y en la noche de Navidad, nada menos. ¿Qué estuvieron haciendo para celebrar la ocasión? ¿Jugar videojuegos y pedir comida china?

-Ojala. Eso habría sido divertido. Podemos hacer eso nosotros si quieres –Jack se volvió, extendiéndole la copa con lo que Christian no podía tomar otra cosa como una de las sonrisas más tiernas que Jack poseía en su arsenal.

Un poco del enojo se le acabó diluyendo. ¿Cómo podía seguir disgustado con esa cara tan parecida a la suya?

-¿Entonces qué hicieron? –preguntó con una voz más natural, dándole un primer sorbo al líquido.

No estaba mal, aunque le dejaba un extraño sabor al fondo de la garganta después de tragarlo.

-Nada en realidad –contestó Jack-. Su esposa lo llamó gritándole que por qué no estaba en casa, que los niños lo extrañaban, bla bla bla y se fue corriendo de aquí diciendo que en cualquier momento iba a exigirle el divorcio.


La súbita sensación de alivio por la que se sintió embargado no sólo mandó a quemar los últimos rastros de su enojo, sino que Christian de verdad se echó a reír de forma alegre por la desgracia ajena. Esa llamada debió haber sido bastante avanzada la noche, pero no lo suficiente para que hubieran avanzado tanto. Lo sabía porque por algún momento había dejado de observar para perderse en su propio sueño.

-Sí, bien, adelante, ríete de que yo la haya pasado solo en las fiestas –dijo Jack con un falto tono ofendido que inmediatamente era traicionado por su sonrisa de buen humor todavía presente. El líquido daba vueltas en su copa, todavía intacto-. Tú debiste pasarla bien con tu familia.

La risa de Christian se intensificó. No habían sido pocas las veces en que le había revelado a Jack lo que pensaba realmente de toda su familia. Cuando una persona ya había visto lo peor que podía ofrecer y por algún motivo demente todavía quería quedarse alrededor, deslices así se volvían inevitables y hasta necesarios. Se sentía bien tener a alguien frente al cual no tenía que ponerse la fachada de pobre hijo trágico que nunca cumplió las expectativas familiares, que nunca fueron tales en realidad, y ojos más conocedores podría haber clasificado como mera negligencia por indiferencia.

Los años que había pasado en silencio debajo de la casa Grey sin que a nadie ahí se le ocurriera enviarlo para tener ayuda profesional hablaba de por sí bastante acerca de la clase de familia que en realidad eran. No un sueño perfecto adonde todo mundo se quería, se apoyaba y moría por el otro, sino un montón de lobos que mantenían los trajes de corderos por pura conveniencia. Ese era un retrato mucho más interesante además de verídico y Jack había resultado ser el único que podía verlo a través de sus ojos, sin ningún filtro de por medio.

-Ahora sé que estás bromeando conmigo –dijo Christian dando un segundo sorbo. El extraño sabor seguía ahí. ¿A lo mejor era de una cosecha que no conocía?-. Mis pequeños sobrinos casi me volvieron loco. Me estremezco sólo de pensar que mis hermanos todavía tenían que llevárselos con ellos a casa. Hasta el día de hoy todavía no entiendo por qué…

Lo que quería decir era “por qué la gente seguía teniendo hijos”, pero considerando la persona frente a la cual estaba el comentario parecía especialmente de lugar, incluso si no tenía la menor idea de por qué o cómo y no podría explicarlo ni aunque el universo estuviera a punto de estallar sin necesidad de un orgasmo demoledor. Christian miró hacia su copa. ¿Tan pronto le estaba


afectando el alcohol? No que se quejara, la verdad. A lo mejor esa era una excusa perfecta para no tener que salir afuera intoxicado y quedarse a dormir en uno de los colchones para invitados que sabía que Jack tenía. Tal vez podría echarle un vistazo mientras dormía, como en los viejos tiempos.

-¿Por qué no te sientas en el sofá, padre? –sugirió Jack suavemente, como si hubiera percibido que su consciencia tambaleaba un poco y le costaba seguir sus palabras-. Ahora que estás aquí quiero darte mi regalo. No sabía cómo iba a entregártelo hasta que tú me llamaste.

-¿Un regalo para mí? –dijo Christian arqueando las cejas, divertido-. ¿Pero no se supone que son los padres los que les dan regalos a los hijos? Nuestra primera Navidad juntos ¿y ya estamos por romper tradiciones?

“Cierra. La. Puta. Boca”, le reclamó su polla y él tuvo que ponerse de acuerdo. La referencia también le había revuelto un poco el estómago y el alcohol no iba a ser la mejor combinación posible para algo así. ¿Es que acaso quería provocarse un vómito? ¿Era posible estar nauseabundo y excitado al mismo tiempo? Ese era el tipo de preguntas que Christian Grey nunca hubiera esperado se pudiera plantear. Cerrando su puta boca como pocas veces en toda su vida adulta, Christian fue a sentarse en el sofá y se dejó caer en un costado apartado.

-Ya vengo –le anunció Jack antes de desaparecer de su alcance en dirección a su habitación.

Christian escuchó el portazo. Esperaba que fuera algo bueno al menos. No recordaba haber visto en las cuentas de la tarjeta de crédito nada que pudiera servirle de regalo para él, pero a lo mejor se estaba olvidando de algo. Jack había tenido tiempo de sobra para tener una idea de qué era lo que le gustaba y sería una pena que no hubiera aprendido nada entonces. Tomó un nuevo sorbo de la copa. Luego otro. Y otro. Ahora tenía un delicioso sabor dulzón.

Para cuando echó la cabeza hacia atrás se dio cuenta, con sorpresa, de que se había terminado lo que le correspondía. Christian se giró en el sofá hacia la cocina. La copa de Jack continuaba llena y decorada con algunas gotas de condensación cayéndose delicadamente del vidrio. No se había bebido ni siquiera un poco del mismo. Seguramente que no le importaría si se levantaba para darle un sorbo. Después de todo era pagado con su dinero. Apenas Christian se levantó del asiento con la decisión de ir a hacer justamente eso, escuchó pasos por el pasillo y volvió a dejarse caer, dejando la copa en una mesilla al lado. Tenía verdadera curiosidad por ver el regalo.


Sin embargo lo que escuchaba acercarse por el pasillo era totalmente diferente a lo que él tenía en mente. No sólo parecía como si hubiera más de una persona caminando, sino que había un tintineo de cadenas y ¿gemidos? ¿Alguien estaba gimiendo? Bueno, eso no era precisamente malo, pero él no estaba provocando esos sonidos y sin duda se trataba de un nuevo fenómeno para sus oídos. Para cuando quiso volverse, Jack ya había aparecido empujando a un hombre pelirrojo hacia el frente. El hombre tenía una piel pálida completamente manchada de pecas puesta al descubierto, vistiendo nada más una correa que le rodeaba el pecho en una equis y unos calzoncillos blancos.

El tintineo provenía de la cadena enganchada al collar de cuero que llevaba y por el cual Jack debía guiarle para evitar accidentes porque el sujeto no podía ver lo que hacía. Una máscara de cuero negro le cubría la cabeza del todo, excepto por la coronilla y la boca, y la saliva se escurría de su boca por el uso de una ballgag rosa. Tenía las dos manos sujetas a la espalda por unas esposas que no permitían el menor espacio para el movimiento y la razón de que el hombre de por sí tuviera que ir a pasos cortos eran porque sus tobillos estaban unidos por unos grilletes de cuero y metal, la cadena tan corta que un paso normal de Jack representaba dos para él.

Christian no pudo hacer más que parpadeas confundido mientras Jack seguía empujando al hombre hasta detenerse en un extremo de la mesilla baja en frente del televisor, justo delante de sus narices. Todo en lo que pudo pensar era en que definitivamente ese no era el hombre del bar. Aquel tenía un cabello castaño simplón, un poco gordo y más alto que Jack. Este otro era más bajo y estaba en mucha mejor forma, siendo dueño todavía de una figura delgada parecida a la de Jack. Parecía que recién estaba cumpliendo el principio de sus veinte años. Jack le empujó con un pie detrás de las rodillas para indicarle que se arrodillara y, después de unos segundos de vacilación, el pelirrojo lo hizo.

Sólo entonces Christian cayó en cuenta de que no se trataba de gemidos lo que estaba emitiendo amordazado. Eran sollozos. El hombre lloraba debajo de su máscara. Humillado, desnudo y manipulado por Jack esa era la única opción que se podía permitir.

-¿Te gusta, padre? –preguntó Jack y los ojos se le iluminaban con un brillo acuoso, subiendo y bajando su mano por la espalda desnuda de su esclavo.


-No… -Christian trató de enfocar la vista. Por alguna razón la habitación insistía en salirse de su eje-. No entiendo…

-Esto fue lo mejor que pude encontrar con tan poco tiempo –le explicó Jack haciendo un puchero de desilusión-. De verdad hubiera preferido que me llamaras con al menos un par de días de antelación, así te conseguía otro de pelo castaño. Esos son de los que más te gustan, ¿verdad?

Christian siguió el movimiento de las manos de Jack, que subieron por la espina del hombre hasta agarrar su nuca y hacerlo recostarse contra la mesa. Pero no contento con eso, Jack siguió presionando para que dejara descansar su pecho encima de la superficie, dejando que las caderas se elevaran desde el final del mueble. Mientras lo hacía Jack se presionaba igualmente contra él y Christian podía ver un bulto notable en el lugar adonde se encontraba la entrepierna de Jack, cubierta todavía por un par de jeans de tela oscura. Christian se sintió molesto por ese detalle. El hombre sólo tenía la máscara y su ropa interior, pero Jack estaba exactamente igual a como lo había recibido abajo, menos la chaqueta y el calzado. No le interesaba ese patético pelirrojo. ¿Por qué lo haría? Era el cuerpo de Jack lo que prefería ver.

Pero, un momento, no se suponía que eso fuera así, ¿o sí? Las cosas volvían a darle vueltas, no sólo el estómago, lo que no sabía si era un cambio que de verdad podía apreciar, sobre todo en esos momentos en que los necesitaba a ambos en las más óptimas condiciones. Jack estaba tocando a otro hombre en su presencia, le dijo su polla con una infinita carga de paciencia. Pasara lo que pasara, eso sólo podía ser malo. Se suponía que sólo ellos tenían derecho a tocar al chico. Todos los otros hombres o las zorras del mundo debían morir en el infierno o lo que fuera, siempre que estuvieran alejados de él, de su cosa bonita con la que de pura casualidad compartía ADN.

-Pero todavía servirá bien ¿ves? Tiene un buen culo que se deja azotar –dijo Jack con una nota de orgullo antes de darle una nalgada al hombre debajo de él, provocando en este un fuerte respingo que parecía más de sorpresa que de otra cosa.

La vibración del impacto pareció llegarle hasta la ingle. La piel del pelirrojo se coloreó segundos después del primer golpe. Era bastante sensible, seguro que ni siquiera podía salir bajo del sol sin ponerse un protector solar especialmente fuerte. Nunca había marcado a una piel así, quizá serviría probar…


-El hombre del bar –dijo Jack. Sólo con decir eso agarró de inmediato toda la atención de Christian, perdida en la lechosidad de las nalgas del hombre pelirrojo. Jack le bajó los calzoncillos mientras continuaba hablando-. No le llamaron ni le reclamó nadie. Él me dijo que se había divorciado hacía años y que nunca tuvo hijos. No tenía familia. Nadie lo quería tener cerca para Navidad así que había salido a buscarse su propia compañía. Nadie va a extrañarlo y ya destruí toda la evidencia que pude.

Jack levantó el dobladillo de sus pantalones y sacó un cuchillo colocado entre el calcetín y su pierna, sacándolo a las luces brillantes del salón. Se estaba de un largo cuchillo de carnicero con alguna marca japonesa grabada en la parte inferior de la cuchilla. Su erección, ya palpitante desde que viera las pruebas de la excitación de Jack, pareció crecer todavía tres centímetros más al ver a su muchacho sosteniendo semejante arma.

-Lo acuchillé en la cama con esto –dijo Jack, pasándole el cuchillo, extendiéndoselo para él. Christian lo tomó con la mano temblorosa-. Me aseguré de que no dejará demasiadas manchas de sangre y tenerlo bien atado antes, como tú me enseñaste –Jack se abrió la bragueta de los pantalones y con un solo movimiento de mano dejó salir a su erección en todo su esplendor. Un hambre feroz invadió a Christian al ver esas venas sobresalientes de la piel sensible y apenas un poco más oscura que el resto de su piel. Era extraño que ni siquiera recordara que antes la sola visión de esa parte de la anatomía solía ponerle incómodo, porque ahora lo único que quería hacer era sentir su textura en contra de su palma y su dureza entre los dedos, pero antes de que se decidiera por cualquier acción la vio desaparecer de una estocada en medio de las nalgas del hombre pelirrojo, arrancando un grito todavía más desesperado, ahogado por la mordaza-. ¡Joder! A pesar de que antes no estaba así ahora el tipo se ha vuelto todo apretado. ¿Será ese un efecto del miedo, padre? ¿No lo sabes?

“¿Antes?”, salió en su mente como un hipido de borracho mental. ¿Acaso le estaba diciendo que esa no era la primera vez que se la metía a un hombre? Suponía que en cierta forma era mejor que la metiera a que se la metieran, como sucedía constantemente en sus peores pesadillas diurnas. No, esa habría sido la peor ofensa. Había marcado a ese culo como suyo en incontables oportunidades. Un don nadie cualquiera no podía sólo aparecer de la nada e introducir su miserable polla dentro de las posesiones de la gente.

-¿Nunca lo has probado, padre? –dijo Jack y en su sonrisa se le veían todos los dientes. Las ligeras arrugas que se le hacían en las comisuras agregaban un toque extra de vivacidad a sus facciones-. ¿Follártelos antes de matarlos? Sé que te gustaba mezclar el sexo con eso todo el tiempo. Por supuesto que recuerdo con qué fuerza empujabas adentro después de enterrarles el cuchillo o


cuando la tortura recién empezaba –Jack se deshizo el botón el botón del pantalón y acabó de bajárselos hasta la rodilla sin salir del interior del hombre pelirrojo. Luego se inclinó hacia el frente, casi apoyándose sobre la espalda del hombre para elevar su trasero en el aire.

-¿No quieres hacer lo mismo ahora? –le ofreció Jack, dándole una gran sonrisa y sacó la lengua para pasársela por los labios, dejándoselos brillantes para resaltar su apetitoso tono rojizo.

A partir de ese punto Christian ya no estaba en control de su cuerpo. Se sentía como un espectador más en la sala, uno incrédulo y horrorizado que sólo podía taparse la boca repitiendo para sus adentros una desesperada letanía de “no no no” mientras veía lo que alguna vez fuera el receptáculo de su consciencia ponerse de pie para colocarse justo detrás del muchacho. Ni bien puso su mano encima de las caderas estrechas de joven una corriente eléctrica se extendió desde sus dedos hasta su polla, ansiosa.

Christian agarró su mandíbula en el momento en que Jack se volvía hacia él y lo atrajo para un beso violento, abriendo su boca como si quisiera tragárselo de inmediato sin masticar. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que lo hiciera en lugar de los dos meses que habían sido y era como si su ser lanzara un colectivo suspiro de alivio al encontrar el consuelo de su tacto. Jack emitió un gemido hambriento mientras le devolvía el beso, elevando el brazo para rodearle el cuello y darle un gentil tirón al cabello en su nuca.

El hombre debajo de ellos dos gimoteaba y movía los hombros, pero Jack tomó la mano de Christian, en la que éste había sostenido el cuchillo sin darse cuenta de que lo hacía, y la movió para dejar el frío acero tocar el cuello del hombre pelirrojo, apoyándose contra él sin hacer mucha presión. Un estremecimiento recorrió al hombre y después de él se quedó totalmente quieto, hiperventilando en contra de la mesa. Christian vio de reojo la manera en que Jack acariciaba su mano con su pulgar al mantenerlo en su sitio.

Cuando ellos dos se separaron, estaban jadeantes y los ojos azules de Jack parecían nublados, cubiertos de una delgada película de una nube lujuriosa. El joven le miró los labios y se estiró a lamérselos como un cachorro.

-Por favor –gimió suavemente.


Christian le tomó de la nuca y le puso contra la espalda del pelirrojo, sosteniéndolo en esa posición mientras con una mano se abría los pantalones. Se vio a su polla rebotar cuando fue liberada del elástico de su ropa interior. Estaba prácticamente en llamas. Si saliera al exterior en ese estado vapor saldría volando desde su carne ardiente, igual que si fueran entrañas que alguien acabara recién de liberar de la prisión de su cuerpo. Christian envió un escupitajo a las nalgas del joven para que sirviera como el único lubricante que iban a tener disponible y lo extendió por su año. La sensación de que esa entrada estrecha reaccionara a su toque era enloquecedora, la cosa más sensual que había experimentado en toda su vida.

No era en lo absoluto como su mano. No tenía nada que ver con sus sueños. Esa era la magnífica realidad y Christian no podía estar más estático de presenciar en primera fila la desaparición de su erección en el cuerpo de Jack. Gracias a los meses y meses de entrenamiento y uso de esa área, estaba todavía lo bastante flojo para que la penetración no le causara tanta dolor ni fuera tan trabajoso para él, pero la verdad importaba poco porque siempre ofrecía el mismo abrazo cálido de bienvenida, como si no hubiera hecho otra cosa que extrañarlo desde la última vez que lo recibió.

La idea de que seguía siendo el único que alguna vez había entrado ahí desde la muerte de aquel otro viejo verde enfermizo no hacía más que volver a todo mejor. Todavía era suyo en ese sentido. Todavía reservaba para él esa especial entrega. Jack gimió de gusto y empujó hacia atrás su cuerpo, hundiéndose en la entrepierna de Christian antes de mover sus caderas hacia el frente, penetrando al hombre pelirrojo que gimoteó debajo de ellos dos.

-Está muy duro –comentó Jack, continuando dando las embestidas duales que le era permitido con el poco espacio que tenía entre ellos dos-. Padre, ¿me dejas comprobar cuánto le dura?

Christian asintió con la cabeza, creyendo tener una idea de a que era lo que se refería pero todavía sin tener una absoluta comprensión de qué era lo Jack buscaba cuando el joven levantó la mano, apretándola encima de la suya, y elevó el cuchillo por encima de sus cabezas. Incluso sin entenderlo, Christian reafirmó su agarre y fue con la mano de Jack cuando este quiso bajarla de golpe, dejándola penetrar ahora en la espalda pecosa del hombre.

El hombre pelirrojo lanzó un grito detrás de su mordaza y continuó luchando, pero entre ellos dos le mantuvieron en su sitio mientras dejaban caer el cuchillo de nuevo. Era como si en ese


momento mágico se hubieran vuelto uno solo, una perfecta mezcla. Jack ni siquiera tenía que presionar su mano de nuevo, los dos se movían de una manera sincronizada que le tenía fascinado. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. Adentro. La hoja estaba completamente cubierta en el líquido rojo y Jack lo apretaba y soltaba de una manera increíblemente deliciosa en su interior. Christian estaba en el colmo del placer cuando la sangre empezó a derramarse sobre la mesa y al hombre ya no le quedaban fuerzas para hacer otra cosa que dejar que la vida se le escapara en sus últimos suspiros, hasta que finalmente se quedó en silencio y lo único que sonaban eran los gemidos de Jack.

-Sigue todavía un poco duro, pero está aflojándose –comentó con una voz divertida antes de dejar el cuchillo caer al suelo y volverse.

Christian no se esperó lo siguiente: el joven lo empujó, tirándole en el suelo. Quiso protestar por esa brusca interrupción porque todavía no había terminado, pero pronto se dio cuenta de que Jack no pensaba dejarlo así. El dulce muchacho, tan considerado como siempre y con una sonrisa de ángel recién caído del paraíso, subió por su pecho hasta colocar su entrada justo por encima de su erección. Christian le puso las manos a cada lado de la cadera y tiró hacia abajo, viendo eliminada completamente su masculinidad por el trasero del muchacho en tanto este emitía incoherentes sonidos de gusto. El chico estaba encima, pero claramente le estaba dando la oportunidad de guiar de nuevo y Christian se aseguró de hacer especialmente eso, sintiendo el impacto de sus piernas sobre sus muslos cada vez con más fuerza.

Estaba en el límite de todo lo que era humano y racional. No podía aguantar mucho tiempo más, así que no lo hizo y enterró sus dedos en los costados del joven cuando se sintió estallar. El muchacho le siguió sólo unos segundos más tarde, manchándose su camisa, más costosa que todos los muebles juntos en esa sala y por un breve segundo Christian quiso azotarle por eso. Pero no podía. Se sentía agradablemente cansado y feliz. En esos dos meses ni siquiera había tenido oportunidad de ver a alguien más morir. No recordaba haberlo extrañado tanto. Había invertido la mayoría de sus horas en mantener a Jack controlado o en tratar de que este aceptara su comunicación desde el otro lado de la calle.

Pero no lo lamentaba, en lo absoluto. Quizá un poco la camisa, pero para eso existían las lavanderías. Todo había valido la pena por volver a tener a su muchacho acurrucándose contra él, estirándose para besarle la mandíbula. Incluso en su estado adormilado y de agradable pesar, Christian se percató de que el cuerpo del más joven se agitaba con una ligera risa.


-Vaya, no esperaba que durara tanto tiempo –comentó Jack y parecía estar aliviado por ese hecho.

Christian frunció el sueño.

-¿Ese ese un comentario en mi habilidad amatoria, jovencito? Porque si es así no la aprecio y puede que tenga que ser mucho más serio con esa promesa de no dejarte sentar cómodo por una semana.

-Oh, no, tú no, padre, sólo pensaba en voz alta –Jack volvió a sonreírle antes de ponerse de pie.

Christian se sentó en el suelo y se apoyó contra el sofá. Estaba de verdad muy cansado. Haber gastado tanta energía de golpe después de un par de meses de inactividad de verdad podía dejar molido a un hombre. Apenas podía mantener los ojos abiertos. ¿A lo mejor podrían ir a dormir a la cama de una vez? Aunque el chico primero tendría que limpiar un poco el desastre que había hecho. No quería despertarse con el olor de cuerpo en descomposición en la mañana.

Jack volvió justo en el momento en que estaba dando una cabezada. Traía la copa que había dejado sin tocar en la cocina. Mientras Christian lo miraba, Jack echó todo el contenido en su boca y se acercó tomándole del rostro. Christian sonrió. Eso era un interesante cambio, pensó abriendo la boca para él. Todo el líquido dulzón pasó de Jack hacia su boca. Luego de que tragara, todavía percibiendo ese algo raro al final de su garganta, Jack le acarició la mejilla y Christian la dejó descansar contra ella. Estaba muy cansado pero a la vez vivo, como si ya fuera parte de algún mágico sueño del que no quería despertar.

-Buenas noches, padre –dijo Jack, dándole un beso en la frente.

A Christian le pareció que ese era un gesto extraño viniendo de un hijo a su padre, pero no tenía la voluntad para preocuparse al respecto. Dejó a sus cerrarse, lanzándose con el estómago al frente al mundo de los sueños.


Capítulo 10: No digas que no te gustó

Un celular solitario de última generación sonaba encima del sofá adonde había sido abandonado. La pantalla flasheaba al ritmo de un tono genérico con el anuncio de a qué número provenía la llamada. Jack lo tomó en su mano y respondió.

-Hola, Taylor –dijo de buen humor. ¿Por qué no lo haría? El hombre siempre le había agradado-. Soy Jack aquí. Vaya, ha pasado un tiempo, ¿no? ¿Cómo has estado?

Taylor se tomó unos segundos para procesar ese giro de eventos. Estaba claro que no lo esperaba y no sin razón. Christian normalmente estaría azotando a cualquiera que hubiera tocado algún objeto suyo sin permiso, incluso tratándose de otra posesión haciendo el contacto.

-Bien –respondió el hombre, inseguro sobre cómo proceder-. Hum… ¿podrías pasarme con el señor Grey? Se suponía que debería haberme llamado hace media hora para que lo fuera a buscar de tu casa. Si ha decidido quedarse por la noche no hay problema, pero voy a necesitar saber cuándo buscarlo mañana.

-Padre está indispuesto para responder –dijo Jack, dejándose caer en su sofá-. No sé durante cuánto, pero va a estar indispuesto durante mucho tiempo o al menos eso espero. ¿Crees que podrías arreglarlo todo para que pareciera que ha tomado unas vacaciones o algo así? Puedes inventar que estaba al borde de una crisis por el estrés de ser la cabeza de una empresa tan importante, así parezca todavía más plausible. Aunque si ya hace tiempo trabajan con él no sé cómo se les ocurriría cuestionarle algo que él quiere hacer. Tú de todos modos ya eres su mano derecho así que deberían escucharte sin problema, ¿verdad?

Sus palabras dejaron la conversación moribunda suspendiéndose en el aire. Jack le dio todo el tiempo que necesitara para asimilarlo y entenderlo. No tenía ningún apuro en lo absoluto ahora que se había deshecho del cuerpo del pelirrojo y limpiado la mesa de sangre.

-Jack… ¿qué es lo que has hecho con el señor Grey? –preguntó el hombre con cuidado, como si temiera que sus palabras pudieran sacarle de quicio de ser mal usadas.


-Oh, deja el tono ese preocupado. No está muerto ni nada por el estilo –negó Jack un tanto irritado de que tuviera que aclarar lo que para él era sólo una obviedad-. Nunca le haría eso. ¿Para qué? Sería un desperdicio después de todo lo que hemos pasado. Pero definitivamente se estará quedando aquí por un rato. ¿Crees que podrías ayudarme con eso o no?

Otro momento de silencio en el que Jack se dedicó a tocar un piano imaginario sobre su pierna mientras esperaba. No pudo recordar las veces en la que había visto a Christian tocar el instrumento y se le ocurrió pedirle que le enseñara a tocar algo, aunque fuera lo más básico en su repertorio, pero parecía que nunca había tiempo o que sencillamente se olvidaba. Se daba cuenta de que debía ser mucho para beber de un solo golpe para alguien en la posición especial en la que estaba el guardaespaldas de Christian Grey.

-Jack –dijo por fin Taylor-, si el señor Grey cree que no he hecho todo lo posible por sacarlo de cualquier situación en la que le hayas puesto él…

-Mandará a matar a tu hija –terminó Jack. Prácticamente escuchó la falta de respiración de Taylor y Jack sinceramente dudaba de que fuera tanto por la sorpresa como el sencillamente oír que alguien pronunciaba en voz alta sus peores pesadillas. A pesar de los defectos que el hombre pudiera tener, su hija era sólo una fuente de adoración y eso cualquiera podría saberlo con sólo haberlo escuchado hablar de ella alguna vez-. Sé que es así como mantiene a un montón de gente controlada, cuando no se trata de simple extorsión legal aprobada por sus conexiones en los altos puestos. Ser parte de los Grey de verdad que viene con todo un paquete de ventajas, ¿no? Padre cree que yo no lo sabía, pero la verdad es que era jodidamente obvio. Eres demasiado bueno para relacionarte con gente como nosotros a menos que él tenga una importante carta bajo la manga. Dime, en este escenario que te planteo, ¿todavía es posible garantizar que tu hija esté bien? ¿O es uno de esas situaciones tipo mafia en la que unos matones tienen que ser periódicamente pagados en persona para no ir por ella?

-No, él… -Jack lo escuchó tragar saliva y humedecerse los labios antes de continuar. Tenía cierta ronquera en la voz, casi como un hombre que pusiera toda su fuerza de voluntad en no perder la calma ante la desesperación-. No. El señor Grey siempre me hizo saber que sólo necesitaría una llamada para… para…


-Entonces no habría problema –continuó Jack- si él decidiera tomarse unas largas vacaciones de pronto y evitara todo contacto mientras tanto, ¿verdad? Ya sabes, para recuperar su ánimo y todo eso. A lo mejor puedes agregarle una historia de rehabilitación por alguna droga para convencer a la familia de lo necesario que es el aislamiento. En todo caso, con su celular aquí conmigo debería poder enviarles correos electrónicos y algunos mensajes de vez en cuando, si esto dura tanto como pienso que lo va a hacer. Eso debería calmarlos ¿no? Ahora que lo pienso, de verdad ha sido afortunado que Christian nunca hubiera querido revelarles mi existencia.

-¿Pero qué quieres hacer? –inquirió Taylor y Jack pudo apreciar que ya se estaba exasperando por la falta de respuesta.

Jack subió los pies a la mesa y suspiró, echándose hacia atrás en el sofá.

-Taylor, a ti te gustaría librarte de esa situación, ¿verdad? –dijo con lo que esperaba sonara como conmiseración desde el otro lado-. ¿No te gustaría tener a tu hija libre de todo esto?

-No puedo –insistió Taylor-.Si fuera tan simple, ¿no crees que ya me hubiera salido o que no lo hubiera matado yo mismo después del primer chico? Lo necesitamos, Jack. Es él único que puede continuar pagando por el tratamiento de Sophie.

Jack cerró los ojos e hizo grandes esfuerzos mentales por no suspirar contra el micrófono del aparato. Taylor de verdad era demasiado bueno.

-Lo sé –dijo-, por eso me aseguraré de que siga manteniendo su palabra contigo. Si todo sale como lo tengo en mente, el señor Christian Grey que conocías ya nunca será el mismo que antes. Si todo sale como creo que puede salir, nunca más tendrás que preocuparte por ningún chico o chica que pase por la mansión Grey para nunca más salir con vida. Ya no tendrás que soportar esa carga de nuevo. Lo único que necesito para conseguir eso es tu ayuda.

-¿Y si no sale como lo planeas? –preguntó Taylor con dureza-. ¿Qué crees que va a pasar conmigo si tu pequeño plan falla?


-No lo hará.

-¿Cómo lo sabes?

-Porque ninguno de nosotros dos saldrá de aquí con vida hasta que funcione –dijo Jack y no había ningún tono especialmente dramático en su voz. Era el establecimiento de un hecho, el reconocimiento de una verdad y nada más.

La incredulidad y horror de Taylor eran palpables a través de cada una de las palabras que llegaron a Jack por el celular.

-¿Qué es lo que ese monstruo te ha hecho? –inquirió Taylor, como si de verdad fuera tan simple y recibir una respuesta fuera todo lo que necesitara para entender algo así.

Lo peor era que ni siquiera a Jack le gustaba la única que podía dar que quisiera podía acercarse a la verdad.

-Él me amó y yo lo amo –dijo y luego, dándose cuenta de que en realidad sí era así de sencillo, al menos para él, se encogió de hombros aunque nadie podía verlo-. Es todo. ¿Puedo contar contigo, Taylor? Sophie seguro que no querría que soportaras todo esto por ella, ¿no es así? Déjame intentar hacer las cosas un poco más fáciles para ti.

Por un segundo temió haberse propasado presionando ese botón en la recta final, pero pronto el sentimiento fue aplacado al escuchar un leve suspiro proviniendo desde el otro lado. Era un sonido de derrota y resignación. El hombre debía haberse dado cuenta de las ventajas que se le prometían. El peso de los últimos años debía haberle estado desgastando más de lo que podía soportar. En sus charlas casuales Jack siempre notaba las grietas y se preguntaba cuándo podrían usar eso en su favor.

-No tengo idea de qué es lo que está pasando allá, pero ojala sea como dices. ¿De verdad puedes garantizarme que sabes lo que haces?


-Lo he estado planeando desde que padre me echó de la mansión –explicó Jack-. Sólo recientemente él me ha dado la oportunidad de ponerlo en práctica. Saldrá bien, te lo prometo.

-Y si no lo hace…

-Ya te dije esa parte –dijo Jack sonriendo. Casi le daba lástima el hombre-. Tú encárgate de cuidar a Sophie, ¿de acuerdo?

-Bien –dijo Taylor, recomponiéndose incluso si la impresión todavía le quedaba-. Voy a confiar en ti. Suenas lo bastante loco para que creer las locuras que dices.

-No es la clase de aceptación que buscaba, pero lo tomaré. Gracias.

-Ni siquiera sé si debería decirte buena suerte o… o qué.

-Está bien, entiendo –Jack se fijó en la hora en su propio reloj-. Nos veremos cuando haya acabado con él. O no, eso dependerá de él, supongo.

Taylor necesitó unos segundos para decidir la mejor manera de cortar esa comunicación.

-Hasta luego –dijo y de pronto el tono de llamada cortada fue lo único que llenó su oído.

Jack apagó el celular y se puso de pie. Según los modestos cálculos que había hecho, ya debía ser la hora para encargarse del problema que tenía entre manos. Luego podría sacar la basura, el camión no llegaría hasta dentro de unas horas, de modo que todavía contaba con algo de libertad. Jack entró en su habitación en el departamento comprado por su padre de contrato y encendió una lámpara de pie, iluminando el cuerpo desnudo de Christian Grey dormido sobre su cama,


extendido como una estrella al tener las muñecas y los tobillos atados por grilletes unidos por cadenas a los postes metálicos de la cama.

Los grilletes estaban acolchados para que no le lastimaran los miembros sin importar cuánto peleara o por cuánto tiempo se las mantuviera puestas. Permitían la bastante sujeción para que la persona que los usara no pudiera sacárselas sin la llave, pero todavía les permitía tener el pulso latiendo cómodamente. Jack se acercó para asegurarse de que la cabeza del hombre estuviera bien posicionada encima de la almohada. No quería que despertara con un dolor de cuello, después de todo. Mientras le arreglaba esta, Christian emitió un ligero gruñido. Jack se detuvo y esperó, pero Christian sólo frunció un poco los párpados antes de dejar que su rostro volviera a relajarse.

Jack pasó los dedos por su mandíbula y sintió la suave piel contra la suya. Christian se había afeitado justo antes de venir. ¿Por costumbre o porque realmente quería dar una buena impresión? Se preguntó cómo eso cambiaría con el paso de los días. El hombre posiblemente incluso se vería mejor con una barba negra llena de líneas blancas como su cabello. Lo haría ver maduro y sofisticado.

Los ojos de Christian volvieron a agitarse detrás de sus párpados. Por un segundo Jack continuó examinándolo con sus dedos, como no había tenido oportunidad de hacer en ninguno de los eses en los que habían vivido juntos en la mansión, creyendo que se trataría de otra falsa alarma, pero el cuerpo del hombre se revolvió un poco cuando este abrió los ojos lentamente. Jack pudo notar apenas las pupilas contrayéndose, desorientadas, antes de que el hombre cerrara los párpados de nuevo, tirando de sus ataduras. Las cadenas emitieron su delicado tintineo al chocar los eslabones unos con otros. De pronto al muchacho se le ocurrió una idea.

Le había quitado toda la ropa a excepción de los boxers con la idea de que así estuviera más fresco, pero también para mantenerlo listo cuando se le ocurrieran otras ideas. Pasó las manos por encima del bulto que llenaba la entrepierna del hombre y rodeó la carne fláccida incluso por encima de la tela, sintiéndola llenarse y reaccionar mientras los ojos del hombre permanecían cerrados. En la mesilla al lado de su cama tenía unas tijeras grandes para usos generales. Las tomó en su mano y dirigió sus cuchillas afiladas hacia donde tenía ocupada su otra mano.

Dormido o despierto el resto del hombre, su erección estaba en pleno apogeo y expedía un calor intenso incluso a través de la tela blanca. Su propio deseó se encendió dentro de él como la yesca


de una dinamita y estaba listo para dejarse consumir por la explosión. Con las tijeras cortó toda la tela hasta sacar los restos de la prenda por debajo de las nalgas de Christian y sintió contra los dedos la sedosa superficie de la piel en su glande descubierto. Jack acercó el rostro y aspiró con fuerza su aroma. Todavía lo recordaba. Lo había extrañado tenerlo al alcance de una sonrisa juguetona o una mirada más intensa que lo normal mientras metía cualquier alimento en su boca. A Christian le gustaba pensar que era exigente, pero de verdad no costaba demasiado descifrar cuál eran los botones apropiados que funcionaban con él y nunca fallaban en funcionar sin importar la importancia. Podría haberlo culpado en que se trataba de un hombre sano con un sano apetito sexual, pero nueve meses le habían enseñado mucho más que eso. Christian era así, un muerto de hambre por saciar sus placeres físicos y él, bueno… ¿para qué hacer el papel de quien no lo disfrutara?

El sabor limpio de la polla del hombre era también indistinto al que tenía al fondo de su lengua y con el cual todavía soñaba algunas noches después de haber visto pornografía en la sala. A pesar del tiempo pasado, Jack no tuvo ninguna dificultad en hacer penetrar la punta hasta lo más profundo de su garganta y frotar su nariz contra la entrepierna sensible del hombre. Movió la cabeza de un lado a otro, sintiendo la dureza de la erección resistir contra las paredes de su boca y dejó a la polla salir, húmeda y viscosa con sus fluidos.

Christian continuaba con los ojos cerrados, pero detrás de los párpados las pupilas se movían incontrolablemente y su expresión era una de esfuerza como si incluso dentro del sueño ya estuviera batallando contra sus propios instintos por tener el orgasmo más rápido posible. Pero para variar Jack no buscaba satisfacerlo primero sin haber tomado lo que él quería. Se levantó, colocando cada una de sus piernas a los costados del hombre y ubicó la erección justo en la dirección que deseaba, dejándola forzar su camino hacia adentro. A pesar de la lubricación que le había aplicado todavía estaba estrecho y le costó su buena cantidad de inspiraciones acostumbrarse al olor.

Los ojos de Christian finalmente se abrieron, con lentitud, con pereza, y no tardaron más que unos segundos en comprender lo que estaba viendo. Jack se sonrió para sus adentros. ¿Cuántas veces no había despertado él en la cama de Christian o incluso en la suya propia para encontrarse en una situación similar, siendo la única diferencia que para entonces Christian era el que lo mantenía contra la cama? La primera que sucediera le había dado algo parecido a un infarto, demasiado dormido y alelado para creer que se trataba de otra cosa que un monstruo que le metía un taladro desde atrás con la esperanza de deshacerle las tripas, pero en las siguientes ocasiones empezó a acostumbrarse e incluso a sentirse un poco decepcionado las mañanas en las que no amanecía con alguna señal de que Christian había intentado tomarlo. No tenía idea de qué decía eso acerca de él ni le interesaba averiguarlo. Sólo sabía que le gustaban así las cosas.


-Buenos días, padre –saludó de buen humor, entre jadeos, y dio un último empujón para acabar de empalarse del todo en la erección.

Los dos dejaron escapar un infernal gemido, si bien el suyo pareció casi un sollozo de alivio por volver a sentirse lleno de esa manera. ¿O era dolor? Llegados a ese punto la verdad ya no sabía cuál era la diferencia o es que si se suponía que la hubiera de todos modos.

-No… -dijo Christian, contrayendo sus manos contra sus ataduras débilmente-. No…

-Es la primera vez… -dijo Jack, elevando las caderas y dejando al hombre ver a su propio miembro ser el único punto de conexión entre ellos, el glande desapareciendo detrás de sus testículos, antes de dejarse caer de nuevo con decisión. En esos segundos de contemplación fija Christian sólo abrió más los ojos y su mirada parecía la de alguien drogado- que te oigo decir eso desde que te conozco. ¿Qué sucede? ¿Acaso dos meses han bastado para que te olvidaras de mí? ¿O ya has encontrado a otro chico en las calles que te satisfaga mejor de lo que yo lo hago?

-Basta… -gimió el hombre, luchando de nuevo contra los grilletes. Fue entonces que escuchó el sonido que hacía y volvió la cabeza. Pareció más sorprendido con el hecho de que todavía no pudiera mover tal como quería sus miembros que porque estuviera sujeto desea manera-. ¿Qué es esto…?

-No te preocupes, el efecto pasará en un rato –dijo Jack, divertido--. Mientras tanto, respóndeme, padre, ¿es verdad que si no tienes la libertad nada de lo que está pasando y se te quita toda responsabilidad al respecto, puedes sentir todo más intensamente sin ninguna culpa? Muchas veces me has dicho que para eso me atabas, amordazabas y encerrabas en jaulas. Yo sólo pensé que era lo más caliente del mundo. Algo así debe ser para ti ahora si empezaste en mi misma posición con una mujer, ¿no? Algunas cosas son más difíciles de olvidar que otras.

Volvió a levantarse y bajó sus caderas apretando con fuerza su entrada. Christian soltó un gemido casi como un perro apaleado y el sonido hizo algo desconocido vibrar a través de todo el ser de Jack. El muchacho se inclinó hacia el frente y apoyó sus manos a los lados del pecho del hombre, permitiéndose acelerar el ritmo.


-No… -dijo Christian, volviendo la cabeza y hablando entre dientes apretados-. Basta. No tienes idea de lo que estás haciendo…

Jack gruñó con disgusto y aferró la mandíbula del hombre para que lo viera, cosa que a pesar de su falta de horas de gimnasio podía haber con el hombre en su estado actual. Este acabó abriendo los ojos con sorpresa por la brusquedad, contemplándole como si fuera la primera vez que se conocieran.

-Eres tú el que no tiene idea de lo que ha hecho –dijo inclinándose hacia el frente, lo que provocó que la polla acabara deslizándose fuera de él y, por el efecto rebote, le diera un ligero golpe contra sus nalgas antes de quedarse ahí, caliente entre ellas-. No tenías ningún derecho de arrojarme de esa manera como un peluche roto. No después de todo lo que hemos pasado. Nunca he permitido que nadie me tome por un idiota así antes y tú no vas a ser la excepción a la regla.

Volvió a erguirse sólo insertar otra vez el miembro en su hueco y, con una mano manteniéndolo todavía enterrado, se inclinó a besar al hombre, encontrando ningún problema en abrirle la boca con su lengua para probar cada rincón húmedo que estuviera a su alcance. La respiración acelerada de Christian se mezclaba con la suya propia y Jack estaba seguro de que ya no tenía idea de cuál era su sabor y cuál era el del hombre, como si se hubieran vuelto uno en el acto. A pesar de su negativa y las consecuencias de las drogas todavía entorpeciendo el control de su cuerpo, sólo tomó unos segundos para que Jack le sintiera responder con el mismo deseo que él albergaba, estirándose para acomodar mejor su boca y chupándole la lengua cada vez que tuviera ocasión de hacerlo. No era el movimiento agresivo y dominante con el cual le tomaba en los momentos en los que sólo lo usaba para liberar tensiones del trabajo, pero Jack estaba feliz de suplir su propia fuerza mientras recuperara la suya el hombre.

No podía negarlo, le estaba encontrando un placer especial a ese juego en particular que hacían. Cuando se separaron, sólo por diversión, Jack dejó colgar un hilo de saliva entre sus lenguas antes de lamerse los labios y sonreír mientras se los mordía con notable lujuria. Christian observó el gesto con una absoluta fascinación, como un oasis en medio de Júpiter después de que hubiera sido arrojado ahí por una raza maligna de alienígenas, antes de cerrar los párpados con fuerza y volver el rostro.


-Por favor… -gruñó, como si le costara un enorme esfuerzo pronunciar esas palabras. Jack elevó las cejas, de verdad impresionado. Esa era también la primera vez que le escuchaba pronunciar esas palabras ante nadie. Le gustó la idea de ser el privilegiado que lo escuchara ahora-. Por favor… detente. No quiero… esto era lo que quería evitar, ¿no lo entiendes…?

-¿Por quién me has tomado, padre? –replicó Jack con voz socarrona-. Tú siempre quieres. Te siento duro y preparado para lo que sea. ¿Me quieres decir en serio que no tenías planeado nada así cuando viniste a mi departamento de nuevo? ¿Especialmente después de que haya invitado a un hombre a pasar la noche conmigo?

Christian Grey frunció el ceño con aparente confusión y Jack sonrió arqueando una ceja con aire curioso.

-¿Creías que no sabía que tú lo sabías? Padre, te conozco un poco mejor que eso para creer que me dejarías solo sin ninguna supervisión. No tengo idea de cómo lo has hecho, pero en el momento en que me llamaste al día siguiente con esa estúpida excusa era obvio que te habías enterado. Apuesto a que fantaseabas con hacerme esto, ¿no es así?

Christian cerró los ojos con fuerza. Jack pensó que iba a desperdiciar el tiempo tratando de negar de nuevo que esa fuera su principal meta, pero cuando en cuanto volvió a levantar su cuerpo sintió que las caderas debajo de él se elevaban para encontrarse con su cuerpo en el aire. Jack alargó un poco su consiguiente gemido de placer como si hubiera sido una brutal estocada, sabiendo que eso siempre le conseguía los mejores resultados con ese hombre y se vio recompensado cuando en las siguientes embestidas empezó a recibir la ayuda activa del otro.

-Sí, sí –rezongó Christian y sus manos trataron se elevarse, abriendo los dedos como si quisiera agarrarlo antes de que se le escurriera fuera de su alcance, pero era inútil-. No he dejado de soñar de hacer esto contigo desde que te has ido. No puedo mantenerme alejado de ti, no importa cuánto lo intento. La idea de que un perdedor cualquiera hubiera estado aquí y que tú lo aceptaras en tu cuerpo me estaba volviendo loco –Christian le enseñó los dientes y volvió su voz en un gruñido casi animal, lleno de una furia vengativa-. Ese imbécil puede considerarse afortunado en el infierno de que yo no lo haya encontrado o que yo no estuviera aquí porque no sé qué habría hecho con él.


Jack le sonrió con una irresistible ternura antes de inclinarse, manteniéndole su erección adentro, para besar al hombre en su mejilla. Este movió la cabeza en el acto para encontrarse con sus labios y subirla para impulsarlo a un beso todavía más profundo, rodeándole la lengua contra la suya con decisión.

-Lo até antes de que hiciéramos nada –explicó Jack entre nuevos besos ansiosos-. Nunca llegué a tocarlo en el sentido que él quería. Dejé que me la chupara en un baño y dejé su rostro manchado con mi esperma como a una zorra barata. El sujeto se notaba que no había follado en un buen tiempo y le encantaba la idea de romper su época de sequía con un jovencito. Era de lo más patético.

Christian sonrió con evidente alivio, tal como sabía que lo haría ante esa versión de los hechos. El sujeto en realidad no le había merecido ninguna opinión especial y lo mató más que nada para descubrir cómo se sentiría al respecto, sin tener a la mano de Christian guiándole en cada paso. Resultó que podía disfrutar bastante bien con tomar víctimas de esa manera, pero sin duda que no era lo mismo. La eliminación del hombre pelirrojo ayer en la noche debía ser colocada en todo un nuevo nivel en la escala de los placeres delirantes que nunca se habría creído capaz de alcanzar.

-Él no era como tú, padre –endulzó los oídos del hombre-. Tenía apenas una pobre excusa de polla, nada como la tuya. No sabes lo que he estado esperando por sentirte adentro, padre.

Un pequeño espasmo cruzó por el rostro de Christian, casi como si estuviera conteniéndose una súbita náusea, antes de que echara la cabeza hacia atrás y aumentara el ritmo con el que sus caderas subían para penetrarle. Jack se quedó posicionado arriba, asegurándose de que la flecha siempre diera en el blanco, tocándose con desesperación su propia polla desatendida cuando fuera que tuviera la oportunidad. El placer dentro de ellos crecía y crecía más como una torre de arena deshecha por una tormenta y los dos estallaron al unísono, pronunciando sendos gimoteos de doloroso alivio antes de que los dos se derrumbaran de vuelta en la cama. Jack le dejó finalmente escurrirse la polla ahora flácida de su cuerpo y se acomodó encima del pecho del hombre, en paz consigo mismo y el mundo entero. Feliz como no recordaba haberlo sido antes.

A lo mejor todo podría terminar incluso antes de lo que tenía en mente.

-Jack… -dijo Christian, jadeando mientras recuperaba el aliento-, ¿por qué hiciste esto?


-Tú me echaste –replicó Jack, enterrando su rostro en el cuello del hombre para aspirar los mínimos rastros que quedaba de su colonia-. No podía dejarlo así.

-No entiendes… -dijo Christian en una voz baja, tan baja que Jack por poco no llegó a entenderle.

Pero después de eso el hombre no volvió a intentar hablar por un rato y Jack, sonriente, se dijo que prefería esos momentos de tranquila paz y silencio entre ellos, sobretodo de un buen y merecido orgasmo.

-Jack, soy tu padre –comunicó de pronto el hombre con una extraña voz monótona.

Jack lo miró con una ceja arqueada, pero no se molestó en moverse.

-Ya lo sé –afirmó, pensando para sus adentros que esa de verdad era un peculiar detalle en el que concentrarse de repente-. Firmé el contrato, ¿no?

-No me refiero a eso –dijo Christian y la provisional almohada que Jack tenía debajo de sí se infló cuando el hombre tomó una profunda inspiración-. Me refiero… al sentido biológico de la palabra. ¿Recuerdas esa prueba de sangre que nosotros fuimos a hacernos?

Jack de pronto perdió la sonrisa y se irguió desde el pecho de Christian, observándole con incredulidad. Christian le devolvió la mirada y casi parecía triste. ¿Era un juego de manipulación? ¿Pero para qué? ¿Para dejarlo ir?

-Hubo cien por ciento de compatibilidad en la prueba de paternidad, Jack –siguió Christian-. Elena lo sabía o al menos lo intuyó al ver los tres lunares que tienes detrás de la oreja, los mismos que tenía mi… -Parecía que la palabra se le trababa en la boca. Cuando la dejó salir fue a regañadientes y con una ligera mueca de disgusto- bebé antes de que Anastasia se lo llevara lejos de mí. Todos estos años me he preguntado qué habría hecho ella, adónde lo habría llevado y ¿cuando por fin te encuentro? –Christian le buscó los ojos y Jack sintió un estremecimiento bajarle la espalda al


contemplar la sonrisa rota que esbozó el hombre. Si todo se trataba de un juego, sin duda que era un buen actor-. Tiene que ser después de que haya decidido tenerte conmigo para siempre. Por dios, Jack, quería casarme contigo. ¡Quería hacerlo después de tantos años desde que esa puta me dejara! Pero cuando vi el resultado… fue como si alguien hubiera reemplazo mis entrañas con cucarachas muertas de hambre buscando devorarse en la oscuridad.

Jack soltó una espontánea carcajada. La situación no era para nada graciosa, tanto si era verdad o como si fuera un calculado movimiento para obtener algo de él, pero el melodramatismo de esa última confesión había sido demasiado para que se olvidara por un momento de que a Christian no le gustaban las risas que no hubiera previsto él mismo. Continuó riéndose mientras se erguía encima del estómago del hombre y este cambiaba gradualmente su expresión, desde una sorpresa aturdida a un rápido acceso de ira.

-¿Qué clase de juego es este? –preguntó Jack, todavía riéndose incluso mientras la irritación encontraba un hueco por el cual colarse hacia afuera en su boca-. ¿Se supone que me debo creer eso? Vamos, padre, seguro que si le pusieras un poco más de esfuerzo podrías haber salido con una mejor historia.

-¡Jack, por amor al cielo! –gritó Christian y forcejó por unos segundos contra sus ataduras, sin ningún resultado. Seguro ahora estaba muy frustrado porque no podía darle la bofetada que sin duda quería, pensó Jack-. ¿Acaso no has escuchado nada de lo que dije? ¡Quería casarme contigo! ¡Estaba dispuesto a hacer eso para mantenerte conmigo mientras estuvieras con vida! ¿Por qué más crees que me negaría ese deseo? ¿Por qué crees que tuve que mantenerte alejado de mí lo más posible? ¡Nueves meses sin el menor problema para de pronto hacer eso! ¿No puedes imaginarte que era por una muy buena razón?

Jack se congeló como si de hecho le hubiera pegado esa bofetada y no fuera una particularmente placentera desde el inicio. Miró hacia abajo, a las marcas de heridas de cigarrillo que decoraban su pecho trabajado. Odiaba esa sensación que tenía ahora, la de sentirse pequeño e inexperto en un mundo de verdaderos adultos. La odiaba.

-Creí… que querías tener otro chico.


-¡Oh, por dios! ¡¿Es que acaso eres estúpido?! –continuó Christian a pleno pulmón, haciéndole saltar a pesar de que sabía que era completamente inofensivo en su estado actual, al menos en lo que respectaba a lo físico. Por un momento pensó que debería haberlo amordazado desde el principio. Pero después del exabrupto, Christian resopló como un toro y retomó un tono duro que no implicara desgastarse las cuerdas vocales más de la cuenta-. Jack, tú no eres un extraño a cómo manejo las cosas con aquellos que me pertenecen. Te he contado acerca de los otros cuando has querido, incluso de tu estúpida madre cuando por ahí te daba la curiosidad acerca de cómo era mi esposa, y sabes que cuando yo me canso de cualquiera de ustedes nunca los dejó ir para que otros cerdos jueguen con mis tesoros. Incluso sabes que mandé a matar a tu madre un tiempo después de nuestro matrimonio porque no soportaba la idea de estar con ella toda la eternidad y quería buscarme una nueva chica. Si de verdad hubiera encontrado a alguien que pudiera reemplazarte, ¿crees que estarías respirando, vivito y coleando en este momento? ¿Te parece acaso siquiera razonable que te dejaría salir vivo de mi mansión si de verdad hubiera encontrado a alguien nuevo?

Jack sintió un frío helado envolviéndole el pecho al percatarse de que el hombre tenía toda la razón. Incluso cuando parecía que había dejado ir a los otros, estos nunca sobrevivían o quedaban con sus capacidades mentales intactas de nuevo por mucho tiempo después de abandonar su lado. Lo sabía, lo había escuchado reírse mientras le contaba historias acerca de cómo algunos de ellos habían peleado hasta el último momento, y sin embargo… ¿esa era la verdad? ¿Era esa la única explicación que había?

-Mamá odiaba a mi padre –dijo, inspeccionando el rostro del hombre. Este actuó acorde a su propia historia, haciendo una mueca de molestia-. Ella nunca quería hablar de él y cuando yo quería hacerlo, cambiaba el tema. También decía que me parecía demasiado a él. A veces había días en los que estaba todo bien y parecía que mi padre nunca hubiera existido. Pero también había días en los que se negaba a verme o a reconocer mi existencia. Mi madre era una simplona tonta mujer que bebía para olvidar lo que nunca le decía a su hijo y se acabó matando con uno de sus incontables novios por eso. Noviecitos que siempre pagaban por todo y la hacían gritar de placer hasta que yo lo oía en mi cuarto.

Christian luchó contra sus ataduras e incluso agitó las piernas, rumiando maldiciones e insultos para exigirle que se callara la boca, que no quería escuchar ni una palabra más acerca de esa zorra. El constante movimiento estaba haciendo muy difícil para que Jack pudiera sentarse con comodidad, de modo que le pegó él una bofetada al hombre, como si estuvieran en una película, para ver si así se calmaba de una maldita vez. El efecto fue inmediato y tanto las piernas como las manos de Christian cayeron de nuevo sobre la cama, mientras el hombre no podía hacer otra cosa que contemplarlo con absoluto asombro.


-¿De verdad quieres tomar la responsabilidad por eso, padre? –dijo Jack, casi escupiendo la última palabra y agarró la mandíbula del hombre con fuerza, clavándole las uñas-. ¿De verdad quieres decirme que tú eres la razón por la que mi madre se volvió una borracha negligente? ¿Tú eres la razón por la que mi infancia ha sido tan jodida?

-Si pudiera –dijo Christian, unos grandes ojos grisáceos llenos de deseo homicida. Jack estaba más que tentado de pensar que nunca en la vida lo había encontrado más guapo que con esa expresión encima-, si hubiera sabido lo que ella planeaba hacer, la hubiera llevado a la sala de juegos y dejado que me contemplara mientras la deshacía miembro por miembro.

Jack no se sorprendió de que las palabras, mezcladas con el tono y la seriedad del hombre, le estuvieran excitando más.

-¿Y qué hay del pequeño bebé, padre? –preguntó con voz seductora-. Ella se lo llevó de tu lado. Te pertenecía, ¿no es así? Y ella te lo robó.

Christian esbozó lentamente una sonrisa de éxtasis.

-Probablemente lo habría matado también en frente de ella antes de dejarla ir de este mundo asqueroso. ¿Por qué crees que desde que ella se fue he buscado jovencitos que se parecerían tanto al hijo que nunca pude conocer? Ella quería mucho a su pequeño niño, por eso rara vez dejó que me le acercara… así que pensé que no habría mejor manera de vengarme de esa perra traicionera que follarme a sus hijos encima de la cama adonde ella los concibió conmigo. Tratándolos a todos tal como la traté a ella. Sólo lamenté no tener ninguna posibilidad de hacérselo saber directamente, pero a pesar de todos mis esfuerzos nunca pude encontrarla.

-Entonces deberías haber estado feliz cuando te diste cuenta de que finalmente habías encontrado al real, ¿no es así? –dijo Jack con voz fría, acariciándole el rostro-. Después de tanto tiempo finalmente encontraste la perfecta manera de hacer que mi madre se revolviera en su tumba. ¿No sería lógico que esa fuera la venganza perfecta?


La sonrisa alegre de Christian decayó ante eso y su ceño volvió a fruncirse.

-No –dijo sencillamente.

-¿Por qué no? –inquirió Jack, de verdad intrigado-. Tuviste cientos de oportunidades para matarme una vez lo descubriste, pero en cambio me dejaste ir…

La mano que había estado usando para pasar los nudillos por las mejillas del hombre se detuvo en el aire y el muchacho lo miró, sabiendo exactamente lo que Christian iba a decir antes de que este lo intentara. Hablar en absoluto parecía más bien una redundancia cuando ambos lo tenían tan claro, pero aun así Christian emitió un suspiro de derrota y lo dijo:

-Porque te amaba. Para entonces ya era demasiado tarde.

-¿Y crees que dejándome ir ha resuelto nada? –preguntó Jack con ligera irritación-. Mira cómo estamos. Y ni siquiera trates de echarme toda la culpa porque sabes muy bien que esto habría pasado tarde o temprano. ¿Cómo pensabas seguir evitándolo? ¿Y durante cuánto tiempo? ¿Hasta que me cansara de esperarte y de verdad decidiera follarme a alguien más?

Un destello de nueva rabia brilló en los ojos de Christian.

-Mataré a cualquiera que intente tomarte –gruñó apretando la mandíbula-. Luego de castrarlo con mis propias manos lo haré desear nunca haber puesto sus cochinos ojos encima de lo que me pertenece.

Jack pronunció un suave resoplido de risa. Christian de verdad podía ser de lo más predecible. Negó con la cabeza y finalmente se salió de la cama, dirigiéndose hacia la mesita de luz al lado de la cama. Sacó una bola de plástico roja llena de agujeros atravesada por una tira de cuero elástico.


-¿Qué estás haciendo? –preguntó Christian, buscando apartarse antes de escuchar cualquier respuesta, pero seguía siendo un esfuerzo tan inútil como cualquiera de los otros que se suponía iban a mantenerlos separados-. Ni siquiera pienses ponerme esa cosa.

-Tengo hambre, voy a cenar –dijo Jack, inclinándose hacia él-. Necesito pensar en lo que voy a hacer ahora y no quiero escuchar tus quejidos. Si tengo ganas vendré a traerte algo de comer también más tarde.

-¡No! ¡Desátame en este…!

El hombre protestó con todas sus fuerzas, pero al final Jack consiguió deslizarle la mordaza por encima de la cabeza hasta colocar la pelota firmemente contra su boca. Todavía se escuchaban sonidos provenientes directo desde la garganta. A Jack no le importó. Sería sólo para su beneficio si acababa cansándose solo. Recogió el pantalón que se había dejado en el suelo al querer subirse al hombre y se lo calzo sin preocuparse de encontrar un nuevo par de ropa interior. Salió de la habitación apagando las luces detrás de sí, dejando al hombre gimoteado envueltos en las sombras en las que solía buscar a sus nuevos hijos sobre los cuales ejercer su enfermiza venganza. Una vez cerró la puerta, silenciando efectivamente cualquier sonido de su padre disgustado, Jack se permitió unos segundos para sólo respirar y poner en orden sus pensamientos.

Tenía mucha nueva información que procesar y debía pensar con cuidado cómo eso podía cambiar sus planes para el futuro. Aparte, en verdad tenía hambre. Su estómago gruñía con hambre. Gracias a la insistencia de Christian ya no podía saltarse ninguna comida sin tener una molesta sensación detrás de su cuello como de que alguien estaba pesando y juzgándole por ese pecado.

De modo que se dirigió a la cocina y se decidió a prepararse unas hamburguesas al plato. Era prácticamente lo único que le quedaba en la heladera. Se hizo una nota mental de recordar ir al supermercado a reabastecerse en los siguientes días. Si pretendía mantener a Christian consigo hasta que consiguiera lo que necesitaba de él, sin duda que no podía mantenerlo hambriento o podría ponerse demasiado irritante, incluso más de lo que ya estaba con la situación actual.

Su padre, nada menos. ¿Cuáles eran las posibilidades de que se encontraran de esa manera tan poco afortunada? Incluso si al final el hombre había fracasado miserablemente en su intento de implementar cierta moral en lo que respectaba a su persona, el mero hecho de que siquiera lo


hubiera pensado hablaba mucho acerca de que la confirmación de su lazo sanguíneo significaba para él. No lo suficiente para de verdad negarse a su contacto una vez lo tenía a su alcance y se lo ofrecía sin restricciones, pero sí para poner cierta distancia entre ellos y crear la ilusión de que iba a ser una situación duradera, sin importar cuán frágil esta fuera o que ninguno de los dos se la creyera.

La única razón por la que el hombre había tenido algún interés en él en primer lugar había sólo para desquitarse de su madre muerta. Por supuesto que Christian Grey iba a ser el tipo de hombre que se dejaba obsesionar con una idea tan necia si eso significaba sentir que el nivel de poder entre ellos podía ser de alguna manera abstracta igualdad. A falta de un cuerpo femenino específico sobre el cual ponerle las manos encima, Christian había decidido buscar varios cuerpos masculinos para reemplazar al hijo que le habían robado. Bueno, ciertamente que habría conseguido su venganza, si es que creían en la vida después de la muerte, lo que no era tal el caso al menos para Jack.

Incluso ahora, si estaba vivo era sólo porque Christian prefería mantenerlo en una bonita jaula antes que abandonarlo de nuevo. Con un fuerte sentido de la ironía, Jack se dijo que podía considerarse un hijo afortunado porque otros progenitores sólo ponían la polla sin condón y esa era toda la contribución que decidían hacer en la vida de los resultados de sus errores. Sólo que él no había exactamente un error de una sola noche, ¿no? Mamá y su padre estaban casados incluso antes de que supieran que ella estaba embarazada, ese poco había logrado averiguar de ella.

Una imagen de su madre de pie en la cocina, haciendo un pequeño baile para hacer panqueques, le invadió la cabeza. Acababa de volver del colegio y ya era una hora bastante pasada del mediodía, pero su madre tarareaba y su cabello rubio (obviamente teñido, con las puntas castañas comenzando a notarse) sujeto en un par de coletas que caían sobre sus hombros, uno de ellos desnudos porque la camisa de su último novio le quedaba bastante grande y ella ni siquiera se había molestado en abotonarla del todo. A pesar de los ojos inyectados en sangre, parecía que estaba en uno de sus días buenos porque apenas lo vio (viéndole a los ojos con los suyos azules, lo que rara vez hacía) sonrió preguntándole si quería comer algo.

Había tenido un almuerzo ligero de camino de vuelta, pero Jack aun así dijo que iba a comer y se puso a preparar la mesa para tres personas, por si acaso el novio del momento se despertaba con ganas de comer también. No lo hizo. Mamá le sirvió hasta cubrir el menor rincón de su plato, pero ella apenas probó la mitad de uno de sus panqueques y se dedicó a hablar alegremente por los codos mientras veía a su hijo alimentarse. Desde que tuviera uso de razón su madre siempre había sido extremadamente delgada y parecía más bien asqueada con cualquier tipo de comida. Se


alimentaba lo suficiente para no caer desfallecida y de alguna manera todavía conservaba un cuerpo lo bastante deseable para conseguir amantes cuando estos le fallaban por la razón que fuera o ellos sencillamente se cansaran de su equipaje emocional.

Ahora que sabía exactamente lo que era vivir al lado de Christian Grey por un largo período de tiempo, Jack creía entender exactamente lo que había pasado con su madre. Tenía todo el sentido del mundo si se ponía a pensarlo. Incluso el hecho de que hubiera podido escapar encontraba una sencilla explicación si se lo atribuía a una participación por parte de Taylor. En esos días buenos en los que la mirada de su madre podía posarse con cariño sobre su persona, ella casi parecía feliz.

Pero entonces llegaban los días malos, en los que no le miraba, no le hablaba y prefería pasarse en su habitación con algún hombre todo el día de ser posible. Christian le había dicho que se llamaba Anastasia Steele, consideró Jack, sacando las hamburguesas calientes del horno eléctrico. Buscó un tazón de ensalada de papas comprada en el mercado para acompañar y cargó todo a su sala. Ella y todos sus documentos siempre le habían indicado que se llamaba Linda Swamp. Él era Ted Swamp. Eran los Swamp y estaban juntos porque habían tenido semejante mala suerte para eso.

Hasta que ella fue lo bastante estúpida para matarse de aquella manera y Jack se negó a dejarse atrapar por el sistema, pasar de casa en casa de amables extraños hasta que otro amable extraño decidiera que era lo bastante bonito para formar parte de su familia. Pero mamá le había advertido que no muchos chicos encontraban a esos amables extraños, se lo había advertido varias veces para evitar que le contara a alguien acerca de lo “descuidada” que mamá podía ponerse cuando no se sentía bien. Jack había aprendido desde una muy corta edad a mentir y cuidar de sí mismo, y cuidar de sí mismo tras la muerte de su madre incluía mantenerse alejado de cualquier adulto de traje elegante que dijera llevarlo a un lugar adonde podrían cuidarlo.

Su antiguo Amo no tenía ningún traje consigo. Parecía un hombre como cualquier otro que detuviera su auto en la esquina adonde todos los chicos de aquella calle se reunían, adonde mantenían pagada a la policía con el sesenta por ciento de sus ganancias para que hiciera la vista gorda. Él era el único que quedaba esa noche y saltó de inmediato hacia la ventana del conductor para indicar precio y lo que no hacía. El hombre le preguntó cuántos años tenía, Jack pronunció la mentira de siempre y aceptó la consiguiente invitación de subirse a la parte trasera del vehículo. Le resultó un cambio agradable que lo único que el hombre quisiera fuera verlo acabar sobre un pañuelo, sin ningún contacto físico. Fueron los cien dólares (el hombre sencillamente se lo dejó en la mano y Jack no le hizo recordar que ese no era su precio, guardándoselo pronto en el bolsillo) más sencillos que alguna vez obtuviera.


El hombre continuó buscándolo durante tres meses antes de que finalmente se decidiera a proponerle ser su esclavo. Entonces le comentó con exactitud en qué consistiría su rol y qué era lo que esperaba de él. Podía mantenerlo seguro, podía proveer para él y él no tendría que preocuparse de nuevo por lo que iba a comer el día siguiente. Podía aceptar o no el trato, podía poner sus propias condiciones, podía hacer y decir todo lo que quisiera al respecto de la situación si creía que así iba a sentirse más cómodo. Bajo ninguna circunstancia su antiguo Amo quería sentirse como si le estuviera haciendo pasar un mal rato. A pesar de su sadismo, o quizá en parte gracias a que era un sádico, el hombre no fue más que amable y atento en todas las ocasiones que se encontraron e incluso durante la esclavitud de Jack, siempre siendo una presencia de calma y control sobre sí mismo a su alrededor. Jack había aceptado más que nada por curiosidad por saber qué se sentiría ponerse en esa situación.

Fue una sorpresa el descubrir que en realidad todo acabara gustándole. Era un masoquista y el ser un sumiso sabiendo que tendría una placentera recompensa al final le resultaba divertido de una forma natural. Incluso cuando se equivocaba y el hombre debía castigarle, lo hacía con firmeza, asegurándose de que entendiera el porqué del castigo antes de implementarlo y por qué era una cosa mala cual fuera la que hubiera hecho. Cuando Jack no cumplía una orden o la hacía mal adrede, el hombre se daba cuenta enseguida y lo hacía sentarse para explicarle por qué creía que necesitaba manipularlo de esa manera si sabía que siempre podía hablarle si necesitaba alguna clase de atención especial. Con el tiempo Jack quería hacerlo todo bien, no por temor a un castigo, sino porque sencillamente quería ver a su Amo feliz con su desempeño. Dos años juntos bajo el mismo techo. El hombre nunca se molestó en ocultarle lo que estaba sintiendo sobre él y, aunque Jack no tenía claro qué lugar ocupaba su Amo fuera de los roles, estaba seguro de que lo apreciaba y que le tranquilizaba saberlo cerca.

El tiempo que lo pasaron juntos fue la época más pacífica de toda su vida. Viéndolo en retrospectiva, estaba claro que algo así no podía durar. Ni los días buenos ni los días malos duraban para siempre. Siempre estaban alternándose sin aviso ni control y lo único que Jack podía aspirar a hacer era hacer el mejor uso disponible de las cartas que cayeran en sus manos. Esa siempre había sido su filosofía, y no tenía idea de qué hacer con el mazo desastroso que le había tocado en esa ocasión.

Estaba terminando su comida cuando la idea le golpeó de pronto, con la fuerza y claridad de una bombilla envuelta en titanio transparente. Christian decía que lo amaba. Christian era padre. Él era su primogénito y unigénito. Empezó a reírse al darse cuenta de lo estúpido que había sido. Todo podía salir todavía más fácil de lo que pensaba.


-

Christian había dejado de gritar y tirar de los grilletes hacía un rato cuando la puerta volvió a abrirse y se vio cegado al encenderse las luces de golpe.

-Disculpa –dijo la voz de Jack, sin darle ninguna indicación de que lo lamentara demasiado o de que al menos sacara diversión de la situación.

Cuando por fin pudo enfocar bien la vista al frente, Christian vio que traía una bandeja de madera con un plato lleno de hamburguesas y ensalada de papas, justo al lado de un vaso de jugo de naranja. Era una comida de lo más corriente y por un segundo se sintió molesto porque fuera así que Jack se estuviera alimentando. ¿No podría siquiera tener un mejor gusto? Pero al menos se trataba de comida genuina y, viéndola, se percató de que en realidad tenía hambre. Jack dejó la bandeja en el suelo y movió una silla desde su pequeño escritorio hasta un lado de la cama. Volvió a colocar la bandeja sobre su regazo antes de verle de nuevo.

-Te voy a quitar la mordaza y yo te daré de comer, ¿de acuerdo? –dijo, aunque estaba claro que no le pedía permiso ni su opinión al respecto, sino que era un hecho del cual le estaba informando-. Si empiezas a gritar de nuevo te clavaré el cuchillo en la mano.

Ni por un segundo Christian decidió aventurarse a suponer que sólo estaba exagerando. Christian le echó una mirada a los hilos de nubes blancas que continuaban desprendiéndose de las hamburguesas y asintió. Jack se estiró al frente y liberó el seguro que mantenía a la mordaza en su lugar, permitiéndole dejársela como un collar sobre su clavícula. Hecho eso, Jack puso un sorbete en el vaso con el jugo y se lo ofreció. Christian estiró la cabeza para beber lo más posible a placer, ya que su garganta se había quedado adolorida después de todo el grito que había pegado bajo la pelota. Una vez el vaso estuvo vacío, Jack lo dejó en la mesilla y se puso a cortar la comida.

-¿Qué lo que planeas hacer ahora? –preguntó Christian. Se sentía incómodo, irritado y con ganar de agarrar esa bandeja para romperle el cráneo a su querido hijo, pero no era lo bastante tonto para no entender que no estaba en posición que le permitiera hacer eso. El chico no iba a dejar que lo estuviera, si tenía algo suyo en las venas-. No puedes mantenerme aquí para siempre.


-Oh, no estaría tan seguro –dijo Jack con despreocupación, ofreciéndole un pedazo de la hamburguesa con algo de ensalada por encima. Christian estiró nuevamente el cuello y mordió el tenedor, cubriendo la comida. Mordió con fuerza para evitar que Jack volviera a retraerlo fácilmente. El muchacho giró los ojos en respuesta y Christian resopló por la nariz con enojo-. ¿Sabes? De verdad me has dado mucho en qué pensar.

-¿Ah, sí? –preguntó Christian con sarcasmo, todavía sin liberar el tenedor que Jack tampoco soltaba-. Me pregunto sobre qué. ¿Sobre el hecho de que todo este tiempo te has estado follando al padre que ni siquiera sabías que tenías? Puedo imaginar cómo eso podría ser impactante para la mayoría de las personas.

Jack arqueó una ceja y pegó un tirón al tenedor, sacándoselo limpiamente la boca. Christian empezó a masticar.

-Si te dejo ir ¿qué vas a hacer? –preguntó Jack-. ¿Volver todo a la normalidad? ¿Dejar que vuelva a la mansión como si nada hubiera pasado y liquidar este departamento?

Christian le dejó sufrir la agonía de la espera mientras procuraba masticar con cuidado. Pero al final él resultó ser quien se irritaba más porque el joven seguía mirándolo con la misma cara de póker, girando el tenedor en sus dedos, esperando sin dar la menor impresión de que le importaba. Al final no podía seguir volviendo papilla lo que ya era prácticamente líquido en su boca y Christian tragó a regañadientes.

-Bueno, después de darte la paliza que ciertamente mereces por esta pequeña broma tuya, pensaba enviarte a un hospital psiquiátrico. Has matado a dos personas en el transcurso de menos de una semana, Jack. La mayoría de las personas estarían de acuerdo conmigo en que no estás precisamente apto para vivir en sociedad y que dejarte ir por ahí a tus anchas representa un peligro para ella. Conozco excelentes doctores y psiquiatras que se asegurarían de que tuvieras los mejores cuidados disponibles que el dinero pudiera ofrecer. Pero no te preocupes. Esta vez me aseguraría de visitar con regularidad para que no tengas nuevas ideas estúpidas sobre que estoy buscando un nuevo chico o algo así. Si después de un año o dos todavía tienes malos pensamientos, puede que entonces considere traerte a la mansión. Tal vez, si te portas bien.


-¿Es eso lo que hiciste con Leila? –preguntó Jack, cortando un nuevo trozo y ofreciéndoselo.

Christian le envió una sonrisa arrogante antes de comerlo igualmente.

-Lo recuerdas –afirmó después de haber tragado, casi halagado.

-Recuerdo todo lo que has hecho. Recuerdo que a Sarah la mandaste a matar por un asesino que se hizo pasar por su novio. Recuerdo que a Sharon la enviaste a golpear para no dijera nada más de la cuenta. Recuerdo que a Patricia le hiciste quemar la lengua y recuerdo que a Bella la castraste químicamente antes de dejarla ir, pero luego tuviste que matarla porque ella se había conseguido un novio al que no le importaba que no tuviera valor para abrirse de piernas ante nadie de nuevo. Mi problema es el siguiente –dijo Jack, cortando el resto de la carne- yo, personalmente, preferiría tener que pasar por nada de eso.

-¿Entonces qué vas a hacer? –resopló Christian y una mueca a un costado de sus labios traicionó su miedo-. ¿Matarme? ¿De verdad serías capaz de hacerme eso? ¿Después de todo lo que hemos pasado?

-En primer lugar, déjame decirte, padre, que tú no tienes ni idea de lo que soy capaz –dijo Jack, ofreciéndole otro bocado. Christian dudó unos instantes antes de seguir comiendo. El joven no continuó hasta que lo hubiera hecho-. En segundo lugar, eso no es lo que planeo, pero es lo que pasará si no me dejas ninguna otra opción y cuando digo eso, me refiero literalmente. No tengo ningún deseo de matarte, padre.

Christian encontró que se le hacía un poco difícil tragar, pero consiguió hacerlo después de un rato forzándolo. Lamentó haberse bebido todo el jugo de una sentada.

-¿Entonces? –insistió, frunciendo el ceño-. ¿Por qué estoy aquí?

-Voy a hacer que me necesites, padre –anunció Jack con una pequeña sonrisa y una voz suave que en otros tiempos podría haberle tentado a volver a probar sus interiores con su polla contra el


suelo-. No sólo vas a querer estar aquí, sino que voy a eliminar cualquier posibilidad de que alguna vez siquiera pienses en irte y dejarme otra vez.

Christian esbozó una sonrisa torcida, tratando de pasar por socarrona.

-Esa es mi línea –dijo.

-Lo sé, la estoy usando contra ti –dijo Jack de buen humor, alargando el tenedor hacia él. Christian se apartó, mira las puntas afiladas del instrumento y lo envolvió con su boca, sólo para apartarla rápidamente. Jack pareció complacido con eso-. No te preocupes, padre. Al final todo saldrá bien si haces lo que yo te digo.

Esa era también una línea que había usado varias veces con el joven, pero esta vez Christian prefirió no remarcarlo. Tenía la horrible impresión de que cada palabra de la boca del muchacho no era más que la verdad.


Capítulo 11: Es por tu propio bien

-Sostente bien –dijo la voz de Jack a sus espaldas.

Christian cerró los ojos y apretó los dientes de antemano antes de que el impacto del cinturón se diera contra sus nalgas. Lo peor era que casi agradecía que podía tener esas oportunidades para salir de la cama, incluso si se trataba de para eso, porque al menos le da una oportunidad de estirar los miembros cómodamente y devolverle la sensibilidad a su cuerpo. Sólo le gustaría que no volviera a sentir para recibir el dolor que el joven quería darle. Estaba arrodillado sobre la cama y sus manos se extendían estaban extendidas hacia las barras de hierro de la ventana. Christian movió hacia arriba y abajo sus muñecas, unidas por esas muñecas de cuero con el cual el muchacho solía mantenerlo unido a la cama y los dos pegados juntos con cinta adhesiva mientras sus cadenas rodeaban la barra.

No podía escapar. No podía pelear. Ya lo había intentado y lo único que consiguió fue recibir la corriente eléctrica enviada por un taser que Jack siempre se aseguraba de mantener cerca de él. Antes de desatarlo de los postes de la cama, el joven le aplicaba ese hilo de chispas blancas por un segundo y desde ese punto, que generalmente era su tobillo, una violenta corriente eléctrica escalaba como un demonio por todos sus nervios, sacudiéndolos todos un segundo hasta que Christian claramente era consciente de que ya no era dueño de su cuerpo antes de que una oscuridad diferente a la que estuviera acostumbrado apagara todas las luces en su cabeza, dejándolo convertido en una muñeca inofensiva de carne a la que el muchacho, desde luego, podía manejar a placer sin sufrir las consecuencias de su ira por ponerle tan incómodo.

Apenas se despertó la primera vez, encontrándose en esa nueva posición en la que ahora estaba, Jack le había informado que era una especie de taser especial. Si lo usaba una vez y lo mantenía cargado podía dejarlo paralizado todas las veces que quisiera en el transcurso de unas ocho horas, pero si dejaba a la punta transmisora apretar en su piel por mucho más tiempo del recomendado eso podía llegar a detenerle el corazón para siempre. Posiblemente también causarle daños cerebrales, no tenía idea, pero sin duda que no era un juguete con el que cualquiera de los dos podía empezar a no tomarse a en serio, eso estaba claro.

De modo que Christian tenía que quedarse quieto o moverse, ni bien se hallaba capaz nuevamente de hacerlo, a orden del muchacho. Un vistazo le hizo saber al hombre que Jack no sólo tenía un


largo cinturón de cuerpo en una mano sino de que en la otra llevaba lista la maldita arma con el pulgar ya presionando encima del botón en caso de cualquier contingencia. No tenía otra opción.

-Eleva esas caderas para mí, padre, anda –le impulsó Jack y por su tono de voz estaba demasiado claro que estaba teniendo el momento de su vida.

Su hijo había resultado un verdadero sadomasoquista. La manzana podrida no había caído lejos del árbol. Ni siquiera había caído del árbol. Seguía ahí, orgullosa y obstinada, abrazada a la rama y absorbiendo todo lo que podía desde ahí. Si intentara contar todas las veces en las que había pronunciado una frase parecida mientras mantenía a Jack en una posición similar, rápidamente perdería la cuenta. La única gran diferencia, aparte de la obvia respecto a quién se lo hacía a quién, era que Jack por lo menos lo disfrutaba entonces.

Eso era un castigo. Eso era el infierno.

Todavía temblando de incontenible rabia, Christian reafirmó su balance sobre sus rodillas y acabó aferrándose al borde de la ventana con sus dedos lo mejor que podía. Como última preparación, bajó la cabeza. Odiaba la sensación quemante al fondo de su cráneo gritándole que no podía permitir que ese jodido malcriado lo tratara de esa manera, planeando todas las diferentes maneras en que podría librarse de esa situación y en qué manera especialmente cruel y sádica podría cumplir su venganza sobre ese muchacho que se había creído más listo que él.

Pero no podía hacer nada en realidad mientras sentía la mirada apreciativa del más joven sobre su cuerpo y más especialmente sobre sus nalgas, debajo de las cuales colgaba su miembro más querido, muerto, sin ganas. Sólo podía tomarlo.

-Quiero que los vayas contando, padre –indicó Jack y casi podría haber sonado dulce, como si le estuviera haciendo un favor dejándole participar de su castigo, algo que sólo en contadas ocasiones Elena había requerido de él-. No te olvides de agradecer cada uno.

-Puedes irte al demonio –replicó Christian, escupiendo las palabras con lo que esperaba fuera el veneno más potente en su arsenal-. Si hubiera no tienes idea de lo que le haría ahora a esa boquita arrogante y exigente tuya.


El impacto del cinturón le llegó de improviso y con una fuerza que le sorprendió todavía más que el hecho de que de verdad se hubiera atrevido a golpearlo. El escozor le quedó picando la zona de sus nalgas incluso después de que el muchacho se detuviera, esperando a que anunciara el número por el cual iban. Christian pensó que ese había sido de hecho un buen golpe. ¿Había practicado? ¿Habría tenido experiencia con su viejo Amo, el viejo enfermizo aquel, y resultaba que ahora tenía oportunidad de revivirlo? En cuanto saliera de esa situación tendría que interrogarle muy seriamente al respecto.

Mientras tanto, Christian se impulsó hacia adelante por la ventana.

-¡AYUDA! ¡ALGUIEN LLAME A LA POLICÍA, ESTE HOMBRE ESTÁ LOCO!

Otro azote, otro y uno nuevo seguido inmediatamente después cortaron sus palabras en seco. En la nueva posición en la que estaba los golpes caían todavía más abajo, cerca de sus muslos y horriblemente cerca de su entrepierna. Christian cerró las piernas en el acto como para proteger la pieza más importante de su anatomía.

-¿En serio, padre? –dijo Jack, en lo absoluto impresionado, golpeándole otra vez, obligándolo a dejar sus brazos extendidos como estaba al inicio-. Tú elegiste este sitio porque sabía que a nadie le importaría un rábano lo que pasara aquí. ¿De verdad estás tan desesperado que incluso te olvidaste de eso?

Christian vio la sombra del joven elevar su brazo. Escuchó el zumbido del cinturón rompiendo a través del aire antes de que sintiera la mordida del cuero contra su piel. Una indeseable vibración comenzó a elevarse por su polla. Cerró con más fuerza sus piernas, ahora con la intención de que el muchacho no pudiera ver eso.

-Voy a despellejarte y correrme encima de tus heridas –arrojó casi como una última esperanza. En verdad era lo único que le quedaba-. Voy a salir de aquí y penetrarte por el ojo mientras sigas con vida, Jack, te lo juro.


“Cállate de una maldita vez”, le exigió con una voz imperiosa su polla, su más vieja amiga, y sólo necesitó un instante para entender por qué. Estaba sintiendo excitarse al combinar las imágenes brutales de venganza que podía conjurar en su mente y el estímulo físico de dolor al cual ese malcriado lo estaba sometiendo. Eso no era una buena señal para nada. Si no detenía eso, acabaría presentando una estampa todavía más vergonzosa de lo que hacía ahora. No podía dejarlo ser. Estaba fuera de discusión el permitirlo.

-Aww, ¿ya no tienes palabras dulces que decirme? Qué decepcionado que estoy, padre. Creo que se me ha roto el corazón. Voy a tener que buscar un pasatiempo para lograr superar a este corazón roto. Espera, no, ya encontré uno que servirá muy bien –Jack estaba sacando demasiada diversión de la situación y eso no hacía más que aumentar la molestia que sentía por toda ella.

Inmediatamente después de su estúpida bromita, Christian se vio sometido al impacto del cinturón. Esta vez el chico no le pidió por número ni le interesó pretender que era parte de la misma experiencia que él. Parecía que se había vuelto una almohada, la pared, algo inanimado e insensible sobre lo cual podía practicar su puntería libremente, sin tener ninguna otra preocupación en mente. Los golpes eran brutales, pero gracias a que de por sí el muchacho no era tan dedicado a su estado físico como él o Elena lo eran, no tenía la misma fuerza que cualquier de ellos dos.

Eso no significaba que no dolía. Dolía horrores y Christian no supo cuándo empezó a gritar, ya no por ayuda sino porque no encontraba otra manera de expresar toda la ira, frustración e impotencia que sentía sino en sonidos ruidosos sin palabras. Perdió el hilo completamente de otros pensamientos no relacionados en directo con su cuerpo y de lo que era un estado en el que no le incomodaba todo el cuerpo. Lo único que sabía y su mayor preocupación era que los centros de placer en su cerebro estaban dando todas las señales de haberse activado, llenándole de la droga natural de las endorfinas de una manera que no había experimentado desde su adolescencia y temprana adultez.

Dentro de sí se estaba sucediendo una verdadera lucha de voluntades donde lo único que impedía que Christian se soltara como en aquel pasado sumiso era el deseo de no darle al muchacho la satisfacción, la total negativa a dejarse caer en la trampa que le tendía dentro de su retorcida venganza. Una venganza por la que ni siquiera podía resentir verdaderamente al otro como podría de tratarse de cualquier otro ser humano en la tierra. Lo intentaba cada segundo, cada minuto, cada instante que debía soportar estar bajo su cruel yugo, pera como si los cables necesarios no acabaran de conectar en su mente y en su lugar sólo encontraba una sensación masoquista que


sólo podía nombrar como un orgullo nuevo y desconocido que ni siquiera sabía era capaz de percibir.

Desde el momento que había visto aquella prueba de paternidad con sus resultados, dentro de sí la verdad se había plantado como una hiedra venenosa en el centro de todo lo que involucraba al muchacho. Era su hijo, después de todo, y eso era algo que no podía olvidar. Cuando lo azotaba, cuando lo insultaba, cuando se burlaba de él, sólo podía ver a una versión más joven de sí mismo con una crueldad refinada que él ni siquiera imaginaba a esa edad y se sentía feliz en lo más profundo porque había sido él, él y nadie más, quien le había enseñado esas artes oscuras. No un viejo verde asqueroso que se moría por ser un descuidado, no un perdedor que le hubiera pagado un poco extra en algún callejón oscuro para tener su cuerpo de la forma en que deseaba. No, ese era un honor que sólo él podía reclamar para sí y que nadie nunca podría quitarle, ni siquiera ese mismo muchacho que ahora se subía a la cama detrás de él, moviéndose sobre sus rodillas.

A lo mejor se lo podría culpar al hecho de que habían pasado literalmente décadas desde la última vez que se encontrara en esa posición en frente de otra persona. Pero la verdad fue que Christian ni siquiera entendió lo que iba a pasar incluso cuando sintió las manos del más joven aferrarse a sus caderas para mantenerlo en la posición deseada. Estaba más concentrado en aguantar sus piernas cerradas y la vergüenza derramándosele porque su polla se balanceaba dura y necesitada de atenciones, el dolor y el aferrarse a la poca cordura que todavía le quedaba en su interior.

Volvió a la situación presente y entendió todo cuando el miembro duro de Jack forzó de forma intempestiva su camino a través de su entrada trasera. La espalda de Christian dio un crack sonoro al arquearse y de su garganta escapó un puro grito de dolor. Todo se le hizo blanco ante su visión por unos segundos antes de que Jack diera un final empujón, colocándose en su interior, y Christian se percató de que la razón por la que ahora lo veía todo borroso era porque estaba lagrimeando. Trató de detener el flujo pero era inútil. Su cuerpo entero estaba concentrado en soportar el dolor, haciéndole liberar continuos sollozos de protesta.

No recordaba que había dolido tanto cuando Elena le forzaba adentro alguno de sus juguetes de goma. ¿Había sido así o se suponía que debía ser diferente cuando se trataban de pedazos de carne viva y palpitante? Mierda, ¿por qué justo tenía que pensar en eso? Casi podía percibir el miembro pulsando desde sus entrañas, quemando en ansias por usarlo. Christian tensó todo lo que pudo y detrás de él surgió un quejido de protesta por parte de Jack.


-Relájate, por dios –dijo el muchacho en tono molesto-. Parece que me lo quieres cortar de cuajo aquí. Tú sabes lo incómodo que puede ser estar en esta posición con alguien que no sabes hacer su parte. Está bien cuando al menos ya venían flojos pero esto… eh, padre, ¿soy el primer hombre que te ha tenido así? ¿La primera polla desde tu Ama? ¿Ni siquiera un poco de juego para la próstata cuando estabas solo?

-¡Cállate! –chilló Christian y sabía que en su voz había una humillante súplica.

Ya era suficiente saber que su polla no se había desanimado en lo más mínimo desde la intrusión, pero lo peor era sentirla animándose todavía más ante las palabras del joven. Sí, era el primer hombre nunca que lo tomaba así. Sí, era la primera cosa que alguien le metía por ahí. No, no la deseaba. En lo absoluto. Para nada. No le tenía con sus neuronas al fuego vivo y no quería en lo más mínimo que le quemara con la fricción enloquecedora que había usado tantas veces con el joven.

“Al menos el buen equipamiento viene de familia”, pensó de forma incoherente y ahí estaba de nuevo, esa sensación de orgullo primal e indescriptible que no tenía nada que ver con nada que tuviera sentido.

Sabía que no podía continuar manteniendo la fachada por mucho más tiempo. Christian tomó una bocanada de aire y volvió a gritar, a pesar de que ya imaginaba que era inútil.

-¡Saca esa asquerosa cosa de mí, maldito engendro! ¡Te la cortaré con mis propios dientes y serviré de almuerzo!

“Por favor, dios, no permitas que llegue a tanto”, pensó Christian, a pesar de que jamás le había rogado nada a Dios y durante gran parte de su vida había estado cómodo asumiendo que si había un jefazo ahí, no tenía ningún interés positivo en su persona. Pero no sabía que más hacer para pelear contra las necesidades que estaban despertándose en su cuerpo afiebrado.

-Ya, ya –dijo Jack suavemente, inclinándose sobre él hasta que Christian sintió el calor de su pecho desnudo contra su espalda y su aliento contra su cuello descubierto. Christian se estremeció y


tensó de nuevo como para no repetirlo-. Vamos, padre, dame lo que quiero. ¿No es eso lo que siempre me dices a mí?

Jack se irguió de nuevo y se echó un poco hacia atrás. Algo en el interior de Christian gritó al sentir el espacio en sus entrañas nuevamente libres y no supo si fue de resentimiento o alivio. Pero ni aun si el chico se alejaba, una parte de él continuaba penetrándole. ¿Qué sucedía? ¿Siempre había sido tan grande y recién era ahora que se daba cuenta?

-Aquí vamos –dijo Jack, dando otra violenta embestida.

Esta vez el sonido que salió de Christian no fue un simple grito, fue un gemido de doloroso placer en toda su vergonzosa gloria, escapándose en notas animosas, mientras las partes de su cuerpo que no deberían relajarse iban en contra de su mandato y se relajaban, permitiendo la expulsión de un brutal orgasmo que le sacudió de pies a cabeza. Temblando, débil, Christian miró entre lágrimas hacia abajo y comprobó que, en efecto, se acababa de correr encima de las sábanas. Pero entonces ¿por qué seguía sintiendo ese ardor secreto adonde no se suponía que debería hacerlo? ¿Por qué se sentía como… abrazando al intruso?

-Tan pronto ¿en serio? –dijo Jack, entre divertido y molesto-. Vaya, se notaba que te hacía falta algo así. No es bueno contenerse durante tanto tiempo, padre. Pero al menos ahora podrás por fin relajarte, ¿no es verdad?

El muchacho volvió a moverse, saliéndose casi hasta el punto en que la cabeza de su miembro abandonaba su cobijo, sólo para volver a sumergirse con fuerza y Christian sólo pudo estremecerse patéticamente, dejando toda la responsabilidad de mantenerse como estaba a sus ataduras y las manos del joven. Estaba seguro de que debía estar sangrando como una virgen, lo que facilitaba la lubricación de una manera inesperada. Lo sabía, lo había hecho varias veces con sus chicos cuando le daba por un juego algo más rudo y sorpresivo. Todavía dolía, pero esa había dejado de ser una sensación contra la cual quería luchar para volver una que lentamente se estaba mezclando con su placer, adormeciéndose, haciendo imposible diferenciar a uno de otro.

Todas las voces se habían quedado extrañamente calladas, uniéndose a la cacofonía de gemidos que nadie ya se concentraba en mantener bajo llave. La capacidad de razonar, si es que alguna vez la tuvo a su alcance, se acababa de echar a correr por la puerta y no parecía que fuera a volver en


un largo tiempo. Christian sentía su piel como electrizada y cada toque se sentía como una imposible caricia capaz de llevarlo al absoluto delirio. Ni siquiera estaba seguro de que Elena hubiera sacado esa reacción de su cuerpo y la verdad no le importaba.

-Muy bien… -jadeó Jack, continuando con el sonido de palmadas que se escuchaba al hacer contacto sus testículos contra las nalgas adoloridas de Christian-. Esto está muy bien, pero quiero ver tu cara.

“¿Eh?”, tuvo oportunidad Christian al sentirse de pronto vacío y abandonado. Un chispazo furioso se encendió cuando su entrada volvió a cerrarse sin que hubiera nada que pudiera impedirlo. Quería protestar. Quería decirle al chico que era un cobarde, un digno hijo de la puta de su madre si ni siquiera tenía valor de terminar lo que había empezado. Pero apenas estaba reuniendo aire para soltar esas palabras cuando Jack le movió la cadera, haciendo acostarse en la cama con sus piernas en alto. Debido a la posición los brazos de Christian se apretaban uno contra otros al ser todavía sujetos por las cadenas en la barra de la ventana. Con un instinto inconsciente, Christian volvió el rostro y cerró sus ojos todavía húmedos con toda la fuerza que le quedaba.

Un súbito bofetón le llegó luego de que una mano brusca le moviera el mentón. El impacto le dio tanto en la mejilla como la comisura de la boca y fue tan rápido que Christian llegó a sentirse el sabor de la sangre proveniente de su labio al chocar con sus dientes. Abrió los ojos, sorprendido, sólo para encontrarse con los helados y fijos que Jack mantenía sobre él.

-He dicho que quería verte el rostro –dijo el joven.

-Voy a matarte…

El joven le mostró una sonrisa de galán buscaproblemas, del tipo que podía librarse de cualquier multa sólo con un poco de flirteo.

Christian sintió su corazón latírsele con una especial fuerza. Se lamió la herida del labio sin pensar nada más que en eso y Jack volvió a tomarle del mentón, elevándoselo para imponerle un beso dominante. Christian jadeó agudo cuando el chico se puso a lamer con insistencia la herida por su cuenta mientras una de sus manos tanteaba en busca de algo. Unos segundos más tarde, supo lo


que era: una almohada para poder elevarse la cadera, poniéndolo en otra posición que los dos habían gozado en el pasado en situaciones diametralmente distintas. Jack le abrió las piernas de manera que le rodearan la cintura y le hizo arquear un poco la espalda hacia adentro, facilitando el acceso que deseaba. Esta vez cuando volvió a meter su miembro, Christian no pudo contener un suspiro impaciente echándose la cabeza hacia atrás. A través de sus pestañas entrecerradas vio la sonrisa galante del muchacho y pensó que un montón de idiotas podrían haber caído rendidas a sus pies con una facilidad absurda. Un montón de perras tontas y sujetos perdiendo su tiempo. ¿Cuántos serían? ¿Cuántos habrían puesto sus ojos indignos en él sin que lo supiera gracias a la estúpida de Ana?

Jack sonrió como si le hubiera leído el pensamiento. Christian no tuvo la menor duda de que eso era exactamente lo que había pasado. El movimiento atormentador continuó como un simple maremoto que estuviera decidido a llevarse a una ciudad entera y cuando finalmente el chico terminó en su interior, momentos después de que Christian se hubiera corrido por una segunda vez, los escombros ahora tuvieran que aguantar un terremoto. Nada estaba quieto. Todo dolía y temblaba y jadeaba y sudaba.

¿Por qué el chico tenía que oler tan bien con una de sus colonias encima?

-Eso… no estuvo para nada mal –dijo Jack con una voz animada, besándole la mejilla.

-Vete a la mierda… -pronunció Christian sin ninguna energía, como si se le escapara un eructo, sin ninguna intención o pensamiento detrás-. Te mataré…

-Siempre has sido tan cariñoso –dijo Jack con sarcasmo antes de girarle los ojos y volverse hacia un lado de la cama, adonde había dejado el cinturón que había usado para golpearle y su otra arma.

Christian se estaba empezando a adormecer, pero se olvidó de eso en cuanto vio que se trataba del taser y que Jack ya estaba presionando el botón, mostrándole la línea blanca de pura electricidad.

-Ni siquiera se te…


Pero Christian fue incapaz de terminar su amenaza antes de que el arma hiciera contacto con su costado y el choque se extendiera de nuevo, sacudiéndolo contra sus ataduras antes de que se viera forzado a relajarse, apagándosele el cerebro.

Cuando volvió en sí, estaba de nuevo acostado en la cama, las manos y los pies bien sujetos a sus respectivos postes encima de la cama. Desnudo, desde luego. Una de las cosas que más le maravillo, sin embargo, fue percatarse de que la sábana debajo de él había sido cambiada por otra limpia. La sucia estaba sobre un contenedor de plástico en un rincón, adonde Jack acababa de ponerla cuando Christian lo vio. El joven pareció percatarse en el acto de que volvía a contar con su atención porque se volvió hacia él. Otra vez la sonrisa. ¿Por qué tenía que parecer tan satisfecho consigo mismo? Se había vuelto a poner los pantalones, pero ninguna otra prenda de vestimenta.

-Hola, padre. En un rato prepararé la cena –anunció el muchacho, yendo a sentarse en un costado de la cama.

El sutil movimiento de la cama debajo de sí le hizo a Christian sisear al sentir el roce de la tela contra sus nalgas doloridas. Había recibido una verdadera golpiza y no tenía idea de cuándo se le pasaría. Sus chicos y sumisas no podían servirle de ningún punto de referencia porque siempre variaba. A veces no pasaban más que unos días hasta que volvían a estar disponibles para nuevas golpizas y otra no podía hacerles nada incluso después de eso sin arrancarles nuevos quejidos de dolor que sólo sonaban como música para su polla.

-¿Cómo estás? –preguntó Jack, dejando caer casualmente una mano sobre su mano.

A pesar de que dolía horrores, Christian hizo lo que pudo para alejarse de ese contacto y, aunque en realidad no consiguió apartarse en lo absoluto, Jack entendió el mensaje. Le dio una fuerte palmada en el muslo antes de enterrarle las uñas, como si le hiciera saber, más allá de toda duda, que no tenía ninguna posibilidad de escapar. Todo mientras seguía teniendo presente la bella sonrisa.


-Oh, bien –dijo Christian con todo el sarcasmo que podía concentrar. Le sonrió de vuelta con una mueca que sabía había desarmado a más de una buena docena de personas, pero no pareció surtir el menor efecto. Continuó haciéndolo de todos modos. El chico tenía que aprender que su belleza había salido de algún lado y no de la estúpida de su madre-. Sólo estaba pensando en los meses y meses de castigo dentro de una jaula podría implementar sobre ti antes de que me canse y deba llamar refuerzos. Quizá podría hacerlos traer sus propios tranquilizantes para asegurarse de que no pierdan el control de semejante animal salvaje.

Jack le dio una palmada amistosa antes de soltarle y ponerse de pie.

-Pensé que dirías eso –dijo y Christian casi podría jurar que estaba decepcionado.

“Bien”, pensó una parte de él. No sabía exactamente lo que quería el joven, pero cualquier cosa que significara que no lo estaba obteniendo parecía una victoria en cierto modo. Por otra parte… y esto era algo que se negaba a admitir, le gustaría hacerlo feliz de esa manera desconocida. Era en verdad un estado mental de lo más conflictivo y al cual le gustaría no dedicarle pensamientos ni para reconocer su existencia.

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Christian creía que no habría nada más humillante que las cosas a las cuales el joven ya lo había sometido desde que lo encerrara en su casa, pero cada vez que surgía determinada necesidad fisiológica se acordaba de un particular evento al cual ninguno de ellos era especial fanático. Gracias al entumecimiento que sus músculos sufrían debido a la obligación de mantener una sola posición durante horas y horas, Jack al final no necesito ponerlo inconsciente para obligar sus manos a unirse con una corta cadena y estas a una argolla del collar que le había puesto, esta última lo bastante larga para que sus manos pudieran manipular lo que haría falta manipular para llegar a buen término.

Las primeras veces que habían pasado por eso, Christian intentaba pelear, pegarle un puñetazo o al menos una mordida en cualquier forma que pudiera, pero Jack nunca dejaba de tener el taser cerca y la amenaza de ponerle un pañal a menos que supiera comportarse era prácticamente todavía más dolorosa que la corriente eléctrica. A ninguno de ellos les gustaba, pero era lo que debía hacerse cuando se trataban de meros humanos.


En el pequeño baño al final del pasillo del departamento de Jack nunca había nada que sería capaz de usar como arma, ni siquiera con la imaginación más viva posible. Jack se encargaba de deshacerse de todos los productos de limpieza, los cepillos de dientes, los isotopos, la barra metálica que sostenía las cortinas de la tina y sólo un rollo de papel higiénico en caso de que lo necesitara. Para lavarse sólo tenía agua y un dispensador de jabón líquido sujeto a la pared que no podría destrozar para convertir en arma defensiva ni aunque lo intentara. El chico no le tenía ninguna confianza y tenía razón al pensar así, pero eso no quería decir que a Christian le gustara en lo absoluto sentirse tan restringido justo en el único lugar adonde apreciaba su libertad más que nada.

El hecho de que Jack estuviera sólo al otro lado de la puerta no le animaba tampoco. El que la golpeara cada par de minutos para preguntarle si estaba bien y no tenía ningún problema era de lo más molesto. Una vez terminaba lo que había venido a hacer (por más incómodo que fuera), Christian se mantuvo de pie cerca de la bañera y anunció que ya todo estaba listo. Jack luego entraba y volvía a tomar la más larga cadena que le colgaba a Christian del cuello, conduciéndolo de vuelta en dirección a su habitación llevando en alto el maldito taser activado. Christian mantenía la vista fija en esa arma, esperando que se le resbalara al más joven, esperando que la electricidad pareciera débil al agotarse la batería, pero nada así acabó sucediendo.

Al llegar al cuarto, Christian escupía maldiciones entre dientes que ni siquiera le importaba si el más joven entendía o no, mientras éste le volvía a dejar acostado en la cama manteniendo la punta de su arma en contra de su estómago. A medida que los días pasaban monótonos, él pasándola tan mal y luego de varias luchas que terminaron con él convulsionándose contra el suelo, Christian estaba perdiendo la voluntad de peLeilar.

En su lugar, hablaba seguido con el joven. Trataba de razonar con él. Le chantajeaba. Le decía que le enviaría al mejor hospital psiquiátrico posible para tratar sus claros problemas de delirio y ver qué pasaba con ese asqueroso fetiche suyo de andarse follando a su propio padre. Claramente una persona con un sano estado mental no andaría haciendo esas cosas, ¿no? ¿No le gustaría acaso poder ser normal? ¿Poder ser como otros chicos? Quizá ellos dos finalmente podrían empezar a crear esa relación de padre e hijo que su madre les impidió formar desde su más tierna infancia. Quién sabía, a lo mejor podría enseñarle una cosa o dos acerca de cómo tomar el control de sus negocios. Sería de verdad grandioso empezar una tradición así entre los Grey, ¿no?


Christian le aseguraba una y otra vez que lo entendía, de verdad. La frustración por tener a una madre tan descuidada y un padre ausente era de verdad muy grande para manejársela solo. Él lo sabía mejor que nadie, habiendo tenido sólo a una adicta al crack para culpar por su nacimiento, y sabiéndose la oveja negra de lo que por otra parte era la familia perfecta hasta que Elena apareció en su vida y le enseñó a canalizar mejor su ira, desde adentro hacia sí mismo hacia las espaldas, traseros y genitales de voluntarios dispuestos a tomarlo. Lo entendía y podía ayudar a Jack a encontrar algo así.

Prostitutas, prostitutos, amos, sumisas, lo que fuera que realmente hiciera calentar su cuerpo joven podrían ser los blancos para todos esos asuntos sin resolver. No tenía idea de lo bien y sano que iba a sentirse después de haberse descargado bien con alguien que se ofrecía para el puesto libremente, o tan libremente como podía ser. ¿No quería acaso conocer esas bondades? ¿No le interesaba siquiera un poco?

Todo eso… todo eso y más estarían al alcance de su mano si tan sólo lo desataba de una buena vez y le permitía ayudarle como estaba seguro le hacía tanta falta. ¡Ni siquiera deberían separarse entonces si eso era de verdad lo que le preocupaba! ¿Qué clase de padre sería si abandonaba a su hijo justo después de haber descubierto de que lo tenía?

Pero sin importar cuántas palabras usara, sin importar a cuántas esquinas Christian se aventurara en busca de una grieta que le permitiera hurgar sólo lo suficiente para manipularlo hacia donde de verdad lo necesitaba, Jack era como una sólida caja de metal que no soltaba prenda. Parecía que el chico sólo quería escuchar una sola respuesta viniendo de él y no estaba dispuesto a aceptar ninguna otra.

-Quiero que las cosas sean como antes –le decía el joven seguido después de sus charlas.

Pero qué quería decir eso, Christian no podía imaginarlo.

En las noches, a veces se despertaba por el mero dolor de tener sus piernas moviéndose de repente y al abrir los ojos se veía enfrentado a la plena oscuridad proveída por un antifaz. No podía ver nada, no podía ni siquiera podía formar palabras de protesta gracias a una mordaza que le atravesaba la boca y la cabeza. En sus oídos sonaba la repetición de una lista de música que incluía desde temas pop hasta mujeres amargadas cantando acerca de sus sinsabores con ritmos


furiosos y algunos de metal que agitaban su sangre, activando cierta furia dormida a pesar de que el resto de su cuerpo seguía dormido debido a la posición en la que estaba.

Jack (porque quién más iba a ser sino) le enganchaba los grilletes de sus tobillos a una cadena encima de su cabeza, obligándole a tener las piernas abiertas en contra de su estómago. Era bastante obvio lo que pensaba hacer, pero aun así la presión que sintió entre sus nalgas le arrancó un sonoro grito hasta que fue seguidamente reemplazado por un gemido de desesperado deseo cuando el joven inició con su vaivén endemoniado. No tenía idea de qué hora era, pero imaginaba que debía ser alguna hora de la noche porque no le parecía que había pasado tanto desde su cena y además no parecía uno de esos delicados planes ideados nada más para concentrarse en su sufrimiento.

Si es que nada, parecía que el joven sencillamente se había despertado con ganas de descargar un exceso de energía ¿y qué mejor manera de hacerlo que follándose a lo que tenía más cerca, metiéndoselo al hueco más estrecho que encontrara? Varias veces le había hecho lo mismo al joven debajo de su techo, desde luego, así que a pesar de que siempre resultaba inesperado cuando sucedía, el hecho en sí de que sucediera le parecía hasta lógico. No era nada personal o al menos no se suponía que ninguno de sus chicos o sumisas debía tomárselo así. Como Amo sólo era normal que los usara a todos para su placer inmediato de vez en cuanto en lugar de concentrarse siempre en hacerlos acabar. No era egoísmo si ellos aceptaban sus contratos y sus regalos costosos en primer lugar.

La única verdadera contra que podría ponerle era que su cuerpo era tan deseoso como siempre e incluso si nadie hubiera hecho contacto con su polla, a pesar de que todo su estímulo se reducía a su ano estrechándose y quemándose por la intromisión súbita, acababa corriéndose más de una vez antes de que el muchacho lo hubiera hecho una primera vez. Era vergonzoso, desde luego, pero de alguna manera no lo era tanto como cuando al terminar de divertirse con su cuerpo Jack se dedicaba a limpiarle usando suaves pañuelos que no tenía ni idea de dónde sacaba. Era un trabajo firme pero no brusco, casi como una caricia más y Christian odiaba que lo hiciera estremecerse. Conocía el punto del antifaz y la música, cómo no. Estaba limitándole a sentir y eso era todo lo que hacía, pero lo odiaba igual.

Al final Jack le quitaba todo el instrumental y lo desprendía de los audífonos. A Christian sólo le tomaba unos segundos para acostumbrar sus ojos a la visión de las penumbras en el cuarto y determinar las facciones del muchacho en frente de su rostro, su mano adelantándose para apartarle unos cabellos de su frente sudorosa.


-¿Estás bien? –le preguntaba, lo que se sentía sólo como parte de un tremendo chiste que no contenía la menor gracia.

Las primeras veces que le había hecho esas visitas nocturnas, Christian sólo le escupía, volvía el rostro o le lanzaba alguna promesa horrible acerca de lo que le esperaba una vez se viera libre de nuevo en el mundo que sólo él controlaba. Pero para entonces ya habían pasado semanas, puede que incluso hasta meses, y estaba cansado, demasiado cansado de pelear. Después de todo, ¿qué mal le hacía a un hombre uno o dos orgasmos nuevos incluso si estos sucedían fuera de sus propios planes? A Christian le parecía sólo lógico que al menos esa parte no era algo para armar un alboroto.

De modo que sólo le quedaba suspiraba.

-Sí, lo que sea –respondió casi a regañadientes. Era la respuesta menos reaccionaria que alguna vez le había dado y la molestia que esto le generó era sólo mínima en comparación al agotamiento que estaba haciendo presa de su cuerpo. Más que nada quería echarse a dormir y olvidarse de donde estaba, con quién, por qué.

Jack parpadeó en la oscuridad, obviamente sorprendido, y Christian gruñó con descontento. ¡Oh, vamos! Pero en lugar de hacer cualquier comentario que acabaría activando de forma irreversible su enfado y quitarle el sueño para devolverle su capacidad de gritar, Jack sólo se limitó a dejarle un beso sobre los labios, una caricia de labios inocente, antes de volver a ocuparse de sus piernas para que ocuparan su lugar de costumbre, cubrirle con la sábana para que no le hiciera frío y dejarle nuevamente solo en la habitación.

Eso era lo peor de esas visitas, la súbita soledad que lo llenaba solo. Era raro no tener un cuerpo contra el cual acurrucarse y en cuyo olor encontrar un refugio justo después de haber tenido sexo. Incluso con sus sumisas les daba algunos minutos para que se adormilaran antes de que saliera de la sala de juegos y con Anastasia había pasado las noches enteras juntos porque sabía que era una manera sencilla de mantenerla encariñada con la idea de tenerlo consigo. Pero al parecer Jack no quería perder el tiempo con ese tipo de estrategias. Quizá manipular los hilos de los corazones de las personas no era el tipo de crueldad que él se especializaba.


Christian volvió a suspirar y volvió a tratar de dormir. Sus sueños sólo eran otra jaula en la cual él era el único prisionero porque detrás de sus párpados sólo veía cualquiera de los nueve meses que había pasado al lado del joven, manteniéndolo debajo de su ala y cintura tanto como había querido. Era una pesadilla recordar esas sonrisas y lo fácil que se le hacía sentirse cerca del muchacho, más cerca de lo que nunca se había sentido de nadie, sólo para despertarse y verse en ese indeseable estado. No tenía ninguna forma de ganar. Cada vez se le hacía más claro.

Era desalentador asimilar que estaba perdiendo la habilidad para fingir que eso le importaba un pimiento.

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Un día Jack no estaba solo en el departamento. Desde la habitación en la que estaba confinado Christian escuchó voces y pasos que desconocía provenir del pasillo. La puerta estaba entreabierta, permitiéndole recibir las luces que llegaban desde afuera atravesándole el cuerpo. No tenía su mordaza encima. Literalmente no había nada que le impidiera lanzar un grito a los invitados de Jack para que alguno de ellos se avivara y llamara a la policía, pero Jack debía haber sabido eso, ¿no? No podía haber sido tan cuidadoso en mantenerlo en su control para acabar cometiendo un error tan estúpido, ¿no es verdad?

Pero antes de que Christian pudiera tomar una decisión definitiva acerca de las intenciones del joven y lo que él podía ser en respuesta, los pasos se oyeron todavía más cerca hasta que la figura de Jack se vio cubriendo la luz. Unos segundos más tarde abría la puerta, presidiendo a otras dos figuras justo a sus espaldas, y al encender las luces de la habitación Christian se vio forzado a cerrar los ojos hasta que pudiera acostumbrarse.

Cuando volvió a enfocar la vista, Jack entraba con su taser en la mano y señalaba en su dirección hablando con las personas que lo seguían. Uno era un joven que sólo debía tener un par de años más que él, un chiquillo de anchos y grandes músculos vestido con una musculosa rosada, pantalones cortos y el cabello rasurado de pelo platinado cubierto por una gorra de camuflaje. Mientras tanto, el otro parecía un hombre más robusto con espeso cabello negro y una ligera barba que volvía más rojizos sus labios.


La sorpresa y la confusión eran demasiadas. Si es que nada, Christian sólo pudo agradecer que al menos tuviera todavía una sábana encima a pesar de que debajo de ella todavía estuviera desnudo. ¿Qué… qué diablos se suponía que era eso?

-¿Ven? –estaba diciendo Jack-. Les dije que estaba bien.

El joven rubio con la ridícula gorra tomó un paso al frente y lo miró de arriba abajo. Christian le dirigió una mueca de asco, incapaz de hacer otra cosa. No pudo contenerse un pequeño temblor ante el miedo de que lo que se estaba imaginando fuera lo mismo que Jack había ideado para él. El invitado de Jack le devolvió un gesto de desagrado y se volvió a este como si le pidiera explicaciones. Jack giró los ojos antes de adelantarse y tomar un costado de la sábana.

Desde que entrara a la habitación no le había mirado al rostro ni una vez, notó Christian y no sabía por qué saber eso creó un hueco extraño en el fondo de su estómago.

-No le presten atención, todavía le falta aprender modales –dijo Jack haciendo un gesto de restarle importancia sobre el hombro antes de darle un tirón a la sábana, dejándolo en efecto totalmente desnudo y vulnerable ante el escrutinio de los dos perfectos extraños.

Tanto el joven como el hombre de la barba se acercaron para examinarlo con atención, concentrándose en los puntos que más les llamara la atención. Christian intentó cerrar las piernas, incluso sabiendo que era un esfuerzo inútil, y les gruñó enseñándoles los dientes. Si pensaba que iban a tener libre albedrio podían ir follándose a sus madres porque estaban muy…

Jack le dio una bofetada. Desde hacía un buen tiempo que no había tenido necesidad de volver a hacer eso, de modo que la sorpresa resultó nuevamente más impactante que el dolor mismo.

-Cállate –le dijo con una voz helada que le estremeció hasta la espina dorsal. Luego se volvió hacia sus invitados con una cierta nota de impaciencia-. ¿Y bien? ¿Van a querer hacer esto o no?


-Es mucho más viejo de lo que me esperaba –comentó el hombre de la barba, rascándose el cuello como si se estuviera repensando el valor de seguir adelante-. ¿Al menos sabe tragarla bien?

-¿¡Cómo te…?! –dijo Christian y se vio silenciado de nuevo por una nueva bofetada. Esta vez Jack volvía a verlo y su mirada era que le anunciaba a las claras que ya estaba perdiendo la paciencia. Christian quiso hacerse pequeño, escapar de esa mirada, pero no había nada que pudiera hacer y después de un rato el joven volvió a darle a ver su nuca.

-Sí, eso sí sabe –dijo Jack-. Tiene una garganta bastante profunda y todo.

-A mí me gustan mayores –dijo el rubio con una segunda mirada apreciativa. Christian notó que le ponía una atención extra a las canas en su cabeza y deseó poder tener la capacidad de cubrírsela de alguna manera. Por lo general creía que le daban un aire distinguido y hacía mucho más creíble la imagen de un hombre experimentado que sabía lo que se hacía, alguien mayor sobre el cual los jóvenes podían confiar sin pensarlo demasiado, pero ahora no se sentía para nada seguro debajo de la mirada de ese joven, sin poder controlar sus propios miembros o siquiera enfrentársele de pie-. Al menos es lindo. Parece que se mantiene bien. ¿Seguro de que no se va a romper?

-No, es sorprendentemente flexible para su edad –dijo Jack y a pesar de que no lo veía, a Christian no le cabía la menor duda de que estaba sonriendo a juzgar por el súbito buen humor en sus palabras-. No dura nada, pero puede seguir por un buen rato sin esperar nada.

Un sudor frío empezó a recorrer el cuerpo de Christian al percatarse al fin qué era lo que esos dos buscaban. Cerca de su cintura Jack mantenía como por de casualidad alzada su mano que todavía llevaba el taser y sabía que no era por ninguna casualidad. Si pronunciaba una sola palabra o hacía algo que le desagradara iba a tener otro instante de dolor y quién sabía a qué se despertaría una vez se le volviera la conciencia. Si se trataba de sólo Jack estaba bien. Era algo que podía control y a lo cual ya estaba familiarizado. Contra su voluntad y en formas que no habría escogido por sí mismo libremente, pero al menos familiares. Estos eran unos totales extraños que podían tener poder sobre él y ejercerlo de cualquier manera que se les ocurriera.

“No”, gritó su polla y por un momento se sintió confundido acerca de eso, pero un agradable cosquilleo desde abajo le hizo saber por qué. Se estaba excitando ante la mera idea. ¿Por qué? ¿Cómo podía ser? Christian se obligó a refugiarse en la oscuridad que muchas veces escapaba a


consciencia, pero varios años ejerciendo como maestro oscuro para tantos jóvenes y otras personas había destrozado sus recuerdos más maltrechos y pesimistas para inundarlos con los métodos de autoterapia que había usado para reemplazarlos. En otras palabras, en vez de la paliza o el beso ardiente de un cigarrillo que un proxeneta imprimía sobre su frágil cuerpo infantil se veía imprimiendo heridas parecidas o peores encima de otro cuerpo joven, nunca demasiado joven y ciertamente nunca demasiado viejo, y el cosquilleo se volvió más intenso. Christian se revolvió, frustrado porque no pudiera ni siquiera cerrar sus piernas como lo deseaba.

De pronto una carcajada sonó en el aire y al abrir los ojos se percató que se trataba del rubio rapado, pasándose una mano por su rostro masculino con un aire de incredulidad.

-Ay, mierda –dijo y sus ojos azules estaban fijos en un solo lugar de la anatomía de Christian. La parte más querida de su anatomía, para ser más exactos-. ¿Es mi impresión o el tipo de verdad se está calentando con todo esto?

Jack le dirigió una mirada de soslayo que duró nada más un segundo, pero le provocó una impresionante oleada de calor por toda su espalda. Diablos, el chico se veía bien. Se había arreglado y peinado para ir a encontrarse con esos extraños y traerlos a la casa. Incluso olía bien y hasta su nariz llegaba el aroma de su desodorante. La necesidad de rodearlo entre sus brazos y darle una razón para sudar se le estaba haciendo imperiosa, y eso sólo podía ser un inconveniente en el escenario actual en que se hallaba. Jack emitió una suave risa burlona. De verdad que era una injusticia lo hermoso que resultaba ese sonido. En ocasiones así casi maldecía su parentesco.

-Les dije que se calentaba fácil –comentó el joven-. Mejor vayan aprovechando pronto antes de que acabe. Claro, eso si ese tipo de cosas les importan en primer lugar.

-No, a mí no, la verdad –dijo el extraño de la barba ligera-. Mientras pueda seguir, yo estoy bien.

-Oh, pero yo sí quiero verle la cara cuando acabe. A lo mejor molestarle un poco con eso –acotó el rubio con una mueca saladina.

-Entonces vas a necesitar esto –dijo Jack, poniendo en la mano del rubio el taser. De alguna manera se sentía para Christian como una traición el que le diera el arma a otras manos-. Reduje la


potencia así que sólo le dolerá sin dejarle inconsciente. De cualquier manera puedes estar tranquilo con esto. Por lo general él sabe hacer caso si le das con esto cuando se equivoca.

El rubio probó el taser en su mano y lo activó. Una sonrisa de aprobación se extendió por su rostro.

-Me parece bien así.

-Dos horas –les dijo Jack y por su tono de voz serio estaba claro que estaba recordándoles información ya dada antes-. Tienen dos horas para hacer lo que quieran, pero antes de que terminen tienen que llamarme de vuelta.

-Sí, sí, lo entendimos –dijo el rubio girando los ojos. Christian tuvo un fugaz pensamiento de que ya le gustaría tener a ese mocoso de rodillas dándole placer con su boca mientras lo llenaba con pinchazos eléctricos y luego le coloreaba la piel de moretones. Pero esa fue una terrible idea. Su erección acabó de levantarse del todo, preparada y dispuesta para lo que fuera-. Pero miren nada más a la perra. Ya se anda mojando y todavía ni siquiera lo hemos tocado.

-¿A quién llamas perra, jodida cucaracha? –masculló Christian entre dientes sin atreverse en hacerlo en voz más alta.

De pronto Jack se dio media vuelta y se acercó a él. Christian pensó que lo había escuchado y que venía a darle otro bofetón, por lo que cerró los ojos preparándose para recibir el golpe, pero en cuanto este no llegó los abrió para descubrir que el joven le estaba desatando una mano para unirla al grillete de la otra. Sin embargo no se molestó en deshacerle el otro brazo.

Christian lo agitó con evidente impaciencia, pero Jack no le prestó atención mientras liberaba sólo una de sus piernas. Durante los segundos que le tomó hacerlo el joven le dirigía una mirada de pesada rigidez como si lo retara a tratar de darle una patada. Quizá los primeros días en que llegara ese departamento Christian podría hacerlo, si no para escapar, al menos para sentirse un poco mejor consigo, Era la primera vez desde que estuvieran ahí los dos que Jack había dejado de estar en posesión de su arma principal y Christian técnicamente podría haberse salido con la suya. Pero también sabía que había otras dos personas con ellos y que uno de ellos todavía tenía el arma, en lo absoluto intimidado o atemorizado ante la idea de utilizarlo. Los dos parecían fuertes y


definitivamente no en el estado de alguien que había estado atado a una cama por quién sabía cuánto tiempo. Si ellos querían darle una paliza, no tendrían ningún problema en hacerlo.

De modo que Christian volvió la vista y se olvidó de su vergüenza lo mejor posible mientras Jack dejaba libre su pierna antes de ponerse de pie, alejándose de la cama.

-¿Y eso? –preguntó el de la barba-. ¿Quieres que lo desatemos nosotros?

-No, tiene que quedarse atado todo el momento –dijo Jack, dirigiéndose sólo a su interlocutor sin ponerle ninguna atención a Christian, como si él no estuviera ahí. Una conocida sensación de molestia le subió por el estómago. ¡No podía sólo ignorarlo! ¡Estaba ahí!-. No sé todavía exactamente cómo va a reaccionar, pero de todos modos ya saben que cuando hayan acabado tienen que llamarme, ¿de acuerdo?

-Bien, si es flexible como dices no habrá problema entonces –dijo el hombre rubio y se pasó la mano por la entrepierna como si se estuviera reacomodando una erección que ya empezaba a molestarlo. Christian odió sentir que su ano se contraía imaginando el tamaño de la cosa que tuviera ahí.

Le dirigió a Jack una intensa mirada que si bien no era de súplica, esperaba que al menos lograra transmitir la idea de que no quería, por nada del mundo, que le hiciera pasar por eso y apreciaría muchísimo, quizá demasiado, que le dijera a esos inútiles que se largaran y todo había sido un error. Por unos segundos Jack le miró de vuelta como si no sólo hubiera captado el mensaje, sino como si lo considerara, y por unos segundos Christian incluso llegó a albergar esperanza antes de que el joven le diera la espalda, dirigiéndose a la puerta.

-Que se diviertan –dijo Jack, cerrando detrás de sí.

Un leve silencio se instaló en la habitación después de eso.


-Bueno, empecemos con la fiesta –dijo el hombre de la barba, deshaciéndose de su chaqueta para dejarla en un gancho de la pared.

-Al fin –suspiró con alivio el rubio, deshaciéndose por su parte de su gorra para colocarla encima de la cómoda. Luego de lo cual y tras rascarse su corto cabello, se acercó a la cama y le pasó una mano por arriba y debajo de la pierna libre de Christian-. Tiene lindos músculos para ser tan viejo.

De inmediato sus manos subieron y le agarraron de la polla con una brusquedad a la que no estaba para nada habituado. Incluso Jack, en los raros momentos en los que le concedía ese alivio, solía tener más cuidado al sostenerlo. Christian siseó por el dolor y la tibia excitación que estaba comenzando a extenderse.

-Ustedes no saben quién soy yo, ¿verdad? –dijo Christian, luchando con todas sus fuerzas por mantener un tono de voz seguro, como si fuera una reunión de negocios-. Mi nombre es Christian Grey. ¿Acaso tienen idea de lo mucho que significa ese nombre?

-Ese chico ya nos dijo que ibas a intentar inventar alguna historia loca –dijo el hombre, subiéndose a la cama y recorriéndole el pecho como antes hiciera el otro con su pierna. Tenía una mano grande y pesada, perfecta para dar buenos azotes. Incapaz de dulces caricias. Christian tragó con fuerzas para no ponerse a relamerse ante la idea de recibir unos azotes por esas manos-. Es así como te gusta, ¿no? La historia del secuestro, del millonario al que retienen contra su voluntad y lo obligan a sufrir a manos de cualquiera que quiera venir a descargarse sobre él. Una bonita historia, pero al menos demasiado complicada para mi gusto, la verdad.

-No entienden –dijo Christian, moviéndose en dirección a esa mano como si fuera otro el que se moviera, no él. Nunca él-. Soy uno de los hombres más ricos sobre la tierra. Si me sacan de aquí y me ayudan a salir podría pagarles por una vida entera de lujos. Sólo tendríamos que ir al banco más cercano y les escribiré un cheque por el valor que quieran. Es de verdad así de sencillo. Están frente a la posibilidad de ganarse un millón de dólares.

-El chico ya nos pagó un millón por estar aquí. Oye –dijo el rubio dirigiéndose al de la barba. Parecía notablemente fastidiado-, ¿de verdad tenemos que escucharle hablar todo su guión?


El hombre de la barba se encogió de hombros.

-Supongo que no. En un secuestro de verdad le taparían la boca, ¿no? Así no molesta tanto.

Christian no podía quitarse el asombro de encima. ¿Hablaban en serio? ¿De dónde podía haber sacado Jack un millón de dólares? Mientras su mente seguía procesando esa nueva sorprendente información, el hombre rubio rebuscó en uno de sus bolsillos traseros y sacó la maldita pelota roja atravesada por la cinta elástica negra con la cual Christian estaba ya tan adaptado.

-Puedo darles tres millones –intentó con rapidez, viendo que el rubio se acercaba extendiendo el círculo para envolverle la cabeza con él-. Cuatro, cinco. ¡Todos los millones que quieran! ¡Ese chiquillo no sabe…!

Pero antes de que pudiera terminar, el hombre ya le había puesto la pelota y usado para taparle la boca, ajustándosela de manera que no pudiera hacer nada más que mirarlos a los dos intrusos, esperado por su siguiente movimiento.

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Jack leyó los nuevos correos electrónicos dejados por el vicepresidente de Grey Interprises y les envió una respuesta rápida a cada uno. La idea original de Jack había sido dejar todos los negocios en manos de aquel hombre, que por otra parte parecía bastante competente, pero viendo que los asuntos por los cuales el hombre más solía contactar a Christian eran cuestiones bastante sencillas (¿comprar o no comprar? ¿vender o no vender? ¿diseño europeo o americano? ¿energía solar o no?), sobre todo acompañadas con la bastante información para contar con los contra y pros de cada opción, de modo que Jack, en una tarde especialmente aburrida en la que Christian no era el único de malhumor para variar, decidió trabajar un poco para perder el tiempo.

Resultó ser que ser la cabeza de una empresa como la de Grey resultaba de lo más sencillo. El hombre parecía que estaba más bien acostumbrado a ausencias seguidas por parte de Christian y ni siquiera le preguntaba qué era lo que estaba haciendo, con quién o durante cuánto tiempo. Era muy probable que lo hubieran contratado en gran parte gracias a su discreción. A Jack le parecía bien. Si es que nada, el hombre hasta parecía impresionado de que se tomara esos pocos minutos


de sus vacaciones para ponerle aunque fuera algo de atención a los negocios. Estaba bien por su parte, pero no dejaba de preguntarse si de verdad era eso lo que hacía su padre todo el día cuando no se lo cogía, recibiendo halago tras halago por lo que se comparaba a tirar una moneda en el aire para hacer sus elecciones.

Si es que no terminaba llevando a la empresa a la bancarrota, puede que hasta acabara acumulando su propia cantidad de fortuna. También recibía noticias de Taylor a las cuales respondía de vez en cuando. Su hija Sophie se encontraba bien y el resto de la familia Grey estaba bien, pero aunque les encantaba saber de Christian a través de sus escuetos correos electrónicos, lo cierto es que todos los días los padres insistían en ir con Taylor para reclamarle por novedades o si había podido hablar con su hijo.

A pesar de que ahora sabía que se suponía que los Grey eran también su familia, Jack no se sentía más que incómodo pretendiendo ser su padre y recibiendo el cariño empalagoso por parte de la que sería su abuela y los mensajes generalmente obscenos del que había logrado deducir era su tío Elliot. La tía Mia era completamente insoportable contándole acerca de la última cosa en la cual había gastado su dinero y con fotografías de ella en diferentes trajes costosos casi diarios.

Aunque, en realidad, no era una comparación justa porque ellos sólo interactuaban a través de un grupo de whatsapp adonde sólo la familia estaba inscripta. Nadie forzaba a Jack a leer sus tediosas y aburridas vidas de ricachones presumidos, pero de alguna manera tampoco se veía capaz de detenerse tan fácil. Para bien o para mal eran familia y él nunca había tenido oportunidad de irritarse con parientes que no fueran su madre, y ni siquiera el enojo con ella duraba demasiado o dejaba marca alguna porque, bueno, era su madre y estaban los días buenos a los que podía aspirar. Tener a todas personas sobre las cuales quejarse le hacía sentir un poco más normal o al menos con una idea de lo que ser eso podía sentirse.

Así que, al menos una vez por semana, “Christian Grey” dejaba un comentario que Jack se imaginaba saldría de él, tales como “espero que no hayas gastado demasiado en eso” a la tía Mia cuando subía toda una sucesión de fotografías, “no todos pensamos con la polla con la misma frecuencia que tú” al tío Elliot en conversaciones privadas cuando le tocaba acerca de la nueva chica con la cual él y su esposa estaban teniendo otro trío, o “madre, por el amor de dios, tengo cuarenta años ya, deja de tratarme como a un niño, ¿está bien” cuando hablaba con la abuela y “las mujeres están locas” cuando hablaba con su abuelo, antes de volver a desaparecer. Hasta ahora no parecía que nadie notara la menor incongruencia, de modo que Jack suponía que hacía un buen trabajo imitándolo.


Esa noche, mientras esperaba a que las dos horas pasaran, después de haberse ocupado los asuntos más urgentes del negocio, Jack se entretuvo hablando con el tío Elliot acerca de los resultados del último juego que estaba siguiendo por la televisión. No tenía ni de cerca el mismo interés que el hombre, lo que sólo hacía más fácil dejar que el otro tomara control de la conversación. A veces la emoción le ganaba al tío Elliot y en lugar de palabras sólo le enviaba letras de mayúsculas cuando se trataba de una nueva anotación del equipo al que apoyaba.

Estaba a punto de terminar el partido cuando Jack escuchó la puerta de su habitación abrirse y unos pasos dirigiéndose hacia donde él estaba. Pudo escucharlo porque desde que empezara a ver el partido había tenido a la televisión en modo mudo, precisamente para estar preparado en caso de una emergencia. Christian a lo mejor se hacía con el taser con uno de los hombres y se las arreglaba para escapar de sus limitaciones. Era bastante poco probable, pero incluso en ese caso estaba preparado: nadie más que él sabía acerca del arma que guardaba debajo de la mesilla al lado del sofá. La había comprado y mantenido ahí desde el día después de que hubiera retenido a Christian. Suponía que el hecho de que Christian nunca la hubiera mencionado debía ser una buena señal de que el hombre seguía siendo ignorante al respecto de su existencia.

Sin embargo, no se trataba de nadie más que el hombre joven de cabello rubio casi rapado. Estaba completamente desnudo con una cadena delgada colgando de su cuello, sirviendo de soporte a una placa metálica totalmente limpia que nunca serviría para identificarlo. Jack se apoyó sobre la cabecera del sofá.

-Oye, ¿vas a venir? –preguntó el rubio.

-Mmm, ¿ya es la hora? –dijo Jack como si no hubiera estado contando los minutos, revisando la hora en su celular. Fingió una casual sorpresa mientras se ponía de pie-. Ah, vaya. ¿Cómo se ha portado? ¿Les ha dado muchos problemas?

El hombre rubio se rascó el estómago con perezosa satisfacción y sonrió de medio lado.

-¿Bromeas? El tipo se salió del personaje apenas empezamos en serio a trabajarlo. Es malísimo para actuar.


-¿En serio? –dijo Jack, esforzándose para que su verdadera sorpresa no se le diluyera sin quererlo. ¿De verdad había sido tan sencillo? Parecía un poco difícil creerlo-. Bueno, eso ya lo veremos.

Los dos se dirigieron de vuelta a su habitación, adonde el rubio había dejado la puerta entreabierta. El hombre de la barba (Michael era su nombre) estaba encima de la cama, todavía corriéndose sobre el vientre de Christian mientras este yacía sobre la cama, jadeando a través de la pelota. Ni bien lo vio entrar a la habitación, los ojos grises de Christian se avivaron como luces de un navío detrás de una niebla y estiró un pie en su dirección. Michael se volvió y le hizo un asentimiento de cabeza para decirle que sí, estaba aprovechando bien su tiempo, no había necesidad de preocuparse. Su barba se veía brillante de sudor.

Jack vio la corrida del hombre aterrizar en pequeños saltos sobre los sutiles abdominales de Christian, pero este no parecía tener ningún interés en poner atención a ese hecho, concentrando su mirada sólo en Jack. La saliva que no había podido contener se derramaba de su boca por un costado y por el otro se veían los restos del semen que no se había limpiado de encima.

-Tenías razón, la chupa bien –comentó el hombre rubio, John, a sus espaldas.

-¿Por qué lo volviste a amordazar si se estaba comportando bien? –preguntó Jack sin volverse, extendiendo la mano.

Christian se movió apenas ligeramente en contra de esa mano, dejándole sentir su piel afiebrada, casi como un gato buscándole mimos. Jack se sentó cerca de la cabecera y le despejó los cabellos de la frente.

-Eso sería por mí, yo lo hice –dijo Michael, abriendo más y más las piernas de Christian y volviendo a colocar una almohada que ya se había corrido debajo de la cintura de este-. Es que me parecía que le quedaba bien, es todo.

A Jack estaba empezando a poner incómodo cómo ni aun entonces Christian parecía querer percatarse de otra cosa que no fuera su tacto. Sabía que él había tenido ese comportamiento


después de una dura sesión, o al menos tenía una idea del mismo por lo que Christian le había dicho, pero nunca había estado en el extremo que recibía esa clase de atención antes. ¿Era sólo por la presencia de los extraños lo que finalmente le había lanzado al precipicio al cual lo había empujado a él incontables veces?

En el tiempo que lo había retenido ahí siempre supuso que sólo obtendría más amenazas y descripciones horrorosas de su futuro, o, en el peor caso, un silencioso rencor que iría burbujeando hasta casi quemarle la piel, impidiéndole el sueño, razón por la cual procuraba terminar rápido con lo que venía a buscar de él antes de volver a dormir al sofá. Pero ahí tenía la prueba definitiva de que Christian estaba ahora en el punto de no retorno, receptivo e incapaz de resistir a nada de lo que le hiciera.

-Eh, amigo, no por nada, pero ¿eso es todo lo que vas a hacer? –inquirió John, quien había tomado el lugar de Michael entre las piernas de Christian y estaba manoseando su polla con tal de volver a levantarla de su estado dormido-. No que me queje, es tu pareja y tal…

Esa era la historia que les había dicho. Su pareja tenía un fetiche con sentirse la víctima de un secuestro en la que se le forzaba a disfrutar con completos extraños sin poder nada para detenerlo. Podían ser tan rudos como les pareciera mientras no le acabaran rompiendo nada de forma permanente. Estaba bien. A él le gustaba el dolor, incluso si pretendía que no era así. Acorde a su papel no debían creerle nada de lo que decía porque sólo actuaría como una víctima tratando de escapar. Jack había tenido sus dudas acerca de dejarlos solos con esas únicas instrucciones, pero por lo visto la actitud de Christian había sido lejos que conflictiva. Mal actor, eso sin duda.

-No –dijo y sacó su celular (el suyo, no el de Christian) para buscar la aplicación para tomar fotografías y luego dirigió la cámara hacia John-. Quiero filmar la media hora que nos queda. No se preocupen, todo esto quedará para nuestra privacidad. Les mencioné que esto podía pasar, ¿no?

-Sí, amigo, no hay problema –dijo John, procediendo a sacar el paquete de un condón que ya tenía consigo.

Jack les había contacto a los dos por Internet y no facilitó el encuentro hasta que hubiera estado seguro de que los dos estaban totalmente sanos mostrándoles los resultados de los exámenes, pero aun así había insistido en que para las penetraciones quería condones. A ninguno de los dos


le había hecho demasiada gracia, pero a Jack le complacía ver que eran hombres de palabra, si es que los paquetes ya rotos y desechados en el suelo le daban alguna idea de que habían seguido las reglas.

-Este no es mi primer rodeo –comentó John con confianza, embutiendo su erección considerable dentro del empaque de látex y acercándose a la entrepierna de Christian. Jack filmó a la polla del hombre mayor despertándose en el acto cuando la de John desapareció por debajo de sus testículos. Jack le mostró al hombre la pantalla del celular.

-¿Qué te parece, p…? –Se contuvo a tiempo de pronunciar el título usual. Incluso si esos hombres estaban dispuestos a aceptar fantasías y fetiches que se salían de lo común, el cómo podía estar haciéndole eso a su propio padre podría ser más de lo que serían capaces de asimilar. Ocultó un poco su descuido aclarándose la garganta-. ¿Crees que a la prensa le gustaría ver a Christian Grey de este modo?

Jack cambió al modo de cámara frontal y dejó que Christian viera su propio rostro sonrojado, cubierto de semen seco y la mirada de alguien claramente perdido a su propio placer. Al verse el hombre sólo pudo jadear sin poder pronunciar palabras. Ahora no apartaba la vista. Al contrario, parecía hipnotizado por la imagen de su propia humillación. “Esto de verdad podría ser divertido”, pensó Jack, incluso si todavía le seguía pareciendo extraño ver esta nueva faceta de Christian Grey.

-¿Quién es ese? –preguntó John, entrando de una embestida.

Christian gimoteó de gusto y onduló sus caderas como si buscara un contacto más profundo por parte del estímulo que recibía. Si de verdad esos hombres habían pasado por situaciones parecidas en el pasado, entonces ya debían haber reconocido que Christian no estaba en condiciones de poner atención a lo que se dijeran que no estuviera directamente relacionado con él o con una orden de lo que debía hacer, por lo que podían hablar tranquilamente. Ignorarlo hasta podría hacerlo todavía más excitante para él, como si fuera algo menos importante que sólo un pedazo de carne para su entretenimiento.

-Oh, sólo es el nombre de su personaje para estos actos –dijo Jack sin darle importancia, cambiando de nuevo a la otra cámara para volver a concentrarse en la penetración. Como sabiendo exactamente lo que pretendía, John tomó la erección de Christian y la hizo a un lado,


aplastándola contra el muslo, dando espacio a Jack enfocara el momento en que John volvía a embestir-. Se supone que él es un multimillonario que es retenido por su amante loco después de un intento de ruptura. Ya sabes, es una venganza por haberme dejado y todo eso. Por eso parecía tan asustado al principio. Por ahí la cambiamos, pero esa siempre parece tener los mejores resultados. Eh, Michael, ¿te importaría que te la chupe y acabar en su cara de nuevo?

-Ya estoy en eso –dijo Michael, poniéndose al otro lado de la cama, al lado de la cabeza de Christian.

Christian se volvió a él y de hecho gimoteó impaciente, como un cachorro hambriento, y la comparación no era menos increíble para Jack incluso si lo estaba grabando todo mientras sucedía. La polla de Michael todavía estaba decaída. Jack ayudó a quitar la mordaza y bajarle esta hasta el cuello. Michael subió su miembro blando hasta los labios de Christian para que este realizara el resto del trabajo, lo que este cumplió adelantándose la cabeza para tomar todo el glande en el interior de su boca. No faltó mucho tiempo para que Michael acabara de ponerse del todo y se moviera en contra de Christian, reemplazando el trabajo que antes realizara la pelota roja en cuanto a ahogar sus siguientes sonidos de placer. Al cabo de un tiempo de contemplar semejante espectáculo, Jack se sintió demasiado excitado para seguir siendo un espectador pasivo y se desnudó seguidamente, sentándose en el pecho de su padre para que empezara a dividir su atención entre dos fuentes de placer.

Una media hora era lo que tenían, pero en realidad ninguno de ellos duró mucho tiempo hasta después de los cuarenta minutos de todos modos. Jack tomó algunas fotografías además del video e invitó a los dos hombres a tomarse una cerveza helada antes de que se marcharan. Podían dejar al “secuestrado” en la cama, no había problema, les dijo, aunque ninguno de los dos estaba especialmente preocupado. Le iba a encantar despertarse así. Siempre lo hacía.

Después de la cerveza y una agradable charla acerca de nimiedades, ya era tiempo de despedir a sus ayudantes de la noche. Jack les dejó ir, agradeciéndoles de nuevo por todo, y les dijo que si los necesitaba de nuevo para algo así no dudaría en llamarlos. Una vez hecho lo cual, Jack abandonó la idea de darse una ducha de inmediato y abrió el sofá cama para empezar a dormitar por la noche. A la mañana siguiente no sólo tendría que limpiarse a sí mismo sino a su padre y la cama, de modo que necesitaba todo el sueño que pudiera reunir. Ni bien estuvo lista su cama, Jack se arrojó a ella y cerró los ojos. Estaba absolutamente agotado para entonces y no le costó más que unos segundos sumergirse en el sueño.


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Cuando Christian despertó de nuevo, todavía no era de mañana. Incluso antes de abrir sus ojos, tuvo que apretar los párpados al sentir un inmenso viniendo desde debajo de su cadera. En medio de ese siseo su nariz se vio inundada con una nueva cantidad de olores de los cuales reconoció su propia saliva y semen. De hecho, toda la habitación apestaba a sexo y a calor de cuerpo masculino.

No tuvo idea de por qué. Intentó recordar qué era lo que había pasado. Jack había invitado a alguien y luego ellos habían venido hasta él y luego… ¿qué? ¿Por qué no venía a él? Solía tener una excelente memoria, ¿por qué no funcionaba ahora? ¿Qué habían hecho con él? Pero antes de que tuviera oportunidad de perderse a sí mismo ante su creciente pánico, Christian miró hacia abajo para descubrir que su pierna estaba libre. No sujeta por una cadena más larga, no atada a un peso. Estaba totalmente libre. Era increíble poder volver a acostarse y mover libremente aunque fuera uno de sus miembros.

¿Y qué había acerca de sus brazos? Los sentía entumecidos, de costumbre cuando lo obligaban a mantenérselos por encima de la cabeza, pero de alguna manera también más flojos que antes. Christian levantó la vista y vio que el cierre para el grillete de su mano izquierda se había liberado un poco, dejando espacio para que su muñeca se moviera. Con un inmenso cuidado por no agitar demasiado las cadenas, apenas dejándose respirar, Christian agitó un poco los grilletes para seguir liberándolo. Luego de lo que le pareció una eternidad en el infierno, su muñeca por fin se vio libre del grillete.

Por unos segundos se sintió impresionado que ese aprisionamiento no le hubiera dejado ninguna marca a pesar del exceso de uso. ¿Adónde había comprado esos instrumentos tan buenos? Cuando saliera de ahí y recuperara su poder, tendría que preguntárselo en serio al muchacho. En cuanto esa idea se formó con más solidez, la consecuente idea de que ahora sí podía creer en eso casi le hizo soltar una carcajada de triunfo, pero se mordió la lengua a tiempo. Figurativamente hablando porque todavía tenía la mordaza sobre su boca.

A pesar de que no sabía ni tenía idea de qué exactamente había sucedido, Christian sólo podía dar las gracias de que hubiera obligado al muchacho a omitir su protocolo de seguridad. Una vez recuperó la sensibilidad total en sus dedos fue sencillo ocuparse de los otros grilletes en la muñeca y el tobillo. Quitarse esa maldita mordaza de encima sin la ayuda de nadie se sintió como haber ganado una maratón de cuarenta metros por sí solo. Una nueva risa suprimida.


Cada movimiento representaba un verdadero esfuerzo, enviándole punzadas de dolor desde distintos puntos, pero no podría importarle menos mientras sacaba de un cajón alguna ropa interior y unos sencillos pantalones de gimnasia que ponerse, todavía yendo de puntillas y procurando no hacer el menor sonido. El chico debía estar durmiendo en la sala. Si mal no recordaba tenía un bol cerca de la puerta adonde dejaba caer las llaves nada más llegar cada día. Si actuaba bien podría tomarlas, irse de ahí, buscar a la policía y devolverle su sentido de orden y lógica al universo. Podría llamar a Taylor, hacer que trajera su trasero hasta él para que lo despidiera como se merecía por no haberlo sacado de ahí y contactar a su familia para que empezara a mover los hilos legales necesarios para encargarse de la institucionalización de Jack. Sí, sí, sí, era perfecto, una idea perfecta.

Christian agradeció también el que la puerta estuviera de por sí entreabierta, ahorrándole a él el esfuerzo de abrirla lentamente también, y se deslizó con la mayor discreción de la que era capaz hasta la sala. Jack estaba envuelto en una sábana, durmiendo pacíficamente. Christian vio la cocina y encontró fácil el pedazo de madera que contenía los cuchillos de distintos tamaños. Recordó que de ahí había sacado el cuchillo para su primera y segunda víctimas en ese departamento. Podría tomar cualquiera de ellos, obviamente que el más grande, y devolverle el favor que les había hecho a ellos. Todavía era grande y pesado en comparación al más joven, incluso si todavía se sentía algo torpe por el tiempo investido en la cama, y este estaba totalmente fuera de guardia.

Pero no, acabó susurrando su mente. Demasiado trabajo. Demasiado tiempo perdido. Debía concentrarse primero en salir de ahí. Luego vendría el momento de ajustar cuentas. Prácticamente caminando de puntillas, Christian continuó desplazándose hacia la puerta y sus ojos dieron de inmediato con el bol de las calles. Un llavero con una estrella negra de plástico le llamó especialmente la atención. Era la misma que había comprado para Jack el día anterior a que le anunciara que debía mudarse de la mansión. Por alguna razón, verla y recordar de pronto se detalle le trajo un regusto amargo al fondo de la boca, pero supuso que era lo normal. Ese no había sido en lo absoluto un recuerdo feliz.

Estiró la mano para recogerla, solitaria y única dentro del bol, pero entonces una punzada se alzó desde su pantorrilla estirada y acabó tirándolo al suelo, provocando que este se rompiera en el acto. Christian, en estado de pánico, agarró la llave y la aferró como si monstruos pequeños fuera a salir de entre las sombras para impedírselo.


-¿Ya te vas? –preguntó la voz adormilada de Jack desde el sofá. Christian sintió a toda su espalda tensarse y los vellos de su nuca erguirse en el acto. Jack lanzó un pequeño bostezo-. No te lo voy a impedir, pero si te vas creo que es justo que sepas que será la última vez que sabrás de mí.

Christian tenía la llave en contra de su pecho, adonde su corazón tamborileaba lleno de adrenalina pura. No podía contestar. Se había quedado sin palabras o aliento para pronunciarlas incluso si las tuviera.

-Con toda la basura y regalos que me has hecho, vendiéndolos he podido conseguir una buena cantidad de dinero –explicó Jack con calma-. Así fue como he podido pagar a esos sujetos, pero todavía tengo mucho más ahorrado. Si te vas de aquí ahora, usaré ese dinero para desaparecer de tu vida y asegurarme de que no puedas encontrarme. Tengo todo preparado desde hace un largo tiempo. Nunca jamás volveré a molestarte. Nunca volverás a oír mi nombre. Serán como los primeros diecinueve años de mi vida otra vez.

“Miente”, dijo su polla. “¿Y si no?”, discutió Christian Grey, por primera vez en toda su vida. ¿Y si decía la verdad? Incluso con lo estúpida que era su madre, ella había conseguido evadir a todos sus detectives, a todas sus averiguaciones, a todos sus esfuerzos por dar con ella… ¿quién no le decía que el hijo no podía ser igual que ella y sobre todo con todavía más dinero a su disposición? El dinero podía comprar lo que fuera. Ese era prácticamente un lema familiar de los Grey y una verdad que él mismo había visto comprobado más de una vez. ¿Por qué no iba a poder?

-¿Estás seguro de que quieres desconocerme de nuevo, padre? –siguió preguntando Jack y su voz casi era otro susurro en el interior de su cabeza, inapropiadamente imbuida con una preocupación y dolor que no tenía el menor derecho de hacerle conocer.

Christian tomó aire y abrió la boca. No le sorprendió para nada que lo primero que saliera de ahí fuera un sollozo mientras arrojaba la llave fuera de sí y se hacía un ovillo en el suelo. Se sostuvo la cabeza con los hombros apoyados en el suelo, dando rienda suelta a todo el pesar y desesperación que sentía escaparse de su pecho. Escuchó de fondo el sonido de unas sábanas siendo desplazadas y los rápidos pasos de alguien llegando hacia él. Jack se puso de rodillas a su lado y lo abrazó. Al principio Christian no quería ni siquiera reconocer su existencia, pero el muchacho era insistente, como siempre, y pronto se encontró envuelto en los brazos del muchacho, sollozando sin control contra sus hombros flacos mientras se aferraba a él, como si fuera la única cosa que le quedara en un mundo completamente endemoniado. Era esa la única comparación que ahora podía hacer.


-Ahora las cosas van a ser a mi manera, padre –le dijo Jack, sin dejar de consolarlo, acariciándole la nuca, besándole las mejillas y usando un tono relajante en cada una de sus palabras-. ¿Entiendes? No podemos seguir si no es así.

Christian lo apretó más cerca, apretando su rostro contra el cuello del muchacho. Quería enterrarse en su cuerpo y no volver a ver la luz del sol jamás, pero sólo era otro sueño que nunca se podría cumplir.

-Sí –masculló temblorosamente-. Sí, lo que digas, pero, por favor… no te vayas de nuevo. No me dejes de nuevo. Por favor.

-Yo nunca te dejé, padre –le aseguró Jack, atrayendo su rostro y haciéndole levantar la mirada. Christian de verdad hubiera preferido no hacerlo, pero por el apretón en su mentón estaba claro que no tenía ninguna otra opción que mirarlo a los ojos en el patético estado en que se encontraba. Jack sonrió y su mirada era tan dulce como la de un adulto mucho más compasivo-. Nunca, ¿está bien?

-Sí…

El beso que compartieron sabía a lamentos de una vida pasada y a una amarga esperanza para un oscuro futuro.


Epílogo

Antes de los Grey, Jack nunca había comido en una mesa tan ruidosa llena de personas que parecían estar contentas con la presencia de otros en lugar de ser impuesta como en un comedor solidario. Era una nueva experiencia a la que todavía le costaba acostumbrarse, pero al menos pronto era fácil encontrar las ventajas: nadie le ponía demasiada atención ni le pedía respuestas demasiado elaboradas.

Christian les había dicho que no le gustaba mucho hablar de su pasado, pero eso no les detenía de lanzar una que otra pregunta al respecto. Al menos se contentaban con respuestas no tan elaboradas, por increíble que le pareciera, considerando que se trataba del pariente que nadie sabía que tenían hasta que Christian anunció al mundo entero que por fin había encontrado al hijo que se le había perdido. Una desgracia que no hubiera podido dar antes con Anastasia antes de que muriera en aquel terrible accidente, desde luego, toda una tragedia, pero ¡qué se le podía hacer! Lo importante que el legado Grey podía continuar y, tal como le había confesado su nueva descubierta abuela a Jack en susurros, esa era una de las cosas que más la habían amargado durante todos esos años: la espantosa idea de que todo el trabajo de Christian no pudieran continuar dentro de la familia. Aunque por supuesto la idea de que Christian pasara los siguientes años de su vida adulta sin casarse con nadie más también era una tragedia en sí misma. Siendo tan guapo y exitoso, ella nunca había logrado entender por qué no sencillamente encontraba a otra mujer, una que no lo abandonara apenas las cosas se pusieran un poco difíciles en casa y tuviera alguna idea de lo que era comprometerse, de preferencia, así no se sentía tan solo.

¡Pero un hijo también estaba bien! Especialmente si era uno que había logrado salirle tan guapo como al padre, ¡y tan educado también! Grace Grey estaba encantada imaginándolo ya casado y con sus propios hijos. Daba igual las veces que su marido o Christian le recordara que sólo tenía 20 años y por lo tanto tenía mucho tiempo por delante ante de empezar a concentrarse en ese tipo de asuntos, Grace insistía que a partir de que era un adulto nunca era demasiado temprano y, además, tenía muchos deseos de verle hijos a su nuevo nieto antes de que dejara de estar presente para mimarlos como nunca tuvo oportunidad de hacer con él.

Jack sólo sonreía y aceptaba esas palabras, en parte porque no sabía cómo más responder a ellas y en parte también porque le daba demasiada gracia imaginarse el infarto que le causaría descubrir la verdad como para irritarse en serio por su curiosidad. Desde que Christian admitiera su parentesco en frente de todo el mundo, los últimos días habían sido bastante agitados y la cena familiar que ahora estaban teniendo, en comparación, estaba resultando un paseo tranquilo en el parque.


-Me dijo Christian que piensas estudiar administración de empresas –dijo su abuela Grace, inclinándose hacia él. El alcohol de la champaña que había bebido empapaba sus palabras y hacían brillar sus ojos de una forma vivaracha-. ¿Es así?

-Sí, padre ya tiene en la mira a una buena universidad en mente –dijo Jack-. Dice que si saco buenas notas y me aplico en ello podría trabajar en la empresa apenas me gradué.

-¿Y cuál es el nombre de esa universidad, querido? Dime de nuevo –preguntó Grace, dando un nuevo sorbo.

Mientras Jack le decía cuál era el nombre y la buena impresión que le había dado en su última visita, a su lado Christian dejó caer el tenedor con el que estaba comiendo, provocando que este diera un golpe ruidoso contra la vajilla de su plato antes de deslizarse por el mantel fuera de la mesa. Grace se rió como si la momentánea torpeza de su hijo mayor fuera encantadora mientras Jack alzaba una ceja.

-Mi culpa –dijo Christian y se inclinó a un lado para recoger de nuevo el tenedor, pero dejarlo sobre un pañuelo de tela, intacto, hasta que su madre llamara de vuelta a una de las sirvientas de la casa para que se lo reemplazara y limpiara los restos de comida en el suelo.

Grace no se dio cuenta de que su hijo por alguna razón evitaba la mirada de Jack durante el resto de la cena. Incluso si lo hubiera probablemente habría preferido ignorarlo, porque ese era su estilo para manejar los conflictos y hasta ahora siempre le habían dado los mejores resultados. Con amor y cariño todo se arreglaba. No hacía falta nada más.

Luego de que todos hubieran comido su postre, los anfitriones del hogar prefirieron llevarse a todos al salón para hablar y pasar el tiempo antes de que tuvieran que irse a casa. Algunos de los niños de la familia saltaron casi inmediatamente a la consola de juego para empezar a pelearse por los controles, mientras el resto prefería sacar al patio delantero sus drones nuevos para empezar a hacer carreras para ellos.


-¿No había un sitio ahí afuera adonde tienen herramientas? –preguntó Jack de lo más casual a su abuelo-. Padre me mencionó más o menos algo así. Dice que ahí suelen tener todas las cosas de pesca y demás.

-Oh, sí, claro. ¿Quieres que te lo enseñe? –ofreció Carrick con amabilidad.

-Yo pensaba pedirle a padre. Usted debería quedarse aquí. Alguien tiene que vigilar a los chicos.

Carrick rió por lo que no podía ser más que una clara indirecta hacia la manera en que los padres de los más jóvenes preferían hablar entre ellos y seguir tomando que de hecho poner atención a sus hijos. Carrick había tenido una mala condición del corazón hacia un tiempo demasiado reciente y era recomendable para él no beber, por lo que era uno de los presentes adultos más sobrios esa noche. Justo de Jack y el mismo Christian, de hecho.

-Desde luego, no se me ocurriría perderles la vista de encima. ¿Dónde está Christian? –A los dos no les costó mucho encontrarlo, sentado en el sofá discutiendo con Elliot sobre las bondades y maldades de cierto equipo que este año estaba llamando especialmente la atención en los campeonatos.

Mientras hablaban, el hombre más fornido hacía gestos sin derramar la lata de cerveza en su mano y se reía con tanta fuerza que parecía que iba a doblarse en dos. A pesar de que ya era todavía mayor que Christian, a Jack todavía le maravillaba un poco el buen estado físico en el que se encontraba y lo mucho que destacaban sus músculos incluso debajo de una delgada chaqueta de tela. Si el resto de su cuerpo era tan peludo como la barba dorada que decoraba su mentón, el tío Elliot sería el blanco de varias miradas para cualquier fanático de los ojos. Carrick se acercó a sus dos hijos y puso la mano en el hombro del mayor, deteniendo su diálogo en el acto.

El atento patriarca de la casa, aquel que había ayudado con tantos crímenes perpetrados por la mano de su hijo como uno podía imaginar, sonrió amistosamente hacia abajo mientras le daba una pequeña palmada. En verdad el poder y las influencias podían hacer mucho por una persona. Durante el tiempo que le preparó para su presentación oficial, Jack había sido puesto al tanto de lo que el resto de la familia hacía para mantenerse a flote. Incluso la compañía de construcción de Elliot servía a la casa Grey. Era a su número y eran ellos a los que Christian siempre llamaba después de que tenía un cuerpo al cual tenía que deshacerse.


Todos se conocían los trapos sucios, o al menos los que estaban manchados con sangre, pero nadie los sacaba a relucir ni los discutiría jamás en un lugar adonde cualquiera de las mujeres podrían escucharlos. No que estas no supieran, desde luego, pero se creía que era lo mejor para sus sensibilidades mantener los detalles al mínimo a menos que se requirieran sus manos metiéndose directamente en la mezcla; como una recomendación de Grace para meter a alguien que en realidad estaba sano en lugar al que no debería ir si el mundo fuera un sitio legal o un fraude de dinero llevado a cabo por la mente siempre codiciosa de Mia, su propia experta en finanzas. Estaba sobreentendido que Jack lo sabía todo y que ayudaría a la causa siempre que pudiera. O al menos la idea había sido que esa fuera la creencia que Christian se encargara de poner en todos ellos para permitirle su entrada a la familia de la manera menos accidentada posible.

-Hijo –dijo Carrick-, Jack dice que quiere que le hagas un tour hasta el cobertizo. Llévalo y de paso le muestras el exterior.

Por un momento la cara de Christian careció de toda expresión, pero sólo fue un instante que sólo Jack pareció notar antes de que se encogiera de forma galante de hombros en dirección a su hermano.

-Supongo que no tengo opción –dijo con una sonrisa.

-Sí, claro, vete nada más porque sabes que tengo razón –dijo Elliot, dando otro trago de cerveza.

Cuando Christian se puso de pie, Carrick ocupó su lugar en el sofá, soltando un amplio suspiro de alivio antes de preguntarle a su otro hijo acerca del equipo que apoyaba. En tanto esos dos volvían a enfrascarse en su conversación, Christian precedió a Jack hacia el exterior. La noche estaba cubierta de nubes ligeras tapando una luna llena y el aroma de distintas flores (¿lavanda, tal vez?) llenaban el aire.

El césped estaba bien cortado e iluminado de la misma forma que el patio delantero. Una vez pasaron de ellas y los árboles les ofrecieron la oscuridad nocturna, Jack se quitó su propia chaqueta ligera, se desprendió la corbata formal que se había puesto y dejó caer ambas en la


espalda de Christian. El hombre mayor resopló, pero no dijo nada mientras tomaba las dos prendas y las doblaba sobre sus brazos.

-En verdad es un bonito lugar –dijo Jack de forma casual.

Christian lo miró con una mueca como si se estuviera debatiendo en serio qué debería decirle. Al final, dándose cuenta de que muy probablemente no importaba (no lo hacía), suspiró y dijo que sí, lo era.

-¿Qué tan lejos está ese cobertizo? –inquirió Jack.

-Ya no falta nada –masculló Christian y al pasar de un árbol especialmente grueso, en cuya base se acumulaba el moho, señaló al frente-. Ahí está.

-Oh, vaya –dijo Jack, adelantándose ahora al otro. ¿Eso era en verdad un cobertizo? Era ridículamente grande y bien mantenido, mucho más grande que los departamentos en los cuales había vivido antes de que conociera a Christian, con la única excepción de su anterior Amo. En cuanto llegó a la puerta, Jack se dio cuenta de que nadie le estaba siguiendo inmediatamente detrás y chasqueó la lengua con irritación-. ¿Qué?

-Disculpa –dijo Christian, retomando de nuevo el ritmo hasta ponerse en frente de la puerta y abrírsela sacando la llave de una pequeña maceta en el suelo-. Es sólo… no importa.

-¿Qué? –preguntó Jack, curioso.

-Este lugar tiene algunos recuerdos, es todo –dijo Christian, encendiendo la luz. Dejó la chaqueta y la corbata de Jack encima del borde de un bote-. La última vez que vine aquí estaba con tu madre.


-¿Ah, sí? –preguntó la voz de Jack, poniéndosele el frente. El joven tomó de su propia corbata y la enredó alrededor de su muñeca, antes de tirarla para forzar al hombre a inclinarse un poco hacia él-. ¿Y fue divertido lo que hicieron?

Jack adelantó el rostro y le dio un beso ligero, casi casto en un costado de los labios. Todavía no habían hecho nada en verdad, pero las imágenes de lo que podría ser y los recuerdos estaban sacando lo peor de Christian, acelerando el ritmo de su corazón hasta niveles incapaces de ser disimulados por otra cosa que no eran. Esbozando una sonrisa de entretención, sin molestarse en recibir una respuesta, la mano de Jack saltó directo a la entrepierna y palpó la erección que ya se estaba formando ahí abajo.

-No se vale, Christy –dijo Jack, paseando su mano de arriba abajo, rodeando la forma con sus dedos-. Durante toda la noche te he estado llevando la mano hacia mí, te he dejado sentir mi erección, y tú todavía no te has atrevido a darme siquiera un pequeño trabajo de mano. ¿Y ahora esperas que te lo dé yo a ti? ¿Qué clase de egoísta eres?

El joven se adelantó de nuevo, atrapando el lóbulo de su oreja entre los dientes y dándole un fuerte mordisco mientras su mano abajo se prensaba alrededor de él como una pinza mecánica.

-No… estábamos en frente de todos –dijo Christian, sintiéndose débil en las rodillas.

-¿Cuándo eso alguna te ha detenido, Christy? –susurró Jack contra la piel de su cuello, lamiéndosela mientras empezaba a sacarle la corbata del cuello de su camisa-. No recuerdo ni una sola vez que te haya importado que te vieran o no. Un pequeño alivio para mí no habría significado nada. Estos últimos días apenas si hemos tenido tiempo para divertirnos en paz sin que de una parte o de otra antes buscando nuestra atención. ¿No crees que ya venga tocando algo de compensación por toda la paciencia que he tenido?

Christian tragó con fuerza.

-C-claro…


-Me alegró que concuerdes conmigo, Christy –dijo Jack, dejándole otro beso sobre la mejilla.

Entonces dio un violento tirón de la corbata y le empujó la cabeza hacia abajo, obligándole a ponerse sobre sus rodillas. Jack saltó hacia la mesa adonde debían trabajar con las armas y se abrió de piernas. Christian jadeó ante la visión de una erección claramente visible debajo de los pantalones de tela de diseñador. Se adelantó hacia él en cuatro patas. Luego pensaría en una excusa para que sus ropas planchadas y nuevas de pronto ya no lo parecieran tanto. Luego buscaría cómo justificar si se veía alguna mancha blanca en alguna parte.

Nadie debía saber ese, el último secreto que le quedaba frente a su familia, y así debía ser, así era como les gustaba a los dos incluso si Jack fingía que lamentaba seriamente que nadie más tuviera oportunidad de ver a Christian Grey rogando en el suelo, despojado de cualquier rastro de dignidad, babeando por la posibilidad de que su propio hijo le prestara atención a su polla. Para afuera, para todos los oídos ajenos a los suyos, sólo eran padre y Jack, Grey padre y Grey junior. Pero una vez las puertas estaban cerradas y estaban a disposición de sus propios deseos incontrolables, no había escapatoria de los demonios que plagaban sus vidas y con los cuales deseaban segur follando hasta el final de sus días. La pequeña puta Christy y su Amo Jack. A Jack le encantaba el sonido de eso. Era como una completa sinfonía a la gloria para su polla.

Jack entendía que era esa la única manera en la que podrían seguir adelante moviendo todos los hilos familiares a su conveniencia. Era cierto que todavía era bastante joven, pero sabía bien que los Grey eran del tipo pasado de moda que no lo dejarían ser si por lo menos no pretendía estar interesado también en cumplir los planes usuales: casarse, tener hijos, dirigir el negocio, todo aquello que formaba una existencia normal. Después de que hubiera conseguido cumplir con su parte del contrato social, podía cubrir cualquier otra perversidad que se le ocurriera, siempre y cuando no fuera tan estúpido para ser descubierto porque, después de todo, había una reputación que debían mantener.

Casi se le hacía gracioso. Era aceptable golpear, mutilar, descuartizar y acabar con la sanidad mental de cualquier mujer o joven lo bastante desafortunado para caer bajo sus redes, pero lo que ellos hacían eran pasarse de la línea, agarrar la línea, quemarla con aceite y gasolina y bailar el limbo encima de las cenizas. Lo destruiría todo. Y saber todo eso lo volvía todo un poco más excitante de lo que por sí era tener a Christian acercándose con la boca entreabierta, los ojos clavados en los suyos preguntándole por autorización por seguir en la manera acostumbrada.


Jack se lamió los labios lentamente, dejándoselos húmedos y brillantes, y le divirtió escuchar la brusca inspiración del hombre al verle ese claro gesto de invitación. Jack se inclinó hacia el frente y le agarró de los cabellos en la coronilla, con fuerza, porque era así como realmente le apetecía sostenerlo. Después de atraerlo todavía más, Jack le lamió los labios delgados del hombre y jugueteó por encima de los dientes, alejándolo de un tirón apenas percibió que los músculos se movían en busca de su contacto.

-Quiero que me dejes bien lubricado, Christy, porque si no lo haces el único que lo va a lamentar eres tú –le dijo casi dulcemente, dando un tirón a su cabello-. ¿Entendido?

Christian dejó escapar un siseo de dolor, pero tenía una sonrisa y la mirada de un adicto en frente de su aguja recién preparada para él.

-Sí, sí…

-Buen chico –dijo Jack, irguiéndose de nuevo para abrirse el cierre de los pantalones y sacar afuera la erección que ya le punzaba de deseo.

El frescor dentro del demasiado espacioso cobertizo pronto fue reemplazado con la húmeda calidez proveniente de la boca de Christian. Haber hecho ese cambio en la dinámica de su relación de verdad había sido la mejor decisión que podría haber tomado y Jack se sentía reafirmar en ese hecho cada vez que volvía a comprobar los avances que el mayor hacía cuando se trataba de complacerlo. De ser un hombre que prácticamente prefería ignorar el hecho de que su acompañante podía tener una anatomía parecida a la suya, había pasado a algo que no era diferente a un perro hambriento que sacaba tanto o más placer de chuparla que tener su propio cuerpo atendido. Los intensos sonidos que cada chupada generaba contra su piel era todo un testimonio de que Christian había aprendido muy bien todas sus lecciones.

Jack le sostuvo de la cabeza, pero sin dirigirle, dejándole en cambio darle el alivio como el otro ya sabía, recorriendo la superficie de su erección de arriba abajo antes de jugar con su glande descubierto mientras abajo sus manos acariciaban sus testículos con inmenso mimo. La visión de Christian Grey metiéndoselos a estos últimos en la boca sólo para lamerlos de forma glotona era tan hermosa que Jack casi tuvo deseos de sacar la cámara de su celular, adonde tenía su buena colección de películas y fotografías de su querido padre en sus momentos más íntimos, para


agregar una imagen más, pero lo desechó. Iba a tener miles, millones de oportunidades y noches para llenar álbumes enteros con los cuales humillar al hombre cada vez que se le apeteciera.

En cuanto Christian volvió a introducir su lengua por el hueco de su miembro, Jack le tomó de la nuca con las dos manos y se impulsó en su interior. Christian Grey resopló y se tensó un poco por la sorpresa, pero no se trataba de nada que no supiera manejar por su cuenta y pronto Jack percibió su garganta abrirse alrededor de él, envolviéndolo por completo mientras los labios de Christian se fruncían en su base, cerca de su entrepierna.

-Prueba… de hacer lo que te enseñé el otro día –indicó Jack, apenas conteniéndose los deseos que tenía de usar su boca con la locura que demandaba su sangre, y saliendo con su voz ronca en cambio.

Christian le dirigió desde abajo una simple mirada de duda antes de que la compresión llegara hasta él, provocando que se sonrojara de una forma todavía más intensa que antes. La primera vez que le había visto hacer eso Jack casi echó a arruinar el resto de la escena por su deseo de echarse a reírse. ¿Quién lo diría que un hombre tan poderoso podía acabar pareciéndose tanto a una tímida virgen incluso en tanto preparaba a la polla que iba a penetrarle?

Entonces Christian demostró que había aprendido muy bien de su maestro emitiendo un ronroneo bajo que hacía vibrar sus cuerdas vocales, enviando una sensación deliciosa a lo largo de todo el miembro de Jack.

-Las manos a la espalda –dijo el joven, mordiéndose los labios.

Christian gimoteó, acomodándose todavía más recto en el suelo para poder mantener el equilibrio sin apoyarse en la mesa o las piernas de Jack, encerrando una muñeca con la otra mano. Jack le movió la cabeza sin darle oportunidad de luchar o moverse, perdiéndose en la fantástica sensación, sintiendo que el mundo entero podría acabarse justo en ese momento y no le importaría en lo más mínimo porque seguirían ahí, jodiéndose el uno al otro.

Pero después de unas buenas embestidas por el hueco húmedo de Christian, Jack recordó que no era esa imagen que tenía cuando había insistido en que su padre lo trajera hasta ahí y si no se


detenía en ese preciso instante iba a acabar mucho antes de lo que tenía previsto. De modo que sacó su erección de ahí y le complació que estuviera en efecto bien lubricada para lo que fuera.

-Con el culo al aire, anda –indicó Jack-. Mantén todavía los brazos a la espalda.

Christian asintió entre jadeos y se colocó como le indicaba, las caderas en alto mientras el resto de su cuerpo lo apoyaba contra el suelo. Jack se bajó de la mesa de un salto y maniobró para quitarle primero el cinturón, luego los pantalones y finalmente la ropa interior, dejando que los últimos dos todavía estuvieran en las rodillas. Jack le dio una nalgada sonora al trasero duro y bien trabajado del hombre mayor. La verdad era de admirarse que a pesar de los años todavía tuviera una carne a la que diera gusto manosear y tocar. Jack abrió un poco más las piernas y se empujó en medio de ellas, regalándole una brusca embestida que hizo deslizarse toda su erección en un solo movimiento.

Los anillos de las entrañas de Christian se cerraron a su alrededor, primero tomadas por sorpresa, pero luego aprendieron a relajarse como si sólo le estuvieran dando la bienvenida. Jack se inclinó al frente, tomó la corbata que todavía colgaba del cuello de Christian y la desató para poder usarlo en las muñecas del hombre, teniendo un punto de referencia más cómodo al cual tirar cuando empezara a montarlo. Christian dejó salir una especie de gruñido satisfecho seguido de un largo gemido de deseo, como si hubiera llevado toda la cena sólo deseando aquel. A Jack no le sorprendería en lo absoluto si de hecho así hubiera sido.

Su padre era un hombre hambriento, después de todo, y él estaba feliz de suplir.


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