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Tres obras de teatro y tres caminos La teatralización de una película ("La celebración"), un montaje de signo experimental ("Loros negros") y la reunión de recursos escénicos y de cine ("Rey Lear") caracterizan a obras con dispares resultados.

Viernes 15 de abril de 2011| por Leopoldo Pulgar Ibarra

No pensar que los excesos gestuales o énfasis dramáticos aseguran mayor verdad escénica; diseñar con rigor coreográfico la ocupación del escenario y dejar espacio para que los silencios (cómplices, desafiantes, hipócritas, culposos) también contribuyan a crear una atmósfera tormentosa fueron las mejores decisiones de Mauricio Pesutic, director de "La celebración" (en la imagen). Y, sobre todo, que le asignara a la síntesis verbal la función de vehículo transportador de una historia de familia, pedofilia e incesto, una adaptación escénica de la cinta del mismo nombre del dramaturgo inglés David Eldridge. Es cierto que estas opciones otorgan una cierta frialdad al relato. Pero se notan en consonancia con las actitudes de un grupo familiar acomodado que se reúne a celebrar el cumpleaños del padre. Desde el comienzo se advierte la existencia de secretos, prohibiciones, expectativas, como también cariños y deseos frustrados que ponen en alerta al espectador. Luego, las acciones se van componiendo como si fuera un rompecabezas sencillo que no pretende pasarse de listo. El numeroso elenco de buenos y conocidos actores en escena (doce) agregan a la síntesis algunas aristas del mundo interior de cada personaje. Soporte del montaje son las actuaciones. Y una larga mesa (una mesa siempre será un recurso teatral de primer orden) con varias sillas, instalada horizontalmente en el escenario, ºun comedor circundado por muros con dos puertas frontales. En este ambiente pulcro, educado y de buenas maneras sociales irrumpe el duro reclamo del hijo mayor (Benjamín Vicuña) contra su padre (Tomás Vidiella) y madre (Maricarmen Arrigorriaga). Denuncia ante todos los abusos sexuales contra él y su hermana, y el silencio de la madre. Frente a este aluvión la familia se abre en abanico, en la incredulidad, en la hipocresía, en el deseo de no alterar sus vidas tan bien llevadas. El padre conserva sus buenos modales y su orgullo. En este mundo de silencios y reacciones contenidas, los roles de Francisco Pérez-Bannen, Aldo Parodi y, especialmente, de Alejandro Sieveking, con su simpático y desubicado personaje, rompen en momentos la fría fisonomía familiar. Una obra que deja en el aire una sensación humana cruel e individualista. Y lo hace sin recursos fáciles. (C.C.Gabriela Mistral. Alameda 227. F: 638 7570. Ju., vi. y sá., 21.00; do., 20.00. $ 8.000, $ 4.000 y $ 3.500).


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