El último día del año Gonzalo Ilabaca
pĂĄgina de cortesĂa
El último día del año Gonz alo Il abaca
Obra portada: Gonzalo Ilabaca, autorretrato 31 de Dic. 2013. (60x52 cms.) Óleo sobre tela, Valparaíso EL ÚLTIMO DÍA DEL AÑO © Gonzalo Ilabaca ISBN: XX XXX XXXX -XX (pendiente sacarlo) 1.000 ejemplares Impreso en imprenta XXXXX Diseño y diagramación: Carolina Zañartu Corrección de textos: Claudia Urzúa Registro fotográfico: Carolina Vásquez
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El último día del año Gonz alo Il abaca
Lo Bello y lo Triste Jorge Coulon Larrañaga Leo recurrentemente que Gonzalo Ilabaca es un pintor autodidacta. La verdad es que más allá de esta cualidad, que lo emparenta a autodidactas como Portocarrero, Bacon o el Aduanero Rousseau, al físico Einstein, a escritores como Borges o Saramago, por nombrar solo algunos, Gonzalo Ilabaca es un pintor mayor en el paisaje fragmentado de la plástica chilena. Su obra es una crónica de viaje, de un viaje por la geografía y por el interior de sí mismo. Países cromáticamente fuertes, humanamente variados, culturalmente potentes - India, Nepal, Tailandia, Malasia e Indonesia, más tarde México y Guatemala- van surgiendo como una bitácora en sus cuadros, preferentemente centrados en el rostro humano y sus circunstancias, en miradas cargadas de tristeza, tal vez de melancolía, porque el trabajo de los ángeles es un trabajo necesariamente melancólico, como el de los amantes y los militantes de la belleza, esos autodidactas “que jamás tuvieron un maestro y deambulan desprovistos de todo plan”. Ilabaca pinta desde la experiencia, nadie le vino a enseñar los colores, entraron infinitos y violentos por las ventanas de los trenes, los barcos o las micros de mala muerte que lo trasladaban por esos parajes “exóticos” entre esa gente carente de toda maldad perversa y sistemática, esa gente -como dice de manera escalofriantemente bella el pintor- que “lleva dentro, junto a su propia derrota, el misterio de la belleza que los salva”. Esta retrospectiva es una autobiografía, no la de los personajes para las editoriales, escritas desde una perspectiva donde los hechos adquieren una coherencia y una concatenación que la vida no tiene. Es un diario de vida donde se apunta y señala esa circunstancia en ese momento. Gonzalo Ilabaca no pinta bucólicos recuerdos ni envía postales de viaje, pinta (y escribe) por necesidad, como respira, como camina, como se sorprende, como se enamora, y esta necesidad suya la va convirtiendo en pequeños milagros cotidianos. Su puerto de recalada no podía ser otro que Valparaíso, ¿Dónde más podía convivir con tanto color? ¿En qué otro lugar podía seguir viajando para siempre dentro de sí mismo? El Valparaíso jamás fundado permite a Gonzalo Ilabaca -y a cada uno de sus habitantes- la fundación permanente de su propio Valparaíso, una apuesta arriesgada en esta ciudad tan viva en su permanente agonía. Así, en su pintura, una pátina de tiempo o de pudor atenúa los alardes cromáticos de la ciudad, apareciendo una conmovedora soledad que a su vez comunica una esperanzadora ternura. Brueghel (el viejo) sorprendió con la irrupción del campesinado, sus fiestas y su vida cotidiana en el refinado arte de su época, Chagall echó a volar las aldeas judías, las vacas, los amantes y los violinistas de la Rusia profunda. Una vez más, desde la periferia, a través de lo bello y lo triste un pintor en Valparaíso cuestiona el centro, absorbiéndolo y renovándolo.
El último día del año Desde el año 1992 en adelante, todos los 31 de diciembre me hago un autorretrato. No se trata de un acto introspectivo sino más bien de una celebración por vivir un año más de la pintura. Son 24 autorretratos, cada uno de ellos rodeados de pinturas de todos estos años. Todas estas pinturas corresponden a viajes. Viajes por Valparaíso, la India, Centroamérica o viajes al interior de uno mismo donde no es necesario salir de la casa. La biografía de un pintor son sus imágenes. Uno está de viaje cuando cruza una frontera. Cuando estamos en peligro, entonces estamos en un viaje. Gonzalo Ilabaca (1959). Valparaíso, Enero 2016
Página opuesta Autoretrato de fin de año, 31 de Dic. 2008. (73x62 cms). Oleo sobre tela. Valparaíso.
Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela
Página opuesta Autoretrato de fin de año, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 2003. Oleo sobre tela
Página opuesta Autoretrato de fin de año, 31 de Dic. 2008. (73x62 cms). Óleo sobre tela. Valparaíso.
Izq. arriba Autoretrato 2008. (73x62 cms). Óleo sobre tela. Valparaíso.
Der. arriba Autoretrato 2008. (73x62 cms). Óleo sobre tela. Valparaíso.
Izq. abajo Autoretrato 2008. (73x62 cms). Óleo sobre tela. Valparaíso.
Izq. abajo Autoretrato 2008. (73x62 cms). Óleo sobre tela. Valparaíso.
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Pinturas del Valparaíso nunca fundado Valparaíso nunca fue fundado, no tiene una plaza de armas, no tiene un centro, sino muchos. Valparaíso nunca tuvo un ancla. Una gran ola levantó a este puerto y lo estrelló en una roca conocida como la Cueva del Chivato. Desde hace años que Valparaíso está varado en la costa de Chile, en el 33º 02` latitud sur y 71º 37` longitud oeste. El océano Pacífico inunda sus bodegas cubriendo de óxido su orgulloso pasado. Valparaíso es el puerto de la fama y el olvido. Aquí el todo es más que la suma de sus partes. Es como la historia de la humanidad: Aparece grandiosa a la distancia, pero en su esencia está hecha de innumerables tragedias. El todo es lo que seduce, como la vista del anfiteatro. Las partes, las que rechazan, como la falta de oportunidades o de trabajo. Hay porteños resignados que hace años no bajan de sus cerros. Otros se han ido, como muchos inmigrantes o enamorados del puerto. Valparaíso, capaz que se caiga, capaz que se incendie, capaz que se hunda. Extracto del catálogo “Pinturas del Valparaíso nunca fundado”, 2010.
Circo 1992 (39x36 cms). Óleo sobre tela. Valparaíso.
Autoretrato de fin de año, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela • Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela • Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1994. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de año, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela • Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela • Autoretrato de fin de año, 2003. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1992. Oleo sobre tela
Autoretrato de fin de a単o, 1994. Oleo sobre tela
De la India a Indonesia Pinturas y relámpagos
CALCUTA, Junio 1996 Estamos en Suda St. Calcuta. La calle es un río por el monzón, el agua nos llega hasta las rodillas. Mujeres con sus sarees mojados pegados al cuerpo y su pelo negro largo y despeinado, cruzan las calles inundadas. Sólo mis ojos ven una antigua y sensual película asiática. Lo que los turistas europeos aquí ven son mendigas, jóvenes madres con sus crías pidiendo comida. Con el ejemplo de la madre Teresa de Calcuta, los extranjeros toman a los niños en sus brazos y les hacen cariño. A veces le invitan un plato de comida. Pero yo sólo veo hermosas panteras con sus cachorros, eróticas pieles oscuras, duras como la piedra del templo de Khajuraho, increíbles brazos largos esculpidos en el ébano, en la madera de la rosa. Ellas son las preciosas esculturas vivientes del museo de la India ¿Tienen hambre?- no lo sé. Solo sé que representan una danza en un dintel invisible. Sus caderas son el símbolo del infinito y quien se adhiera a ella vivirá eternamente. La flor de loto está impresa en la palma de sus manos, sus pies dejan rastros astrológicos en el blanco mármol de las playas. De su sexo salió el rayo que iluminó a Buda, su mirada volvió loco al árbol Banyian. Sus ojos no tienen pupilas, sus labios siempre sonríen, en su garganta hay un precipicio sin fondo, sus muslos son más fuertes que una pitón. Ellas están ahí, en las calles de Calcuta. Ajeno a todo esto, con sus gestos nos piden rupias, quieren comida, nos muestran sus hijos…Las mujeres mendigas de Calcuta. Extraído del catálogo “De la India a Indonesia” (1998).
Bameri, 1996 (42x42 cms). Óleo sobre tela. Tailandia.
Bangkok de noche, 1996 (42x42 cms). Ă“leo sobre tela. Tailandia.
De las cantinas de real de 14 a las flores del Lago Atitlán México y Guatemala Atitlán, Agosto 1990 Apenas cruzamos la frontera de Tapachula nos dirigimos directamente al lago Atitlán y de inmediato nos sentimos en la profunda América con sus plantaciones de maíz y los bellos campesinos al borde de la carretera con sus trajes bordados de todos colores, hombres y mujeres. Todos los días me preguntaba como un lago así, tan central en América, podía mantenerse como si estuviera en un recóndito lugar de Bolivia. ¿Qué protege al lago Atitlán? El hecho de que sean todos campesinos es una gran ventaja y -digan lo que digan- mientras más campesinos y más analfabetos, la cosa es mejor, pues es la única forma de no caer en el mundo de los esclavos modernos. Ser campesino y no vender o dejar que te quiten tu pedazo de tierra donde sembrar, es la única manera de no perder en el futuro. ¿Pero hasta cuando resistirán? Con sorpresa veía cómo llegaban a sus mercados sacos de ropa americana y relojes despertadores por 5 quetzales ¿Despertadores para qué, si ellos siempre se han levantado a las 5 de la mañana? Sus ropas son su dignidad, cada pueblo tiene la suya propia. En la escuela comienza la decadencia, en las letras y en el uniforme. Todos sabemos que a las lecturas que tendrán acceso serán más para perjudicarlos que para ayudarlos. Mientras tanto el uniforme escolar los va destruyendo por fuera. Una vez puesto, los niños ya no querrán más vestirse como sus padres y los padres los obligarán a usarlo por el dinero que gastaron al comprarlo. Extraído del catálogo “De las cantinas de real de 14 , México a las flores del Lago Atitlán”, Guatemala (2001)
Gloria, 1999 (42x42 cms.). Óleo sobre tela. Guatemala.
Los militantes de la belleza En el mundo debe haber miles de Militantes de la Belleza. Enormes ejércitos invisibles en contra de un mundo grosero y hostil aún más numerosos. Pero su forma de actuar es paradójica, pues ni ellos mismos saben que luchan. Los Militantes de la Belleza ni siquiera se reconocerían entre sí pues no escuchan una sola música -sino muchas- y deambulan desprovistos de todo plan; jamás tuvieron un maestro. Muchos incluso actúan desde su inconsciente, desencadenando actos de cotidiana pureza. No son santos ni tan buenos pero carecen de toda maldad perversa y sistemática. En eso se parecen. Ellos llevan adentro, junto a su propia derrota, el misterio de la belleza.
Todo es bello en nostalgia, 2005. (73x63 cms.). Óleo sobre tela. Valparaíso.
El retorno de un ángel Dicen que “una golondrina no hace verano”. El retorno de un solo ángel tampoco nos devolverá al paraíso. Cuando se separaron los amantes perdimos el paraíso, porque los amantes son nuestra patria de origen. Un tercio de los ángeles se perdió en ese cataclismo invisible. A partir de ahí se originó el mundo tridimensional tal como lo conocemos y todo el mundo que vemos sucedió para que se vuelvan a encontrar los amantes. El ángel -el andrógino- representa el último recuerdo de ese dolor original.
Extraído del folleto “El retorno de un ángel” (2015)
Autoretrato de fin de año, 1994. Oleo sobre tela
©Fotografía Marcelo Porta
Entrevista al pintor de hospitales Santiago Elordi
Ha pintado mucho. Su belleza es antigua y desconcierta. Ha vivido mucho. Ha querido, o ha necesitado jugar con su vida, mudando de piel como las culebras, ha cruzado desiertos, usado trajes con botones dorados. No usa celular. Parece un tipo duro, callado, pero en cualquier momento se vuelve un conversador imparable. Depende de la temperatura del ambiente. Austero, prolijo, obsesivo en su biografía, se ha tallado vehemente, como si su carácter fuese una roca, perfiles, ángulos y niveles insondables. Más, diría que mucho más que los artistas de mi generación. A sus cincuenta y tantos intenta no lamentarse, continua escondiendo el sufrimiento, pero no siempre lo consigue. ¿Quién lo consigue? Tiene un humor que le permite seguir de largo cuando el miedo lo acecha. Pescados, bares, viajes o mujeres hermosas, algo en él ha permanecido inmutable: Pintar y la concepción de que la vida puede ser una obra de arte, inventado un mundo, amplio, coherente, donde a veces se pierde como un loco. Sus nombres han sido Yuri U k., coyote Zampanó, Duncan, es mi hermano California. Un día me regaló una camisa y me dijo que yo sería su poeta del futuro y él un pintor del pasado: Eso lo tranquiliza y lo alegra, no sé por qué. “El último día del año” es una retrospectiva. ¿Qué te parece presentarla en el Parque Cultural de Valparaíso? Me encanta, se trata de una muestra que abarca casi todas mis épocas pictóricas, en un Parque que tiene una sala que se presta a exposiciones grandes. Además, hay cuadros expuestos aquí que yo llamo “los cuadros castigados” que fueron pintados en la época cuando este lugar era una cárcel. Me alegra que estos cuadros castigados hoy estén en un espacio abierto. Con respecto a la muestra, el hilo conductor son los autorretratos que todos los 31 de diciembre me pinto desde el año 1992 en adelante. Se trata de un acto que hago para celebrar que viví otro año más de la pintura. Son 24 autorretratos, cada uno de ellos rodeado de pinturas de todos estos años. Todas estas pinturas corresponden a viajes. La biografía de un pintor son sus imágenes.
¿Qué es lo que te interesa del autorretrato como género pictórico? La verdad es que el tema de los autorretratos no me interesa demasiado en la pintura ni en la escultura. Nunca fue imperioso para mí saber cómo era el rostro de Rembrandt, de Brueghel, de Leonardo. Salvo en Van Gogh -donde sí podemos ver su vida trágica- no me trago eso de que en el autorretrato está toda la psiquis del pintor. Para mí, en general, los autorretratos son un tema anecdótico. Esta es una exposición de autorretratos y me dices que los autorretratos no te importan mucho…. Estos autorretratos son un acto simbólico, pintados en un día especial, que conforman una serie. Pero lo que aquí hay es mi trabajo. Hay quienes trabajan en un barco, en un supermercado, en un circo ¿Cómo es la vida ahí?...Aquí está la vida de quien trabaja con pinceles y colores. La idea de esta entrevista es ampliar tu retrato. ¿Cuántos nombres tienes como artista? ¿Por qué te cambias de nombres? Mi nombre es Gonzalo Ilabaca, pero yo no me inventé ese nombre. La pintura es un acto creativo y por lo mismo sentí motivante inventarme también otros nombres: Hoy, cuando salgo a la calle con mi camisa floreada, me llamo Rudy California “pintor de hospitales”. Pero antes, también me he llamado Konstantin Berlioz, Yuri u K., Zampanó, y con mi familia también fuimos “los Duncan contra un mundo grosero y hostil”. Los títulos de tus obras también son muy variados. Los cuadros inspiran esos títulos. Cuando aparece el título, quiere decir que el cuadro está terminado. Eres un pintor prolífico ¿Cómo es tu ritmo de trabajo? Soy un pintor que pinta rápido, soy un pintor que tengo todo el día para pintar y soy un pintor adicto a la trementina. He pintado muchos cuadros, de distintos tamaños, siempre óleo sobre tela. No soy perfeccionista. ¿Vives de la pintura? Sí, es casi una vergüenza, pero nunca le he trabajado un peso a nadie.
¿Sólo has pintado en tu vida? Bueno, una vez en Barcelona, en el año 1986, con Pilar trabajamos en un hotel de tercera categoría en la plaza Real. Se llamaba Colon 3, hacíamos limpieza y atendíamos la recepción. Colgábamos las sábanas en el terrado, limpiábamos baños, recuerdo los pequeños pelos negros de los marroquíes en los lavatorios blancos… Parecían tipografía de una tribu árabe. A ese hotel llegaban más que nada marroquíes, parejas que iban con destino a Londres a hacerse un aborto. También había traficantes de hachís. Un árabe quería llevarse a Pilar a trabajar a su pueblo en el desierto, en un mapa nos mostró donde estaba su aldea. En el hotel Colón 3 nuestro huésped más distinguido era una vieja señora inglesa que había elegido a Barcelona como la ciudad más barata del mundo para vivir de su pensión. Tenía un dibujo original de Kandinsky en la cómoda, porque había sido su secretaria. Ella al principio se quejaba de cómo yo le hacía la cama. Debe haber estado en lo cierto porque nunca he podido hacer bien una cama. Pero me gusta hacerlas, tiro las frazadas y las sábanas juntas, como si ensillara un caballo. La cosa es que nos amigamos con la inglesa el día que le atrapé un ratón en su pieza. Lo acorralé en un hoyo y como no podía atraparlo lo quemé vivo por la cola, que era lo único que se le veía. ¿Y de ahí en adelante no trabajaste nunca más? Nunca más. Antiguamente las abuelitas decían “al que no quiera estudiar pásenle la pala y la picota”. Y como yo ya no quería estudiar (me salí de medicina) me aferré al pincel y desde ahí no he tenido otros trabajos que no sea pintar. ¿Por qué abandonaste medicina? Cuando en tercer año entré al hospital y me encontré con los enfermos, me di cuenta que la medicina no era lo mío. No me gustaba lo que veía. El arte para mí significaba la posibilidad de vida dentro de la vida. Quería algo menos real, menos pragmático. No me veía para siempre en un hospital, sanando a humanos para que luego volvieran a sus casas en una micro, cansados del trabajo. ¿No te dieron ganas de estudiar arte? Después de medicina no quise entrar a más aulas. Al poco tiempo conocí gente del arte porque arrendamos casa juntos. Ahí compartíamos el taller y la amistad, pero
yo sabía que la vida estaba afuera, en la calle, en el viaje. Era desde ahí donde tenía yo que sacar las experiencias más que del mundo del arte o los artistas, porque sabía que si quería entrar a ese mundo debía olvidar mi barrio, mis amistades, mi religión, mi ciudad, mi país, y todo lo que me separaba de una nueva vida. Tuviste un cambio total… Una vez, una mujer a quien le pregunté en qué trabajaba, me respondió: “Trabajo para un jefe que me exige demasiado”. Ella era una secretaria alemana. De ahí para adelante yo digo lo mismo: “Trabajo para un dios que me exige demasiado”. ¿Para qué dios trabajas? Para muchos dioses, pero sobretodo uno, el dios sol, que es el dios de la luz, el dios de los pintores. Has sido por tiempos un pintor viajero, en estos viajes has involucrado a tu familia, es algo distinto a otros artistas. Sí, generalmente, el artista va por un lado, la familia por el otro. Pero yo siempre he tenido el taller en la pieza del lado de donde duermo. Cuando nacieron mis hijas, eso continuó igual. Cuando viajábamos por la Ruta 5, en 1990, en la biblioteca de Caldera encontré el libro “El Gran Dinero”, donde John Dos Passos narraba la biografía de Isadora Duncan, la bailarina americana que viajaba junto a su madre y sus dos hermanos por el mundo, todos haciendo arte. Eran una tropa de locos. Eso me encantó y desde ahí mi familia comenzó a llamarse “Los Duncan contra un mundo grosero y hostil”. Por eso fuimos todos a la India, todos a México y todos nos quedamos en Valparaíso. Al quedarnos en Valparaíso desviamos el curso de nuestras familias santiaguinas y nuestras hijas se criaron como porteñitas, potenciando sus vidas y su arte. ¿Por qué llamas “los cuadros castigados” a esos primeros cuadros en Valparaíso? Cuando llegué a Valparaíso en 1990, además de bares como el Roland Bar, también pinté cuadros de un Valparaíso dramático, cuadros invendibles de suicidas, incendios, espectros, seres perdidos y esos cuadros los tengo guardados en una pieza oscura, la pieza de los cuadros castigados.
¿Ahora hay menos drama en tu pintura? Sí, muchísimo menos. Cuando eres joven lo dramático atrae, se trata de una escuela de aprendizaje adonde te tienes que poner a tono con los sufrimientos de todos aquellos artistas que admiras, cuyas vidas muchas veces fueron dramáticas. Después buscas otras cosas. A veces, todavía me salen cuadros dramáticos, porque la vida es así o al menos tus pensamientos también son cruzados por las tragedias, tuyas y las del mundo. ¿Has tenido tragedias personales? Ninguna por suerte, los dioses para los que trabajo me han tratado entre algodones. ¿Te crees elegido por los dioses que hablas así? Mi psiquis va por hablar en serio pero no hay que creer en nada muy en serio. La creación nunca es seria. ¿Acaso un árbol es serio? ¿O una pintura es seria? Pensar puede ser serio, o hablar, pero crear es como comer, nadie come en serio. ¿En qué tendencias te sitúas como pintor? Estoy lejos de la academia y de las vanguardias. Como pintor me diluyo en la tradición. Dalí decía que todo lo que no es tradición, es plagio. Yo pinto porque me gusta y para celebrar lo que me gusta. Y uso mi mano, el pincel y la tela, que no han cambiado nada en mil años. ¿Cuál sería el artista más importante del plagio? Sin duda que Duchamp. Llevar un urinario a un museo fue un plagio extraordinario, al menos para los gásfiter que instalan urinarios. Es poesía y filosofía profunda y superficial al mismo tiempo. Pero de esa misma época, yo me quedo con Picasso que continuó aferrado al pincel. ¿Es decir que las instalaciones, intervenciones urbanas, happenings y arte donde no hay pincel, no te interesa? Las artes visuales que no tienen la acción de la mano como talento y artesanía, me interesan sólo si tienen poesía. Porque si es sólo por conceptos, prefiero encontrarlos en la filosofía. Cuando entro a una expo de pintura y hay un televisor prendido, altiro para mí hay olor a farsa. Pero no estoy en contra de las instalaciones o happenings, sencillamente porque es absurdo estar en contra de tu época. Desde hace mucho tiempo -prácticamente
después del Renacimiento- artistas y filósofos se vienen quejando de lo que llamamos “progreso” y yo les encuentro toda la razón, pero ¿De qué sirve eso?... De nada. Prefiero entonces aquellos artistas optimistas, como el poeta Cendrars, que amaba la velocidad del automóvil. Tus colores más usados, los más queridos ¿Cómo aparecen en tu pintura? Nunca me ha preocupado mucho el color en mi pintura. Yo busco atmósferas y esas atmósferas necesitan colores, por lo tanto los colores son un medio para crear esas atmósferas. Algunas de esas atmósferas son lugares de la realidad, como un templo asiático o un burdel de Valparaíso, otras son del mundo interior o simplemente son imágenes estéticas que vienen de la historia de arte. Para mí, pintar es celebrar la vida, cristalizándola en imágenes para que le sirvan a alguien y también para que trasciendan. ¿Por qué trascender? El arte debe trascender en el tiempo porque a fin de cuentas es lo único que queda de otras culturas anteriores. El tiempo embellece al arte. Los momentos deben ser efímeros pero el arte debe ser lo más eterno que pueda. ¿Qué sentido ha tenido el viaje para ti? Hay viajes hacia afuera y hacia adentro de uno y ambos me importan pues te mantienen despierto. El viaje sirve, a fin de cuentas, para ser más alegre porque te das cuenta que eres pequeño y que puedes disfrutar de lo inmenso. En todo caso, no me siento un viajero, sino un pintor que necesita salir de viaje cuando comienza a aburrirse de su propio trabajo. ¿El trabajo de taller aburre? Lo que aburre es el exceso de mente y el exceso de realidad. Hay que mezclar ambas y el taller, como los sentimientos, tiene que ser itinerante. Pero estos últimos años no has salido mucho… Hace años que no salgo de Valparaíso y hace años que no pinto Valparaíso. Después de los 50 años, hay que poner más atención al mundo de Eros.
¿Te sientes a gusto en esta época? Me cuesta esta época. Muchos dicen que evolucionamos como sociedad, en derechos humanos, en leyes sociales, en tecnología y toda esa vaina, pero creo que en el arte y en lo metafísico involucionamos, porque hemos caído en 4 abismos: Primero perdimos el paraíso, luego a los dioses, después a la naturaleza y ahora -sobre todo en el mundo del arte- hemos venido perdiendo las manos. ¿Cómo entonces podría estar contento? Así y todo me obligo a aceptar estos 4 abismos porque no tengo otra opción. Además, creo que si los tiempos no son buenos es un imperativo tratar de pasarlo bien. La apuesta es aceptar y actuar en tu época. Y por eso me digo que todo está bien, que la evolución necesita una involución, de fuerzas contrarias, como el día y la noche. ¿Y esos abismos los consideras irreversibles? Espero que cada uno pueda encontrar un sendero de regreso a lo perdido. No creo que como sociedad, colectivamente, se pueda hacer. Pero si sé de muchos que se han inventado un nido a espaldas de este mundo. ¿Qué piensas de ser artista en el Chile de hoy? Si quieres perdurar y si quieres resucitar en tu arte, Chile no es un buen lugar ni una buena época. El problema de Chile es que no te deja resucitar, aquí todo se pierde y el público es infértil. El cadáver de Neruda ha sido exhumado y el de Huidobro saqueado ¿Cómo van a resucitar entonces? Históricamente Chile no tiene futuro para su arte porque aquí hay pura acción y no decantación. En Chile, cuando se muere un pintor, se muere de verdad y su obra se dispersa como pompas de jabón. Con suerte aparece de tarde en tarde en una subasta, en una subasta del fin del mundo. Un artista puede ser visto como alguien que aporta al mundo generando belleza ¿En qué aportas con tu pintura? Por ahora, en nada. Quizás -para algunos- mi pintura ha sido una belleza efímera. Pero las pinturas de Pompeya me dan cierta esperanza, ya que originalmente eran frescos en los muros de las casas, pero al ser sepultada por el Vesubio perdieron esa condición decorativa. Mil y tanto años después fueron rescatadas y llevadas al Museo Arqueológico de Nápoles. Ahí renacieron, son una maravilla. Yo también quiero mi Vesubio.
¿Es importante para ti que tu trabajo termine en un museo? Si, totalmente. Para mí el arte es una piedra que tienes que tirar más allá de la familia, de tus amigos y de tu casa. No sé cómo se verá el arte en el futuro, pero desde que se inventaron los museos - y eso fue en el Renacimiento- para mí es ahí donde hay que ver las pinturas y esculturas, más que en una plaza o al interior de una estación del Metro. El fútbol en los estadios, los conciertos en los teatros, las artes en los museos. ¿No te gusta el arte en la calle? Si no fue hecho específicamente para la calle, no me gusta. Me desconcentra el arte que es “traspasado” artificialmente a la calle. Creo que se trata de una moda para democratizar el arte pero me parece más democrático llevar la gente a los lugares donde estén más concentrados para disfrutar mejor el espectáculo. En los conciertos al aire libre como plazas, estadios o playas, la gente está en cualquier diversión anexa. A mí la intimidad de un museo me encanta y su posibilidad de permanecer en el tiempo también. Ahí es donde mejor puede ir a morir un artista, porque en el museo las obras resucitan: Son los visitantes emocionados los que las llenan de vida. El arte sin un visitante emocionado no sirve de nada. ¿Cuándo llegaste a Valparaíso y por qué te viniste? Me vine el año 1982 por 6 meses y luego volví para quedarme el año 1990. Cuando llegué a Valparaíso quedé maravillado, todo estaba gastado por el tiempo y por el viaje: Los barcos, las casas, los bares. Había circos en los cerros y pescadores en la orilla. Además, el orden es el desorden. Las casas crecen libremente hacia los cerros por sobre toda norma, autoridad, plan y equipamiento. Digamos que eso es parte de un caos intrigante que lo hace único. Justamente por eso mismo Valparaíso es un asiduo visitante a las tragedias. Con el tiempo supe que eso se llamaba la vida peligrosa -que no tiene nada que ver con la delincuencia- un peligro que veces te angustia. ¿Angustia? En Valparaíso adquirí una especie de angustia adicional, principalmente por sus incendios y temporales. Una angustia que aparece y desaparece cuando quiere. Dicen que la angustia es como un puma, cuando entra al bosque ya nadie puede hacerlo salir de ahí.
¿Te medicas para la angustia? No es necesario. Sólo me digo a mí mismo lo que todas las mamás del mundo les dicen a sus hijos cuando algo les duele: “Ya va a pasar”. Valparaíso es la ciudad más cantada de Chile, la más pintada ¿A qué se debe? Valparaíso es inspirador por la estrecha relación que genera con su gente y con su geografía: La bahía, su anfiteatro y sus cerros llenos de vericuetos. Todo eso es caminable y conversable. Además el sol, el dios de los pintores, recorre a Valparaíso suavemente hasta la última quebrada. Ese juego de luces y sombras que hace aparecer y desaparecer las cosas se llama Nostalgia. Valparaíso está enfermo de Nostalgia. A muchos artistas le gusta eso, los inspira. ¿Por qué Valparaíso está enfermo de Nostalgia? Valparaíso es como sus viejas casonas: Si sacas un papel mural, abajo encuentras otro. Todas esas casas semi-abandonadas en el plan y en los cerros son -por así decirlo- sueños, sueños frustrados por la pobreza, unos arriba de otros. Todo Valparaíso está traspasado por esa atmósfera gastada por el tiempo y por el viaje como son, por ejemplo, los bares de marinos a punto de desaparecer, los restos de un naufragio que ves en la costa, esos seres perdidos con rasgos extranjeros que deambulan en las calles. Muchas veces pinté lugares que luego se quemaban. De ahí llegué a la conclusión de que el pintor es el guardián de todo lo que a va a desaparecer y también el guardián de lo que nunca ha sucedido. ¿Qué es para ti la Nostalgia? La Nostalgia es la mezcla sutil de lo bello con lo triste. Lo bello es lo que podría haber sido y lo triste es lo que nunca será. Eso es lo que veo y pinto en Valparaíso. Para mí, la Nostalgia es su verdadera realidad, la que nunca ha sido fundada. Tanta basura, perros vagos, rayados… Valparaíso está más cerca de las imágenes de la Edad Media que del siglo XXI. Me recuerda “El séptimo sello” de Bergman: Esa conexión y atracción por el fuego, esa quema de Judas en reemplazo de las brujas, la basura en las calles como después de una peste, los perros sueltos como en la vida de campo, la gente que llega a viejo sin saber cruzar una calle, esa atracción por la ruina, esa actividad como de circo
pobre, como los antiguos juglares donde todo es precario. Todo eso atrae y sorprende porque hay espectáculo, una alegría pagana. Valparaíso se aleja en la historia en vez de acercarse. En Valparaíso se pasa bien. ¿No es ésta una apología a la pobreza? No conozco a nadie que esté a favor de esa decadencia, ni de los incendios, ni de la basura. Todo lo contrario, a todos nos gustaría que el anfiteatro se consolide, que Valparaíso esté limpio, pero mientras eso no pase, seguiremos viviendo en la vida peligrosa y eso siempre ha sido pasto para el arte. Amar a Valparaíso es trabajar para que deje de ser peligroso. Todo Valparaíso y todos los que vivimos aquí, estamos gastados por la vida peligrosa. ¿Por qué Valparaíso llega a convertirse en una ciudad con tanta precariedad, abandono, enferma de nostalgia? El viaje de Valparaíso desde el siglo XX en adelante es el viaje de la riqueza a la pobreza, porque dejaron de poner dinero en la ciudad. Y como ahí donde pones el dinero, ahí pones tu corazón, se trata también -como todo abandono- de una falta de cariño. Es verdad que la sangría comenzó con la abertura del Canal de Panamá, pero eso Valparaíso lo podría haber sorteado, si los que construían la ciudad hubieran amado más la ciudad que las riquezas que ésta les generaba. Primero se fueron las fábricas, se fueron los profesionales, se fueron los que querían un buen futuro más que una buena ciudad. Después les tocó el turno a los que no podían irse: Los containers terminaron con el trabajo de los estibadores, el acceso al borde costero fue cerrado con alambre púas, se fueron las agencias de aduanas, los bares de marinos se incendiaron, echaron a los pescadores de la orilla. Como riqueza sólo quedó el puerto ensimismado en su propio negocio, un acopio de containers que sólo beneficia al exportador, al importador y al concesionario y ninguno de ellos vive ni le importa Valparaíso. El puerto ahora es sólo una ilusión, un fatamorgana, donde los porteños creen tener un puerto, pero la verdad es que no les pertenece. Aquí sólo el anfiteatro es real y el anfiteatro sin la riqueza del mar no basta. Valparaíso ha perdido su vocación marítima. Valparaíso en su decadencia, es sólo el elogio de la vista.
¿Por qué el porteño no ha reaccionado? El porteño no reaccionó a tiempo, creo yo, porque le fueron quitando su dignidad y su trabajo, lo que implica caer en la máxima pobreza y eso desarma a cualquiera. Los trigos de sus autoridades no han sido muy limpios, de los ´70 en adelante han trabajado a espaldas de la ciudad. El golpe militar fue parte de eso también. En su pragmatismo yo creo que el porteño gastó sus energías comunitarias en la lucha política contra la dictadura y sacrificó su hábitat, el anfiteatro, olvidándose que en el mar estaba su riqueza. Y después ya nunca tuvo más energías que las necesarias para alimentar a su familia y levantar su casa. Si no entendemos el hábitat como riqueza, no habrá riqueza y en Chile -no sólo en Valparaíso- nunca hemos sabido cuidarlo. Todo lo contrario, desde que Chile se llama Chile no ha hecho más que destruirlo: Los españoles quemaban las siembras de los mapuches, los mapuches quemaban los fuertes españoles. Así nacimos y seguimos igual después de 500 años. ¿Cómo describirías al porteño? El porteño es promiscuo y laberíntico como su geografía: Se adapta a la vida, igual que sus casas a las quebradas. Las dos cualidades más importantes de un porteño son comercializar y compartir. En ambas es admirablemente incansable, en ambas se necesita saber usar el lenguaje. En el porteño se mezclan el orgullo y la pobreza y una atracción irresistible por la mentira. Muchos porteños ya sea del plan o del cerro, funcionario público o simple vecino, hacen de la mentira un adorno, un gesto casi de ficción muchas veces gratuito, sin sentido alguno. Es un lenguaje extraordinario porque, con o sin motivo, rompe toda comunicación inventando otra, como en el teatro del absurdo, haciendo de la vida porteña algo muy original y divertida, si disfrutas del lenguaje. Pero cuando ese teatro del absurdo entra en la función pública entonces aparece el otro incendio profundo, el de la ineficiencia, la desidia y la corrupción. El resultado entonces es la decadencia, el Valparaíso visto por la gente que no le gusta Valparaíso. Incendios, basura, marginalidad extrema… Mira, cuando llegaron los españoles a América se encontraron con 2 tipos de civilizaciones, con las que tenían rey (como los aztecas, mayas e incas) que sí quisieron ser conquistados y con los que no tenían rey (como los mapuches) que no querían ser conquistados.
Da la impresión que los porteños no quieren ser educados. Eso quizás se debe a que -al igual que los mapuches- hay aquí una identidad de pequeños clanes familiares, con loncos y toquis -sin reyes ni príncipes- muy arraigada. La educación chilena (que es similar en todas las grandes ciudades) aquí no entró, porque seguramente esa promiscuidad porteña, ese clan tan fuerte y precario, pasó a ser una frontera que no pudo penetrar. La promiscuidad de Valparaíso, su laberinto geográfico y emocional, facilita todo tipo de diversión, de arraigo, pero también de delincuencia, desconfianza y desidia. Por eso se puede decir que los perros vagos, la basura, los rayados, las 3.000 casas quemadas del último incendio son proporcionales en su dimensión a la pobreza de su educación. Paradójicamente y quizás por su misma promiscuidad, Valparaíso es la ciudad más democrática de Chile. ¿Y los grafittis en las calles? Salvo excepciones, lo considero un arte infantilizado en cuanto al imaginario. Creo que hay demasiados grafittis y para qué hablar de los rayados. Pero en honor a ser ecuánimes, también hay en Valparaíso demasiados carteles comerciales, mercaderías en las veredas, alambre púa al lado del mar, postes llenos de cables eléctricos, vehículos, palomas, bocinazos, caca de perro, basura, cornisas a punto de caer. Es decir, hay demasiada información y desorden en las calles y esa es la cultura que heredaron de los mayores los jóvenes que hoy rayan y pintan en las calles. Ellos no hacen más que seguir el mismo caos donde fueron criados. Nos quejamos de ellos, desmarcándonos de toda culpa, pero si desde siempre Valparaíso y los porteños hubieran cuidado el aseo de las quebradas, los espacios públicos, las calles y sus edificios, entonces los rayados serían los mínimos. Para mí el lugar ideal para valorar el arte del grafitti sería las paredes del dique flotante. Un grafitti que se hundiera cuando el dique se hunde. Eso sería un espectáculo que reivindicaría la vocación marítima de Valparaíso, su destino portuario. Has mencionado varias veces la palabra espectáculo … No se puede hablar del porteño ni de Valparaíso si no se habla del anfiteatro. El destino de todo anfiteatro es ver el espectáculo. Y no hay espectáculo si no hay espectadores. Esa es la fuerza del porteño, su salud, su vanidad y su soberbia: Se sabe indispensable y protagonista principal del anfiteatro. Pero esta virtud es también su derrota. Porque ese espectáculo de los barcos en la bahía, que calma al porteño, al final lo vence, ya que subestima su geografía, olvidando que la quebrada donde
habita es una trampa de agua y de fuego, y así lo pierde todo, teniendo que comenzar siempre de nuevo. ¿Crees que Valparaíso está derrotado? Si fuéramos honestos tendríamos que decir que del Valparaíso glorioso no queda casi nada y que su gloria prácticamente la hicieron los emigrantes europeos de principios del siglo XIX. Ellos fueron los que se encontraron con un país recién liberado de España y lo único que había aquí eran algunas iglesias, ranchos y botes de pescadores. Había que hacer entonces el puerto, los muelles, las grúas, el tren, las calles, las fundiciones, los astilleros, las maestranzas, los bazares, los galpones, los negocios de la banca, de la aduana, la instalación del gas, de luz, los alcantarillados y las evacuaciones de las aguas lluvias… Y todo eso era algo natural para los emigrantes europeos, porque ellos venían de un mundo desarrollado. Entonces, en Valparaíso, los emigrantes jugaron el papel de los magos. Magia en cuanto a que se acomodaron a su tiempo y estimularon a los porteños, les transmitieron sus ilusiones, usaron sus virtudes y su aguante físico y entre todos hicieron que una aldea de pescadores en 70 años se convirtiera en el puerto principal del Pacífico sur. Los emigrantes se vinieron a América como los seguidores de Colón se vinieron a América: A hacerse la América. Los latifundistas de Santiago, de filosofía rentistas, jugadores de la política, los miraban con recelo, desconfiaban del linaje de sus apellidos y sus manos grasientas en las máquinas. Desde un principio empezó mal el romance entre el puerto y la capital de Chile. Pero eso a los inmigrantes no les importó y en Valparaíso se asociaron con las principales familias, sedujeron a sus hijas y pusieron a trabajar a los más pobres para inventar Valparaíso. En un par de generaciones los inmigrantes inventaron Valparaíso, lo pusieron en el mapa, y cuando el negocio menguó, se fueron, porque no tenían arraigo. Los descendientes de esa época comenzaron una farra interminable, a eso se le llamó la bohemia. La primera generación hizo el dinero, la segunda la consolidó, la tercera la dilapidó. Y así como en 70 años se hizo todo, en 70 años también se puede perder casi todo y así estamos ahora. ¿No te cansa, a veces, Valparaíso? Claro que cansa y decepciona pero es la única ciudad chilena donde me gustaría vivir. Su condición de anfiteatro frente a la bahía me tiene seducido. Si Valparaíso fuera plano, tanta humanidad me tendría abrumado.
Además en este mundo que busca la comodidad, lo homogéneo, lo estándar, lo global, Valparaíso es una victoria aún en su derrota, en cuanto apuesta por lo particular, por lo barrial, por lo singular, donde el individuo es parte del espectáculo y no sólo su espectador o su cliente. Por eso mismo creo que Valparaíso es la única ciudad de Chile con potencial verdadero de comunicarse con el mundo a través de lo promiscuidad social y emocional de su geografía. Y esa promiscuidad -llena de humanidadpara bien y para mal, es la mejor cultura que podemos dar al mundo. Chile no puede ser sólo paisaje para el resto del mundo. Esta expo parte con tu llegada a Valparaíso, donde el Roland Bar toma un rol protagónico. ¿Por qué era importante el Roland Bar? El Roland Bar tenía una atmósfera que no se hizo en un día, sino en 100 años y esa atmósfera -a punto de desaparecer-reflejaba toda una tradición marítima que sólo se da en las ciudades-puertos del mundo. El Roland Bar casi siempre estaba vacío y con sólo mirar las tuberías rotas del agua sabías que no le quedaba mucho tiempo de vida: Era la constatación real de un mundo que se estaba despidiendo. Además fue un lugar donde se compenetraba perfecta e imperfectamente lo masculino con lo femenino, el tripulante y la chica de la noche, la música y el trabajo, los vicios y la seducción, los muros y las banderas, lo marítimo y la tierra, el viaje y la fiesta, el día y la noche. El Roland Bar era para mí una escuela de vida a la que tenía acceso por llevar mi caja de pintura, así como un estudiante lleva su cuaderno a la clase de matemáticas. Tu temática pictórica abarca desde los bares de marinos en un puerto como Valparaíso al viaje a otras ciudades en India, Asia y Centroamérica. Con la misma intensidad también está la temática de un mundo mítico, de las modelos y también incluso de lo inexistente. Hablemos de tus búsquedas, la relación con la belleza, cómo se unen estos mundos, para quién pintas… Busco mundos posibles, también mi propio paraíso, construirme un nido a espaldas de este mundo. Desde que comencé a pintar hasta ahora he ido tras una cierta belleza que debe ser creada y heredada. Una belleza que nos invite a los lugares con misterio, sean estos un bar, un burdel, un templo o una cosmogonía. Yo no pinto la realidad como es, sino como me gustaría que fuera. Esa realidad inventada podría ser mi regalo para alguien, si no es así, la pintura desaparecería conmigo.
Sé que el pintor resucita en sus cuadros. Mira por ejemplo a Gauguin, cuando tú ves una pintura de él, dices: “Éste es un Gauguin”, ¿Pero qué ves? Una chica bella de la polinesia. Eso se llama resucitar cuánticamente, dos en el cuerpo de uno, como un andrógino. ¿Cuándo apareció el andrógino como símbolo en tu obra? Cada vez que pintaba de la imaginación, incluso en mis comienzos, aparecía un rostro joven en mis cuadros y dibujos. Después, con el tiempo me di cuenta que se trataba de un andrógino, un rostro que se repite, que está dentro de mí y me pregunté ¿Quién es? ¿Quién me lo regaló? ¿De dónde viene? ¿Es un espejismo que viene de los griegos? ¿Por qué relacionas todo con los amantes, con lo masculino y lo femenino, ya sea en el Roland Bar, en la Flor Inexistente o en la serie de los ángeles? Pienso que lo más importante es Eros, o mejor dicho, Eros es la energía que mueve al mundo. Esto ahora lo sé pero antes no lo sabía. Antes, a los 30 años, creía que el dinero era la energía que movía al mundo (tal como cantaba Liza Minnelli en la película “Cabaret”) y a los 20 pensaba que era Cristo el que movía el mundo. A los 10 pensaba que era Pelé y a los 5 creía que era mi mamá la que movía el mundo. Ahora todo lo que sé es que un día se encontrarán los amantes. ¿Sirve saber que Eros es la energía que mueve el mundo? Sirve muchísimo. Sirve, por ejemplo, para que no te dejes engañar por la trampa de la belleza, por las religiones, por una determinada moral, por un maestro, por tu propia sexualidad. También sirve para adentrarse en el misterio original del ser humano, para darte un destino amoroso a ti mismo hacia al pasado y también hacia el futuro, para saber que uno tiene varias bodas y no sólo una. Sirve para saber que cuando se separaron los amantes perdimos el paraíso, porque los amantes son nuestra patria de origen. Sirve pasa saber que algún día se encontrarán de nuevo los amantes. Sirve para saber que la fuerza de Eros existe y que hay que tomársela en serio porque Eros, como la Belleza o el Dinero, también puede ser una trampa. En definitiva sirve para saber y reflexionar en todas las cosas vividas y en como te has desenvuelto.
¿Y tú, cómo te has desenvuelto? Hermann Hesse decía que “todo arte auténtico nace a partes iguales, de la vida y el sufrimiento, y eso se paga con sangre”. No voy a decir que pago con sangre pero me estoy defendiendo como gato de espalda. Estoy haciendo mi trabajo con mis manos, pinté la Belleza y pinté la Nostalgia como antes había pintado la India o Valparaíso. Uní a mi corazón de oveja la naturaleza del lobo y ahora soy un pintor que pinta lugares, seres de la imaginación y ángeles. Es decir, me estoy desenvolviendo como un pagano que cree en los dioses a los que nunca he visto, pinto lugares inventándolos de nuevo, porque no quiero que desaparezcan y espero que esos cuadros no me dejen morir cuando muera. Estudiaste en un colegio católico, el Verbo Divino ¿De qué manera ha influenciado esa educación en tu obra? Fue bueno educarme en ese colegio porque me sacaron de mi eje, desorientándome. Sembraron ángeles católicos a los cuales -ahora- he liberado hacia su naturaleza más pagana. El dualismo es la mejor enseñanza que guardo de aquellos años: Separar cuerpo y alma, tierra y cielo. Me gusta separar, pero también con el tiempo aprendí a descristalizar, de manera que elijamos ambas opciones, sabiendo que son distintas. Resurrección, religiosidad, otros mundos, mitos…Son palabras, ideas, que aparecen reiterativas en esta entrevista ¿Te ves a ti mismo como un pintor religioso o místico? Soy un materialista que cree en los mitos, y también creo que esos mitos perduran a través del arte. Para mí lo relevante no es la resurrección en el cielo, ni reencarnar en otra vida ni fundirme en la naturaleza. Lo que yo quiero es “tocar a alguien”, hundirme en la tradición de los mitos, disfrutar de la vida y al final, resucitar en un cuadro. Eso me parece un buen premio. A diferencia de los místicos que quieren resucitar en una cascada, yo prefiero resucitar en un cuadro que no muera, como Gauguin resucita en una chica de la Polinesia, donde ella tampoco nunca muere. Trascender… ¿No lo ves también como una fragilidad? Me gusta esa gente que en vez de pensar en la muerte están pensando en hacerse un jugo de naranja. Jung decía que todos los días pensaba en la muerte, me imagino que
lo hacía para hacer mejor su trabajo. Yo también pienso todos los días en la muerte y mi primera conclusión es que hay que divertirse…Entonces voy y me hago un jugo de naranja y espero que llegue mi novia el fin de semana. Para mí, trascender es pensar en la muerte. Eros y la muerte: Ambos dominan el mundo. ¿Por qué ahora estás pintando ángeles? Es mi estrategia para vivir en esta época. Vivimos una era tecnológica, consumista, virtual. Un tiempo donde impera lo racional y lo irracional del dinero dentro de un materialismo informático sin cosmogonía. Sin embargo, por mucha importancia que le demos al dinero y a la tecnología, Eros, como en todas las épocas -y desde siempre- sigue reinando pues se trata de una energía vital primigenia. O sea que Eros -los Amantes- son nuestro origen y destino. Para vivir en un mundo mejor, para llegar a esos amantes, me he sentido atraído por una cosmogonía inspirada en los ángeles, el andrógino, el mito. Por qué es importante pintar una cosmogonía sobre amantes que se perdieron, en vez de pintar a una pareja amándose en un bar cualquiera, si ahí también hay Eros? Bueno, ahí está la diferencia entre la realidad y la imaginación y a mí, en el fondo, me encanta la ilusión, Maya. Necesito crear paraísos que vayan más allá de esta realidad que vivimos, de la tecnología que vivimos, de las religiones que vivimos, pues éstas tergiversan los mitos. Por eso me atraen las cosmogonías, porque en su creación está lo colectivo de un pueblo y por lo tanto hay más sabiduría y riqueza que en la realidad que vemos todos los días, muchas veces creada por unos pocos. En cambio, en las distintas cosmogonías, tendremos más posibilidades para abrirnos a otros mundos -“mundos que están en éste”, como decía Paul Eluard- y por lo tanto seremos más ricos. ¿Para qué entonces quedarnos sólo con la realidad que nos rodea, si podemos también ser más felices a través de las cosmogonías y los mitos, ya que son incomprobables e incomprensibles? ¿Qué es un mito para ti? Hay un misterio dentro de nosotros y para saber sobre él es que inventamos los mitos. Los mitos sirven para ir a otros mundos que están dentro de nosotros y así descifrar ese misterio. Y el arte puede ser la manera para que esos mitos no se pierdan.
¿Cuál de las artes cuidaría mejor el mito o los mitos? Se van turnando, a veces una, a veces otra. La escultura y la pintura -principalmente- porque vienen de muy antiguo: Eran anónimas, son difíciles de tergiversar y estaban presentes incluso en las primeras tumbas. Pero en la historia de la humanidad otras artes se van integrando, renovándolo todo, haciendo que en cada época los mitos perduren de distintas formas. ¿Y en estos tiempos? Para mí, en este orden: La música, la escultura, la literatura, la arquitectura, el cine, la pintura, la danza y el teatro. Van Gogh, Gauguin, Toulouse-Lautrec, Modigliani ¿Es esa la época que más te gusta en la pintura? Sí, porque todos ellos fueron vagos -lo suficientemente contemporáneos- para que uno pueda identificarse con ellos. Además lo lograron, sus pinturas han emocionado a millones de personas, en todas partes del mundo hay libros sobre su arte. Pero hay una pintura que escapa de todas las épocas y es “El Nacimiento de Venus” de Boticelli. Para mí, ahí está todo: La seducción, el mito, la belleza, una realidad inventada y el sueño de todos los pintores, que es pintar a la chica más linda del pueblo… Además, desde un campesino a un científico todos saben que existe, todos la entienden, todos pueden disfrutarla aunque sea en una postal y lleva ya más de 500 años. ¿Qué temáticas no puedes o no sabes cómo pintar? Todos los paisajes abiertos donde no hay seres humanos: Bosques, desiertos, mar, son imposibles para mí. ¿Por qué a tu seudónimo Rudy California le agregaste “pintor de hospitales”? Mis dos cuadros más grandes están en hospitales. Cuando alguien está enfermo lo que más le ilusiona es salir a la calle. Las imágenes que pinté en esos dos cuadros son pura ilusión de la calle. Cuando pintaba esos cuadros me decía: “Ahora soy un pintor de hospitales”…Y me pareció bien, porque el mundo cada día se parece más a los hospitales: las aves migratorias, las dunas, los glaciares, los seres humanos, todos están requiriendo de especialistas. Yo pinto imágenes de la calle y de la ilusión, porque quiero que mis pinturas también sanen.
¿Y sanan? A mí por lo menos, sí. La pintura, como la música, como todo, son vibraciones. Todos tenemos un código interno único, un “lector de vibraciones”. En la parte más profunda de nuestro ser lo que leemos del mundo exterior son vibraciones, no imágenes, ni sonidos, ni contactos físicos. Cuando esas vibraciones son agresivas nos dañan, cuando son amables, nos sanan. Es lo que pasa con una bala, con un amorcito ¿Por qué entonces una pintura no podría sanar? ¿Tu máximo deseo? Me gustaría volver a leer la naturaleza. Que ella se meta dentro de mí. Soy demasiado urbano y de ahí me salto a lo metafísico. Me falta la vibración del árbol, el mar, la montaña. Cuando voy a ellos, no los entiendo y tengo que regresar. ¿Cuál consideras que es la virtud más sobrevalorada? La democracia, una mezcla perfecta entre ilusión y engaño. ¿Aspiras como artista a otro modelo de sociedad? A la sociedad del “hábitat”. El ser humano ha recorrido toda la Tierra, pero no ha sabido amarla. Hay que sacar de los mapas los 4 puntos cardinales de la Rosa de los Vientos (Norte, Sur, Este y Oeste) y poner en su reemplazo los 4 elementos: Aire, Fuego, Agua y Tierra. Que nuestra medida sea el “hábitat”, vivir bajo ese eje, bajo esos 4 parámetros. ¿Por qué? Por 4 grandes razones: Porque el “hábitat” estaba antes que nosotros llegáramos. Porque cada lugar, ciudad, paisaje, tiene su “hábitat” distinto, lo que produce diversidad e identidad distinta. Porque es más económico cuidar el “hábitat” que destruirlo, porque el “hábitat” bien administrado, alcanza para todos. ¿La peor noticia del año? El terremoto en Katmandú: Desaparecieron Durbar y Patan, las dos plazas más lindas del mundo. ¿Y la gente que murió ahí? ¿Y los desplazados de Siria? Claro que ellos importan, pero los seres humanos somos efímeros, igual nos vamos a morir. Por lo mismo, el arte debe ser lo más eterno posible, porque debe unir el
pasado con el futuro, para así acompañar a las futuras generaciones con las más antiguas. En la destrucción de esas dos plazas no sólo murieron personas, sino que perdimos humanidad. ¿Tienes sueños que se repiten? Antes era volar y ahora, un incendio que destruye donde vivo. ¿Cuál es tu plato preferido? Choclo, alcachofa, arroz… Podría comerlos todos los días. Pero lo más delicioso del mundo son las chirimoyas. ¿Qué es lo que más te desagrada? No poder irme de un lugar donde no quiero estar.
El mejor invento del mundo. El calefónt y la grabación musical. ¿Qué cosa consideras peligrosa? El dinero y el poder, porque en vez de gastarlo te dan ganas de tener más. ¿Si tuvieras mundialmente mucho poder y dinero que harías? Pondría al “hábitat” por delante de todo. Seduciría a todos para que el mundo se ordenara bajo ese eje. ¿Y si no tuvieras ni un peso ni poder? Me diría “come, calla y sigue pintando y pensando”. ¿Eso no más?... Lógico. Una cosa es con guitarra y otra cosa es sin guitarra. ¿Qué sonido no te gusta? Todos lo que no me dejan dormir. Tú parte frágil del cuerpo…. Las uñas, desde muy niño me las rompo hasta sangrar.
¿Por qué? Es un acto masoquista, tonto. No lo puedo evitar. Lo relaciono con la muerte, con alguien que se come a sí mismo. Creo que se trata de un acto primitivo, ancestral, del inconsciente colectivo. ¿Cómo te gustaría morir? Una mañana cualquiera, en la ducha, sin darme cuenta, bañándome con agua caliente. Ese es el mejor momento del día. ¿A qué personaje del mundo admiras? A los ladrones de bancos. Después de la película de Bonnie and Clyde, los ladrones de bancos ganaron muchos admiradores. Si te quedaran 3 meses de vida… Arreglaría mis papeles. Dejaría todo ordenado, como el cuaderno de un buen alumno. Por las noches me desordenaría con mi novia, como todos los fines de semana. Con mis hijas sería más difícil, no sabría cómo despedirme. Con los amigos y familiares habría que hacer un gran banquete cocinado por todos, donde no se note pobreza. La última semana me iría solo a algún lugar lejano, para tomarle el peso a todo. Creo que con esto y tus cuadros ya estaríamos listos… Sí… Como diría el autor de La Luna era mi Tierra, “terminemos entonces con esta farsa”. A propósito de farsa, se me estaba olvidando una pregunta ¿Por qué en tus autorretratos cada año te pintas más joven siendo que cada vez estás más viejo? Eso tendrías que ir a hablarlo con mi mamá, que siempre me preguntaba cuando joven por qué me pintaba tan feo.
Este libro se termin贸 de imprimir en el mes de Abril del a帽o 2016, en la imprenta XXX, en Santiago de Chile. Las tipograf铆as utilizadas fueron la DIN light, medium y bold, y los papeles para su confecci贸n fueron couche opaco 140 grs para el interior y couche brillante 300 grs, termolaminado brilante.
Ha pintado mucho. Su belleza es antigua y desconcierta. Ha vivido mucho. Ha querido, o ha necesitado jugar con su vida, mudando de piel como las culebras, ha cruzado desiertos, usado trajes con botones dorados. No usa celular. Parece un tipo duro, callado, pero en cualquier momento se vuelve un conversador imparable. Depende de la temperatura del ambiente. Austero, prolijo, obsesivo en su biografía, se ha tallado vehemente, como si su carácter fuese una roca, perfiles, ángulos y niveles insondables. Más, diría que mucho más que los artistas de mi generación. A sus cincuenta y tantos intenta no lamentarse, continua escondiendo el sufrimiento, pero no siempre lo consigue. ¿Quién lo consigue? Tiene un humor que le permite seguir de largo cuando el miedo lo acecha. Pescados, bares, viajes o mujeres hermosas, algo en él ha permanecido inmutable: Pintar y la concepción de que la vida puede ser una obra de arte, inventado un mundo, amplio, coherente, donde a veces se pierde como un loco. Sus nombres han sido Yuri U k., coyote Zampanó, Duncan, es mi hermano California. Un día me regaló una camisa y me dijo que yo sería su poeta del futuro y él un pintor del pasado: Eso lo tranquiliza y lo alegra, no sé por qué. Santiago Elordi. Valparaíso, 2016.