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Carmen Amaya y Antonio el Bailarín encuentros y desencuentros

Antonio, el niño que bailaba con el organillo

Por Marta Carrasco

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En aquellos años la ciudad aún no se veía agobiada de coches. Por las recoletas calles del Barrio de San Lorenzo, se podían ver los caballos del conde de Santa Coloma, que vivía en el Palacio Bucarelli en la calle Santa Clara. Los mayorales exhibían a los animales cuando venía un comprador o simplemente para que hicieran ejercicio. Los niños de la calle se sentaban en pequeñas sillitas como si fuera un espectáculo de circo, y veían cómo los animales surcaban arriba y abajo el empedrado. ¿Todos los niños?, no. Uno de ellos no los miraba. Se situaba detrás de alguno de los animales e imitaba su paso ante el regocijo del resto de los amigos.

Eran niños que jugaban libres, en una calle sin coches, con gente que deambulaba, areneros, aguaores, vendedores ambulantes, hieleros…, y que cuando era la hora de la merienda se metían a hurtadillas a través del patio de entrada del Monasterio de Santa Clara, un convento de clausura que daba nombre a la calle, hasta la torre albarrana de Don Fadrique, cuya leyenda se perdía en los tiempos de Pedro el Cruel.

En esa hermosa y alta torre los niños jugaban a ser reyes y villanos, y sobre todo a trepar por el último mástil que llevaba a la cumbre. Antonio y su amigo Antonio, dos elementos, como los llamaban sus madres, eran los más atrevidos. Sobre todo Antoñito, un pizpireta crío, menudo y con la sonrisa siempre puesta. Él era también el que imitaba los pasos de los caballos del conde.

Antoñito vivía en la calle Álvaro de Bazán esquina a Santa Clara. Había nacido en la calle Rosario, pero su tía tenía una casa y fueron allí a vivir todos los Ruiz Soler, encabezados por su madre. Una vez por semana aparecía por la calle un organillo. Era el mismo que iba a la calle Conde Torrejón donde estaba el Hostal Paraíso, un lugar que alojaba a las compañías de teatro que en aquellos años veinte y treinta del pasado siglo, visitaban Sevilla. Entonces era cuando Antoñito se sentía a gusto. El organillero ponía la música y él su baile. “¡Antoñito está bailando!” y entonces las madres sacaban sillas de anea para verlo y el hombre de la música sonreía encantado porque le llegaban más “perras”.

Porque a Antoñito, Antonio Ruiz Soler, le gustaba bailar, eso estaba claro. Pero la familia no se podía permitir las tres pesetas que costaba la academia del Maestro Realito en la Alameda de Hércules. Así que su tía Ana surgió una vez más como salvadora y le pagó la Academia. Al poco de estar allí el maestro se dio cuenta de que Antonio a pesar de su corta edad y estatura, tenía madera de bailarín, y se empeñó en enseñarle aún más cosas.

En unos meses, Antoñito pagaba al maestro en lugar de con pesetas, con clases. Él enseñaba a las más pequeñas, las niñas de cinco y seis años, a bailar las sevillanas. Así lo recuerda María Antonia, una de sus vecinas de la calle Santa Clara hoy con 93 años: “él nos daba clase en una habitación que había en la Academia del maestro entrando a la izquierda. Allí estábamos las pequeñas, y se ponía con nosotras una y otra vez. Nos ataba un lacito al pie derecho para que supiéramos por cual empezar”.

María Antonia conocía bien a Antoñito. Era de la panda de la calle Santa Clara, y Antoñito iba a merendar a su casa porque le daban pan con chocolate. “Mi tío Antonio, que se llevaba conmigo cinco años, era su amigo de correrías. Juntos hacían mil travesuras, pero era buen chaval, eso sí, no dejaba nunca de moverse, y cuando bailaba con el organillo era para verlo, las madres paraban los quehaceres y salían a la calle. Era la gloria verlo bailar y alzar los brazos”, recuerda María Antonia.

A poco de estar en la Academia conoce a una pizpireta niña que se llama Rosario con la que más tarde formaría un dúo que se llamó “Los Chavalillos sevillanos”.

Retrato de Antonio Ruiz Soler, Antonio el bailarín

Antonio aprendió con Realito sus primeros pasos, pero luego, cuando ya tuvo algún dinero gracias a las actuaciones que hacía con el cuadro del maestro en ferias y fiestas, se pagó clases con Frasquillo, el maestro Otero y los Pericet.

La primera actuación que hacen Los Chavalillos sevillanos, con sólo siete años, es en el teatro Duque de Sevilla en 1928, año en el que también bailan en el Pasaje de Oriente para el infante don Carlos y hacen su primera salida fuera de España, a la Feria Internacional de Lieja (Bélgica). En el año 1929 se celebra en Sevilla la Exposición Universal y Antonio y Rosario bailan ante su Majestad la Reina Victoria, que acude al evento.

Comienzan a actuar y a ser conocidos. Actúan en el Pasaje Oriente de la mano del maestro Rafael Pericet, y poco después les surge un contrato para Barcelona. Era el año 1936, las cosas no iban bien en España, pero ellos eran aún unos niños. Estalla la Guerra Civil y desde Barcelona consiguen pasar a Francia, embarcando poco después para Argentina, donde comienzan a hacer una gira que terminará en Estados Unidos.

Un mundo nuevo se abre para Antonio Ruiz Soler, y su pareja, Rosario. Ya no son los Chavalillos Sevillanos, sino Rosario y Antonio. El bailarín empieza a beber de los nuevos vientos del teatro. Aprende cómo se ilumina, a equilibrar el sonido, usar la escenografía…, todo es nuevo. No hay límites para los medios que les ofrecen los teatros norteamericanos, y menos aún para lo que está a punto de llegar que es Hollywood.

Actúan en la famosa sala del Walforf-Astoria de Nueva York, y recrean “Corpus Christi en Sevilla” de Álbeniz en el escenario del Carnegie Hall, con un gran éxito de público y de crítica.

En ese momento se abre una etapa que ninguno de los dos, Antonio y Rosario, creyó que iba a durar nada menos que doce años. Comienzan a hacer giras por Estados Unidos, les reclaman en Los Ángeles donde se encuentran con Antonio Triana, que ya ha triunfado con Carmen Amaya en ese país, y actúan en lugares como la sala de fiestas Chateaux Madrid de Nueva York, que concitaba a los flamencos entonces huídos de España en pos de trabajo.

Durante esos doce años no dejan de montar espectáculos y obras como “Zapateado”, "La Jota", “Viva Navarra” de Larregla, el “Zorongo Gitano”, una selección de “Goyescas” de Granados, las “Danzas número IX y VII (Valencianas)” de Turina, el “Café de Chinitas” con letra de Federico García Lorca, el “Sacromonte”, “Sevilla” y “Malagueñas” de Albéniz, fragmentos de “El Amor Brujo” y el “Sombreo de Tres Picos” de Falla.

Antonio y Rosario

Y además les llama Hollywood. En 1941 graban “Sing Another Chorus” de Charles Lamont y “Ziegfield Girl” de Robert Z. Leonard. En 1944 ruedan “Pan Americana” de John H. Auer y en 1945, “All Star Music Revue”, un cortometraje de Jack Scholl.

Pero ambos querían volver. Eran conscientes de que a su regreso a España serían unos perfectos desconocidos, pero no importaba, les tiraba más regresar a España. En 1949 llegan a Madrid, y no consiguen al principio ningún contrato. Finalmente, a través del maestro Lusarreta firman una actuación en el teatro Fontalba de Madrid. El estreno se convierte en un gran éxito y de siete recitales contratados pasan a cincuenta y cuatro con llenos diarios y la entrada nada menos que a 30 pesetas, cuando lo habitual en aquellos días era un precio de quince.

Ambos, Rosario y Antonio bailan bien juntos, pero no conviven de la misma forma. El fuerte temperamento les lleva a separarse, algo que se hizo patente físicamente cuando tienen una pelea en la misma escena del teatro Champs-Élysées que trasciende al público. En 1952 después de cumplir algunos compromisos en Roma y Barcelona, rompen definitivamente su relación artística. Rosario diría años después que Antonio quería crear un modelo de ballet con el que ella no estaba de acuerdo. Antonio nunca dio ninguna explicación. Se forjó su propia carrera. (En 1964, de forma excepcional, volverían a reunirse la pareja por última vez, para hacer una tourneé con etapas en España en Inglaterra, en los Teatros Opera House y Royal Druy Lane de Londres; viajan a Rusia por primera vez y actúan en Leningrado, Kiev y Moscú, con enorme éxito. Continúan la gira por Estados Unidos y finalmente se separan de forma definitiva en Chile).

En 1953 Edgar Neville, a quien había conocido Antonio en Los Ángeles cuando éste era cónsul de España en esa ciudad, le llama para que intervenga en su película “Duende y Misterio del Flamenco”. Y en ese film se produce la aparición de Antonio bailando por primera vez el martinete en el Tajo de Ronda, una imagen hoy icónica. Otra secuencia más de la película sería la de Antonio bailando las Sonatas del Padre Soler frente al monasterio de El Escorial de Madrid. Una muestra de la diversidad de estéticas que cultivaba el bailarín y bailaor.

Antonio crea pronto su compañía y le pone su nombre por delante. “Antonio Ballet Español”. No sólo es el primer bailarín, sino que además selecciona a la compañía, busca cantaores de peso como Antonio Mairena o

guitarristas como Manuel Morao; trabaja con pintores abstractos como José Caballero para que le haga las escenografías, y con músicos como Ernesto Halffter…, pero sobre todo, crea nuevas coreografías y obras que luego formarán parte con el tiempo de la historia de la Danza Española.

La nueva compañía se estrena en los Jardines del Generalife de Granada, en el marco del Festival Internacional de Música y Danza y la forman 35 bailarines. En el elenco, Rosita Segovia como primera bailarina. El Ballet es un éxito, y son solicitados por los teatros de España y Europa.

Los éxitos internacionales continúan. Leonide Massine llama a Antonio para que estrene “El Sombrero de Tres Picos” en el Teatro de la Scala de Milán, y al año siguiente Antonio crea “Capricho Español”, de Rimsky-Korsakov.

Los programas de las compañías de la época, como las de Pilar López y anteriormente su hermana Argentinita, eran amplias y diversas. No se limitaban al flamenco, sino que incluían folklore, Escuela Bolera y Danza Española. Así Antonio crea obras como “Suite de Sonatas”, del Padre Soler; “El Amor Brujo” y “Sombrero de tres picos”, de Manuel de Falla; “Fantasía Galaica”, “Jugando al toro”, “Cerca del Guadalquivir”, “Eterna Castilla”, “La Taberna del Toro”, “Suite Iberia” y “Resurrección de la Petenera”, entre otras muchas.

El Ballet de Antonio forma parte siempre de la programación de los Festivales de España, y es el primer ballet español que pisa la Unión Soviética cuando ése país no tenía ni siquiera relaciones diplomáticas con España, algo que le produjo a Antonio algún que otro disgusto, recompensado por el enorme éxito y veneración que desde ese momento tuvo en la actual Rusia.

En el año 1965 decide cambiar el nombre a la compañía y la denomina “Antonio y sus ballets de Madrid” y estrena “Concierto andaluz” de Joaquín Rodrigo, un ballet en un acto. En el VII Festival de la ópera de Madrid de 1970, se realiza el estreno mundial de "Torre bermeja" y "Córdoba" que dedica a Isaac Albéniz, y "Danza de la gitana" y Primera de «La vida breve» de Falla.

En 1978 Antonio quiere dejar de bailar. Piensa en la retirada y para ello necesita regresar a su ciudad, a Sevilla. Crea un espectáculo que se titula “Antonio y su teatro flamenco” que se estrena en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, en el que baila por tarantos, carcelera, bulerías, tangos de Málaga, martinete, caña, granaínas…, es su despedida, un canto del cisne que se hará realidad cuando se baja del escenario, definitivamente, en el año 1979 en la ciudad japonesa de Sapporo.

En 1980 el Ministerio de Cultura lo llama para ponerse al frente del Ballet Nacional de España sucediendo en el cargo a Antonio Gades. Sólo estará algo más de dos años. Será cesado por el siguiente director general de Música y Danza, Jesús Aguirre, a la sazón Duque de Alba. Durante su estancia en el Ballet Nacional Antonio monta coreografías como “Sonatas”, “El sombrero de tres Picos”, “Fantasía Galaica”, entre otras. Salió muy dolido de su cese del Nacional, al sentirse maltratado por el Ministerio.

Tras este cese, Antonio desapareció del mundo de la escena hasta que en 1987, es reclamado por su amiga la bailarina sevillana María Rosa, para cuya compañía montó la obra “ Romería del Rocío” que se estrenó en el teatro Monumental de Madrid y luego en el Real Alcázar de Sevilla.

En el año 1988 Antonio visitaba Sevilla con unos amigos. Se celebraba en la ciudad la Bienal de Flamenco y en el hotel Triana se ponía en escena un “Día dedicado a Cádiz” con artistas como Chano Lobato, Juan Villar, Mariana Cornejo, Curro Lagamba…, y entre el público, de incógnito, Antonio. La gente lo miraba, lo mirábamos, cuando de repente Chano Lobato le dedicó uno de sus cantes, porque Chano fue cantaor durante muchos años en su ballet. Lo que nadie esperábamos es que en el fin de fiesta Antonio bajara del balcón donde estaba sentado para incorporarse al elenco del escenario. …¡Y fue la locura!, porque con el cante de Antonio de Gaspar hizo una vuelta por bulerías que ya es historia de la Bienal y que quedó en la retina y en el corazón de quienes pudimos verlo.

Antonio enfermó. Una hemiplejia lo mantuvo en una silla de ruedas hasta el final de sus días. El que tanto bailó… el destino quiso parar su cuerpo al final de sus días. Falleció el 6 de febrero de 1996. Está enterrado en el cementerio de San Fernando de Sevilla. En su panteón se eleva hacia el cielo una escultura que le recuerda bailando obra de Juan de Ávalos.

El gran Serge Lifar dijo de Antonio: “Antonio El Brujo posee una magia que filtra y nos hechiza. Nos lleva consigo en esta lucha de amor, de celos y de seducción, que viven en una sola persona. Es toro y matador, la arena y el público, la muerte y la vida, es el vencedor y el vencido en sí mismo, el instinto, la armonía, la geometría, el acento ordenado, la vida de este instrumento divino: el hombre”.

El 4 de noviembre de 2021 será el centenario de su nacimiento. En Sevilla nació el que será uno de los genios de la Danza Española para la eternidad.

Antonio, bailarín de España

Por Alicia Alonso

Antonio Ruiz Soler Antonio en el playa

Conservo aún una pequeña nota escrita que me dejó Antonio en la portería del hotel de Granada, en la que se despedía de mí con el cariño y respeto de siempre. Habíamos compartido varios días en un congreso sobre los Ballets Rusos, para participar —junto a Mariemma— en un coloquio sobre Léonide Massine, el famoso bailarín ruso con el que habíamos trabajado.

Era 1989, y no podía imaginar que sería ese nuestro último encuentro, y aquella inesperada nota escrita, su último adiós. La firma al pie de sus líneas, era su mejor definición: “Antonio, bailarín de España”. Y de los más grandes que puedan haber sido, podría agregarse.

Recuerdo su entusiasmo por el ballet clásico, su ingenio fresco y chispeante, su espíritu inquieto. Nos conocíamos desde la década de los años cuarenta, y nuestros encuentros fueron en todo el mundo: Nueva York, París, Milán, Moscú... Lo admiré en la escena muchas veces, y lo tuve como espectador entusiasta y bullicioso en muchas de mis actuaciones. Para mí fue inolvidable su presencia en el MET de Nueva York, en una función en la que yo bailaba Tema y Variaciones, de Balanchine, uno de los ballets de mi repertorio que más le complacía. Pero sobre todo en el Teatro de Bellas Artes de México, donde yo bailaba Carmen. Sus piropos y exclamaciones, desde su asiento, están entre las anécdotas más graciosas que pueda yo contar de toda mi carrera. Hoy que ya no está su gracia infinita, la contagiosa sensación de vida y creatividad que nos trasmitía a todos, sólo puedo decir: ¡Gracias, Antonio, por tu fiel amistad de tantos años!*

"Con motivo del fallecimiento del gran bailarín español Antonio Ruiz Soler ocurrido el 05 de febrero, el diario ABC publicó estas palabras de Alicia Alonso, se reprodujeron en la revista "Cuba en el Ballet", vol 6, nums. 1-3,1996 pag. 52-53.1-3,1996

Semblanza Antonio Ruiz Soler “Antonio El Bailarín”

Por Antonio Canales

Antonio El Bailarín Portada de Antonio el Bailarín

Cuando llegué a la escuela del Ballet Nacional de España a principios de los 80, la compañía aún era un bebé recién nacido que miraba desde la cuna con los ojos muy abiertos, ávido de vida y de aventuras.

En esos momentos aquella gigantesca maquinaria estaba dirigida por Antonio Ruiz Soler, Antonio. Escuela, profesorado, masajista, bailarines, producción y todo el enjambre que conformábamos más de 100 personas.

Ha sido la época en que la Compañía Nacional ha tenido el elenco más grande de su historia. Él era un hombre de crear grandes ballets y uno de sus ejemplos a seguir eran los Ballets Rusos, con lo cual la compañía crecía cada día más y más. Y creo que esto fue, entre otras cosas, una de las causas de su baja al frente de la compañía.

Ver al gran Antonio por los pasillos era todo un acontecimiento. Verle montar y dirigir algo que no se puede explicar con palabras. En el Escorial, en el Teatro Carlos III; durante los ensayos, tuve el honor de ver como dirigía a Paco Romero en el Zapateado de Sarasate, y aquello me impactó de tal forma que se quedó grabado en mí retina para siempre. Después también he tenido el placer de ser su amigo, y aquí era ya otra cosa. Caprichoso, infantil, bromista y muy muy sevillano. Pero en el arte era un verdadero titán, un ser comprometido con el baile, una fuente de inspiración inagotable. Y pasarán muchos siglos para que vuelva a nacer un ser humano con tanta capacidad.

Como creador un lunático, como intérprete único.

Cada mañana, en cada ensayo, verle montar los pasos y marcar los personajes de cada obra era todo un acontecimiento. Al final de sus días, ya sobre un carrito de ruedas debido a su enfermedad, quiso estar en el debut de mi obra Torero en el Teatro de la Vaguada, y aquella noche el público le brindó el aplauso más sonoro que aún no he vuelto a escuchar en una noche de danza.

Antonio El Bailarín

Creo que Antonio Ruiz Soler, Antonio, nos dejó el legado y los cimientos de nuestra Danza en toda su dimensión, con su forma de sentir más universal, española y flamenca. Tocó el folclore, la escuela bolera, la danza estilizada y el flamenco teatral, como hasta ahora nadie ha podido igualar.

Su espíritu perdurará sobre el tiempo, porque fue una Estrella que anduvo entre los mortales para que el hombre fuese más bueno, más humano, más bello y más grande...

Antonio Ruiz Soler, el Chavalillo

Por Pilar Rioja

Domingo José Samperio, Antonio Ruiz, Pilar Rioja y Luis Bruno Ruiz

Antonio El Bailarín Antonio Ruiz Soler (Sevilla 1921-1996) llamado Antonio “el Chavalillo” fue uno de los más grandes y maravillosos bailarines de la Danza Española. No solo bailaba flamenco, bailaba de todo: barroco, estilizado, popular y, claro, flamenco. Fue compañero de baile de Rosario. Ellos bailaron juntos por muchos años y viajaron por todo el mundo. Bailaron aquí en México en la sala “El Patio” cuando venían artistas muy famosos y conocidos. Luego se separaron y cada quien creó su propia compañía.

Yo lo conocí y lo iba a ver bailar cada vez que podía. Lo vi bailar en España y en México. Todas las veces que me fue posible yo acudía a ver su baile pues siempre lo admiré muchísimo.

Unos años después lo conocí personalmente al terminar una de sus funciones en nuestro Teatro Bellas Artes. Yo estaba acompañada por Domingo José Samperio y nos invitó a Marbella cuando estuviéramos en España. Él tenía una casa, Villa “El Martinete” y allí nos invitó. Recuerdo que cada cuarto era de un color diferente, rosa, azul... y él nos los mostró todos. Recuerdo que en el fondo de la piscina había un dibujo que había pintado Picasso. Era una casa muy bonita. En la noche fuimos al restaurante del esposo de Carmen Amaya y tengo muy bonitos recuerdos de esa estancia en Marbella con Samperio y Antonio. Yo puedo decir que Antonio fue un grandísimo bailarín que me encantó. Él ha recorrido todo el mundo mostrando la danza de España y es, sin duda, el más conocido en el mundo entero. Sin duda no puede ser nunca olvidado porque es uno de los mayores exponentes de la Danza Española. Además puedo decir que tenía un inmenso amor por la danza en general y que se dedicaba en cuerpo y alma a ella.

También hizo muchas películas, en Hollywood y en España. Yo recuerdo con cariño a Marisol. Él actuó siempre con grandes artistas. Entre las películas que yo recuerdo puedo citar “Duende y Misterio del Flamenco” de Edgar Neville, junto a la gran Pilar López, en la que bailaba una seguirilla preciosa en Ronda y también unas “Sonatas” del Padre Soler frente al Monasterio de El Escorial. Recuerdo también a Antonio junto a Merle Oberon y Paco Rabal en la película “Todo es posible en Granada” del director José Luis Sáenz de Heredia.

Él actuó siempre en los más prestigiosos teatros, además de salas de concierto y salas de espectáculos musicales, tanto en América como en Europa y en el mundo entero.

Esto es lo que yo puedo decir, y lo repito, Antonio Ruiz Soler, el Chavalillo, fue uno de los más grandes bailarines de España.

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