México D.F. a 10 de Noviembre de 2014
C. CARLOS NAVARRETE Presidente Nacional del PRD PRESENTE ASUNTO: MI RENUNCIA AL P.R.D La presente es para notificarle que he decidido presentar mi renuncia como miembro del Partido de la Revolución Democrática. Hasta aquí he decidido llegar. Ya no tiene caso seguir. No veo disposición ni voluntad en los grupos dirigentes para emprender un verdadero proceso de reformas que nos permita reconstruir aquello que en su momento se constituyó como el principal partido de la izquierda mexicana. Hace algunas semanas, la mayoría de los Consejeros Nacionales se negaron a nombrar un liderazgo de alcances nacionales y de vasta autoridad moral como presidente del PRD. Prefirieron que la dirección del partido quedara bajo el manejo y el control de simples operadores políticos. Dicha resolución representó un severo golpe para las reformas impostergables y los objetivos de emprender la marcha de un verdadero programa de cambios y de regeneración en el sistema y el funcionamiento partidario. Las diferencias políticas que normalmente se presentan para enfrentar las coyunturas nacionales siempre se pueden superar en un ambiente de discusión democrática y de consulta a las bases del partido. Bajo el intenso debate siempre es seguro llegar a mayores niveles de unidad. Pero lo que hoy se vive es algo diferente. Lo que vivimos es más grave. Es, en muchos sentidos, una enorme descomposición política con escasas posibilidades de corregir. Es una situación que se gestó a lo largo de muchos años, y volvió a explotar con los asesinatos y la desaparición de los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. El PRD apareció ante los ojos de la sociedad mexicana y de la comunidad internacional como participante activo en uno de los acontecimientos más vergonzosos que ha 1
padecido nuestro país. Los criminales que comandaron la acción genocida eran miembros destacados en la organización perredista. Ello no es un hecho cualquiera en un partido de la izquierda. Los acontecimientos de Ayotzinapa también destruyó el mito de una izquierda moderna. Estos hechos demostraron que lo que existía era todo, menos algún destello de modernidad. No había nada de esa modernidad respetuosa de la vida, escrupulosa en el manejo de dineros públicos, luchadora por los derechos humanos, impugnadora permanente del abuso y amante de libertades y defensora de derechos. No es suficiente individualizar las culpas y responsabilidades. Ello sólo adquiere alguna validez para fincar acciones de carácter penal. Lo que ya resulta inaceptable es el sistema de partido y de corrientes que solamente pueden sostenerse con la inyección de grandes flujos de dinero. Los volúmenes y el origen de ese dinero han resultado altamente perjudiciales. Es el poder de un dinero que desde hace tiempo debió, cuando menos, ponerse bajo sospecha. Desde el 2008, en la elección en que un servidor participó junto con la compañera Rosa Albina Garabito para ocupar la Presidencia y la Secretaría General del PRD, alertamos de la existencia de grandes sumas de dinero que no eran sujetas de ninguna fiscalización y donde la forma de adquirirlos desdibujaba las líneas de la legalidad y la ilegalidad. Esa crítica a los flujos de dinero que manejaban las corrientes internas constituyó, entre otras, nuestra bandera principal. Pocos se inmutaban. Era asumido por grandes franjas de las dirigencias partidarias como el sistema de funcionamiento normal sobre los que funcionaban las contiendas electorales al interior del partido. Es la “normalidad” de la lucha interna que, al final de cuentas, siempre se dará entre los que tenían mucho dinero y los que carecían de recursos. El poder del dinero se proyectó, desde hace años, como el factor determinante para el control de los órganos de dirección partidaria. El flujo del dinero sin control en los comicios internos ya predeterminaba ganadores y perdedores. La democracia interna y la lucha por los puestos directivos, se había envilecido. La última elección para nombrar Consejeros Nacionales y las dirigencias locales no pudo ser la excepción. Fue una elección bajo las mismas reglas y con el mismo sistema. La participación del INE en el proceso sólo pudo evitar un hecho que no es poca cosa: El robo de las urnas y la falsificación de los votos. Pero no cuidó la calidad de la elección. No quiso o no se le permitió cuidar la calidad de la elección. La nueva Ley de Partidos
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Políticos apareció como un instrumento legal con enormes insuficiencias para garantizar la verdadera democracia al interior de los partidos. Los enormes flujos de dinero que permitieron el movimiento de toda la maquinaria del partido y de los afiliados pueden ser de verdadero escándalo. Los gastos llegaron, según testimonios de los distintos dirigentes de las diversas planillas, a representar cifras cercanas a los 800 millones de pesos. No es el dinero del partido (el que fiscaliza la autoridad y se obtiene bajo las normas de la legalidad). Es el dinero que se mueve en el partido a partir de los circuitos informales y de los orígenes llenos de sospecha. Bajo el largo predominio y la vigencia de dicho sistema se abrió la puerta para la entrada de muchos aventureros. Con ello también se ha formado una casta de lúmpenes que adquieren cada día mayor poder en puestos de gobierno de las Delegaciones y de municipios, y en las esferas de los Congresos Locales y de las legislaturas federales. Es un grupo de personas relativamente "jóvenes" que han sido educados en el robo de urnas y la compra de votos, en el uso de grupos de choque y el manejo de grandes sumas de recursos financieros. La extorsión y el manejo irregular de bolsas de dinero en efectivo y de programas sociales es la base de su creciente dominio al interior del partido y en la definición de candidaturas a puestos de elección popular. Ellos son, en verdad, los nuevos monarcas partidarios. Nunca han buscado el reconocimiento ni la autoridad moral. No tienen la más remota idea de políticas públicas ni de responsabilidades morales o éticas, escasamente tienen doctrina o formación política. Tienen poco que perder. Desde hace años actúan como operadores en las alcantarillas y son de los principales encargados de aceitar económicamente los canales extra-institucionales de la estructura partidaria. Pero también, la necesidad exponencial de dinero canceló nuestra vocación opositora en las entidades federativas y en muchos estados las direcciones del partido se convirtieron en prolongaciones vulgares de la oficina de los gobiernos locales y en cómplices silenciosos del derroche y la corrupción desatada por los funcionarios públicos con los recursos de los estados y municipios. La aprobación sistemática de las cuentas públicas de los gobiernos más corruptos sólo representa el desenlace de la colusión permanente entre dirigentes y mandatarios estatales. En muchos Estados ya se renunció a ser oposición y se cancela la obligación de constituir los contrapesos suficientes al abuso de poder. El Partido se quedó sin nada que decir, y en muchos lados, en verdad, ya no dice nada.
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El partido perdió la capacidad de indignarse. Ya no se indigna cuando hay más cosas por las que la izquierda debe indignarse. De la indignación surge la convocatoria nacional. Sin indignación ya no se puede convocar a ninguna lucha de transformación. Aún estará pendiente el contenido del nuevo mensaje y de la nueva conversación nacional que el partido entable con los jóvenes, los movimientos por los derechos humanos y con todos aquellos que luchan contra los abusos y por las libertades. Es una incógnita la nueva conversación entre el partido y todos los millones de mexicanos que son demandantes de gobiernos que funcionen con honestidad y que respeten la vida y la seguridad de las personas Se ha pagado un precio muy alto para mantener una base altamente clientelar de muchos afiliados y de muy pocos adeptos y simpatizantes. El llamado a blindar candidaturas o las reuniones con Presidentes Municipales para firmar nuevos códigos de conducta sólo aparece como una chapuza política. El gran reto es erradicar el actual sistema sobre el que funcionan el partido y muchas de sus corrientes internas. El verdadero reclamo radica en poner límites al enorme poder del dinero. Estoy claro que dicho debate trasciende el ámbito del PRD y tampoco se circunscribe a una corriente en lo particular. Es un padecimiento generalizado del sistema de partidos y del tipo y la organización que generan en la actualidad los altos costos de las campañas electorales. Pero la izquierda debe empezar. Soy de los fundadores del PRD. Lo he representado en el Congreso de la Unión y en la Asamblea del DF y en muchos movimientos de la sociedad. También tengo la parte de responsabilidad que debo asumir. Lo primero es volver a denunciar el sistema. Por otro lado, sólo me queda un enorme agradecimiento a miles de compañeros y compañeras que siguen militando dentro del partido. Para ellos un deseo sincero para que tengan éxito en sus convicciones de cambio. Muchas gracias. ATENTAMENTE ALFONSO RAMIREZ CUELLAR
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