por
Prólogo
Lina Meruane
Diario del exceso Un ilusionismo deliberado Declaro ilusorio además de iluminado este nuevo diario de Marcela Trujillo. Ilusorio porque en el desparpajo de la ilustración y de la letra se traiciona la ambicionada transparencia de la confesión íntima y se carga de artificio. Digo engañoso, además, porque en estas páginas nunca existió la pretensión de una escritura privada que el diario supone. No se fantaseó con una llavecita de latón que protegería lo personal del indiscreto escrutinio de los ojos ajenos. Este diario es un texto abierto, escrito para ser mirado voluptuosamente por lectores voyeristas. Es un texto impúdico creado contra todo afán de ocultación. Un libro que aúlla por ser leído, que promete contarlo todo, con pelos y señales. Pero ahí está también su truco: ni se dice todo ni eso que se dice es la realidad. Algo ha quedado fuera de cuadro entre la captura de la anécdota real (iluminada por orejas de ampolleta, percibida en simultáneo por cuatro ojos malikeos), entre la captura, repito, y la transformación infligida por la mano maestra de la artista. Ese algo decisivo, restado o recortado de la escena, recubierto de arte, es la verdadera vida de Marcela Trujillo. Porque el suyo, he de insistir, es un trabajo de deliberado ilusionismo. Veamos qué trampas sutiles nos tiende la autora, qué indicaciones del pequeño fraude. El diario comienza estampando una fecha de inicio. Mes, escribe: Septiembre. Día, el 4 (como los ojos de Maliki, pienso, como número de la suerte). Año: el que ya pasó. A partir de esa declaración temporal (y del cierre que llega un año después, al final) sería lógico anticipar el relato sucesivo del día a día o al menos la narración lineal de la experiencia. Pero la fecha pronto se revela una demarcación arbitraria que acude a la convención de este género sin género (que carece de trama y de estructura preconcebida, que adolece de una identidad caótica y fragmentaria) mientras el tiempo chorrea su tinta en otro lugar, en el impreciso lugar de lo cierto.
No
debería extrañarnos el abuso de este y otros recursos. La artista se toma, como debe, sus licencias. Echa mano a lo que le resulta útil sin ceñirse a prescripción alguna. Elude la disciplina compulsiva de la escritura testimonial para permitir que su dibujo serpentee y subvierta la cronología. Romper la disposición lineal del diario no es mero capricho, sin embargo. Es necesario abrir el tiempo y quebrar la realidad como un huevo para darle cabida a otros elementos que la componen. El miedo (en letras crepitantes). La rabia incendiada. La ternura y el tierno besuqueo dentro y fuera de los globitos. El deseo rampante que llamamos pasión. Alguna vez una pena lacrimosa o raptos de desesperación a la que el dibujo le rinde un homenaje de tiritones. De lo que se trata es de añadir un subtexto emotivo, de sumar incógnitas síquicas o karmáticas y revelaciones espiri-
tuales, de empapar todos los huecos en blanco con los productos a menudo invisibles de la subjetividad. Repito la advertencia: lo central en la historia que viene a continuación no es el dato fidedigno y comprobable sino el acceso a las turbulentas corrientes emocionales que habitan la biografía de un personaje que viene a representar conflictos compartidos por tanta mujer que ha preferido aceptar humillaciones “porque esas cosas son una vergüenza” en vez de exponerlas y acaso pagar el pato. Es esa vicisitud inaceptable la zona que mejor alumbra, pienso, este diario iluminado.
La multiplicación de la Maliki Zanjado este punto, declaro que Trujillo sí ha escrito un diario: el diario de su pintoresco personaje. Lo más delicado de este trabajo seudoconfesional ha sido el procedimiento creativo de la autofiguración: la invención de un heterónimo –una autora ficticia, aunque dentro del texto– que conquistara, en el largo tiempo de la obra, una voluntad que excediera la de la propia Trujillo. Y la autora lo consigue: este diario es entonces la reconstrucción ilustrada de una vida mediada por un alter ego malikoso y caricaturesco que viene a sumarse a otros dobles de Trujillo, encontrables y hasta coleccionables en su ya dilatada trayectoria. Porque recordemos que antes de Maliki hubo otros personajes segregados del apellido paterno: Trukillo, Truki o Truka, todos nombres que señalaban los suculentos trucos pop de su pintura autobiográfica, personajes siempre disfrazados y paródi-
cos que ayudarían a desestabilizar el yo de Trujillo, a volverlo lúdico, disonante y heterogéneo en medio de la plana proliferación de lo biográfico en el arte actual. Maliki sería una adquisición posterior y neoyorquina, destinada a firmar los cómics eróticos que Trujillo publicaría tres años en el Clinic y luego en su primer diario, El diario íntimo de Maliki. Siempre con las orejas de ampolleta asomando entre su melena negra, constantemente mudando de talla y de etapa evolutiva, cambiando de estado civil, volviéndose madre, poniéndose más célebre aunque menos glamorosa, multiplicándose en roles que la volverían legión. Haciendo gala de una versatilidad manual asombrosa, Trujillo nos presenta, otra vez, ahora luminosa, a la Maliki como gestora del diario de un año de mala racha dominado por muertes dramáticas, disputas posmatrimoniales originadas por el diario anterior, epítetos telefónicos (“guatona asquerosa”) lanzados por una venenosa adversaria, vejaciones de editores ferozmente machistas (cuya paradoja es volverse, también ellos, personajes, ser fagocitados por la obra); todos males a los que se suma la escasez de “polvitos mágicos” y la compulsión del comer que la llevan al sobrepeso. El diario se vuelve lugar de aprendizaje y de supervivencia o iluminación en un mundo oscuro que no le entrega claves. A falta de modelos, Maliki debe encarnar y luego torcer varios tipos femeninos, patrones más o menos exitosos o fracasados y hasta nocivos que le servirán de material en un proceso de reconstrucción despiadadamente autoirónico (la ironía funciona aquí como antídoto de la depresión). Porque no falta malicia en la mirada de Maliki, y una actitud desaforada que transita por toda su obra como estandarte de liberación. Son estos, entonces, los estereotipos que encarna para vivirlos en carne propia. El de la Hija rebelde sin causa todavía conocida y el de la Hermana pataletera y envidiosa. El de la Esposa transformada en Divorciada Resentida. El de la Madre-Perfecta, toda bondad, y el de la Madre-Monstruo, neurótica, gritona, destructiva. El de la Amante lujuriosa e insaciable. El de la Profesora-Sirvienta. El de la Adicta. Todas versiones de una Maliki que en esta entrega aparece, hasta antes del final, “pasadita de peso”, sufriendo secretamente en un Chile dividido entre gordas y flacas. En todas esas Maliki rigurosamente pasionales se vislumbra una lucha denodada ante la rigidez de los roles que les toca interpretar, rigidez que para ser remecida requiere ser puesta bajo la lupa implacable de la dibujante. El diario asume entonces la condición de red que atrapa y sostiene a la caleidoscópica Maliki, y que permite inmovilizarla temporalmente para examinar sus contradicciones. El tormentoso tema del amor, por ejemplo: asunto ya apuntado en el diario precedente que reaparece críticamente aquí como “eterno ideal femenino de encontrar a la pareja perfecta”. Maliki declara, a posteriori, que ese ideal le ha resultado “anulador y servil”. No se trata
de una línea complaciente. Maliki se analiza sin pudor y sin lástima, se dibuja, se escribe (es decir, se metaforiza) en su papel de Mujer-Chocolate-en-busca-de-Hombres-Molde donde ella debía caer derretida para endurecerse a su imagen y semejanza. Si el matrimonio fue “derretirse por la ley en el molde de un hombre que quería una esposa devota y una madre para sus hijos”, el divorcio tendría que haber sido un “desmoldarse para volver al estado original”. Solo que al hacerlo Maliki descubre que esto no es del todo posible: en ese lapso se ha vuelto madre. Madre contra su voluntad, para satisfacer a un hombre. La crudeza de esta aserción rompe en pedazos la imagen de la maternidad como estado sublime. La Madre-Perfecta no es más que un momento de paz o de pausa en la sufrida existencia de la Madre-Monstruo. Evitando, sin embargo, toda vilificación, Maliki aprovecha el instante para entender y reconciliarse de una vez por todas con su mamá, es decir, para afianzar solidaridades femeninas que antes habían estado aplastadas por una devoción sin par hacia el universo de los hombres.
Y a propósito de caídas de sopetón y transgresiones de estereotipos menciono uno de los personajes más hilarantes de este diario: la Profesora-Insigne. Que es más bien la PobreProfesora y la Profesora-Gruñona, porque, como todo personaje que se precie de tal, este también sufre el síndrome de personalidad múltiple. Importa mirar desde el interior de la farsa universitaria a esa Maliki sufriendo las pellejerías en las que la sume su mezquino contrato de “prestadora de servicios”. Los aprendizajes que le otorga su triste rol de Profesora-Nana (vestida con un elocuente delantalcito) la llevan, sin embargo, a retroceder veinte años para echarle un ojo al pasado, para observarse y verse como la estudiante ochentera y radical que fue, en abierta rebelión contra el tiro conceptual de la Escuela de Arte, tan poco afecta a los destellos populares de lo íntimo que ella ahora encarna con desfachatez. Los sacrificios que le impone el trabajo, el de la maternidad (precedida, como labor, por su pega de babysitter en Nueva York) y el de la docencia (su otra experiencia laboral fue la de cajera de telequipos en Avenida Matta), revelan su incapacidad para ejercer cualquier labor con el entusiasmo que le produce el oficio del arte. Porque mientras todo trabajo es una forma de encierro codificado y solemne, el arte de Maliki se define por el despilfarro, por el goce despelotado, exacerbado, sin restricciones. Ese es su único móvil.
Dietario del exceso Dibujadas a pulso, velozmente manuscritas y salpicadas de erratas como señal del apremio, las páginas de esta picaresca femenina exhiben un carácter maniático y abundante. Es un método de trabajo pero también un viejo estilo que ya se encuentra en los dibujos realizados durante la tierna infancia de Trujillo. En lo poco que ha quedado de las precoces esquelas de la artista hay una infinitud de
personajes, la hoja se ve saturada de objetos disímiles, cargada de letras y de signos. En los años sucesivos de la adolescencia, el exceso detallista sería su principal escuela, su forma de espantar la torpeza, su modo de ganar destreza para la obra muscular que vendría después. Y aunque durante algunos años la pintura incautó toda la energía de su mano derecha, al regresar, años más tarde, Trujillo, a la tinta china y al lápiz, reaparecería esa cualidad abigarrada que ahora tensa la también desbordante escritura de este diario. Pero alto ahí. Cuando digo desbordante y abigarrado no pienso en un asunto exclusivamente técnico. Es cierto que dibujar y escribir –que aquí van literalmente de la mano– evocan un acto corporal que se expresa en la forma del exceso. Es también verdad que ese estilo le otorga una intensificación dramática al relato del diario, género amenazado, como se sabe, por la monotonía. Pero más allá de estas consideraciones, la abarrotada factura de este diario es requisito indispensable para dar cuenta de las múltiples y agotadoras vidas de Maliki, para servir de espejo a su sique hiperventilada y voraz. El exceso, insisto, es el alma de este diario superior. Su imagen más contundente es la que cierra sus páginas. Entregada a satisfacer una avidez existencial y el goce irrestricto, insaciable, y hasta erótico de la comida, Maliki arriba a la zona cero de la obesidad. El momento es serio –lo que hay detrás de todo es un miedo al vacío que pide ser llenado– pero se trabaja, ese momento, muy a la Trujillo, con humor y obsesividad. Maliki, la incombustible, busca una solución y la encuentra en una terapia grupal con un nombre perfecto: Goce. Contra el exceso anterior surge el autocontrol. Se hace el esfuerzo, histórico, supremo y acaso final (pero eso lo descubriremos en el próximo diario) por maniatar al Monstruo Hambriento Boicoteador (que es también Maliki) que la incita a romper la dieta. Maliki examina descarnadamente los puntos débiles de su espíritu para fortalecerse y cambiar. El diario adquiere entonces una última función de contención, la del diariodietario, el género más apropiado para la nueva encarnación del heroico y paródico alter ego de la artista: la Flaca Maliki.
© Marcela Trujillo © Ocho Libros Editores Primera edición de 1.000 ejemplares, impreso en los talleres Maval en octubre de 2013. Inscripción RPI 234.176 ISBN 978-956-335-178-1 Impreso en Chile | Printed in Chile Fotografía de portada Daniel Montecinos www.danielmontecinos.cl Diseño y diagramación Carolina Zañartu Modelación Maliki plasticina Cecilia Toro www.plastivida.cl EQUIPO OCHO LIBROS Director editorial Gonzalo Badal Productora editorial Sandra Gaete Editora Florencia Velasco Directora de arte y diseño Jenny Abud Digitalización de imágenes Matías García Postproducción digital de imágenes Gustavo Navarrete Corrección de textos Edison Pérez
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Espinoza Trujillo, Marcela Diario iluminado de Maliki 4 ojos Santiago, Ocho Libros Editores 2013, primera edición. 180 pp. / Ilus.
Abrir este libro es como sentarse cómodamente en el living de una amiga a contarse las penas y destapar vergüenzas, tomarse un vino riendo a carcajadas de las mas absurdas historias, pelambres y desventuras, para terminar compartiendo sueños y cambiando el mundo… Marcela sabe meternos en su mundo con sus dibujos, pero lo mas importante de todo, logra conectar con esa fibra de humanidad que nos hace ser los personajes perfectos para cualquier comic. Gracias Maliki por compartir lo que mas te gusta. Sol Díaz
Maliki no tiene pelos en la lengua. Nos cuenta con sus dibujos potentes su vida cotidiana, su amor y odio, sus miedos y su lado oscuro, donde probablemente todos nos sentimos identificados. Power Paola
ISBN 978-956-335-178-1
9 78 956 335 178 1