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El Collectif 212 o la tentación de la universalidad Bernard Collet. Escritor, crítico de arte y comisario de exposiciones
EL COLLECTIF 212 O LA TENTACIÓN DE LA UNIVERSALIDAD
La historia del arte no carece de estos ejemplos donde se construyó una alquimia muy particular y fructífera entre artistas agrupados por las casualidades de la historia, del tiempo o de un espacio geográfico dado. El París de entreguerras y la aparición del movimiento Dada, el Nueva York de los años 60, Fluxus o Cobra (acrónimo de Copenhague - Bruselas Amsterdam), aún más cerca de nosotros, los movimientos como Support-Surface, o de BMTP (Buren-Mosset-Toroni-Parmentier). Los artistas trabajan juntos, comprueban la sensación de una coherencia entre ellos, deciden actuar juntos, señalan su diferencia en la afirmación común de sus preocupaciones artísticas. Este acto voluntario es la marca a la vez de una gran libertad, en aquello que se libera de las teorías preestablecidas, las de una pluridisciplinariedad ya que las prácticas de estos artistas pueden ser totalmente diferentes, y también de una voluntad de internacionalización en el momento en que las afirmaciones identitarias son más que nunca puntos de tensión en un mundo que tiende a la unificación y donde el arte que se produce no escapa al fenómeno de la mundialización. Se impulsan así verdaderos laboratorios de experiencias artísticas que no frenan de ningún modo, al contrario, la aparición de las individualidades. Este es el caso hoy, en Marruecos, del Collectif 212. 212. Números arábigos.Un fuerte signo de identidad, que se inscribe dentro de la modernidad, cifra de acceso de comunicación de Marruecos en la red planetaria de telecomunicaciones. Señal de contacto, vínculo, precisamente conexión a una red, cuando se trata de sentirse conectado al mundo, en una transnacionalidad afirmada. Grupo 212. Siete artistas que cruzan sus recorridos y vienen en resonancia: Las marroquíes Amina Benbouchta, Safâa Erruas y Jamila Lamrani, la franco-gabonesa Myriam Mihindou, los marroquíes Hassan Echair y Younès Rahmoun y el iraquí Imad Mansour. Tienen conjuntamente una doble voluntad: Afirmar la universalidad del planteamiento artístico sin rechazar una práctica inscrita en el espacio geográfico y el tiempo, y poner conjuntamente lo que los acerca a nivel formal, que no es otra cosa que explorar y definir lo que se podría llamar el minimalismo expresivo. Cuando uno se enfrenta a los trabajos de Safâa Erruas o de Jamila Lamrani, se ve afectado por la utilización de materiales simples, pobres a veces, de una trivialidad familiar. Economía de medios, buscada, inscrita en la perspectiva moderna de rechazo del consumo desenfrenado. Para decir tanto con tan poco, es necesario explorar las tensiones entre los propios materiales o la que se crea entre su soporte o su entorno. Oposiciones formales entre simetría y asimetría, equilibrio y desequilibrio, gravitación y atracción y también oposiciones subjetivas entre la suavidad y la violencia, la fuerza y la fragilidad, el miedo y la seducción, la frialdad y la emoción. Situaciones de tensión cercanas del oxímoron que es la marca de su trabajo, entre hipersensibilidad y distancia, en esta oposición que los mantiene en un equilibrio que se encuentra también en el trabajo de Amina Benbouchta, mientras que en un mismo ascetismo de los medios, la pintura expresa entonces las dualidades entre transparencia y opacidad, matidez y luminosidad. Hassan Echair o Younès Rahmoun exploran por oposición entre materiales el juego de las presencias-ausencias, las marcas del tiempo o del
vacío. Imad Mansour reinventa un lenguaje que lo mantiene lejos de toda nostalgia de los orígenes mientras que Myriam Mihindou, en sus enfoques pluridisciplinares, intenta una conquista de lo invisible. Todos se mantienen en los sobresaltos de la época, lo más cerca posible de los interrogantes existenciales y religiosos del mundo de hoy. Minimalismo, ascetismo, economía de medios, materiales simples y frágiles, la transparencia de vidrios y sedas, búsqueda de la luz en la superficie de las cosas, inmersión en el invisible y todo aquello que los conecta en la fuerza de la esencialidad. La creación del grupo no tiene por objeto inscribirse en un movimiento contextual, en el cual los artistas desaparecerían en una clase de anonimato que vendría a sustituir un “contexto” estético, social o político, sino que está orientada hacia la afirmación de las individualidades, aunque no sería inocente constatar aproximaciones evidentes entre varios artistas del grupo, con una formación artística común para algunos, práctica ya probada de exposiciones colectivas en las cuales su trabajo se mostró en Marruecos o en el extranjero. Lo más importante es la voluntad común que se manifiesta de adosar su práctica artística a una poética de lo sensible en la cual la relación con el mundo se contemplaría en preeminencia de lo humano, de sus preguntas más íntimas, acerca de su fragilidad o de la angustia respecto al paso del tiempo. Estas cuestiones trascienden cualquier época, pero no deja de ser interesante ver surgir en esta región del mundo y en este principio de siglo enloquecido, un grupo de jóvenes artistas plásticos fuertemente decididos a reafirmar una forma de universalidad del arte. Mientras que el arte de hoy tiende hacia lo numérico, lo interactivo y lo multimedia, la aplicación de este minimalismo expresivo que dice lo mismo con tan pocos medios, aparece como eminentemente político, y el trabajo del grupo 212 no podría aparecer de otra forma que particularmente moderno.
Bernard Collet Escritor, crítico de arte y comisario de exposiciones