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Julio Verne
Cinco Semanas en Globo
Julio Verne
Cinco semanas en globo Ilustraciones GERMĂ N BELLO
CONTENIDO BIOGRAFÍA 9 I «Excelsior» II Los diarios III Dick, el amigo del doctor IV Exploraciones africanas V Lo que queda entre las dos puntas del compás VI Un criado excepcional VII Especificaciones del globo VIII Importancia de Joe IX Curso de cosmografía por el profesor Joe X Ensayos anteriores XI Llegada a Zanzíbar XII Travesía del estrecho XIII Cambio de tiempo XIV El bosque de gomeros XV Kazeh XVI Signos de tempestad XVII Las montañas de la luna XVIII El Karagwah XIX El Nilo XX La botella celeste XXI Rumores extraños XXII El haz de luz XXIII Cólera de Joe XXIV El viento cesa XXV Un poco de filosofía XXVI Ciento trece grados XXVII Calor espantoso
11 17 21 31 37 45 51 57 63 69 75 81 89 97 107 119 129 141 151 157 165 175 185 195 203 211 217
XXVIII Noche deliciosa XXIX Indicios de vegetación XXX Mosfeya XXXI Partida durante la noche XXXII La capital de Bornu XXXIII Conjeturas XXXIV El huracán XXXV La historia de Joe XXXVI Un grupo a lo lejos XXXVII El camino del oeste XXXVIII Travesía rápida XXXIX El país en el recodo del Níger XL Zozobra del doctor Fergusson XLI Las proximidades del Senegal XLII Combate de generosidad XLIII Los Talibas XLIV Conclusión
225 231 237 245 251 259 267 273 281 289 295 303 309 315 323 329 339
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BIOGRAFÍA
Julio Verne, considerado el padre de la ciencia ficción moderna, nace en Nantes el 8 de febrero de 1828. Hijo primogénito de un abogado burgués, con sólo 11 años de edad y debido a la férrea disciplina del padre, huye de su casa para enrolarse como grumete en un navío hacia la India, pero, prontamente es atrapado y recuperado por sus padres; castigado y de regreso al hogar paterno es obligado a jurar solemnemente —para fortuna de sus millones de lectores— que sólo viajará en su imaginación y a través de la fantasía. Un juramento que mantuvo en más de ochenta libros traducidos a 112 idiomas, colocando a Verne en segundo lugar en la lista de vendedores de éxitos a nivel mundial. Su juventud y vocación le significaron continuos enfrentamientos con su padre, a quien las inclinaciones literarias de Julio le parecían del todo ridículas. Logra trasladarse a París donde tiene oportunidad de conocer a lo más selecto de la intelectualidad del momento: Víctor Hugo, Eugenio Sue, entre otros, consiguiendo la amistad y protección de los Dumas, padre e hijo. En 1850 culmina sus estudios de derecho y su padre le insta a volver a Nantes, pero Julio se niega, afirmándose en su decisión de convertirse en un profesional de las letras. Predijo con asombrosa exactitud muchos de los logros científicos del siglo xx. Describió los cohetes espaciales, sus dimensiones y características; anticipó detalles de lo que sería la primera misión espacial en pisar la luna; señaló con extraordinaria certeza el país que habría de lograr este avance y su más fiero competidor: Rusia; fantaseó con submarinos, helicópteros, aire acondicionado, la falta de gravedad, la relatividad del tiempo, aventuras de misiles dirigidos e imágenes en movimiento, descripciones hechas con increíble precisión mucho antes de que aparecieran estos inventos. Verne también participó de la vida política, llegando a ser elegido concejal de Amiens en 1888 por la lista radical, siendo reelegido en 1892, 9
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1896 y 1900. Ideológicamente era decididamente progresista en todo lo que concernía a educación y técnica pero de un marcado carácter conservador, y en ocasiones reaccionario. Murió el 24 de marzo de 1905 Escribió numerosas novelas y cuentos entre los que se destacan: • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •
1863 Cinco semanas en globo 1864 Viaje al centro de la Tierra 1865 De la Tierra a la Luna 1866 Viajes y aventuras del capitán Hatteras 1868 Los hijos del capitán Grant 1870 Alrededor de la Luna 1870 Veinte mil leguas de viaje submarino 1870 Gil Braltar 1871 Una ciudad flotante 1873 La vuelta al mundo en ochenta días 1876 Miguel Strogoff 1877 Las Indias Negras 1878 Un capitán de quince años 1879 Las tribulaciones de un chino en China 1882 Escuela de robinsones 1892 El Castillo de los Cárpatos 1896 Frente a la bandera 1897 La esfinge de los hielos 1901 El pueblo aéreo 1905 El faro del Fin del Mundo
*Referencias basadas en el artículo JULES VERNE de Manuel Domínguez Navarro, aparecido en el número 54 (Julio de 1983) de la revista 1984 y en el libro JULIO VERNE, ESE DESCONOCIDO, de Miguel Salabert.
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I
«EXCELSIOR»
E
n la sesión del día 14 de enero de 1862, en la plaza de Waterloo 3, el presidente de la Real Sociedad Geográfica de Londres1, sir Francis M., les comunicaba a sus ilustres colegas la novedad de un sorprendente proyecto, en un discurso que era interrumpido con exagerada frecuencia por los aplausos del auditorio. Mientras los asistentes comentaban entre murmullos de aprobación y gritos efusivos cada una de las frases de Sir Francis M., él finalizaba su intervención con expresiones de sonoro sentido patriótico: «Inglaterra ha marchado siempre a la cabeza de las naciones (ya se sabe que las naciones marchan universalmente a la cabeza unas de otras), gracias a la intrepidez de los viajeros que se interesan por lograr descubrimientos geográficos. (Numerosas muestras de aprobación). El doctor Samuel Fergusson, uno de sus gloriosos hijos, comprobará lo dicho. (Por doquier: ¡ Sí! ¡Sí!) Su intento, si alcanza el éxito (gritos de: ¡Lo alcanzará!), 1
Real Sociedad Geográfica, institución británica consagrada al progreso de la ciencia geográfica y al perfeccionamiento y difusión de los conocimientos en esta materia. Fundada en 1830, tiene sede en Londres y cinco secciones regionales en Gran Bretaña.
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entrelazará todas las naciones dispersas de la cartografía africana (vehemente aprobación), y si fracasa (gritos de: ¡Imposible! ¡Imposible!), quedará consignada en la Historia como una de las más atrevidas ideas del talento humano. (Entusiasmo frenético.)». —¡Hurra! ¡Hurra! —aclamó la asamblea, electrizada por tan conmovedoras palabras. —¡Hurra!, por el intrépido Fergusson! —exclamó uno de los oyentes más expresivos. El nombre de Fergusson estuvo en todas las bocas, entre los gritos de entusiasmo, lo que hizo estremecer el salón, y… tenemos razones válidas para creer que ganó mucho nivel pasando por las gargantas inglesas. Ese día, en la plaza de Waterloo 3, se habían reunido intrépidos viajeros, ahora envejecidos y fatigados, quienes desde niños quisieron recorrer los fantásticos rincones de la tierra para satisfacer la necesidad de aprender, experimentar y calmar la curiosidad nacida de su temperamento inquieto. Todos ellos, en mayor o menor medida, habían escapado física o moralmente a los naufragios, los incendios, las hachas de los indios, los rompecabezas de los salvajes, los horrores del suplicio o los estómagos de los antropófagos polinesios. A estos hombres ya nada les sorprendía, sin embargo, este discurso presidencial había acelerado los latidos de sus corazones. Fue amplia la expectativa que generó, al punto que la Real Sociedad Geográfica de Londres, sin duda, no recuerda otro triunfo oratorio tan completo. Pero en Inglaterra el entusiasmo no se reduce sólo a palabras, por el contrario, se convierte en hechos de manera tan rápida que, antes de terminar la sesión, se habían recolectado 2.500 libras a favor del doctor Fergusson. El valor de lo recaudado correspondía a la importancia del proyecto, como prueba del poder de convencimiento del discurso. Uno de los miembros de la sociedad interrogó al presidente para saber si el doctor Fergusson sería formalmente presentado. —El doctor se encuentra a disposición de la asamblea —respondió sir Francis M. 12
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—¡Que pase! ¡Que pase! —fue el grito generalizado—. Es bueno ver con nuestros propios ojos a un hombre de tan extraordinaria audacia. —¿No será que esta increíble proposición tiene en realidad la intención de embaucarnos? —dijo un viejo comodoro2, además de apopléjico, incrédulo. —¿Y si el doctor Fergusson no fuera real? —preguntó una voz maliciosa. —Tendríamos que inventarlo —respondió un bromista. —Hagan seguir al doctor Fergusson —dijo sencillamente sir Francis M… Entre estrepitosos aplausos el doctor entró, como buen inglés, sin conmoverse lo más mínimo. Era un hombre de unos cuarenta años, de estatura y constitución normales; el subido color de su semblante ponía en evidencia un temperamento sanguíneo; su expresión era fría, y en sus facciones, que nada tenían de particular, sobresalía una nariz muy voluminosa, como para caracterizar al hombre predestinado a los descubrimientos; sus ojos, de mirada muy apacible y más inteligente que audaz, otorgaban un gran encanto a su fisonomía; sus brazos eran largos y sus pies se apoyaban en el suelo con el aplomo propio de los grandes caminantes. En cuanto a la actitud del doctor, era de tal seriedad y tranquilidad que inspiraba credibilidad y confianza. Con un ademán amable, Fergusson pidió un poco de silencio al auditorio envuelto en hurras y aplausos. A continuación se acercó al sillón dispuesto expresamente para él y desde allí, de pie, dirigiendo a los presentes una mirada enérgica, levantó hacia el cielo el índice de la mano derecha, abrió la boca y pronunció esta sola palabra: —¡Excelsior!
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En Inglaterra y otras naciones, capitán de navío cuando manda más de tres buques.
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¡En otras palabras: lo máximo! ¡Así, el discurso de sir Francis M… había quedado atrás, muy atrás! Nunca una interpelación en la Real Sociedad había recibido tanto respaldo. El doctor se manifestaba a la vez sublime, grande, sobrio y circunspecto; había pronunciado la palabra clave para la situación: ¡Excelsior! El viejo capitán, en un cambio de actitud, apoyó a ese hombre extraordinario y pidió que el discurso de Samuel Fergusson fuera publicado en su totalidad en el Boletín de la Real Sociedad Geográfica de Londres. ¿Quién era aquel doctor y cuál el proyecto que iba a emprender? El doctor Fergusson era hijo de un intrépido capitán de la Marina Inglesa, quien lo crió muy cerca de los peligros y aventuras de su profesión. De niño no pareció haber conocido nunca el miedo, era poseedor de un talento despejado, una inteligencia de investigador, una envidiable afición a los trabajos científicos; mostraba, además, una habilidad poco común para salir de cualquier atolladero; nunca se apuró por nada de este mundo, ni siquiera lo intimidaba el protocolo social a la hora de servirse por primera vez en una comida de adultos. En definitiva, siempre mantenía el control. Disfrutaba la lectura de los proyectos audaces y de las exploraciones marítimas más descabelladas, desarrolló la imaginación, materia prima que hace posibles dichas empresas. Siguió con pasión los descubrimientos que señalaron la primera parte del siglo xix y soñó con la gloria de los MungoPark, de los Bruce, de los Caillié, de los Levaillant, e incluso un poco, según creo, con la de Selkrik, el Robinson Crusoe, que no le parecía inferior. ¡Cuántas horas bien ocupadas pasó con él en la isla de Juan Fernández! Tales tendencias se desarrollaron durante su aventurera juventud lanzada a los cuatro vientos, su padre, hombre instruido, no dejaba de consolidar su perspicaz inteligencia con estudios permanentes de hidrografía, física y mecánica, acompañados de algunas nociones de botánica, medicina y astronomía. El año de la muerte del digno capitán, Samuel Fergusson tenía veintidós años de edad y había dado ya la vuelta al mundo. Ingresó en el cuerpo de ingenieros bengalíes y se distinguió en varias acciones; pero la carrera de soldado no le convenía, dada su escasa inclinación a mandar y menos aún a obedecer. Renunció a la vida militar, viajó hacia el norte de la península 14
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índica y la atravesó desde Calcuta hasta Surate mientras cazaba o recogía hierbas3 para estudios científicos. Un simple paseo de aficionado. Desde Surate pasó a Australia, hizo parte, en 1845, de la expedición del capitán Sturt, encargado de descubrir ese mar Caspio, que se suponía existía en el centro de Nueva Holanda. Más dominado que nunca por la fiebre de los descubrimientos, en 1850, Samuel Fergusson regresó a Inglaterra y acompañó hasta 1853 al capitán Mac Clure en la expedición que recorrió el continente americano desde el estrecho de Behring hasta el cabo de Farewel. Fergusson era un verdadero aventurero, soportaba de manera sorprendente todas las fatigas, todos los climas, se hallaba a sus anchas en medio de las mayores privaciones. Como perfecto viajero, su estómago se adaptaba a cualquier clase de alimento, sus piernas se estiraban o se encogían según la improvisada cama y además se dormía a cualquier hora del día y despertaba a cualquier hora de la noche. Todas estas características le permitieron visitar durante dos años, 1855 hasta 1857, todo el Oeste del Tíbet en compañía de los hermanos Schlagintweit, para traernos de aquella exploración observaciones etnográficas4 de lo más curiosas. Durante aquellos viajes, Samuel Fergusson fue el corresponsal más activo e interesante del Daily Telegraph. He ahí que la condición de viajero va de la mano con la profesión de periodista y relator de lo que sucede en el mundo, siempre visionarios. El doctor era hombre bien conocido, aunque no perteneciera a ninguna institución científica, ni a las Reales Sociedades Geográficas de Londres, París, Berlín, Viena o San Petersburgo, ni al Club de los Viajeros, ni siquiera a la Real Escuela Politécnica, donde su amigo, el estadista Kokburn, tenía mucho peso. 3
Herborizar, recoger o buscar hierbas y plantas para estudiarlas.
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Etnografía, rama de la antropología dedicada a la observación y descripción de los distintos aspectos de una cultura o pueblo determinado, como el idioma, la población, las costumbres y los medios de vida.
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Pero Fergusson se mantenía alejado de las sociedades científicas, pues era feligrés militante, no hablante; le parecía mejor emplear el tiempo en investigaciones que en discusiones, y prefería un descubrimiento a cien discursos, en conclusión, para él era mejor la acción que la palabra. El doctor Fergusson durante sus viajes observaba cada detalle de los lugares que visitaba, siempre veía mucho más para aprender y calmar su carácter científico. No hacía otra cosa que obedecer a su naturaleza, creemos que era algo fatalista, siempre preveía la posibilidad de que las cosas no le resultaran bien aunque de un fatalismo muy ortodoxo, pues contaba consigo mismo y hasta con la Providencia; se sentía más bien empujado a los viajes que atraído por ellos y recorría el mundo a la manera de una locomotora, la cual no se dirige, sino que es dirigida por el camino. Era un verdadero andariego. —Yo no sigo mi camino —decía el doctor con frecuencia—; el camino me sigue a mí. De hecho, la indiferencia y sangre fría con que Samuel Fergusson acogió los aplausos de la Real Sociedad expresaba su posición: estar muy por encima de tales nimiedades, exento de orgullo y más aún de vanidad; le parecía muy sencilla la proposición que había dirigido al presidente, sir Francis M… y ni siquiera se dio cuenta del inmenso efecto que había producido. Después de la sesión, el doctor fue conducido al Traveller’s Club, en Pall Mall, donde se celebraba un soberbio banquete. Las dimensiones de los platillos servidos a la mesa eran proporcionales a la importancia del personaje, y el esturión que figuraba en tan espléndida comida no medía ni un centímetro menos que el propio Samuel Fergusson. Se hicieron numerosos brindis con vinos de Francia en honor de los célebres viajeros que se habían ilustrado en las tierras de África. Se bebió a su salud o en su memoria, y, por último, por el doctor Samuel Fergusson, quien, con su increíble proyecto, debía recopilar los trabajos de aquellos viajeros y completar la serie de los descubrimientos africanos.
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II
LOS DIARIOS
E
l Daily Telegraph, al día siguiente, en su edición del 15 de enero, publicó un artículo que creó expectativa sobre el proyecto del doctor Fergusson, concebido en los siguientes términos:
«África revelará por fin el secreto de sus vastas soledades. Un Edipo moderno nos dará la clave del enigma que no han podido descifrar los sabios de 60 siglos. En otro tiempo, buscar el nacimiento del Nilo se consideraba una tentativa insensata, una irrealizable quimera5. El doctor Barth, quien siguió hasta Sudán el camino trazado por Denham y Clapperton; el doctor Livingstone, que multiplicó sus intrépidas investigaciones desde el cabo de Buena Esperanza hasta el golfo de Zambeze; y los capitanes Burton y Speke6, con el descubrimiento de los Grandes Lagos 5
Fabuloso, fingido o imaginado sin fundamento.
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John Hanning Speke (1827-1864), explorador británico nacido en Bideford, Reino Unido. En 1854 se unió a una expedición para explorar Somalilandia, conducida por sir Richard Burton. Más tarde la Real Sociedad Geográfica financió (1856) una expedición de Speke y Burton cuyo objetivo era buscar los grandes lagos ecuatoriales que se creía que existían en África occidental, y que supuestamente eran las fuentes del río Nilo. En 1858 descubrieron el lago
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interiores, abrieron tres caminos a la civilización moderna. Pero el punto de confluencia, al cual no ha logrado llegar ningún viajero, es el corazón mismo de África. Ése es el punto al que se deben encaminar todos los esfuerzos. Luego, los trabajos de aquellos osados pioneros de la ciencia quedarán enlazados gracias al audaz proyecto del doctor Samuel Fergusson, cuyas trascendentales exploraciones han tenido oportunidad de apreciar en más de una ocasión nuestros lectores. Este audaz descubridor se propone atravesar en globo toda África de Este a Oeste. Si no estamos mal informados, el punto de partida de su sorprendente viaje será la isla de Zanzíbar, en la costa oriental. En cuanto al punto de llegada, sólo Dios lo sabe. El día de ayer fue oficialmente presentada, en la Real Sociedad Geográfica, la propuesta de esta exploración científica, a la que se concedieron 2.500 libras para sufragar los gastos del proyecto. Tendremos a nuestros lectores al corriente de tan intrépida iniciativa, sin precedente en los anales geográficos». Como era obvio, el artículo del Daily Telegraph causó un gran alboroto. Levantó las oleadas de la incredulidad, y el doctor Fergusson fue calificado como un soñador, inventado por el señor Barnum, que después de haber trabajado en los Estados Unidos, se disponía a «inventar» las islas Británicas. El hecho produjo incluso una respuesta humorística en Ginebra, en el número de febrero de los Boletines de la Sociedad Geográfica, su autor se Tanganica. Después, Speke continuó el viaje en solitario y se convirtió en el primer europeo que llegó al lago Victoria, que él creía era el nacimiento del Nilo. En otra expedición, esta vez con James Grant, descubrió (1862) unas cataratas en el lugar en que el Nilo abandona el lago, a las que llamó cataratas Ripon. Además cruzó el río Kagera, que más tarde se pudo comprobar que es el único tributario importante del lago Victoria. Speke y Grant descendieron por el Nilo hasta Juba, donde se encontraron con sir Samuel Baker y su esposa, que estaban haciendo el camino contrario. Speke negó de forma concluyente que el lago Victoria fuera el nacimiento del Nilo, en el debate público sobre el tema con Richard Burton, con quien había roto relaciones. Murió en un accidente con un arma de fuego del que muchos han sospechado que se trató de un suicidio. Escribió las obras Diario del descubrimiento de las fuentes del Nilo (1863) y Lo que nos condujo al descubrimiento de las fuentes del Nilo (1864).
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burlaba, con no poco ingenio, de la Real Sociedad de Londres, del Traveller’s Club y del fenomenal «esturión». Pero el señor Petermann, amigo personal del doctor Fergusson acalló al periódico de Ginebra con sus Mittneilungen, publicados en la ciudad de Gotha, en los que defendía y garantizaba a capa y espada la empresa de su valeroso amigo. El proyecto comenzó a caminar y todas las dudas se acabaron. En Londres se hacían los preparativos del viaje; las fábricas de Lyon habían recibido el encargo de una importante cantidad de tafetán7 para la construcción del globo; y el Gobierno británico ponía a disposición del doctor el transporte Resolute, al mando del capitán Pennet. Al fin, aparecieron los estímulos y estallaron las felicitaciones. Los pormenores del proyecto fueron publicados de modo detallado en los Boletines de la Sociedad Geográfica de París y se insertó un artículo especial en los Nuevos Anales de viajes, geografía, historia y arqueología de V. A. Malte Brun. Un minucioso trabajo publicado en Zeitschrift Algemeine Erd Kunde, por el doctor W. Kouer, demostró la posibilidad del viaje, sus probabilidades de éxito, la naturaleza de los obstáculos y las inmensas ventajas de la locomoción por vía aérea; lo único que censuró fue el punto de partida; creía preferible salir de Massaua, ancón de Abisinia, desde el cual James Bruce, en 1768, se había lanzado a la exploración del nacimiento del Nilo. Admiraba sin reserva alguna el carácter enérgico del doctor Fergusson y la fortaleza de su corazón para emprender semejante viaje. El North American Review (Revista de Norteamérica) vio, con no poco disgusto, que estaba reservada a Inglaterra la gloria de descubrir el centro de África; procuró poner en ridículo la proposición del doctor, y con ironía indicó que, ya que estaba en tan buen camino, no parara hasta América. En una palabra, sin contar los diarios del mundo entero, no hubo publicación científica, desde el Journal des Missions Evangéliques (Diario de las Misiones Evangélicas) hasta la Revue Algérienne et Coloniale (Revista Argelina y Colonial), desde los Annales de la Propagation de la Foi (Los Anales de 7
Tela delgada de seda, muy tupida.
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la Propagación de la Fe) hasta el Church Missionary Intelligencer (Iglesia Intelectual Misionera), que no tocara el hecho desde todos sus aspectos. El tema llevó a que en Londres y en toda Inglaterra se hicieran considerables apuestas: primero, sobre la existencia real o supuesta del doctor Fergusson; segundo, sobre el viaje en sí, que no se intentaría, según unos, y según otros se emprendería pronto; tercero, sobre si tendría éxito o no; y cuarto, sobre las probabilidades o improbabilidades del regreso del doctor Fergusson. De esta manera, crédulos e incrédulos, ignorantes y sabios, fijaron todos su atención en el doctor, quien se convirtió en una celebridad sin sospecharlo. Con gusto dio noticias precisas de su proyecto expedicionario. Hablaba con quien quería hablarle y era el hombre más franco del mundo. Se le presentaron varios audaces aventureros deseando participar de la gloria y peligros de su tentativa, pero se negó a llevarlos consigo sin dar explicaciones. Muchos inventores de mecanismos aplicables a la dirección de los globos le plantearon su sistema, pero no aceptó ninguno. Quienes le preguntaban si había descubierto algo nuevo sobre el tema, se quedaron en el aire sin ninguna respuesta y siguió ocupándose, de los preparativos de su viaje. Guardaba reserva absoluta.
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