Cratos y la chica

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Cratos y la chica El pedaleo constate de la bicicleta va dejando su huella en la arena. El rastro de las llantas desaparece poco a poco mientras las olas suben por la playa. Va a avanzando hacia Magdalena. Sergio contempla el amanecer por un lado y el mar por el otro. Respira profundamente ese aire húmedo de la costa y pisa con fuerza los pedales. Avanza lentamente mientras va marcando el rumbo de su destino. Va dejando atrás las playas de San Isidro y se adentra en un terreno algo virgen para el ejercicio físico. Se baja de la bicicleta y empieza a caminar al lado de las ruedas. Se detiene para observar las olas. Ese vaivén lo introduce en un mundo privado, como si el alma se quitara del cuerpo y viajara libremente por los campos salados del mar. De alguna manera el mar lo hipnotiza. Él no se resiste a su encanto. Para tratar de volver hacia la ciudad, Sergio tiene que llegar hasta el puente más cercano y subir al malecón. Camina lentamente pisando con cuidado las piedras que aparecen en el camino. El oleaje está bravo y cada vez le salpica más el agua sobre la ropa. Él apura el paso y cuando una gran roca se muestra firme para sus pies, una ola revienta tan fuerte en el litoral que lo asusta, él tropieza y la roca firme sede al impacto. Algunas personas que corrían esa mañana se detienen al escuchar su grito. La bicicleta completa la tragedia cuando cae sobre su tobillo dejando a Sergio incapaz de moverse solo.


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